Está en la página 1de 7

Lee atentamente. Luego, responde las preguntas 1 a 7.

El nieto

En las ventanas de la casa de Isabel hay pequeños maceteros pintados de rojo, las
cortinas son claras, y en el jardín florece un aromo. Isabel lleva dos trenzas negras a la
espalda. Los domingos sus moños son blancos. Tiene una muñeca, una pelota de
colores y un perro tan lanudo como una ovejita. Supe que se llamaba Isabel, y su
nombre me pareció dulce, tanto, que lo estuve repitiendo en voz baja durante todo un
día.
—Los duendes no salen a la calle —me dice la abuela—. ¿No lo sabes?, se han
transformado en ratones. Yo he visto ratones y no me parecen bonitos: caminan muy
ligero.
—Abuela —le digo—, los ratones no son bonitos, y hasta me parece que son malos.
Ella me mira ausente.
—Tus hermanos son malos, están siempre en la calle —murmura.
—¿A usted le gustaría salir? —le pregunto.
—Hubo un tiempo en que los duendes dormían en mi cama —continúa.
Quedo callado. Pensando. Debo preguntarle a Isabel: "¿Quieres jugar conmigo?,
¿puedo acompañarte?". Seguramente ella me tomaría de la mano y nos iríamos al
parque.
—Las Isabeles son todas princesas, querido. ¿Lo sabes? —dice la abuela.
—No, abuela, no lo sabía.
—Si fuéramos amigos, te lo habría dicho antes —continúa.
No le contesto. Recuerdo que una vez escuché en la carnicería a una mujer que le
decía a otra: "Me sonrió de una manera que de inmediato nos hicimos amigos". Yo
siempre sonrío. Confusamente sonrío a todo el mundo, desde pequeño. Si tropiezo
con alguien, sonrío. Si me miran, sonrío. Antes de hablar, mis palabras son primero
una sonrisa. Es una mueca que mis labios hacen por sí solos. Mi sonrisa es una
disculpa: defensa.
Sonrío porque no soy más que esto: una sonrisa.
Pero no tengo amigos. Vivo con mi abuela. Mis hermanos también viven aquí, pero
ellos salen todo el día y yo me quedo siempre sentado en un banco, escuchando a mi
abuela.
—Los duendes me miran, querido —dice la abuela.
—¿Y le sonríen, abuela?
—Las sonrisas quedan para las hadas, que nunca están seguras de lo que quieren —
me responde.
—Yo creo que basta una sonrisa para ser amigos.
—Tonterías. Eso dicen los que salen a la calle y se miran en los escaparates de las
tiendas. Los espejos no mienten, y ellos nunca están de broma. ¿Has oído reírse a un
espejo?
Tal vez a Isabel no le gusten las sonrisas. Francamente, no sé por qué pienso en ella.
Mejor sería olvidarla. Imaginarme que nunca la he visto.
Después de todo, no es demasiado difícil. Yo puedo imaginar cualquier cosa. Los
recuerdos que nunca han existido son los mejores. Puedo recordar cosas muy bonitas,
y no vienen de ninguna parte.
—Hace muchos años me hablaron de las hadas —musita la abuela—. Una vieja me
contó que se escondían en las parvas de paja. Pero era una vieja sin dientes y mentía.
—El abuelo tampoco tiene dientes —respondo.
La abuela se yergue en su silla.
—Pero él es militar y usa espada y casco y botones dorados.
—Cuando hay desfiles, ¿pasan muchos militares? —pregunto.
Sus manos se sueltan en la falda.
—Alfonso nunca lo ha dicho. No sé.
Si hay un desfile, iré a verlo con Isabel. Pero nunca hay desfiles por estas calles. Y yo
tengo miedo de salir de mi calle, pues una noche que lo hice tropecé con una mujer
que tenía los labios pintados de un color muy rojo. […]
Isabel es distinta, pero no debo pensar en ella ni en la calle. Pero tengo ganas de salir.
Dicen que mi abuela está loca. El cartero ha dicho que soy un niño raro, que no tengo
amigos. Me bastaría cruzar la calle, hablar a mi vecina y todo sería diferente.
Entonces, al verme, el cartero y las mujeres del barrio no dirían más que soy raro.
Porque mis hermanos son muy distintos a mí. Ellos salen y tienen amigos.
—Los dedos dicen palabras chiquitas y entonces crecen las uñas —dice la abuela.
—Abuela, ¿por qué dices estas cosas?
—Son los dedos, te he dicho.
La casa de mi vecina me gusta mucho, demasiado. Le conté al cura Martínez que yo
había vivido en una casa como esa, pero que quedaba muy lejos, que mi mamá debía
tomar un tren para ir a misa los domingos y que entonces le llevaba ramos de aromo a
la Virgen. Teníamos una alcancía en el salón de visitas, y la habitación de mi mamá
era pequeña. El aromo entraba por la ventana. Sus ramas amarillas llegaban hasta la
