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Chile 1815-1817
War of patriotic guerrillas or insurgent montoneras?
Ernesto Guajardo1
Investigador
Abstract. It is often said that in the period known as ‘Reconquista’, the patriot resistance to
the Spaniards was expressed in the form of guerrillas, however, the term has not been
properly defined, which has led historians to occupy the concepts indiscriminately.
guerrilla or montonera to refer to this insurgent activity. These are not equivalent and, in
addition, the actions that could be included in this category correspond to a tactic that was
defined as “zapa” war, which was expressed in two specific forms: the actions of the
patriot information service and the insurgent groups.
Ponencia presentada en el Encuentro de Investigadores sobre Historia de la Guerra y los Conflictos, el día 5
de septiembre de 2018, en la Universidad de Valparaíso, Chile. Este trabajo es parte del libro en preparación:
Manuel Rodríguez, el insurgente. La lucha de los patriotas en Chile (1815-1817).
1
Bibliotecólogo, escritor y editor. Miembro del Consejo Editorial de RIL Editores. Ha publicado, entre otros,
Manuel Rodríguez: historia y leyenda (Santiago, RIL editores, 2010). Email: neto.guajardo@gmail.com
Introducción
2
El carácter de montoneras insurgentes nos permite distinguir aquellas expresiones de esta modalidad de
enfrentamiento que se realizó en Chile desde 1815 a 1817, en el contexto de la Reconquista española, de
aquellas montoneras realistas, que se desarrollaron luego de dicho año. Esta segunda modalidad de
montoneras se encuentra muy detalladamente analizada en el libro de Ana María Contador, Los Pincheira:
Un caso de bandidaje social. Chile: 1817-1832 (Santiago, Bravo y Allende Editores, 1998). Del mismo
modo, la continuidad de estas prácticas es estudiada en Bandidaje rural en Chile central. Curicó, 1850-1900,
de Jaime Valenzuela Márquez (Santiago, Dirección de Biblioteca Archivos y Museos, 1991), así como en la
obra de Ivette Lozoya López, Delincuentes, bandoleros y montoneros: violencia social en el espacio rural
chileno (1850-1870), (Santiago, Lom Ediciones, 2014). Por lo mismo, considerando el carácter dual o mixto
que adquirió la actividad de las montoneras realistas, nos parece que las categorías propuestas por Eric
Hobsbawn en Bandidos (Barcelona, Crítica, 2001) o Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas
de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX (Barcelona, Editorial Ariel, 1983), son más pertinentes
para analizar dicho período, es decir, en el cual la resistencia española al proceso independentista adquiere
una expresión que se aproxima mucho más al bandolerismo social que a la oposición política a un nuevo
orden. En el periodo que nos ocupa, la figura por excelencia que podría ser analizada desde esta perspectiva
es José Miguel Neira (y los neirinos, por cierto, es decir, los 56 integrantes de la montonera dirigida por
Neira, según las anotaciones manuscritas inéditas que dejó Benjamín Vicuña Mackenna, facilitadas por
Ricardo Donoso a René León Echaiz. Véase René León Echaiz, El bandido Neira, Santiago, Editorial Orbe,
1965). Sin embargo, ello implicaría obviar un aspecto fundamental de su participación como “fuerza auxiliar
insurgente”, esto es, reconocer que su actividad, matices más o menos, está supeditada a las orientaciones
generales enviadas por el mando del Ejército de los Andes y cuentan con el reconocimiento del mismo. Es por
esto que nos parece difícil afirmar una relación de prolongación entre estas dos modalidades de montoneras,
al menos en el sentido que lo proponen Óscar Collipal Salas y Fernando Marín, en su libro A salto de mata:
de bandidos sociales a guerrilleros (Chile, Ediciones Ideas, 2016) o en la obra anterior de Marín, Forajidos.
Bandidaje social en Chile (Chile, Ediciones Ideas, 2013).
limitándose más bien a realizar juicios de valor o expresar opiniones no apoyadas
documentalmente. A lo más, la variable utilizada ha sido cuantitativa, indicando que –dada
la cantidad de acciones insurgentes realizadas– no es posible hablar de la existencia de
guerrillas. Incluso, en algunos casos, se han ocupado definiciones extemporáneas de lo que
se comprende por guerrilla. Es el caso, por ejemplo, de la caracterización que hace de ella
Cristián Guerrero Lira en su libro La contrarrevolución de la Independencia en Chile,
quien define guerrilla3, según la tipología que entrega Alberto Polloni en su libro Las
fuerzas armadas de Chile en la vida nacional, publicado en 19724. Aun cuando Guerrero
advierte que dicha definición no se ajusta a las características del periodo de la
Reconquista, no parece plausible sostener que los “elementos constitutivos” de aquella
puedan ser considerados como permanentes.
