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Nota de la Autora

Para lectores que aprecian una guía rápida de los


significados y/o pronunciación de ciertas palabras utilizadas
en esta historia:

Aodán= AY den.
Boreas= el Viento del Norte (mitología griega).

Finlagh= FIN lay.


Mesteño= un pequeño caballo o pony de Highlands de
pies seguros, alternativa a los viajes a pie.
Él Mismo= la forma en que los miembros del clan,
especialmente aquellos que no son de la nobleza, se
refieren a un jefe de clan o confederación, en este caso, el
Mackintosh.

Moigh= Moy (ahora la palabra se escribe así).


Rothesay= ROSS-ee.

Rothiemurchus= Roth-ee MUR kus.


Tadhg= TAY.

“El Mackintosh” se refiere al jefe del Clan Mackintosh,


que también es el jefe o Capitán del Clan Chattan. El título
de “capitán” es exclusivo del Clan Chattan.
 
Prólogo
 

Perth, Escocia, Septiembre 1396


 

Un silencio abrupto llenó el aire cuando el oponente del


joven guerrero de cabello oscuro cayó. El chico buscó
rápidamente al siguiente, pero no vio a nadie cerca todavía
de pie.

Entonces, al escuchar gemidos y gritos más débiles de


los heridos y moribundos, el guerrero se dio cuenta de que
su sentido del silencio no era más que la interrupción de las
trompetas que siempre acompañaban al combate, que
habían cesado abruptamente cuando su propia lucha había
terminado.

No solamente se habían silenciado las trompetas de la


batalla, sino también la noble audiencia que observaba
desde los asientos escalonados con vistas al campo. Le
habían vitoreado al principio, porque él los había escuchado
antes de que todos sus sentidos se concentraran en su
primer oponente.
La amplia extensión, generalmente verde, parecida a
una pradera, de la Isla Norte de Perth, se había
transformado horriblemente en un campo de cadáveres y
sangre.

Hombre tras hombre había sido asesinado en ese juicio


por combate entre los Cameron y el Clan Chattan, dos de
las federaciones de clanes más poderosas de las Highlands.
Cada uno, por orden del Rey de Escocia, había producido
treinta campeones para luchar. La intención real era poner
fin a décadas de disputas por la tierra y otros temas de
discusión.

El joven guerrero barrió con la mirada el resto del campo


en busca de cualquier oponente restante. Sólo vio a tres
hombres de pie y a uno arrodillado, todos a cierta distancia
de donde él estaba, cerca del ancho y rápido río Tay.

La ciudad de Perth en St. John y la cercana Abadía de


Scone había servido como lugares reales y sagrados
durante siglos, la Isla del Norte de Perth había sido durante
mucho tiempo un lugar de prueba en combate. El campo
estaba separado de la ciudad, al sureste de él, por el río, el
cual proporcionaba una barrera tan eficaz como lo hacían
las cercas, si no más.

La ciudad dominaba el estuario de Tay en primer lugar,


bastante angosto como para hacer un puente. Si un hombre
cayera, el río rápido y poderoso lo arrastraría al Fiordo de
Tay y de allí al mar o, más probablemente, lo ahogaría
mucho antes.
Por lo tanto, los combatientes del día habían tratado de
mantenerse alejados de la escarpada orilla del río. Pero
cuando el otro terreno se volvió resbaladizo por la sangre y
se llenó de caídos, el área cercana al agua permaneció
como la única opción.

Ninguno de los cuatro que todavía estaban visiblemente


vivos parecía que le importara un ápice el joven guerrero. El
muchacho se mantuvo cauteloso, pero agradeció el
descanso, sabiendo que si tenía que luchar contra uno o
todos, lo más probable era que muriera.

Los otros vestían ropa similar a la suya... túnicas de


color azafrán hasta la rodilla y anchos cinturones de cuero
para espadas. Cada uno también llevaba un escudo de
cuero atado a un brazo para detener los golpes de espada.
Y cada uno usaba el largo cabello en una sola trenza, como
lo hacían la mayoría de los guerreros de las Highlands, para
evitar que los mechones sueltos le cayeran en la cara
mientras luchaban.

Aunque no podía distinguir las insignias de su clan


desde donde se encontraba, el muchacho sabía que todos
eran miembros del Clan Chattan, el enemigo.

―Fin.

Sus agudos oídos oyeron la voz, aunque débil, y se


volvió rápidamente.

En medio de los cuerpos cercanos, vio un movimiento


leve pero insistente y se apresuró hacia él. Cayendo sobre
una rodilla al lado del hombre que lo había hecho y
luchando contra una oleada de miedo y desesperación
helada, exclamó: ―¡Padre!