colcha con tules. A mí me gustaba darme vueltas en la cama, mientras el olor del
aromo y sus resplandores me mareaban. Pero nada de esto es cierto. Creo que yo
nunca tuve una mamá, ni una casa, ni un aromo que entrara por su ventana. Son
mentiras que le cuento al cura Martínez cuando viene los martes a conversar con la
abuela.
—¿Me estás escuchando? —interrumpe la abuela.
—Sí, abuela —le digo. —Entonces, no pongas esa cara. Si te digo estas cosas, es por
tu propio bien.
No vayas después a meterme miedo con los guardianes. Desde hace tiempo me
persiguen. Te han mandado a ti para espiarme.
—¿Por qué crees eso, abuela? Yo no digo nada.
—Es que nunca estás como esta tarde, sentado a mi lado, jugando con el sol. Un hilo
de baba corre por su cara.
—Esta tarde me gusta el sol —contesto. El hilo llega ya a su arrugada barbilla.
—Esta tarde pareces un cuarto sin luz —continúa la abuela.
—Esta tarde tengo ganas de salir. No quiero ver cómo la gota cae sobre su cuello. Ella
canturrea.
—Triluca barena, aloma de seste.
—Abuela, ¿qué puedo hacer? —pregunto.
—Aloma en el pese, triluca barena —sigue tarareando. La gota ya se desliza.
—Quisiera inventar palabras como usted y ser feliz, pero no puedo.
—Scht, alese, motranco pasito, aloma de seste, triluca barena. Scht. Te voy a decir lo
que debes hacer. No tengas miedo. Jugaremos al tren. Verás que te va a gustar. Scht.
Scht. Scht. Scht. Scht. Yo soy la locomotora. ¡Vamos! Tú eres el primer vagón. Scht.
Scht. Scht. Scht. Scht. Scht. Seht. Scht. Scht. Quiero huir.
—¡No puedo, abuela!, no tengo ganas. Ella se levanta iracunda.
—¡Vamos! Agárrate a mi cintura. Scht. Scht. Scht. Scht. Scht.
—¡Déjame, abuela!; ¡por favor, déjame!
—No te vayas, bermejito. Quiero jugar al tren. Scht. Scht. Scht. Scht. Sin saber cómo,
me encuentro en la calle, apoyado en la verja de la puerta. Entonces sale mi vecina y
se queda mirándome. Cruzo la calle y me detengo frente a ella. Le pregunto:
—¿Por qué me miras?
Y ella se echa a reír, jugando con sus trenzas.
—¿Me miras porque quieres jugar conmigo? —continúo.
—Ándate a tu casa —me responde—. Voy a jugar con mis amigas.
—No quiero irme a casa y tampoco me interesa jugar contigo —le digo.
—Entonces, ¿para qué me hablas? —me pregunta.
Aprieto los puños. Enrojezco, clavado en el suelo como una piedra.
—No hablo contigo —le respondo sin mirarla.
Ella suelta una carcajada. Sus ojos brillan.
—Tonto —me dice, muerta de risa—. Eres el nieto raro, tu abuela está loca. Grita:
—¡Carmen, Carmen!, ¡ven a ver a este!
La muchacha viene hasta nosotros, me mira de arriba abajo, pregunta:
—¿Quién es?
—El de enfrente —contesta Isabel, señalando mi casa—. Es el nieto de la loca.
—Mi casa es muy bonita por dentro —balbuceo—, y mi abuela es muy buena.
Y las dos se ríen. Carmen dice:
—Seguramente tu casa es un palacio, tu abuela una reina y tú eres un príncipe, ¿no
es cierto? A ver, paséate. Queremos admirarte.
Deseo irme, pero me aplauden.
—Muy bien, muy bien. Lo has hecho muy bien. ¿Qué más sabes hacer?
La voz de Carmen es chillona y su nariz está cubierta de pecas.
—Sé hacer muchas cosas —contesto.
Isabel toma por el brazo a su amiga y, sin mirarme, la invita:
—Bueno, vamos a patinar.
Entonces la llamo, porque necesito ver sus ojos.
—Isabel...
—¿Cómo sabes que me llamo Isabel? —me interrumpe.
Tengo miedo de que mis piernas se doblen y bajo la vista.
—Bueno, vamos a patinar —dice Carmen, y mirándome burlonamente, agrega—: ¿Tú
no quieres venir, príncipe?
—Claro, ven, ven —dice Isabel, empujándome.
—Déjame —le ruego—, quiero irme a casa.
—Quieres irte porque no sabes patinar.
—Claro que sé patinar.
—Entonces, ven. Miento:
—Es que se me rompieron los patines. Carmen interrumpe impaciente:
—Bueno, bueno, yo te presto los de mi hermano.
Camino junto a ellas hasta la esquina. Carmen entra corriendo en su casa y sale
cargada de patines. Isabel me pregunta:
—¿Cómo te llamas?
—Guillermo —contesto, y busco sus ojos.
—Tengo un primo que se llama Guillermo. Es grande. Está en sexto año, pero siempre
viene a verme. ¿Por qué pones esa cara? ¡Si te vieras en el espejo! Pareces un
pescado. ¡Carmen, Carmen! —grita a su amiga—. Parece un pescado.
Se sientan en el borde de la acera y las escucho decir:
—Te apuesto a que no sabe patinar. Es un farsante.
—¡Qué bueno!, así nos vamos a reír cuando se caiga.

