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La orden

de Calatrava
en la Edad
Media
Actas del 1er Congreso Nacional sobre la
Historia de la Orden de Calatrava

ALCAUDETE, 26 Y 27 DE OCTUBRE DE 2018

Coordina
Carlos de Ayala Martínez, José Antonio Aranda García

Edita
Ayuntamiento de Alcaudete / Concejalía de Patrimonio

ALCAUDETE 2020
Actas del I Congreso Nacional sobre la Historia de la Orden de
Calatrava.
Alcaudete 26 y 27 de octubre de 2018.

Colaboraciones

Javier Albarrán Iruela


Carlos de Ayala Martínez
Juan Carlos Castillo Armenteros
Luis Filipe Oliveira
Alberto García Porras
Miguel Ángel Hervás Herrera
Jesús Molero García
J. Santiago Palacios Ontalva
Milagros Plaza Pedroche
Francisco Ruiz Gómez
Raquel Tórres Jiménez

Coordina: Carlos de Ayala Martínez y Jose A. Aranda García


Diseño de cubiertas: José Rafael Palomino Pérez
Maqueta e impresión: Impresión Digital Margal
Edita: Ayuntamiento de Alcaudete/ Concejalía de Patrimonio
Alcaudete, 2020

ISBN: 978-84-09-17200-9
Depósito legal: J 29-2020
IMPRESO EN ESPAÑA/PRINTED IN SPAIN
ÍNDICE

La Orden de Calatrava y la cruzada hispánica


Carlos de Ayala Martinez
Universidad Autónoma de Madrid

La historia de la Orden militar de Calatrava en Alcaudete y la


forma de vida de sus freires a fines de la Edad Media
Francisco Ruiz Gómez
Universidad de Castilla la Mancha

Outra versão das Definições da Ordem de Calatrava de finais


do século XIII
Luís Filipe Oliveira
Universidade do Algarve / I.E.M – FCSH-Nova

La dimensión religiosa de la Orden de Calatrava y su


significado en la Cristiandad medieval
Raquel Torres Jiménez
Universidad de Castilla la Mancha

La Corona de Castilla y la Orden de Calatrava. Un análisis


comparativo de las relaciones políticas entre la milicia y los
reyes castellanos entre 1252 y 1369
Milagros Plaza Pedroche
Universidad de Castilla la Mancha
La actividad militar de la Orden de Calatrava. Compromiso y
capacidad bélica al servicio de dios y del rey
J. Santiago Palacios Ontalva
Universidad Autónoma de Madrid

Las órdenes militares en prespectiva islámica: percepciones,


paralelismos y comparaciones
Javier Albarrán Iruela
Universidad Autónoma de Madrid

Las fortificaciones de la Orden de Calatrava y la frontera:


Calatrava la Vieja
Miguel Ángel Hervás Herrera
Baraka arqueólogos S.L.

La frontera meridional del Campo de Calatrava en la segunda


mitad del siglo XII: el castillo de Pajarón y la defensa del puerto
del Muradal
Jesús Molero García
Universidad de Castilla la Mancha

Conjuntos fortificados calatravos y frontera en el Alto


Guadalquivir: las fortalezas comandatarias de Martos y
Alcaudete.
Juan Carlos Castillo Armenteros
Universidad de Jaén

El otro lado de la frontera. Estructuras de poder y formación


del espacio fronterizo nazarí
Alberto García Porras
Universidad de Granada
PRÓLOGO

Quizá la principal característica que nos distingue


a los seres humanos del resto de las especies es la
curiosidad. La curiosidad nos guía a la vinvestigación y ésta
al conocimiento. Desde siempre los seres humanos hemos
querido comprender nuestro pasado, de dónde venimos;
casi todos sabemos de trascendentes sucesos, de grandes
batallas acaecidas, de increíbles conquistas realizadas,
de aventuras inimaginables y de personajes asombrosos,
en definitiva, de la permanente lucha por la supervivencia
y el poder que la humanidad ha llevado a cabo desde sus
orígenes.
La Historia es la disciplina encargada de explicarnos
ese ayer que tanto nos interesa porque, como bien sabemos,
no somos sino la consecuencia de lo que social, política y
económicamente tejieron nuestros antepasados. La Historia
se configura como materia educativa en determinados
niveles formativos y gracias a ello poseemos una visión
general de la misma, cumple con el objetivo de dotarnos de
los conocimientos genéricos imprescindibles sobre la historia
mundial o de nuestro país; es, expresémoslo así, la historia por
todos conocida, la historia que se circunscribe a la cronología
de los hechos mas relevantes.
Junto a esta historia de los hechos renombrados y las élites
decisorias existe otra historia, una historia menos visible, menos
conocida pero igual de primordial y valiosa si anhelamos toda
la verdad, nos referimos a la historia local. Aquella que nos
interesa a los pobladores de un territorio muy determinado,
la que nos habla de lo cotidiano, de lo anónimo, porque las
grandes azañas, los grandes hechos se nutren de lo común
y corriente en el presente de cualquier época. Profundizar en
la historia local es, en suma, el eslabón imprescindible para el
pleno conocimiento de la historia general.
Alcaudete es un pueblo milenario, por estas tierras y
lugares han dejado su huella numerosas civilizaciones que
nos legaron indicios evidentes de su presencia, pero sin lugar
a dudas, en el Alcaudete actual, el que vemos cuando abrimos
y cerramos nuestros ojos, el que nos satisface y nos preocupa,
en el horizonte del Alcaudete de ahora, aun predomina,
majestuoso y desafiante al tiempo, nuestro castillo calatravo.
Esta joya medieval que nos pertenece, de la que tanto nos
enorgullecemos se la debemos a la Orden Militar de Calatrava.
Por este motivos realizamos en 2018 el I Congreso nacional
sobre la Historia de la Orden porque aunque, en gran medida,
su historia es una historia compartida por otros municipios y
poblaciones, para los alcaudetenses es la nuestra, la de todos
nosotros, la de Alcaudete.

Valeriano Martín Cano


Alcalde de Alcaudete
PREFACIO

Un año justo es lo que tardamos en organizar el I Congreso


Nacional sobre la Historia de la Orden de Calatrava del pasado
26 y 27 de octubre de 2018; un proyecto ambicioso, ignoto y
muy nuevo para este Área de Patrimonio del Ayuntamiento de
Alcaudete. Y un año antes es cuando surge la idea de organizar
unas jornadas históricas que tuviesen como centro nuestro
Castillo Calatravo y la historia que en él se encierra.
Quizás la primera visión de esta actividad fuese
“temeraria”, pero teníamos claro desde nuestro área de
trabajo y desde el comité académico de este congreso, que
había que apostar por Alcaudete y por ser pioneros en un
proyecto que potenciase la parte científica e histórica de
nuestra localidad. Hoy por hoy, nos sentimos muy satisfechos
y orgullosos de cómo se desarrollaron las dos jornadas que
duró el mismo. Tuvimos un elenco académico de primer
nivel: catedráticos, doctores y doctoras y/o doctorandos
y doctorandas, venidos desde universidades como la UAM
(Universidad Autónoma de Madrid), la UCLM (Universidad
de Castilla la Mancha), UGR (Universidad de Granada), UJA
(Universidad de Jaén) e incluso desde la Universidad del Algarve
(Portugal). Los más de setenta estudiantes que se acreditaron,
junto con muchos estudiosos y amantes de la materia,
disfrutaron de los mejores expertos y expertas de historia
medieval especialistas en la Orden Militar de Calatrava.
En ambos días tuvimos un aforo de más de cien personas
como asistentes, siendo una de las actividades anuales donde
mayor número de personas se ha inscrito.
La Orden de Calatrava tuvo una importancia capital en
el proceso de conquista y en la defensa de las fronteras de
Castilla durante la Edad Media. Y aquí, en Alcaudete, tuvo una
presencia más que evidente, resultando lo que hoy tenemos
como emblema, nuestro castillo. Queremos seguir realizando
una decidida apuesta enfocada a recuperar el legado
calatravo de la villa, tanto en sus aspectos patrimoniales
como en los históricos, así como continuar ahondando en lo
relativo a la historia de la Orden en general.
Estas actas que ahora tenemos en nuestras manos, son
el resultado de una ilusión, de un esfuerzo y de una simbiosis
de trabajo: “Mientras que leemos historia hacemos historia...
(G.W. Curtis)”. Por ello queremos seguir trabajando por
Alcaudete, por todo lo que le queda aún por contarnos, para
seguir aprendiendo. Desde estas líneas quiero agradecer
personalmente a todas y cada una de las personas que
nos han ayudado de una manera u otra a que el congreso
cumpliese con los objetivos marcados; desde los propios
trabajadores del Ayuntamiento, hasta particulares,
profesionales, artesanos, historiadores alcaudetenses y, por
supuesto, empresarios y empresarias que colaboraron con
sus productos. Alcaudete fue un excelente escaparate; y
volveremos en la siguiente edición a dejarnos la piel por esta
tierra y sus orígenes.

Gemma Ma Bermúdez Vázquez


Área de Turismo y Patrimonio
Ayuntamiento de Alcaudete, Jaén
PRESENTACIÓN

El interés por el estudio y conocimiento de las órdenes


militares es una evidencia de fácil constatación. Se trata de
unas instituciones que reflejan en toda su radicalidad el espíritu
de una época, la de la Edad Media. Su naturaleza caballeresca
unida a su vocación religiosa, son dos de los indicadores más
precisos capaces de retrotraernos a un pasado tan atractivo
como todavía desconocido. A esta realidad hay que sumar
el protagonismo de la Península Ibérica en la fragua de estas
instituciones y en su ulterior desarrollo, situándose así en el
foco de atención de una significativa línea historiográfica
nacional y extranjera. Una de esas órdenes, la de Calatrava, fue
la primera en aparecer en el escenario peninsular. Lo hizo en
Castilla, en las tierras fronterizas del viejo reino de Toledo, junto
al Guadiana, en 1158, y constituye toda una experiencia pionera,
la primera en tierras hispánicas y solo apenas una generación
posterior a la fundación del Temple en Jerusalén.
El Excmo. Ayuntamiento de Alcaudete goza del
privilegio de custodiar una espectacular huella dejada
por la orden de Calatrava, la de su castillo, donado a la
institución religioso-militar por Fernando III el último día del
año 1245; y ha tenido el coraje y, sobre todo, la sensibilidad,
de dotar a la ya probada tradición calatrava de esta villa de
un soporte académico capaz de poner en valor la riqueza
de su legado. Ese soporte fue el de la convocatoria en 2018
de un I Congreso Nacional sobre la Historia de la Orden
de Calatrava que, retomando viejas iniciativas, tiene la
voluntad de pervivir a través de nuevas ediciones.
El resultado de aquel congreso es este libro colectivo
que tiene el lector entre sus manos. Los coordinadores,
siguiendo el plan concebido por el comité organizador,
procuraron desde un primer momento atender a la
composición de una obra equilibrada en sus contenidos,
y que fuera capaz de dar forma a un primer acercamiento
a la riqueza de un tema como el que nos ocupa. Aspectos
ideológicos ligados a la idea de cruzada en cuyo horizonte
nace la orden, la forma de organización de sus miembros,
su dimensión religiosa, las relaciones de sus freires con el
poder político, su inexcusable actividad militar, el estudio
de sus restos materiales, e incluso la visión que de ellos
se formaron los musulmanes contra los que combatieron,
son aspectos que no se han querido dejar fuera a lo
largo de los once capítulos que integran esta primera
aproximación.
Así, contamos con un primer capítulo elaborado por
Carlos de Ayala que nos presenta la orden, y la lógica de
su naturaleza originaria, como fruto de su imbricación en
el panorama ideológico del cruzadismno imperante. No en
vano, la inicial constitución de la milicia calatrava se inspiró
en el espíritu cisterciense que acababa de promover
la llamada “segunda cruzada”, e incluso algunos de los
responsables de su aprobación en el capítulo de Cîteaux
habían participado activamente en ella. En cualquier
caso, la propia fragua de la institución y la legitimación de
su ulterior desarrollo dependió de su firme apuesta por un
ideal de cruzada que iluminó la práctica totalidad de su
trayectoria.

La presencia de la orden en Alcaudete constituye un


segundo capítulo de la obra a cargo del profesor Francisco
Ruiz Gómez. Esa presencia, claramente documentada
entre 1246 y 1370, fecha de su inclusión en el señorío de
Montemayor, permite hacer un seguimiento no solo de la
encomienda construida sobre la villa y castillo sino de su
imbricación en un organigrama general que nos ilustra
muy bien acerca de la complejidad institucional de la
orden y de las tensiones que se produjeron en su seno, a
las cuales no fue ni mucho menos ajena la propia realidad
de Alcaudete.
Precisamente de esa complejidad institucional, y
de la mucha tarea que queda por hacer, nos da cuenta
el tercer capítulo de la obra en el que el profesor Luís
Filipe Oliveira profundiza en unas definiciones por él
identificadas en 2015 y ahora completadas con nuevas
y esclarecedoras referencias archivísticas que nos
permiten acercarnos con mayor precisión a la realidad
de la orden en el turbulento marco político de finales del
siglo XIII.
Por supuesto, la dimensión religiosa no podía faltar.
Es el argumento del cuarto capítulo elaborado por la
profesora Raquel Torres Jiménez en que se nos presenta
una completa panorámica de la naturaleza originaria de la
religiosidad calatrava, así como de la praxis espiritual que
afectaba a un colectivo de hombres, y también mujeres,
que conocen la vida comunitaria y que, en su carisma
vocacional, entran en relación con la vida ascética y muy
diversas prácticas de piedad.
El capítulo quinto aborda el marco de relaciones
políticas que, entre 1252 y 1369, caracterizan el desarrollo
de la actividad calatrava. Milagros Pedroche analiza sus
relaciones concretamente con la monarquía castellana,
y lo hace a partir de un argumento decisivo como es el
del progresivo intervencionismo de la Corona en la vida
interna de la orden, un intervencionismo que inaugura con
todo rigor Alfonso X y que alcanza cotas elevadísimas en
el momento en el que la orden, en medio de la guerra civil
castellana que pone fin al reinado de Pedro I en la trágica
jornada de Montiel, está a punto también de abandonar
su señorío sobre Alcaudete.
La actividad militar de la orden es el tema monográfico
del capítulo sexto de la obra a cargo del profesor
Santiago Palacios. En él se analiza este imprescindible
componente del carisma y razón de ser de la orden de
Calatrava. El estudio abarca, a partir de la naturaleza
de las fuentes utilizadas, diversos ámbitos de atención,
desde los datos que nos proporciona la normativa reglar
hasta el significativo protagonismo de las fortalezas de
la institución, pasando por el seguimiento de las diversas
campañas materializadas por los freires, valorando en
todo momento el alcance e importancia de las mismas.
El capítulo séptimo nos presenta, de la mano de
Javier Albarrán, un tema decisivo pero no suficientemente
conocido hasta el presente, el de la percepción que el
mundo islámico tuvo de los freires. Obviamente se trata
de un índice muy significativo a la hora de valorar el peso
específico, en términos de imagen, de una institución
especializada en la actividad militar como lo fue la orden
de Calatrava, pero es también un medio que nos permite,
a través de un fundamentado análisis comparativo,
evaluar el alcance real de la potencialidad militar de los
freires calatravos.
Los cuatro últimos capítulos de la obra poseen un
denominador
común, el estudio y análisis de los restos materiales
que nos ha dejado la orden. Así, en el primero de ellos, octavo
del conjunto de la obra, el profesor Juan Carlos Castillo nos
habla del amplio señorío jiennense que, con epicentro en
la fortaleza de Martos, sede de encomienda mayor, incluye
el castillo de Alcaudete, analizando su compleja estructura
ofensivo-defensiva, al hilo de las últimas aportaciones de la
investigación arqueológica en los castillos de Martos y de
Alcaudete.
El noveno capítulo, a cargo de Miguel Ángel Hervás, se
centra en la fortaleza-convento de Calatrava la Vieja, origen
y centro de la orden. Su espacio fortificado, adaptado a la
morfología del castillo islámico precedente de Qalat Rabah,
sufrió un proceso de reconfiguración que afectó de manera
muy especial a las instalaciones del primitivo convento
erigido sobre el solar del alcázar andalusí.
Un caso específico, y de especial importancia en la
defensa del estratégico puerto del Muradal, nos lo ofrece el
profesor Jesús Molero en el décimo capítulo de la obra. Se trata
del enclave fortificado de Pajarón de tanta importancia en la
delimitación espacial y defensa de la frontera meridional del
Campo de Calatrava y su evolución a lo largo del tiempo.
El libro lo cerramos con un último capítulo que nos ofrece,
a través de las investigaciones de Alberto García Porras,
una panorámica de conjunto acerca de la franja fronteriza
nazarí a cuya ofensiva quedó vinculada la encomienda de
Alcaudete a lo largo de su desarrollo. El análisis nos ayuda a
entender las innovaciones materiales que se produjeron en
ese escenario fronterizo con respecto a las previas estructuras
castrales que habían caracterizado el mundo andalusí.
No queremos finalizar esta breve presentación sin
agradecer muy sinceramente las colaboraciones de los
profesores y especialistas invitados sin cuyo buen hacer
profesional no habría podido obtenerse un resultado del
que nos sentimos legítimamente satisfechos. Pero, sobre
todo también, los coordinadores del volumen deseamos
agradecer de forma muy sincera al Excmo. Ayuntamiento de
Alcaudete que nos diera todas las facilidades para desarrollar
con éxito nuestras jornadas científicas y que haya invertido
los medios necesarios para dar a conocer sus resultados.

Carlos de Ayala Martínez


José Antonio Aranda García
LA ORDEN DE CALATRAVA Y LA CRUZADA
HISPÁNICA
Carlos de Ayala Martínez
Universidad Autónoma de Madrid1

RESUMEN
Orden de Calatrava y cruzada son dos realidades
inseparablemente unidas. La de Calatrava es la primera
orden militar nacida en la Península Ibérica, y lo hace en 1158,
en un contexto cruzadista y bajo el impulso de una orden, la
cisterciense, que se hallaba en ese momento directamente
comprometida con la cruzada. Pero es que, además,
su trayectoria en los siglos posteriores se caracterizará
por su implicación en acciones cruzadistas. Es decir, los
más de 300 años de vida de la Orden de Calatrava como
institución autónoma, se explican mediante el argumento
de la cruzada. En estas páginas nos proponemos abordar
estas dos cuestiones, la del nacimiento y evolución inicial
de la orden, y la de su consolidación y desarrollo a la luz de
la cruzada.

ABSTRACT
The Order of Calatrava and the Crusade are two inseparably
linked realities. The Order of Calatrava is the first military
order born in the Iberian Peninsula (1158), in a crusader
context and under the impulse of a monastic order, the
Cistercian, which was at that time directly committed about
the Crusade. Furthermore, the path of the Order of Calatrava

1 El presente estudio forma parte del proyecto de investigación I+D


Violencia religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato
historiográfico (ss. X-XV), financiado por la Agencia Estatal de Investigación del
Ministerio de Economía y Competitividad del Gobierno de España (referencia: HAR2016-
74968-P).

17
La Orden de Calatrava en la Edad Media

in the following centuries will be characterized by its


implication in crusading activities. That is, the more than 300
years of its life as an independent institution, can be explained
through the argument of the Crusade. In this paper we aim to
address these two issues: the birth and initial evolution of the
order, and its consolidation and development in the context
of the Crusade.

Planteamiento

Orden de Calatrava y cruzada son dos realidades


inseparablemente unidas. La de Calatrava es la primera orden
militar nacida en la Península Ibérica, y lo hace en 1158, en
un contexto claramente cruzadista y bajo el impulso de una
orden que, como la cisterciense, se hallaba en ese momento
directamente comprometida con la cruzada. Pero es que,
además, su trayectoria en los siglos posteriores a su nacimiento
se caracterizará por una sistemática implicación en acciones
cruzadistas, que llegará hasta la integración de su maestrazgo
en la Corona el año 1489. Es decir, los más de 300 años de vida de
la orden de Calatrava como institución autónoma, se explican
en buena medida mediante el argumento de la cruzada.
En las páginas que siguen nuestro propósito es el de
abordar estas dos cuestiones, la del nacimiento y desarrollo
inicial de la orden, y la de su consolidación y desarrollo ulterior
a la luz del tema determinante de la cruzada. Cada una de
estas dos cuestiones se corresponde, por tanto, con las dos
grandes fases que cabe establecer para estudiar la evolución
de la orden. La primera es la más corta, aunque también
obviamente la más decisiva, y trascurre desde el año 1158 en
que surge hasta 1195, año de la pavorosa derrota de Alarcos,

18
en que se pone a prueba la reciente institucionalización de su
estructura jurídico-disciplinaria. La segunda se corresponde
con el largo período de los siglos XIII al XV, hasta que los Reyes
Católicos absorben su maestrazgo en 1489.

1. Nacimiento y desarrollo inicial en el marco de la cruzada

El acta de nacimiento de la orden militar de Calatrava


es el privilegio emitido por la cancillería del rey Sancho III de
Castilla a favor de la orden del Císter y del abad Raimundo
de Fitero concediéndoles, en enero de 1158, la villa de
Calatrava, en el reino de Toledo, para que defendatis eam
a paganis inimicis crucis Christi, suo ac nostro adiutorio
(GONZÁLEZ, 1960, págs. 64-66). La fecha de concesión así
como el contenido de este conocido documento nos
invitan a plantearnos, de entrada, algunas cuestiones: ¿por
qué se produce esta donación en este momento?, ¿por qué
Calatrava?, y, sobre todo, ¿cómo es que la defensa de un
enclave tan estratégico y en plena frontera con el islam es
confiado a una orden contemplativa como la del Císter, y
en concreto al abad de un monasterio situado en el norte
de la Península?
El momento de la concesión es muy significativo.
Apenas tres años antes, en febrero de 1155, un concilio
celebrado en Valladolid y presidido por un legado
papal, Jacinto Bobone (SMITH, 2008, págs. 83 y 98),

2 Al concilio de Valladolid asistieron el rey Alfonso VII, dos arzobispos y una


veintena de obispos: 14 castellano-leoneses, 4 portugueses y uno navarro. Entre las
disposiciones de sus treinta y dos cánones se hallaba la proclamación de la «tregua de
Dios» en los períodos de Cuaresma-Pascua y Adviento-Navidad, así como la extensión
a quienes, clérigos o laicos, participaran entonces en tam sanctum iter en defensa de
la Cristiandad, de la indulgencia propia de Tierra Santa, quedando sus bienes y familias

19
La Orden de Calatrava en la Edad Media

había proclamado la cruzada en la Península 2. Activar


el frente hispánico de la cruzada era la respuesta que
daba el pontificado al desaliento que había producido
el rotundo fracaso de la segunda cruzada en Tierra
Santa (TYERMAN, 2007, págs. 433-434). Un nuevo proyecto
universal no parecía realista, y el pontificado se conformó
con una «sectorización» de la cruzada 3 , justificada en el
caso peninsular por la inminente amenaza que podían
suponer los almohades 4. Lo cierto es que los últimos años
del reinado de Alfonso VII, en los que su hijo Sancho III
actuaba ya como corresponsable del gobierno de Castilla,
contemplaron todo un programa de defensa territorial
argumentado en torno a un auténtico rearme cruzadista,
un programa en buena medida imputable al rey Sancho
(AYALA, 2016, págs. 225-226). Pues bien, es en el contexto de
ese programa, sobre el que en seguida volveremos, en el
que hay que enmarcar la concesión de Calatrava de 1158,
cuando Sancho reinaba ya en solitario.

bajo la protección de la Iglesia. El texto de los cánones (interesan especialmente 1, 17 y


32), a partir de la copia del siglo XII de la catedral de Tuy, en ERDMAN, 1928. Véase FITA, 1889
y 1894; GOÑI, 1958, págs. 87-88; REILLY , 1998, págs 125-126; O’CALLAGHAN, 2002, págs. 47-48.
3 Sería el papa Adriano IV (1154-1159) quien admitió formalmente la autonomía del
escenario cruzado de la Península proclamando en 1159 que no era realista una expedición
en ella contra los musulmanes que no contara con el acuerdo de sus monarcas. En
febrero de aquel año el papa escribía a Luis VII de Francia disuadiéndole de emprender
una campaña militar en compañía de Enrique II de Inglaterra para destruir el poder de
la «barbarie pagana» en Hispania, antes de que expresaran su voluntad la «Iglesia, los
príncipes y el pueblo» del territorio afectado; en este sentido, Adriano IV recordaba al
monarca francés que recientes fracasos en Tierra Santa podían imputarse a esta falta
de consideración hacia las autoridades locales (MANSILLA, 1955: doc. 103, págs. 122-123). Cit.
DEFOURNEAUX, 1956, págs. 651-654, y O’CALLAGHAN, 2002, pág. 50.
4 Los almohades, bajo el liderazgo de su primer califa ‘Abd al-Mu’min (1130-
1163), habían comenzado sus desembarcos en la Península a partir del otoño de 1145.
En 1153 se habían hecho con el control de Málaga, y Granada caería inmediatamente
después en sus manos: VIGUERA, 1997, págs. 83-86. 5

20
Pero, ¿por qué Calatrava? La constatación no parece
difícil. Estamos ante un enclave especialmente estratégico,
tal y como el propio Alfonso VII lo subrayaba a raíz de su
conquista en 1147: «toda Hispania sabe cuántos males se han
derivado para Toledo y todo el pueblo cristiano mientras
Calatrava ha estado en posesión de los sarracenos»5 . La
seguridad de Toledo y con ella la del conjunto del reino había
sido reiteradamente amenazada desde la Calatrava islámica,
nudo de comunicación entre Córdoba y Toledo. Su posesión
garantizaba, pues, el firme mantenimiento del Tajo como la
frontera del reino de Castilla (GONZÁLEZ, 1975, I, págs. 223-225).
Ahora bien, siendo así, ¿cómo explicar que la concesión
se verificase no a favor de un aristócrata o institución militar
sino de una orden contemplativa y concretamente del
abad de un alejado monasterio del norte? La explicación
dada por el cronista Jiménez de Rada no resulta del todo
convincente. Dice que, estando en Toledo el rey Sancho, se
supo que un gran ejército musulmán marchaba en dirección
a Calatrava; ante tal noticia, los templarios, que ocupaban
la plaza, temerosos de no poder mantenerla, la entregaron
al rey, y fue entonces cuando el abad Raimundo de Fitero
que se encontraba en Toledo junto a otro monje, Diego
Velázquez, experto en cuestiones de guerra a las que se había
dedicado antes de profesar, y que además se había criado
junto al rey en la adolescencia, decidió solicitar al monarca
la cesión de Calatrava que no dudó en hacerlo. Lo hizo, eso
sí, después de que los monjes recibieran el respaldo del
arzobispo de Toledo que les ayudó con algunos bienes y del

5 Quanta mala quanteque persecutiones per Calatrava, dum in potestate


sarracenorum maneret, toletane civitati et populo christiano assidue evenissent,
omnibus hominibus per Hyspaniam constitutis satis est manifestum... Así se expresaba
el emperador en el privilegio de concesión al arzobispo de Toledo la mezquita mayor de
Calatrava: GARCÍA LUJÁN, 1982, doc. 18, págs. 58-60.

21
La Orden de Calatrava en la Edad Media

y concedió indulgencias para quienes les ayudaran en la


defensa del enclave (JIMÉNEZ DE RADA, 1977, lib. VII, cap. XIV,
págs. 234-235).
El texto del arzobispo contiene muchos elementos
inseguros, y sobre todo está rodeado de un halo de milagroso
providencialismo que lógicamente tiene una intencionalidad.
Lo que, desde luego, no podemos negar es que hubo una
concesión de Calatrava a la orden cisterciense y al abad
Raimundo, y esa concesión es bastante más coherente de lo
que en principio pudiera parecer. La orden del Císter estaba
extraordinariamente comprometida con el movimiento
cruzado. Eugenio III, el papa que llamó a la segunda cruzada
en 1146, era un cisterciense, y para incentivar la participación
en ella se valió de la predicación de san Bernardo, su mentor
(KATZIR, 1992). Incluso más allá de la voluntad de san Bernardo,
muy pronto en el movimiento cisterciense caló una tendencia
que se sentía próxima a la espiritualidad militar. Esa tendencia
se focalizó en la co-abadía de Morimond, cuyo primer abad,
Arnaldo, se vio frustrado por el mismísimo san Bernardo, en su
intención de viajar a Tierra Santa y constituir allí un monasterio
de la orden (AYALA, 2010, pág. 153). Con todo, esta tendencia, tras
la muerte del abad de Claraval en 1153, acabó consolidándose
y contó con valedores de importancia como el obispo Otón
de Freising, miembro de la familia imperial alemana, que en
su juventud había sido abad de Morimond, que más tarde
participó ya en calidad de obispo en la segunda cruzada con
directas responsabilidades de liderazgo (RUNCIMAN, 2008,
págs. 455-456), y que, después de la desaparición de san
Bernardo, asumió un papel de especial e influyente relevancia
en el capítulo general del Císter.
¿Esta deriva belicista de la orden y las posibilidades
que ofrecía como instrumento de legitimación de proyectos

22
cruzadistas pudieron influir en la decisión de Sancho
III? Sin duda alguna. Por otra parte, el rey de Castilla poseía
en este sentido una privilegiada fuente de información, la del
rey Luis VII de Francia, líder de la segunda cruzada, amigo de
los cistercienses, y desde 1153 cuñado del rey Sancho a través
de su matrimonio con Constanza, su hermana. Un contacto
incluso personal entre ambos reyes pudo producirse cuando
en 1154 Luis se trasladó a la Península para visitar el santuario
de Santiago de Compostela6. No olvidemos que solo un año
después, tal y como hemos apuntado ya, un legado papal
proclamaba la cruzada en el concilio de Valladolid de 1155.
Lo cierto es que un manuscrito tardío procedente del
monasterio de Fitero –el llamado manuscrito Fiterense-7 ,
nos habla del papel que ante el capítulo general del Císter
desempeñarían el rey Luis VII de Francia y el duque Eudes II de
Borgoña, junto al rey Sancho III de Castilla, en la aprobación
inicial de la más que irregular constitución del convento
de Calatrava, sede de la futura orden. El manuscrito alude
también de pasadaal obispo cisterciense Otón de Freising que,
precisamente de camino al capítulo, moriría en Morimond en

6 Se trata de una información recogida tardíamente por Lucas de Tuy y luego


el arzobispo Jiménez de Rada a partir de la noticia del Tudense, y aunque el motivo
aducido para el desplazamiento a la Península no parece muy ajustado, en principio no
habría que dudar de la historicidad de la visita: REILLY, 1998, pág. 123.
7 Se nos ha conservado parcialmente transcrito en el Bulario de Calatrava
(ORTEGA-ÁLVAREZ-ORTEGA, 1761, págs. 220-222) y alude a un contencioso entre
Scala Dei y Fitero sobre la filiación de Calatrava. El texto con toda seguridad fue
redactado después de 1267, ha sido y es objeto de un gran debate acerca de su
fiabilidad: O’CALLAGHAN, 1959-1960, pág. 185; MONTERDE, 1978, pág. 225. Conviene
subrayar que buena parte de la crítica descalificadora contra el manuscrito,
al menos de la más tradicional, tiene mucho que ver con el posicionamiento
hagiográfico de quienes no están dispuestos a admitir un juicio poco benevolente
hacia el abad Raimundo santificado por la Iglesia, al que el manuscrito presenta
como un indisciplinado hijo del Císter. El P. Calatayud es en el siglo XVIII un buen
representante de esta línea (OLCOZ, 2005, pág. 305); más modernamente asumió
esta posición radicalmente escéptica hacia el manuscrito YÁÑEZ, 1958, págs. 275-
288.

23
La Orden de Calatrava en la Edad Media

septiembre de 1158 (OTTO DE FREISSING-RAHEWIN, 2016, págs.


289-295).
La conexión cisterciense con la cruzada y unos buenos
intermediarios acabaron, pues, decidiendo a Sancho III:
la espiritualidad militar de que hacía gala al menos un
importante sector de la orden cisterciense podía resultar
útil a la hora de programar la defensa del reino de Castilla
en clave cruzadista. La elección concreta de Raimundo de
Fitero como instrumento de este proyecto puede deberse
a circunstancias diversas. No existían todavía muchos
monasterios cistercienses en Castilla, y Fitero dependía, a
través de Scala-Dei, del de Morimond, el centro irradiador
del belicismo cisterciense. Por otra parte, Raimundo era
un hombre proveniente del área gascona del Midi francés
donde sabemos que desde fechas tempranas bullía una
cierta belicosidad entre los monjes de los monasterios de
la zona. Y por si fuera poco, el compañero del abad, Diego
Velázquez, antiguo soldado y encargado, según el Toledano,
de convencer a Raimundo de aceptar la responsabilidad del
control de Calatrava, pudo hacer el resto (AYALA, 2016, págs.
230-232).
Que la orden de Calatrava fue un instrumento de la
monarquía en su proyecto de consolidación territorial del
reino bajo la cobertura del ideal cruzado, lo demuestra
que fuera objeto de atención mucho antes de que pudiera
haberse consolidado como institución religioso-militar ante
el reticente capítulo general del Císter. No podemos entrar
aquí en ello pero ese tortuoso y lento proceso de consolidación,
acompañado de crisis interna que le costó al fundador, el
abad Raimundo, la salida del convento que había fundado,
solo comenzaría a aclararse a partir de que en 1186 se
estableciera la inequívoca dependencia disciplinaria del

24
convento calatravo respecto de Morimond. Pues bien, ya antes
de ello, Alfonso VIII, el hijo y heredero de Sancho III, alcanzada
la mayoría de edad, pactó con el tercer maestre de la orden,
Martín Pérez de Siones (1172- 1182), todo un pacto de ofensiva
anti-islámica consistente en la recepción por parte de ella de
cuantas fortalezas fueran capaces de adquirir de manos de
los musulmanes y nada menos que la quinta parte de todos
los territorios que ocuparan los cristianos, a cambio de un
desacostumbrado trasvase de rentas reales y beneficios de
todo tipo (GONZÁLEZ, 1960, II: docs. 176, 183, 200 y 220). El pacto
tuvo una primera traducción positiva cuando los calatravos
intervinieron de manera eficaz en la conquista de Cuenca de
1177, primer gran hecho de armas en el que participaron8.
La decidida apuesta de Alfonso VIII por la orden
de Calatrava incluía también el esfuerzo del monarca
por alcanzar la normalidad institucional de la milicia,
prácticamente en un limbo normativo hasta que gracias a
la presión de la monarquía, a través de su nuevo hombre de
confianza, el cuarto maestre Nuño Pérez Quiñones (1183-c.1198),
el reticente capítulo general del Císter aprobó su dependencia
disciplinaria de Morimond, consiguiendo, además, que esa
dependencia se ejerciese a través de la delegación de un
monasterio del reino de Castilla, concretamente el de San
Pedro de Gumiel (AYALA, 2014, pág. 122).
Pero la apuesta de Alfonso VIII fue
prematura, y la prueba de fuego, no superada,
de la consistencia institucional de la orden fué la
famosa batalla de Alarcos de 1195. Realmente fue letal para la
orden que perdió su propio convento y todo el control de las

8 Entre 1174 y 1175 los calatravos también habían recibido las fortalezas de Zorita
y Almoguera, en el alto Tajo, lo que les comprometía en la expansión de la plataforma
oriental del reino (GONZÁLEZ, 1960, II: docs.199 y 225). Ello es lo que explica su participación
en la toma de Cuenca: AYALA, 2000 a, págs. 56-57 y 59-60.

25
La Orden de Calatrava en la Edad Media

encastilladas vías de comunicación entre Toledo y Córdoba,


hasta ese momento prácticamente en sus manos. Un
conocido testimonio de un documento real del año siguiente,
certifica el compromiso de la orden con la hueste real y el
desastre que supuso para ella la derrota: condolensque
paupertati vestre eo quod domum vestram maiorem de
Calatrava vestrasque omnes fere res ex infortunio de Alarcos,
in quo mecum intravistis, amisistis (GONZÁLEZ, 1960, III, doc.
658, pág. 165).

2. La consolidación de la orden y la cruzada

a) El cambio de signo

La monarquía no computó el desastre de Alarcos como un


fracaso de las órdenes militares, y en especial de la de Calatrava,
cuyo protagonismo en ella fue sin duda el más sobresaliente9,
y es que Alfonso VIII era consciente de cuáles fueron los
factores políticos –incluida su propia imprudencia personal-
que condicionaron la derrota. Por eso, la orden de Calatrava,
rebautizada como de Salvatierra, la única fortaleza al sur del
Tajo que permanecería en sus manos tras el desastre10, siguió

9 Estuvieron por supuesto freires de otras órdenes y los santiaguistas perdieron


allí 19 de sus hombres, según afirma el Calendario de Uclés extractado en el siglo XVI por
Ambrosio MORALES y publicado en el XVIII: FERNÁNDEZ, 1793, pág. 26. Acudieron también
freires portugueses de Avis -entonces Évora-, cuyo maestre Gonçalo Viegas habría sido
víctima del enfrentamiento: HUICI, 1956, pág. 163.
10 En realidad, Salvatierra, que debió estar en manos calatravas desde tempranas fechas
(RADES, 1572, fol. 18r) sí cayó en 1195, pero fue recuperado en 1198 por el comendador mayor Martín
Martínez y 400 caballeros y setecientos peones que pudo reclutar entre sus vasallos de
Ciruelos, Zorita, Cogolludo y otras villas (Ibid., fol. 21v).

26
constituyendo una pieza clave en el desarticulado
entramado defensivo del reino. Así lo supieron
interpretar los musulmanes, según algunos conocidos
testimonios tardíos –Salvatierra era entonces, según
Ibn Idari, «lamanoderechadelseñordeCastilla»11, y
desdeluegotambiéncronistas cristianos más cercanos al
momento como Juan de Osma, para quien aquella fortaleza
saluauit terram totam12.
Tan espectacular protagonismo fronterizo de Salvatierra
explica que su caída en 1211 constituyera el casus belli inmediato
que puso en marcha la maquinaria de la gran cruzada de Las
Navas. Ni que decir tiene que fueron los freires de Calatrava,
los que otro cronista islámicvo posterior, Ibn Abi Zar’, llama «los
siervos de Santa María»13, desempeñaran un importante papel
no sólo en el desarrollo victorioso de aquella cruzada, en el
transcurso de la cual el maestre de la orden fue gravemente
herido14, sino en las campañas que inmediatamente después

11 IBN IDARI, 1953, pág. 268. Ibn Idari, que acabó de escribir su obra justo un siglo
después de la batalla de Las Navas, subrayaba el sacral significado que había tenido
para los cristianos el mantenimiento de una fortaleza asediada en todos sus flancos
por los musulmanes: «... la consideraban los infieles como su peregrinación y su guerra
santa y la servían sus reyes, sus caballeros y sus ciudades y fluían a ella sus dírhemes
y sus dinares y creían que ella protegía su morada y alejaba sus crímenes...» (Ibid., pág.
267).
12 CHARLO BREA, 1997, § 19, pág. 55. De la importancia de la fortaleza y
del valor que la monarquía le venía concediendo, dada su delicada exposición
al permanente asedio almohade, nos da una cabal idea la estimación que de
su retenencia nos proporciona el testamento de Alfonso VIII de 1204. En aquella
ocasión, el rey concedía de sus rentas de Toledo la cantidad de 10.000 maravedíes
anuales durante un plazo de diez años para mantenimiento y reparación de la
fortaleza, mientras Uclés recibía 4.000 y Consuegra sólo 2.000. GONZÁLEZ, 1960, III,
doc. 769.
13 La expresión es utilizada hacia 1326: IBN ABI ZAR’, 1964, pág. 462. Aunque la
correspondencia de la expresión con los calatravos, cistercienses y muy ligados al
culto mariano, ofrece pocas dudas, hay autores que la cuestionan: FOREY, 1994, pág.
222.
14 Parece que este fue el motivo que obligó a Rodrigo Díaz a renunciar a su
dignidad (RADES, 1572, fol. 30v).

27
La Orden de Calatrava en la Edad Media

se desplegaron para ocupar los castillos de Vilches, Ferral,


Baños y Tolosa, y para rendir y arrasar las sólidas fortalezas
y productivos campos de Baeza y Úbeda15. De este modo
los calatravos consolidaron su señorío sobre la vertiente
septentrional de Sierra Morena, contribuyendo decisivamente
a abrir el camino de la expansión hacia el sur, concretamente
hacia el alto valle del Guadalquivir, es decir, campiña jiennense
de Andújar y Arjona y, más al este, serranías de Baeza y Úbeda.
En efecto, no deja de ser sintomático que algunos años más
tarde, en 1217 o poco después, la sede conventual de la orden
fuera trasladada desde el interior a la zona más avanzada y
serrana del Campo de Calatrava, es decir, desde el núcleo
fundacional de Calatrava la Vieja a la fortaleza de Dueñas,
rebautizada ahora como Calatrava la Nueva (O’CALLAGHAN,
1963). Era la prueba más evidente de la recuperación
institucional y patrimonial de la orden a través de la actividad
cruzadista desplegada.

b) El impulso cruzadista de Fernando III

Pero esta actividad no fue más que un preámbulo del


gran impulso recibido a lo largo del reinado de Fernando III. Él
fue el monarca que acabó de hispanizar la idea de cruzada,
desligándola de las estrategias generales de carácter universal
que dictaban los papas, para someterla a los tiempos, objetivos
e intereses específicos de la monarquía. Y precisamente en este

15 Jiménez de Rada nada dice de la participación calatrava en estas campañas


(JIMÉNEZ DE RADA, 1977, lib. VIII, cap. XII), pero Rades asegura que el nuevo maestre calatravo,
Rodrigo Garcés, estuvo presente en el asedio de Vilches, fortaleza que había pertenecido a
la orden con anterioridad. Lo mismo afirma en relación a Ferral, Baños y Tolosa. Tras la razia
sobre Baeza y Úbeda, en la que también participarían los freires, el ejército real regresó a la
base de Calatrava (RADES, 1572, fol. 31).

28
designio, cuyos primeros pasos se habían dado ya a finales del
siglo XII, el rey utilizó desde el primer momento a las órdenes
militares nacidas en territorio peninsular que acabaron
convirtiéndose en instrumento principalísimo y referencia
simbólica esencial de la ofensiva anti-islámica. Así, más
adelante en el Setenario, una obra atribuida a Alfonso X y
en la que se enaltece la figura de su padre, se describen sus
victoriosas conquistas como el fruto de la decisiva colaboración
de sus vasallos, y de modo especial de las órdenes militares e
sennaladamiente los de Huclés e de Calatrava (VANDERFORD,
1984, pág. 15).
Fue en 1224, antes de la unificación castellano-leonesa,
cuando Fernando III decidió romper las treguas que años
antes habían sido establecidas con los musulmanes
(VIGUERA, 1997, pág. 103) y diseñar un plan ofensivo que fue
formalmente acordado en la solemne curia de Carrión
del mes de julio de aquel año. Pues bien, a esa curia fueron
expresamente convocados los responsables castellanos
de las órdenes militares, si bien la Crónica Latina sólo alude
de manera explícita al maestre de Calatrava que, estando
en la Transierra, fue convocado por el rey a través del
comendador de Uclés (CHARLO BREA, 1997, § 44, págs. 86-
87). Es, sin embargo, bastante probable que fuera entonces
cuando todos ellos, los maestres de Calatrava, Santiago
y Temple, y el prior del Hospital, firmaran un acuerdo que
renovaba su firme voluntad de combatir in sarracenorum
confinio contra inimicos crucis Christi (O’CALLAGHAN, 1969,
págs. 613 y 617). No era el primer acuerdo de hermandad entre
órdenes. Solo tres años antes, concretamente calatravos y
santiaguistas, habían suscrito otro en la sede del convento
mayo calatravo. Se establecía entonces una perfecta
unidad de acción entre los freires de ambas milicias y

29
La Orden de Calatrava en la Edad Media

algo que tres años después ya no va a repetirse: la posibilidad


de entrar en combate con los musulmanes pese a que la
monarquía hubiera establecido una tregua16. Ahora, en 1224, la
unidad de acción se confirmaba ampliándose al conjunto de
las órdenes, pero estaba claro que ninguna de ellas debería
actuar nunca al margen de la autoridad del rey. Su inequívoca
voluntad política de imponerse sobre todas ellas quedaba
patente a partir de aquel momento.
Lo cierto es que la intervención de los freires en acciones
militares no se hizo esperar. Cabe en este sentido establecer
una diferencia en dos fases que son las propias en las que
se desplegó el programa reconquistador de Fernando III. Una
primera es anterior a 1230, en que la ofensiva marcó objetivos
y estableció firmes bases para la definitiva ocupación del
valle del Guadalquivir y del Segura, y la segunda, posterior a
aquella fecha, y por consiguiente a la consolidación política
que supuso la definitiva unión castellano-leonesa, en que se
alcanzaron los núcleos neurálgicos del desarticulado imperio
almohade en al-Andalus.
En ambas fases la participación de las órdenes militares
fue significativa, aunque las fuentes disponibles son mucho
más elocuentes en lo que se refiere a la segunda. En efecto,
antes de 1230 sabemos que los calatravos se esforzaron en
abrir una punta de lanza a la expansión cristiana hasta el
alto valle del Guadalquivir, contribuyendo de paso a crear las
bases de un importante señorío al sur de Sierra Morena que,
siendo prolongación de sus nucleares posesiones del Campo
de Calatrava, se llegó a extender por un importante sector de
la campiña y sierra jiennenses.

16 ORTEGA-ÁLVAREZ-ORTEGA, 1761, págs. 683-685. Ese mismo año el papa solicitaba de los
reyes hispanos que no impidieran al maestre y freires de Calatrava que pudieran responder a las
provocaciones musulmanas en períodos de tregua (Ibid., pág. 57).

30
Los objetivos calatravos no tardarían en materializarse
en forma de generosas concesiones reales: a finales de 1228 el
rey Fernando III, bajo la estereotipada fórmula de recompensa
a servicios prestados, entregaba al maestre Gonzalo Ibáñez y
a su convento el castillo de Martos con expreso mandato de
la defensa del territorio anejo, que sólo tras la incorporación
de Jaén y Arjona podría ser convenientemente delimitado; les
concedía también Porcuna y Víboras que aún se hallaban en
manos musulmanas17.
A partir de 1230 se inicia la segunda y decisiva
fase de la gran ofensiva fernandina. En ella se decide de
manera definitiva e irreversible la primacía castellana no
sólo sobre la España islámica sino sobre el conjunto de la
realidad peninsular. La incorporación de toda Andalucía,
salvo el reino vasallo de Granada, y de las tierras del reino
vasallo de Granada, y de las tierras del reino de Murcia,
igualmente feudatario de Castilla, supone el término virtual
del «programa reconquistador». Aunque todas las órdenes
militares participaron activamente, los calatravos, junto con
los santiaguistas, siguieron constituyendo el eje combativo
de las milicias, y solo ellos significativamente confirmarían
viejos acuerdos de hermandad en 124318.
Los grandes hitos de la incorporación de los dominios
musulmanes a la monarquía castellano-leonesa, son
conocidos: Córdoba en 1236, Murcia en 1243, Jaén en 1246 y
Sevilla en 1248. El compromiso de la orden de Calatrava se
tradujo en beneficios territoriales y rentistas en todas las

17 Lo mismo ocurría con las 20 yugadas de heredad cedidas en Arjona y el quinto de todas
sus rentas: GONZÁLEZ , 1980-1986, II, doc. 243. Más adelante, entre 1231 y 1235, la orden recibiría bienes
y derechos en tierras de Baeza y en Úbeda (Ibid. II, doc. 321, y III, doc. 560).
18 Era en realidad la confirmación del acuerdo establecido en Calatrava la Nueva algo
más de veinte años antes, con algunos añadidos y matizaciones (ORTEGA- ÁLVAREZ-ORTEGA, 1761,
págs. 685-686).

31
La Orden de Calatrava en la Edad Media

grandes capitales arrebatadas al islam y, sobre todo, en


dueña del controldel sector jiennense de la nueva frontera
con Granada, añadiendo al núcleo de Martos los castillos de
Locubín y Susaña en 1240 y de Alcaudete en 124519.
Pero no fue el jiennense el único sector fronterizo
confiado al control y defensa de los calatravos (ARGENTE DEL
CASTILLO, 2005; CASTILLO ET ALII, 2014). Durante el reinado de
Alfonso X, en cierto modo el colofón organizador del gran
avance conquistador de su padre, la orden de Calatrava,
aunque se vio favorecida con nuevas fortalezas fronterizas
en el reino de Jaén –Sabiote (1257) y Alcalá la Real (1272)-
, recibió también castillos en el sector occidental de la
frontera: Matrera (1256), Osuna (1264), Cazalla (1279) y Tiñosa
(1280-1281) (GONZÁLEZ JIMÉNEZ, 1991, docs. 179, 193, 297, 391, 454,
475 y 481).

c) La Guerra del Estrecho: crisis y reactivación de la cruzada en el


siglo XIV

Las campañas fernandinas finalizaron con la


conquista o sometimiento vasallático de todos los
musulmanes de al-Andalus. En este sentido, el programa
reconquistador estaba prácticamente finalizado,
pero desde muy pronto, esa ideología conectó con el
dominio del Estrecho, y por tanto de sus riveras, como
garantía de bloqueo de futuras ofensivas islámicas
provenientes de África. Por lo demás, ello también era
«reconquista» porque a fin de cuentas la Mauritania

19 GONZÁLEZ, 1980-1986, III, docs. 666 y 731. La donación de Alcaudete estaba condicionada
a su conquista. Probablemente la orden no entraría en posesión de él hasta después de la
capitulación de Jaén en 1246: RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1994, pág. 160.

32
Tingitana había formado parte de la diócesis de Hispania
que aspiraron a controlar los godos (O’CALLAGHAN, 2002,
pág. 117).
Desde un principio, los calatravos formaron parte
activa de este designio cuyo primer y principal objetivo era
el control del Estrecho. De hecho, serán ellos los grandes
protagonistas de la toma de Tarifa en 1292. Es por ello por
lo que, a raíz de la ocupación, su maestre, Rodrigo Pérez
Ponce, recibiría la tenencia de su fortaleza con una renta
asociada de nada más y nada menos que dos millones
de maravedíes20. Y de hecho, aunque la tenencia fue muy
pasajera -antes de un año estaría en manos de Alfonso
Pérez de Guzmán21-, parece que los calatravos siguieron
implicados en su defensa22. En cualquier caso, de lo que
no cabe dudar es del decidido compromiso del maestre
Rodrigo en la lucha fronteriza, a causa de la cual perdió la
vida antes de finalizar el año 129523.

20 ROSELL, 1953, pág. 86. El cronista Rades añade, además, que fue el maestre el
que persuadió al rey de no arrasar la villa, como era su intención, comprometiéndose a
defenderla a cambio de la retenencia indicada (RADES, 1572, fol. 47r).
21 Según el autor de la Crónica de Sancho IV (ROSELL, 1953, pág. 87), el nuevo
responsable de la tenencia de Tarifa la consiguió ofreciendo al rey mantenerla con sólo
600.000 maravedíes frente a los dos millones que había estipulado con el maestre de
Calatrava.
22 RADES, 1572, fol. 47r.
23 Según Rades, a raíz mismo de la muerte de Sancho IV, el maestre de Calatrava,
con un hermoso exercito de los caualleros desta orden y de los vassallos della (que
eram muchos y muy ricos), llegó al reino de Granada por tierras del obispado de
Jaén y tomó el castillo de Alficen obteniendo un rico botín, dado que los aldeanos
del territorio habían depositado en él dinero y bienes para su mejor custodia; de
resultas de la cabalgada, consiguió también un buen número de esclavos, caballos
y cabezas de ganado que fueron repartidos entre los miembros de su hueste;
la victoriosa razia le llevó a aproximarse más a Granada, lo que provocó una
coordinada respuesta del emir en la batalla de Aznalloz, que, aunque victoriosa para
los cristianos, supuso un importante número de bajas para los caballeros calatravos;
como consecuencia de las heridas recibidas el propio maestre fallecería dos
días después en la villa de Arcos. El cronista añade, sin embargo, que otras fuentes
provenientes del Archivo de Uclés informan de la muerte del maestre en Marchena

33
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Tras Tarifa, Algeciras y Gibraltar eran los grandes objetivos


que se planteó una acción conjunta castellano-aragonesa en
1309 dirigida contra el emir de Granada, y en ella sabemos que
participó activamente la orden de Calatrava. Cuando aún las
Cortes de Madrid de las primeras semanas del año, en las que
se votaron los correspondientes servicios, no habían concluido,
el maestre García López de Padilla protagonizó una acción de
cierta resonancia contra el arráez de Andarax, obteniendo al
frente de 400 jinetes copioso botín (GIMÉNEZ SOLER, 1932, pág.
364). Un poco más adelante, en septiembre de 1309, el maestre
se hallaba junto al rey en el cerco de Algeciras y participaba
en la conquista de Gibraltar24; Fernando IV reconoció
expresamente esta colaboración en forma de significativas
concesiones (AYALA, 1999, pág. 76).
A partir de ese momento un cúmulo de circunstancias
de carácter general –la crisis del reino de Castilla a raíz de la
muerte en 1312 de Fernando IV y la minoría de Alfonso XI- y otras de
índole particular concernientes a la orden de Calatrava –la crisis
conspiratoria que los freires urdieron contra su maestre García
López de Padilla en 1311-, incidieron claramente en una ralentización
de la ofensiva anti-islámica. Concretamente la crisis calatrava
coleaba todavía cuando en los meses de verano de 1312, los del
cerco y reconquista de Alcaudete –que había sido tomada por los
musulmanes en 1300-, el maestre se quejaba de que sus freires,
haciendo gala de una insolente irreverencia, se negaban a dirigirle
la palabra y a compartir con él la comida (AYALA, 1999).

y de la intervención junto a él, en aquel lugar, de 30 caballeros de la orden de Santiago (RADES,


1572, fol. 47). La crónica de Fernando IV corrobora la muerte del maestre en la Frontera yendo
en caualgada e entrando por tierra de moros (BENÍTEZ, 2017, pág. 26).
24 Al mismo tiempo, algunos comendadores castellanos cum bonis familiis
equitum colaboraban con el rey de Aragón, junto a los freires calatravos de Alcañiz, en el
coetáneo sitio de Almería. Así parece indicarlo el acuerdo que muchos años después -en
1348- ponía fin al largo cisma abierto en la orden veinte años antes (ORTEGA-ÁLVAREZ-
ORTEGA, 1761, pág. 758).

34
Todo ello, sin duda, influiría en los años siguientes en
el compromiso cruzadista de los freires calatravos, y ello
tuvo reflejo en la curia papal. Juan XXII se vio obligado a
solicitar primero de calatravos, y luego del conjunto de
las órdenes, un efectivo compromiso de actuación que
evitara el retroceso de la frontera. Pero las misivas papales,
fechadasentre 1319 y 1322, no encontraron el eco deseado25.
Habrá que esperar a la mayoría de edad de Alfonso XI,
proclamada en 1325, para volver a encontrar un programa
cruzadista coherente y capaz de encauzar las dispersas
energías de las órdenes militares bajo un cada vez más
estricto control de la realeza. Fue precisamente en ese año
de 1325, en el que, por vez primera, se puso de manifiesto
su voluntad real de sometimiento de los maestrazgos a
la corona, y se hizo de una manera traumática: mediante
el sometimiento del maestre calatravo López de Padilla
a un proceso por traición, que inevitablemente acabó en
su destitución; entre otras cosas era acusado de dejación
de fortalezas fronterizas y huida del propio escenario del
combate (AYALA, 1999, pág. 85).
En los años siguientes, la ofensiva anti-islámica
se activó con el concurso de las órdenes militares. Las
Cortes de Madrid de 1329 acordaron un decisivo ataque
contra Granada que devolviera al emirato a la sumisión
vasallática respecto de Castilla. El objetivo principal fue
el castillo de Teba, y en aquella ocasión el rey acudió a
la frontera acompañado, entre otros, por los maestres
de las órdenes militares, incluido naturalmente el de
Calatrava. El saldo de aquella campaña de 1330 fue

25 Archivo Histórico Nacional, Sección Órdenes Militares, Registro de Escrituras de


Calatrava, V (1345-C), fols. 199-200. AGUADO-ALEMÁN-LÓPEZ AGURLETA, 1719, pág. 286. MOLLAT, 1904-
1947, págs. 359-360.

35
La Orden de Calatrava en la Edad Media

extraordinariamente positivo (AYALA, 2000 b, págs. 269-270),


pero la situación no se mantendría por mucho tiempo. La
humillación granadina se tradujo en la alianza de su emir con
el de los benimerines, que en febrero de 1333 desembarcaban
en la Península poniendo sitio a Gibraltar. La reacción de
Alfonso XI no se hizo esperar. Movilizó la flota y ordenó a su
adelantado de la Frontera, el maestre santiaguista Vasco
Rodríguez, que junto con los maestres de Calatrava y
Alcántara se personase en la frontera, uniendo sus fuerzas
a las de los ricohombres y concejos, con el fin de levantar el
cerco sobre el castillo de Gibraltar. La tarea no resultaba nada
fácil, pues mientras al propio rey le era imposible trasladarse
a Andalucía, dado el estado de desasosiego nobiliario en
Castilla, el emir de Granada obligaba a los contingentes
fronterizos a distraer efectivos: de hecho, ocupó el castillo
calatravo de Cabra gracias a la traición de su comendador,
y ello obligó al maestre de Calatrava a dirigirse a él para
recuperarlo con la ayuda de la milicia concejil de Córdoba
(AYALA, 2000 b, pág. 270).
El rey pudo al fin personarse en Andalucía en el mes
de junio reuniendo un importante contingente entre cuyos
integrantes se encontraban los maestres de las tres grandes
órdenes castellano-leonesas y el comendador hospitalario
de Setefilla, y las fuentes cronísticas se encargan de subrayar
las acciones protagonizas por los calatravos (AYALA, 2000 b,
pág. 270), si bien finalmente la campaña no finalizó con éxito.
En agosto de 1333 Alfonso XI se veía obligado a firmar las
correspondientes treguas.
Desde 1339 nuevamente la atención de la
monarquía castellana se centra en la frontera meridional.
En los primeros meses de aquel año un importante
contingente meriní desembarcó en la Península

36
concentrándose en Algeciras con el acuerdo del emir
de Granada. Alfonso XI acude a la frontera en compañía,
entre otros, de los maestres de Santiago, Calatrava y
Alcántara y del prior de San Juan de Jerusalén. Pero
las operaciones de los meriníes en concertación con
los granadinos no estaban previstas para antes de la
primavera de 1340, y el rey regresó al interior del reino para
preparar la financiación de la contraofensiva. Los meses
finales del año 1339 y el comienzo de 1340 constituyen
un período crítico para la monarquía castellana y su
política fronteriza. Todo un maestre de Alcántara, Gonzalo
Martínez de Oviedo, fiel servidor del rey hasta entonces y
responsable de la seguridad en la frontera (AYALA, 1998,
págs. 1310-1311), protagonizaba una rebelión seguida de su
sumaria ejecución, y ello lógicamente creaba una situación
de fatal provisionalidad cara al inminente desembarco
meriní. Éste se produjo en los meses centrales de 1340, y se
vio precedido por la destrucción de la flota castellana. No
mucho después los meriníes ponían cerco a Tarifa.
La respuesta de Alfonso XI involucró plenamente a
las órdenes militares, integradas en la hueste del rey que,
por lo demás, actuaría bajo el pendón de cruzada enviado
por la Sede Apostólica y también bajo los beneficios
dispensados por el Papa para la ocasión. En octubre de 1340
se produjo el gran enfrentamiento campal en los vados
del río Salado. El rey de Portugal aportó 1.000 caballeros,
en buena parte de órdenes militares de aquel reino.
Junto a ellos combatieron las tropas de los maestres de
Calatrava y de Alcántara, y mientras en la vanguardia el
maestre castellano de Santiago compartía protagonismo
con nobles y concejos, en la retaguardia infantes
procedentes de la tierra de las órdenes se sumaban a

37
La Orden de Calatrava en la Edad Media

los efectivos de lanceros y ballesteros reclutados en las


montañas del norte y en las villas de realengo (AYALA, 2000 b,
págs. 272-273).
El siguiente objetivo sería el de la conquista de Algeciras
que permitiera abortar un nuevo desembarco meriní. El cerco
se inició en julio de 1342, y aunque el protagonismo de los
santiaguistas fue especialmente notable, no se puede negar
la activa presencia de todos los freires, no sólo de ellos, en
las operaciones relativas a esta última gran campaña de
Alfonso XI. Los distintos maestres y también el prior hospitalario
estuvieron presentes tanto en los consejos preparatorios
como en la propia hueste, aunque parece descubrirse una
cierta especialización de funciones. Así, mientras el maestre de
Santiago, por un lado, y los de Calatrava y Alcántara, juntos por
otro, actúan más intensamente en el campo de operaciones
(AYALA, 2000 b, pág. 274), el prior hospitalario es muy pronto
enviado a Avignon a negociar con el Papa la obtención de un
préstamo que permitiera sostener la complicada campaña
(SERRANO, 1915; BARQUERO, 1992, págs. 62-63).
La capitulación de Algeciras en marzo de 1344 puso fin a la
campaña, aunque no a la actividad fronteriza del rey que, como
es sabido, murió víctima de la peste en 1350 mientras cercaba
Gibraltar. Muy poco -salvo el hecho mismo de su presencia-
es lo que sabemos de la participación de las órdenes militares
y sus respectivos maestres en este último esfuerzo bélico de
Alfonso XI (MARTÍN, 1991, págs. 11-13).

38
d) El lento abandono de los valores cruzadistas

Nada más acceder Pedro I al trono de Castilla una


tregua pone fin a las hostilidades fronterizas, si bien el
monarca previamente había decidido encomendar a
las órdenes militares labores de custodia y vigilancia a
lo largo de la raya; concretamente, el maestre calatravo
Juan Núñez de Prado le correspondió obviamente el sector
del obispado de Jaén (MARTÍN, 1991, págs. 20-21). A partir de
aquel momento, un nuevo clima de paz, con intermitentes
interrupciones normalmente poco significativas, se
mantendrá a lo largo de toda la segunda mitad del siglo
XIV. Son varias las circunstancias que explican el nuevo y
tranquilizador contexto fronterizo. Del lado musulmán, la
descomposición del régimen meriní y la firme voluntad
del emir Muhámmad V de Granada (1354-1391) de basar su
propio proyecto político en una sólida alianza con Castilla.
Por parte cristiana, las dificultades internas que acabaron
cristalizando en una guerra civil y en la implantación de un
nuevo régimen, el propio de la dinastía Trastámara; todo
ello aderezado con tensas relaciones -en ocasiones de
abierta hostilidad- entre Castilla y Aragón, en el conflictivo
contexto de la Guerra de los Cien Años y de las críticas
mutaciones socio-económicas que le acompañaron
(AYALA, 2000 b, pág. 276).
En medio de la inactividad fronteriza en que todo ello
se tradujo, no faltaron, sin embargo, episodios aislados de
enfrentamientos fronterizos con los musulmanes, y en ellos
hicieron acto de presencia los freires. El primero del que
tenemos noticia se produce en 1361-1362. Coincide con la
crisis granadina que desplazó al filocastellano Muhámmad
V del trono, situando en el mismo al Rey Bermejo, que

39
La Orden de Calatrava en la Edad Media

no dudó en aprovechar la conflictividad castellano-aragonesa


del momento para presionar sobre la frontera. La respuesta
castellana fue fulminante, y aunque no se puede hablar
de resultados espectaculares, la hueste real compuesta
por 6.000 caballeros, entre ellos los maestres y prior de
las órdenes militares, cumplió en un primer momento sus
objetivos disuasorios (AYALA, 2000 b, pág. 277). La reacción del
Rey Bermejo, sin embargo, constituyó un auténtico desastre
para los cristianos. La ocasión la encontró en una nueva
entrada que, con objetivo en Guadix, hicieron las tropas
castellanas por orden del rey en enero de 1362; el ataque que,
según el cronista López de Ayala, no se hizo en las mejores
condiciones anímicas de quienes lo protagonizaban y no
estuvo bien organizado, acabó en un auténtico desastre,
siendo hecho prisionero el maestre de Calatrava26. No
se puede decir que en aquella circunstancia el papel de
las órdenes militares fuera especialmente apreciable. De
hecho, el rey prescindió de ellas cuando, tras la inmediata
liberación del maestre y de otros ocho freires de Calatrava,
irrumpió por dos veces en la vega obteniendo éxitos
territoriales de cierta importancia, con el apoyo de algunos
vasallos de origen extranjero27. La inmediata reposición de
Muhámmad V en el trono granadino devolvió el clima de paz

26 La entrada en la vega la habían comandado en esta ocasión el maestre de Calatrava,


Diego García de Padilla, el adelantado mayor de la Frontera, Enrique Enríquez, el caudillo del
obispado de Jaén, Men Rodríguez de Biedma, y otros caballeros que, junto con ellos, actuaban
de fronteros en el obispado. La moral de los participantes no era elevada porque el rey les había
privado injustamente de cuantos cautivos moros habían hecho en la campaña inmediatamente
anterior; además, non avía buenas señales para entrar en aquella cavalgada do iban: ca en
aquella tierra las gentes de guerra guíanse mucho por tales señales, magüer es grand pecado. Lo
cierto es que el desarrollo de los acontecimentos no se ajustaron a un plan prudente y ordenado,
y en ello pudo caber especial responsabilidad al maestre de Calatrava (MARTÍN, 1991, págs. 265-
267 y 268).
27 MARTÍN, 1991, págs. 268-270 y 272-275. Sobre la prisión e inmediata liberación del
maestre y los otros freires calatravos capturados por el Rey Bermejo, véase RADES, 1572, fol. 57v.

40
a la frontera firmándose sucesivas treguas en las que en
su calidad de adelantado mayor de la misma intervino en
más de una ocasión el maestre de Calatrava, Pedro Muñiz28.

Conclusión: las guerras de Granada

En el siglo XV comienza a tomar forma el convencimiento


de que el emirato de Granada podía y debía ser definitivamente
destruido. En cierto modo el espíritu cruzadista volvió a
imponerse aunque, eso sí, de la mano de actitudes caballerescas
en buena medida ajenas a los ideales que en el siglo XII y XIII
habían alimentado la guerra santa. El reconocimiento del valor
y la inmortalidad de la fama se abrían paso en el horizonte
de las nuevas escalas de valores. A ello había que añadir
incentivos provenientes de la legitimación eclesiástica. Desde
los días del papa Martín V (1417-1430) se estipulaban tasas fijas
para quienes quisieran obtener indulgencias, es decir, lucrarlas
entraba en las cómodas vías del automatismo al tiempo que
sus administradores, los propios poderes políticos, alcanzaban
márgenes seguros de beneficio29. Y por si ello fuera poco,
esos poderes, acaparadores de éstas y otras rentabilidades
cruzadistas, comenzaban a cimentar su base ideológica en
primitivas fórmulas cercanas al absolutismo: la fe, desde
siempre vehículo de afirmación política, lo es ahora de un poder

28 En agosto de 1379 el maestre firmaba en nombre de Juan I de Castilla paces por


cuatro años con los reyes de Granada, Fez y Tremecén, comprometiéndose a devolver al
emir nazarí cuantos cautivos y ganados hubieran sido capturados por cristianos en los
pasados años de tregua (VEAS, 1990, págs. 13-15); el mismo maestre renovaría las paces
por otros cuatro años en octubre de 1382 (Ibid., págs. 163-164 y 167-168).
29 Los ocho ducados establecidos como tarifa por Martín V resultaban una
cantidad excesiva que excluía de las indulgencias a cuantiosos sectores sociales. Por
eso, los papas sucesivos fueron «democratizando» la tasa reduciéndola a cinco florines
durante el pontificado de Eugenio IV (1431-1447) y a tres durante el de Nicolás V (1447-1455):
GOÑI, 1958, pág. 342.

41
La Orden de Calatrava en la Edad Media

religiosamente excluyente que ya no contempla


necesariamente la existencia de vasallos ajenos a una estricta
ortodoxia cristiana.
En este nuevo escenario, el de las «guerras de Granada» –
porque hubo al menos tres iniciativas previas a la ofensiva de los
Reyes Católicos-, las órdenes militares, y con ellas la de Calatrava,
volverán a asumir un protagonismo que desde luego distará del
desempeñado en las épocas de Fernando III o Alfonso XI.
La campaña de Setenil de 1407 fue la primera de las
desplegadas por el infante Fernando de Antequera en que
intervinieron freires calatravos. Fue la respuesta del gobierno
de Castilla a la ruptura de hostilidades por parte del emir
Muhámmad VII (1392-1408) y a la humillante derrota sufrida
en el otoño de 1406 en Los Collejares, pero tampoco fue una
campaña afortunada. Al maestre de Calatrava le cupo la
responsabilidad de llevar a cabo una razia de distracción en
la vega de Granada, mientras el infante intentaba con otros
efectivos de órdenes militares el infructuoso asedio a Setenil.
En la operación utilizó 400 caballeros y el apoyo de las milicias
concejiles de Córdoba y Jaén (RADES, 1572, fol. 68v).
La segunda y decisiva gran campaña protagonizada
por Fernando de Antequera fue precisamente la que culminó
con la conquista de esta plaza en septiembre de 1410. Como
en Setenil, donde había portado la espada de san Fernando,
en esta ocasión el infante quiso hacer presente la tradición
cruzadista castellana y ordenó traer de León el histórico pendón
de Las Navas custodiado en la colegiata de San Isidoro. Sin
embargo, y aunque santiaguistas y alcantarinos participaron
de manera muy activa en el desarrollo de las operaciones
(AYALA, 2003, pág. 473), no tenemos noticias, en cambio, de los
calatravos, que en torno a aquellas fechas sufrían las funestas
consecuencias de un cisma (SOLANO, 1978, págs. 66-67).

42
Los calatravos sí estuvieron, en cambio,
inequívocamente presentes en la famosa batalla de La
Higueruela de 1431. El gobierno de Juan II, en manos en ese
momento de Álvaro de Luna, explotó la vena cruzadista
para apuntalar un régimen que teóricamente al menos
aspiraba al absolutismo. El papado se había involucrado
en la campaña, y Eugenio IV celebró la victoria como si
la caída de Granada fuera cuestión de semanas (GOÑI,
1958, págs. 342-344). La propaganda de Álvaro de Luna fue
ciertamente efectiva, e incluso más de un siglo después el
triunfo era inmortalizado en los frescos que adornan hasta
el día de hoy la Sala de las Batallas del monasterio de El
Escorial. Lo cierto es que en esta afortunada circunstancia la
intervención de los calatravos dirigidos por su maestre, Luis
González de Guzmán, nos es descrita por Rades con todas
los elementos propios de una importante contribución
militar de inequívoco carácter cruzado. Parece que se puso
en movimiento con una hueste integrada por 160 caballeros
de la orden y otros vasallos de su jurisdicción procedentes
del Campo de Calatrava y de los señoríos jiennenses
de Martos y Porcuna. En esta última localidad hizo el
correspondiente alarde en el que pudieron contabilizarse
finalmente 800 caballeros y 1000 peones. Tras la bendición
de su pendón, con toda seguridad en la iglesia prioral de
San Benito, el contingente calatravo se unió a la hueste real,
siendo situado su maestre al frente de una las batallas en
que quedó dividido el conjunto del ejército cristiano (RADES,
1572, fols. 68v-69r).
El reinado de Enrique IV se abre con perspectivas
conquistadoras que, a tenor de los preparativos
organizados, la financiación conseguida y la legitimación
pontificia desplegada, bien pudieron ser interpretadas en su

43
La Orden de Calatrava en la Edad Media

momento como el principio del fin del emirato granadino. La


grandilocuencia cruzadista empleada por la propaganda
oficial, en un contexto de eventual amenaza mediterránea tras
la caída de Constantinopla en poder de los turcos, convenció
prácticamente a todos en aquel año de 1455 en que se gestaba
la ofensiva, generosamente bendecida por el papa Calixto
III (GOÑI, 1958, págs. 146-147; AYALA, 2003, págs. 477-479). Todo
contribuyó a movilizar un sustancioso ejército solo justificado
para una ofensiva generalizada que realmente no llegó a
producirse. Hubo, en cambio, un conjunto de operaciones
de depredación a lo largo de cuatro años, que generaron
frustración y acabaron volviéndose propagandísticamente
contra el rey. En cualquier caso, fue la de Calatrava la que
alcanzó mayor protagonismo entre las órdenes militares.
Parece que el papel de su maestre, Pedro Girón, fue decisivo
en la planificación inicial de la ofensiva y en las sucesivas
campañas en que se convirtió la cruzada enriqueña (SOLANO,
1978, págs. 95-96; AYALA, 2003, pág. 478).
La guerra de Granada definitiva, la que realmente ha
pasado a la historia con este nombre, es la llevada a cabo por
los Reyes Católicos como inevitable corolario a la estructura
proto-estatal que crearon y que quería fundamentar su
fuerza cohesionadora en la confesionalidad católica de una
monarquía unitaria; en ella no había sitio para un emirato
islámico por muy vasallo que se reconociese. Pues bien, en
esta ocasión la presencia de las órdenes militares, cuyos
maestrazgos estaban a punto de ser absorbidos por la
corona, resultaría algo más que testimonial: al reforzamiento
ideológico que supondría su protagonismo en la última
cruzada granadina, se uniría, ahora sí, una significativa
proyección militar; de hecho, estamos ante la última gran
empresa bélica de los freires hispánicos. Bien es verdad que la

44
orden de Santiago y su maestre Alonso de Cárdenas fueron
los grandes protagonistas, pero ya desde el comienzo de las
hostilidades en 1482 el maestre calatravo Rodrigo Téllez Girón
fue el responsable del sector jiennese de la frontera, aunque
en realidad no tuvo tiempo de desempeñar esa función
porque antes de incorporarse a ella falleció en un infructuoso
sitio a la ciudad de Loja, herido por dos saetas (RADES, 1572,
fols. 80v- 81r). Su sucesor, el último maestre García López de
Padilla, acudió inmediatamente a la frontera, pero por razones
de edad no protagonizó muchos combates, siendo sus
hombres habitualmente liderados por el comendador mayor.
Sería prolijo narrar todas las operaciones en que, a lo largo
de la guerra, los calatravos tuvieron especial relieve, pero las
cifras que podemos manejar son elocuentes. Centrándonos
en el decisivo año de las campañas malagueñas de 1487,
sabemos que la orden movilizó 550 lanzas y 1.000 peones,
aproximadamente la mitad de efectivos que puso en
movimiento el maestre santiaguista. En cualquier caso, una
cifra significativa dentro del porcentaje total que corresponde
al conjunto de las órdenes en la hueste movilizada por los
reyes: el 21 por ciento del total de caballeros operativos en la
ofensiva y el 8 por ciento de los peones (LADERO, 1993, págs.
680-685; AYALA, 2007, pág. 297).

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La Orden de Calatrava en la Edad Media

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VIGUERA MOLÍNS, Ma J. (1997): «Historia política», En Historia de


España Menéndez Pidal, VIII-2: El retroceso territorial de al-
Andalus. Almorávides y almohades. Siglos XI al XIII. Madrid,
Espasa-Calpe.

YÁÑEZ, Fr. M. D. OCSO, «Orígenes de la Orden de Calatrava»,


Cistercium, 10 (1958): pp. 275-288.

54
LA HISTORIA DE LA ORDEN MILITAR DE CALATRAVA EN
ALCAUDETE Y LA FORMA DE VIDA DE SUS FREIRES A
FINES DE LA EDAD MEDIA
Francisco Ruiz Gómez
Universidad de Castilla-La Mancha

RESUMEN
El señorío calatravo de Alcaudete (1246-1370). 2) Las órdenes
militares en la Edad Media: 2.a) La fundación de la Orden de
Calatrava. 2.b) La organización interna de la Orden de Calatrava.
3) Ideología y forma de vida de los freires calatravos al final de
la Edad Media: 3.a) Profesión y vida religiosa de los freires.

SUMMARY
The Manor of Calatrava in Alcaudete (1246-1370). 2) The Military
Orders in the Middle Ages: 2.a) The foundation of the Order of
Calatrava. 2.b) The internal organization of the Order of Calatrava.
3) Ideology and way of life of the Calatrava freires at he end of
the Middle Ages: 3.1) Profession and religious life of the freires.

Fundada el año 1158, la Orden de Calatrava tuvo como


cabecera inicial la villa y arce de Calatrava, conocida hoy como
Calatrava la Vieja, en el término municipal de Carrión de Calatrava,
provincia de Ciudad Real, y extendió su dominio territorial, en
principio, por la mayor parte del Campo de Calatrava. Tras la

30 Sobre estos dos enclaves calatravos emblemáticos existe una amplísima


bibliografía que no es necesario citar en este momento. Para una primera
aproximación a este importante legado patrimonial recomiendo, sin embargo,
consultar las fotogrametrías realizadas por el Center for Virtualization and Applied
Spatial Technologies (CVAST) de la University of South Florida en: https://sketchfab.com/
models/879b6cb1a0a44605a6fa15d19c6804eb
31 Vid. El capítulo “Isabel II y la desamortización del patrimonio de las órdenes
militares” pp. 685-689 de la Tesis Doctoral de Diego Valor Bravo, titulada Los Infantes-
Comendadores. modelo de gestión del patrimonio de las órdenes militares. Leída en la

55
La Orden de Calatrava en la Edad Media

victoria de las Navas de Tolosa, y la expulsión de los almohades


del territorio peninsular, la Orden de Calatrava continuó su
expansión por las tierras del sur de la Mancha y diversos lugares
de Andalucía. De acuerdo con esta tendencia, el año 1217 los
calatravos trasladaron su casa matriz al cerro convento de
Calatrava la Nueva30, situado algo más al sur y en contacto con
las rutas que desde el interior de la meseta se dirigían hacia
Andalucía por el paso del Muradal. El castillo de Calatrava se
convirtió desde entonces en imagen y representación de la
orden y, aunque sus maestres trasladaron pronto su residencia
oficial a la cercana villa de Almagro, continuó siendo la cabecera
por la supresión definitiva de la orden en 1835, en el contexto de
las políticas desamortizadoras decimonónicas31.

1. El señorío calatravo de Alcaudete (1246-1370)

La presencia calatrava en Alcaudete ya fue


documentada por E. Rodríguez-Picavea en 1991 (RODRÍGUEZ-
PICAVEA, 1994a, pp. 157-179)32. Las primeras noticias se
remontan a 1246, en tiempo del maestre Fernando Ordóñez,
y aparecen relacionadas con la conquista de Jaén (febrero
de 1246), de la que son un resultado directo, y son previas
a la toma de Sevilla (1248). Ambos acontecimientos, como
es bien sabido, permitieron el establecimiento del dominio
cristiano sobre la Andalucía Bética a partir de mediados del
siglo XIII. Coincidió este hecho con un momento expansivo
de la monarquía castellana que encomendó a la nobleza y
también a las órdenes militares el control y defensa de la

Universidad Rey Juan Carlos de Madrid en junio de 2013, Inédita. Puede consultarse en línea
en https://eciencia.urjc.es/handle/10115/12130
32 Incluye un apéndice documental con diez documentos, referidos todos a la
presencia calatrava en la villa.