―Estoy acabado ―murmuró Teàrlach MacGillony,


claramente esforzándose más de lo que debería hacer un
hombre en su condición. ―Pero debo...

―¡No hables! ―dijo Fin, con urgencia.


―Debo. Eres todo lo que nos queda de este terrible día,
lad . Así que es tu deber sagrado permanecer con vida.
1

¿Cuántos de los villanos siguen en pie?

―Puedo ver cuatro ―dijo Fin. ―Uno está de rodillas...


vomitando, creo ―con voz entrecortada, agregó: ―Todos
nuestros hombres han caído, excepto yo.

―Entonces los que ves simplemente toman un respiro


―dijo su padre. ―Tendrás que enfrentarte a ellos a menos
que Su Excelencia, el Rey, detenga la matanza. Pero su
hermano, Albany, está sentado a su lado. El Rey es débil,
pero Albany no. Él es malvado, es lo que es. Fue idea suya,
todo esto, pero Su Gracia tiene el poder de detenerlo.

Fin volvió a mirar hacia las gradas. No sólo estaban


sentados allí el Rey y el Duque de Albany, sino también
miembros de la corte real, el clero y muchos de los
habitantes de Perth. Las pancartas ondeaban y, sin duda,
los vendedores todavía vendían cerveza, whisky, bollos y
dulces, que al comienzo del día habían hecho que el evento
pareciera una feria.

―Albany está hablando con Su Excelencia ahora ―dijo


Fin.
—Aye2, sin duda para decirle que debe haber un
verdadero vencedor, para que se detenga la disputa entre
los Cameron y el Clan Chattan. Pero escúchame, lad.
Nuestra gente contaba conmigo como su líder de guerra
hoy, y les fallé. Tú no debes hacerlo.

—Usted contabilizó a varios de estos muertos, sir —dijo


Fin.

—Lo hice, aye, pero tu espada envió más hacia su


Creador que la mía. Y, si realmente eres el último de los
nuestros en pie, tienes un deber del que debes encargarte.

—¿Cuál es?

—Venganza —dijo su padre, tratando de recuperar el


aliento. —Jura que la buscarás contra su líder de guerra y...
y otros. Sabes bien... que después de tal matanza... el
derecho de venganza es sagrado. Es un legado sagrado que
tú... como único superviviente, debes aceptar —luchando
con más fuerza por cada respiración, agregó: —Júralo... por
mí.
—Lo juro, sir, aye —se apresuró a decir Fin. A su padre,
claramente moribundo, no podía darle otra respuesta.

—Bendito seas, mí...

Teàrlach MacGillony no respiró más.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Fin, pero un grito de


la audiencia lo sacó de su dolor. Mirando hacia las gradas,
vio a Albany agitando la mano para que continuara el
combate.

Las trompetas guardaban silencio. El Rey estaba


sentado con la cabeza inclinada, sin hacer ninguna señal,
pero la gente no veía nada malo en eso. El rey era débil, y
Albany, como Gobernador del Reino en su lugar, había sido
durante mucho tiempo quien tomaba esas decisiones.

Al mirar a los hombres del C      lan Chattan, Fin vio que


tres de ellos se enfrentaban a las gradas. El cuarto, un tipo
alto y larguirucho, hablaba con los demás. Luego, con la
espada lista, se volvió hacia Fin. Los demás lo siguieron,
pero se detuvieron muy detrás de él.

Mientras el hombre se acercaba, mantenía la cabeza


gacha y veía por dónde caminaba, sin duda para evitar pisar
a los caídos.

Fin levantó su espada, respiró hondo y se preparó.

Cuando el otro hombre levantó la vista por fin, su


mirada se encontró con la de Fin y la sostuvo.

Fin miró fijamente, luego encontró suficiente voz para


decir: —¿Halcón?

El otro se detuvo a dos metros de distancia. Con un


movimiento de cabeza tan leve que Fin se preguntó si lo
había imaginado, indicó el río cercano a su derecha.
Los hombres detrás de él hablaban entre sí, ahora
alegres, confiados en el resultado. Estaban bastante lejos
como para que no hubieran escuchado a Fin hablar, ni lo
escucharían si volviera a hablar.

—¿Qué estás tratando de decir? —preguntó.

—Vete —dijo Halcón, aunque sus labios apenas se


movieron. —No puedo pelear contigo. Alguien de tu lado
debe vivir para contar tu versión de lo que sucedió hoy aquí.

—¡Te despellejarán!
—Nay3, León. Seré un héroe. Pero piensa en eso más
tarde. Ahora vete, y vete rápido, antes de que Albany envíe
a sus propios hombres a despacharnos a todos.

