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Hombre que mira las nubes

Humberto Félix Berumen

Habría que empezar por lo que no es tan obvio y reclama una explicación. Me

refiero al título de Cirrus –nimbus, cumũlus, strătus-, poemario de Francisco

Morales. No solo porque se trata de palabras en latín y, en efecto, de poco o

ningún uso (cirrus: nubes compuestas por cristales de hielo y en capas;

nimbus, cumũlus, strătus: tipos de nubes); sino porque en el título encontramos

varias de las claves para su posible comprensión. Las nubes son tema, pero

también son símbolo y configuración metafórica. Como Federico García Lorca,

perito en lunas, Francisco Morales podría declararse a su vez como perito en

nubes. Y yendo al asunto más general, a la manera de los poemas de Mario

Benedetti (en Poemas de otros), bien podría expresarse con títulos similares:

Hombre que mira las nubes, Hombre que sigue la marcha de las nubes,

Hombre que otea el cielo, Hombre que… La lista puede ser bastante extensa y

vale mejor ahorrarse la enumeración.

En fin, que de nubes va el asunto (“las pobrecitas: / huecas / del gaznate a la

cola”). De nubes que para ese hombre, yo lírico que no podría subsumirse en la

figura del autor pero del que no está ausente, resultan presagios, momentos,

motivos y pretextos. Las horas, los días, la vida como nubes, grandes o

pequeñas, de un forma o de otra, que se arremolinan, se aglutinan, se

dispersan, se entrecruzan. Verlas pasar suscita la reflexión, el comentario, la

nostalgia, el balance de los días idos y por venir. Nubes como momentos de

una poesía evocadora, de precisas imágenes visuales. Se trata entonces de un

solo poema con varios y distintos momentos.


No creo equivocarme si digo que el mejor Francisco Morales está en este

pequeño libro. Con el mismo tono de toda su poesía anterior pero más

concentrada, recurriendo a una expresión acaso más depurada, ceñida a los

asuntos que han sido de siempre los suyos. Con un sujeto o hablante lírico que

inquiere a cada nube que pasa (“mi plúmbea nube”), acaso como una suerte de

apostrofo, que divaga (“cómo no”) libremente como las mismas nubes. Y el uso

del hipérbaton como caballito de batalla, igual que en muchos de sus poemas

anteriores: “clava dientes filosos la tarde / en la memoria: / reviviendo gemidos”.

También con el tono de la poesía conversacional pero sin caer en el

prosaísmo de la conversación común, con frases que se acercan a lo coloquial

pero que no lo son en sentido estricto, con palabras cotidianas combinadas con

palabras del lenguaje culto… Poesía de entonación oral, da la impresión de

oscilar entre el poema hablado y el poema cantado. La voz que escuchamos

tiene esa particularidad.

No es menos notable el corte al final de las líneas versales, cuando el ritmo

se traslada a la disposición visual de las frases rítmicas:

“Osos
elefantes
ovejas
palacios catedrales castillos…
¡Convoy de naves cruzando el mar del cielo!”

Véase para el caso un ejemplo de lo antedicho:

“El desasosiego de los días

Aburrido
saco a orear el esqueleto
-tiendo al sol entresijos
costillar
lengua
dedos-

que pospongan sus hambres las retorcidas tripas


los venerables dientes.

Resignado
sin un pan una brújula delirios
miradas que me embarquen los “te quiero”
enfrento de las nubes sus contornos
y plumaje de gris
mil corcoveos.

Mañana…
cómo no:
cantos
sonrisa
despilfarros de azúcar y amapola
mostrarán mi disfraz de hombre contento
ternura en el bigote
frac planchado.”

Francisco Morales, Cirrus –nimbus, cumῦlus, strᾶtus-, México, Centro Cultural


Tijuana, 2012, 74 pp.

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