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tú las palomitas
Yolanda Mariscal
Derechos de autor © 2021 Yolanda Mariscal
Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con
personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni
transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de
cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.
Hoy tengo turno partido. A medio día me voy con Alejandra al parque
para comernos un bocadillo de salchichón y después una ensalada: hay que
intentar guardar la línea.
—He encontrado una aplicación para que conozcas a chicas. Me he
tomado la libertad de abrirte un perfil. Espero que no te moleste. He puesto
una foto tuya donde sales con el guapo subido y, en seguida, han hablado
varias candidatas interesadas —me dice Ale casi sin respirar y ante mi
mirada de asombro.
—¿Cómo? ¿Estás loca? ¡Qué vergüenza! Yo te mato. ¿Cómo te
atreves? —le grito alterada mientras hago aspavientos con los brazos y
pataleo sin poder asimilarlo.
—No te pongas así. Además, esta tarde a las ocho y media tienes
una cita. Va a ir a buscarte a la puerta del supermercado.
—¿En la puerta del trabajo? ¿Y si es una loca o una asesina? —
vuelvo a gritarle.
—Si fuera eso yo estoy aquí. —Y me enseña la pantalla de su móvil
para que me crea lo que está contando.
—La madre que te parió… —digo resignada.
—Verónica.
—¿Tu madre se llamaba Verónica? Yo pensé que era Ana.
—No, tonta, tu cita se llama Verónica —contesta Alejandra riéndose
de mí.
—¡Encima no te mofes! Porque te quiero y sé que tu intención era
ayudar, que sino ahora mismo me iba y no me veías más el pelo —digo
intentando relajarme un poco.
—No exageres. Todo irá bien. Hoy has venido estupenda, así que no
te hace falta ir a cambiarte de ropa a casa. Por eso pensé que mejor que
viniera a buscarte, así no perdéis el tiempo y cotilleas qué coche tiene.
—Como sea una asesina en serie te arrepentirás toda tu vida.
—No creo. Ves demasiados programas de crímenes en la televisión.
Para que estés más tranquila te llamaré por si necesitas ayuda —dice
Alejandra mientras saca su ensalada tranquilamente.
Mónica_14:36
Esta noche he quedado con unas amigas para ir a tomar algo y
bailar. Ya sé que no es fin de semana, pero hay que salir de la rutina.
¿Te apuntas, muñeca?
«La que arde soy yo, señora Pantoja», pienso. Ale está mirando por
su ventana y yo voy cambiando entre observar el paisaje y observar el
recorrido de su mano, que ahora está ejerciendo una presión acalorada en
mi entrepierna. Estoy en shock y, para colmo, hay tráfico por un accidente
en la autovía según anuncian por los letreros luminosos de uno de los
túneles que estamos atravesando. Mi hasta entonces mejor amiga me
desabrocha el botón del pantalón con una destreza asombrosa. Siento que
me ruborizo porque la humedad de mi ropa interior es evidente y ella lo
debe de estar notando en este momento. Pongo mi mano sobre la suya en un
intento de que pare o de que siga, no lo tengo muy claro. Ella no se achanta
ante mi contacto y acaricia mi clítoris suavemente con la yema de sus
dedos. Esto hace que se me escape un gemido que intento disimular a
continuación con una carraspera fingida. El tráfico va fluyendo, estamos
cerca de Carabanchel y queda poco para que yo me baje primero. Ale retira
su mano de mi interior y yo inspiro, expiro y suspiro porque estoy
demasiado cachonda como para mover las piernas y salir de este torturador
coche.
—¿Quieres que subamos a tu casa? —pregunta Alejandra.
Dudo, me echo las manos a la cara, me abrocho el pantalón como
puedo para no perderlo y entrego treinta euros al taxista.
—Quédese con el cambio. Ya es la última parada —le indico sin
fijarme en el contador para saber cuánto me tendría que devolver.
Salimos del taxi con algo de torpeza y sin hablarnos. Mi respiración
está agitada y no encuentro las llaves en el bolso.
—¿Te ayudo? —me dice Ale.
—No, ya está. —Encuentro las llaves y abro el portal.
Para subir a mi casa tenemos que coger al ascensor, lo que me pone
muy nerviosa. Al entrar le doy al botón del piso cinco, subo la mirada y me
encuentro con los ojos llenos de deseo de Alejandra. Se apoya contra mí y
pulsa el botón de parada. Por un momento siento pánico. Soy un poco
claustrofóbica, pero se me olvida cuando empieza a besarme de una forma
apasionada, sexual e irresistible. Su lengua tiene la suavidad que solo otra
mujer puede ofrecerte y su aroma a ron se mezcla con mi sabor a cerveza
provocando un cóctel explosivo. Mi jefa y amiga tiene una expresión que
para mí es nueva: de cachonda, de morbo y de ganas. De un movimiento se
quita su blusa y la tira al suelo. Desabrocha mi camisa transparente y deja a
la vista mi sujetador negro de encaje y mi piel blanca, que transpira por el
calor del momento y del pequeño habitáculo. Me acaricia los pechos y
vuelve a besarme con ganas, con furia, con llamaradas de deseo. Yo no la
paro, no puedo ni quiero, mi nivel de excitación va aumentando por
momentos y decido usar también mis manos para tocarla. Tiene la piel
suave y llena de lunares que parecen marcar el recorrido de una ruta hasta
su pubis. Quiero meter mi mano en sus bragas, pero ella me lo impide
haciendo que suba mis brazos para, a continuación, morderme el cuello
provocando en mí una mezcla de placer y dolor. Gimo, suspiro, quiero más.
