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Yo las entradas,

tú las palomitas

Yolanda Mariscal
Derechos de autor © 2021 Yolanda Mariscal

Todos los derechos reservados

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con
personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni
transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de
cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.

Diseño de la portada de: Yolanda Mariscal


Para mamá y Jaime,
os quiero.
«Es una verdad universalmente reconocida que cuando un aspecto de tu vida empieza a
ir bien, hay otro que va desastrosamente mal»

El diario de Bridget Jones


Patri
Capítulo 1
Tengo treinta y cinco primaveras y estoy estupenda, pero por algún
motivo todas mis amigas se echaron novia y yo sigo soltera. Misterios de la
vida. Año tras año, he visto como ellas se casaban o planeaban un futuro
con alguien y yo, que soy un partidazo, me quedaba como siempre. A estas
alturas me apetece tener una pareja seria, de esas que te agarran de la mano
y te dicen: «Cariño, yo cojo las entradas y tú las palomitas». No estoy como
para exigir demasiado.
Soy una persona un tanto rara, o eso dicen todos, con unos kilitos de
más cogidos durante el último año y con un sentido de la moda que nadie
entiende. Asumo que soy peculiar y también un desastre, pero quien me
quiera tendrá que enamorarse de mi esencia, tal cual, sin intentar
cambiarme. Hoy me he plantado las zapatillas negras de esparto junto con
mi camiseta roja y el peto corto de brillos. Juro que este look se lo he visto a
una influencer de moda, y ella tenía millones de likes, pero si se lo pone
Patri es que está como una regadera y es más rara que un perro verde. Me
da igual. Con este atuendo me siento empoderada y me parece que esta
mañana soy la empleada de supermercado más espectacular que pueda
haber. Además, tengo la suerte de que no me exigen más uniforme que un
mandil, así que todos pueden ver a diario mi modelito de turno. Trabajo
reponiendo y cobrando a los clientes en Supermercados Delfín: una
conocida y humilde tienda del barrio de Vallecas, en Madrid. Es un sitio
muy grande con su charcutería, su pescadería, su carnicería… El súper del
barrio de toda la vida donde acude la misma gente cada día. Me lo paso
bien con lo que hago y conozco a toda la clientela, así que me considero
afortunada.
Alejandra, mi encargada, es la persona con la que mejor me llevo.
De pequeñas íbamos al mismo colegio y la vida ha hecho que nos volvamos
a juntar en este lugar. Ella es pelirroja, delgada, larga melena, pequitas en la
nariz y un bonito lunar en la mejilla. Es una chica que mezcla una gran
calma con un carácter de perros que siempre intento apaciguar con un poco
de humor. Las dos nos reímos mucho de todo. Tenemos una conexión
especial y, aunque ella es hetero, cuando éramos unas niñatas adolescentes
yo me moría por sus huesos. Ahora solo la veo como mi mejor amiga,
aunque a Ale le encanta picarme con las típicas bromas que se le suele
hacer a tu colega lesbiana.
—¡Patri! Hoy vienes estupenda. Porque tengo novio, que sino no te
escapas —me dice cuando entra por la puerta del súper.
—Qué guasona eres, Ale. Eres la única que aprecia mi estilo. Ojalá
venga una churri que esté cañón y piense lo mismo que tú, pero que sea de
mi acera, por favor.
—Cualquiera se fijaría en ti. Con ese cuerpo, esa cara y esa gracia
natural puedes tener a la mujer que desees —me dice agarrándome del
brazo.
—Deseo a Beyoncé —contesto.
—Rectifico. Puedes tener a casi cualquier mujer que desees.
—¿Insinúas que Beyoncé no se fijaría en mí?
—Claro que sí. Pero lo del idioma lo veo un problema. Tú no sabes
ni decir una frase en inglés.
—Yes, yes —bromeo. Los idiomas no son lo mío.
Nos da un ataque de risa y Alejandra, cuando consigue parar, me
mira a los ojos y me habla en un tono más serio.
—Patri, el amor te llegará cuando menos te lo esperes. Mírame a mí,
era una negada al compromiso y ahora estoy a punto de casarme con
Roberto —me susurra para que nadie más se entere de su noticia.
—¿Te casas? —pregunto sorprendida.
Roberto me cae mal. Es un chico moreno, alto, guapo y adinerado,
pero con una personalidad tan detestable que no pega nada con ella. Trabaja
como arquitecto y siempre que le he visto ataca a Alejandra por su
profesión: es muy clasista. Además, me parece celoso, posesivo y estúpido.
Vamos, una joya. No me puedo creer que se vaya a casar con él.
—Sé que le tienes manía, pero es un chico estupendo. Si le
conocieras más te darías cuenta. Nos casamos y serás la primera invitada.
Quiero que me ayudes a preparar algún detalle de la boda.
—Bueno, eso ya lo veremos. Es un mamarracho. No sé dónde
esconde lo estupendo —le digo con rabia.
—Patri, tenemos que buscarte una novia para que dejes de ser tan
cascarrabias —sugiere Ale mientras se marcha para continuar con su
trabajo.
—Estoy en búsqueda activa del amor, pero que no sea como el tuyo,
por favor.
Odio a tu novio y te odio a ti por querer casarte con semejante
chulo.

Hoy tengo turno partido. A medio día me voy con Alejandra al parque
para comernos un bocadillo de salchichón y después una ensalada: hay que
intentar guardar la línea.
—He encontrado una aplicación para que conozcas a chicas. Me he
tomado la libertad de abrirte un perfil. Espero que no te moleste. He puesto
una foto tuya donde sales con el guapo subido y, en seguida, han hablado
varias candidatas interesadas —me dice Ale casi sin respirar y ante mi
mirada de asombro.
—¿Cómo? ¿Estás loca? ¡Qué vergüenza! Yo te mato. ¿Cómo te
atreves? —le grito alterada mientras hago aspavientos con los brazos y
pataleo sin poder asimilarlo.
—No te pongas así. Además, esta tarde a las ocho y media tienes
una cita. Va a ir a buscarte a la puerta del supermercado.
—¿En la puerta del trabajo? ¿Y si es una loca o una asesina? —
vuelvo a gritarle.
—Si fuera eso yo estoy aquí. —Y me enseña la pantalla de su móvil
para que me crea lo que está contando.
—La madre que te parió… —digo resignada.
—Verónica.
—¿Tu madre se llamaba Verónica? Yo pensé que era Ana.
—No, tonta, tu cita se llama Verónica —contesta Alejandra riéndose
de mí.
—¡Encima no te mofes! Porque te quiero y sé que tu intención era
ayudar, que sino ahora mismo me iba y no me veías más el pelo —digo
intentando relajarme un poco.
—No exageres. Todo irá bien. Hoy has venido estupenda, así que no
te hace falta ir a cambiarte de ropa a casa. Por eso pensé que mejor que
viniera a buscarte, así no perdéis el tiempo y cotilleas qué coche tiene.
—Como sea una asesina en serie te arrepentirás toda tu vida.
—No creo. Ves demasiados programas de crímenes en la televisión.
Para que estés más tranquila te llamaré por si necesitas ayuda —dice
Alejandra mientras saca su ensalada tranquilamente.

