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LA CONSTITUCIÓN Y LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

Víctor García Toma1

Sumario: 1. Los aspectos generales. 2. La estructura de los derechos fundamentales. 2.1.


Las disposiciones de un derecho fundamental. 2.2. Las normas de un derecho
fundamental. 2.3. Las posiciones de derecho constitucional. 3. La eficacia de los
derechos fundamentales. 4. La fundamentación iusfilosófica de los derechos
fundamentales. 4.1. La fundamentación historicista. 4.2. La fundamentación
iusracionalista. 4.3. La fundamentación positivista. 5. La biodimensionalidad de los
derechos fundamentales. 6. El contenido esencial de los derechos fundamentales. 7. La
dignidad de la persona humana. 7.1. Dimensión teológica. 7.2. Dimensión ontológica.
7.3. Dimensión ética. 7.4. Dimensión social. 8. Las funciones constitucionales de la
dignidad. 8.1. La legitimación. 8.2. La realización. 9. La dignidad humana, la sociedad y el
Estado.

1. Los aspectos generales

El derecho como la moral, la ciencia, el arte, la técnica o la religiosidad, pertenece al


mundo del hombre. El derecho le corresponde a este en tanto le sirva como
instrumento para que se realice como tal y para que alcance sus fines propios.

La persona humana, entendida como una estructura individual de potencia racional y


voluntad libre, es, por eso según la feliz expresión de Tomás de Aquino [Citado por
Víctor Quintanilla Young y Vilma Cuba de Quintanilla. Pensamientos y refranes seleccionados
y clasificados. Lima: Princeliness, 1989], “lo más perfecto de la naturaleza”. Todos tienen
el deber de defenderla y protegerla.

Esta responsabilidad es una exigencia social. No solo significa un compromiso con


nosotros mismos de comportarnos de cierta manera, sino que además es una
responsabilidad plena de alteralidad.

1Ex - Presidente del Tribunal Constitucional (diciembre del 2005 - diciembre del 2006), ha sido
Ministro de Estado en la Cartera de Justicia. Catedrático de Derecho Constitucional.
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El hombre es un ser que existe en sí y no en otro; constituye “un fin en sí mismo”; por
eso es que jamás puede ser utilizado como medio. En tal virtud, tiene como atributos
esenciales la libertad, la racionalidad y la sociabilidad que son la raíz y el fundamento de
su dignidad.

De acuerdo con su esencia le corresponden determinados derechos básicos que son


facultades, atribuciones, poderes o potestades sobre todo aquello que le es necesario
para cumplir con su destino, es decir para realizarse como ser humano.

Como bien afirma Antonio Truyoli Serra [Los derechos humanos. Madrid: Tecnos, 1977]
“existen derechos (…), que el hombre posee por el hecho de ser hombre, por su propia
naturaleza y dignidad; derechos que le son inherentes, y, que lejos de nacer de una
concesión de la sociedad política han de ser por este consagrados y garantizados”.

La doctrina que auspicia dicha denominación señala que su existencia no depende de su


otorgamiento o concesión plasmada en reglas político-jurídicas de convivencia. Estos
tienen la condición de inherentes y necesarios en grado sumo, ya que como consignan
María Teresa Hernández y Dalia Fuentes [Hacia una cultura de los derechos humanos.
México: Comisión de Derechos Humanos, 1991] “son los que la persona tiene por su
calidad humana”.

Por emanar de la calidad misma de ser miembros de la especie humana, son exigibles
ante la sociedad y el Estado, a efectos que cada uno de sus integrantes pueda alcanzar
su plena y cabal realización. De aquí que se dirijan a la persona como tal o en su calidad
de ciudadanos.

Estos derechos tienen una expresión formal inacabada y están en continuo


desenvolvimiento social, cultural, político y jurídico de lo que constituye el modo de ser
cabalmente hombres. Es decir, son consustánciales con la matriz ontológica de
aquellos.

La necesidad de su reconocimiento y protección se ampara en la necesidad de


conservar, desarrollar y perfeccionar al ser humano en el cumplimiento de sus fines de
existencia y asociación. A través de ellos el ser humano alcanza su integra personalidad
o sea, aluden al derecho de ser genuina y enteramente hombres.

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La singularidad de estos derechos radica en que excluyen cualesquiera otro atributo
adjetivo como la idiosincrasia, el sexo u otro hecho extraño y ajeno al de pertenecer
categorialmente a esa peculiar especie de seres capaces de manifestar razón, deseo,
esperanza, frustración, convicción o conciencia. Aún cuando sea aparentemente
contradictorio, dicha condición humana es inalienable, pues, como dijera, Ernesto
Sábato, “alberga tanto a un torturador como a un santo”.

La referencia a los derechos fundamentales lleva implícita la noción asociada de


dignidad humana e historia, ya que de un lado, la primera exige que la sociedad y el
Estado respeten la esfera libertad, igualdad y desarrollo de la personalidad del hombre;
y del otro, porque a través de los tiempos este “descubre” y posteriormente
“normativiza” aquellas facultades que le sirven para asegurar las condiciones de una
existencia y coexistencia cabalmente “humanas”.

En efecto, tal como expresan Marcial Rubio Correa, Francisco Eguiguren Praeli y
Enrique Bernales Ballesteros [Los derechos fundamentales en la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú,
2010] el catálogo de dichos derechos “ha ido variando y, normalmente, se ha ido
ampliando a lo largo de la evolución de la historia en función de los valores y principios
políticos, ideológicos, morales y religiosos imperantes o predominantes en una realidad
social histórica determinada”.

Rubén Hernández Valle [Derechos fundamentales y jurisdicción constitucional. Lima: Jurista


Editores, 2006] señala que en perspectiva histórica se refieren a todas aquellas
exigencias relacionadas con las necesidades de una vida digna; y que pueden o no
encontrarse positivizados en los diferentes ordenamientos jurídicos.

Esta visión suprapositiva condiciona la actividad del Estado y la sociedad a asumir la


responsabilidad permanente e inexcusable de afirmar su plena verificación. Por ende,
las estructuras, formas de organización y funciones de estas tiene como fin el
garantizamiento y promoción de estos atributos y facultades incitas del ser humano; que
por tales son superiores a las que propiamente emanan de la adjudicación o concesión
de la organización social o estadual.

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En ese contexto, Pedro Nikken [“El concepto de derechos humanos”. En: Manual de las
Fuerzas Armadas. San José: Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 1994]
señala que las actividades de los cuerpos sociales y políticos no pueden ser empleados
para su menoscabamiento arbitrario.

Dichas acciones deben convertirse necesariamente en “correas de transmisión” para


que los seres humanos puedan vivir y convivir en condiciones consonantes con la
dignidad que es connatural a todo ser humano por el mero hecho de ser tal.

Esta cosmovisión jurídica cobró “Carta de Universalización” a raíz de la decisión de la


Organización de las Naciones Unidas (ONU) de titularizar las declaraciones, cartas y
tratados multilaterales que hacen referencia a las facultades derivadas de la dignidad de
la persona bajo la denominación de derechos humanos. En puridad, dicha expresión es
errada, ya que incurre en una tautología jurídica, ya que se trata de una denominación
repetitiva, en razón a que los derechos de por si son “humanos”, ya que estos son
los únicos sujetos titulares de derechos y deberes.

Como bien sabemos ni las plantas ni los animales ostentan titularidad sobre las
prerrogativas jurídicas.