—Alejandra, ¿esto está bien? —pregunto con voz que suena a
teléfono erótico.
—¿A ti qué te parece?
—A mí… mmm. A mí lo que tú digas me parece perfecto ahora
mismo —dice mi yo cachondo.
Me desabrocha el pantalón por segunda vez en la noche y, debido a
su holgura y a la ligereza de la tela, cae al suelo por sí mismo. Yo también
quiero quitarle el suyo, pero no me hace falta porque ya lo hace ella solita
como si de un streptease sin música se tratase. En este momento el ascensor
parece el probador de una tienda de ropa en hora punta, pero ¿quién soy yo
para ponerme tiquismiquis?
Aprieta su cuerpo contra el mío haciendo que note hasta el más
mínimo vello erizado de su piel. Coloco mi mano en su trasero metiéndola
por dentro de su ropa interior y disfruto, porque ella no se opone. La acerco
aún más a mí y sigo besándola sin descanso. Ella se aparta un poco,
dándome un respiro, me mira fijamente y baja su mano haciendo un
caminito desde mi ombligo hasta mi sexo. Al llegar a mi vagina acaricia los
labios con delicadeza y disfruta, mientras yo muerdo mi propio puño para
no gritar y que acaben viniendo los bomberos. Introduce sus dedos sabiendo
lo que hace y haciendo presión en el punto exacto de mi interior, a la vez
que excita mi clítoris con el pulgar. Yo me dejo llevar porque la situación
está llegando a un punto en que lo único que puedo hacer es gritar como
una loca y llegar hasta el infinito y más allá, y es lo que hago. Grito, me
dejo llevar, siento espasmos en las piernas y consigo un orgasmo digno de
darle un premio a esta muchacha por su dedicación hacia mí.
—¿Estáis bien? Ya he llamado al técnico de urgencia porque
escuché ruidos y vi que el ascensor no funcionaba.
Tierra trágame. Es la voz del portero que se ha debido despertar ante
tanto escándalo y piensa que es una emergencia.
—No hace falta, señor Mariano, creo que ya funciona —digo
mientras aprieto el botón de marcha del ascensor.
La cara de Alejandra es un poema y la mía me la imagino igual. Nos
ponemos la ropa con la rapidez de un rayo en el corto camino que falta
hasta llegar al quinto, mi piso. Yo no atino con los botones de nada y ella se
ríe ante la situación. Mientras, mi vergüenza va creciendo al pensar en tener
que explicar esto mañana al portero del edificio.
—Patri, te has puesto la camisa del revés y por eso no puedes
abrocharte los botones —me dice Ale con cara de guasa.
—Buena observación —contesto.
Abro la puerta de mi casa y me veo reflejada en el espejo de la
entrada. Mis pelos están alborotados como si un vendaval me hubiera caído
encima, llevo las bragas metidas en un bolsillo y el resto de la ropa no sé ni
cómo me la he puesto, pero nada más entrar me la vuelvo a quitar porque
esto no ha terminado aquí. Quiero hacer disfrutar a Alejandra como ella lo
ha hecho conmigo en ese ascensor que me elevó al cielo.
—Ale, ven —le digo mientras cojo su mano y la llevo a mi cama—.
Ahora vamos a hacerlo de la manera tradicional: en un colchón.
—¿No te has quedado saciada? —pregunta.
—Me he saciado yo de mí, pero ahora lo que quiero es saciarme de
ti.
De nuevo se desnuda y yo me pongo encima sentada en su sexo para
notar la humedad que aún desprende. Me muevo buscando su placer y, a la
vez, yo vuelvo a ponerme cachonda. Estoy teniendo otro pequeño orgasmo
solo de ver cómo disfruta y, cuando noto los espasmos de su abdomen, me
bajo de su cuerpo y me dirijo hasta su vagina para besarla, lamerla y
provocar con mi lengua su llegada al clímax. Todo esto ha sido una
auténtica locura.
—Madre mía… —dice.
—Sí, qué bien te parió —contesto y la abrazo para quedarnos
dormidas en un placentero sueño.
Capítulo 12
Amanece y los rayos de sol rebotan en mis ojos haciendo que me
despierte. Quedan dos horas para entrar a trabajar y tengo resaca. Me suele
pasar siempre que trasnocho mucho y me despierto pronto, aunque no haya
bebido alcohol. Mi amiga Eva me dijo una vez que eso era por la edad.
Cuando teníamos veinte hacíamos lo que nos daba la gana, nos
acostábamos a las tantas y al levantarnos estábamos más frescas que una
lechuga, como si nada hubiera pasado. Ahora todo lo que hacemos nos pasa
factura al día siguiente.