Margarita Aguirre (1954). En Antología del nuevo cuento chileno. Santiago: Zig-Zag.
1. ¿Por qué Guillermo le dice a Isabel que sabe patinar?
A. Para volver a su casa.
B. Para intimidar a Carmen.
C. Para no quedar en vergüenza.
D. Para ver sus ojos una vez más.
E. Para desarrollar una amistad con Carmen.

2. ¿Cuál de las siguientes es una característica de Guillermo?

A. Triste.
B. Alegre.
C. Hablador.
D. Optimista.
E. Imaginativo.

3. ¿Por qué Guillermo tiene siempre una sonrisa en los labios?

A. Porque es feliz.
B. Porque su abuela se lo aconsejó.
C. Porque cree que así tendrá amigos.
D. Porque a Isabel le gusta verlo sonreír.
E. Porque pensar en Isabel le produce alegría.

4. ¿Qué caracteriza a la abuela de Guillermo?

A. Está enferma.
B. Es una princesa.
C. Es una gran lectora.
D. Posee mucha sabiduría.
E. Es una persona muy sociable.

5. ¿Qué actitud tiene Isabel hacia Guillermo?

A. Le gusta.
B. Se burla de él.
C. Le es indiferente.
D. Una actitud amistosa.
E. Le divierte el interés que tiene por ella.

6. ¿Por qué Guillermo es considerado un niño raro?

A. Porque no conoce a su vecina.


B. Porque la abuela está loca.
C. Porque vive con su abuela.
D. Porque no tiene amigos.
E. Porque sonríe siempre.

7. ¿Qué percepción de Guillermo tienen Isabel y su amiga?