Es oportuno destacar que históricamente la acuñación de dicha expresión correspondió


al fraile Bartolomé de las Casas en su obra “De los hombres que se les ha hecho esclavos”. Ello
en el marco de la defensa a los indígenas de América Latina.

Ahora bien, casi de manera paralela se ha acuñado el término de derechos


fundamentales.

Los derechos fundamentales son definidos como aquella parte de los derechos
humanos que se encuentran garantizados y tutelados expresa o implícitamente por el
ordenamiento constitucional de un Estado en particular. Su denominación responde al
carácter básico o esencial que estos tienen dentro del sistema jurídico instituido por el
cuerpo político.

En ese sentido, Rubén Hernández Valle [op.cit.] expone que “son aquellos reconocidos
y organizados por el Estado, por medio de los cuales el hombre, en los diversos
dominios de la vida social, escoge y realiza (…) su comportamiento, dentro de los
límites establecidos por el ordenamiento jurídico”.

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Esta expresión recogida originariamente por la Constitución alemana de 1949, expone
binariamente una moralidad y juridicidad básica, las cuales fundamentan la razón de ser
del cuerpo social y político en un espacio tiempo determinado.

Luigi Ferrojoli [Los fundamentos de los derechos humanos. Madrid: Trotta, 2005] señala que la
precisión de su incorporación en la Constitución franquea la garantía de observancia de
ciertas “prerrogativas no contingentes e inalterables”. Por ende, son irreversibles ya que
no puede desconocerse el deber de defensa y promoción.

Pedro Nikken [El derecho internacional de los derechos humanos. Caracas: Universidad
Católica Andrés Bello, 1989] expone que tras dicho reconocimiento estatal a la persona
no se le puede despojar de su goce y ejercicio. Más aún, en caso que dicha situación se
produjese, el derecho “desterrado” adquiere la calidad de implícito; por ende, debe
seguir siendo objeto de custodia por la jurisdicción constitucional.

Su incorporación en el derecho positivo estatal conlleva a lo siguiente:

a) Que sean observados como derechos subjetivos que garantizan para sus titulares
un status de humanidad.
b) Que se conviertan en una responsabilidad teleológica para el Estado.
c) Que se constituyan en componentes básicos del orden jurídico; de allí que
ninguna relación jurídica pueda inobservarlos.

Las distintas fuentes del derecho permiten explicar la disparidad conceptual entre las
expresiones derechos humanos, derechos fundamentales y derechos constitucionales.

Los derechos humanos aparecen como expresión de reconocimiento y compromiso de


respeto y promoción en los tratados internacionales.

Los derechos fundamentales aparecen como expresión de reconocimiento y


compromiso de respeto y promoción en los textos constitucionales.

Asimismo, en la legislación constitucional de la segunda mitad del siglo XX aparece


acuñada la expresión derechos constitucionales. Su denominación responde al hecho de
encontrarse insertos y reconocidos en el propio texto base de un Estado.

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Ahora bien, Luis Castillo Córdova [Los derechos constitucionales. Elementos para una teoría
general. Lima: Palestra, 2005] señala también que no existe coincidencia plena entre las
nociones derechos fundamentales y derechos constitucionales.

Lo planteado ocurre cuando por una decisión del poder constituyente no todos los
derechos constitucionales son derechos fundamentales. Es decir, cuando al interior de
la Constitución se reconocen a la persona una serie de derechos y solo algunos de ellos
son clasificados de “fundamentales”.

En efecto, en el caso del texto constitucional español de 1978 –de tanta influencia en
nuestro caso– se ha creado una clasificación entre derechos constitucionales
fundamentales y derechos constitucionales no fundamentales.

Luis Castillo Córdova [op. cit.] expone que dicha disección al interior de dicho texto
base genera el establecimiento de mecanismos de protección disímiles. Así, el recurso
de amparo es ejecutable en pro de la defensa de los derechos fundamentales ante el
Tribunal Constitucional; en tanto que los recursos ordinarios basados en los principios
de preferencia y sumariedad son ejecutables en pro de los derechos denominados no
fundamentales ante el Poder Judicial. En este último caso son citables el derecho a
contraer matrimonio, el derecho a la propiedad, el derecho a la herencia, el derecho a la
salud, etc.

En el caso de nuestro país, la Constitución hace uso de la expresión derechos humanos


en los artículos 14, 44, 56 inciso 1 y en la Cuarta Disposición Final y Transitoria de la
Constitución; emplea la expresión derechos fundamentales en los artículos 1, 2, 3, 32,
74, 137 inciso 2, 139 y 149; y utiliza la expresión derechos fundamentales en los
artículos 23, 137 inciso 1, 162 y 200. En suma, emplea indistintamente expresiones de
fuentes jurídicas diferentes.

Ante dicha situación el Tribunal Constitucional en su extendida jurisprudencia ha


utilizado dichas expresiones con el carácter de sinónimos; vale decir, les ha asignado un
significado equivalente.

El reconocimiento de esta pluralidad de atribuciones, facultades, prerrogativas y


potestades derivadas de la dignidad humana –lo que conlleva a la existencia y
coexistencia social bajo la tutela de la libertad, igualdad y desarrollo de la personalidad–
apareja la corresponsabilidad de su respeto y defensa. Ello se manifiesta en lo siguiente:

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a) El deber de hacer.
b) El deber de abstenerse de hacer.
c) El deber de otorgar o reconocer.
d) La garantía que ofrece el Estado de reponer, hacer reparar y sancionar
judicialmente la amenaza o violación de un derecho fundamental.

A manera de colofón, es dable advertir que las fuentes jurídicas de donde emanan
dichos deberes pueden ser los tratados internacionales de los que un Estado parte, la
Constitución, la costumbre y la jurisprudencia constitucional. Por dende, los derechos
derivados de la dignidad –cualesquiera que sea su denominación formal– son aquellos
que se encuentran expresa o implícitamente reconocidos en las fuentes formales
previstas en el ordenamiento jurídico de un Estado.

2. La estructura de los derechos fundamentales

El Tribunal Constitucional en el caso Manuel Anicama Hernández (Expediente Nº


01471-2005-AA/TC) ha formulado una pluralidad de distinciones en torno a la
estructura de los preceptos que contienen derechos fundamentales, a saber:

2.1. Las disposiciones de un derecho fundamental

Estas deben ser entendidas como los textos o enunciados lingüísticos que
formalizan un determinado precepto constitucional; vale decir, hacen referencia a la
expresión escrita.

En puridad se compone del conjunto de expresiones sintácticas –presentación


ordenada de una pluralidad de palabras–; las cuales se presentan como una
unidad estructural dotada de significación jurídica vía la realización de una tarea
interpretativa.

2.2. Las normas de un derecho fundamental


Estas deben ser entendidas como los sentidos interpretativos atribuibles a las
disposiciones consignadas en la Constitución. Al respecto, Manuel Medina
Guerrero [La vinculación negativa del legislador a los derechos fundamentales. Madrid:
McGraw Hill, 1997] señala que estas “hacen referencia al haz de garantías,

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facultades, y posibilidades de actuación –en conexión con el ámbito material que da
nombre al derecho– que la Constitución reconoce inmediatamente a sus titulares”.

