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Una barra de pan por día, pero 300 gramos de pescado por mes. Siete kilos de papa para
los 30 días, pero menos de una fruta diaria. Nueve huevos mensuales.
Estas son algunas de las curiosidades de la Canasta Básica Alimentaria (CBA) con la
que el Indec mide la pobreza en Argentina.
Es una canasta muy criticada tanto por nutricionistas como por quienes trabajan con las
mediciones de pobreza. En especial, porque contiene muchos hidratos de carbono y
escasas proteínas y fibras. Mucha papa, arroz, fideos y pan, y poca fruta y verduras. Y
casi nada de legumbres.
¿Qué es la CBA? Un listado de 58 productos (para el caso de la región pampeana) con
determinadas cantidades mensuales que suponen un aporte de 2.700 kilocalorías diarias
a un adulto varón de 30 a 59 años. Para la mujer, son 2000. Y deben ser los productos
más baratos en góndola.
Primera aclaración: nunca nadie comió la CBA. Es una herramienta para calcular el
costo de, en teoría, alimentarse con lo mínimo indispensable. Quien no tenga ingresos
para comprar lo que cuesta esa CBA ($ 4596,20 en noviembre de 2019, según el Indec),
queda bajo la línea de indigencia.
Los problemas
“La CBA es exigua en sus cantidades, desbalanceada en su composición y mala en su
calidad. Es obsoleta al menos en dos sentidos. En primer lugar como estándar
nutricional, ya que fue elaborada en 1985 y luego tuvo actualizaciones menores e
improlijas. La última fue en 2016 y se hicieron cambios menores (por ejemplo,
aumentar las calorías de 2.700 a 2.750 y crear 6 canastas regionales que varían una a
otra, por ejemplo, en 60 gr. de mortadela”, describe Martín Maldonado, investigador del
Conicet, director y voluntario del Proyecto Czekalinski.
“También es obsoleta como parámetro central de medición de pobreza ya que solamente
la mide por ingresos, definida como la capacidad de compra de una cesta de alimentos
según ingresos monetarios. Naciones Unidas, PNUD y varios países como México y
Chile ya han evolucionado hacia mediciones de pobreza llamadas multidimensionales,
porque incluyen otros aspectos basados en el acceso a derechos de todo tipo”, agrega
Maldonado.
Claudia Albrecht es una de las voluntarias que debió dejar de alimentarse por la CBA
por los riesgos para su salud: “La canasta básica fue pensada sólo en términos calóricos
y proteicos para satisfacer los requerimientos mínimos de un adulto promedio, a partir
de alimentos poco variados con un alto aporte de hidratos de carbono. Por eso resulta
deficitaria en algunos nutrientes, como calcio y fibra, cuyo aporte podría mejorarse
incorporando más cantidad de hortalizas, frutas y legumbres”, asegura.
“Es importante remarcar que la CBA no fue diseñada como una recomendación
dietética/nutricional, sino como indicador econométrico de medición de pobreza. Por
ello, si bien se puede trabajar en mejorarla en relación a su calidad nutricional, deben
considerarse aspectos mucho más amplios como el derecho a la alimentación de todas
las personas, con alimentos inocuos, nutritivos y que respondan a las preferencias
culturales de la población”, aclara Albrecht, quien escribió una emotiva carta para
contar cómo se sentía durante la investigación.
“Fuera de lo estrictamente nutricional, considerar la pobreza en base a este listado de
alimentos es claramente una visión reduccionista de una problemática que es
multidimensional”, finaliza Albrecht, licenciada en nutrición (UNC) e investigadora.
Para Julián Bronstein, uno de los coordinadores de Czekalinski, esta forma de medir la
pobreza es obsoleta “porque no contempla la amplia gama de dificultades y
desigualdades que atraviesan las personas en situaciones de vulnerabilidad, que son
mucho más complejas que solo el acceso o no a una alimentación de calidad. Es un
riesgo que sigamos fijando políticas públicas a partir de esto. No sólo estamos hablando
de políticas públicas de alimentación, sino también en materia de salud y vivienda, por
ejemplo”.
Situación de crisis
“La CBA es un instrumento obsoleto porque está diseñada para una situación de crisis y
de emergencia, para garantizar el mínimo aporte calórico y proteico. Pero el gran
problema es que categoriza a las personas indigentes, dando por sentado que un
porcentaje de la población no va a acceder a eso. Y eso atenta contra el derecho a la
alimentación. Y no tiene en cuenta la soberanía alimentaria y el entorno saludable en el
que se decide qué y cuándo comer. De eso se desprenden muchos instrumentos –como
un bolsón de alimentos– erróneamente diseñados a partir de esa canasta”, dice Matías
Scavuzzo, también licenciado en nutrición y miembro del equipo Czekalinski.
Para la directora de la Escuela de Nutrición de la UNC, Alejandra Celi, “el bajo valor
económico asignado a la CBA condiciona directamente la selección de alimentos. Este
indicador, aunque insuficiente, es utilizado para realizar mediciones de
pobreza/indigencia. Pero no es un indicador nutricional”.
Celi pone la situación en contexto: “La malnutrición, gran problemática actual, entre sus
factores determinantes encuentra una dieta poco saludable. Una parte importante de la
población ingiere menos nutrientes esenciales que los que necesita (los aportados por
verduras, frutas, lácteos, cereales integrales y legumbres) y a la vez consume el doble
de aquellos que aportan nutrientes críticos (azúcar, pan y derivados de harinas muy
refinadas)”. Y coincide con el resto: “Una apuesta superadora, en el marco de políticas
públicas, sería construir indicadores que aborden estas complejas problemáticas
multidimensionales”.