La ausencia de una definición, entonces, es la característica que une a los dos
discursos que se han desplegado sobre este periodo. Ello ha implicado, entre otras cosas,
que muchas veces los autores ocupan ambas categorías –guerrillas y montoneras– como
dos conceptos intercambiables (a lo sumo, algunos autores intentarán determinar su sentido
vía la adjetivación, así tendremos las guerrillas republicanas de Leonardo León que, en su
obra Ni patriotas ni realistas. El bajo pueblo durante la Independencia de Chile: 1810-
1822, serán también mencionadas como montoneras populares)5. Es significativo, además,
que la ausencia de definiciones conceptuales también se dé en obras especialmente
dedicadas a la historia militar. Así es posible apreciarlo, por ejemplo, en el libro de Agustín
Toro Dávila, Síntesis histórico militar de Chile o en la clásica Historia del Ejército de
Chile, del Estado Mayor del Ejército de Chile6.
Por cierto, habría que puntualizar que, en estos últimos casos, es evidente que la
actividad de las montoneras insurgentes no ha sido de interés para la historiografía
castrense nacional. Esto pareciera deberse al marcado interés que esta tiene en el desarrollo
de la historia militar clásica, esto es, aquella que privilegia el estudio de las grandes
batallas. Efectivamente, entre 1815 y 1817 no existe, en el territorio nacional, una gran
batalla, un hecho de armas significativo, en el sentido de que haya implicado un punto de
inflexión en el curso del conflicto armado; es más, ni siquiera existen enfrentamientos entre
dos ejércitos regulares, sino solo escaramuzas, choques ocasionales y ataques específicos,
realizados por fuerzas irregulares –las montoneras insurgentes– en contra de una fuerza
regular –el ejército realista.
Por cierto, lo anterior no implica que la guerra no continuase su curso, muy por el
contrario, proseguía, pero con otras modalidades y otros protagonistas. El historiador
Enrique Pavón Pereyra propondrá un concepto para referirse a los integrantes del servicio
de informaciones patriota y de las montoneras insurgentes: los definirá como el ejército
3
Cristián Guerrero Lira, La contrarrevolución de la Independencia en Chile (Santiago, Editorial
Universitaria, Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana,
2002), p. 106.
4
Alberto Polloni, Las fuerzas armadas de Chile en la vida nacional: compendio cívico-militar (Santiago,
Andrés Bello, 1972), 483 p.
5
Leonardo León, Ni patriotas ni realistas. El bajo pueblo durante la Independencia de Chile: 1810-1822
(Santiago, Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Centro de Investigaciones Diego
Barros Arana, 2011), pp. 185, 343, 372, 376.
6
Agustín Toro Dávila, Síntesis histórico militar de Chile, 2ª ed., (Santiago, Editorial Universitaria, 1977), 375
p.; Estado Mayor General del Ejército, Historia del Ejército de Chile: tomo II: de la Patria Vieja a la batalla
de Maipo: 1810-1818, 2ª ed. (Santiago, Estado Mayor General de Ejército, 1984), 293 p.
civil que actuó como “adelantado del Ejército de los Andes”7. En efecto, una de las
características de la lucha de los patriotas al interior del país, durante el periodo de la
Reconquista, es que fue protagonizada por civiles, o bien por hombres con experiencia
militar pero que, dadas las características de la táctica utilizada, deben actuar como civiles,
para evitar ser capturados por los realistas.
De este modo, realizar un ejercicio de historia militar sobre el periodo de la
Reconquista permite esbozar una respuesta posible a la interrogante planteada por Antonio
Espino: “¿qué ocurre cuando estudiamos conflictos sin grandes batallas?”8. Una de las
cosas que suceden es que emergen nuevos procesos, acontecimientos y actores.
Al realizar una indagación en torno a este periodo específico de la Guerra de la
Independencia, es posible proponer algunas observaciones, que revisaremos a continuación,
iniciando esto con algunas consideraciones respecto de los actores de la resistencia patriota
a la Reconquista.