En buena cuenta el derecho subjetivo –entendido como un interés individual


reconocido y exigible jurídicamente– que aparece en la parte dispositiva, tiene
como expresa Carlos Bernal Pulido [El principio de proporcionalidad y los derechos
fundamentales. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 2003] “un elevado
grado de indeterminación normativa”; por lo que en consecuencia suele
interpretársele con una multiplicidad de sentidos. Por ende, le corresponde al
Tribunal Constitucional en su calidad de supremo intérprete de la Constitución, el
uniformar y oficializar la proposición prescriptiva que ordena, prohíbe o permite
algo.

En suma, las disposiciones son sinónimo de formulación lingüística y las normas


son equivalente de significados prescriptivos obtenidos por la vía de la
interpretación. En el primer caso hacemos referencia a oraciones gramaticales con
sentido jurídico; en el segundo caso hacemos referencia al mandato descifrado por
el hermeneuta constitucional.

2.3. Las posiciones de derecho constitucional


Estas deben ser entendidas como las relaciones jurídicas que aparecen tras la
determinación del mandato de una norma. Es decir, hace referencia a la conexión o
enlace existente a los sujetos vinculados al cumplimiento de la norma.

Carlos Bernal Pulido [op. cit.] señala que se trata de aquella relación jurídica
compuesta por un sujeto activo, un sujeto pasivo y un objeto.

El sujeto activo o facultado es aquel que es titular de un derecho subjetivo.

El sujeto pasivo u obligado es aquel que es titular de un deber subjetivo.

En ese contexto, tras la exigencia de goce de un derecho por parte del sujeto activo,
aparece conectivamente la responsabilidad de satisfacción de dicha petición con
resguardo jurídico.

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Ahora bien, el objeto de la posición implica en strictu sensu una prestación; vale decir
conlleva la realización de “algo” preestablecido en la norma. Ello pues, tiende a
satisfacer mediante una conducta de acción u omisión de una persona obligada el
interés legitimado de una persona facultada para exigir su verificación práctica.

Carlos Bernal Pulido [op. cit.] ha clasificado las posiciones de la manera siguiente:

- Posiciones de defensa. Estas tienen como sujeto activo o facultado a una persona
natural o jurídica y como sujeto pasivo u obligado al Estado. Plantean una
conducta de abstención estatal. En estas el sujeto activo le exige a un órgano
u organismo estatal en su calidad de sujeto pasivo, el omitir o no realizar algo.
Tal el caso de lo previsto en el apartado d) del numeral 24 del artículo 2 de la
Constitución, que señala que “Nadie será procesado ni condenado por acto u
omisión que al tiempo de cometerse no esté previamente calificado en la ley,
de manera expresa e inequívoca, como infracción punible; ni sancionado con
pena no prevista en la ley”.

- Posiciones de prestación. Estas tienen como sujeto activo a una persona natural o
jurídica y como sujeto pasivo al Estado u otra persona natural o jurídica.
Plantean una conducta de acción. En estas el sujeto activo exige la realización
de un determinado comportamiento. Tal el caso de lo previsto en el artículo
17 de la Constitución que señala a favor de los escolares matriculados en
centros de enseñanza pública que la educación sea ofrecida de manera
gratuita; o el previsto en el artículo 28 en donde se dispone que el Estado
fomente la negociación colectiva y promueva las formas de solución pacífica
de los conflictos laborales.

- Posiciones de garantías institucionales. Estas tienen como sujeto activo o facultado


a una persona natural o jurídica y como sujeto pasivo u obligado al Estado u
otra persona natural o jurídica. Plantean una conducta de abstención para
resguardar el eficaz y eficiente funcionamiento de una institución jurídica
consignada como importante para la realización del ser humano de manera
expresa en la Constitución. Tal el caso, del matrimonio o la formación.

3. La eficacia de los derechos fundamentales

En el Estado constitucional –en donde tanto el cuerpo político como la sociedad


adecuan bajo imperatividad jurídica sus actividades conforme a los principios, valores y
normas contenidas en el texto supremo– los derechos fundamentales gozan de las
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garantías de su goce efectivo, de manera omnicomprensiva; vale decir, que su resguardo
no está limitado en forma alguna al reconocimiento de “islas de exclusión”.

De allí que se les acredite como normas con mandato de actuación y deber especial de
protección.

Al respecto, el Tribunal Constitucional en el caso Sindicato Unitario de Trabajadores de


Telefónica del Perú (Expediente Nº 01124-2001-AA/TC) ha señalado que “La
Constitución es la norma de máxima supremacía en el ordenamiento jurídico y, como
tal, vincula al Estado y la Sociedad en general. De conformidad con el artículo 38 de la
Constitución ‘Todos los peruanos tienen el deber (…) de respetar, cumplir (…) la
Constitución (…)’. Esta norma establece que la vinculatoriedad de la Constitución se
proyecta erga onmes, no solo al ámbito de las relaciones entre los particulares y el Estado,
sino también a aquellas entre particulares”. Ergo, informan y se irradian con carácter
absoluto.

En consecuencia, tienen eficacia vertical y horizontal.

En relación a la eficacia vertical los derechos fundamentales aparecen como atributos


de defensa oponibles al Estado, cuando este genera acciones u omisiones arbitrarias y
lesivas a la dignidad de la persona.

En relación a la eficacia horizontal los derechos fundamentales aparecen como


atributos de defensa oponibles a una persona natural o jurídica de derecho privado,
cuando esta genera acciones u omisiones arbitrarias y lesivas a la dignidad de otra
persona.

Asimismo, debe tenerse en cuenta tal como señala César Landa Arroyo [Los derechos
fundamentales en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. Lima: Palestra, 2010], que los
derechos fundamentales se insertan en la Constitución con distintas formulaciones
deónticas; esto es, bajo una serie de premisas lógicas que permiten identificar su
contenido normativo.

En ese sentido, pueden aparecer como normas mandato, normas de permisión y


normas de prohibición.

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Por último, en la línea de develar la estructura normativa de los derechos
fundamentales, se hace importante distinguir entre principios y reglas constitucionales.

Los principios constitucionales aluden a la pluralidad de postulados o proposiciones


con sentido y proyección normativa. Como tales están destinadas asegurar la
proyección preceptiva de los valores o postulados ético-políticos de la Constitución.

Se trata de formulaciones desprovistas de delimitación y detallamiento preceptivo que


una norma jurídica pura tiene per se. Esta generalidad hace que sean vistas como
mandatos de optimización, en donde su verificación concreta depende de la dación de
normas de desarrollo constitucional o la capacidad de asignación presupuestal para
generar de manera adecuada una prestación. Tal el caso de buena parte de los derechos
económicos, sociales y culturales (derecho a la salud, derecho a la pensión, etc.). En
suma, su efectivización tiene diversos grados de intensidad.

Las reglas constitucionales aluden a normas con mandato preceptivo, las cuales pueden
y deben ser efectivizadas de manera inmediata. Se trata de cláusulas imperativas
concretas delimitadas y detalladas, en donde basta realizar una reflexión lógico-
subsuntiva (supuesto normativo, subsunción del hecho y consecuencia jurídica). Tal el
caso de los derechos civiles y políticos. En suma, su efectivización tiene homólogo
grado de intensividad.

4. La fundamentación iusfilosófica de los derechos fundamentales

Con criterio compartido en la doctrina constitucional, se acredita la existencia de tres


grandes fuentes de fundamentación a saber: la historicista, el iusracionalista y el
positivista.