A la salida del trabajo estoy hecha un manojo de nervios. Mi estilismo


está perfecto y, aunque luzco ojeras de oso panda provocadas por el
cansancio, espero gustar a esta chica y que ella también sea de mi agrado.
Durante las primeras horas estuve enfadada. No me gustan este tipo de
situaciones en las que no tengo las cosas controladas. Alejandra no hizo
bien, pero ya que tenía una cita decidí dejar de lamentarme y ver qué me
deparaba la noche.
—Suerte, tía buena —me dice Ale de forma cariñosa.
—Gracias. Esto es tu culpa, así que espero que salga bien.
—Que sí, pesada. Tú disfruta y si tienes algún problema me lo dices.
No debería de haberme metido así en tus cosas, pero seguro que algún día
me lo agradeces. Luego te llamo —me comenta mientras recoge para irse
del supermercado.
Me suena el móvil y enseguida supongo que es mi cita. La celestina
de Alejandra le dio mi número.
—Hola, Patri. Estoy aquí aparcada esperándote —me dice la tal
Verónica.
—Hola. Sí. Salgo ahora mismo. —Y cuelgo de forma brusca por la
vergüenza y nervios que estoy sintiendo en este momento.
Miro hacia los lados y no veo ningún coche en el que haya dentro
alguien. De repente, una chica me saluda desde una moto que hay justo en
frente. Lleva el casco puesto y otro colgando del brazo. Sí, la desconocida
viene en una moto enorme de color azul y pretende que yo me suba de
paquete en la primera cita.
—Encantada de conocerte, señorita motera misteriosa. Te esperaba
en otro tipo de vehículo —le digo para romper el hielo.
—Lo siento. Se me olvidó comentarte que venía en dos ruedas. He
pensado en llevarte a tomar algo a un sitio que me gusta y que está cerca de
aquí. ¿Te apetece? —pregunta con una voz muy sexi.
—Claro, vamos.
Me pongo el casco que me ofrece, me subo a la moto y me agarro a
la cintura de la misteriosa Verónica sin la seguridad de acabar siendo la
protagonista de uno de los capítulos de Crímenes sin resolver. Se me viene
a la mente la voz ronca del locutor narrando la introducción al caso:
«Patricia González acabó muerta en un oscuro callejón a manos de la
motorista sin rostro». Aún no he visto su cara porque no se ha quitado el
casco, pero ella a mí sí y no parece que le haya disgustado. Su cuerpo es
delgado, tiene el abdomen bastante duro y se nota que hace deporte. Lleva
un pantalón negro muy ajustado y una cazadora de cuero que me causa
morbo. Esto hace que me merezca la pena correr el riesgo.
Cuando llegamos me doy cuenta de que tengo pelos de bruja. Mi
bonito moño de hoy se ha echado a perder, pero consigo en dos
movimientos estratégicos volver a recomponerlo mientras me miro en el
ventanal del local al que vamos. Verónica se acaba de quitar el casco y está
guardándose las llaves en una pequeña mochila que lleva. Aún no me he
fijado bien en ella. Entramos y al momento noto un ambiente tranquilo que
me da buen rollo. Es de esos sitios que guardas en la lista de picaderos para
llevar a todos tus ligues y dejarlas impresionadas.
—¿Te gusta? Tiene una atmosfera especial. Además, la carta de tés
es exquisita. Si te apetece pedimos también una cachimba y pasamos el rato
—me dice mientras se despoja de su atuendo de motera.
Es entonces cuando veo bien su rostro: tierra trágame. Lo único que
tenía sexi era la voz y la cazadora. Tengo un gran problema. Lo malo de
quedar con una persona a la que nunca has visto es que pasen este tipo de
cosas. Me pregunto si Ale no vio una foto de esta mujer antes de lanzarme a
una cita. No es que sea superficial, pero necesito un mínimo de atracción
física para poder concentrarme en conocer a alguien con pretensiones
amorosas. Además, en lo primero que me fijo es en las facciones. Verónica
tiene la nariz enorme: de esas de las que dicen que tienen personalidad, por
no decir que son como un tobogán del parque acuático. Por otro lado, sus
ojos están más juntos de lo normal y sus mofletes, rojos y con algo de acné,
destacan como si fueran un semáforo cerrado. Las cejas es otro tema aparte:
las lleva salvajes. El rollo Frida está muy bien, pero es algo que nunca me
ha gustado, ni en hombres ni en mujeres. No puedo ser maleducada y, a no
ser que me saque un hacha para cortarme en pedacitos y tirarme al río,
tomaré algo con ella, charlaremos y me iré a casa en el metro.
—Bueno, Patricia, ¿qué me cuentas? Ha sido todo muy rápido para
quedar, pero lo prefiero así porque no me gusta lo de hablar por el móvil —
me dice la joven de mejillas coloridas.
—Te voy a decir la verdad. Ha sido mi jefa y amiga la que me ha
metido en este lío. No era yo la que te hablaba, pero ya que venías no me
importaba conocerte.
—¿En serio?
—No quería mentirte ha sido ella que…
—No pasa nada —me interrumpe—. Dale las gracias a tu amiga.
Eres muy guapa.
—Gracias. Tú eres muy… exótica —no podía decirle que era muy
fea.
—¿Te gustan las motos? —pregunta sin venir a cuento.
—No mucho. Soy más de coche.
—A mí me encantan, en especial las Harley-Davidson. Tengo una
pequeña colección. Algún día te las enseño.
—¿Y a qué te dedicas? —le pregunto para cambiar de tema.
—Soy mecánica. De motos, claro. Por eso te digo que es mi pasión.
El mes pasado me fui a Italia solo para recorrer sus calles con una Vespa
clásica. Era un sueño que tenía —dice Verónica.
—Interesante —le contesto cortante por su insistencia en las
motitos.
Los cuarenta minutos siguientes giran en torno al mismo tema y me
empiezo a agobiar, tanto que ya ni escucho lo que me dice. Desconecto de
su monólogo de dos ruedas y solo puedo fijarme en el arco de su nariz y en
cómo se le mueven las aletas mientras habla. Intento ser amable, pero la
chica es muy pesada y no hay manera de hacer que la conversación vaya
por otro lado.
—Perdona que te interrumpa. Voy al baño un segundo —le digo
para poder levantarme de ahí antes de que me dé un parraque.
—Claro, te espero. Ahora te sigo contando cómo conseguí arreglarle
el motor de la Scooter al vecino.
Sálveme quien pueda. Cojo el móvil y hago una llamada de
emergencia a Alejandra.
—Ale, no aguanto más. Esto ha sido idea tuya, así que haz lo que
sea para sacarme de aquí. Qué horror. La chica no para de hablarme de
motos. Ya no sé si estoy en una tetería o en una concentración del Circuito
de Jerez. Además, no me gusta el look Frida.
—¿Frida? —me pregunta confundida.
—¡Sácame de aquí, ya! —exclamo enfadada.
Vuelvo a la mesa y, cuando Verónica vuelve a la carga con su
aburrido monotema, Alejandra me llama. Me disculpo y contesto al
teléfono.
—¿Sí? No me digas… No me digas… Vale. Sí. No te preocupes que
voy ahora mismo —digo en una conversación falsa y sin sentido.
—¿Pasa algo? —pregunta mi cita.
—Lo siento. Una amiga ha tenido un problema y tengo que irme —
digo con todas mis dotes de actriz.
—¿Te veré otro día?
—No lo sé. No noto mucha conexión. Quizá como amigas… Bueno,
que ya te llamo yo si me apetece quedar, ¿vale? —le contesto mientras cojo
mis cosas y salgo de ahí deseando matar a Alejandra por el embolado en el
que me ha metido.
Capítulo 2
Estoy en el supermercado reponiendo la sección de galletas. Tengo tal
ansiedad porque venga Alejandra y expresarle mi enfado que me comería
todo lo de la estantería. A las nueve en punto entra por la puerta. No parece
muy contenta y su rostro refleja cierta tristeza, así que controlo un poco a la
fiera que hay en mí y espero paciente para hablar con ella.
—Hola, Ale —le digo cuando viene para indicarme el trabajo de
hoy.
—Patri, siento lo de ayer. Prometo no volver a hacer algo así sin
consultarte antes.
—No te preocupes, aunque debieron de pitarte los oídos de todo lo
que me acordé de ti —le digo de forma suave porque noto que no tiene un
buen día—. ¿Te pasa algo? Tienes cara de haber pasado mala noche.
—Ayer estuve hablando con Roberto sobre los preparativos de la
boda y discutimos. Fue una tontería, pero no he dormido bien. Ya sabes que
no le gusta que trabaje aquí. Se puso pesado con que lo deje y así pueda
centrarme por completo en organizar nuestro día —me contesta.
—Tu novio es un desgraciado, prepotente y machista. Ojalá te dieras
cuenta, pero estás cegada.
—Patri, déjalo ya. Cuando termines con esto pásate por el pasillo
cuatro para colocar la mercancía nueva —me dice con semblante serio,
resopla y se marcha.
Odia que le saque el tema de mi rechazo a su novio.
A la hora veo entrar a Roberto y, aunque estoy en la caja, pido a mi
compañera que me cubra y lo sigo. No me fio. Voy en paralelo a él por uno
de los pasillos y veo que se dirige a la puerta del almacén donde está
Alejandra comprobando unos pedidos. Desde donde estoy puedo
escucharlo. Habla bastante alto.
—Estoy harto de que te pases el día en este sitio —dice Roberto
dirigiéndose a su novia.
—Es mi trabajo —contesta Ale.
—Estarías mejor en casa. Tendrías tiempo de preparar todo.
Además, te pasas el día con la bollera esa y estoy cansado.
Me contengo para no salir y morderlo.
—No hables así de ella. Es mi amiga.
—¿Seguro? Porque trabajas con ella, comes con ella, te llama cada
dos por tres…
—Roberto, no me atraen las chicas. Patri nunca ha intentado nada
conmigo y lo que hacemos es lo que hacen todas las amigas. Trabajo porque
quiero y me gusta. Déjame ya en paz, que al final se van a dar cuenta los
compañeros.
—No te hace falta estar en este tugurio. Ya seguimos hablando en
casa —dice Roberto, y se marcha justo por el pasillo en el que yo estoy.
—Patricia, adiós —me dice de forma chulesca.
—Adiós, Roberto. ¿Todo bien?
—Todo perfecto. Por cierto, aunque Alejandra te invite a la boda por
mi parte no eres bienvenida. Solo irán familiares y amigos íntimos. Tú no
eres ni lo uno, ni lo otro —me comenta con voz baja y unas formas que no
me gustan.
—Lo que tú digas —contesto para que se aleje de mi vista.
No quiero que Alejandra se case con este tío, pero si ella me invita
él no tiene derecho a prohibirme la entrada. Es un homófobo y mala
persona, aunque parece que esto solo lo veo yo porque él tiene alrededor
una burbuja de éxito que le hace atractivo para cualquiera. Es un
mamarracho.
—¿Algún problema, Ale? —le digo cuando se acerca.
—No, todo bien. ¿Y tú? ¿Tienes alguna otra cita? —me cambia el
tema de forma radical.
—Con la de ayer me bastó. Ya te la devolveré...
—Pues… después de notar tu cabreo iba a eliminar tu perfil de la
aplicación de ligues cuando, de repente, escribió una chica que se llama
Nagore. Le di tu teléfono. No descarto que te llame. Si no quieres nada le
dices que no, pero me gustó para ti.
—¡Ay, por Dios! ¿Otra vez? Nada, chiqui, que tú me quieres mandar
a todos los despojos que quedan en esa cosa en la que me has apuntado.
Ahora Nagore. No me envíes a más, por favor, mejor me las busco yo por
otro lado.
—Vale, lo prometo. Esta es la última. Además, ya te borré de ahí.
Puse una foto tuya con mallas azules y la camiseta de rayas a lo Beetlejuice
y no paraban de mandarte likes. No me pude resistir con esta chica. Es
simpática y guapa —me dice poniendo su cara de perrito abandonado.
—Ese outfit es lo más, ahora entiendo todo. Lo que hay que hacer
para encontrar el amor… Espero, al menos, que no me llene la cabeza con
motos, ruedas y talleres mecánicos. Eres un caos como celestina y tienes un
ojo horroroso para las parejas, guapa —digo mientras sigo con mi trabajo.
Capítulo 3
Nagore me llamó a los dos días. Al principio me dio pereza quedar con
ella, pero esto es como comprar décimos para Navidad: no quieres porque
sabes que no te tocará nada; aunque, por si acaso, acabas comprando todos
los que te ofrecen. Así que, por si acaso es la chica de mi vida, hemos
quedado dentro de un centro comercial de Carabanchel, mi barrio.
Seis de la tarde. Es sábado y no me toca trabajar, por lo que he
podido tomarme mi tiempo en arreglarme para la cita. Vaquero pitillo de
color rojo, blusa de rayas, chaqueta morada y zapatillas de deporte blancas:
con esto arraso. Hemos acordado en que nos veríamos en la puerta del
parque de bolas para poder reconocernos. Al llegar no veo a nadie, salvo a
una mujer con dos niños que creo que está esperando para entrar. Estoy
nerviosa, me sudan las manos y no paro de mirar la hora de forma
impaciente.
A los diez minutos se me acerca la chica que aún estaba allí
plantada.
—Hola. ¿Eres Patricia? —pregunta mientras los pequeños no paran
de gritar a su alrededor.
—Hola. Sí. ¿Y tú?
—¡Vaya! Perdona, pero no pensé que fueras mi cita. Soy Nagore.
He venido con los niños porque no pude dejarlos con nadie. Espero que no
te importe.
—Nagore, llevo unos minutos viéndote, pero no pensé que mi cita
tuviera hijos.
—Sí. Tengo dos que, como puedes comprobar, no paran quietos ni
un segundo. ¿Entramos al parque de bolas?
—Vale… —le digo sin escapatoria.
Nagore es alta, delgada, con el pelo moreno y ondulado y unos ojos
verdes preciosos. Es una mujer muy atractiva; sin embargo, solo puedo
fijarme en los dos pequeños gritones que tiene al lado. La niña se parece a
ella, pero en bajito y con voz de pito, y el chico es rubio, con la piel muy
blanca y la boca llena de chocolate. Nagore me dice que tienen cinco y seis
años y que son un poco revoltosos, pero entre revoltosos y salvajes hay una
fina línea que ellos ya han cruzado. Debí recordarle a Alejandra que si me
buscaba a alguien fuera sin hijos, porque no tengo mucha paciencia con
ellos.
Nos sentamos en la cafetería del parque de bolas. Alberto y Carlota,
los monstruitos, salen corriendo para entrar los primeros en la jaula de
pelotas de colores.
—Me gusta tu estilo. Se nota que tienes mucha personalidad —me
dice Nagore.
—Gracias. Yo no te esperaba así. Eres muy guapa. —Uso un tono
alto para que pueda oírme entre tanto jaleo.
—Lo que no te esperabas es que tuviera dos nenes, ¿verdad? Son un
encanto, aunque los veas ahora así, hiperactivos.
—Claro. Un encanto —contesto sin ganas.
—El lunes tienen una excursión y están muy emocionados.
—Desde luego que nerviositos se les ve.
Nagore me atrae, pero es la típica madre que centra su tema de
conversación en los niños: colegio, padres de otros niños, cosas graciosas
que hacen o dicen los niños…, y mientras ellos dando vueltas pidiendo
chucherías, llorando porque su hermano le metió el dedo en un ojo y
exigiendo el móvil de su madre ante la amenaza de lloros y pataletas
inmediatas. A la hora me empecé a desesperar. Era difícil concentrarse en
ella.
—Estuve con un hombre durante siete años. Él es el padre, pero
vive y trabaja en Japón y solo los ve un par de veces al año, con suerte —
me explica Nagore.
—Entiendo. ¿Eres bisexual?
—No me etiqueto, pero ahora mismo estoy interesada solo en
mujeres. Tú me has gustado mucho desde que te he visto ahí esperando —
dice mientras roza mi mano con la suya y mis ojos se van de forma
instintiva hacia sus pechos.
—¡Mamá, mamá, mamá, mamá! Albertito me ha tirado una bola a la
cara —grita Carlota, la niña.
—¡Alberto, deja a tu hermana ya en paz, por favor! —exclama su
madre.
—Mamá, quiero ir a comer una hamburguesa —dice Albertito
haciendo oídos sordos a lo que su madre le está pidiendo.
—Ahora vamos, en un rato. Mamá está hablando con una amiga.
—¡Jo! Tengo hambre. Mamá, no quiero estar más aquí. —Arroja al
suelo el servilletero que había en nuestra mesa y me da un tirón en el pelo.
—Mamá, mira lo que ha hecho Alberto —dice ahora la niña chivata.
Y se pone a llorar.
La situación y mi paciencia va empeorando por momentos.
—Menudo estrés tienes que tener a diario, muchacha. No te aburres
con estos dos. Te acompaño en el sentimiento —digo sin pensar.
—Lo siento mucho. Entiendo si ahora mismo quieres salir
corriendo. Yo lo haría.
—Es lo que quiero hacer desde hace un rato, pero por ser educada
no sé cómo decírtelo —le comento con una aplastante, aunque divertida
sinceridad.
—Se me ha ocurrido una cosa —dice Nagore mientras se levanta y
llama a los niños con un movimiento de mano y un silbido, como quien
reclama a las ovejas.
Nos dirigimos a la planta baja del centro comercial. Allí hay una
sala especial en la que por un módico precio de diez euros la hora te
entretienen a tus cachorros con juegos, teatrillos y cuentos.
—Mamá, esto es un coñazo —dice Albertito ante el asombro de su
madre.
—Hijo, no sé quién te enseña ese vocabulario. ¡Joder! —contesta
ella.
Los dejamos allí una hora sin hacer caso a sus quejas y llantos y
sigo a Nagore, que no tengo muy claro dónde quiere ir. Salimos a la calle,
cruzamos una plaza llena de columpios y bancos con restos de cáscaras de
pipas en el suelo y en un par de minutos estamos en el portal de su piso.
—Qué casualidad que tú y yo vivamos tan cerca —le digo.
Las dos vivimos en Carabanchel y mi casa está a un par de paradas
de metro de aquí. No sé si esto será una suerte o una desgracia porque tengo
claro desde hace un buen rato que lo nuestro no va a fluir. Nagore es una
mujer sexi, con un buen culo y bastante simpática. Seguro que habría
muchas personas que no desperdiciarían mi oportunidad de conocerla más;
sin embargo, me ha hecho falta solo una tarde para darme cuenta de que la
vida que tiene no es lo que yo busco.
Subimos al segundo por las escaleras y me abre la puerta con cara
de mamá loba en celo. La casa es bonita, desordenada por todos los
juguetes que los niños tienen por el suelo, pero muy acogedora. Su gato
viene a saludarnos. Es un persa de color blanco bastante gordo y con cara
de pocos amigos.
—Este es mi otro niño. Se llama Caracol. ¿Quieres un poco de vino?
—me pregunta.
—Sí, gracias. Hola Caracol, minino guapo. —Me bufa al momento
y retiro la mano. Está claro que no me llevo bien con ninguna de sus
criaturas—. Me gusta tu piso. ¿Me has traído aquí para aprovecharte de mí
mientras que tus hijos no están?
—Te he traído aquí porque no paro de mirarte de arriba abajo y
necesito un rato a solas para decirte lo guapa que me pareces sin que me
interrumpan —susurra Nagore con voz sugerente.
Eso me suena a que aquí va a haber tema. Me agarra de la mano y
vamos hasta su habitación. La cama es enorme, con sábanas grises y cojines
rojos por todos los lados: cómo me ponen los cojines. Aunque no quiera
ninguna historia romántica con ella en estos momentos no puedo descartar
su proposición tan directa. Es una madre desesperada y no me importa ser
su desahogo por un día.
Me desnuda, tapa mis ojos con un pañuelo y me acaricia en sitios
que no sabía ni que existían. Mis demás sentidos se agudizan. Creo que está
usando una pluma y siento una mezcla entre placer y cosquillas. Me recorre
de arriba abajo y al llegar al punto más caliente se concentra en darme
placer con sus manos, su lengua y sus labios. Cuando me desato la tela y
puedo ver lo que tengo delante me pongo aún más cachonda. Sí, era una
pluma grande y suave y ahora ella la tiene metida entre sus pechos. El
cuerpo desnudo de Nagore de rodillas ante mí me deja sin habla. Me
incorporo, le agarro del pelo, devoro su boca y pongo todo mi empeño para
que sus gemidos se oigan hasta en el parque de bolas. Disfruto con su
humedad mezclándose con la mía y llegamos hasta donde estaba claro que
sería nuestro destino desde que cruzamos la puerta de la habitación. Al
acabar nos quedamos tumbadas unos minutos como si el tiempo se hubiera
detenido después del orgasmo.
—Me encantas, Patri. Me has dado muy buena energía desde que te
he visto.
—Pareces una buena chica —le digo y me pongo nerviosa. No sé
cómo decirle que esta será la primera y última vez que nos veamos.
—¿Estás bien? —me pregunta al darse cuenta de que me pasa algo.
—Bueno, verás. Es que tú y yo no creo que…
—Vamos, que te has asustado en cuanto has visto que voy en un
pack. Te lo noté en la cara, aunque también vi cómo me mirabas y por eso
te he traído aquí.
—Eres un cañón de mujer, pero siento que mi plan de vida sea
distinto —me sincero—. Esto tiene que quedarse en una aventura fugaz. Si
hay algo de lo que estoy segura es de que no quiero niños revoloteando
alrededor durante todo el día. Que sí que son muy monos, para ti, pero yo
bastante tengo con aguantar mi propio desastre. Imagino esos gritos a todas
horas y no sé si podría soportarlo —me sigo sincerando, quizá demasiado.
—Vale, vale. Lo he captado. Mejor yo me voy a buscar a mis hijos y
tú te vas por tu lado —me comenta enfadada mientras me señala la puerta
de salida.
—Sí. Me voy. Ya sé dónde está el camino, tranquila. Siento haberte
ofendido, pero no quiero mentirte ni que perdamos el tiempo —le contesto
a la vez que me visto y recompongo mis malos pelos.
Reconozco que mi forma de decir las cosas tan directas a veces
puede molestar. Tengo que trabajar en ello. Salgo de la casa y el olor a sexo,
a gato y a loba herida me acompaña por el camino.
Voy a hablar con Alejandra porque como celestina es un auténtico
desastre.
Capítulo 4
Alejandra se empieza a reír a carcajadas cuando le comento mi cita con
Nagore. Me alegro de verla tan feliz, pero la petarda no se da cuenta de los
ratos que me está haciendo pasar con sus horribles elecciones.
—¿Te das cuenta de que con la mala leche que tú tienes si yo te
hiciera esto me montarías un pollo enorme? —le recrimino.
—Ahora sé que no aguantas las motos y tampoco a los niños. ¿Algo
más que tengas que advertirme acerca de qué chica estás buscando? —dice
Ale con un poco de guasa y haciendo oídos sordos a mi pregunta.
—Yo creo que esas dos cosas ya las sabías, sobre todo lo de los
niños. Debe de ser que no me escuchas cuando hablamos. Lo mejor es que
dejes de buscarme ligues porque no das ni una.
—Quizá puedas conocer a alguien en mi boda, o en mi despedida de
soltera a la que, por cierto, quiero que vengas. Vamos a ir a una casita rural
en un pueblo de Toledo. No puedes decirme que no. Solo será un fin de
semana.
—Me encantaría no tener que celebrar que vas a perder la soltería.
Ya sabes que Roberto no me gusta para ti. Además, dudo de que a tu boda
vaya alguien homosexual, porque veo a tu futuro marido un tanto homófobo
—le contesto.
—¿Roberto? ¿Homófobo? Pero si es un chico muy tolerante y
abierto —dice sorprendida por mis palabras.
—No sé si es que no lo conoces o si él solo te enseña la cara que
quieres ver.
—Patri, no me hagas enfadar de nuevo. Acepta que voy a casarme
con él.
—Vale. Qué remedio. Iré a tu despedida de soltera —le digo
resignada.
En el fondo quiero ir, pero no me gustó como me habló Roberto la
última vez y no pretendo causar más problemas de los que ya tiene con él.
—¡Ah! Carmen, la chica de la carnicería, me dijo esta mañana que a
ver si te pasabas a verla. Le conté las anécdotas que he tenido buscándote
un rollito por la aplicación del móvil y me dijo que ella también es lesbiana
y que le llamabas la atención desde hacía tiempo.
—Alejandra, guapa, cuando te dije que quería novia no significaba
que estuviera desesperada por cualquiera que se me pusiera delante —le
digo sorprendida por su confesión.
—Ya lo sé, pero solo estábamos hablando y me saltó con esas. Qué
culpa tengo yo de que te vean irresistible, bombón. Además, parece una
chica muy interesante.
—Eres más tonta… Voy a la carnicería a ver qué me cuenta porque
no quiero estar todos los días evitando pasar por ahí. —Le echo una mirada
de asesina y me voy.
Carmen es una chica que entró a trabajar hace unos meses. Nos
hemos cruzado muchas veces y nos saludamos cordialmente, pero poco
más. Cuando llego a su sección está atendiendo a unos clientes. Tiene un
arte increíble para cortar filetes y maneja el cuchillo con mucha soltura. Me
mira de forma descarada. Seguro que sabe el motivo de mi visita. Es guapa,
muy delgada y con brazos tonificados por la fuerza que necesita para su
trabajo. Tiene el pelo rubio con melena muy corta y rapado por debajo.
Ahora mismo luce una coleta y deja ver toda su parte de la cabeza afeitada,
así que su aspecto es rudo y me la imagino como una empotradora nata. A
los diez minutos ya no tiene más clientes, se lava las manos y viene hacia
mí.
—Hola, Patri. ¿Te pongo algo? —me dice. Y con esa cara no sé si se
refiere a que si ella me pone cachonda o a que si me sirve algo de carne. A
lo primero le contestaría que sí…
—Me ha dicho Alejandra que querías verme. Aquí estoy.
—Sí. Pasa que ahora mismo no hay nadie y tengo un rato libre —
dice invitándome a entrar al almacén.
Cuando entro me encuentro un sitio impoluto. Parece un quirófano
de lo limpio que está y me sorprendo para bien.
—¡Vaya! Nunca había visto la trastienda de un sitio tan ordenado y
con este olor tan agradable.
—Me llaman Carmen, la Carnicienta. Me tienen todo el día
limpiando —dice sin vergüenza ninguna.
Me río a carcajadas porque su mote me hace mucha gracia y la
imagino entre terneras, pollos y paños con lejía.
—¿Y qué me querías decir, Carnicienta?
—No sabía que te gustaran las mujeres y hoy me he enterado por
Alejandra. —Hace una pausa y se muerde el labio inferior—. Soy muy
parada a la hora de entrar a alguien si no conozco con seguridad sus
preferencias sexuales, es algo que me da miedo; pero una vez que lo sé no
tengo ningún problema para atacar de forma directa. Me he estado fijando
en ti desde que trabajo en este supermercado. ¿Nos damos los teléfonos y
quedamos? —dice sin miedo y sin darme tiempo a reaccionar.
—Alejandra ha ido proclamando a voces que estoy teniendo citas
con chicas, pero no le hagas caso porque eso no quiere decir que vaya a
quedar con cada mujer lesbiana que me cruce —le comento un poco
violenta por la situación.
—Yo no soy una mujer cualquiera —dice mientras me arrincona
cada vez más en una pared—. Si quieres lo compruebas.
La Carnicienta es demasiado lanzada incluso para mí. Apoya su
muslo contra mi entrepierna y me agarra del pelo acercando sus labios a los
míos con una actitud muy provocadora. Su cara refleja una excitación
extrema y su actitud empieza a hacer que yo me sienta más receptiva. Esta
carnicera me está despertando mis instintos más juguetones. Su mirada es
fuego y, cuando ya no puede más, me besa de forma pasional, intensa y
haciendo que no haya espacio entre su piel y la mía. Me tiene presa contra
la pared. No hay nada que pueda hacer, salvo negarme a seguirle el rollo,
pero me dejo llevar. Una de sus manos baja a mi cintura mientras con la
otra me desabrocha el botón del pantalón. Cuando me doy cuenta está
dentro de mi tanga y sus dedos hacen presión sobre mi sexo. No me puedo
contener y gimo con fuerza, pero ella pone su índice sobre mi boca en señal
de que guarde silencio. Soy consciente de que si nos oyen podemos salir las
dos de ahí con la hoja de despido. Yo no la toco, en realidad no me deja,
porque ella es dominante y marca su propio ritmo. Acelera sus movimientos
y empiezan a temblarme las piernas. Se agacha y, sin dejar de tocarme, me
levanta la camiseta y empieza a pasar su lengua desde el ombligo hasta los
pechos. Toco su pelo con una de mis manos y en ese momento deja mi
entrepierna al descubierto para lamer mi clítoris hasta que llego a un
orgasmo que me hace poner los ojos en blanco. Respiro, me recompongo, la
miro y me doy cuenta de hasta dónde he llegado. Carmen es demasiado
para mí y esto solo ha sido la emoción del momento.
—Carnicienta, siento decirte que tengo que irme ya. Me he dejado
llevar, pero estas cosas a mí no me van. Chica, qué directa eres —le digo
con la intención de salir corriendo de allí.
—Me gusta ir al grano. Tú querías, yo quería… ¿Qué mal hay?
—No hay ningún mal, pero prefiero un poco más de delicadeza. Una
conversación, un algo. Pensé que querías conocerme, no follarme entre la
ternera y el pavo.
—¿Me das calabazas? —pregunta.
—Siendo Carnicienta es lo que toca, ¿no? —contesto mientras río y
me marcho.
Mientras ando por los pasillos buscando a Alejandra me siento rara.
Mi amiga parece más desesperada que yo en encontrarme pareja y lo
proclama a los cuatro vientos. Me da vergüenza que sepan que voy
quedando con mujeres en mi entorno laboral, y ahora acabo de empeorarlo
más. Espero que Carmen no se vaya de la lengua, de esa lengua tan
maravillosa que tiene. Me dio morbo, no lo puedo negar, pero nada más.
Últimamente tengo una vida sexual muy activa, y eso que lo que yo quiero
es una novia.
—¡Ale! —grito desde lejos cuando la veo.
Ella viene corriendo al ver mi cara de circunstancia y mis pelos
revueltos.
—¿Qué ha pasado? —dice cuando llega.
—No vuelvas a hacer que quede con nadie. He tenido un polvo
rápido con Carnicienta en un almacén.
—¿Carnicienta? —pregunta ella.
—Carmen, tía, Carmen. Esa chica te coge y te deja sin aliento.
Contra la pared, Ale, sin darme opción a respirar, ni a tocarla yo, ni a pensar
en nada más que en lo cachonda que me ponía. Para arriba, para abajo…
muy suelta estaba —le digo alterada.
Alejandra me mira y noto que no sabe qué decirme. Se queda de
piedra, como yo cuando pienso lo que acaba de pasar.
—Patri, pasillo nueve. Ve a colocarlo.
Es lo único que sale de su boca y es lo más apropiado que puedo
hacer ahora mismo: colocar la sección de productos de limpieza.
Capítulo 5
A las tres semanas estábamos en la casa rural celebrando que Alejandra
iba a contraer matrimonio con un ser despreciable. En este tiempo, por
supuesto, he tenido citas con varias chicas: María y Bea.
A María la conocí en un bar tomando unos pinchos con mi amiga
Eva y quedamos en vernos a solas al día siguiente. Era demasiado tímida,
tanto que me resultaba incómodo tener que sacar todo el rato tema de
conversación para evitar los terribles silencios que había. Me aburrí a la
media hora y supe que, aunque era buena chica, yo lo que estaba buscando
era alguien con quien tener una historia de amor y sexo digna de una
película romántica. Aquí ni romanticismo ni nada parecido. Solo me daban
ganas de bostezar.
Bea fue atracción física. Vi su foto por una red social. Me gustó su
cuerpo, su cara y su aparente vida ideal plasmada en imágenes perfectas.
Contacté con ella para intentar conocerla. No sé si las fotos serían de su
hermana o de su vecina la del quinto, pero de ella no. Se me presentó una
mujer bajita, con cara de pocos amigos, pelos de hippie trasnochada y voz
de pitufo gruñón. Un desastre de cita y una nueva pérdida de tiempo.
Ahora, en la despedida de soltera, hay una chica que me mira
mucho, pero no sé si es porque se ha fijado en mí o porque tengo algo raro
en la cara o en mi vestimenta: pantalón de chándal azul, camisa de rayas y
mis Converse blancas. Por otro lado, Alejandra está radiante y feliz.
Divertirse rodeada de sus amigas y ser el centro de atención le sienta genial.
El plan es sencillo: pasarlo bien sin ponernos penes en la cabeza. Vamos a
estar en esta casita de madera disfrutando con nuestra amiga y
aprovechando el jacuzzi, el jardín, las tumbonas y el buen tiempo.
El sitio es bonito. Tiene un estilo rústico en las paredes que me
recuerda a la choza del abuelo de Heidy, pero con acabados y muebles
modernos de IKEA. Es la típica casa que decoras pensando en alquilarla a
parejitas felices o a locas como nosotras: vale para todo. Hay tres
habitaciones con camas de cabeceros negros y luces tenues que ofrecen un
ambiente íntimo, un baño con azulejos de colores y todas las comodidades
posibles y una cocina grande con encimeras oscuras abierta a un salón con
amplios sofás y vistas al jardín. La imaginación se me pierde y, como a
veces soy un poco moñas, por un momento me quedo con la mirada perdida
pensando en lo bien que estaría aquí con alguna persona especial. No
saldría de estas cuatro paredes en una semana.
Cuando ya estamos todas instaladas ponemos música, cogemos unas
cervezas y salimos fuera. Hay un césped bien cuidado, un par de árboles
que dan sombra y una vaya bastante alta que impide que nos vean desde
fuera.
—Ale, como se suele decir: te casaste, la cagaste. ¡Un brindis por ti!
—dice Lucía, una de sus amigas.
Todas chocamos nuestros botellines y yo me acerco a Alejandra que,
de repente, se pone a bailar con la intención de que la siga y acabamos
marcándonos una escena estupenda a lo Dirty dancing. La chica que me
está observando desde hace rato sigue sin quitarme el ojo y no pierde
detalle de mis movimientos de baile. Me está poniendo nerviosa. Cuando
me retiro, después de los aplausos de las chicas que alaban nuestro
numerito, la pesada viene hacia mí.
—Hola. ¿Eres la compañera de trabajo de Alejandra? ¿Patricia? —
me pregunta.
—Sí, la misma. ¿Y tú? Vas a desgastarme de tanto mirar.
—Soy Ágatha, amiga de Roberto.
—¿Acaso el simpático de Roberto te ha enviado a vigilarme o algo
parecido? —digo en un tono alterado, ya que empiezo a intuir que esta
conversación no va a ser agradable.
—Me ha puesto en situación. Sé que no paras de tontear con
Alejandra y que no deberías de estar aquí. Espero que no vengas a la boda
—me dice Ágatha de malas formas.
—¿Perdona? Iré dónde quiera, chiqui. Además, Ale y yo solo somos
amigas. Dile de mi parte que debería de preocuparse más sobre cómo trata a
su prometida y menos en mí —le digo acercándome y en voz baja para que
las demás no nos oigan. Chasquido de dedos y media vuelta con meneo de
cadera.
No doy crédito a lo que acaba de pasar. Este tío es una auténtica
pesadilla y, por si no fuera suficiente tener que tragar con él para no perder
a mi amiga, ahora también me manda a sus matones. No entiendo que tenga
tantos celos de mí, es agotador.
—¡Patri! Ven a tomar el sol que ya te he puesto una tumbona por
aquí —me grita Alejandra desde el otro lado del jardín.
Ahí dejo a mi nueva mejor enemiga y me reúno con las demás.
Decido no contar nada de lo ocurrido porque no quiero estropear la fiesta, y
menos molestar a la protagonista. Cuando me tumbo para broncearme me
olvido de todo y disfruto del momento. A la novia, de repente, se le ocurre
sacar el protector solar y echarme un chorretón por la espalda ante la atenta
mirada de Ágatha, a la que dedico una gran sonrisa desde mi posición. Debe
de pensar que esto es una auténtica escena porno digna de contar a Roberto.
—¿Cómo van tus citas? —pregunta Ale mientras me acaba de
extender la crema.
—Es más probable que tu amiguita Ágatha quiera tema conmigo a
que yo encuentre una churri —bromeo.
—No es tan amiga mía, pero sí lo es de Roberto. Se nos ha acoplado
y no he podido evitar que viniera—contesta riendo.
—Esta es una despedida de soltera de lo menos convencional que he
visto. Sin diademas guarras, ni camisetas a juego, ni striptease de bomberos
macizos y, encima, la organiza casi en su totalidad la propia novia.
—Preferí tener todo más o menos controlado para saber que no
había nada que pudiera molestar a Roberto.
Una vez más me queda claro el control que este chico ejerce sobre
Alejandra, a la que veo débil y con poca personalidad.
—¡Vamos a la piscina! —grita una de las chicas tirándose al agua.
Las demás seguimos su propuesta y una a una acabamos todas
dentro, salpicándonos y haciéndonos ahogadillas. Alejandra me hunde a
mala leche hasta el fondo y la parte de arriba de mi biquini se desata. Me
quedo con mis grandes pechos al aire mientras intento no morir ahogada y,
para más desgracia, la cachonda de mi amiga saca una cámara acuática, que
no sé dónde tenía escondida, y me toma una foto con semejante estampa.
—Alejandra, ¡borra eso ahora mismo! Mis tetas valen mucho.
Debería cobrarte por fotografiarlas —le digo mientras recupero el sujetador
y me lo pongo.
—Lo bueno ha sido tu cara. Tus pechos se escaparon solos —
contesta Alejandra partiéndose de risa a mi costa.
Horas más tarde todas estamos dentro de la casa. Hay un par de chicas
tramando algún tipo de plan en la cocina, otras están bailando en una zona
del salón y las demás estamos sentadas en un enorme sofá que hay junto al
ventanal de la casa. De repente, una mujer aparece por la puerta con un gran
maletín y nos llama a todas para que le prestemos atención. El misterioso
plan era la visita de una profesional del tuppersex; algo que, por supuesto,
se preparó a espaldas de la protagonista de la fiesta.
—Buenas noches, chicas. Mi nombre es Mónica y hoy os voy a
enseñar unos cuantos juguetitos para que conozcáis otras formas de
disfrutar con vosotras mismas o con vuestra pareja. Alejandra, felicidades,
me han dicho que pronto vas a casarte, así que este regalito es para ti.
Mónica tiene ese tipo de belleza que te hace girar el cuello si se
cruza contigo por la calle. Es explosiva, guapa y con una voz de mando
muy sexi. Se acerca a Ale y le entrega un paquete con varios artilugios, que
dudo que vaya a usar con el arcaico de su pareja: esposas de peluche,
conjunto interior de cuero, dos consoladores con forma de pene,
succionador de clítoris y lubricante con sabor a melocotón. Su cara ante
semejante despliegue de cosas, que no ha visto ni en las películas, es digno
de grabar en vídeo.
—Chiqui, qué de cosas para alegrarte los bajos —le digo a la
maestra Mónica.
Oigo una carcajada general.
—Vamos a empezar una dinámica divertida para romper el hielo.
Coged cada una de vosotras un juguete de mi maletín y se lo dais a la
persona que penséis que más le gustaría —propone Mónica.
Todas cogemos lo que pillamos. Algunas cosas no sé ni para qué
sirven. Yo encuentro un vibrador que se coloca en el dedo y decido
regalárselo a Alejandra, porque todos los que le venían en su cesta eran con
forma de falo y quiero que tenga algo mucho más bonito. Es tan adorable
que me compro otro para mí.
—Mira, Ale. ¿A que es bonito? Te lo pones en el dedo, le das a este
botoncito y no necesitas a Roberto para nada —le digo mientras se lo
muestro.
—Nunca había visto nada parecido. Si mi novio ve esto me echa de
casa —contesta riéndose.
—Entonces que lo vea. Si te echa te acojo en la mía. ¿Quieres más
juguetitos?
En ese momento se acerca mi nueva mejor enemiga, Ágatha, y me
da un arnés con un pene enorme.
—Creo que este es el que mejor se adapta a ti. ¿Tú eres el macho de
la relación? —me dice con ironía y mala leche.
—Qué mona eres. A ver si es que quieres que lo use contigo. ¿Te va
el rollo duro o eres de sexo tranquilo? Es para saber cómo tengo que
empotrarte —le suelto con la vena del cuello a punto de explotarme por el
cabreo.
—Patri, no le hagas caso. Es una bromista —me dice Alejandra.
—¿Bromista? Yo creo que a esta no le quedan neuronas ni para
bromear.
De repente, suena el timbre de la puerta. Todas nos quedamos
paradas porque no esperamos a nadie. Unas dicen que puede ser la policía
por el ruido que estamos haciendo y otras, las que están más salidas, se
imaginan a un stripper vestido de mecánico sudoroso. Alejandra abre la
puerta y la realidad es otra totalmente distinta.
—¿Roberto? ¿Tú que haces aquí? —dice mi amiga con la cara
blanca.
Capítulo 6
La estampa de postal que está viendo Roberto en este momento es la
siguiente: una chica con una pinza en el pezón, otra agarrando unas bolas
chinas, un grupito mirando un consolador tamaño gigante de color rosa
fosforito, yo con el arnés en la mano que Ágatha me dio en un afán por
hacerse la graciosa y Alejandra con un vibrador en el dedo y los ojos
desencajados porque no se esperaba la visita.
—He venido a verte. Solo quería saber que estabas bien —miente
Roberto.
—¿Para ver si estaba bien? —contesta Ale—. Cariño, estoy
celebrando mi despedida de soltera. ¿Qué motivo puede haber para que yo
esté mal?
—Ya veo que mal no te lo estas pasando. ¿Qué clase de fiesta
asquerosa es esta?
—Solo estamos viendo unos juguetes sexuales. Algunas de las
chicas me han preparado un tuppersex como sorpresa.
—Alejandra, me han dicho que estabas con Patricia tonteando en la
piscina, haciendo fotos de sus pechos, echándole crema de forma…
digamos que demasiado cariñosa, bailando muy arrimadas y otra serie de
cosas que no me gustan nada. Para colmo llego y tenéis montado todo esto.
No me lo esperaba de ti. Coge tus cosas y ahora mismo te vienes conmigo.
Mi sangre hierve como una olla exprés.
—Oye, cavernícola, que Ale y yo no estamos haciendo nada de lo
que piensas. ¿Has traído espías a esta fiesta? —pregunto mirando a Ágatha,
que se va del salón como una cobarde.
—No me voy a ir contigo. Vete de aquí. No te aguanto. ¡No puedo
más! ¿Qué te crees que soy yo? No soy tu marioneta ¿Me oyes? ¡Fuera! —
le dice Alejandra, que parece que por fin ha despertado y empieza a darle
uno de esos prontos que ella tiene.
—Ya hablaremos en casa —termina diciendo Roberto. Y se va
dando tal portazo que casi hace la puerta giratoria.
—Pero este mandril ¿de dónde lo has sacado? ¡No vuelvas a verlo!
A partir de ahora esto ya no es una despedida de soltera, sino una despedida
de tu novio —le digo mientras agarro sus manos porque noto que está
temblando.
Alejandra se derrumba y se pone a llorar sin consuelo, como si su
mundo se hubiera venido abajo. Me cuesta ver a mi amiga así. Siempre he
sido bastante protectora con la gente a la que quiero, pero ella es un ser
especial. Es una chica buena, humilde, trabajadora, cariñosa y que siempre
está dispuesta a ayudar. No se merece esto.
Todas, menos Ágatha que se fue detrás de Roberto, nos quedamos
para intentar animarla. Mónica, la chica contratada para el tuppersex,
también se acerca y abraza a Ale mostrándole su apoyo.
Al cabo de un rato, Alejandra se retira a una de las habitaciones para
estar sola. Yo, que no quiero que se quede demasiado tiempo sin compañía,
la sigo para poder hablar más tranquilas.
—Anímate, que ahora vamos a poder salir a ligar juntas —le digo
con la intención de que se sienta mejor.
—Qué boba eres. Siempre me sacas una sonrisa. Yo quiero a
Roberto, ¿sabes? Sé que es un celoso y reconozco que últimamente la ha
tomado contigo, pero no lo juzgues.
—Si tú misma acabas de decirle de todo. Además, no es solo eso.
Veo que anula tu personalidad. Tu brillas, y cuando él se acerca a ti te apaga
la luz. Odia todo lo que haces, hasta tu trabajo.
—Eres un encanto, Patri. Estás a mi lado incluso cuando no estoy de
acuerdo contigo. No me extraña que mi novio tenga celos de ti —dice
mientras me mira con todo el cariño del mundo.
—No te pongas tontorrona que no eres mi tipo, a mí me va la chica
que nos ha traído penes de plástico. Qué morbo, tía —bromeo.
—¿Mónica? —pregunta.
—Mónica… Hasta el nombre suena morboso, ¿verdad? —contesto
con voz cachonda.
—No tienes remedio. Con lo majas que eran las chicas de las citas
que yo te conseguí.
—¿Cuál de ellas? La pirada de las motos, la de hijos poseídos o
Carnicienta.
—Hija, qué especialita eres —suspira Ale poniendo los ojos en
blanco—. Además de guapa —termina diciendo.
Salgo de la habitación en ese momento con una sensación rara,
como si hubiera algo en ella que no llego a entender.
Capítulo 7
Mónica aún está recogiendo sus artilugios de placer. Se muestra seria y
parece incómoda con lo ocurrido.
—Menudo día —le digo para romper el hielo.
—Si me llegan a decir que hoy pasaría todo esto no sé si hubiera
venido. Me ha dado mucha angustia la situación.
—¿Cómo vas a perderte este dramón? Ni en casa estarías mejor que
aquí —afirmo—. ¿Quieres una copa? —le pregunto mientras ya le estoy
sirviendo un ron.
—No estaría mal relajarse un poco.
Se sienta en el sofá de una forma muy sexi, como toda ella, y yo
empiezo a sacar mis armas de Patri. Unas armas que no suelo usar, pero
Mónica me parece muy interesante y, además, el alcohol que llevo en
sangre me ayuda a sentirme más desinhibida.
—Te cuento, guapa. Me has llamado la atención y he sentido la
necesidad de querer conocerte más desde que apareciste por la puerta, pero
cuando sacaste toda la artillería pesada mi mente se ha puesto también un
poco picarona —le digo sin cortarme.
—No te preocupes, me suele pasar. No me malinterpretes, no quiero
ser creída, pero en cuanto enseño todo este maletín la gente empieza a
imaginarse de todo sobre mí —dice la reina de los vibradores—. La verdad
es que tampoco soy una loba, ni nada parecido —concluye.
—Chiqui, es que con tanto placer guardado en una cajita es de
esperar. A mí se me dispararon las hormonas. Bueno, reconozco que
últimamente me hace falta poco para que se me disparen; pero las estoy
intentando controlar.
A estas horas ya no tengo vergüenza ninguna y no me cuesta
acercarme un poco más a ella para ver su reacción. En seguida veo que está
receptiva. Se sienta más cerca de mí y me mira a la boca de forma
descarada. Ahora sí estoy segura: esta chica también entiende. Aprovecho
esa mirada para besarla de forma dulce. No quiero que se asuste y prefiero
ser delicada con ella. Después de unos minutos de saborear su lengua y de
sentir el tacto de sus labios, me retiro para echar un vistazo alrededor. No
hay nadie, están todas en las habitaciones o en el jardín. Le muerdo el
lóbulo de la oreja, en ese punto que sé que no podrá resistirse. Doy un trago
a una copa de cava que había encima de la mesa y le paso el manjar para
que lo deguste a través de mí. La temperatura de la habitación va subiendo
y yo, que quiero ver lo que me depara el momento, me decido a quitarle la
chaqueta y a tocar con suavidad uno de sus pechos mientras sigo mi
recorrido por su cuello. Mónica se activa, quiere más, y empieza a
acariciarme de una manera que me vuelve loca. Esta chica se dedica al
placer femenino, y se nota. Una vez desnudas nos recostamos en el sofá,
pone su trasero sobre mi sexo y se mueve buscando el clímax de ambas. Es
puro fuego, y me quemo. Abro los ojos después de ponerlos en blanco al
llegar al éxtasis y veo a Alejandra: nos pilló.
—Mónica, nos acaban de ver. Espero que no seas vergonzosa. Será
mejor que nos vistamos ya porque esto ha sido una escena de cuatro rombos
y contenido codificado. Maravilloso —le susurro.
—¡Joder! Menuda escenita acabamos de hacer. Mira que yo vine
para trabajar… Bueno, ha sido algo digno de repetir. Contigo no he
necesitado juguetes —me dice al final en tono cachondo.
—Yo ya soy un juguetito —contesto con desparpajo y creyéndomelo
un poco.
Me levanto después de ponerme la ropa como puedo y voy a buscar
a Ale a una de las habitaciones. Esta sola y sentada en la cama mirando
hacia la nada.
—Hola, voyeur. Te has asomado en el momento más inoportuno,
picarona. Tú también tendrías que darle una alegría al cuerpo —digo para
quitarle hierro al momento incómodo—. Perdona, se nos fue de las manos
la situación —continúo disculpándome.
—No te preocupes. Iba a ir a la cocina y justo os vi. No sabía si
pasar o no. Al final has ligado en mi fiesta de despedida de soltera.
—Es verdad. Esto no me lo esperaba —digo riendo.
Alejandra se pone de nuevo a llorar.
—Tengo que ir a casa para arreglarlo con Roberto —dice
preocupada.
—No deberías, pero si es lo que quieres porque eres una cabezona
sin remedio a la que le va el sadomasoquismo… adelante.
De repente, recoge sus cosas y nos reúne a todas en el salón para
decirnos que podemos quedarnos, pero que ella se va a arreglar su relación.
Esta chica no aprende.
Salgo a la calle y le ayudo a cargar la maleta en su coche. Noto que
me mira embobada.
—¿En qué piensas? —le pregunto.
—En que si no hago algo estaré dándole vueltas durante días.
—Vale, Alejandra, lo entiendo. Si quieres ir a hablar con él adelante.
Sabes que siempre me tendrás ahí para apoyarte y si necesitas un poco de
cordura me llamas.
—No es eso. Bueno, no del todo.
—¿Entonces?
Se acerca, se vuelve a acercar más, me quedo mirando su lunar de la
mejilla y sus pecas de la nariz, que debido al sol son aún más visibles que
antes. Me agarra la cara con mucha ternura y me besa en la boca. Le
devuelvo el beso porque me pilla desprevenida, pero no sé cómo debo
reaccionar. Se mete rápido en el coche y arranca sin volver a mirarme.
¿Qué ha sido esto?
Capítulo 8
Han pasado dos días desde la despedida de soltera más rara de la
historia. Alejandra se cogió vacaciones, así que no la he visto por el trabajo
y tampoco se ha puesto en contacto conmigo. A mí si me pinchan no
sangro. Me quedé congelada cuando se despidió plantándome un beso en
los morros y así sigo: helada como un polo. No sé qué querría decir eso,
pero quiero pensar que fue la emoción del momento, la tristeza o la
búsqueda de cariño. Solo espero que el troglodita de su futuro marido no se
entere de esto porque si no ya puedo irme donde haya tierra y que me
trague. Lo mejor que puedo hacer para distraerme es no pensar, así que hoy
he quedado con Paula, una clienta del supermercado con la que hablo
bastante y que entre cartón de leche y paquete de patatas me dijo de ir a
tomar algo.
Es una chica agradable y con buen aspecto. Rubia, piel blanca, ojos
azul cielo y cuerpo de mujer a la que le gusta ir a correr cada mañana. El
único defecto que tiene para mí es que es demasiado joven, veinte años,
pero como me insistió bastante decidí aceptar. A nadie le amarga un dulce y
si le gusto ¿quién soy yo para decirle que mi edad y la suya no cuadran
mucho?
A la salida de mi jornada laboral nos vamos al Bar Virgi. Es uno de
esos bares con solera, hombres mayores jugando al dominó y la música de
la tragaperras de fondo, pero perfecto para tomar tapas de ensaladilla rusa y
alitas de pollo crujientes junto con una cerveza bien fría. Al principio la
conversación fluye en torno a su mundo de juventud y despreocupación.
—La semana pasada estuve con unos colegas bailando reguetón en
la plaza de Alonso Martínez. Se llevaron un altavoz y, oye, ni tan mal. Con
nuestras litronas y unas hamburguesas —me cuenta emocionada.
Bendita juventud.
—Yo estuve en casa viendo Y entonces llegó ella, de Jennifer
Aniston, con un cubo gigante de palomitas y mientras mi robot aspirador se
comía todo el polvo del suelo. Que no veas si acumulo porquería durante
toda la semana sin barrer. Es una maravilla. Lo programas y te limpia hasta
debajo de la cama. Y, oye, ni tan mal —le digo usando esa misma expresión
tan de modernos que se lleva ahora.
Aquí me di cuenta de que una se hace mayor cuando habla orgullosa
de lo limpias que deja las esquinas su máquina para aspirar.
—Vamos a hacernos un selfie para mi Instagram, que tengo a los
followers abandonados —dice mientras saca el móvil, me agarra por la
cintura y hace una foto sin darme tiempo a reaccionar—. Hashtag sonrisas,
hashtag alegría, hashtag buenos momentos, hashtag tapitas, hashtag mi
chica —me relata como si me importara.
—¿Hashtag mi chica? Un poco deprisita vas, guapa —le digo
sorprendida.
—Bueno, es que eso vende mucho. Ya sé que vamos despacio. Mira,
ya van cuarenta likes.
—Mátame camión —pienso en voz alta.
—¿Cómo? Ven, Patri, vamos a hacernos un tiktok —dice sin darme
respiro a tanta gilipollez.
—Claro. ¿Luego qué viene? ¿Un SMS? —pregunto aburrida en un
modo irónico que ella no pilla.
—¿Un SMS? Ja, ja. Tía, eso es de la época de mis abuelos.
—Oye, chiqui, que solo te saco quince años. Además, yo uso Tinder
y esas cosas —comento molesta.
Pone una música en el móvil y me dice que tengo que seguir unos
movimientos raros y algo absurdos que está haciendo una chica. Lo intento
para no parecer un cardo aburrido, pero lo único que consigo es ser ridícula.
El sentido del ritmo no es algo que me identifique. Los señores mayores no
nos quitan ojo y siento vergüenza.
Al rato me resigno y asumo que esto no funciona, y no es solo por la
edad. Cuando la veía en el supermercado no imaginaba que era una especie
de influencer tiktoker obsesionada con el móvil. No lo soporto. Hashtag
quiero irme de aquí.
—Paula, tengo que irme ya. Ha sido un placer echar un rato contigo.
Tengo cosas que hacer en casa: la plancha, limpiar los raíles de las
ventanas, doblar los calcetines y esas cosas que hace la gente de mi edad.
¿Nos vemos otro día por el supermercado?
—Claro, pero aún no te tomaste la cerveza. Te mando el tiktok, que
ha quedado muy gracioso.
—Sí, tengo que estar divina moviendo las manos como si tuviera un
problema grave en las articulaciones… Bueno, se me hizo tarde. ¡Hasta
otra! —Y me voy sin mirar atrás, porque si miro estoy segura de que me
planta otra foto.
De nuevo una cita fraudulenta. Y esta no me la ha buscado
Alejandra, he sido yo solita. De camino a casa me suena el móvil. Es la
chica del tuppersex.
—¡Hola, Mónica!
Capítulo 9
Mónica me propuso salir al día siguiente para continuar con lo que
dejamos en aquella casa. Yo pensé en el polvo que echamos en el sofá y no
pude negarme; además, es una chica con la que se puede hablar y eso es de
agradecer después de todos los bichos raros con los que me he cruzado
últimamente.
Después de una aburrida jornada en el supermercado, me apresuro
para llegar a tiempo a mi cita. Hemos quedado para ver una película en un
cine del centro de Madrid y, si todo va bien, cenar algo después.
A mi llegada, tarde como siempre, veo a Mónica esperándome en la
salida del metro. Viste blusa ajustada, cazadora vaquera y pantalones pitillo.
Tiene el pelo alborotado por el viento y los labios con un carmín color
rosado. Yo hoy no he prestado demasiada atención a mi indumentaria, pero
creo que no está tan mal: camiseta con estampado de la Pantera Rosa,
chaqueta verde con cuadros marrones y pantalón bien apretado estilo
mallas. En cuanto a las zapatillas, dudé entre las rojas o las amarillas, pero
este pedazo de look se merecía las de color pollito, sin duda.
Mónica me ve y sus ojos me hacen una revisión de arriba abajo. En
cuanto me acerco dudo si darle dos besos o plantarle un morreo. ¿Cuál es el
protocolo? Si lo pienso bien hace unos días estábamos comiéndonos la boca
como dos locas, pero no quiero parecer lanzada y opto por darle un abrazo
cariñoso.
—Mónica, qué guapa estás —le afirmo.
—Gracias, tú llevas un estilo muy… Patri —contesta—. Estás
increíble. ¿Te apetece ver la nueva de Will Smith? Es de acción.
—Vale… —contesto sin mucho entusiasmo porque odio ese género.
Lo mío son las comedias románticas, pero no voy a ser quisquillosa en la
primera cita.
Compro las entradas yo, pasamos al cine y Mónica me surte de un
arsenal de palomitas, chucherías y refrescos: como intuyo que va a ser un
tostón al menos me hincho a comida basura. A la media hora de un
argumento al que no estoy prestando nada de atención mi mano se
encuentra con la de Mónica dentro del cuenco de palomitas. Ella me mira y
me pongo nerviosa. Agarro su dedo meñique lleno de grasa y sonrío con la
cabeza agachada por la vergüenza. ¡Yo con vergüenza! Mónica me aparta el
pelo de la cara con su otra mano y eso hace que suba la mirada para verla.
Agarra mi barbilla y me da un beso tierno, dulce, con sabor a regaliz.
Quiero más, noto un cosquilleo entre las piernas; pero, aunque no teníamos
a nadie a los lados, no era plan de meternos mano ahí con Will Smith de
fondo pegando tiros.
A la salida fuimos a un sitio de comida americana que había a pocos
minutos de la sala de cine.
—¿Tienes hambre? Porque nos hemos puesto finas en el cine —le
comento a Mónica.
—¿Finas? ¡Ojalá! —dice sonriendo.
—A comida, ¡malpensada!
—Sí. Sigo con hambre. Hambre de comida y de ti, pero lo segundo
dejémoslo para más adelante —me suelta mientras vamos hacia el
restaurante.
—Eso en otro momento. No seas cochina. En la despedida de soltera
me pillaste un poquito contenta por el alcohol, pero yo soy una chica tímida
—le bromeo.
Al llegar pedimos mesa para dos en la puerta y nos acomodan en
una con butacas rosas al lado de la ventana. Es el típico sitio americano con
banderitas por las paredes, adornos de Hollywood y pantallas donde
retransmiten videoclips de cantantes de rap. Nos quitamos las chaquetas,
dejamos nuestros bolsos y nos sentamos. Al girar la vista hacia el lado me
encuentro con la mirada de Alejandra, que justo estaba cenando allí con el
asqueroso de su prometido.
—¡Hola, Patri! Qué casualidad —me exclama Ale sorprendida.
—¿Qué tal? No te veo desde la despedida. ¿Cómo estás? ¿Todo
bien? —pregunto sin importarme que Roberto nos esté escuchando.
—Sí. No he tenido tiempo de llamarte. Estoy aprovechando estos
días libres antes de volver al trabajo —me dice fría.
—Me alegro. Yo he venido con Mónica ¿Te acuerdas de ella? La
chica que estuvo enseñándonos todos los vibradores. ¿Sabes de ese tan
bonito que te gustó y que se ponía en el dedo? Lo hemos probado y es
maravilloso —digo mientras me doy cuenta de que estoy siendo un pelín
perversa, pero la presencia de este hombre mirándome con mala cara me
pone enferma.
Mónica me hace un gesto disimulado con la mano para que pare.
—Sí, sí. Hola, qué bueno verte otra vez —contesta Ale dirigiéndose
a mi cita.
—Que disfrutéis de la cena, chicos —dice Mónica algo nerviosa.
Roberto no saluda ni articula palabra, es un maleducado. Nosotras
cogemos la carta para ver qué pedirnos y a mí por momentos se me quita el
hambre. Me acuerdo de ese hombre entrando en la casa rural para hacer
pasar un mal rato a Alejandra, de ella llorando sin consuelo y de su beso
final que me dejó a cuadros.
Ordenamos costillas a la barbacoa, patatas con queso y fajitas, todo
para compartir. La cena es igual de amena que de insana y Mónica me
cuenta muchas anécdotas de su trabajo. No paro de sonreír para parecer la
chica más feliz del mundo, mientras por el rabillo del ojo me fijo en los
otros dos y compruebo que todo va bien. No sé por qué Alejandra siempre
ha despertado en mí un sentimiento de protección, sobre todo desde que
está con el mandril. Cuando solo nos falta el postre, y mi estómago está a
punto de explotar, Ale se levanta para ir al aseo y yo la sigo al momento
como si fuera su perrillo faldero.
—¿No deberíamos de hablar sobre algo? —le digo tocándole el
hombro antes de que entrara a la puerta del baño.
—Siento lo del otro día, no sé qué me pasó. Patri, no vuelvas a
contar esas cosas delante de Roberto. ¡Qué apuro!
—Lo siento, me puse nerviosa y ya sabes cómo soy. Hablo y hablo y
no hay quién me pare. ¿Estás bien con él?
—Sí. Después de la despedida arreglamos las cosas. Es muy celoso
y encima yo…
—¿Encima tú qué? —contesto para que suelte lo que quiere decir.
—¡Nada! No vuelvas a ponerme en estos compromisos delante de
Roberto —dice con ese pronto de poca mecha que tiene—. Voy a hacer pis,
que no aguanto más. Vuelve con Mónica. Parece buena chica. ¿Te gusta?
—Nos estamos conociendo y de momento todo va bien. Tiene las
cejas bonitas y sabe decir dos frases seguidas —suelto para hacerla reír,
como siempre, y apaciguar su carácter.
—Patricia, estás madurando. ¡No le ves nada malo a una de tus
citas! —me dice aguantando la sonrisa.
—Venga, tonta, que al final te haces pis encima y yo paso de verlo.
—Qué suerte tiene… —dice suspirando. Se encoge de hombros y se
mete al baño.
Mi cara vuelve a ser un poema y empiezo a dudar de que a esta
chica le pase algo conmigo.
Cuando nos comemos el postre decidimos irnos a casa de Mónica.
El ambiente con Roberto y Alejandra se estaba poniendo raro, con miraditas
que no me gustaban, y preferí estar a nuestro aire para que no hubiera
ningún problema. Mónica vivía a unos veinte minutos de allí, así que
fuimos dando un agradable paseo.
—¿Alguna vez has tenido algo con tu amiga? Me parece que te
miraba casi como yo lo hago —me pregunta.
—¿Y cómo me miras tú?
—Con deseo, con ganas, con ilusión de conocerte —contesta
Mónica.
—Interesante —digo ruborizándome—. Solo es mi amiga, aunque
empiezo a pensar que está confundida. No se encuentra bien con su novio y
yo la he apoyado mucho. Puede que esté viendo en mí el cariño que le falta
con el ser de las cavernas que tiene como prometido.
—Veo que Roberto no es de tu agrado —dice riéndose.
—¿Tú crees? ¡Qué va! Le tengo mucho cariño al gilipollas.
—Ya, ya…
En ese momento nos paramos en seco. Mónica me indica que ya
hemos llegado a su casa. Subimos al segundo piso y al entrar veo un
apartamento muy bonito. La cocina está abierta al salón, como en la casita
rural, y aunque es un sitio pequeño tiene muy bien aprovechado cada
espacio. En una de las estanterías hay muchos libros de temática sexual y
me recreo la vista entre portadas con vulvas y penes. La mente me vuela
pensando en la cantidad de cosas que podría enseñarme, pero enseguida
vuelvo a la realidad cuando Mónica viene de la cocina con dos copitas de
vino blanco y me invita a ponerme cómoda en el sofá.
—Tienes una casa muy cuqui —le digo mientras doy sorbitos
pequeños al vino para parecer más fina de lo que soy.
—Es muy pequeña, pero para mí sola es suficiente. Me empeñé en
vivir en esta zona, así que una cajita de zapatos era lo único que medio me
podía permitir.
—Yo con mi sueldo en el supermercado me podría permitir el cuarto
de la basura que tienes abajo del portal.
—Cuando quieras puedes venir a mi casita de muñecas. Estaré
siempre encantada de tenerte por aquí. Y de jugar —dice mientras me mira
la boca con descaro.
—¿Quieres que sea tu Barbie? —pregunto usando el humor para
que no note lo mucho que me está intimidando.
—Claro, mi Barbie conjuntitos.
—¿Eso es que te gusta cómo visto?
—Eso es porque me gusta quitar la ropa a las muñecas.
Me vienen los calores como si estuviera en plena menopausia, o al
menos eso dice mi madre que le pasa; pero mi fuego sube desde abajo y me
tiemblan las pantorrillas. Con Mónica me encuentro bien, es una chica muy
atractiva y me gusta sentirme deseada cuando me mira con esos ojos de
profesora sexual. El silencio se apodera del momento. Ninguna de las dos
articula palabra, pero no me resulta incómodo porque ambas sabemos lo
que nos apetece. ¿Por qué no?
Me quita la ropa de forma suave. Yo ayudo, sobre todo con el
ajustado pantalón, y al momento nuestros cuerpos se pegan como imanes.
Su piel es suave y su figura, aunque delgada, tiene las curvas perfectas para
marear a cualquiera. Al besarme tira sensualmente de mi labio inferior con
un mordisco de mujer hambrienta. Saboreo ese segundo y juego con mi
lengua entrelazándola con la suya en un baile perfecto de caricias húmedas.
Sus manos expertas se posan en mi trasero ejerciendo la presión justa para
que mi excitación suba de intensidad. Empiezo a volverme loca y, cuando
eso pasa, sale la Patri loba y no me puedo controlar. Acerco aún más su
cuerpo contra el mío y paso una pierna por encima de su cadera. De esta
forma mi sexo queda expuesto para que ella tenga total libertad de
explorarlo. Tantos libros, juguetes y charlas tienen que tener sus frutos, y yo
tengo la suerte de comprobarlo. Introduce sus dedos en mí y toca con
movimientos suaves un punto mágico. Siento espasmos y empiezo a
moverme buscando el placer que quiero en cada segundo. Mis gemidos
deben de oírse hasta en la acera de enfrente, pero en este momento solo me
importo yo y lo que esta mujer venida del cielo me está provocando. Al
final, un intenso orgasmo recorre mi cuerpo y me lleno de ganas de empezar
a jugar con el suyo. Decido bajar allí donde el calor se concentra y beso
toda su humedad durante tan solo unos segundos. Ella está tan excitada que
se deja ir y cierra sus piernas soltando el suspiro de la felicidad. Mi profe de
cosas cochinas, mi musa de los juguetes eróticos…
Mónica es divina.
Capítulo 10
Han pasado unos días desde que me encontré con Alejandra en el
restaurante y hoy vuelve al trabajo. Estoy nerviosa porque no he vuelto a
saber de ella y, teniendo en cuenta que charlábamos a diario, es una
situación rara para mí. Me gustaría hablarle de Mónica y que me diera su
opinión, como siempre, pero las dos veces que nos ha visto juntas todo ha
acabado en una escena que no llego a comprender. Sino fuera porque es
hetero y tiene un prometido al que quiere diría que siente algo por mí. Hace
años que le tiraba la caña de vez en cuando porque, lo admito, es una chica
muy guapa; pero siempre ha sido un juego sano y yo tenía asimilado que
ella no podría fijarse en alguien como yo. Cuando conoció a Roberto y
empezó a salir con él no volví a tener ese tipo de bromas con ella. Es por
eso por lo que tanto me chirría que este chico me tenga esa rabia
desmesurada. Solo somos amigas, buenas amigas. ¡Si hasta me ha buscado
citas! ¿Cómo puede pensar que tengo algo con su futura mujer? Es un
celoso compulsivo.
Cuando veo a Ale entrar al almacén la persigo a través del pasillo de
las conservas. Con las prisas le doy a un bote de aceitunas negras sin hueso
y caen al suelo. Alejandra se gira y me ve.
—Patri, ¿qué tal? Luego tendrás que ponerte en caja, que hoy no ha
venido Vicente —me dice ante mis ojos llenos de asombro de que esas sean
sus únicas palabras hacia mí.
—Claro, bonita. Yo luego a la caja que se me da de maravilla
despachar rápido —contesto enfadada. Empiezo a hartarme de su actitud.
—¿Te pasa algo? —me dice.
—¿A mí? Estoy de maravilla, estupenda, divina, pletórica. ¿Y a ti?
¿Algo que contarme?
—Nada. Ten cuidado con el bote de aceitunas, no lo pises —dice
mientras se gira y sigue su camino.
Está rara, muy rara. Y mira que yo, al ser también un poco peculiar,
entiendo a este tipo de mujeres; pero en estos momentos se me escapa de
las manos. No tengo ni idea de qué mosca le ha picado, pero debe de ser
grande.
A la hora del descanso nos encontramos, sin haberlo planeado, en el
parquecito donde solíamos comer. Alejandra viene hacia mí y me muerdo el
carrillo al pegarle un bocado al bocadillo de queso que tengo entre las
manos. Veo que tiene cara entre triste y avergonzada.
—Hola. Se me había olvidado darte esto —dice mientras me entrega
un sobre.
—¿Qué es? —pregunto sorprendida y disimulando el dolor del
mordisco. Lo abro y veo la invitación de boda—. Gracias, allí estaré.
—Puedes venir con Mónica, si quieres. O con alguna otra
acompañante, pero te veo bien con ella.
—Ya te dije que de momento somos amigas. Me gusta, pero solo
nos estamos conociendo. Aun así, no descarto ir con ella.
—Os conocéis muy íntimamente, ¿no? —me pregunta.
—Sí. Nos hemos acostado varias veces si es a eso a lo que te
refieres. Ale, ¿qué te pasa?, ¿qué más te da? Tú misma me has estado
buscando citas. ¿Es porque esta no me la has mandado tú?
—No es eso —responde.
—¿Entonces?
—Tengo dudas —me dice con la mirada perdida en el suelo.
—Dudas de qué.
—Quiero a Roberto, pero no sé si me hace bien. Además, a veces
me siento culpable porque creo que tiene razón en cuanto a los celos que
tiene hacia ti —me suelta ante mi cara de tonta y un trozo de pan que se me
cae de las manos.
—Ale, espera que trago porque voy a ahogarme. Me acabas de dar
la invitación a tu boda. Una invitación en la que sale un muñequito, una
muñequita y que dice: «Ven a nuestra boda de ensueño» Y ahora me estás
contando esto. ¿Sientes algo por mí y no me lo has dicho nunca?
—No lo sé. Es lo que intento decirte. Me he dado cuenta de que
cuando quedas con chicas y la cita te va fatal a mí me hace mucha gracia y
no me importa. La cosa cambió cuando te vi con Mónica en mi despedida
de soltera y luego en el restaurante. Noté una complicidad que a mí me
molestó. ¿Soy lesbiana? —me pregunta nerviosa.
—Y yo qué sé, Ale. Lo que eres es un poco tonta —ironizo—. En
serio, creo que estás confundida porque Roberto no es un chico para ti. No
te da el cariño y respeto que necesitas. Y yo, que soy tan buena persona,
guapa y agradable, te he confundido.
—¿Tú crees?
—Me tiré años tonteándote con bromitas y nunca me diste pie a
nada, más allá de seguir el cachondeo. Aclara tu cabecita, pero no te cases.
—¿Qué se siente cuando te acuestas con una mujer? —pregunta.
—Ahora me vienes de heterocuriosa. Te aseguro que se siente más
de lo que tú notas con el mandril de tu prometido. Anda, tira para el trabajo
ya que me tienes hartita con las preguntas.
—Deja de llamarle mandril —me dice enfadada.
—Es un animal muy bonito, no te enfades. Y toma la invitación,
porque después de lo que me has contado no te casarás…
—Sí, me caso. O no. Estoy confusa, Patricia, ¡confusa! —contesta
gritando y se marcha.
Me quedo mirando hacia la nada, perdida en mis pensamientos. Es
una situación demasiado difícil de creer para mí. La conozco desde hace
mucho tiempo, antes era mi mejor amiga y no había opción a más, y ahora
me salta con que está confundida. No lo veo claro. Si tuviera otro novio no
estaría así, pero con ese cualquiera se volvería lesbiana de la noche a la
mañana.
De repente, un mensaje en mi móvil.