7
Enrique Pavón Pereyra, La guerra de zapa: (el servicio de informaciones en las campañas de Chile y Perú),
Santa Fe, Impr. de la Universidad Nacional del Litoral, 1954, p. 4. Separata de la Revista Universidad, órgano
de la Universidad Nacional del Litoral, n° 28, Santa Fe, 1954.
8
Antonio Espino López, “La renovación de la historia de las batallas”, Revista de Historia Militar, Madrid,
Instituto de Historia y Cultura Militar, año XLV, n° 91 (2001), p. 167.
9
Miguel Luis Amunátegui, Gregorio Víctor Amunátegui, La reconquista española. Memoria histórica
presentada a la Universidad de Chile en cumplimiento del artículo 28 de la lei de 19 de noviembre de 1842,
tomo único (Santiago, Imprenta, Litografía i Encuadernación Barcelona, 1912), p. 385; Diego Barros Arana,
Historia general de Chile, 2ª ed. (Santiago, Editorial Universitaria, Centro de Investigaciones Diego Barros
Arana, 2002), tomo X, p. 320.
como el juez de la hacienda, Estevan Cárdenas, y un mayordomo, Tiburcio Romo,
colaboraron arduamente en las tareas de búsqueda y captura10.
Por oposición, esta lectura de los hechos omite la figura de hacendados –o personas
de cierta relevancia social–, que sostuvieron la causa independentista, como es el caso de
Pedro Cuevas, Juan Francisco Labbé, Francisco Villota, José Eulogio Celis, Ramón
Maturana y Feliú, Pedro José Maturana Guzmán, Santiago Zuaznábar y Araya, o los
hermanos Miguel y Felipe de Bustamante y Benavides –solo para nombrar algunos–,
quienes colaboraron con diversos recursos para el desarrollo de las actividades insurgentes;
algunos, como Villota, fueron más allá y combatieron de manera directa a los realistas,
entregando la vida en dicho empeño11.
Es significativo, además, que para algunos autores el carácter pluriclasista de las
montoneras insurgentes no implicaba que sus integrantes se igualaran en el ejercicio de las
funciones que debían cumplir. En efecto, en relación a la composición socioeconómica de
estos grupos René León Echaiz afirma lo siguiente:
Estas guerrillas estaban integradas por los más heterogéneos elementos. Sus dirigentes
eran vecinos acomodados y de buenas familias de la zona. Pero la tropa propiamente tal estaba
formada generalmente por campesinos incultos, por indios de los pueblos de la costa y hasta por
bandoleros. La guerrilla del clérigo Alvarado, por ejemplo, estaba formada a base de indios del
rancherío de Lora y de labradores y gañanes mestizos de la región costina. Los famosos
bandoleros de los cerrillos de Teno hicieron parte importante en las guerrillas de Manuel
Rodríguez y de Francisco Villota, José Miguel Neira y el Cenizo, ambos bandidos siniestros, se
convirtieron también en guerrilleros patriotas12.
10
Diego Barros Arana, Historia jeneral de la independencia de Chile (Santiago, Imprenta del Ferrocarril,
1857), tomo III, p. 369.
11
A pesar de la relevancia de Francisco Villota, la bibliografía sobre él es escasísima; solo es posible
mencionar la obra de René León Echaiz, Francisco Villota: el guerrillero olvidado (Santiago, Editorial Orbe,
1964), 276 páginas y la obra inédita de Jorge Uribe Ghigliotto, Francisco Villota, el héroe de Teno en la
Independencia de Chile.
12
René León Echaiz, Historia de Curicó (Santiago, Editorial Neupert, 1968), p. 40.
La actividad insurgente considerada
como una práctica exclusiva de los militares
Por otro lado, en el Memorial del Ejército de Chile, aparte de algunos artículos
biográficos, panegíricos o informativos sobre Manuel Rodríguez, Santiago Bueras y José
Santiago Aldunate, no existe ningún artículo original referido a la guerra de zapa o, en
general, a la resistencia de los patriotas al interior del país durante el periodo de la
Reconquista. De hecho, los únicos textos que se refieren al tema corresponden a
reproducciones de fragmentos de la Historia general de Chile, de Diego Barros Arana. Esto
no deja de ser significativo, ya que sugiere que el Ejército de Chile considera en este tema a
13
En realidad, el grado que obtiene Rodríguez en este periodo es de teniente coronel. Fue nombrado como tal
por el general San Martín el 17 de diciembre de 1816. Véase Javier Campos Santander, Tras la huella de
Manuel Rodríguez, inédito, 2018, p. 109. Campos cita a este respecto el Archivo O’Higgins (1961:63; 1964:
50-51).