A. Lo encuentran un tipo raro.


B. Creen que se trata de un príncipe.
C. Guillermo les despierta curiosidad.
D. Consideran que Guillermo es un chico entretenido.
E. Creen que Guillermo es un joven que actúa como viejo.
Lee atentamente. Luego, responde las preguntas 8 a 15.

Menos cóndor y más huemul

Los chilenos tenemos en el cóndor y el huemul de nuestro escudo un símbolo


expresivo como pocos y que consulta dos aspectos del espíritu: la fuerza y la gracia.
Por la misma duplicidad, la norma que nace de él es difícil. Equivale a lo que han sido
el sol y la luna en algunas teogonías, o la tierra y el mar, a elementos opuestos, ambos
dotados de excelencia y que forman una proposición difícil para el espíritu.
Mucho se ha insistido, lo mismo en las escuelas que en los discursos gritones, en el
sentido del cóndor, y se ha dicho poco de su compañero heráldico, el pobre huemul,
apenas ubicado geográficamente.
Yo confieso mi escaso amor del cóndor, que, al fin, es solamente un hermoso buitre.
Sin embargo, yo le he visto el más limpio vuelo sobre la Cordillera. Me rompe la
emoción el acordarme de que su gran parábola no tiene más causa que la carroña
tendida en una quebrada. Las mujeres somos así, más realistas de lo que nos
imaginan... El maestro de escuela explica a sus niños: “El cóndor significa el dominio
de una raza fuerte; enseña el orgullo justo del fuerte. Su vuelo es una de las cosas
más felices de la tierra”.
Tanto ha abusado la heráldica de las aves rapaces, hay tanta águila, tanto milano en
divisas de guerra, que ya dice poco, a fuerza de repetición, el pico ganchudo y la
garra metálica.
Me quedo con ese ciervo, que, para ser más original, ni siquiera tiene la arboladura
córnea; con el huemul no explicado por los pedagogos, y del que yo diría a los niños,
más o menos: “El huemul es una bestezuela sensible y menuda; tiene parentesco con
la gacela, lo cual es estar emparentado con lo perfecto. Su fuerza está en su agilidad.
Lo defiende la finura de sus sentidos: el oído delicado, el ojo de agua atenta, el olfato
agudo. Él, como los ciervos, se salva a menudo sin combate, con la inteligencia, que
se le vuelve un poder inefable. Delgado y palpitante su hocico, la mirada verdosa de
recoger el bosque circundante; el cuello del dibujo más puro, los costados movidos de
aliento, la pezuña dura, como de plata. En él se olvida la bestia, porque llega a parecer
un motivo floral. Vive en la luz verde de los matorrales y tiene algo de la luz en su
rapidez de flecha”.
El huemul quiere decir la sensibilidad de una raza: sentidos finos, inteligencia vigilante,
gracia. Y todo eso es defensa, espolones invisibles, pero eficaces, del espíritu.
El cóndor, para ser hermoso, tiene que planear en la altura, liberándose enteramente
del valle; el huemul es perfecto con solo el cuello inclinado sobre el agua o con el
cuello en alto, espiando un ruido.
Entre la defensa directa del cóndor, el picotazo sobre el lomo del caballo, y la defensa
indirecta del que se libra del enemigo porque lo ha olfateado a cien pasos, yo prefiero
esta. Mejor es el ojo emocionado que observa detrás de unas cañas, que el ojo
sanguinoso que domina solo desde arriba.
Tal vez el símbolo fuera demasiado femenino si quedara reducido al huemul, y no
sirviera, por unilateral, para expresión de un pueblo. Pero, en este caso, que el huemul
sea como el primer plano de nuestro espíritu, como nuestro pulso natural, y que el otro
sea el latido de la urgencia. Pacíficos de toda paz en los buenos días, suaves de
semblante, de palabra y de pensamiento, y cóndores solamente para volar, sobre el
despeñadero del gran peligro.
Por otra parte, es mejor que el símbolo de la fuerza no contenga exageración. Yo me
acuerdo, haciendo esta alabanza del ciervo en la heráldica, del laurel griego, de hoja a
la vez suave y firme. Así es la hoja que fue elegida como símbolo por aquellos que
eran maestros en simbología.
Mucho hemos lucido el cóndor en nuestros hechos, y yo estoy por que ahora luzcamos
otras cosas que también tenemos, pero en las cuales no hemos hecho hincapié.
Bueno es espigar en la historia de Chile los actos de hospitalidad, que son muchos; las
acciones fraternas, que llenan páginas olvidadas. La predilección del cóndor sobre el
huemul acaso nos haya hecho mucho daño. Costará sobreponer una cosa a la otra,
pero eso se irá logrando poco a poco.
Algunos héroes nacionales pertenecen a lo que llamaríamos el orden del cóndor; el
huemul tiene, paralelamente, los suyos, y el momento es bueno para destacar estos.
Los profesores de Zoología dicen siempre, al final de su clase, sobre el huemul: una
especie desaparecida del ciervo.
No importa la extinción de la fina bestia en tal zona geográfica; lo que importa es que
el orden de la gacela haya existido y siga existiendo en la gente chilena