Al respecto, veamos lo siguiente:

4.1. La fundamentación historicista

Dicha fundamentación rehúye de las especulaciones abstractas y se ampara en las


reflexiones retrospectivas que adquieren un sentido específico en un espacio-
tiempo determinado. Así, los derechos de la persona no se sustentan en el mundo
de las teorías, sino en la expresión de los hechos sociales; por ende, necesitan de la
aquiescencia de los hombres a cuya vida afecta.

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Edmund Burke [Reflexiones sobre la Revolución Francesa. Madrid: Alianza Editorial,
2000] plantea la idea de ciertas libertades regularmente perpetuadas como derecho
hereditario.

En la fundamentación historicista existe el reconocimiento de una pluralidad de


prerrogativas cuyo título es el conjunto de personas integradas a un status
determinado. En ese sentido, Juan Ramón Peirano Argüelles y Francisco
Javier Ansuategui Roig [Historia de los derechos fundamentales. Tomo I. Madrid:
Dykinson, 1998] señalan que “las libertades y franquicias (…) no tienen como
destinatarios al individuo sino en cuanto miembro de un grupo social concreto: sus
derechos no lo son a título individual, sino en calidad de noble, clérigo, mercader,
etc.; o de natural de tal territorio, villa o ciudad. De manera que el instrumento
jurídico (…) no es la ley general, sino la costumbre o la norma particularizada: el
‘pacto’, el ‘fuero’, el ‘compromiso’, etc. (…). Se distinguen por el reconocimiento
de situaciones concretas y particularizadas, de poderes fácticos o de normas del
‘buen derecho antiguo’, tradicional y consuetudinario, a lo que se le debe una
expresión formalizada y solemne”.

Francisco J. Laporta [Los derechos históricos en la Constitución. Madrid: Centro de


Estudios Políticos y Constitucionales, 2006] señala que “el individuo obtiene su
identidad, precisamente de su pertenencia a la serie ininterrumpida de generaciones
anteriores a él (…). Aquello no proviene de los dictados de la razón sino de la
tradición, la inserción de la convivencia y las relaciones de poder en el curso de la
historia, de lo que obtienen su cabal legitimación. Y en cuanto al derecho es
también un producto histórico de la vida humana colectiva”.

En esa perspectiva el reconocimiento de los derechos in genere aparecen como


aquellos “espacios” en donde se van protegiendo ciertos status frente al poder
estadual como consecuencia de procesos de transición y consentimiento.

En efecto, entre el siglo XI y el segundo tercio del siglo XVIII los derechos
tendrán una connotación estamental; es decir, emergerán como concesiones o
privilegios a determinados grupos sociales. Ergo, carecerán de generalidad.

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Los documentos medievales en donde fueron consignados se manifiestan como
actas de compromiso para la proscripción del abuso del poder sobre grupos,
ciudades, etc.

En el proceso de la vida coexistencial lo parcial y excluyente se ira haciendo


paulatinamente general e inclusivo.

Francisco J. Bastida Freijedo [Teoría general de los derechos fundamentales en la


Constitución española de 1978. Madrid: Tecnos, 2004] señala que la fuente
historicista se caracteriza en el campo constitucional por buscar una reforma de las
instituciones del Antiguo Régimen, sin que ello implique una ruptura radical de
aquel. En efecto, la reivindicación de las libertades y franquicias se encuentra
enraizada en la tradición y cultura de cada pueblo. Así, al darle un “nuevo sentido”
se hace posible encontrar una línea de permanencia y continuidad.

La referida fundamentación tiene singular valor para sostener los derechos de la


persona en el ámbito de influencia británica.

En ese contexto, Francisco J. Bastida Freijedo [op. cit.] expone que “el movimiento
historicista (…) combina pretensiones y elementos propios del nuevo pensamiento
liberal ilustrado emergente con el respeto a los elementos de los ordenamientos
jurídicos preestatales”.

Se expone la “idea de que la sociedad y el Estado debían reformarse bajo las


matrices burguesas del individualismo y el progreso, respetando aspectos nucleares
cimentados históricamente, tales como las distinciones de clase y la antigüedad
como criterio de validez jurídica. Por ende, el origen de los derechos de la persona
se encuentra en la costumbre asumida por cada comunidad política en particular y
en las leyes fundamentales pactadas por el Rey y los plurales representantes de los
segmentos sociales. Al respecto, son citables entre otros documentos, la Carta
Magna (1215), la Petición de Derechos (1628) y la Declaración de Derechos (1689).

En el caso de la Carta Magna se pacta reconociéndose prerrogativas estamentales


referidas a la herencia, la libertad personal, etc.

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En el caso de la Petición de Derechos se pacta reconociéndose de que nadie puede
ser procesado ni condenado por acto de omisión que al tiempo de cometerse no
esté previamente calificado en la ley, el derecho de propiedad, etc.

En el caso de la Declaración de Derechos se pacta reconociéndose el derecho de


petición, la libertad de opinión y de expresión, etc.

4.2. La fundamentación iusracionalista

Dicha fundamentación se sustenta en el derecho natural; es decir, hace referencia a


un conjunto de facultades o atribuciones extraídas de una normatividad
suprapositiva reconducible a la esencia misma de la naturaleza humana.

Este derecho natural es universal, o sea es válido para la especie humana en todos
los lugares y en todos los tiempos, ya que comprende un conjunto de preceptos
que no se basan en circunstancias accidentales sino en la naturaleza del hombre.
Este se presenta como ineludible imperativo de la razón, que percibe la relación
ontológica entre el ser y su finalidad, entre el hombre y el bien. Cabe agregar que
este derecho surge de la naturaleza del hombre para su autorrealización.

En el derecho natural aparecen todo el conjunto de facultades o atribuciones


inherentes a la persona; la cual puede llegar a conocerlas a través del ejercicio de la
razón.

En ese sentido, la razón es aquella facultad que proporciona los principios del
conocimiento a priori. Emmanuel Kant funda el derecho natural sobre principio de
describir el razonamiento que va de la causa al efecto en expresiones que implican
acuerdo con la probabilidad general; y que es una exigencia absoluta de la razón
práctica; o sea aquella que precede a la acción. Este expone que
independientemente de un acto jurídico son transmitidos a cada individuo por la
naturaleza.

La fundamentación iusracionalista plantea que el derecho positivo (estatal) debe


adecuar sus contenidos a los del derecho natural. En caso este requisito no se
cumpliese, entonces estaríamos ante imposiciones arbitrarias.

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Desde una perspectiva histórica se aprecia que a través de la institucionalización del
Estado Liberal de Derecho, el cuerpo político se convierte en el protector de los
derechos naturales; los cuales de absolutos en el estado de naturaleza (situación
anterior al pacto social) devienen en tutelables y regulables a través de la ley.

El iusracionalismo acoge la idea del pacto social para englobar el derecho natural
dentro de la esfera de los bienes individuales de los miembros de la comunidad
política.

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) y la Declaración de


los Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789) son la expresión más cabal de
dicha fundamentación.

4.3. La fundamentación positivista

Dicha fundamentación se sustenta en que los derechos de la persona surgen de la


voluntad proteccionista del Estado. Así, no existen facultades o atribuciones
previas a la decisión del cuerpo político.

Como afirma Francisco J. Bastida Freijedo [op. cit.] “constituidas la sociedad y el


Estado, los sujetos solo podían disponer de aquellos derechos (…) que les
concediera el poder público”. En consecuencia, el Estado es libre para determinar
la titularidad y contenido de los derechos de la persona.