14
Estado Mayor General del Ejército, Historia del Ejército de Chile: tomo II: de la Patria Vieja a la batalla
de Maipo: 1810-1818 (Santiago, EMGE, 1980), pp. 163-165.
15
Estado Mayor General del Ejército, Historia del Ejército de Chile, ob. cit., p. 164. Si bien no es un error
habitual, más de algún autor sostiene que Rodríguez participó en el asalto y toma de San Fernando.
la obra de este historiador como una versión oficial de los hechos o, al menos, como un
relato que lo interpreta16.
Tampoco existen menciones significativas en obras específicas, cuyo tema se
vincula de manera más directa con el servicio de informaciones y las montoneras, como
ocurre con la investigación de Hans Bertling sobre el cruce de los Andes. En este caso en
particular, su autor explícitamente indica que no considerará estos hechos dentro de su
estudio:
En las Jornadas de Historia Militar, organizadas por el Ejército de Chile, desde 2003
a 2016, no se ha presentado una investigación que estudie este periodo de manera
específica. Mientras que en la Revista de Historia Militar solo existe un artículo publicado
sobre este tema: el que escribió Camila Pesse Delpiano, “La Guerra de Zapa: el servicio de
inteligencia patriota durante la reconquista española”18.
Por último, no deja de llamar la atención que la historiografía castrense no destaque
los nombres de otros soldados que participaron de esta etapa de la guerra independentista,
como es el caso de José Antonio Piñeiro.
Piñeiro nació en Santiago en 1789. Se incorporó a la revolución de la Independencia
desde sus primeros momentos. Amigo íntimo de José Miguel Carrera, colaboró con él en
sus empresas militares. “En 1811 levantó a sus espensas un escuadron en Melipilla y
poniéndose a la cabeza de esa lejion de ciudadanos, formó parte del ejército patriota”.
Combatió en El Membrillar con el grado de teniente.
Comisionado por sus jefes para impedir el paso del rio Ñuble a los realistas, cumplió
su cometido dificultando la marcha de los invasores durante dos dias con sus lejionarios que
apénas constituian un grupo de sesenta guerrilleros. Despues de la jornada de Rancagua,
permaneció en su hacienda de Melipilla, hasta que se asoció a las campañas de Manuel
Rodríguez con sus montoneros. En este período prestó los mas valiosos ausilios al ilustre
guerrillero, tanto de soldados como de recursos pecuniarios. Su fundo de Melipilla sirvió de
seguro y hospitalario refujio a los patriotas que no pudieron traspasar los Andes en la época de
la reconquista española19.
16
Los artículos en cuestión se publicaron en la misma edición del Memorial del Ejército de Chile,
correspondiente al año LX, número 335, enero-febrero de 1967, y son los siguientes: “Los guerrilleros de
1815-1816”, pp. 57-63; “Correrías de los guerrilleros”, pp. 64-70; “Últimos días del gobierno de Marco: las
guerrillas patriotas asaltan algunos pueblos”, pp. 71-107.
17
Hans Bertling, Estudio sobre el paso de la cordillera de los Andes efectuado por el jeneral San Martín en
los meses de enero i febrero de 1817 (campaña de Chacabuco), 2° edición (Santiago, Talleres del Estado
Mayor Jeneral, 1917), p. 203.
18
Camila Pesse Delpiano, «La Guerra de Zapa: el servicio de inteligencia patriota durante la reconquista
española», Revista de Historia Militar, Santiago, número 14, diciembre de 2015, pp. 43-49.
19
Pedro Pablo Figueroa, Diccionario biográfico de Chile (Santiago, Imprenta, Litografía y Encuadernación
Barcelona, 1897), tomo II, p. 481.
Luego de Cancha Rayada, formó un escuadrón de milicianos en su hacienda de
Melipilla, para colaborar en la defensa de la capital. En 1818, luego de la batalla de
Chacabuco, “detuvo un destacamento de sesenta soldados realistas, en el camino de
Melipilla a Valparaíso, con solo cuarenta labriegos de su fundo, que conducia un
cargamento de monedas de plata y oro pertenecientes a opulentos españoles que se ponian
en fuga hácia el Perú. Este caudal lo puso a disposicion del Gobierno patriota en
Santiago”20.
20
Ibíd.