Mónica_14:36
Esta noche he quedado con unas amigas para ir a tomar algo y
bailar. Ya sé que no es fin de semana, pero hay que salir de la rutina.
¿Te apuntas, muñeca?

No tardo ni un minuto en contestarle que sí.


Capítulo 11
Zapatillas rojas, pantalones de pinzas verdes, camisa blanca
transparente: estoy que arraso. Me pongo los pendientes de bolitas, la chupa
de cuero y salgo corriendo para coger el metro y llegar hasta el bar que
Mónica me ha indicado. Llego tarde, como siempre, pero no me preocupa
porque ya está acostumbrada a mi desastre y parece que le gusta.
El bar se llama Escape y está en Chueca. Es una discoteca, pero
ahora, un miércoles, tiene un rollo más tranquilo.
—Patri, estás estupenda —me dice Mónica al verme. Y me da un
morreo que me deja sin aliento—. Ven, que te presento.
Casualidades de la vida entre su gente está Eva, que es una de mis
mejores amigas. Es increíble que compartamos círculo de bollos con lo
grande que es Madrid.
—¡Evaaaaaaaa! —grito como una loca ante el gesto de asombro de
Mónica.
—Patri, qué sorpresa. Mónica me estaba diciendo que iba a venir un
rollete suyo, que era muy guapa, que nos iba a sorprender… y ¡eres tú! —
exclama.
—El mundo es un pañuelo —contesto abrazándola.
Mónica me presenta a sus demás amigas, Virginia y Aurora, y
vamos a pedir unas copas a la barra. Después, Eva me aparta a un reservado
para ponernos al día y hacerme el típico interrogatorio cotilla.
—Qué fuerte que estés con Moni —me dice.
—Nos estamos conociendo. —No sé la de veces que he tenido que
decir esta frase durante la semana.
—Te ha metido la lengua hasta la campanilla, eso es que os conocéis
bien —comenta riéndose—. Por cierto, va a venir Alejandra. Hoy la vi en el
supermercado y me dijo que tenía que darme su invitación de boda, así que
le propuse que se pasara también a tomar algo. Estará por llegar.
—Madre mía…
—¿Qué pasa?
—Ya te contaré, pero está rara conmigo. Últimamente me da la
sensación de que siente algo por mí y no sé qué pensar. Me dio un beso —
confesé.
—¿Cómo? ¿Estás de broma? ¿Y Roberto?
En este momento Alejandra aparece por la puerta. Su semblante es
serio, y más cuando ve que Eva no está sola y que la compañía no es la
esperada.
—Ale, qué bien que hayas venido. No te dije que estarían más
amigas. ¿Te importa? Patri ha sido también una sorpresa para mí. Estamos
todas. ¡Qué bueno!
—Maravilloso —digo con pocas ganas al ver la expresión que sigue
poniendo Alejandra.
Ellas dos se quedan hablando y yo me voy con Mónica a beber y a
bailar. No le he hecho mucho caso desde que he venido, pero aun así me
mira con pupilas brillantes de deseo.
—¿Qué le pasa a mi muñequita? Tienes a todas tus mejores amigas
por aquí y además cuentas con mi presencia, pero estás con cara triste.
—Hay un ambiente feo con Alejandra y no me imaginaba que
estuviera aquí. Vamos a la pista y así me despejo —le pido cogiendo su
mano y llevándola hasta el centro de la discoteca.
Muevo la cadera como las locas mientras que Mónica intenta seguir
mi ritmo, pero no hay por dónde cogerme. Soy arrítmica y tengo un estilo
propio hasta para bailar. De repente, suena una bachata y mi querida experta
sexual se dispone a enseñarme los pasos.
—Pin, pan, pin y culetazo; pin, pan, pin y culetazo —me dice para
que me quede con el ritmo.
A mí solo me sale: pin, pan, pin, pin y sacar culo como puedo.
—Patri, que esto no es reguetón —comenta Mónica riéndose.
La beso con ganas porque me parece tierna, sexi y divertida y al
abrir los ojos veo cómo Alejandra me observa desde lejos. Me recuerda a
cuando nos pilló en su despedida de soltera. Mónica también se percata de
la situación.
—La cosa con tu amiga se está volviendo rara, muy rara. Deberías ir
con ella. Quizá está preocupada por la boda y necesita de ti. Parece
confundida.
—¿No te importa? —le pregunto como si ella fuera mi novia.
—Para nada. No te preocupes. Patri, tú y yo de momento solo
salimos y nos divertimos. Prefiero que esté todo claro antes de que
pudiéramos sentir mucho más la una por la otra. Habla con ella y dile de mi
parte que como nos siga mirando de esa forma nos va a taladrar —dice
acercándose a mi oído para que pueda escucharla bien.
Me armo de valor y voy con paso firme a ver qué le pasa a la rarita
de mi amiga, que en estos momentos está hablando con Eva y ofreciéndole
su horrorosa invitación de boda.
—Chicas, siento la interrupción. Te la robo un momentito, ¿vale? —
le digo a Eva para poder estar con Alejandra a solas.
—¿Qué pasa? —pregunta Ale cuando cojo su mano para que
salgamos fuera.
Una vez en la calle, donde podemos hablar más tranquilas y sin
tener que gritarnos al oído por la música, le indico que nos sentemos en uno
de los bancos que hay en la plaza de Chueca. Hay silencio, demasiado para
la zona en la que estamos, y esto hace que use un tono bajo.
—Alejandrita, vamos a dejarnos de tonterías. No te cases. ¿Cómo
voy a presentarme ahora en tu boda sabiendo lo que sé? Esta mañana saliste
corriendo diciendo que estabas confundida. Quiero ayudarte —digo
nerviosa porque no sé cómo va a acabar esta conversación.
—Bésame.
—¿Cómo? —digo con los ojos como platos.
Tras esto empiezan a sudarme las manos, mis piernas tiemblan y la
boca se me pone seca como un zapato.
—Bésame —repite—. Con pasión, con ganas, como besas a
Mónica.
—Alejandra, estás como una regadera. Si me llegas a decir esto hace
años me lanzo a tu boca de lleno, pero estás comprometida y confundida.
¿Quieres usarme para saber qué coño te gusta?
—¿Puedo? —pregunta inocentemente.
Suspiro y me controlo para no hacer lo que me está pidiendo y lo
que en el fondo deseo. Además, Mónica está aquí y no soy tan irrespetuosa.
Recuerdo cuando Alejandra y yo íbamos al mismo colegio. Con catorce
años se me empezó a despertar la curiosidad por las mujeres y poco a poco
comprendí que mi orientación sexual era otra. Por aquel tiempo estábamos
casi todo el día juntas y a mí me atraía, pero el miedo a perderla hizo que ni
siquiera le dijera que yo era lesbiana. Seguí tonteando con chicos, pero sin
ningún interés, era solo una actuación para ocultar mis gustos y por tener el
mismo tipo de experiencias que contar que ella. Al final, a los diecisiete
años y a punto de terminar el instituto, le confesé que a mí lo que me
gustaban eran las mujeres. Ella me apoyó e incluso bromeaba con el tema;
no se sorprendió tanto como yo pensaba y me recriminó el no habérselo
contado antes. Con el tiempo nuestros caminos se separaron porque las
vidas de ambas empezaron a tomar rumbos distintos. Alejandra se cambió
de barrio, empezó a estudiar en la universidad y conoció a nuevos amigos.
Yo di tumbos entre cursos que no me llevaban a ningún sitio y trabajos
esporádicos en todo tipo de empresas. A los treinta años empecé como
reponedora en el supermercado y nos encontramos de nuevo. Ella fue mi
mejor amiga y el amor oculto de mi infancia, pero aquello ya estaba más
que superado. Al principio me gustaba tontear de forma sana con ella y eso
le divertía, pero no había ningún tipo de intención detrás. Nunca imaginé
que llegaría un día en el que ella me pidiera un beso en un banco de la plaza
de Chueca, y menos cuando está a punto de casarse.
—Patri, te has quedado colgada. Resetea. Te he dejado muerta, lo sé.
Soy lo peor —me dice después de estar unos minutos en mi mundo sin
contestarla.
—No eres lo peor. Estaba pensando que siempre has estado ahí para
apoyarme. Que nuestros caminos se separaron y que el destino los volvió a
juntar. Que eres una amiga maravillosa… y que estás confundida. —Miro a
mi alrededor como buscando las palabras que me faltan y continúo—. Te
juro que te besaría ahora mismo y que nos iríamos de aquí si hiciera falta,
pero no quiero que mañana te arrepientas. Aún me estás diciendo que vas a
casarte. ¿Qué sentido tendría?
—Tienes razón. Tengo que centrarme y solo estoy confundida. Soy
ridícula. Soy absurda. No tengo remedio. No tiene sentido nada de lo que
hago —contesta cabizbaja y llenándose de mala energía con cada palabra
que suelta, a punto de que se le crucen los cables y salga ardiendo su
cabeza.
—Alejandra, no sé si te gustan las mujeres, pero lo que sí sé es que
Roberto no es para ti y que tienes que replantearte tu vida.
Al momento se levanta, zanjando así la conversación, y se va hacia
la discoteca. No quiere seguir hablando. Noto que cuando nombro a
Roberto el tema le incomoda. Odio que lo defienda.
Cuando entro, Mónica me mira desde la distancia con carita de pena
porque quiere que vuelva para estar con ella.
—¿Todo arreglado? —me pregunta.
—No. Alejandra está con dudas. Se me está volviendo lesbiana, ¿te
lo puedes creer? No sé si quiere liarse conmigo porque soy su amiga bollo
de la infancia, y la presa más fácil para poder probar, o si en realidad le
gusto. Aquí hay mucha plancha, Mónica, demasiado jaleo para mi cabeza.
—¿A ti te gusta? —me pregunta.
—Hace años sí. Era la típica mejor amiga por la que al final llegas a
sentir algo, pero ahora no. Esto me ha pillado desprevenida —le digo sin
saber si es verdad o mentira lo que le estoy argumentando, porque dudo de
si aún tengo dentro esos sentimientos de cuando éramos muy jóvenes.
Durante el resto de la noche Alejandra me evita, así que yo me
concentro en estar con las demás chicas y pasarlo lo mejor posible mientras
bailo sin coordinación y canto las canciones a destiempo y a grito pelado,
porque así soy yo. Sobre las dos de la madrugada, decidimos que ya está
bien de tanta fiesta y nos vamos. Virginia y Aurora se van por otro lado para
coger el autobús nocturno. Mónica, Eva, Alejandra y yo trazamos una ruta
para que un taxi nos vaya dejando a cada una en su casa.
—¿Dónde os llevo? —dice el conductor.
—Al cielo, señor, o a donde haya más fiesta —contesta Eva,
perjudicada por todas las copas que se ha bebido.
—Perdone a mi amiga, no hay quien la aguante ahora mismo —digo
como representante de todas mis amigas borrachas—. Vaya por Gran Vía y
ahora le indico.
La primera en bajarse por proximidad es Mónica.
—Adiós, muñequita —me dice al salir del coche asomándose a mi
ventana, ya que ella estaba sentada en el asiento del copiloto.
—Muñequita. Ja, ja —dice Eva y su cogorza—. La Barbie cajera
eres. No, no, la Barbie zampa bollos. —Y saca la cabeza por la ventanilla
para vomitar.
Después de la escena más bochornosa de la noche decido que,
aunque demos un poco más de vuelta, Eva será la siguiente en quedarse en
su casa. No la soporto más, y mira que la quiero. Media hora después, y tras
aguantarla berreando canciones sin vocalizar, llegamos.
—Adiós, amigas, os quiero mucho. Os amo. Barbie conjuntitos,
gracias por venir. Me encanta la pareja que haces con Mónica y cómo os
coméis la boca.
—Venga, pesada, a dormir la mona. Mañana hablamos —le contesto
empujándola del taxi para que salga.
—Hasta luego, Eva, que descanses —grita Alejandra desde el
coche.
Esto es justo lo que no quería. Al final nos hemos quedado Ale y yo
solas en el taxi. El hombre que conduce tiene pinta de señor antiguo, de los
que van a los toros, fuman puros y huelen a coñac del malo. Tiene puesta
música de Isabel Pantoja, Rocío Jurado, Lola Flores y demás cantantes del
folclore español y da golpecitos con los dedos en el volante al ritmo de lo
que para él serán temazos. La situación no puede ser más rara y hay un
silencio incómodo entre ella y yo. El viaje me está resultando eterno. Suena
Se me enamora el alma y, de repente, noto su mano posándose en mi pierna.
No hago nada, no me muevo ni la miro, casi ni respiro. El taxi tiene una
mampara de seguridad entre los asientos delanteros y los traseros, así que
eso da un poco más de intimidad e imagino que es lo que hace que
Alejandra no tenga vergüenza para continuar acariciando mi muslo hasta
llegar a zona peligrosa. Intento concentrarme en la canción para distraerme,
pero no ayuda mucho.

El fuego está encendido.


El fuego está encendido.
El fuego está encendido.
La leña arde,
arde.