56
nueva frontera. A este fin, tanto Fernando III como su sucesor
Alfonso X favorecieron que la Orden de Calatrava dispusiera
de un amplio señorío de frontera articulado en diferentes
redes de nuevas encomiendas como la que comprendía
Porcuna, Martos, Castillo de Locubín y Alcaudete. La Orden de
Calatrava tuvo más adelante otras muchas encomiendas
en Andalucía, la más importante fue la de Osuna, a donde
se pensó trasladar la cabecera en tiempos de Alfonso XI,
aunque finalmente se abandonó esta idea (CASTILLO y
CASTILLO, 2003, pp.181-231).
El establecimiento del dominio calatravo sobre la
villa de Alcaudete fue, por lo tanto, una manifestación
más del despliegue de esta orden por Andalucía. En
la villa se creó una encomienda que se articuló en
torno al castillo y una serie de bienes y rentas que
estuvieron sometidos a cambios durante todo el siglo
XIII, debido a la proximidad de la frontera granadina y
las tensiones con la población mudéjar mayoritaria
en este territorio (CASTILLO y ZAFRA, 1994, pp. 183- 194).
La tendencia expansiva de la monarquía castellana,
dirigida ahora hacia las tierras de la Baja Andalucía, se
interrumpió a fines del siglo XIII y principios del XIV a causa
de las crisis políticas que se sucedieron entre los últimos
años del reinado de Alfonso X (1276) y el final de la minoría
de Alfonso XI (1327), coincidiendo también con la presencia
meriní en la península (1275-1340). La Orden de Calatrava no
fue ajena a este estado de crisis de la monarquía y división
interna de la corte. El maestrazgo de Garcí López de Padilla
(1296-1329) coincidió con la minoridad y reinado de Fernando
IV (1295-1312) por lo que se vio directamente afectado por
los conflictos de la época (GONZÁLEZ, 2008). Una parte de
la orden se negó a obedecer al maestre desde el mismo

57
La Orden de Calatrava en la Edad Media

momento de su primera elección en 1296 y, a lo largo de los


diecisiete años que duró su maestrazgo, tuvo que enfrentarse
hasta a tres antimaestres sucesivamente, alguno de los
cuales consiguió arrebatarle el poder efectivo dentro de la
orden en varias ocasiones. Una de estas etapas de pérdida
del poder sucedió el año 1300, cuando el rey de Granada
Muhammad II conquistó de nuevo Alcaudete y la Orden de
Calatrava perdió el señorío de la villa (AYALA, 1999a). En 1312
Fernando IV recuperó la plaza, pero no restituyó el señorío
calatravo del lugar, sino que la mantuvo en el realengo y
solo restableció los derechos eclesiásticos de la orden sobre
la parroquia. Se dijo que el maestre había desabastecido
el castillo durante el período previo a la conquista islámica,
por lo que no estaba preparado para defender la villa del
asalto granadino. Es posible que todo esto fuera cierto, pero
hay que tener en cuenta que estas acusaciones se hicieron
después de la recuperación de Alcaudete por las tropas
castellanas en 1312. Por aquellos mismos años tuvo lugar la
supresión del Temple, acompañada de una campaña de
desprestigio y difamación impulsada principalmente por el
rey de Francia, mientras que por toda Europa se difundían
acusaciones en contra de las órdenes militares en general
por la pérdida de Tierra Santa en 1291, alegando que la derrota
se había producido por motivos similares (BARBER, 2009).
Reducido, pues, el señorío calatravo en Alcaudete
al ejercicio de sus derechos eclesiásticos a partir de la
reconquista castellana de 1312, tenemos que avanzar hasta
el reinado de Pedro I, en 1350, para asistir a un último intento
fallido de recuperación de la villa por parte del maestre
rebelde, por entonces, Juan Núñez de Prado. Aunque Pedro
I hizo creer al maestre que le entregaría la villa si le servía
con fidelidad, en realidad solo intentaba atraerse a su

58
bando a este intrigante personaje (DÍAZ, 1995, pp. 35 y ss.;
RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2009), por lo que necesitó muy poco
tiempo para incumplir su promesa, deshacerse de él y
entregar el maestrazgo a Diego García de Padilla (hermano
de su amante María de Padilla). El maestre Juan Núñez fue
depuesto en 1354, y murió ejecutado en prisión por orden
del rey al año siguiente. No fue mejor la suerte que corrió
su sucesor Diego García de Padilla, quien también cayó
en desgracia por haber mantenido tratos secretos con el
príncipe rebelde don Enrique y por no acudir en auxilio del
rey Pedro I durante la batalla de Nájera (1367), por lo que
igualmente fue depuesto y apresado, muriendo en prisión en
1368. Conviene recordar que su hermana, María de Padilla,
que había sido su principal valedora en la corte, ya había
muerto de peste en 1361 (DÍAZ, 1978; RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2015).
El triunfo de Enrique II en 1369, y el desarrollo de una
política de recompensa a todos los que habían apoyado
su causa durante la guerra civil, conocida como mercedes
enriqueñas, supuso la inclusión de Alcaudete en el señorío de
la casa de Montemayor en 137033 y la pérdida de los derechos
eclesiásticos de la Orden de Calatrava sobre la villa a partir
de 1378. La casa de Montemayor era una familia nobiliaria
cordobesa muy relacionada con la rama de los Fernández
de Córdoba señores de Baena y Cabra34, y terminaría
constituyendo el condado de Alcaudete en 152935. El condado

33 Enrique II concedió el señorío de la villa de Alcaudete a Alonso Fernández de


Montemayor en 1370, como consta por diversos documentos citados por RODRÍGUEZ-
PICAVEA , 2014, p. 234, nota 719.
34 Vid. Doc. De fecha 1452, junio 10. Escritura de confederación nobiliaria establecida
entre Diego Fernández de Córdoba García Carrillo, I señor de Baena, y Martín Alonso de
Montemayor, señor de Montemayor, y su hijo Alonso Fernández de Montemayor. Archivo
Histórico de la Nobleza. BAENA, C.346, D.229. Sobre los señores de Montemayor y sus
relaciones con los Fernández de Córdoba vid. QUINTANILLA RASO, 1979, págs. 159-165.
35 La genealogía del linaje de los Montemayor y la constitución del condado de
Alcaudete puede verse en XIMENES PATÓN, Bartolomé, 1628, págs. 179 vo a 182 ro.

59
La Orden de Calatrava en la Edad Media

de Alcaudete pasó en 1664, por matrimonio, a los Álvarez de


Toledo, titulares del condado de Oropesa, y a fines del siglo XVIII
se integró en el ducado de Frías, en cuyo archivo se conservan
los principales documentos de esta casa en época moderna
(LEÓN y PEÑA, 1973). La Orden de Calatrava, por su parte, tras la
pérdida de sus derechos señoriales sobre la villa de Alcaudete
y su parroquia, constituyó una encomienda llamada de Fuente
del Moral sobre los bienes residuales que todavía conservaba
en este lugar, derechos que tenía arrendados a terceros desde
finales del siglo XV (RODRÍGUEZ- PICAVEA, 2014, pp. 234-235).
Para comprender el final del señorío calatravo en
Alcaudete, no obstante lo dicho, tenemos que referirnos al
maestre de la orden durante los trágicos acontecimientos
de Montiel en 1369, Martín López de Córdoba. Este maestre
fue privado del rey don Pedro (LÓPEZ DE AYALA, 1953, p. 542),
desempeñando funciones muy importantes y comprometidas
en la corte. Actuó en varias ocasiones como embajador, ante
el rey de Portugal, Pedro I, y también ante la corte inglesa y más
en concreto ante Eduardo Príncipe de Gales, conocido como
Príncipe Negro (LÓPEZ DE AYALA, 1953, p. 549, nota 1). De hecho
participó en las negociaciones con este último en Bayona,
antes de la batalla de Nájera (1367), que fueron determinantes
para conseguir la ayuda militar inglesa y se acordó, entre
otras cosas, dejar como rehenes a las hijas del rey (Beatriz,
Constanza e Isabel) y a la propia mujer del maestre como
garan1tía del pago de las cantidades acordadas (LÓPEZ DE
AYALA, 1953, p. 549, nota 2). En la crónica del canciller Ayala
se dice más adelante que en aquellas negociaciones el
36 La figura de Martín López de Córdoba está profusamente documentada por la
Crónica del rey don Pedro del canciller Ayala, como se verá más adelante, así como por
las crónicas de Calatrava y Alcántara de Rades y Andrada, y la de la Orden de Alcántara
de Torres Tapia. Además ha sido objeto de diversos estudios monográficos por parte de la
historiografía más reciente, entre los que podemos destacar los siguientes: DIAZ MARTIN,
(1976); MOLINA (1978); CABRERA (2001).

60
Príncipe de Gales manifestó a don Martín su preocupación
por la extremada crueldad del monarca y se habló de un
posible reparto de la gobernación del reino entre ellos. Es
probable que Pedro I tuviera conocimiento de estos planes
por alguno de sus numerosos informantes, y por tal motivo
el maestre se rescelaba del Rey. (LÓPEZ DE AYALA, 1953, p. 572)
Es posible que estas conversaciones enojaran al rey,
aunque no llegaron a provocar la ruptura inmediata con su
privado. De hecho, en el proyectado acuerdo de repartir el reino
se reservaba a Don Martín el gobierno de Andalucía, cuando en
la práctica el rey ya le había encomendado el adelantamiento
de Murcia y el gobierno de Córdoba, proporcionándole para
ello el maestrazgo de las órdenes de Alcántara y Calatrava
sucesivamente.
Don Martín era cordobés y conocía bien a la nobleza de
esta ciudad, que se había pronunciado a favor de Enrique II
durante la guerra civil. Los vecinos rebeldes estaban dirigidos
por Gonzalo Fernández de Córdoba y Alonso Fernández de
Montemayor, y mantenían la ciudad en estado de agitación. El
rey don Pedro ordenó a don Martín que apresara y ejecutara
a estos caballeros. Pero don Martín, pariente lejano de los
rebeldes, se entrevistó en secreto con ellos y les informó de
las intenciones del rey, facilitando su huida. Cuando el rey fue
informado de estos hechos, ordenó el apresamiento y muerte
de don Martín. Pero la ejecución no llegó a realizarse por la
intervención del rey de Granada, Muhammad V, a favor del
maestre (LÓPEZ DE AYALA, 1953, p. 572). Estos acontecimientos
fueron los que terminaron por romper definitivamente la
confianza entre el rey don Pedro y su antiguo privado.
Cuando se produjeron los hechos de Montiel (1369),
las huestes calatravas de don Martín no estaban junto
al rey para defenderlo, como debería haber estado, sino

61
La Orden de Calatrava en la Edad Media

que se encontraban a una cierta distancia, en Baeza, a


la expectativa de acontecimientos. Al tener noticia de la
muerte del rey, don Martín regresó a prisa hasta Carmona,
donde se apoderó del tesoro real y se hizo cargo de la
custodia de los hijos varones del rey (Sancho, Fernando y
Diego) que podían constituir unos valiosos rehenes para
su salvaguarda. A partir de ese momento los hechos son
confusos. Enrique II también fue a toda prisa hasta Carmona,
pero no pudo tomar la plaza ante la resistencia de don
Martín. Acto seguido, ordenó al antimaestre calatravo que
le acompañaba, Pedro Muñiz de Godoy, que pusiera sitio
al alcázar, y continuó avanzando hacia Sevilla para recibir
el juramento de fidelidad de la ciudad. Finalmente don
Martín fue vencido, depuesto del maestrazgo de Calatrava,
encarcelado y ejecutado en prisión en Sevilla poco después
(1371)37. Una de sus hijas, Leonor López de Córdoba (GONZÁLEZ
DE FAUVE, 1996; CABRERA, 2001) escribió sus memorias años
más tarde, y en ellas se queja del trato recibido por su padre,
a pesar de lo mucho que había hecho por el rey don Enrique.
La Orden de Calatrava también sufrió un cierto castigo por
haber apoyado el maestre legítimo junto con muchos de sus
caballeros al rey don Pedro, perdiendo entre otras cosas el
señorío de Alcaudete. A partir de ese momento, la presencia
de la orden en la zona tendrá como base fundamental la
encomienda de Martos. Alonso de Montemayor, al que hemos
visto como cabecilla de la sublevación cordobesa, estaba
en cambio entre los vencedores de la causa enriquista y
fue recompensado por ello con el señorío de Alcaudete, que
terminaría convirtiéndose en condado a principios del siglo
XVI, como decíamos anteriormente.

37 Es posible seguir la secuencia de estos acontecimientos en la Crónica de Ayala,


año vigésimo (1369); 1953, págs. 585-598.

62
Mapa del Partido de Martos, perteneciente a la Orden de Calatrava Comprehende el
Gobierno de su nombre y las Varas de Porcuna, Arjona y Torreximeno. Hecho de acuerdo
y a costa del Real y Supremo Consejo de las Órdenes. Por Don Tomás López, Geógrafo de
los Dominios de S. M. Real Academia de la Historia. Colección Salazar. 1785. (Obsérvese que
Alcaudete queda fuera de los límites del señorío calatravo)

63
La Orden de Calatrava en la Edad Media

2. Las órdenes militares en la Edad Media

La Orden de Calatrava repobló estas tierras, y dejó


su huella en sus pueblos: Los caballeros levantaron sus
castillos, construyeron sus iglesias y tuvieron el señorío
sobre los vecinos que cultivaban sus campos. No era una
labor fácil porque la vida en la frontera era dura. Era una
tierra de caballeros y pastores, de hidalgos y labradores
que poco a poco consiguieron superar las dificultades
naturales y hacerla más habitable. Y nosotros somos sus
descendientes.
¿Quiénes eran estos caballeros, cómo vivían o qué
ideales tenían? podemos preguntarnos al contemplar
su legado hoy en día. La historia de las órdenes militares
comienza en la Edad Media, en la época de las cruzadas,
en el siglo XII, al calor de la lucha contra el Islam y la
conquista de Tierra Santa para la cristiandad, de manera
que son las que mejor reflejan el espíritu religioso de
aquella época y el de la caballería de la Europa feudal.
Tras la conquista de Jerusalén (1099), algunos caballeros
hicieron votos de asumir la doble misión de socorrer
y defender a los peregrinos que acudían a venerar los
Santos Lugares y luchar por la defensa de la fe cristiana
contra el Islam. Aparecieron así las órdenes militares como
congregaciones para el desarrollo de una forma de vida
religiosa militante.
La orden de los Caballeros Templarios fue la primera
de estas casas fundada en Jerusalén a principios del
siglo XII con la finalidad específica de custodiar el Santo
Sepulcro y socorrer a los peregrinos que acudieran a
visitarlo. Los primeros años de vida de la orden fueron
difíciles y a punto estuvo de desaparecer por falta de

64
recursos y de vocaciones. En 1127, el maestre Hugo de
Payns vino a Europa en busca de la ayuda económica y el
respaldo espiritual necesarios para dar un nuevo impulso
a la empresa. Los cistercienses con Bernardo de Claraval
a la cabeza le dieron su apoyo, sumándose después la
Iglesia de Roma y amplios sectores de la nobleza francesa.
También por entonces se formó la Orden de los Caballeros
del Hospital de San Juan de Jerusalén, la segunda en
importancia de las grandes órdenes militares europeas,
que todavía continúa existiendo en nuestros días con
el nombre de Soberana Orden de Malta. Siempre se ha
distinguido esta corporación por su carácter asistencial y
hospitalario, por lo que algunos historiadores han puesto
en duda que sus miembros tuvieran una verdadera
vocación militar en principio (FOREY, 1992; DEMURGER,
2008).
La ideología de estos caballeros podría resumirse
en la defensa exaltada de la fe católica, el exterminio de
los infieles y la conquista de la Tierra Santa, dominada por
el islam, para crear en aquellos territorios un nuevo reino
de Dios en la tierra. Este sentimiento presenta caracteres
comunes con el Yihad, la guerra santa de los musulmanes
(ALBARRÁN, 2017). No hay ninguna prueba documental de
que exista una relación directa entre estas dos ideologías,
pero qué duda cabe que la frontera era permeable a ciertas
formas de vida religiosa y que la relación pudo ser más
estrecha en lugares como Palestina, o la propia Península
Ibérica, en donde los combatientes de ambas religiones
entraban en contacto.
San Bernardo de Claraval escribió hacia 1130 un
tratado doctrinal que lleva por título Alabanza de la nueva
milicia, en favor de los caballeros del Temple, de cuya

65
La Orden de Calatrava en la Edad Media

lectura se puede obtener un conocimiento más directo de


los ideales del movimiento (BERNARDO DE CLARAVAL, 1983).
En este texto se defiende un nuevo modelo de caballero de
Cristo al que le está permitido emplear la violencia para
conseguir sus virtuosos fines: No es que necesariamente
debamos matar a los paganos si hay otros medios para
detener sus ofensivas y reprimir su violenta opresión sobre
los fieles —cristianos-. Pero en las actuales circunstancias
es preferible su muerte. (LÓPEZ DE AYALA, 1953, III. 6. pág.
505).
Los miembros de las órdenes militares, nos dice,
son caballeros y monjes guiados por la búsqueda de la
perfección evangélica, y concluye: Yo no sé cómo habría
que llamarles, si monjes o soldados. Creo que para hablar
con propiedad, sería mejor decir que son las dos cosas,
porque saben compaginar la mansedumbre del monje
con la fortaleza del soldado. (LÓPEZ DE AYALA, 1953, V. 9.
pág. 511).
Las circunstancias históricas en las que se
desenvolvió la Península Ibérica en aquella época
favorecieron que sus tierras se abrieran a las grandes
órdenes militares europeas desde los primeros decenios
del siglo XII, que se asentaron principalmente en las tierras
de la frontera, con el propósito de oponerse como un muro
de defensa de la fe en contra del furor de los infieles 38. Las
primeras órdenes militares hispánicas surgieron entre
1158 y 1176. Sus primeros dominios territoriales se crearon
sobre la base de los antiguos distritos islámicos regidos
desde castillos como Calatrava, Uclés o Consuegra, que

38 Pro Christianis fidei defensiones murum et clipeum constanter oponere.


Archivo Histórico Nacional. Calatrava. Lib. 1.341 c bis. Fol. 22. Doc. De fecha 1174, marzo, 1.
Toledo.

66
se convirtieron en cabeceras de las órdenes y lugar de
residencia de sus principales jerarquías. Su creación fue
relativamente rápida pues, en tan solo veinte años, se
crearon las Órdenes de Calatrava (1158), Santiago (1170),
Montjoy (1173) en Aragón, San Julián del Pereiro (1176) que
más tarde sería conocida como Orden de Alcántara, en
el reino de León, y la Orden de los caballeros de Évora
(1176) llamada posteriormente de Avís, en Portugal (AYALA,
2003; RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008). Las órdenes militares
peninsulares tuvieron desde el principio una vocación
militar clara pues estaban imbuidas del ideal de cruzada,
como queda de manifiesto en las primeras reglas, bulas
y demás documentos fundacionales conservados. Sus
huestes acompañaron al rey en las principales campañas
y recibieron importantes privilegios por ello, gozando del
patronato real y otros derechos habitualmente reservados
a la corona (O’CALLAGHAN, 1975; LOMAX, 1965)

a) La fundación de la Orden de Calatrava

Las ruinas de la antigua ciudad hispanomusulmana


de Calatrava se conservan todavía junto al Guadiana
en el término de Carrión, provincia de Ciudad Real. Fue
conquistada por Alfonso VII el año 1147. Ese mismo año el
rey le concedió un fuero y su mezquita fue consagrada
como iglesia parroquial y cabeza de un arcedianazgo,
perteneciente al arzobispado de Toledo. La primera
intención del monarca fue encomendar la defensa
de su alcazaba a la Orden del Temple. Sin embargo,
los templarios renunciaron en 1158, por lo que el nuevo
monarca Sancho III, ese mismo año, hizo entrega de la villa

67
La Orden de Calatrava en la Edad Media

a Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, y


a su compañero Diego Velázquez para que, con la ayuda
del arzobispado de Toledo, se ocuparan de la repoblación
del lugar y llevaran a cabo la fundación de la Orden Militar
de Calatrava, la primera de las órdenes hispánicas que
tuvo desde el principio muchos elementos comunes con
el Temple. El relato de estos acontecimientos se contiene
en la crónica del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez
de Rada (RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA, 1987), conocido
como el Toledano, y ha suscitado algunas dudas entre
los historiadores de nuestros días (VANN, 1988; AYALA,
2016), por lo que podríamos considerar que se trata de
una narración alegórica en la que se pretende subrayar
por igual el componente hispánico de la iniciativa y las
semejanzas con la fundación del Temple.
En principio la orden fue dirigida por San Raimundo con
el título de abad, pero después de algunos desencuentros, los
caballeros eligieron al primer maestre de hecho, don Martín,
para acentuar el espíritu militar de la orden, mientras que los
clérigos, en adelante, quedaron en una posición secundaria,
sometidos a la autoridad del maestre y otras dignidades
de la orden. A pesar de todo, la Orden de Calatrava tuvo
siempre una vinculación con la Orden del Císter, que aprobó
su regla y recibía a sus miembros ut vere fratres. Siguiendo el
sistema de filiaciones propio de los cistercienses, Calatrava
era una casa filial de la abadía de Morimond, cuyo abad, a
su vez, delegó habitualmente el derecho de visita en el abad
del monasterio de San Pedro de Gumiel de Hizán, situado en
tierras burgalesas (CIUDAD, 2013).
En 1164, seis años después de su fundación, el Capítulo
General cisterciense aprobó la primera regla y forma de
vida de la Orden de Calatrava. Por la misma se impone

68
a los freiles una serie de normas sobre el vestido, vida en
común, ayuno y obediencia, similares a las de los monjes
cistercienses, aunque adaptadas a la vida militar propia
del instituto. Unos días más tarde, el Papa Alejandro III
promulgó la Bula por la que aprobaba la existencia de la
nueva orden, la acogía bajo su protección y concedía a sus
miembros la exención de diezmos y primicias, así como el
señorío sobre el lugar de Calatrava y su tierra 39.
Los derechos decimales y la provisión de clérigos
para las iglesias de la orden provocarían conflictos, en
el futuro, con los obispados donde se encontraban sus
tierras. Los cistercienses tenían reconocido el privilegio
de exención diocesana, por lo que los calatravos pudieron
alegar este derecho en el momento de negociar las
concordias para conseguir un reparto más favorable de
las rentas, acordándose de forma general una división
por tercias: pontifical, parroquial y conventual o de la
orden (O’CALLAGHAN, 1971; TORRES, 1996). La Orden de
Calatrava tenía un importante patrimonio distribuido
entre los Partidos de Calatrava, Zorita y Andalucía. En
Aragón tenía la encomienda de Alcañíz, que gozaba
de gran autonomía y además contó con órdenes
filiales en los otros reinos peninsulares, como la Orden
de Montjoy, en la corona de Aragón, la de San Julián
del Pereiro o de Alcántara, en el de León, y la de Évora,
más tarde Avís, en Portugal (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1994b).
En el plano militar, la orden disponía de una red de
castillos desde los cuales intentó organizar el espacio
y encuadrar a la población (AYALA, 1993; RUIZ, 2003). El
castillo de Calatrava era la casa central a donde acudían

39 Pueden consultarse estos conocidos documentos en ORTEGA Y COTES, 1761,


docs. Anno MCLXIV, scriptura IV, y Anno MCLIV, scriptura I, pp. 3-6.

69
La Orden de Calatrava en la Edad Media

periódicamente los caballeros para practicar la vida


conventual, además de otras actividades propiamente
militares. Repartidos por todos los territorios que formaban
su dominio había otros muchos castillos, como el de
Alcaudete, que se entregaban en encomienda a diferentes
caballeros de la orden, llamados comendadores por tener
dicha casa en encomienda. Sus dependencias contaban por
lo general con una capilla, un claustro y varias celdas para
los freires, como ocurría también en algunos ribats islámicos
(FEUCHTER, 2008).
El poder y la riqueza acumulados por la orden hicieron
que muy pronto se desarrollara la vida caballeresca entre
sus miembros, que tendieron a residir en la corte y usar trajes
lujosos como los Ricos- hombres del reino. Muchos caballeros
tomaban los hábitos como una forma de ennoblecimiento y
promoción social y esperaban recibir de la orden bienes y
rentas (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2007).

b) La organización interna de la Orden de Calatrava

La orden estaba integrada por dos tipos de miembros:


los caballeros o milites, que tenían la misión de defender
los territorios cristianos y el gobierno y administración
de los bienes de la orden. En segundo lugar estaban los
clérigos, también llamados capellanes, freiles clérigos,
o freiles conventuales, que se ocupaban de los oficios
religiosos y demás funciones canónicas, así como de los
asuntos espirituales de la comunidad en general. Desde
principios del siglo XIII se constituyó una rama femenina de
la orden integrada por monjas bernardas, denominadas
también comendadoras de Calatrava. Se asentaron en

70
principio en el monasterio de San Salvador de Pinilla, y
también hubo conventos femeninos en Almagro, Toledo
y Burgos (SÁNCHEZ, 1997; DAZA, 2002). Eran damas nobles,
hijas o viudas de caballeros en su mayoría. En el siglo XVII
se trasladaron a Madrid, donde tuvieron un convento y
una iglesia en la calle de Alcalá, hasta su exclaustración
en el s. XIX, magníficamente conservado y recientemente
restaurado hoy.
El gobierno y dirección de la orden correspondía
al maestre, que tenía a su cargo la dirección de los
asuntos espirituales y temporales (URRA, 1851; AYALA,
2000). Era elegido por la comunidad de freiles reunidos
en capítulo general inmediatamente después de la
muerte del maestre anterior, siguiendo la voluntad de la
maior et sanior pars de los comendadores y caballeros
electores, aunque fueron frecuentes las presiones de los
reyes y grandes casas nobiliarias. Antes de la elección
se celebraba una misa del Espíritu Santo para iluminar
a los electores. Después se procedía a la votación, y el
comendador mayor proclamaba al elegido. El nuevo
maestre hacía homenaje al rey en primer lugar y después
recibía el homenaje de los otros caballeros de la orden.
Luego debía solicitar su ratificación por el abad de
Morimond. Las obligaciones y funciones del Maestre eran
muy variadas. En primer lugar era un jefe militar, dirigía a
los caballeros en la guerra y se ocupaba de los castillos.
Como vasallo del rey era un cortesano y prestaba auxilium
et consilium. También debía ocuparse del gobierno
interno de la orden, nombraba a los oficiales, recibía a
los nuevos freiles, mantenía la disciplina y vigilaba la
correcta administración de los bienes y rentas de la
orden. En principio el maestre debía vivir en comunidad

71
La Orden de Calatrava en la Edad Media

con el resto de los caballeros, vestir el mismo hábito y


comer en el refectorio la misma comida que los demás
freires. Pero con el tiempo el maestre se convirtió en
uno de los caballeros más importantes del reino, por
lo que solía residir a menudo en la corte y llevar trajes
lujosos. Desde fines del XIII se creó la mesa maestral
que comprendía más o menos la mitad de los bienes de
la orden, para atender los gastos del maestre (DANVILA,
1888).
A lo largo de la historia de la orden se conoce la
existencia de 30 maestres (CIUDAD, 2003). El primero fue
san Raimundo de Fitero (OLCOZ, 2002), su fundador, un
monje cisterciense con vocación de abad. Algunos fueron
verdaderos caballeros cruzados deseosos de luchar
contra los musulmanes, como Ruy Díaz de Yanguas, que
murió en la batalla de Las Navas de Tolosa. Otros fueron
grandes señores como Luis González de Guzmán, o
Enrique de Villena (CÁTEDRA; 1981). Muy a menudo se vieron
envueltos en las luchas nobiliarias de la época, y algunos
hubo que fueron verdaderos asesinos sin escrúpulos
deseosos de conquistar poder y riqueza, como Pedro
Girón (RODRÍGUEZ- PICAVEA, 2005; CIUDAD, 2000). El último
maestre fue don García López de Padilla, y a su muerte
los Reyes Católicos, escarmentados de tanta indisciplina,
decidieron incorporar a la corona la administración del
maestrazgo de Calatrava en 1487 (AYALA, 1997, 2017).
La segunda institución en importancia dentro de
la orden era el capítulo general, que era un órgano de
gobierno colegiado, presidido por el maestre e integrado
por todas las dignidades, el maestre e integrado por todas
las dignidades, comendadores, caballeros y clérigos
en general. Era sin duda una de las instituciones más

72
importantes de la orden junto al maestre. En principio, todos
los asuntos comunes de cierto interés debían ser tratados
a diario en una reunión o capítulo a la que asistían todos los
caballeros y clérigos de la orden presentes en el convento
bajo la presidencia del maestre. Con el tiempo se acordó
que se convocaran tres capítulos generales al año, para
que pudieran asistir los caballeros que se encontraran en
sus respectivas encomiendas, situadas a veces en lugares
muy alejados de la casa central. Continuando con los
órganos personales de gobierno, había junto al maestre
otras cinco dignidades mayores para el gobierno
interno de la orden que eran: El comendador mayor, a
modo de lugarteniente del maestre. Era el encargado
de organizar la elección del nuevo maestre y, muy a
menudo, fue elegido él mismo como sucesor. El clavero,
era el encargado de la custodia de las llaves del Castillo
convento de Calatrava (CIUDAD, 2010). Las dignidades
de Prior y Sacristán (CIUDAD, 2003) eran desempeñadas
por clérigos. El primero se ocupaba de los asuntos
espirituales de los caballeros y era el superior de todos
los capellanes de la orden. El Sacristán estaba encargado
de la custodia de los vasos sagrados, vestimentas, libros
litúrgicos y demás objetos propios del altar. Disponía de
una serie de bienes y rentas denominadas de sacristanía.
Por último estaba el obrero, una especie de sacristán
caballero, no clérigo, encargado de llevar a cabo las
obras y reparaciones necesarias para mantener en buen
estado los edificios pertenecientes a la orden.
Por debajo estaban los comendadores
(AYALA, 1999b), también llamados preceptores en
el siglo XV, que se ocupaban del gobierno de las
encomiendas que la orden tenía repartidas por todo el reino.

73
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Las encomiendas aparecen mencionadas en los documentos


de fines del siglo XII, aunque la constitución de una red
estructurada de encomiendas no aparece documentada
hasta la segunda mitad del siglo XIII (RUIZ, 2004). Se trataba de
un beneficio que comprendía una casa o un castillo, una villa y
determinados bienes y tierras además de las rentas derivadas
de los derechos sobre tierras y gentes de su señorío. En total se
conoce la existencia de 129 encomiendas calatravas repartidas
por todos los reinos peninsulares, exceptuando Portugal,
aunque preferentemente se concentraban en el Campo de
Calatrava y en Andalucía.
Cuando el comendador recibía una encomienda se
hacía un inventario de los bienes y rentas que la componían
y su estado, que debían presentar a los visitadores cuando
fuera requerido. Pero los comendadores solían actuar con
negligencia en la custodia de los bienes de la orden. Aunque
estaban sometidos al juicio de residencia, se ausentaban
a menudo de sus encomiendas desatendiendo sus
obligaciones. Los visitadores, instituidos en el XIV, estaban
encargados de vigilar el cumplimiento de los estatutos por
parte de los comendadores, y de revisar el estado de los
edificios, ordenando las reparaciones necesarias, aunque
no siempre se les obedecía.

74
3. Ideología y forma de vida de los freires calatravos al final
de la Edad Media

Los miembros de la orden se denominaban freires 40,


un galicismo que aludía al vínculo de hermandad que
existía entre todos ellos, y accedían a esta condición
mediante una ceremonia solemne llamada profesión o
toma de hábito. Originariamente cualquier persona, clérigo
o laico, excepto los siervos, podía ingresar en la orden,
pero desde finales del siglo XIII solo se admitía a personas
de origen noble, hijos de matrimonio legítimo, que fueran
caballeros o escuderos. Con los Reyes Católicos se impuso
también la exigencia de limpieza de sangre y se negó el
acceso a herejes, banqueros, mercaderes y trabajadores
de oficios manuales. Los nuevos caballeros, a imitación de
los monjes cistercienses, realizaban en el momento de la
profesión en la orden un triple juramento ante el maestre
de: obediencia, pobreza y castidad; aunque es bien
sabido que estos votos empezaron a relajarse al final de
la Edad Media. No conocemos con exactitud el número de
freires calatravos durante el medievo, aunque podemos
suponer que ascendería a algo más de ciento cincuenta
caballeros a principios del siglo XIV (RUIZ, 2002) 41.
Los clérigos constituían un segundo cuerpo dentro
de la orden. Podían ser monjes cistercienses o clérigos
seculares. Su papel en la orden era también secundario pues
estaban supeditados al maestre por el voto de obediencia y
su labor, podría decirse, tenía un carácter asistencial, pues
se encargaban de la celebración de los oficios religiosos y

40 Del francés frère: hermano.


41 Archivo Histórico Nacional, Calatrava, Docs. Particulares no 171. Doc. De fecha
1302, febrero 28. Visita del abad Martín de Bithaine al Convento de Calatrava.

75
La Orden de Calatrava en la Edad Media

la administración de los sacramentos para los caballeros. Al


frente de los clérigos de la orden estaba el Prior de Calatrava,
asistido por un subprior y el clavero. El Prior de Calatrava
era el más importante, pero llegó a haber hasta 17 prioratos
formados más, uno de ellos en Martos. Se sabe que en el
siglo XV había un total de veinte clérigos en el convento de
Calatrava, tal y como se dispone en las diffiniciones de 1468,
por lo que cabe suponer que el total de clérigos en el conjunto
de la orden sería bastante superior, en torno a los cincuenta
(CIUDAD, 2014). Los freiles debían tener un conocimiento
adecuado de las escrituras y la liturgia. Para la instrucción
de los jóvenes había un maestro de gramática, y también
se disponía de una pequeña biblioteca y un archivo; aunque
el estudio y la cultura escrita no fueron nunca una de sus
principales preocupaciones (CIUDAD, 2011). Otros oficiales
clérigos eran el sacristán, ya mencionado, el enfermero y
el pitancero o cillero encargado de administrar las rentas y
bienes del convento y de su distribución entre los clérigos.
Para conocer la ideología y la forma de vida de los
caballeros calatravos al final de la Edad media vamos a comentar
el Catálogo de las obligaciones que los Comendadores,
Cavalleros, Priores, y otros religiosos de la Orden, y Cavallería de
Calatrava tienen en razón de su avito, y profession, etc. Se trata
de una pequeña obra, a modo de devocionario, publicada
en octavo, de 236 páginas, escrita por Francisco de Rades y
Andrada en 1571, para uso personal de los caballeros del hábito
de Calatrava (RADES, 1571). Es un libro poco conocido, a pesar
de estar disponible en la red, que contiene un resumen de la
regla, estatutos y definiciones de la orden, publicado para
aclarar dudas sobre su correcta interpretación especialmente
después de la supresión del maestrazgo y la incorporación de
su administración a la Corona Hispánica (1487), con la posterior

76
creación del Consejo de Órdenes (1498). A través de sus páginas
podemos saber cómo eran estos caballeros en los siglos XV y
XVI, qué tipo de prácticas religiosas realizaban y cuál era
su significado social y cultural.

a) Profesión y vida religiosa de los freires

Todas las personas que deseaban ingresar en la


orden debían conseguir con antelación una licencia para
ello y tener un padrino que les acompañara durante

77
La Orden de Calatrava en la Edad Media

el proceso de ingreso. Una vez aceptados, debían realizar


un noviciado de un año en el convento de Calatrava
(RADES, 1571, caps. 7 y 8, pp. 43-51). Finalmente, superadas
todas las pruebas, o bien habiendo recibido licencia que
les eximiera de todo esto, los novicios recibían el hábito
de la orden en la iglesia del Sacro Convento de Calatrava,
aunque también podía obtenerse licencia para recibirlo en
cualquier otra iglesia de la corte en Madrid, o en cualquier
otra ciudad del reino de importancia. Antes de la ceremonia
de profesión (RADES, 1571, cap. 10, pp. 54-56), el novicio
debía confesarse con el prior, para purificar su espíritu,
y despojarse de todas sus ropas seglares para recibir el
hábito de la orden, expresando así simbólicamente que
se disponía a entrar en esa nueva vida libre de ataduras
temporales. El novicio se presentaba acompañado de su
padrino (caballero o comendador) ante el capítulo, donde
le esperaba un comendador y un clérigo para recibirlo y
armarlo caballero. En primer lugar se hacía lectura de la
licencia otorgada previamente para poder profesar, y acto
seguido el novicio juraba que la aceptaba, la besaba y la
colocaba sobre su cabeza para expresar su comprensión
y conformidad.
A continuación se procedía a la investidura, digamos
laica: el padrino le ceñía una espada dorada, y dos
comendadores le calzaban sendas espuelas, igualmente
doradas. Después el caballero se arrodillaba para que el
comendador, sacando su espada, le diera tres golpes, uno
en la cabeza y dos en los hombros sucesivamente, diciendo:
Dios Todo Poderoso os haga buen caballero, y señor San
Benito y señor san Bernardo sean vuestros abogados, amen.
Después se pasaba a la ordenación religiosa. El
caballero se postraba completamente tumbado en el

78
suelo ante el prior que le preguntaba qué demandaba.
A lo que el caballero debía responder: la misericordia de
Dios y del maestre/rey. Después, de rodillas, escuchaba las
advertencias del prior sobre su disposición a hacer sacrificios,
ayunos, vigilias, y a actuar con humildad en todo momento,
y especialmente le recordaba la obligación de guardar
obediencia al rey y a los oficiales de la orden, incluso en contra
de su propio parecer. Una vez aceptadas estas exigencias,
se le pedía que renunciara a todos los bienes propios que
tuviera. Además debía jurar que no había profesado en
ninguna otra orden previamente, que no tenía deudas que
pudieran comprometer a la orden, y que no padecía ninguna
enfermedad incurable (como lepra o gota caduca) que le
hiciera inútil para la orden.
Por último el novicio debía hacer juramento con la
mano sobre el misal de los tres votos tradicionales de la
regla benedictina (RADES, 1571, caps. 15 al 18, pp. 62-76):
• Obediencia
• Castidad conyugal en el caso de los caballeros, y
total en el de los clérigos
• Pobreza de espíritu
El cumplimiento de estos tres votos también tendió
a atemperarse. Se buscaba la perfección dentro de la
orden, pero no estaba bien visto el ascetismo riguroso
ni el desprecio absoluto del mundo. Por ejemplo, se
permitió que los caballeros conservaran los bienes
que tuvieran antes de profesar, junto con los recibidos
en encomienda de la orden. Con respecto al voto de
castidad, es sabido que hubo muchas excepciones y
licencias, por lo que finalmente se optó por permitir
que los caballeros pudieran casarse a partir de
1540, exigiéndoles solo castidad conyugal, lo que

79
La Orden de Calatrava en la Edad Media

suponía una renuncia sexual voluntaria durante


aproximadamente la mitad de los días del año, no así en el caso
de los clérigos que estuvieron siempre obligados a guardar una
castidad total, como ya se ha dicho. La obediencia en cambio
se reforzó cada vez más, con un sentido castrense, de acuerdo
con el carácter militar del instituto.
Tras el juramento de los tres votos, el nuevo caballero,
puesto de rodillas, ofrecía sus manos al maestre que las cogía
entre las suyas (imixtio manuum) mientras pronunciaba el
juramento de obediencia. El maestre, o su sustituto, respondía
dándole una pescozada y ofreciendo su mano al nuevo
miembro para que la besara. Luego se celebraba una misa
del Espíritu Santo, y al final todos los caballeros presentes le
abrazaban en señal de acogida.
Los caballeros, aunque religiosos, hacían vida secular.
Las fiestas religiosas suponían unos cien días al año. Además
debían rezar todos los días 260 Padres Nuestros, y asistir a las
ocho horas canónicas diarias42.
Obligatoriamente asistían a misa tres días en semana
y comulgaban los domingos. Estaban obligados también a
confesar y comulgar en las tres Pascuas del año (Navidad,
Resurrección y Pentecostés), aunque después se redujo al
domingo de Resurrección. Debían confesarse con el prior y se
comulgaba cuando se reunía el capítulo general.
Los ayunos y abstinencias eran una forma
de mortificación del cuerpo, en línea con lo que
recientemente se ha definido como sagrada anorexia
(RADES, 1571, caps. 20 y 21, pp. 82 va-86 va)43. Se ayunaba

42 Las primeras págs. del Catálogo contienen un calendario con las principales
fiestas religiosas del año, y una guía para el cumplimiento de las Horas Canónicas y
descripción de las principales oraciones que deben ser rezadas por los freires.
43 Sobre el significado antropológico de estas prácticas ascéticas de renuncia
alimenticia vid. BELL, R. M. (1986). Holy anorexia. Chicago. University of Chicago.

80
lunes miércoles y viernes desde la exaltación de la Cruz (14
de septiembre) hasta la pascua de Resurrección. Después se
redujo a los viernes de cuaresma. Los caballeros que iban al
convento, a hacer vida conventual y penitencial durante un
tiempo, solían cumplir con el ayuno más riguroso.
El ayuno fue suprimiéndose de hecho para quedar
solo en abstinencia de carne. Se solía comer carne tres
días en semana y también en las principales fiestas. La
vida en el convento se hacía bajo voto de silencio, que
se guardaba especialmente en el refectorio durante las
comidas.
Las últimas páginas del Catálogo están destinadas
a preparar el tránsito hacia el más allá de los freires. En
primer lugar había que ocuparse de los testamentos
(RADES, 1571, caps. 31 y 32, pp. 97 va-101 va). Desde que el
papa Pablo III permitió el matrimonio, también se aceptó
que los miembros de la orden conservaran sus bienes
particulares que podían dejarse en herencia a sus hijos.
Los bienes de las encomiendas, en cambio, tenían que
ser restituidos a la orden, al igual que se hacía con las
armas que tuviera el caballero en vida. Una última licencia
tardía fue la de poder constituir capillas funerarias, como
acostumbraba la nobleza laica en general. Los clérigos
en cambio no podían testar, como tampoco se les
permitía tener bienes propios. Los libros que tuvieran en
las iglesias debían ser entregados al sacristán, junto con
el resto de los objetos litúrgicos como estolas y capas
pluviales, cálices, etc. Todos los clérigos tenían el privilegio
de ser enterrados en iglesias de la orden, por lo que no
se consideraba necesario que constituyeran capellanías.

Press.

81
La Orden de Calatrava en la Edad Media

El último capítulo se dedica a preparar el tránsito de


la muerte de los caballeros (RADES, 1571, cap. 33, pp. 101va-
103). Se consideraba un momento trascendental en la vida
de todas las personas y abundaron los tratados y manuales
sobre la buena muerte, como el Ars moriendi, escrito por
un dominico anónimo en el siglo XV (RUIZ, 2001). Se pensaba
que el moribundo tenía que ser ayudado a bien morir, que
aceptara el sufrimiento con resignación, como una prueba
final y definitiva, y no se dejara llevar por la desesperación.
La muerte se esperaba haciendo una renuncia total al
mundo. Algunos dejaban de comer renunciando al cuidado
del propio cuerpo. En la Orden de San Juan, por ejemplo,
se practicaba el desapropiamiento de bienes y cuerpo, un
ritual por el que dejaban de comer y se despojaban de todo
vestido, permaneciendo desnudos en el lecho hasta que
llegaba su hora. Estas prácticas religiosas extremadamente
ascéticas entraban en el peligroso terreno de lo que hoy
entendemos como eutanasia, en tanto que el moribundo
acepta la realidad de la muerte y se prepara para recibirla,
renunciando a los tratamientos y cuidados que puedan
prolongar la vida de forma artificial y dolorosa. Rades nos
dice que algunos caballeros de la Orden de Calatrava
realizaban rituales de esta naturaleza en el Sacro Convento.
Una de las escenas más dramáticas relata que algunos
enfermos moribundos se confesaban para recibir la
absolución de todos de sus pecados in articulo mortis.
Después pedían a sus hermanos que hicieran una cruz de
cenizas en el suelo de la celda y colocaran sobre ella una
alfombra. Acto seguido se levantaba al enfermo del lecho
y se le colocaba en el suelo hasta que se produjera el óbito.
Rades se horroriza de esta práctica peligrosa... porque
podría con esto acelerarse su muerte. En su lugar recomienda

82
que los hermanos dejen morir tranquilo al enfermo en su
cama, y le acompañen en el tránsito rezando salmos y letanías.
Después del óbito se amortajaba el cuerpo con el hábito y
manto de la orden, para iniciar su camino hacia el más allá
con la protección de la cruz de Calatrava.

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93
La Orden de Calatrava en la Edad Media

OUTRA VERSÃO DAS DEFINIÇÕES DA ORDEM DE CALATRAVA DE


FINAIS DO SÉCULO XIII
Luís Filipe Oliveira
Universidade do Algarve / I.E.M – FCSH-Nova

RESUMEN
Entre los códices del monasterio de Alcobaça, hoy
conservados en la Biblioteca Nacional de Portugal, en Lisboa,
se descubrió otro testimonio de las Definiciones de la Orden
de Calatrava de finales del siglo XIII. Esas definiciones de
Calatrava se publicaron en 2015, pero a partir de una versión
incompleta y con lagunas, transmitida en portugués por un
códice del convento de Avis, compilado en la segunda mitad
del siglo XV. El nuevo testimonio de estas definiciones, también
en una traducción al portugués de 1439-1440, no solo es más
completo, sino que ofrece muchas variantes preferibles.
Trae noticias muy importantes sobre las definiciones de
Calatrava dictadas por el capítulo general de Císter para
regular aspectos decisivos de la vida interna de la orden
(la recepción de novicios, la elección de los maestres y la
división de los bienes de la orden), que eran entonces causa
de tensión y de discordia entre los freiles. Si las definiciones
nos ayudan a conocer el ambiente que caracterizó la vida
de la orden a finales del siglo XIII, su traducción al portugués
permite detectar, por otro lado, las razones dictadas por el
interés del monasterio de Alcobaça que hallamos detrás de
la normativa de Calatrava.

ABSTRACT
Among the codices of the monastery of Alcobaça,
now preserved in the National Library of Portugal, in
Lisbon, it was found another testimony f the statues
(Definições) of the Order of Calatrava from the end of
the 13th century. Those “definições” of Calatrava were

94
published in 2015, but from an incomplete and lacunar
oversion, transmitted in Portuguese by a codex of the
convent of Avis, compiled in the second half of the
fifteenth century. The new testimony of these “definições”
discovered in Alcobaça, also in a Portuguese translation
of 1439-1440, is not only more complete, but offers many
preferable variants. It brings important data on decisive
aspects of the internal life of the order (the reception of
novices, the election of the masters and the division of the
assets of the order), which were then a cause of tension
and discord. If the “definições” thus allow to know the
environment that characterized the life of the order in the
late thirteenth century, their translation into Portuguese
also enables further questioning about the reasons behind
the interest of the Alcobaça monastery in the Calatrava
statues.

Muito embora não fossem desconhecidas dos


investigadores - Philippe Josserand (2009, págs. 229-
230) apresentou-as num congresso em Almagro1-, as
Definições inéditas da Ordem de Calatrava de finais do
século XIII apenas foram publicadas em 2015, por ocasião
de um colóquio organizado em Tomar sobre as ordens
militares cistercienses (OLIVEIRA, 2015). A demora da
edição deveu-se, em parte, à riqueza e à novidade das
informações que transmitiam, com dados essenciais sobre
aspectos decisivos da vida colectiva dos freires e da sua
história em comum, que era preciso avaliar com cuidado
para os integrar na evolução institucional da milícia,
conhecida e discutida pelos historiadores (O’CALLAGHAN,
1959-1960; VILLEGAS DÍAZ, 1991; AYALA MARTÍNEZ, 2000,
2003; JOSSERAND, 2005; MADRID Y MEDINA e VILLEGAS
DÍAZ, 2009). Por importantes que fossem estas questões,

1 O diploma original também foi usado e citado noutros trabalhos (FOREY, 2015,
págs. 99-100), a propósito do ritmo das visitações.

95
La Orden de Calatrava en la Edad Media

todas do foro historiográfico, os problemas mais difíceis


de resolver foram postos pelas particularidades do único
testemunho então conhecido daquelas definições. Na verdade,
foram sobretudo estas últimas que atrasaram a publicação
e à data desta nem todas elas ficaram satisfatoriamente
esclarecidas.
Aquelas Definições apenas se conservam numa
tradução portuguesa, feita em data incerta, mas copiada
para um cartulário- inventário da Ordem de Avis, que foi
compilado durante a segunda metade do século XV e
está hoje à guarda do Museu Nacional de Arqueologia, em
Lisboa2. De certa forma, a versão do século XV está ainda
próxima do original em latim, preservando alguns termos
e expressões naquela língua, assim como uma construção
de certas frases com uma estrutura menos comum em
português (OLIVEIRA, 2015, págs. 115-116). Nela detectam-
se, porém, inúmeras imperfeições, com vários erros de
leitura e algumas lacunas de texto, assinaladas em regra
pelos respectivos espaços em branco, assim como uma
que outra interpolação. Por acréscimo, a cópia não está
completa, faltando-lhe, pelo menos, as disposições finais
devido a uma lacuna do suporte. Talvez por isso, não se
identifica nela o lugar de redacção, nem a data precisa em
que as definições foram promulgadas, ou depois traduzidas
e copiadas.
Tal como se guardam no códice do século XV,
estas definições não foram o resultado de uma visita
feita pelo abade de Morimond à casa de Calatrava. Pelo
contrário, foram ditadas pelo capítulo geral de Cister,

2 Museu Nacional de Arqueologia, Tombo de direitos e propriedades pertencentes


à Ordem de Avis, Ms./Cod. 18, fls. 9 r-11 v. Para a apresentação deste códice, OLIVEIRA, 2009,
págs. 523-524.

96
em resposta aos problemas comunicados por uma
comissão enviada pela milícia. Não surgem, assim, com a
estrutura mais habitual nestes diplomas3, mas apresentam-
se sob a forma de uma missiva, enviada pelo capítulo geral
aos superiores e aos freires de Calatrava. Se não tinham
contactado pessoalmente com as situações descritas, nem
por isso os abades do capítulo estavam mal informados.
Os três procuradores da milícia haviam-nos instruído,
explicando que Calatrava vivera um clima de tensões e de
discórdias, em boa parte motivadas pelas novidades que
os mestres e outros freires tinham, entretanto, difundido.
Algumas delas, lembravam, iam contra os privilégios da
ordem e as constituições dos santos padres, mas a maior
parte devia-se ao facto de não terem forma consagrada
para muitos aspectos essenciais da sua vida em
comunidade. Entre estes, aludiram à recepção dos noviços
e ao ritual de profissão, à visitação da casa e à cura do
convento, mas também à eleição dos mestres e à forma de
dividir os bens da ordem entre estes e os freires (OLIVEIRA,
2015, págs. 115-119, 127-136).
Estavam assentes, portanto, as matérias que
suscitariam a atenção e as determinações dos abades do
capítulo e que, pela sua novidade e diversidade, permitem
compreender a importância destas definições para a
história da milícia no século XIII. Na ausência de uma data
expressa, são elas que autorizam, aliás, uma primeira
aproximação à cronologia. A menção à partilha dos bens
entre os freires e o mestre, e, por isso, à organização da
mesa mestral, apontava, desde logo, para os anos oitenta
do século XIII, período há muito sugerido por Manuel Danvila

3 Para as mais antigas definições, LOMAX, 1961; O’CALLAGHAN, 1961.

97
La Orden de Calatrava en la Edad Media

(DANVILA, 1888) e depois aceite pela generalidade


dos investigadores (O’CALLAGHAN, 1959-1960, pág. 7,
23; VILLEGAS DÍAZ, 1991, págs. 481-488, 491; RODRÍGUEZ-
PICAVEA, 1994, págs. 162-163; AYALA MARTÍNEZ, 1997, págs.
257-266 e 2003, págs. 205-207; JOSSERAND, 2004, págs.
447-448). Duas outras referências textuais pareciam
confirmar aquela sugestão. A primeira à homenagem
que os freires deviam prestar ao mestre quando este lhes
confiava um castelo, costume que se divulgou a partir
de 1260 por pressão de Afonso X, para vir a ser depois
condenado pelas definições de 1325 (AYALA MARTÍNEZ,
2001, págs. 552-554 e 2003, págs. 567-571, 710-712) 4. A
outra ao ritmo trienal das visitações a serem feitas pelo
abade de Morimond, determinação que contrariava
a tradição de Cister, que se respeitava em Calatrava
desde 1187 e que seria confirmada pelas definições de
1304 5, mas que pode ter correspondido a uma prática
generalizada por inícios do século XIV (JOSSERAND, 2009,
págs. 230-232) 6. Ora porque os abades de Cister não a
rejeitavam por completo (MAHN, 1951, pág. 221; FOREY, 2015,
pág. 100 e nota 37) 7, ora porque o ritmo trienal era uma
rotina habitual dos capítulos monásticos peninsulares
(LINEHAN, 1975, pág. 24, 34). Talvez se lhes possam

4 Como já foi notado (JOSSERAND, 2004, pág. 392 e nota 90, págs. 562-568) há
incerteza quanto à divulgação desse costume antes de inícios do século XIV. Para a
condenação das Definições de 1325, O’CALLAGHAN, 1961, pág. 271, no 11.
5 Bullarium Ordinis Militiae de Calatrava, pág. 21. Também O’CALLAGHAN, 1959-
1960, págs. 48-50. Para a definição de 1304, O’CALLAGHAN, 1961, pág. 267, no 25. Para um
quadro geral, FOREY, 1992, págs. 166-168 e 2015, págs. 95-122; AYALA MARTÍNEZ, 2003, págs.
289-293; DEMURGER, 2009, pág. 968.
6 Por finais do século XV, as visitações feitas pelos mestres também abandonaram
o ritmo anual, passando a realizar-se de três em três anos, como notou O’CALLAGHAN,
1959-1960, pág. 11, nota 1.
7 Como notaram estes autores, a norma aplicava-se sobretudo às casas mais
marginais.

98
juntar as disposições que regulam a eleição do mestre
através de um Conselho de Treze eleitores, norma
observada noutras ordens militares (FOREY, 1992, pág. 155,
165; AYALA MARTÍNEZ, 2003, págs. 315- 317 e 2003b, págs. 43-
45), mas que era desconhecida em Calatrava, embora a
presença desse conselho já tivesse sido assinalada em
Avis e em Alcântara, por inícios do século XIV (CUNHA,
1996, págs. 105-107 e docs. no 2 e 3; NOVOA PORTELA,
2000, págs. 69-71). Todos estes elementos remetiam,
assim, para a mesma época, para os finais do século XIII,
autorizando que se identificasse o mestre Juliam citado
no prólogo com Juan González, que governou a milícia
entre 1267 e 1283 e cujo mestrado estava associado à
promulgação de disposições normativas (OLIVEIRA,
2015, págs. 116-118) 8 . Era essa, pois, como tudo indica, a
data crítica das definições inéditas promulgadas pelo
capítulo geral de Cister.
A descoberta posterior de outros testemunhos
destas definições no fundo dos códices de Alcobaça,
hoje conservados na Biblioteca Nacional, em
Lisboa , veio perturbar os dados do problema. Aí se
9

identificaram quatro cópias, todas em português e


provenientes de outros tantos códices10. O mais antigo
e o mais importante, também, é o códice 218 (Alc. 218),
que foi organizado entre 1439 e 1440, como atestam dois

8 A associação de Juan González à publicação de normas internas foi recordada


pelas definições de 1325 (O’CALLAGHAN, 1961, pág. 270, no 4), tendo sido valorizada por
AYALA MARTÍNEZ, 2003, pág. 153.
9 Para o catálogo deste fundo, Inventário dos Códices Alcobacenses; The Fundo
Alcobaça of the Biblioteca Nacional; Inventário dos Códices Iluminados até 1500.
10 BNP, Reservados, Códices Alcobacenses, Alc. no 73, fls. 328 r -335 v.; Alc. no 218,
fls. 147 v-152 r; Alc. no 223, fls. 239 v-244 v.; e Alc. no 298, fls. 118 v.-123. Para os conteúdos e as
datas destes códices, BARREIRA et al., 2019, em particular as tabelas no 2 e no 3. Agradeço
aos autores o acesso a este texto ainda antes da sua publicação.

99
La Orden de Calatrava en la Edad Media

cólofons 11 , por iniciativa de Estêvão de Aguiar, abade de


Alcobaça entre 1431 e 1446 12 . Tal como se declara no prólogo,
foi compilado para oferecer uma versão romance dos
estatutos e das definições de Cister, os quais não eram
respeitados por estarem em latim, «asi como cousa que
nom era entendida nem a todos declarada» 13 . A tarefa foi
entregue ao ouvidor do abade, Estêvão Vasquez, que era
bacharel em leis e natural de Coz 14 e que não se limitou
aos textos normativos de Cister, como já se advertia no
prólogo 15 . Também para aí verteu, na verdade, alguns
diplomas sobre a fundação da Ordem de Cristo e sobre
a sujeição desta aos abades de Alcobaça 16 , assim como
as mencionadas definições de Calatrava. O interesse do
compilador por estas últimas não era de todo estranho,
quer pela relação com Cister, quer, sobretudo, porque
nelas se definia como os freires deviam ser recebidos em
Alcobaça — «deuem star no coro com cugulas quando
pasarem per os moesteiros desta ordem» 17 —, como
houve o cuidado de explicar uma outra vez no prólogo
do livro. Talvez por estarem em linguagem e permitirem
a leitura a quem não era «latinado», como então se
lembrou, os materiais reunidos pelo ouvidor do abade
tiveram uma enorme fortuna no cartório de Alcobaça.

11 BNP, Reservados, Alc 218, fl. 109b (de 5-III-1439) e fl. 152 v. (de 26-III- 1440). Também
The Fundo Alcobaça of the Biblioteca Nacional, vol. II,
págs. 121-125.
12 Para a formação e a acção deste abade de Alcobaça, a síntese recente de BARREIRA et al.,
2019, em particular os pontos 3 e 4.
13 BNP, Reservados, Alc 218, fl. 1a.
14 Ibidem, fl. 109b.
15 Ibidem, fl. 1b.
16 Ibidem, fls. 1b-1 v.a.
17 Ibidem, fl. 1 v.a.

100
Na segunda metade do século XV, foram copiados uma
primeira vez 18, por certo quando Nicolau Vieira foi abade
de Alcobaça (1461-1475), já que ele fora um dos copistas
da compilação anterior 19. Seriam tresladados duas outras
vezes no século XVI, ambos já para códices em papel,
o último deles infelizmente em mau estado 20. Todos
oferecem a mesma lição dos mesmos textos, e, também,
das definições de Calatrava 21. Se nada acrescentam
à primeira versão portuguesa deste diploma, fixada
pelo códice 218 em 1439-1440, as variantes que nela
introduzem são por vezes muito significativas do modo
como o passado ia sendo reescrito pelos monges de
Alcobaça. No século XVI, um deles haveria de transformar
o comendador de Alcaniz num comendador de Alcains 22,
que era uma das comendas da Ordem de Cristo nas
terras da Beira (SILVA, 1997, pág. 33) 23, assim baralhando
as casas e as ordens, e, sobretudo, os distintos reinos
peninsulares.
Mais antiga que a versão oferecida pelo
códice de Avis do Museu Nacional de Arqueologia,
a tradução de Alcobaça é igualmente melhor.
Desde logo, por estar completa e não apresentar
lacunas visíveis, nem erros de leitura, ou de
tradução, muito abundantes. Por acréscimo, oferece

18 BNP, Reservados, Alc. 73. Para a data do códice, The Fundo Alcobaça of the
Biblioteca Nacional, vol. II, págs. 104-107.
19 A menção a frei Nicolau Vieira encontra-se no primeiro cólofon do Alc 218, BNP,
Reservados, Alc 218, fl. 109b. Para a sua actividade como copista e para o seu abaciado,
BARREIRA et al., 2019, ponto 4 e tabela 3.
20 BNP, Reservados, Alc. 223 e Alc. 298. Sobre a cronologia destes códices, BARREIRA
et al., 2019, tabela 3, onde se reúnem os dados disponíveis.
21 BNP, Reservados, Alc. 73, fls. 328-335 v.; Alc. 223, fls. 239 v.-244 v.; Alc. 298, fols. 118 v.-123.
22 BNP, Reservados, Alc. 223, fl. 240: «bermudo Remiro comendador de Alcainz».
23 Para o tombo da comenda em inícios do século XVI, Tombos da Ordem de
Cristo. Comendas da Beira Interior Sul, págs. 281-289.

101
La Orden de Calatrava en la Edad Media

variantes preferíveis, nela se corrigindo, com proveito,


alguns trechos menos claros, ou mais discutíveis, da
versão de Avis. Seja a propósito da comenda de Sancho
Ramiro —Alcaniz, não Alcacova—, ou das competências
próprias dos freires clérigos —sabedoria das letras, em vez
de ciência—, entre outros exemplos de teor semelhante 24.
O ouvidor do abade de Alcobaça era, ao que parece,
um latinista mais competente do que o freire de Avis e
realizou uma tradução mais limpa, mais clara e precisa,
sem qualquer resquício da língua original. O seu treslado
em romance lê-se com facilidade e maior proveito, sem
os problemas de interpretação, as dúvidas e os equívocos
suscitados pela versão de Avis 25. Mesmo se não está isenta
de erros, nem de interpolações 26, a lição do códice de
Alcobaça deverá servir como ponto de partida para uma
futura edição crítica das definições de Calatrava de finais
do século XIII.
Mas os dois textos não são idênticos e oferecem
variantes significativas. No códice de Alcobaça, por
exemplo, não consta a referência à carta de visita com que
o abade de Morimond, ou o delegado por ele nomeado,
se devia apresentar no convento de Calatrava27, ainda

24 BNP, Reservados, Alc. 218, fl. 148a, 151a. À «agthemia» e às «euguillas» da versão de
Avis (OLIVEIRA, 2015, no 21 e no 30 do anexo) correspondem, em Alcobaça (BNP, Reservados,
Alc. 218, fl. 151a, 152a), a expressão «edefica ao Jnferno» e as «cugullas» dos freires.
25 A lição de Alcobaça sobre a recepção do visitador no convento (BNP,
Reservados, Alc. 218, fl. 149b) é bem mais clara que a versão de Avis (OLIVEIRA, 2015, no 6 do
anexo), mesmo se esta insiste, ao contrário daquela, na obediência que o mestre e o prior
lhe deviam.
26 Deve ser da sua lavra o acrescento dos falsários de cartas dos reis (BNP,
Reservados, Alc. 218, fl. 150a e b) à lista dos freires excluídos do usufruto de bens da ordem.
Nada consta na versão de Avis (OLIVEIRA, 2015, no 17 do anexo) e a inclusão daquele tipo de
falsários é anómala numa lista sobretudo formada a partir dos crimes condenados pela
Igreja, como os falsários de cartas dos papas e dos vice-chanceleres, os sodomíticos, os
assassinos de prelados e de religiosos, ou os vendedores de castelos aos pagãos.
27 BNP, Reservados, Alc. 218, fl. 149b.

102
que a duração da visita se mantivesse nos três dias
mencionados pelo códice de Avis. O ritmo trienal das
visitações surge nele, por outro lado, com um estatuto
diferente. Não já como uma regra universal, mas apenas
como um limite mínimo — as visitaçõos se façom de tres
em tres annos ao menos»28. Mais conforme, portanto, quer
com os costumes de Calatrava, quer com a norma aceite
pelo capítulo geral de Cister para a visitação das casas
mais periféricas, como já se notou. Na versão de Alcobaça,
também se omitiu a guarda do selo do convento entre
as atribuições do sacristão29, posto que fosse ele quem
custodiava o arquivo da milícia, assim como o cutelo e o selo
do mestre durante as vacaturas do mestrado. Talvez mais
significativas, são aquelas determinações que aparecem em
locais diversos dos dois textos. A mais importante respeita à
obrigação de os freires prestarem homenagem ao mestre
pelos castelos que este lhes entregava, a qual se associa
ao momento da profissão no códice de Avis (OLIVEIRA,
2015, anexo no 2), surgindo em Alcobaça na sequência das
disposições que regulam a eleição dos mestres30. Mesmo se
o assunto merece maior atenção e uma comparação mais
alargada, os dados reunidos mostram, pelo menos, que
as versões de Avis e de Alcobaça pertencem a diferentes
famílias textuais. Muito provavelmente, havia nos dois
conventos cópias independentes do original em latim das
Definições de Calatrava.
Nem sempre a lição do códice de Alcobaça é a
melhor, ou a mais fidedigna. Na maior parte dos casos,

28 Ibidem, fl. 149a e b.


29 Ibidem, fl. 148 v.b – 149a.
30 BNP, Reservados, Alc. 218, fl.149a: «E os enlectos seiam senpre confirmados per o
abbade de murimundo ou per seu legado de spicial man<da>do. e eses caualeiros façom
homagio e certa fe dos castells ao confirmado em mééstre».

103
La Orden de Calatrava en la Edad Media

é certo que ela parece preferível. Seja no que respeita


ao ritmo das visitações, seja quanto à homenagem pelos
castelos, pois é pouco provável que a profissão fosse a
ocasião escolhida para que o mestre encarregasse um
freire cavaleiro pela guarda de uma fortaleza. Se assim é,
como parece, nada indica que sejam espúrias as menções
à carta de visita e à custódia do selo do convento pelo
sacristão. A omissão da primeira pode explicar-se pela
frequência com que seria exibida, em particular quando
o visitador era substituído por um delegado, mas há
bons motivos para aceitar a segunda. Em Calatrava, o
sacristão era uma das dignidades mais importantes do
convento 31, com responsabilidades na eleição dos mestres
e na guarda das escrituras, das relíquias e das alfaias do
altar 32, ou da espada e do selo dos mestres, como já se
indicou. Também podia ser ele quem respondia, assim,
pelo resguardo do selo conventual, apesar de essa
atribuição estar omissa na versão de Alcobaça e nada
constar ao respeito nas definições da ordem do século
XIV 33.
A identicade do mestre de Calatrava registada pelo
códice de Alcobaça —«o senhor mimeramo meestre»—
não merece igualmente maior crédito. Ao que parece,
o tradutor não estava seguro do que lera no original e

31 Ibidem, fl. 148 v.b-149a.


32 A versão de Avis (OLIVEIRA, 2015, no 5 do anexo) dava ao sacristão o cuidado pelas
«cousas sagradas» e pelos privilégios, definições e escrituras da casa, enquanto a variante
de Alcobaça (BNP, Reservados, Alc. 218, fl.149a) esquecia as coisas sagradas e reduzia o
encargo aos «sacros priuilegios ordenacoões difincoões statutos e as outras sprituras».
33 Nelas apenas se registam as funções do sacristão na supervisão da vida
conventual, as rendas que lhe pertenciam, ou o facto de ele se incluir entre os clérigos
do convento (O’CALLAGHAN, 1961, págs. 272-273, 278, no 18, 23 e 35). Em contrapartida, as
definições de Janeiro de 1327 da Ordem de Avis (OLIVEIRA, 2012, págs. 385-386, no 12 a 14),
sujeitavam o sacristão ao celeireiro, encarregando-o das coisas da sacristia da igreja
conventual, sem que estas fossem nomeadas.

104
deixou um espaço em branco antes daquele nome, mais
tarde preenchido com a palavra «senhor», já por outra
mão 34. Os monges de Alcobaça que depois copiaram
aquele códice não estavam mais certos do que haviam
compreendido, ou do que era suposto entender, e fizeram
leituras divergentes daquela passagem: o primeiro
tresladou «numeramo mééstre», interpretação que
o outro não alterou 35. Nenhuma destas variantes faz,
porém, muito sentido, por o nome ser desconhecido da
onomástica portuguesa (GONÇALVES, 2011, págs. 198-225),
ou da peninsular, e não ter qualquer tradução na lista
conhecida dos mestres de Calatrava durante o século XIII.
Neste particular, a lição do códice de Avis é preferível, com
a identificação de «dom Juliam», que deverá corresponder
ao mestre Juan González, como já se indicou. Não é
impossível, por outro lado, que os nomes fixados pelos
códices de Alcobaça mais não sejam que o resultado de
uma má leitura da forma latina do nome —iulianus—, aquela
que constaria no original. A semelhança gráfica entre o
nome latino e as variantes em romance é significativa e
talvez o original estivesse neste ponto delido, ou rasurado,
como por vezes acontece.
A versão de Alcobaça traz, contudo, algumas
novidades, que importa ter em conta. A mais significativa
respeita à identidade dos abades, frei Alberto de
Cister e frei Hugo de Morimond 36, que ditaram as
definições de Calatrava, dadas em resposta às dúvidas
e aos problemas apresentados pelos procuradores
da milícia. Devido à perda dos fólios iniciais, esta
informação falta no códice de Avis (OLIVEIRA, 2015, pág.
34 BNP, Reservados, Alc. 218, fl. 148a.
35 Ibidem, Alc. 73, fl. 328, Alc. 223, fl. 240.
36 BNP, Reservados, Alc. 218, fl. 147 .b.

105
La Orden de Calatrava en la Edad Media

118, 127), mas ajuda a esclarecer o sentido do preâmbulo, em


particular quanto aos poderes que eles haviam recebido
do capítulo geral para atender aos problemas da ordem
e para reformar os seus costumes e procedimentos.
Mais importante, ela autoriza outra aproximação à data
das definições, a partir da cronologia de vida daqueles
abades, embora os dados conhecidos sejam muito
poucos e pouco esclarecedores. Para Morimond 37, há
menção a um abade Hugo em 1284 na lista do abade
Dubois (DUBOIS, 1852, pág. 463, no 23), facto que parece ser
confirmado por um diploma da abadia de Ebrach de 25
de Julho do ano seguinte,noqualsemencionaumabadeH.
deMorimond .Conhecem-se dois outros abades com
o mesmo nome, um posterior, entre os anos de 1301 a
1303 (DUBOIS, 1852, pág. 463, no 26), o outro anterior,
pelos inícios dos anos sessenta do século XIII 38. A lista
dos abades desta casa é, no entanto, bastante lacunar,
com raros abaciados bem circunscritos, só havendo
dados mais seguros para o século XII e os inícios do XIII
(FLAMMARION, 2014, págs. 371-396; CHAUVIN, 2014, págs.
381-401) 39. Por outro lado, nos catálogos publicados dos
abades de Cister dos séculos XIII e XIV não foi possível
encontrar qualquer Alberto (MARILIER, 1956, pág. 1-6;
MASOLIVER, 1988, pág. 172-189). Ainda que estas listagens
estejam de igual modo incompletas, elas atestam a

37 Agradeço esta informação a Benoît Chauvin, retirada de GOEZ, 2001, no 356.


Mais agradeço a Philippe Josserand o apoio na identificação destes abades, e, sobretudo,
os contactos que fez junto dos especialistas franceses de Cister e de Morimond. Devo,
assim, à generosidade e à gentileza de Hubert Flammarion, de Arnaud Baudin, de Alexis
Grélois, de Benoît Chauvin e de Benoît Rouzeau, a maior parte dos dados e da bibliografia
citada sobre os abades de Cister e de Morimond.
38 Informação comunicada por Benoît Chauvin e extraída de JÄEGER, 1900, pág. 48.
39 A listagem dos abades de Morimond que foram visitadores na Espanha não é
mais útil para o período em causa, COCHERIL, 1966, págs. 396-420.

106
raridade daquele nome, sugerindo que ele possa ter sido mal
identificado, talvez fruto de uma má leitura da abreviatura
que constava no original. Mesmo se não dão, infelizmente,
indicações cronológicas mais precisas, os dados reunidos
não desautorizam, pelo menos, a atribuição destas definições
de Calatrava aos finais do século XIII.
Também há na versão de Alcobaça uma data expressa,
ao contrário do que se observou no treslado de Avis. No termo
das determinações prescritas pelos abades de Cister e de
Morimond, um pequeno escatocolo dá conta, na verdade,
da data, autoria e lugar de redacção40. Por ele se sabe que
aqueles «degredos» haviam sido escritos por um cantor de
Cister, frei Pedro de Cabilion, porventura natural, ou oriundo
de Châlon-sur-Saône, a norte de Lyon. Mais importante, nele
se elucida que a tarefa fora feita em Avinhão — «em a ujla d
euiom» —, no ano do senhor de 1315, sem que se esclarecesse
qualquer outra circunstância desse acto. Nem sobre a
proveniência daqueles decretos e sobre as testemunhas
que estiveram presentes, nem sobre a identidade de quem
encomendou o serviço. Se é provável que o diploma fosse
originário do cartório de Cister, tal como sugere o ofício do
redactor, a data expressa e o lugar de redacção devem
estar associados à ocasião em que ele foi copiado a pedido
dos monges de Alcobaça. Tudo indica, com efeito, que as
definições de Calatrava não pertencem a esse contexto
mais tardio, mas que são muito anteriores, devendo ter sido
promulgadas durante o mestrado de Juan González, entre
1267 e 1283.
O treslado das definições de Calatrava
que se fez em 1315, em Avinhão, não foi a única
operação deste género então realizada pelos
40 BNP, Reservados, Alc. 218, fl. 152b.

107
La Orden de Calatrava en la Edad Media

monges de Alcobaça. Dois anos depois, eles obtiveram


igualmente uma cópia dos estatutos de Cister 41
promulgados em 1316 pelo capítulo geral. Foram
igualmente vertidos para romance no citado códice de
Alcobaça (Alc. 218), onde foram catalogados como as
Definições Velhas e datados por lapso de 1318 42, embora
a data tenha sido corrigida numa passagem posterior 43.
Num intervalo de dois anos, o mosteiro de Alcobaça
adquiria, assim, uma cópia dos mais recentes estatutos
de Cister, após se prover com um conjunto muito
completo de determinações sobre a vida em comum
dos freires de Calatrava, motivo que pode explicar
porque se optou então pelas definições do século XIII, em
detrimento doutras mais recentes 44. Não é fácil explicar
este interesse simultâneo pelas normas de Cister e de
Calatrava 45, mas é provável que ele se relacione com
o contexto criado pela extinção do Templo e pelas
negociações sobre o destino dos bens da ordem no reino 46.
Pelo menos, é o que parece ser sugerido pela cronologia
daqueles treslados. No fundo, era como se o mosteiro
de Alcobaça tivesse aproveitado a demora criada
pela vacatura da Santa Sé 47, por certo em articulação

41 Ibidem, fls. 9-84 v. Para a data de obtenção do treslado, ibidem, fl. 84 v:


«Acaba se o libeelo das difinçoões compilado. no anno do senhor. mjl. e iiijc e xvij. annos».
42 Ibidem, fl. 9a. O lapso já fora notado por BARREIRA et al., 2019, no termo do ponto 2.
43 BNP, Reservados, Alc. 218, fl. 86a: «as difinçooes dessa hordem do capitollo geeral
do anno do senhor de mill e trezentos e dezaseis».
44 À data em que as definições de Calatrava foram copiadas em Avinhão,
estavam disponíveis outras definições anteriores, ditadas pelos abades de Morimond em
1304 e em 1307 (O’CALLAGHAN, 1961, págs. 262-268). Estas últimas não tinham, no entanto, o
alcance e a natureza sistemática das definições de finais do século XIII.
45 Em Alcobaça, havia cópias da normativa anterior de Cister e novos treslados se
obteriam por meados do século XIV, BARREIRA et al., 2019, em particular o ponto 2 e a tabela 1.
46 Para todo esse processo, entre outros, LOPES, 1962-1963, págs. 25-90; VALENTE,
2002, págs. 239-265; PORRO, 2010, págs. 171-182; GOMES, 2011, págs. 75-116; FARELO, 2012, págs.
63-109; OLIVEIRA, 2018, págs. 671-684.

108
com o monarca, para obter os instrumentos necessários
para as funções de visita e de correição que lhe caberiam
na nova Ordem de Cristo.
Ainda que nada confirme esta interpretação, ao
menos de forma directa, ela correspondia, no entanto,
à leitura que desse processo se fazia em Alcobaça por
meados do século XV. Como já se notou, o códice 218 de
Alcobaça incluía vários materiais sobre a ordem de Cristo,
além das definições de Calatrava e de outros diplomas
sobre um mosteiro de monjas de Cister em Odivelas48.
Estes textos não foram aí dispostos por respeito à sua
cronologia, como fólios antes se fizera com os estatutos de
Cister. Muito pelo contrário, foram logicamente ordenados,
para acentuar a natureza instrumental das definições
de Calatrava e a relação destas com a Ordem de Cristo,
e, portanto, com os direitos que os abades de Alcobaça
nesta detinham. Com efeito, aquelas definições só foram
copiadas depois de se tresladarem os materiais relativos
aos freires de Cristo. Entre eles, estava a bula de fundação
e a cerimónia de instituição em Santarém49, os estatutos
da ordem promulgados em 1326 e a acta da eleição do
mestre, em Novembro de 135750, para terminar com um
instrumento de Dezembro de 1328, dando conta da visita
então feita pelo abade de Alcobaça51. Através desta
arrumação muito particular dos materiais, o compilador
do códice mostrava, no fundo, por que razão os abades de
Alcobaça tinham querido obter e conservar uma cópia das

47 Após a morte de Clemente V, em Abril de 1314, só em Agosto de 1316 haveria um


papa eleito, João XXII, FAVIER, 2006, págs. 108-126.
48 BNP, Reservados, Alc. 218, fls. 133 v. e ss. Para uma rápida identificação dos
materiais insertos, Barreira et al., 2019, tabela 2.
49 BNP, Reservados, Alc. 218, fls. 133 v. e 139 v.
50 Ibidem, fls. 141 v. e 146.
51 Ibidem, fl. 147.

109
La Orden de Calatrava en la Edad Media

definições de Calatrava, desde o longínquo ano de 1315. A


mesma razão, afinal, que asseguraria a recordação e o futuro
a esse texto ainda pouco conhecido do século XIII.

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LA DIMENSIÓN RELIGIOSA DE LA ORDEN DE CALATRAVA Y SU
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Raquel Torres Jiménez
Universidad de Castilla-La Mancha

RESUMEN
Este texto estudia la religiosidad de la Orden de Calatrava
durante la Edad Media en su doble faceta bélica y
monástica. Se inscribe en el marco del actual interés
historiográfico por los aspectos religiosos de las órdenes
militares. El texto se articula en tres partes. La primera
se dedica a la naturaleza religiosa de esta institución, lo
que podemos llamar su carisma vocacional. La segunda
trata su disciplina religiosa a través de tres claves: la vida
comunitaria, la ascesis y la vida de piedad. Y la tercera
parte consiste en una recapitulación sobre ciertos
aspectos de la espiritualidad de la Orden de Calatrava.
Es decir: se pretende pasar de la observación de la praxis
religiosa a las tendencias espirituales que recorren la
religiosidad de la orden; algo que a veces resulta difícil
porque aquello no siempre se explicita en las fuentes
documentales.

ABSTRACT
This text studies the religiosity of the Order of
Calatrava in the Middle Ages in its dual military
and monastic role. It comes within the framework
of the current historiographical interest in
the religious aspects of the military orders.
The text is structured in three parts. The first one deals
with the religious nature of this institution, which could
be called its vocational charism. The second part is
about the religious discipline around three key points:
community life, asceticism and life of piety. And the third

119
La Orden de Calatrava en la Edad Media

part is a recapitulation of certain aspects of the spirituality


of the Order of Calatrava. In other words: the aim is to
go from the observation of the religious practice to the
spiritual tendencies which determine the religiosity of
the Order, which is sometimes difficult because this is not
always explicit in the documentary sources.

