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Se vive una situación similar en Europa y en Argentina, por eso me interesa comunicarme
con personas que están viviendo esta situación y dar, si puedo, una pequeña contribución
a la discusión colectiva.
Tengo muchos amigos argentinos, especialmente que viven en Buenos Aires, y muchos
de ellos me escriben casi cotidianamente sobre lo que está pasando allá. No puedo hablar
con una perfecta conciencia de lo que sucede en Argentina, pero creo que algo puedo
entender.
Lo primero que puedo decir es que en Argentina, y en América Latina en general, se está
creando una situación que es semejante en muchos aspectos a lo que existe en Europa,
en cuanto a la solidaridad social. Me parece que en Argentina, de todos modos, las redes
de solidaridad no fueron derrotadas, siguen existiendo, mucho más de lo que se puede
decir de Europa. La similitud consiste en que vivimos bajo la agresión neoliberal, aquí
como allá.
Por supuesto que también hay muchas diferencias que hay que discutir.
Voy a decir algo, entonces y antes que nada, sobre esas diferencias. Europa vivió la
agresión neoliberal durante los últimos 20 o 30 años. Luego de Thatcher y Blair, toda
Europa, más o menos, ha sido objeto de una agresión continua del capitalismo financiero
y de la ideología liberal. En Argentina, en cambio, como en otros países latinoamericanos,
en los últimos 15 años han permitido reabrir alguna ventana de posibilidad por fuera de la
dictadura capitalista financiera. Es por eso que hoy en día la agresión que el macrismo
lanza en Argentina, o gente como Temer en brasil, y en otros países, parece como la
repetición de una agresión que en Europa ya conocemos. El problema es que el
capitalismo financiero no logra aceptar la realidad evidente que el propio
capitalismo financiero produce: destrucción, desolidarización, empobrecimiento y,
al final, violencia.
No lo pueden entender y así asistimos a esta miserable reproposición de lo que ya falleció
con Menem.
Entonces, ¿los dispositivos de los Estados-Nación, como los conocemos hoy, siguen
siendo una solución posible o ya son una batalla perdida en sí misma como modo de
organización social? Esta pregunta es crucial para entender el problema de hoy y
mañana. En la tradición política de la izquierda mundial y del progresismo y de la
democracia, siempre hemos pensado en términos de poder político según el modelo del
Estado-Nacional ¿Esto fue posible hace 100 años, o 50 años? Puede ser. Mas no es
posible hoy. Lo vimos muy bien en la historia europea de los últimos 3 o 4 años. Lo que
pasó en Grecia hace muy poco lo demuestra: se puede tomar la mayoría
democráticamente,
se puede tomar el poder según el modelo del Estado central, pero eso no cambia la forma
fundamental de la producción, de la relación entre sociedad y dominio financiero.
Por eso hay que intentar entender mejor el sentido de las palabras. La política, por
ejemplo. En la modernidad la política ha sido la capacidad del cerebro colectivo de
producir un conocimiento suficiente para decidir y producir una capacidad de decisión
suficiente para gobernar. Para entender lo que la política es tenemos que considerar el
hecho que la política es una manera de manejar la complejidad de la información. Cuando
hablo de política siempre pienso en un capítulo del libro más importante de Maquiavelo,
que se llama “El Príncipe”. En el capítulo 25 Maquiavelo explica cuál es la tarea, el papel y
el deber del príncipe. Dice que es la capacidad de someter a la fortuna, femenina claro, a
la voluntad, masculina por supuesto, de decidir. Hay implícitamente un sentido machista
en esta concepción de la política como poder masculino, pero hay sobre todo una idea de
que la fortuna es caprichosa, es cambiante, algo que no se puede prever, como la infinita
complejidad de realidad del mundo. La política aparece allí como lo contrario: una
capacidad toda masculina de decidir a partir de un conocimiento pleno y suficiente de la
realidad.