«La que arde soy yo, señora Pantoja», pienso. Ale está mirando por
su ventana y yo voy cambiando entre observar el paisaje y observar el
recorrido de su mano, que ahora está ejerciendo una presión acalorada en
mi entrepierna. Estoy en shock y, para colmo, hay tráfico por un accidente
en la autovía según anuncian por los letreros luminosos de uno de los
túneles que estamos atravesando. Mi hasta entonces mejor amiga me
desabrocha el botón del pantalón con una destreza asombrosa. Siento que
me ruborizo porque la humedad de mi ropa interior es evidente y ella lo
debe de estar notando en este momento. Pongo mi mano sobre la suya en un
intento de que pare o de que siga, no lo tengo muy claro. Ella no se achanta
ante mi contacto y acaricia mi clítoris suavemente con la yema de sus
dedos. Esto hace que se me escape un gemido que intento disimular a
continuación con una carraspera fingida. El tráfico va fluyendo, estamos
cerca de Carabanchel y queda poco para que yo me baje primero. Ale retira
su mano de mi interior y yo inspiro, expiro y suspiro porque estoy
demasiado cachonda como para mover las piernas y salir de este torturador
coche.
—¿Quieres que subamos a tu casa? —pregunta Alejandra.
Dudo, me echo las manos a la cara, me abrocho el pantalón como
puedo para no perderlo y entrego treinta euros al taxista.
—Quédese con el cambio. Ya es la última parada —le indico sin
fijarme en el contador para saber cuánto me tendría que devolver.
Salimos del taxi con algo de torpeza y sin hablarnos. Mi respiración
está agitada y no encuentro las llaves en el bolso.
—¿Te ayudo? —me dice Ale.
—No, ya está. —Encuentro las llaves y abro el portal.
Para subir a mi casa tenemos que coger al ascensor, lo que me pone
muy nerviosa. Al entrar le doy al botón del piso cinco, subo la mirada y me
encuentro con los ojos llenos de deseo de Alejandra. Se apoya contra mí y
pulsa el botón de parada. Por un momento siento pánico. Soy un poco
claustrofóbica, pero se me olvida cuando empieza a besarme de una forma
apasionada, sexual e irresistible. Su lengua tiene la suavidad que solo otra
mujer puede ofrecerte y su aroma a ron se mezcla con mi sabor a cerveza
provocando un cóctel explosivo. Mi jefa y amiga tiene una expresión que
para mí es nueva: de cachonda, de morbo y de ganas. De un movimiento se
quita su blusa y la tira al suelo. Desabrocha mi camisa transparente y deja a
la vista mi sujetador negro de encaje y mi piel blanca, que transpira por el
calor del momento y del pequeño habitáculo. Me acaricia los pechos y
vuelve a besarme con ganas, con furia, con llamaradas de deseo. Yo no la
paro, no puedo ni quiero, mi nivel de excitación va aumentando por
momentos y decido usar también mis manos para tocarla. Tiene la piel
suave y llena de lunares que parecen marcar el recorrido de una ruta hasta
su pubis. Quiero meter mi mano en sus bragas, pero ella me lo impide
haciendo que suba mis brazos para, a continuación, morderme el cuello
provocando en mí una mezcla de placer y dolor. Gimo, suspiro, quiero más.
—Alejandra, ¿esto está bien? —pregunto con voz que suena a
teléfono erótico.
—¿A ti qué te parece?
—A mí… mmm. A mí lo que tú digas me parece perfecto ahora
mismo —dice mi yo cachondo.
Me desabrocha el pantalón por segunda vez en la noche y, debido a
su holgura y a la ligereza de la tela, cae al suelo por sí mismo. Yo también
quiero quitarle el suyo, pero no me hace falta porque ya lo hace ella solita
como si de un streptease sin música se tratase. En este momento el ascensor
parece el probador de una tienda de ropa en hora punta, pero ¿quién soy yo
para ponerme tiquismiquis?
Aprieta su cuerpo contra el mío haciendo que note hasta el más
mínimo vello erizado de su piel. Coloco mi mano en su trasero metiéndola
por dentro de su ropa interior y disfruto, porque ella no se opone. La acerco
aún más a mí y sigo besándola sin descanso. Ella se aparta un poco,
dándome un respiro, me mira fijamente y baja su mano haciendo un
caminito desde mi ombligo hasta mi sexo. Al llegar a mi vagina acaricia los
labios con delicadeza y disfruta, mientras yo muerdo mi propio puño para
no gritar y que acaben viniendo los bomberos. Introduce sus dedos sabiendo
lo que hace y haciendo presión en el punto exacto de mi interior, a la vez
que excita mi clítoris con el pulgar. Yo me dejo llevar porque la situación
está llegando a un punto en que lo único que puedo hacer es gritar como
una loca y llegar hasta el infinito y más allá, y es lo que hago. Grito, me
dejo llevar, siento espasmos en las piernas y consigo un orgasmo digno de
darle un premio a esta muchacha por su dedicación hacia mí.
—¿Estáis bien? Ya he llamado al técnico de urgencia porque
escuché ruidos y vi que el ascensor no funcionaba.
Tierra trágame. Es la voz del portero que se ha debido despertar ante
tanto escándalo y piensa que es una emergencia.
—No hace falta, señor Mariano, creo que ya funciona —digo
mientras aprieto el botón de marcha del ascensor.
La cara de Alejandra es un poema y la mía me la imagino igual. Nos
ponemos la ropa con la rapidez de un rayo en el corto camino que falta
hasta llegar al quinto, mi piso. Yo no atino con los botones de nada y ella se
ríe ante la situación. Mientras, mi vergüenza va creciendo al pensar en tener
que explicar esto mañana al portero del edificio.
—Patri, te has puesto la camisa del revés y por eso no puedes
abrocharte los botones —me dice Ale con cara de guasa.
—Buena observación —contesto.
Abro la puerta de mi casa y me veo reflejada en el espejo de la
entrada. Mis pelos están alborotados como si un vendaval me hubiera caído
encima, llevo las bragas metidas en un bolsillo y el resto de la ropa no sé ni
cómo me la he puesto, pero nada más entrar me la vuelvo a quitar porque
esto no ha terminado aquí. Quiero hacer disfrutar a Alejandra como ella lo
ha hecho conmigo en ese ascensor que me elevó al cielo.
—Ale, ven —le digo mientras cojo su mano y la llevo a mi cama—.
Ahora vamos a hacerlo de la manera tradicional: en un colchón.
—¿No te has quedado saciada? —pregunta.
—Me he saciado yo de mí, pero ahora lo que quiero es saciarme de
ti.
De nuevo se desnuda y yo me pongo encima sentada en su sexo para
notar la humedad que aún desprende. Me muevo buscando su placer y, a la
vez, yo vuelvo a ponerme cachonda. Estoy teniendo otro pequeño orgasmo
solo de ver cómo disfruta y, cuando noto los espasmos de su abdomen, me
bajo de su cuerpo y me dirijo hasta su vagina para besarla, lamerla y
provocar con mi lengua su llegada al clímax. Todo esto ha sido una
auténtica locura.
—Madre mía… —dice.
—Sí, qué bien te parió —contesto y la abrazo para quedarnos
dormidas en un placentero sueño.
Capítulo 12
Amanece y los rayos de sol rebotan en mis ojos haciendo que me
despierte. Quedan dos horas para entrar a trabajar y tengo resaca. Me suele
pasar siempre que trasnocho mucho y me despierto pronto, aunque no haya
bebido alcohol. Mi amiga Eva me dijo una vez que eso era por la edad.
Cuando teníamos veinte hacíamos lo que nos daba la gana, nos
acostábamos a las tantas y al levantarnos estábamos más frescas que una
lechuga, como si nada hubiera pasado. Ahora todo lo que hacemos nos pasa
factura al día siguiente.
A mi lado está Alejandra, aún dormida, sin tener todavía la
consciencia suficiente para darse cuenta de lo que ha pasado en esta cama y
en el ascensor. Ese bendito ascensor. Lo que me recuerda que tendré que
enfrentarme a la vergüenza de encontrarme con el señor Mariano, el
portero. Me estiro, vuelvo a echar un vistazo a la belleza que tengo al lado y
voy a la ducha. Mientras el agua cae por mi cuerpo empiezo a arrepentirme
de lo sucedido por las consecuencias que puede tener. Alejandra es mi
amiga de la infancia, mi actual jefa, la chica que va a casarse con Roberto y
la heterosexual reconvertida en una fiera lésbica. Que el desagüe de esta
ducha me trague para no tener que hablar con ella, porque no sé ni qué
decirle. También se me viene a la mente Mónica. Tengo que contarle lo
sucedido y reconocer que tenía razón cuando decía que Alejandra me mira
como lo hace ella: como lo hace alguien que no es solo una amiga.
Salgo del baño y voy a la habitación con la toalla puesta en la
cabeza y el albornoz color rojo flamenca para afrontar la situación que me
espera. Soy fuerte, soy capaz, soy Patri: la reina de los momentos
bochornosos. Puedo con esto y con mucho más.
—Ale, ¿quieres desayunar? Si quieres nos hacemos unas tostadas
con mermelada y hablamos sobre…
Al llegar a la cama me doy cuenta de que no está, ni ella ni su ropa.
Busco en el salón, en la cocina, en la terraza y hasta en el pasillo. Alejandra
se ha ido sin decirme nada, ni una nota, ni un mensaje al móvil. Yo
armándome de valor y resulta que la cobarde es ella. Será mamarracha.
Desayuno, me visto con un look de mujer empoderada y bajo los
cinco pisos por las escaleras para no tener que volver a ese ascensor con
olor a sexo.
—Señorita Patricia, espero que pudiera salir bien del ascensor.
Lamento que se parara a esas horas, aunque dudo de que usted también lo
lamente —dice Mariano cuando me lo encuentro en la portería del edificio.
Con sus palabras me doy cuenta de que por algún motivo sabe o
sospecha lo que ahí dentro ocurrió. Noto el rubor desde las mejillas hasta
los dedos de los pies.
—Hola. No sé por qué se paró, pero afortunadamente lo pude
solucionar rápido y llegué sana y salva. Gracias por preocuparse —contesto
mirando al suelo para no tener contacto visual con él.
—Claro, claro… Yo me alegro de su buena relación con los
ascensores. Que tenga un buen día.
Maldita sea, este hombre sabe lo que pasó allí. Mis gritos debieron
oírse hasta en el cuarto de la basura. Qué vergüenza. Para colmo, al salir del
portal me tropiezo con el escalón y me tuerzo el tobillo. Hoy me puse
tacones, y yo nunca los llevo, así que ando como un pato mareado. ¿Quién
me mandaría a mí elegir este calzado justo hoy?, pero yo muy digna
continúo como si no me doliera nada. Menudo día me espera.
Consigo llegar al trabajo y al entrar veo a Alejandra de frente. La
impresión me lleva a hacerme daño al torcerme el tobillo una vez más de la
forma más patosa posible. Putos tacones.
—Alejandra, qué rápido te fuiste —le digo con la dignidad que me
queda.
—Tenía prisa —contesta y se da la vuelta para irse.
Será seca la tía. Me folla en el ascensor y ahora me ignora. Estoy
cansada de tanta tontería. Entro a la sala de empleados, cojo de mi taquilla
unas zapatillas, que por suerte guardo, y me cambio el torturador calzado
culpable de mi doble esguince de hoy.
Durante el resto de la jornada lo único que oigo de ella es su voz al
hablar desde el micrófono para llamarme a cajas en varias ocasiones.
—Señorita Patricia, por favor, acuda a la caja tres —dice mi amiga-
amante-jefa por cuarta vez en el día.
Estoy cabreada, me siento mal conmigo misma y con esta situación
tan incómoda.
En la hora del descanso voy directa hacia ella.
—¿Eres tú la que buscaba que pasara algo entre nosotras y ahora no
vas a hablarme? No te creía tan cobarde —le digo sin rodeos ni anestesia.
—Patri, voy a casarme. ¿Vendrás a la boda?
Que me parta un rayo y mis cenizas caigan sobre un río y me
arrastre la corriente a los infiernos. No me lo puedo creer. ¿De verdad me
está diciendo esto?
—No sé si me estás tomando el pelo. Tan borracha no estabas como
para no acordarte de lo que ha pasado hace unas horas en mi casa. Por
cierto, la vergüenza de hablar con el portero esta mañana ha sido mía, pero
la idea de darle al botoncito de parada para comerme viva fue tuya.
—Vale. Tienes razón. Es que no sé qué decirte. Me he levantado
pensando en Roberto, en que sus celos al final no eran inventados, en la
boda ya casi preparada… Me he agobiado —dice con la cabeza agachada.
—¿Entonces? —pregunto confundida.
—¡Que dejes el tema! —Se le hincha la vena del cuello—. Quiero
que esto quede entre nosotras y que lo borres de tu mente. No digas nada a
nadie, por favor. Te pido que vengas a la boda porque sino tendría que dar
mil explicaciones de por qué mi mejor amiga no ha estado ahí. Además, me
sentiría rara si no estás. Si no quieres venir lo entenderé.
—Ya veré lo que hago. Me voy, guapa, saludos a tu Robertito —le
digo con enfado, sarcasmo y rabia.
Capítulo 13
—Mónica, tengo que contarte algo —le digo por teléfono nada más
llegar a casa.
—¿Qué pasa, muñequita?
—Ayer, cuando nos fuimos solas en el taxi, Alejandra me metió
mano y yo no me resistí. Acabamos acostándonos, por decirlo de alguna
manera. Lo siento. Bueno, ya sé que no somos novias, pero me sentí con la
necesidad de decírtelo y…
—Sabía que a esa chica le pasaba algo contigo —me interrumpe—.
Patri, esas miradas no eran de amiga.
—Yo…
—Me molesta, pero no porque lo considere un engaño, sino porque
con esto confirmo que no tienes claro tus sentimientos y así no me apetece
conocer a nadie —sentencia con una voz que deja ver su disgusto.
—Lo entiendo. La he cagado —digo con angustia.
—No te preocupes. No me enfado, en serio. No tengo nada que
reprocharte, pero no me apetece seguir hablando ahora, ¿vale? Cuídate. —Y
me cuelga, aunque acepto que necesite su espacio para digerirlo.
Mónica es una chica maravillosa. Su punto fuerte es la comprensión
que siempre ha tenido conmigo. En el fondo me arrepiento porque quedan
pocas personas como ella, pero una vez hecho el daño no quería ocultárselo.
Ahora me toca asumir las consecuencias.

Durante los siguientes días Alejandra se sigue mostrando esquiva


conmigo. Lo único que hace es mandarme las tareas que sabe que más odio
y que antes nunca me asignaba por la relación de amistad que nos unía:
limpiar los congeladores del pescado, promocionar productos por los
altavoces como si fuera una feria, ofrecer los cupones descuento y hacer
caja al final del turno. Mi colega ahora se había convertido en la causante
de mi ansiedad.
—Patricia, por favor, un niño ha vomitado en el pasillo siete. Ve a
limpiarlo —me dice con voz de bruja amargada.
Lo que me faltaba ya. Oigo cómo el resto del personal del
supermercado cuchichea a mis espaldas, y es que lo que antes recaía en
ellos ahora lo hace de lleno en mí y se están dando cuenta de que algo pasa.
Cojo la fregona, la lejía, los guantes y me dirijo hasta la zona del altercado,
pero me encuentro con Alejandra y paro en seco para decirle cuatro cosas.
—¿Voy a tener que comerme todos los marrones asquerosos de este
sitio? Yo no soy el saco al que puedas golpear para aliviar tus miedos de
lesbiana reprimida que va a casarse con un gilipollas homófobo —le grito y
me quedo a gusto.
Su cara se vuelve blanca y luego roja por la vergüenza de observar
cómo varios clientes giran sus cuellos como lechuzas al escuchar mis
palabras. No contesta ni reacciona. Alargo el palo de la fregona con la
intención de tocarla y ella, en un movimiento rápido, lo coge, tira de él
acercándome y me habla al oído.
—Al almacén, ahora mismo —me ordena.
Tiene la vena del cuello muy gorda. Miedo me da.
Andamos de forma rápida y yo voy dando zapatazos como si fuera
una marcha militar. Estoy enfadada, muy enfadada. No entiendo su actitud
y como siga así soy capaz de desheredarla como amiga.
—¿Qué ha sido ese espectáculo en medio del supermercado? Te
recuerdo que trabajo aquí y, por si se te había olvidado, soy tu encargada —
me dice con chulería y prepotencia.
—Te recuerdo yo a ti que soy tu amiga, aunque creo que esa palabra
hace días que se quedó atrás.
—Vete a la mierda y olvídame —me grita—. Ya te dije que estaba
confundida y me equivoqué. Por favor, que nadie se entere. No vuelvas a
decir esas cosas en alto. Te han oído varios clientes y a saber si algún
empleado chismoso —termina diciendo mientras se da la vuelta y se pone a
llorar de forma desconsolada.
Alejandra se sienta en el suelo y empieza a hiperventilar. Lo que
menos quiero es que le pase algo por esta situación y me pongo nerviosa al
verla.
—Ale, respira con tranquilidad o te vas a marear. Prometo no volver
a ponerme así delante de la gente. Oye, tonta, venga no te desmayes ahora
porque como tengamos que ir al hospital estás hecha un asco, seguro que
hasta llevas las bragas de abuela.
Consigo que Alejandra se ría y se vaya tranquilizando poco a poco.
Ella siempre ha sido una chica tímida, aunque con carácter. El ponerla
contra las cuerdas ante la gente ha debido de ser demasiado, pero yo
tampoco me merezco este trato por su parte porque no es solo mi culpa lo
que pasó la otra noche.
—Voy a dejar este trabajo, no puedo más. Lo agradecerás porque
soy consciente de que te estoy amargando los días. Intento apartarte de mí
para que sea más fácil evitar esto que siento y lo estoy haciendo mal.
—¿Haces todo esto para que me aleje? Haberlo dicho y me hubiera
ahorrado limpiar los congeladores del pescado con ese olor tan asqueroso.
Yo me voy lejos y no me ves más el pelo —digo sabiendo que mis palabras
no son verdad, ya que despegarme de ella para mí no es tan fácil.
—Esta tarde entrego mi carta de despido. Patri, va a ser mejor así.
Necesito olvidarme de ti porque yo quiero a Roberto y esto ha sido una
auténtica locura. ¡Yo no soy lesbiana! —me grita con la respiración agitada.
—Que no eres lesbiana… ya… ¿entonces eres bisexual? —
pregunto.
—No.
—¿Pansexual?
—Que no.
—¿Demisexual?
—¿Qué? —contesta confundida.
—¿Acosadora sexual en taxis y ascensores?
—Estás loca —dice riéndose al fin.
—Loca no. Lo que tengo claro es que heterosexual del todo no eres.
Me da igual las etiquetas, pero a ti las mujeres te gustan, estoy segura.
—No sé si me gustan las mujeres.
—Entonces serás patrisexual —digo con recochineo.
—Eso me gusta más, pero voy a casarme y no puedo anular todo por
algo que no sé lo que es. Amo a Roberto.
—Qué pesada eres, hija —digo suspirando de aburrimiento por lo
que siente ante ese hombre.
—No le digas nada a Mónica. Yo no lo haré. No quiero que la
pierdas, se os veía muy unidas.
—Ya se lo he contado, no le quería mentir. Siempre ha pensado que
sentías algo hacia mí, así que no le ha pillado por sorpresa. Ya no quiere
seguir conmigo, pero quizá es mejor así. Se me removieron mis
sentimientos, esos que tenía hace años atrás y que no eran correspondidos
porque a ti no te gustaban las mujeres —confieso con miedo.
—¿Vuelves a sentir algo hacia mí? —me pregunta.
—Me gustó lo que pasó entre nosotras, así que no puedo negar que
siento hacia ti cierta atracción sexual; pero tu rechazo no hace nada más que
enfadarme y no dejo que mi cabeza piense en algo más profundo. Esto es
para mear y no echar gota.
—Alejandra, por favor, acuda a caja siete para una devolución —
dicen por los altavoces del supermercado.
Ale se levanta, se seca las lágrimas y yo le ayudo a recomponerse el
pelo y los ojos para disimular su estado. Tiene un mechón que le cae con
gracia sobre sus pestañas y se lo coloco por detrás de la oreja. Se queda
mirándome y nos fundimos en un abrazo eterno, de esos que te calman el
alma. Cuando se separa me besa en los labios: suave, lento y dulce. Se retira
de mi lado y se va para seguir con su trabajo. Yo me quedo pensativa, triste
y con ganas de coger su mano y de salir corriendo hacia cualquier lugar
donde ella se sienta cómoda para descubrir con libertad qué es lo que siente.
Capítulo 14
Han pasado tres meses desde que Alejandra se fuera del supermercado y
el trabajo me está siendo difícil. No me acostumbro a estar por aquí sin ella,
sin nuestras risas, sin los ratos en el parque en las horas de descanso y sin la
complicidad de alguien a quien contarle todo sin ser juzgada. Debería de
estar contenta porque con su despido voluntario a mí me ascendieron a
encargada y, aunque tengo más responsabilidades, mi salario es mayor. Aun
así, prefiero mil veces tenerla conmigo antes que todo el dinero del mundo,
pero las cosas nunca son como una espera. No he vuelto a saber nada de
ella. Decidió cortar el contacto y después de nuestra última conversación
supe que sería mejor no seguir convenciéndola de su error, es ella misma la
que tiene que darse cuenta de que se está equivocando. Si al final con su
decisión es feliz, yo me alegraré.
Hoy, como de costumbre, estoy en un banco del parquecito
comiendo una ensalada de pasta que me está sabiendo a rancio. Tendría que
haberme cogido un bocadillo. Para evitar que me dé una gastroenteritis me
levanto y la tiro a una papelera mientras echo pestes por mi boca sintiendo
que todo mi día está siendo un auténtico desastre. Cojo mi móvil y pienso
en escribir a Mónica para ver qué tal está. A penas hemos vuelto a hablar,
no quiere quedar conmigo y mucho menos darme una segunda oportunidad.
Se cerró en banda y yo, que soy muy pesada, continúo pico y pala
queriendo que al menos se le pase la idea de que Alejandra y yo seguimos
teniendo algo pendiente. Mis malas elecciones me han llevado a esto.
—Parece que te has quedado sin comida —oigo decir a alguien
desde lejos.
Levanto la mirada del móvil y veo a una chica sentada en el
banquito de enfrente. Es una belleza de mujer de raza negra, peinado afro,
rasgos de la cara marcados y ojos grandes y verdes que me dejan sin habla.
Si dicen que un clavo saca a otro clavo esta chica a primera vista me ha
sacado los clavos, los tornillos y la ferretería entera. Se me pasa la idea de
mandar un mensaje y guardo el teléfono.
—Hola. Sí, estaba mala. La comida en este parque ya no me sabe
igual —contesto poniéndome melancólica.
—Trabajo en el supermercado contigo desde hace pocos días. Estoy
en la sección de cosmética ofreciendo muestras. ¿Te llamas Patricia?
—Sí —digo señalando el cartelito con el nombre que cuelga de mi
camisa—. No sé cómo no te he visto antes. Estoy un poco despistada
últimamente. Bienvenida al equipo…
—Esther, me llamo Esther —dice de forma tímida—. Yo sí que te he
visto andando por los pasillos, pero siempre vas rápido y algo cabizbaja.
Tengo un sándwich vegetal. ¿Quieres la mitad?
Me da vergüenza aceptar su proposición, pero tengo hambre y no
me he traído nada más para comer. Asiento con la cabeza y me mudo a su
banco. Esta es de las mejores mudanzas que he hecho en mucho tiempo. En
seguida noto la fragancia de su colonia: mezcla de vainilla y frutas. Esta
chica huele de maravilla y entre su olor, sus ojos, el tacto de su mano que
me roza sin querer y el tono suave de su voz tiene todos mis sentidos
ocupados.
—¿Cuál es tu historia? —me pregunta.
—¿Mi historia?
—Como te veo triste imagino que tienes alguna historia en esa
cabecita que no para de darte vueltas.
Esther es muy observadora, está claro que más que yo.
—Ahora me ves como encargada de los reponedores, pero en su día
yo estaba en ese puesto, colocando cajas de aceitunas sin parar. Hace meses
me ascendieron.
—¡Eso es genial! —exclama.
—Podría serlo, pero si estoy ahí es porque mi mejor amiga se fue.
No acabé bien con ella y la echo de menos.
—No hablarás de Alejandra, por casualidad —dice mientras mi
corazón se encoge al escuchar ese nombre.
—¿La conoces?
—Estoy aquí gracias a ella. Yo buscaba trabajo y Alejandra llamó a
los de recursos humanos para recomendarme en el caso de que hubiera
algún puesto libre. Es mi amiga. La conocí hace un par de meses en clases
de cocina y, además, vamos juntas al gimnasio —me confiesa.
—¿Mi Alejandra en el gimnasio con los bocatas que se mete? ¿Y en
clases de cocina? Si no la he visto en la vida coger una sartén. Lo máximo
era poner el microondas para meter un vaso de leche y un día hasta le
explotó.
—Bueno, tiene un estilo único. Ha quemado un pollo, dos
solomillos y es la única persona que conozco a la que las verduras le salen
con sabor a canela, pero lo intenta.
Me deja de piedra con lo que dice y a la vez no puedo dejar de mirar
sus ojos, sus labios carnosos y el huequecito entre sus dientes cuando
sonríe.
—¿Ella está bien? —le pregunto.
—Dentro de tres meses es su boda y está con los preparativos. Al
menos no trabaja y tiene tiempo, pero está nerviosa. En ningún momento
me habló de ti. Me resulta curioso, ya que sabe que iba a empezar a trabajar
en este supermercado —comenta dando los últimos bocados del sándwich y
con un hilito de salsa corriéndole por la comisura de los labios.
—No nos hablamos desde que se marchó de aquí. Pasó algo entre
nosotras difícil de explicar. Vamos, que somos tontas y se rompió la amistad
—digo con mucha pena.
—Alejandra tiene esa misma mirada que tú: triste y caída. Seguro
que nada es tan grave como para que no podáis arreglarlo.
—Oye, bombón, que yo hoy me he echado un rímel estupendo que
pone que levanta la mirada. ¿No te gusta? —pregunto haciendo el abanico
con los ojos, intentando usar mi humor para cambiar el tema.
—Claro que sí, tienes unos ojos bonitos. Cómete el sándwich, que
con toda la charla no has probado nada y tenías hambre.
Me lo como de dos bocados porque es casi la hora de volver al
trabajo y me quedo, de nuevo, embelesada mirando su rostro, sus labios y
esa mancha de salsa que por un momento me tienta a querer limpiarla.
—Tienes una manchita aquí. —Señalo su boca.
—¿Dónde? —pregunta poniendo sus dedos en el sitio equivocado.
—Aquí, espera. —Y se la quito agarrándole el mentón y frotando
con mi pulgar la mayonesa juguetona.
Su piel es muy suave. Desconozco si le gustan las mujeres, pero por
un momento me olvido de todo y sonrío pensando en seguir conociéndola
un poco más.
Durante la tarde no la vuelvo a ver. Tengo que estar pendiente de
unos pedidos que nos han llegado y no tengo tiempo de acercarme a bichear
por la sección de Esther. Odio cuando hay mucho trabajo y todo parece un
caos del que es difícil salir; a veces, el puesto de encargada se me hace muy
pesado para lo poco remunerado que está.
Al salir del supermercado, me espero fuera disimulando en el
escaparate de la tienda de ropa que hay al lado. En realidad, quiero que
salga Esther para provocar un encuentro fortuito en plan película. Podría
tirarle una botella de agua encima haciendo como si me hubiera tropezado,
lo típico de las comedias románticas, para después tener un flechazo con
ella mientras le intento secar la ropa y mirarle el culo. O sea, lo habitual que
suele pasar.
—Hola, ¿te gusta la ropa interior masculina o es para tu novio? —
oigo decir.
Giro la cabeza y es Esther. Vuelvo a mirar el escaparate y a enfocar
lo que tengo delante. Soy tan despistada que mientras mi mente volaba a
Hollywood mis ojos no sabían ni lo que veían. Es cierto, la tienda era de
ropa de hombre y lo que parecía que estaba observando era el paquete del
maniquí, que lucía unos calzoncillos azul marino con rayas blancas y
cintura de goma ancha.
—Esther, hola. Ni lo uno ni lo otro. Miraba mi reflejo por si estaba
despeinada. A mí los paquetes no me gustan —confieso por si no lo tenía
claro.
—Qué suerte la mía. Hasta mañana, Patri —dice mientras me guiña
un ojo.
¿Qué fue eso? ¿Se me ha insinuado? ¿Le gustan las mujeres? Por
Dios, qué nervios. Y yo aquí como una tonta imaginándome una escena de
veinte minutos que se ha quedado en cinco segundos. Tenía que haberle
dicho de ir a tomar algo, pero me dejó cortada.
Putos calzoncillos.
Capítulo 15
Vaqueros blancos, camisa verde de cuadros desabrochada hasta el
escote, zapatillas con mil colores estilo running y ropa interior recién
estrenada. Nunca se sabe lo que puede pasar, sino que me lo digan a mí el
día que Carnicienta me empotró en ese almacén. ¡Uf! qué sudores. Me
atuso un poco el pelo y lista.
Hoy no quiero irme sin proponerle a Esther una cita, un café o, al
menos, conseguir su número de teléfono; así que a la salida me voy a por
ella de forma directa a la sección de cosmética.
—Esther, qué bien te queda ese color de labios. ¿Es nuevo? ¿Es de
nuestra marca del súper? —le digo cuando veo cómo recoge las últimas
cosas para irse.
—Sí. Es la barra de labios número cuatro de Supermercados Delfín.
¿Quieres probarla?
—Coge una para mí y vente a tomar un café antes de irnos a casa.
¿Quieres? —pregunto nerviosa por su respuesta.
—Había quedado con Alejandra, pero me apetece mucho ese café.
Espera, que hago una llamada y lo anulo con ella —dice mientras coge su
móvil del bolsillo.
Esther es más amiga de Alejandra de lo que esperaba y eso es algo
que no sé si puede volverse contra mí en algún momento, ya que aún lo le
he hablado de lo que pasó entre nosotras.
—Hola, Ale —dice cuando le responden a la llamada—. Sí, he
quedado con Patri, a la que creo que ya conoces, así que anulamos lo de
hoy.
En estos momentos siento que Alejandra me tendrá más rabia que
antes porque su nueva mejor amiga le da de lado para quedar conmigo. Me
retiro un poco para que hablen y espero fuera para irnos a una cafetería
cercana.
—¿Vamos? —le pregunto cuando sale para corroborar que sigue en
pie mi proposición.
—Sí, ya lo he arreglado. No pasa nada, quedaremos otro día.
—Espero no haberte fastidiado un buen plan —contesto.
—No. Habíamos quedado para mirar unos detalles de su boda, pero
va más gente y no es necesario. Además, estoy un poco cansada y no me
apetecía estar andando. Prefiero un plan tranquilo, tomar algo y una silla —
me dice suspirando.
Caminamos hasta una cafetería cercana que conozco donde hay
sofás, buen café y decoración antigua con fotos del dueño y su familia por
todas las paredes. Al llegar nos sentamos cerca de la ventana, pido un zumo
de piña y ella un café cortado.
—¿Eres cortada como tu café? —pregunto haciendo un chiste.
—De un cortado lo único que tengo es el color —ríe—. Vale,
reconozco que puedo llegar a ser un poco tímida con quien me pone
nerviosa.
Da un trago y, de nuevo, percibo una manchita en su cara.
—Se te ha quedado un poco de… —le digo señalando sus labios
—Vaya, qué manía tienen las cosas de quedarse ahí desde que te
conozco —contesta.
Noto en ella cierta vergüenza por tener que limpiarse, pero a mí me
parece irresistible.
—Oye, bombón, con Patri tú no te cortes que a ti te limpio yo lo que
haga falta —digo con gracia para quitarle el pudor que pueda tener.
En ese momento me acerco a ella con la intención de besarla, pero
la mala suerte hace que le tire el zumo por toda su camiseta.
—Madre mía… Perdona… Esto sí que es de comedia romántica —
digo apurada.
—¿Como? No te preocupes. Ahora me limpio.
—A este paso voy a tener que meterte directa a la ducha —le digo
sonriendo.
Esther me hace una mueca graciosa con la lengua y se va al baño
para limpiarse. A los diez minutos, y al no venir, decido ir por si necesita
ayuda.
—Vengo a ayudarte, piñita mía —digo al entrar.
La visión que tengo es perfecta. Esther está en sujetador e intenta
quitar la humedad de su camiseta con el aire caliente del secador de manos.
Su abdomen es perfecto, plano y marcado. El sostén blanco que lleva
resalta con el color de su piel y la cintura baja de su pantalón deja ver unos
bonitos oblicuos. Ella se da cuenta de que no le quito la mirada, ni ayudo, ni
hago nada más que quedarme ahí plantada como quien observa una obra de
arte.
—Qué mal —me dice ruborizada—. Soy un desastre. Lavé
demasiado la camiseta y ahora no se seca.
—Déjame que te ayude.
Al coger la prenda de sus manos le rozo la piel y ese contacto me
eriza el vello. Esther es una chica que me ha atraído desde el primer
momento y despierta en mi cuerpo sensaciones que no puedo controlar.
Levanto la mirada y me encuentro con sus ojos verdes, grandes y
expresivos. Qué chica más guapa. Controlo los impulsos que tengo de
besarla y empiezo a secar la camiseta con mis manos, con el aire e incluso
soplando, cosa que a ella le hace mucha gracia. Al momento otra chica
entra al baño y Esther, avergonzada de estar en sujetador, pega su cuerpo
contra el mío con la intención de esconderse de la mirada de la
desconocida.
—Vaya escena, guapa. A ver si se seca esto rápido. Sino te la pones
mojada y más fresquita —le digo entre risas—. Aunque si por cada persona
que pase te vas a arrimar así ya pueden ir entrando todas las mujeres del
bar, una por una.
—Qué boba —El rubor le sigue subiendo, y ahí me doy cuenta de
que está nerviosa.
—No veas si tarda esta chica que ha entrado en hacer pis —digo
impaciente porque la intrusa no sale para dejarnos intimidad.
Por fin, la desconocida abre la puerta un tanto molesta. Se lava las
manos y con el ceño fruncido y una voz aguda nos increpa.
—Ya os dejo intimidad. No puede una ni mear tranquila. Iros a un
hotel, que esto es un baño. Hay que joderse —dice mientras se observa en
el espejo y sale dando un portazo.
Esther y yo nos miramos con cara de sorprendidas y nos echamos a
reír por lo ocurrido. Sus dientes son muy blancos y el huequito que tiene en
medio me vuelve loca. Sigue sin separarse de mí y cuando por fin voy a
darle su camiseta soy tan torpe que se me cae al suelo. Ella aprovecha la
situación para pegarse aún más a mi cuerpo; en ese momento me gustaría
tener otro zumo de piña para tirármelo encima y tener la excusa de quitarme
yo también la ropa. Quiero estar piel con piel. Nuestros labios se acercan de
forma peligrosa y tras unos segundos nos besamos. Su boca es carnosa,
suave, y me pone cachonda hasta el sabor de su carmín. La situación se va
poniendo cada vez más caliente y, aunque estoy nerviosa porque alguien
entre de nuevo en este baño, no puedo parar. Le agarro del pelo y mis dedos
quedan enredados entre sus rizos, apoyo mi trasero en el lavabo y ella hace
que me suba de un movimiento rápido. Me quedo sentada y la abrazo con
las piernas para que no se escape: un buen nudo marinero. Me desabrocha
los botones de la camisa y mi sujetador color salmón queda a su vista.
—Bonita ropa interior —me dice.
—Es nueva. Me la he puesto para ti.
En ese momento me alegro de haber estado esta mañana rebuscando
en el armario con la intención de estar preparada para lo que pudiera
suceder en el día. Estoy segura de mí misma y dejo que meta su mano y
toque mis senos. Siento la necesidad de más contacto, así que le desabrocho
el vaquero, introduzco mis dedos por sus bragas y enseguida noto su
humedad. Saber que está así de excitada me pone aún más a tono y no
puedo evitar gemir de placer. Acaricio su clítoris mientras ella me besa el
cuello y me susurra lo mucho que le gusta. La estrechez de su vaquero me
impide poder hacer todo lo que deseo en ese momento; aun así, ella llega al
orgasmo con mis caricias y empieza después a tocarme por encima del
pantalón. Ese ligero roce, unido a lo cachonda que yo ya estaba, hace que
consiga llegar al clímax y que sea la primera vez que lo hago en un baño
público.
—No me imaginé que nuestra primera vez sería en este sitio.
Prometo que soy una chica más romántica. Qué vergüenza —susurra.
—No te preocupes. Hay veces que esto surge y ¿quién somos
nosotras para ponernos quisquillosas por el lugar? Me encantas. Te prometo
una cama, velas y la luna si es necesario para la próxima vez —digo sin
quitarle los brazos de encima.
La puerta se abre y entra una mujer mayor, bajita, vestida de negro y
con pelo cardado de color blanco. Nos pilla de lleno.
—¡Pero esto qué es! —exclama—. Por Dios, qué vergüenza. Qué
juventud. En mis tiempos esto no ocurría. Sois unas cochinas. Voy a llamar
al dueño para que os saque de aquí. ¡Indecentes!
—Oiga, señora, sin faltar. No hacíamos nada malo, al contrario.
Cochinas, pero satisfechas. Ya nos vamos, mujer, no se enfade —le
contesto.
Nos ponemos las camisetas y salimos rápido del baño. Dejo el
dinero en la barra y huimos de ahí sin esperar el cambio. Noto mi cara
ardiendo, pero la de ella está peor, colorada como un tomate.
—Apunta este sitio como uno de los que no podemos pisar nunca
más —le digo cuando ya estamos lejos de la cafetería.
—¿Te arrepientes de lo que ha pasado? —me pregunta.
—Es de las mejores cosas que he vivido desde hace tiempo. Me
atraes muchísimo. Escucharía la reprimenda de esa mujer mayor amargada
mil veces más si eso significa tener tu cuerpo tan cerca. Ay, chica, me has
dejado con las piernecillas temblando —confieso mientras sigo disfrutando
de la sensación tan maravillosa del orgasmo.
—¿Te vienes a mi casa? —me propone Esther.
Por un segundo me lo pienso porque todo está yendo demasiado
rápido con ella, pero me gusta y ya he perdido mucho tiempo de ser feliz
cuando Alejandra me partió en dos y Mónica se alejó de mí. Quizá ahora es
mi momento. El momento de que Patri piense en ella.
—Vámonos —acabo contestando.
Capítulo 16
La casa de Esther es muy espaciosa y se encuentra cerca del parque de
Madrid Río. Nada más entrar me doy cuenta de que es una chica ordenada,
limpia y con un gran gusto para la decoración. En toda la estancia tiene
muebles de color madera oscuro y hay una sensación agradable de calidez y
de hogar donde sentirse a gusto. La cocina es muy grande y tiene una
ventana hacia el salón, lo que da juego para que yo me siente y ella me vaya
preparando algo de picar mientras hablamos.
—Qué casa tan bonita. Lo tienes todo muy bien decorado —le digo
mientras observo unas figuritas de elefantes que hay junto al televisor.
—Soy un poco obsesionada del orden y de que todos los colores
peguen entre sí. —Me sirve una cerveza y un cuenco perfectamente
preparado con patatas fritas y palitos de queso—. Creo que me gustas tanto
porque eres todo lo contrario a mí. Admiro que tengas un par de ovarios
para vestirte como te dé la gana sin pensar en el qué dirán. Encima te queda
genial. Yo jamás conjuntaría esos colores, pero en ti resultan de lo más
atractivos —continúa diciendo mientras mira mis zapatillas running de
colores chillones.
—¿Insinúas que no sé combinar la ropa? —pregunto.
—Insinúo que me encanta tu perfecta forma de no conjuntar nada.
Eres única.
Según me habla y me taladra con su intensa mirada, mis piernas
vuelven a temblar. Ella retira las bebidas de nuestro lado para evitar que le
pueda volver a tirar algo encima, lo que me provoca una sonrisa al
acordarme del desastre de hace un rato. Gatea a lo largo del sofá desde la
otra esquina hasta donde yo me encuentro y se desnuda de cintura para
arriba. Hace que yo me tumbe y se queda encima de mí a horcajadas. Desde
mi posición veo su pecho desnudo, su abdomen perfecto y los oblicuos que
me señalan que ese pantalón, ahora sí, debe de desaparecer. Creo que mi
mirada lo dice todo porque solo con verme conoce mis pensamientos y se
levanta para deshacerse de toda la ropa que le queda puesta. Yo me
incorporo y hago lo mismo mientras no le quito el ojo de encima y me
excito cada vez más al ver su perfecta silueta. Cuando estamos desnudas y
sentadas, me acaricia con el reverso de su mano desde el cuello hasta el
ombligo provocándome calor en aquella zona que aún no ha tocado. Es
magia.
—Chica, me tienes loca —le confieso.
Vuelve a hacer que me recueste, retomando la posición que
teníamos antes, y al estar encima de mí noto su sexo muy húmedo. Un
sofocante calor me invade de repente y no puedo evitar soltar un suspiro de
placer. Empieza a moverse de forma acompasada y mis caderas también se
levantan buscando el roce de mi clítoris contra el suyo. Ella consigue meter
una mano por detrás de mi trasero y empuja mi pelvis para hacer que
nuestros cuerpos encajen de manera exacta, como si fuera la pieza del puzle
que le faltaba a mi cuerpo. Me arqueo con espasmos incontrolados por lo
que estoy sintiendo en cada rincón de mi alma y oigo como ella empieza a
gemir de forma salvaje hasta conseguir llegar al clímax. Esto provoca en mí
más excitación y hace que me mueva para conseguir ese último roce con su
sexo mientras que me introduce un dedo en la vagina y mi cuerpo se rinde
ante un inevitable y maravilloso orgasmo. Al terminar, nos quedamos
abrazadas en un nudo de brazos y piernas y me quedo dormida con mis
dedos entre los rizos de su cabello.
Cuando despierto me doy cuenta de que nos hemos pasado toda la
noche en el sofá y si no fuera por el rayito de luz que ha aterrizado justo en
mis ojos seguiría durmiendo plácidamente. El cuerpo de Esther tiene la
temperatura perfecta para quedarme a vivir entre sus brazos. Mira que es
bonita la jodía. Consigo desliar mis extremidades de las suyas sin
despertarla y me visto. Le doy un beso de despedida y salgo de allí.
Necesito ir a casa, ducharme y ponerme ropa nueva para ir al trabajo.
A las dos horas me llega un mensaje al móvil.