Gabriela Mistral (1957). En Recados: Contando a Chile. Santiago de Chile: Editorial


del Pacífico.

8. ¿Por qué Gabriela Mistral compara la dualidad del cóndor y el huemul como símbolo
patrio con el sol y la luna?

A. Porque equivalen al día y la noche simbólicamente.


B. Porque representan ideas que son opuestas entre sí.
C. Porque las ideas nacionales a menudo parecen fanatismos religiosos.
D. Porque se trata de dos animales que pueden ser considerados mágicos.
E. Porque uno de los animales representa lo masculino y el otro, lo femenino.

9. ¿Qué opinión tiene la autora sobre el cóndor como animal?

A. Que tiene un vuelo majestuoso.


B. Que se trata solo de un carroñero.
C. Que recuerda las gestas militares.
D. Que no es del gusto general de las mujeres.
E. Que evoca la fuerza de la cordillera de los Andes.

10. ¿Con qué finalidad Gabriela Mistral muestra al maestro de escuela?

A. Para evidenciar la realidad de las escuelas en el día a día.


B. Para relacionar el tema del cual habla con una situación cotidiana.
C. Para llamar la atención del público al cual está dirigido el texto: los niños.
D. Para ilustrar la imagen del cóndor que se nos entrega tradicionalmente.
E. Para señalar un error con respecto a los símbolos patrios de los profesores.

11. Según el texto, ¿de qué manera el huemul se libra de sus enemigos?

A. Atacándolos con su cornamenta.


B. Empleando el poder de su espíritu.
C. Empleando su velocidad de gacela.
D. Percibiéndolos antes y ocultándose.
E. Valiéndose de su agilidad para moverse.

12. ¿A quiénes se refiere Gabriela Mistral con la expresión “Maestros de la


simbología”?

A. A los griegos.
B. A los defensores del cóndor.
C. A los defensores del huemul.
D. A los profesores de las escuelas.
E. A quienes diseñaron el escudo patrio.
13. ¿Qué quiere decir Gabriela Mistral cuando señala en el primer párrafo que el
cóndor y el huemul refieren al espíritu?

A. A lo que somos los chilenos.


B. A que se trata de dos símbolos.
C. A que representan la fuerza y la gracia.
D. A que ambos animales son ideas abstractas.
E. A que el escudo representa el alma de la chilenidad.

14. ¿Cuál es el sentido de la expresión “mirada verdosa” que emplea Gabriela Mistral
para describir los ojos del huemul?

A. Señalar que el animal vive en los bosques.


B. Referir que el animal es ingenuo e inmaduro.
C. Explicar cómo son los ojos del animal de manera realista
D. Dar a entender que el huemul se encuentra en mal estado de salud.
E. Explicar que el animal se encuentra menoscabado por la figura del cóndor.

15. A juicio de Gabriela Mistral, ¿qué elemento hace perfecto al huemul?

A. Su contorno.
B. Su agilidad y velocidad.
C. Sus ojos de color verde.
D. Que se trata de un animal inteligente.
E. Que no representa la violencia o rapacidad.

También podría gustarte