Introducción

Esta contribución se propone abordar la doble


espiritualidad, bélica y monástica, de la Orden de Calatrava.
En este sentido religioso, la milicia calatrava es un caso
prototípico de orden militar. Se ha de tener en cuenta que
estamos hablando también de otras órdenes, puesto que,
como se sabe, Calatrava tuvo a otras como filiales: desde
1187 la orden militar portuguesa de Évora-Avis, nacida
en 1176 como cluniacense; desde 1218, Pereiro-Alcántara,
surgida también en 1176; y desde 1317 la orden de Montesa
en Valencia, como resultado de la disolución del Temple,
sin contar con que desde 1221 la orden de Montegaudio
había sido integrada en la de Calatrava con todas sus
pertenencias.
Es oportuno hacer hincapié en la importancia
de estudiar estos aspectos religiosos. Las órdenes
militares aparecen en el Medievo como unas complejas
entidades nacidas en el siglo XII en el marco del ideal
de Cruzada y de la Reconquista hispánica, al calor de
un movimiento expansivo triunfante de la Cristiandad
latina y de la cristianización de la caballería. Los
trabajos especializados en órdenes militares, en la
de Calatrava en particular, se enmarcan en la gran
profusión de estudios sobre estas instituciones,
conforme a una historiografía renovada en los

120
últimos cuarenta años: se puede decir que al enfoque épico
y fáctico se añadieron el más riguroso estudio institucional,
y, después, el análisis de su régimen señorial impuesto en
los territorios que dominaron, así como el de la sociedad, la
economía y la administración de sus señoríos. Igualmente,
se ha profundizado en el conocimiento de la constitución
interna de las órdenes, sus relaciones con otras instituciones
eclesiásticas, la vida regular de las milicias. Actualmente,
junto con todas esas líneas de estudio, cobran protagonismo
otros aspectos como las relaciones entre las órdenes
militares y la Corona, la vinculación de sus miembros con las
élites socio-políticas, su prosopografía, un interés renovado
por los aspectos ideológicos y religiosos de las milicias y
por su rama clerical, y, así mismo, la arqueología de las
órdenes militares como una aportación metodológica de
gran valor.
En este panorama, la eclosión renovada de los estudios
sobre la dimensión religiosa de las órdenes militares es
reciente, en el marco de la apertura de la historiografía
hacia los aspectos religiosos e ideológicos, bajo la influencia,
en parte, de la Historia Cultural y también a causa de la
renovación de la Historia Religiosa en su conexión con la
Historia Social. En 2009, Alain Demurger apuntaba la laguna
de investigaciones sobre aquel aspecto, la vida religiosa de
las milicias (DEMURGER, 2009, págs. 40, 42). Y José Mattoso
en 2010 reivindicaba la necesidad de comprender las
motivaciones religiosas de los freires, sus funciones litúrgicas
y su entidad como religiosos con votos, al lado de las facetas
administrativas, militares y políticas de las OOMM, que
resultan más conocidas (MATTOSO, 2010, págs. 11-12).
En efecto, resulta totalmente pertinente el estudio de
la dimensión religiosa de las órdenes militares en el contexto

121
La Orden de Calatrava en la Edad Media

de la Cristiandad medieval. Por las siguientes razones.


Primero, estos institutos habían surgido ante todo como
una nueva forma de vida religiosa regular y como militiae
Dei, en la estela de la reforma gregoriana, con el ideal
de Cruzada como factor próximo que las explicaba en el
siglo XII, con el objetivo de la defensa de la Cristiandad
en Tierra Santa, el Este alemán, el Báltico y la Península
Ibérica, al calor de un movimiento expansivo triunfante de
la Cristiandad latina y de la cristianización de la caballería.
En segundo lugar, sus miembros estaban sujetos a votos
monásticos y a disciplina religiosa, incluidos los caballeros
que ejercitaban su vocación militar; y seguían una regla, o
bien monástica (benedictina-cisterciense, en el caso de la
Orden de Calatrava) o bien cercana a la de los canónigos
regulares de san Agustín, adaptada a la actividad
guerrera. Por último, algo muy importante, un sector de
estas milicias era el de los freires clérigos que hacían
vida comunitaria conventual. En definitiva, las órdenes
militares eran instituciones eclesiásticas, un buen campo
de conjunción entre Iglesia y sociedad, como han señalado
Ladero y Nieto (LADERO y NIETO, 1988, pág. 145). Su identidad
es la de instituciones de carácter religioso regular a la vez
que militares. Otra cuestión diferente es que, a lo largo de
su evolución medieval, desnaturalizaron su justificación
primitiva y su imagen religiosa se vio degradada –algo que
ocurrió ya desde el siglo XIV, según Josserand (2004, págs.
97-163)–, dejaron de cumplir en buena parte los fines para
los que habían sido creadas y se fueron convirtiendo en
poderosas entidades nobiliarias y señoriales e implicadas
en las luchas políticas de su época.
La historiografía se ha hecho eco de aquella
reivindicación que reclama el estudio de lo religioso en las

122
órdenes. Desde luego, las obras generales sobre
las milicias toman en consideración los elementos
religiosos (AYALA, 2003; FOREY, 1992; JOSSERAND, 2004;
PICAVEA, 2008). Y desde hace varias décadas habían
sido tratadas la condición religiosa de los miembros
de las órdenes, su vida espiritual en el marco de la
disciplina monástica y su doble perfil de monjes y
caballeros (OCALLAGHAN, 1958; LINAGE CONDE, 1981;
FOREY, 1986; NICHOLSON, 1989; VILLEGAS, 1999; RUIZ
GÓMEZ, 2002; AYALA, 2005), así como los conflictos
jurisdiccionales entre las milicias y los obispos o
arzobispos (O’CALLAGHAN, 1971; GRASSOTTI, 1972; LOMAX,
1982; BARQUERO, 1993; TORRES, 1996; LOP, 2000; DÍAZ
IBÁÑEZ, 2000). Por descontado, la realidad e ideología de
la cruzada y de la guerra santa ha sido recientemente
revisada de modo decisivo por Carlos de Ayala y su
equipo centrado en el análisis de la violencia religiosa
medieval (AYALA, 2004; AYALA, 2015; AYALA, PALACIOS Y
HENRIET, 2016) y por otros autores (entre otros, por la
conexión entre cruzada y órdenes militares, GARCÍA
GUIJARRO, 1995; JOSSERAND, 2016 y BARQUERO, 2016). Pero
todo este campo de estudio se ha visto decididamente
revitalizado desde 2010. Ha alcanzado a los clérigos de
estas instituciones, aunque en menor medida (TORRES,
2012 y 2016; CIUDAD, 2013; SARNOWSKY, 2015). Y sobre
todo, se estudian aspectos como las celebraciones
litúrgicas de los monjes- caballeros, sus votos, sus
devociones, la imagen de los freires, y las fuentes
iconográficas, normativas y narrativas para conocer
todo ello. Estas líneas han cristalizado en la publicación
de tres obras colectivas recientes, coordinadas
respectivamente por Ferreira Fernandes sobre

123
La Orden de Calatrava en la Edad Media

órdenes militares y religiosidad en 2010; Carreiras y Ayala


sobre el Císter y órdenes militares en 2015; y Carraz y Dehoux
sobre imágenes, ornamentos y cultos hagiográficos, en
2016. Añádase el estudio específico sobre religiosidad
calatrava (TORRES, 2010) y santiaguista (AYALA, 2014) y la
faceta de la espiritualidad militar en el conjunto de las
órdenes (en su recapitulación de artículos: AYALA, 2015).
Algo menos analizada ha sido la proyección religiosa de las
órdenes militares sobre sus dominios (TORRES, 2000-2005).
Un novedoso campo de estudio en auge últimamente es
el de la hagiografía de las órdenes militares en el marco
de sus cultos y devociones (un estado de la cuestión
en ROSSI, 2010). Este tema ha sido poco explorado por la
historiografía hasta hace muy pocos años (entre otras
obras: NICHOLSON, 2005, 2014; CARRAZ Y DEHOUX, 2016), y
los estudios se han orientado predominantemente a los
templarios, hospitalarios y teutónicos, en particular en
Francia, Italia, noreste de la Península Ibérica, Inglaterra y
Tierra Santa; y menos a las órdenes en Portugal y Castilla
(para estos dos últimos espacios, respectivamente
PICOITO, 2010; TORRES, 2005).
La vida religiosa de los freires calatravos es
bastante conocida. Entre los autores que la han tratado
específicamente, es obligado citar a Joseph O’Callaghan
(1958, 1962, 1975, 1993, 1996), Derek Lomax (1961), Carlos de
Ayala (1996), Antonio Linage Conde 1981, 1983) y Luis Rafael
Villegas (1999 a, 1999 b, 2005), además de Manuel Ciudad
(2013). La actualidad del tema se demuestra en trabajos
como el de Francisco Ruiz acerca de la doble vocación
religioso-militar, con el significativo título “Los hijos de
Marta” (RUIZ, 2002). También, por mi parte, he estudiado la
religiosidad calatrava y he investigado con detalle la labor

124
de la Orden en relación con la vida religiosa de los laicos de
su señorío (TORRES, 1989, 1996, 2000, 2001, 2003, 2004, 2005, 2010,
2012).
Esta exposición se articulará en tres partes: la esencia
o naturaleza religiosa de la milicia, lo que podemos llamar
su carisma vocacional; en segundo lugar, su disciplina
religiosa a través de tres claves: la vida comunitaria, la
ascesis y la vida de piedad. Y por último se presentará una
recapitulación sobre ciertos aspectos de la espiritualidad
calatrava.

1. Naturaleza religiosa del instituto calatravo

La espiritualidad de la milicia calatrava tiene a su


vez dos vertientes o dimensiones claras: la dimensión
de la religiosidad bélica, en el contexto de la ideología
de cruzada, y la dimensión de la religiosidad monástica,
puesto que aquella institución se vinculó a la Orden del
Císter.

a) Religiosidad bélica

En cuanto al primer aspecto, el interesante trabajo de


Carlos de Ayala en este mismo volumen, referido a la Orden
de Calatrava y la cruzada hispánica, me exime de profundizar
en esa religiosidad bélica enmarcada en la ideología de
cruzada y del ideal de la militia Christia como consecuencia
de la cristianización de la caballería.

125
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Baste con recordar, a continuación, algunas claves básicas.


Es abundante la producción historiográfica sobre las
cruzadas. Resulta imprescindible la consulta de la monografía
dedicada a ellas por Carlos de Ayala (2004) y su puesta al
día bibliográfica. Véase también García Fitz (2003) y Flori
(2010). Y, como aportación de gran importancia, la reciente
obra de Santiago Palacios Ontalva (2017). Entre el final del
siglo XI y el final del XIII, se produce la intervención armada
de la Cristiandad latina en el Levante Mediterráneo en lucha
contra los poderes islámicos para recuperar los Santos
Lugares. Es un fenómeno que se desarrolla inicialmente
en medio de un gran entusiasmo religioso al señuelo de la
Guerra Santa y de acuerdo con un determinado contexto
socioeconómico, político y mental. Se organizaron ocho
“cruzadas” entre 1096 y finales del siglo XIII. (En la época, la
cruzada se llamaba opus dei, negotium Terrae Sanctae,
opus Terrae Sanctae, o subsidium Terrae Sanctae.) El punto
de partida fue la predicación del papa Urbano II en Clermont
en 1095 instando a peregrinar a Jerusalén y ofreciendo
por ello una indulgencia plenaria, y exhortando a liberar el
Santo Sepulcro. Esta llamada desencadenó unas respuestas
colectivas que culminaron en la conquista de Tierra Santa por
los occidentales y la creación del Reino Latino de Jerusalén
en 1100. En cuanto a las motivaciones y las mentalidades que
explican el fenómeno, dejando a un lado las circunstancias
políticas concernientes al escenario islámico (fatimíes, turcos)
y al bizantino, cabe señalar las que siguen: a) Motivaciones
religiosas –esenciales– de lucha contra el infiel: la cruzada
es presentada como un imperativo religioso, reforzado por
el aliciente de la indulgencia plenaria por peregrinar. b)
Afirmación de la autoridad pontificia, en una línea de rearme
ideológico papal en la estela de la reforma gregoriana. c)

126
Afirmación y legitimación de los poderes de reyes y
emperadores. d) Intereses mercantiles en el contexto de la
nueva mentalidad de beneficio del siglo XII, particularmente
por parte de los comerciantes italianos en Constantinopla y
Alejandría. e) Ideal de la militia Christi, como consecuencia
de la cristianización de la caballería operada ya desde
fines del siglo X. La cruzada será opus dei, obra de Dios. f)
Mentalidad de peregrinación, en el marco de la devoción por
la humanidad de Jesús (la imitatio Christi y la teología de
la cruz jugaron un papel esencial) y de la gran devoción a
Jerusalén, relacionada con las creencias escatológicas sobre
el fin de los tiempos. No se ha de olvidar que, paralelamente
a las cruzadas de los señores, se pusieron en marcha las
llamadas cruzadas populares, acaudilladas por unos líderes,
unos prophetae como Pedro el Ermitaño y Gautier Sans
Avoir. Las protagonizaban unas masas, unas huestes auto
consideradas santas, esperanzadas en el inminente fin de los
tiempos triunfante en Jerusalén contra el Anticristo, es decir,
Satanás liberado después del milenio. La Jerusalén celestial
del Apocalipsis se confunde en el imaginario medieval con
una Jerusalén terrestre llena de riquezas y abundancia
materiales.
En este marco de las cruzadas surgen en el siglo XII
las órdenes militares de Tierra Santa, la de San Juan de
Jerusalén (c. 1113, aunque solo militarizada por completo
en 1182, AYALA, 2019, pág. 23) y la del Temple (1120), para
proteger a los peregrinos, con una “vocación de servicio”
eminente (PALACIOS, 2017, pág. 240). Y siguiendo su modelo
pero desde la matriz cisterciense y el impulso regio, en
Castilla la Orden de Calatrava en 1158. Es conveniente
tener en cuenta que, si las órdenes militares son la
consecuencia de la ideología y la realidad de la cruzada

127
La Orden de Calatrava en la Edad Media

(guerra indulgenciada y promovida o autorizada legalmente


por el papado), en la propia Península Ibérica esta ideología
y esta realidad enlazan con una corriente muy fuerte,
autóctona, de sacralización de la lucha contra el Islam,
que ha sido bien estudiada. Valga la cita de dos obras
clarificadoras y relevantes: Fernández Conde (2005, págs.
89-122) y el esencial y reciente volumen colectivo de Ayala,
Henriet y Palacios (2016). Presente este ideal de guerra santa
(guerra por motivos religiosos contra los enemigos de la fe,
lucha por la Cristiandad y por Dios) desde los siglos IX y X en
la cronística del reino Astur-leonés (PALACIOS, 2017, págs. 308-
309), continuada después en la Crónica Silense del XI y en la
Chronica Adefonsi Imperatoris del siglo XII, aparece claramente
en crónicas del siglo XIII como el Chronicon Mundi de Lucas
de Tuy y De Rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada,
por citar algunas fuentes. Muy pronto se había equiparado
la lucha contra los musulmanes en suelo peninsular con
las cruzadas de Tierra Santa1, pero al servicio de los fines

1 El propio Urbano II había animado a conquistar Tarragona en 1086 en


términos de cruzada. Y En 1100 y 1101 Pascual II prohibía a los hispanos acudir a la
cruzada palestina, otorgando indulgencia a los que permanecieran en la Península
para combatir a los musulmanes. Por fin, en 1123 el I Concilio de Letrán equiparó
plenamente la cruzada de Jerusalén con la hispánica. Ya desde mediados del
siglo XII hubo campañas militares cristianas peninsulares que respondían a las
características de una cruzada. Es el caso de la campaña para la conquista de
Almería, en 1147 (luego conquistada por los almohades en 1157), donde lucharon
tropas aragonesas, catalanas, genovesas, pisanas y castellanas comandadas
por Alfonso VII. El poema épico de la conquista, que cierra la crónica Adefonsi
Imperatoris, subraya el protagonismo de los obispos. No hubo bula papal, pero los
obispos hispanos de Toledo, León y Astorga concedieron indulgencias, el estandarte
era la larga cruz de los cruzados, y los que murieran, si habían confesado sus
pecados, serían mártires que accederían directamente al paraíso. Y los tres prelados
historiadores de la primera mitad del siglo XIII, Lucas de Tuy, Rodrigo Jiménez de
Rada y el autor de la Chronica Latina, presentan las campañas de la época contra
el Islam como auténtica cruzada, sobre todo la de las Navas, para la cual el papa
Inocencio III (1198-1216) otorgó la bula de cruzada. Lucas de Tuy saluda al toledano
como el predicador y el artífice de esa victoria; Jiménez de Rada describe el

128
políticos de los monarcas, una idea esta última desarrollada,
entre otros, por Philippe Josserand (2016, págs. 111-113). Una
clarificadora exposición sobre los debates historiográficos
relativos a la relación entre cruzada, reconquista y guerra
santa puede verse en Palacios (2017, págs. 316-340).
Las órdenes militares se afianzaron una vez que san
Bernardo hizo triunfar el “discurso de la conversión”, en
palabras de Carlos de Ayala (1996, pág. 61; AYALA, 2003,
pág. 124; AYALA, 2015, pág. 107), necesario para conjurar
las resistencias a unas instituciones donde sus religiosos
guerreaban (sobre las críticas a estas milicias religiosas,
AYALA, 2015, págs. 106-112; GARCÍA GUIJARRO, 1995, págs. 116-
122; el argumentario contra las milicias más tarde y ya en otro
contexto, desde las décadas finales del siglo XIII (PALACIOS,
2017, págs. 264- 267). San Bernardo exalta el espíritu martirial
en su capítulo III de su obra En alabanza de la nueva milicia
templaria: si el caballero muere, es una suerte de martirio; y
si mata es un servicio a Cristo:

“Es considerado como defensor de los cristianos y


vengador de Cristo en los malhechores ... La muerte que él
causa es un beneficio para Cristo ... La muerte del pagano
es una gloria para el cristiano, pues por ella es glorificado
Cristo” (SAN BERNARDO, 1983, pág. 503).

Las milicias participaron plenamente del espíritu de


la cruzada. Y que la lucha de las órdenes contra los

combate, donde todo se hace bajo el signo de la cruz, y el redactor de la Chronica Latina
se refiere al vexillum crucis, que también acompañará a las tropas de Fernando III cuando
entren en Córdoba en 1236.

129
La Orden de Calatrava en la Edad Media

musulmanes en la Península era tenida por cruzada


está fuera de toda duda. Los papas recordaron
reiteradamente a todos los fieles que combatir junto a
los freires de órdenes militares y bajo sus estandartes en
cualquier guerra suponía asumir, a efectos espirituales y
bajo indulgencia plenaria, la deseable consideración de
cruzados (AYALA, 2003, pág. 782). Es cierto que, cuando
surgieron las órdenes militares peninsulares, los pontífices
comprendieron la necesidad de respetar su autonomía,
pero la vinculación entre el proyecto de cruzada y el origen
de algunas como, en particular, Santiago, es indudable
(AYALA, 2015, págs. 196-201). Realmente, ya en 1100 el papa
Pascual II asimilaba la lucha contra los musulmanes en
la Península con la que se libraba en Tierra Santa, de
modo que producía los mismos beneficios espirituales
(AYALA, 2010, pág. 20). Y claro está, hay que recordar que
las órdenes militares participaron de empresas bélicas
cuya asimilación con una cruzada está fuera de toda
duda, caso de las Navas de Tolosa en 1212, y la conquista
de Córdoba en 1236 (PALACIOS, 2017, pág. 327).
Ya en 1220 Honorio III extendía la indulgencia propia
del voto cruzado a quienes combatieran con los freires
calatravos en sus fortalezas fronterizas. Esta cobertura
legitimadora del papado a la lucha contra el islam en suelo
peninsular –conmutando el voto cruzado en Tierra Santa
por el servicio hispánico, bajo las mismas indulgencias—
se repitió en esta época y alcanzó a las órdenes militares.
Y esto, a pesar de que, a partir de la década de 1220, en
la cruzada hispánica se producirá un deslizamiento del
protagonismo pontificio al protagonismo regio, en el
marco de un proceso de hispanización de la cruzada
(AYALA, 2004, pág. 314; PALACIOS, 2017, págs. 325-326).

130
Más específicamente, en 1240 el papa Gregorio IX
concedía indulgencia y remisión de todos los pecados a
los seguidores de la enseña calatrava que murieran en
plena lucha contra los infieles, algo que suponía el paso
seguro a la vida eterna:

“... qui pro defensione fidei catholicae sarracenos


ipsos impugnant, de felici retributione securi contra
eos toto affectu mentis incedant et ad id etiam
animentur alii eorum exemplo fideles, temporalem
ex hoc vitam sperantes in perpetuam commutare”.
1240, junio 2, Letrán (BULLARIUM, pág. 73).

Por tanto, inequívocamente la religiosidad bélica,


cruzadista y martirial es una faceta de la espiritualidad
calatrava. Y se conjugaba en Calatrava con la vida
monástica, a partir de la vinculación de esta orden militar
con la Orden del Císter, tal como se explica a continuación.

b) Religiosidad monástica

En el congreso celebrado en 2008 sobre el nacimiento


de la Orden de Calatrava (con motivo del 850 aniversario
de su fundación, MADRID y VILLEGAS, 2010) se volvió a insistir
en el Císter como “cuna” de Calatrava, con independencia
de los debates sobre el surgimiento de la orden militar; es
decir, si la iniciativa fue del abad Raimundo de Fitero o
bien del rey Sancho III: según esta segunda explicación,
la iniciativa fue regia y se encuadró en la operación
de castellanización del reino de Sancho III y Alfonso VIII.

131
La Orden de Calatrava en la Edad Media

En realidad, la Orden de Calatrava nació en la lógica


regia de crear instituciones propias que sustituyeran
a las órdenes universales y transfronterizas como el
Temple. Con todo, debe recordarse que la vinculación
cisterciense y su dependencia del papado imprimían
un sentido “universalista” a la Orden de Calatrava. Un
exponente de ello fueron las tensiones que afectaron
al cargo del prior del Convento, que era elegido por el
abad mismo de Morimond, y las reticencias ante él de
los caballeros calatravos y de los monarcas. El conflicto
se prolongó hasta el siglo XV, y es un exponente de
la situación intersticial o de intersección en que se
halla la Orden de Calatrava entre la universalidad –
fines transnacionales–, y la territorialidad –su carácter
castellano–. Finalmente, fue beneficiario en ese conflicto
el maestre. Ya en la segunda mitad del siglo XII el maestre
extendía su autoridad a la disciplina religiosa; y en el XIII
concentró atribuciones al modo de un prelado al que
obedecían todos los miembros de la orden (estatutos de
1195, definiciones de c.1196- 1213) (AYALA, 2003, págs. 209-
211). Finalmente, asumió funciones priorales en el siglo
XV, de modo que todos los freires, incluidos los clérigos,
hacían profesión en sus manos y no en las del prior. Hasta
tal punto que el cronista Rades y Andrada sostendrá, en el
siglo XVI, que en lo espiritual el maestre venía a ser como
un abad, quitando las acciones donde fuera necesario
el orden clerical (subrayado por SOLANO, 1978, págs. 138-
139).
En todo caso, el proceso de integración de la
Orden de Calatrava en el Císter fue progresivo y
no lineal, entre 1158 y 1248, con unas dependencias
no definidas de los monasterios de Fitero, Scala Dei

132
(Escale-Dieu) y, esencialmente, Morimond en Champaña,
que era una de las cuatro abadías filiales de Cîteaux. La
consideración de los freires calatravos como cistercienses
se fue normalizando paulatinamente. Este proceso de
institucionalización de la milicia calatrava podemos resumirlo
así (VILLEGAS, 2005, págs. 165-195; AYALA, 1996, págs. 63-64;
AYALA, 2010, págs. 54-55; OLIVEIRA, 115, págs. 164 y ss.):
• Desde el principio ha habido una división entre monjes
y caballeros, los segundos a modo de congregación
de hermanos laicos de vocación bélica dirigidos por un
maestre.
• Desde 1164 reciben reglas o formas de vida del Capítulo
General del Císter, pero los calatravos, aunque se les
llama vere fratres, son equiparados no a los monjes sino
a los conversi o conversos del Císter (es decir: hermanos
legos adheridos a la comunidad en tanto que mano de
obra, dedicados a las labores del campo y otras), y si
visitan una abadía cisterciense deben permanecer en la
hospedería.
• En 1187, cuando se promulga la bula que confirma la forma
vivendi dada a Calatrava por el Capítulo General del
Císter en 1186, se consagra la dependencia disciplinaria
de Calatrava respecto a la abadía de Morimond, con la
obligada visita anual de su abad francés a Calatrava.
Además, se concede a la orden la licencia de edificar
abadías reconocidas de hecho como cistercienses
(BULLARIUM, 1981, pág. 21).
• Y en la década de 1220, los freires clérigos están
asimilados como auténticos hermanos o fratres a
cistercienses. En 1221 los privilegios del Císter son
aplicados a Calatrava, y en 1222 los freires serán
admitidos al coro al visitar las abadías cistercienses.

133
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Los caballeros, que son religiosos, pues tienen votos


canónicos, pero no clérigos (no reciben tonsura ni
orden clerical), aparecen con un estatuto intermedio
entre los monjes de coro y los hermanos legos; son
laicos, pero no conversos, pero son miembros de la
orden del Císter y están sometidos a la jurisdicción del
Capítulo General y de su padre abad.
• Ya en 1247, finalmente, puede hablarse de una completa
integración de los calatravos en el Císter, cuando se
establece que el prior calatravo asista a los capítulos de
Cîteaux.
• Y en 1248 el Capítulo del Císter declaraba que Calatrava
era miembro cisterciense. Se repite en el directivo
de bulas la formula “dilectis filii Magistro et fratribus
Militiae Ordinis de Calatrava secundum Ordinem
Cisterciensem fratrum viventibus”, por ejemplo, en
la bula concediendo beneficios parroquiales a los
calatravos, 1248, octubre 7. (BULLARIUM, pág. 86).
Además, la asistencia de los calatravos al Capítulo de
Cîteaux se ha normalizado para entonces (Bullarium,
pág. 87).
Como se puede ver, la posición de la Orden de
Calatrava en la espiritualidad cristiana fue versátil; desde
mi punto de vista, puede decirse que fue fronteriza o
disyuntiva dentro de las diversas opciones religiosas de la
Iglesia. Siempre existía en ella una suerte de ambivalencia
(esta idea desarrollada en TORRES, 2010, págs. 267, 269-
276).
-Una primera disyuntiva o ambivalencia es su
identificación con el clero regular pero también con el clero
secular, al asumir los clérigos calatravos encargos pastorales
de cura de almas en sus dominios. No entraré en ella.

134
-La segunda ambivalencia es su ya aludida condición
de orden territorial, instrumento de la monarquía castellana, y
a la vez orden con dependencia internacional cisterciense y
pontificia.
-La tercera ambivalencia o dicotomía, ya en un plano
más propiamente religioso, es que por un lado se vinculaba
al ideal monástico contemplativo, y por otro al ideal activo de
Cruzada. En ella nos detendremos.
El problema no consiste solo en conciliar la vida
religiosa y la función militar, sino también que en la orden
convivían dos formas de religiosidad en principio opuestas:
la espiritualidad de la oración y renuncia al mundo, propia del
monacato clásico –en el que se encuadraba el Císter– frente
a espiritualidad de la acción en el mundo, característica,
por ejemplo, de las órdenes mendicantes que nacerían en
el siglo XIII. Pero cabe preguntarse: ¿realmente existía esta
oposición tajante?
La corriente habitual de pensamiento sobre la posición
del cristiano en la tierra era, simplificando mucho, la del
contemptus mundi, que entendía la vida terrena como
pasajera e ilusoria; y por ello, el auténtico modelo de
perfección cristiana era la vida monástica, que implicaba
la dedicación a la plegaria, la renuncia al mundo (poder,
riquezas y sexo) y el seguimiento de los consejos evangélicos:
pobreza, castidad y obediencia. Por ello, a menudo, los
seglares intentaban aproximarse a los monjes para salvarse:
se convertían en familiares de los monasterios o vestían el
hábito al final de su vida.
Ahora bien: en el siglo XII y a partir del Císter,
este esquema se rompió. Sus ideales pronto
se tuvieron que adaptar a la realidad. Y esa
adaptación, esa tensión entre su imagen genuina y el

135
La Orden de Calatrava en la Edad Media

pragmatismo, proporcionó al Císter dinamismo y


continuidad, según su historiador Louis Lekai (LEKAI, 1987,
pág. 46).
En efecto, el Císter contemplativo se vio confrontado
a los desafíos planteados a la Cristiandad en su expansión
de los siglos XII y XIII. Y actuó. San Bernardo defendía el
carisma de la acción en el mundo, un activo compromiso
con el mundo y sus problemas, frente al aislamiento de
la celda. Todo ello es lo que se resume en la expresión
“Iglesia militante” que, ya aplicada anteriormente al Císter,
reaparece en la constitución “Fulgens sicut stella” de 1334,
conocida como La Benedictina, dirigida a los cistercienses
por Benedicto XII, un papa que había sido cisterciense
desde su niñez:

“Brillando como la estrella de la mañana en un cielo


cubierto de nubes, la sagrada orden cisterciense toma
parte en los combates de la Iglesia militante mediante
sus buenas obras...” (LEKAI, 1987, pág. 98).

La expresión “Iglesia militante” había empezado


a dejar huella documental desde mediados del siglo
XII, sustituyendo a la noción de “Iglesia peregrinante o
terrenal”. La aplicación literal del concepto de la vida
cristiana –y en particular, consagrada—como lucha daría
lugar a la espiritualidad militar, y el término Iglesia militante
triunfaría desde el papa Inocencio III (un brillante desarrollo
de estas ideas en AYALA, 2015, págs. 141-145). Desde mi
punto de vista, la referencia de Benedicto XII a la Iglesia
militante y cómo los cistercienses participaban en sus

136
combates con sus buenas obras no alude a los combates
bélicos –es decir, a la espiritualidad militar-, sino más
bien al incansable combate contra el Mal que los monjes
desarrollaban, igual que el resto de los cristianos, pero
desde luego con una dimensión de activa implicación en las
realidades temporales que fácilmente se podría deslizar a
la justificación del uso de las armas al servicio de la fe. Así,
los cistercienses aparecen comprometidos con el mundo:
san Bernardo fue un árbitro en la política eclesiástica y
en disputas políticas; el Císter suministró a la jerarquía
eclesiástica obispos y papas; desde 1179 los monjes de
esta orden fueron los responsables de la lucha dialéctica
antialbigense. Como recuerda Carlos de Ayala en este
mismo volumen, el Císter estuvo comprometido de lleno con
la cruzada. Piénsese que la segunda cruzada fue convocada
por un papa cisterciense, Eugenio III. Recuérdese también
que, muy significativamente, existió un sector decididamente
belicista afincado en la abadía de Morimond en los tiempos
del nacimiento de la Orden de Calatrava (AYALA, 2015, págs.
126-127). Y fue cisterciense un líder de la cruzada de 1212 de Las
Navas, Arnau Amalario, arzobispo de Narbona (él y su hueste
no se retiraron como otros ultramontanos). Por otra parte,
en las costas bálticas y en Prusia combinaron la misión, la
asunción de obispados y la cruzada, y fundaron monasterios
en plena frontera de Trípoli, como Belmont y Salvatio, antes
de dar su matriz religiosa a las órdenes militares (LEKAI, 1987,
pág. 72).
Por ello, en realidad no cabe sorprenderse demasiado
ante estos “monjes-soldados” (la expresión no hay que
tomarla literalmente: en ningún caso fueron, ni los templarios
ni los calatravos, monjes armados; los templarios fueron
caballeros que asumieron obligaciones religiosas, y

137
La Orden de Calatrava en la Edad Media

en Calatrava desde el principio se asignaron funciones


distintas a los caballeros o milites y a los freires clérigos),
porque también los monjes cistercienses contemplativos
proyectaban su acción en el mundo (en la misma línea,
AYALA, 2010, pág. 36 y ss.). Y en esta espiritualidad militante
del Císter se integra la tarea de los caballeros de órdenes
militares. Desde aquí hay que comprender las alabanzas de
san Bernardo a la nueva milicia del Temple que, por otra parte,
han de ser seriamente matizadas (AYALA, 2015, págs. 114-127).
El monacato había aplicado tradicionalmente la metáfora
de la milicia a su combate espiritual contra el diablo en una
exaltación de la proeza ascética (VAUCHEZ, 1985, págs. 51-
55), y en el marco de una larga tradición literaria inspirada
en la Regla de San Benito (LINAGE, 1988, pág. 99) y, en último
término, en el Libro de Job: “Milicia es la vida del hombre sobre
la tierra” (Job 7, 1-4; 6-7). Ahora, la valoración cisterciense de
la militancia en el mundo pudo muy bien servir como puente
a la aceptación de la función militar de los freires, aún siendo
religiosos.
Era la revalorización de los “hijos de Marta” y de la vida
activa, al lado de los “hijos de María”, los contemplativos.
En la Iglesia funcionaba y ha funcionado mucho la imagen
de la oposición entre unos y otros como arquetipos
de formas de vida cristiana. Alude a las dos hermanas
de Lázaro, que con él componen la familia de Betania
amiga de Jesús. El pasaje recogido en el evangelio de
Lucas (10, 38-42) parece contraponer la vida activa,
representada por Marta, que se afana en el servicio de
la casa, con la vida contemplativa, representada por
María, que sentada a los pies de Jesús escuchaba su
Palabra. Jesús había dicho claramente que “María eligió
la mejor parte”. El aprecio por la vida contemplativa y la

138
perfección que encarna como estado superior, están fuera de
duda durante todo el Medievo.
Francisco Ruiz ha estudiado esta imagen evangélica
aplicada a las órdenes militares y cómo san Bernardo, en
su obra citada, Alabanza de la nueva milicia, transmitió
que también eran dignos de admiración la fidelidad y
el amor de Marta y sus seguidores o hijos, los caballeros
templarios (RUIZ, 2002). También a propósito de la Orden
de Calatrava se habla de los “hijos de María”, los freires
clérigos, que rezan, y los “hijos de Marta”, los freires
caballeros, que guerrean. El papa Honorio III, en 1221, se
hacía eco de aquella imagen evangélica y decía que
es por la solicitud atenta de Marta (los caballeros) por
lo que María puede dedicarse a la quietud de la oración
(los freires conventuales). No se pide a los caballeros una
vida orante; sino que actúen para que los conventuales se
dediquen a la vida espiritual, sobre todo al oficio divino y a
los sufragios por los difuntos.
El Císter tenía una espiritualidad militante que en
Calatrava, tan ligada a la belicista abadía de Morimond,
se concreta en la lucha armada, por Cristo y por la Iglesia.
Y es que se entendía que se luchaba contra la acción del
diablo en el mundo o bien con los sacrificios extremos de
los religiosos, o bien guerreando y ofreciendo la propia
vida en un esfuerzo doloroso. La lucha contra los infieles
en las cruzadas era una función del ordo laicorum, una
misión por fin asignada a los laicos, que así tenían su propio
papel en la batalla de la Iglesia contra el mal. La malitia
mundi (caballería motivada por la ira y la vanagloria)
cedía paso a la militia Christi (GARCÍA-GUIJARRO, 1995,
págs. 121-122). Además, esa lucha santa se combinaba
con una cierta mentalidad escatológica que exigía

139
La Orden de Calatrava en la Edad Media

acelerar el reinado de Cristo en la tierra.


Entonces, ¿quién tenía la preeminencia, los freires
clérigos o los freires caballeros? Pensamos que, en el
plano de las imágenes y el plano espiritual, la primacía la
tenían los primeros, los clérigos o monjes. Y en el plano de
las realidades, del poder feudal y de la conveniencia de la
monarquía y sus empresas, se daba prioridad, de hecho, a
los caballeros.
En el primer aspecto, el mayor referente de santidad y
prestigio siempre lo encarnaron, desde la óptica del Císter, los
freires clérigos. El abad de Palazuelos que visitó Calatrava en
1325 en nombre del abad de Morimond decía “... todos deben
ser aguardados e onrrados, specialmente los clerigos”:

“como todos deban ser aguardados e honrrados,


specialmente los clerigos, mandamos que sy algun
freyre de los clerigos adolseciere, e fuere puesto en
gran enfermedat, que les sea ministrado lo de la orden
bien e complidamente” (O’CALLAGHAN, 1962, pág. 272).

Y debe recordarse que fue difícil vencer las reticencias


del Císter hasta que Calatrava se asimiló institucionalmente
a él; por otra parte, si no se confería ninguna orden clerical
a los caballeros (que podrían haber sido órdenes menores)
es porque empuñaban las armas. Digamos que no se
terminaba de perdonar el origen mundano y bélico de los
orgullosos milites, salvo por su “proceso de conversión”;
en 1164 el Císter daba un primera regla a Calatrava y
valoraba su laudable propósito “quo a militia mundi ad Dei
militiam conversi”, porque os convertisteis desde la milicia

140
del mundo a la milicia de Dios (Reglas de 1164 y 1186. BULLARIUM,
págs. 3 y 20-21).
Pero en la práctica, la orden se imbricaba en una
compleja realidad mundana. Y la actuación militar y
señorializadora, el mando del maestre, las relaciones
complejas con la monarquía castellana, etc., todo ello
daba prioridad a los caballeros. Entonces, desde el plano
de la praxis, se invertía la óptica y los religiosos constituían
“solo” la retaguardia piadosa. Cualitativamente tenían más
peso específico real los milites. Y puede recordarse que los
maestres, los que recibían el homenaje y encarnaban el
poder feudal, siempre tuvieron autoridad sobre caballeros
y clérigos, sobre ambos. De hecho, es que también el
maestre se presentaba como tal “por la gracia de Dios” (1383,
septiembre 8. O’CALLAGHAN, 1962, pág. 281). Es decir, también
el maestre reivindicaba un carácter sacro, y por ello recibía
en sus manos la profesión tanto de monjes calatravos como
de caballeros, cuando prometían observar los tres votos de
pobreza, castidad y obediencia.
Conviven dos representaciones mentales de la
Orden de Calatrava: a) la que quiere primar su naturaleza
cisterciense desde el momento en que Calatrava buscó
ese aval, con un añadido purista que no termina de
perdonar el origen mundano y bélico de los caballeros
de la milicia, y b) la que asume como un todo al conjunto
de freires clérigos y caballeros, y tiende a dar prioridad,
no teórica pero sí de facto, a los segundos. En términos
gelasianos, ambas imágenes, transitando desde la
realidad hasta los ideales, permiten tanto la valoración
de los freires clérigos conventuales, tomados como
auctoritas de la institución, como la valoración de
los freires caballeros, éstos vistos en tanto que brazo

141
La Orden de Calatrava en la Edad Media

ejecutor de la defensa de la fe contra sus enemigos, la


potestas que concreta la misión dada desde lo alto.
De todos modos, los freires caballeros calatravos
estaban bien situados en la perspectiva de la salvación
y de los méritos. Eran caballeros profesos, su estado de
vida no era el monástico pero se asemejaba. En teoría,
guardaban continencia, sacrificaban prerrogativas,
exponían su vida contra inimicos Fidei (reglas 1164 y 1186,
BULLARIUM, págs. 3 y 20-21) y tenían una espiritualidad
martirial. Es decir, hacían abundantes méritos para la
salvación eterna.

2. La praxis disciplinar de la Orden de Calatrava

La fuente principal para conocer el despliegue


disciplinar de la milicia la constituyen las normas que
obligaban a los calatravos (O’CALLAGHAN, 1996; AYALA, 1996;
VILLEGAS, 1999): la regla benedictina; la Carta Charitatis y
otros documentos de tradición cisterciense; las actas de
los Capítulos de Cîteaux; las Formae Vivendi otorgadas por
este Capítulo a Calatrava, varias de ellas confirmadas por
los papas (en 1164, 1187, 1199, y 1214, ésta conservada como
confirmación), una serie de estatutos y definiciones (1196-
1213, 1210 ó 1211, definiciones de finales del siglo XIII editadas
por Oliveira) promulgados por abades de Morimond
y otros abades delegados, así como estatutos de los
maestres de Calatrava y documentos pontificios2. Las
cuatro regulae atque formae vivendi se contienen en el

2 De los siglos XII y XIII hay unos establecimientos dados por el abad de
Morimond en 1195 y otros dados, según Lomax (“Algunos estatutos primitivos”) entre
1196 y 1213 tal vez por el abad de S. Pedro de Gumiel. Para el siglo XIV, se conocen

142
Bullarium de Calatrava. Las definiciones han sido editadas
por Lomax (1961), O’Callaghan (1958, 1962, 1996 a) y Oliveira
(2015).
La vida religiosa calatrava, en el Convento en particular3,
presenta el siguiente perfil, a mi modo de ver: una vida religiosa
fuertemente comunitaria, con un rigor ascético exigente, con
la virtud de la obediencia como eje de la vida conventual,
debida muy directamente al prior, pero reforzada con la
obediencia siempre obligada al maestre. Y con un sistema
punitivo muy tarifado.
No se repasará aquí, al modo tradicional, las obligaciones
derivadas de los tres votos y la vida conventual. Me centraré
en tres claves o aspectos en los cuales se encuadran muchos
otros: la vida comunitaria, la ascesis y la vida litúrgica y
sacramental.

a) El carácter comunitario

Este carácter es lógico, al emanar la milicia del


tronco monástico benedictino, que siempre cultivó ese
rasgo frente a las tendencias individualistas de otros tipos
monásticos como el oriental. Se manifiesta, por ejemplo,
en la obligatoriedad de compartir refectorio y dormitorio,
estancias ambas que debían ser comunes. Durante

definiciones dictadas por abades de Morimond en 1304, 1307 y 1336; por abades de
Palazuelos y Rueda en 1325 y 1338; de nuevo por un abad de Morimond en 1383, y estatutos
promulgados por maestres de Calatrava en 1383 y 1397. En el siglo XV los abades de
Morimond dictaron definiciones en ocho ocasiones: 1407, 1408, 1418, 1433, 1444, 1452 y 1468,
estas últimas (de Guillermo II de Morimond) recapituladoras y núcleo de las publicadas en
los siglos XVI y XVII.
3 Los calatravos fueron cambiando de sede central, desde 1158 en que nacieron
en Calatrava la Vieja, hasta 1217 en que se instalaron definitivamente en Calatrava la
Nueva, pasando por Ciruelos (1195), Salvatierra (1198) y Zorita (1211).

143
La Orden de Calatrava en la Edad Media

bastante tiempo, se observó esta obligación. No hubo celdas


individuales con puertas y cerrojos hasta el siglo XV, como
muestran las definiciones calatravas de 1433, aunque ya
antes se levantaron pequeños muretes entre los lechos.
Pero sí existen datos ya a mediados del XIV de que los freires
quebrantaban la norma de comer juntos. Se manifiesta
también lo comunitario en la imposibilidad de significarse en
vestido, comida, horarios. Y en la importancia de la oración
común, la liturgia de las horas.
En la zona claustral y el resto de las zonas comunes
de los monjes, incluidas las cocinas y la sala capitular,
se prescribía un ambiente de recogimiento y silencio. El
silencio era tan importante que para san Bernardo era
pecado mortal quebrantarlo. Pero existen indicios de que
no sólo se rompía el silencio sino que había altercados.
Las definiciones de 1325 y 1336 se refieren a freires que
conspiran, que insultan a otros, que les hieren de sangre, y
todo ello con saña o ira. Incluso a veces entraban laicos y
mujeres en el dormitorio común.
Como un componente de este carácter comunitario
entendemos el voto de obediencia. La obediencia al prior y
al maestre se revela como esencial para el funcionamiento
de la comunidad, y se fundamenta en que Dios delega
su autoridad de Dios en el superior. La falta gravísima
de la desobediencia es una de las más castigadas,
sobre todo si se trata de traición clara al maestre; si esa
traición se ha producido desde una fortaleza, puede
conllevar la expulsión de la orden, según las Definiciones
de 1325 (O’CALLAGHAN, 1962, pág. 272). O bien, según
sea el pecado, acarreará la pérdida de caballo, armas
y condición de caballero durante medio año, o comer
en el suelo por un tiempo, según la forma vivendi de

144
Calatrava de 1164 (BULLARIUM, 4). Esta última era una
práctica cisterciense: el penitente debía hacerlo en
medio del refectorio y delante de toda la comunidad,
con la cabeza cubierta y esperando humildemente que
le llevaran algo de comer. Es un castigo que se imponía
también por fornicación y por pegar a un hermano, pero
parece que desapareció a lo largo del siglo XIV (VILLEGAS,
1999, pág. 257).
De todos modos, era posible otorgar comunitariamente
el perdón incluso a un traidor si el capítulo lo acordase y, en él,
los ancianos consientieren. Las faltas contra otros hermanos
también eran muy castigadas.
Cabe preguntarse si hay en los textos normativos
referencias a la caridad como fundamento de la vida
comunitaria, si se aprecia una exaltación de la fraternidad
entre los fratres. A decir verdad, la respuesta, en principio, es
negativa. La regulación de la convivencia parecería dirigida
más a mantener una disciplina militar que a atender a una
comunidad religiosa.
Otro dato a favor del sentido comunitario de la
religiosidad calatrava era la celebración del capítulo diario
que reunía a todos los monjes con el maestre y con el prior,
al modo cisterciense, después de la misa y el rezo de prima
(reglas de 1164 y 1187, BULLARIUM, págs. 4, 21). En él, además
de otras cosas como el recitado del salmo De profundis,
había acusación pública de faltas y reparación y penitencia
pública. Está clara aquí no solo la finalidad ejemplarizante
del castigo, sino también, en mi opinión, la idea de la
dimensión comunitaria del pecado. Es decir: la infidelidad
a la vocación afectaba también a los demás miembros
de la comunidad religiosa y por ello debían dirimirse en
comunidad la culpa, el arrepentimiento y la penitencia.

145
La Orden de Calatrava en la Edad Media

La comunidad sería muy variable en sus


dimensiones. El número de freires se cifraba en el siglo
XV en veinte conventuales, pero en ocasiones no se
alcanzó. Ahora bien, hay que añadir a los novicios. El
noviciado era obligatorio para todo freire, clérigo o
caballero, dado que el Císter prohibió la presencia de
niños en los monasterios y Calatrava no admitía oblatos.
La toma del hábito o primera recepción podía darse
con los 17 años de edad según las Definiciones de 1433,
aunque desde 1468 cabía la posibilidad de recibirla con
diez años (O’CALLAGHAN, 1958, pág. 123). Después tenía
lugar ese noviciado, que era de un año y un día en el
siglo XV, bajo dirección del prior, para conocer la regla y
para que el candidato se curtiera experimentalmente en
las “asperezas” de la orden, como dicen las definiciones
de 1336 (O’CALLAGHAN, 1962, pág. 277). Después de ese
tiempo tenía lugar la profesión del candidato en manos
del maestre.
Un elemento necesario para reforzar la comunidad
y el sentido identitario de la Orden de Calatrava era
la reunión de freires caballeros y freires clérigos en el
Convento, presidida por la autoridad suprema, la maestral,
en el Capítulo de gobierno. Los maestres celebraron los
Capítulos y emitieron sus mandatos durante todo el siglo
XIII y la mayor parte del XIV prácticamente siempre en
el Convento; esto cuestiona el traslado de los maestres
a la villa de Almagro en el siglo XIII, tradicionalmente
admitido (TORRES, 2006). Pero además, se propiciaba
que todo freire acudiera al Convento. No sólo había que
residir un año y un día para un noviciado, sino que era
obligatorio acudir tres veces al año, en las tres pascuas,
para confesar y comulgar. Tal vez no lo cumplían

146
porque el abad Guillermo I de Morimond, que pasó las
Navidades de 1304 en el Convento de Calatrava haciendo la
visita, tuvo que insistir en ello:

“... todos los comendadores e freyres del Campo [de


Calatrava] que vengan a recebir los sacramentos al
Convento en las tres pasquas del año, la natividad de
Christo, e la pasqua de resurreccion i la cinquesima”
(O’CALLAGHAN, 1962, pág. 262).

Y es que parece que el clero calatravo daba excesivas


facilidades a los comendadores yendo a confesarlos a sus
casas, algo que prohibió el mismo abad, salvo en el caso de
enfermedad:

“e defendemos que los freyles clerigos del Convento e del


Campo, que en estas tres pasquas sobredichas que non
vayan a las casas de los comendadores a confesarlos,
salvo si alguno fuere flaco o enfermo”.

Se deduce que los freires conventuales buscaban las


ocasiones de salir del Convento. De hecho, el abad Guillermo
pidió expresamente al subcomendador del Convento que
no diera tantas licencias a los freires, porque el oficio de la
iglesia se veía menguado. Se comprueba que existía mucha
permeabilidad entre el interior y el exterior de la casa. Aparte
de esas ocasiones pascuales, en otros días sí se permitía que
los calatravos recibieran los sacramentos en los prioratos

147
La Orden de Calatrava en la Edad Media

territoriales de la orden. Pero una vez al año todos los freires


y comendadores debían confesar personalmente con el
prior mismo del Convento. Esto ayudaba a cohesionar la
comunidad y el control cisterciense, porque sólo el prior podía
absolver de los pecados mortales, según las Definiciones de
1211.

b) La ascesis

La proeza ascética que propugnaba el Císter –el hábito


del sacrificio, la renuncia y la mortificación-- impregnaba
también el estilo religioso calatravo. Ahora bien, ¿cuál era
su fundamento? Lo cierto es que en la documentación
normativa de la orden no se maneja un argumento
cristocéntrico; no se pide que el discípulo imite a su Señor
y, por ello, siga la senda estrecha o tome la cruz, como dice
el Evangelio, o viva en pobreza como Cristo pobre (según
defendían los franciscanos). Más bien, su razón de ser es que
el religioso debe combatir las pasiones y la concupiscencia
que le acercan al mal y le apartan del bien; por ejemplo,
pueden tener ese efecto nocivo toda forma de superfluidad
y curiosidad, tal como lo afirman la primera y la segunda
formae vivendi de 1164 y 1186. Además, la ascesis sirve para
marcar la línea divisoria con el mundo que los freires han
abandonado.
Los textos normativos hacen más hincapié en la lucha
negativa contra las tentaciones que acechan al monje
que en las virtudes positivas que debe cultivar. Ocupan un
espacio muy amplio en los textos los procedimientos, la
casuística, las prohibiciones previas. Pero cabe preguntarse
sobre el grado de cumplimiento de las normas. Pues bien,

148
debe advertirse que en todos los aspectos que
mencionaremos a continuación, ya desde mediados del
siglo XIV y, sobre todo, en el siglo XV hay indicios claros de
incumplimiento y, en consecuencia, se fueron suavizando
las exigencias gracias a la obtención de licencias pontificias.
Veamos algunos aspectos:
El celibato, un compromiso esencial en la vida
monástica, era una exigencia irrenunciable en Calatrava (al
contrario que en la Orden Militar de Santiago, cuyos freires
se podían casar, algo totalmente excepcional en la vida
consagrada de la Cristiandad latina). Las normas primitivas,
de los siglos XII y XIII fijaban penas duras por el pecado de
fornicación (comer durante todo un año en el suelo, estar
a pan y agua tres días de la semana y recibir disciplina el
viernes; para los caballeros, pérdida del caballo y las armas,
según las Definiciones de c. 1196-1213 (LOMAX, 1961, pág. 494),
pero abundantes noticias muestran que muchos caballeros
no guardaban castidad, e incluso tenían consigo mujeres
como concubinas, o mancebas de mala fama (SOLANO, 1978,
pág. 152), y desde luego constan noticias sobre los hijos de
los maestres. Por fin, en el siglo XV se atenuará la exigencia
del celibato y finalmente obtendrán permiso para casarse
los calatravos que no hayan recibido órdenes sagradas,
y los hijos podrían heredar sus bienes, según la bula de
Eugenio IV de 1439 (AYALA, 2003, pág. 368; BULLARIUM, págs.
248-250), aunque parece que los calatravos no se casaron
de forma sistemática sino hasta mediados del el siglo XVI
(AYALA, 2003, pág. 369).
En cuanto a la pobreza, era un voto monástico
de los freires al hacer profesión, y debían observar
un tono general de austeridad manifestado en
múltiples prescripciones referentes a la posesión

149
La Orden de Calatrava en la Edad Media

individual de bienes y la alimentación, las ropas y las


costumbres. Es algo totalmente lógico en el esquema regular
cisterciense. Pero es conocido el alto grado de incumplimiento
y cómo se generalizaron cada vez más las licencias al
avanzar los siglos XIV y XV, a medida que se incrementaba
la aristocratización calatrava y la patrimonialización de
encomiendas y otras rentas. Así, las definiciones calatravas
de 1304, otorgadas por el abad Guillermo I de Morimond
prohibían tajantemente hacer testamento, so pena incluso
de expulsión de la orden y de ser desenterrados si morían;
quedaba muy clara la prohibición: “que ningun freyre non
aya nada propio” (O’CALLAGHAN, 1962, pág. 267). Y es porque
“...todas las cosas deven ser comunes” (definiciones de 1325.
O’CALLAGHAN, 1962, pág. 273). Pero desde mediados del siglo
XIV la exigencia se suavizaría. Por ejemplo, en 1353 el maestre
Juan Núñez de Prado, al otorgar definiciones a Montesa,
permitía a los comendadores usar objetos de plata y dejar
legados a sus criados (O’CALLAGHAN, 1972, pág. 240). Y ya a
mediados del siglo XV se reconocerá la libre disposición de
los bienes de los comendadores. Por descontado, los bienes
de la mesa maestral se habían separado tempranamente
de los demás, desde principios del siglo XIV según Oliveira
(2015, pág. 124).
Aclaremos que aún en la época más exigente
encontramos una manifiesta contradicción con las
normas cistercienses. Los Capitula del Císter del siglo XII
excluían claramente como fuente de ingresos iglesias,
derechos de entierro, diezmos, aldeas, siervos, impuestos,
derechos de hornos y molinos, porque todo ello era
contrario a la pureza monástica. Complementariamente,
los monjes no podían tener trabajos pastorales ni funciones
parroquiales, sino un aislamiento completo. Pues bien, es

150
evidente que todo esto chocaba con las prácticas
calatravas, tanto por la estructura feudal del sistema de
encomiendas como por el hecho de que los freires asumían
tareas pastorales en las iglesias parroquiales del señorío de
la orden.
Los colores de los vestidos y calidades también seguían
el principio de la austeridad y el objetivo de identificar a los
calatravos como religiosos por su apariencia. Se regulaba
incluso el corte del pelo, que en la tradición calatrava
incluía las sienes afeitadas. Los caballeros que tenían que
guerrear llevaban calzones de lino y túnica corta. Tanto
dentro del Convento como fuera, todos deberían tener
mantos para superponer a las ropas. Eran largos hasta el
suelo, y forrados de piel de cordero los de los clérigos. En el
Convento, los freires debían llevar túnica y escapulario; y
dentro de la iglesia, la capucha puesta. Como en todos los
demás aspectos, se dio la secuencia del incumplimiento,
la relajación y la licencia normativa ya en el siglo XV, a
causa de la actividad militar y la condición nobiliaria de los
calatravos. Pero a decir verdad, siempre se obligó a llevar
el hábito (el de los caballeros, más corto). El no llevarlo,
a no ser que se estuviera realizando alguna tarea en la
casa, comportaba perder caballo y armas y permanecer
en la puerta del convento hasta que el maestre lo quisiera.
Debe recordarse que a los freires de las encomiendas
se les pedía siempre usar su manto de coro blanco
calatravo para el rezo de las horas por el breviario de la
Orden. Se prohibía llevar adornos, tejidos lujosos como
sedas, rasos y terciopelos, y colores vivos como el rojo,
amarillo o verde, más propios de las vanidades mundanas
(Definiciones de 1397, AYALA, 2003, pág. 384). Solo desde
el final del siglo XIV se permitió a los freires calatravos

151
La Orden de Calatrava en la Edad Media

sustituir su característica capucha por una vistosa cruz


de paño rojo en la túnica, en el lado superior izquierdo.
Desde 1443 las definiciones prohibieron que los calatravos
entraran en combate sin su hábito y su cruz (AYALA, 2003,
págs. 385-386).
También los ayunos y abstinencias, en la más pura
tradición ascética de la Iglesia, afectaban a la vida de
los calatravos, con mayor rigor que a otras órdenes no
cistercienses. Pero siempre se matizarían si era necesario en
campañas militares y en el caso de los enfermos. Se trata
del ayuno desde la Santa Cruz de Septiembre hasta Pascua
de Resurrección, como en la regla benedictina (tres días
a la semana), y abstinencia de carne habitual salvando el
domingo y otros dos días, en que se podía consumir pero con
moderación. Se podía tomar vino también con moderación,
y una pena por no cortarse el cabello y llevar las sienes
afeitadas era no beberlo el viernes, según las definiciones
dadas a Montesa por el maestre calatravo García López de
Padilla y por Pedro, abad de Santes Creus (O’CALLAGHAN, 1972,
pág. 236).
Además, la austeridad afectaba al modo de dormir:
los freires debían hacerlo en el dormitorio común, vestidos y
ceñidos y con una candela permanentemente encendida,
conforme a la tradición monástica y siguiendo a la letra
el consejo evangélico sobre la necesidad de la vigilancia,
recogido en Lucas, 12, 35, que refleja el desprendimiento de
lo material y la actitud disponible hacia la voluntad de Dios,
incluso si Él pidiera al monje su vida durante la noche:

“Tened ceñidos los lomos y encendidas vuestras


lámparas, y sed como hombres que esperan a su amo e

152
vuelta de las bodas, para que, al llegar él y llamar, al
instante le abran. Dichosos los siervos a quienes el
amo hallare en vela... Estad pues, prontos, porque a la
hora que menos penséis, vendrá el Hijo del hombre”
(Lc. 12, 35-40).

c) La vida de oración y la práctica sacramental

- El servicio al Convento desempeñado por los freires


conventuales consistía en decir las horas y celebrar
las misas. Este conjunto conformaba los oficios divinos,
aunque propiamente el llamado en singular oficio u oficio
canónico es el rezo coral de la liturgia de las horas. En él
nos demoraremos algo más porque era lo que constituía
el corazón de la vida del Convento y lo que justificaba la
razón de ser de los calatravos clérigos.
Los elementos de la liturgia de las horas constituyen
una vía de espiritualidad y de formación nada desdeñable,
que encierra una gran expresividad y mucha riqueza de
matices, se interioricen o no. Ahora bien, debemos recordar
que no todos los calatravos estaban capacitados para
rezarlo. Tanto a los caballeros como a los iletrados se les
permitía conmutar el rezo del oficio por otras oraciones,
unas sucesiones interminables de paternosters y avemarías,
aún más abrumadora en los tiempos litúrgicos especiales.
No obstante, los comendadores conocían la liturgia de las
horas y al final del siglo XV se les exigía rezar conforme a la
orden y tener consigo el breviario calatravo y el manto de
coro.
Detengámonos en el contenido del oficio canónico (RIGHETTI,
1955; MARTIMORT, 1992; ABAD, 1996; VAGAGGINI, 1959), que,

153
La Orden de Calatrava en la Edad Media

como es sabido, es la práctica monástica tradicional.


Se rezaba o cantaba no solo en los monasterios, sino
también en las catedrales y, parcialmente, en las iglesias
parroquiales.
El rezo o canto comunitario de las ocho horas
canónicas en el coro iba jalonando el día: había cuatro
horas nocturnas o mayores (vísperas, completas,
maitines y laudes) y cuatro diurnas o menores (prima,
tercia, sexta y nona). El oficio nocturno era el más
abundante. El oficio canónico, plenamente vigente
hoy en la Iglesia, se ordena conforme a los tiempos
litúrgicos (Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma,
Pascua, Pentecostés), las fiestas de la Virgen, de los
santos y las fiestas cristológicas (Navidad, Jueves Santo,
Viernes Santo, Ascensión y Corpus Christi desde el siglo
XIV). Los elementos de cada una de las horas están
seleccionados, según el sentido de la fiesta o del día y
en función de cada momento dentro de la jornada. Por
ejemplo, los salmos de los laudes pueden ser los salmos
148, 149 y 150, oraciones de alabanza por excelencia. Y
los de completas, por la noche, antes de acostarse,
tienen un sentido de entrega a Dios, como el salmo 90,
que canta la eternidad de Dios y la transitoriedad del
hombre:

Señor, Tú has sido nuestro refugio / de generación en


generación. / Desde antes que nacieran los montes /
y que crearas la tierra y el mundo,/ desde los tiempos
antiguos / y hasta los tiempos postreros, / Tú eres Dios.

154
El Oficio está integrado por cinco elementos: 1) salmos, 2)
himnos, 3) antífonas (breves oraciones como respuesta a un
salmo o un himno), 4) lecturas o lecciones, y 5) oraciones. Todo
ello se canta y se recita, y requiere una formación específica.
Era un rezo muy complejo, que exigía el manejo alternado de
una serie de libros de canto y coro, hasta que se fue imponiendo
el breviario en la baja Edad Media, un libro que reunía la liturgia
de las horas.
La columna vertebral del oficio canónico son los salmos
contenidos en el libro bíblico del salterio, el conjunto de los
150 salmos que en la regla benedictina se cantan en una
semana, y en Cluny, donde había superabundancia del
oficio, se rezaban o cantaban en un día (recuérdese que el
Císter depuró la liturgia). La espiritualidad de los salmos, un
conjunto bíblico de poemas y oraciones muy antiguos y de
gran belleza, podía ir conformando internamente un sentido
religioso con una finura espiritual especial. Los salmos recogen
todas las situaciones y sentimientos que puede experimentar
un hombre frente a Dios y frente a la vida: súplica, alabanza,
exaltación, abatimiento, penitencia, confianza, lamento,
rebeldía. A veces, con gran dramatismo. Los himnos son
cantos de alabanza compuestos desde antiguo, y las lecturas
o lecciones son las correspondientes lecturas bíblicas
del día, así como escritos de los santos padres y vidas de
santos. Las lecturas van conformando para el monje un
bagaje de formación teológica, espiritual, ascética, moral,
ejemplarizante. También durante las comidas se leen estos
escritos de los santos padres y la Regla.
Y las distintas oraciones se intercalan con lo
anterior: letanías, kyries, aleluyas, gloria, bendiciones
y, en especial, el paternoster. Este último era un
rezo vocal muy reiterado que, aunque se recitara

155
La Orden de Calatrava en la Edad Media

rutinariamente, podría crear un hábito mental orientado


a la petición de perdón a Dios, el sentido del pecado, la
existencia del Maligno, la intercesión de Cristo frente al
Padre por los méritos de su Pasión y la glorificación de la
Trinidad.
En definitiva, las horas canónicas, con sus rezos
y exhortaciones, constituyen un conjunto de rezos y
exhortaciones que vertebraban el día marcando ocho
momentos significativos para ayudar a orientar todas
las actividades al ideal de orar sin cesar, como dice el
evangelio (Lc. 11, 5- 13). Y el hecho de que participara
toda la comunidad creaba un ambiente que reforzaba
la atmósfera sacra, el realismo sagrado de la vida
monástica.
¿Cómo se celebraría el oficio en el Convento?
Seguramente el modo sería mejorable. En esta época se
les reprochaban dos vicios tanto a los monjes como al
clero secular: el rezarlo de modo incorrecto y el intentar
abreviar el oficio y acumular el rezo de las distintas horas.
Tenemos noticias de que en Calatrava ocurría lo mismo.
Las definiciones de 1307 demandaban celebrar el oficio
mas complidamente, es decir, de manera más correcta y
completa. Hay diversas quejas de los abades visitadores
sobre que el oficio se veía menguado (O’CALLAGHAN,
1962, pág. 268). Y las definiciones dadas por el abad
de Morimond a Calatrava en 1383 insisten en que se
celebre con dos condiciones: devotamente (es decir,
de modo correcto y atento) y por orden (ordinate et
devote) (O’CALLAGHAN, 1996 a, pág. 106). En el siglo XII, las
Consuetudines cistercienses prevenían contra los monjes
que se quedaban dormidos:

156
“Si alguno se cubre la cabeza mientras lee, póngase la
capucha de tal modo que pueda verse si está durmiendo”
(EO, 71, 8, c. 1099-1199. CHOISSELET y VERNET, 1989).

Pero en la propia orden se apreciaba mucho el oficio


coral, porque se entendía que era la función sacra más
característica del Convento calatravo. Así, en las definiciones
de 1307 se pide la adhesión piadosa personal de los clérigos,
algo muy poco usual:

“e rogamos al maestre e al clavero que probean al


convento de todas las cosas de guisa que los freyres
sirban de mejor corazon” (O’CALLAGHAN, 1962, pág. 268).

Y es interesante este otro texto:

“e mandamos ... que todos los freyres de la cassa clerigos


sean en el convento, e celebren su divino officio, por el
cual todos somos guardados, e non sea menguado:
sacado aquellos que, por mandamiento del dicho
maestre, para las comiendas fueran puestos confesores”
(O’CALLAGHAN, 1962, pág. 269).

Este texto tiene una gran importancia, a mi parecer,


y la clave es esta: que por ese oficio divino “todos somos
guardados”. La función defensiva de los caballeros tiene aquí
su correlación o, mejor aún, diríamos su auténtico substrato:
la guarda y defensa espiritual corre a cargo de los clérigos
por su constante oración que revierte en beneficio de

157
La Orden de Calatrava en la Edad Media

toda la orden. El razonamiento es muy característico del


imaginario medieval: la plegaria perseverante atrae las
bendiciones de Dios, a modo de un paraguas protector. Se
trata de la función social de la oración (MITRE, 2003, cap. 10),
que explica el éxito de las fundaciones conventuales y la
afluencia de donaciones hacia ellas, sean de los poderosos o
de cristianos anónimos.

- En cuanto a la misa, tenía un lugar importante en la


vida diaria del Convento. En él se celebraban cuatro: la misa
solemne diaria y además, otras tres, que probablemente serían
rezadas, una en honor de la Virgen, otra de intercesión por las
almas de los difuntos de la Orden, y otra misa de alba previa a
la hora prima y al capítulo diario.
¿Qué sentido se le daba a la misa? Es de suponer
que la noción de la eucaristía como alimento de la vida
espiritual de la orden no estaba muy presente, porque no
era habitual; pretender esto sería adelantar a su época la
espiritualidad monástica propia de los siglos XII-XV. Sí cabe
deducir que entre los calatravos, como en todas partes,
desde el siglo XII ganó terreno la devoción a la eucaristía
en el seno de la misa, concretada en la adoración de las
sagradas especies en el momento de la elevación (TORRES,
2000). Y a tono con la época, se viviría la misa como
epifanía o manifestación milagrosa de Dios y, por último,
como representación de la Pasión mediante las célebres
alegorías de la misa.
Es posible que en ocasiones las misas se vieran
descuidadas. En abril de 1307, el abad de Morimond
Guillermo I tuvo que reccordar al Sacristán del Convento
de Calatrava que fuera más diligente en la provisión de
ornamentos específicamente “para los clerigos de missa”. Y

158
no siempre se respetaba el deber de asistir, al menos a tenor
de la admonición del abad de Rueda Guillén en 1338 durante
una visita al Convento aragonés de la orden, el de Alcañiz:

“ E... firmemente vedamos que ninguno de los freyres,


mientras que la missa conventual se celebra, vayan
vagamundos por la plaça del castiello, ni en otro lugar,
entrada la missa por la eglesia conventualmente sea
cantada [sic]” (O’CALLAGHAN, 1962, pág. 281).

Pero sí sabemos que en el Convento los freires se


formaban en música y canto, así que las misas conventuales,
al menos las solemnes, se celebraban cantadas (definiciones
de 1338, O’CALLAGHAN, 1962, pág. 281): es decir, con coro,
solistas, música de órganos, canto de antífonas y secuencias,
y esas celebraciones se extenderían tal vez al entorno de
la iglesia con ciertas procesiones. A ello debe añadirse la
proyección del culto sobre fieles laicos invitados a la sede
calatrava para ganar indulgencias al final de la Edad Media
(TORRES, 2005).

- Tampoco la vida sacramental en general era


muy promovida entre los calatravos. Si el IV Concilio de
Letrán de 1215 exigió a los laicos confesar y comulgar
una vez al año al menos, por Pascua, el listón no era
mucho más alto para los freires calatravos no residentes
en el Convento. Debían hacerlo en las tres Pascuas
del año (las de Navidad, Resurrección y Pentecostés)
acudiendo al Convento central o a otros, o a los prioratos
territoriales, según las definiciones calatravas de 1304,

159
La Orden de Calatrava en la Edad Media

O’CALLAGHAN, 1962, pág. 263). Y confesando con sus propios


capellanes.
Pero a los monjes conventuales sí se les exigía una
vida sacramental frecuente: en concreto, la recepción de
la comunión una vez por semana, cada domingo. Es un
dato muy revelador, porque esta frecuencia es inusitada,
teniendo en cuenta, además, que sólo el prior de Calatrava,
o el abad de Morimond o el de San Pedro de Gumiel
podían absolver de los pecados mortales o graves (“ipse
solus confessionem de criminalibus recipiat”) (LOMAX,
1961, pág. 492). En todo caso, se vetaba a los calatravos
las confesiones de manos de un clero ajeno a la orden
militar, fuera secular o regular, y en concreto de órdenes
mendicantes, en especial franciscanos (en el contexto del
general rechazo de las órdenes militares a la implantación
mendicante en sus dominios), salvo que mediara la licencia
expresa del maestre o del comendador o del prior. Esta
excepción reproduce la política habitual mantenida en las
iglesias diocesanas y apunta a la conocida insuficiencia de
freires clérigos en la Orden de Calatrava. En el siglo XV se
constata la relajación de la vida sacramental en la milicia,
pero la propia corrección venida del abad de Morimond
implica tensión y exigencia al respecto.

3. A modo de conclusión: los rasgos de la espiritualidad


calatrava

Como conclusión, la última parte de nuestro análisis


pretende recapitular algunos rasgos de la espiritualidad
calatrava desde el punto de vista más interno, en
cuanto a las nociones religiosas que se manejaban.

160
Es difícil rastrear en las fuentes esta espiritualidad
interior, es difícil pasar de la praxis de la disciplina a
los vectores espirituales que recorrían la religiosidad
calatrava, porque estos se explicitan muy pocas veces
en la documentación. En esta última, en particular en la
normativa, se insiste en la observancia de ciertos principios
innegociables, pero su fundamento espiritual queda
como un referente lejano, sobreentendido o difuminado.
Además, a pesar del destacado papel de san Bernardo en
la literatura espiritual occidental y de la actividad mística de
bastantes religiosas cistercienses europeas en el siglo XIII, no
contamos con autores espirituales de extracción calatrava;
algo extensible a las demás milicias, con excepción del
santiaguista Pedro López de Baeza que escribió sus Dichos
de los Santos Padres en el siglo XIV.
Ofrecemos una síntesis relativa a la espiritualidad
calatrava en cuanto a las nociones manejadas en la milicia
sobre las relaciones del hombre con Dios.
a) En primer lugar, en la Orden de Calatrava claramente
el espíritu cristiano es compatible con la dedicación bélica.
La propia orden es una militia Dei, milicia de Dios. La actividad
bélica es “de Dios”, es su voluntad. No es cosa de los hombres.
Se entiende la naturaleza sobrenatural de esta obra. A Él se
le pide que aumente el número y prospere esta nueva obra,
según las formae vivendi de 1164 y 1186:

“Omnipotenti Deo, qui quos vult, quomodo vult, per se


trahit et alium sic alium quidem sic, ad suum obsequium
convertit, gratias agentes pro profectu vestro et augmento
merito et numero, apud eum humiliter supplicamus.”
(BULLARIUM, págs. 3-4, 21).

161
La Orden de Calatrava en la Edad Media

b) La religiosidad calatrava es poliédrica. Ya se


aludió a las disyuntivas o dicotomías que encontramos en
ella: primero, su identidad tanto territorial como universal.
segundo, sus ideales tanto monásticos y de plegaria
como caballerescos y militares, lo que se extiende a la
dualidad entre vida contemplativa y vida activa, de
modo que el convento de Calatrava ocupa su lugar en
la geografía de la difusión cisterciense en Castilla y León,
pero los freires no encajan en la imagen social que Abbon
de Fleury formulaba poco antes del año Mil distinguiendo
los tres órdenes de laicos, clérigos y monjes. Y en tercer
lugar encontramos su identidad dúplice como clero
secular y clero regular; la asunción de tareas pastorales
por capellanes calatravos, impropia de monjes, los aboca
a esa posición peculiar.
Ahora bien, las ambigüedades de la orden no
tienen porqué identificarse con una imperfección
institucional. Ocurrirá eso si nos obstinamos en referir su
perfil religioso a un canon. Pero no agota la naturaleza
religiosa calatrava el patrón benedictino, por ejemplo,
ni tampoco el de otras órdenes militares (piénsese en la
dimensión asistencial de muchas de ellas, que en cambio
Calatrava cultivó menos). Es inútil querer constreñirla
en un marco predefinido y es más adecuado decir que
la orden fue creando su propia realidad como instituto
religioso de forma dinámica. Hubo flexibilidad, algo muy
característico de la época medieval. El concepto clave,
creo, es el de adición. Se iban sumando elementos
para una identidad, en una frontera espiritual porosa
dentro de los carismas religiosos. La otra clave es
la adaptabilidad, el simple criterio de la adaptación
útil. En suma, no preocupaba tanto asumir una

162
identidad exactamente definida. Y en mi opinión, el encaje
rígido en tipologías institucionales clasificables es más
propio de la mentalidad sistematizadora o burocrática de la
modernidad que de las formas mudables de la vida religiosa
medieval.
c) Entre las virtudes, la más apreciada parece
ser la santa obediencia (expresión muy prodigada;
por ejemplo, en 1325: O’Callaghan, 1962, pág. 281). Era
así porque esta obediencia sublimada era signo de
fidelidad a la autoridad de Dios, y no sólo por disciplina
militar.
d) Como era de esperar, no encontramos ninguna
exaltación del fervor interior. Eso será más propio de
otro tipo de religiosidad, minoritaria en la Edad Media y
a veces sospechosa de herejía (como la que se aprecia
en místicos y místicas, o en la devotio moderna). No se
pide al monje adhesión interior al modelo de Cristo; lo
importante es que sea fiel a la disciplina. La vida religiosa
organizada aparece como un fin en sí, no tanto como un
medio para la santidad del freire. Y la actitud piadosa
existe en la medida en que se cumplan fielmente la
disciplina y el ritual.
e) Hay un fuerte sentido del pecado y el sitema
punitivo está muy tarifado, hay un castigo para cada
transgresión a la regla (vid. VILLEGAS, 1999 b). Pero se diría
que para obtener el perdón es incluso más importante
exponer públicamente la falta y cumplir la pena que el
propio arrepentimiento. La responsabilidad personal no se
ve muy favorecida. Con todo, la actitud penitencial está
muy presente en la liturgia diaria: el salmo De profundis
es rezado en el capítulo cotidiano, y tanto la confesión
frecuente –a lo que parece- como el examen continuo

163
La Orden de Calatrava en la Edad Media

de la observancia de la regla indican un ejercicio reiterado


de introspección. Además, el esquema cristiano pecado–
perdón lleva intrínseca la noción de la redención por la
Pasión y Resurrección de Cristo. Ahora bien: en el sistema
correccional calatravo parece predominar el esquema
pecado –castigo– perdón logrado tras cumplir la pena.
Podría ser que el castigo se convirtiera en la palanca
que logra arrancar un perdón que aparece como justa
recompensa al esfuerzo del penitente que ha ganado la
absolución. No se insiste en la conversión interior. Todo lo
anterior se compadece mal con la tendencia hacia la mayor
personalización de la fe, evidente en confesionales y demás
literatura pastoral a partir del siglo XIV. Al contrario, en el
caso calatravo desde fines de esta centuria aumentarán
las exenciones pontificias de cumplimientos regulares y
después las conmutaciones de las penas en multas.
f) Todo indica que hay poco cristocentrismo en la
religiosidad calatrava. En buena lógica con ello, ésta es
también poco sacramental y muy cultual, centrada en
el culto. Y es una religión de obras, de acción más que de
gracia, algo propio de la época. Pero ello es compatible
con la intercesión por los difuntos, continua en la praxis y la
creencia calatravas, donde lo decisivo son los méritos de
Cristo.
g) Al lado de lo anterior, también se detecta,
como era de esperar, la devoción a la Cruz y a la
Pasión de Cristo, que se asociaba a la humildad y se
traducía en algunos usos litúrgicos, como el recibir la
ceniza el Miércoles de Ceniza y venerar descalzos la
verdadera cruz el día de Viernes Santo (definiciones
dadas a Montesa en 1326, extrapolables a la propia
Calatrava; O’CALLAGHAN, 1972, pág. 231). Y la devoción a

164
la Virgen está fuera de toda duda: las advocaciones de las
iglesias calatravas y de las cofradías del Campo de Calatrava
eran preferentemente marianas (TORRES, 1990); en el Convento
se decía una misa diaria en honor de la Virgen, y en el propio
castillo-convento estaba la capilla de Nuestra Señora de los
Mártires presidiendo el cementerio que albergaba los restos
de los freires caídos en la batalla de Alarcos.
h) La noción que cualifica la relación entre Dios y el
hombre es el servicio de Dios. Por ejemplo, servir es lo que
hacen los freires en el convento en sus oficios divinos. Será
servicio de Dios el guardar las definiciones. Los hechos de
armas son servicio a Dios. La observancia fiel de las normas
y el acatamiento a las jerarquías lo son también. No es
la caridad lo que atraviesa la relación con Dios, no es la
imitación de Cristo o la filiación como hijos redimidos, sino
el servicio. El lenguaje feudal está plenamente presente.
Además, el servir a Dios se mezclará con la honra terrenal.
Los mandatos de los visitadores calatravos al señorío y sus
iglesias, propios del último cuarto del siglo XV, contienen un
ideal recurrente: el cuidado por los elementos formales y
materiales de la práctica religiosa, dirigidos a acrecentar el
servicio de Dios y la honra de la villa. Una iglesia mal reparada
o unos oficios descuidados merman el servicio de Dios y la
honra local; y lo contrario es un mérito colectivo y cívico de
cara tanto al cielo como a la tierra. También para la milicia
en sí el buen servicio de Dios redunda en pro del Convento
y la comunidad. De suyo, esta noción no contradice la
involucración particular del creyente, quien sirve a su señor
a partir de un compromiso de fides personal.
i) Hay una fuerte conciencia de grupo. Ya
se aludió más arriba al sentido comunitario del
pecado (al menos en el caso de los pecados contra

165
La Orden de Calatrava en la Edad Media

la regla, confesados y purgados en capítulo). Tal vez podría


hallarse aquí una intuición sobre la futura “comunión de los
santos”; esto es, que de un modo místico los méritos y los
pecados del cristiano repercuten en el resto de la Iglesia. Y si
nos preguntamos sobre la idea de la orden sobre sí misma,
parece que se percibe como obra meritoria, en sí misma, para
la salvación, con una suerte de “determinismo” (aunque quizás
voy muy lejos en esto): el freire tiene sus méritos asegurados,
por el hecho de serlo. Y es que subyace una convicción clara
sobre el carácter sobrenatural de la Orden, como se ha dicho:
es una militia Dei.
j) Termino con una referencia al significado del Convento
de Calatrava.
Sabemos que a lo largo de la historia medieval de la
Orden, este convento fortificado asumió a menudo un rol
militar, y fue escenario de graves querellas internas y cismas,
ataques y luchas. Pero el Convento tenía también un significado
espiritual. Podemos decir que era la imagen emblemática de
la identidad calatrava. Representaba la esencia de la Orden,
expresaba la conciencia comunitaria. Echar a uno de la
Orden, por determinadas faltas y transgresiones a las reglas,
tomaba la imagen de ser “echado a la puerta del combento”
(por ejemplo, así se prevé cuando las definiciones de 1304
prohíben a los freires hacer testamento: O’CALLAGHAN, 1962,
pág. 267).
El Convento era la casa que abriga, la sede
del poder y de la autoridad, regazo materno al cual
se debe acudir pero en el cual se vive conforme a
unas normas estrictas relacionadas con lo sacro,
y donde los novicios aprenden las “aspereças” de
la orden. Pero era sobre todo un foco sagrado que
proyectaba la plegaria continua sobre el conjunto de la

166
milicia. Y un factor importante en esa imagen que transmitía
el Convento como referente de identidad era la función
funeraria de la casa, que la hacía garante de salvación
eterna, puesto que era lugar de enterramiento de los freires;
desde allí se elevaba incesantemente la oración por el alma
de los calaravos difuntos, y no debemos perder de vista la
enorme importancia que se daba a estos rezos pro anima.
Consta el prestigio que la casa irradiaba en su entorno,
en el Campo de Calatrava (TORRES, 2005), y en el seno de
la orden, como seña de identidad religiosa y martirial. No
olvidemos el cementerio de los Mártires de Alarcos como
lugar especialmente venerado.
Cabe pensar que, incluso en los tiempos tenidos
como más secularizadores para la orden, al final de
la Edad Media, muy posiblemente el Convento era el
lugar donde los calatravos convertidos en señores
pendencieros o cortesanos, nobles inmersos en luchas
de poder, se reencontraban con una identidad genuina
que les redimía y justificaba. La condición cisterciense
actuaba como justificación o, si se quiere, como coartada
espiritual. En este sentido, el Convento era un lugar de
memoria imprescindible.