21
Véase Carlos Valenzuela Solís de Ovando, Mujeres de Chile (Santiago, Editorial Andujar, 1995), p. 179-
180; Omar Letelier Ramírez, «Heroínas de la independencia nacional», Santiago, Revista Libertador
O’Higgins, año XVII, número 17, 2000, pp. 257-271; Gaceta de Santiago de Chile, Santiago, número 1, 18 de
junio de 1817.
22
Véase José Bernardo Suárez, Rasgos biográficos de mujeres célebres de América: escritos, traducidos i
estractados para el uso de las jóvenes (París, Librería de Rosa y Douret, 1872), p. 103; Vicente Grez, Las
mujeres de la Independencia (Santiago, Imprenta Gutemberg, 1878), pp. 38-39.
23
Ernesto Rivera Reyes, “Vichuquén durante la guerra de la Independencia”, en Vichuquén 400 años (Curicó,
La Prensa, 1985), pp. 30-33.
24
Véase Óscar Ramírez Merino, Cosas de Curicó: artículos y ensayos (Santiago, s. e., 1981), p. 35; Tomás
Guevara, Historia de Curicó (Santiago, Ediciones Mataquito, 1997); «Relación del coronel don José María de
la Arriagada de todo lo sucedido en el ejército real, al mando del señor general don Mariano Ossorio, desde
que el autor se reunió con él en Linares, hasta su vuelta a Talcahuano en abril de 1818», en Colección de
historiadores i de documentos relativos a la Independencia de Chile (Santiago, Imprenta Cervantes, 1900-
1966), tomo XVII, pp. 329-358; Parte de Francisco Eguiluz datado en Mataquito el 17 de abril de 1817,
citado por Diego Barros Arana, Historia general de Chile (Editorial Universitaria, Centro de Investigaciones
Diego Barros Arana, 2003), tomo XI, p. 335.
Ernesto Rivera Reyes realiza un aporte muy interesante al encontrar un documento en el
Libro Parroquial de Defunciones de Vichuquén, en el cual es posible conocer mayores
antecedentes de este hecho y, de paso, corregir el relato predominante que se ha sostenido
sobre el mismo.
En tres de abril de 1818 se enterraron en esta iglesia parroquial y su Campo Santo, con
rito menor y las posas acostumbradas y sin abono de los derechos de arancel, los cadáveres de
don Alejandro Muñoz, don Basilio, actual cacique de este pueblo de Vichuquén, don José
Antonio Toledo, Venancio Díaz, Feliciano Díaz, José Antonio Silva, Fernando Torres,
Emeterio Solis, Domingo Vásquez, Nicolás Mardones, Lorenzo Moya, Santos Navarro, Miguel
Aguilar, Narciso Ruz, Miguel Díaz, Victorino Avendaño, Cándido Rey, Blas Rey, Pedro Rey,
Juan Bravo, Alberto Núñez, Hermenegildo Silva, Ambrosio, y otros más que no se supo el
nombre y que se condujeron sin dar razón de sus padres, estado i edad a esta parroquia, por
orden del Juez Territorial don Basilio de la Fuente, con el fin de que se sepultaran, como se
verificó cumpliendo con su mandato, que se apoyó en que todos estos eran muertos en la
guerrilla que él mandaba y que defendía las orillas del Mataquito de las irrupciones de los
realistas, en camino para la capital de Santiago, con el fin de conquistarla i que no lo
consiguieron por la resistencia que les presentaron las armas de la patria, comandadas por el
señor general don José de San Martín, el cinco de abril del año citado. Y para que conste lo
firmo de nuestra mano. Don José Hurtado de Mendoza. Cura i Vicario. Rubricado 25.
25
Ernesto Rivera Reyes, ob. cit., pp. 31-32.
cuales desplegaron sus actividades? ¿Existían, efectivamente, los acopios de armas que se
mencionan, cuál fue el destino de ellos? Ninguna de estas preguntas tiene respuesta. Sin
embargo, no deja de llamar la atención la certeza con la cual se menciona en la bibliografía
la existencia y la actividad de montoneras en Aconcagua, sin precisar ni siquiera una de sus
acciones, sin identificar fechas ni lugares de su actividad. Parecieran ser, en verdad,
montoneras invisibles, que no dejaron rastro documental alguno. ¿Puede ser eso posible?