¿Cuál es la conclusión? Mi primera conclusión es que las cosas son muchos más difíciles
y complicadas de lo que los populistas dicen. Se propone cambiar la clase política a una
clase política menos corrupta. Pero la corrupción existe en todos los países del mundo
porque los políticos no tienen ninguna posibilidad ni capacidad de decidir, entonces lo que
pueden hacer es distribuir partes del poder. El político más grande de nuestro tiempo
probablemente ha sido Barack Obama. Un tipo que se presentó sobre la escena del
mundo y de los EEUU diciendo tres palabras: “Yes we can” ¿Por qué dijo esto? ¡Come
on! Es el presidente del país más poderoso del mundo: es evidente que puede. La verdad
es que no puede, no pudo cerrar Guantánamo, no pudo controlar el dominio de las
grandes agencias financieras, no pudo cerrar la guerra infinita lanzada por el criminal
George Bush. Esa es la verdad, que el supuesto hombre más poderoso del mundo se
encontró en una situación en la cual la política se revela impotente ¿Al final qué dijo
Obama en los últimos meses de su presidencia? “Just don´t do stupid staffs”. Por favor,
no hacer cosas estúpidas, que es una manera de denunciar la impotencia de la política.
Por eso no creo en la política. Creo en la sociedad. Lo que me interesa no es una reforma
de la política, me interesa la autorganización de la sociedad. Solo la sociedad y la
capacidad de las fuerzas de las sociedad, del trabajo, del trabajo cognitivo, de las
ciudades, de la vida cotidiana. Solo el poder y la autorganización puede cambiar las cosas
de manera más humana y más social. Pero, ¿la política? No me interesa cambiar el
gobierno porque yo sé que todos los gobiernos dependen estrechamente de la voluntad,
que no es una voluntad, es un automatismo, de la finanza. Y salir del dominio financiero
no es cosa que pertenece al poder político, es cosa que pertenece al poder social, a la
autorganización de las fuerzas sociales.
no hay ninguna libertad al interior del neoliberalismo, no hay sentimiento verdadero del
individualismo. Los individuos están dominados por una urgencia de conformidad:
tenemos que conformarnos a la ley universal universal del dinero y de la competencia.
Por eso yo hablo de una fábrica de infelicidad. Lo siento mucho cuando unos amigos me
dicen que este análisis produce un efecto depresivo. No creo que así sea. Nuestro papel
como activistas, intelectuales, como políticos, antes que que nada, es terapéutico.
Tenemos que explicar a la nueva generación que el sentido de al vida no está en la
acumulación del dinero, no está en ser el primero al interior de la situación económica: el
sentido de la vida está en el placer compartido, dado que no hay placer si no está
compartido. Eso es lo que el neoliberalismo cancela completamente. Lo niega, y lo
tenemos que descubrir.
Creo que el problema es que hace 40 años, en la época de Tatcher, Reagan, Carlos
Ménem y Berlusconi… en esa época la sociedad no tenía una verdadera comprensión de
lo que el neoliberalismo significaba. Se podía caer en una especia de ilusión individualista,
y la derecha ganó gracias a esto. Hoy la ilusión no funciona, la trampa no funciona, y lo
vemos muy bien en Europa. Es un capítulo muy muy dramático. El neoliberalismo nos
engañó hace 30 años, luego fuimos capaces de entender que el neoliberalismo es una
trampa, y nos revelamos contra eso, como hizo el pueblo Griego ¿Y qué pasó después?
Aquí empieza lo más dramático.
Sucede que al fracaso del neoliberalismo lo sigue una emergencia, un reforzamiento del
nazismo, del fascismo, de la agresión violenta y racista, particularmente en los países que
fueron colonialistas, en los que se encuentran en una mayor situación de peligro. Creo
que Donald Trump, como los fascistas en Francia, en Polonia, en Hungría y en muchos
países europeos, representan no el regreso del fascismo pasado, sino una especie de
desesperación de la raza blanca, concepto horrible, pero que tiene una fuerza
reaccionaria espantosa. Son los colonialistas de ayer que temen el nuevo efecto de la
globalización, como la nueva ola de inmigración que se verifica en Europa.
El neoliberalismo es una trampa que ya conocemos muy bien y que no funciona más
sobre el plano ideológico, funciona como automatismo violento.
*Este artículo es una adaptación de la entrevista que se realizó a Franco Bifo Berardi en
#AzzaroAlHorno