Dicha fundamentación plantea que solo existe el derecho estatal; por tanto, rechaza
la idea del derecho natural y se desatiende de cualquier “subordinación” o
“encadenamiento” que pudiese provenir de la historia.

La voluntad del Estado se convierte en el único criterio de validez de los derechos


de la persona. Por ende, a través de la Constitución se expresa esa decisión política;
la cual se sustenta en la aprobación representativa del pueblo.

En suma, no se trata de derechos preexistentes al Estado, sino manifestaciones


nacidas del derecho estatal. Por ende, la fundamentación positivista señala que la
persona solo puede disponer de aquellos derechos que le concede el cuerpo
político.

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5. La bidimensionalidad de los derechos fundamentales

Los derechos pueden ser observados desde una doble dimensión: subjetiva y objetiva.

La dimensión subjetiva es aquella que hace referencia a las facultades de acción que
estos reconocen a la persona titular de los mismos en el ámbito de la vida existencial y
coexistencial. Por consiguiente, permiten exigir al titular de un derecho fundamental el
cumplimiento cabal, exacto y preciso de lo dispuesto normativamente. Por ende,
protegen de las intervenciones injustificadas y arbitrarias.

Ello implica el atributo de exigir una acción tuitiva hacia dichos derechos; lo que puede
verificarse ya sea mediante la ejecución de una determinada conducta, en la ejecución de
una determinada conducta o en el otorgamiento de una concreta prestación. Es decir,
expone el derecho de hacer efectivo el goce efectivo de lo determinado a favor de la
persona.

La dimensión objetiva es aquella que hace referencia a que la normatividad tuitiva


contenida en dichos derechos se irradia o expande a todos los ámbitos de la vida estatal
y social.

Y es que estas devienen en elementos constitutivos del ordenamiento jurídico, ya que


comportan valores materiales o institucionales sobre los cuales se estructura la
coexistencia social.

Ello en razón a que devienen en elementos indispensables para la estructuración del


orden jurídico y la paz social.

Dicha dimensión exige que el Estado realice una atención determinada a través de
políticas legislativas, jurisdiccionales o administrativas que permitan la optimización de
atribuciones comprendidas en el conjunto de preceptos de carácter general; y, que, por
ende, se manifiesten significativamente en el plano de la realidad. Esta actuación
también involucra residualmente a los particulares.

Los efectos expansivos se expresan concretamente en lo siguiente:

a) Exigen una actuación propositiva hacia la conformación material de


determinadas prescripciones jurídicas (vía la dación de normas, sean de
naturaleza pública o privada).

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b) Exigen la actuación propositiva hacia la conformación de políticas económico-
sociales-culturales.
c) Exigen la actuación propositiva hacia la conformación de políticas
jurisdiccionales.
d) Exigen la actuación propositiva de facilitar la acción ciudadana tendente a
permitir la reclamación de su realización.

6. El contenido esencial de los derechos fundamentales

Todo derecho fundamental tiene un contenido jurídicamente determinado, el cual es


inmodificable, en caso sea necesario llevar a cabo una regulación infraconstitucional
para posibilitar su goce y ejercicio en la vida comunitaria.

Claudia Villaseñor Goyzueta [Contenido esencial de los derechos fundamentales y jurisprudencia


del Tribunal Constitucional español. Madrid: Universidad Complutense, 2003] señala que es
aquel que comprende la “sustancia” del derecho; sin el cual deja de ser tal.

Esta nota sustancial de la norma hace que esta tenga en relación a las restantes una
peculiaridad privativa y específica. En ese orden de ideas, el contenido esencial se
convierte en la parte indispensable e indisponible que permite al titular del derecho a
gozar de los atributos, facultades o beneficios que esta declara. Su afectación conlleva a
la transformación del derecho contenido en un precepto en otra categoría jurídica
distinta; amén de generar la imposibilidad o dificultad extrema para hacer efectivo el
goce de un derecho.

Claudia Villaseñor Goyzueta [op. cit.] plantea que el establecimiento del contenido
esencial de un derecho debe ser observado en un doble plano, a saber:

a) Plano negativo
Señala un límite a la regulación legislativa de los derechos fundamentales.

b) Plano positivo
Señala el valor asignado al contenido de los derechos fundamentales, por ende,
este deviene en imprescindible e insustituible.

En efecto, en todo derecho fundamental existen dos zonas: una medular que constituye
su contenido esencial –y en cuyo ámbito toda intervención del legislador se encuentra
vedada– y una adjetiva o no esencial en la cual es admisible la actuación regulatoria del
legislador. Cabe señalar que esto último opera a condición que se lleve a cabo conforme
a los principios de razonabilidad, racionalidad y proporcionalidad.
17
En aras de establecer el contenido esencial de un derecho fundamental, la
jurisprudencia constitucional española ha establecido los criterios siguientes:

a) Que se defina el contenido esencial a través de la naturaleza jurídica del derecho


fundamental. Por ende, debe develar aquellas facultades o atribuciones que
hacen que este sea reconocible como perteneciente a lo substancial o inmanente
del precepto. En este contexto, en la hipótesis que el legislador reglamentario
afectase dicha naturaleza, el derecho fundamental quedaría desnaturalizado. A
guisa de ejemplo, sería el caso de lo previsto en el inciso 16 del artículo 2 de la
Constitución relativo al derecho a la herencia; y en donde por vía reglamentaria
se amputase el derecho de una persona a transmitir su patrimonio a sus
herederos. En idéntica orientación, ello sucedería en el caso del propietario de
un bien a quien se le impidiese ejercer dominio sobre el mismo.

b) Que se establezca el contenido esencial a través de la identificación de los


intereses jurídicamente protegidos. Por ende, debe develarse aquella ventaja,
beneficio o utilidad que se genera del goce de un derecho fundamental. En ese
contexto, en la hipótesis que el legislador reglamentario afectase la ventaja o
beneficio que debe obtenerse a través del goce de un derecho fundamental, este
quedaría amputado en la utilidad que procura plasmar. A guisa de ejemplo, sería
el caso previsto en el inciso 21 del artículo 2 de la Constitución relativo al
derecho a la nacionalidad, y en donde por vía reglamentaria se dejase a la
persona sin amparo ni protección estatal. En idéntica orientación, ello sucedería
en el caso de una persona a quien se le impidiese tener el beneficio de tramitar la
renovación de su pasaporte fuera del territorio de la República.

En el caso Colegio de Abogados del Cuzco, el Tribunal Constitucional (Expediente Nº


00050-2004-AI/TC) ha establecido que para la determinación del contenido esencial de
los derechos fundamentales debe tenerse en cuenta tanto las disposiciones
constitucionales expresas como los principios y valores constitucionales. De allí que
pueda establecerse validamente que el supremo intérprete de la Constitución ha tomado
como referencia para dicha tarea la denominada teoría institucional.

Esta teoría consigna que el contenido esencial de un derecho fundamental se deduce


del cuadro general de la Constitución compuesto por aquellos valores, bienes e
intereses que tienen rango constitucional; los cuales deben ser objeto de ponderación
para fijar dicho núcleo mínimo e ineludible.

18
En consecuencia, la determinación del contenido esencial debe realizarse conforme a
los alcances de los principios de unidad y concordancia práctica; vale decir, de un lado,
resguardando la relación e interdependencia de los distintos elementos normativos con
el conjunto de las decisiones básicas de la Constitución (ello obliga a no aceptar, en
modo alguno, la visión “insular” de una norma, sino ha hacer imperativa la perspectiva
del conjunto del texto); y del otro, garantizando que todos los derechos, valores y
bienes constitucionales conserven en un grado razonable su identidad e indemnidad.