167
La Orden de Calatrava en la Edad Media

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LA CORONA DE CASTILLA Y LA ORDEN DE CALATRAVA. UN ANÁLISIS
COMPARATIVO DE LAS RELACIONES POLÍTICAS ENTRE LA MILICIA
Y LOS REYES CASTELLANOS ENTRE 1252 Y 1369
Milagros Plaza Pedroche
Universidad de Castilla la Mancha

RESUMEN
En el presente artículo nos proponemos analizar las políticas de
mediatización y control emprendidas por la realeza castellana
hacia las órdenes militares, en general, y hacia la Orden de
Calatrava, en particular, desde el acceso al trono de Alfonso X
(1252) al asesinato de Pedro I en Montiel (1369). En él se realiza
un repaso por las primeras manifestaciones del proceso y su
sistematización entre mediados de los siglos XIII y XIV; para así
analizar, desde una perspectiva comparativa, las diferentes
políticas de sometimiento utilizadas durante cada uno de
estos reinados y la intensidad de las mismas.

ABSTRACT
The present study gives attention to relationships between
military order (specially Order of Calatrava) and the Castilian
Crown duing the reing of Alfonso X (1252-1284), Sancho IV
(1284-1295), Fernando IV (1295- 1312), Alfonso XI (1312-1350) and
Pedro I (1350-1369). Our research has a particular objective:
to explore the policies implemented by the monarchy to
control the Order of Calatrava and the appointment of their
masters between 1252 and 1369.

Introducción

Las órdenes militares peninsulares nacieron por deseo y


necesidad de las propias monarquías, pero lo hicieron también
bajo el halo legitimador de la Santa Sede. En consecuencia,
desde el mismo momento en que vieron la luz hubo dos

181
La Orden de Calatrava en la Edad Media

grandes poderes que pretendieron instrumentalizarlas en


función de sus propios intereses y proyectos; una pugna entre
dos grandes instituciones, el pontificado y la Corona, que
progresivamente se fue resolviendo a favor de esta última.
Como cabría esperar, este hecho condicionó la evolución
de las milicias y acabó por definir tanto su grado de poder,
como su posición dentro del reino durante la Edad Media.
En efecto, el interés que los reyes mostraron por las distintas
órdenes instaladas en sus territorios y por ejercer su dominio
sobre ellas es un proceso que se remonta al nacimiento mismo
de esta clase de instituciones. Es decir, desde el momento en que
la monarquía impulsa la creación de las milicias hispánicas, se
propone también alcanzar un mayor grado de influencia sobre
ellas y orientarlas hacia la consecución de sus propios proyectos
políticos. Sin embargo, no será hasta la llegada al poder del
Rey Sabio cuando este proceso adquiera un notable grado de
sistematización; una dinámica que no hará sino mantenerse
e incrementarse paulatinamente durante los gobiernos
posteriores y que, finalmente, culminará con la anexión de los
maestrazgos a la Corona ya con los Reyes Católicos a fines de
la decimoquinta centuria.
En el presente artículo nos proponemos analizar
precisamente esas políticas de mediatización y control
emprendidas por la realeza castellana hacia las órdenes
militares, en general, y hacia la Orden de Calatrava, en particular,
desde el acceso al trono de Alfonso X (1252) al asesinato
de Pedro I en Montiel (1369). Realizaremos un repaso por las
primeras manifestaciones del proceso y su sistematización
entre mediados de los siglos XIII y XIV, aproximadamente; para
así analizar, desde una perspectiva comparativa, las diferentes

182
políticas de sometimiento utilizadas durante cada uno de estos
reinados y la intensidad de las mismas.
Concretamente, las relaciones entre la monarquía y
las órdenes militares en el transcurso del periodo cronológico
que nos ocupa han sido objeto de estudio (aunque de manera
claramente desigual) por parte de los medievalistas en las
últimas décadas. Por consiguiente, disponemos de una
nutrida base bibliográfica sobre estas cuestiones y pocas
novedades podemos añadir al respecto. En consecuencia,
lo que intentaremos durante las siguientes páginas será dar
una nueva lectura a esos estudios y a las fuentes disponibles
y abordar la temática desde una perspectiva comparativa.

1. Alfonso X y su proyecto de afirmación de la monarquía


castellana: los primeros triunfos (1252-1284)

Como ya hemos tenido ocasión de apuntar, la Corona


se propuso utilizar a las milicias hispánicas en beneficio de sus
proyectos de integración territorial, de articulación y defensa
del espacio, y de explotación de sus recursos desde el mismo
momento de su creación. Sin embargo, ¿cuándo y bajo qué
circunstancias políticas esas primeras iniciativas regias
dieron paso a un sistemático intervencionismo que acabó por
transformar la naturaleza de estos institutos religioso-guerreros
e intentó garantizar de manera permanente su compromiso en
los proyectos políticos del reino?
Pues parece que fue precisamente en el reinado
de Alfonso X donde la historiografía sitúa este cambio
cualitativo, puesto que este fue el artífice de uno de los

183
La Orden de Calatrava en la Edad Media

primeros y más importantes intentos de implantación de


un modelo de autoritarismo monárquico en Castilla. De
hecho, toda su labor jurídico-administrativa apuntó en esa
misma dirección: la de la renovación de los recursos hasta
entonces utilizados por sus predecesores para consolidar su
poder y superar las diferencias existentes entre monarquía y
nobleza. Es decir, sin renunciar a sus prerrogativas feudales,
pretendió sustentarse en otros elementos, como el derecho
público y la noción de soberanía (AYALA, 1992, págs. 410-413).
Como es lógico, las órdenes militares no podían quedar
al margen de semejante proceso; de modo que el Rey Sabio
emprendió hacia ellas una política nítida y cimentada en la
consolidación de los maestrazgos desde la completa fidelidad
de sus titulares a su persona (AYALA, 1998, págs. 1281-1282). Y
es que, aunque ambas, monarquía y órdenes militares, eran
instituciones que luchaban por ampliar su poder frente a la
otra, también estas últimas fueron en todo momento parte del
engranaje del poder real. Esta realidad se hizo especialmente
evidente desde la segunda mitad del siglo XIII, cuando la labor
bélica de Castilla en el sur peninsular experimentó un progresivo
estancamiento, que condujo a las milicias a reorientar su
actividad hacia la dimensión económica y política del reino
y a desempeñar un papel esencial en la vertebración de
amplios territorios. Todo ello favoreció, en definitiva, un cambio
de actitud por parte de la realeza hacia estos organismos;
ya que conformaban un recurso más del panorama político
castellano y, por consiguiente, necesitaban ser controlados
directamente por la Corona (AYALA, 1997, pág. 260).
En lo que respecta a la Orden de Calatrava, el soberano alfonsí
puso en marcha los siguientes mecanismos para alcanzar este fin:

184
a) Intervención en el proceso de designación de los maestres

Este cambio de actitud del que hablamos vino


acompañado, entre otras cosas, por una tendencia hacia
la intromisión regia en las elecciones maestrales, con la
intención de posicionar en la más alta jerarquía de las milicias
a hombres cercanos al monarca. Esta práctica, aunque no era
novedosa, sí que adquirió durante estos años un cierto grado
de sistematización y llegó a hacerse extensiva a todas las
órdenes militares hispánicas. De esta manera, las continuas
presiones ejercidas sobre estas organizaciones dieron lugar a
una falta de autonomía en ellas y a su equiparación con otros
grupos nobiliarios a causa de su comportamiento cortesano
(RUIZ, 2016, págs. 355-356; AYALA, 1997, págs. 260-264).
Esto es lo que ocurrió en la Orden de Calatrava, cuando
tan solo dos años después de acceder al trono, Alfonso
X aprovechó la vacante en el maestrazgo de la entidad
para impulsar el ascenso al mismo de su leal colaborador
Pedro Ibáñez, anterior maestre alcantarino. En este caso, la
fidelidad del personaje hacia el rey tuvo un enorme peso en su
designación; al igual que los planes de la Corona para someter
a los freires a un control más férreo1.
Este nombramiento al igual que aquellos que
afectaron a Alcántara, Santiago y Santa María de España
durante este mismo periodo, pone de relieve ese deseo
de instrumentalización de las milicias que el Rey Sabio

1 Lo que Alfonso X se proponía con este nombramiento era reajustar las más altas
jerarquías de las milicias hispánicas y, más concretamente, unificar y someter a la Orden de
Alcántara respecto al convento calatravo. De hecho, este proyecto se presentó formalmente al
Capítulo general en 1254; aunque no parece que llegara a prosperar finalmente. La monarquía
hubo de conformarse con incorporar ciertos cambios en las cúpulas de poder maestral.

185
La Orden de Calatrava en la Edad Media

manifestó desde el comienzo mismo de su gobierno, pues


estaba convencido de que estos organismos eran meras
herramientas al servicio de la Corona (RUIZ, 2016, págs. 356-358).

b) Sometimiento personal del maestre a través de vínculos


vasalláticos

Alfonso X tampoco dudó en revitalizar aquellas facetas


del derecho feudal que favorecían la fijación de lazos de
dependencia entre los propios maestres (y por extensión las
órdenes militares) y su persona. Hablamos concretamente
del uso de sus numerosos enclaves fortificados como medio
para el sometimiento de sus máximos responsables a un
homenaje vasallático que los vinculara personalmente a la
monarquía. Esta medida se añadía al tradicional homenaje
que los soberanos recibían de los poseedores del maestrazgo
al comienzo de su mandato; homenaje que, a su vez, debían
prestar al maestre los freires que integraban la entidad (AYALA,
2007 b, pág. 287).
En efecto, aunque en los reinados precedentes se
asentaron los principios prácticos y doctrinales de esta fórmula
de mediatización en materia de fortalezas, no fue hasta las
décadas centrales de la decimotercera centuria cuando este
sistema avanzó de forma notable, gracias a unas nuevas bases
jurídicas y a un modelo de gobierno claramente romanista.
Las propias Partidas eran contundentes en este sentido y
establecían que la entrega de cualquier castillo debía ir seguida
de la correspondiente prestación de homenaje por parte del
beneficiario; un vínculo que, a la muerte del monarca, debía
ser renovado en la persona de su sucesor antes de un plazo

186
máximo de cuarenta días. A través de este procedimiento, la
Corona se reservaba el derecho a entrar e intervenir en todas
las villas y construcciones defensivas de las tierras de frontera;
las cuales, en su mayoría, estaban bajo el control de las milicias.
Esta regulación jurídica del homenaje castral pudo
guardar relación, en opinión de los especialistas, con la
enajenación que el maestre de Calatrava, Pedro Ibáñez, habría
hecho en el año 1260 a favor Alfonso X mediante un homenaje
por la totalidad de las fortalezas de la institución (RODRÍGUEZ-
PICAVEA, 2008, págs. 399-401). Y es que, este personaje, ante
su calidad de responsable de los castillos calatravos, prestó
homenaje a la Corona por todos ellos; evidenciando así que la
propiedad eminente sobre estas construcciones pertenecía al
soberano en virtud de su superioritas. Esta práctica generó una
importante resistencia por parte del Capítulo general de Císter,
del abad de Morimond y del propio pontífice por los abusos del
rey respecto a los freires; una resistencia que finalmente logró
evitar la enajenación de esos castillos calatravos por parte de
la monarquía (AYALA, 1997, pág. 260). De hecho, esta fue una
de las cada vez más contadas ocasiones en las que la Sede
Apostólica logró sobreponer su voluntad a la de los propios
reyes en materia de órdenes militares; a pesar de que no en
pocas ocasiones intentó hacerse oír (bien de manera directa,
bien mediante instancia reguladoras de las que dependían esta
clase de organismos) para reivindicar que la libertas ecclesiae
afectaba también a las milicias de origen peninsular (AYALA,
2007 b, págs. 699-700).

187
La Orden de Calatrava en la Edad Media

c) Vinculación de los dignatarios calatravos a la Corte

En estrecha relación con la idea anterior estaría el


acercamiento de los maestres calatravos al rey y a su
Corte a través del desempeño de funciones institucionales;
una tendencia que se consolidó durante el reinado de
Alfonso X cuando estos personajes se convirtieron en
grandes señores con presencia habitual en la vida política
castellana. Esto se debe a que la Corte alfonsí era el lugar
en el que tenían cabida los linajes más poderosos, los
principales representantes de la Iglesia y los numerosos
miembros de la familia real; por consiguiente, era donde
se constituía la sociedad política de la época, cuya
composición se reflejaba en las listas de confirmantes de
los privilegios rodados generados por la cancillería (RUIZ,
2016, págs. 339-345).
Fue precisamente con la llegada al poder del Rey
Sabio en 1252 cuando los dirigentes calatravos, y más
concretamente Fernando Ordóñez, empezaron a figurar
de forma sistemática entre los confirmantes de este tipo
de documentos; lo que para Philippe Josserand pone de
manifiesto que la participación de los maestres en los
avatares políticos que agitaron Castilla en estos años
ya no era meramente circunstancial (JOSSERAND, 1999,
págs. 75-78). Además, al convertirse en consejeros de
los monarcas y reunir en sus manos un considerable
poder, empezaron a desempeñar un papel decisivo en
la administración del reino (RODRIGUEZ DE LA PEÑA, 2000,
pág. 522).

188
d) Intromisión en la resolución de pleitos relacionados con las
tierras de órdenes provenientes del realengo

Este fue otro de los recursos puestos en marcha por la


Corona castellana en la segunda mitad del siglo XIII dentro de
su política de mediatización de las milicias con presencia en el
reino, en general, y de Calatrava, en particular. En efecto, para
lograr el control de estos organismos, el rey legislador Alfonso
X se reservó el derecho a intervenir en los pleitos que afectaran
a aquellos territorios calatravos que tuvieran un origen regio;
es decir, al mayor y más relevante porcentaje de cuantos
conformaban su patrimonio. Y es que, para este monarca, los
pleitos concernientes al donadío real o al realengo solo podían
ser resueltos por un tribunal regio (AYALA, 1998, págs. 1284-1285).
Ciertamente, el papel que los soberanos ejercieron en la
resolución de pleitos vinculados con las tierras de las órdenes
militares fue ciertamente notable. Sin embargo, esta circunstancia
no debe hacernos olvidar que también la Santa Sede suponía
una referencia de poder (eclesiástica, en este caso) para esta
clase de instituciones. Esta constituía una fuente de suprema
jurisdicción eclesiástica, que los reyes no podían suprimir, pero
sí alterar notablemente (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008, pág. 435).
La presencia papal en las milicias tenía, por consiguiente, sus
limitaciones; unas limitaciones impuestas principalmente
desde la propia Corona. Así, los pontífices se vieron cada vez
más alejados de sus verdaderas pretensiones y hubieron de
conformarse con mantener su supremacía en materia religiosa.
La incapacidad de la Sede Apostólica para imponer su voluntad
sobre estos organismos quedó demostrada, entre otras cosas,
con el intento por parte de Alfonso X de recaudar en 1275 las

189
La Orden de Calatrava en la Edad Media

décimas de las iglesias pertenecientes a las órdenes militares,


que estaban exentas de ello por privilegio papal (TORRES, 2010,
págs. privilegio papal (TORRES, 2010, págs. 36-39).

e) Desplazamiento de las sedes conventuales calatravas hacia


tierras de frontera

En esta ocasión, la iniciativa alfonsí tenía un doble


objetivo: por un lado, fortalecer la vocación militar y
cruzada de la orden y someterla a los intereses militares
y estratégicos de la monarquía; y, por otro, evitar una
excesiva concentración de poder y desarticular sus
grandes plataformas territoriales (AYALA, 1998, pág. 1284).
Concretamente, para alcanzar este objetivo, se procedió
a la donación de la villa y el castillo de Osuna a la Orden
de Calatrava en diciembre de 1264 (tan solo unos meses
después del estallido de la sublevación de los mudéjares
andaluces). Dicha concesión se hizo a condición de que
su convento central se trasladase de Calatrava la Nueva a
esta localidad sevillana de carácter fronterizo. A pesar de
ello, las favorables condiciones que acompañaron a dicha
donación no convencieron a los freires calatravos, que se
opusieron a que el desplazamiento del convento mayor se
produjese. Fue concretamente el 29 de diciembre de 1264,
en plena guerra mudéjar- granadina, cuando Alfonso X hizo
entrega de Osuna a la institución cisterciense. Además, para
completar las rentas de la nueva encomienda donó también
algunas propiedades de Écija y las tercias y montazgos de
2 Este fue el inicio de una serie de donaciones que buscaban el reforzamiento del
sector occidental de la frontera, como es el caso de la cesión de Estepa a Santiago en el año
1267; la de Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules y la alquería de Faraya a Santa

190
todos los ganados que entrasen en el término de la villa de
Osuna2 (GONZÁLEZ, 2009, pág. 181).
De igual forma, Alfonso X recurrió, dentro de su camino
hacia la ruptura de las grandes plataformas señoriales de
la milicia, a la fundación de concejos de realengo en sus
núcleos de articulación. En relación a este aspecto cabría
destacar el conocido caso de Villa Real, enclave creado por
la Corona en territorio calatravo en el año 1255 3 (VILLEGAS,
1983, págs. 218). A pesar de todo, esta medida debió resultar
menos efectiva de lo esperado porque, pocos años más
tarde, el soberano se propuso trasladar el convento
principal de la entidad desde La Mancha hacia la fronteriza
Osuna, como ya hemos tenido ocasión de ver (AYALA, 1992,
pág. 436).

f) Apropiación de bienes y rentas pertenecientes a las órdenes


militares

Nuestro protagonista fue aún más lejos en lo que al


control del patrimonio de estas entidades se refiere; llegando,
incluso, a disponer de los bienes y derechos de sus miembros
en beneficio de sus propios objetivos. Hablamos, en definitiva,
de auténticas confiscaciones motivadas por intereses
políticos, militares y estratégicos; que evidencian la radical y
absoluta supeditación en la que el rey pretendía situar a los
María de España en 1279; y la de Morón y Cote a Alcántara ese mismo año.
3 Muy poco tiempo después de su fundación empezaron a deteriorarse las
relaciones entre la ciudad y la Orden de Calatrava. Parece que las primeras noticias sobre
este hecho se remontan al año 1262, cuando el Rey Sabio se dirigió a los miembros de esta
institución para pedirles que no cometieran abusos contra los pobladores de la villa. Y es
que, en opinión de Rafael Villegas Díaz, las migraciones desde el señorío calatravo hacia
las tierras del nuevo concejo de realengo fueron una de las causas que determinaron las
difíciles relaciones entre ambas partes.

191
La Orden de Calatrava en la Edad Media

freires. De hecho, el pontífice Nicolás III necesitó recordarle en


repetidas ocasiones que no tenía la potestad necesaria para
sustraer las décimas procedentes de los bienes calatravos,
entre otros; ya que las órdenes militares estaban exentas del
pago de las décimas con destino a Tierra Santa (tal y como
se había fijado durante la celebración del Concilio de Lyon de
1274). A pesar de ello, cuando el Rey Sabio recibió del pontífice
las décimas de las iglesias castellanas, no quiso respetar la
exención de la que disfrutaban estas instituciones religioso-
guerreras y continuó en su empeño por apropiarse de dichos
cobros; haciendo caso omiso a las cartas y avisos enviados
por la Santa Sede y a los términos dispuestos en el ya citado
Concilio de Lyon (AYALA, 1998, pág. 1285).

Pese a todo, y a pesar de los evidentes logros alcanzados,


este ambicioso programa de control sufrió un importante
estancamiento durante los últimos años de gobierno del
Rey Sabio como consecuencia del debilitamiento político
del monarca y del hundimiento de su sistema de gobierno.
Y es que, a pesar de los innumerables esfuerzos realizados,
la convulsa coyuntura política, los repetidos movimientos
levantiscos que azotaron Castilla desde la década de los
setenta en adelante y la resistencia mostrada por las propias
milicias, obligaron a Alfonso X a paralizar las diferentes
políticas hasta entonces utilizadas para el sometimiento de
estas instituciones. En consecuencia, esta línea de actuación
hubo de quedar interrumpida, como decimos, desde las
décadas finales de su gobierno hasta la llegada al poder de
Alfonso XI, quien la retomará y la dotará de un nuevo impulso
(AYALA, 1998, pág. 1286).

192
2. Sancho IV (1284-1295) y Fernando IV (1295-1312): unos años
difíciles para la Corona

En comparación con el periodo anterior, los reinados


de Sancho IV y su hijo, Fernando IV, no gozaron de demasiada
relevancia dentro de los procesos de afirmación monárquica
y de imposición sobre las órdenes militares asentadas
en Castilla. La nobleza había resultado vencedora en su
enfrentamiento con la Corona; de modo que durante estas
décadas el poder real apenas logró prosperar en su deseo
de mediatización y control de unas milicias cada vez más
señorializadas por la realidad del momento. Las continuas
crisis políticas, la brevedad de ambos reinados y que Sancho
IV hubiera de hacer frente al movimiento aristocrático que
lo había llevado al trono, pero que ahora amenazaba con
mermar su autoridad; no fueron el mejor caldo de cultivo
para el desarrollo de estos proyectos (MOXÓ, 1976, págs. 128-
129).
A pesar de todo, el nuevo régimen político (de claro
sentido aristocrático) propiciado por Sancho IV a la muerte
de su padre, benefició a aquellos que se habían posicionado
a su favor durante el conflicto sucesorio que había tenido
lugar con los infantes de la Cerda tan solo unos años antes;
entre ellos, la mayor parte de las milicias castellanas. Esto
permitió a los maestres, que ya habían consolidado su
presencia en la corte gracias a las reformas del Rey Sabio,
encumbrarse y acceder por primera vez a los puestos de
verdadero poder en el reino (RUIZ, 2016, págs. 375-376). Así,
a fines del gobierno de Sancho IV, estas dignidades, en
general, y la calatrava, en particular, fueron alzadas hasta los

193
La Orden de Calatrava en la Edad Media

principales puestos en la administración central y territorial


de Castilla (JOSSERAND, 1999, págs. 78-79). Este fue el caso de
Ruy Pérez de Ponce, quien, además de ostentar la máxima
posición dentro de la Orden de Calatrava, desempeñó los
cargos de Capitán general de Tarifa4 (RADES, 2009, fol. 47v) y de
mayordomo mayor del rey durante los últimos años de vida del
soberano (JOSSERAND, 1999, págs. 78-79). De igual forma, este
Ruy Pérez de Ponce llegó a ser ayo del príncipe don Fernando
en 12955 (RADES, 2009, fol. 47).
Los consejos de regencia constituidos durante la minoría
de edad de Fernando IV favorecieron todavía más el ascenso de
los maestres a los principales círculos de poder del reino. De este
modo, a partir de la última década del siglo XIII, la participación
de estas figuras en los diferentes niveles de la administración
castellana adquirió cierto grado de sistematización; todo ello,
curiosamente, en una fase de estancamiento de la monarquía.
Para la historiografía tradicional, este cambio se habría debido a
quelosmaestresaprovecharonesa“debilidad”regiaparaavanzar
en la consolidación de su poder y riqueza. Por el contrario, para
el profesor Philippe Josserand, intentar comprender su ascenso
a los oficios curiales exclusivamente a partir de este criterio sería
reduccionista; puesto que no conviene subestimar la propia

4 “Era de mill y trezientos y treinta, año del Señor de mill dozienttos y noventa y dos. El
maestre y los cavalleros de esta orden se hallaron y sirvieron valerosamente en la conquista de
Tarifa y fue ganada por el rey don Sancho, el qual, teniendo por mucho dificultoso sustentarla,
tenía determinación de la mandar assolar. Mas el maestre le suplicó no lo hiziesse, dándole a
entender lo mucho que le importava tener aquella villa para la guerra contra los moros. Dijo que
se obligaría a sustentarla con dos quentos de maravedís que el rey le diesse en cada un año. El
rey aceptó este partido y dexó en la villa al maestre de Calatrava con título de Capitán general.
Y la defendió con los cavalleros de su orden, aunque los moros pretendieron ganarla.”
5 “Murió el rey don Sancho y sucedió en los reynos de Castilla y León don Fernando,
su hijo, quarto de este nombre, cuyo ayo fue el maestre; el qual le hizo muy notables
servicios, en la contradictión que tuvo acerca de succesión en estos reynos.”

194
iniciativa regia en este asunto ante su incapacidad para
imponer otros mecanismos de control utilizados en tiempos
de Alfonso X (JOSSERAND, 1999, págs. 78-79). Este habría sido
el caso de Garci López de Padilla y su sustitución al frente del
maestrazgo de Calatrava por el comendador de Zorita en el
año 1301. El cronista Rades y Andrada nos cuenta cómo, ante
la sospecha de que el maestre calatravo se había aliado con
los rebeldes que pretendían tomar por rey a don Alfonso, hijo
del infante don Fernando de la Cerda, y deponer a Fernando
IV, los tutores del rey emitieron sentencia de deposición contra
él y nombraron como nueva cabeza de la orden a Aleman,
comendador de Zorita6 (RADES, 2009, fol. 49v). Sin embargo, el
desposeído maestre solicitó a la Santa Sede que interviniese en
este asunto y el pontífice remitió su causa al capítulo general
del Císter, donde la sentencia fue revocada tan solo un años
después.
El fracaso de esta medida pone en evidencia la
dificultad de la Corona para imponer su voluntad en los
procesos de elección maestral en este periodo. Partiendo
de esta premisa, el acercamiento de los maestres a

6 “Luego, el mismo año, don Fernán Ruyz, clavero, y otros cavalleros de esta orden,
cuyas culpas avía castigado el maestre con algún rigor se alçaron con el castillo y convento
y escrivieron al infante don Enrique, tutor del rey, diciendo que el maestre se avía confederado
con los ricos hombres que pretendían hazer rey a don Alfonso, hijo del infante don Fernando.
Luego el infante trató con fray Thome, abbad de Sant Pedro de Gumiel, visitador que a la sazón
era de esta orden, que rescibiesse información de lo que el clavero dezía. Y así la dieron qual
quisieron y, por virtud de ella, el abbad acompañado con los de Moreruela y el Espina, estando
capitularmente en el convento de Calatrava, dio sentencia de deposición contra don Garci
López; a la pronunciación de la qual se hallaron presentes los infantes don Enrique y don Juan,
tutores del rey.”
“Los infantes y los abades, no obstante, la apellación del maestre procedieron a
execución de la sentencia y así el abbad de Gumiel dixo al infante don Enrique nombrasse doce
freyles de la orden, cavalleros y clérigos, para que júntamente con el mismo infante eligiessen
maestre. Siendo nombrados, eligieron a don Aleman, comendador de Çorita, cavallero muy
valeroso, cuya electión fue confirmada por el abad de Gumiel y luego fue puesto en la posesión.”

195
La Orden de Calatrava en la Edad Media

la Corte a través del desempeño de funciones institucionales


bien podría responder, en opinión de Philippe Josserand, a
una iniciativa propia de la monarquía, que al no disponer de
suficiente poder para poner en práctica otras políticas de
control, buscó el sometimiento de las milicias a través de esta
otra iniciativa. De esta manera, la Corona logró hacer valer su
autoridad sobre esta clase de instituciones y granjearse, en la
medida de lo posible, la fidelidad de sus principales dignatarios
(JOSSERAND, 1999, págs. 78-79).
Tampoco debemos olvidar que la Corona castellana
también supo ganarse el apoyo de estos institutos religioso-
guerreros en los diferentes conflictos internos que estallaron en
el reino durante las décadas finales del siglo XIII; práctica que no
hará sino incrementarse en el transcurso de los gobiernos de
posteriores. De hecho, fue en el ámbito castellano-leonés donde
la participación de las milicias en los conflictos internos fue más
prolija y donde contamos con algunos de los testimonios más
tempranos de una práctica que refleja hasta qué punto aquellas
fueron meros instrumentos de la monarquía en enfrentamientos
que muy poco, o nada, tenían que ver con la lucha cruzada7 (AYALA,
2000 a, pág. 363; LADERO, 2005, pág. 53). Esto es lo que ocurrió, sin ir
más lejos, con la intervención de los freires en los levantamientos
nobiliarios que acontecieron durante los últimos años de gobierno
de Alfonso X y en el problema sucesorio entre Sancho IV y los
infantes de la Cerda (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008, págs. 239-241).

7 A mediados de la decimocuarta centuria se produjo un cambio en los campos


de atención de las órdenes y sus intervenciones frente al Islam dieron paso a una mayor
presencia en los conflictos contra otros poderes cristianos. Paulatinamente, las iniciales
reservas a este respecto cedieron ante la politización de la figura del maestre; proceso que
se vio favorecido ante la posible justificación en clave religiosa campaña militar. Hablamos,
en definitiva, de un desplazamiento de la antigua ética del soldado hacia otro tipo de guerra
entre poderes políticos cristianos.

196
3. Alfonso XI y la definitiva formulación del autoritarismo
monárquico en Castilla (1312-1350)

La situación cambió de manera notable una vez


que Alfonso XI alcanzó la mayoría de edad y se hizo con
el control efectivo del reino; ya que demostró ser un fiel
heredero del programa de gobierno de su bisabuelo. En
efecto, desde el año 1325 en adelante, el rey inició un
proceso por el cual se fijaron claramente los pilares sobre
los que se sustentaría la identificación de las milicias con
el poder regio castellano; lo que dio un nuevo y rotundo
impulso a su paulatina integración en las estructuras de
poder de la monarquía castellana (ARIAS, 2012, págs. 310-
315).
En este sentido, el Onceno retomó algunos de los
principales cauces de actuación utilizados por su antecesor
años atrás:

a) Sistemática injerencia regia en las elecciones capitulares


de la Orden de Calatrava

El grado de injerencia regia en la elección de los maestres


calatravos continuó siendo muy intenso una vez que Alfonso
XI accedió al trono de Castilla; debido a que optó por una
sistemática intromisión en su nombramiento (en ocasiones,
incluso en su destitución) y en la promoción de leales
colaboradores o miembros de la familia real para el cargo.
De hecho, fue a partir de este momento cuando la institución
maestral empezó a estar más y mejor controlada por el rey;
quien ya se había propuesto orientar sus políticas hacia el

197
La Orden de Calatrava en la Edad Media

dominio total de estas entidades y la incorporación de los


maestrazgos a la Corona (AYALA, 1998, pág. 1287). Y es que, el
poder y la influencia de que disponían las órdenes militares
y sus máximos representantes durante la primera mitad del
siglo XIV hacía de ellas instrumentos muy importantes en los
avatares políticos del reino y en su administración.
También en esta ocasión, el influjo de la realeza en la
designación de estas dignidades no afectó exclusivamente
a la milicia cisterciense, sino que se hizo extensivo a la
totalidad de las órdenes castellanas. Concretamente
en el caso de Calatrava, García López de Padilla hubo de
abandonar el maestrazgo y refugiarse en Aragón en el año
1329 por su vinculación con Alfonso de la Cerda (aspirante
al trono de Castilla); siendo reemplazado por Juan Núñez
de Prado, probablemente hijo ilegitimo del soberano
(ARIAS, 2012, págs. 310-315). De igual forma, santiaguistas
y alcantarinos sufrieron la presencia regia en reiteradas
ocasiones.

b) Acercamiento de las más altas dignidades calatravas a la


Corte

Esta práctica se mantuvo también durante el gobierno de


Alfonso XI, dado que la vinculación personal de estas figuras con la
autoridad regia se vio reforzada a través de su designación como
responsables de cargos curiales y de carácter administrativo. En
efecto, con el objetivo de asegurar la lealtad de los dignatarios
de esta clase de instituciones, el Onceno buscaron su
aproximación al servicio curial y los integraron sistemáticamente
en sus redes de fidelidades (JOSSERAND, 2004, págs. 859-863).

198
Otro punto a tener en cuenta dentro del marco de
las relaciones entre la Corte y la milicia sería el estrecho
contacto que esta mantuvo con los consejeros de Alfonso XI. Y
es que Calatrava, velando por su influencia y sus aspiraciones
políticas, dedicó especial cuidado a sus relaciones con los
miembros de la curia. En este sentido, Salvador de Moxó
observó a través de los diplomas cómo Fernán Rodríguez
Pecha, camarero mayor, disfrutaba de algunas casas y
heredades de la entidad en el término de Hita. Del mismo
modo, el cronista Fernán Sánchez de Valladolid (notario
mayor y canciller del sello de la Poridad) y Diego Fernández de
Medina (camarero del rey) intercambiaron posesiones con la
institución cisterciense. En última instancia, parece ser que
los calatravos entregaron el castillo de Cogolludo al alcalde
mayor de la Mesta, Íñigo López de Orozco, y efectuaron varias
permutas con don Juan Alfonso de Alburquerque (MOXÓ, 1976,
págs. 157-158).

c) Sometimiento personal del maestre a través de vínculos


vasalláticos

Alfonso XI también optó por revitalizar aquellos


aspectos del derecho feudal que le permitían imponer
su autoridad sobre los freires; y, de nuevo, los castillos
volvieron a ser el objeto de preocupación de la Corona.
Como ya hemos tenido ocasión de ver, esta sustentaba
su acción de gobierno en el concepto de soberanía; de
modo que su política sobre las fortalezas de las milicias
se orientaba concretamente hacia dos principios
fundamentales: el deber de prestar homenaje al

199
La Orden de Calatrava en la Edad Media

rey por cada una de las construcciones defensivas del reino


(practicado ya durante el gobierno de Alfonso X) y la imposición
del derecho-deber de guerra y paz (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008,
págs. 156-159).
En relación con esta primera idea, no parece que en un
primer momento la monarquía gozara de excesivo éxito en su
empresa, ni que el modelo de control regio sobre este tipo de
edificaciones lograra tomar forma (AYALA, 2007 a, págs. 287-
288)8. De hecho, en opinión del especialista Carlos de Ayala,
la consolidación de este sistema no se produciría hasta 1348,
año en que se promulgó una disposición en las cortes por la
que fueron puestas bajo la protección del Onceno todas las
construcciones defensivas de su señorío. Es decir, que mediante
el argumento de la seguridad del reino se justificó una medida
que implicaba la sobreimposición de la autoridad real sobre
las restantes jurisdicciones existentes en Castilla.
El segundo de los procedimientos utilizados para
incrementar el control real sobre los castillos de las milicias
sería, como ya se ha apuntado, el derecho-deber de hacer
guerra y paz; por el cual, el soberano podía disponer, de
forma circunstancial y bajo necesidad, de un castillo fuera
del realengo. En este caso, también la historiografía sitúa
en la primera mitad del siglo XIV, y más concretamente
durante el reinado de Alfonso XI, la consolidación de este
modelo de control. Las fortalezas de las instituciones

8 Para el profesor Carlos de Ayala, así lo demuestra el hecho de que Alfonso XI


hubiera de exigir en 1336 a los dirigentes de Santiago, Calatrava, Alcántara y el Hospital que
se comprometieran, mediante homenaje vasallático, a recibirlo en todos los castillos de sus
respectivas órdenes. También los representantes directos de estas construcciones debían
rendir homenaje a sus correspondientes maestres y prior.

200
religioso-guerreras comenzaron a estar verdaderamente
comprometidas con las directrices políticas de la monarquía a
través de este principio; dando lugar a una nueva realidad que
se solapaba con el hecho de que los maestres y la totalidad
de los freires se encontraban sometidos a la autoridad del rey
mediante homenaje vasallático (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008,
págs. 156-159).

d) Imposición de la jurisdicción real en los señoríos de las


órdenes militares

En última instancia, Alfonso XI procuró sobreponer su


jurisdicción sobre los territorios de las milicias, como ya hizo
su bisabuelo. Así, en 1337 se estableció que la Corona o el
monarca tendría la capacidad para intervenir en cualquier
pleito que tuvieran pendiente estas entidades sobre bienes
raíces o rentas de valor superior a mil maravedíes y que
dichos pleitos habrían de librarse en la Corte. Esta iniciativa
buscaba neutralizar la autonomía jurisdiccional de las
órdenes y extender, hasta donde fuera posible, la justicia
del rey (MOXÓ, 1976, pág. 140). De esta forma, todos los freires
(incluido el maestre) habían de permanecer obedientes ante
la aplicación de las sentencias regias; aunque estas llegaran
a ordenar la ejecución de sus más altos responsables9 (AYALA,
1997, pág. 262, 1998, pág. 1288).
Este mecanismo de control estaría imbuido,
no obstante, dentro de un proceso más amplio que

9 Esto es lo que sucedió, sin ir más lejos, con el maestre alcantarino Gonzalo
Martínez de Oviedo. Como ya vimos, este personaje fue colocado al frente de la institución
cisterciense por voluntad real en 1337 y ejecutado dos años más tarde por traición.

201
La Orden de Calatrava en la Edad Media

un proceso más amplio que tendría como objetivo principal


la jerarquización de la jurisdicción a favor de la Corona y que
culminaría con la promulgación del Ordenamiento de Alcalá
en el año 1348. De esta forma, el Onceno establecía la prelación
de las fuentes del Derecho y el predominio de la legislación
regia (fuero real) sobre los restantes fueros locales (TORRES,
2010, págs. 36-39).

4. Pedro I y el incremento del intervencionismo regio en la


Orden de Calatrava (1350-1369)

La intromisión de la monarquía castellana en la


evolución institucional, no solo de Calatrava, sino de todas
las órdenes militares instaladas en el reino, y la mediatización
de sus objetivos y recursos adquirió un matiz notablemente
más intenso a partir de mediado del siglo XIV. De hecho, para
los especialistas, las políticas aplicadas entre los años 1252 y
1350 solo fueron los antecedentes de un proceso todavía más
acentuado, que vio la luz a partir de este momento y que estuvo
orientado a continuar avanzando en el dominio total de estas
entidades y en la asimilación de los maestrazgos por parte
de la Corona. Por consiguiente, la segunda mitad del siglo XIV
constituyó un periodo decisivo en Castilla dentro del proceso
de intervencionismo regio en la realidad institucional de las
milicias10 (AYALA, 2007 b, págs. 733-734).

10 Se recomienda consultar JOSSERAND, P. (2008): “État de fait, état de droit : un


document inédit sur l’ingérence royale dans l’élection du maître de Santiago au temps de
Pierre Ier de Castille”, en CASSARD, J-C.; COATIVY, Y.; GALLICÉ, A. y LE PAGE, D.: Le prince, l’argent,
les hommes au Moyen Âge. Mélanges offerts à Jean Kerhervé. Rennes, pp. 161-170.

202
Este periodo dio comienzo, concretamente, con el reinado
de Pedro I, que llegó al poder tras el fallecimiento de su padre
en 1350 y mantuvo una línea política acorde con el programa
autoritario iniciado por el Rey Sabio un siglo antes y continuado
por Alfonso XI. Sin embargo, en esta ocasión, su profundización
en el proceso de afirmación monárquica cuenta con algunas
peculiaridades y nos ha llegado marcada por tintes tiránicos
y de extrema crueldad a través de las fuentes11; debido a que,
desde un primer momento, el rey Pedro se propuso llevar este
programa de gobierno a sus máximas consecuencias (DÍAZ, 1980,
pág. 287; RODRÍGUEZ-PICAVEZ, 2008, págs. 414-415). Las órdenes
militares son un buen ejemplo en este sentido, porque el nuevo
monarca incrementó su presencia en ellas en comparación
con los reinados de sus antecesores y las dotó de un mayor
protagonismo en el panorama político del reino. De hecho, fue
a partir de este momento cuando las milicias se convirtieron en
una parte fundamental de la movilización militar y se emplearon
sistemáticamente, tanto en conflictos internos como externos;
pero siempre al servicio del rey (AYALA, 2002, pág. 40).
Parece que este cambio fue posible gracias a dos
factores principales:
• La paulatina secularización de los institutos
religioso-guerreros (en especial de sus máximos
dirigentes) y la completa desnaturalización
de su esencia institucional; que favoreció su

11 Téngase en cuenta que la información contenida en las crónicas debe


ser manejada con cierta cautela, dado que este tipo de fuentes poseen un carácter
intencional y propagandístico y están dirigidas a un público especifico y variable en el
tiempo. Por ejemplo, uno de los principales cronistas de esta época, Pedro López de Ayala,
compuso su obra bajo el gobierno de la dinastía tratámara; lo que, en mayor o menor
medida, influyó en su discurso. Para profundizar en esta idea véase el prólogo de José Luis
Martín a la Crónica de los reyes de Castilla de Pedro López de Ayala.

203
La Orden de Calatrava en la Edad Media

utilización por parte de la monarquía sin provocar


la resistencia de los freires o de otros organismos
religiosos.
• La creciente injerencia real en ellos y su consecuente
trasformación en meras herramientas al servicio del
soberano (AYALA, 2002, pág. 40).

En lo que afecta a esta última cuestión, sabemos que


Pedro I también quiso retomar algunos de los principios de
actuación empleados por su padre y por el propio Alfonso X
años atrás, intensificándolos:

a) Intromisión en el proceso de designación de los maestres


calatravos y en su destitución

Dentro de esta línea, el rey Pedro buscó, a través


de sus políticas, posicionar en la más alta jerarquía de la
milicia a hombres de su confianza. En este caso concreto,
su intromisión en los procesos de elección de los maestres
calatravos se saldó con la ejecución de dos de estas
dignidades en apenas diez años, otros dos nombramientos
claramente irregulares y hasta una elección capitular en
las que la presencia real generó un cisma (AYALA, 1997,
pág. 263, 2002, pág. 43; RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008, págs.
414-415).
Concretamente en lo que respecta al asesinato de
estas figuras, la primera víctima fue el calatravo Juan
Núñez de Prado (LÓPEZ DE AYALA, 1991, pág. 92); quien,
junto a Juan Alfonso de Alburquerque, intentó persuadir
al monarca para que regresara al lado de su legítima

204
esposa, Blanca de Borbón, y abandonara a su amante,
María de Padilla. Ante la negativa de este y temiendo una
posible venganza, el maestre pidió protección al rey de Aragón
en 1353; pero a comienzos del siguiente año fue requerido
por Pedro I bajo la promesa de que su seguridad no se vería
comprometida. Así, Juan Núñez de Prado regresó a Castilla y
se instaló en Almagro. Sin embargo, el soberano, rompiendo
lo acordado, lo mandó apresar. El desposeído maestre fue
custodiado por su sucesor, Diego García de Padilla, que lo
trasladó al alcázar de Maqueda, donde fue asesinado algunos
días más tarde (OCALLAGHAN, 1980, págs. 353-357).
Su segunda víctima fue Pedro Estébanez Carpintero,
maestre cismático de Calatrava y anterior comendador
mayor, que fue asesinado también ese mismo año por
voluntad real12 (LÓPEZ DE AYALA, 1991, págs. 159-166). Este
personaje se alzó, junto a otros caballeros, ante la violencia
con la que Juan Núñez de Prado había sido tratado y fue
elegido máximo responsable de la entidad por algunos de sus
miembros, en oposición al candidato petrista. Fue asesinado
en la ciudad de Toro pocas semanas después13 (LÓPEZ DE
AYALA, 1991, págs. 159-166).

12 “Saliendo la reyna doña Maria del castillo y con ella la condesa doña Juana, mujer
del conde don Enrique, e aquellos caballeros que dicho avemos, llegando a una puente
pequeña que esta delante de la puerta del alcazar, llego un escudero que guardaba a don
Diego Garcia de Padilla, maestre de Calatrava, que decian Juan Sanchez de Oteo e dio
con una maza en la cabeza a don Pedro Estebanez Carpentero, que se llamaba maestre
de Calatrava, en guisa que le derribo en tierra cerca de la reyna e matole luego.”
13 Así nos lo relata el cronista López de Ayala: “Saliendo la reyna doña Maria
del castillo y con ella la condesa doña Juana, mujer del conde don Enrique, e aquellos
caballeros que dicho avemos, llegando a una puente pequeña que esta delante de la
puerta del alcazar, llego un escudero que guardaba a don Diego Garcia de Padilla,
maestre de Calatrava, que decian Juan Sanchez de Oteo e dio con una maza en la cabeza
a don Pedro Estebanez Carpentero, que se llamaba maestre de Calatrava, en guisa que le
derribo en tierra cerca de la reyna e matole luego.”

205
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Otra conocida faceta del intervencionismo regio en


la Orden de Calatrava fue la designación canónicamente
irregular de maestres. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, con
los nombramientos de Diego García de Padilla (RADES, 2009, fol.
54r)14 en 1354 y el de Martín López de Córdoba (RADES, 2009, fol.
59r)15 a comienzos de 1365. (A este personaje, la Corona ya lo
había posicionado al frente de Alcántara un año antes en un
intento por someter a sus miembros a un control más férreo).
En última instancia, la política regia llegó a ocasionar
también un cisma durante este periodo dentro de la milicia.
Este tuvo lugar cuando, de un lado, por indicación de Pedro I
fue escogido como cabeza de la institución Diego García de
Padilla; mientras que, de otro, Pedro Estébanez reunió a quince
freires para que le hicieran entrega del cargo (RADES, 2009, fol.
56r). Esta fractura dentro de la orden solo se resolvería tras la
ejecución de este último poco tiempo después.

14 “El rey no quiso partirse de Almagro hasta que hacer priuar del maestrazgo de
don Juan Nuñez y elegir otro maestre. Por esto hizo que los pocos caualleros y clerigos
que en Almagro se juntaron celebrassen capitulo y en el fueron puestos ciertos capítulos
contra el maestre de cosas que el rey dixo auer hecho contra su seruicio. Acumularonse asi
mesmo la inobediencia y rebellion que tuuo siendo Clauero, contra el maestre don Garci
Lopez; y que auia tomado el maestrazgo por fuerça. Finalmente, por estas y otras cosas
que alli se le probaron con los testigos que el rey quiso presentar, fue dada sentencia de
deposicion y carcel perpetua contra el maestre. Luego, el rey estando en capitulo hizo
un razonamiento a los freyles caualleros y clerigos, dando muchas razones por lasquales
deuian elegir por su maestre a don Diego Garcia de Padilla, su priuado. Y asi lo eligieron, no
osando hacer otra cosa por temor al rey.”
15 “Hizole elegir por maestre el rey don Pedro, siendo maestre de Alcantara, por
mucho y muy buenos seruicios que le auia hecho, como largamente se cuenta en la
chronica de Alcantara. Su election fue en el conuento de Calatraua y confirmola el romano
pontifice a pedimiento del rey don Pedro y de muchos freyles y caualleros y clerigos en la
era de mill y quatrocientos y tres, que fue año del señor de mill y trezientos y sesenta y
cinco.”
Para profundizar en la temática consúltese: DÍAZ MARTÍN, 1976, págs. 423- 432.

206
b) Integración de los dignatarios de las órdenes en el servicio
curial

Habiendo dado pruebas de su eficacia anteriormente,


el acercamiento de los maestres al rey y a su corte a través
del desempeño de funciones institucionales, fue retomado
por Pedro I tras su llegada al trono. Por consiguiente, bajo su
reinado, la integración de estas dignidades en el servicio curial
y su aproximación a la Corona continuó siendo un instrumento
de control orientado hacia las milicias.
En esta ocasión, y como ya sucedió durante el
gobierno personal de Alfonso XI, el papel de los maestres
fue concebido por la monarquía dentro de una lógica
de servicio; por lo que la mayor parte de ellos fueron
obsequiados con oficios de muy diversa índole en la Corte
(militares y económicos, entre otros). Así, la participación
de los freires en el servicio curial tendió a incrementar su
dependencia de la realeza durante las décadas centrales
del siglo XIV; la cual no buscaba otra cosa que lograr un
control más estricto de estos organismos y disponer de
una eficaz herramienta para garantizar la fidelidad de
sus máximos representantes en un periodo de latente
inestabilidad (JOSSERAND, 1999, págs. 80-83).
Esto es lo que sucedió, por ejemplo, con el
calatravo Diego García de Padilla, que obtuvo el
cargo de Mayordomo mayor en el año 1357 (DÍAZ, 1975,
págs. 81-82). De igual forma, Martín López de Córdoba
desempeñó varios oficios públicos en Castilla. Fue,
por ejemplo, repostero mayor y camarero mayor con
anterioridad a ocupar la dignidad maestral en Alcántara,

207
La Orden de Calatrava en la Edad Media

y en 1365 fue nombrado adelantado mayor de Murcia. Un


año después alcanzó también el grado de capitán mayor de
Córdoba y de mayordomo mayor del infante don Sancho16
(OCALLAGHAN, 1980, págs. 366-367).

c) Movilización regia de la Orden de Calatrava en los


movimientos levantiscos y en las luchas internas del reino

La labor cruzadista de la Corona castellana


experimentó un claro estancamiento durante el
reinado de Pedro I, debido a que este no concedió
demasiada importancia dentro de su política al proyecto
“reconquistador” que tanto protagonismo había tenido
durante los siglos anteriores. Y es que, nada más acceder
al trono, el nuevo monarca puso fin a las hostilidades
fronterizas y abandonó los grandes enfrentamientos
bélicos contra los musulmanes granadinos, así como la
adquisición de nuevos espacios en el sur de la Península
Ibérica. Concretamente, las circunstancias que explican
esta nueva realidad en la frontera serían, de un lado, la
descomposición del régimen meriní y la inclinación de
Muhammad V de Granada hacia una sólida alianza con los
castellanos; y de otro, los problemas internos en Castilla y
sus tensas relaciones con Aragón (AYALA, 2000 b, pág. 276).
Sea como fuere, el nuevo clima de paz resultante
de todo este proceso (solo salpicado por intermitentes
interrupciones, generalmente poco significativas) privó a las

16 También en el año 1366 (probablemente en noviembre), el rey Pedro envió a


Martín López de Córdoba a Inglaterra en misión diplomática para persuadir a Enrique III de
que no enviara ayuda militar a su hermanastro, Enrique de Trastámara.

208
milicias de su quehacer cruzadista e impulsó la transformación
de algunos de sus principios fundacionales y la integración
de sus más altas jerarquías en los engranajes políticos del
reino17 (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2010, pág. 16). De hecho, como ya
apuntamos, fue a partir de las décadas centrales del siglo XIV
cuando estas entidades se convirtieron en parte fundamental
de la movilización militar y se emplearon sistemáticamente
en los movimientos levantiscos del reino y en las luchas
armadas contra otros hermanos de fe18 (AYALA, 2000 a,
pág. 363; LADERO, 2005, pág. 53). Encontramos pruebas de
la utilización de las milicias en este tipo de confrontaciones
(concretamente durante el reinado de Pedro I) tras el inicio
de las hostilidades con Aragón en el año 1356; ya que, a lo
largo de todo el conflicto, estos organismos actuaron como
piezas clave en las campañas bélicas emprendidas por el rey
castellano y en la defensa de los espacios fronterizos (DÍAZ,
1980, pág. 314).
Mayor importancia todavía tuvo dentro de esta
corriente la participación de las instituciones religioso-
guerreras en la guerra civil que estalló en el reino
de Castilla diez años más tarde; una contienda que

17 No se produjo ningún incidente de esta naturaleza hasta los años 1361-1362;


coincidiendo con la temporal deposición de Muhammad V y la llegada al poder del
Rey Bermejo. El nuevo soberano granadino intentó aprovechar las luchas castellano-
aragonesas para presionar sobre la frontera; ataque al que respondieron las tropas
cristianas de forma efectiva con una expedición en la que también hicieron acto de
presencia las órdenes militares.
18 A mediados de la decimocuarta centuria se produjo un cambio en los campos
de atención de las órdenes y sus intervenciones frente al Islam dieron paso a una mayor
presencia en los conflictos contra otros poderes cristianos. Paulatinamente, las iniciales
reservas a este respecto cedieron ante la politización de la figura del maestre; proceso
que se vio favorecido ante la posible justificación en clave religiosa campaña militar.
Hablamos, en definitiva, de un desplazamiento de la antigua ética del soldado hacia otro
tipo de guerra entre poderes políticos cristianos.

209
La Orden de Calatrava en la Edad Media

enfrentó a Pedro I con su hermanastro, el futuro Enrique II, y que


acabó por convertirse en una pugna entre dos modelos de
gobierno: el autoritarismo regio, representado por el bando petrista,
y el pactismo, liderado por Enrique de Trastámara (RODRÍGUEZ-
PICAVEA, 2008, pág. 241). Esta guerra, que culminará con un cambio
de dinastía en la Corona castellana y el asesinato del rey Pedro a
manos de su hermano, ha sido vista además por la historiografía
como un choque entre dos sectores irreconciliables desde el punto
de vista social (burguesía-nobleza) y económico (comercio-
posesión de la tierra) (VALDEÓN, 1992, pág. 459). Hablamos, por
lo tanto, de un conflicto de gran complejidad, que se situó en el
centro de un proceso clave en el que las luchas por el dominio de
la dimensión política, social y económica del reino propiciaron un
cambio de orientación en el mismo (AYALA, 2002, pág. 38).
Concretamente, la guerra civil castellana dio comienzo
en marzo de 1366, tras la coronación del conde don Enrique
en Calahorra y estuvo articulada en torno a dos grandes hitos
bélicos: la batalla de Nájera en abril de 1367 y la de Montiel en
la primavera de 1369. Durante todo este convulso periodo, y
como ya había ocurrido en anteriores ocasiones, las órdenes
militares fueron instrumentalizadas por ambos bandos
mediante la aplicación de férreos mecanismos de control y
se vieron plenamente integradas en la contienda. De hecho,
la injerencia regia en ellas llegó a ocasionar en Santiago y
Calatrava varios cismas, al quedar divididas entre maestres
petristas y tratamaristas, como ya tuvimos ocasión de ver
(RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008, pág. 242).
Lamentablemente, no contamos con
demasiados datos directos que nos informen sobre
la participación de los freires en el conflicto. Con

210
todo, parece ser que desde la llegada al trono de Enrique II la
mayor parte de los responsables efectivos de las milicias se
alinearon en contra de Pedro I y su autoritario programa de
gobierno. Así lo hizo, por ejemplo, el calatravo Diego García de
Padilla, que envió a sus tropas a luchar al lado de don Enrique
en la batalla de Nájera (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008, págs. 239-
247).
Consecuentemente, durante el primer gran encuentro
armado de la contienda (la batalla de Nájera), el ejército
enriqueño concentró un importante número de freires
entre sus filas (AYALA, 2002, pág. 47); mientras que el bando
petrista solo pudo contar con el apoyo del anterior maestre
de Alcántara, Martín López de Córdoba; a quien el rey Pedro
había entregado el maestrazgo de Calatrava en un intento por
ganarse la fidelidad de la institución cisterciense. (En efecto,
parece que la entidad regresó a la obediencia petrista, a
pesar de la oposición mostrada por el maestre Pedro Muñiz de
Godoy) (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008, págs. 239-247).
El segundo gran hito bélico de la guerra civil (la
batalla de Montiel) y el asesinato de Pedro I a manos de su
hermanastro en la primavera de 1369 acabaron de aclarar
el panorama. En esta ocasión, entre los enfrentamientos de
Nájera y Montiel menguó considerablemente la intervención
de las órdenes militares en los acontecimientos que
marcaron la vida política castellana durante estos años.
De hecho, el profesor Carlos de Ayala advierte que las
referencias documentales a alcantarinos y hospitalarios
prácticamente desaparecen y todo pasa a girar alrededor de
los maestres de Santiago y Calatrava, Gonzalo Mejía y Pedro
Muñiz de Godoy (AYALA, 2002, págs. 49-50). Como decimos, el

211
La Orden de Calatrava en la Edad Media

fratricidio de Montiel contribuyó a arrojar algo de luz sobre


el panorama político en Castilla; sin embargo, no supuso el
final del conflicto ni trajo la tan deseada paz al reino. Esta no
llegaría hasta los primeros meses del año 1371, cuando los
últimos focos de resistencia petrista quedaron finalmente
desarticulados tras la firma de las paces luso-castellanas de
Alcoutim (AYALA, 2002, págs. 51-52).

Conclusiones

Las órdenes militares hispánicas, y por supuesto la Orden


de Calatrava, nacieron por iniciativa de los propios reyes
peninsulares y dentro de una dinámica de servicio a la Corona.
Consecuentemente, el interés que los diferentes monarcas
mostraron por las milicias instaladas en sus territorios y por ejercer
su poder sobre ellas es un proceso que se remonta al nacimiento
mismo de esta clase de instituciones. Existió un fuerte interés por
parte de la Corona por ejercer un control efectivo sobre estos
organismos religioso-guerreros (en especial de sus maestres) y
de sus cuantiosos recursos económicos, patrimoniales y militares.
Es decir, desde el mismo momento en que la monarquía impulsó
la creación de estas órdenes, se propuso también alcanzar un
mayor grado de influencia y autoridad sobre ellas y orientarlas
hacia la consecución de sus propios proyectos políticos.
Una vez sentado este principio, no sería raro preguntarnos
de qué va a depender entonces el grado de control (en
ocasiones variable, como hemos tenido oportunidad
de comprobar durante las páginas que componen el
cuerpo del trabajo) ejercido por los soberanos sobre las

212
milicias en cada uno de sus reinados. Nosotros, personalmente,
nos inclinamos a pensar que dicho control no dependió en
exceso del mayor o menor interés que mostraran los mismos
(ya que esta fue una realidad constante a lo largo del tiempo),
sino más bien de las circunstancias y coyunturas que rodearon
sus reinados y de la actitud mantenida por las propias milicias
ante las políticas de esos soberanos.
En definitiva, la cercanía de esta clase de organismos
respecto de la Corona fue una realidad palpable desde el
momento en que tuvo lugar su nacimiento y no hizo sino
incrementarse (aunque con alguna excepción) hasta la total
asimilación de sus maestrazgos por la realeza. Por su parte,
la Santa Sede intentó conservar su cada vez más reducida
autoridad sobre las órdenes militares hispánicas y hacerse oír
para reivindicar que la libertas ecclesiae afectaba igualmente
a esta clase de instituciones; dando lugar a una pugna que no
tardaría en inclinarse en favor del poder real (AYALA, 2007 b,
pág. 700).
Por todo ello, las políticas impulsadas por los monarcas
castellanoshacialasórdenesmilitaresentre1252y1369seinsertaron
en el marco de una dinámica constructora y de afirmación del
poder regio, ya que aquellos consideraron que la disposición de
milicias sumisas a sus intereses era un elemento de primer orden
en el proceso político “soberanista” que estaban desarrollando. Por
el contrario, las órdenes cuyo control escapaba a sus manos eran
percibidas como potenciales obstáculos para la construcción
de un modelo de gobierno que implicaba la concentración del
factor decisorio en el gobernante (RODRÍGUEZ, 2000, págs. 522-
523). Además, el propio proceso de afirmación monárquica
en Castilla parece que se vio favorecido por la condición

213
La Orden de Calatrava en la Edad Media

fronteriza de la Península Ibérica con el Islam; ya que esta ayudó


a reforzar la imagen del rey-guerrero entre los soberanos y
les permitió sustentar una parte sustancial de su legitimidad
en la defensa de la Cristiandad. De hecho, el profesor Carlos
de Ayala nos recuerda en varios de sus trabajos que, a través
de la frontera, la Corona castellana se erigió como cabeza
de un movimiento cruzado que la convirtió en auténtica
representante de Dios y de su Iglesia en el reino (AYALA, 1998,
págs. 1279-1280).
Como decimos, las milicias desempeñaron un papel
ciertamente importante dentro de este proceso, al contribuir de
manera decisiva al mantenimiento del ideal cruzado sobre el
que los reyes sustentaron gran parte de su poder. No obstante,
para que estas instituciones resultaran verdaderamente útiles
era preciso someterlas a un proceso de transformación que
desembocara en un mayor y más efectivo control de sus
órganos de gobierno y de sus recursos económicos. Y es que,
los monarcas no podían prescindir de las órdenes militares
en la consecución de sus objetivos; de forma que optaron por
aplicar una serie de políticas que acabarían convirtiéndolas
en auténticos instrumentos políticos e ideológicos del poder
regio (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008, págs. 399- 401). Unas políticas
que, sin embargo, no gozaron de la misma intensidad en todo
momento ni respondieron siempre a las expectativas de la
Corona, sino que se vieron fuertemente condicionadas por la
coyuntura política, el nivel de fortalecimiento del soberano y la
capacidad de reacción de las propias milicias.
De hecho, no fue hasta el reinado de Alfonso
X cuando estas iniciativas puntuales dieron
paso a una sistemática intervención por parte

214
de la monarquía; ya que este fue el artífice de uno de los
primeros y más destacados intentos de implantación de un
modelo de autoritarismo monárquico en Castilla. Toda su labor
jurídico-administrativa apuntó en esa misma dirección: la de la
renovación de los mecanismos hasta entonces empleados por
sus predecesores para consolidar su poder sobre las milicias.
En definitiva, el Rey Sabio convirtió en uno de sus principales
objetivos encontrar nuevos cauces de actuación al margen
del propio sistema feudal y emprendió una política nítida y
cimentada en la consolidación de los maestrazgos desde la
completa fidelidad de sus titulares a su persona (AYALA, 1998,
págs. 1281-1282).
En concreto, para alcanzar este fin, el soberano alfonsí
utilizó los siguientes mecanismos de control en lo que respecta
a la Orden de Calatrava:
• Sistemática injerencia en las elecciones capitulares.
• Sometimiento personal de los maestres a través de
vínculos vasalláticos.
• Vinculación de las más altas dignidades de la milicia a
la Corte.
• Intromisión en la resolución de pleitos relacionados con
las tierras de la orden provenientes del realengo.
• Desplazamiento de sus sedes conventuales hacia tierras
de frontera.
• Apropiación de parte de sus bienes y rentas.
Pese a todo, y a pesar de los evidentes logros
alcanzados, este ambicioso programa de control sufrió
un importante estancamiento durante sus últimos años
en el trono, como consecuencia del debilitamiento
político del monarca y del hundimiento de su sistema de

215
La Orden de Calatrava en la Edad Media

gobierno. Y es que, a pesar de los innumerables esfuerzos


realizados, la convulsa coyuntura política, los repetidos
movimientos levantiscos que azotaron Castilla desde la
década de los setenta en adelante y la resistencia mostrada
por las propias milicias, obligaron a Alfonso X a paralizar los
diferentes mecanismos hasta entonces utilizados para el
sometimiento de estas instituciones (AYALA, 1998, pág. 1286).
También los gobiernos de Sancho IV y Fernando IV se
mantuvieron dentro de esa dinámica que comenzó a imperar,
como decimos, en los últimos años de vida del Rey Sabio. Por
consiguiente, ambos reinados no gozaron de demasiada
relevancia dentro de los procesos de afirmación monárquica y
de imposición sobre las órdenes militares asentadas en Castilla.
La nobleza había resultado vencedora en su enfrentamiento
con la Corona; de modo que durante estas décadas el poder
real apenas logró prosperar en su deseo de mediatización y
control de unas milicias cada vez más señorializadas por la
realidad del momento. Las continuas crisis políticas, la brevedad
de ambos reinados y que Sancho IV hubiera de hacer frente
al movimiento aristocrático que lo había llevado al trono, pero
que ahora amenazaba con mermar su autoridad; no fueron el
mejor caldo de cultivo para el desarrollo de estos proyectos.
Tampoco debieron ayudar las minorías de Fernando IV y
Alfonso XI, aunque durante esta última parece que sí existieron
ciertas muestras de colaboración entre el privado Alvar Núñez
Osorio y las instituciones religioso-guerreras. Nos referimos
concretamente a la participación de estos organismos en la
empresa cruzadista del monarca y a los problemas internos en
Calatrava, que le concedieron la oportunidad de intervenir en
ella e internar hacerse con su control (MOXÓ, 1976, págs. 128-129).

216
No obstante, el nuevo régimen político (de claro
sentido aristocrático) propiciado por Sancho IV a la muerte
de su padre, sí que benefició a aquellos que se habían
posicionado a su favor durante el conflicto sucesorio que
había tenido lugar con los infantes de la Cerda tan solo
unos años antes; entre ellos, la mayor parte de las milicias
castellanas. Esto permitió a los maestres, que ya habían
consolidado su presencia en la corte gracias a las reformas
del Rey Sabio, encumbrarse y acceder por primera vez a
los puestos de verdadero poder en el reino (RUIZ, 2016, págs.
375-376). De este modo, a partir de la última década del
siglo XIII, la participación de estas figuras en los diferentes
niveles de la administración castellana adquirió cierto
grado de sistematización; todo ello, curiosamente, en una
fase de estancamiento de la monarquía (JOSSERAND, 1999,
págs. 79-80).
La situación cambió de manera notable cuando
Alfonso XI alcanzó la mayoría de edad y se hizo con el control
efectivo del reino; ya que demostró ser un fiel heredero del
programa de gobierno de su bisabuelo. En efecto, desde el
año 1325 en adelante, el nuevo monarca inició un proceso
por el cual se fijaron claramente los pilares sobre los que
se sustentaría la “nacionalización” de las órdenes militares;
lo que dio un nuevo y definitivo impulso a su paulatina
integración en las estructuras de poder de la monarquía
castellana (ARIAS, 2012, págs. 310-315). En este sentido,
parece ser que, en el caso calatravo, el Onceno no solo
retomó algunos de los principales cauces de actuación
utilizados por su antecesor, sino que los perfeccionó.
Hablamos concretamente de:

217
La Orden de Calatrava en la Edad Media

• Intervención en el proceso de designación de las


diferentes figuras maestrales e, incluso, en su destitución.
• Vinculación de los dignatarios de la milicia a la corte.
• Sometimiento personal del maestre a través de vínculos
vasalláticos.
• Imposición de la jurisdicción real en los señoríos de esta
institución.
También el reinado de Pedro I fue en relación al tema que
nos ocupa una continuación del anterior; ya que todo apunta
a que mantuvo una línea política acorde con el autoritario
programa de gobierno iniciado por el Rey Sabio un siglo antes y
continuado por su padre. Y es que, durante las primeras décadas
del siglo XIV, las milicias habían adquirido ya unos rasgos que
muy poco, o nada, tenían que ver con los ideales y objetivos que
impulsaron su creación dos siglos antes, aproximadamente;
lo que propició una transformación de sus relaciones con la
monarquía y una creciente injerencia regia en ellas (AYALA, 2002,
pág. 37). Y es que, en este periodo, la labor cruzadista de la Corona
castellana experimentó un claro estancamiento, que empujó a
estas instituciones a orientar su actividad hacia la dimensión
económica y política del reino. Esto les confirió un enorme poder y
convirtió progresivamente a sus maestres en fieles colaboradores
de los soberanos en las luchas internas y en los movimientos
levantiscos de esta etapa (DÍAZ, 1980, págs. 286-287).
En esta ocasión, sin embargo, la profundización de Pedro
I en el proceso de afirmación monárquica nos ha llegado
marcado por tintes tiránicos y de extrema crueldad; debido
a que, desde un primer momento, este se propuso llevar el
programa de gobierno hasta sus máximas consecuencias
(DÍAZ, 1980, pág. 287). De hecho, la intervención de la

218
Corona en la Orden de Calatrava acabó saldándose con
la ejecución de dos maestres en apenas diez años, otros dos
nombramientos claramente irregulares y hasta una elección
capitular en las que la presencia real generó un cisma (AYALA,
1998, pág. 263). A esto debemos añadir, además, que la llegada
al trono de este personaje en 1350 constituyó un hito de
referencia en el proceso de implicación de estos organismos en
los conflictos violentos de carácter interno y externos del reino.
Antes de concluir estas consideraciones finales solo nos
gustaría recordar, como tan acertadamente ya ha apuntado
el profesor Phillipe Josserand en alguno de sus trabajos sobre
la temática, que la nacionalización y la injerencia regia en
los asuntos internos no fue más que el precio a pagar por las
órdenes militares castellanas para garantizar su adaptación a
los cambios que se venían produciendo a lo largo de los siglos
XIII y XIV (JOSSERAND, 2004, págs. 859-863); un precio con el
que, sin embargo, no siempre se mostraron de acuerdo. Como
es natural, las políticas intervencionistas emprendidas por la
monarquía hacia las milicias no contaron en todo momento
con la aceptación de los freires y, en más de una ocasión,
generaron una respuesta por parte de estos. En ocasiones, esa
respuesta halló coyunturas apropiadas para canalizarse, bien
en forma de cismas, bien en forma de movimientos políticos
contra la Corona. No obstante, la mayor parte de las veces
se trató de una resistencia poco llamativa y sustentada en la
aproximación o el distanciamiento estratégicos respecto a
la Corte castellana y al rey, en función de las circunstancias
políticas (AYALA, 2000 a, págs. 377-378). Una posición lógica, por
otra parte; ya que las órdenes eran instituciones profundamente
señorializadas y con un carácter cada vez más aristocrático.

219
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Bibliografía y fuentes

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regio en Castilla. El reinado de Alfonso XI (1312-1350). Madrid,
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225
La Orden de Calatrava en la Edad Media

LA ACTIVIDAD MILITAR DE LA ORDEN DE CALATRAVA. COMPROMISO


Y CAPACIDAD BÉLICA AL SERVICIO DE DIOS Y DEL REY
J. Santiago Palacios Ontalva1
Universidad Autónoma de Madrid

RESUMEN
Desde su origen la orden de Calatrava desarrolló una
intensa actividad militar contra el Islam, enraizada en
su carisma religioso y directamente relacionada con los
planes que las monarquías hispanas fueron trazando para
la conquista de al-Andalus. Este trabajo pretende abordar
dicho compromiso y las acciones bélicas materializadas
por la institución, desde diversos puntos de vista. En primer
lugar, a partir del análisis de su normativa reglar, que
evidencia cierta preocupación organizativa por su faceta
castrense. En segundo término, dejaremos constancia de
esta vocación de servicio armado, a partir de su papel
como custodio de un extenso conjunto de fortificaciones.
Analizaremos después las diferentes formas de hacer la
guerra de los calatravos, centrando el interés en acciones
que dividiremos entre grandes y pequeñas campañas,
siguiendo básicamente el relato del monje calatravo
Francisco de Rades y Andrada. Para acabar con algunas
valoraciones acerca del papel estratégico que jugó la
institución en diferentes contextos conflictivos de la Edad
Media, o acerca de la importancia de sus tropas en dichos
escenarios.

1 El presente estudio forma parte del proyecto de investigación Violencia


religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato historiográfico
(ss. X-XV), financiado por la Dirección General de Proyectos de Investigación y gestión del
Plan Nacional de I+D+i del Ministerio de Economía y Competitividad (referencia: HAR2016-
74968-P). Dicho proyecto está codirigido por Carlos de Ayala Martínez y J. Santiago
Palacios Ontalva, de la Universidad Autónoma de Madrid.

226
ABSTRACT
Since its origin the order of Calatrava developed an
intense military activity against Islam, rooted in its
religious charisma and directly related to the plans
that the Hispanic monarchies were drawing up for the
conquest of al-Andalus. This paper aims to approach
this commitment and the warlike actions materialized
by the institution, from different points of view. In the
first place, from the analysis of its normative rules,
which shows a certain concern for the organization of
its military facet. Secondly, we will show this vocation
of armed service, based on its role as guardian of an
extensive set of fortifications. Later we will analyze
the different methods of warfare of the calatravos,
focusing on large and small campaigns, following the
story of Francisco de Rades y Andrada, monk of the
order. We will conclude with some evaluations about
the strategic role played by the institution in different
mdieval contexts, or about the importance of its troops
in these scenarios.

1. Introducción

La orden de Calatrava nació en la frontera, en uno de los lugares


más expuestos y peligrosos de la misma a mediados del siglo
XII, precisamente para defender una fortaleza de los Paganos,
enemigos de la Cruz de Christo2 Muchos de sus primeros
integrantes eran o habían sido hombres de armas que, junto
a los monjes cistercienses de Fitero, formaron una comunidad
híbrida, desde el principio denominada milicia y destinada a
proteger aquella vieja ciudad islámica, cuyo rigor, austeridad

2 Se reitera esta idea en la primera bula confirmatoria de Alejandro III con las
siguientes palabras: ut ordinem eorum firmiter servaretis, et militaribus armis accinti contra
Saracenos, ad ipsius loci defensionem viriliter pugnaretis (ORTEGA Y COTES et al., 1761, pag. 5).

227
La Orden de Calatrava en la Edad Media

y disciplina de costumbres les hacía perseverantes y


dignos de confianza para la empresa asumida. Esos
hombres tomaron vn habito moderado y templado de
religion, como conuenia para el exercicio de la guerra y se
llamaron asimismo freyles y no frayles: por differenciarse
de las otras Ordenes que nos son militares, para los que era
lícito derramar sangre, pese a sus votos religiosos (RADES,
1572, Calatrava, fols 6v y ss.). Este sería el resumen de los
comienzos de la orden tomando algunas palabras del
cronista Rades, del todo reveladoras del carisma bélico que
la milicia tuvo desde sus orígenes.
Para abordar el tema que nos interesa, es decir, hablar
de la actividad militar de la institución, de sus compromisos y
capacidades vamos, en todo caso, a centrar nuestra atención
en los siguientes aspectos:
1. En primer lugar, analizaremos algunos rasgos de su
normativa reglar que evidencian una preocupación
organizativa por su faceta castrense.
2. En segundo término, dejaremos constancia de esta
vocación de servicio armado, a partir de su papel como
custodio de un extenso conjunto de fortificaciones.
3. Analizaremos después las diferentes formas de hacer la
guerra de los calatravos, centrando el interés en acciones
que dividiremos entre grandes campañas y pequeñas
cabalgadas.
4. Para acabar con algunas valoraciones acerca del papel
estratégico que jugó la institución en diferentes contextos
conflictivos de la Edad Media, o acerca de la importancia
de sus tropas en dichos escenarios.
Hemos renunciado voluntariamente a tratar la participación

228
de la orden de Calatrava en otros conflictos que les enfrentaron
con poderes rivales en el seno de la sociedad cristiana, una
faceta que no se contempla entre los aspectos nucleares de
su carisma inicial, pero no cabe duda fue también un escenario
donde desplegaron sus capacidades bélicas. Alejadas ya del
servicio a Dios y, a veces, también en contra de los reyes, los
supuestos y coyunturas en los que los freires combatieron a
otros cristianos son diversos, pero desbordan el ámbito de la
conflictividad contra el Islam al que voluntariamente hemos
ceñido este estudio.

2. La vocación militar de la orden en su normativa y


planteamientos organizativos

Desde las primeras “formas de vida” de la orden queda


clara a una vocación de servicio militar evidente, revestida
además de un matiz sacralizado, que se manifiesta en su
transformación de una militia mundi a una militia Dei 3.
Pero además, se encuentran normas concretas
para a regir la actividad militar de la milicia, con
indicaciones sobre el tipo de hábito que debían
vestir los freires, adecuado para montar a caballo
y combatir, uniformizado y sin ostentaciones 4.
Acerca del equipamiento militar básico de estos
combatientes, arma, et equum, así como otros elementos
3 “Laudabile propositum vestrum, quo à Militia mundi ad Dei Militiam conversi,
inimicos Fidei expugnare statuitis” (ORTEGA Y COTES et al., 1761, pág. 3).
4 “Tunicas ad æquitandum idoneas; pelliceas, quoque agninas, sed breves;
vestes moderatas, honestas, commodas” (ORTEGA Y COTES et al., 1761, págs. 4, 5, 21, 22 y 31);
“In habitu fratrum nulla diuersitas habeatur set mantelli et garnachie unius maniere sint;
Fratres laici totum caputium super garnachiam ponant ; cappam cum manicis nisi (...)
propter arma tenenda” (LOMAX, 1961, págs. 490 y 493).

229
La Orden de Calatrava en la Edad Media

esenciales de su panoplia –frenos, espuelas o pectorales-.


Sabemos algo incluso sobre el equipamiento militar básico de
estos combatientes, dotados de arma, et equum5 -que se les
podría retirar en caso de castigo-, así como de otros elementos
propios de los arreos del caballero –frenos y espuelas- y sus
elementos de protección personal –pectorales-, que no podían
estar decorados con oro, como correspondía a los esforzados
guerreros de la orden6.
También estos textos primitivos indican claramente
la voluntad de que sus miembros fueran considerados y
llamados vere Fratres, y no familiares. Podemos añadir, por otro
lado, una información relevante acerca de la contratación de
mercenarios por parte de los maestres en fechas tempranas
–el dato aparece, concretamente, en las definiciones de
Salvatierra que pudieron ser promulgadas hacia 1211, aunque
bien pudieran ser que estos mercennariorum fueran no
tanto soldados a sueldo, como campesinos remunerados
con mercede por su trabajo agrícola7-. Pero si en algún
aspecto parece coincidir el espíritu de aquellos primeros
textos normativos, ese podría ser el referido al protagonismo,
autoridad y deber de obediencia manifestado a la figura del
maestre, situado por encima del prior, de monachis o de fratres
–tanto laici como milites-; con poder para imponer el ayuno a
los hermanos que vivieran con él en el castillo8; con capacidad
coercitiva y disciplinaria en asuntos generales; y con la
autoridad, que le conferían las bulas de confirmación, sobre la
5 ORTEGA Y COTES et al., 1761, págs. 4 y 21; Definiciones de 1211, no 24 (LOMAX, 1961,
pág. 494).
6 Definiciones de 1211, no 10 (LOMAX, 1961, pág. 493).
7 Definiciones de 1211, no 23 (LOMAX, 1961, pág. 493).
8 ORTEGA Y COTES et al., 1761, págs. 22 (2a bula confirmación de Gregorio
VIII) y 32 (3a bula confirmación de Inocencio III).