A mi lado está Alejandra, aún dormida, sin tener todavía la
consciencia suficiente para darse cuenta de lo que ha pasado en esta cama y
en el ascensor. Ese bendito ascensor. Lo que me recuerda que tendré que
enfrentarme a la vergüenza de encontrarme con el señor Mariano, el
portero. Me estiro, vuelvo a echar un vistazo a la belleza que tengo al lado y
voy a la ducha. Mientras el agua cae por mi cuerpo empiezo a arrepentirme
de lo sucedido por las consecuencias que puede tener. Alejandra es mi
amiga de la infancia, mi actual jefa, la chica que va a casarse con Roberto y
la heterosexual reconvertida en una fiera lésbica. Que el desagüe de esta
ducha me trague para no tener que hablar con ella, porque no sé ni qué
decirle. También se me viene a la mente Mónica. Tengo que contarle lo
sucedido y reconocer que tenía razón cuando decía que Alejandra me mira
como lo hace ella: como lo hace alguien que no es solo una amiga.
Salgo del baño y voy a la habitación con la toalla puesta en la
cabeza y el albornoz color rojo flamenca para afrontar la situación que me
espera. Soy fuerte, soy capaz, soy Patri: la reina de los momentos
bochornosos. Puedo con esto y con mucho más.
—Ale, ¿quieres desayunar? Si quieres nos hacemos unas tostadas
con mermelada y hablamos sobre…
Al llegar a la cama me doy cuenta de que no está, ni ella ni su ropa.
Busco en el salón, en la cocina, en la terraza y hasta en el pasillo. Alejandra
se ha ido sin decirme nada, ni una nota, ni un mensaje al móvil. Yo
armándome de valor y resulta que la cobarde es ella. Será mamarracha.
Desayuno, me visto con un look de mujer empoderada y bajo los
cinco pisos por las escaleras para no tener que volver a ese ascensor con
olor a sexo.
—Señorita Patricia, espero que pudiera salir bien del ascensor.
Lamento que se parara a esas horas, aunque dudo de que usted también lo
lamente —dice Mariano cuando me lo encuentro en la portería del edificio.
Con sus palabras me doy cuenta de que por algún motivo sabe o
sospecha lo que ahí dentro ocurrió. Noto el rubor desde las mejillas hasta
los dedos de los pies.
—Hola. No sé por qué se paró, pero afortunadamente lo pude
solucionar rápido y llegué sana y salva. Gracias por preocuparse —contesto
mirando al suelo para no tener contacto visual con él.
—Claro, claro… Yo me alegro de su buena relación con los
ascensores. Que tenga un buen día.
Maldita sea, este hombre sabe lo que pasó allí. Mis gritos debieron
oírse hasta en el cuarto de la basura. Qué vergüenza. Para colmo, al salir del
portal me tropiezo con el escalón y me tuerzo el tobillo. Hoy me puse
tacones, y yo nunca los llevo, así que ando como un pato mareado. ¿Quién
me mandaría a mí elegir este calzado justo hoy?, pero yo muy digna
continúo como si no me doliera nada. Menudo día me espera.
Consigo llegar al trabajo y al entrar veo a Alejandra de frente. La
impresión me lleva a hacerme daño al torcerme el tobillo una vez más de la
forma más patosa posible. Putos tacones.
—Alejandra, qué rápido te fuiste —le digo con la dignidad que me
queda.
—Tenía prisa —contesta y se da la vuelta para irse.
Será seca la tía. Me folla en el ascensor y ahora me ignora. Estoy
cansada de tanta tontería. Entro a la sala de empleados, cojo de mi taquilla
unas zapatillas, que por suerte guardo, y me cambio el torturador calzado
culpable de mi doble esguince de hoy.
Durante el resto de la jornada lo único que oigo de ella es su voz al
hablar desde el micrófono para llamarme a cajas en varias ocasiones.
—Señorita Patricia, por favor, acuda a la caja tres —dice mi amiga-
amante-jefa por cuarta vez en el día.
Estoy cabreada, me siento mal conmigo misma y con esta situación
tan incómoda.
En la hora del descanso voy directa hacia ella.
—¿Eres tú la que buscaba que pasara algo entre nosotras y ahora no
vas a hablarme? No te creía tan cobarde —le digo sin rodeos ni anestesia.
—Patri, voy a casarme. ¿Vendrás a la boda?
Que me parta un rayo y mis cenizas caigan sobre un río y me
arrastre la corriente a los infiernos. No me lo puedo creer. ¿De verdad me
está diciendo esto?
—No sé si me estás tomando el pelo. Tan borracha no estabas como
para no acordarte de lo que ha pasado hace unas horas en mi casa. Por
cierto, la vergüenza de hablar con el portero esta mañana ha sido mía, pero
la idea de darle al botoncito de parada para comerme viva fue tuya.
—Vale. Tienes razón. Es que no sé qué decirte. Me he levantado
pensando en Roberto, en que sus celos al final no eran inventados, en la
boda ya casi preparada… Me he agobiado —dice con la cabeza agachada.
—¿Entonces? —pregunto confundida.
—¡Que dejes el tema! —Se le hincha la vena del cuello—. Quiero
que esto quede entre nosotras y que lo borres de tu mente. No digas nada a
nadie, por favor. Te pido que vengas a la boda porque sino tendría que dar
mil explicaciones de por qué mi mejor amiga no ha estado ahí. Además, me
sentiría rara si no estás. Si no quieres venir lo entenderé.
—Ya veré lo que hago. Me voy, guapa, saludos a tu Robertito —le
digo con enfado, sarcasmo y rabia.
Capítulo 13
—Mónica, tengo que contarte algo —le digo por teléfono nada más
llegar a casa.
—¿Qué pasa, muñequita?