Halcón, que era uno de los pocos hombres en los que Fin
confiaba sin dudarlo, se dio la vuelta, metió la espada en la
vaina que llevaba en la espalda y se sumergió,
preguntándose a sí mismo y dándose cuenta sólo cuando el
agua lo tragó de que debía parecer un cobarde. Para
entonces, el río lo llevaba rápidamente más allá de la
ciudad y avanzaba, inexorablemente, hacia el mar.

El peso y la incomodidad de la espada atada a su


espalda amenazaban con hundirlo, pero no luchó contra
ella. Cuanto más lejos lo llevara la corriente antes de salir a
la superficie, más seguro estaría, y si moría en el camino,
que así fuera.

Entonces, otro pensamiento aterrador golpeó. Había


hecho dos juramentos ese día.
El primero había sido aceptar los resultados del combate
y no perjudicar a ningún hombre del lado opuesto. Todos los
hombres allí, como una sola voz, habían hecho ese
juramento.
Pero entonces su líder de guerra, su propio padre
moribundo, había exigido un segundo juramento, de
venganza, un juramento que Fin no podía cumplir sin
romper el primero. Tal dilema amenazaba su honor y el de
su clan. Pero todos los juramentos eran sagrados.

¿Podría un juramento ser más sagrado? ¿Su padre sabía


lo que le había pedido?
Comenzó a patear hacia la superficie, inclinándose hacia
el sur, sabiendo de un solo lugar donde podría encontrar
una respuesta. Podía llegar más fácilmente desde la orilla
opuesta a Perth... si es que podía llegar allí.
Capítulo 1
 

Las Highlands, Principios de Junio, 1401


 

El extraño gorgoteo, salpicado de sonidos más ásperos,


que componían el canto de los pájaros del arrendajo
escocés no daba indicios de lo que estaba muy por debajo
de su rama, en el suelo del bosque.

La joven rubia que se abría paso silenciosamente por el


bosque hacia el alto pino del arrendajo no sintió nada
extraño. Tampoco, aparentemente, el gran perro lobo se
movía a través de la espesa vegetación de pinos, abedules
y álamos, unos pocos pies a su derecha como un elegante
fantasma plateado.

La mayor parte de la nieve del invierno se había


derretido y el día estaba templado.

La brisa que soplaba a través de las copas en lo alto y el


suelo del bosque, todavía húmedo bajo los pies descalzos
de Lady Catriona Mackintosh, de dieciocho años, hizo que
guardar silencio fuera más fácil de lo que sería después de
que las temperaturas cálidas secaran el suelo y el follaje.

Cuando un gordo y peludo ratón marrón se escabulló de


su camino y dos ardillas se persiguieron hasta un árbol
cercano, ella sonrió, sintiendo una punzada de orgullo por
su capacidad para moverse tan silenciosamente que su
presencia no molestaba a las criaturas del bosque.
Escuchó los sonidos del riachuelo que fluía rápidamente
por delante. Pero antes de que oyera algo, la brisa amainó y
el perro se detuvo, poniéndose rígido y alerta mientras
levantaba su largo hocico. Luego, temblando, volvió la
cabeza y la miró.

Levantando su mano derecha hacia él, con la palma


hacia afuera, Catriona se detuvo también e intentó sentir lo
que sentía.

El perro la miró. Podía decir que el olor que había


captado en el aire no era el de un lobo o un ciervo. La
expresión del perro era inusualmente cautelosa. Y su
temblor también indicaba cautela, en lugar de la excitación
temblorosa y tensa que mostraba al captar el olor de una
presa favorita.

El perro se volvió de nuevo y enseñó los dientes, pero no


emitió ningún sonido. Lo había entrenado bien y sintió otra
oleada de orgullo por esta prueba de su habilidad.
Avanzando y deslizando los dedos de los pies
suavemente bajo la mezcla de hojas podridas y agujas de
pino que cubrían el suelo del bosque, como lo había hecho
antes, volvió a mirar al perro. La detendría si sentía que el
peligro acechaba más adelante.

En cambio, mientras ella se movía, el perro se movía


más rápido, abriéndose camino entre los árboles y a través
de los arbustos para extenderse silenciosamente ante ella.

Estaba acostumbrada a sus instintos protectores. Una


vez, estuvo a punto de toparse con un lobo que se había
salido de la manada y se había quedado tan quieto al
acercarse que ella no pudo sentir su presencia. El perro lobo
había saltado entre ellos, deteniéndola y gruñendo al lobo,
sobresaltándolo de tal manera que dio una estruendosa
huida por seguridad. No tenía ninguna duda de que el perro
mataría a muchos lobos para protegerla.