“Si se mejorara esa canasta aumentaría el costo y por eso, también, la cantidad de
personas en situación de calle. Por eso nunca se cuestionó antes”, explica Sofía Chacón,
integrante del equipo Czekalinski.
¿Habrá llegado la hora de revisar este instrumento? El proyecto no terminó, y atención
porque habrá más novedades.
Fuente: Maldonado, Martín (2019), “Hambre y Pan”, Blog Proyecto Czekalinski, 8 de
noviembre de 2019.
Hambre y pan
Hace un mes y 27 días que estoy comiendo solamente los alimentos de la Canasta
Básica Alimentaria del INDEC. Bajé 5 kilos, me siento cansado todo el tiempo. Estoy
harto, podrido, enojado y con hambre.
En el primer mes del experimento Czekalinski me quedé sin los alimentos esenciales en
el día 22. A pesar de haber comido porciones muy pequeñas durante todo el mes, igual
se me acabaron las carnes, las verduras, las frutas, los lácteos. Me sobraba pan y azúcar.
Mi hermana ya me había advertido que la única forma de llegar a fin de mes era
saltearse una de las comidas diarias (el almuerzo o la cena); o quedarse sin comida a tres
cuartos del mes. Me pasó lo segundo. Los nutricionistas del equipo de investigación me
renovaron un cuarto de las cantidades correspondiente y así llegué a fin de mes.
El segundo mes vino más duro aún. Me cansé de tener hambre. El hambre es una
sensación constante. Es como un ardor leve con ubicación precisa, justo en la boca del
estómago. Siempre ahí, siempre. No duele (al menos a mí no me duele), pero es
constante, está siempre, presente, implacable. Es como si alguien estuviera su dedo todo
el tiempo apretando tu panza. Con hambre te faltan energías y no te dan ganas de hablar
con las personas. Con hambre tenés ganas de que el día termine rápido, pero te acostas
en la cama y no te podés dormir. ¿Qué hacer? Recurrir al pan.
Tengo 7kg de pan francés al mes y 7kg de papas. El pan es accesible, barato en relación
a otros alimentos y práctico en lo cotidiano. Siempre hay pan. Cansado de tener hambre
entonces recurrí al pan y comencé a comer pan a toda hora, cuando tenía ganas, porque
sí. Y el placer duró menos de una semana. A solo una semana de empezar a comer
mucho pan ya me siento peor que al principio. El pan te seca la boca, estás todo el
tiempo produciendo más saliva, con la boca seca. También te seca el estómago y vas
muy poco al baño (constipación le dicen). El pan te da mucha sed, tenés que tomar agua
todo el tiempo. Dicen también que es porque las harinas siguen chupando agua aun
estando dentro de tu cuerpo… Dicen. Hoy no tengo ganas de buscar referencias
científicas ni datos de internet. Estoy enojado. Hagan sus cálculos. Mucho pan que
hincha, agua que se retiene y pocos viajes al baño. Conclusión, te hinchas como un
sapo. En eso ando ahora. Hinchado como un sapo. Enojado. Y con hambre.
Sin embargo, el tema central, evidentemente, no soy yo. Hacemos esto porque a
nosotros sí nos ven, sí nos hacen entrevistas, sí salimos en la tele. Y entonces
aprovechamos eso para amplificar la voz de los que tienen hambre en Argentina. Así al
menos lo explicó Claudia Albretch una científica del CONICET con mucha cabeza y
más corazón.
En Argentina hay 15.908.712 personas que tienen esta relación cotidiana con el hambre.
Y vos no lo sabías. 16 millones de personas que te lo tratan de decir, pero vos no sabés
escucharlos, perdiste la capacidad de escucharlos. Te lo dicen en la escuela, te lo dicen
en el ómnibus, te lo dicen en la calle, te lo dicen en la tele, te lo dicen por todos lados.
Pero vos ya no escuchas, porque a vos te están pasando otras cosas.
Dentro de ese grupo hay otro que está aún peor. Son 3.460.280 argentinos y argentinas
que ni siquiera alcanzan a comprar esa canasta tan deficiente que propone el gobierno y
que llama Canasta Básica.
¿Cómo hacen esos 16 millones de personas cuando se les acaban los alimentos al día
22? ¿Cómo hacen con esa presencia del hambre constante en sus bocas del estómago?
¿Ya se han acostumbrado? ¿Puede uno acostumbrarse a tener hambre? ¿Cómo vivís con
hambre? ¿Cómo reaccionas ante un problema cuando tenés hambre? ¿Cómo te
relacionas con otros cuando tenés hambre?
Y peor aún… ¿Cómo hacen quienes tienen hambre cuando ven a sus hijos con hambre?
Eso sí me desespera. Me violenta. Niños con hambre es algo que me enoja mucho, me
pone muy violento. ¿Y sabías qué? Son muchísimos los niños y niñas que sufren
hambre en Argentina.
Niños con hambre, no escribo más. Me enojé demasiado.
Fuente: Cosoy, Natalio (2020), “Argentina: un experimento muestra las falencias
nutritivas de la canasta básica”, France 24, 21 de febrero de 2020.