¿Podrá haber existido una actividad de montoneras insurgentes en Aconcagua durante el
periodo de la Reconquista que no haya queda consignada en ningún documento, en ninguna
fuente? Es una situación que no deja de llamar la atención, entre otras razones, dada la
relevancia estratégica de la zona. En efecto, Putaendo era precisamente una de las
localidades donde arribaría una de las columnas principales del Ejército de los Andes –la
Columna Los Patos–; esta situación hace del todo razonable la necesidad de desarrollar un
apropiado servicio de informaciones patriota en la zona y, eventualmente, un despliegue
insurgente en la forma de montoneras.
En relación a las fuentes disponibles para investigar este periodo, ya a inicios del
siglo XX un investigador militar chileno señalaba el problema que representaba para el
desarrollo de la historia militar la escasez o ausencia de fuentes para su estudio:
...ocioso me parece añadir, que para la redaccion de ninguna de nuestras campañas, inclusive las
de la Independencia, se ha podido disponer de un material tan completo como el descrito. Falta
lo principal que son los diarios de guerra; i los partes de batalla son casi todos incompletos
desde el punto de vista del desarrollo de la accion. No faltan diarios personales, pero estos no
pueden tener el mismo valor que aquellos que han sido llevados por muchas personas a la vez
sobre los mismos acontecimientos i en una forma esquemática que contiene los datos
indispensables para tales relaciones26.
Esta dificultad para contar con fuentes adecuadas se hace manifiesta de modo más
considerable al momento de estudiar la Guerra de la Independencia:
Sucede, con frecuencia, que no siempre los archivos oficiales conservan las piezas
justificativas de los servicios de los jefes de la independencia, no por desidia o incuria para
preservarlos de las destrucciones del tiempo, sino porque se perdieron, casi en su totalidad, los
libros de anotaciones militares del ejército en las campañas i en los desastres i reveses que
esperimentaron en aquellos dias azarosos de la revolucion emancipadora28.
26
F[rancisco]. J[avier]. Díaz, «Método de trabajo de la Sección de Historia del Estado Mayor Jeneral»,
Memorial del Estado Mayor del Ejército de Chile, Santiago, año XI, número, agosto de 1916, pp. 579.
27
F. J. Díaz, ob. cit., p. 576.
28
Pedro Pablo Figueroa, Álbum militar de Chile: 1810-1879: obra ilustrada con retratos (Santiago, Imprenta
i Encuadernacion Barcelona, 1899), tomo II, p. 84. Como caso ilustrativo, recuerda lo ocurrido al general
argentino Gerónimo Espejo, quien perdió todos sus papeles, junto con su equipaje de campaña, en la sorpresa
de Cancha Rayada.
Comprensión de la guerra solo a partir de los hechos de armas
29
Gustavo Opazo Maturana, “El guerrillero Venegas”, Boletín de la Academia Chilena de la Historia,
Santiago, año XV, número 39, segundo semestre (1948), pp. 77-88.
30
Véase, por ejemplo, Patricio de los Reyes Ibarra, Curicó en la independencia de Chile. Relato de las
acciones ocurridas durante ese periodo en la zona y compilación de lo escrito sobre estos hechos por otros
historiadores (Curicó, Corporación Cultural de la Municipalidad de Curicó, 2012), p. 102.
31
René León Echaiz, El paso de Freire por el Planchón: discurso de incorporación a la Academia Chilena
de la Historia (Santiago, Editorial Universidad Católica, 1969), 52 p.
4 de noviembre. Permanecí oculto, esperando el correo, que había enviado a Talca,
para que me proporcionaran un mozo, para pasar de incógnito a Santiago 32.
32
Gustavo Opazo Maturana, “Manuel Rodríguez III”, en Ernesto Guajardo, Manuel Rodríguez: historia y
leyenda (Santiago, RiL editores, 2010), p. 138.
33
Marie-Danielle Demélas, Nacimiento de la guerra de guerrilla. El diario de José Santos Vargas (1814-
1825) (La Paz, Plural Editores, Instituto Francés de Estudios Andinos, 2007), 459 p.
34
J[osé]. R[afael] Núñez Tenorio, Bolívar y la guerra revolucionaria (Santiago, Empresa Editora Nacional
Quimantú, 1973), pp. 89-90. (Figuras de América. Serie Continental, 5). Véase, además, Vicente Lecuna,
Bolívar y el arte militar. Formada sobre documentos, sin formular consejas ni versiones impropias.
Conclusiones de acuerdo a hechos probados, y la naturaleza de las cosas (New York, The Colonial Press,
1955), 473 p. Para otro punto de vista véase Clément Thibaud, “De la ficción al mito: los llaneros de la
Independencia en Venezuela”, Tiempos de América, número 10 (2003), pp. 109-119.