—Ayer, cuando nos fuimos solas en el taxi, Alejandra me metió
mano y yo no me resistí. Acabamos acostándonos, por decirlo de alguna
manera. Lo siento. Bueno, ya sé que no somos novias, pero me sentí con la
necesidad de decírtelo y…
—Sabía que a esa chica le pasaba algo contigo —me interrumpe—.
Patri, esas miradas no eran de amiga.
—Yo…
—Me molesta, pero no porque lo considere un engaño, sino porque
con esto confirmo que no tienes claro tus sentimientos y así no me apetece
conocer a nadie —sentencia con una voz que deja ver su disgusto.
—Lo entiendo. La he cagado —digo con angustia.
—No te preocupes. No me enfado, en serio. No tengo nada que
reprocharte, pero no me apetece seguir hablando ahora, ¿vale? Cuídate. —Y
me cuelga, aunque acepto que necesite su espacio para digerirlo.
Mónica es una chica maravillosa. Su punto fuerte es la comprensión
que siempre ha tenido conmigo. En el fondo me arrepiento porque quedan
pocas personas como ella, pero una vez hecho el daño no quería ocultárselo.
Ahora me toca asumir las consecuencias.
Esther_9:14
Sentí tu beso, pero no pude abrir los ojos.
Te confieso un pequeño defecto: soy una dormilona. Me ha
encantado estar contigo, quiero más.
Luego nos vemos.
Dormilona, un poco tímida y con tendencia a mancharse mientras
come. Me encanta. Sus palabras me derriten.
Capítulo 17
En las siguientes semanas todo fluye como siempre he soñado. Nos
buscamos la una a la otra y cada vez que podemos dormimos juntas, en su
casa o en la mía. En el supermercado suelo pasar más tiempo en la sección
de cosmética que de costumbre y los compañeros son conscientes de este
cambio en mi trabajo y en mi actitud. Hoy, mi morena y yo, hemos quedado
para ir a jugar a los bolos en el centro comercial y quiero pedirle que
salgamos juntas como algo más que amigas. Quiero que sea mi pareja.
Desde que perdí a Mónica tengo miedo de que cualquier tontería, de las
muchas que hago, provoque que se aleje de mí y me gustaría reforzar esta
relación haciendo que ella sepa que voy en serio.
Me he puesto el vaquero de color negro y cuando hago eso es
porque quiero sacar a la Patri comprometida que llevo dentro. Camiseta
verde pistacho y zapatillas Converse rosas de bota. Estoy maravillosa, ojalá
ella me vea igual. Cuando llego a la bolera Esther ya me está esperando y
me dedica desde lejos una mirada que me vuelve loca.
—Morena, pero qué guapa estás. ¿A ti qué te daba tu madre de
pequeña para ser tan bonita? —le digo sacándole su preciosa sonrisa.
—A mí me daban chocolate, nena, mucho chocolate —contesta
mientras me agarra por la cintura y me besa de forma apasionada.
—Para, chica, que sino en vez de a la bola me voy a agarrar a ese
trasero que tienes y te…
—¡Esther! —dice una voz que me resulta conocida.
Interrumpo mi verborrea de cachonda perdida y al girarme veo a
Alejandra. No, por Dios, hoy no me apetecía verte.
—¡Qué casualidad! —dice mi bombón con cara de circunstancia.
Y, por si fuera poco, al lado de ella se acerca Mónica y toda esta
escena parece un campo de bolleras con las que me he acostado. Solo falta
la chica de los hijos salvajes, la loca de las motos, la pesada del Tiktok,
Carnicienta… y me llevo el premio a la pringada del año. No sé qué hacer
ni qué decir. Es como si todas hubiéramos decidido venir hoy a jugar a los
bolos como locas. El nuevo deporte de las lesbianas.
—Vayaaaaa, qué guay. Cuánto tiempo. Moni y Ale juntitas. Qué
sorpresa. Una que ya no me habla y la otra que… bueno, que tampoco, pero
aquí estamos —ironizo soltando sin filtros todo lo que se me pasa por la
cabeza.
—Hola, ¿qué tal estáis? ¿Os apetece una partida juntas? —pregunta
Esther creyendo que así relaja el ambiente, pero provoca que me enfade
más porque quiero estar a solas con ella—. Es el día perfecto para que te
reconcilies con Alejandra, sea lo que sea que os pasase. ¿No te parece? —
me dice al oído. Yo tuerzo la boca y frunzo el ceño en señal de
desaprobación.
—Todo bien. Alejandra está nerviosa por la boda y le he propuesto
venir a jugar un rato para que se despeje. ¿Verdad? —dice mirando a Ale
para buscar su aprobación.
—Sí, sí. Ya falta poco y estoy que muerdo —contesta la futura
mujer de Roberto, el gilipollas—. Por cierto, me alegro de que os llevéis las
dos tan bien.
La tensión se puede cortar con un cuchillo, al menos la que yo
siento.
—Nos llevamos tan bien que es mi novia —suelto sin pensar.
Esther se me queda mirando con media sonrisa en la cara y ojos que
se le salen por la sorpresa.
—¿Me vas a pedir salir? —me pregunta con las otras dos de testigo.
Esto no estaba para nada en mis planes. Yo quería una velada a
solas, una cena después de jugar y una proposición formal de relación. Las
cosas nunca salen como una piensa.
—Me gustas mucho y llevo tanto tiempo buscando tener esto con
alguien que no quiero perderte ni ser solo tu amiga. ¿Novias? —pregunto
cogiendo su mano.