Esther_9:14
Sentí tu beso, pero no pude abrir los ojos.
Te confieso un pequeño defecto: soy una dormilona. Me ha
encantado estar contigo, quiero más.
Luego nos vemos.
Dormilona, un poco tímida y con tendencia a mancharse mientras
come. Me encanta. Sus palabras me derriten.
Capítulo 17
En las siguientes semanas todo fluye como siempre he soñado. Nos
buscamos la una a la otra y cada vez que podemos dormimos juntas, en su
casa o en la mía. En el supermercado suelo pasar más tiempo en la sección
de cosmética que de costumbre y los compañeros son conscientes de este
cambio en mi trabajo y en mi actitud. Hoy, mi morena y yo, hemos quedado
para ir a jugar a los bolos en el centro comercial y quiero pedirle que
salgamos juntas como algo más que amigas. Quiero que sea mi pareja.
Desde que perdí a Mónica tengo miedo de que cualquier tontería, de las
muchas que hago, provoque que se aleje de mí y me gustaría reforzar esta
relación haciendo que ella sepa que voy en serio.
Me he puesto el vaquero de color negro y cuando hago eso es
porque quiero sacar a la Patri comprometida que llevo dentro. Camiseta
verde pistacho y zapatillas Converse rosas de bota. Estoy maravillosa, ojalá
ella me vea igual. Cuando llego a la bolera Esther ya me está esperando y
me dedica desde lejos una mirada que me vuelve loca.
—Morena, pero qué guapa estás. ¿A ti qué te daba tu madre de
pequeña para ser tan bonita? —le digo sacándole su preciosa sonrisa.
—A mí me daban chocolate, nena, mucho chocolate —contesta
mientras me agarra por la cintura y me besa de forma apasionada.
—Para, chica, que sino en vez de a la bola me voy a agarrar a ese
trasero que tienes y te…
—¡Esther! —dice una voz que me resulta conocida.
Interrumpo mi verborrea de cachonda perdida y al girarme veo a
Alejandra. No, por Dios, hoy no me apetecía verte.
—¡Qué casualidad! —dice mi bombón con cara de circunstancia.
Y, por si fuera poco, al lado de ella se acerca Mónica y toda esta
escena parece un campo de bolleras con las que me he acostado. Solo falta
la chica de los hijos salvajes, la loca de las motos, la pesada del Tiktok,
Carnicienta… y me llevo el premio a la pringada del año. No sé qué hacer
ni qué decir. Es como si todas hubiéramos decidido venir hoy a jugar a los
bolos como locas. El nuevo deporte de las lesbianas.
—Vayaaaaa, qué guay. Cuánto tiempo. Moni y Ale juntitas. Qué
sorpresa. Una que ya no me habla y la otra que… bueno, que tampoco, pero
aquí estamos —ironizo soltando sin filtros todo lo que se me pasa por la
cabeza.
—Hola, ¿qué tal estáis? ¿Os apetece una partida juntas? —pregunta
Esther creyendo que así relaja el ambiente, pero provoca que me enfade
más porque quiero estar a solas con ella—. Es el día perfecto para que te
reconcilies con Alejandra, sea lo que sea que os pasase. ¿No te parece? —
me dice al oído. Yo tuerzo la boca y frunzo el ceño en señal de
desaprobación.
—Todo bien. Alejandra está nerviosa por la boda y le he propuesto
venir a jugar un rato para que se despeje. ¿Verdad? —dice mirando a Ale
para buscar su aprobación.
—Sí, sí. Ya falta poco y estoy que muerdo —contesta la futura
mujer de Roberto, el gilipollas—. Por cierto, me alegro de que os llevéis las
dos tan bien.
La tensión se puede cortar con un cuchillo, al menos la que yo
siento.
—Nos llevamos tan bien que es mi novia —suelto sin pensar.
Esther se me queda mirando con media sonrisa en la cara y ojos que
se le salen por la sorpresa.
—¿Me vas a pedir salir? —me pregunta con las otras dos de testigo.
Esto no estaba para nada en mis planes. Yo quería una velada a
solas, una cena después de jugar y una proposición formal de relación. Las
cosas nunca salen como una piensa.
—Me gustas mucho y llevo tanto tiempo buscando tener esto con
alguien que no quiero perderte ni ser solo tu amiga. ¿Novias? —pregunto
cogiendo su mano.
—Me encantas, novia mía —contesta colorada de vergüenza.
Ale y Mónica se ponen a aplaudir como dos gansas y nos vamos a la
pista de bolos. Pienso fundirlas porque yo hago plenos como churros.
—Venga, chicas. Patri y yo contra Mónica y Alejandra. Diez tiradas
cada equipo —dice Esther muy emocionada.
—¡Patries contra Monial! —exclama Mónica inventándose el
nombre de los equipos.
—Vaya tela… —digo pensando en alto porque la situación me
parece ridícula y los apodos aún más. Ellas se han puesto nombre de marca
de amoniaco.
Empiezan las Monial y hacen un pleno.
—¡Strike! —grita Alejandra.
Después me dispongo a tirar yo. Cojo la bola que pesa más que mi
propio cuerpo, y ya es decir, me dirijo hacia la pista, me coloco, saco el culo
para afuera, cierro un ojo para tener mejor puntería, echo el brazo hacia
atrás y lanzo… La bola se va de forma directa al lateral sin derribar ningún
bolo.
Tira Esther y tengo toda la confianza depositada en ella, pero solo
logra puntuar cuatro.
—¡Strike! —grita Mónica cuando tira para que toda la sala se entere
de lo buenas que son.
De nuevo, cuando nos toca, hacemos el ridículo. Yo tiro un bolo y
mi preciosa nueva novia tira dos. Esto no es lo nuestro.
—¡Striiiikeeeee! —exclama Alejandra de nuevo y le da un beso a
Mónica.
—Como grite otra vez strike te juro que la ahogo —le susurro a
Esther.
La partida va de mal en peor y nos meten tal paliza que salgo de allí
con la moral por los suelos y el brazo y los dedos doloridos de lo que pesa
esa puta bola. Durante toda la velada noto que Alejandra tiene unas miradas
con Mónica que me suenan familiares. Es de ese tipo de mirada que
también tenía conmigo: de algo más que amistad, de querer comérsela viva
y de desear empotrarla en algún ascensor. Por un momento mi mente vuela
y me las imagino juntas; pero ella sigue con la boda, así que si tiene
sentimientos hacia Mónica no va a dejarlos fluir. Ella siempre defenderá su
perfecta vida ideal de relación heterosexual.
—Estas dos están muy unidas, ¿no? —me dice a escondidas Esther.
—Si yo te contara…
—Esther, ahora que sé que estás con Patri podéis venir las dos
juntas a la boda —comenta Alejandra.
—Llevo meses sin hablar contigo. ¿Lo crees oportuno? —
interrumpo al oírla.
—Quiero que vengáis las dos porque Esther es de mis mejores
amigas y ahora tú eres su pareja. Aunque hayamos tenido nuestros
desencuentros no soy rencorosa.
—¿Rencorosa? —pregunto con deseo de saber qué demonios he
hecho yo.
—¿Qué os pasa, chicas? Dejaros ya de tonterías y daros un abrazo,
que seguro que nada es tan grave —dice Esther ajena al verdadero motivo
de nuestro distanciamiento.
Ale me aparta a un lado para hablar conmigo a solas mientras las
demás se van para cambiarse el calzado.
—Me alegro tanto de que hayas encontrado a esa persona especial...
Esther es maravillosa. Sabía que iba a gustarte —me dice.
—¿Cómo que sabías que iba a gustarme? ¿Lo tenías planeado?
No me contesta. Se da la vuelta y va hacia el vestuario para
cambiarse las zapatillas. Me quedo con cara de tonta sin saber muy bien qué
ha querido decir y me doy cuenta de que suele ser algo habitual. Siempre
suelta una bomba que yo no entiendo y no me da más explicación.
Capítulo 18
Es el día de la boda: la dichosa boda.
He decidido ser la acompañante de Esther porque ella me lo ha
pedido, pero no tengo ganas de presenciar una farsa como esta. Estamos en
mi casa preparándonos y en un impulso siento la necesidad de que mi novia
sepa la historia que hay detrás de mi repulsa a este compromiso. No sé por
qué no se lo conté antes.
—Esther, hay algo que tengo que decirte. —Cierro los ojos y me
concentro en sacar lo que me arde dentro.
—¿Qué pasa?
Me siento en la cama y ella hace lo mismo con cara de
preocupación.
—Alejandra era mi mejor amiga desde la infancia. Hubo un tiempo,
cuando era más joven, que estuve enamorada de ella. Nunca pasó nada
porque ella solo quería hombres y era el típico amor imposible. Después de
años volvimos a coincidir en el supermercado. Una noche que salimos con
amigas, Alejandra se me insinuó y acabamos follando en un ascensor.
Bueno, y luego en mi casa. Como lo oyes. Por aquel entonces yo estaba
liada con Mónica. —Hago una pausa en mi verborrea para ver la cara de
Esther, que en estos momentos es un poema, y continúo—. Después de eso
tuvo ataques de mujer arrepentida y me hacía la vida muy difícil en el
trabajo. Nuestra relación cambió radicalmente. Ay, qué mal me lo hizo
pasar la muy cabrona. Al final me acabó confesando que tenía dudas, pero
que iba a casarse.
—Me dejas muerta —contesta.
—Muerta me quedé yo cuando hace unas semanas la veo con esas
miraditas y esa complicidad con Mónica, la cual no quiso seguir conmigo
porque decía que yo tenía que resolver deudas pendientes con Ale. Cariño,
que me enrollo, pero el resumen es que esta boda es una mierda. Roberto es
muy machista y homófobo, aparte de un estúpido que no la trata como
debería. Si se entera de algo puede liarse una buena.
—¿Y qué pretendes? Espero que no hagas una escena de comedia
romántica, como tú dices, y te plantes ahí gritando que la boda no se puede
celebrar. Qué vergüenza.
—¿Te imaginas? —contesto riendo—. No, tranquila. Solo quería
que supieras los antecedentes de todo esto y que no nos ocultemos nada.
—Me lo podías haber dicho antes. —Mira hacia abajo y se muerde
el labio con una mueca de disgusto—. En fin, son cosas de tu pasado y
ahora mismo el problema es de ella y de sus sentimientos. Tú has rehecho
tu vida, ¿no? Ya solo podemos desearle lo mejor, aunque veamos que se va
a estrellar contra una pared. Yo soy ahora muy importante en su vida y
jamás me ha comentado esto. No lo entiendo —me dice con rostro serio.
Tras contarle toda mi historia con Alejandra, y ella escucharme con
una cara como si le estuviera relatando un cuento de ciencia ficción, nos
vamos y cogemos un taxi hasta donde se iba a celebrar la ceremonia. Una
hora y doce canciones de Cadena Dial después, llegamos a una finca muy
bonita de un pueblo de las afueras de Madrid. Al llegar, un caminito de
piedras nos guía hasta la zona donde nos tenemos que sentar. Por el
recorrido veo carteles con los nombres de Alejandra y Roberto con frases
típicas de tacitas de desayuno: «Siempre juntos», «Mi lugar favorito del
mundo es a tu lado», «El amor no necesita ser perfecto, solo necesita ser
verdadero». Me dan arcadas.
—Estos putos tacones me van a matar. ¿A quién se le ocurre hacer
andar a la gente por un camino con pedruscos? —digo mientras andamos y
me retuerzo mil veces cada tobillo, como de costumbre.
Al final nos topamos con un arco de flores blancas y rojas. Lo
cruzamos con miedo, como el que va a pasar hacia la puerta del más allá.
Allí vemos colocados todos los bancos de los invitados y cientos de pétalos
de rosas esparcidos por cada rincón. Al fondo hay un pequeño escenario
pegado a unas rocas de las que sale una mini cascada. Todo es muy bonito y
bucólico, como de cuento de terror. Los demás familiares y amigos están en
las primeras filas. A nosotras nos tocó detrás, al lado de Mónica, Eva y su
mujer.
—Esto es la fila de las pecadoras lesbianas, ¿no? —pregunto en voz
baja.
—Eso parece —dice Mónica aguantando la risa.
—Podría Ale sentarse aquí con nosotras. Pega más que en ese altar
—comento sin poder guardar mi ironía.
En ese momento aparece Roberto, el novio, con un traje azul
marino, camisa blanca y pajarita a juego. Se nota que está nervioso y no
puede disimular su ansiedad por tenerlo todo controlado. Da ordenes a los
encargados de la música, coloca a los familiares que aún no se habían
sentado y no para de hablar con las personas de la organización para
comprobar que nada falle. De repente, entran las damas de honor. Son como
dos repollos con vestidos rojos y pamelas en la cabeza parecidas al planeta
Júpiter o a un avistamiento ovni. Cuando puedo ver sus caras reconozco a
una de ellas: es Ágatha, la amiga de Roberto que me tenía amargada en la
despedida de soltera. El futuro marido ha tenido que elegir hasta a las
damas de honor de su novia. Me parece patético. Ella nunca hubiera
querido a Ágatha para un día tan importante en su vida. Además, dudo que
le caiga bien, pero supongo que con la caña que le he metido para que no se
case yo no soy la persona indicada para ocupar ese puesto, aunque solo por
no ponerme ese vestido me alegro. El mío es azul celeste con brillos
dorados y cuello de cisne. Una ganga que encontré en el bazar de la esquina
de mi casa hace dos días. Los mejores ocho euros que me he gastado nunca.
—Antes vi a Alejandra y estaba muy nerviosa. Tenía la cara
desencajada —nos comenta Mónica.
—Va a casarse con ese tío. ¿Cómo quieres que esté? —digo con un
tono más alto de lo que hubiera querido.
—Cariño, contrólate —me susurra Esther.
—Esta boda no debería de celebrarse, Patri, estoy de los nervios —
dice Mónica con rabia en su rostro.
—¿Por qué dices eso? —pregunto.
—Por nada —contesta con la voz emocionada y llevándose las
manos a la cabeza.
—¿Qué pasa? Creo que ya viene la novia —dice mi Esther, que no
se entera de nada.
Alejandra
Capítulo 19
Querida Patri,

Faltan minutos para casarme y en lo único que pienso es en


contarte toda la verdad. No sé cómo afrontar esto, así que he decidido
escribirte una carta para poder expresar bien lo que tengo dentro.
Lo primero que quería era darte las gracias por haber estado
siempre a mi lado, sobre todo en esta última etapa en el supermercado;
aunque sé que al final me porté fatal y no me siento orgullosa de muchas de
las cosas que he hecho. Perdón.
Hace muchos años, cuando nos conocimos y estudiábamos juntas,
de vez en cuando me decías alguna tontería con la intención de que supiera
que te gustaba. Nunca te hice caso porque no me planteaba la posibilidad
de que me pudiera enamorar de una mujer y, de repente, un día conocí a
Roberto por casualidad. Él era arquitecto y yo buscaba que alguien me
hiciera unos planos para una casita que queríamos construir en el terreno
de mi madre, pero esto ya lo sabes por el coñazo que te di contándote cada
gota de baba que se me caía al quedar con él. Sé que no es de tu agrado y
entiendo tus motivos, incluso con algunos estoy de acuerdo, aunque nunca
te dé la razón. Aun así, estoy enamorada de este chico, o lo estaba, y es
aquí donde quiero explicarte lo que me pasa.
Comencé a fijarme en ti de una forma distinta a como lo hacía antes
y no sé decirte cual fue el detonante de esto. Quizá las cosas en mi casa no
iban todo lo bien que yo esperaba y en ti encontraba siempre complicidad,
cariño y apoyo. Con los días me empezaste a gustar como mujer y como
persona, de una manera que no podía controlar. Al irme a dormir pensaba
en ti, quería ir a trabajar solo porque sabía que tú estabas y me moría por
pasar más tiempo juntas, pero yo ya había dicho «sí» a la propuesta de
matrimonio de Roberto y lo más fácil era continuar con mi relación.
Cuando mis sentimientos se descontrolaron tanto coincidió con la época en
que me decías lo mucho que empezabas a necesitar una pareja para
compartir tu vida. Al principio pensé que lo mejor era que conocieras a
alguien y olvidarme de todo: tú con tu novia, yo con el mío y seguir siendo
mejores amigas. Es por eso que te planeé todas esas citas con chicas,
aunque en el fondo sabía que no te iban a gustar. No soy tan mala haciendo
de celestina, es solo que una parte de mí deseaba que conocieras a alguien
para que todo fuera más fácil, pero la otra parte se negaba a que llegara el
momento de verte con otra. Patri, siento que hayas tenido que aguantar a
esas mujeres que no eran para ti. Espero que al menos con alguna te
divirtieras, aunque permite que te diga que me sorprendió mucho que te lo
hicieras con la carnicera en ese almacén. Saberlo me dejó mal durante
días. Mientras tú tenías citas yo imaginaba que con ninguna ibas a llegar a
nada. Soy una egoísta.
A Roberto le hablaba de ti. Yo pensaba que le hablaba de forma
normal, como cualquier persona puede charlar con su pareja sobre sus
amigos, pero él veía en mis palabras y en mi mirada algo más. Empezaron
sus celos enfermizos y, aunque no defiendo los numeritos que me montaba,
tenía razón de sentirse así. Después me confesó que en la despedida de
soltera mandó a Ágatha para vigilarte, porque no se fiaba de ti. Lo que no
se imaginaba es que de quien tenía que tener miedo era de mí. Cuando te vi
con Mónica en aquel sofá se me vino el mundo abajo y empecé a
replantearme que tenía que hacer algo. Perdona por besarte, no lo pude
resistir más y una saca sus armas de mujer cuando piensa que pueden
quitarle al amor de su vida.
Has leído bien: llegué a pensar en ti como en el amor de mi vida.
Mi actitud de después ha sido de niñata, lo confieso. No tengo
justificación ninguna por haberme comportado así contigo. Quería que te
alejaras de mí como fuera y mi forma de tratarte era solo para causarte
rechazo. Sé que no lo entiendes, pero yo estoy formando una vida con
Roberto y en mi cabeza no cabía el dejar todos nuestros planes de futuro, la
organización de la boda, mi familia, la suya… por algo que no sabía si era
un capricho momentáneo. Nunca antes me había fijado en las mujeres y mi
vida ha dado un vuelco tan grande que no me lo creo.
Patri, ahora dirás que soy «heterocuriosa» o «lesbiana no
declarada» o alguna de esas cosas que me sueles soltar con tu gracia
única; pero la realidad es que, sea lo que sea, tengo miedo de explorarlo y
de dejar toda mi vida anterior. Te mereces ser feliz porque eres una mujer
única, buena y con un carisma especial.
Tengo que confesarte otra cosa… Igual que sé qué tipo de chicas no
te gustan, también sé, por tantas charlas y vivencias que hemos tenido, qué
estilo de mujer te puede enamorar. Cuando conocí a Esther pensé en ti.
Sabía que su dulzura te iba a gustar y que era la chica perfecta para que
congeniaras. Además, en cuanto supe que ella era lesbiana mi intuición me
decía que tú también serías su mujer ideal y, como buscaba trabajo,
conseguí que la contrataran en el supermercado. Patri, fue un plan
buscado del que ninguna de las dos sabéis nada. Lo hice para quitarme la
culpa que llevaba dentro y provocar algo bueno en tu vida, pero no te
enfades por ello. Yo confiaba en que en cuanto la vieras y hablaras con ella
te ilusionarías de nuevo, y me alegra saber que no me equivocaba. Siento
haberte hecho perder a Mónica, pero de ella también tengo que hablarte
porque