230
construcción de iglesias u oratorios “ut infra fines Parochiarum
vestrarum, quas à Saracenis acquisistis, vel in postrerum
acquiretis”9.
El desarrollo normativo de la orden durante el XIV
fue notable, contabilizándose hasta ocho elaboraciones
legislativas nuevas en las que también se pueden rastrear
algunos artículos tocantes a su vocación militar, pocos, en
todo caso, en comparación a otras preocupaciones más
ampliamente representadas en la regla, en claro contraste
con la enorme actividad bélica que desarrolló la institución y
su presencia en todas las movilizaciones y escenarios posibles
del periodo.
Siguen apareciendo, en todo caso, disposiciones sobre la
preminencia del maestre y su autoridad suprema, además de
la obediencia debida a su persona, que transmiten una idea
muchas veces repetida. A saber, que el caudillaje de los maestres
así como la disciplina observada por sus subordinados,
derivada, a su vez, del voto de obediencia monástica de los
freires, convertía las milicias de las órdenes en las tropas más
eficaces y fiables de cuantas podían comparecer en un campo
de batalla. Una realidad que revisaremos al final de este texto a
la luz de otros datos.
Otro asunto prioritario de las definiciones es el control
de las fortalezas y su operatividad militar. En 1325, por ejemplo,
ordenaban dar las retenencias para su mantenimiento de
forma regular, “por que no venga daño a los castiellos”, y a
disponer todo lo necesario para realizar visitas periódicas a
estos lugares estratégicos, para saber “como estan de armas

9 ORTEGA Y COTES et al., 1761, págs. 24 (2a bula confirmación de Gregorio VIII) y 34
(3a bula confirmación de Inocencio III).

231
La Orden de Calatrava en la Edad Media

e de mantenencias, por que [por] codicia de los freyres, los


logares non se pierdan”10.
Y preocupa también el homenaje debido por estas
fortificaciones, la imposición de severas penas quienes
se rebelaran desde una fortaleza contra el maestre11, o la
preocupación general por el mantenimiento de los inmuebles
que formaban parte de su patrimonio, reflejado en la institución
de las mencionadas visitas periódicas por parte de “duos
fratres, militem et clericum de ordine discretos et providos”12,
que previsiblemente supervisaron también el estado de las
fortalezas calatravas13. Los castillos se revelan en esta nueva
coyuntura como una herramienta de poder que no podía ser
usurpada en alguna de las frecuentes rebeliones internas y
cismas que sufrió la institución. En este sentido, se entendería
también la preocupación de las Definiciones de 1397 en relación
a las atribuciones del subcomendador del convento de
Calatrava, que debía ser un “freile cavallero obligado a hacer
homenage por el alcaçar al maestre”, así como a controlar las
salidas y entradas de caballeros y otros servidores en dicha
fortaleza, de modo que la sede maestral siempre estuviera
fielmente sujeta a su autoridad14.
Por último, cabe hacer alusión al equipamiento militar de
los hermanos –sucintamente referido como caballo y armas-,
en tanto que atributos que el caballero podía perder con
frecuencia en caso de hallarse culpable de diferentes delitos15.

10 Definiciones de 1325, nº 10 y 27 (O´CALLAGHAN, 1975a, págs. 271 y 273).


11 Definiciones de 1325, nº 11 y 16 (O´CALLAGHAN, 1975A, págs. 271 y 272).
12 Definiciones de 1383, nº 8 (O´CALLAGHAN, 1996, pág. 107).
13 Otras disposiciones en relacióna las visitas calatravas: Definiciones de 1383, nº2
(O´CALLAGHAN, 1996, pág. 283).
14 Definiciones de 1397, nº 12 (O´CALLAGHAN, 1996, pág. 114).
15 Definiciones de 1304, nº 12, 16, 18, 22, 23 y 24; Definiciones de 1325, nº
18; Definiciones de 1336, nº 11, 20, 22, 39 (O´CALLAGHAN, 1975a, págs. 275-267 y
272); Definiciones de 1397, nº 6 y 17 (O´CALLAGHAN, 1996, págs. 113-115). Parece, en

232
Y un interesante capítulo de las definiciones de 1397 se
refiere también a este equipo básico del freire caballero
en el momento de su muerte, ordenando al comendador
mayor que “no lleve sino el cavallo i las armas de su cuerpo,
no mas”, lo que refuerza la idea de que estos elementos,
imprescindibles para su actividad militar, pertenecían a la
orden, y sus gestores podían disponer de ellos con libertad,
bien retirándoselos a los freires en aplicación del régimen
disciplinario, o bien tomándolos de los caballeros fallecidos
para su adjudicación a otros nuevos miembros16.
A lo largo del siglo XV otros ocho desarrollos jurídicos
fueron a completar la normativa de la orden. En su tenor,
como era previsible, vuelven a identificarse algunas
disposiciones que regulaban la actividad militar que la
institución desempeñaba, o que trataban de velar por el
mantenimiento operativo de sus recursos castrales. Y en
este sentido se enmarcan nuevas visitas de inspección que
continuaron durante esta centuria de forma regular17, aunque
en 1468 se estableció que el intervalo entre una y otra fuera
bianual. Aquel año, además, se proponía expresamente que
los visitadores recorrieran “singula castra, villas, muros, turres,
pontes, domus, ceteraque loca comendarum et eclesiarum”18,
lo que pone de manifiesto una mantenida preocupación por
el estado de los elementos de arquitectura defensiva con los
que contaba la milicia, incluso en fechas tardías o escenarios
alejados de la frontera.

todo caso, que el hecho de perder el caballo y las armas, como pena impuesta por el maestre
ante diferentes infracciones, es cada vez menos frecuente conforme avanza el siglo XIV.
16 Definiciones de 1397, no 18 (O’CALLAGHAN, 1996, pág. 115).
17 Definiciones de 1407, no 3; Definiciones de 1418, no 6 (O’CALLAGHAN, 1996, págs. 116 y 121).
18 Definiciones de 1468, no 13 y 31 (O’CALLAGHAN, 1975b, págs. 245 y 250).

233
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Preocupó también mantener la unidad de acción de


la orden, lo cual implica que los freires calatravos de las
encomiendas aragonesas “no presuman de ir ni se poner
debaxo de la vandera de algun señor temporal, quandoquiera
que acaeciere haver guerra en el dicho regno por defension
de la iglesia del mismo reyno o de la republica o de otra
manera, sino todos los dichos cavalleros, freiles, vaian debaxo
la vandera de la Orden juntamente si estuviere presente,
guardando contino la unidad de la Orden”19. Y esa misma idea
de unidad e identificación homogénea de los miembros de
la milicia está igualmente presente en los capítulos referidos
a la vestimenta de los hermanos, que se regula de manera
precisa en corte, tamaño y color, de forma que todos los
freires lleven mantellis, tunicis y las cruces rojas identificativas
de la institución, “tam in curiis regum et dominorum quam
etiam in guerris”, lo que casi parece un intento de uniformizar
a los freires combatientes en una fecha muy temprana20
Las condiciones de acceso a la milicia y el origen
noble de los freires que asumieran el oficio de las armas
es otro aspecto regulado en el siglo XV. Los aspirantes
debían ser hijos de legitimo matrimonio y, en el caso
concreto de aquellos que fueran a adquirir el status
militarium, debían acreditar orígenes nobiliarios o hidalgos
“ad modum Hispanie”21. Pero además se estableció
un periodo obligatorio de un año en el convento “ad
adiscendam regulam et ad vivendum et sciendum ordinis

19 Definiciones de 1407, no 4 (O’CALLAGHAN, 1996, pág. 117).


20 Definiciones de 1433 (AHN, OOMM, 1348C, Registro Escrituras Orden de Calatrava,
vol. VIII, fols. 68v-69r); Definiciones de 1468, no 6 (O’CALLAGHAN, 1975b, pág. 242)
21 Definiciones de 1418, no 5 y 62 (O’CALLAGHAN, 1996, págs. 120-121); Definiciones de
1468, no 62 (O’CALLAGHAN, 1975b, págs. 263-264).

234
ceremonias et asperitates”, para omnis miles que quisieran
recibir el hábito de la orden. Estos novicios, además, no podían
ser menores de diez años ni recibir encomiendas con menos
de diez y siete; hasta el momento en que la tuvieran, el maestre
estaba obligado –de las rentas de la mesa maestral-, a proveer
a los freires de todo lo necesario en vestido y alimentación –
seguramente también en relación a su equipo militar, caballo
y armas, como veíamos con anterioridad-; asumiendo estos
comendadores el compromiso de habitar en las domus et
castra que integraban el patrimonio de la orden, para evitar
así que dichos inmuebles acabarán arruinándose22.
Al servicio y eficacia militar de la milicia parece
que pudieron acabaran arruinándose. estar mauros sive
sarracenos, sclavos ordinis, que no se podían liberar ni perder,
tal y como dispone otra de las definiciones de 146823, lo que
quizá evidencia que parte de las tropas o subalternos de las
huestes calatravas pudieran reclutarse entre los prisioneros
andalusíes que periódicamente ganaban en sus cabalgadas
fronterizas.
Y no menos interesante es otra definición de ese mismo
año dedicada a la redención de cautivos propios, que nos
proporciona evidencias tangibles de la actividad guerrera de la
institución y sus posibles consecuencias, tanto en lo referido al
modo y porcentaje de responsabilidad que tenían los maestres,
los preceptores y otros milites en esta labor redentora, como
en relación al liderazgo de las expediciones o sus causas –non
de necessitate sed de domini magistri voluntate24-.

22 Definiciones de 1468, no 22, 23, 27 y 36 (O’CALLAGHAN, 1975b, págs. 248- 249 y 253).
23 Definiciones de 1468, no 33 (O’CALLAGHAN, 1975b, pág. 251).
24 Definiciones de 1468, no 38 (O’CALLAGHAN, 1975b, pág. 253)

235
La Orden de Calatrava en la Edad Media

3. Implantación territorial y patrimonio fortificado

La actividad militar de la orden se puede certificar,


además, por su compromiso en la custodia y defensa de
muchas importantes fortificaciones, y en este sentido, sus
responsabilidades comienzan cuando más amenazador
fue el peligro almohade, pasando a defender las vías de
comunicación que enlazaban Toledo con el sur peninsular
(AYALA, 2003a, pág. 407). En este espacio, antes de 1187 los
calatravos eran dueños de un grupo de fortalezas que
flanqueaban los principales caminos –desde Calatrava
hacia la zona de Los Pedroches o hacia el puerto del Muradal-.
Malagón, Guadalerza, Benavente, Alarcos, Caracuel, Chillón,
Piedrabuena, Ciruela o Zufera, Dueñas –Calatrava la Nueva-
y Salvatierra formaban parte de este inicial patrimonio
por donación regia, y sobre el mismo se sostenía, aunque
precariamente como demostró el desastre de Alarcos, el
sector central de la frontera entre Castilla y al- Andalus
(AYALA, 2003b, págs. 162-164).
La esperanza de la monarquía en la institución y
sus deseos de incentivar sus actividades era tal, que
Alfonso VIII entre 1174 y 1178 se mostraba en extremo
generoso con la milicia, comprometiendo la entrega
de la quinta parte de los castillos y tierras que la orden
pudiera conquistar a los musulmanes, junto a muchas
rentas asociadas (GONZÁLEZ, 1960, págs. 331-332, 364-365,
493-494)25. Directamente asentadas sobre el cauce del
Tajo pero en el curso alto del río que discurre por tierras

25 En sucesivos documentos amplia esas concesiones al diezmo de los quintos


reales y toda la tierra que adquiriera a los musulmanes (GONZÁLEZ, 1960, págs. 755- 757).

236
de Guadalajara, la orden recibió también otras fortalezas
que resultaron determinantes estratégicamente para llevar
a cabo la conquista de Cuenca que se proyectaba y que
finalmente se llevó a cabo en 1177 (AYALA, 1993, págs.12-13).
Nos referimos a las plazas de Zorita, Almoguera, Moratilla,
y posiblemente Anguix, a las que a distancia apoyaría
Cogolludo, integradas en el patrimonio de los freires entre
1174 y 1176 26. Mientras en Aragón la monarquía recurrió
igualmente a la joven orden para defender el sur de su
frontera en el sector turolense, recibiendo en 1179 la fortaleza
de Alcañiz, junto a otros enclaves menores (SÁNCHEZ, 1995,
doc. no 279).
Pese a todo, la confianza en la capacidad militar
de la orden que evidenciaban esas concesiones en
posiciones estratégicas se defraudó tras la contraofensiva
almohade materializada en la conquista de Alcácer do
Sal (1191) y en la campaña de Alarcos (1195). El imparable
avance norteafricano demostraría lo endeble que era
todavía del entramado castral calatravo27, debilidad
extensiva al resto de órdenes con responsabilidades
fronterizas. Las pérdidas para la milicia en aquella
26 El “castellum illud quod Zorita vocatur” pasó a manos de la orden en 1174
(GONZÁLEZ, 1960, doc. no 199); desde ese mismo año la orden tenía intereses en Anguix,
aunque su fortaleza no debió construirse sino después de un acuerdo rubricado entre
el maestre calatravo y el abad de Santo Domingo; Almoguera, por su parte, se une al
conjunto de propiedades calatravas en 1175 (GONZÁLEZ, 1960, doc. no 225); Moratilla,
identificada con Moratilla de los Meleros, cerca de Pastrana, lo hizo en 1176, en el mismo
momento que se produjo la anexión de Cogolludo, enclave situado en el valle del Henares,
y algo alejado por tanto del sector fronterizo más amenazado en el último cuarto del siglo
XII, que fue entregado al maestre de manos del rey a principios de aquel año (GONZÁLEZ,
1960, doc. no 245).
27 Ante la inminente entrada almohade en 1192 se reforzaron las defensas de
Calatrava la Vieja y se abastecieron los castillos de Salvatierra, Caracuel, Benevente
y otros. Pese a todo, dichas labores se demostraron inútiles (RADES, Calatrava, 1572, fol.
20r).

237
La Orden de Calatrava en la Edad Media

coyuntura en términos territoriales, económicos y humanos


fueron enormes (RADES, 1572, Calatrava, fols. 20r-21r): tuvieron
que abandonar todos sus castillos del campo de Calatrava,
incluida la sede maestral, se redujeron consiguientemente
sus rentas e ingresos, y cabe suponer que esta debilidad
estructural en Castilla propició la progresiva emancipación de
los freires aragoneses establecidos en Alcañiz (AYALA, 2003a,
págs. 219-220, 416 y 419)28.
En 1198, sin embargo, en un audaz golpe de mano,
los calatravos conquistaban la fortaleza de Salvatierra,
que convertían en su convento mayor. Pese a las referidas
dificultades por las que atravesaba, en aquella campaña la
orden movilizó a 400 de caballo y 700 peones, entre caballeros
y vasallos de sus tierras toledanas, donde todavía señoreaban
unas cuantas fortalezas29. El comendador mayor fue nombrado
allí maestre de Salvatierra, tomando la orden el nombre de
tan señalada plaza, que se reforzaba con el castillo vecino de
Dueñas, entregado por el rey (RADES, 1572, Calatrava, fol. 21v).
Las treguas sostenidas con los almohades durante
más de una década permitieron a la institución actuar como
agente en la consolidación territorial del reino. Pero la pérdida
de Salvatierra30, cuyo significado simbólico era bien conocido
(VARELA, 2001), aceleró los planes cruzados de Alfonso VIII. El
desenlace final y las consecuencias de la campaña de Las Navas

28 Los calatravos de Alcañiz acabaron eligiendo su propio maestre y recibirían de


Pedro II de Aragón en 1209 varios castillos fronterizos.
29 Nos referimos a los castillos de Aceca, Huerta de Valdecarábanos, Ciruelos,
Bogas, Ocaña y Maqueda, incorporados total o parcialmente a la institución entre 1172 y
principios del siglo XIII (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1994, págs. 101 y ss.).
30 Asediada durante 3 meses y, finalmente, tomada por la fuerza gracias a
ingenios, lo que produjo la muerte de muchos por los combates o por hambre y sed
(RADES, 1572, Calatrava, fol. 25v).

238
son sabidos, acompañados de una serie de conquistas que
devolvieron a los calatravos su antiguo patrimonio manchego
y les permitieron iniciar su implantación territorial por el norte
del reino de Jaén31.
Este proceso de recuperación de la orden fue refrendado
con dos nuevas concesiones fronterizas: Alcántara en 1217
y Monfragüe en 1221. La primera fue entregada por el leonés
Alfonso IX y, tras acordar la fusión con los freires de San Julián
del Pereiro un año después, constituyó el germen de la futura
orden de Alcántara (PALACIOS, 2000, doc. no 88; TORRES Y TAPIA,
1763, I, págs. 175-176). Fernando III, por su parte, ponía en manos
del maestre Gonzalo Ibáñez la otra plaza extremeña junto a
los bienes de la antigua milicia allí asentada, lo que además
de un crecimiento patrimonial y de acentuar su papel en la
vanguardia de la cristiandad significaba, en ambos casos, que
la de Calatrava proyectaba su ascendiente institucional sobre
nuevas y viejas órdenes.
La dilatación de la frontera hacia el sur en todos los frentes
volvió a poner en manos calatravas el castillo de Salvatierra
en 1226 y propició la entrega de los castillos aragoneses de
Bétera y Xirivella, como incentivo justo antes de la ocupación
de Valencia. En este mismo flanco oriental la orden tuvo un
papel protagonista también en las conquistas de Villena,
Sax, Bogarra y Salinas (Llibre dels fets, 1991, caps. 311 y 343).

31 Dos días después de la batalla los calatravos entraban en Andalucía y


conquistaban, con ayuda de las tropas reales, los castillos de Vílchez, Ferral, Baños y
Tolosa, que habían sido de la orden previamente. En concreto los dos primeros habían
sido ganados, probablemente, como consecuencia de una entrada en tierra de moros
que encabezara el maestre Fernando Escaza hacia 1170 (RADES, Calatrava, 1572, fols. 16r-
16v). Más tarde colaboraron activamente en las violentas tomas de Baeza y Úbeda. Y ya
en la década siguiente se materializó su presencia en Martos, Porcuna, Víboras y Arjona
(RADES, Calatrava, 1572, fols. 31r-31v).

239
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Sin embargo, casi concluida la empresa reconquistadora en


la frontera de Aragón, las mayores ganancias territoriales y de
patrimonio fortificado para la orden se iban a producir en el valle
del Guadalquivir32, donde también contribuyeron decisivamente
a la conquista de Córdoba y a la defensa de las amenazadas
tierras de Jaén, fronterizas del recién fundado reino nazarí33.
Hasta 1240 la orden poseía aquí el castrum de Martos,
y los lugares Porcuna y Bívoras, por donación efectuada
en 1228 (ORTEGA Y COTES et al., 1761, págs. 93-94; GONZÁLEZ,
1980-1986, doc. no 243). En 1240 se añadieron las fortalezas de
Locubín y Susana, tomadas dos años antes por el maestre
Martín Ruiz (RADES, 1572, Calatrava, fol. 40v.). La entrega de
Alcaudete, todavía en poder andalusí, fue comprometida
por Fernando III cuando los calatravos acompañaban al rey
en el asedio de Jaén, a finales de 1245 (GONZÁLEZ, 1980-1986,
docs. no 666 y 731)34. En 1251 eran los lugares de Zambra y
Zafra los que se sumaban a este patrimonio. Para acabar
con la donación de Sabiote que verificó Alfonso X en 1257
(RODRÍGUEZ MOLINA, 1974-1975, pág. 63; GONZÁLEZ JIMÉNEZ,
1991, docs. no 179, 193, 297).
El eje en torno al que se concentraba aquel patrimonio y
el principal núcleo defensivo calatravo en la zona fue Martos,

32 Baeza, Martos y Sabiote, entre las más importantes fortalezas (RADES, Calatrava,
1572, fols. 37v-38r; JIMÉNEZ DE RADA, 1987, Lib. IX, caps. XII-XIII; Crónica latina, págs. 79-80).
33 En reconocimiento de dicho protagonismo militar, el autor del Setenario
atribuye a “las ordenes e sennaladamiente a los de Hucles e de Calatrava”, una gran
responsabilidad en las conquistas de Fernando III por Andalucía y el reino de Murcia
(Setenario, 1984, pág. 15). Aunque hubiera un reparto tácito de las áreas de influencia entre
santiaguistas y calatravos, los primeros más presentes en Murcia y la Sierra de Segura, y
los segundos en tierras giennenses, ambas órdenes y el resto de milicias colaboraron en
la mayoría de las campañas reales.
34 Los derechos sobre la fortaleza los había adquirido la orden en una expedición
previa junto al monarca (RADES, Calatrava, 1572, fol. 40v).

240
situado al suroeste de Jaén, y solo Sabiote ocupaba un lugar
alejado de esta comarca calatrava, que tenía una clara
orientación defensiva de los pasos entre el reino de Granada
y el valle del Guadalquivir, función mantenida durante toda la
Edad Media.
La Orden tuvo un papel relevante en las operaciones
que concluyeron con la conquista de Sevilla de 1248, pero su
presencia al sur de Sierra Morena cristalizó fundamentalmente
gracias a su participación en operaciones militares posteriores,
que tuvieron un doble objetivo. Por un lado estuvieron
destinadas a consolidar la presencia castellana a través de
otras conquistas menores, en las que la orden obtuvo alguna
ganancia territorial35. Y por otro buscaban pacificar las nuevas
comarcas ganadas al islam, en las que se documentan
revueltas desde 1253, sofocadas por la intervención, entre otras,
de fuerzas calatravas. En este sentido, tras el levantamiento
generalizado de 1264, fue decisiva la labor de los santiaguistas
en Murcia y de los freires calatravos en Andalucía (AYALA,
2003a, págs. 442-443). Se rubricaba así el compromiso de la
milicia para contribuir a integrar el espacio meridional en el
reino castellano-leonés, que convirtió a la orden en agente
esencial en la defensa de la recién configurada frontera contra
el reino nazarí.
Los grandes servicios prestados a la Corona se
tradujeron en nuevas donaciones castrales que, a su vez,
servían para apuntalar la defensa de las tierras andaluzas
frente a los granadinos. Hablamos de las entregas de
Matrera en 1256, de Alcalá de Albenzide (la Real) en 1272,

35 Como las conquistas de Jerez, Arcos, Lebrija, Niebla y de otros castillos de la región
y del Algarbe (RADES, Calatrava, 1572, fol. 44r; GONZÁLEZ JIMÉNEZ, 1991, docs. no 162, 169 y 179).

241
La Orden de Calatrava en la Edad Media

de Cazalla en 1279 y Tiñosa entre 1280 y 1281 (GONZÁLEZ JIMÉNEZ,


1991, docs. no 193, 297, 314, 332, 371, 391, 453, 454, 475, 481 y 539),
o del traslado de la sede de la encomienda mayor a Osuna
en 1264, que evidencian la importancia militar adquirida por la
orden de Calatrava en aquel contexto conflictivo y su futura
implicación en el sostenimiento operativo de la frontera ante
las nuevas amenazas que estaban por llegar.
En 1275 una nueva dinastía norteafricana, la de los Banū
Marīn, hizo acto de presencia en tierras hispanas, tomando
posesión de las plazas de Tarifa y Algeciras, que les había
cedido el sultán granadino. En 1285 se produjo el primer gran
encuentro campal contra ellos en las inmediaciones de Sevilla.
Pero la primera gran victoria sobre los nuevos invasores la
obtuvo Sancho IV en 1292, cuando condujo la cruzada a la
conquista de Tarifa, tomada con la ayuda de todas las órdenes,
aunque con especial protagonismo de la de Calatrava, cuyo
maestre, Rodrigo Pérez Ponce, tras pedir al rey que no asolase la
plaza, quedó como capitán general de la misma y su defensor
por espacio de un año (RADES, 1572, Calatrava, fol. 47r; ROSELL,
Crónica Sancho IV, 1875, pág. 86)36.
La “Guerra del Estrecho” librada entre castellanos,
meriníes y granadinos durante la primera mitad del siglo XIV,
contó también con la decidida colaboración de la orden de
Calatrava, además de otros actores externos, como genoveses
y aragoneses. Sin embargo, la crisis por la minoría de Fernando
IV provocó que este periodo se inaugurara con pérdidas para la
institución, y es que en 1300 y 1302, respectivamente, los nazaríes

36 Aunque la tenencia de la plaza apenas duró un año antes de pasar a manos de


Alfonso Pérez de Guzmán, la renta asociada a la misma ascendía a “dos cuentos”, es decir, a
dos millones de maravedíes, lo que manifiesta la importancia de la fortaleza.

242
recuperaron los castillos de Alcaudete y Locubín. Superada
esa coyuntura fue firmada la paz con Aragón, se trazaron
incluso planes ofensivos entre el monarca castellano y Jaime
II y fue concedida la décima de cruzada a la empresa (AYALA,
2003a, págs. 451-452), de modo que en 1309 se reanudaron las
operaciones en la frontera, en cuyos episodios más relevantes
no faltaron tropas y freires calatravos, tanto castellanos como
aragoneses. El saldo de aquellas campañas, hasta la muerte de
Fernando IV, fueron los fallidos cercos sobre Algeciras y Almería,
la conquista de Gibraltar y la recuperación de Alcaudete en
1312 (ROSELL, Crónica Fernando IV, 1875, págs. 163 y 169).
Durante el reinado de Alfonso IX las operaciones
contra el reino de Granada en las que estuvo envuelta la
orden no dejaron de producirse, muchas de ellas bajo el
activo liderazgo de los infantes don Pedro y don Juan, hasta
el momento de su muerte, y del propio maestre García
López de Padilla (ROSELL, Crónica Alfonso XI, 1875, págs. 180-
184). Sin embargo, ninguna de ellas tuvo traducción en
términos patrimoniales para la orden de Calatrava, ni dieron
fruto las muchas otras intervenciones de la milicia en las
sucesivas campañas que hostigaban la frontera granadina,
o las que trataron de repeler las ofensivas norteafricanas,
materializadas en los asedios de Gibraltar (1333) y Tarifa
(1340) (AYALA, 2003a, págs. 455-459).
La victoria de El Salado (1340) tampoco supuso un
cambio sustancial de la estructura territorial calatrava o en
lo concerniente a sus responsabilidades defensivas, y solo
un año después fueron recuperadas las antiguas posesiones
de Locubín, Priego y Matrera (ROSELL, Crónica Alfonso XI,
1875, págs. 332-335; CATALÁN, Gran Crónica de Alfonso

243
La Orden de Calatrava en la Edad Media

XI, 1977, págs. 428 y 431)37. Y se puede concluir que la situación


se mantuvo igual tras el prolongado cerco y conquista de
Algeciras que finalizó en 1342, puesto que la paz firmada por
Pedro I y la inmediata crisis sucesoria del reino castellano-
leonés desvió la atención de la frontera durante la mayor parte
de la segunda mitad del siglo XIV, cuando solo se produjeron
esporádicas acciones en un contexto general de treguas
prolongadas y renovadas hasta 1406 (AYALA; 2003a, págs. 462-
469).
La “Guerra de Granada”, que en diferentes fases se produjo
durante el siglo XV hasta la conquista definitiva del reino entre
1482 y 1492, mantuvo intacto el patrimonio castral de la orden
de Calatrava en Andalucía en torno a los antiguos núcleos
sevillano y jiennense. Con la fosilización de la frontera las
responsabilidades en materia defensiva del límite con el reino
nazarí no se alteraron, y ni siquiera como consecuencia de las
puntuales operaciones que tuvieron lugar desde las campañas
del infante don Fernando (1407 y 1410), llamado el “de Antequera”
porque esa sería su más sonada conquista, se puede añadir
alguna atribución militar más a la orden en la custodia de los
límites del reino. Su participación, eso sí, en diferentes entradas
en tierras granadinas, en la batalla de la Higueruela, en la
“cruzada” de Enrique IV y en las postreras campañas de los
Reyes Católicos están fuera de toda duda, pero en lo referido
a su patrimonio fortificado apenas si constatamos cambios, y
solo conocemos algunas medidas genéricas emanadas de las
cortes del periodo, que evidencian la necesidad de mantener
operativas las fortalezas fronterizas38.

37 Aunque en las crónicas regias no se mencione la intervención de la orden en las


operaciones.

244
4. Funciones militares y tácticas

Desde sus orígenes, como hemos visto, la orden


de Calatrava tuvo una inequívoca vocación militar. Sin
embargo, el carisma bélico de los hermanos no se limitó
a labores defensivas pasivas al amparo de sus castillos,
sino que, en colaboración con otras milicias, respondiendo
a la convocatoria regia y muchas veces también en
solitario, participaron en infinidad de operaciones de
asedio, batallas y escaramuzas, así como en numerosas
campañas o cabalgadas de mayor o menor entidad. Estas
últimas tenían como objetivo hostigar la frontera, ganar
tierra o castillos y obtener botín, así como presionar a los
andalusíes y socavar su resistencia, dentro de estrategias
globales moldeadas por la ideología reconquistadora, tan
interiorizada, por otro lado, en el código genético de la
institución desde sus inicios.
En el presente epígrafe trataremos de diferenciar este
tipo de acciones desde un punto de vista táctico y pragmático,
atendiendo sobre todo a sus dimensiones o escala, lo que
pondrá en evidencia que las incursiones contra el enemigo
podían ser muy diferentes en función del objetivo, del tamaño
de la hueste convocada, del radio de acción previsto o del
tiempo que ésta permaneciera en el escenario bélico (GARCÍA
FITZ, 1998, págs. 126 y ss.). De la combinación de esos factores

38 La toma de conciencia sobre la importancia de las fortalezas en la frontera de


Granada se sustanció en numerosas peticiones recogidas en los cuadernos de cortes. En
concreto el tema aparece en las siguientes convocatorias: Ocaña, 1422, no 7-10, págs. 40-
42 Palenzuela, 1425, no 7, 15 y 40, págs. 54-55, 62, 76-77; Palencia, 1431, no 1, pág. 98; Zamora,
1432, no 3, pág. 119; Madrid, 1433, no 3, pág. 164; Toledo, 1436, no 10, pág. 276; Valladolid, 1451,
no 30, 31 y 34, págs. 620-622; Ocaña, 1469, no 22, pág. 804 (Cortes de los antiguos reinos de
León y Castilla, 1866).

245
La Orden de Calatrava en la Edad Media

podemos distinguir dos tipos de acciones básicas dentro


de la forma típica de hacer la guerra en la Edad Media.
Identificamos, por una parte, multitud de campañas en las que
la milicia unió fuerzas con la monarquía y otras instituciones
en grandes acciones militares cuya envergadura exigía un
alto grado de preparación, coordinación y efectivos, contra
objetivos estratégicos predefinidos o seleccionados de
antemano. Y, por otro lado, podemos hablar de cabalgadas
cuando nos referimos a las incursiones de menor entidad
que la orden muchas veces llevó a cabo en solitario; que
solo movilizaron contingentes medianos y pequeños de
hombres de la institución en acciones sorpresivas, rápidas y
concretas orientadas a menudo, simplemente, a ganar botín
o infligir un daño puntual al enemigo. Veamos ejemplos de
unas y otras.

a) Campañas militares

Francisco de Rades y Andrada, cuyo relato nos guiará,


dice que ya en la temprana fecha de 1170 la orden había
adquirido fama militar suficiente como para que el rey de
Aragón pidiera su ayuda y participara en la conquista de
varias plazas en ese reino, algunas de las cuales pasaron a
su dominio (RADES, 1572, Calatrava, fol. 17 r-v; AYALA, 2003b,
pág. 166). Traspasar las fronteras de Castilla, integrarse en el
ejército real aragonés y participar en acciones coordinadas
de asedio y conquista de plazas fortificadas, debió implicar,
sin duda, una movilización que podemos considerar la
primera gran campaña en la que participó la orden pocos
años después de su fundación.

246
En 1177 freires calatravos formaba parte, en este caso
junto a Alfonso VIII, del ejército que conquistaba la ciudad de
Cuenca, primera gran acción de este monarca castellano en
la frontera (RADES, 1572, Calatrava, fol. 18). Pero la colaboración
con el rey no se quedó ahí, ya que, además de intervenir en
la infausta jornada de Alarcos, entre 1209 y 1210, antes de
cumplirse las treguas con los almohades, se produjeron varias
entradas conjuntas por tierras de Jaén, Baeza y Andujar, donde
quemaron y talaron campos, robaron pueblos y destruyeron
atalayas y castillejos. Conquistaron además Montoro, Fesira,
Pipafont y Vilchez, y asolaron todos esos enclaves excepto el
último (RADES, 1572, Calatrava, fols. 23V y 25v).
La generalizada movilización con motivo de Las Navas
de Tolosa fue inmediatamente seguida con varias campañas
que sentaron las bases de la presencia de los freires en el
sur del Campo de Calatrava y en el norte de Jaén. Dos días
después de la batalla los calatravos entraban en Andalucía
y conquistaban, con ayuda de las tropas reales, los castillos
de Vílchez, Ferral, Baños y Tolosa, que habían sido de la
orden con anterioridad. Después conquistaron Úbeda y
se repartieron entre todos el botín y los cautivos (RADES,
1572, Calatrava, fols. 31r- 31v; JIMÉNEZ DE RADA, 1987, Lib. VIII,
cap. XII; Crónica latina, 1999, págs. 54-56). Un año después,
en colaboración con los santiaguistas y las huestes del
rey, recuperaban el castillo de Dueñas y continuaban por
el Campo de Montiel hasta Eznavexore, que también fue
conquistado, al igual que la villa Alcaráz, que fue entregada
al arzobispo de Toledo. Finalmente, en diciembre de 1213 se
montó otra campaña en la que participa la orden, dirigida
hacia Baeza, en este caso infructuosa (RADES, 1572, Calatrava,

247
La Orden de Calatrava en la Edad Media

fol. 31v.; JIMÉNEZ DE RADA, 1987, Lib. VIII, cap. XIII; Crónica latina,
1999, pág. 56).
Durante los años 20 del siglo XIII se mantendrá una
intensa colaboración entre las huestes regias y de las
órdenes, sobre todo en el sector andaluz de la frontera, donde
se produjeron numerosas entradas conjuntas y conquistas,
fruto de campañas generalmente bien organizadas desde
el punto de vista logístico y táctico39. Muy productiva en
términos globales parece la empresa de 1224, cuando, tras
la firma de una nueva hermandad entre las órdenes de
Calatrava y Santiago, ambas emprendieron una campaña
de destrucción, robo, tala, quema de cultivos y ganancia de
botín. La acción culminó, tras unirse al ejército del rey que
estaba en Guadalimar, en la conquista por combate el castillo
de Quesada y otros de la comarca, haciendo hasta 7.000
prisioneros y ganando riquezas de oro, plata, sedas, cauallos,
y otras cosas40.
En el caso de la acometida en 1225 contra Jaén, sin
embargo, no se consiguió tomar la ciudad porque no
llevaban ingenios de asedio, aunque en la misma empresa
sí conquistaron Priego, Loja, Alhama, amenazaron la vega de
Granada y recibieron la entrega de Andujar y Martos, donde
se queda al maestre de Calatrava (RADES, 1572, Calatrava,
fol. 37r; JIMÉNEZ DE RADA, 1987, Lib. IX, cap. XII; Crónica latina,
1999, págs. 77-78). Se trataba de otra de las colaboraciones
entre las tropas de las órdenes, del monarca y de magnates

39 El intenso papel que las órdenes jugaron en el contexto fronterizo, sobre todo a
partir de la curia de Carrión, de 1224, ha sido puesto de relieve por (AYALA, 2001, págs. 123-157;
AYALA, 2006, págs. 87-112).
40 Crónica latina, 1999, págs. 75-76. Rades sitúa esta campaña en 1221, después de la
firma del citado acuerdo de hermandad entre las dos milicias (RADES, Calatrava, 1572, fol. 37r).

248
laicos, junto al soberano musulmán de Baeza, que se había
declarado vasallo de Fernando III recientemente, lo que sin
duda debió significar un contexto propicio para el intercambio
de experiencias militares entre andalusíes y freires, que tendría
repercusiones en la forma de hacer la guerra por parte de éstos
en futuras ocasiones (JOSSERAND, 2002, pág. 204; JOSSERAND,
2004, pág. 265; FOREY, 1994, pág. 227).
En 1231 una campaña comandada por el infante Alfonso
de Molina y Álvaro Pérez de Castro contra Ibn Hud, convocó a la
milicia calatrava y a freires de otras órdenes a una expedición
dirigida hacia Jerez, cuyo resultado fue una victoria de la que,
incluso, los autores de la Primera Crónica General hicieron
partícipe al apóstol Santiago, que habría aparecido en medio
de la batalla con toda la imaginería característica del santo
protector de la ‘reconquista’ (Primera Crónica General, 1977,
págs. 725-729). Pero lo cierto es que a partir de aquel año
donde se concentró una actividad más intensa de la orden
fue en su proyección aragonesa, puesto que será entonces
en su encomienda mayor de Alcañiz donde se planifique la
campaña de conquista de Valencia. La participación de las
órdenes en aquella prolongada operación, y particularmente
de la de Calatrava, fue muy importante y permanente, desde
el asedio de Burriana de 1233, hasta el cerco de Valencia
entre 1236 y 1238, y también en la batalla inmediatamente
anterior a la capitulación de la ciudad (RADES, 1572, Calatrava,
fols. 39r; BURNS, 1982, II, págs. 394- 444; FOREY, 1994, pág. 229;
AYALA, 2003a, págs. 431-432; JOSSERAND, 2004, pág. 271),
lo que evidenciaba nuevamente que la milicia era pieza
fundamental de los planes expansivos regios tanto en Castilla
como en Aragón, que gozaba de la confianza de ambas

249
La Orden de Calatrava en la Edad Media

monarquías y que debía responder a ella con recursos,


hombres y una cierta efectividad bélica.
Otra gran campaña, más por el resultado de la misma que
por su inicial planteamiento, fue la que culminó con la conquista
de Córdoba en 1236. Emprendida de forma sorpresiva y casi
improvisada, algunas informaciones afirman que las órdenes
fueron las primeras en consolidar el control cristiano del arrabal
de la Axarquía. Después llegaría el rey y se consumó el asedio y la
toma de la ciudad completa, pero las fuentes se muestran algo
confusas y algunas poco dicen de esa privilegiada participación
de la orden, o se refieren a ella de forma muy genérica (RADES,
1572, Calatrava, fols. 38v-39r; JIMÉNEZ DE RADA, 1987, Lib. IX, cap. XVI;
Primera Crónica General, 1977, págs. 729-733). Es más, la Crónica
Latina refiere que cuando llega el rey al asedio allí solo estaban
Álvar Pérez y los obispos de Cuenca y Baeza. Entre las tropas del
rey tampoco menciona a las órdenes y dice que, en total, serían
unos 200 soldados nobles, a los que se sumaron más adelante
milicias urbanas castellanas, leonesas y gallegas. La relación de
barones que entran en la ciudad tampoco recoge a los freires,
pero como la mayoría quiso regresar tras la conquista, quedaron
como custodios de la plaza algunos magantes, otros soldados
llegados posteriormente y, ahora sí, los maestres de las órdenes
(Crónica latina, 1999, págs. 97-103). Fuera como fuese, no cabe
dudar de la presencia de la orden de Calatrava en la toma de
Córdoba y en su posterior mantenimiento, un golpe estratégico
que terminó de abrir el valle del Guadalquivir a los ejércitos
castellano-leoneses.
En los años centrales del siglo XIII contemplamos
nuevas campañas de envergadura en las que la milicia
de la orden vuelve a tener un protagonismo notable.

250
En 1244, junto a las milicias concejiles de Úbeda, Baeza y
Quesada, las señoriales de Sancho Martínez de Jódar, de
Nuño González y Alfonso de Molina y las tropas del rey,
los calatravos hicieron una entrada que llegó hasta la
mismísima vega de Granada, donde permanecieron veinte
días “teniendo muy arrequexado a ese rey et a esos moros
que con el dentro yazien” (Primera Crónica General, 1977, pág.
743; RADES, 1572, Calatrava, fols. 40v y 41r). En 1246 participaron
activamente en la conquista de Jaén, cuya ayuda recompensó
Fernando III con la entrega a la orden del castillo de Alcaudete,
que estaba todavía en manos musulmanas (Primera
Crónica General, 1977, págs. 1069-1070; GONZÁLEZ, 1980-1986,
no 666 y 731)41. Y en 1248 estuvieron presentes en la toma de
Sevilla, donde llevaron a cabo acciones importantes junto
a otros freires, como fueron, por ejemplo, la persecución de
los ladrones de ganado del real que acabó en una celada
de la que salieron victoriosos, así como varias entradas
sorpresivas en los arrabales de la ciudad, que pudieron
mover a los sevillanos a convenir la entrega de la misma
ante el temor que causaban dichas operaciones (RADES,
1572, Calatrava, fols. 41v-42r; Primera Crónica General, 1977,
págs. 746 y ss.). Aparte de las intervenciones puntuales que
protagonizaron, y de su total integración en el contexto
de movilización general que se respira entonces, parece
innegable que la orden de Calatrava no solo contribuyó
en las conquistas subsiguientes –Jerez, Arcos, Lebrija,
Niebla y otros castillos de la región y del Algarbe (RADES,
1572, Calatrava, fol. 44r)-, sino que fue una pieza clave en la

41 Aunque Rades sitúa en 1240 la campaña que acabó con la conquista de Alcaudete
(RADES, Calatrava, 1572, fol. 40v).

251
La Orden de Calatrava en la Edad Media

pacificación e integración de dichas ganancias en el reino,


durante los años inmediatamente posteriores hasta la gran
revuelta mudéjar de 126442.
Muy pronto haría acto de presencia en tierras
peninsulares la amenaza meriní, lo que motivó otra serie
de movilizaciones calatravas dentro de amplias campañas
convocadas por la monarquía, pero un poco antes, en 1274,
sabemos de una nueva entrada por tierras granadinas,
en este caso junto a las milicias del arzobispo de Toledo,
don Sancho, que fue asesinado y decapitado, por lo que
comendador mayor, que actuaba en nombre del maestre,
reclamó sus restos y continuó liderando la expedición (RADES,
1572, Calatrava, fol. 46r).
La invasión norteafricana de 1285 y la inminente
amenaza que ello representaba fue pronto neutralizada con la
colaboración de las milicias de la orden, entre otros efectivos.
Los calatravos participaron en la liberación del asedio de
Jerez, así como en la hueste reunida en Tablada (RADES, 1572,
Calatrava, fol. 46v; ROSELL, Crónica Sancho IV, 1875, pág. 71).
Y en 1292 asistimos a otra gran operación que tiene como
protagonistas destacados a estos freires. Nos referimos a la
conquista de Tarifa, en la que vuelve a estar constatada su
presencia junto a santiaguistas y alcantarinos, aunque será el
maestre de los primeros quien reciba la tenencia de la plaza
una vez conquistada (RADES, 1572, Calatrava, fols. 47r-47v;
TORRES Y TAPIA, 1763, I, págs. 433-434; ROSELL, Crónica Sancho IV,
1875, págs. 86-87).

42 Entre 1253 y 1264 fueron varias las intervenciones constatadas de la orden en ese
escenario turbulento, tanto en Andalucía como en el reino de Murcia (RADES, Calatrava, 1572,
fols. 44r-44v; TORRES Y TAPIA, 1763, I, págs. 347-348; ROSELL, Crónica Alfonso X, 1875, págs. 8-12).

252
La orden de Calatrava acompañada, una vez más, de
los santiaguistas y de los hombres del rey participaron en 1312
en la recuperación definitiva de Alcaudete (ROSELL, Crónica
Fernando IV, 1875, pág. 169), que había sido perdida en un ataque
granadino sobre la frontera fechado en 1300, pero lo cierto es
que durante los primeros años del siglo XIV, prácticamente
hasta el asedio de Gibraltar de 1333, no asistimos si no a
cabalgadas u operaciones menores con presencia de los
freires, si exceptuamos las expediciones comandadas por los
infantes don Pedro y don Juan en 1317 y 1319 (ROSELL, Crónica
Alfonso XI, 1875, págs. 181- 184)42, verdaderos adalides de una
guerra santificada con la que los miembros de las órdenes se
sentían plenamente identificados44.
Antes del asedio de Gibraltar, en 1326, tropas de Santiago y
Calatrava se concentraron en Córdoba, donde se encontraba el
recién nombrado adelantado de la Frontera, don Juan Manuel,
para emprender desde allí una nueva campaña en respuesta
a algunas provocaciones del emir Ismā‘īl (AYALA, 2000, págs.
201-202 y 206). Sin embargo, fue en relación a las operaciones
para liberar el cerco de aquel estratégico lugar, impuesto
por los benimerines, cuando de nuevo veamos una gran
movilización de tropas de las órdenes. El maestre de Santiago,
Vasco Rodríguez, debía conducir las huestes combinadas de
estas milicias, junto a contingentes nobiliarios y concejiles, para
levantar el cerco de la plaza. Sin embargo, todo fue inútil porque
cuando el rey se pudo personar en la frontera acompañado de
los maestres y del nuevo prior de la orden de San Juan venido
de Rodas, los norteafricanos ya habían conquistado Gibraltar

43 En la segunda de ellas, ambos perdieron la vida.


44 En relación a la acción de frontera de las órdenes militares durante el siglo XIV
es imprescindible volver sobre trabajos como el de AYALA, 2000.

253
La Orden de Calatrava en la Edad Media

(ROSELL, Crónica Alfonso XI, 1875, págs. 239-240, 246-252;


CATALÁN, Gran Crónica de Alfonso XI, págs. 16-17 y 36-53)45.
El siguiente episodio de entidad que convocó a la orden
de Calatrava en la frontera tuvo como desencadenante otro
asedio meriní, en este caso el de Tarifa, y su epígono en forma
de batalla campal, la de El Salado, ocurrida en 1340, con una
importante presencia de freires de las órdenes castellanas
y portuguesas, y un desenlace victorioso para la coalición
cristiana (AYALA, 2000, págs. 272-273).
Aparte de las operaciones de cerco de Algeciras y de
Gibraltar ocurridas tiempo después, donde “todo apunta
hacia una especialización de los contingentes de órdenes
en labores de vigilancia, logística y cobertura estratégica
de las acciones por otros protagonizadas” (AYALA, 2000,
pág. 275), y siguiendo con el repaso por las principales
campañas por tierras andalusíes en las que tuvo presencia
y protagonismo la orden de Calatrava, hemos de avanzar
hasta las dirigidas por el infante don Fernando, hermano
de Enrique III, que tuvieron lugar a principios del siglo XV. En
concreto en 1407 las órdenes colaboran en el infructuoso
asedio de Setenil, que levantó el monarca granadino, aunque
antes el maestre de Calatrava, con 400 caballeros, junto a
las milicias concejiles de Córdoba y Jaén habían entrado en
la vega de Granada para tratar de frenar el posible envío de
refuerzos granadinos al mencionado asedio, ganando en las
operaciones un cuantioso botín (RADES, 1572, Santiago, fol. 54r;
RADES, 1572, Calatrava, fol. 68v; TORRES Y TAPIA, 1763, II, págs.
194-195). Por su parte en la campaña de 1410, que terminó con

45 En medio del fracaso destacaron, sin embargo, algunas acciones protagonizadas


por freires calatravos, como destacó AYALA, 2000, pág. 270, n. 31.

254
la toma de Antequera, la orden de Calatrava no parece estar
presente, o al menos el protagonismo es para santiaguistas y
alcantarinos (RADES, 1572, Santiago, fol. 54r; TORRES Y TAPIA, 1763,
II, págs. 212-215).
La contribución de la milicia calatrava en la batalla
de la Higueruela, que tuvo lugar en 1431, fue muy relevante y
estuvo revestida de los aditamentos propios de una auténtica
cruzada46. Pero damos un nuevo salto temporal hasta 1455
para encontrar a los freires dentro de la expedición cruzada
contra el reino de Granada que encabezó Enrique IV, junto a
su privado y camarero mayor, el maestre de Calatrava, Pedro
Girón. Participan en ella todas las órdenes, los grandes del
reino, ciudades y villas, formando un ejército de 14.000 hombres
de caballo y 80.000 peones, en el que la orden contribuyó
con todos sus caballeros y muchos vasallos. Las operaciones
de destrucción, tala y quema fueron intensas pero el rey no
consintió estrechar el cerco contra Granada ni tener combates
con los musulmanes, lo que disgustó a los caballeros reunidos
y especialmente a Pedro Girón, que incluso sería acusado de
traición al rey por sus críticas sobre el desarrollo de la campaña
(RADES, 1572, Calatrava, fols. 73v-74v)47.
Los episodios finales de la Guerra de Granada
significaron la movilización generalizada de tropas de la
orden en las diferentes campañas de asedio y conquista de
ciudades que tuvieron lugar a partir de 1482, operaciones
de expugnación que no fueron ajenas a la capacidad

46 El maestre de la orden, Luis González de Guzmán movilizó a caballeros y vasallos de


la institución, y los reunió en Porcuna. Allí fue bendecido su pendón y celebró un alarde en el
que se contabilizaron 800 caballeros y 1.000 peones, que fueron situados en la vanguardia de
una de las “batallas” en las que se organizó la hueste cristiana, a la postre victoriosa (RADES,
1572, Calatrava, fols. 68v-69r).
47 Acerca del cuestionado compromiso cruzado de Enrique IV: PALACIOS, 2017, págs. 335-336.

255
La Orden de Calatrava en la Edad Media

militar de los calatravos48. Sin embargo, pasemos ahora a


referirnos a esas otras acciones bélicas de menor relevancia
que abundaron en la frontera y cuyo sentido depredatorio
y de castigo moldeó la vida y la economía de este espacio,
aunque sea innegable también que su reiteración fue
socavando progresivamente la resistencia de los andalusíes
hasta plantear un escenario de retroceso territorial bien
conocido.

b) Cabalgadas, razias y algaradas

Desde muy temprano la milicia calatrava participó


igualmente en acciones menos ambiciosas que las grandes
campañas referidas cuyo destino, básicamente, era robar y
obtener una ganancia fácil en ganado o cautivos en el entorno
fronterizo, sin que ese límite fuera alterado considerablemente.
Esta guerra de baja intensidad, desarrollada en acciones
rápidas, por contingentes reducidos y en un espacio temporal
y geográfico limitado tuvo, en todo caso, la capacidad de
percutir en las defensas y la moral de los enemigos, allanando
el camino para otras empresas más ambiciosas y productivas
en términos territoriales.
La primera cabalgada de la que tenemos constancia
la encabezó el segundo maestre de la orden, Fernando
Escaza, contra los castillos de Ferral (Jaén) y de Ozpipa
(Córdoba), en 1170. En ella ganaron 60 cautivos moros en el
primer lugar, además de sus ganados y de otros hombres
en el segundo emplazamiento, aunque se vieron obligados a

48 De la presencia de las órdenes y su contribución en hombres y recursos a la empresa


hizo un relato pormenorizado, en su momento, LADERO, 1967, sobre todo págs. 228 y ss.

256
destruir esta fortaleza, ya que no podían sostenerla (JIMÉNEZ
DE RADA, 1987, Lib. VII, cap. XIV; RADES, 1572, Calatrava, fols. 16r y
17r), lo que evidencia que esas acciones destinadas a hostigar
a los musulmanes consistían en simples golpes de mano, muy
rentables en términos económicos, pero no orientados a ser
acciones determinantes en el equilibrio de fuerzas sostenido
en la frontera49.
Poco sabemos de las ganancias proporcionadas por
la expedición de 1172 junto al rey de Aragón. Pero en 1185 la
emprendida contra Andujar, bajo el caudillaje del maestre Nuño
Pérez de Quiñones, terminó en un encuentro con musulmanes
de Córdoba, a los que vencieron y cuyo capitán fue canjeado
por 50 cristianos, entre ellos 4 caballeros de Calatrava, más
otras piezas de tela rica. En 1191 otra entrada del maestre
por los obispados de Córdoba y Jaén, junto al arzobispo de
Toledo, fue todavía más productiva, ya que se saldó con
más de 300 moros cautivados, además de mucho ganado y
bienes muebles que repartieron entre los participantes, sus
caualleros y otra gente suya. Y un año después, las huestes
de la orden acompañaron al hijo de Alfonso VIII, Fernando,
de nuevo por tierras jiennenses, robando, talando el campo,
cautivando a muchas personas y matando a otras (RADES,
1572, Calatrava, fols. 18r-20r).
Parece evidente que el sentido de estas acciones,
aunque fueran realizadas en colaboración con otras
fuerzas y no necesariamente se limitaran a pocos
efectivos, estaba claro: la ganancia de botín en forma de

49 Mucho tiempo después volvemos a encontrar un episodio en el que el maestre


Gonzalo Núñez de Guzmán penetró por tierras del reino de Granada, conquistó varias plazas
pero se vio obligado a destruir todos esos castillos porque no era capaz de sostenerlos (RADES,
1572, Calatrava, fol. 64v).

257
La Orden de Calatrava en la Edad Media

cautivos, ganado y objetos valiosos, que podía revertir en las


arcas de la institución, servía para llevar a cabo operaciones
de canje y redención de prisioneros, o bien compensaba la
participación en la guerra a sus miembros y colaboradores.
No obstante, algunas de las iniciativas que hemos
tipificado igualmente como cabalgadas, fueron en sí mismas
empresas de vital importancia y un considerable valor
simbólico, aunque las hayamos incluido en este grupo de
acciones menores, no tanto por sus consecuencias, que a
veces fueron relevantes, como por su planteamiento inicial.
Es el carácter de la que acabó con la conquista de Salvatierra
llevada a cabo por Martín Martínez, comendador mayor de
la orden, en 1198, que movilizó a 400 caballeros y 700 peones.
Aunque el contingente tenía entidad, la conquista de la plaza
solo fue posible gracias a la confidencia de un cautivo. El
éxito de la expedición fue rubricado cuando el comendador
mayor fue nombrado allí maestre de Salvatierra, tomando la
orden temporalmente el nombre de tan señalado lugar, que
se reforzaba como sede de la institución con el castillo vecino
de Dueñas, cuya confirmación real llegó en 1201 (RADES, 1572,
Calatrava, fol 21v; O’CALLAGHAN, 1963).
Las fricciones y pequeñas algaradas al otro lado de
la frontera protagonizadas por los calatravos debieron
ser, como es lógico pensar, innumerables, y no siempre
dejarían un rastro histórico evidente, más allá de que se
puedan contabilizar las ganancias en términos materiales
o patrimoniales, y sepamos que en ocasiones los freires
y combatientes adscritos a las huestes de la milicia
también fueron hechos prisioneros o pudieron morir
en aquellas acciones. En 1295, por ejemplo, caballeros y

258
vasallos de la orden vuelven a comparecer en tierras de Jaén,
conquistaron el castillo de Alhicén, donde ganaron un gran botín,
esclavos y ganado. Pero en la batalla tenida cerca de Aznalloz
contra los granadinos, pese a la victoria final, murieron muchos
caballeros y el maestre fue herido, falleciendo también dos días
después del encuentro (RADES, 1572, Calatrava, fol. 47r). Años
después, en 1358, en lo que parece una acción mal ejecutada
por las tropas calatravas, el maestre, que había quedado como
capitán general de la frontera, fue apresado en el transcurso
de una cabalgada porque las tropas no estaban concentradas
sino dispersas haciendo rapiña y no pudieron hacer frente a los
musulmanes (RADES, 1572, Calatrava, fols. 57r-57v).
Las cabalgadas a las que nos venimos refiriendo también
se pueden encuadrar en el contexto de otras campañas
de mayor alcance estratégico, en tanto que acciones
preparatorias, de distracción o como incursiones que, en
todo caso, formaban parte de un planteamiento general más
ambicioso. Así se percibe, por ejemplo, la correría del maestre
García López de Padilla contra el arráez de Andarax en 1309,
una incursión formada por 400 jinetes a su cargo que se
puede enmarcar en el contexto previo al asedio de Algeciras,
producido entre 1309 y 1310, y que proporcionó, en cualquier
caso, un sustancioso botín.
Y, por último, pese a que la mayoría de las incursiones que
hemos visto y clasificado como pequeñas algaradas fueron
protagonizadas en exclusiva por la milicia calatrava, no dejamos
de encontrar episodios en los que se constata la colaboración
con otras fuerzas, generalmente en respuesta al llamamiento
que los diferentes monarcas pudieron hacer (JOSSERAND,
2004, págs. 241-242), o asociadas con cierta frecuencia

259
La Orden de Calatrava en la Edad Media

también a las milicias de otras órdenes militares y magnates


eclesiásticos como el arzobispo de Toledo. Cabe destacar
en este sentido la entrada en las tierras de Granada que
protagonizaron los calatravos junto a los alcantarinos del
maestre Martín Yáñez de Barbudo en 1394, expedición en
la que las tropas de las órdenes llegaron hasta las mismas
puertas de la capital emiral, donde dejaron hechas cruces
en señal de su presencia en un acto de gran simbolismo
cruzado (RADES, 1572, Calatrava, fols. 63r- 63v). Se trata de
la misma empresa en la que el maestre de Alcántara se
encaminó a Granada con unas 300 lanzas y 1.000 hombres de
a pie, a los que se fueron sumando más efectivos que veían
en la empresa una verdadera expedición sacralizada, pero
que acabó en una inapelable derrota provocada a partir de
una serie de errores tácticos, aunque el cronista de la orden
Torres y Tapia parece exculpar a los alcantarinos, ya que
afirma que el ataque se dio cuando el ejército descansaba
(LÓPEZ DE AYALA, 1779, Crónica de Enrique III, págs. 221-224;
TORRES Y TAPIA, 1763, I, pág. 179).

5. Balance y valoraciones

A modo de conclusión, hagamos una breve valoración


del papel militar que jugó la orden de Calatrava en diferentes
contextos conflictivos en los que defendió la frontera o se enfrentó
contra los ejércitos andalusíes, y acerca de la importancia de
sus tropas en dichos escenarios bélicos.

260
a) En perspectiva estratégica

La principal virtud estratégica que atribuimos a


la orden de Calatrava y al resto de institutos militares
semejantes, aparte de su comprobada presencia en
multitud de teatros de operaciones, creemos que tiene
un cariz marcadamente ideológico. Nos referimos a la
personificación de los freires como combatientes cruzados
ejemplares, arquetipos de milites Christi sobre los que
recaía una protección apostólica especial, que les hacía
acreedores, además, de beneficios espirituales concretos
en tanto que participantes de la guerra sostenida contra
el Islam. Esa consideración se llega a extender también a
los guerreros que colaboraran en acciones militares junto
a ellos, reviste de sacralidad las iniciativas bélicas que
llevaron a cabo o en las que participaron, y se llena de
elementos simbólicos propios de la cruzada, ingredientes
que ayudaron a convocar ejércitos y recompensaron
el esfuerzo de sus integrantes en la línea de objetivos
identificados con la ideología de la reconquista50.
En otro orden de cosas, una estrategia de presión
fronteriza coordinada y la voluntad de colaboración
militar se aprecia también en el conjunto de las órdenes
militares, que empezaron a suscribir desde finales

50 En 1220, por ejemplo, Honorio III concedía indulgencia plenaria a los freires de la
Orden de Calatrava y a otras personas que muriesen en combate frente a los musulmanes,
extendiendo la protección a quienes encontraran la muerte edificando y defendiendo los
castillos de la orden de Calatrava en la frontera (AHN, OO. MM., Calatrava, carp. 441, no 17 y
18; BC, pág. 57; MANSILLA, 1965, doc. no 339). Por otro lado, todo quien combatiera y muriera
bajo los estandartes de los freires calatravos recibió, en 1240, el reconocimiento como
verdadero cruzado (DOMÍNGUEZ, 2004, doc. no 934). Ver también: JOSSERAND, 2002 pág.
198; AYALA, 2003, pág. 548.

261
La Orden de Calatrava en la Edad Media

del siglo XII cartas de hermanamiento (MARTÍN, 1974, doc.


no 240). Se trataba de acuerdos con numerosas cláusulas
que propiciaron el desarrollo de operaciones ofensivas
o defensivas más eficientes por parte de las órdenes,
materializados, por ejemplo, en acciones como la campaña
conjunta de santiaguistas y calatravos fechada entre 1204 y
1206, cuando los primeros entraron en tierras musulmanas
por la sierra de Alcaraz, mientras los segundos lo hacían
por el puerto del Muradal, gracias al concierto que tenían
hecho (RADES, 1572, Santiago, fol. 22; PALACIOS, 2000, I,
doc. no 45). Aquella colaboración inicial favoreció otras,
como la suscrita en 1221 por los mismos protagonistas,
que contemplaba numerosas disposiciones militares
acerca de la unidad de acción de ambas milicias en el
campo de batalla, acerca de la dirección coordinada de
las acciones, de las treguas o del reparto del botín (RADES,
1572, Calatrava, fols. 36r-37r; ORTEGA Y COTES et al., 1761,
págs. 683-685; AHN, OOMM, Carpeta 102, no 2; O’CALLAGHAN,
1975c, págs. 609-618). En 1224 el acuerdo se ampliaba y era
rubricado por el prior del Hospital junto a los maestres de
Santiago, Calatrava y el Temple. Y en 1243 asistimos a la
reedición del acuerdo entre santiaguistas y calatravos que
protagonizaron Pelayo Pérez Correa y Gómez Manrique,
respectivamente, comprometidos de nuevo a sumar sus
fuerzas en los combates, a defenderse mutuamente, a
ponerse bajo las órdenes de los mandos de otra institución
en ausencia de los propios o a facilitar la entrega de los
freires que pudieran ser hechos prisioneros, a cambio de
musulmanes cautivos en poder de cualquiera de las dos
instituciones (ORTEGA Y COTES et al., 1761, págs. 685-686).

262
El protagonismo militar de la orden de Calatrava en la lucha
contra el Islam y, particularmente, en los años de la llamada
“gran reconquista”, se debe medir también por el grado de
participación de sus dirigentes en el diseño de importantes
operaciones que dilataron las fronteras de la cristiandad. Y es
que resulta significativa la implicación de algunos maestres en la
planificación de importantes acciones fronterizas, lo que otorga
a la milicia una relevancia estratégica añadida, seguramente
derivada de la capacidad y saber militar de sus caudillos, así
como de la fiabilidad y eficacia bélica atribuida a sus tropas.
Dos podrían ser los ejemplos ilustrativos de esta realidad. Por
un lado, el papel central que parece jugó el maestre de Calatrava
en el momento en el que Fernando III anunció la no renovación de
las treguas con los almohades y, de facto, la reanudación de la
guerra contra el islam peninsular51, anuncio producido en la curia
de Carrión de 1224, a la que fue expresamente convocado aquel
junto al arzobispo de Toledo (Crónica latina, 1999, págs. 74-75).
Pero también en el flanco aragonés la orden se convirtió en
pieza clave del avance de la frontera, concretamente en relación
a la conquista del reino de Valencia. Desde Alcañiz, la más
importante fortaleza que poseía en estas tierras, fue planificada
en 1231 el conjunto de la estrategia a seguir52. Pero, además, la
presencia de los calatravos en todas las etapas de aquella
campaña, desde la toma de Burriana en 1233, hasta la de Valencia
en 1238 o la subsiguiente prolongación de las operaciones más al
sur del Júcar, constatan la importancia que la orden tenía en los

51 Se analizan las circunstancias que propiciaron tal decisión estratégica en:


AYALA, 2006, págs. 94-96.
52 Del relato cronístico se desprende, en todo caso, que fue el maestre del Hospital
quien persuadió a Jaime I a emprender dicha campaña (Llibre dels fets, 1991, cap. 127;
BURNS, 1982, II, págs. 403 y 419).

263
La Orden de Calatrava en la Edad Media

proyectos expansivos de la monarquía, a los que contribuía


con fuerzas casi permanentes que pudieron alcanzar los 45
caballeros, entre los movilizados por el comendador de Alcañiz
y el llamado comendador de Calatrava (Llibre dels fets, 1991,
cap. 255).

b) Valoración acerca de la efectividad militar de la orden

A punto de finalizar este texto, no tenemos el espacio


para hacer un exhaustivo balance de la participación
numérica de las tropas calatravas en los muchos
escenarios en los que batalló, o acerca de la efectividad
mostrada por sus combatientes, pero tradicionalmente
se han tenido en cuenta varios parámetros que medirían
su valor militar. Nos referimos a la consideración de los
siguientes elementos:
1. que la obediencia monástica practicada por sus
miembros se traduciría en el plano bélico en una férrea
disciplina militar y una cohesión, que hacía de las tropas
de la orden contingentes muy valiosos.
2. que su alto grado de profesionalización sería garantía de
especialización militar y, como consecuencia de ello, el
encargo de misiones de especial importancia.
3. al tiempo que la permanente disponibilidad del
ejército calatravo, su rápida capacidad de respuesta
y movilización, o la prestación de servicios militares
durante periodos prolongados, les convertía en
protagonistas habituales de las acciones bélicas allá
donde se produjeran.

264
Pues bien, sin negar que las fuentes ofrecen muchas
para sostener esta eficacia combativa en las tres dimensiones
expuestas, creemos también necesario aportar otros datos
que maticen e incluso cuestionen algunas de esas ideas, y
vengan, en cualquier caso, a completar una imagen mucho
más compleja de las órdenes militares en el plano bélico.
Solo nos vamos a referir al primero de los aspectos, el que
mediría la efectividad de las huestes calatravas en función de la
disciplina observada por sus integrantes, emanada, a su vez, del
voto de obediencia suscrito por los freires53. Y lo hacemos porque
la extensa muestra de cismas, rebeliones y desavenencias
internas que marcaron la historia de la institución parecen
confirmar, sin embargo, la idea de que el liderazgo maestral
era frecuentemente cuestionado, y con él quedaría también en
entredicho esa ciega sujeción de los freires a las órdenes de sus
superiores, tanto en el claustro como en el campo de batalla.
Siguiendo a Rades, solo en el primer siglo de
existencia de la orden de Calatrava, entre la fecha de
aparición del primer maestre, en 1164, y mediados del siglo
XIII, son al menos cuatro los cismas que se documentan
en el seno de la institución, en los años 117154, 119655, 1218
53 Cabe recordar, en todo caso, que el voto de obediencia comprometería
el proceder de los hermanos, pero no obligaba con la misma intensidad al resto de
los integrantes de la hueste calatrava, formada, como sabemos, por vasallos de su
jurisdicción, mercenarios o combatientes circunstanciales unidos bajo su estandarte,
cuyo estatus laical les eximiría de aquel compromiso monástico.
54 Martín Pérez de Siones fue elegido maestre de la orden de Calatrava en 1170.
Poco después, como consecuencia del descontento que provocó su orden de asesinar
a 200 musulmanes cautivos, varios caballeros disidentes eligieron por maestre a Diego
García, que reunió a sus seguidores en el castillo de Salvatierra (RADES, 1572, Calatrava, fols.
17r-18r; O’CALLAGHAN, 1986, págs. 419-430).
55 Cisma tras la derrota de Alarcos, cuando los calatravos aragoneses eligieron
como maestre de Alcañiz a García López de Moventa y se verificó la independencia de la
rama aragonesa de la orden de Calatrava, por un tiempo que se pudo prolongar hasta
1215 (RADES, 1572, Calatrava, fol. 32v).

265
La Orden de Calatrava en la Edad Media

y 124056. Una situación que se prolonga durante los siglos


bajomedievales, cuando se suceden numerosos episodios
de rupturas o disputas, motivadas fundamentalmente por
desacuerdos en la elección de la dignidad maestral, pero
también, como hemos visto, por desavenencias en el terreno
militar, que alcanzan su cumbre con la fractura en tres bandos
de la milicia en 144557.
En esos contextos fue frecuente que una parte de
los freires y de las tierras calatravas con sus fortalezas
obedecieran a autoridades distintas, lo que podemos suponer
que limitaría también sus capacidades bélicas y su unidad
de acción. En definitiva, que esa monolítica observancia del
voto de obediencia supuesto para los miembros de la orden,
no era tal en realidad, lo que causaría a la institución infinidad
de problemas, violentos conflictos o una merma sensible de
su operatividad en el campo de batalla, así como no pocas
dificultades en lo relativo al mantenimiento de sus fortalezas.

56 En aquel año fue elegido como maestre Gómez Manrique, pero muchos
caballeros votaron a favor del candidato regio, el comendador mayor Fernando Ordóñez,
que no prestó su obediencia al nuevo mandatario de la orden. El rey hizo repetir la elección
tres años después y entonces salió elegido el citado Fernando Ordóñez (RADES, 1572,
Calatrava, fols. 40v-41r).
57 Entonces, el cisma en la orden enfrentó los bandos del maestre electo Alfonso de
Aragón, de Pedro Girón y de Juan Ramírez de Guzmán. Don Alfonso de Aragón quedó con
el título de maestre en Alcañiz hasta 1455. Juan Ramírez de Guzmán se apoderó de Osuna
y de otras fortalezas andaluzas. Mientras Pedro Girón, que tuvo la mayoría de los votos, se
quedaba con el convento de Calatrava. Estuvieron “a punto de pelear los caualleros de
ella vnos contra otros, en lugar de hazer guerra a los moros”, pero al final hubo un acuerdo
por el que Juan Ramírez renunciaba al título, entregaba todas las fortalezas que tenía, se
quedaba como comendador mayor y recibía una indemnización económica del maestre
Pedro Girón (RADES, 1572, Calatrava, fols. 72r- 73r).

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274
LAS ÓRDENES MILITARES EN PERSPECTIVA ISLÁMICA:
PERCEPCIONES, PARALELISMOS Y COMPARACIONES
Javier Albarrán Iruela
Universidad Autónoma de Madrid*

RESUMEN
Desde 1130, aproximadamente, el Islam andalusí tuvo que
hacer frente a las órdenes militares –primero a las venidas
de Tierra Santa y luego a las propiamente hispánicas–, unas
nuevas instituciones que destacaban por su espiritualidad
militar, siendo su principal objetivo la lucha contra los
infieles, principalmente los musulmanes. En este trabajo
abordaremos la cuestión del encuentro entre el Islam y
las órdenes militares desde tres ópticas interrelacionadas:
en primer lugar, analizaremos las percepciones que de
estos organismos aparecen en las fuentes árabes, tanto
en las andalusíes y magrebíes como en las orientales,
comparando ambos casos e intentando entenderlas
desde una perspectiva conjunta. En segundo lugar,
estudiaremos los paralelismos y puntos en común que se
dan entre las órdenes militares y algunos elementos socio-
religiosos del mundo islámico, fundamentalmente aquellos
donde la guerra contra el infiel se convirtió en una vía de
perfeccionamiento espiritual. Por último, en tercer lugar,
trataremos de verificar si existió en el contexto musulmán
algún fenómeno que pueda ser comparado a esta institución
religiosa y militar cristiana, centrándonos principalmente en la
institución conocida como futuwwa.

* Este trabajo ha recibido financiación del Ministerio de Educación, Cultura y


Deporte de España en el marco del programa de “Formación de Profesorado Universitario”
(FPU15/04929). Estos resultados son parte del Proyecto de investigación I+D+i Violencia
religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato historiográfico
(ss. X-XV) financiado por la Agencia Estatal de Investigación del Ministerio de Economía
y Competitividad del Gobierno de España (HAR2016-74968-P) y dirigido por D. Carlos de
Ayala Martínez y D. Santiago Palacios Ontalva.

275
La Orden de Calatrava en la Edad Media

ABSTRACT
Since 1130, approximately, Andalusi Islam had to face
the military orders –first, the ones coming from the Holy
Land and, afterwards, the Hispanic ones–, new Christian
institutions that emphasized militar spirituality, being
one of their objectives the fight against the infidels,
mainly Muslims. In this paper we will address the issue
of the encounter between Islam and the military orders
from three interrelated perspectives: first, we will
analyze the perceptions that of these institutions appear
in the Arabic sources, both in Andalusi and Maghrebi
texts as well as in the Mashreqi ones, comparing both
cases and trying to understand them from a broad
perspective. Secondly, we will study the parallels and
points in common that existed between the military
orders and some Islamic socio-religious phenomena,
mainly those where the war against the infidel became
a way of spiritual perfection. Finally, in third place, we
will try to verify if, in the Muslim context, existed any
phenomenon that can be compared to this Christian
religious and military institution, focusing particularly
on the institution known as the futuwwa.

Desde 1130, aproximadamente, el Islam andalusí tuvo que


hacer frente a las órdenes militares –primero a las venidas
de Tierra Santa y luego a las propiamente hispánicas–,1 unas
nuevas instituciones que destacaban por su espiritualidad
militar, siendo su principal objetivo la lucha contra los
infieles, principalmente los musulmanes. En este trabajo

1 Para una síntesis general de la historia de las órdenes militares, véase DEMURGER,
2005. Para las órdenes militares hispánicas, véase AYALA, 2003. Sobre el comienzo de las
órdenes militares hispánicas con la fundación de la Orden de Calatrava, véase AYALA,
2016, págs. 223-265.

276
abordaremos la cuestión del encuentro entre el Islam y las
órdenes militares desde tres ópticas interrelacionadas: en
primer lugar, analizaremos las percepciones que de estos
organismos aparecen en las fuentes árabes. En segundo
lugar, estudiaremos los paralelismos y puntos en común
que se dan entre las órdenes militares y algunos elementos
socio-religiosos del mundo islámico, así como también sus
diferencias. Por último, en tercer lugar, trataremos de verificar
si existió en el contexto musulmán algún fenómeno que pueda
ser comparado a esta institución religiosa y militar cristiana.

Percepciones

A pesar de la importancia que tuvieron las órdenes


militares en todo el proceso de conquista cristiana del territorio
de al-Andalus, las referencias que de estas instituciones
aparecen en las fuentes andalusíes y norteafricanas son
muy escasas,2 sobre todo si las comparamos con el volumen
de menciones que hay sobre las mismas en las fuentes
árabes orientales que detallan los pormenores de la zona
sirio-palestina (HAMBLIN, 2001, págs. 97-118; LEWIS, 2017, págs.
20-29).
Cronológicamente, la primera mención que podría
hacer referencia a las órdenes militares hispánicas se
encuentra en una carta almohade, editada y traducida
a mediados del siglo XX por Lévi- Provençal, donde se
recoge una incursión, fechada en 1173, de cristianos de

2 Ya realizó un primer estudio de esta cuestión Patricia Mangada. MANGADA, 2000,


págs. 165-172.

277
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Ávila por tierras islámicas (LÉVI-PROVENÇAL, 1941, carta XXV


bis). Entre las huestes atacantes habría unas tropas que la
epístola llama ifrayr, “freires”. Este término hacía referencia
en Oriente a los miembros de las órdenes militares, aunque
no lo encontramos en las fuentes hasta un periodo más
tardío, en concreto hasta finales del siglo XIII, ya en época
mameluca. Aparece, por ejemplo, en el pacto de rendición
que establece el sultán Baybars (m. 1277) con la guarnición
del Krak de los Caballeros en 1271 (GABRIELI, 1969, págs.
318-319), o en el tratado que firma con Acre el soberano
mameluco Qalāwūn (m. 1290) en el año 1283 (AL- MAQRĪZĪ,
1934, págs. I 985, 986 y 995). No obstante, lo más probable es
que el término se transmitiese de forma oral, o a través de
fuentes que no se han conservado, del Oriente al Occidente
islámico, dado que en el primer contexto las referencias son
mucho más abundantes. En el caso de la carta almohade,
bien podría estar haciendo referencia a los fratres de Ávila,
milicia concejil sacralizada que en 1172 había pasado a
formar parte de la orden de Santiago (AYALA, 2003, pág. 135).
En el mismo corpus epistolar, Lévi-Provençal editó otro texto,
fechado esta vez en 1196, que recogía una de las expediciones
islámicas producidas tras la batalla 1941, carta XXXV).3 Las
tropas almohades se encontraron en Piedrabuena con un
contingente cristiano en el que había también freires, ifrayr,
probablemente calatravos, ya que esta orden poseía allí un
castillo al menos desde 1187 (AYALA, 2003, pág. 407).
Las siguientes menciones a las órdenes militares
hispánicas las encontramos ya en la cronística magrebí.

3 Sobre estas incursiones almohades véase la reciente monografía de Amira


Bennison. BENNISON, 2016, págs. 91 y ss.

278
Ibn Abī Zar‘ (m. c. 1320)4 dice lo siguiente en el contexto de la
batalla de Las Navas de Tolosa (1212):5

«Cuando Alfonso se cercioró de aquel estado de


cosas y supo que el poder de los musulmanes se
había debilitado y que su ardor por la guerra se había
extinguido, se dispuso a tomar venganza. Levantó
sus cruces insensatas en todos los países infieles,
y acudieron los reyes cristianos con sus ejércitos
magníficamente equipados, llenos de fuego para
combatir. Se allegaron también los siervos de Santa
María (‘ibād sāntāmariyya), y en todos se vio un
entusiasmo gentílico (y mostraron su ignorancia)» (IBN
ABĪ ZAR‘, 1972, pág. 237. Traducción en IBN ABĪ ZAR‘, 1964,
págs. II 461-462).

Es decir, el autor fesí relata cómo los siervos de Santa


María, probablemente miembros de la orden de Calatrava,
acudieron a la llamada del rey castellano Alfonso VIII (m. 1214)
para participar en la famosa batalla. Por su parte, el Bayān
de Ibn ‘Idārī,6 redactado aproximadamente en 1312, recoge
dos referencias relacionadas con el castillo calatravo de
Salvatierra, cercado y conquistado por los almohades poco
antes de Las Navas:

4 Sobre este autor véase MAÍLLO, 2008, págs. 154-155. Véase también SHATZMILLER,
1982.
5 Sobre esta batalla véase GARCÍA FITZ, 2005; ALVIRA, 2012.
6 Sobre este autor véase MAÍLLO, 2008, págs. 151-153. Véase también SHATZMILLER,
1982.

279
La Orden de Calatrava en la Edad Media

«La fortaleza conocida por Salvatierra, que había sido


cogida en las redes de la Cruz y por cuyo deseo, pues
estaba en medio del país, sufría el corazón de la fe
musulmana, la había puesto la Cristiandad como unas
alas para todo objetivo y la había preparado para las
puertas de las ciudades como una llave; en sus alturas
y hondonadas eran despreciados los ritos de Dios y la
religión de la verdad estaba a su derecha y a su izquierda
y delante y detrás de ella. La consideraban los infieles
como su peregrinación (haŷŷ) y su guerra santa (ŷihād) y
la servían sus reyes, sus monjes (ruhbān)7 y sus ciudades
y fluían a ella sus dírhemes y sus dinares y creían que ella
protegía su morada y alejaba sus crímenes (awzār)» (IBN
´IDĀRĪ AL-MARRĀKUŠĪ, 2009, págs. IV 333-334. Traducción
en IBN ´IDĀRĪ AL- MARRĀKUŠĪ, 1953, pág. I 267).

«Pedimos a Dios la buena idea de sitiarlo y nos dedicamos


a preparar los medios para forzarlo y dijimos: “Él –
Salvatierra- es la mano derecha del señor de Castilla y si
la cortamos se le quita este guía y su presunción de tener
otros y no se dirigirá a ellos, pues se alzará la prueba más
clara de su debilidad”» (IBN ´IDĀRĪ AL-MARRĀKUŠĪ, 2009,
pág. IV 334. Traducción en IBN ´IDĀRĪ AL-MARRĀKUŠĪ, 1953,
pág. I 268).

7 A pesar de que Huici Miranda tradujo este término por caballeros, ruhbān
indudablemente significa “monjes”. Véase CORRIENTE y FERRANDO, 2005, pág. 463. Patricia
Mangada utilizó el término “fraile”, correspondiente a la traducción aparecida en HUICI
MIRANDA, 1917, pág. 120. Véase MANGADA, 2000, págs. 165- 172.