En el discurso documental, las guerrillas aparecen como bandas que carecían de
instrucción especializada y que nacían de una formación espontánea; por ese motivo, no es de
sorprender que su estrategia aparezca como empírica. Sin embargo, la capacidad de articular
una organización interna y adaptarse a la disciplina castrense de las fuerzas regulares nos
sugiere que no eran tan espontáneas como el discurso oficial ha planteado.
(...)
Tanto los jefes patriotas como los realistas se dieron cuenta de que en un medio
geográfico tan difícil como el peruano, la mejor manera de debilitar al enemigo era por medio
de estas partidas de guerrillas. Para reforzar su eficacia, los guerrilleros utilizaban estrategias
apropiadas para la agreste geografía andina. Las tácticas se basaban en la emboscada y la
sorpresa. Así, cuando las tropas realistas cruzaban caminos estrechos cerca de los acantilados,
los guerrilleros, apostados en los cerros, lanzaban piedras, las que causaban serios daños al
enemigo. Esta técnica fue conocida como las “galgas” 35.
35
Juan Fonseca Ariza, “¿Bandoleros o patriotas? Las guerrillas y la dinámica popular en la independencia del
Perú”, Histórica, XXXIV.1 (2010): p. 39. Véase además: Cecilia Méndez G., Carla Granados Moya, “Las
guerras olvidadas del Perú: formación del Estado e imaginario nacional”, Revista Sociología Política,
Curitiba, volumen 20, número 42, junio de 2012, pp. 57-71. Por último, una obra imprescindible para estudiar
el caso peruano es el libro Guerrillas y montoneras durante la Independencia: volumen 1, Lima, Acuedi
Ediciones, 2018, 610 p.
36
Una sucinta mirada comparada al proceso de la Reconquista en América Latina y las formas de resistencia
armada a ella, por parte de los patriotas, puede verse en el artículo de Adolfo León Atehortúa Cruz, “De
montoneras de caudillos a Ejércitos Nacionales en América Andina”, Revista Colombiana de Educación,
Bogotá, número 59, julio-diciembre de 2010, pp. 188-204.
era fusionarse con una columna del Ejército de los Andes, no mantener su unidad orgánica.
En el caso de Melipilla, la montonera se expresa como una asociación fortuita y temporal
de campesinos, la cual se disolvió muy prontamente, luego de realizada la ocupación de
dicha localidad. Y, luego en el asalto y toma de San Fernando, la unidad de la montonera
no se sostuvo mucho después de haberse retirado del pueblo ocupado.
A nuestro juicio, considerar las montoneras chilenas como formaciones militares
irregulares, implicaría asumir que ellas constituyeron fuerzas auxiliares del Ejército de los
Andes. Esto hubiese transformado a las montoneras en guerrillas, un proceso que, dado el
breve lapso de tiempo en el cual operaron las montoneras, no ocurrió. Por el contrario, las
montoneras patriotas se incorporaron, ni bien tuvieron la posibilidad de hacerlo, a las
columnas del Ejército de los Andes apenas ellas ingresaron a Chile, algo que se puede
apreciar muy claramente en el caso de la columna dirigida por Freire, que recibió la
incorporación de grupos de patriotas provenientes de las localidades aledañas, como Curicó
y Talca. De este modo, los integrantes de las montoneras se incorporaron al Ejército,
disolviéndose en ese momento su agrupación temporal.
Esto, por cierto, no quiere decir que la actividad realizada por las montoneras en
Chile, durante el periodo de la Reconquista, no colaboró con el esfuerzo estratégico del
Ejército de los Andes. Sin embargo, el hecho de que sus acciones hayan ayudado al
dislocamiento de las fuerzas realistas en el territorio nacional no convierten a las
montoneras en fuerzas auxiliares del Ejército de los Andes.
Ahora bien, en el caso de los bandoleros dirigidos por José Miguel Neira, en
realidad la constitución orgánica de dicho grupo no se modificó sustancialmente, luego de
su alianza táctica con los insurgentes patriotas; del mismo modo, sus acciones,
relativamente direccionadas por los patriotas, lograban colaborar con el esfuerzo estratégico
del Ejército de los Andes, pero no eran para ellos necesariamente imprescindibles.
Existen, sí, algunas características que nos permiten definir a estas agrupaciones
como montoneras.