—Alejandra, ¿estás preparada? Viene el fotógrafo para hacerte unas


tomas aquí. Me comenta el señor que la luz de esta sala es muy bonita y que
quiere que poses en esa ventana —me dice la madre de Roberto
interrumpiendo mi escritura.
Joder.
Arrugo como puedo la carta y la escondo dentro del enorme ramo
que me ha elegido mi suegra y con el que más que una novia voy a parecer
la repartidora de Interflora. Solo me faltaba que este escrito callera en sus
manos. Creo que con lo dramática que es se desmayaría.
—Alejandra, venga, que está todo el mundo esperando. Por Dios,
qué calor hace aquí, qué sofoco tengo. Espero que todo esté perfecto porque
ya habrán llegado los invitados —comenta mientras anda de un sitio para
otro como si estuviera en la sala de espera de un paritorio.
—Francisca, por favor, relájate. Ya voy para que me haga las fotos,
pero tú puedes irte porque por aquí está todo controlado.
—No, hija, yo me espero aquí que tengo que asegurarme de que te
saca bien el vestido y el velo. Intenta que no se arrugue y no te lo pises.
Mi suegra me está agobiando, pero no puedo hacer nada y lo último
que quiero es ser borde con ella. Noto que mis nervios me ganan la batalla e
intento respirar y contar todos los números que me sé para no explotar. La
tensión puede conmigo y empiezan a brotarme las lágrimas. Me las limpio
enseguida fingiendo que se me metió algo en el ojo e intento que no se me
estropee el maquillaje. Me estoy acordando en estos momentos de mi
madre. Me encantaría que fuera ella la que estuviera aquí, pero por
desgracia ese maldito cáncer se la tuvo que llevar cuando yo aún era
demasiado joven como para perderla. Sé que estaría orgullosa de mí y se
emocionaría al verme con este vestido, pero yo me sentiría una farsa delante
de ella. Si hay algo que una madre quiere ante todo es que su hija sea feliz y
no una chica con la sonrisa borrada por ser una cobarde y no enfrentarse a
sus sentimientos reales. Tengo que acabar esta carta y dársela a Patri. Quizá
ella me coja en brazos y me saque de aquí como siempre ha hecho cuando
he estado en apuros. En el supermercado, cada vez que me venía el típico
cliente maleducado, ahí estaba ella para sacar la cara por mí y que yo no
explotara con todo mi genio, y ahora la necesito de nuevo más que nunca.
La cabeza me va a reventar…
—Alejandra, ponte en esa ventana y mira el ramo —me dice el
fotógrafo harto de esperarme.
Durante quince minutos hago lo que me pide. Francisca no para de
colocarme el vestido y yo sonrío de manera forzada. No sé si esa cámara
está plasmando también lo que tengo en el alma, pero si es así van a salir
unas fotos muy grises.
—Ahora hazte una toma con el velo puesto. Aquí, ven, al lado de
este cuadro tan bonito. Es un bodegón precioso y me gustaría que saliera —
dice el grano en el culo de mi suegra.
—No me apetece ponerme con ese cuadro —contesto poniéndome
cada vez más nerviosa.
—Si es un momento, mujer, mira qué colores más bonitos. Las
manzanas parece que van a salirse de la pared de lo realista que es.
—Que no, Francisca. No es una fotografía que quiera hacerme.
¿Podemos acabar ya? —pregunto dirigiéndome al fotógrafo.
—Dame ese capricho, Alejandra. ¿Qué te cuesta? Mira, te pones
aquí y acabamos enseguida. Fernando, por favor, encuadra la toma desde
ahí, que tendrás más luz —dice, y a mí me sale el humo hasta de las orejas.
La situación llega a tal punto que se me está nublando la vista y me
tiemblan las manos.
—Te he dicho que no me voy a hacer una fotografía con ese puto
cuadro. ¿No me oyes? ¿Siempre tiene que ser lo que los demás quieran?
¿Alguna vez voy a poder hacer lo que a mí me dé la gana? No quiero. Y
déjame ya en paz, que eres muy pesada. No puedo más —digo sacando toda
mi rabia de dentro para después ponerme a llorar.
Francisca me mira con la boca abierta y la cara pálida. Es como si
hubiera visto un monstruo. Me doy cuenta de que mis formas no han sido
las correctas, pero ella es como una mosca cojonera: siempre detrás,
siempre molestando hasta que te dan ganas de darle con un trapo y que
desaparezca.
—Vale. Fernando, puedes irte ya —le dice al pobre fotógrafo.
—Lo siento. Estoy nerviosa. Necesito estar sola un rato —comento
con la cabeza agachada.
—Espero que mi Roberto no tenga que aguantar esos malos humos
tuyos. Qué barbaridad. No son formas de hablar a una persona mayor. Te
dejo para que te relajes, pero ven pronto porque la gente no va a estar
esperando toda la vida a que quieras aparecer —dice señalándome con el
dedo y abandonando la habitación.
Quiero salir de aquí corriendo y que nadie me vea nunca más. Ojalá
se abriera una puerta bajo mis pies que me llevara lejos. Empiezo a llorar de
forma descontrolada. Toda la tensión me sale por los ojos y veo la farsa de
mi vida pasar ante mí. Me vuelvo a acordar de la carta. Tengo que acabar de
escribirla porque me he dejado algo muy importante que contar y quiero
que Patri lo sepa por mí.
—Alejandra, ¿pasa algo? Ya está todo el mundo. ¿Vamos? —oigo
decir a mi padre, que ante mi retraso ha entrado en la habitación porque es
el encargado de llevarme hasta el altar.
Mi padre es un buen hombre. Un señor con gran carisma, pelo
blanco y muy buen cuerpo para su edad. Todo el mundo le quiere por su
simpatía, su humor y su bondad. Nos vemos menos de lo que me gustaría
porque ahora vive en Asturias con la mujer con la que rehízo su vida
después de años de depresión y llantos por la muerte de mi madre; sin
embargo, siempre está conmigo en los momentos importantes.
—Papá, estoy bien. Ya voy. Dame un segundo.
Me recompongo el maquillaje y noto que él se está dando cuenta de
que me pasa algo.
—¿Seguro que estás bien? Alejandra, cariño, vas a casarte. Es un
día en el que deberías de ser feliz y no lo pareces. ¿A quién hay que matar?
—dice como siempre sacando su puntito de humor para que me anime.
—Tengo una larga lista… Hace un rato, por ejemplo, casi mato a la
madre de Roberto. Me ha puesto furiosa.
—Bueno, esa mujer me pone de los nervios hasta a mí. Habla
mucho y cansa a cualquiera. Menuda suegra te ha tocado, hija. Espero que
Roberto no sea de ese tipo de personas que cada domingo tiene que ir a
comer a casa de su madre, porque no me imagino pasar por ese calvario
todas las semanas —dice papá con tono divertido.
—Uy, no. Yo paso de esos rituales familiares. Que se vaya solo. No
quiero que se me atragante la comida —contesto ya más calmada porque ha
conseguido sacarme una sonrisa.
—¿Vamos? —pregunta poniéndome su brazo en jarra para que me
agarre en él.
Respiro. Pienso en Roberto y en todo lo que llevamos juntos. ¿Estoy
enamorada? No lo sé, pero lo quiero y no puedo hacerle esto ahora.
Tengo que seguir adelante, aunque me esté dando de lleno contra
una pared.
—Vamos —contesto.
Agarro su brazo y me preparo para ir con él hasta el altar.
Patri
Capítulo 20
La novia no viene y la espera se está haciendo eterna. Quien sí que entra
es Francisca, la madre de Roberto, y por su cara parece molesta por algo.
Una vez, Alejandra me contó que era muy controladora, por lo que ante un
evento así tiene que tener demasiados nervios por la tensión de que todo
esté como ella espera.
—¿Por qué tardará tanto? El novio se está poniendo muy tenso.
Mira su cara. Parece que fuera a darle una diarrea ahí mismo —oigo como
le dice Eva a su mujer.
—Eso sería lo mejor que pudiera pasarle —comento
entrometiéndome en la conversación.
—¿Te imaginas que Alejandra no se presentara? Como en las
películas que ves. La novia siempre abandona corriendo y se va con otro —
dice Esther, que a estas alturas está tan harta como todas nosotras.
—Espera, que voy a sacar la cámara y a grabar porque si eso pasa
quiero poder verlo cada día. Ojalá mi amiga fuera una Julia Roberts y
saliera pitando de aquí —digo con guasa.
—Pues Roberto no parece Richard Gere. Es guapo, pero no tanto.
Aunque como siga así se le va a poner el pelo blanco del susto que lleva —
dice Mónica, que hasta ahora había intentado mantener la compostura, pero
ha acabado por dejarse llevar y participa de nuestro cachondeo.
—¡Novia a la fuga! ¡Novia a la fuga! —exclamo.
—Julia Roberts está buena —dice Eva.
—¿Más que yo? —le pregunta su churri, que ha venido como
acompañante, aunque no conoce mucho a Alejandra.
—Más que tú ni Julia Roberts ni todas las novias del mundo. Si me
dejas esperando así en el altar la que salgo corriendo soy yo. ¡Qué apuro! —
contesta Eva.
—¡Una ola por la novia! —digo gritando para que todos se animen.
Los invitados miran hacia atrás, porque somos las escandalosas de la
ceremonia y parece que no pasamos desapercibidas. Nadie se mueve. Son
como estatuas de yeso esculpidas en los asientos esperando a que pase algo
en esta boda. Las únicas que me siguen son las de mi fila. El grupo de
bolleras con ganas de marcha que se levantan formando una ola de
izquierda a derecha.
—¡Ha sido una ola pequeña del Mediterráneo, pero ha valido! —
exclamo.
—¡Viva la ola de Benidorm! —dice Eva, que está tronchada de risa
por el suelo.
Parece que hubiéramos bebido, pero no. Solo somos un grupo de
amigas pasándolo bien ante un evento que no tiene muy buena pinta. En ese
momento, Roberto se baja de donde está y se dirige a mí con paso firme y
cara de enfado. Seguro que si pudiera nos quemaría en la hoguera.
—Me tenéis harto. ¿Estáis escuchando? ¡Harto! —empieza a gritar
como un loco.
—Roberto, no te pongas así. Solo nos divertimos —dice Mónica
intentando calmar los ánimos.
—Y tú —dice mirándome—, eres la culpable de que Alejandra y yo
hayamos tenido tantos problemas. No entiendo qué haces aquí. Si fuera por
mí jamás te hubiera invitado. Siempre te ha gustado mi mujer, ¿verdad? Y
ahora me quieres joder la boda. —Me levanta la mano en gesto violento y
se da la vuelta.
—Oye, oye. ¿Tú de qué vas? ¿Quién te crees que eres para hablar
así a una mujer? —le dice Esther.
—El que no tendría que estar aquí eres tú. Eres un amargado y vas a
hacer infeliz a mi amiga. Tú no quieres a nadie, solo a ti mismo.
Acomplejado —le grito poniéndome nerviosa.
Todas se ponen a discutir con él intentando calmar la cosa, pero a la
vez lo increpan por la manera de hablarme. En este instante me acuerdo de
la escena del ascensor, aunque dudo de que él sepa algo. De todas formas,
siempre ha sido muy desagradable conmigo, incluso cuando no tenía
motivo.
—Roberto, ¿se puede saber qué haces? —interviene la madre de
este.
—¿Que qué hago? Mamá, ¿tú sabes que hacen estas personas en mi
boda?
—Son las amigas de Alejandra, ¿no? Las invitó ella —contesta
Francisca, la madre del mandril y futura suegra pesada de mi amiga.
Los demás invitados están hablando entre ellos echándose las manos
a la cabeza por la escenita que ha montado el novio. Nosotras solo nos lo
estábamos pasando bien. Esto es una boda, pero si no fuera por el decorado
parecería un funeral. Lo único que se me ocurre en este momento es
plantarle un morreo a Esther, que se queda sin aliento y colorada de la
vergüenza ante la atenta mirada de madre e hijo. Espero que con esto le
quede claro que no quiero nada con su mujer.
—¿A qué ha venido eso ahora? —me dice Esther al oído.
—Solo quería que no me vieran como la tercera en esta pareja,
porque yo ya tengo la mía propia a la que quiero con locura —contesto.
—Virgen de la Macarena. Jesús, Jesús… —exclama Francisca
dándose la vuelta.
—¿Me quieres? —pregunta Esther.
—Te amo, churri, te amo. —Vuelvo a besarla para que le quede
claro.
—«Éramos pocos y parió la abuela» —dice Eva, provocando de
nuevo la carcajada de las demás.
—Pues nada, «no hay mal que por bien no venga» —contesta su
pareja.
—«Ponemos un circo y nos crecen los enanos» —dice Mónica.
—¿Queréis dejar ya los refranes? —les suelto para que se callen.
—Os estáis riendo de mí y esto va a acabar muy mal —amenaza
Roberto.
—No sé qué está pasando, pero si seguís en esta actitud llamaré a
seguridad para que os eche —dice Francisca señalándonos de forma
intimidatoria con el dedo índice.
—«De tal palo, tal astilla» —contesto.
Al momento todas se dan la vuelta para reírse sin que se les vea la
cara, pero disimulan fatal. Menudas amigas petardas que me han tocado.
—¡Chicos, ya viene la novia! —grita uno de los invitados.
La música empieza a sonar y Alejandra, que es muy especial, eligió
para este momento la canción Mi bendición, de Juan Luís Guerra, porque
ella no es de la Marcha nupcial, a ella le van las canciones con letra y
cuanto más cursis mejor. Todas empezamos a cantar y yo miro a Mónica
porque en su día me enseñó a bailar bachata, aunque no fui buena alumna.
Dicen que las flores no dejaban de cantar tu nombre.
Tu nombre, cariño.
Que las olas de los mares te hicieron un chal de espuma,
de nubes y lirios
Y la luna no se convenció.
Y bajo a mirarte el corazón.
Y al mirarte dijo que no había visto un sol radiante,
más bello que mi bendición.

Se nos empiezan a saltar las lágrimas. Roberto ya está de nuevo


esperando en el altar y su madre sentada en su sitio, como si nada hubiera
pasado.

Tenerte.
Besarte.
Andar de la mano contigo.
Mi cielo.
Mirarte.
Decirte un te quiero al oído, yo te lo digo.
Qué bendición.

Y la novia va pasando del brazo de su apuesto padre. Ella está muy


guapa, pero le noto los ojos hinchados como si hubiera estado llorando. Eso
no me gusta nada. Al llegar a nuestro lado nos lanza un beso y en sus labios
leemos un «gracias por estar aquí». Mónica es la que más emocionada está
de nosotras y me doy cuenta de que se han hecho muy amigas. A mí se me
va la cadera con la música y voy recordando: «Pin, pan, pin y culetazo; pin,
pan, pin y culetazo», aunque el ritmo solo está en mi cabeza y no en mi
cuerpo. Esther me para agarrándome de la mano, porque no es momento de
bailar y a ella, como siempre, le da vergüenza.
Alejandra llega hasta donde está Roberto, se pone a su lado y se
seca las lágrimas. Gira la cabeza, dirige la mirada a la zona en la que nos
encontramos nosotras y noto de nuevo que no está bien. La que era mi
mejor amiga está incómoda, como cuando tenía que aguantar en el
supermercado a algún cliente maleducado y yo iba a sacarla de esa
situación antes de que perdiera sus nervios. Si no fuera porque hace tiempo
que no la reconozco en las reacciones que tiene, ahora mismo la secuestraba
para irnos todas lo más lejos posible de aquí.
El cura aparece con su flamante túnica y su pelo blanco como un
oso polar. Según me ha contado Mónica, este hombre es quien ofició el
bautismo y la comunión de Roberto y el señor que ha casado a todos sus
primos. Francisca, en su afán por controlarlo todo, puso en la lista de
condiciones que fuera esta persona quien se encargara de la boda.
Alejandra, por supuesto, tuvo que callar y asentir porque no había otra
opción.
Empieza la aburrida ceremonia. Hay que ponerse en pie, luego
sentarse y no sé qué más cosas con las que nunca me aclaro porque siempre
voy al revés del mundo. Esther bromea conmigo y me agarra la mano con
fuerza para que no se me ocurra hacer ninguna tontería en todo el acto.
Llega lo temido.
—Yo, Roberto, te quiero a ti, Alejandra, como legítima esposa y me
entrego a ti. Prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y
en la enfermedad, todos los días de mi vida —dice Roberto mirando a Ale.
Es el turno de ella y cada vez pierdo más la esperanza de que salga
de aquí corriendo y no se case con ese miserable hombre. Mónica se lleva
las manos a la cabeza. Todas nos miramos con ganas de que alguna de
nosotras interrumpa la boda para que Alejandra no arruine su vida. La
todavía novia tiene la cara desencajada, como cuando te obligan a hacer
algo desagradable que no te gusta nada, como cuando un cliente le reclamó
que le devolviera el dinero de un bote de aceitunas sin hueso porque una
llevaba hueso. Debería ser uno de los días más especiales de su vida y yo no
la noto feliz. Su padre, sentado en uno de los primeros bancos, cuchichea
con su actual mujer y por cómo gesticula juraría que por algún motivo todo
esto tampoco le gusta.
—Yo, Alejandra, te quiero a ti, Roberto, como legítimo esposo y me
entrego a ti. Prometo… —Le da la tos—. Perdón. Prometo serte fiel en las
alegrías y en las penas… —Le vuelve a dar la tos y una de las damas de
honor le acerca un poco de agua.
—¿Le damos un jarabe? —susurro a Esther.
—Perdón, qué oportuna la tos. En las alegrías y en las penas, en la
salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida —acaba diciendo
Alejandra y sentencia así su futuro.
—La cagó —dice Eva.
—Estúpida —suelta Mónica.
—Bueno, se puede divorciar, ¿no? —pregunto con tristeza.
—Patri, ella lo ha querido así y no hay que darle más vueltas. Sé que
no es feliz y ahora que lo sé todo no entiendo que se case, pero habrá que
apoyarla —me comenta Esther intentando calmarme.
—Me voy fuera —exclama Mónica dándose la vuelta.
—¿Dónde va? —digo mirando a Eva.
—No lo sé. Decía que tenía ganas de vomitar.
—Ahora una vomitando. Es lo que nos faltaba. —Me llevo las
manos a la cara.
La nueva parejita infeliz se da los anillos y cuando acaba todo
salimos de ahí. Fuera, en la carretera, nos espera un autobús que nos llevará
al salón de bodas que han elegido, a unos diez kilómetros de donde nos
encontramos. Me hubiera gustado poder dar dos besos a Alejandra, pero su
familia, y sobre todo la de Roberto, esta tan encima de ella que no la dejan
ni respirar. Decido que será mejor saludarla en el banquete o en la fiesta de
después, y me resigno a aceptar que al acabar todo esto ella y yo no nos
volveremos a cruzar más en nuestro camino.
En el autobús el grupo de las lesbianas rechazadas vamos cabizbajas
atrás del todo. Mónica está mareada y tiene la cara blanca después de haber
echado todo el desayuno. En el vehículo van el resto de invitados que, al
igual que nosotras, no habían traído coche. En otro momento hubiéramos
sido las únicas que armaríamos jaleo con risas y alegría, pero ahora mismo
vamos en la misma onda que las demás personas: aburridas y como si nos
hubieran metido un palo por el culo. Es lo que tiene una boda en la que la
mayoría de los asistentes son unos estirados. Mi Alejandra no pinta nada
con esta gente.
Cuando llegamos al banquete nos sientan a todas las brujas juntas,
como era de esperar, y nosotras lo agradecemos porque no nos apetecía
juntarnos con tanta seta. El sitio es el típico salón clásico con su mantelería
blanca, sus sillas negras, su zona en alto donde comen los novios y su
photocall al entrar donde puede leerse: «Estoy en la boda con más amor del
mundo». Nosotras, por supuesto, pasamos de hacernos ninguna foto ahí
porque estamos en desacuerdo con esa frase.
—¡Vivan los novios! —gritan los invitados cuando estos entran al
salón.
—Qué puto asco —dice Mónica, que no para de echar pestes por su
boca desde que acabó la ceremonia.
—Bueno, chiqui, tendremos que alegrarnos de algún modo porque
al final o matamos a alguien o salimos con depresión de este sitio —
comento mientras les sirvo un vino blanco que tenemos en la mesa y cuyo
nombre es: «El novio»
—Manda cojones que tengamos que beber un vino con ese nombre.
Seguro que nos sienta hasta mal esta mierda. No puede estar bueno —suelta
Mónica, o el demonio que lleva dentro.
—Cuando yo te conocí eras una chica dulce y comprensiva que iba
con su maletita llena de juguetes eróticos.
—Lo de la maleta sigo con ello, lo de comprensiva se me acabó.
—Chicas, brindemos por un bonito día y una mejor noche en la que
nos lo vamos a intentar pasar bien —nos interrumpe Esther alzando su copa
para quitar hierro al asunto.
Es tan bonita mi Esther, mi bombón, que me la comería ahí mismo
si pudiera. Miro su boca y sus ojos y ella al momento sabe lo que se me está
pasando por la cabeza, así que me hace un gesto juguetón mordiéndose el
labio inferior.
—Venga, vamos a comer. Que entre las que se miran con ganas y la
que solo suelta fuego por la boca nos tenéis hartitas —comenta Eva.
Nos comemos los entrantes, el primer plato, el segundo plato, el
tercer plato y no sé cuantos más porque perdimos la cuenta de la cantidad
de comida que allí había. Mónica bebe más que come y a la hora del postre
ya está bastante perjudicada.
—Chicas, voy al baño —dice con dificultad la experta en tuppersex.
Al poco rato, Alejandra llama la atención de todos los invitados y se
levanta para decir algo.
—Gracias a todos por estar en este día. —Dirige la mirada hacia
nuestra mesa—. Me gustaría que todas las chicas se pusieran en el centro
del salón para ver quién será la siguiente en tener la misma suerte que yo.
—O mala suerte —me comenta Eva por lo bajo.
—Espero que hayáis comido bien, porque luego nos espera una
buena fiesta —continúa diciendo Alejandra—. A ver a quién le toca.
¿Listas? —pregunta alzando el ramo de novia.
Nosotras estamos ya preparadísimas para dar un salto y coger ese
ramo gigantesco tan horrible. Todas menos Mónica, que sigue en el baño y
no sabemos si aún con vida. Comienza a sonar la canción Single ladies, de
Beyoncé, y a mí se me van mis arrítmicos pies bailando como hacen en el
famoso videoclip.
—Una… dos… ¡y tres! —grita Alejandra tirando el ramo.
Me pilla desprevenida con el baile, pero pego un salto haciendo una
especie de palomita de portero de fútbol y dando un buen codazo a Ágatha
con mi efusivo movimiento. Esther intenta agarrarme de un brazo para que
no me caiga y Eva también me ayuda haciendo un placaje a las demás
chicas que quieren arrebatarme lo que solo puede ser mío. Al final aterrizo
en el suelo con todo el mundo mirándome, pero con el horroroso ramo en
mi poder. Me levanto victoriosa y lo enseño a todos los presentes. Esther
viene hacia mí y nos besamos con pasión al pensar que nosotras podríamos
casarnos.
—Bueno, me he venido arriba porque soy muy competitiva y quería
el floripondio este; pero que yo no quiero casarme ni de broma, bombón —
le digo a mi novia con otro buen morreo.
—¡Bravo, bravo! —dice Alejandra mientras aplaude efusivamente
ante la atenta mirada de Roberto y de la suegra, que están escandalizados
por nuestras muestras de afecto.
—Vamos a dejarlo ya. Me siento observada —dice mi pobre Esther
y su timidez.
Empieza a sonar música fuera del salón. Las cortinas se suben y
aparece un espacio enorme al aire libre con césped, piscina, dos barras
donde beber hasta desplomarse y un escenario con micrófonos para quien se
arranque a hablar, cantar o para Francisca y sus sermones de suegra.
Nos abren unas enormes puertas acristaladas y todos salimos para
disfrutar de la fiesta con la barriga llena de comida. Hay carteles negros con
los nombres de los nuevos casados en letras doradas y un coche clásico al
fondo muy bonito con un cartel donde pone el modelo: «Rolls Royce Silver
Cloud de 1962». El carro está bien, pero hace tiempo Alejandra me dijo
que, aunque a su novio le gustaban los coches antiguos ingleses, a ella le
encantaría tener en su boda un Ford Thunderbird de 1966. Yo no tengo ni
idea, pero según me explicó es el coche que usaban las protagonistas de su
película favorita: Thelma & Louise. Lo había incluso buscado en una
agencia de alquiler de vehículos antiguos y solo le faltaba el visto bueno de
Roberto que, por supuesto, nunca se lo dio. Era de esperar que ni siquiera
en esto le diera el gusto a su mujer. Mandril egoísta…
—¿Y Mónica? —nos dice Eva mirando a cada lado para ver si la
encuentra.
—Madre mía, tía, hace mucho que dijo que se iba al baño. Esta se
ha colado por el váter y le ha dado a la cisterna. Estaba muy borracha. La
boda nos va a matar a todas —digo mientras muestro mi codo magullado
por los esfuerzos de ser la vencedora en la recogida del ramo.
Nos echamos las manos a la cabeza preocupadas por nuestra amiga
y en ese momento vemos aparecer a Alejandra andando muy deprisa. Yo,
que la conozco, sé que ese es el paso de militar que ambas usamos cuando
queremos decir: «estoy muy cabreada con el mundo», e intuyo por su
expresión que intenta fingir que todo está bien cuando en realidad se está
muriendo por dentro. En su camino tira una copa de vino a una amiga
estirada de Roberto y esto llama la atención de todos, que se giran de
inmediato para ver la escenita que se ha montado.
—Salía del baño. Voy a ver qué pasa por allí y a buscar a Mónica.
Me está preocupando que tarde tanto —me dice Esther.
—Menuda boda más movidita. Y nos la queríamos perder. Ve, pero
no tardes ni te pierdas porque no queremos tener más bajas en el grupo.
Desde mi posición puedo ver la zona donde están los lavabos. Hay
un ligero revuelo fuera debido al altercado de la copa y empiezo a estar
intranquila por saber si le ha pasado algo a Mónica. Esta es una boda de
locos. De repente, me percato de que aún tengo el ramo en la mano, mi gran
logro de esta noche, y al fijarme bien veo un papelito en su interior que me
llama la atención. Está muy arrugado, como si alguien lo hubiera tirado ahí
pensando que era el cubo de la basura, pero en seguida me observo que es
la letra de Alejandra.
—¿Qué es eso? —me pregunta Eva, que se ha dado cuenta de que
intento alisar el papel.
—Estaba dentro del ramo. Es algo que ha escrito Ale. Una carta…
¡dirigida a mí! —me sorprendo porque si este ramo no lo hubiera cogido yo
esto habría acabado en manos de cualquier mujer estirada de esta boda.
Me resulta muy raro, pero después del asombro inicial me olvido de
todo lo que está pasando fuera y me siento a leerla con impaciencia.
—¿Cómo? ¿Qué soy el amor de su vida? —digo en alto ante la
atenta mirada de Eva.
Me mareo, la boda da vueltas, los invitados dan vueltas y por mi
cabeza se pasa a modo de flashback todas las citas que tuve gracias a
Alejandra, el fracaso con Mónica, mi rabia por las consecuencias de
acostarme con mi por entonces mejor amiga, el haberla perdido porque ella
no tuvo la valentía de afrontar lo que pasó… Y ahora, de repente, me está
confesando que estaba enamorada de mí.
Esto es demasiado.
Capítulo 21
Me levanto decidida a buscar a Alejandra para pedirle explicaciones. No
sé qué hacía esa carta en el ramo cuando no se ha molestado ni en
terminarla. ¿Es un acertijo? Eva me mira con cara de preocupación, pero no
me detiene porque sabe que cuando me pongo así mejor ni hablarme. La vi
salir del baño, así que no tiene que estar muy lejos. Roberto pasa por mi
lado y le asalto para preguntarle.
—¿Sabes dónde está tu mujer? —Toco su hombro para que se gire y
me escuche.
—¿Mi mujer? ¿No lo sabes tú? ¿No sois tan amiguitas?
—Como siempre derrochando simpatía —le increpo.
—Seguro que viene porque ahora vamos a bailar. Habrá ido a
prepararse. Se quería quitar el traje de novia por un vestido más cómodo
que elegimos para ella.
—Claro, lo elegisteis vosotros. Era de esperar —farfullo.
Le empujo con mi cuerpo sin querer, o queriendo, no lo tengo claro,
y me voy con el pensamiento de que no sé por qué motivo he ido a
preguntar a semejante gilipollas.
Miro en la sala del personal de cocina, en las distintas barras de
bebida y en la zona del ropero; no la veo. Al fondo observo el coche clásico
y se me ocurre que podría ser un buen refugio. Me dirijo hacia él, abro la
puerta del vehículo y… sorpresa. No me equivocaba en mi presentimiento.
—Alejandra, ¿qué haces aquí metida? —exclamo al verla.
Los cristales del coche son tintados, por lo que desde fuera nadie se
imagina que ella pueda estar aquí dentro con cara de acelga pocha.
—Déjame, Patri, no estoy para nadie.
—Me pones una carta a medio acabar en el ramo y ahora me dices
que te deje.
—¡La carta! No me acordaba. Qué horror. ¿La has leído entera? Mi
intención no era dártela de esa manera; no la terminé —me contesta muy
afectada e hiperventilando por la ansiedad.
—Claro, la leí. ¿Qué hacía en el ramo si no querías que la leyera? Si
no llego a dar ese salto mortal para atrapar los floripondios a saber a quién
va a parar ese escrito. No quiero ni pensar que Ágatha lo pudiera haber
cogido.
—Menos mal… Ay, no puedo más. —Sus lágrimas brotan.
—Tranquila. Respira normal que te va a dar algo, muchacha. Así
que… estás enamorada de mí… y te has casado. La madre que te parió, Ale.
—Sí. Bueno, no. O sea, es que no lo has leído todo.
—¿Qué más tengo que leer? Por cierto, ¿qué haces aquí metida? —
pregunto impaciente porque no entiendo nada y no me da respuestas.
—Estuve enamorada de ti y por eso intenté impedir que encontraras
pareja. Llámame egoísta porque es lo que soy. Al final tú saliste perjudicada
y yo… yo… me volví a ilusionar —me dice ante mi mirada de sorpresa—.
Patri, creo que soy lesbiana.
Toma bombazo.
—¿Cómo que te volviste a ilusionar? ¿Por qué te casas? Es que te
mataba, Alejandra, vas de mal en peor tomando decisiones absurdas.
—Lo sé.
—¿De quién te has enamorado ahora?
—Yo no diría la palabra enamorar. Es Mónica. Me gusta.
En este momento tengo ganas de pegar fuego a toda esta boda de los
infiernos.
Mónica
Capítulo 22
Alejandra está preciosa cogida del brazo de su padre y caminando hasta
el altar. Es todo muy emocionante, pero yo no debería de estar aquí después
de lo ocurrido. Si he venido es solo porque ella me lo pidió y tengo una
mínima esperanza de que en el último momento se arrepienta de esta boda.
Aún tengo en la mente lo ocurrido ayer. Yo estuve de acuerdo en
que durmiera en mi casa por el tema de que los novios no se vieran la
última noche antes de casarse, pero la cosa no acabó como esperaba. Intenté
hablar con ella para que saliera de esta mentira en la que se ha metido y le
di la opción de ir las dos juntas a hablar con la familia, o coger el coche y
fugarnos lejos sin dar más explicaciones. Su miedo al qué dirán, a romper
los planes, a acabar con una relación en la que ella se había involucrado
mucho, a hacer daño a Roberto y a anular un banquete y unos preparativos
ya pagados le paralizaban para actuar con lógica. Pensaba en todo menos en
ella y se quería lanzar a un vacío del que le iba a ser aún más difícil salir.
Aunque hablamos mucho, al final nos dejamos llevar y ocurrió lo
inevitable. Fue nuestra última noche de amor después de meses de vernos a
escondidas. Su fragilidad se transformó en fuego y sus manos se recrearon
en mi cuerpo como si supiera que nunca más iba a tocarme. Sus ganas, las
mías, sus miedos, mis dudas; todo se juntó en una batidora de emociones y
acabó siendo una de las veladas más bonitas que he vivido con una mujer.
Me estaba ilusionando demasiado y teníamos que cortarlo todo por sus
temores, sus malditos temores. No puedo con esta situación, yo tendría que
ser Roberto.
Alejandra, mírame mientras caminas al altar. Hazme una señal y
paro esto como sea. Solo necesito un gesto tuyo para que todo este tiempo
tenga sentido. Me llevo las manos a la cabeza y suspiro con resignación.
Alejandra tose cuando le toca decir sus palabras, como si fuera el presagio
de que todo se le iba a atragantar; está nerviosa y con mala cara, pero se
termina casando.
—Estúpida —suelto con todas mis ganas.
Necesito irme de aquí, me encuentro mal y los nervios me están
ocasionando unas nauseas horribles. Mierda, mierda y mierda. ¿Por qué
haces esto?