Konrad Hesse [“Significado de los derechos humanos”. En: Manual de derecho


constitucional. Madrid: Marcial Pons, 2001] ha advertido que “el contenido concreto y la
significación de los derechos fundamentales depende de muchos factores extrajurídicos,
especialmente de la idiosincrasia, de la cultura y la historia de los pueblos”.

El Tribunal Constitucional en el citado caso Colegio de Abogados del Cuzco


(Expediente Nº 00050-2004-AI/TC) ha señalado que en la determinación del
contenido esencial debe proscribirse lo siguiente:

a) La fijación de dicho “mínimo” mediante una “cirugía jurídica” del derecho


objeto de examen con relación al resto del ordenamiento constitucional.
b) La fijación de dicho “mínimo” en función a una determinación a priori carente
de justificación.
c) La fijación de dicho “mínimo” al margen del conjunto de principios y valores
constitucionales.
d) La fijación de dicho “mínimo” con inobservancia de la regla de ponderación; es
decir, que vista la Constitución como un “todo” sea de alguna manera
“mutilada”.

En razón a lo expuesto, cabe señalar que el contenido esencial se afecta en las


circunstancias siguientes:

a) Cuando a consecuencia de la legislación reglamentaria aparecen limitaciones


irrazonables que hacen imposible o sumamente gravoso el ejercicio de un
derecho fundamental.
b) Cuando a consecuencia de la legislación reglamentaria aparece que el ejercicio de
un derecho no conlleva finalmente a la obtención de una ventaja, beneficio o
provecho alguno.

19
7. La dignidad de la persona humana

Dicha materia se encuentra prevista en el artículo 1 de la Constitución vigente.

En nuestro país su reconocimiento constitucional se inicia con el texto de 1979.

De manera concordante y con sujeción a lo establecido en la Cuarta Disposición Final y


Transitoria de la Constitución, la materia objeto de comentario se encuentra
contemplada en el preámbulo de la Carta de Naciones Unidas; el artículo 1 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos; el artículo 8 del Pacto Internacional
de los Derechos Civiles y Políticos; y en el artículo 13 del Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales.

Desde una perspectiva histórica aparece en la Constitución alemana de 1949 y en la


Constitución española de 1978.

Dicha expresión proviene del latín dignitas, que alude a decoro, cualidad, superioridad,
nobleza y excelencia.

En ese sentido, a la cultura judeo-cristiana le corresponde el mérito, en grado sumo, de


la divulgación de dicho concepto.

En efecto, en el Génesis (1, 26) aparece la idea del hombre creado a la imagen y
semejanza de Dios. De allí que se le perciba como portador de dignidad. Más aún, en el
Libro de los Salmos (VIII, 6-9) se consigna aquello de “Hiciste al hombre un poco
inferior a los ángeles, y lo coronaste de gloria y honor dándole el mando sobre las
obras hechas con tus manos. Todas ellas las pusiste a sus pies, todas las ovejas y bueyes,
y aún las bestias del campo, las aves del cielo y los peces del mar que hienden sus
ondas”.

De lo expuesto se desprende que sea distinguido del resto de las especies vivas y
merecedor de ciertos derechos indiscutibles. Por ende, debe ser sujeto de respeto por lo
que es y por la capacidad de lo que puede hacer para sí mismo y los demás.

Esto llevó a que paulatinamente se le fuera reconociendo un conjunto de derechos


intangibles; los cuales no surgen por gracia o merced de la sociedad política, sino que
únicamente son garantizados por esta.

20
En este sentido, el apóstol San Pablo llegó a sentenciar que: “Todos son hijos de Dios
por la fe en Cristo Jesús (…) no hay judío o griego, ni hay siervo o libre, no hay varón o
hembra, porque todos son uno en Cristo Jesús”.

Posteriormente el Papa León XIII planteará en su Encíclica “Rerum novarum” (1891) que:
“La verdadera dignidad y excelencia del hombre radica en la moral, es decir, en la virtud
que es patrimonio común de todos los mortales, asequible por igual a altos y bajos, a
ricos y pobres”.

La universalización del concepto motivo a una sustentación libre de una


fundamentación teológica.

De allí que el derecho asuma la tesis expuesta por Enmanuel Kent en su libro
Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Allí se expone que “En el reino de los fines
todo tiene un precio o una dignidad. Lo que tiene precio puede ser reemplazado por
alguna otra cosa equivalente; por el contrario lo que se eleva sobre todo precio y no
admite ningún equivalente tiene una dignidad”. El ser humano es portador de ella,
habida cuenta su condición de ser autónomo capaz de comprender el mundo que lo
rodea, apto para conocerse a sí mismo y pletórico de voluntad para autolegislarse por
dicho marco normativo. Por ende, por ser un fin en si mismo tiene un valor intrínseco
no librable al intercambio mercantil.

También pueden encontrarse referencias específicas en las encíclicas Sobre la Paz en los
Pueblos (Pacen in Terris) del Papa Juan XXIII (1963), en Sobre el Progreso de los
Pueblos (Populorum progressio) o en Sobre la Iglesia en el Mundo Actual (Gaudium et spes),
del Papa VI (1965).

Más aún, tras los abominables sucesos perpetrados por el fascismo y el nazismo, dicho
concepto empezará a ser asumido bajo articulaciones laicas, consiguiéndose con ello
su consolidación universal. Al respecto, en el preámbulo de la Carta de Naciones
Unidas (1945) se consignará la voluntad de las naciones de “reafirmar la fe (…) en la
dignidad y el valor de la persona humana” (…).

Asimismo, en el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) se


establecerá que “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos
(…)”.

21
La dignidad deviene en el patrimonio común de toda la especie humana; la cual se
configura a partir del acto de la concepción. Su respeto y promoción se infieren con
prescindencia de las circunstancias particulares que tenga o cree cada persona. Ergo,
más allá de su imperfección, insuficiencia o degradación, nunca se pierde la condición
humana; y, por tanto, jamás se carece de dignidad.

La dignidad alude a una calidad inherente a todos y cada uno de los miembros de la
especie humana que no admite sustituto ni equivalente; y que por tal es el sustento de
los derechos fundamentales que la Constitución y tratados internaciones protegen y
auspician.

En efecto, la dignidad se esparce a lo largo y ancho del catálogo de derecho. A guisa de


ejemplo, cabe señalar que el Tribunal Constitucional ha señalado en el caso Emiliano
Álvarez Lazo (Expediente Nº 01429-2009-2002-HC/TC) el vínculo existente con la
proscripción de los tratos inhumanos; en el caso José Loayza Supe (Expediente Nº
02790-2002-AA/TC) con el honor y la buena reputación; en el caso Servicios y
Productos Industriales Kernel S.A. (Expediente Nº 02071-2002-AA/TC) con el
derecho a la salud; en el caso Wilo Rodríguez Gutiérrez (Expediente Nº 01797-2002-
HA/TC) con la información pública; en el caso Gregorio Villanueva H. (Expediente Nº
00050-2001-AA/TC) con el derecho a la seguridad social, etc.

En suma, la dignidad generalmente opera relacionalmente. Su tutela aparece como


consecuencia de la afectación de un derecho fundamental.

