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Practicantes de pandemia

Había llegado el momento. Septiembre de 2020. Covid por doquier y un grupo de


estudiantes listos para la tan esperada Práctica de Observación.
Después de más de un semestre se habían asignado las escuelas. Todos
expectantes por hacer ese primer aterrizaje. No contábamos que nosotros éramos
practicantes, pero la pandemia ya tenía experiencia.
Lunes. 6:00 am; con ansiedad me aprontaba.
A las 7.10 fui, entre emocionada y nerviosa, a tomar el ómnibus pensando que
realmente ese día era importante: ¿iba a sentirme a gusto en una escuela? ¡Con tantos
niños juntos, “sueltos”! ¿Sentiría eso de “este es mi lugar” o acaso habrían sido seis meses
de teoría que no se pondría nunca en práctica? Todo eso rondaba mi cabeza y hacía a las
expectativas de ese día.
Llegué a la escuela, como muchos de mis compañeros, muy temprano. En la vereda
nos encontramos, con esa alegría inquieta que otorga la incertidumbre de “lo nuevo”; con el
deseo de desear no querer irnos nunca.
Recuerdo que nos pusimos las túnicas en la vereda. La mía la tenía guardada,
esperando ese momento desde junio, ya que fue un hermoso regalo de cumpleaños que me
hizo mi madre con toda su fe en mí y en mis ganas (otra vez) de encontrar el lugar desde
donde cambiar un poquito la realidad en la que vivimos.
El reloj marcó las 8 am. Timbre que suena, pequeñas palomas en torbellino corren
hacia una breve escalinata y entran al edificio. Atrás, nosotros. Sale a la puerta la
secretaria. Ni ella ni nosotros sabíamos la importancia de su recibimiento y cómo nos
cambiaría la experiencia sus palabras iniciales: “Hay covid en la escuela. No se pueden
quedar”.
Dos días después, los mismos practicantes, con sus túnicas en la mochila, pero
ahora disimulando las ansias, vivenciamos la magia de nuestro segundo primer día de
práctica.

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