280
Como se puede observar, el castillo de Salvatierra es
descrito como un lugar de peregrinación y, por tanto, de
veneración, así como de guerra santa, de ŷihād, para los
cristianos. Es decir, se produce una combinación de conceptos
–peregrinación y guerra santa– que nos acerca a las ideas de
espiritualidad militar y del acto bélico como práctica ascética
tan propias de las órdenes militares (y de la cruzada). Era,
asimismo, una fortaleza servida por reyes, ciudades y monjes,
convertida en «la mano derecha del rey de Castilla».
Es evidente que esos “monjes” eran los calatravos
que poseían en ese momento Salvatierra, y que, además, se
habían constituido en una importante herramienta del poder
real, quizá de ahí la referencia a “la mano derecha del rey”.8
Encontramos un interesante paralelismo a esta cuestión en
Oriente: un espejo de príncipes persa escrito a mediados del
siglo XII, en el entorno de las fundaciones religiosas de Nūr
al-Dīn (m.1174),9 y titulado Bahr al-Favā’id, “Mar de preciosas
virtudes”, que, además de incluir un capítulo sobre el ŷihād en
el que se enfatizaba el aspecto espiritual, llamaba al líder turco
a seguir el ejemplo de los reyes cristianos de Jerusalén, quienes
siempre escuchaban el consejo de los monjes, ruhbān (BAHR
AL-FAVĀ’ID, 1991, pág. 215). Con este término, probablemente
el anónimo autor de este tratado se estuviera refiriendo a las
órdenes militares de Tierra Santa que, como sabemos, tenían
una importante influencia en la corte jerosolimitana.
Esta idea de que el poder político cristiano
parecía vinculado e incluso subordinado al
religioso, es una cuestión recurrente en las fuentes

8 Sobre esta cuestión véase AYALA, 2014, págs. 109-144.


9 Sobre Nūr al-Dīn véase ELISSÉEFF, 1967; HILLENBRAND, 1999, págs. 117
y ss.; ALBARRÁN, 2017, págs. 94 y ss.

281
La Orden de Calatrava en la Edad Media

árabes de las cruzadas, y se suele exponer de forma elogiosa.


En una de las escaramuzas que tuvieron lugar durante la
batalla de Acre,10 cuenta Ibn Šaddād (m. 1234) que los cruzados
maniobraron y formaron en posición de combate. En el centro
estaba el rey con los evangelios delante de él, cubiertos con
una tela de satín y sujetados por cuatro personas. Es decir,
el rey luchaba subordinado a la religión y por esta, no por su
propio interés (IBN ŠADDĀD, 2004, pág. 101). La misma idea da
Ibn al-Atīr (m. 1233) cuando dice que liderando la defensa de
Jerusalén frente a Saladino (m. 1193) estaban Balián de Ibelín
(m. 1193) y el patriarca latino,11 «reverenciado por los cruzados y
más importante que el rey» (IBN AL-ATĪR, 2010, pág. II 330). Y es
que el fervor religioso y la fe que percibieron los musulmanes
de los cruzados llamó la atención de una forma positiva a los
diferentes autores islámicos. ‘Imād al-Dīn (m. 1201), por ejemplo,
comentaba lo siguiente sobre la movilización de los ejércitos
cruzados con cierta admiración:12

«No ha quedado ningún rey en sus países e islas, ningún


gobernante o gran hombre, que no haya mantenido
el ritmo con sus vecinos en la constitución de ejércitos
y que no haya superado a su par en esfuerzo. Han
sacrificado como si nada la sangre y vida de sus
corazones en la defensa de su religión [...] Hicieron lo que
hicieron y sacrificaron lo que sacrificaron para defender

10 Sobre este acontecimiento véase, por ejemplo, TYERMAN, 2007, págs. 509 y ss.
11 Sobre la conquista de Jerusalén por parte de Saladino véase, por ejemplo,
TYERMAN, 2007, págs. 463 y ss.
12 Sobre estas cuestiones véase ALBARRÁN, 2017, págs. 184-190.

282
aquello que veneran y para honrar sus creencias» (RHC
Or., págs. III 429-430).

Quizá en este mismo sentido elogioso debido a su


religiosidad tenemos que entender las referencias magrebíes
a las órdenes militares. Como hemos visto, Ibn Abī Zar‘ expone
que frente a la extinción del ardor guerrero de los almohades,
los cristianos, entre ellos los siervos de Santa María, llegaban
«llenos de fuego para combatir».
Por tanto, un vistazo a la perspectiva islámica oriental
en torno a las órdenes militares nos puede ayudar a entender
mejor las referencias a estas instituciones que aparecen en las
fuentes del Occidente islámico. La primera mención aparece
en la crónica de Ibn al-Qalānisī (m. 1160), donde se comenta
la participación de hospitalarios y templarios en la batalla de
Banyas en 1157 (IBN AL-QALĀNISĪ, 1908, pág. 339). Para la orden de
San Juan se utiliza el término isbitāriyya, una traslación del latín
hospitalis. Por su parte, la orden del Temple recibe el apelativo
de dāwiyya, un término oscuro que la mayoría de especialistas
hacen proceder de devotus, concepto que describiría bien a
estos freires (HUMPHREYS, 2004, págs. 204-206; HAMBLIN, 2001,
págs. 97-118; LEWIS, 2017, págs. 20-29). Por tanto, la primera
aparición de estas órdenes militares en las fuentes árabes –
que marcará una pauta muy generalizada en los próximos
150 años– se hace a través de términos individualizados para
cada una de ellas, como en el caso de ‘ibād sāntāmariyya para
los calatravos.
En esta primera etapa la mayoría de las menciones
que de las órdenes militares se hacen son simplemente
como un tipo más de unidades militares cruzadas

283
La Orden de Calatrava en la Edad Media

o de señores de castillos. Es decir, no se les presta ninguna


atención especial ni se les supone ningún carácter
específico. Sin embargo, a partir de 1180, coincidiendo con
la escalada del antagonismo discursivo entre cruzados y
musulmanes previo a la batalla de Hattin y a la reconquista
de Jerusalén por parte de Saladino –y también a la mayor
importancia que van teniendo las propias órdenes militares
en el tablero de Tierra Santa–,13 estas instituciones cristianas
comienzan a ser vistas con especial cuidado. Si bien
es cierto que aparecen algunos relatos en cierto modo
“amistosos”, como el de Usāma b. Munqid según el cual un
templario le habría ayudado a rezar en al- Aqsà en contra
de la opinión de unos cruzados recién llegados (USĀMA B.
MUNQID, 2008, pág. 147), casi todas las referencias ven a los
miembros de las órdenes como elementos especialmente
peligrosos. Por ejemplo, Ibn al-Atīr entiende que Saladino,
al ejecutar a templarios y hospitalarios tras la batalla de
Hattin, ha salvado al pueblo islámico de un poderoso mal,
ya que son los más fieros de todos los cruzados (IBN AL- ATĪR,
2010, pág. II 323; IBN ŠADDĀD, 2004, pág. 74; EDDÉ, 2011, pág.
211; ALBARRÁN, 2017, págs. 134 y ss.). Este es el momento, como
hemos visto, en el que aparecen las primeras menciones
a órdenes militares en las fuentes del Occidente islámico,
coincidiendo también con su naciente y creciente actividad
allí, así como con un momento de profundo énfasis
discursivo en la violencia religiosa. No debemos olvidar

13 En este sentido, a partir de este periodo la terminología y la información en


torno a las órdenes militares se amplía. Por ejemplo, se les llama ijwān, hermanos, una
traducción directa de fratres, o se dice que viven en casas monásticas, bayt (HAMBLIN, 2001,
págs. 97-118; HUMPHREYS, 2004, págs. 204-206). Asimismo, Ibn al-Atīr dice que obedecen
directamente al papa (IBN AL-ATĪR, 2010, pág. III 280).

284
que uno de los pilares de legitimación del movimiento
almohade era la guerra santa (ALBARRÁN, 2017, págs. 279-306).
Abū al-Hasan al-Harawī (m. 1215),14 viajero y consejero
de Saladino, escribió para el sultán ayyubí un tratado sobre
la guerra en el que llamaba a los miembros de las órdenes
militares “monjes”, ruhbān, al igual que veíamos hacer a Ibn
‘Itārī, y los describía como poseedores de un gran fervor
religioso y un especial alejamiento del mundo, lo que les
convertía en una peligrosa amenaza en el enfrentamiento
por su total devoción a la causa cristiana (AL-HARAWĪ, 1972,
págs. 104-105). Es decir, al igual que veíamos antes y podíamos
también detectar en el caso de las fuentes magrebíes, se
subraya de nuevo su religiosidad y espiritualidad en cierto
modo de manera elogiosa, ya que es la causa de su fiereza
en el combate.
Las órdenes militares, por tanto, eran percibidas por
los musulmanes, tanto en Occidente como en Oriente, y
especialmente en el periodo a caballo entre los siglos XII y XIII,
como instituciones imbuidas por una especial religiosidad
y espiritualidad militar, así como de un cierto ascetismo
vinculado a esa actividad guerrera, que les llevaba a ser
unidades especialmente peligrosas en la guerra.

Paralelismos

Y es que, efectivamente, como bien ha afirmado


Carlos de Ayala, la característica principal de los freires que
integraban las órdenes militares era la espiritualidad militar,

14 Sobre este autor véase TORRES, 2017, págs. 225-239.

285
La Orden de Calatrava en la Edad Media

entendida esta como una práctica ascética a través de las


armas con la que obtener la salvación (AYALA, 2012, págs. 139-
172). Por supuesto, el infiel, como mayor enemigo de Dios, era el
principal objetivo de ese hecho bélico, convertido así en guerra
santa, en una acción marcial sacralizadora. ¿Hay en el mundo
islámico alguna noción similar?
En el siglo VIII comenzó a circular un hadiz que
conoció cierta popularidad y que decía lo siguiente: «Toda
comunidad tiene una forma de ascetismo (rahbāniyya,
termino entendido también como “monacato”),15 y el de
mi comunidad es el ŷihād en el camino de Dios».16 La lucha
se convertía así en una lucha espiritual, tanto interna
como externa, cuestión que sin duda daba continuidad a
tendencias religiosas de la Tardoantiguedad, como bien
ha estudiado Thomas Sizgorich (SIZGORICH, 2009). En este
sentido, el ascetismo fue uno de las áreas de imitación
más importantes entre musulmanes y cristianos. Los
primeros quedaban impresionados por las comunidades
monacales que se iban encontrando en el proceso de
conquista, así como por sus prácticas devocionales (LIVNE-
KAFRI, 1996, págs. 105-129; SAHNER, 2017, págs. 149-183). La
piedad de renuncia estuvo presente, ya desde el siglo VII,
en la religiosidad islámica, a través de penitencias, ayunos,
u oraciones, y fue madurando a lo largo de la siguiente
centuria mediante su propio desarrollo interno así como el
contacto con otras realidades.

15 Deriva de la misma raíz que ruhbān, término que se suele traducir por
monje y con el que, como hemos visto, se denominaba también a las órdenes
militares.
16 Sobre esta tradición véase SAHNER, 2017, págs. 149-183. También SIZGORICH, 2009,
págs. 180-186.

286
Asimismo, hay que tener en cuenta que muchos de
los monjes de la Antigüedad Tardía oriental no eran meros
hombres de oración pasiva, sino que eran creyentes de acción,
muchas veces violenta: destrucción de ídolos, demolición
de templos, bautismo forzoso de paganos e infieles...17 Es
interesante observar como los cristianos árabes traducian
el término griego agón (disputa, lucha espiritual) por ŷihād
(SAHNER, 2017, págs. 149-183). Igualmente, esta militancia
monástica no era más que una extensión de la cultura del
martirio (MALONE, 1950; GADDIS, 2005, págs. 151-250; SIZGORICH,
2009, págs. 108-143),18 una expresión que estaba ya presente,
por ejemplo, en el Corán:

«Y no penséis que quienes han caído por Dios hayan


muerto. ¡Al contrario! Están vivos y sustentados junto a
su Señor, contentos por el favor que Dios les ha hecho y
alegres por quienes aún no les han seguido, porque no
tienen que temer y no estarán tristes, alegres por una
gracia y favor de Dios y porque Dios no deja de remunerar
a los creyentes».19

Sin duda, el Islam heredó este ascetismo militante.


Los guerreros de la primera expansión musulmana son
descritos por al-Azdī (m. 774), uno de los primeros cronistas
de estos hechos, como «monjes de noche y leones de
día» (AL-AZDĪ, 1970, pág. 262). Y en ese sentido, el mejor
17 Un ejemplo es el del santuario dedicado a la diosa egipcia Isis en Menouthis,
destruido en el año 484 por una partida de monjes. Véanse este y más ejemplos en
SIZGORICH, 2009, págs. 108 y ss.
18 En este sentido, el monje mártir Jorge-Muzāhim (m. 978) es denominado
muŷāhid en su vita.
19 C. 3: 169-171. Sobre el martirio en el Corán véase COOK, 2007, págs. 16 y ss.

287
La Orden de Calatrava en la Edad Media

ejemplo son los ulemas, hombres de religión, que como


voluntarios combatieron en la frontera bizantino-arábiga
desde el siglo VIII mientras desarrollaban prácticas ascéticas.
Nos referimos a personajes como Abū Ishāq al-Fazārī
(m. 802) (BONNER, 1996, págs. 113 y ss.), autor del Kitāb al-
Siyar, obra sobre la conducta en la guerra, y su amigo el
ulema y asceta iraní ‘Abd Allāh Ibn al-Mubārak (m. 797)
(BONNER, 1996, págs. 122 y ss.; BOONEY, 2004, págs. 62-
63; BONNER, 2006, págs. 99-100; DENARO, 2009, págs. 125-
144; MELCHERT, 2015, págs. 49-69; SALEM, 2016, págs. 77 y
ss.), compositor del Kitāb al-ŷihād, uno de los primeros
tratados sobre esta cuestión que nos ha llegado y que se
compone de una colección de 206 tradiciones proféticas.
Estos personajes recibían por tanto crédito por sus
acciones militares, 20 pero también eran conocidos por sus
actividades intelectuales, sobre todo por la transmisión
de hadiz, y por su ascetismo. Ibn al-Mubārak consideraba
en su Kitāb al-ŷihād que la guerra santa era un deber
individual. Asimismo, recogía un número de tradiciones que
clasifican a los mártires según la pureza de sus intenciones
en la conducción del ŷihād. Incitaba también en su obra
a los individuos a que tomasen la obligación de la guerra
santa por ellos mismos, a que se hiciesen voluntarios (IBN
AL-MUBARĀK, 1971, págs. 32-34, 85-86).21 Se dice que escribió
también poemas exhortatorios al ŷihād, incluyendo

20 Al-Dahabī (m. 1348) describió a Ibn al-Mubārak como “el orgullo de los
muŷāhidīn”, y a al-Fazārī se le conocía como “maestro de la sunna y de la gazwa”. SALEM,
2016, págs. 33-34; BONNER, 1996, págs. 113 y ss.
21 Existen numerosas tradiciones que destacan el mérito religioso y salvífico de
ser voluntario, mutatawwi‘, de la guerra santa al margen del poder establecido. Véase TOR,
2005, págs. 555-573. Tanto Ibn al-Mubarāk como al-Fazārī fueron caracterizados como tal.

288
alguno en el que habría puesto la realización de la guerra
santa por encima de la peregrinación.22 De hecho el Kitāb al-
ŷihād es un libro de hadiz con un claro carácter de exhortación
donde el mérito del ŷihād es la noción que domina: no es
baladí que en al-Andalus la obra se transmitiese bajo el
título de Kitāb fadl al-ŷihād, el “Libro del mérito del ŷihād”
(BONNER, 1996, págs. 122 y ss.). Este mérito se multiplicaba
si el enfrentamiento era con cristianos: al-Fazārī le habría
preguntado a Ibn al- Mubārak cuál era el motivo de tener
que venir desde Oriente a luchar contra los bizantinos si allí
podían luchar contra los turcos. Este le habría contestado
que la contienda con los turcos era solo por el dominio del
mundo, mientras que con los bizantinos era por la fe (COOK,
1996, págs. 66-102).
Toda esta preocupación por el ŷihād se relaciona
en Ibn al-Mubārak, y en otros como él, con un fuerte
ascetismo.23 No había contradicción entre ser un asceta y
un guerrero o, dicho de otro modo, la guerra era un modo
de ascetismo y de renuncia del mundo, otro de los rasgos
propios de este colectivo (al-zuhd fī al-dunyā) (MELCHERT,
2015, págs. 49-69). Y es que Ibn al-Mubārak fue el primero
en transmitir el hadiz sobre el ŷihād como única forma
de ascetismo/monacato de los musulmanes (IBM AL-
MUBARĀK, 1971, pág. 36).24 Más aún, la realización de actos
piadosos garantizaba el éxito bélico: «realiza buenos

22 La idea de que el ŷihād es el mejor acto de piedad que un musulmán puede


llevar a cabo está también presente en su Kitāb al-ŷihād. Véase, por ejemplo, IBN AL-
MUBARĀK, 1971, pág. 35.
23 Ibn al-Mubārak compuso también un Kitāb al-zuhd, “Libro del ascetismo”. IBN
AL-MUBARĀK, 1998. Véase SALEM, 2016, págs. 36 y ss.; SINNO, 2017, págs. 32-60.
24 En su Kitāb al-zuhd transmite hadices similares. Por ejemplo: IBN AL- MUBARĀK,
1998, no 845.

289
La Orden de Calatrava en la Edad Media

actos antes de la batalla, ya que luchas a través de ellos»


(IBN AL- MUBARĀK, 1971, pág. 30). Un buen ejemplo es el de
Abū Mu‘āwiya al-Aswad, un asceta que vivió en la ciudad
fronteriza de Tarso a lo largo del siglo VIII.25 Sus muestras
de piedad y ascetismo combinaban el lamento continuo
o el constante rezo nocturno con la participación en
expediciones contra los bizantinos o en acciones de
vigilancia en la frontera (COOK, 2005, pág. 44). Por otro lado,
al-Fazārī incluía también en su obra, el Kitāb al-Siyar, que
escribió en su época en la frontera, fragmentos sobre la
importancia de que la única niyya, intención, a la hora de
realizar el ŷihād fuese la defensa del Islam y la lucha en
el camino de Dios, así como otros sobre los méritos de la
realización de la guerra santa (AL-FAZĀRĪ, 1987, págs. 124,
276).
Pues bien, estas nociones creadas en Oriente llegaron
también a al-Andalus. El Kitāb al-ŷihād de Ibn al-Mubārak
se transmitió en al-Andalus bajo el título de Kitāb fadl al-
ŷihād, el “Libro del mérito del ŷihād” (BONNER, 1996, págs.
122 y ss.), un nombre que describía muy bien su carácter
exhortatorio. Asimismo, el único manuscrito que se conserva
del Kitāb al-siyar de al-Fazārī está en Fez (MURANYI, 1985,
págs. 63-97). Se trata de la riwāya del cordobés Muhammad
b. Waddāhm. 900), primero en transmitir –que nos
conste– el Kitāb al-siyar en al-Andalus, así como también
el Kitāb al-ŷihād de Ibn al-Mubārak (IBN WADDAH, 1988,
págs. 11 y ss. y 43).26 En cuanto a obras de este tipo, no ya
transmitidas sino compuestas en al-Andalus en el periodo de

25 Sobre la ciudad de Tarso como epicentro de la actividad de los voluntarios de la


guerra santa véase BOSWORTH, 1992, págs. 268-286.
26 También introdujo el Kitāb al-siyar de al-Awzā‘i, obra que por otro lado utiliza
mucho al-Fazārī.

290
introducción de estas nociones, ha llegado hasta nosotros el
Kitāb qudwat al-gāzī, “Libro del Modelo del Combatiente”, de Ibn
Abī Zamanīn (m. 1008) (ARCAS CAMPOY, 1993, págs. 51-65). Escrito
probablemente en el último cuarto del siglo X, es decir, en el
tiempo de las expediciones de Almanzor, a través de la cita de
pasajes coránicos, hadices del Profeta y opiniones de juristas,
sobre todo malikíes, expone numerosas y diversas cuestiones
en torno al combate y a la guerra santa en más de veinte
capítulos. Entre esos temas, le otorga mucha importancia a
los méritos de quienes participan en el combate, la correcta
intención, niyya, del combatiente, el martirio, o los méritos del
ribāt, recordándonos, de ese modo, a las obras orientales antes
comentadas (IBN ABĪ ZAMANĪN, 1986-1987, págs. 116 y ss., 131 y ss.,
224 y ss., 236 y ss.).27
El primer capítulo de la obra, titulado Min al-targīb
fī al-gazw wa fadā’il ahli-hi, “Sobre la recompensa de
la expedición y los méritos de su gente”, se dedica a la
cuestión de los beneficios espirituales de la realización
del ŷihād. Curiosamente, comienza con un hadiz que
también recogió Ibn al-Mubārak en su obra (IBN AL-
MUBARĀK, 1971, págs. 77-78), poniendo de relieve de nuevo
la influencia de esos textos orientales en al-Andalus. La
mencionada tradición afirma que «a quien esfuerce sus
dos pies en el camino de Dios, Allāh le evitará el fuego».28
Es decir, la guerra santa es sinónimo de salvación. La
misma idea traslada otro hadiz donde se exhorta a la
realización del ŷihād, ya que es una de las puertas del
27 Ibn Abī Zamanīn fue además maestro de varios murābit. ARCAS CAMPOY, 1993,
págs. 51-65.
28 Man igbarrat qadamā-hu fī sabīl Allāh harrama-hu Allāh ‘alà al-nār. IBN ABĪ
ZAMANĪN, 1986-1987, pág. 116.

291
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Paraíso.29 Asimismo, los musulmanes que combaten contra


los enemigos de Dios son los mejores de entre la comunidad
islámica: “la mejor persona es el hombre que sostiene
las riendas de su caballo en el camino de Dios, y vuela
allí donde escucha un grito de guerra” (IBN ABĪ ZAMANĪN,
1986-1987, pág. 126). Y esto es porque una expedición en el
nombre de Allāh es la mejor de las pruebas del Islam (IBN ABĪ
ZAMANĪN, 1986-1987, págs. 128-129 ). En este sentido, incluye
varias tradiciones que comparan al ŷihād con prácticas
ascéticas como rezar por la noche y ayunar, colocando la
guerra santa por encima (IBN ABĪ ZAMANĪN, 1986-1987, págs.
122 y ss. ). Se subraya, de nuevo, por tanto, la espiritualidad
militar como vía ascética que caracterizaba a las órdenes
militares.
Al igual que los autores orientales, Ibn Abī Zamanīn
también destaca en su obra la importancia de la niyya, la
intención, a la hora de llevar a cabo la guerra santa. Ya en el
primer capítulo lo hace a través del siguiente hadiz:

«Garantiza Dios que quien salga de su casa como muŷāhid


en su camino y [con la intención puesta] nada más que
en el ŷihād en su camino y en la ratificación de su palabra
(tasdīq bi-kalimāti- hi), si muere entrará en el Paraíso, y
si vuelve a su casa sano tendrá una remuneración o un
botín» (IBN ABĪ ZAMANĪN, 1986-1987, pág. 121).

29 Ŷāhidū fī sabīl Allāh fa-inna al-ŷihād fī sabīl Allāh bāb min abwāb al-ŷanna. IBN
ABĪ ZAMANĪN, 1986-1987, pág. 119.

292
Pero, además, dedica a toda esta cuestión la segunda
sección, titulada Al-niyya fī al-gazw, “La intención en la
expedición”. Es decir, tras aclarar cuáles eran los méritos de
la guerra santa y sus beneficios salvíficos, lo más importante
era señalar que, si se querían conseguir estos, la pura
intención en el ŷihād era absolutamente necesaria. Y así se
pone de relieve en otra tradición: «lo primero que procurar
aquel que quiere realizar una gazw en el camino de Dios es
asegurarse y buscar en su alma una intención recta.30 Y es
que “las obras valen según la intención con que se realicen».
Queda clara esta idea con otro curioso ejemplo relativo a
una de las batallas del Profeta: un hombre le preguntó al
Profeta el día de Jaybar: «Oh Mensajero de Dios, si yo mato
a tal judío, ¿será para mí su asno?». El Profeta contestó
afirmativamente. Después, aquel hombre mantuvo una
disputa con el judío por algún asunto desconocido y murió a
manos del israelita. Entonces la gente exclamó: «Oh, Fulano
ha muerto en el camino de Dios», refiriéndose a que estaría
en el Paraíso. Pero el Profeta, corrigiéndoles, dijo: «Fulano ha
muerto en el camino del asno (fī sabīl al-himār)» (IBN ABĪ
ZAMANĪN, 1986-1987, pág. 132).
Asimismo, en al-Andalus, también al igual
que en Oriente, podemos encontrar ejemplos de
ulemas-guerreros.31 Destacan casos como el de ‘Abd
Allāh b. Yahyá (AL-JUŠANĪ, 1992, no 300), de quien se
dice que era un héroe de guerra y que participaba

30 Awwal mā yanbagà li-man arāda al-gazw fī sabīl Allāh anna yanzur fī-hi
yatafaqqadu-hu min nafsi-hi salāh niyyati-hi allatī bi-salāhi-hā. IBN ABĪ ZAMANĪN, 1986-
1987, pág. 131.
31 Se estudia esta cuestión en profundidad en ALBARRÁN, en prensa. Véase
también NOTH, 1994, págs. 175-195; PUENTE, 1999, págs. 23-38; PUENTE, 2018, págs. 159-179.

293
La Orden de Calatrava en la Edad Media

habitualmente en ella de forma directa, 32 siendo muŷāhid


contra los enemigos de Dios hasta encontrar la muerte. 33
Otro ejemplo interesante es el del también cordobés
Mujāriq al-Ma‘āfirī al-Iskāfī, quien respondió a la llamada
de las armas y salió hacia la “tierra de la guerra”
como muŷāhid en la gazwa de Coimbra en el año 987,
alcanzando el martirio allí; 34 o el de Asbag b. ‘Alī b. Hakīm,
de quien se nos dice que era un asceta que, tras volver
a al-Andalus de su rihla, hizo el ŷihād año tras año hasta
morir en una gazwa veraniega en la zona de Tudela en el
año 1004. 35 Del experto de hadiz cordobés Muhammad b.
‘Ubayd al-Ŷazīrī. Dice al-Jušanī que se le vio participando
en el ataque a Calahorra en el año 916, y que llevaba en
su mano un escudo con el que guerreaba. 36 Similar es
el caso del asceta cordobés, sāhib al-layl, Ibn Abī ‘Abd
al-A‘alá al-Lajmī, de quien se dice que fue gāzī, y por
lo tanto combatiente, en la expedición de Osma en el
año 934, muriendo en el transcurso de la campaña en
Calahorra y siendo enterrado allí. 37 Por su parte, el egipcio
Ahmad b. Áli b. Hasim al-Maqqarī al-Misrī, viajó a al-
Andalus, en concreto a la frontera superior, a Zaragoza,
para ser muŷāhid allí durante varios meses del año 1029

32 ...kāna min al-abtāl yubāšir al-harb wa yataqaddamu fī-hā...mubāširan li-al-


hurūb...
33 ...wa kāna muŷāhid al-‘adū bi-hā hattá māta.
34 “Inahu muŷāb al-da‘wa wa jaraŷa ilá ard al-harb muŷāhidan fī gazwat
Qulunbriyya al-ajīra fa-muniha-hu Allāh al-šahāda”. IBN AL-FARADĪ, 1989, no 1468.
35 “Fa-lam yazal yuŷāhid ‘āman ba‘d ‘ām ilá an ajraŷa fī gazwat al-sā’ifa...”. IBN AL-
FARADĪ, 1989, no 258.
36 “...ra’yatu Muhammad b. ‘Ubayd al-Ŷazīrī fī gazwat Qalahurra sanat 304 wa bi-
yadi-hi turs jayzarān yuharib bi-hi”. AL-JUŠANĪ, 1992, no 193. IBN AL-FARADĪ, 1989, no 1165.
37 “Gazā ma‘ amīr al-mu’minīn ‘Abd al-Rahmān b. Muhammad gazwat Wajšama
(Osma) fa-māta fī mahallat Qalahurra wa dufina bi-hā”. IBN AL-FARADĪ, 1989, no 1207.

294
Finalmente volvió a Egipto, donde murió en el año 1053 (IBN
BAŠKUWĀL, 2014, no 186). En esa misma región estuvo también el
cordobés ‘Ubayd Allāh b. Muhammad b. Mālik (m. 1068), quien se
instaló en un hisn de la región de Muel donde realizó prácticas
ascéticas y fue muŷāhid (IBN BAŠKUWĀL, 2014, no 677).
Asimismo, una evidencia clara de la participación
militar activa de algunos de estos ulemas en las expediciones
y acciones bélicas es el hecho de que se especifique que
fueron martirizados. Uno de los casos destacados es el ya
comentado de Muhammad b. ‘Ubayd al-Ŷazīrī. Casi 50 años
después de haber guerreado con su escudo, murió mártir
en una gazwa en el año 961 (AL-JUŠANĪ, 1992, no 193. IBN AL-
FARADĪ, 1989, no 1165). Otro buen ejemplo es el de la batalla
(876-7) en la que sobrevivió el toledano Yahyá b. al-Qusayr,
batalla en la que sí murió su amigo y compañero de estudios
Yahyá b. al-Haŷŷāŷ, y en la que, según al-Jušanī, no quedó en
al-Andalus ningún hombre recto que no fuese martirizado
allí.38 Al volver Yahyá b. al-Qusayr a su ciudad natal, la gente
le recibió con duras críticas por haber regresado con vida
y no haber seguido a sus compañeros en el martirio, algo
que él mismo también se reprochó. Al año siguiente, para
remediar esta situación de deshonra y censura pública,
participó en otra batalla. Frente al enemigo, se desprendió de
su equipo militar y cargó contra los cristianos, consiguiendo
de ese modo el martirio no sin antes acabar con varios
infieles (AL-JUŠANĪ, 1992, no 502; IBN AL-FARADĪ, 1989, no 1560).

38 “...wa istašhada fī al-ma‘arak al-‘azīm al-ladī kāna bayna al-muslimīn wa al-


mušrikīn sanat (2)63...wa yaqāl anna-hu lam yabqa bi-l-Andalus yawma’id raŷul sālih illā
man šā’ Allāh allā istašhada fī dalik al-ma‘arak”. AL-JUŠANĪ, 1992, no 498; IBN AL-FARADĪ, 1989,
no 1558.

295
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Otro caso es el de Muhammad b. Abī al-Husām, quien tras


regresar a al- Andalus después de un periplo ascético por
Oriente, murió mártir en la expedición de Astorga del año
988 (IBN AL-FARADĪ, 1989, no 1349). Igualmente, Muhammad
b. Mas‘ūd b. Abī al-Jisāl al-Gāfiqī murió martirizado en el
año 1126 (IBN BAŠKUWĀL, 2014, no 1303), por lo que puede que
participase en las acciones de respuesta a la cabalgada de
Alfonso I de Aragón, o en las expediciones de Toledo o Uclés
(IBN ‘IDĀRĪ, 2009, págs. IV 69-73).
Pues bien, muchos de estos ulemas-guerreros se
caracterizaron también por la realización de prácticas
ascéticas. Como hemos visto, no había contradicción entre
ser un asceta y un guerrero, ya que la guerra santa era un
modo de ascetismo y de renuncia del mundo (MELCHERT,
2015, págs. 49-69). Ibn Abī al-Jasīb (m. 911), por ejemplo, a
quien se le menciona como gente de la gazw y del ribāt, era
un asceta (MARÍN, 1992, págs. 83-96; MARÍN, 2004, págs. 191-
201; AL-HUMAYDĪ, 1989, no 842). Por su parte, el cordobés ‘Abd
Allāh b. Muhammad al-Qarī, muerto en el desarrollo de una
expedición en el año 934, es descrito por al-Jušanī como un
hombre recto, de tendencias ascetas y que seguía la sunna
y reprobaba las innovaciones.39 Asimismo, del qayrawāní Ibn
Hasan al-Yahsubī se nos dice que frecuentó las fronteras de
al-Andalus y que ejerció como asceta y pietista estudiando
el ŷihād hasta su muerte (IBN AL-FARADĪ, 1989, no 393). Muy
expresivo de esta vinculación de actividades bélicas con
ascetismo que se dio entre los ulemas de al- Andalus es el
caso de Muhammad b. Abī al-Husām. Originario de la cora de
Tudmīr, Ibn al-Faradī nos narra que se marchó a Oriente donde

39 “Kāna raŷulan sālih jayr fādil zāhid ...”. AL-JUŠANĪ, 1992, no 303.

296
renunció al mundo, se alejó de la gente y llegó incluso a
realizar participó en numerosas expediciones hasta que Dios
le concedió el milagros.40 Al volver a al-Andalus se fue como
gāzī a la frontera, donde martirio en la expedición de Astorga
en el año 988.41 Esa renuncia al mundo recuerda al alejamiento
del mismo con el que Abū al-Hasan al- Harawī describía a los
miembros de las órdenes militares. Igualmente, el toledano
Ahmad b. Muhammad b. ‘Umar al-Sadafī (m. 1058), habitual en
las tugūr al-muslimīn, renunció al mundo (IBN BAŠKUWĀL, 2014,
no 121).
No obstante, si hay una acción/institución en el mundo
islámico donde la guerra se une al ascetismo hasta quedar
configurada como una vía de este, esa es el ribāt. Esto no
quiere decir que vayamos a vincular este fenómeno islámico
con el origen de las órdenes militares, como han hecho
diversos autores desde que José Antonio Conde lo hiciera
con la recordada nota a pie de página en su Historia de la
dominación de los árabes de España:

«Estos rabitos, o fronterizos muslimes, profesaban


mucha austeridad de vida, y se ofrecían voluntarios al
continuo ejercicio de las armas, y por voto se obligaban
a defender sus fronteras de las algaras, entradas o
cabalgadas de los Almogávares, o campeadores
cristianos. Eran todos caballeros muy escogidos, y

40 Kāna qad tannasuk wa tajallá al-dunyā wa rafada ahl-hā...wa zaharat la-hu


bi-al-mašriq iŷābāt wa karāmāt.
41 “Wa lamā insarafa ilá al-Andalus lazima al-tagr fa-kāna yugāzá al-‘adū, wa
yadjul fī al-sarāyā hattá ruziqu-hu Allāh al-šahāda...fī gazwa Isturqa”. IBN AL- FARADĪ, 1989,
no 1349.

297
La Orden de Calatrava en la Edad Media

de suma constancia en las fatigas; que no debían huir,


sino pelear intrépidos y morir antes que abandonar
su estación. Parece verosímil que de estos rabitos
procedieron así en España, como entre los Cristianos de
Oriente, las Órdenes militares tan célebres por su valor, y
por los distinguidos servicios prestados a la cristiandad.
El instituto de unos y otros era muy semejante» (CONDE,
1820, pág. 619).

Esta idea ha quedado ya lo suficientemente refutada


y superada.42 Lo que haremos será subrayar esa noción de
espiritualidad militar común a ambos fenómenos.
Etimológicamente ribāt significa “atadura, ligadura” y
parece que podría consistir en acudir a las fortalezas de la
frontera a realizar una actividad militar, que podía ser activa,
y que generalmente era más piadosa y pasiva y, llegado
el caso, defensiva, que ofensiva o agresiva. El ribāt era, por
tanto, un modo de sustituir el ŷihād. Se conformaba como
una recomendación de devoción adoptada libremente
por piadosos musulmanes que desean la perfección en su
vida espiritual. Allí el creyente ofrecía su colaboración, si
fuera necesaria, para la defensa, mientras desarrollaba su
espiritualidad a través de prácticas ascéticas como sesiones de
lectura del Corán día y noche, meditación, ayunos o austeridad
en el vestir, pero también a través de ese ejercicio defensivo
de las armas (EPALZA, 1993, págs. 5-18: EPALZA, 1994, págs. 129-
144; FRANCO SÁNCHEZ, 2004, págs. 95-109; MARTÍNEZ SALVADOR,

42 Para una puesta al día bibliográfica sobre esta cuestión, véase FEUCHTER, 2008,
págs. 115-141.

298
2004, págs. 49-58; MARÍN, 2004, págs. 191-201; FRANCO SÁNCHEZ,
2010, págs. 21-44; ALBARRÁN, en prensa B).
En esos ambientes de religiosidad y espiritualidad
extrema se leían, estudiaban y recitaban obras como las de
ascetismo de Ibn Rizq e Ibn Abī Zamanīn, maestro de varios
murābitūn y autor (MARÍN, 1991, págs. 439-470; MARÍN, 1992, págs.
83-96), recordemos, de un tratado sobre el combatiente de la
guerra santa. En esta obra sobre ŷihād, Ibn Abī Zamanīn incluía
también un capítulo, el vigesimocuarto, sobre los méritos
del ribāt. En el exponía que quien realizase esta práctica de
noche (IBN ABĪ ZAMANĪN, 1986-1987, pág. 236), tendría más
beneficios espirituales que mil veladas de ayuno: es decir, se
entendía como una vía de ascesis. Las virtudes de ser murābit
aparecen también en los clásicos tratados malikíes que
circulaban en al-Andalus. En la Risāla de al-Qayrawānī, por
ejemplo, se estipula que servir en un ribāt es un acto de gran
mérito religioso, mayor aún dependiendo del peligro al que
estén expuestos los que lo practican y al grado de precaución
que debían adoptar ante el enemigo (AL-QAYRAWĀNĪ, 1993,
págs. 287 y ss): cuanta más posibilidad de lucha contra el
infiel, más perfección espiritual. Asimismo, hubo también
numerosos hombres de religión, muchos de ellos de aquellos
que hemos caracterizado como ulemas-guerreros, que
hicieron ribāt. Hay casos, como el del ya comentado tudelano
Ibn Abī al-Jasīb, en el que se menciona que era un guerrero
(muhārib) y que era de la gente de la gazw y del ribāt43
es decir, combinaba esta práctica con las expediciones
contra el infiel. De otros, como Ibn Hammād (m. 965), se

43 “...kāna min ahl al-gazw wa-l-ribāt jaraŷa...min tugūr Banī Qasī”. AL- JUŠANĪ, 1992,
no 262. IBN AL-FARADĪ, 1989, no 1500.

299
La Orden de Calatrava en la Edad Media

nos dice que hicieron ribāt de forma recurrente y continuada


en las fronteras.44 De Ibn Mahs al-Gasānī, por ejemplo, se
especifica que hacía, en Tudela y hasta su muerte, ŷihād y
ribāt, asimilando así ambos términos (IBN AL-FARADĪ, 1989, no
531). Asimismo, murió en la batalla de al- Māša, Albesa, cerca
de madīnat Balgà (Balaguer), en el año 1003. Significativo es el
ejemplo de Hišām b. Muhammad b. Sulaymān al- Qaysī, murābit
en Alamín además de asceta, y caracterizado, asimismo, por
sus constantes ayunos. Nos cuenta Ibn Baškuwāl que, el día
de la fiesta de ‘Īd al-Fitr, un momento de especial pureza para
el creyente, rompía el ayuno de ramadán junto a “la gente
de la fortificación” (ahl al- hisn) y los que hacían ribāt (IBN
BAŠKUWĀL, 2014, no 1439). Igualmente interesante es el caso
de Duhaym, quien transmitió en al- Andalus –probablemente
en el último tercio del siglo IX, ya que lo hace a Ibn Waddāh,
el introductor en al-Andalus, como vimos, de al-Fazārī e Ibn
al-Mubārak– hadices de Ādam b. Abī Iyās al-‘Asqalānī en
torno al ribāt, lo que apunta a una popularización, o intento
de divulgación de esta práctica a través del ejemplo y el
conocimiento de los propios murābitūn (IBN AL-FARADĪ, 1989,
no 429). Los distintos ejemplos que hemos mostrado tienen en
común el desarrollo de esta práctica en la frontera. Como es
lógico, las marcas eran el lugar idóneo para la realización del
ribāt, unas regiones donde tendrían lugar acciones bélicas
contra el infiel y donde la defensa del territorio islámico se
hacía necesaria. Allí, además, y siguiendo lo afirmado por
al-Qayrawānī, los murābitūn, debido al peligro al que se
exponían, incrementarían sus beneficios espirituales.

44 “Kāna katīr al-ribāt fī l-tugūr mutakarriran ‘alay-hi”. IBN AL-FARADĪ, 1989, no 388.

300
La guerra contra los enemigos de Dios era, por tanto, una
forma de ascesis en el mundo islámico. Los diferentes ulemas-
guerreros, tanto del Oriente como del Occidente islámico, que
hemos analizado a través de sus escritos y acciones, estaban
imbuidos de la misma espiritualidad militar que caracterizó a
las órdenes militares: la guerra santa, la lucha contra el infiel,
se establecía como una vía ascética de perfección espiritual,
de una actividad profundamente meritoria y salvífica. Pero, a
pesar de este paralelismo surgido de unas raíces comunes
en la concepción del hecho bélico y ascético, existe una
diferencia fundamental que muestra también el diferente
desarrollo de cada una de las tradiciones: a diferencia de los
freires de las órdenes militares, esos musulmanes, muchos
de ellos hombres de religión, que voluntariamente realizaron
ŷihād y ribāt como parte de su perfeccionamiento espiritual,
no consagraron su vida a ello a través de votos ni formaron
parte de ningún organismo. Es decir, no se llegó a producir
una institucionalización de la espiritualidad militar de la que
participaban. Sus actividades de guerra santa no dejaban
de ser temporales y sujetas a la voluntad de continuidad de
quienes las practicaban.
Por tanto, cabe ahora que nos preguntemos si existió en
algún fenómeno medieval islámico esa institucionalización
de la espiritualidad militar que nos acercaría, aún más, a las
órdenes militares. A ello dedicaremos el siguiente apartado.

301
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Comparaciones

Además del ribāt, otra institución islámica que también se


ha comparado tanto a las órdenes de caballería del Occidente
cristiano medieval, como a las órdenes militares, ha sido la
futuwwa (SALINGER, 1950, págs. 481-493; BALDICK, 1990, págs. 345-
361; ZAKERI, 1995, 1996, págs. 29-50; TOR, 2007). El vienés Joseph von
Hammer-Purgstall fue el primero, a mediados del siglo XIX, en
definir el término futuwwa como “caballería árabe”, anunciando
que había encontrado, en este cuerpo que combinaba virtudes
morales y maneras nobles, la fuente, el origen, de la caballería
europea (HAMMER-PURGSTALL, 1849, págs. 4-14). Algo similar,
aunque en una dirección de relación opuesta, defendió Ronald
Broadhurst, traductor del Kitāb as-Sulūk de al-Maqrīzī, al postular
que el califa al-Nāsir, dentro de su plan para restaurar el poder
del califato, reorganizó la futuwwa siguiendo el modelo de las
órdenes de caballería cristianas (BROADHURST, 1980, págs.
154 y 327). Veamos, pues, qué es esta institución y si se puede
comparar con las órdenes militares.
El término futuwwa deriva de la palabra fatà (pl. fityān),
que significa juventud u hombre joven. El vocablo se ha
asociado a diversas formas de organización religiosa, social y
económica como hermandades de “caballería espiritual” sufí,
órdenes de derviches, gremios de artesanos, milicias urbanas, o
voluntarios de la fe. Más allá de sus diferentes manifestaciones,
ser un miembro de una futuwwa implicaba aspirar a un ideal de
nobleza, generosidad y hospitalidad. En este sentido, y siguiendo
el prototipo espiritual de la futuwwa, el fatà era aquel que
destruía un ídolo, entendido este como el ego de cada hombre
(CAHEN, 1991, págs. 961-965; SAPARMIN, 2016, págs. 27-34).45

302
Algunas interpretaciones sitúan el origen de la tradición
de la futuwwa en Persia, donde se ubicaría también el inicio
mítico de la caballería. Abū al-Faraŷ al-Isfahānī (m. 967),
historiador del siglo X, recopiló en su Kitāb al-Agānī diferentes
poemas árabes entre los que había algunos del persa
Ismā´īl b. Yasār (m. 750). Uno de ellos decía: “Los caballeros
son llamados fawāris solo porque son persas (furs)”. Y es
que en árabe, la raíz de donde deriva la palabra caballería
(furūsiyya) o caballeros (fāris) es la misma que la del término
Persia (Furs) (CAHEN, 1991, págs. 961-965; SAPARMIN, 2016, págs.
27-34). Es posible que estas relaciones entre conceptos
tuviesen un poso histórico que se vincularía con la futuwwa:
el de la unidad persa militar de los ‘ayyārān (ZAKERI, 1995,
págs. 57 y ss.). Miembros de una élite de soldados sasánidas
que se habían convertido al Islam, algunos historiadores
llegan a afirmar que estarían imbuidos de una actitud
caballeresca y de hermanamiento. Y esta organización
militar persa sería la base fundacional de los principios de
la futuwwa, que posteriormente iría evolucionando gracias
a la apropiación de elementos de la espiritualidad sufí.
Emergerían así claramente, a partir del siglo X, como milicias
urbanas, muchas veces competidoras con los poderes
locales (IRWIN, 2004, págs. 161-170), con ciertos rasgos de
hermandad y religiosidad sufí, conocidos sobre todo a través
del tratado sobre futuwwa de ‘Abd al- Rahmān Ibn al-Husayn
al-Sulamī (m. 1021) (AL-SULAMĪ, 2012), que subrayarían una
tendencia ascética y de lucha contra uno mismo (TOR, 2007).

45 El modelo ideal por su imagen de guerrero valiente, igualitario y respetuoso era


‘Alī, a partir de quien muchas organizaciones de futuwwa construirán sus linajes míticos.
LOEWEN, 2003, págs. 543-570.

303
La Orden de Calatrava en la Edad Media

La futuwwa era, por tanto, un fenómeno


fundamentalmente urbano que floreció sobre todo en
Bagdad. Allí, el califa abbasí al-Nāsir (m. 1225) intentó unificar
a los distintos grupos existentes y utilizar esta organización
dentro de su política de recuperación del poder efectivo
califal (CAHEN, 1991, págs. 961-965; SAPARMIN, 2016, págs. 27-
34). Reformó una futuwwa unitaria y agregó un armazón
ritual que la conectó aún más con cofradías sufíes como
la de Šahāb al-Dīn ‘Umar al- Suhrawardī (m. 1234), quien
fue nombrado por el califa šayj al-islām (HUDA, 2003, págs.
13-39; OHLANDER, 2008). El soberano abbasí intentó que los
círculos religiosos, militares y administrativos se unieran a
ella, convirtiéndola así en un instrumento de reforma social
y control. Se estableció un periodo de prueba así como una
ceremonia de entrada a la hermandad. El nuevo miembro
era introducido por un padrino, y entre ellos se establecía
un vínculo que implicaba un inflexible servicio del miembro
entrante, entendido como un hijo (ibn) u hombre inferior
(sagīr), hacia quien le había avalado, visto como un padre
(abū) u superior (kabīr). El “gran maestre” de la institución era
el califa, y esta dividía en subgrupos que a su vez consistían
en varias “casas”, bayt (pl. buyūt) (CAHEN, 1991, págs. 961-
965), término con el que, recordemos, se referían las fuentes
árabes a las diferentes sedes de las órdenes militares. Es
decir, es posible que las entendiesen como organizaciones
similares.
Sin embargo, la conquista mongola del Oriente
islámico frenó esta reforma y la futuwwa se fue
identificando cada vez más con gremios artesanales
urbanos con tendencias sufíes (ARNAKIS, 1953, págs. 232-

304
247; AŠČERIĆ TODD, 2007, págs. 159-173). Por tanto, y aunque una de
las manifestaciones de la futuwwa supuso la institucionalización
de una milicia con un sesgo religioso, principalmente sufí, este
fenómeno no es comparable a las órdenes militares ya que adolece
de la característica fundamental de estas: la espiritualidad militar.
Para estas hermandades, la guerra contra el infiel no era una vía
de perfeccionamiento espiritual, o al menos no la ejercían como
tal. No obstante, en algún periodo determinado sí surgió alguna
cofradía de futuwwa que hacía del enfrentamiento contra los
enemigos de Dios su camino y que, en este sentido, podría haber
sido asimilable a las órdenes militares occidentales. Al menos
desde el siglo X, existió en el Oriente islámico una hermandad
llamada al-Nabawiyya que parecía centrada en la lucha contra
el infiel y la herejía, particularmente activa en la región de Alepo
en el siglo XII, es decir, en época cruzada. De todos modos, parece
una excepción y no se conoce mucho acerca de ella (CAHEN, 1991,
págs. 961-965; EDDÉ, 1999, págs. 436-437).

Conclusiones

A pesar de la importancia que tuvieron las órdenes militares


en todo el proceso de conquista cristiana de al-Andalus, las
referencias que de estas instituciones aparecen en las fuentes
andalusíes y norteafricanas son muy escasas, sobre todo si las
comparamos con el volumen de menciones que hay sobre las
mismas en las fuentes árabes orientales. No obstante, podemos
constatar que entre las fuentes de ambos contextos geográficos
se comparte terminología: ruhbān, ifrayr, etc, lo que indica una
concepciónsimilarasícomounasmismatransmisión,bienseaoralo

305
La Orden de Calatrava en la Edad Media

escrita. Asimismo, y debido a las diversas órdenes militares que


operaron en ambos territorios y a la importancia que cada una
de ellas tuvo en cada lugar, encontramos también términos
exclusivos para cada orden militar. En Oriente aparece la
palabra isbitāriyya para designar a los hospitalarios, y dāwiyya
para los templarios, mientras que en al-Andalus y el Magreb se
utiliza la expresión ‘ibād sāntāmariyya para los calatravos.
Por otro lado, hemos visto como se describía, en ambos
confines del Mediterráneo, con un cierto sentido elogioso
debido a su religiosidad. Como hemos visto, Ibn Abī Zar‘
expone que frente a la extinción del ardor guerrero de los
almohades, los cristianos, entre ellos los siervos de Santa
María, llegaban “llenos de fuego para combatir”. Es decir,
las órdenes militares eran percibidas por los musulmanes,
tanto en Occidente como en Oriente, y especialmente en el
periodo a caballo entre los siglos XII y XIII, como instituciones
imbuidas por una especial religiosidad y espiritualidad
militar, así como de un cierto ascetismo, que les llevaba a
ser unidades especialmente peligrosas en la guerra. Por
tanto, eran entendidas, en cierto modo, de “forma correcta”:
la característica principal de los freires era su espiritualidad
militar, su concepción de la guerra santa como vía de
perfeccionamiento espiritual. La visión de amenaza pero
también de elogio hacia esta institución puede venir del
hecho de que no era una noción ajena al islam, sino que este
la llevaba potenciando desde el principio. Y en momentos
de especial enfrentamiento discursivo, una eficaz técnica de
propaganda era alabar en tu contrincante un elemento del
que carecían las filas propias y que se consideraba preciso
y necesario.

306
Asimismo, hemos visto en el caso de los ulemas-guerreros
cómo se combinaba la realización de la guerra santa con
prácticas ascéticas, y cómo esta primera era considerada en
sí misma una vía de ascesis y de perfeccionamiento espiritual.
Es decir, en ellos estaba muy presente la misma espiritualidad
militar que se observa en las órdenes militares. Y el ribāt es una
buena síntesis de ello. Pero, a pesar de los puntos en común
y paralelismos, la falta de consagración, institucionalización
y creación de un armazón orgánico, hace que ambos
fenómenos no puedan ser comparables. Igualmente, y
aunque el caso de la futuwwa supuso la institucionalización
de una milicia con un sesgo religioso, principalmente sufí,
este fenómeno no es asimilable a las órdenes militares ya
que adolece de la característica fundamental de estas: la
espiritualidad militar. Por tanto, en el islam medieval, allí donde
la espiritualidad militar fue la característica fundamental, no
hubo institucionalización; y, por el contrario, allí donde sí se
llegó a la constitución de organismos estables, incluso con
rituales de entrada comparables a la consagración, se careció
de espiritualidad militar como rasgo distintivo.

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322
LAS FORTIFICACIONES DE LA ORDEN DE CALATRAVA Y LA
FRONTERA: CALATRAVA LA VIEJA
Miguel Ángel Hervás Herrera
Baraka Arqueólogos, S.L.

RESUMEN
La antigua ciudad islámica de Qalat Rabah (hoy Calatrava
la Vieja), fundada por la dinastía omeya en el siglo VIII junto a
la margen izquierda del río Guadiana, pasó por primera vez
a poder del reino de Castilla en 1147, y se convirtió en 1158 en
la sede fundacional de la Orden de Calatrava. Recuperada
para el Islam por los almohades a raíz de la batalla de
Alarcos (1195), volvería de nuevo al dominio castellano
pocos días antes de la batalla de las Navas de Tolosa
(1212). El establecimiento de la orden militar de Calatrava
tuvo importantes consecuencias para la historia posterior
del reino de Castilla, y su presencia en la capital islámica
del Alto Guadiana produjo algunas modificaciones en las
defensas de la ciudad y en sus accesos y recorridos, en
lo que constituye una mera adaptación de la fortificación
islámica precendente. Más destacables fueron las
transformaciones operadas en la configuración del antiguo
alcázar andalusí, en cuyo interior se construyó el primer
convento de la Orden.

ABSTRACT
The ancient Islamic city of Qalat Rabah (now Calatrava la
Vieja), founded by the Umayyad dynasty in the 8th century
along the left bank of the River Guadiana, first came under
the rule of the kingdom of Castilla in 1147, and became the
founding seat of the Order of Calatrava in 1158. Recovered
for Islam by the Almohads following the battle of Alarcos
(1195), it would return to Castilian rule a few days before the
battle of Navas de Tolosa (1212). The establishment of the
military order of Calatrava had important consequences
for the later history of the kingdom of Castilla, and its

323
La Orden de Calatrava en la Edad Media

presence in the Islamic capital of the Alto Guadiana


produced some modifications in the defences of the
city and in its accesses and routes, in what constitutes a
mere adaptation of the precending Islamic fortification.
More noteworthy were the transformations carried out in
the configuration of the old Andalusian alcázar, in whose
interior the first convent of the Order was built.

1. Introducción

Calatrava la Vieja (Carrión de Calatrava, Ciudad Real)


es en la actualidad un destacado conjunto arqueológico
medieval perteneciente al término municipal de Carrión de
Calatrava, en la provincia de Ciudad Real, localizado dentro de
la región natural del Alto Guadiana, en el sector central de la
Submeseta Sur.
El enclave de Calatrava la Vieja desempeñó un papel
protagonista en el poblamiento de la región del Alto Guadiana
durante siglos, lo que en buena medida se debió a su situación
estratégica junto a uno de los principales vados de este tramo
del río, y a su consiguiente vinculación a la red viaria que articuló
la explotación económica, la estructura administrativa y la
defensa militar del territorio a lo largo de su historia. Habitado
al menos desde la Edad del Bronce, albergó sucesivamente
un oppidum o ciudad amurallada en época ibérica, un
pequeño asentamiento romano de vocación agropecuaria
con continuidad durante el periodo visigodo, la capital
islámica de la zona durante casi cinco siglos, una fortaleza
templaria, y el convento fundacional de la orden militar de
Calatrava, la primera autóctona de la Península Ibérica. En las
páginas que siguen describiremos el contexto geográfico y su

324
influencia en el valor estratégico del emplazamiento, la
estructura defensiva heredada de época islámica, y las
transformaciones llevadas a cabo en el recinto por la orden
militar de Calatrava.

2. El contexto geográfico

El yacimiento arqueológico de Calatrava la Vieja se


encuentra en el término municipal de Carrión de Calatrava
(Ciudad Real), unos 15 km al noreste de la capital provincial. Se
halla en pleno valle del Guadiana, en una zona en la que el río se
interpone entre la comarca natural del Campo de Calatrava, al
sur, y las estribaciones de los Montes de Toledo, al norte.

Figura 1. Ubicación de Calatrava la Vieja (elaboración propia)

325
La Orden de Calatrava en la Edad Media

En esta zona, el Guadiana discurre con muy poca


pendiente debido a la casi absoluta planicie del entorno, lo
que ha dado lugar a la formación de un valle de erosión fluvial
sin encajonamiento de la red, jalonado por amplias superficies
inundables estacionalmente. Por otra parte, la cobertera
pliocena, en buena medida calcárea, facilita la infiltración de
las aguas superficiales, que son retenidas a cierta profundidad
por una sucesión continua de sustratos arcillosos, y se
acumulan en el subsuelo para formar una de las principales
unidades hidrogeológicas de la Península: el denominado
Sistema Acuífero 23, de edad cuaternaria. Este enorme
depósito natural de agua subterránea ha sido aprovechado
históricamente mediante la construcción de pozos y norias de
sangre para el abastecimiento de personas y ganado, y para
el riego de diferentes cultivos.
A lo largo de la historia, este sector de la cuenca del
Alto Guadiana ha constituido un punto fundamental para las
comunicaciones de la Submeseta Sur. Debido a ello, el arco
que forma el río entre la desembocadura del río Cigüela y el
puente de Alarcos conoció diversos asentamientos para el
control de los pasos tradicionales entre el norte y el sur, y entre
las tierras del Atlántico y el Mediterráneo. Así, en el entorno
próximo de Calatrava la Vieja se constata, al menos desde
el Paleolítico Medio, un poblamiento continuado relacionado
con el río Guadiana, con los humedales de La Mancha y con
los pasos naturales de los Montes de Toledo1.

1 En torno al paso natural del río Guadiana defendido desde Calatrava la Vieja, la
Carta Arqueológica del término municipal de Carrión de Calatrava identifica más de una
decena de yacimientos arqueológicos, cuyas cronologías abarcan desde el Paleolítico

326
Figura 2. Vista aérea de Calatrava la Vieja, tomada desde el norte, con el río Guadiana
en primer término, y el arroyo Valdecañas al fondo (MAC Fotográfica, 2011).

Calatrava estuvo, desde sus orígenes, estrechamente


vinculada al río, que actuó como condicionante básico de
su desarrollo y fue uno de los elementos que mayor valor
estratégico aportaron al emplazamiento, lo que justifica
en buena medida la ocupación del cerro no sólo en época
islámica, sino también durante la Edad del Hierro. De hecho, el
Guadiana influyó decisivamente en la principal reorganización
de la fortaleza, acontecida a mediados del siglo IX: convertida
en una isla mediante la construcción de un foso artificial, la
emergente capital regional fue dotada entonces de complejos
sistemas hidráulicos de abastecimiento y defensa inspirados
en modelos orientales.

Medio hasta la Edad Moderna. Entre ellos, cabe destacar, por su importancia, la Motilla del
Quintillo, de la Edad del Bronce, y Puente de Ocaña, de época ibérica.

327
La Orden de Calatrava en la Edad Media

El recinto amurallado de Calatrava la Vieja, tanto en


época ibérica como durante el periodo islámico, ocupó una
pequeña elevación amesetada de planta ovoide, de alrededor
de 20m de altura, situada junto a la margen izquierda del río
Guadiana, muy cerca del arroyo Valdecañas. La confluencia de
ambos cauces unos 1400m aguas abajo del cerro dio lugar a la
formación de una península fluvial de alto valor estratégico, y
garantizó el abastecimiento de agua al tiempo que facilitaba
la defensa del lugar.
La escasa altura del cerro, en combinación con la planicie
circundante, proporcionan un amplio dominio visual sobre el
entorno — especialmente hacia el norte, sobre el paso histórico
de los Montes de Toledo—, pero no una protección destacable.
La única defensa natural la aporta el propio río Guadiana, cuyo
cauce, entonces ancho y pantanoso en este punto, protegía
el frente septentrional de la ciudad. En el resto de la plaza, la
accesibilidad del cerro fue paliada mediante la construcción
de sólidas murallas y un foso artificial.
Desde esta posición, además, se dominan visualmente
tanto el paso histórico de los Montes de Toledo, como el
vado del Guadiana por el que discurrió la ruta principal de
Córdoba a Toledo entre los siglos VIII y XIII, y otros puntos de
gran interés estratégico, como la denominada Atalaya de
Ben Cares, que a su vez permitía establecer contacto visual
con la fortaleza de Alarcos.

328
3. El marco histórico

La documentación arqueológica obtenida hasta el


momento revela la existencia de ocupación humana en el
cerro ya desde la Edad del Bronce y durante la Primera Edad
del Hierro. En época ibérica se estableció en este punto un
oppidum o ciudad amurallada de la que se han documentado
diversos tramos de muralla y algunos restos muy dispersos
del urbanismo asociado. También se han recuperado diversos
fragmentos de cerámica romana, así como cerámicas,
epígrafes y relieves de época visigoda, lo que nos permite
suponer la existencia de un poblamiento residual en el cerro
entre los siglos I a.C. y VII d.C., vinculado probablemente a
la explotación agropecuaria de la vega del Guadiana, y
quizá también al tráfico comercial canalizado a través de
una ruta norte- sur que atravesaba el río por este punto.
Ya en época islámica, el emirato cordobés fundó
sobre esta misma posición la fortaleza de Qal´at Rabah
con el fin de controlar el vado del Guadiana en el camino
principal de Córdoba a Toledo. La primera cita documental
de la existencia de Calatrava data del año 785 (IBN AL- ATIR,
ed. 1898, pág. 132). La nueva población quedó situada en un
importante cruce de caminos al abrigo del cual adquirió un
gran desarrollo urbano y un indudable valor geopolítico y
estratégico. Por ella pasaron, hasta mediados del siglo XIII,
tanto la ruta principal entre Córdoba y Toledo como los
caminos de Mérida a Zaragoza y del Atlántico a Levante,
lo que generó en su entorno un intenso tráfico comercial
y la convirtió, al mismo tiempo, en punto clave del sistema
defensivo de la Submeseta Sur, pues cubrió los accesos a

329
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Córdoba frente a los rebeldes muladíes de Toledo primero, y


frente a los reinos cristianos del norte después.
El alto valor estratégico de su emplazamiento explica
el decisivo que tuvo durante la Alta y la Plena Edad Media,
periodo a lo largo del cual fue, sucesivamente, capital
de un extenso distrito andalusí —era la única ciudad
existente en el camino entre Córdoba y Toledo—, fortaleza
templaria, y lugar de fundación de la más antigua orden
militar hispana, que tomó el nombre propio del lugar.
En época omeya desempeñó un papel decisivo a favor
de Córdoba en las diversas rebeliones beréberes y muladíes
que se sucedieron en la Meseta durante los siglos VIII, IX y primer
tercio del X. Su importancia aumentó precisamente a raíz de su
destrucción por los rebeldes toledanos en el año 853, y de su
inmediata reconstrucción por orden del emir Muhammad I. A
partir de esa fecha adquirió las categorías de madina y hisn, y
como capital de una extensa región de frontera, se convirtió en
el principal símbolo del poder cordobés en la zona.
La ciudad quedó entonces amurallada en todo su
perímetro, y rodeada por un profundo foso artificial, lo que la
convirtió en una isla dotada de llamativos ingenios hidráulicos y
sistemas defensivos entonces únicos en su género, concebidos
en parte como manifestación de la supremacía política y
militar del emirato en la región.

330
Figura 3. El recinto amurallado de Calatrava la Vieja, visto desde el este, con el río
Guadiana (abajo a la derecha) y el arroyo Valdecañas (arriba a la izquierda) (MAC
Fotográfica, 2010).

El cinturón amurallado adaptó su trazado al contorno del


cerro, y dio lugar a la formación de un recinto de planta elíptica
irregular jalonado por más de treinta torres de flanqueo, y
dividido en dos zonas bien diferenciadas, separadas entre sí
por una muralla de grandes proporciones: el alcázar, al este, y
la medina, que ocupaba el resto de la superficie. En el interior
del alcázar destacan el aljibe islámico, convertido después en
mazmorra, y la gran sala de audiencias con piscina de época
taifa. Las excavaciones arqueológicas realizadas en el interior
de la medina han permitido, asimismo, exhumar una parte
importante de su entramado urbano.
Alrededor del recinto defensivo se localizaban los
arrabales, que, con una extensión de alrededor de 100
ha, lo rodeaban por todo su perímetro salvo por el norte,
por donde discurre el Guadiana. El entorno inmediato lo
constituía entonces una llanura fértil muy envejecida,

331
La Orden de Calatrava en la Edad Media

salpicada de suaves lomas y apta para el cultivo de cereales,


la caza y la cría de ganado (Dikr..., ed. 1983, págs. 29 y 59). Sin
embargo, el carácter pantanoso del río en este tramo, causante
de enfermedades y malos olores, supuso desde antiguo una
dificultad importante para el poblamiento de la zona; de
hecho, cuando los condicionantes económicos, políticos y
militares dejaron de ser el factor primordial para la ocupación
de la fortaleza, ésta se despobló con rapidez.

Figura 4. Croquis de planta de Calatrava la Vieja (elaboración propia)

Tras la abolición del califato de Córdoba y el convulso


periodo de los reinos de taifa, los almorávides convirtieron
Calatrava en la vanguardia de al-Andalus frente al reino
castellano-leonés entre finales del siglo XI y mediados del siglo
XII.

332
Tomada por Alfonso VII en 1147, pasó a ser la plaza cristiana más
avanzada frente al Islam. Después de fracasar la encomienda
otorgada a los templarios (circa 1150), fue concedida por Sancho
III a la orden del Cister (1158), lo que dio lugar al nacimiento de la
primera orden militar autóctona de la Península Ibérica: la Orden
de Calatrava. De este periodo se conservan los cimientos del
ábside de la inacabada iglesia templaria, y la iglesia y el convento
fundacional de los calatravos, todos ellos en el interior del alcázar.
Calatrava perteneció al reino de Castilla hasta que los
almohades la recuperaron para el Islam a raíz de su victoria en
la batalla de Alarcos (1195), y la convirtieron en la vanguardia
de su imperio frente a los cristianos.
Alfonso VIII la retomó definitivamente el 30 de junio
de 1212, pocos días antes de la batalla de las Navas de
Tolosa. La vieja ciudad del Guadiana, que fue devuelta
inmediatamente a la Orden de Calatrava, inició a partir
de entonces un irreversible proceso de decadencia. La
nueva realidad política de la región dio lugar a la completa
desarticulación de los condicionantes geoestratégicos que
habían asegurado durante siglos la prosperidad del enclave.
Ubicada en un lugar malsano y demasiado lejos de la nueva
línea de frontera, no era ya la sede más adecuada para la
Orden, cuya cabeza se trasladó muy pronto a la fortaleza
de Dueñas (1217), refortificada al efecto y rebautizada como
Calatrava la Nueva. La antigua Calatrava, citada desde
entonces como Calatrava la Vieja, quedó como cabeza de
una encomienda más de la Orden.
Algunas décadas después, la fundación
de Villa Real (Ciudad Real, 1255) supuso un
golpe definitivo: la nueva ciudad regia no sólo le

333
La Orden de Calatrava en la Edad Media

arrebató el escaso protagonismo que aún le quedaba en


la zona, sino que provocó, además, el desvío del camino
principal de Córdoba a Toledo, dejándola fuera de la ruta más
importante de la región. A comienzos del siglo XVI, Calatrava
la Vieja aparece ya completamente abandonada, convertida
en un despoblado arruinado próximo al viejo camino entre
Andalucía y Toledo. Tan sólo permaneció útil la iglesia de los
calatravos en el interior del alcázar, bajo la advocación de
Nuestra Señora la Blanca, que se mantuvo en uso, como ermita
de despoblado, hasta el último cuarto del siglo XVIII.

4. Primera conquista cristiana y dominio templario (1147-1157)2

Calatrava pasó a poder de Alfonso VII a principios del mes


de enero de 1147, ya en pleno declive del poder almorávide, en el
contexto de la amplia contraofensiva que el ejército castellano-
leonés había emprendido contra los almorávides a partir de la
toma de Oreja (1139) (Anales Toledanos I, ed. 1993, pág. 122). De
hecho, la nueva villa castellana del Alto Guadiana sirvió como
punto de partida de la campaña militar que en ese mismo año
culminó con la toma de Almería: el ejército castellano-leonés,
reunido en Toledo a lo largo del mes de mayo, llegó a principios
de junio a Calatrava, donde se le unieron las últimas tropas,
entre ellas, las que aportaba el rey García Ramírez de Navarra
(LADERO, 1998, pág. 424).

2 Para la redacción de este epígrafe y del siguiente, nos hemos basado


principalmente en los numerosos trabajos de Enrique Rodríguez-Picavea Matilla sobre
los orígenes de la Orden de Calatrava, y especialmente en el artículo titulado “Calatrava:
una villa en la frontera castellano-andalusí del siglo XII”, Anuario de Estudios Medievales no
30-2 (2000), págs. 807-845.

334
La posesión de la villa proporcionó al reino de
Castilla y León el control de todo el territorio comprendido
entre los Montes de Toledo y Sierra Morena: la antigua
capital islámica del Alto Guadiana se convertía en la
plaza cristiana más avanzada frente al Islam, y con ella
Alfonso VII se apropiaba también de todo su término,
incluidas las fortalezas de Guadalerzas, Malagón, Alarcos,
Caracuel, Almodóvar, Mestanza, Alcudia y Vioque, entre
otras 3. Tal como ha señalado Enrique Rodríguez-Picavea,
la posesión de Calatrava resultaba fundamental para el
reino castellano- leonés, “...ya que situaba la frontera en
Sierra Morena, protegía los ataques a Toledo y posibilitaba
la organización social de los territorios situados al sur del
Tajo...” (RODRIGUEZ-PICAVEA, 1993, pág. 812). No obstante, en
opinión de Julio González (1960, vol. I, pág. 568), la profunda
crisis que atravesó el poder almorávide en al-Andalus a
partir de la pérdida de Oreja (1139) y Mora (1144) había restado
valor estratégico a la ciudad de Calatrava, que ya no era
tan peligrosa para los cristianos como en años anteriores,
de modo que en su adquisición por parte de Alfonso VII no
pesaron tanto los intereses militares como los puramente
económicos, promovidos por poderosas familias judías y
por la propia catedral de Toledo.
Consciente de ello, Alfonso VII se ocupó de inmediato
de impulsar la actividad económica y potenciar
la organización civil y eclesiástica del lugar. Según
Enrique Rodríguez-Picavea, “...el primer objetivo era que
importantes poderes señoriales del reino se interesasen

3 Sobre la delimitación del término de Calatrava en este momento, véanse AYALA


y otros, 1991; AYALA, 1993 y RODRIGUEZ-PICAVEA, 1993.

335
La Orden de Calatrava en la Edad Media

por Calatrava...” (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2000, pág. 812).


Desde un primer momento quedó organizada como villa
concejil dentro del realengo, con alfoz y fuero propios. Sus
repobladores fueron mayoritariamente castellanos, y en el
reparto de tierras colaboraron tanto el arzobispo de Toledo
como el obispo de Segovia (RODRÍGUEZ- PICAVEA, 2000, págs.
812-813).
Se estableció también una nueva organización civil
y militar en la ciudad. Inicialmente, el gobierno militar de
la plaza recayó en Gutier Ruiz, también alcaide de Toledo.
Entre junio y diciembre de 1147, Alfonso VII concedió un fuero
propio a la villa para impulsar su repoblación, en el cual
se le reconocieron los mismos términos que había tenido
en época islámica, que a grandes rasgos comprendían
el territorio situado entre los Montes de Toledo y Sierra
Morena (RODRÍGUEZ- PICAVEA, 2000, págs. 813-814). En ese
momento, el alcaide de Calatrava era Vitalis de Tolosa.
Posteriormente, la fortaleza fue cedida al conde Armengol
VI de Urgel, quien ostentaba su tenencia en 1148 (GONZÁLEZ,
1975, vol. I, pág. 225). A pesar de disponer de fuero propio,
el concejo de Calatrava no tenía suficiente fuerza debido
a la escasa densidad de población de la ciudad y su
término: la insistente presión musulmana la convertía en
un lugar peligroso, escasamente atractivo todavía para
establecerse en él.
Poco tiempo después, y según relato del cronista
Abraham ben David, Alfonso VII entregó el gobierno de
Calatrava a Judá ben Josef ben Ezra, magnate judío
miembro de una poderosa familia granadina, quien utilizó
la villa para acoger a sus correligionarios que huían de la

336
persecución almohade4. Rodríguez-Picavea duda del carácter
de esta concesión:

“...Tal vez lo que el emperador cedió era una parte de las


rentas reales para constituir allí un centro de acogida de
judíos que huían de la ocupación almohade, pero, debido
al carácter esencialmente apologético de esta fuente y
a que no hemos podido contrastarla documentalmente,
nada podemos afirmar al respecto como seguro...”
(RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2000, pág. 814).

En una fecha indeterminada próxima a 1150, Alfonso VII


cedió la fortaleza a la Orden del Temple, probablemente con
la intención de paliar la debilidad del concejo de la villa —que
debía de carecer de una milicia organizada—, pero sobre todo
para implicar a la poderosa orden militar en la defensa del
reino de Toledo (MARTÍNEZ DÍEZ, 1993, pág. 34). En este sentido,
es preciso recordar el todavía muy elevado valor estratégico
de la plaza, que resultaba clave no sólo para controlar los
accesos a Toledo desde Córdoba, sino también para apoyar
el sostenimiento de Úbeza y Baeza como posiciones cristianas
avanzadas al sur de Sierra Morena, y para canalizar el tráfico
comercial con al-Andalus.
Según la Primera Crónica General (ed. 1977, vol. II, pág. 666), lo
que el rey castellano-leonés cedió a los templarios fue “...la torre de

4 Abraham ben David compuso su obra Sefer ha-Cabbalah (Libro de la Tradición)


en torno al año 1161. DAVID, 1972, pp. 72-73. Citado por TORRES BALBÁS, 1957, págs. 84-85;
GONZÁLEZ, 1975, vol. I, pág. 225; RUIBAL, 1984, pág. 65; y RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2000, págs. 814-815.

337
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Calatrava, que era la mayor fortaleza de allí...”, expresión que


parece hacer referencia en exclusiva al control militar sobre
la fortaleza, probablemente ejercido desde el antiguo alcázar
andalusí, pues el gobierno de la villa debía de hallarse entonces
todavía en manos de Judá ben Josef ben Ezra (RODRÍGUEZ-
PICAVEA, 2000, págs. 814-815).
Tal como han demostrado las excavaciones
arqueológicas, los monjes templarios ocuparon únicamente la
mitad meridional del alcázar, y allí planificaron y comenzaron
la construcción de una iglesia de nueva planta que respondía
con claridad a la tipología propia de los edificios de culto
templarios, con un solo ábside de planta centralizada, poligonal
al exterior y ultrasemicircular al interior, y una única nave de
planta rectangular (HERVÁS Y RETUERCE, 2009, págs. 88-92; 2014,
págs. 248-250).

Figura 5. Restos del ábside templario de Calatrava la Vieja, en el interior del alcázar
(Archivo del Parque Arqueológico)

338
Una vez asegurada la posición de Calatrava con la
participación de la orden del Temple, Alfonso VII emprendió
diversas campañas militares encaminadas a fortalecer el
control del territorio circundante con el fin último de reactivar
la repoblación de las tierras del Alto Guadiana. Así, en el
verano de 1155 tomó Andújar, Santa Eufemia y Pedroche, al
sur de Almadén, lo que reforzaba la capacidad de defensa de
Calatrava por el suroeste (REILLY, 1992, pág. 234). También se
hizo con Montoro y Almodóvar del Río, con lo que se cerraba
una de las posibles vías de penetración islámica desde el
sur. En junio de 1156, además, entregó a Armildo Meléndez
la fortaleza de Ciruela, situada entre Caracuel y Calatrava,
en una posición mucho más avanzada que esta última
(GONZÁLEZ, 1975, vol. I, pág. 225).
Sin embargo, las perspectivas del reino castellano-
leonés frente al Islam experimentaron un cambio muy
significativo tan sólo un año después: en el verano de
1157, los almohades cercaron Almería, y el 21 de agosto de
ese año, el emperador Alfonso VII moría junto al arroyo
Fresneda, cerca del puerto del Muradal, de regreso de
una expedición de socorro culminada con un ataque
fallido sobre Granada. Pocos días después, la ofensiva
musulmana se saldó con la toma de Úbeza y Baeza, y con
la capitulación de la sitiada Almería (Anales Toledanos I,
ed. 1993, págs. 132-133).
Desde algunos años antes, la presencia almohade en
al-Andalus era percibida en la frontera del reino castellano-
leonés como una oleada incontenible que progresaba
a gran velocidad: Córdoba había caído en poder de la
nueva dinastía norteafricana en 1148, Málaga en 1153,

339
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Granada en 1154... Además, la muerte del emperador dio lugar


a la división del reino entre sus hijos Fernando (II de León)
y Sancho (III de Castilla) por disposición testamentaria del
propio Alfonso VII, lo que debilitó la posición del bando cristiano
y limitó seriamente su capacidad de respuesta. La amenaza
de una ofensiva almohade generalizada provocó, por último,
el abandono de Calatrava por parte de los templarios a finales
de 1157, de modo que el reino de Toledo quedaba en abierta
indefensión (XIMÉNEZ, ed. 1989, pág. 281; RADES, 1572, folio 4ro). En
palabras de Julio González (1975, vol. I, pág. 227):

“...El peligro se sentía al vivo en Calatrava, por donde


iban pasando los que se replegaban ante el avance
almohade, así como muchos de los mozárabes y judíos
expulsados a compás de éste. En Toledo también se
sintió la angustia de un derrumbamiento, por el peligro
de perder Calatrava, que los templarios, encargados
de su defensa, se disponían a abandonar; era de
temer que esto arrastraría la pérdida de otros castillos
cristianos en la cuenca del Guadiana y que de nuevo
los musulmanes pondrían sus bases junto a los montes
de Toledo...

5. Establecimiento de la Orden de Calatrava (1158-1195)

A la muerte de Alfonso VII, en agosto de 1157, el reino de Castilla


pasó a manos de su hijo Sancho III, y poco después, los templarios
decidieron abandonar la defensa de Calatrava (XIMÉNEZ, ed.
1989, pág. 281; RADES, 1572, folio 4ro). En opinión de Rodríguez-

340
Picavea, este abandono pudo ser resultado de un acuerdo
entre la orden del Temple y el nuevo rey castellano:

“...En este pacto pudo influir que los templarios no


cumplieran con las expectativas puestas en ellos, las
dificultades financieras por las que atravesaba la orden
y un posible plan de Sancho III para situar en Calatrava
una institución no tan mediatizada por poderes externos
y mucho más comprometida con el nuevo proyecto
territorial del reino castellano. En cambio, no parece que
jugara un papel decisivo la supuesta amenaza almohade,
que finalmente no se materializó...” (RODRÍGUEZ-PICAVEA,
2008, pág. 63).

El abandono de Calatrava por parte de los templarios


desencadenó un ciclo de acontecimientos protagonizado
inicialmente por el abad Raimundo, del monasterio
cisterciense de Fitero, por el monje Diego Velázquez y por el
propio Sancho III de Castilla, que trajo como consecuencia
el nacimiento de la orden militar de Calatrava, la primera
autóctona de la Península Ibérica5. La ciudad del Alto
Guadiana era por entonces la pieza clave de la vanguardia
castellana frente al Islam, y la nueva orden adoptó el nombre
propio de la plaza.
5 La secuencia completa de estos hechos se conoce gracias al relato de
Rodrigo Ximénez de Rada en su De Rebus Hispaniae, que fue reproducido por todos los
cronistas posteriores. Véase XIMÉNEZ (ed. 1989), págs. 281-282. Diego Velázquez era un
monje castellano de origen noble que había pasado parte de su adolescencia junto al rey
Sancho III, lo que sin duda pudo favorecer el acuerdo que desembocó en la fundación de
la orden militar de Calatrava.