En el banquete solo quiero beber. Nunca he sido de las que usan el


alcohol como remedio para olvidar problemas, ni siquiera soy de beber
mucho; pero hoy no me reconozco y hasta todas me miran como si fuera
una extraña. Solo suelto pestes por la boca porque no me sale otra cosa; en
este momento soy toda odio. Siento asco y decepción. Estoy mareada. Ay,
por Dios, qué tajada que llevo. Mis amigas brindan y yo solo tengo ganas
de ir al baño. De camino me voy tropezando con todo lo que encuentro. Veo
borroso.
—Bueno, que todavía me doy una ostia con estos putos tacones y
salgo de aquí con el corazón y la pierna rota. Estoy harta de todo. Uy,
perdona, que me agarré sin querer a ti porque casi me estampo contra el
suelo —le digo como puedo a una chica que se me cruza.
—¿Estás bien?
—Sí, sí, disculpa. —Me recompongo y levanto la vista para verla—.
Qué guapa eres. ¿Tú estás con el novio o con la novia? Yo estaba con la
novia, pero ya no.
—¿Ya no? ¿Ahora eres invitada del novio?
—Ahora soy invitada de quien yo quiera ser. De qui-en-yo-qui-e-ra-
ser —contesto vocalizando de una forma desastrosa—. Quiero ser la tu-ya,
tu-ya, tuya. Acompáñame al baño.
—Voy contigo, no sea que vuelvas a caerte y te hagas daño. No
quiero ambulancias en la boda. Yo soy familiar del novio, aunque familia
muy lejana. A mí me aburren estas cosas y siempre intento escaquearme.
Hoy me ha sido imposible, mi madre no tenía otra persona para que viniera
con ella. —Pone los ojos en blanco.
—Qué putada. Las bodas son una putada. Esta más. Esta es la más
putada del mundo —le digo levantando el dedo y señalando a toda la sala
—. Eres muy guapa. ¿Tienes novio? ¿Novia? Tú no vas a casarte, ¿verdad?
—continúo preguntando mientras entramos al baño.
—No tengo novia ni novio. Lávate un poco la cara y refréscate. Te
vendrá bien. Tú tampoco estás nada mal.
—¿Nada mal? —digo mientras miro su figura desde el espejo del
lavabo y me echo varios litros de agua en la cara.
Esta chica está buena. Lleva un mono negro muy ceñido al cuerpo y
no tiene pinta de ir a una boda, desde luego no la pinta que tienen los
demás. Me fijo en su generoso escote y en un pequeño tatuaje en la
clavícula con el dibujo de dos símbolos femeninos entrelazados. Empiezo a
pensar que puede ser de las mías, pero como es invitada de Roberto tengo
dudas. Quizá es la oveja negra de la familia, o más bien la oveja de colores.
Me fijo en sus uñas, las tiene cortas y bien arregladas. Punto a su favor.
—¿Te encuentras mejor? —Me mira con pena.
—Sí. ¿Alguna vez has usado un vibrador de dedo? —pregunto con
la verborrea sin sentido que el alcohol me provoca.
—¿Cómo dices?
—A la chica que se casa le gustaba mucho. Le regalé uno rosa y
otro color transparente con el que se ve la piel a través de él. Son unos
estimuladores que dan mucho juego.
Mientras hablamos me voy acercando y ella se arrincona cada vez
más hacia la pared.
—No estaría mal probarlo. Por cierto, me llamo Violeta.
—Yo soy Mónica. Encantada de conocerte. ¿Me dejas conocerte
más a fondo?
—Esta situación me está dando mucho morbo, Mónica —me dice
mientras me agarra de la cintura.
Su contacto, su aliento, el vino blanco semidulce, la ruina de mi
amor con Alejandra, la traición, esta mujer tan sexi, su voz, su mechoncito
de pelo moreno detrás de la oreja, su olor a perfume del caro, su rostro
sonrojado, sus labios carnosos y preparados… No hay nada que me haga
parar lo que ahora mismo me apetece hacer. Fuera suena una canción que
Alejandra tenía en la lista de sus favoritas y que siempre le dije que no la
pusiera porque nos acordaríamos de lo infiel que estaba siendo a Roberto:
Dragón rojo, de Rozalén. Justo tengo que escucharla ahora. A veces, si lo
piensas, la vida siempre tiene de fondo una banda sonora, como en las
películas.

Mis dedos como un láser señalan donde se apuñala.


Los faros dilatados la víctima encontrada.
Confieso dibujé en tu cuello una diana.
Me regalaste un baile y accedí a jugar.
—A mí me das morbo tú —contesto consciente de lo que va a pasar.
Sigo escuchando la puta canción.

Te juro que no quise sentir nada.


Solo escribir una traición.
Vengarme en otro cuerpo parecido.
Ni besos a mitad de labio.
Ni una canción en ese último bar.
Solo escupirte mi dolor.

Beso su boca con hambre de venganza y le agarro por detrás de la


nuca para acercarla aún más a mí. Ella es la diana que he encontrado donde
disparar el dolor que siento. Deseo más contacto, pero su indumentaria es
demasiado ceñida como para poder tocar cada rincón de su cuerpo. Agarro
su pelo y le doy un pequeño tironcito; así, con la fuerza justa. Gime. Su
nivel de excitación está subiendo a la misma velocidad que crecen mis
ganas de más. En ese momento no hay nadie en el baño y logro cerrar la
puerta. Mierda, no tiene pestillo. Estoy tentando a la suerte. Pongo mi mano
entre sus piernas y ella hace lo mismo en mi trasero. A los pocos segundos
se da cuenta de que su ropa no ayuda y se gira señalando la cremallera que
debo bajar para que ese mono caiga de forma inmediata. Tiene un cuerpo
precioso. Aprovecho que está de espaldas para tocarle el pecho con una
mano y dejar la otra explorando su sexo de forma suave. Se apoya en la
pared y se inclina ligeramente. Con esa postura permite que sus nalgas me
rocen aún más y, ante semejante provocación, lo único que puedo hacer es
despojarme de mi vestido, del tanga y de mis propios valores. El roce de su
bonito y firme culo me llega hasta el clítoris. Le doy placer con mi mano,
como he aprendido en años de lectura y estudio sobre el disfrute femenino.
Me suben las pulsaciones y acabo por tener un orgasmo con el que grito de
forma descontrolada echando fuera todos mis demonios; todos mis
dragones. Ella llega al clímax también y no es mucho más discreta que yo.
Nos dejamos llevar por el momento.
—¿Qué haces? Qué asco, no me lo puedo creer —oigo decir.
Alejandra había abierto la puerta y no sé cuánto tiempo llevaba ahí
mirando. Está blanca. Sin articular más palabras sale del baño corriendo y
lo único que oigo después es el murmullo de la gente, Sobreviviré de
Mónica Naranjo y el sonido de una copa rompiéndose.
—Parece que la hemos liado un poquito —dice Violeta tapándose
como puede.
Nos vestimos lo más rápido posible y vuelvo a mojarme la cara
como si se fuera a acabar el mundo. Me doy cuenta de lo que he hecho;
pero, más allá de que me hayan pillado practicando sexo en una boda, no
siento que tenga que dar más explicaciones a la persona que ha preferido
casarse y dejarme con cara de gilipollas.
—Mónica, estás aquí todavía. ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?
Llevas mucho rato y estamos preocupadas. Ya han lanzado el ramo y acabó
la comida —dice Esther, que también aparece en el baño.
—Sí. Ya estoy muchísimo mejor —contesto con ira.
—Tienes cara de haberte enrollado con alguien —ríe—. Espera un
momento. ¿Os estabais aquí dando el lote? —Los ojos se le salen de las
cuencas.
—Encantada. Me llamo Violeta. Vengo de parte del novio —dice mi
amante de lavabo, que parece ser muy amigable y educada.
—Yo soy Esther. Ahora entiendo por qué Alejandra ha salido
corriendo. Se ha debido enfadar porque os ha pillado en plena faena. Se le
pasará, no es para tanto.
—Sí, es para tanto. Estoy hasta el coño —contesto, porque ni ella ni
nadie sabe toda la historia—. Ahora voy con vosotras. Mierda. ¡Joder!
—Patri dice que parece que te hayas tragado un demonio. Creo que
tiene razón —me dice Esther al oír lo mal hablada que me he vuelto en esta
boda.
—No te preocupes, ya lo he soltado. —Aprieto los dientes.
Alejandra
Capítulo 23
Mónica está muy guapa. Camino hacia el altar de mi boda y no dejo de
mirarla; esto es ridículo. Lleva un vestido color verde esperanza. Me dijo
que se lo pondría con la intención de que le diera suerte y cambiara de
opinión. Seguro que me odia; yo lo haría. Patri también está preciosa con su
peculiar indumentaria. Ella siempre destaca. Echo de menos sus consejos,
su amistad… Fui tan tonta.
Me toca decir las últimas palabras y seremos marido y mujer. La tos
que me da parece una señal para no hacer esto, pero estoy metida hasta el
fondo y no puedo pararlo. Lo voy a hacer. Me caso. Cuando el cura dice
que podemos besarnos dirijo de nuevo la mirada hacia donde está Mónica, o
estaba. Se ha ido. Soy lo peor. No dejo de tomar decisiones horribles por el
miedo que siento y de hacer daño a todo el mundo
—Alejandra, podemos besarnos. ¿Dónde tienes la cabeza? —me
pregunta Roberto.
—Sí, perdona. Te quiero. —Y le doy el beso más falso que he dado
en mi vida.

En el banquete es como si no estuviera. Mis amigas y Mónica están en


una mesa alejada de mí. Roberto y su madre distribuyeron a los invitados
sin contar conmigo, como la mayoría de cosas de este día. Me como todo lo
que me ponen en el plato y cuento los minutos para que esto acabe.
Por fin llega el momento de lanzar el ramo. A ver si quien lo coja se
casa con más ganas que yo. No veo a Mónica por ningún sitio.
—Una… dos… ¡y tres! —grito lanzándolo con fuerza.
¡Lo ha cogido Patri! Aunque casi se mata para ello. Ella no quiere
bodas, pero es tan competitiva que hasta a esto tenía que ganar. Su hazaña
me ha sacado una de las primeras sonrisas de este día. Miro el reloj y veo
que en poco rato sonará nuestra canción. Rober y yo hemos preparado un
baile. No tengo ninguna gana, pero es lo que toca. Decido ir al baño antes
de pasar por la habitación donde voy a cambiarme de vestido y a retocarme.
Oigo ruidos. Qué horror, parece que alguien se lo estuviera montando aquí
mismo, entre el váter y el lavabo, qué asco. Tengo que entrar, sea como sea,
porque no puedo aguantar más. Pongo la oreja en la puerta y sigo oyendo
gemidos. Al abrir me encuentro lo que me esperaba, pero con las personas
que nunca podía imaginarme.
—¿Qué haces? Pero qué coño… No me lo puedo creer —digo con
rabia.
¿Mónica? ¿En serio? Me voy corriendo de ahí lo más rápido que el
vestido me permite y con los nervios tropiezo con Clara, una prima de
Roberto, y le tiro su copa encima.
—Perdón. Qué desastre. Lo siento. Disculpa, es que tengo prisa —le
digo con vergüenza, pero sin pararme demasiado.
Quiero escapar de aquí.
—¿Te pasa algo? —me pregunta la chica toda manchada de vino
tinto del caro.
—No. Estoy bien. Voy a ir a cambiarme. Perdona por tirarte la copa.
No sé dónde meterme. No puedo irme, pero tampoco quiero volver a
ver la cara de Mónica después de que se tire a otra en mi propia boda. ¿Lo
hizo por despecho? Es mi culpa. Soy una estúpida. Para qué la invito si
anoche mismo hicimos el amor. Nunca me esperaba que ella me lo pagara
así. De lejos veo a Patri y se me viene a la mente mi vida en cámara rápida.
Todo esto ha empezado por no seguir mis sentimientos desde un principio.
Dirijo la mirada hacia el coche clásico que tanto odio. Tiene las lunas
tintadas y decido ir hacia él sin llamar demasiado la atención. Me meto
dentro y me acomodo en los asientos traseros. Estoy nerviosa. Me odio.
Asomo la cabeza y veo que Patricia está mirando de un lado a otro
corriendo por la sala como si hubiera perdido algo. ¿Me estará buscando a
mí? En realidad, estoy deseando poder hablar con ella, desahogarme,
abrazarla, como cuando éramos amigas y no existían los miedos. Parece que
viene directa hacia mí… Gracias.
Al principio rechazo su compañía, aunque lo estoy deseando. Me
confiesa que leyó la carta y me siento desnuda. La leyó incompleta y de una
manera que yo no esperaba.
—¿De quién te has enamorado ahora? —me acaba preguntando
después de todo un interrogatorio.
—Yo no diría la palabra enamorar. Es Mónica. Me gusta —contesto
—. Aunque después de esto… —sigo diciendo, pero en un tono tan bajo
que creo que no me oye. Más bien lo rumié para mis adentros.
Tierra trágame. Solo quiero que alguien que no sea Roberto me
saque de aquí.
Patri
Capítulo 24
Alejandra parece no tener ganas de salir del coche donde aún estamos
metidas. Yo me quedo en shock, pero necesito saber más.
—¿Te liaste con Mónica? No te empezarías a enrollar con ella
cuando estaba conmigo, ¿no? —pregunto cuando la idea me ronda la
cabeza—. ¿Cómo pasó?
—Mi intención era escribírtelo todo en esa carta y ni eso me han
dejado hacer a gusto. ¿La tienes aquí? Déjamela —me pide.
Busco la carta. La llevaba en la mano cuando no encontraba a Ale y
fui por toda la sala. Quería que me explicara qué era todo eso que había
leído y la arrugué en mi puño. Me saltan todas las alarmas. No la encuentro.
—No sé dónde está. La llevaba encima hace un momento y…
—Patri, no puedes haberla perdido.
Empiezo a sudar porque estoy analizando en mi cabeza todos los
pasos que he dado hasta llegar aquí. Mi mente se nubla cuando en mi
recorrido llego al momento en que me encontré a Roberto. Barajo la
posibilidad de que se me haya caído cuando hablaba con él. Puede que la
haya visto, o no, pero el pensar en él leyéndola me provoca dolor de pecho.
Al borde del infarto de miocardio.
—Lo siento. Creo que… Ay, madre. Creo que… —digo nerviosa
mirando por la ventanilla del coche a todos los puntos de la sala—.
Pregunté a Roberto por ti antes de encontrarte aquí y puede que se me haya
caído donde estuve con él.
—Patri, te voy a matar. Como eso llegue a sus manos me va a hacer
la vida imposible.
—Lo siento. Encontré la carta en el ramo y me volví loca
buscándote con ella en la mano. Quizá no la haya visto. Voy a buscarla.
Quédate aquí.
En ese momento empieza a sonar, de nuevo, la canción de Juan Luís
Guerra que pusieron en la ceremonia. El volumen sube.
—Esta es la que íbamos a bailar ahora. Tengo que salir o mi marido
se va a enfadar, y con razón —dice Ale muy preocupada.
—Me dijo que ibas a cambiarte para este baile. Sigues con el mismo
vestido. Ay, qué estrés de boda, chiqui, no me vuelvas a invitar a un sarao
de estos en tu vida —digo con los nervios a flor de piel.

Dicen que las flores no dejaban de cantar tu nombre.


Tu nombre, cariño.
Que las olas de los mares te hicieron un chal de espuma,
de nubes y lirios.

Con la canción ya sonando, Alejandra no tiene otro remedio que


salir tal cual está. Con disimulo abre la puerta del coche y se lanza a ese
abismo en el que ella misma se ha metido en el día de hoy. Yo espero dentro
por si alguien nos ve salir juntas: es lo que nos faltaba. Veo por la ventana a
Roberto en medio de la pista, con semblante serio y sin ningún ánimo de
bailar. Se acerca a donde está el encargado de poner la música y, de repente,
todo se queda en silencio. Decido bajar del vehículo porque en este
momento no hay peligro de que nadie se fije en mí, lo interesante está en
otro lado. Llega Alejandra y se sitúa junto a él haciendo que todas las
miradas de los allí presentes se dirijan hacia la pareja. Me acerco más para
ver qué pasa y veo al hombre de las cavernas con la carta en la mano. La
tiene arrugada en su puño. Se avecina la desgracia, el fin del mundo, un
maremoto que arrasará con todo esto en cuestión de minutos.
—¿Qué es esto, Alejandra? ¿Me lo puedes explicar? Eres una
mentirosa —grita y le agarra el brazo.
Unos cuantos, y yo incluida, nos abalanzamos corriendo para que la
soltara.
—Dejadlo —dice Ale—. Él tiene razón. Soy una mentirosa.
—¡Pero que no te toque ni un pelo! —le grito.
Alejandra se gira y empieza a llorar. Todos los invitados cuchichean
y se nota el nerviosismo en el ambiente.
—Roberto, te he mentido a ti y a todo el mundo que ha venido a esta
boda, pero también a mí misma. Me enamoré de una mujer. No estabas
equivocado. Intenté rechazar ese sentimiento y después me volví a sentir
ilusionada con otra chica.
Roberto me lanza una mirada de odio como si yo fuera la causante
de todas las desgracias de su vida.
—Vámonos a casa y deja este espectáculo —exclama su marido.
Esther, con cara de preocupación, viene a mi lado y me da la mano.
No entiende nada de lo que está pasando, normal, aún no sabe el contenido
de esa carta. Mónica también aparece y se coloca junto a Eva. Observo
cómo su cara se va poniendo verde por momentos; está mutando. Alejandra
se percata de su presencia y al mirarla pone un gesto de desilusión.
—No voy a ir contigo, Roberto, ya no. Acabemos con esto. Me he
casado y he llegado hasta aquí pensando en todo menos en mí —dice
conteniendo como puede las lágrimas para poder hablar—. No me atrevía a
dar el paso, pero ahora que tú mismo lo has leído se acabó. Espero que me
perdones algún día. Yo siempre te seguiré teniendo un cariño especial. Patri,
¿nos vamos? —pregunta con la decisión que le ha faltado todo este tiempo.
Estoy a punto de llorar por ver a mi amiga tomando las riendas de su
vida, por fin, pero a la vez me siento confundida porque la ayuda me la ha
pedido a mí y no a Mónica. Algo gordo ha debido de pasar.
Miro sus ojos y me siento con la emoción del primer día, como
cuando éramos inseparables, amigas de batalla del supermercado,
cómplices en todo e, incluso, como cuando era la ilusión del amor de mi
infancia: ese que nunca se olvida.
—¿Dónde vas? ¿Qué pasa aquí? —me pregunta Esther, que a estas
alturas está flipando.
—Chicas, venga, desfilando de aquí. ¡Nos vamos! Recoged vuestras
cosas. Equipo bollo abandona esta mierda de boda. Ya sabemos la salida.
Gracias a todos. La comida estaba muy buena. El vino más, que se lo digan
a mi amiga Mónica —exclamo llena de alegría.
—Yo no sé si debería de ir —dice Mónica.
—Venga, pesada, corre a la salida sin mirar atrás y ya arreglarás el
resto de lo que sea que te pase —le susurro cogiéndola del brazo para que
se mueva.
Y así, en fila india y con la cabeza bien alta, salimos todas de allí,
incluida Alejandra, ante la atenta mirada de los invitados y con los insultos
de Roberto a lo lejos.
Capítulo 25
La boda fue como un tsunami que arrasó con todo. Nos volvimos a casa
con una sensación agridulce porque Alejandra estaba muy mal de ánimos.
No podíamos consolarla con nada, aunque yo no paraba de decirle que
cuando viera todo esto con un poco de tranquilidad sentiría el mayor alivio
de su vida y podría empezar a ser ella.
Hubo un momento en el que me quedé a solas con Mónica y me
contó el incidente en el baño, pero sin entrar en más detalles de su relación
con Alejandra; lo que me recordó que en esa carta faltaba algo que mi
amiga quería decirme, pero que no pudo terminar. Solo sé que se gustan,
aunque me faltan más datos y me muero por saber qué ha pasado.
Después de tres semanas, y aprovechando que Esther trabaja y yo
no, he quedado con Alejandra en mi casa para hablar. Mi chica está distante
conmigo porque cuando le confesé lo que ponía en aquel papel se sintió
como una moneda de cambio a la que utilizaron para conocerme. Le he
intentado explicar que yo también estoy sorprendida, pero se cierra en
banda. Está celosa y enfadada. Ella opina que mis miradas con Alejandra
cuando expresó sus sentimientos delante de todos los invitados
sobrepasaron la barrera de la amistad. Esto me suena. Lo de las miradas ya
me lo han dicho antes: ni que tuviera dos rayos láser. Han sido demasiadas
emociones juntas hasta para mí.
Suena el portero automático y me pongo nerviosa, como cuando vas
a ver a la chica que te gusta. Descuelgo y pulso el botón que abre sin
preguntar nada: anda que si es un ladrón... Me arrepiento de no haber
accedido en la reunión de vecinos a poner una cámara para saber quién
llama; cualquier día tengo un disgusto. Miro el reloj y compruebo que es la
hora acordada. Tiene que ser ella, es una chica muy puntual. Intento actuar
con normalidad y pienso que solo va a ser una charla con mi amiga Ale. Me
tumbo para recibirla en el sofá intentando encontrar la mejor de las
posturas. Piernas cruzadas: demasiado porno porque llevo una camiseta
larga y no me puse ropa interior. De lado con la cabeza apoyada sobre mi
mano: demasiado La maja desnuda. Sentada haciendo que leo un libro: a
quién vamos a engañar, hace años que no leo y es un libro de Esther sobre
cómo hacer un huerto urbano. Al final, me encuentro con la mirada de
Alejandra, que lleva un rato en la puerta del salón observando cómo hago el
ridículo.
—Por Dios, Ale, no te oí. Pensé que aún no habías subido —digo
sobresaltada y con la cara como un tomate.
—Tu ascensor es muy rápido, a no ser que lo pares, ya sabes —Se
ríe y mira el libro que tengo entre las manos—. ¿Leyendo sobre huertos? Si
tú todo lo compras envasado o congelado.
—Cómo me conoces. Ven, siéntate, no me hagas hacer más el
ridículo.
Le ofrezco una cerveza y nos acomodamos en el sofá, no sin antes ir
a ponerme unas bragas para que la camiseta y mis posturas no me jueguen
una mala pasada. No quiero volver a ponerme colorada por hacer el ganso.
—Te he traído una cosa —dice Alejandra sacando algo de su bolso
—. He escrito el final de la carta para que puedas leerlo todo. La primera
parte acabó arrugada y rota en el puño de Roberto, pero espero que aún te
acuerdes.
—Como para olvidarme —contesto mientras abro impaciente el
sobre que me entrega—. ¿Puedo leerla?
—Claro, para eso la he traído. Podía habértelo dicho yo ahora, pero
me gusta acabar lo que empiezo y lo que viste no estaba completo.
Me tiemblan las manos. Esta situación me pone un poco nerviosa,
pero saco mis armas de Patri para continuar y leo en alto lo que pone en
aquel papel de color rojo hortera y escrito a mano.

Tengo que hablarte de Mónica. Sentí celos de ella desde el primer


momento. La noche que salimos no esperaba encontrarte en la discoteca y
no podía dejar de miraros. Me moría por dentro. Soy una egoísta y sé que
diciéndote esto puede que te enfades y no quieras hablarme más, estás en tu
derecho y lo entenderé. Hubo un momento, antes de meternos en aquel taxi
que nos llevó a casa, que le dije que no podía dejar de pensar en ti y que
veros tan bien juntas me hacía daño. Es una chica estupenda y muy
comprensiva. No se enfadó. Me dijo que ella notaba cierta química entre
nosotras dos y que si quería hacer algo contigo que lo hiciera. Me confesó
que estaba muy ilusionada, pero que si tú sentías cosas por mí se quitaría
de en medio. Ya sé que después le contaste lo sucedido entre nosotras: eso
te honra. Fue mi paño de lágrimas durante un tiempo y la única persona
que sabía lo que me pasaba: mis sentimientos encontrados, las
frustraciones que pagaba contigo en el supermercado y todo lo demás. Al
marcharme del trabajo me alejé de ti y fue ella la que se convirtió en mi
amiga, por eso fuisteis perdiendo el contacto. De nuevo fue mi culpa.
Después, tú empezaste con Esther y supe que estabas bien. Me dejé llevar
por mis sentimientos y comprobé que, una vez más, una chica podía
hacerme sentir mucho más de lo que me hacía sentir Roberto. Estuvimos
juntas. Hasta aquí lo que quería contarte en aquella carta.
Añado que me casé porque soy tonta, eso ya lo sabes, y a Mónica se
le fue la cabeza en esa boda. Para ella fue un mazazo. Se folló en el baño a
una de las invitadas y la vi. Supongo que fue el despecho, el dolor, la
decepción… No puedo echarle en cara nada, pero ella me ha dicho que,
aunque al final me fuera sin Roberto, prefiere distanciarse de mí porque las
chicas con tantas inseguridades le hacen daño. Las dos se lo hicimos pasar
mal y yo siempre he estado en medio de todo. Entiendo que quiera alejarse
de nosotras, se lo pusimos demasiado difícil cuando ella solo nos ofreció su
amor. Me alegro de que seas feliz con Esther.