—Me encantas, novia mía —contesta colorada de vergüenza.
Ale y Mónica se ponen a aplaudir como dos gansas y nos vamos a la
pista de bolos. Pienso fundirlas porque yo hago plenos como churros.
—Venga, chicas. Patri y yo contra Mónica y Alejandra. Diez tiradas
cada equipo —dice Esther muy emocionada.
—¡Patries contra Monial! —exclama Mónica inventándose el
nombre de los equipos.
—Vaya tela… —digo pensando en alto porque la situación me
parece ridícula y los apodos aún más. Ellas se han puesto nombre de marca
de amoniaco.
Empiezan las Monial y hacen un pleno.
—¡Strike! —grita Alejandra.
Después me dispongo a tirar yo. Cojo la bola que pesa más que mi
propio cuerpo, y ya es decir, me dirijo hacia la pista, me coloco, saco el culo
para afuera, cierro un ojo para tener mejor puntería, echo el brazo hacia
atrás y lanzo… La bola se va de forma directa al lateral sin derribar ningún
bolo.
Tira Esther y tengo toda la confianza depositada en ella, pero solo
logra puntuar cuatro.
—¡Strike! —grita Mónica cuando tira para que toda la sala se entere
de lo buenas que son.
De nuevo, cuando nos toca, hacemos el ridículo. Yo tiro un bolo y
mi preciosa nueva novia tira dos. Esto no es lo nuestro.
—¡Striiiikeeeee! —exclama Alejandra de nuevo y le da un beso a
Mónica.
—Como grite otra vez strike te juro que la ahogo —le susurro a
Esther.
La partida va de mal en peor y nos meten tal paliza que salgo de allí
con la moral por los suelos y el brazo y los dedos doloridos de lo que pesa
esa puta bola. Durante toda la velada noto que Alejandra tiene unas miradas
con Mónica que me suenan familiares. Es de ese tipo de mirada que
también tenía conmigo: de algo más que amistad, de querer comérsela viva
y de desear empotrarla en algún ascensor. Por un momento mi mente vuela
y me las imagino juntas; pero ella sigue con la boda, así que si tiene
sentimientos hacia Mónica no va a dejarlos fluir. Ella siempre defenderá su
perfecta vida ideal de relación heterosexual.
—Estas dos están muy unidas, ¿no? —me dice a escondidas Esther.
—Si yo te contara…
—Esther, ahora que sé que estás con Patri podéis venir las dos
juntas a la boda —comenta Alejandra.
—Llevo meses sin hablar contigo. ¿Lo crees oportuno? —
interrumpo al oírla.
—Quiero que vengáis las dos porque Esther es de mis mejores
amigas y ahora tú eres su pareja. Aunque hayamos tenido nuestros
desencuentros no soy rencorosa.
—¿Rencorosa? —pregunto con deseo de saber qué demonios he
hecho yo.
—¿Qué os pasa, chicas? Dejaros ya de tonterías y daros un abrazo,
que seguro que nada es tan grave —dice Esther ajena al verdadero motivo
de nuestro distanciamiento.
Ale me aparta a un lado para hablar conmigo a solas mientras las
demás se van para cambiarse el calzado.
—Me alegro tanto de que hayas encontrado a esa persona especial...
Esther es maravillosa. Sabía que iba a gustarte —me dice.
—¿Cómo que sabías que iba a gustarme? ¿Lo tenías planeado?
No me contesta. Se da la vuelta y va hacia el vestuario para
cambiarse las zapatillas. Me quedo con cara de tonta sin saber muy bien qué
ha querido decir y me doy cuenta de que suele ser algo habitual. Siempre
suelta una bomba que yo no entiendo y no me da más explicación.
Capítulo 18
Es el día de la boda: la dichosa boda.
He decidido ser la acompañante de Esther porque ella me lo ha
pedido, pero no tengo ganas de presenciar una farsa como esta. Estamos en
mi casa preparándonos y en un impulso siento la necesidad de que mi novia
sepa la historia que hay detrás de mi repulsa a este compromiso. No sé por
qué no se lo conté antes.
—Esther, hay algo que tengo que decirte. —Cierro los ojos y me
concentro en sacar lo que me arde dentro.
—¿Qué pasa?
Me siento en la cama y ella hace lo mismo con cara de
preocupación.
—Alejandra era mi mejor amiga desde la infancia. Hubo un tiempo,
cuando era más joven, que estuve enamorada de ella. Nunca pasó nada
porque ella solo quería hombres y era el típico amor imposible. Después de
años volvimos a coincidir en el supermercado. Una noche que salimos con
amigas, Alejandra se me insinuó y acabamos follando en un ascensor.
Bueno, y luego en mi casa. Como lo oyes. Por aquel entonces yo estaba
liada con Mónica. —Hago una pausa en mi verborrea para ver la cara de
Esther, que en estos momentos es un poema, y continúo—. Después de eso
tuvo ataques de mujer arrepentida y me hacía la vida muy difícil en el
trabajo. Nuestra relación cambió radicalmente. Ay, qué mal me lo hizo
pasar la muy cabrona. Al final me acabó confesando que tenía dudas, pero
que iba a casarse.
—Me dejas muerta —contesta.