341
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Figura 6. Frente oriental del recinto amurallado (Archivo del Parque Arqueológico)

a) Los acontecimientos

En enero de 1158 se produjo la cesión de Calatrava a la


Orden del Císter y al abad Raimundo, quienes recibieron no sólo
la villa, sino también todos sus términos, montes, tierras, aguas,
prados, pastos, entradas y salidas, “...para que la defiendan de
los paganos enemigos de la cruz de Cristo, y para honra de
Dios y de la religión cristiana...”6.
Acto seguido, Raimundo y Diego Velázquez acudieron
ante el arzobispo de Toledo, Juan, de quien obtuvieron
los medios económicos necesarios para iniciar la nueva
empresa, y la publicación de indulgencias para todos
aquellos que acudiesen a la defensa de Calatrava. El apoyo

6 El privilegio de concesión fue dado en Almazán (Soria) en enero de 1158, y ha sido


publicado, entre otros, por MONTERDE (1978), pp. 444-446. Citado por RODRÍGUEZ-PICAVEA,
2000, pág. 817.

342
explícito del arzobispo toledano aseguró el éxito inicial de la
nueva institución, pues, según relato de Rodrigo Ximénez de
Rada, “...se produjo tal conmoción en la ciudad [de Toledo]
que apenas si se podía encontrar a alguien que o no fuera
[a Calatrava] en persona o no contribuyera con caballos,
armas o dinero...”. Finalmente, el tan temido ataque almohade
no tuvo lugar, y el abad Raimundo aprovechó para marchar
al monasterio de Fitero, ...y al volver a Calatrava trajo con él
rebaños de ovejas y vacas y cantidad de utensilios, de lo que
por entonces poseía Fitero con creces, y también gran cantidad
de combatientes... (XIMÉNEZ, ed. 1989, pág. 282).
A continuación, se constituyó en la villa una cofradía de
carácter religioso y militar cuyo fin primordial era garantizar
la defensa de la plaza. Los miembros de la nueva cofradía
convivieron inicialmente con los monjes cistercienses venidos
de Fitero, unos y otros bajo el mando único del abad Raimundo
hasta que, entre 1159 y 1160, éste decidió trasladar la comunidad
monástica a Ciruelos, dejando en la antigua ciudad islámica
solamente a los freires que integraban la cofradía militar
(RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008, pág. 78).
La donación regia de Calatrava al Císter fue confirmada
en septiembre de 1161 por Alfonso VIII, en torno a las mismas
fechas en que moría el abad Raimundo, en Ciruelos. El 14 de
septiembre de 1164, el capítulo general de la Orden del Císter
aprobó la cofradía militar de Calatrava, le otorgó una regla
específica adaptada al servicio de las armas, y admitió a los
calatravos en la institución como hermanos. Por último, el 25
de septiembre de 1164, el papa Alejandro III confirmó la nueva
Orden con su regla, con lo que ésta quedaba plenamente
institucionalizada (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2008, pág. 78).

343
La Orden de Calatrava en la Edad Media

En torno a los años centrales de la década de 1170


tuvo lugar la creación de la Encomienda de Calatrava,
que se convertía en la más importante de la orden, y en la
segunda dignidad de la institución después del maestrazgo
(AYALA, 1996, págs. 64-65). El primer comendador de quien
se tiene noticia es Martín Pérez de Siones, que en 1170 pasó
a ser el tercero de los maestres. Desde entonces, el hecho
de que el comendador de Calatrava ocupase después
el cargo de maestre se convirtió en práctica habitual
(RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1991, pág. 880). En estos tiempos,
tanto el comendador como el maestre residían en la villa
fundacional, conjuntamente con el clavero, tercera dignidad
en importancia dentro de la Orden, y encargado de custodiar
el castillo y el convento de Calatrava (RODRÍGUEZ-PICAVEA,
2000, págs. 820-821).
Pese a la creciente amenaza almohade, la vieja ciudad
del Guadiana seguía conservando una posición privilegiada
en el cruce de numerosas vías de comunicación por las que
circulaban no sólo ejércitos, sino también mercancías y
ganados. Con el objetivo de consolidar el crecimiento de la
recién fundada institución, la monarquía castellana decidió
reforzar el interés económico del lugar: en mayo de 1169, Alfonso
VIII concedía a la fortaleza de Calatrava el derecho a percibir el
portazgo de todas las recuas y caravanas de mercaderes que
atravesasen su término procedentes del territorio situado entre
Córdoba y Úbeda, cualquiera que fuese el camino concreto
que utilizasen, según se venía haciendo en la villa desde época
islámica. En 1173, este derecho se amplió a todas las caravanas
procedentes de al-Andalus, salvo a las que viniesen de la
zona del Segura, que debían pagar el portazgo en el castillo

344
de Consuegra, de la orden de San Juan (GONZÁLEZ, 1960, vol. II,
docs. no 116 y 176). Estos y otros privilegios fueron confirmados
por el rey castellano en 1189 y 1193.
Con la fundación de la nueva orden y con el apoyo
prestado por Muhammad Ibn Mardanis —el Rey Lobo— desde
el reino de Murcia, el reino de Castilla pudo resistir durante
algún tiempo el creciente empuje almohade desde el sur,
y mantener muchas de sus posiciones adelantadas en la
cuenca del Guadiana. De hecho, en los años siguientes al
establecimiento de los cistercienses en Calatrava, las fuentes
no proporcionan referencia alguna acerca de posibles
ataques contra la villa, que no se produjeron probablemente
por el respeto que inspiraba la nueva guarnición a los
almohades (TORRES BALBÁS, 1957, pág. 88).
A partir de 1171, y gracias precisamente a su dominio
sobre Calatrava, el reino de Castilla pudo iniciar la que Julio
González (1976, pág. 7) denominó repoblación adelantada,
proceso caracterizado por una intensa labor repobladora
y de fortificación en toda la región. Debió de ser a partir de
entonces cuando comenzó a establecerse el sistema de
encomiendas en la circunscripción nuclear de la Orden: en
torno a esas fechas se crearon, entre otras, las encomiendas
de Guadalerza, Malagón, Benavente y Caracuel, todas ellas
constituidas sobre la base de fortificaciones preexistentes, y
situadas sobre el camino de Córdoba a Toledo, lo que viene
a demostrar una vez más la importancia de esta vía para el
desarrollo del poblamiento y de la actividad económica de la
comarca, y sugiere la existencia de un crecimiento demográfico
y productivo entonces tal vez modesto, pero esencial para
la articulación del territorio (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1991).

345
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Tras el establecimiento de la Orden, el número de


habitantes de la villa debió de continuar siendo escaso, sobre
todo durante la década de 1160, en la que el todavía incipiente
proceso de repoblación de la frontera castellana se vio
entorpecido no sólo por la ya conocida amenaza del ejército
almohade, sino también por la guerra civil desatada entre los
Lara y los Castro, que se disputaron el control del reino durante
la minoría de Alfonso VIII. Según Enrique Rodríguez-Picavea,
la población de Calatrava debió de aumentar tímidamente
a lo largo de la década de 1170, y entre 1180 y 1195 alcanzó
su momento de mayor densidad bajo dominio político
cristiano. Esto es, al menos, lo que se deduce del análisis de la
documentación conservada, que revela un incremento de la
actividad económica en la villa y su territorio, y la existencia de
una amplia variedad de actividades productivas (RODRÍGUEZ-
PICAVEA, 2000, págs. 823 y 832-837).

b) Las reformas realizadas en Calatrava entre 1158 y 1195

La fundación de la orden militar de Calatrava tuvo


importantes consecuencias para la historia posterior del
reino de Castilla, y su establecimiento produjo significativos
cambios en la ciudad del Alto Guadiana, algunos de los
cuales dejaron importantes restos materiales que han
podido ser identificados y documentados en el transcurso
de las excavaciones arqueológicas que se realizan en el
lugar desde 1984.
Los cambios operados sobre la antigua
ciudad islámica afectaron tanto a las defensas y los
accesos de la fortaleza como a la configuración del

346
alcázar, en cuyo interior se construyó el primer convento de
la Orden. Lo mismo sucedió en la antigua medina islámica, en
donde se reocuparon y transformaron viviendas preexistentes
y se construyeron otras de nueva planta, y en el entorno de
la coracha de abastecimiento hidráulico del alcázar, sobre
cuyas ruinas se estableció un nuevo arrabal constituido por
dependencias domésticas (HERVÁS y RETUERCE, 2009).

- Reformas en las defensas.


Durante las primeras décadas de dominio cristiano en
Calatrava, la fortaleza mantuvo prácticamente inalterada su
estructura defensiva previa. No obstante, según la Chronica
de Rades, en el año 1191, y ante la amenaza de una inminente
contraofensiva almohade al no haber sido prorrogadas las
treguas acordadas el año anterior, el maestre calatravo Don
Nuño Pérez de Quiñones,

“...hizo reparar y fortalecer las torres y cercas de


Calatrava la Vieja; y para esto mandó que cada
vezino del Campo de Calatrava enviasse un peón; y
en breve espacio de tiempo hizieron un terrepleno
por la parte que parescía más flaca en la cerca: mas
todo aprovechó muy poco, según que luego veremos...”
(RADES, 1572, folio 20ro).

Se han documentado diversas reparaciones


de cronología similar en el lienzo norte del alcázar, y
modificaciones significativas en las líneas de antemuros, en
las lizas y en algunas torres del frente meridional, pero en el
estado actual de la investigación no es posible determinar si se

347
La Orden de Calatrava en la Edad Media

corresponden con las obras de reparación previas al ataque


almohade, o si fueron llevadas a cabo por los propios
almohades durante los diecisiete años en que dominaron la
plaza, entre 1195 y 1212.

Figura 7. Frente meridional del recinto, con la secuencia de antemuros y el forro de


mampostería de la escarpa del foso (Archivo del Parque Arqueológico)

El frente meridional del recinto, en efecto, fue reforzado


mediante el añadido de nuevas líneas de defensa antepuestas
a la liza superior, de época islámica. Los nuevos antemuros son
de trazado básicamente rectilíneo, si bien en algunos sectores
presentan suaves quiebros, con tramos alternativamente
convergentes o divergentes con respecto a la muralla principal
para aumentar su capacidad de cobertura. De ellos se ha
conservado tan sólo el basamento de mampostería caliza, y
algunos tramos muy arrasados de su alzado original de tapial
acerado o calicostrado.

348
Por delante de las lizas de nueva creación, y a una
cota sensiblemente inferior, se localiza la escarpa del
foso, que en su estado actual se presenta protegida por
un revestimiento continuo de mampostería fuertemente
ataludado, de notable complejidad constructiva, que
tiene su origen muy probablemente en época islámica. No
obstante, su coronación constructiva apoya sobre rellenos
que a su vez ocultan parcialmente las caras vistas de los
antemuros más modernos, por lo que podemos suponer que
el forro en cuestión fue objeto de importantes reparaciones
durante los últimos momentos de refortificación del frente
meridional de la muralla, tal vez hacia finales del siglo XII o
principios del siglo XIII.
Por esas mismas fechas, la única torre albarrana
del frente sur de la muralla de la medina —de origen
islámico— fue transformada en una torre de flanqueo
convencional de planta pentagonal en proa mediante la
construcción de un forro perimetral con basamento de
grandes sillares reutilizados y alzado de tapial acerado,
que duplicó el tamaño de la torre en planta y eliminó
el pasillo trasero que la separaba originalmente del
lienzo contiguo, proporcionándole una enorme solidez
estructural y un indudable protagonismo en el tramo
de muralla al que defiende, al tiempo que la habilitaba
para alojar máquinas de guerra defensivas en su azotea.
En cualquier caso, los responsables de la defensa de la
ciudad se mostraron enormemente preocupados por
asegurar la estabilidad y la capacidad de cobertura
de esta torre que, por otra parte, ocupa una posición
centrada entre el ángulo suroeste del alcázar y la puerta en

349
La Orden de Calatrava en la Edad Media

recodo de la medina, y asegura la conexión visual entre


ambos puntos7.

Figura 8. Torre albarrana del frente sur, convertida en pentagonal en proa a finales del
siglo XII (Archivo del Parque Arqueológico)

-Modificaciones en el interior del alcázar


De la primera fase de dominio calatravo sobre el lugar
(1158- 1195) se han conservado también los restos de la iglesia
de nueva planta edificada en el interior del alcázar, y los
del edificio conventual que la rodeaba, dotado de diversas
dependencias de muy variada factura

7 Por sus dimensiones y por su diseño, la nueva torre pentagonal de la medina de


Calatrava es muy similar a las existentes en el frente oriental de los castillos de Caracuel y
de Alarcos. Ésta última se hallaba en fase de construcción en el momento de producirse la
batalla de Alarcos, el 19 de julio de 1195.

350
distribuidas en torno a un claustro de planta triangular
porticado en dos de sus lados.
La iglesia de los calatravos fue levantada en el sector
meridional del alcázar —en el punto más alto de su interior—,
junto a la muralla sur y sobre los restos del ábside templario
inacabado, que le sirvieron parcialmente de cimentación.
Su construcción debió de comenzar poco tiempo después
de la fundación de la Orden de Calatrava (1158). Se trata de
una iglesia de una sola nave en la que el ábside adquiere
un protagonismo muy destacado, por ser de planta
ultrasemicircular peraltada, tanto al interior como al exterior,
y más alto que la nave8.
Desde el punto de vista constructivo, el alzado del
nuevo templo es muy heterogéneo, lo que, dada la unidad
cronológica de la obra, parece ser consecuencia de una
mera voluntad estética. Así, tanto el ábside como la mayor
parte de la fachada norte presentan, al exterior, el aparejo
más representativo del mudéjar toledano, a base de hiladas
dobles de mampuestos irregulares entre verdugadas simples
de ladrillo, que Juan Manuel Rojas y Ramón Villa (1999, págs.
584-587) fechan para la ciudad de Toledo hacia finales del
siglo XII o principios del siglo XIII. La cubierta, desaparecida,
debió de estar sostenida por un armazón de madera, según
se deduce de la estructura general del alzado del edificio.
Varios mechinales existentes en la parte alta de la fachada
norte ponen de manifiesto la existencia de un pórtico lateral
en este sector, también desaparecido.

8 Puede encontrarse una descripción detallada de la iglesia de los calatravos en


HERVAS y RETUERCE, 2009, págs. 95-100.

351
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Figura 9. Interior del alcázar de Calatrava la Vieja visto desde el noreste, con el
convento fundacional de la orden militar y la iglesia de los calatravos (Archivo del
Parque Arqueológico)

Al interior, el nivel de uso del presbiterio y del altar se


hallaba notablemente más elevado que el suelo de la nave;
y la comunicación entre ambas zonas se producía por medio
de una escalinata hoy desaparecida. Bajo el presbiterio, y
al mismo nivel que la nave, se encuentra la cripta, en cuyas
paredes enlucidas se ha conservado un interesante conjunto
de grafitos votivos del siglo XV, con representaciones detalladas
de barcos, figuras humanas y escenas de caza principalmente.
A los pies de la nave se han conservado las improntas dejadas
por la desaparición de la estructura del coro.
Hacia finales del siglo XIII, la iglesia descrita fue colocada
bajo la advocación de Nuestra Señora de la Blanca (RODRÍGUEZ
JIMÉNEZ, 2000, pág. 19). Tras el traslado de las casas de la

352
Encomienda a El Turrillo, la iglesia de los calatravos continuó
en uso durante algo más de tres siglos y medio, esta vez como
ermita de despoblado, aunque bajo la misma advocación. A lo
largo del siglo XVIII, el culto a la imagen que se custodiaba en
este templo había quedado muy disminuido, de modo que, en
1774, fue trasladada definitivamente a la iglesia de Santiago de
Ciudad Real. Ello dio lugar al abandono de la antigua ermita de
Calatrava la Vieja, que presumiblemente había resultado muy
afectada por el terremoto de Lisboa de 1755 (CORCHADO, 1982,
pág. 194; RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, 2000, pág. 46).
La iglesia descrita formaba parte de un complejo
constructivo más amplio, levantado en sus líneas maestras
durante la segunda mitad del siglo XII o a comienzos del siglo
XIII, que ocupaba por completo la mitad sur del primitivo
alcázar islámico y que, por su estructura general, puede ser
definido como el edificio conventual de la orden de Calatrava.
Este complejo estuvo en constante transformación entre los
siglos XIII y XV, periodo durante el cual conoció varias fases
de ocupación marcadas sucesivamente por la construcción,
compartimentación, desmantelamiento y rehabilitación de
diversos edificios.
La mayor parte de los edificios que lo integraron se
distribuían en torno a un claustro de planta triangular, adosado
a la fachada norte de la iglesia y porticado en dos de sus lados —
sur y oeste—, que articulaba los recorridos al tiempo que servía
de cementerio. En su interior se han documentado hasta tres
fases sucesivas de enterramientos, todas ellas desmanteladas
desde antiguo.
La iglesia ocupaba el ala sur del complejo. En el
ala este, encajada en el espolón oriental del alcázar, se

353
La Orden de Calatrava en la Edad Media

documenta un conjunto arquitectónico notablemente


homogéneo, integrado por siete grandes estancias
abovedadas de diferentes alturas cuya función no es posible
determinar por el momento. Se trata de estancias por lo
general amplias, delimitadas por muros de hasta 1,90 m
de espesor, de mampostería concertada, y cubiertas con
bóvedas de medio cañón construidas con ladrillo. Algunas
de ellas conservan restos de pavimentos enlosados con
piedra caliza. Al conjunto se accedía desde el ala norte del
convento por medio de un largo pasillo que conducía hasta
un distribuidor central a cielo abierto después de haber dado
acceso a las dos habitaciones más occidentales.
El resto del complejo conventual presenta, en cambio,
una estructura y una secuencia evolutiva notablemente
complejas. En un estadio inicial —probablemente durante la
segunda mitad del siglo XII— se acometió la construcción de
grandes edificios, con modificaciones de cierta importancia
en estructuras preexistentes. En el ala oeste se construyó una
gran aula de planta rectangular dividida longitudinalmente
al interior en dos naves por medio de una secuencia de
seis pilares alineados en dirección norte-sur. En el ala norte,
además, se levantó una crujía compartimentada en varias
habitaciones de planta rectangular con grandes hogares de
ladrillo en su interior, en cuyo cuadrante suroccidental quedó
integrado el antiguo aljibe islámico del alcázar, que mantuvo
su función original como depósito de agua probablemente
hasta mediados del siglo XIII (HERVÁS y RETUERCE, 2009, pág.
101-102; 2014, págs. 179-180).

354
-El arrabal de la coracha del alcázar
Hacia finales del siglo XII o comienzos del XIII, el entorno
de la coracha del alcázar fue ocupado, por primera vez,
por un caserío denso y complejo asentado sobre los lodos
aportados durante siglos por el río y sobre los escombros
generados por la destrucción parcial de las estructuras
defensivas adyacentes, ya en claro desuso. En este sector,
configurado desde entonces como un verdadero arrabal, se
han descubierto diversas dependencias domésticas de este
periodo, equipadas con pequeños hogares de ladrillo.

Figura 10. Estructuras del arrabal de la coracha del alcázar (Archivo del Parque
Arqueológico)

6. El intermedio almohade (1195-1212)

A raíz de la victoria del ejército almohade en


la batalla de Alarcos (1195), Calatrava y todo su alfoz
volvieron a poder del Islam, lo que dejó a la orden sumida

355
La Orden de Calatrava en la Edad Media

en una profunda crisis, para cuyo remedio Alfonso VIII le


traspasó en 1196 los bienes de la orden de Trujillo, rama
castellana de la de San Julián de Pereiro (RODRÍGUEZ-PICAVEA,
2008, pág. 80). No obstante, en 1198 los calatravos consiguieron
apoderarse de la fortaleza de Salvatierra, donde establecieron
su sede y su convento principal. La institución fue rebautizada
entonces como Orden de Salvatierra.
Desde esta posición los castellanos pudieron ejercer
un control eficaz sobre el paso del Muradal, y amenazaron
constantemente la comarca del Alto Guadiana. En 1209
destruyeron las murallas de Montoro, Fesira y Pipafont, y se
apropiaron del castillo de Vílches (RADES, 1572, folio 21v-23v),
y en 1211 arrasaron los campos de Baeza, Úbeda y Jaén, y
conquistaron la torre de Guadalerza mediante el uso de
máquinas de guerra (Crónica Latina, ed. 1999, pág. 46).
La reacción del califa almohade no se hizo esperar, y ese
mismo año de 1211 envió un ejército con el objetivo principal
de conquistar la fortaleza de Salvatierra, lo que consiguió tras
más de dos meses de duro asedio en el que se emplearon
cuarenta máquinas de asalto (XIMENEZ, ed. 1989, págs. 304-
305). La pérdida de esta plaza obligó a los calatravos a
trasladar de nuevo su convento, en esta ocasión a la fortaleza
de Zorita de los Canes (Guadalajara).

7. El retorno de la Orden: la Encomienda de Calatrava (1212-1418)

La caída de Salvatierra causó dolor, angustia


y desmoralización en el reino de Castilla (Crónica
Latina, ed. 1999, pág. 48-49), pero la reacción del bando

356
cristiano apenas se hizo esperar. Al igual que había sucedido
durante la primera mitad del siglo con los almorávides, y
pese a sus numerosas victorias en el campo de batalla, el
Imperio almohade fue incapaz de reorganizar el sistema
defensivo de al-Andalus, y su poder en la Península
comenzaba ya a mostrar síntomas de descomposición. En
cambio, el reino de Castilla no sólo había repoblado con éxito
la región de Toledo y configurado un sólido entramado de
fortalezas para su defensa, sino que contaba, además, con
un claro proyecto político, social, económico e ideológico,
todo ello apoyado en una sólida idea de cruzada (RETUERCE,
1995, págs. 85-88).

a) Los acontecimientos

Con ese espíritu planteó Castilla la campaña militar del


verano de 1212, que en efecto fue proclamada como cruzada
por el papa Inocencio III, aunque el apoyo obtenido más allá
de los Pirineos fue más bien escaso. Del ámbito peninsular
Alfonso VIII contó con el apoyo de Pedro II de Aragón y de
algunos caballeros leoneses y portugueses, pero el grueso
del ejército lo conformaron las tropas castellanas, integradas
por los grandes nobles del reino, las milicias concejiles más
destacadas, los maestres de las órdenes militares del Temple,
Santiago y Calatrava, el prior del Hospital, y numerosos
obispos (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2000, págs. 827-828).
El conglomerado de combatientes se fue reuniendo
en Toledo a lo largo de la primavera, y partió camino
de Andalucía el 20 de junio. La campaña terminó un
mes después con el triunfo de los cristianos en Las

357
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Navas de Tolosa (16 de julio) y la posterior toma de Vilches,


Castro Ferral, Baños de la Encina, Tolosa, Úbeda y Baeza (entre
el 19 y el 23 de julio) (GONZÁLEZ, 1960, vol. 1, págs. 995-1015).
Durante su marcha hacia el sur, previamente a la
batalla, el ejército cruzado había conseguido recuperar
casi todo el Campo de Calatrava: el 24 de junio fue tomado
al asalto el castillo de Malagón, el 1 de julio cayó la propia
Calatrava mediante ataque y posterior capitulación. Entre
los días 5 y 6 fueron conquistados también los castillos de
Alarcos, Benavente, Caracuel y Piedrabuena. El día 7 los
cristianos acamparon junto a Salvatierra, aunque sin intentar
su asalto.
Las tropas cristianas alcanzaron Calatrava el 27 de junio
—tres días después de la toma de Malagón— y acamparon
a su alrededor. El asalto de la ciudad no parecía sencillo,
pues ésta se encontraba defendida por setenta caballeros
musulmanes bajo el mando del afamado qa´id andalusí
Ibn Qadis, y contaba con muy sólidas defensas. Además,
los defensores habían sembrado de abrojos los pasos del
Guadiana, con el consiguiente riesgo para la infantería y la
caballería de los cruzados (XIMÉNEZ, ed. 1989, pág. 313; Primera
Crónica General, ed. 1977, vol. II, pág. 695).
Pese a estas dificultades y otras derivadas de la escasez
de provisiones y del sofocante calor, después de tres días de
asedio los asaltantes aragoneses, ultramontanos y calatravos
consiguieron tomar dos torres del frente amurallado contiguo
al río, que era el más débil, y forzaron la rendición de la plaza
mediante pacto (XIMÉNEZ, ed. 1989, págs. 313-314; HUICI, 1916,
págs. 170-176).

358
Arnaldo de Narbona y Rodrigo Ximénez de Rada coinciden
en afirmar que el botín resultante de la toma de Calatrava
se repartió entre los ultramontanos y los aragoneses.
Después de la entrega pactada, en efecto, los cruzados
permanecieron en la ciudad durante al menos tres días,
durante los cuales se debieron de cometer numerosos actos
de pillaje, según parecen demostrar los enormes basureros
repletos de despojos de adscripción almohade hallados por
la intervención arqueológica en el interior de algunas de las
torres del recinto.
Tal como refiere Ximénez de Rada, la villa fue devuelta
de inmediato a la Orden de Calatrava. De hecho, antes de
reemprender la marcha hacia el sur, el maestre Rodrigo
Díaz dejó en ella los freires que consideró necesarios para
su defensa, y mandó llamar a los que se hallaban en Zorita
para con ello reinstaurar el convento fundacional (RADES,
1752, folio 28ro). La fortaleza quedaba con ello bien provista de
defensores, armamento y provisiones.
Durante los meses inmediatamente posteriores a la
recuperación de la villa, los calatravos construyeron en sus
inmediaciones un santuario para honrar a sus compañeros
de armas muertos durante la defensa de la plaza tras la
derrota de Alarcos (RADES, 1752, folio 20vo). Dicho templo se
corresponde con el actual Santuario de Nuestra Señora de
la Encarnación, situado unos 300 m al sureste del recinto
amurallado, y fue edificado sobre los restos de la antigua
mezquita del arrabal oriental, algunos de cuyos restos son
todavía visibles en la fachada norte del citado santuario
(HERVÁS y RETUERCE, 2009, pág. 132; 2014, págs. 262- 264).

359
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Figura 11. El Santuario de nuestra Señora de la Encarnación, antigua Ermita de la Virgen


de los Mártires (Archivo del Parque Arqueológico)

Retornada a poder del reino de Castilla -esta vez


definitivamente-, la vieja ciudad del Guadiana recuperó su
valor como enclave estratégico en las comunicaciones entre
Toledo y Andalucía, y como punto de apoyo fundamental en
las campañas que los castellanos habrían de emprender
contra los musulmanes en los años sucesivos (RODRÍGUEZ-
PICAVEA, 2000, pág. 821). Las treguas firmadas con los
almohades permitieron a la Orden reanudar las tareas de
repoblación y de fomento de la actividad económica en las
tierras recientemente recuperadas. Pero en dicho proceso, el
entonces maestre Martín Fernández de Quintana tomó una
decisión que selló el destino de la casa madre: en 1217 ordenó
trasladar el maestrazgo de la Orden y su convento principal
a la fortaleza de Dueñas, que desde entonces será conocida
como Calatrava la Nueva, mientras que la sede fundacional
pasaba a llamarse Calatrava la Vieja para distinguirla de la
anterior (RADES, 1572, folio 33ro).

360
Enrique Rodríguez-Picavea (2000, pág. 831) ha señalado cuatro
razones que explican esta decisión:
• el emplazamiento de la villa fundacional junto a
una zona pantanosa hacía de ella un lugar insalubre;
• el arzobispo de Toledo conservaba aún
numerosos intereses y privilegios en Calatrava la Vieja,
en perjuicio de la propia Orden;
• la nueva configuración de la frontera convertía
a Calatrava la Nueva en el punto de mayor valor
estratégico, por su posición avanzada próxima a Sierra
Morena;
• tras el triunfo de Las Navas, se planteó la
necesidad urgente de impulsar la repoblación del
extremo meridional de la Meseta, para lo cual era mucho
más eficaz la posición de Calatrava la Nueva.

El traslado del convento principal a Calatrava la Nueva


supuso para la vieja ciudad del Guadiana el inicio de un lento
proceso de decadencia que se vio agravado por la insalubridad
de su entorno inmediato, donde el carácter pantanoso del río
había convertido en endémicos el paludismo y la disentería.
La fundación de Villa Real en 1255, además, desvió varios
kilómetros al oeste el camino principal de Córdoba a Toledo,
arrebatando a Calatrava su papel protagonista en la región y
acelerando su decadencia, especialmente notable durante la
segunda mitad del siglo XIII.
La nueva realidad política de la región, en
suma, dio lugar a la completa desarticulación de los
condicionantes geoestratégicos que habían asegurado
durante siglos la prosperidad de la villa, ahora

361
La Orden de Calatrava en la Edad Media

demasiado alejada de la nueva línea de frontera, y fuera de la


principal ruta de la región.

b) Las reformas realizadas en Calatrava entre 1212 y 1418

Pese a la pérdida del maestrazgo, Calatrava la Vieja se


mantuvo como cabeza de la encomienda homónima, dignidad
necesaria para canalizar la explotación de la villa y su territorio
circundante. El comendador y sus colaboradores continuaron
sin duda establecidos en el antiguo convento fundacional del
interior del alcázar, que experimentó numerosas reformas a lo
largo de los siglos XIII, XIV y XV. Las modificaciones afectaron
también a los accesos al interior del alcázar.
Los trabajos arqueológicos realizados en el yacimiento
durante los últimos años han permitido documentar, además,
la existencia de una extensa puebla de época de la Encomienda
en el interior de la antigua medina islámica, y de un arrabal
construido sobre las ruinas de la coracha de abastecimiento
al alcázar.
En efecto, una de las facetas más interesantes
de la investigación realizada ha sido la identificación y
exhumación —todavía parcial— del denso caserío surgido
a lo largo del siglo XIII en el entorno inmediato del convento,
tanto en el interior de la antigua medina islámica como
en los arrabales extramuros. Estos restos nos transmiten
una imagen razonablemente precisa de los modos de vida
de las gentes que habitaron junto a los freires calatravos,
vinculadas de un modo u otro a la orden, y confirman la
existencia de una ocupación continuada del lugar, más allá
de los límites del alcázar, a lo largo de los siglos XIII, XIV y XV.

362
La cantidad y nitidez de los datos arqueológicos
obtenidos acerca de dicha ocupación contrasta
llamativamente con el silencio de las fuentes escritas al
respecto. No dudamos de que Calatrava la Vieja inició un
proceso de imparable decadencia a raíz del traslado de
la sede principal de la orden a Calatrava la Nueva (1217) y
de la posterior fundación de Villa Real (1255), pero el lento
languidecer de la casa madre ha quedado mejor iluminado
a la luz de los hallazgos arqueológicos que a la de los
documentos escritos.

- Modificación de los accesos al interior del alcázar


A lo largo del siglo XIII se produjeron importantes
modificaciones en los dos únicos accesos al interior del
alcázar, rediseñados en función de las nuevas necesidades
y menos condicionados por factores defensivos, que
no resultaban ya tan apremiantes como en épocas
precedentes.
En el acceso de la zona del río, la torre que albergaba la
puerta en recodo islámica fue demolida, de modo que el vano
principal que franqueaba la muralla quedó a la intemperie.
La reforma se completó por medio de la construcción de
un antemuro de deficiente factura que discurre en paralelo
a la muralla principal, y que dio lugar a la creación de una
nueva liza que elevó notablemente la cota del nivel de uso
previo, situándola a la par del umbral de la puerta principal.
El acceso se completaba con una pronunciada rampa
situada junto a la cara occidental de la primitiva coracha
del alcázar, dispuesta en perpendicular a la muralla, que
permitía salvar la notable diferencia de cota entre la ribera y

363
La Orden de Calatrava en la Edad Media

la puerta principal, y obligaba a describir un recodo previo al


de la propia entrada.

Figura 12. Acceso al interior del alcázar desde la zona del río, configurado en época
islámica y profundamente modificado a comienzos del siglo XIII por la orden de
Calatrava (Archivo del Parque Arqueológico)

La puerta de comunicación con la medina también se


transformó notablemente: perdida ya su función defensiva, el foso
fue quedando progresivamente colmatado por los escombros,
y el complejo sistema de antemuros y lizas que había defendido
desde un principio la base de la muralla occidental del alcázar,
reformado en varias ocasiones, fue demolido y completamente
rediseñado mediante la construcción de un nuevo antemuro
de traza rectilínea, a base de tapial acerado sobre base de

364
mampostería. Al mismo tiempo, se procedió al tapiado
completo del frente exterior del primitivo arco triunfal islámico,
reutilizado desde entonces como torre de homenaje, o tal
vez como simple almacén, con entrada desde el interior del
alcázar a través de la primitiva puerta islámica.
Fue necesario crear entonces un nuevo sistema de
acceso al interior del alcázar, lo que se consiguió mediante
la apertura de un vano de paso en el sector central del lienzo
almorávide situado inmediatamente al sur del arco triunfal,
acompañada por la construcción de una antepuerta en el
extremo meridional del antemuro, con lo que se completaba
una entrada en doble recodo de clara tradición islámica.
El vano de nueva apertura que rasgó el sector
central del lienzo debió de tener despiece de sillería en
sus jambas, razón por la cual fue objeto de expolio tras el
abandono del lugar. Perdió con ello su geometría original,
y llegó hasta la década de 1980 convertido en un simple
boquete en la muralla, de modo que durante la restauración
promovida por el Ministerio de Cultura en 1984 —sin control
arqueológico— fue confundida con una simple destrucción,
y tapiada por completo. Finalmente, y tras un minucioso
estudio arqueológico de la zona, el complejo descrito fue
recuperado por la restauración llevada a cabo en el alcázar
y su entorno durante el año 2007.

-Evolución del edificio conventual


El convento edificado durante la segunda mitad
del siglo XII en el sector meridional del alcázar, en torno
a la iglesia de los calatravos, experimentó continuas
transformaciones durante el periodo en que estuvo

365
La Orden de Calatrava en la Edad Media

ocupado por la Encomienda de Calatrava la Vieja -siglos


XIII-XV-. Los estudios arqueológicos realizados han
permitido documentar, para esta época, varias fases de
ocupación marcadas sucesivamente por la construcción,
compartimentación, desmantelamiento y rehabilitación
de diversos edificios, principalmente en las crujías norte y
oeste del complejo (HERVÁS y RETUERCE, 2002, págs. 311-317).
A grandes rasgos, la dinámica constructiva de dicho sector
responde al siguiente esquema:
• a lo largo del siglo XIII se suceden diversas etapas
de compartimentación de espacios preexistentes, con
o sin cambios en el uso de los mismos, bien respetando
los muros de carga de los edificios originales, bien
construyendo de nuevo sobre las trazas de edificios
previamente demolidos. Así, en el ala oeste se llegaron
a crear hasta catorce espacios diferentes a partir de la
compartimentación del aula original en cuatro etapas
sucesivas; de entre ellos, cabe destacar un patio interior
dotado de una pequeña alberca para recogida de agua de
lluvia. En el extremo nororiental del conjunto se documenta
la existencia de una fragua con dos fases de ocupación
claramente diferenciadas, cuyos residuos colmataron
casi por completo la antigua sala de audiencias islámica
del ángulo noroeste, entonces arruinada;
• en una fase posterior, se dan momentos de
regresión generalizada del espacio habitado mediante
un progresivo abandono de las dependencias existentes
seguido, bien por la demolición intencionada de los
edificios abandonados, bien por una ruina parcial de los
mismos producida de modo natural;

366
• por último, se detectan épocas de reocupación
total o parcial de sectores previamente abandonados,
acompañada de la construcción de nuevos edificios
o de la rehabilitación y reforma de estructuras previas
parcialmente arruinadas.

Entretanto, la mitad septentrional del alcázar permaneció


abandonada, convertida en un erial situado entre el complejo
conventual y la puerta de entrada desde la zona del río. La
mitad oriental del zaguán de entrada desde el río también
fue segregada mediante la construcción de dos pequeños
habitáculos destinados a albergar el cuerpo de guardia de la
puerta, lo que redujo notablemente la anchura de la calle original.
Probablemente hacia mediados del siglo XIII se había
producido ya el desmantelamiento completo de las cubiertas de
los edificios islámicos documentados en ese sector, a raíz de lo cual
comenzó el proceso de destrucción y colmatación de los mismos,
que en poco tiempo quedaron ocultos por sus propios derrumbes
y por los residuos generados por las actividades desarrolladas por
la Encomienda de Calatrava en el interior del alcázar. Con el tiempo,
el sector norte del alcázar quedó convertido en un baldío en el que
llegaron a construirse hasta tres hornos de producción de cerámica.

-El aljibe del alcázar


El antiguo aljibe islámico del interior del alcázar
había quedado integrado parcialmente en el ala norte
del edificio conventual de los calatravos, y dado su
enorme valor estratégico para la defensa del alcázar,
suponemos que mantuvo su función original como depósito
subterráneo de agua hasta, al menos, mediados del siglo XIII.

367
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Figura 13. El aljibe islámico del alcázar, convertido en prisión a finales del siglo XIII
(Archivo del Parque Arqueológico)

Se localiza en el sector centro-oeste del alcázar, frente


a la puerta de comunicación con la medina, en uno de los
puntos más elevados de su entorno, de donde se deduce
que no captaba aguas de superficie. Fue construido en el
interior de una gran fosa practicada al efecto en el sustrato
geológico del cerro, pese a lo cual una parte importante de su
desarrollo era originalmente visible en altura. Por ello, el aljibe
condicionó con su presencia la distribución de las estructuras
levantadas posteriormente en su entorno, desempeñando
incluso funciones de defensa pasiva al obstaculizar
parcialmente, mediante un recodo interior, la circulación a
través de la puerta que comunicaba el alcázar con la medina.

368
Es de planta rectangular, está delimitado por gruesos
muros de mampostería cuarcita, y cubierto con una sólida
bóveda longitudinal de medio cañón construida en ladrillo, en
cuya clave se abre la boca de acceso. Al interior está enlucido
con mortero hidráulico y pintado con almagra, y presenta
unas dimensiones de 7,60 m de longitud, 3,15 m de anchura, y
5,50 m de altura hasta el intradós de la clave de la bóveda, lo
que arroja una capacidad máxima cercana a los 120 m3. Tiene
el fondo plano y las esquinas redondeadas para facilitar las
labores de limpieza.
Su estado de conservación es excelente, hasta el punto
de que aún son reconocibles las marcas de los distintos
niveles que alcanzó el agua en su interior. La altura a la
que se encuentran dichas marcas —cercanas al arranque
de la bóveda— y la notable proximidad entre unas y otras
demuestran que este depósito era abastecido artificialmente,
tal vez por medio de cuadrillas de trabajadores o soldados
que acarreaban el agua desde pozos cercanos, asegurando
con ello un nivel de llenado elevado, constante, y claramente
independiente del régimen pluviométrico de la zona.
A lo largo de la segunda mitad del siglo XIII, el aljibe
descrito debió de ser transformado en mazmorra, según se
deduce del conjunto de grafitos documentados en la mitad
inferior de sus paredes internas. Se trata principalmente de
representaciones figurativas, geométricas y epigráficas,
tanto incisas como al carbón, que ocupan casi por completo
las paredes internas del aljibe hasta una altura máxima de
unos 2,15 m.
La conversión de aljibes en mazmorras es un
fenómeno relativamente frecuente en la Edad Media, dada la

369
La Orden de Calatrava en la Edad Media

idoneidad de las condiciones ofrecidas por este tipo de edificios


para la custodia de prisioneros, y se ha documentado en los
aljibes de otras fortalezas, como las de Valencia del Ventoso,
Azuaga o Medellín (Badajoz), entre otras (MORA, 1994, pág. 32)

-La puebla de la medina y los arrabales


En el sector de la medina más próximo a la muralla
occidental del alcázar se construyeron nuevas viviendas a
lo largo del siglo XIII, y se reocuparon otras adyacentes de
época islámica, que fueron profundamente reformadas por
sus nuevos habitantes. En este sector del yacimiento se han
exhumado hasta el momento siete viviendas completas,
así como dos calles y un adarve, además de numerosos
elementos aislados que forman parte de un barrio situado
junto a la nueva puerta en recodo de comunicación con
el alcázar, probablemente habitado por trabajadores
vinculados a la Encomienda. Cinco de estas viviendas fueron
construidas de nueva planta en este periodo; aunque cuentan
con letrinas y pozos ciegos situados en las calles adyacentes,
la calidad de su construcción es deficiente, y su distribución
interna, determinada por la entrada directa a un patio desde
el exterior, se aparta claramente de los modelos islámicos
precedentes. Al menos tres de ellas fueron levantadas
total o parcialmente sobre los rellenos de escombros que
colmataban el primitivo foso defensivo islámico antepuesto
a la muralla occidental del alcázar.

370
Figura 14. La puebla de la medina, en su sector más próximo al alcázar (Archivo del
Parque Arqueológico)

Se ha documentado una ocupación de esta misma


cronología y similar naturaleza junto a la puerta en recodo de
acceso desde el exterior, en el frente sur del recinto, lo que viene
a demostrar que la puebla establecida por la Encomienda
de Calatrava la Vieja ocupó amplios sectores de la antigua
medina islámica, y que es mucho más extensa de lo que dejan
entrever las fuentes escritas de la época. La trama urbana de
este sector se articula en torno a la calle de acceso desde la
puerta en recodo, cuyo tramo inicial, junto a la puerta, presenta
trazado rectilíneo y asciende progresivamente de cota hacia
el norte, al principio por medio de una rampa escalonada de
tres tramos, y después mediante una rampa convencional de
tierra apisonada. Poco después de rebasar la línea principal de
muralla, la calle se abre hacia el noreste, lo que da lugar a un

371
La Orden de Calatrava en la Edad Media

notable ensanchamiento de la red viaria provocado sin duda


por la confluencia de varias calles más en este punto.

Figura 15. La puebla de la medina, en su sector más próximo a la puerta en recodo del
frente meridional (Archivo del Parque Arqueológico)

Durante los siglos XIII y XIV se construyeron nuevos


edificios de vivienda en el arrabal de la coracha del alcázar.
A esta fase pertenece el más moderno de los dos conjuntos
numismáticos recuperados en la zona, conformado por un
total de 29 dineros de vellón, en su mayor parte encartuchados,
que fueron acuñados entre finales del siglo XII y 1264, lo que
viene a demostrar que, en el sistema monetario de la época,
podían circular con toda normalidad piezas con más de
sesenta años de antigüedad sin haber sido desmonetizadas
(HERNÁNDEZ-CANUT, HERVÁS y RETUERCE, 2006, págs. 141-155).
En el primitivo arrabal oriental de época
omeya se construyó, a principios del siglo XIII y
sobre los restos de una mezquita preexistente,

372
el Santuario de Nuestra Señora de los Mártires, erigido en
conmemoración de los caballeros calatravos muertos en
1195 a manos de los almohades, que habían permanecido
enterrados desde entonces fuera del recinto amurallado.
La construcción de la referida ermita constituye el primer
germen de un santuario que ha pervivido hasta nuestros días
bajo la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación.

8. Decadencia y abandono (siglos XV-XX)

Tras el traslado de las casas de la Encomienda de


Calatrava la Vieja a El Turrillo a comienzos del siglo XV, el
enclave debió de quedar casi completamente abandonado,
con excepción de la iglesia del convento fundacional, que se
mantuvo como ermita de despoblado bajo la advocación
de Nuestra Señora de la Blanca. En su entorno inmediato de
hecho, se han documentado niveles de hábitat de los siglos
XVI, XVII y XVIII, correspondientes muy probablemente a la
casa del santero. A esta fase de ocupación pertenecen: un
pavimento de ladrillos contiguo al extremo oriental de la
fachada norte de la iglesia, y varias dependencias adosadas
a la fachada de poniente, en las que se han identificado varios
hogares y un horno doméstico de esta cronología.

373
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Figura 16A. Vista aérea del yacimiento antes de los trabajos de recuperación llevados
a cabo desde 1984 (Carlos Sarthou y Archivo del Parque Arqueológico)

Las últimas reformas conocidas en Calatrava la Vieja


fueron llevadas a cabo por la cofradía de Nuestra Señora de la
Blanca en el año 1636: en esa fecha se abrió la puerta existente
en el lateral sur de la nave —denominada puerta del sol por
la documentación escrita—, y se demolió el tramo de muralla
adyacente para facilitar el acceso desde el exterior; además,
se repararon los tejados del ábside, de la nave y de la casa
del santero, y se aderezaron los poyos del interior de la iglesia
(RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, 2000, pág. 24).

374
Figura 16B. Vista aérea del yacimiento después de los trabajos de recuperación
llevados a cabo desde 1984 (Carlos Sarthou y Archivo del Parque Arqueológico)

El traslado definitivo de la imagen de Nuestra Señora la


Blanca a la iglesia de Santiago de Ciudad Real en 1774 marca
el fin de la ocupación de Calatrava la Vieja, que ya era muy
residual desde que, en torno a 1418, las casas de la Encomienda
fuesen trasladadas al despoblado de El Turrillo.
No obstante, el lugar continuó perteneciendo a la Orden
de Calatrava hasta los procesos de desamortización del siglo
XIX, tras los cuales tanto el propio recinto amurallado como las
dehesas de la Encomienda pasaron a propiedad de particulares
y se destinaron a usos agrícolas. Por aquellas fechas, la que
fuera capital islámica del Alto Guadiana y lugar de fundación de
la Orden se encontraba ya en muy avanzado estado de ruina,
tal como demuestran diversos testimonios de la época, entre
los que cabe destacar el grabado elaborado por el dibujante

375
La Orden de Calatrava en la Edad Media

D. A. Úbeda con el título Ruinas de monumentos históricos de


España: Restos del castillo de Calatrava la Vieja, publicado en 1878.

Figura 17. D. A. Úbeda: Ruinas de monumentos históricos de España: Restos del castillo
de Calatrava la Vieja. Publicado en La Ilustración Española y Americana, año XXII, no
XXXV (22 de septiembre de 1878), pág. 178.

Bibliografía

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Investigaciones y Estudios Toledanos. Edición de Julio Porres
Martín- Cleto.

AYALA MARTÍNEZ, C. (1993): “Las fortalezas castellanas de la


Orden de Calatrava en el siglo XIII”, En la España Medieval, 16,
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376
AYALA MARTÍNEZ, C. (1996): “Las órdenes militares y la ocupación
del territorio manchego (siglos XII-XIII)”. En IZQUIERDO BENITO
y RUIZ GÓMEZ (coords.): Alarcos 1195. Actas del Congreso
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de Alarcos (Ciudad Real, 1995). Cuenca, Servicio de Publicaciones
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AYALA MARTÍNEZ, C., LÓPEZ TELLO, E. y MATELLANES MERCHÁN, J.


V. y RODRÍGUEZ-PICAVEA MATILLA, E. (1991): “Delimitación de la
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LA FRONTERA MERIDIONAL DEL CAMPO DE CALATRAVA EN LA
SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XII: EL CASTILLO DE PAJARÓN Y LA
DEFENSA DEL PUERTO DEL MURADAL
Jesús Molero García
Universidad de Castilla-La Mancha

RESUMEN
En el presente trabajo se estudia el castillo del Pajarón
(Almuradiel) situado en la vertiente septentrional de
Sierra Morena, próximo a la entrada del puerto del
Muradal. Teniendo en cuenta los materiales arqueológicos
recuperados y su posición estratégica, creemos
poder identificar dicho yacimiento con el castillo del
Muradal, fortaleza que se cita ocasionalmente en la
documentación de la Orden de Calatrava. Se trata de un
castillo eminentemente fronterizo que forma parte de un
conjunto de fortificaciones que defendían y jalonaban los
caminos y pasos que comunicaban el reino de Jaén con La
Meseta y que tuvieron un singular protagonismo en época
almohade.

ABSTRACT
This paper studies the castle of Pajarón (Almuradiel) located
on the northern slope of Sierra Morena, near the entrance
to the port of Muradal. Considering the archaeological
materials recovered and its strategic position, we
estimate that this site can be associated with the castle
of Muradal, a fortress that is occasionally mentioned in the
documentation of the Order of Calatrava. It is an eminently
frontier castle that belongs to a group of fortifications
which were used to defend and mark out the paths and
passageways that communicated the kingdom of Jaen
with La Meseta and which had a special protagonism in
the Almohad period.

383
La Orden de Calatrava en la Edad Media

1. Introducción

La moderna historiografía ha puesto de manifiesto


el singular papel que jugaron las órdenes militares en la
articulación del espacio fronterizo (AYALA, 2001, 2006). Los
castillos y fortalezas regentados por estos institutos armados
permitieron no sólo la defensa del reino y la ocupación
efectiva de las nuevas tierras ganadas al Islam, sino sobre
todo su futuro ensanchamiento a partir de las acciones de
desgaste y expugnación que partían precisamente desde
dichos baluartes (GARCÍA FITZ, 1998, 2001). Los castillos son pues
agentes activos de las políticas expansivas de la monarquía
y del resto de poderes feudales, y su estudio nos permite
profundizar no sólo en los aspectos político-militares propios
de las luchas fronterizas, sino también en otras cuestiones
más estructurales ligadas a la organización social del espacio,
la colonización y explotación del territorio o la implantación
de la cultura y sociedad cristiana (CASTILLO y CASTILLO, 2003;
PALACIOS, 2008, 2009; RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2001; MOLERO, 2003,
2016). No obstante, para los primeros tiempos de existencia
de las órdenes militares, las fuentes escritas disponibles son
escasas y parcas en información, por lo que el recurso a la
arqueología resulta a todas luces imprescindible.
El estudio que aquí presentamos es una pequeña muestra
de una investigación que venimos desarrollando desde hace
más de 20 años en el Campo de Calatrava, donde hemos
localizado e interpretado un conjunto de 54 fortificaciones
medievales entre castillos, torres exentas, atalayas y murallas
urbanas. Hemos combinado el análisis de las fuentes
documentales con el método arqueológico, fundamentalmente

384
prospección y estudios de arqueología de la arquitectura, lo
que nos ha permitido plantear nuevas hipótesis, corroborar
o refutar ciertas interpretaciones y superar algunas
contradicciones de los análisis históricos tradicionales.
Pero la investigación arqueológica también puede plantear
nuevas dudas e interrogantes, temas que hay que abordar
desde el debate propio del método científico, siempre en
cuestión y en diálogo continuo con las fuentes, sean escritas o
arqueológicas-materiales.
En el caso concreto que nos ocupa, nos proponemos
estudiar el sector suroriental del Campo de Calatrava, es
decir, la comarca montañosa que forma las estribaciones de
Sierra Morena, en contacto ya con el reino de Jaén. Se trata
de una zona estratégica que cobró singular protagonismo
en la segunda mitad del siglo XII, en virtud de su constitución
como ámbito fronterizo del reino de Castilla frente al creciente
poder almohade. La acumulación de defensas en este sector
de la frontera, no todas citadas en las crónicas y documentos
de la época, prueba el interés de la monarquía y la Orden
de Calatrava por repoblar esta zona tan extrema, y a su vez,
controlar los caminos y pasos que comunicaban las tierras del
Alto Guadalquivir con La Meseta. Entre los distintos enclaves
localizados vamos a estudiar el caso del castillo de Pajarón
(Almuradiel), yacimiento con restos de estructuras y materiales
cerámicos de época plenomedieval que creemos poder
interpretar con el enigmático castillo del Muradal.

385
La Orden de Calatrava en la Edad Media

2. El Campo de Calatrava como territorio de frontera (1147-1195)

En enero de 1147 Alfonso VII el Emperador tomaba la


ciudad de Qal’at Rab, convirtiéndose desde entonces en
la vanguardia por excelencia del reino de Castilla frente al
Islam. Cuna y primer asiento de la Orden Militar de Calatrava
(1158), los términos de dicho bastión nos son revelados
a través de la bula confirmatoria de la donación de la
villa de Calatrava a la orden homónima (1189)1, términos
que casi con toda seguridad eran coincidentes con los
de época islámica2. Ocupaban un vastísimo territorio
de unos 13650 Km , desde los Montes de Toledo al norte
a Sierra Morena al sur, y de los Montes de Ciudad Real al
oeste, a la planicie manchega que se despliega por oriente
(AYALA et alii, 1991; RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1993; MOLERO,
2013). Entre los mojones citados al sur de Sierra Morena
se citan las fortalezas de Santa Eufemia y Murgabal3, en
la comarca cordobesa de Los Pedroches (CABRERA, 1988-
1989, págs. 165-168), y el castillo de Burgalimar4, en el reino
de Jaén, quedando pues fuera del señorío calatravo.

1 Archivo Histórico Nacional (AHN), Órdenes Militares (OO.MM.), Calatrava, carp. 419,
n.o 41 (Publ. GONZÁLEZ, 1960, II, págs. 915-917).
2 Así lo confirma Alfonso VII en el fuero de la villa de Calatrava (1147), cuando dice
que sus términos son los que “in tempore maurorum eadem habuit villa” (AHN, OO.MM. Reg. de
escrituras de la Orden de Calatrava, I, sign. 1341c. fol. 4; RODRÍGUEZ-PICAVEA, 2000, págs. 846-847).
3 Castillo situado al sur del río Guadalmez, término municipal de Torrecampo
(VALVERDE y TOLEDO, 1987, págs. 275; CABRERA, 1988-1989, págs. 165-167).
4 El castillo de Burgalimar fue identificado en su día por Félix Hernández (1940:
413-436) con el de Baños de la Encina (Jaén), interpretación que ha sido seguida con
posterioridad por otros autores (RUIBAL, 1985). Por su parte, Carlos de Ayala y su equipo han
propuesto como alternativa el lugar de Huertezuelas, en la sierra de San Lorenzo, al sur del
Campo de Calatrava (AYALA et alii, 1991, págs. 67-71). Más recientemente Carlos Gozalbes
(2017) ha situado dicho castillo en plena Sierra Morena, en el cerro de las Tres Hermanas,
cerca de El Centenillo, al norte del término municipal de Baños de la Encina.

386
La plataforma nuclear de la Orden de Calatrava quedaba
pues perfectamente delimitada, al menos teóricamente, en el
último tercio del siglo XII. No obstante, se trataba de un territorio
expuesto y poco poblado, agitado por los vaivenes fronterizos,
donde castillos, torres y otras fortalezas menores iban a tener
un singular protagonismo. En efecto, el primitivo poblamiento
cristiano tuvo por entonces un marcado carácter continuista
y los primeros castillos ocupados por la Orden de Calatrava
fueron casi siempre antiguas fortalezas ganadas al Islam
(MOLERO, 2016). Las más importantes se situaban en el sector
central del Campo de Calatrava, en pleno valle del Guadiana,
controlando pasos o cruces de caminos en las rutas entre
Toledo y Córdoba/Jaén. Son los castillos de Caracuel, Benavente,
Ciruela, Malagón, Guadalerza y Piedrabuena, fortalezas que ya
se citan en la bula confirmatoria de posesiones y privilegios de
la orden hecha por Gregorio VII en 11875.
Todas estas fortificaciones y otras que omiten los
documentos pero de las que tenemos constancia a partir del
registro arqueológico, van a tener una clara función político-
militar, propia de las tierras de frontera. En primer lugar
asegurar el dominio sobre un territorio recién conquistado,
sirviendo de garante a la primera repoblación del mismo.
También se van a constituir en bastiones ofensivos desde
los que lanzar cabalgadas contra territorio enemigo y servir
de puntos de avituallamiento a las grandes expediciones
de conquista. Los castillos se configuran también como
centros de poder político y señorial, no en vano el convento
principal de la orden y las primeras encomiendas
se van a situar en dichas fortalezas. Finalmente se

5 AHN, OO.MM. Calatrava, carp. 440, n.o 6; Bullarium, págs. 22-25.

387
La Orden de Calatrava en la Edad Media

constituyen asimismo en centros de encuadramiento de


la población campesina, cabeza de percepción de parte
de la renta feudal y núcleos de colonización y explotación
agropecuaria.
A pesar de todo, en estos estadios iniciales, la Orden
de Calatrava no se encontraba aún en condiciones de
asegurar una repoblación efectiva de un territorio tan vasto
como el anteriormente descrito. Con frecuencia se recurrió
a magnates y caballeros de frontera, ajenos en principio a
nuestra institución, aunque algunos podrían vincularse como
donados u otras fórmulas de relación vasallática con la orden
(RUIZ, 2003, págs. 99-197). Son los casos de Armildo Meléndez en
Ciruela, Rodrigo Gutiérrez en Dueñas y Tello Pérez que recibió
varias heredades en los términos de los castillos de Malagón,
Benavente y Alarcos. También pudo ser el caso del enigmático
castillo de Teresa Torres o Navas de la Condesa, situado mucho
más al sur, en plena Sierra Morena6.
Los primeros esfuerzos calatravos por repoblar el
territorio se focalizaron en dos ámbitos principales: en
primer lugar en la zona central de sus dominios, en el valle
del Guadiana, en concreto en el polígono enmarcado
por los castillos de Caracuel, Alarcos, Calatrava la Vieja y
Malagón, controlando así la vía de comunicación entre
Toledo y Córdoba; y en segundo lugar en el extremo
suroccidental del Campo de Calatrava, en la comarca de los
almadenes de Chillón, seguramente por el valor económico

6 Las Navas de la Condesa aparece citado en la definición de términos de


Calatrava de 1189: “...de Navis que dicuntur Comitissse, sicut vadit illa serra que dicitur del
Puerto del Muradal” (AHN, OO.MM., Calatrava, carp. 419, n.o 41). El paraje se encuentra en
el término municipal de El Viso del Marqués, en el límite con el de Torre de Juan Abad y
Santisteban del Puerto. Próximo a este lugar hemos localizado el castillo de Teresa Torres,
fortaleza que ya se cita en 1156 (Biblioteca Nacional, ms. 13.093, fol. 171).

388
de las minas de cinabrio de este lugar7. No obstante, en el último
tercio del siglo XII, en vísperas de la batalla de Alarcos, se asiste
a un mayor interés de la Orden de Calatrava por fortificar y
repoblar los flancos, y en concreto los accesos desde el reino
de Jaén. Es ahora cuando conocemos obras y presencia de
la orden en el puerto de Calatrava, donde se encontraban
los castillos de Dueñas y Salvatierra. Más al sur, los accesos
al puerto del Muradal van a ser defendidos por tres castillos y
otras tantas atalayas, a saber: los castillos de Mudela, Muradal
y Teresa Torres, y las atalayas del cerro de la Cruz, la del molino
del Romo y la Balonguilla, en los términos municipales de
Almuradiel y El Viso del Marqués. Estas fortalezas, de las que no
siempre hay constancia en las fuentes escritas pero sí en el
registro arqueológico, jalonaban el camino hacia el reino de
Jaén desde el Campo de Calatrava y defendían desde el norte
los estratégicos puertos que atravesaban Sierra Morena.

7 Chillón y sus minas pertenecían a la Orden de Calatrava desde 1168, fecha en


que Alfonso VIII repartió su posesión a partes iguales entre la Orden de Calatrava y el
conde don Nuño (AHN, OO.MM, Calatrava, carp. 418, n.o 24; Bullarium, p. 7).

389
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Figura 1. Mapa con los principales caminos y fortalezas del Campo de Calatrava en
la segunda mitad del siglo XII. Marcado con un círculo la zona objeto de estudio y las
fortificaciones reseñadas: no 29 Atalaya del cerro de la Cruz; no 30 Castillo de Mudela;
no 31 Atalaya del molino del Romo; no 32 Atalaya de la Balonguilla; no 33 Castillo de
Pajarón (Muradal); no 34 Castillo de Teresa Torres o de las Navas de la Condesa.

3. Los caminos de Jaén y Andalucía oriental

Para el estudio de la red viaria en época medieval


contamos con los trabajos de Félix Hernández relativos a las
comunicaciones entre Toledo y Córdoba (1957, 1994), y los de
Manuel Corchado para el mismo asunto (1968) y sobre los caminos
de la zona oriental de Sierra Morena (1963). No obstante, se echan
en falta estudios de detalle con uso de metodologías modernas
(fotografía aérea, análisis toponímicos, fuentes arqueológicas,
SIG) que permitan superar el nivel de conocimiento

390
alcanzado hace ya más de medio siglo por los autores citados,
como apunta acertadamente el profesor Juan Carlos Castillo
(2001) para el mismo tema en el ámbito jiennense.
En el siglo XII la villa de Calatrava seguía siendo
el principal nudo de comunicaciones de toda la región
manchega. De fundación omeya, Calatrava estaba situada
sobre un estratégico vado del Guadiana, a mitad de camino
entre Toledo y las tierras andaluzas, lo que determinó sin duda
su historia futura siendo calificada como una auténtica ciudad
caravanera (RETUERCE, 1994). De Calatrava partían dos rutas
principales: una hacia Córdoba con una doble variante, bien por
Caracuel- Chillón, bien por Almodóvar del Campo; y otra hacia
el Alto Guadalquivir (Úbeda, Baeza, Jaén). Se trataba en ambos
casos de caminos ya existentes en época romano-visigoda,
aunque corregidos en alguno de sus tramos en función de los
intereses políticos y militares que se fueron dando cita en cada
momento histórico.
En época medieval existían varias posibilidades para
pasar de la zona de Andújar y Jaén al Campo de Calatrava,
eso sí, la mayoría eran accesos difíciles por puertos y caminos
angostos. Una ruta, la más occidental, consistía en subir por
el valle del Jándula, estrecho del Chorrillo, junta de los ríos
Fresnedas y Montoro, in y puerto de Mestanza, Puertollano,
Caracuel y finamente Calatrava la Vieja. Se evitaba así el
paso por el puerto de Calatrava, bien defendido por el in El
Mesto y más tarde por los castillos de Dueñas y Salvatierra.
Otra posibilidad era coger la llamada vía de la Plata desde
El Centenillo, cruzar la sierra de San Andrés por el puerto del
Robledo, girar hacia el noroeste por Huertezuelas, La Alameda,
puerto de Calatrava, Almagro y Calatrava la Vieja.

391
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Una tercera alternativa, muy utilizada por los ejércitos


musulmanes y cristianos en la segunda mitad del siglo XII
y principios del XIII, consistía en cruzar Sierra Morena bien
por el puerto del Rey (Santa Elena)8, en dirección a El Viso,
siguiendo una posible calzada romana utilizada después
como cañada ganadera9, bien por el famoso puerto del
Muradal, paso natural situado al oeste de Despeñaperros,
muy cerca del anterior10. Desde aquí el camino seguía en
dirección norte por La Hiruela, Pajarón, El Viso, valle del Alto
Fresnedas y puerto de Calatrava, pudiendo encarar desde
allí sin dificultad los pasos del Guadiana. Algo más lejos,
hacia el Este, pasaba otra ruta que iba por Las Navas de la
Condesa, Aldeaquemada y Torre Alver. La mojonera entre
las órdenes militares de Santiago y Calatrava de 1239 seguía
prácticamente esta ruta: “...el primer mojón es en la Torre
de Alver... a las Navas de la Condesa... al mojón que es sobre
Monte Agudo...”11.

8 La tradición dice que el nombre del Puerto del Rey, junto con otros topónimos
similares de la zona como Cerro del Rey, Mesa del Rey, Arroyo del Rey, etc. rememoran
el paso de las tropas coaligadas cristianas al frente de Alfonso VIII por este puerto,
camino de Las Navas.
9 Se trata del cordel de Santiago, denominación local de un ramal de la
cañada Conquense que viene del Campo de Montiel, pasa por la encomienda de
Corral Rubio y finalmente se adentra en Sierra Morena por El Viso.
10 En la actualidad se denomina puerto del Muladar. Sobre este paso
estratégico vid. J. Rodríguez Molina (1988).
11 (AHN, Códices, sign. 833 B, escr. XLIII; Bullarium, págs. 686-687). Las Navas
de la Condesa es un antiguo mojón ya citado en la definición de términos de
Calatrava de 1189. En el siglo XV se documenta una dehesa en este lugar propiedad
de la mesa maestral de la Orden de Calatrava. En la actualidad hay un paraje
conocido como La Nava en el límite entre los términos municipales de El Viso
del Marqués, Torre de Juan Abad y Santisteban del Puerto, éste último ya en la
provincia de Jaén.

392
Ya fuera del Campo de Calatrava, la conexión entre el Alto
Guadalquivir y La Meseta resulta menos complicada. En
primer lugar por la menor altura de las sierras y porque hay
un camino natural que desde Arquillos, Navas de San Juan,
Santisteban, Montizón y Villlamanrique permite ir ganando
altura paulatinamente, lo que posibilita pasar sin grandes
dificultades desde el valle del Guadalimar hasta el Campo
de Montiel (Orden de Santiago). Precisamente por esta ruta
transitaba una de los caminos más antiguos que se conocen,
el llamado camino de Aníbal, cuyo destino final era el Levante
peninsular (JIMÉNEZ COBO, 1997: 193).

4. Estudio arqueológico del castillo de Pajarón

El yacimiento del Pajarón se localiza en la cima de una


colina estratégicamente situada en las estribaciones de
Sierra Morena, próximo a la confluencia de los ríos Magaña y
Cabezamalo, término municipal de Almuradiel12. Se trata de una
zona de orografía difícil, poco apta para la agricultura y algo
más para el aprovechamiento silvopastoril. El emplazamiento
de la fortaleza es sumamente interesante ya que se encuentra
guarneciendo la entrada septentrional del puerto del Muradal,
a unos 2 Km. del mismo. Los topónimos “Almuradiel” y “El
Muradal” tienen el mismo origen y significan “muro”, del latin
murus, quizás por hacer mención a alguna construcción
antigua o más bien debido a las paredes verticales de
roca entre las que se abre el citado paso. No en vano,

12 Antiguamente estos riachuelos eran llamados Guadalfajar y Almudiel


(CORCHADO, 1982, pág. 113).

393
La Orden de Calatrava en la Edad Media

en el camino de las tropas cruzadas hacia el enfrentamiento


de las Navas de Tolosa, tras el inicio del ascenso del puerto del
Muradal, los ejércitos se vieron sorprendidos por los almohades
en el llamando Paso de la Losa, un desfiladero estrecho donde
hay torrentes, rocas cortadas a pico y barrancos (ALVIRA, 2012,
págs. 158-159). Podría tener también el mismo significado que
Mra, nombre árabe de etimología prerromana con base en
mor- que significa montículo rocoso o peñasco (GALMES, 1996,
págs. 14-15).
Sobre el monte denominado Cuarto de la Venta o
Cerro del Pajarón, hemos localizado los restos de la antigua
fortificación, aunque lamentablemente se encuentran hoy
muy alterados debido a los efectos de la erosión natural y
antrópica. La cima del cerro forma una especie de meseta,
muy amplia, ocupando una superficie de 1,2 hectáreas, por
donde se despliegan las ruinas y materiales procedentes de
la fortaleza.

Figura 2. Cerro del Cuarto de la Venta, con los restos del hisn y castillo de Pajarón o del
Muradal.

394
Podemos distinguir dos niveles de defensas (Figura 3).
En el inferior, situado en el tercio septentrional, se localiza un
muro curvo de mampostería que defiende el núcleo central
de la fortaleza por la cara N/NO. Por este sector hay un fuerte
cortado de rocas que dotan al edificio de una excelente
defensa natural. Hacia el interior, en una cota superior, se
encuentra un muro recto de al menos 6,5 m. de longitud, 1,5
m. de espesor y orientación N.-S. Está fabricado con buena
mampostería cuarcítica parcialmente careada y unida con
argamasa rica en cal. Los mampuestos de la cara externa del
muro son de un considerable tamaño, casi ciclópeos, mientras
que el interior es un conglomerado amorfo de pequeños ripios,
cuarcitas de mediano tamaño y argamasa. Por su situación y
características pensamos que podría tratarse de uno de los
lienzos de una torre central de planta cuadrada o rectangular
(Figura 4).

395
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Figura 3. Planta con los restos en superficie del yacimiento de Pajarón (Almuradiel).
Muro perimetral y restos de la torre central.

396
Figura 4. Castillo de Pajarón (Almuradiel). Torre central y detalle de la fábrica.

Lamentablemente el paso del tiempo, la vegetación


y las alteraciones antrópicas están ocultando el resto de
estructuras de la fortaleza. En las laderas del cerro abundan
los mampuestos sueltos y los materiales arqueológicos. Se
han recogido fragmentos de teja curva de amplio espectro
cronológico y trozos de cerámica común a torno, algunos
de ellos de pasta blanquecina con incisiones paralelas o
acanaladuras. Se documentan bordes de diversa tipología
(moldurados, planos y redondeados), bases planas por lo
general lisas, asas de cinta y un solo caso de tipo tubular, y
gran cantidad de galbos. Dominan las piezas con terminación
alisada y sin vedrío, aunque también se documentan

397
La Orden de Calatrava en la Edad Media

fragmentos con vidriado de color verde y marrón. También


hay cerámica gris de repoblación. Pensamos que se trata de
materiales plenomedievales (ss. XI-XIII) tanto de ascendencia
islámica como cristiana.

5. Las defensas asociadas al puerto del muradal

Aunque la fortaleza del Pajarón no se cita como tal en la


documentación, por su ubicación y los restos arqueológicos
encontrados, bien pudiera coincidir con alguna otra
construcción que con otro nombre, aparece efectivamente en
las fuentes escritas13. Manuel Corchado (1970) llegó a identificar
en su día el yacimiento de Pajarón con el desaparecido
castillo de Dueñas14, aunque parece más lógico situar
esta última fortificación mucho más al norte, en el sitio de
Calatrava la Nueva. La cita de autoridad de la Crónica latina
de los reyes de Castilla (ed. 1986, pág. 36) que identifica de
forma rotunda ambas fortificaciones parece incuestionable:
en 1213 se tomó Dueñas, “que hora dicen Calatrava la
Nueva”. Esta crónica, descubierta a principios del siglo XX y

13 La despoblación endémica del extremo suroriental del Campo de Calatrava ha


provocado numerosos cambios en la toponimia significativa a través de los siglos, por lo
que no nos debe extrañar la no coincidencia entre los topónimos actuales y los nombres
reflejados en la documentación medieval.
14 El dato fundamental en que se apoyaba Manuel Corchado para relacionar
Dueñas con el castillo de Pajarón es el hecho contrastado de que Alfonso VIII tomó las
fortalezas de Dueñas y Eznavexore momentos antes de conquistar la plaza de Alcaraz
(1213). La simple proximidad geográfica entre dichas fortificaciones y la cita de Francisco
de Rades (s. XVI), que situaba también Dueñas “en el puerto de Muradal”, eran razones
más que suficientes para que el ilustre historiador manchego defendiera dicha tesis.
Más recientemente otros autores han situado el castillo de Dueñas en el paraje conocido
como El Tolmillo, en Sierra Morena, en término de El Viso del Marqués lindando con el de
Aldeaquemada (VARA et alii, 2003).

398
desconocida por Rades, es la referencia documental más
cercana a la época en que existió el castillo y por tanto, la
más fiable, como defendió en su día el profesor O’Callaghan
(1963, pág. 496) y más recientemente otros autores (AYALA,
2003, pág. 407). Otra enigmática fortaleza es el llamado
Castel de Dios, del que sólo sabemos que se encontraba
entre el puerto del Muradal y el de Calatrava15. Fue tomado
por los almohades momentos antes de asaltar el castillo de
Salvatierra, en 1211, por lo que podría coincidir con la fortaleza
de Dueñas o con cualquier otra del entorno del puerto del
Muradal16.
Desde nuestro punto de vista parece más plausible
vincular el yacimiento de Pajarón con el castillo de Muradal,
fortaleza que aparece citada de manera ocasional
en las fuentes. Tras sus exitosas campañas por la Alta
Andalucía, Alfonso VII se dedicó a compensar a sus vasallos,
beneficiando entre otros al rey Abd al-Aziz de Baeza con
varias posesiones en el valle del Guadalimar17. En 1156 el
emperador hizo donación a la iglesia de Toledo de los
castillos de “Teresa Torres” y del “Muradal”18. En los años
siguientes las fuentes vuelven a guardar silencio. El cambio
de coyuntura política tuvo que ser determinante: como
15 Así lo refieren los Anales Toledanos I (p. 170). Las fuentes árabes lo denominan
al-Taly (HUICI, 1956, pág. 237). Por su parte M.a P. Maestro los traduce por castillo de la
Nieve (Al-Himyari, Kitab ar-Rawd al-Mi’tar, 1963, pág. 224).
16 En el actual paso de Despeñaperros, al sur de Venta de Cárdenas y junto
a la divisoria entre las provincias de Ciudad Real y Jaén en la sierra del puerto del
Muradal, existe un paraje denominado Casa de Dios que pudiera hacer referencia
a dicha fortificación, aunque no hemos localizado en prospección los restos de la
fortaleza.
17 Contaba por ejemplo con la aldea de Sicar, la aldea y el castillo de Segral y la
aldea de Bailén del Arroyo, con “su torre” (AHN, OO.MM., Reg. de escrituras de la Orden de
Calatrava, IX, sign. 1349c, fols. 35-37).
18 Biblioteca Nacional, ms. 13.093, fol. 171.

399
La Orden de Calatrava en la Edad Media

es sabido, la muerte sorprendió al monarca castellano-


leonés poco después, en 1157, cuando regresaba de una
campaña por tierras andaluzas por el río Fresnedas, a pocos
kilómetros al NO. del puerto del Muradal. Al poco tiempo los
almohades desembarcaban en la Península, lo que supuso
un freno notable a la política repobladora desplegada en la
etapa anterior.
A pesar de las citas anteriores que demuestran que el
puerto del Muradal fue especialmente transitado por las tropas
castellano-leonesas entre 1138 y 1157, los acontecimientos
posteriores demuestran hasta qué punto el avance cristiano
estaba asentado sobre unos cimientos demasiado frágiles.
Las donaciones de aldeas y castillos situados en el Campo
de Calatrava y aún en el Alto Guadalquivir no consiguieron
consolidarse. Si en la donación del castillo de Consuegra a la
Orden de San Juan en 1183, por ejemplo, se decía que estaba en
“frontaria maurorum” (MOLERO, 2006), imaginemos la situación
del castillo del Muradal, ubicado 200 Km al sur del anterior,
en plena Sierra Morena. Mientras se mantuvo la alianza
con el señor de Baeza la situación podía ser más o menos
favorable, pero tras el fulgurante avance almohade por el valle
del Guadalquivir, el mantenimiento de estas posiciones se
convertiría en una empresa imposible de cumplir.
En el último tercio del siglo XII el castillo del Muradal
se encontraba pues en plena frontera frente al Islam que
ocupaba no sólo la zona de la Alta Andalucía, sino también
todo el Campo de Montiel (GALLEGO, 2014). Quizás por ello,
la presencia de la Orden de Calatrava en este sector fue
siempre demasiado tibia, aunque no faltan las acciones
ofensivas que tuvieron como escenario los castillos del Campo

400
de Calatrava. En 1169, por ejemplo, el maestre Fernando
Escaza reunió a doscientos de a caballo y marchó a “tierra
de Moros... entró por el puerto del Muradal y ganó el castillo
de Ferral” (RADES, ed. 1980: fols. 13v- 17v). En ese mismo año y
en el siguiente hubo otras incursiones calatravas en tierras
jiennenses y cordobesas, acciones de expugnación que
permitían obtener botín y cautivos, pero también asegurar la
frontera. Un poco después, en 1185, el maestre Nuño Perez de
Quiñones asoló las tierras de Andújar obteniendo numerosos
esclavos y ganado (AYALA, 2003, págs. 410).
En este contexto, no es de extrañar que los reyes
incentivaran la repoblación y la defensa de la frontera,
fundamentalmente en los pasos estratégicos de Sierra Morena.
En 1183, el rey Alfonso VIII concede a la orden un privilegio
para crear una dehesa en los términos de la casa/castillo de
Mudela19 y en 1189 el mismo monarca confirma la donación
de la villa de Calatrava a la orden, definiendo sus límites que
llegaban hasta “la sierra del puerto del Muradal” y por tanto
incluían la fortaleza objeto de estudio20. No obstante, el hecho
de que en dicho documento no se cite ni a éste ni a ningún otro
castillo de la zona, nos induce a pensar que por aquel entonces
seguía siendo un territorio extremo y desestructurado21. En
1195 las tropas almohades de Ab Yusuf Yacub atravesaron
el puerto del Muradal y después de pasar a los pies del

19 AHN, OO.MM., Calatrava, carp. 427, n.o 166, en confirmación de Fernando IV de


1309.
20 AHN, OO.MM., Calatrava, carp. 419, n.o 41.
21 El cronista Rades da testimonio de este carácter extremo cuando cuenta las
hazañas del primer maestre de la orden, don García, quien “tuvo muchas vezes guerra
con los Moros, los cuales... pretendieron y muchas vezes intentaron entrar en Castilla por
las partes de Calatrava. El Maestre defendió muy bien su tierra, y la entrada: en lo qual hizo
notable servicio al Rey” (RADES, ed. 1980: fol. 13v).

401
La Orden de Calatrava en la Edad Media

castillo de Pajarón, ascendieron por los valles de los ríos


Fresnedas y Jabalón al encuentro del monarca castellano
Alfonso VIII. La victoria almohade en la batalla de Alarcos
supuso un giro radical con relación al proceso expansivo del
bando cristiano, por lo que nuestra fortaleza pasaría entonces
a manos musulmanas; no obstante, el dominio almohade en
la región duró poco.
En 1212 llegó la réplica cristiana, pasando las tropas
cruzadas por este mismo lugar camino de Las Navas (Figura
5). Las crónicas nos relatan cómo los cristianos, tras acampar
junto al arroyo Magaña, tomaron Castro Ferral, situado en
lo alto del puerto, y “otros castillejos” del entorno, entre los
que seguramente se encontraba nuestra fortaleza22. Junto
al castillo de Pajarón/Muradal estaría también el castillo de
Teresa Torres o de las Navas de la Condesa y el castillo de
Mudela, lugares que hemos identificado arqueológicamente
en prospección con restos de estructuras murarias y
material cerámico del momento. Más al sur se localizan otras
fortificaciones mucho más conocidas, como los castillos de
Tolosa y Baños de la Encina que como es sabido no pasaron
a manos cristianas hasta después de Las Navas. Esta notable
concentración de defensas en el límite suroriental del Campo
de Calatrava, en plena Sierra Morena, nos demuestra la
importancia estratégica del paso del Muradal en el contexto
fronterizo plenomedieval y en especial en época almohade.

22 Historia de los hechos de España, ed. 1989, pág. 324.

402
Figura 5. Mapa del siglo XVI con el entorno de la batalla de Las Navas de Tolosa. El
puerto del Muradal estaba guarnecido por el castillo de Pajarón, situado al norte de
la sierra (en el mapa se identifica con Dueñas) y por el de Castro Ferral, al sur (HUICI,
1956, pág. 281).