Termino de leer y me quedo mirándola con los ojos vidriosos. La


quiero mucho, pero tiene una cabecita que parece un jeroglífico. Ha hecho
todo muy complicado y era tan fácil como mostrar sus sentimientos
abiertamente desde un principio. Yo quise a Mónica y me alejó de ella, y
ahora quiero a Esther y con todo esto también ha hecho que nos estemos
distanciando. Alejandra siempre ha estado presente en mi vida, a veces
como una mosca cojonera, pero otras como alguien que me hacía muy feliz.
—No sé qué decirte. Te has lucido, guapa —digo intentando cortar
la tensión que se respira.
—Lo sé. He sido un poco estúpida.
—Has sido un poco gilipollas —contesto—. Aun así, has retomado
las riendas de tu vida y eso es lo importante, aunque sea a costa de irme
citando con chicas raras y de hacer que rompiera lo que estaba
construyendo con Mónica. Para más desgracia ahora también Esther está
distinta conmigo.
—¿Tenéis problemas? Lo siento… ¿Puedo hacer algo? ¿Quieres que
hable con ella? Todo es por mi culpa.
—No, por favor. No hagas nada, que nos conocemos. Dejémoslo así.
Ella dice que la forma en que te miro es como de mariposas en el estómago
y violines en la entrepierna.
—¿Eso te ha dicho? —contesta con cara de no creerme.
—Sí, con otras palabras. ¿Cómo te miro, Ale?
—Con mirada bonita.
—¿Con mirada de amiga, de folla-amiga o con mirada de
enamorada?
—Patri, qué preguntas me haces. A mí me gusta tu mirada, pero
comprendo que a la persona que esté contigo no. Es de esas miradas que
todo el mundo desearía.
Me pongo nerviosa porque sus ojos y su expresión están
exclamando que bese sus labios ahora mismo, pero no quiero arrepentirme
de nada y aguanto mis ganas. Esther no se lo merece y con Alejandra no
puedo estar segura de que no vuelva a liármela. Quizá hoy se muera por mí
y me ponga esa carita de amor, pero mañana puede cambiar, arrepentirse y
darme una patada en el culo.
—Ojalá las cosas pudieran ser diferentes y que esa noche de sexo en
el ascensor de este edificio hubiera acabado en algo bonito —digo
levantándome del sofá para acompañarla amablemente hacia la puerta y que
esta conversación termine de la mejor manera posible—. Pero las cosas son
como son y las circunstancias cambian. Bueno, Esther estará a punto de
salir de trabajar y…
—Ah, claro. Me voy ya. Gracias por escucharme, Patri —dice con
los ojos llorosos mientras hace un gesto para que me acerque.
—Nos vemos otro día, ¿vale? —contesto fundiéndome con ella
entre sus brazos.
Fue una despedida difícil, pero necesaria. Tengo que pensar en todo
lo que hoy me ha dicho.
Esta chica me volverá loca.
Capítulo 26

Esther ha venido a casa a comer. Llevo dos días sin verla y el poco
tiempo que ha pasado aquí después de la boda ha estado muy rara y
distante. No la reconozco y todo su afán es que no entiende mi relación con
Alejandra. Le conté que estuvo en casa, obviando muchos detalles, y eso
hizo que la situación se agravara aún más y que su confianza en mí ahora
mismo sea casi nula, aunque no la culpo por ello. A veces me gustaría
volver a mis citas desastrosas, al menos con ellas me acababa riendo por
dentro y el drama finalizaba en el mismo momento en que terminaba la
tarde.
—Patri, pásame la salsa —me dice mientras degustamos un pollo
asado que hemos pedido a domicilio.
—Claro, ¡sabrosura! —exclamo. Me levanto y empiezo a hacer lo
que yo creo que son pasos de baile caribeño, aunque de forma arrítmica
como toda yo—. ¿Bailas? Mira cómo muevo mi culo. ¡Toma, toma, toma!
Échale alegría al pollo, cariño. —Y le paso la salsa cuando me doy cuenta
de que no le está haciendo nada de gracia.
—Déjalo ya, en serio —suplica cortando el momento.
—¿Qué te pasa? Estás mustia.
—No me encuentro bien. No me sale estar haciendo tonterías
contigo.
—Tienes un poquito de pollo en la comisura del labio. Qué sexi —le
comento pasándole el dedo por la boca para quitarle el trocito de comida
que siempre se le queda ahí.
—Eres imposible —me contesta sonriendo por fin y dejándome ver
el huequito de los dientes que tanto me gusta.
—Después de comer cogeré algunas cosas que tengo por aquí y me
iré.
—¿A dónde vas?
—A mi casa. A lo que me refiero es que esto se acabó, Patri, no
quiero estar más contigo. ¿Me has entendido ahora? Nuestra relación se ha
terminado —me dice tajante y observando su plato para no tener que
pronunciar esas palabras mirándome a mí—. Espero que vayas en la
búsqueda de esa persona que te hace brillar los ojos como nadie.
—Esther, bombón, no entiendo que esto se termine por una mirada.
—No es solo una mirada. No me gusta ser la segundona, que
alguien me empareje contigo para sentirse mejor ni estar a la espera de que
pase algo entre vosotras.
—¿Qué dices? Yo no sabía que Alejandra era la culpable de que nos
conociéramos. Tampoco fue tan malo —le digo con lo que empieza a ser un
nudo en la garganta.
—Ya no estoy para estas historias, de verdad. No me apetece una
relación en la que no me sienta la mujer más importante de tu vida. —Se
levanta sin haber terminado la comida.
Me quedo en silencio y miro cómo coge una bolsa y empieza a
meter varias cosas que tenía por casa. Un par de camisetas, unos pantalones
que le regalé, un pañuelo que se pone en su pelo afro para dormir, el libro
sobre los huertos urbanos y un disco de Madonna que una noche se trajo
para enseñarme lo que a ella le parecía lo más grande de su adolescencia.
Toda su esencia metida en una bolsita de papel reciclado del Primark. Todo
menos un anillo que le compré una tarde, que me lo deja tirado en la mesilla
de noche. Se me saltan las lágrimas, pero no quiero hacer un drama porque
la veo muy convencida y no voy a poder retenerla. Llevo una camiseta larga
de Mickey Mouse, unas pantuflas de pelo rosa muy desgastadas y un moño
alto enganchado con un bolígrafo que encontré por la cocina. No me
extraña que me deje, tengo el mismo sex-appeal que un trapo sucio.
—Ya está todo. Me voy, Patri, siempre te desearé lo mejor —me
dice cuando estamos las dos de pie en la puerta de la casa.
Me agarra la mano una última vez y no quiero soltarla, pero ella se
aparta poco a poco para no alargar este momento tan doloroso. Se va.
Se fue.
Esther
Capítulo 27
Siento pena por dejar a Patri. Mi cabeza no para de pensar en si habré
hecho lo correcto. La duda se apodera de mí. Bajo todos los pisos andando
porque no quiero esperar el ascensor, no sea que en el último momento le
suelte todo lo que guardo dentro. Cuando llego al final de los escalones
empiezo a marearme; estoy hiperventilando de los nervios. Salgo e intento
respirar con normalidad para no desplomarme. Me siento un rato en el
banco de una plaza cercana mientras observo en el móvil las últimas fotos
que nos hicimos juntas. Todas son del día de la boda de Alejandra y
Roberto. Hay una que me llama la atención porque corrobora lo que pienso.
En ella salimos Mónica, Eva, Alejandra, Patri y yo. Todas estamos de frente
al objetivo excepto Patri y Alejandra, que se están mirando entre ellas con
una sonrisa desbordante. Nunca me he considerado una chica celosa, pero
esa mirada no es de simple amistad: la que era mi novia se la estaba
comiendo con los ojos. Todo esto lo hubiera dejado pasar, e incluso habría
pensado que son imaginaciones mías, si no fuera por lo que pasó al día
siguiente de la boda. Roberto me llamó. Consiguió mi teléfono preguntando
en el gimnasio al que íbamos Alejandra y yo.
—Esther, tengo que decirte algo y no me interrumpas. No quiero
que acabes como yo. Tu novia, Patricia, es una manipuladora que siempre
ha ido detrás de Alejandra. La persona que se ha casado conmigo es una
mentirosa que no me ha reconocido hasta el último momento lo que yo ya
sospechaba —me decía Roberto con voz ronca y enfadada mientras yo solo
escuchaba en silencio detrás del teléfono—. Ellas dos están enamoradas y
siempre lo estarán. Nunca entenderé esto y me parece algo repugnante, pero
solo quiero alertarte para que te alejes cuanto antes de esa persona. Hazme
caso. Te hará sufrir, te mentirá, te engañará y acabará con Alejandra. ¿Te
has fijado cómo se miran? Siempre lo he visto, pero todo quedaba en que yo
era un celoso de mierda. Solo espero que no dejen más cadáveres por el
camino porque van haciendo daño a todo su alrededor.
Después de su monólogo me colgó y a mí se me vinieron encima
más dudas aún de las que tenía. Patri me confesó lo que ponía en aquella
carta y ya no pude con la sensación de desconfianza. He estado pensando
mucho en si contar mi conversación con Roberto o guardármela para mí,
pero he llegado a la conclusión de que hay cosas que es mejor callar y
continuar con la vida. Decir eso sería entrar en más polémica y a mí no me
apetece seguir en esta historia.
A la que sí llamé fue a Mónica porque me preocupó cómo la vi en la
boda. Me contó lo ocurrido con Alejandra, su relación, lo que pasó en el
baño con una de las invitadas y el desengaño que sufrió. Me pareció todo un
bucle de malas energías y me imaginé que esto no iba a terminarse. Yo no
quiero ser la siguiente a la que engañen por culpa de dos personas que no
arreglan sus sentimientos.
Borro las fotos y la elimino de las redes sociales en las que somos
amigas. Adiós, como el tirón rápido que hay que dar al quitarse una tirita.
Me levanto, al fin, y decido seguir andando hasta mi casa. El cielo de
Madrid está encapotado, como mi mente, y por un momento deseo con
fuerza que llueva y que el agua limpie todas las malas vibraciones de mi
cuerpo.
Todo tiene un principio y un final.
Patri
Capítulo 28
He vuelto al mundo de las citas porque llevo ya cinco meses mustia. La
desgana me invadió el alma y me niego a acabar como un cactus seco, así
que hace unas semanas que me metí de nuevo en la aplicación donde
Alejandra me consiguió quedadas desastrosas.
Con Ale hablo muy a menudo por teléfono. Nuestras charlas son
largas y siempre me dice entre risas que debería conocer a otra persona y
sino quedar con ella. Todos sabemos que «entre broma y broma, la verdad
asoma», y soy consciente de que no ha podido olvidar lo que pasó entre
nosotras: yo tampoco. Ha vivido una etapa difícil al tener que divorciarse de
Roberto. A los tres meses podían solicitar el divorcio exprés y, como era de
esperar, el ser despreciable de su ex marido no se lo puso fácil. Por fin lo
consiguió y está recomponiendo poco a poco los trocitos de su vida. Me
siento orgullosa de ella por haber conseguido ser alguien sin miedo a
expresar lo que lleva dentro. ¡Es una tía dura!
Yo, por mi parte, no deseo seguir en un bucle en el que a menudo
dude de si le volverán sus inseguridades, así que no quiero estropear otra
vez nuestra relación de amigas por culpa de dar rienda suelta a mis
sentimientos. Usar solo el teléfono y no vernos hace que no piense que va a
meterme en un ascensor y follarme viva: no estaría mal, pero quién me dice
que no le iba a venir después el arrepentimiento de niña caprichosa. Cuando
sepa que por fin puedo confiar en ella y esté todo más tranquilo, me gustaría
volver a quedar y mirarnos a los ojos sin que nada vaya más allá de la pura
amistad. De hecho, le he contado que he conocido a una chica en esa
aplicación y que hemos congeniado bastante. Ella parece que está
ilusionada con la noticia y siempre me insiste en que le cuente las
novedades. Me gusta poder hablarle de mis cosas, de mis amoríos y de mi
locura de Patricia en estado puro.
Mi futura nueva cita se llama Kesy. No sé bien si se pronuncia
queisi o quesi o kasi, por mucho que me lo diga a diario, así que acabé por
llamarla Quesito.
Quesito apareció hace tres semanas cuando vi su like en mi foto.
Salgo con unos pendientes monísimos que son canastas de baloncesto y ella
me dijo que ojalá pudiera marcarme un triple. Me hizo tanta gracia que
seguimos hablando y cuando vi las imágenes de su perfil decidí que no
estaría mal continuar el partido. Es morena, media melena y tiene unas
cejas tan perfectas que parecen esculpidas. Intuyo que esconde un cuerpo
definido y un bonito trasero; eso no se ve en las fotos, pero mi imaginación
vuela muy deprisa. No tiene hijos, no me habla de motos y no parece una
salida desquiciada. Creo que puede llegar a gustarme. Estoy ilusionada y
me apetece conocer más cosas sobre ella. Si fuera por mí ya habríamos
quedado desde hace tiempo, pero por unos motivos o por otros no ha
podido, hasta hoy. Esta tarde, por fin, mi Quesito y yo vamos a vernos.
Supongo que las excusas se le terminaron y ya no tiene más remedio que
acceder a mis súplicas; además, no pudo resistirse cuando le propuse quedar
en la puerta del cine Palacio de la Prensa de Gran Vía para ver ¿No es
romántico?, una película de las que me gustan. Me la aconsejaron en el
trabajo porque dicen que Rebel Wilson, la protagonista, les recuerda a mí.
Esto no sé si tomármelo como un alago.

Seis de la tarde. Estoy intentando elegir modelito y no me decido.


Quiero que sea algo con lo que esté despampanante, pero que a su vez
parezca que no he gastado demasiado tiempo para arreglarme. Que no crea
que voy a por todas con ella, pero que sienta que algo sí que me importa.
Necesito ayuda. ¡Siri, llama a Alejandra!
—Ale, tía, ayúdame a elegir vestimenta. Ya sabes, no quiero parecer
una devora mujeres, pero tampoco que me da igual. Estoy nerviosa.
—¿No será que te gusta? —contesta burlona.
—Solo llevo hablando con ella varias semanas, pero tengo un buen
presentimiento —le digo suspirando—. No sé, me apetece conocerla y que
salga bien. Ale, hace mucho tiempo que nada me sale bien y quiero vivir
algo que fluya sin problemas.
Al instante me doy cuenta de que ella ha influido demasiado en mi
desastrosa vida amorosa; pero ya la perdoné, así que no quiero incidir en el
tema.
—Te lo mereces —me contesta y se queda en silencio un momento
hasta que vuelve a reaccionar—. Dime tus opciones de ropa.
—Camiseta negra, cazadora militar, pantalones vaqueros oscuros.
—¿En serio? Demasiado conservador para ti.
—Lo sé…
—Dime más.
—Camisa de rayas verdes, americana blanca con pantalón a juego—
digo sin estar muy segura.
—¿A juego? Por Dios.
—Quizá no le guste si soy demasiado…
—¿Demasiado tú? —me interrumpe— Patri, hazme un favor a mí y
a todo el mundo y sal ahí siendo tú. Conoce a esa chica siendo Patricia, la
que viste con un estilo único y sin importarle lo que los demás piensen. La
que está orgullosa de no seguir modas y que conjunta los colores a su
manera. Sé tú. Y si no le gustas no es para ti. ¿Desde cuando tienes tanta
ropa sosa en tu armario?
—Qué bien hablas, Ale. Tienes razón. Qué coño hago yo
poniéndome una camiseta básica si tengo sin estrenar una maravilla de
vestido con estampado de polos de fresa y una chaqueta de topos amarillos
y flecos en las solapas.
—Pues ponte eso. Eso es el estilo Patri —dice con efusividad—. Y
cuéntale las anécdotas del supermercado y lo que te gusta comerte un
bocadillo de salchichas con queso, una tarta de chocolate con nueces y nata
de postre y una ensalada light para merendar, porque dices que eso lo
compensa. Que cuando estás nerviosa no paras de hablar sin sentido hasta
que cansas al que tienes en frente y que tu lectura favorita siempre fue la
Súper Pop. —Oigo como está batiendo huevos mientras me cuenta todo
esto. Cada vez bate con más energía—. Seguro que cae rendida a tus pies
cuando te conozca en persona, no hay otra como tú —termina diciendo y
acaba con sus huevos.
—¿Te vas a hacer una tortilla?
—De patatas. Cosa fina. Riquísima. Si no la quemo antes. ¿Me vas a
hacer caso?
—Te haré caso. Gracias por escucharme, aunque espero no cansarte
cuando me da el ataque de verborrea.
—A mí nunca me cansas —contesta con cierta melancolía en su
voz.
—Hasta luego, Ale. Ya te contaré.
Capítulo 29
Estoy histérica. En el metro no paro de pensar que voy a cagarla con
algo. Me he puesto las zapatillas de deporte blancas porque no quería
tropezarme con los tacones y hacer el ridículo. ¿Por qué estoy tan nerviosa
con esta chica? Solo he visto a Quesito en un par de fotos y, aunque es una
chica guapa, su físico no me impone tanto. Además, desde el primer
momento hemos hablado sobre muchos temas y congeniamos en casi todo.
No tengo que ponerme así por ir al cine y a tomar algo. Viendo una película
no puede pasar nada malo. Es un lugar perfecto para romper el hielo sin
tener que hablar y, después, poder intercambiar opiniones sobre lo que
hemos visto con un café o una cerveza en la mano, no sé lo que ella
preferirá. A mí ahora mismo me gustaría un par de chupitos de tequila para
quitarme esta tontería.
Me bajo en la estación de Sol para andar cinco minutos por la calle
Preciados e ir relajándome entre escaparate y escaparate. En uno de ellos
veo unas gafas preciosas de cristales negros y montura de pasta en color
plateado, no puedo resistirme y las compro para disimular mis ojeras de no
dormir. Cruzo la plaza de Callao, siempre tan llena de personas que vienen
y van con sus compras en la mano, y llego hasta Gran Vía. Estoy en la acera
de enfrente del cine y, como es habitual en esta zona, hay demasiada gente,
así que no logro ver si Quesito ha llegado ya. Espero el verde del semáforo,
cruzo y me planto en la puerta de las salas del Palacio de la Prensa. Soy la
primera en llegar y no puedo evitar mover compulsivamente la pierna al
compás de mis latidos acelerados del corazón. No paro de esquivar a los
que se me cruzan y entre la espera, el ruido de los coches y el jaleo de
tantas personas estoy que me muerdo hasta las uñas de los pies. Miro el
reloj y me doy cuenta de que aún faltan diez minutos para la hora acordada;
por primera vez soy puntual. Veo un cartel de helados y me dirijo hacia
ellos con la emoción de una niña. Pido un cono de chocolate con nata, mi
favorito, y entre lametazo y lametazo mis nervios se van calmando y
empiezo a recobrar el aliento. No paro de repetirme que solo es una cita
más y que no es para tanto. Una señora que va andando concentrada en su
móvil me empuja sin querer y acabo echándome el helado por el vestido.
—¡Señora, mire por donde anda y si no puede dejar el móvil
háganos un favor a todos y quédese en su casa! —grito como una loca ante
la atenta mirada de muchos de los que pasan por allí. La señora ni se inmuta
y sigue su camino—. Señor, como me ha puesto la muy asquerosa. Qué
mala suerte la mía. ¿Ahora qué hago? Estoy hecha un cuadro —sigo
diciendo en alto mientras me limpio como puedo con una servilleta de papel
que me dieron con el cono. En ese momento levanto la mirada y veo un
rostro conocido. No me lo creo. ¿Será casualidad?
—No te preocupes, estás preciosa. Como el vestido tiene helados ni
se nota —me dice.
—Tú no eres Quesito.
Alejandra
Capítulo 30
¿Por qué tiene que ser todo tan complicado? Roberto no pudo firmar un
divorcio fácil, sino que hasta el último momento tuvo que ser todo como él
quería. Yo no me porté bien, y asumo toda la culpa, pero no entiendo que se
negara a un acuerdo para acabar con todo esto cuanto antes y así poder
seguir nuestros caminos por separado. No iba a volver con él, lo tenía claro,
pero llegué a plantearme si hice bien en irme así de la boda en vez de tragar
con lo que ya había decidido desde un primer momento: continuar con mi
matrimonio y llevar una vida falsa, pero más fácil de cara a los demás.
Me fui a vivir a un pisito pequeño en el barrio de Usera. No tardé ni
dos días en ver el anuncio y llamar a la inmobiliaria para decir que lo quería
alquilar. No fui ni a visitarlo previamente, necesitaba irme de la casa donde
vivía con Roberto y eso era de las pocas cosas que podía pagar. Es un
apartamento con cocina, comedor y cama todo junto. Es oscuro, con tan
solo una ventana que da a un patio interior en el que huele a tubería sucia.
Además, los muebles son antiguos y desgastados; pero los acabados son
bonitos y está recién pintado, limpio y lo suficientemente lejos del lugar
donde vivía antes, por lo que me convencí a mí misma de que ese rollo
vintage no estaba tan mal.
Por lo demás, seguí con las mismas rutinas e incluso me desplazaba
para ir a mi gimnasio de siempre. A la semana de la mudanza noté cómo
Roberto me perseguía en los trayectos. Estaba tan obsesionado que siempre
fingía que eran encuentros fortuitos y yo, que no soy tonta, no me lo creía.
Una de las veces, consciente de que su coche iba detrás del mío, siguió mi
camino desde Usera hasta el gimnasio: un recorrido de unos diez
kilómetros. Aparqué y él se quedó agazapado en doble fila mirando por el
retrovisor. Yo sabía que estaba allí. Me fui a correr a la cinta, oí su voz y
miré por un espejo situado a mi izquierda desde donde pude verlo de perfil.
Hablaba alterado con el chico de la recepción, no sé de qué, pero estuvieron
un rato discutiendo hasta que José, el recepcionista, apuntó algo en un papel
y se lo entrego. Esa tarde lo llamé para recriminarle su actitud y él me negó
todo con su soberbia de siempre. Quiso convencerme, una vez más, de que
estaba equivocada con mi decisión y de que lo mejor para mí era continuar
a su lado. No quería divorciarse. Volvía una y otra vez a la idea de que
teníamos que seguir casados porque estábamos hechos el uno para el otro y
así lo habíamos prometido ante Dios. Me dijo que si me volvía lesbiana iba
a arruinar mi vida y después continuó insultando a Patricia intentando
hacerme ver que era la culpable de todo. La describió como un demonio
con cuerpo de mujer que me había chupado la sangre. Ya no pude más.
Contraté a una abogada para intermediar con él y, tras cuatro
semanas en las que me siguió dando negativas, firmó el acuerdo de
divorcio. Para llegar a eso hubo que amenazarlo con que le acabaría
llegando una demanda y sería un juez el que al final ordenara la resolución
del matrimonio, aparte de tener que pagar unas mayores costas que si
accedía voluntariamente a firmar un divorcio exprés. Ya separados
legalmente, no he vuelto a saber de él, y espero que siga así.
A la que tampoco he visto más es a Esther. Entiendo que sus celos y
sus problemas con Patri le hicieran alejarse de mí, pero tampoco acudió más
por el gimnasio y eso me pareció raro.
El grupo de personas que me rodeaban se fue reduciendo cada vez
más. Me quedé sola y después de que Mónica también quisiera desaparecer
de mi vida, y con razón, he seguido pensando en Patricia como algo más
que una amiga. De hecho, nunca he dejado de imaginarnos juntas, aunque
me negara con fuerza a esa idea e hiciera todo lo que estuviera en mi mano
para que no pasase. ¿No dicen que hay un lazo rojo invisible que une a dos
personas para siempre? Pues el mío está claro que lo ataron a la muñeca de
Patri; además, no es rojo, sino de los colores de ese arcoíris que no he
querido mirar nunca para evitar que me pudiera iluminar.
Patricia y yo hemos estado en contacto telefónico. Me encanta su
risa, cómo me cuenta las cosas, la descripción de sus modelitos imposibles
y su forma de soltarme algún chiste malo cuando me enfado. Ella me
complementa y cada vez pasamos más tiempo colgadas al móvil para
decirnos cualquier chorrada que nos anime. No sé cómo pude aguantar
estando tanto tiempo distanciadas; así pasó, que fui una amargada que solo
daba tumbos buscando algo que me calmase, y ese algo siempre lo había
tenido cerca.
Hace tres semanas que me volví a instalar en el móvil la aplicación
de chicas lesbianas con la que conseguía citas a Patri. La vi, no lo pude
evitar, y mi perfil con foto de una cualquiera que encontré por Google y un
nombre falso hizo el resto: me hago llamar Kesy. Es solo un juego de
palabras que se me ocurrió porque lo único que quiero es que me diga «que
sí», aunque ella se está haciendo un lío con la pronunciación y eso me
divierte. Como conozco todos los gustos de Patri lo estoy teniendo fácil
para entablar conversaciones, tener puntos en común y mantenerla
interesada en mí. Espero que no se enfade demasiado, pero no veía el
momento de poder avanzar en nuestra relación.
Necesito algo más que llamadas telefónicas; quiero verla, quiero un
contacto más cercano.
Quiero ser feliz.
Quiero que ella también lo sea.
Ha llegado el momento.
Patri
Capítulo 31
Ella no era Quesito, era Alejandra. ¿Qué pasa?
—No soy la persona que esperabas, pero sí la que ha estado
hablando contigo estas semanas. Lo siento. Necesitaba verte y no vi otra
manera —me dice con ojos de pena mientras me intenta limpiar el helado
del vestido con un pañuelo de papel que saca del bolso.
—Eres tonta —exclamo.
—Y tú eres muy pesada, y quiero otra oportunidad contigo.
—¿Sabes que vas a ser Quesito para toda la vida?
—Me encanta el queso —dice mi amiga de perfil falso.
—A mí me encantas tú, aunque también me gustas como amiga.
Tengo miedo de que vuelvas a ponerte en modo rarito conmigo y que
después de besarte te conviertas en rana.
—El cuento era al revés, ¿sabes? Si me besas me convierto en
príncipe; o sea, en princesa.
—¿Te das cuenta de que pusiste toda mi vida del revés y que gracias
a ti he perdido varias relaciones?
—Lo sé. Te diría perdón una y mil veces. Aunque si las perdiste es
que no eran para ti.
—Ah, ¿no? ¿Y cómo sabes que no eran para mí?
—Porque para ti soy yo. Lo que pasa es que he tardado varios años
en darme cuenta. En este tiempo he meditado mucho y me he conocido a mí
misma. He llegado a la conclusión de que todo lo que he vivido siempre me
ha llevado hasta ti por alguna razón. Eres mi destino.
—¿Y ahora qué te digo yo a todo esto, chiqui? —le pregunto.
—Pues dime que sí.
—¿Que sí a qué?
—Esto parece una escena de una comedia romántica. Solo falta que
llueva a cántaros —dice con la intención de quitar intensidad al momento.
Su mirada directa a mi boca me está dejando sin aliento. Alejandra
termina de limpiarme como si fuera un cachorrito sucio, me agarra del
cinturón del vestido y me acerca hacia ella tomando el mando de la
situación. Estamos en la Gran Vía madrileña y parece que le da igual quién
pueda vernos, lo que me hace pensar que está renovada, sin miedos y sin las
ataduras absurdas que la catapultaban a la falsa vida que antes llevaba.
Tiene un brillo especial en el rostro y su pelo luce un nuevo look: más
moderno, corto y desenfadado. Le da un aspecto de mujer con personalidad
arrolladora. Dios, qué sexi. Me acerco el centímetro que falta para ayudar
en el recorrido y nos besamos con las ganas del primer día. Mi cabeza vuela
desde aquellos años de instituto en los que era mi amor secreto hasta la
escena del ascensor en el que mi cuerpo se rindió al antojo de sus sexuales
intenciones. Noto un cosquilleo en el estómago por la emoción, como si
estuviera en una montaña rusa, y, después de saborearla bien, Alejandra me
mira fijamente a los ojos, me toca el rostro de una forma muy cariñosa y
entrelaza su otra mano con la mía.
—Cariño, yo cojo las entradas y tú las palomitas —susurra muy
pegada a mí.
La frase que siempre he querido que me dijeran.
Por fin.
Epílogo
Si te invito a una copa.
Y me acerco a tu boca.
Si te robo un besito.
A ver, ¿te enojas conmigo?

Alejandra ha puesto una bachata, le encanta este tipo de música e


intenta que bailemos en medio del salón de nuestra casa. Romeo Santos
canta y yo muevo el culo como puedo. Creo que he mejorado muchísimo
mi técnica, ahora me coordino un poco más con sus movimientos. A ella no
le importa mi absurda sincronización: y aunque le importara es lo que le ha
tocado conmigo.

¿Qué dirías si esta noche


te seduzco en mi coche?
Que se empañen los vidrios.
Y la regla es que goces.

Bueno, se acabó, yo con estas letras no puedo y además me pone


cachonda tanto roce. Cojo su cuerpo como si fuera un saco de patatas y la
llevo entre risas hasta la cama. Tengo una fuerza en los brazos que ya
quisiera cualquier levantador de piedras vasco. Me mira con sus ojitos de
juguetona y sigue tarareando la canción que aún suena de fondo. Callo su
boca con un beso y voy tumbándome poco a poco encima suya mientras le
quito un pantaloncito fino de pijama, la única prenda que lleva puesta. Me
despojo de mi ropa, la tiro hacia arriba y mi camiseta queda colgada de la
lampara del techo. Nos hace mucha gracia. Entre sonrisa y carcajada vamos
entrando en calor y cuando mi sexo alcanza el suyo me muevo mucho
mejor que lo hacía bailando. Aquí sí que no hay quien me gane. Ella abre
sus piernas más y sube mi cuerpo con la fuerza de sus manos para que roce
justo donde desea en ese momento. Aguanto mi clímax para conseguir el
suyo y, cuando sus piernas se estremecen con las contracciones del placer,
me dejo llevar para seguir el mismo destino que ella. Noto el amor en su
mirada, en su abrazo, en su respiración agitada y hasta en las pequitas de su
nariz.
—Te quiero.
—Yo te quiero más —contesto.
—¿Y qué canción pondrías ahora si esto fuera una peli?
—Happy Together, de The Turtles —digo con una horrorosa
pronunciación. Aunque no sé inglés suelo memorizar, más o menos, los
temas de las películas que me gustan.
—¿La que suena en Rosas rojas? Es preciosa —dice Ale, y me la
canta.

Imagine me and you, I do.


I think about you day and night, it’s only right.
To think about the girl you love and hold her tight.
So happy together.

Llevamos un año juntas. Un año construyendo una vida en el que ella se


ha olvidado de cualquier inseguridad que pudiera tener y yo de todos los
miedos sobre la posibilidad de que se volviera a arrepentir de esto. Nos
fuimos a vivir a una casa a las afueras de Madrid y empezamos desde cero a
poner cada detalle al gusto de las dos. Está todo tan bonito… Tenemos un
pequeño jardín, un loro llamado Armando y unas paredes con papel de
estampado floral en la habitación que dan ganas hasta de regarlo. Continúo
en Supermercados Delfín y Alejandra volvió a la plantilla. La diferencia es
que ahora soy yo su encargada y en ocasiones pongo a prueba su paciencia
ordenándole tareas que sé que no le gustan: por los viejos tiempos.
Carnicienta está saliendo con Paula, la clienta con la que quedé un
día y que vivía pegada al TikTok y las redes sociales. A veces, las veo
haciéndose selfies y bailes ridículos que luego Alejandra y yo cotilleamos
para reírnos. Nos resultan una pareja muy curiosa y me alegré por su
relación, de esa manera me quitaba a las dos de encima sin tener que
evitarlas más.
En cuanto a mis ex, no he vuelto a saber más de ellas, aunque he
oído rumores de que Mónica y Esther podrían estar conociéndose.
Alejandra se echa las manos a la cabeza con esto porque piensa que Mónica
ha ido recogiendo los restos de todas las chicas con las que he tenido algo.
Con mi amiga Eva y su mujer seguimos muy en contacto; de hecho,
nuestras casas están cerca y solemos quedar a menudo. Buscaban tener un
bebé y no se lo habían dicho a nadie. La noticia nos sorprendió. Están
embarazadas de una niña a la que llamarán Mar. En los ratos en los que
estamos las cuatro juntas es muy habitual que aparezca el tema del día de la
boda de Alejandra. Ahora que ya ha pasado el tiempo, todas, incluso la
protagonista, nos reímos de lo que vivimos en aquel circo que se montó.
De Roberto, el cavernícola, no sabemos nada. Me lo suelo imaginar
con un taparrabos cazando bisontes a punta de lanza y después miro a la
mujer que tengo al lado pensando en el mal gusto que tenía antes, y en el
maravilloso gusto que tiene ahora. Hasta mi suegro está contentísimo
conmigo y me agradece el que su hija sonría de nuevo: una sonrisa de
verdad.
—Cariño, hoy para comer tenemos bocadillos de paté y una bolsa de
aritos de cebolla. Esto seguro que me sale bien. ¿Te apetece? —me pregunta
Ale desde la cocina mientras yo sigo en la cama pensando en lo feliz que
soy con ella.
—Claro, Quesito, tú sí que sabes lo que me gusta —contesto con
ilusión por el manjar que me está preparando tras un sexo increíble.
—¡Quesito! Rrrr, ¡quesito! —parlotea Armando, que ahora le ha
dado por repetir esa palabra como buen loro que es.
Me siento la protagonista de mi propia comedia romántica.
Por fin suenan los aplausos del final.
Un maravilloso final feliz.
Agradecimientos

A todos los que me han apoyado, tanto conocidos como gente


anónima, para que ahora mismo tengas en tus manos mi segundo trabajo.
A Isa, por ser siempre la primera que lee con ilusión mis historias,
incluso antes de acabarlas.
A mi madre, porque desde que publico mis novelas presume de ser
«la madre de la artista» y no ha parado de pedirme la segunda.
A Aly, por ser esa amiga que cualquiera desearía y estar a mi lado
en miles de comedias y, también, en miles de dramas.
Acerca del autor
Yolanda Mariscal
Nació en Madrid en 1983. Es licenciada en Periodismo y una amante de las
letras, los animales, el surf y la vida tranquila en la playa. Su estilo nos
adentra en una novela lésbica muy fresca, romántica, con toques de humor,
amor y sexo sin tapujos. Con PideUnDeseo se dio a conocer en el mundo de
la literatura y ahora, en su segundo trabajo, ha querido rescatar a Patri y a
toda su locura en una historia diferente en la que nos enseña su lado más
divertido.

Instagram: @yomariscal.escritora
Otros títulos de la autora
PideUnDeseo
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