—Muerta me quedé yo cuando hace unas semanas la veo con esas
miraditas y esa complicidad con Mónica, la cual no quiso seguir conmigo
porque decía que yo tenía que resolver deudas pendientes con Ale. Cariño,
que me enrollo, pero el resumen es que esta boda es una mierda. Roberto es
muy machista y homófobo, aparte de un estúpido que no la trata como
debería. Si se entera de algo puede liarse una buena.
—¿Y qué pretendes? Espero que no hagas una escena de comedia
romántica, como tú dices, y te plantes ahí gritando que la boda no se puede
celebrar. Qué vergüenza.
—¿Te imaginas? —contesto riendo—. No, tranquila. Solo quería
que supieras los antecedentes de todo esto y que no nos ocultemos nada.
—Me lo podías haber dicho antes. —Mira hacia abajo y se muerde
el labio con una mueca de disgusto—. En fin, son cosas de tu pasado y
ahora mismo el problema es de ella y de sus sentimientos. Tú has rehecho
tu vida, ¿no? Ya solo podemos desearle lo mejor, aunque veamos que se va
a estrellar contra una pared. Yo soy ahora muy importante en su vida y
jamás me ha comentado esto. No lo entiendo —me dice con rostro serio.
Tras contarle toda mi historia con Alejandra, y ella escucharme con
una cara como si le estuviera relatando un cuento de ciencia ficción, nos
vamos y cogemos un taxi hasta donde se iba a celebrar la ceremonia. Una
hora y doce canciones de Cadena Dial después, llegamos a una finca muy
bonita de un pueblo de las afueras de Madrid. Al llegar, un caminito de
piedras nos guía hasta la zona donde nos tenemos que sentar. Por el
recorrido veo carteles con los nombres de Alejandra y Roberto con frases
típicas de tacitas de desayuno: «Siempre juntos», «Mi lugar favorito del
mundo es a tu lado», «El amor no necesita ser perfecto, solo necesita ser
verdadero». Me dan arcadas.
—Estos putos tacones me van a matar. ¿A quién se le ocurre hacer
andar a la gente por un camino con pedruscos? —digo mientras andamos y
me retuerzo mil veces cada tobillo, como de costumbre.
Al final nos topamos con un arco de flores blancas y rojas. Lo
cruzamos con miedo, como el que va a pasar hacia la puerta del más allá.
Allí vemos colocados todos los bancos de los invitados y cientos de pétalos
de rosas esparcidos por cada rincón. Al fondo hay un pequeño escenario
pegado a unas rocas de las que sale una mini cascada. Todo es muy bonito y
bucólico, como de cuento de terror. Los demás familiares y amigos están en
las primeras filas. A nosotras nos tocó detrás, al lado de Mónica, Eva y su
mujer.
—Esto es la fila de las pecadoras lesbianas, ¿no? —pregunto en voz
baja.
—Eso parece —dice Mónica aguantando la risa.
—Podría Ale sentarse aquí con nosotras. Pega más que en ese altar
—comento sin poder guardar mi ironía.
En ese momento aparece Roberto, el novio, con un traje azul
marino, camisa blanca y pajarita a juego. Se nota que está nervioso y no
puede disimular su ansiedad por tenerlo todo controlado. Da ordenes a los
encargados de la música, coloca a los familiares que aún no se habían
sentado y no para de hablar con las personas de la organización para
comprobar que nada falle. De repente, entran las damas de honor. Son como
dos repollos con vestidos rojos y pamelas en la cabeza parecidas al planeta
Júpiter o a un avistamiento ovni. Cuando puedo ver sus caras reconozco a
una de ellas: es Ágatha, la amiga de Roberto que me tenía amargada en la
despedida de soltera. El futuro marido ha tenido que elegir hasta a las
damas de honor de su novia. Me parece patético. Ella nunca hubiera
querido a Ágatha para un día tan importante en su vida. Además, dudo que
le caiga bien, pero supongo que con la caña que le he metido para que no se
case yo no soy la persona indicada para ocupar ese puesto, aunque solo por
no ponerme ese vestido me alegro. El mío es azul celeste con brillos
dorados y cuello de cisne. Una ganga que encontré en el bazar de la esquina
de mi casa hace dos días. Los mejores ocho euros que me he gastado nunca.
—Antes vi a Alejandra y estaba muy nerviosa. Tenía la cara
desencajada —nos comenta Mónica.
—Va a casarse con ese tío. ¿Cómo quieres que esté? —digo con un
tono más alto de lo que hubiera querido.
—Cariño, contrólate —me susurra Esther.
—Esta boda no debería de celebrarse, Patri, estoy de los nervios —
dice Mónica con rabia en su rostro.
—¿Por qué dices eso? —pregunto.
—Por nada —contesta con la voz emocionada y llevándose las
manos a la cabeza.
—¿Qué pasa? Creo que ya viene la novia —dice mi Esther, que no
se entera de nada.
Alejandra
Capítulo 19
Querida Patri,
Tenerte.
Besarte.
Andar de la mano contigo.
Mi cielo.
Mirarte.
Decirte un te quiero al oído, yo te lo digo.
Qué bendición.