La primera de ellas es que suelen estar constituidas por habitantes de una misma
zona geográfica. Junto con ello, era usual que se organizaran bajo el mando de un caudillo,
el cual podía ser algún hacendado influyente del lugar, un sacerdote o un patriota
suficientemente reconocido. La tercera distinción es que eran constituidas por civiles en
armas (aun cuando dicho armamento fuera escaso y disímil).
La montonera, entonces, constituye una agrupación, en cuanto reconoce en su
interior un determinado liderazgo y en cuanto se agrupa para cumplir un objetivo
específico, aun cuando luego se disperse, ante la eventualidad de un enfrentamiento armado
en condiciones de desventaja, o bien porque no es parte de su dinámica el mantener en el
tiempo la estructura orgánica constituida. Y esto último es, precisamente, una de las
características que nos permitirá distinguir, en este periodo, a las montoneras de las
guerrillas. En efecto, estas últimas, si bien compartían algunas características propias de las
montoneras, tenían dos aspectos que las diferenciaban de aquellas: en primer lugar
mantenían su organicidad en el tiempo, desplazándose por diversos territorios; aun cuando
podían ser agrupaciones de civiles, reconocían y respondían a un mando militar, directo o
indirecto, el cual orientaba los esfuerzos de dichas guerrillas. En ese sentido, las guerrillas
sí se constituían en fuerzas auxiliares de los ejércitos independentistas.
Considerando que las montoneras fueron esencialmente rurales, no debe llamar la
atención que su actividad y desplazamientos hayan sido distantes de las ciudades más
importantes, y así mismo hayan privilegiado zonas con menor concentración de fuerzas
enemigas, con una geografía que permitiese contar con protecciones naturales y, al mismo
tiempo, que no dificultase el desplazamiento, particularmente a caballo. Es así como la
zona central del país será aquella en donde se concentrará la actividad de las montoneras;
desde el Maipo hasta el Maule, tanto en sectores costeros como pre cordilleranos, este será
el territorio en el cual se desplegará la fuerza insurgente. Existen algunas fuentes que
indican que en la zona de Aconcagua también existieron montoneras patriotas, sin embargo,
no hemos encontrado ninguna referencia documental al respecto, por lo tanto, mientras no
se halle alguna prueba en contrario, desestimamos aquí dicha posibilidad.
A pesar de que la bibliografía general y decimonónica tiende a sostener que la
composición fundamental de las montoneras estaba dada por el campesinado, pareciera que
ellas fueron conformadas por diversos sectores sociales, con distintos oficios o profesiones;
incuso se incorporaron a las montoneras algunos mapuche. De este modo, el único rasgo
común que se puede afirmar de ellas es que eran constituidas por civiles. Es así como se
integran a las montoneras: campesinos, hacendados, religiosos, exmilitares, mapuche,
artesanos.
Como es sabido, el objetivo táctico de la actividad de las montoneras no era sino el
lograr la dislocación de las fuerzas militares realistas, a fines de evitar la concentración de
las mismas en un solo punto y así facilitar el ingreso al país de las diversas columnas que
componían el Ejército de los Andes. En ese sentido, la movilidad de su accionar, así como
la diversidad de las zonas en las cuales actuaban, cumplían plenamente con dicho objetivo.
No estaba dentro de sus intenciones –y en realidad tampoco hubieran podido hacerlo–
ocupar una determinada zona de ese territorio durante un tiempo más prolongado. Lo más
cercano a ello es la ocupación de la hacienda de Cumpeo, por parte de los bandoleros de
José Miguel Neira o bien el uso de los cerrillos de Teno, como lugar de refugio, por parte
de ese mismo contingente.
En lo que dice relación con la estructura organizativa de las montoneras, esto es uno
de los aspectos más difíciles de investigar, a partir de la base documental existente. En
efecto, es muy problemático poder precisar aspectos de la logística, de su armamento, de la
sanidad utilizada (si es que la hubo, cosa muy improbable), de sus medios de transporte y
comunicaciones, de sus pertrechos y recursos. Solo a partir de algunos registros
documentales dispersos es factible determinar algunos aspectos, como contribuciones
económicas realizadas por algunos hacendados (aun cuando no ha sido posible determinar
de qué manera se ocuparon estos aportes); del mismo modo, se pueden conocer algunos
antecedentes de colaboradores del servicio de informaciones, o datos referidos al
armamento en una correspondencia de Manuel Rodríguez, pero más allá de ello, en este
punto es muy poco lo que se puede precisar, documentalmente hablando.
Reflexión final
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