Van Wintrich, [Citado por Ernesto Bander. Manual de derecho constitucional. Madrid:
Ediciones Jurídicas y Sociales, 1996], señala que la dignidad consiste en que la persona
“como ente ético-espiritual puede por su propia naturaleza, consciente y libremente
autodeterminarse, formarse y actuar sobre el mundo que lo rodea”.

Asimismo, Jesús Gonzáles Pérez [La dignidad de la persona. Madrid: Civitas, 1986],
declara que es el rango o la categoría que comprende al hombre como un ser dotado de
inteligencia y libertad, distinto y superior a todo lo creado. Por ende, exige que sus
congéneres o el Estado actúen frente a él conforme a su peculiar naturaleza.

22
Para Juan José Mosca y Luis Pérez Aguirre [Derechos humanos: pautas para una educación
liberatoria. Montevideo, 1985], dicha noción “concentra toda la experiencia ética de la
humanidad, ya que ese núcleo emana y hacia él convergen todas las posibles variaciones
de ethos humano”.

La dignidad conlleva el derecho irrefragable a un determinado modo de existir. Es


indubitable que el ser humano goza de atributos que le hacen capaz de organizar su
vida interior y coexistencial de manera responsable. De allí que por efecto de su
dignidad se le garantice el amplio desarrollo de su personalidad.

Dicho concepto involucra la totalidad de lo humano; vale decir, cubre su conformación


física, intelectual y espiritual; de allí que irradie la fundamentación del conjunto de los
derechos fundamentales.

Tal como expone Pico Della Mirandola [De la dignidad del hombre. Madrid: Editora
Nacional, 1984] la persona humana en función a los elementos de los que se encuentra
dotado decide sobre la forma de su vida. De allí que puede tratar de enaltecerse y
colocarse a la altura de una deidad o envilecerse y degradarse al nivel de una bestia. En
suma, solo ella tiene vida biográfica como consecuencia del desarrollo de su
personalidad.

En ese contexto, el ser humano es per se portador de estima, custodia y apoyo


heterónomo para su realización acorde con su condición humana.

La dignidad exige que la persona sea objeto de atención decorosa, en orden a su


realización existencial y coexistencial. Por tal, lo indigno es aquello que resulta carente
de respeto.

La condición y calidad de ser una “persona humana” es supra e intangible. La dignidad


que se desprende de su ser es común a todos los miembros de la especie sin excepción
alguna.

Afectar la dignidad humana conlleva inescindiblemente a rebajar y desvalorizar la


propia condición humana.

Partiendo, en cierto modo, de las consideraciones expuestas por Joaquín Ruiz-Jiménez


Cortés [Los comentarios a las leyes políticas. Madrid: Editorial Revista de Derecho Privado,
1984], cabe establecer en torno a dicha noción las cuatro dimensiones siguientes:

23
7.1. Dimensión teológica

La dignidad se sustenta en un ser que es “criatura de Dios”. Así, el hombre se presenta


como una creación “socializada”.

A consecuencia de ello, a nadie le está permitido violar impunemente la dignidad


humana, de la que Dios mismo dispone con gran reverencia. Más aún, ni siquiera por
voluntad propia puede ser tratado de una manera inconveniente o someterse a una
esclavitud del alma, pues no se trata de “algo” sobre lo que este tenga pleno dominio.
Ergo, tiene justificación y presencia por la influencia de la cultura judeo-cristiana.

7.2. Dimensión ontológica

La dignidad se sustenta en la condición de un ser dotado de inteligencia, libertad y


conciencia de sí mismo. Ergo, plantea el respeto al ser humano en cuanto es humano.

7.3. Dimensión ética

La dignidad se sustenta en la condición de autonomía moral, la cual se manifiesta en el


auto-otorgamiento de sentido a su vida interior y la acción coexistencial. Ergo, plantea
una concepción coherente y personal de la existencia.

7.4. Dimensión social

La dignidad se sustenta en la condición de un ser inescindiblemente vinculado con sus


semejantes para alcanzar su plena realización.

El ser humano en consuno con sus congéneres, asume la tarea de la corealización de


sus aspiraciones personales y grupales. Ergo, plantea una concepción en donde un
hombre aislado no es genuinamente un hombre (unus homo, nullus homo).

La dignidad humana insita a todo el ser humano y exclusiva del mismo, se traduce en lo
siguiente:

- Capacidad de decidir libre y racionalmente.


- Isonomía y homología intrínseca con todos los miembros de la especie humana.
- Capacidad de determinar una identidad propia y forjadora de un proyecto de vida.
- Exigencia de respeto, custodia, protección, tutividad, promoción y defensa a todas y
cada una de las personas.

24
- Exigencia de organización y funcionamiento de la sociedad y el Estado en pro de la
plena realización de sus miembros.

En esa perspectiva, la dignidad debe ser observada desde dos planos, a saber: los
valores y los principios.

La dignidad como expresión de valores radica en el fundamento antropocentrista del


Estado y la sociedad dado que estos tienen como fundamento de su organización y
funcionamiento, a los hombres en relaciones de convivencia. De allí que Gonzalo
Figueroa Yañez [“La dignidad y el derecho a la vida (vivir con dignidad)”. En: Sobre la
dignidad y los principios. Barcelona: Thomson Reuter, 2009] señala que “la dignidad lleva
envuelta la tolerancia, el respeto y el aprecio por el otro”. Ello implica que este no sea
objeto de desestimación de su “valía” a través de forma alguna de humillación.

La dignidad como expone el citado autor indica “la seguridad de no ser sometido,
manipulado o atropellado por abuso de poder de quien es realmente su igual”.

Para tal efecto, valores como la justicia, la paz, la solidaridad, etc. devienen en
referentes preferibles para la vida en relación. Y es que estos plantean el reto de una
vivencia ciudadana que no se reduce a una simple mención intelectual sino que requiere
una actividad y un resguardo jurídico-político.

De allí que por mandato constitucional la dignidad aparezca como fuente legitimadora
del derecho estatal y como sustento de los derechos implícitos para el reconocimiento.

La dignidad como expresión de principios radica en la pluralidad de postulados o


proposiciones con sentido y proyección normativa para fijar la orientación
determinativa en la relación entre el Estado, la sociedad, las personas y la de estos entre
sí. Por ende, esta se fija como criterio interpretativo para la asignación de significados y
determinación del contenido esencial de la parte dogmática de la Constitución
(derechos fundamentales), así como para la elaboración de las normas.

En suma, la noción de dignidad consigna pautas rectoras para la interpretación e


integración normativa; ello a efectos que el ser humano manifieste todas sus
potencialidades físicas, intelectuales y espirituales; vale decir, su reflexión afectiva,
moral, discursiva, estética y su capacidad de creación y recreación.

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Recogiendo en parte las consideraciones de Ernesto Garzón Valdés [“¿Cuál es la
relevancia moral del concepto de dignidad humana?”. En: Tolerancia, dignidad y democracia.
Lima: Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2007] podemos señalar lo siguiente:

- La adscripción de dignidad depende exclusivamente de la pertenencia a la especie


humana.
- Los seres humanos vivos tienen dignidad con prescindencia de calidades accidentales
como edad, estado mental o psicológico.
- La dignidad es una condición innegociable, irrenunciable, inalienable e inviolable.
- La dignidad no tiene gradaciones, todos los seres humanos vivos tienen la misma
dignidad; ello con prescindencia de su conducta (antisociales).
- La adscripción de dignidad es independiente de la conciencia de tener y actuar
dignamente.
- La dignidad hace que los seres humanos sean portadores exigentes del respeto a sus
derechos fundamentales.