Esther ha venido a casa a comer. Llevo dos días sin verla y el poco
tiempo que ha pasado aquí después de la boda ha estado muy rara y
distante. No la reconozco y todo su afán es que no entiende mi relación con
Alejandra. Le conté que estuvo en casa, obviando muchos detalles, y eso
hizo que la situación se agravara aún más y que su confianza en mí ahora
mismo sea casi nula, aunque no la culpo por ello. A veces me gustaría
volver a mis citas desastrosas, al menos con ellas me acababa riendo por
dentro y el drama finalizaba en el mismo momento en que terminaba la
tarde.
—Patri, pásame la salsa —me dice mientras degustamos un pollo
asado que hemos pedido a domicilio.
—Claro, ¡sabrosura! —exclamo. Me levanto y empiezo a hacer lo
que yo creo que son pasos de baile caribeño, aunque de forma arrítmica
como toda yo—. ¿Bailas? Mira cómo muevo mi culo. ¡Toma, toma, toma!
Échale alegría al pollo, cariño. —Y le paso la salsa cuando me doy cuenta
de que no le está haciendo nada de gracia.
—Déjalo ya, en serio —suplica cortando el momento.
—¿Qué te pasa? Estás mustia.
—No me encuentro bien. No me sale estar haciendo tonterías
contigo.
—Tienes un poquito de pollo en la comisura del labio. Qué sexi —le
comento pasándole el dedo por la boca para quitarle el trocito de comida
que siempre se le queda ahí.
—Eres imposible —me contesta sonriendo por fin y dejándome ver
el huequito de los dientes que tanto me gusta.
—Después de comer cogeré algunas cosas que tengo por aquí y me
iré.
—¿A dónde vas?
—A mi casa. A lo que me refiero es que esto se acabó, Patri, no
quiero estar más contigo. ¿Me has entendido ahora? Nuestra relación se ha
terminado —me dice tajante y observando su plato para no tener que
pronunciar esas palabras mirándome a mí—. Espero que vayas en la
búsqueda de esa persona que te hace brillar los ojos como nadie.
—Esther, bombón, no entiendo que esto se termine por una mirada.
—No es solo una mirada. No me gusta ser la segundona, que
alguien me empareje contigo para sentirse mejor ni estar a la espera de que
pase algo entre vosotras.
—¿Qué dices? Yo no sabía que Alejandra era la culpable de que nos
conociéramos. Tampoco fue tan malo —le digo con lo que empieza a ser un
nudo en la garganta.
—Ya no estoy para estas historias, de verdad. No me apetece una
relación en la que no me sienta la mujer más importante de tu vida. —Se
levanta sin haber terminado la comida.
Me quedo en silencio y miro cómo coge una bolsa y empieza a
meter varias cosas que tenía por casa. Un par de camisetas, unos pantalones
que le regalé, un pañuelo que se pone en su pelo afro para dormir, el libro
sobre los huertos urbanos y un disco de Madonna que una noche se trajo
para enseñarme lo que a ella le parecía lo más grande de su adolescencia.
Toda su esencia metida en una bolsita de papel reciclado del Primark. Todo
menos un anillo que le compré una tarde, que me lo deja tirado en la mesilla
de noche. Se me saltan las lágrimas, pero no quiero hacer un drama porque
la veo muy convencida y no voy a poder retenerla. Llevo una camiseta larga
de Mickey Mouse, unas pantuflas de pelo rosa muy desgastadas y un moño
alto enganchado con un bolígrafo que encontré por la cocina. No me
extraña que me deje, tengo el mismo sex-appeal que un trapo sucio.
—Ya está todo. Me voy, Patri, siempre te desearé lo mejor —me
dice cuando estamos las dos de pie en la puerta de la casa.
Me agarra la mano una última vez y no quiero soltarla, pero ella se
aparta poco a poco para no alargar este momento tan doloroso. Se va.
Se fue.
Esther
Capítulo 27
Siento pena por dejar a Patri. Mi cabeza no para de pensar en si habré
hecho lo correcto. La duda se apodera de mí. Bajo todos los pisos andando
porque no quiero esperar el ascensor, no sea que en el último momento le
suelte todo lo que guardo dentro. Cuando llego al final de los escalones
empiezo a marearme; estoy hiperventilando de los nervios. Salgo e intento
respirar con normalidad para no desplomarme. Me siento un rato en el
banco de una plaza cercana mientras observo en el móvil las últimas fotos
que nos hicimos juntas. Todas son del día de la boda de Alejandra y
Roberto. Hay una que me llama la atención porque corrobora lo que pienso.
En ella salimos Mónica, Eva, Alejandra, Patri y yo. Todas estamos de frente
al objetivo excepto Patri y Alejandra, que se están mirando entre ellas con
una sonrisa desbordante. Nunca me he considerado una chica celosa, pero
esa mirada no es de simple amistad: la que era mi novia se la estaba
comiendo con los ojos. Todo esto lo hubiera dejado pasar, e incluso habría
pensado que son imaginaciones mías, si no fuera por lo que pasó al día
siguiente de la boda. Roberto me llamó. Consiguió mi teléfono preguntando
en el gimnasio al que íbamos Alejandra y yo.
—Esther, tengo que decirte algo y no me interrumpas. No quiero
que acabes como yo. Tu novia, Patricia, es una manipuladora que siempre
ha ido detrás de Alejandra. La persona que se ha casado conmigo es una
mentirosa que no me ha reconocido hasta el último momento lo que yo ya
sospechaba —me decía Roberto con voz ronca y enfadada mientras yo solo
escuchaba en silencio detrás del teléfono—. Ellas dos están enamoradas y
siempre lo estarán. Nunca entenderé esto y me parece algo repugnante, pero
solo quiero alertarte para que te alejes cuanto antes de esa persona. Hazme
caso. Te hará sufrir, te mentirá, te engañará y acabará con Alejandra. ¿Te
has fijado cómo se miran? Siempre lo he visto, pero todo quedaba en que yo
era un celoso de mierda. Solo espero que no dejen más cadáveres por el
camino porque van haciendo daño a todo su alrededor.
