Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
EXTEMPORÁNEOS
La princesa de la luna
El cuento del cortador de bambú, escrito hace más de primer orden. No sólo entretenían
a los hombres y mujeres del común,
de mil años y recientemente editado por Editorial Cátedra, en las aldeas y posadas, y a las familias
señala los albores de la literatura japonesa y no desmerece, encumbradas en los palacios y en la
corte; además, a nobles y plebeyos les
afirma Mario Vargas Llosa, de las mejores obras de literatura abrían las puertas de unos mundos fabu-
fantástica de todos los tiempos. losos, de proezas extraordinarias y seres
ejemplares o de pesadilla cuyas aven-
F
ui por primera vez a Japón a co- diplomático español e instalado en Ma- turas los desagraviaban de las miserias,
mienzos de 1979, invitado por The drid donde, desde hace algunos años, rutinas y frustraciones que padecían en
Japan Foundation, un viaje de un par es profesora de lengua y de cultura ja- éste. En cierto modo, la ficción era el
de semanas que recuerdo como una de ponesa en la Universidad Autónoma. complemento, y para algunos acaso
las experiencias más gratas e instructi- Gracias a sus empeños por acercar esas el sustituto, de la religión como fuente
vas que he tenido. Salvo una charla so- dos culturas que son también suyas –la de la vida espiritual.
bre literatura latinoamericana en la japonesa y la española– tenemos ahora Hay unas imágenes que se levantan
Universidad de Sofía (colonizada por esta primorosa traducción, precedida de las eruditas informaciones reunidas
jesuitas colombianos) no tuve otra obli- de un exhaustivo y fascinante estudio, por Kayoko Takagi sobre ese despuntar
gación que pasear y conocer. La suerte de la primera obra de ficción escrita en de la literatura japonesa que muestran
hizo que la persona encargada por la Japón, a fines del siglo IX o comienzos el papel principalísimo que desempeña-
fundación de guiarme por museos y del X, El cuento del cortador de bambú, que ba la ficción en la vida pública y privada
templos sintoístas y budistas, acompa- publica la editorial Cátedra. de la sociedad japonesa y el refinamiento
ñarme a los palacios de Kyoto y a visitar El vasto panorama que Kayoko Ta- y las devociones a que daba lugar. Con-
escritores y maestros coreógrafos, y de kagi traza, con versación y amenidad, mueve imaginar a esos señores de la gue-
instruirme sobre el kabuki, el teatro nô de los albores de la literatura de Japón, rra que se desplazaban hacia el campo
y el bunraku, los misterios del sumo o cuando ésta se independizaba de la len- de batalla con una estela de kataribe a
las pescadoras de perlas, fuera una mu- gua china y adoptaba la vernácula, nos sus espaldas, los que, en las madrugadas
chacha que, además de bellísima, era traslada mil años atrás, a un tiempo o al anochecer, antes y después de la
políglota, muy culta, y que desempeña- en el que la historia era todavía fábula, matanza, sosegaban sus espíritus con ful-
ba ese engorroso quehacer de cicerone mito o leyenda, y donde la realidad y gurantes historias de dragones alados,
con tanta discreción como cordialidad la ficción se entreveraban en las vidas aparecidos, misteriosas muchachas por-
y simpatía. Cuando partí de regreso de los seres humanos. La cultura era oral tadoras de filtros mágicos o justicieros
al Perú, gracias a mi flamante amiga y el conocimiento y la invención –lo que vencían a los demonios y rescataban
Kayoko Takagi llevé mis maletas llenas vivido y lo soñado– se mezclaban de a las víctimas de perversos encanta-
de buena literatura japonesa traducida manera inextricable en la experiencia mientos. Y es interesante saber que, en
al inglés y al francés –casi no había en- de las gentes. aquellos tiempos, mientras que, con
tonces traducciones directas al español– Lo único seguro es que, en esos tiem- algunas escasas excepciones, las muje-
que me depararían muchas horas de pos remotísimos, la ficción constituía res en el mundo occidental padecían
placer. una parte sustancial de la vida humana una especie de apartheid cultural, en el
Algún tiempo después supe que y que los contadores de historias –los Japón, en cambio, eran no sólo con-
Kayoko Takagi se había casado con un kataribe– cumplían una función social sumidoras sino también diligentes