En esa perspectiva, la constitucionalización del concepto dignidad genera las cinco


consecuencias siguientes:

- El respeto de la dignidad humana legítima el ejercicio del poder político.


- El respeto de la dignidad humana promociona la objetivización de una sociedad
más justa.
- La normativización constitucional del concepto dignidad conlleva a que sea
considerada como fuente de derecho y en principio de política legislativa.
- El establecimiento de un criterio sumo para la cobertura de las lagunas legislativas.
- La persona por el hecho efecto de ser ostentadora de dignidad se hace merecedora
de la titularidad de los denominados derechos fundamentales.

8. Las funciones constitucionales de la dignidad

Como principio rector de la actividad del Estado y la Sociedad, esta guía y encauza
todos los procesos coexistenciales. En ese sentido, dichas funciones se materializan en
aspectos tales como:

8.1. La legitimación

El resguardo y promoción de la dignidad deviene en la razón de ser de la actividad del


Estado y la sociedad. Por ende, es supeditante para calificar las acciones de estas.

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La dignidad al ordenar la organización, funcionamiento y metas de los referidos entes,
conlleva a que el poder político y las relaciones convivenciales solo tengan sentido y
validez en tanto se sustenten en el resguardo y promoción de esta.

8.2. La realización

La dignidad impone que el Estado y la sociedad traten a cada ser humano como tal; y,
que en ese contexto puedan cumplir a cabalidad sus propias propuestas y
planeamientos autodeterminados; vale decir, que puedan diseñar, construir y alcanzar su
propio proyecto de vida.

La defensa y promoción de la dignidad plantea que tanto en el marco de las relaciones


estaduales o meramente sociales se acredite la existencia de reglas de protección y
fomento. Así tenemos lo siguiente:

- Reglas preventivas. A través de ellas se encauzan las actividades del Estado


y la sociedad en pro de la adopción de medidas a precisar, prever, impedir,
evitar y eludir actos y hechos que puedan poner en peligro la defensa o
promoción de la dignidad.
- Reglas correctivas. A través de ellas se encauza las actividades del Estado y la
sociedad en pro de la adopción de medidas destinadas a rectificar, subsanar o
sancionar actos y hechos que afecten la defensa o promoción de la dignidad.

Dichas reglas, a su vez, comprenden los conceptos de totalidad e invariabilidad; esto es,
perciben al ser humano en sus elementos de corporabilidad, intelectualidad y
espiritualidad y así mismo trazan sus cartabones de manera permanente y perdurable.

Las referidas reglas no solo limitan y controlan al Estado y a la Sociedad, sino que
además los obligan a promover y crear las condiciones políticas, económicas, sociales y
culturales que coadyuven el desarrollo de la persona humana.

Desde una perspectiva estrictamente jurídica la dignidad se formaliza como una


facultad (dignity as empowerments) en donde la persona aparece con potestades,
capacidades y atribuciones; y como una restricción (dignity as constraint) en donde las
regulaciones sociales derivadas de las organizaciones en sentido lato, están limitadas por
su necesidad de custodia, respeto, promoción.

27
9. La dignidad humana, la sociedad y el Estado

El artículo 1 de la Constitución vigente señala que la defensa de la persona humana y el


respeto de su dignidad son el fin de la sociedad y del Estado.

Tal como lo declara dicho precepto constitucional, la persona humana y el respeto de


su dignidad per se, es el centro y razón de ser de la organización comunitaria.

Las diferentes modalidades organizadas de la vida coexistencial tienen una finalidad


instrumental y condicionada; en ese sentido, la sociedad y el Estado no son sino el
despliegue y actualización de una realidad que incide radicalmente en la persona.

Al respecto, el Tribunal Constitucional en el caso José Álvarez Rojas (Expediente Nº


02868-2004-AA/TC) ha señalado que “el respeto por la persona humana se convierte
en el leit motiv que debe informar toda actuación estatal.

El ser humano tiene como características esenciales y fundamentales el concebirse


como un fin en sí mismo y con poder de realización plenaria como tal.

Esta defensa del hombre y el respeto de su dignidad, obliga a la determinación de dos


reglas básicas:

a) La sociedad y el Estado existen para el hombre.


b) La sociedad y el Estado encuentran su justificación organizacional a través de
la tuitividad del hombre y la búsqueda de su promoción y bienestar.

Tal como lo establece Werner Goldschmidt [Introducción filosófica al derecho. Buenos Aires:
Depalma, 1983], cada persona individual es una realidad en sí misma, a diferencia del
Estado que es una realidad accidental ordenada como fin para el bien de aquellas.

En efecto, la dignidad humana es inalterable; constituye, por tanto, el mínimun


infringible e inquebrantable que el Estado y la sociedad están obligadas a defender y
promover. Las regulaciones conductuales no deben conllevar forma alguna de
rebajamiento o menoscabo de la persona.

En consecuencia, el ser humano debe encontrar en dichos ámbitos los “espacios” para
el desarrollo y despliegue de los elementos constitutivos de su singular naturaleza:
autonomía, racionalidad y sociabilidad.

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La dignidad no es solo un presupuesto ontológico de la comunidad y del orden político,
sino que también es un prius lógico jurídico, respecto de los mismos. En ese sentido,
Enmanuel Mounier [Citado por Víctor Quintanilla Young y Vilma Cuba de Quintanilla.
Pensamientos y refranes seleccionados y clasificados. Lima: Priceliness, 1989] llegó a afirmar: “El
Estado es para el hombre y no el hombre para el Estado”.

Como expone Carlos Ruiz Miguel [“El significado jurídico del principio de dignidad de
la persona en el ordenamiento español. En: Scribas, Nº 2. Arequipa: Instituto de
Investigación Jurídica Notarial, s.f.] Cuando se socava el fundamento de la sociedad y el
Estado –la promoción del hombre para el cumplimiento de sus fines existenciales y
coexistente– se roe a la propia sociedad y al Estado.

Ingo Von Munch [“La dignidad del hombre en el derecho constitucional”. En: Revista
Española de Derecho Constitucional, Nº 5, 1982], entiende que la dignidad entraña la
prohibición de hacer del hombre un objeto de la acción estatal.

De allí que la dignidad se convierta en el último e infranqueable límite frente a cualquier


pretensión desde la sociedad o el Estado, de cercenar los derechos inherentes de la
persona. Ello en razón a que son la expresión más inmediata y concreta de ella. Su
reconocimiento en la Constitución inspira su aseguramiento de modo tal, que las
regulaciones jurídicas que de ella se derivan no conllevan desprecio o depreciación para
la estima de todos y cada uno de los seres humanos adscritos a la sociedad peruana.

A la manera de Juan Pablo II [Citado por Marcial Rubio Correa, Francisco Eguiguren
Praeli y Enrique Bernales Ballesteros. Los derechos fundamentales en la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional. Lima: Universidad Católica del Perú, 2010] debe recordársele al
Estado que el ser humano vale per se y no por lo que “tiene, hace o produce”.

En suma, deviene en el mínimun invulnerable para una existencia y coexistencia


cabalmente humana. Por ende, queda clara la relación entre persona y sociedad.

La cosificación y desprecio a las calidades insitas del hombre se asumen como una
acción contraria a la dignidad: ergo es la negación de la condición humana y una
perversión de la razón justificatoria de la organización social y política.

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