Después de su monólogo me colgó y a mí se me vinieron encima
más dudas aún de las que tenía. Patri me confesó lo que ponía en aquella
carta y ya no pude con la sensación de desconfianza. He estado pensando
mucho en si contar mi conversación con Roberto o guardármela para mí,
pero he llegado a la conclusión de que hay cosas que es mejor callar y
continuar con la vida. Decir eso sería entrar en más polémica y a mí no me
apetece seguir en esta historia.
A la que sí llamé fue a Mónica porque me preocupó cómo la vi en la
boda. Me contó lo ocurrido con Alejandra, su relación, lo que pasó en el
baño con una de las invitadas y el desengaño que sufrió. Me pareció todo un
bucle de malas energías y me imaginé que esto no iba a terminarse. Yo no
quiero ser la siguiente a la que engañen por culpa de dos personas que no
arreglan sus sentimientos.
Borro las fotos y la elimino de las redes sociales en las que somos
amigas. Adiós, como el tirón rápido que hay que dar al quitarse una tirita.
Me levanto, al fin, y decido seguir andando hasta mi casa. El cielo de
Madrid está encapotado, como mi mente, y por un momento deseo con
fuerza que llueva y que el agua limpie todas las malas vibraciones de mi
cuerpo.
Todo tiene un principio y un final.
Patri
Capítulo 28
He vuelto al mundo de las citas porque llevo ya cinco meses mustia. La
desgana me invadió el alma y me niego a acabar como un cactus seco, así
que hace unas semanas que me metí de nuevo en la aplicación donde
Alejandra me consiguió quedadas desastrosas.
Con Ale hablo muy a menudo por teléfono. Nuestras charlas son
largas y siempre me dice entre risas que debería conocer a otra persona y
sino quedar con ella. Todos sabemos que «entre broma y broma, la verdad
asoma», y soy consciente de que no ha podido olvidar lo que pasó entre
nosotras: yo tampoco. Ha vivido una etapa difícil al tener que divorciarse de
Roberto. A los tres meses podían solicitar el divorcio exprés y, como era de
esperar, el ser despreciable de su ex marido no se lo puso fácil. Por fin lo
consiguió y está recomponiendo poco a poco los trocitos de su vida. Me
siento orgullosa de ella por haber conseguido ser alguien sin miedo a
expresar lo que lleva dentro. ¡Es una tía dura!
Yo, por mi parte, no deseo seguir en un bucle en el que a menudo
dude de si le volverán sus inseguridades, así que no quiero estropear otra
vez nuestra relación de amigas por culpa de dar rienda suelta a mis
sentimientos. Usar solo el teléfono y no vernos hace que no piense que va a
meterme en un ascensor y follarme viva: no estaría mal, pero quién me dice
que no le iba a venir después el arrepentimiento de niña caprichosa. Cuando
sepa que por fin puedo confiar en ella y esté todo más tranquilo, me gustaría
volver a quedar y mirarnos a los ojos sin que nada vaya más allá de la pura
amistad. De hecho, le he contado que he conocido a una chica en esa
aplicación y que hemos congeniado bastante. Ella parece que está
ilusionada con la noticia y siempre me insiste en que le cuente las
novedades. Me gusta poder hablarle de mis cosas, de mis amoríos y de mi
locura de Patricia en estado puro.
Mi futura nueva cita se llama Kesy. No sé bien si se pronuncia
queisi o quesi o kasi, por mucho que me lo diga a diario, así que acabé por
llamarla Quesito.
Quesito apareció hace tres semanas cuando vi su like en mi foto.
Salgo con unos pendientes monísimos que son canastas de baloncesto y ella
me dijo que ojalá pudiera marcarme un triple. Me hizo tanta gracia que
seguimos hablando y cuando vi las imágenes de su perfil decidí que no
estaría mal continuar el partido. Es morena, media melena y tiene unas
cejas tan perfectas que parecen esculpidas. Intuyo que esconde un cuerpo
definido y un bonito trasero; eso no se ve en las fotos, pero mi imaginación
vuela muy deprisa. No tiene hijos, no me habla de motos y no parece una
salida desquiciada. Creo que puede llegar a gustarme. Estoy ilusionada y
me apetece conocer más cosas sobre ella. Si fuera por mí ya habríamos
quedado desde hace tiempo, pero por unos motivos o por otros no ha
podido, hasta hoy. Esta tarde, por fin, mi Quesito y yo vamos a vernos.
Supongo que las excusas se le terminaron y ya no tiene más remedio que
acceder a mis súplicas; además, no pudo resistirse cuando le propuse quedar
en la puerta del cine Palacio de la Prensa de Gran Vía para ver ¿No es
romántico?, una película de las que me gustan. Me la aconsejaron en el
trabajo porque dicen que Rebel Wilson, la protagonista, les recuerda a mí.
Esto no sé si tomármelo como un alago.
Instagram: @yomariscal.escritora
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