Tras la importante victoria de Las Navas y sobre todo,


con las conquistas de Córdoba (1236) y Jaén (1246), el castillo
de Muradal perdió valor estratégico, siendo posiblemente
abandonado en las primeras décadas del siglo XIII. En agosto
de 1213 Alfonso VIII señalaba el límite de las iglesias adscritas
a la mitra toledana, llegando por el sur a la misma Sierra
Morena, “usque Muradal et per Borialamel”, sin que en ninguno

403
La Orden de Calatrava en la Edad Media

de los dos casos se hable de castillos23. Tampoco se cita en la


concordia entre las órdenes de Calatrava y Santiago de 1239,
cuando se fijan límites por este sector (AHN, Códices, sign. 833
B, escr. XLIII; ORTEGA et al., 1761, págs. 686- 687), ni con ocasión de
los incentivos a la repoblación de las vecinas localidades de El
Viso y La Hiruela (1281)24. Precisamente las ruinas de este último
lugar se encuentran al SE de nuestro castillo, a una distancia
aproximada de ochocientos metros, próximo al río Magaña.
Parece lógico pensar que debió existir una vinculación histórica
entre los dos yacimientos, habida cuenta de la cercanía entre
ambos; sin embargo, por el momento nos movemos en un
terreno meramente hipotético. Tras los intentos de repoblación
fallidos, el lugar quedó reducido a una simple venta del camino
real a Granada, como confirma la documentación de la
segunda mitad del siglo XV (SOLANO, 1978, pág. 98).
Como vemos, la despoblación de la región suroriental del
Campo de Calatrava ha sido una constante histórica. El lugar
más importante era Mudela, sede de una encomienda y de una
fortaleza de la Orden de Calatrava desde el siglo XII. La casa de
Mudela se cita por primera vez en el año 1183, cuando Alfonso VIII da
a la orden de Calatrava el término de Zacatena y permite hacer
dehesas en Abenójar, Sedano, Castellanos y Mudela25. Enrique
Rodríguez-Picavea (1994, págs. 98-99) supone que el nacimiento
de la encomienda de Mudela hay que situarlo también por

23 Es más, ambos accidentes geográficos se sitúan en el documento en los límites


de los castillos de Dueñas y Salvatierra: per confinia castri Dominarum et Salveterre, por lo
que parece confirmarse su estado de abandono y/o ruina (GONZÁLEZ, 1960, III, págs. 592-
594).
24 El rey Alfonso X exime a los pobladores de Zarzuela, Darazután, Villa Gutierre,
El Viso y La Hiruela de todos los pechos que debía pagar al rey y ordena al maestre de
Calatrava que les exima del pago de marzazga, fonsado y fonsadera, así como de la
obligación de ir a la hueste (AHN, OO.MM., Calatrava, carp. 425, no 125).

404
esas fechas (c. 1183), a pesar de que el primer comendador
conocido date del maestrazgo de Garci López de Padilla
(1296-1329). En cuanto a El Viso, sabemos que tenía iglesia
en 124526. , pero su población no prosperó y de ahí el citado
privilegio de 1281 a favor de sus vecinos. Posteriormente
(fines del siglo XIII) se fundó Santa Cruz de Mudela, en lugar
distinto al de la antigua sede de la encomienda del mismo
nombre (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1994, págs. 97-99). El resto del
territorio estuvo ocupado por dehesas, como la dehesa de
Almuradiel, adscrita durante el medievo a la mesa maestral
(CORCHADO, 1982, pág.112). Por estos motivos el paisaje de
esta comarca estuvo dominado hasta fecha reciente por
ventas y cortijos, hasta que en 1781 se fundó la localidad de
Almuradiel, en el contexto de las colonizaciones carolinas de
Sierra Morena.

5. Conclusión

Aunque no podamos asegurar con absoluta certeza que


el yacimiento de Pajarón se corresponda con el castillo del
Muradal que citan las fuentes, lo que parece indiscutible es que
nos encontramos ante una fortificación medieval relevante en
el eje estratégico de comunicaciones entre La Meseta y el Alto
Guadalquivir.

25 “Otrossi que ayades deffesa en la vuestra casa de Mudela con todo su termino
para mantenimiento de alguna carne...” Año 1183 (AHN, OO.MM., Calatrava, carp. 427, n.o 166.
Documento inserto en una confirmación de Fernando IV de 1309).
26 Acuerdo entre el arzobispo de Toledo y el maestre de Calatrava sobre derechos
eclesiásticos en la diócesis de Toledo (AHN, Códices, sign. 987 B, fol. 91v- 93v; Bullarium, pp.
78-82).

405
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Es posible que bajo dominio musulmán Pajarón no


pasara de ser una simple alquería fortificada o in refugio,
a tenor de las cerámicas recogidas en superficie que nos
retrotraen al siglo XI. La situación cambió radicalmente a
partir de mediados del siglo XII, cuando nuestra fortaleza
fue testigo directo de algunas de las campañas militares
más importantes de la reconquista. Durante esta etapa, la
vieja construcción musulmana se vería reformada y dotada
de defensas más sólidas, como la torre del homenaje que
hemos identificado. De confirmarse esta hipótesis estaríamos
hablando de la transformación de una fortaleza musulmana
en un castillo cristiano, con todo lo que ello conlleva desde el
punto de vista estructural y funcional (MOLERO, 2005).
Bajo dominio calatravo, el castillo de Pajarón/Muradal
dependería de la vecina encomienda de Mudela, donde
también hemos localizado restos de un castillo o casa
fuerte. La función principal de nuestra fortaleza en el último
tercio del siglo XII sería asegurar los intereses de la Orden de
Calatrava en este sector, favoreciendo la repoblación y el
control político sobre un territorio eminentemente fronterizo.
Desde el punto de vista militar, su principal misión sería vigilar
y defender los accesos a La Meseta desde el puerto del
Muradal. Su ubicación, con contacto visual directo sobre la
entrada al puerto y el camino hacia Jaén, parecen confirmar
dicha hipótesis (Figura 6). Pero es muy posible que también
funcionara como castillo ofensivo, punto de avituallamiento y
base de operaciones de las campañas de castigo que citan
las crónicas en la segunda mitad del siglo XII.

406
Figura 6. Estudio de visibilidad desde el castillo de Pajarón. Radio 5 Km. Elaboración de
SIG: Andrés Ocaña Carretón.

A pesar de todo, el castillo de Muradal o de Pajarón


se encontraba en el último tercio del siglo XII en una zona
demasiada expuesta al enemigo, por lo que cabe la posibilidad
de que fuera abandonado momentos antes de la batalla
de Alarcos (1195). La rasante horizontal del coronamiento
de los muros parece indicar un desmochamiento
intencionado destinado a evitar que fuera utilizado por los
adversarios musulmanes. Desconocemos si los invasores
norteafricanos, tan activos en otras zonas, realizaron o no
obras de fortificación en nuestro yacimiento, aunque nos
inclinamos a pensar que no fue así ya que no se evidencian
las típicas obras en tapial de dicho periodo (AZUAR y FERREIRA,
2014). Finalmente, los éxitos militares de la década de los

407
La Orden de Calatrava en la Edad Media

veinte y treinta del siglo XIII tanto en el vecino Campo de


Montiel, como en el valle de Guadalquivir, permitieron
desplazar la frontera hacia el sur y como consecuencia nuestra
fortaleza perdería valor militar. No nos consta por tanto una
repoblación del mismo en fecha posterior a Las Navas y sus
términos, convenientemente adehesados, permanecerían
virtualmente despoblados hasta fechas muy recientes.

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VALVERDE CANDIL, M. y TOLEDO ORTIZ, F. (1987): Los castillos de


Córdoba, Córdoba.

VARA, C. et alii (2003): “Localización del castillo de Dueñas”,


Revista Castillos de España, 130, pp. 38-48.

416
CONJUNTOS FORTIFICADOS CALATRAVOS Y FRONTERA EN EL
ALTO GUADALQUIVIR: LAS FORTALEZAS COMENDATARIAS DE
MARTOS Y ALCAUDETE.
Juan Carlos Castillo Armenteros*
Universidad de Jaén

RESUMEN
Tras la conquista de las primeras plazas fuertes del Alto
Guadalquivir por los monarcas castellanos, Fernando III
emprende la organización territorial y militar de sus nuevas
posesiones. Por ello, con el objetivo de asegurar y consolidar
estos territorios, entrega a la Orden Militar de Calatrava unas
primeras fortalezas, con las que esta institución conformó un
amplio señorío en el sector suroeste de la actual provincia de
Jaén, con epicentro en la Encomienda Mayor de Martos. Un
espacio complejo y firmemente controlado, muy próximo a
las tierras del Reino Nazarí de Granada, en el que rápidamente
se instaura una compleja estructura ofensivo-defensiva,
tal y como han puesto de relieve diferentes investigaciones
histórico-arqueológicas.

ABSTRACT
After the conquest of the first strongholds of the upper
Guadalquivir by the Castilian monarchs, Fernando III undertakes
the territorial and military organization of his new possessions.
Therefore, with the objective of securing and consolidating
these territories, it delivers to the Military Order of Calatrava
some first strengths, with which this institution formed a large
manor in the southwest sector of the current province of the
Nasrid Kingdom of Granada, in which a complex offensive-
defensive structure is rapidly established, as highlighted
by different historical- archaeological investigations.

* Área Historia Medieval. Grupo de Investigación del Patrimonio Arqueológico de


Jaén (HUM 357). Instituto Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica

417
La Orden de Calatrava en la Edad Media

1. Introducción

La Orden Militar de Calatrava constituyó un significativo


señorío en las tierras del Alto Guadalquivir (RODRÍGUEZ, 1974-1975;
CASTILLO Y CASTILLO, 2003; CASTILLO ET ALLI, 2013b), para cuya
defensa articuló un sistema ofensivo-defensivo que transformó
una gran parte el organigrama erigido por los musulmanes,
estructurado sobre sólidas fortalezas diseminadas por numerosos
enclaves estratégicos. Un esquema que tras la conquista cristiana
fue perfeccionado a lo largo de los siglos XIII – XVI con la edificación
de nuevas estructuras fortificadas, equipadas de complejos
dispositivos militares y espacios residenciales (CASTILLO Y CASTILLO,
2002; CASTILLO ET ALII, 2013a). A lo largo de diferentes trabajos hemos
ido remarcando las especificidades y evidencias de este complejo
engranaje (CASTILLO Y CASTILLO, 2003; CASTILLO ET ALII, 2013b), sin
embargo, a medida que han continuado las investigaciones
histórico-arqueológicas, aquellas primeras propuestas han
sido matizadas y hasta cierto punto modificadas a partir de los
resultados alcanzados en recientes intervenciones.
En este estudio se analiza el papel desempeñado por estas
fortificaciones en una zona fronteriza, especialmente activa
durante la primera mitad del siglo XIII (GONZÁLEZ, 1946, 1980;
BALLESTEROS, 1953; AGUIRRE Y JIMÉNEZ, 1979; ALCÁZAR, 2002-2003;
CASTILLO Y ALCÁZAR, 2006), a partir de metodologías arqueológicas
aplicadas a varios conjuntos fortificados, especialmente en el
Castillo de Alcaudete (CASTILLO Y CASTILLO, 2006) y a las defensas
de la Encomienda Mayor de Martos (Fig. 1). Investigaciones que
han ratificado las mutaciones estructurales y las cronológicas
de dichas reformas (CASTILLO ET ALII, 2013b), sobre todo aquellas
promovidas por los calatravos en fortalezas islámicas (CASTILLO

418
Y CASTILLO, 1999; CASTILLO Y CASTILLO, 2002; CASTILLO ET ALII, 2010),
modificando con ello sus esquemas de control espacial.

Fig. 1. Localización geográfica del Señorío de la Orden de Calatrava en el Alto


Guadalquivir.

2. La demarcación señorial de la Orden de Calatrava en el Alto


Guadalquivir

Las sucesivas y triunfantes campañas militares


protagonizadas por los ejércitos castellanos entre 1224 y 1246
bajo la dirección del rey Fernando III, culminaron con la conquista
de la mayor parte de la provincia de Jaén, restando tan solo un
accidentado espacio montañoso emplazado en la zona Sur,
coincidente en gran parte con la cordillera Subbética. Fernando III
necesitabaafianzareldominiodelosterritoriosobtenidos,ytodoello
con el objetivo de salvaguardar la frontera, con lo cual aseguraría
este complejo espacio para garantizar su repoblación. La

419
La Orden de Calatrava en la Edad Media

activa participación de la Orden de Calatrava en la conquista


le granjeó los favores del monarca con la concesión en señorío
del sector suroccidental de las tierras sometidas, a las que
había que sumar otras pequeñas demarcaciones territoriales
situadas en las comarcas de la Loma y Sierra Mágina (MENÉNDEZ,
1977; GONZÁLEZ, 2000; RODRÍGUEZ, 1974-1975; CASTILLO Y CASTILLO,
2003). Entre las posesiones más estratégicas le fue cedida en
1228 la fortaleza de Martos con todos sus términos, así como
Porcuna y Víboras (A.H.N., 1228; ORTEGA ET ALII, 1981; GONZÁLEZ,
1980). Unos dominios iniciales que fueron incrementándose
progresivamente, así en 1240 le fueron cedidos los castillos de
Locubín y Susana, en 1245 Alcaudete y Priego de Córdoba, y
finalmente las poblaciones de Sabiote en 1252 y Alcalá la Real
en 1272 (RODRÍGUEZ, 1974-1975, pág. 63; MONTES, 1993, pág. 41;
GONZÁLEZ, 1993, pág. 545) (Fig. 1 y 2).

Fig. 2. Organización defensiva de instaurada por la Orden entre 1212 y 1246.

A través de este proceso la Orden de Calatrava


adquirió una amplia demarcación territorial situada en plena
la frontera con el Reino de Granada, lo que determinaría

420
que la Orden planificara y ejecutara una significativa
labor de fortificación con el objetivo de controlar militar y
administrativamente este amplio espacio fronterizo (AYALA,
1993), erigiendo numerosas atalayas y castillos rurales,
proceso que culminaría con la edificación de sólidas
estructuras defensivas en las cabeceras de las encomiendas,
destacando por su importancia las construidas en la
Encomienda Mayor de Martos (CASTILLO Y CASTILLO, 2003;
CASTILLO ET ALII, 2013b).

3. la estructura defensiva del señorío de la orden

Para administrar y defender su señorío, la Orden de


Calatrava emprendió su organización interna tanto desde
el punto de vista político- administrativo como militar.
Con este fin ordenaría el territorio en varias encomiendas
(MENDOZA, 1996; AYALA, 1999, 2003). Si analizamos
la información registrada en diversos documentos
datados en el siglo XIII, en este amplio espacio la Orden
estableció las circunscripciones de Martos (RUIZ, 2010;
GUTIÉRREZ, 2009a, 2009b), Alcaudete (RODRÍGUEZ-
PICAVEA, 1994; RIVAS, 1992), Porcuna (MONTES, 1993; SALAS
ET ALII, 2003; SACO ET ALII, 2010; DE LA ROSA, 2019), Víboras
(GONZÁLEZ, 2009) y Torredonjimeno (A.H.N. 1299; AYALA,
2003) (Fig. 2). No obstante esta demarcación inicial se
transformaría en las centurias siguientes a raíz de los
vaivenes de la marcas y cambios que se desarrollaron
en este espacio fronterizo, no obstante este esquema
inicial aún perduraba a grandes rasgos a finales del

421
La Orden de Calatrava en la Edad Media

siglo XV (SOLANO, 1978, págs. 278-290), sin embargo, la Orden


perdió plazas fronterizas de vital importancia, como fue el caso
de Alcaudete (MATELLANES, 1994), o bien se añadieron nuevas
demarcaciones, tras la creación de la encomienda de Lopera
(MEDINA Y PANTOJA, 1996).
Con el objetivo de llevar a cabo una eficiente
administración y defensa de este amplio señorío, cada una de
estas encomiendas desarrolló su propia organización interna
desde el punto de vista ofensivo-defensivo, estableciéndose
una clara jerarquización de estructuras militares. No obstante
habría que señalar, que esta organización militar del espacio no
responde a un modelo “ex novo” implantado por los calatravos,
sino que éstos heredan en gran parte el esquema establecido
anteriormente por los musulmanes, tal y como se constata en
otras zonas anexionadas por los monarcas castellanos a finales
del siglo XII (MOLERO, 1993, págs. 400- 402; RODRÍGUEZ-PICAVEA,
1994, págs. 17-18, 2002, pág. 623; IZQUIERDO, 1995, pág. 104, 2000,
pág. 38; AYALA, 1996, pág. 68). De esta manera encabezando la
encomienda, aparecería el núcleo de población más importante,
Martos, Víboras, Torredonjimeno, Porcuna, Alcaudete, etc., por lo
general antiguos hisn islámicos dotados de sólidas estructuras
de fortificación. Todos estos emplazamientos poseen un
amplio control territorial, lo que les permite comunicar
visualmente con la mayor parte de las fortalezas de su entorno
y con las sedes de las encomiendas vecinas (Fig. 2). Junto a
ellos, ejerciendo la función de cabeceras de encomiendas
podemos encontrar otras poblaciones, cuyo origen habría
que relacionarlo con estratégicas alquerías islámicas como
fueron los casos de Torredonjimeno (CASTILLO, LARA Y CASTILLO,
1992; CASTILLO Y CASTILLO, 2003; GUTIÉRREZ, 2009) o bien

422
Lopera (CASTILLO ET ALII, 2009; CASTILLO ET ALII, 2013b; DE LA ROSA,
2019), un núcleo rural en el que se construyó una pequeña iglesia
fortificada durante la segunda mitad del siglo XIII (CASTILLO ET
ALII, 2013a). En este marco los conjuntos fortificados se erigieron
en el epicentro de su organización territorial (VILLEGAS, 1991;
AYALA, 1993, 1996, RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1994, 2002).
Junto a ellos, en un segundo nivel, y ocupando también
inmejorables posiciones estratégicas nos encontramos con
otras fortalezas, algunas de ellas con un importante pasado
islámico, son los casos de Arjonilla, Torrebençala, Cotrufe,
Locubín, Jimena, Recena; o aquellas otras estructuras
defensivas creadas de nueva planta por la propia Orden
como los castillos de Jamilena (GUTIÉRREZ, 2007, págs. 255-
260, 2009a, págs. 95-99), Higuera de Calatrava, Torrevieja,
también conocido como el Castillejo de Belda, Alcázar, Torre
de García, etc. Por lo general, estos castillos, aunque tienen
plantas diversas, están dotados de un hipotético recinto
amurallado de diversas dimensiones y una gran Torre de
Homenaje, que era utilizada básicamente como residencia
de la guarnición.
Finalmente, los estudios arqueológicos han identificado
numerosas torres que fueron edificadas en enclaves
estratégicos de las demarcaciones comendatarias con el
objetivo de ejercer el control de vías de comunicación, de
diferentes recursos naturales (minas, salinas), puentes, etc.,
o bien para la protección de cortijos y pequeños núcleos
campesinos. Son generalmente torres de planta cuadrada,
que albergan pequeñas dependencias en su interior, es el caso
entre otras de la Torre de Fuencubierta (Torredonjimeno), que
suelen ubicarse en zonas con importantes valores agrícolas.

423
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Junto a ellas, el esquema defensivo se completa


con otras torres de planta circular, emplazadas en la
cumbre de elevados cerros, caracterizados por una
acusada orografía. Por lo general cabe definirlas como
torres o atalayas de control espacial, que aparte de
vigilar el tránsito que discurría por los caminos de la
zona, avisaban de cualquier inminente peligro a las
fortificaciones cercanas (CASTILLO Y CASTILLO, 2003).
Entre ellas destacamos la Torre del Algarrobo, o bien
las numerosas torres construidas en las inmediaciones
de Martos, Alcaudete y Castillo de Locubín (ESLAVA,
1999), como las Torres del Moro, de los Ajos, de la Harina
y la del Cortijo de la Torre (Alcaudete), o bien las torres
de Marroquín, de Encina Hermosa, de la Cogolla, del
Puerto. Son numerosos los ejemplos conservados en
la zona, pero también es significativa la cantidad de
casos desaparecidos de los que tan sólo se conserva el
topónimo o escasas referencias documentales de difícil
localización (CASTILLO Y CASTILLO, 2003, pág. 186).
Finalmente, un papel secundario dentro del esquema
defensivo establecido, lo protagonizarían algunos molinos
fortificados, como el Molino del Castillo (Martos) o bien los
molinos del Cubo, de los Frailes y de la Puentezuela en el
término de Torredonjimeno (CANO, ALCÁZAR Y MONTILLA,
1994; GARCÍA, 2003). Algunas de estructuras tendrían una
triple funcionalidad, por un lado servirían como refugio
para campesinos y molineros, protegerían la producción
agrícola, y contribuirían al control territorial de la zona.

424
4. Los conjuntos fortificados de Martos y Alcaudete

Como ya hemos señalado, los resultados obtenidos en


recientes investigaciones arqueológicas efectuadas en las
fortificaciones emplazadas en varios de los principales centros
comendatarios del Alto Guadalquivir, han puesto de manifiesto la
enorme transformación que sufren las primitivas fortificaciones
islámicas tras su incorporación al señorío calatravo, y al mismo
tiempo nos muestran las nuevas piezas diseñadas para el
control riguroso de este engranaje defensivo-ofensivo puesto
en marcha por la Orden en este territorio.
En nuestro estudio presentaremos dos de los ejemplos
más representativos que han sido analizados con una
metodología arqueológica diversa, y que se han convertido
en prototipos de las fortalezas calatravas giennenses, y en
algunos casos también explican de forma detallada las
amplias transformaciones a las que fueron sometidos.

a) Las Fortificaciones de la Gran Encomienda de Martos

La encomienda se conforma tras la cesión por Fernando


III a la Orden de la fortaleza de Martos y sus términos en 1228
(RODRÍGUEZ, 1974-75; RUIZ, 2010; GUTIÉRREZ, 2009). Martos fue una
importante ciudad ibero-romana, conocida como Augusta
Gemela Tuccitana (BARCO, 1987; RECIO, 1998; SERRANO, 1987),
que organizó su esquema defensivo en dos áreas claramente
diferenciadas, por un lado la Peña, un elevado macizo rocoso
considerado como uno de los principales hitos estratégicos
de esta zona; y por otro, el amplio espolón o meseta sobre
la que se asienta el primitivo núcleo urbano (Fortaleza Baja o

425
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Castillo de la Villa) (BURGOS, 1998) (Fig. 4), situado en la propia


ladera de la Peña, ocupando cotas altimétricas inferiores.
No obstante, ambos conjuntos se enlazaron en la Baja Edad
Media a través de varios lienzos de muralla (CANO Y SERRANO,
2009) (Fig. 3).
Han sido diversas las investigaciones arqueológicas
centradas en su recinto amurallado, pese a ello contamos con
algunos estudios específicos que evidencian la existencia de
una compleja estructura defensiva (ESLAVA, 1990; 1999, págs.
225-230; RECIO Y LÓPEZ, 2002; CANO Y SERRANO, 2009), compuesta
por una cerca de mampostería irregular intercalada con
torres cuadradas y semicirculares (Fig. 3). Ocupando la zona
más elevada de este espolón rocoso, se localizó la alcazaba,
un recinto amurallado delimitado por una vaguada, que
le eleva también sobre el resto del caserío. Este espacio
amurallado, conocido popularmente con el nombre Fortaleza
Baja o de la Villa, se define como un conjunto rectangular que
ocupa el antiguo solar del primitivo recinto fortificado ibero-
romano (RECIO Y LÓPEZ, 2002; CANO Y SERRANO, 2009, págs. 71-
73) (Figs. 3 y 4), convertido posteriormente en alcazaba por los
musulmanes entre los siglos XI – XIII.

426
Fig. 3. Defensas de la Encomienda Mayor de Martos (CANO Y SERRANO, 2009).

Inicialmente ambos elementos defensivos se edificaron,


como la mayor parte de las fortificaciones de este ámbito
territorial, en tapial de argamasa sobre basamento de
mampostería. Sin embargo, las investigaciones realizadas
en este espacio fortificado confirman la importante
transformación de sus defensas ejecutada tras la conquista
castellana, conservándose tan solo el trazado original de
los elementos fortificados islámicos (CANO Y SERRANO,
2009, pág. 73). Unas reformas que trajeron consigo el
revestimiento o la sustitución de las antiguas murallas por
forros y lienzos de mampostería, a la vez que se amplían
sus posibilidades defensivas con torres macizas de planta
cuadrada y circular, antemurales, barbacanas, etc.

427
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Fig. 4. Conjunto Fortificado de la Villa o Fortaleza Baja (CANO Y SERRANO, 2009).

Tras la conquista los calatravos encuentran sus defensas


bastante deterioradas como consecuencia de los ataques e
intentos de asalto sucedidos años atrás, a los que había que
sumar las tentativas de recuperar la plaza protagonizadas
por parte de los almohades, entre ellos, el ataque al que fue
sometido la ciudad en 1227. A raíz de los resultados obtenidos
en diversos estudios, el conjunto conformado por la Fortaleza
Baja estuvo configurado por tres recintos, el primero, de planta
cuadrangular, fue construido tras la conquista en la primera
mitad del siglo XIII, ocupaba la parte central, la más estratégica
y elevada de la gran meseta (Fig. 4). A este se le adosa otro amplio
recinto que ocupa la zona más occidental de la altiplanicie,
que ha sido identificado como Plaza de Armas (CANO Y

428
SERRANO, 2009, pág. 73). Asimismo, en este primer perímetro
amurallado se integraba la Torre de Almedina, emplazada en
el extremo sureste. Finalmente sus defensas se completan con
la gran Torre del Homenaje, situada en el sector más occidental
(Fig. 4). Una esbelta estructura de planta cuadrada, organizada
en cuatro niveles, el primero lo conforma un aljibe, al que se
superponen tres estancias, dos de ellas, las intermedias,
cubiertas con bóveda de cañón y otra superior, que utiliza
como cubierta una bóveda vaída sobre pechinas. Frente a ella,
empotrada en el lienzo este del recinto fortificado, se ubicaba
la puerta principal.
Como ya hemos señalado, una de las piezas claves
de este primer espacio amurallado lo conforma la Torre de
Almedina, una compleja estructura de planta cuadrada, que
está siendo objeto de un exhaustivo estudio arqueológico
por parte de un amplio equipo multidisciplinar dirigido por los
arqueólogos JL. Serrano Peña y J. Cano Carrillo. Internamente se
organiza en varias plantas, a su interior se accedía a través de
una puerta doble, dando paso a una gran estancia cuadrada
cubierta con cúpula de media naranja sobre pechinas (CANO Y
SERRANO, 2009, pág. 74) (Fig. 5), que se superpone a una amplia
estancia sótano de planta rectangular excavada en la base
rocosa, que pudo ser utilizada como aljibe. La misma se cubría
con bóveda de cañón de ladrillo, en la que fue practicada
una apertura cuadrangular a modo de brocal por donde era
extraída el agua.

429
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Fig. 5. Defensas de la zona de la Torre de Almedina (CANO Y SERRANO, 2009).

A partir de la segunda mitad del siglo XIII la Orden


emprende la reforma de esta plaza fuerte, para ello se
configura un segundo recinto defensivo en el extremo
oriental de la meseta (Fig. 5). Junto a ello, en el apéndice
suroeste, donde confluyen las murallas de ambos recintos,
se edificó una importante puerta (CANO Y SERRANO, 2009,
pág. 75), que se adosa a la base de la Torre de Almedina. Un
acceso que tras superarse se alcanza el epicentro del nuevo
recinto, convertido en antesala de la antigua fortaleza (Fig. 5).
Paralelamente, en las inmediaciones de este acceso,
se edificó un pequeño antemural de discurre paralelo
al primer tramo de la muralla que parte de la Torre de
Almedina, configurando una pequeña barbacana que

430
incrementa las defensas de la zona, estructuras que están
siendo sometidas a nuevas investigaciones arqueológicas.
Sobre la puerta, y para acceder de forma directa al interior de la
Torre de Almedina, se edificó un camino de ronda que partiendo
del adarve que discurre sobre la puerta, penetra en el interior
de la torre discurriendo a modo de pasadizo en paralelo al
aljibe. Junto a ello, dentro de la antigua fortaleza, y ocupando un
espacio colindante con la Torre de Almedina, sobre el aljibe, se
levantó una nueva estancia, que copia su modelo estructural,
consiste en una sala rectangular con cubierta de bóveda de
cañón rebajada con arco fajones (Fig. 5). Desde ese momento
se produce un cambio de funcionalidad en estos espacios,
dejando de ser utilizado como aljibe, para ser destinados como
caballerizas y almacenes (CANO Y SERRANO, 2009, pág. 78).
En el entorno más inmediato de estas dependencias fueron
edificadas otras de cuya existencia ha quedado un fiel reflejo
en las fuentes escritas (tahonas, lagares, bodegas, etc.) (RECIO
Y LÓPEZ, 2002, págs. 79-84).

Por lo que respecta a la fortaleza situada en la cumbre de


la Peña (Fig. 3 y 6), ocupa una amplia meseta, con una apreciable
inclinación Sur- Norte. Tampoco en ella se han efectuado
trabajos arqueológicos, tan solo varios estudios superficiales,
que han puesto de manifiesto la importancia y la riqueza de
este conjunto arqueológico (ESLA V A, 1990; SALVATIERRA, 1995,
págs. 131-132; LUNA ET ALII, 2004; ORTEGA, 2016). Esta fortificación
ocupa toda la meseta de la cumbre, con lo cual aprovecha las
fuertes pendientes y la acusada orografía como elementos
defensivos naturales. Inicialmente esta cualidad permitía su
fácil defensa, pero paulatinamente fue dotándose de un recinto

431
La Orden de Calatrava en la Edad Media

amurallado que circundó toda la meseta, configurando una


fortaleza de planta irregular (CASTILLO ET ALII, 2013b) (Fig. 6).
Tras la conquista, los caballeros calatravos modifican
ampliamente sus antiguas estructuras defensivas,
convirtiéndola en una de las principales fortalezas de la
Campiña, desde la cual mantendrían contactos visuales con
la mayor parte de las posesiones de la Orden (CASTILLO Y
CASTILLO, 2003; CASTILLO ET ALII, 2013b). La reestructuración de la
fortificación consistió en reutilizar las antiguas defensas sobre
las que se edifican un primer recinto amurallado, dotado de
torres defensivas de plantas cuadradas y circulares (ORTEGA,
2016) (Fig. 6). Al interior se accedía a través de una torre puerta
(ESLAVA, 1990), ingresándose en un amplio espacio abierto
donde se edificaron varios aljibes y otras dependencias.
Paralelamente, en la zona más elevada se construyó un
alcázar de planta irregular, donde destaca una gran torre
de Homenaje rectangular (Fig. 6) organizada en tres pisos,
el inferior posiblemente utilizado como aljibe. Este conjunto
quedó aislado del resto de la meseta a través de un amplio
foso (CASTILLO ET ALII, 2013b) (Fig. 6).

432
Fig. 6. Conjunto Fortificado de la Peña o Fortaleza Alta.

El complejo sistema defensivo se completa con el


emplazamiento en el extremo noroeste de la Plaza de Armas
de dos grandes depósitos de agua, uno a modo de balsa, del
que parten dos canalizaciones, mientras que el segundo, fue
cubierto con bóvedas de arista de ladrillo (Fig. 6).

b) El Conjunto Fortificado de Alcaudete

El conjunto defensivo de Alcaudete ha sido objeto


de varias actuaciones arqueológicas que han permitido
definir su compleja evolución histórica y arquitectónica
(CASTILLO Y ZAFRA, 1994; CASTILLO Y CASTILLO, 2003,
2006; ANGUITA, 2011). Alcaudete se localiza en la zona

433
La Orden de Calatrava en la Edad Media

suroccidental de la provincia de Jaén (Fig. 1), ocupando un


paraje situado en el piedemonte de las cordilleras Béticas,
muy próximo a las vegas de los ríos Guadajoz y Víboras,
tradicionalmente convertidas en las vías de comunicación
más importantes de esta zona.

Fig. 7. Estructura defensiva de Hisn Alqabdaq.

La fortaleza ocupa la cumbre de un pequeño cerro a


cuyos pies se dispone el núcleo de población. Históricamente,
y con anterioridad a la conquista musulmana, Alcaudete ya
contaba con una ocupación preliminar, siendo identificada
con la antigua población de Sosontigi (RIVAS, 1992, págs.
20-22; CHINCHILLA, 1994, pág. 85; CASTRO, 1989, pág. 423).

434
Tras la conquista musulmana Alcaudete fue conocido
con el nombre de Hisn al-Qabdaq (IBN HAYYAN; 1967, pág. 242;
JIMÉNEZ, 1990; CANO, 1990, pág. 12, 1994, pág. 55), identificándose
como un asentamiento emplazado en la cumbre del cerro
que domina la actual población, y que para su defensa
aprovecharon su acusada orografía, caracterizada por
fuertes pendientes, amplios afloramientos rocosos y tajos
naturales, que configuran una autentica defensa natural, que
pudieron complementar con construcciones simples, como
empalizadas edificadas en tapial de tierra y mampuestos,
con los que se reforzarían los puntos más accesibles,
generado un eficaz sistema defensivo (CASTILLO Y CASTILLO,
2006).
De estas primitivas defensas islámicas (s. VIII – X) no
quedan restos, debido a la significativa reestructuración
que sufre el conjunto defensivo en periodos posteriores,
sobre todo en época almohade (CASTILLO Y CASTILLO, 2006),
llevándose a cabo una intensa reorganización de sus
estructuras de fortificación que mejoraron en gran medida
su capacidad defensiva. Será en este momento, cuando se
crea una cerca o barrera que protege al núcleo de población
que se formó a media ladera (Fig. 7) (CASTILLO Y CASTILLO,
2006, págs. 99-100); mientras que en la cumbre se levantó
un alcázar de planta poligonal (Fig. 7), que pudo reutilizar
algunos elementos de las primitivas fortificaciones y se
adaptó perfectamente a la orografía del terreno, llegando
incluso a aprovechar algunos escarpes naturales como
elementos defensivos. Su construcción procuró salvar el
acentuado desnivel y las irregularidades del terreno gracias
a un cimiento escalonado de mampostería edificado

435
La Orden de Calatrava en la Edad Media

con distintas alturas, que fue reforzado irregularmente con


torres y bestorres. Las primeras presentan planta cuadrada,
y se sitúan en los tramos más o menos horizontales, a modo
de contrafuertes de mampostería (Fig. 7). Son macizas,
hasta el nivel de adarve, donde podría existir una pequeña
terraza. Por su parte las bestorres identificadas como torres
abiertas por la parte posterior del baluarte (Fig. 7), fueron
levantadas en los ángulos de los muros, solventando de
esta manera las deficiencias defensivas del sistema en
estos puntos. Y lo hicieron tomando como base un cimiento
de mampostería sobre el que se superponen paramentos
de tapial de tierra (CASTILLO Y CASTILLO, 2006, págs. 100 -
103).
En el interior de este recinto, los trabajos de excavación
arqueológica han documentado varias estructuras que
podrían datarse en esta época, entre ellos restos de muros
de tapial que se podrían relacionar con algunas estructuras
orientadas al almacenamiento, y sobre todo un aljibe de planta
rectangular, excavado en la roca y cubierto con una bóveda
de ladrillo (CASTILLO Y CASTILLO, 2006, pág. 103).
Como ya hemos señalado, en la segunda mitad del
siglo XIII Alcaudete se convierte en señorío de la Orden Militar
de Calatrava, que desapareció temporalmente en 1300 al
ser conquistado por los ejércitos musulmanes. Sin embargo,
en 1312 fue nuevamente recuperado por el Infante D. Pedro,
convirtiendo Alcaudete en una villa de realengo (RODRÍGUEZ-
PICAVEA, 1994; RIVAS, 1992; MATELLANES, 1994). Pese a ello, en
1385 fue donado por el rey Juan I en mayorazgo a D. Alfonso
Fernández de Montemayor, Adelantado Mayor de la Frontera
(RIVAS, 1994).

436
A mediados del siglo XIII y a lo largo del XIV, Alcaudete
se convierte en un enclave de una importancia estratégica
dentro de la frontera con el reino Nazarí de Granada. De tal
manera que a partir de su conquista y posterior cesión a la
Orden Militar de Calatrava en 1246 (RODRÍGUEZ-PICAVEA, 1994),
el organigrama defensivo creado en época almohade fue
reaprovechado a grandes rasgos, aunque se introdujeron
importantes modificaciones.
En este marco la Orden de Calatrava ejecutaría una
serie de actuaciones y reformas que se centraron una nueva
reestructuración de sus elementos defensivos, de tal manera
que se revisten de mampostería las antiguas murallas que
circundaban la población, a la vez que se amplían también el
número de torres que la defendían. Por el contrario, el antiguo
alcázar mantuvo en líneas generales su antigua fisonomía,
aunque sería utilizado como antemuro y basamento de un
nuevo castillo, es decir, en su interior los calatravos edifican una
nueva fortaleza (Fig. 8) (CASTILLO Y CASTILLO, 2003, 2006), ya que
sus estructuras defensivas fueron destruidas y reparadas en
sucesivas ocasiones tanto por musulmanes como cristianos a
medida que unos y otros se fueron adueñándose de la plaza
entre los siglos XIV y XV.
De esta manera las estructuras del alcázar islámico se
transforman en antemuro, a modo de muralla de menor altura
que se adelanta al lienzo principal de la nueva fortaleza cristina,
con el objetivo de mejorar su defensa, mediando entre ellas una
liza. La intención de los calatravos fue simplemente mantener tan
sólo el cimiento de mampostería, derribando o eliminando todos
los paramentos de tapial de los lienzos y bestorres, a la vez que
rebajan la altura de las torres hasta el nivel de cimentación, con el

437
La Orden de Calatrava en la Edad Media

objetivo de habilitar una primera defensa. Una vez rebajadas


las primeras defensas, sobre los restos conservados se levantó
un pretil coronado de almenas y merlones, creando un camino
de ronda o adarve a lo largo de todo su perímetro.
Este nuevo edificio habilita un pasillo o angosta liza, entre
el antemuro y el castillo calatravo, donde la roca aflora con
facilidad, dificultando el paso o tránsito. Para dificultar más aun
el desplazamiento por este corredor y para mejorar su defensa,
se levantó en el interior de una de las bestorres, la emplazada
en la esquina Noroeste del Alcázar, un muro transversal que
corta la liza, e impide la libre circulación por esta área (Fig. 8).
Tan solo en la zona Noreste, la liza se convierte en una auténtica
calle, por la que discurrían carros, animales y personas que
ingresaban en el interior de la fortaleza Calatrava, por ello la liza,
en esta área, adquiere unas mayores dimensiones, llegándose
incluso a recortar la roca para facilitar el paso de los carros
(CASTILLO ET ALII, 2013b).
La nueva fortaleza Calatrava tiene planta poligonal,
adaptada perfectamente a la orografía del terreno, y se
amolda a la forma que presentaban las defensas islámicas.
Sus murallas y torres fueron construidas con mampostería
irregular rejuntada con mortero de cal, conservando las
primeras buena parte de sus adarves, lo que permitía a sus
defensores recorrer todo el recinto y acceder al interior de
las seis torres que los defienden. Estas se estructuraban en
tres niveles, el inferior es macizo, mientras que el intermedio
conformaba una pequeña dependencia cubierta con bóvedas
baídas, finalizando su organización en una terraza a la que se
accedía a través de una apertura abierta en la bóveda, por la
que se deslizaba una escalera móvil (Fig. 8).

438
Fig. 8. Conjunto defensivo calatravo de Alcaudete

Al interior de la fortaleza se accedía a través de dos puertas,


la principal se situaba en el extremo norte (Fig. 8), estando
defendida por dos torres de planta cuadrada con esquinas
redondeadas. El vano está formado por dos arcos: el principal,
atraviesa todo el grueso del paño, aguanta y distribuye su peso,
estando formado por un arco de medio punto de ladrillo, que
hace la vez de bóveda; y que cobija al siguiente, formado por
un arco de medio punto enmarcado en un alfiz, fabricado de
arenisca, y cuya misión no es otra que facilitar el adosamiento
de las dos hojas de madera de la puerta. Por lo tanto, este
segundo arco no deja de ser un elemento puramente decorativo.
Junto a ella, en el extremo sureste, se abrió una Poterna de
dimensiones reducidas (Fig. 8), estaba protegida por una
torre de planta cuadrada, conocida como la Torre del Reloj. Se

439
La Orden de Calatrava en la Edad Media

define como una puerta configurada por un arco de medio


punto de lajas de piedra que salva el grosor del muro y que
cobija a otro de arenisca de medio punto rebajado. Una vez
flanqueados encontramos con un sistema de puerta en codo,
formado por unos muros de cierre que obligaban a girar hacia
la derecha para llegar directamente al espacio donde se
ubican las caballerizas y aljibe mayor.
Una vez traspasada la puerta principal, accedemos
directamente a un pasillo-foso, configurado por las murallas
del propio castillo y los escarpes rocosos del interior, que
definen la parte central o meseta interior, más elevada;
coronados con los paramentos de las diferentes estancias que
se levantan en esta zona, y que se utilizan a modo de muralla
interna, impidiendo alcanzarla con facilidad, a la vez que aísla
el núcleo central de la fortaleza.
La terraza central se convierte en el núcleo central de la
fortificación, y por ende la más elevada, en la que se localizan
los edificios más representativos y relevantes, como son: la
Torre del Homenaje, Sala Capitular o Refectorio, el oratorio, las
cocinas, el cuerpo de guardia, un aljibe, el claustro, la plaza de
armas, etc. (CASTILLO ET ALII, 2013b).
Mientras que en el nivel inferior se localizan dos
aljibes, el primero se sitúa en las proximidades de la
puerta principal apoyado sobre los lienzos de la cara
norte. Ocupa la planta inferior de un edificio que se adapta
perfectamente a la orografía del terreno, aprovechando
la caída de la roca sobre la muralla, configurando un
espacio semienterrado, donde fue erigido este pequeño
depósito (Fig. 8). Presenta planta cuadrada, cubierta por
una bóveda vaída de ladrillo, y a su interior se accedía a

440
través de un vano situado en un lateral, construido con
arco de medio punto de ladrillo. Esta estructura más que un
aljibe se puede considerar como una balsa cubierta, ya que
su capacidad de almacenaje era bastante reducida. Se
abastecía de agua de la lluvia que se recogía en la terraza del
cuerpo superior (Cuerpo de Guardia), siendo conducida hacia
su interior a través una conducción de atanores, empotrados
en una roza abierta en el muro Oeste. En los años de sequía,
la única posibilidad de poder almacenar agua en el interior
del castillo, era subirla en toneles o ánforas, traídas por carros,
conducidos hasta las inmediaciones del aljibe donde existe
un embarcadero donde eran descargados estos recipientes
(CASTILLO ET ALII, 2013b).
El segundo se localiza en el área de las caballerizas,
adosado a la entrada de las mismas, está excavado en la
roca, recubriéndose la perforación con muros de mampostería
enlucida con un mortero muy rico en cal y revocada con pintura
de almagra (Fig. 8). Tiene planta rectangular cubierta con
bóveda de cañón de ladrillo, que actualmente ha desaparecido.
El acceso a su interior se hacía a través de un pequeño pozo
abierto en la bóveda en uno de sus extremos. El sistema de
captación de agua consistía en recoger el agua de lluvia que
caía sobre la cubierta de la sala capitular, así como del claustro,
para conducirla a través de atanores, hasta unas profundas
arquetas de decantación, donde el agua por rebosadero,
penetraba limpia en la cisterna (CASTILLO ET ALII, 2013b).
Como hemos indicado, en la terraza superior se
erigieron los espacios y edificios más representativos.
El más amplio se emplaza en el extremo noroeste y se
corresponde con el patio o plaza de armas, consiste

441
La Orden de Calatrava en la Edad Media

en un espacio abierto, extenso y despejado a modo de gran


patio (Fig. 8). En él se desarrollaban las paradas militares y se
desenvuelven los ejercicios de preparación y entrenamiento
para la lucha, de ahí que en sus inmediaciones se edificó el
cuerpo de guardia. Un edificio construido sobre buena parte
del aljibe sito junto a la puerta principal, y también sobre el
farallón de roca que delimita la terraza interior (Fig. 8). De
tal manera que configura el segundo nivel de un edificio de
planta rectangular construido con mampostería irregular y
una cubierta plana soportada por un artesonado, que creaba
un espacio de terraza, lo que facilitaba la captación del agua
de lluvia para su almacenaje en el aljibe del nivel inferior. A su
interior se accedía a través de dos puesta abiertas en sus lados
más estrechos, y enfrentadas entre sí. La principal se abre hacia
la calle o camino que conducía desde el pasillo-foso a la plaza
de armas, controlando el acceso a la terraza superior, mientras
que la segunda conectaba directamente con el adarve de los
lienzos de la muralla noroeste, facilitando la rápida conexión
de los defensores con los caminos de ronda. Así mismo, cuenta
con una ventana abierta en el muro colindante con la zona
de la puerta principal, con lo se mejora considerablemente, el
control y la defensa de la puerta.
En el sector sur de la meseta superior se localizaba el Claustro,
definido como un pequeño patio situado en las inmediaciones
de la Torre del Homenaje y la Sala Capitular (CASTILLO ET ALII,
2013b). En la actualidad se encuentra muy transformado, por
lo que del mismo tan solo conservamos algunos elementos
arquitectónicos (columna y capitel). En el lateral Este de este
espacio, y superpuesto al aljibe mayor se edificó un edificio, que
fue utilizado como cocina, almacenes y alcobas.

442
Colindando con el Claustro, y emplazándose sobre el
lienzo meridional se erigió un edificio de planta rectangular,
que se adapta perfectamente a los significativos desniveles
del terreno, circunstancia que favoreció su organización en dos
niveles (Fig. 8). El inferior o caballerizas lo conforma una sala
resultante de apoyar sobre el lienzo Sur y la caída de la roca de la
terraza superior, una bóveda de cañón de ladrillo, dando lugar a
un semisótano, a cuyo interior se accedía a través de una puerta
formada por un arco de ladrillo que cobija otro arco de medio
punto rebajado. Para la iluminación y ventilación de la estancia
se abren cinco aspilleras alargadas con abocinamiento interno
en el lienzo Sur y una pequeña en el oeste. La pavimentación
de esta sala se trazó a partir de una gruesa capa de mortero
de cal que nivelaba las diferentes irregularidades del terreno,
llegándose incluso en algunos puntos a recortar la roca para
ganar amplitud. Junto a la puerta de este edificio se adosó una
pequeña pileta donde abrevarían los animales. El nivel superior
lo formaba la gran Sala Capitular – Refectorio (Fig. 8), a la que
se accedía directamente desde el Claustro gracias a un gran
vano, que dejaba paso a una estancia rectangular, diáfana,
que fue cubierta con un artesonado, del cual no conservamos
elementos, desarrollando sobre el mismo una amplia terraza,
que facilitaba, como ya hemos señalado, la captación del agua
de lluvia y su conducción hasta el aljibe mayor. La estancia,
estaba comunicada directamente con el adarve del lienzo
meridional a través de una puerta que a demás facilitaba su
iluminación y ventilación, función que era complementada
por otras dos ventanas. Las intervenciones arqueológicas han
permitido documentar la configuración del pavimento original,
de baldosas de adobes, así como la huella dejada en este

443
La Orden de Calatrava en la Edad Media

pavimento por un banco continuo que se adosa a los muros


perimetrales de esta sala, interrumpiéndose exclusivamente
en las zonas donde se emplazan las puertas y la ventana.
Ocupando el sector oriental de la meseta superior se
localizaba el Oratorio, justo frente de la Torre del Homenaje,
situándose por tanto en un espacio privilegiado dentro
de la fortaleza (Fig. 8). Este edificio de mampostería, muy
transformado en periodos posteriores, tiene planta cuadrada
y a su interior se accedía a través de una puerta abierta en
el lateral oeste. Como hemos señalado, actualmente se
encuentra muy destruido y enmascarado entre estructuras
palatinas edificadas a partir del siglo XV (CASTILLO ET ALII,
2013b). Adosado a él se encontraban las cocinas y alcobas de
la guarnición.
Como ya se puso de manifiesto, al pie de la Torre de
Homenaje, y más concretamente junto a la esquina noreste, se
documenta un aljibe, de origen islámico, que fue excavado en
la roca adoptando forma de cisterna (planta rectangular con
sus lados menores redondeados). Estaba cubierto por bóveda
de cañón de ladrillo hoy día destruida, que se abastecía del
agua de lluvia recogida en la terraza superior.
Finalmente, ocupando el punto más elevado y central
de la mencionada meseta superior se localiza la Torre del
Homenaje (Fig. 8). Tiene perfil troncocónico y planta rectangular,
destacando el enorme grosor de sus muros de mampostería que
llegan a alcanzar los tres metros. Su significativa altitud le permite
dominar cualquier punto del interior de la fortaleza y le confiere
un elevado grado de inexpugnabilidad, circunstancia que se
completa con el complejo sistema de acceso, ideado a través
de un patín adosado a la esquina noreste, que albergaba una

444
escalera muy estrecha, interrumpida a medio camino por una
pequeña puerta que cerraba el tránsito. Una vez alcanzada la
altura en la que se situaba el vano de acceso al interior de la
primera planta, había que salvar un rellano conformado por un
cadalso o balcón volado, que fue construido con una estructura
de madera, definiendo una plataforma retráctil. Internamente
se organizaba en tres plantas. La primera fue utilizada como
almacén- aljibe, accediéndose desde el interior de la torre, para
tal fin se empleó una trampilla practicada en la bóveda de
cañón con la que se cubre, y sobre la que se dispone la primera
planta o nivel intermedio. En su interior localizamos un espacio
rectangular iluminado por un pequeño vano a modo de aspillera,
y en el que se dispone adosado a sus muros perimetrales un
banco continuo de ladrillo, que servía para colocar los diferentes
recipientes de almacenaje. De igual modo, en sus paramentos se
aprecian mechinales o huellas de rollizos de madera, los cuales
debían de articular algún sistema de estantería o entresuelo,
donde disponer los alimentos y productos que se podían ver
afectados por la humedad del agua que en determinadas
ocasiones pudo verterse sobre el suelo de la sala, cuando
accidentalmente era también utilizada como aljibe. El agua de
lluvia recogida en la terraza de la torre era canalizada mediante
un conducto de atanores embutido en uno de sus muros, y
depositada en el suelo de la estancia, preparado a modo de
balsa para tal fin, para lo cual fue revestido con una gruesa capa
de mortero de cal. En la planta central se emplazó la puerta
de acceso al interior de la torre, configurando una estancia
que fue utilizada como zona de tránsito, ya que facilitaba la
conexión con las demás dependencias. Estaba cubierta por
una bóveda de cañón de ladrillo, e iluminada y ventilada por dos

445
La Orden de Calatrava en la Edad Media

aspilleras enfrentadas y dispuestas en los lados opuestos a la


puerta. El acceso a la planta superior se desarrollaba a través
de una escalera adosada al muro oeste, que fue construida con
ladrillo y soportada por tres arcos de medio punto, uno de los
cuales, el central, cobija la trampilla de acceso a la planta baja.
Finalmente, en la tercera planta se localiza la estancia más noble,
que pudo ser utilizada como la residencia del comendador. Se
define como un espacio rectangular, cubierto con bóveda de
cañón de ladrillo, muy bien ventilado e iluminado por cuatro
ventanas- miradores, formadas por dos arcos de herradura
apoyados y separados entre sí, por un parteluz, rematado con
un capitel con decoración esquemática de arcos polilobulados.
Desde esta estancia se puede divisar, no solo el interior de todo
el castillo, sino también de un amplísimo territorio circundante.
Para facilitar la subida hasta la terraza, se dispuso una escalera
muy similar a existente en el segundo nivel, con la salvedad de
que uno de sus arcos, el de mayor altura, se apoya sobre un
pilar de ladrillo, adornado con una columna. Ésta conectaba
con otra embutida en el muro oeste, cubierta con un sistema
de pequeñas bóvedas de cañón y arista, permitiendo la salida
a la terraza. En su pavimentación se han documentado varias
arquetas de decantación donde era conducida el agua de lluvia
a través de atanores y guiada al interior de la torre.

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461
La Orden de Calatrava en la Edad Media

EL OTRO LADO DE LA FRONTERA. ESTRUCTURAS DE PODER Y


FORMACIÓN DEL ESPACIO FRONTERIZO NAZARÍ1
Alberto García Porras
Universidad de Granada

RESUMEN
En el presente trabajo abordaremos de manera general
las características que presenta la franja fronteriza nazarí,
centrándonos en las innovaciones materiales y los nuevos
edificios que la separan de las estructuras castrales
andalusíes previas así como los agentes que en nuestra
opinión explicarían su aparición.

ABSTRACT
In this paper we will present in a general way the
characteristics of the Nasrid border, focusing on
the material innovations and the new buildings that
differentiate it from the previous Andalusian castles as
well as the agents that in our opinion would explain its
appearance.

Introducción

La frontera ha sido un fenómeno presente a lo largo de


la historia de al-Andalus. A diferencia de otras sociedades
islámicas medievales coetáneas ubicadas en las áreas centrales
del dar al-Islam, al-Andalus fue una región periférica ubicada

1 Este trabajo se ha realizado en el marco del Proyecto de Investigación “Poder


y Comunidades Rurales en el reino nazarí ss. XIII-XV” (HAR2015-66550-P), financiado por el
Ministerio de Ciencia e Innovación.

462
en el extremo occidental que tuvo que hacer frente a otras
entidades políticas vecinas bien distintas. En este caso a
los reinos cristianos peninsulares. Estas sociedades vecinas
además de no profesar la religión musulmana, eran, por
tanto, infieles para el Islam desde el punto de vista religioso,
presentaban una estructura y organización social y
económica que difería de manera patente de la andalusí, lo
que dio lugar a la formación de una realidad fronteriza más
o menos definida desde las etapas tempranas de al-Andalus.
La frontera era ya reconocida y percibida como un espacio
con características particulares desde la etapa temprana de
al-Andalus cuando ya aparece reflejada en las fuentes, como
ocurrió en otras regiones de dar al-Islam, especialmente
en Oriente, bajo la denominación de targ/tugur que debía
contener ciertas connotaciones organizativas específicas
(MANZANO MORENO, 1991, págs. 30-69).
La frontera así observada fue el resultado de la
contraposición de dos sociedades distintas, opuestas
y enfrentadas. Sin embargo, como ocurre en muchos
otros aspectos de las sociedades del pasado, tendemos
a interpretar la sociedad andalusí en su conjunto, y de
manera particular el hecho fronterizo, desde parámetros
actuales. Desde la perspectiva de estados nacionales
sólidos y homogéneos como los de hoy día. De este modo
aparece la frontera medieval, y en concreto la andalusí,
como un fenómeno plenamente constituido que separa
dos realidades claramente contrapuestas, sin matices. No
reconoce, por ejemplo, la existencia de elementos híbridos
o comunes, ya sea a nivel ideológico, político, económico o
social, compartidos entre las sociedades existentes a ambos

463
La Orden de Calatrava en la Edad Media

lados de la frontera y que permitirían difuminar las diferencias


existentes entre los distintos grupos humanos allí asentados.
Tiende, además, a presentar las sociedades andalusí e
hispanocristiana como bloques homogéneos que muestran
sus marcadas diferencias desde sus áreas centrales hasta sus
confines, generando espacios fronterizos bien definidos que
nos permiten percibir diferencias a lo largo de la Edad Media.
Ello conduce a considerar el hecho fronterizo de manera
inmutable desde sus orígenes hasta su final, y no permite
percibir diferencias notables entre los diversos sectores que
conforman la frontera en un periodo dado. De este modo
la frontera andalusí presentaría similares caracteres entre
los siglos VIII-X que del XIII al XV, y entre el sector oriental y el
occidental, algo que los estudios históricos y arqueológicos
muestran que no parece cierto.
En el presente trabajo nos ocuparemos de presentar las
características que presenta el área fronteriza de al-Andalus
en su etapa final (ss. XIII-XV), haciendo especial referencia al
sector granadino y utilizando especialmente los resultados de
las intervenciones arqueológicas realizadas en el castillo de
Moclín (Granada).

El tratamiento histórico gráfico de la frontera nazarí. Historia


del Arte, Historia y Arqueología

La existencia de estructuras fortificadas, de


castillos, en al- Andalus es un fenómeno bien conocido,
objeto de interés de arqueólogos e historiadores
desde antiguo. Desde el punto de vista científico, varios

464
impulsos han aumentado el caudal de información y de
instrumentos interpretativos sobre este tipo de yacimientos.
El primero de ellos fue llevado a cabo por estudiosos
procedentes del ámbito de la Historia del Arte o incluso de la
Arquitectura. Estos trabajos se ocupaban esencialmente de
las características arquitectónicas de estos asentamientos,
especialmente si habían sido escenario de algún
acontecimiento reseñado. Desde obras ya clásicas, realizadas
a veces por eruditos o viajeros, eruditos con un importante
caudal informativo procedente de distintos archivos
(PILLEMENT, 1953; PAZ Y ESPEJO, 1911-1912; GÁMIR SANDOVAL, 1956;
ALCOCER MARTÍNEZ, 1941), hasta obras más recientes, mucho
mejor documentadas sin duda, pero con afán compilatorio
(PAVÓN MALDONADO, 1999). Obras que han aportado riquísimas
informaciones sobre estos asentamientos, incrementado
el conocimiento histórico-arqueológico de las diferentes
etapas andalusíes. En todo caso, hay que señalar que algunas
obras deben destacarse por sus aportaciones más allá del
ámbito arquitectónico de estos recintos o de su aparición
en la documentación escrita como escenario de algún
acontecimiento fronterizo, apuntado ciertas ideas sobre su
significado y complejidad. Los trabajos de Henri Terrasse y de
Leopoldo Torres Balbás son especialmente interesantes en
este sentido (TERRASSE, 1954; TORRES BALBÁS, 1949).
Otro gran momento de desarrollo se debe, sin lugar a
duda, a los trabajos llevados a cabo por la que podríamos
denominar la “Escuela Francesa”, desde la institución de la
Casa de Velázquez en Madrid. Imbuida por los principios
renovadores de la Escuela histórica francesa de los Annales,
en su segunda generación, y por el impacto que supuso la

465
La Orden de Calatrava en la Edad Media

aplicación de conceptos como el de ocupación social del


espacio, cultura material e instrumentos metodológicos como
la arqueología extensiva aplicados al análisis del territorio y de
las sociedades medievales (BAZZANA, 1994).
Varios investigadores destacan en lo que se refiere al
estudio de las estructuras fortificadas de al-Andalus: Pierre
Guichard, André Bazzana o Patrice Cressier (GUICHARD,
1983; BAZZANA, 1983; CRESSIER, 1984; BAZZANA, CRESSIER,
GUICHARD, 1988; BAZZANA, 1992). Todos ellos influyeron
considerablemente en el desarrollo de una Arqueología
Medieval todavía incipiente entonces en la totalidad de la
Península Ibérica.
Basados en un análisis detallado de un territorio amplio, el
Levante y el sureste peninsular, estos investigadores aportaron
una visión global e integradora del concepto de castillo o hisn,
oponiéndose a la visión tradicional cuya preocupación era
esencialmente monumental o évenementielle, que incluiría
tanto el edificio fortificado, como los asentamientos rurales
de su entorno y el territorio que queda bajo su influencia.
Este conjunto habría de entenderse coherente con el tipo de
sociedad establecida en al-Andalus a partir de los siglos IX y
X. Se trata, como no podría ser de otro modo, de una elección
social de ocupación efectiva del territorio más que producto de
determinados acontecimientos o períodos de enfrentamientos
bélicos.
Así pues, en palabras de P. Guichard:

“Si analizamos la cartografía de las fortificaciones


andalusíes constataremos fácilmente que estas
no ocupan principalmente las zonas fronterizas,

466
sino que se concentran, por el contrario, en las regiones
de fuerte densidad demográfica. Tampoco dejan de ser
piezas de la organización estatal, como acabamos de
ver a propósito de los alcaides y de la posible función de
la celoquía”(GUICHARD, 2001, pág. 289)

Y como ha indicado recientemente André Bazzana:

“...es evidente que no se puede limitar el estudio del


fenómeno castral en la Península Ibérica al papel estatal
o señorial que juega el castillo en el Occidente cristiano.
En las sociedades islámicas del oeste del Mediterráneo,
hay que subrayar pues el vínculo que existe entre castillo y
poblamiento, en el marco – ya durante los primeros siglos
de la época islámica – de una sociedad segmentaria
fuertemente marcada por las aportaciones árabes y,
sobre todo, beréberes” (BAZZANA, 2009, pág. 27)

Desde esta perspectiva, los castillos en al-Andalus,


ocupaban posiciones escogidas en función de sus
posibilidades defensivas (espolones, plataformas o
crestas rocosas), pero intervenían otros factores para su
emplazamiento como la relación entre el hábitat y los
campos de cultivo y los recursos hídricos, pudiendo resultar
igualmente útil un cerro de unas pocas decenas de metros
de altura, como una plataforma rocosa de más de 400
metros de altura (CRESSIER, 1991).
Otra característica reseñada de estas fortificaciones
es lo que ha venido en definirse como su horizontalidad
frente a la verticalidad de los castillos cristianos, muchos de

467
La Orden de Calatrava en la Edad Media

los cuales se construyeron sobre los musulmanes. Divididos


habitualmente en dos zonas, una más elevada que la otra, podían
servir de refugio permanente o temporal, solucionándose el
problema del abastecimiento de aguas con aljibes o cisternas
en diferentes zonas del recinto. Estos asentamientos fortificados,
de gestión comunitaria en su mayor parte, se integraban dentro
del espacio político- estatal mediante la presencia, a veces
esporádica, a veces permanente, de quwwād (guarniciones), y
jefes militares denominados qā’id/es (alcaides), quienes residían
en la zona más alta y restringida, salūqiya o celoquía.
A pesar de que podemos encontrar características
generales y comunes en todas las fortalezas musulmanas,
los estudios realizados por los investigadores franceses,
han mostrado la existencia de una tipología variada de
asentamientos fortificados en el área levantina en función del
uso que desempeñaron (BAZZANA, CRESSIER, GUICHARD, 1988,
pág. 107). Desde la ciudadela urbana o alqasaba, consistente
en una alcazaba amurallada elevada respecto al resto de
la ciudadela quedando en cierto modo aislada, o los castillos
de zonas fronterizas o de itinerario que estarían situados en
lugares estratégicos y que presentan una cierta aglomeración
de población, hasta recintos defensivos asociados a un hábitat
rural permanente, castillos-refugio, que se situaban en zonas
montañosas de difícil acceso o por lo menos alejado de las
vías de comunicación y de localidades importantes o las Torre-
Caserío. Estas se situaban en la parte alta de la villa o en alguna
vivienda para defender pequeñas comunidades aisladas o mal
protegidas, y mantenía una cierta relación con algún castillo,
sin olvidarnos de las torres vigías o atalayas, ubicadas en
puntos estratégicos o en zonas potencialmente amenazadas

468
por incursiones corsarias o cristianas: franjas costeras, vastas
zonas agrícolas abiertas y cercanas a la frontera.
Esfuerzo de comprensión tipológica posteriormente
completado por P. Cressier, distinguiendo diferentes clases de
establecimientos castrales (CRESSIER, 2004).
En todo caso, el modelo presentado por estos
investigadores, a pesar de comportar una gran fuerza
explicativa de carácter global, presentaba sin embargo
características rígidas y estáticas. Fue M. Acién quien en primer
lugar mostró esta circunstancia, tanto sobre los asentamientos
fortificados de primera época andalusí, como sobre los más
tardíos, los que con mayores dificultades encajaban en el
modelo explicativo de estos autores. Su propuesta se basaba
en la presentación de una secuencia más diversificada y
dinámica en el tiempo, contemplando una evolución entre los
edificios castrales iniciales y su función, hasta los nazaríes (ACIÉN
ALMANSA, 1989; 1995; 1999). Los castillos nazaríes, sin embargo,
fueron tratados de manera más general, sin profundizar en la
problemática arqueológica que presentaban cada uno de los
asentamientos.
Ha sido A. Malpica quien ha trabajado de manera más
exhaustiva en estos conjuntos presentando un esquema más
acabado (MALPICA CUELLO, 2000).
Ambos, en sus trabajos recogían algunos aspectos ya
señalados por autores que le precedieron, como H. Terrasse y L.
Torres Balbás, quien señalaba que estos castillos presentaban
una técnica constructiva particular. Éste último señaló que en
estos castillos.

469
La Orden de Calatrava en la Edad Media

“...se reforzarían de nuevo no pocas cercas y castillos,


envolviendo sus muros y torres de argamasa o sillarejo
con otras de mampostería, como se hizo en el castillo de
Píñar y en la alcazaba de Málaga” (TORRES BALBÁS, 1949,
pág. 179)

Debido, según aduce este investigador, al empleo como


máquina de guerra de la artillería:

“En los últimos años del reino granadino, ante el desarrollo


de la artillería, fue necesario adaptar las antiguas
fortificaciones a los nuevos métodos de ataque..” (Ibid.
pág. 163)

Sin dejar de otorgarle importancia a esta cuestión, M.


Acién y A. Malpica relacionaron estos cambios, como veremos
más adelante, con un proceso de refortificación de la frontera
nazarí ejecutado a mediados del siglo XIV, definiendo este
proceso como un complejo programa constructivo (ACIÉN
ALMANSA, 1999; MALPICA CUELLO, 1996), emanado del poder
central nazarí, materializado en fortalezas y en edificios señeros
de las ciudades del reino. Así pues, los castillos nazaríes, si
se diferenciaban en algo de los analizados en el Levante
en donde se destacaba la omnipresencia del tapial, como
técnica empleada en su construcción (BAZZANA, 1990), es por la
presencia de diversas técnicas constructivas, que complican
su análisis, pero que muestran transformaciones de cierta
naturaleza a lo largo del tiempo (MALPICA CUELLO, 2000a).
Otras innovaciones perceptibles, a ojo de estos
investigadores, fueron la presencia en las fortalezas

470
de este período de dos elementos destacados, el acceso al
recinto que se realizaba a través de una torre del circuito
murario, la denominada Torre Puerta, y el desarrollo
de las Torres del Homenaje. En rigor ni una ni otra eran
desconocidas, ya que se constatan algunos ejemplos en
etapas precedentes, especialmente en época almohade,
pero destaca su presencia casi generalizada en las fortalezas
fronterizas nazaríes.
Muchos autores han considerado que el desarrollo
de este elemento se debió a la influencia ejercida por las
fortificaciones al otro lado de la línea fronteriza,

“Es novedad de esta época, tal vez debida a la influencia


cristiana, la existencia de una (torre) prominente, que
no aparece en las fortificaciones hispanomusulmanas
anteriores. En vez de estar aislada, en el centro del
recinto, como en las occidentales, los granadinos la
emplazaron en uno de sus ángulos” (TORRES BALBÁS,
1949, pág. 163)

En cualquier caso, hemos de señalar, como bien ha


indicado A. Malpica, que las transformaciones documentadas
en estas fortalezas, no responden sólo a la aparición y
desarrollo de nuevos elementos arquitectónicos, sino a
un cambio de concepción de estas estructuras castrales,
iniciado, probablemente, con anterioridad a la constitución de
la frontera nazarí (MALPICA CUELLO, 2008, pág. 169) y que supuso
la incorporación de elementos urbanos en estas fortalezas.
Cambios que los propios castellanos observaron y trasladaron
en sus documentos, refiriéndose a ellas como “villas”.

471
La Orden de Calatrava en la Edad Media

A estos trabajos de carácter general se han ido sumando


con elpaso del tiempo estudios específicos de recintos
fortificados de la raya fronteriza nazarí, incluyendo en muchas
ocasiones a los territorios donde éstos se encuentran ubicados.
Estos trabajos, publicados en muchos casos con posterioridad
a la obra de sendos autores han aportado, a lo largo de la
segunda década de los años 90 del siglo pasado y parte de
la primera del presente, mucha información sobre los castillos
nazaríes. Información dispersa y de carácter desigual, pues
encontramos territorios en donde la densidad de los análisis
emprendidos es notable (el área granadina y malagueña,
especialmente), mientras otras zonas apenas si han sido
tratadas con detenimiento. La calidad de la interpretación
que se ha vertido sobre estos asentamientos y su papel en la
organización del territorio fronterizo también es muy variable.
Es frecuente encontrarse estudios meramente descriptivos
junto a otros que nos presentan un análisis más denso a
niveles arqueológicos e históricos. Todo este conjunto de
informaciones de carácter arqueológico, que han supuesto sin
duda un notable avance en la investigación, está necesitado
de un tratamiento pausado y una reflexión de conjunto que
excede los objetivos del presente trabajo.
A la luz de estos resultados, pasaremos revista a estas
nuevas características que presentan las fortalezas nazaríes
(ss. XIII-XV) y señalaremos, más bien apuntaremos, pues
merecería un trabajo más profundo, el factor o agentes que
han motivado la introducción de estos cambios y la aparición
de estas nuevas características en los castillos nazaríes que
los identifican. Sin duda, la presencia de un poder cercano y
sólido, especialmente interesado en la defensa del territorio,

472
pues suponía su supervivencia, explican muchas de estas
novedades. El poder del estado nazarí quedó sin duda impreso
en las murallas, los distintos recintos y nuevos elementos de
las fortalezas fronterizas nazaríes.

Estructuras de poder y formación del espacio fronterizo


nazarí

El sector más claramente favorecido por la investigación


histórica y arqueológica ha sido, sin duda, el de las fortificaciones
que defendían la línea fronteriza nazarí en su sector central.
Como hemos señalado, la mayoría de estos castillos fueron
asentamientos fortificados previamente al establecimiento
de la frontera; castillos de naturaleza fundamentalmente rural,
asociados a un grupo de aldeas o alquerías, asentamientos de
carácter campesino. En época nazarí, con el establecimiento
de la frontera, las fortificaciones en este territorio se vieron
fuertemente transformadas en su estructuras y fisonomía,
alejándolas de las formas que presentaban previamente. En
términos generales, estos castillos ampliarían su extensión,
emplearían un nuevo lenguaje constructivo y presentarían
nuevos elementos, o bien algunos de los existente se verían
notablemente transformados. No queremos detenernos en
estos cambios, pues han sido ya objeto de estudios amplios.
Subrayaremos, eso sí, los cambios que parecen mostrar
una mayor vinculación con el poder establecido, que nos
permiten observar cómo una fortificación de naturaleza
rural o campesina quedaría convertida en un asentamiento
en esencia completamente distinto, cuyas características.

473
La Orden de Calatrava en la Edad Media

lo acercarían más a las ciudades, sin serlo (MALPICA CUELLO,


2008) y cómo la estela del poder aparece impresa en sus
construcciones.

Fig. 1. Vista aérea del Castillo de Moclín en donde se observan sus dos recintos
(Granada)

Ya en su día L. Torres Balbás (1949a) señaló que una


de las características constructivas de estas fortificaciones
fue la sustitución de las viejas fábricas de tapial por nuevas
estructuras levantadas en piedra, con mampostería. Lo
atribuía a la aparición de la artillería como arma de asalto. No
parece que fuera errado el insigne arquitecto, aunque, dada
la autoría de estos cambios, que sabemos de origen real,
probablemente el uso de esta nueva técnica constructiva
llevaría también implícitos otros mensajes. En efecto, algunos
autores, basándose en referencias textuales, ya destacaron
como a mediados del siglo XIV el rey Muhammad V puso

474
en marcha un programa de reforzamiento de las fortalezas
fronterizas, siguiendo un texto de Ibn al-Jatīb (ARIÉ, 1992, pág
227). Algo más tarde se asoció con acierto este programa con
los nuevos muros de mampostería que aparecían en aquellas
fortalezas (ACIÉN ALMANSA, 1999) (Figs. 1 y 2).

Fig. 2. Planta del castillo de Moclín

Estas fábricas fueron adoptadas en las fortalezas por la


presencia de estas nuevas máquinas de asalto, aunque quizá
podríamos también interpretar este hecho como resultado de
un cierto proceso de apropiación por parte del poder nazarí de
fortalezas previamente vinculadas de manera más estrecha a
los habitantes de estos territorios, cuando no gestionadas por
ellos. Sabemos, de hecho, que algunas de estas villas fronterizas

475
La Orden de Calatrava en la Edad Media

tuvieron como alcaides a individuos procedentes de los linajes


más importantes granadinos, como es el caso de los Banū al-
Qabšanī, titulares de la alcaidía de Moclín (PEINADO SANTAELLA,
1993, pág. 318). Se trataba de intermediarios o, mejor dicho,
representantes del poder, de procedencia externa al lugar
donde desempeñaban la labor de alcaide. En el caso apenas
citado, las posesiones familiares se encontraban lejos de Moclín
donde probablemente serían impuestos por el poder central.
Este grupo se asentaría en la parte alta de la villa fronteriza, en
lo que denominamos alcazaba (GARCÍA PORRAS, 2015) (Fig. 3).

Fig. 3. Planta de la Alcazaba de Moclín

El acceso desde el primer recinto defensivo, la villa,


el ocupado por la comunidad campesina, y la alcazaba
se realizaba a partir de este momento por medio

476
de una estrecha torre con acceso interno acodado, lo que
dificultaba el tránsito de un lugar al otro. Con ello se muestra
también un cierto alejamiento entre el grupo campesino
que ocupaba la villa, y el grupo asentado en la alcazaba. Las
intervenciones arqueológicas llevadas a cabo en Moclín han
mostrado con claridad el modo en que el acceso a la alcazaba,
inicialmente directo y protegido por dos torres macizas de
tapial de los siglos XI y XII, se inutilizaría, rodeándolo con una
muralla avanzada en donde se enclavaría una torre puerta,
que debió permitir la entrada por su interior a través de un
camino acodado (GARCÍA PORRAS, 2014). El tránsito entre
un recinto, la villa, y otro, la alcazaba, quedaba físicamente
dificultado, limitando el contacto entre ambos espacios y sus
habitantes.
Es probable además que estos nuevos alcaides
asumieran funciones anteriormente poco habituales y se
comprometieran de manera directa en la gestión de estos
territorios fronterizos, no sólo en términos militares, lo que parece
más ajustado al espacio fronterizo en donde se encuentran
enclavadas estas fortalezas. Posiblemente intervinieron en
funciones civiles de distinto tipo, lo que explicaría la presencia
de nuevos edificios construidos con este fin (FÁBREGAS GARCÍA,
2016). Las denominadas torres puertas, presentes en varias
fortalezas fronterizas, por su carácter monumental parecen
cumplir además de una función de defensa del acceso al
castillo con cuerpos de guardia, matacanes, etc, ciertas tareas
civiles. La presencia, como es el caso de Moclín, de símbolos
vinculados al rey granadino, parece confirmarlo. De hecho,
hay quien las ha interpretado como Bāb al Šarī’a o Torre de
la Justicia similares a la emplazada en la Alhambra (ACIÉN

477
La Orden de Calatrava en la Edad Media

ALMANSA, 1999, pág. 432) (Fig. 4).

Fig. 4. Vista panorámica del castillo de Moclín. En la zona superior izquierda, la torre del
homenaje

También constatamos la aparición de las denominadas


Torres del Homenaje. Las nuevas funciones del alcaide como
representante del poder en estas poblaciones y su presencia
continuada, no sabemos si permanente, podrían explicar
la creación de estas nuevas torres. El término es un claro
préstamo de la terminología feudal, por tanto, inapropiado
para el contexto andalusí en el que nos movemos, pero sí
que se ajusta a la naturaleza residencial que éstas debían
poseer. Las que hemos podido observar en los castillos
de la frontera granadina presentan estas características.
Nuevamente en Moclín, gracias a las intervenciones
realizadas, hemos podido documentar arqueológicamente
como una torre de flanqueo de la fortaleza, maciza,
construida con tapial calicostrado, probablemente en
época almohade, terminó convertida en la torre del
homenaje de la alcazaba nazarí (GARCÍA PORRAS, 2015).
Utilizaron la torre de tapial, enfundada convenientemente
con mampostería, como basamento macizo sobre
el que establecer una estancia levantada también

478
con mampostería, siguiendo un modelo similar al atribuido al
programa puesto en marcha por Muhammad V, y coronada
con una azotea almenada (Fig. 5).

Fig. 5. La torre puerta del castillo de Moclín

479
La Orden de Calatrava en la Edad Media

Así pues, el análisis arqueológico y arquitectónico


denota serios cambios en la sociedad granadina. Muchos de
ellos encontrarán explicación, como vemos, en la actuación
del poder tanto en el ámbito urbano como en el rural. En todo
caso, hemos de señalar que esta intervención no se desplegó
de manera homogénea por el territorio granadino, y sus
manifestaciones, por tanto, no son visibles en todos lados. En
este mismo momento encontramos espacios campesinos
dotados de estructuras fortificadas en donde el peso de sus
habitantes en su gestación y gestión eran muy importante
aún, siendo los copropietarios de sus castillos:

“El šayj Abū Marwān se hallaba dentro del castillo con


el conjunto de sus allegados y los habitantes de la
localidad, pues todos ellos juntos eran copropietarios de
la fortaleza...” (al- Qaštālī 2010, pág. 154)

Algo similar parece deducirse de las estructuras


defensivas de las que se dotaron ciertos asentamientos
campesinos. Nos referimos a las denominadas torres de
alquería, muchas de ellas ubicadas en territorio fronterizo,
aunque nunca en la primera línea de defensa (FÁBREGAS
GARCÍA y GONZÁLEZ ARÉVALO, 2015). Muchas de estas torres,
con características constructivas y estructura particular no
han de asociarse a comunidades campesinas sino más bien
a propiedades de ciertos linajes granadinos, incluidos los
nazaríes. Otras muchas, sin embargo, sí parecen estar más
vinculadas con estos grupos campesinos, aunque encontramos
ciertas diferencias en sus dimensiones, estructura y técnica
empleada para su levantamiento. Mientras torres como las

480
del Bordonal (MALPICA CUELLO, 1996) o Margena (PEDREGOSA
MEGÍAS, 2011), en el interior del reino parecen estar asociadas
a asentamientos rurales y vinculados a sus habitantes, otras,
con características residenciales destacadas y técnicas
comparables a las empleadas en las villas fronterizas
nazaríes (mampostería ordenada en hiladas) parecen
mostrarnos una realidad social diferente, aún por aclarar.
Este podría ser el caso de la Torre de Agicampe, en
Loja, en donde encontramos inserto en un conjunto de
asentamientos rurales (alquerías), un edificio de planta oval
compuesto por dos plantas y azotea, las características
constructivas de la segunda planta parecen recordar a las
propias de otros espacios residenciales de cierta importancia.
El acceso a la torre se realizaba por este piso ascendiendo
a través de una escalera y mediante un vano con jambas
y dintel de piedra (GARCÍA PULIDO, 2013). Desde aquí se
accedía a la planta inferior y a la azotea. Las intervenciones
arqueológicas realizadas en los alrededores de la torre denotan
la existencia de estructuras probablemente dedicadas al
almacenamiento de la producción agrícola de los campos
del entorno, aunque este extremo está por confirmarse.

A modo de conclusión

Como hemos tratado de mostrar en las páginas


precedentes, la frontera del Reino Nazarí establecida frente
a Castilla, presenta unas características específicas que le
aportan una cierta identidad. Estas características separan a
las fortalezas nazaríes de sus precedentes en al- Andalus. Sus

481
La Orden de Calatrava en la Edad Media

dimensiones parecen aumentar, las técnicas constructivas


empleadas en su edificación presentan rasgos materiales
y técnicos bien distintos, la ocupación de su interior, con un
urbanismo con cierto desarrollo, y la aparición de nuevos
edificios (torres puerta, torres del homenaje), nos indican
un cambio notable del grupo social allí asentado, del sector
dirigente en estas fortificaciones y por lo tanto de su función
en la organización territorial. El origen de muchos de estos
elementos puede encontrarse en la implantación cada vez
más patente en estos castillos, y en la frontera en general, de
las estructuras de poder del estado nazarí. Un pequeño reino
que depositó en estos castillos un gran interés estratégico que
quedó impreso en sus murallas y edificios. La arqueología nos
ha permitido conocer con datalle este complejo proceso.

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