Que se deslizara con paso firme hacia adelante pero


continuara mirando hacia atrás le indicó que, aunque no le
gustaba lo que olía, no tenía miedo.

Ella tampoco sentía miedo, porque llevaba su daga y sus


hermanos le habían enseñado a usarla. Además, confiaba
en sus propios instintos casi tanto como en los del perro.
Estaba segura de que ningún depredador, humano o de otro
tipo, acechaba delante de ella.

El arrendajo todavía cantaba. Las ardillas charlaban.

Las aves generalmente guardan silencio ante la


aproximación de un depredador. Y cuando las ardillas
gritaban advertencias de peligro, lo hacían en ráfagas
fuertes y entrecortadas, mientras el presagio se adelantaba
a la amenaza. Pero las dos ardillas se habían vuelto más
ruidosas, como si estuvieran tratando de gritar más que el
arrendajo.

Cuando llegó ese pensamiento caprichoso, Catriona


miró hacia arriba para ver si podía espiar a las ardillas o al
pájaro. En cambio, vio un enorme cuervo negro volando
hacia el pino alto y escuchó el graznido profundo del pájaro
más grande cuando envió al arrendajo graznando al vuelo.
La llegada del cuervo le disparó un escalofrío por la columna
vertebral. Los cuervos buscaban carroña, cosas muertas.
Éste se encaramó en el árbol y miraba fijamente hacia
abajo, mientras continuaba con su graznido para informar a
otros de su tipo que había descubierto un festín potencial.

El perro aceleró el paso como si él también reconociera


la llamada del cuervo.
Catriona se apresuró a seguirlo y pronto escuchó el agua
corriendo más adelante. Siguiendo al perro hacia un claro,
pudo ver el turbulento río que lo atravesaba. El enorme
cuervo, en su rama en lo alto, protestaba con estridencia
por su presencia. Otros volaban en círculos arriba, como
grandes sombras negras contra el cielo nublado, graznando
esperanzados.

El perro gruñó y por fin vio lo que había atraído a los


cuervos.

Un hombre con botas de cuero crudo, una túnica color


azafrán con un gran manto rojo y verde sobre ella, de los
que los Highlanders llamaban tartán, yacía boca abajo en el
suelo húmedo, inconsciente o muerto, con las piernas
estiradas hacia el río. Atado oblicuamente a su espalda
había una gran espada en su vaina, y una cantidad
significativa de sangre se había acumulado junto a la
cabeza.

El perro había olido la sangre.

También los cuervos.


 

***
 

Sir Finlagh Cameron se despertó lentamente. Su primera


conciencia fue el dolor insoportable en la cabeza. El
segundo fue una brisa cálida en su oído derecho y un
bufido. Parecía estar boca abajo, con la mejilla izquierda
apoyada en una almohada con aroma a hierbas.

¿Qué, se preguntó, le habría pasado?

Cuando finalmente se dio cuenta de que estaba tendido


en el suelo húmedo sobre plantas frondosas de algún tipo,
una lengua larga y húmeda lamía su mejilla y oreja derecha.

Al abrir los ojos, vio dos... no, cuatro patas gris plateado,
demasiado cerca.

Tensándose, pero esforzándose por quedarse quieto


mientras el animal lo lamía de nuevo, muy consciente de
que los lobos cubrían todos los bosques de las Highlands,
desvió la mirada más allá de las cuatro patas para ver si
había alguna más. Vio dos piernas más, pero o su visión era
defectuosa o su mente le estaba jugando una mala pasada.

Las dos piernas estaban desnudas, bien formadas y


bronceadas.

Cerró los ojos y volvió a abrirlos. Las piernas parecían


iguales.

Lenta y cuidadosamente, trató de levantar la cabeza


para ver más de ambas criaturas, sólo para hacer una
mueca de dolor ante la sacudida de dolor que le atravesó la
cabeza mientras lo hacía. Pero, enmarcado por el arco de
las piernas y el cuerpo de la bestia, vislumbró pies y tobillos
descalzos, claramente humanos, luego pantorrillas
desnudas, decididamente femeninas.

Al esforzarse, también podía ver las rodillas desnudas


y...

Un chasquido lo distrajo y el animal a su lado retrocedió.


Era más grande de lo que esperaba y más alto. Pero no era
un lobo. De lo contrario…

—Perro lobo o lebrel —murmuró.

—Así que, después de todo, no estás muerto.

La suave voz femenina tenía una nota de burla y flotaba


hacia él en la brisa, sólo que ya no sentía la brisa. Sin duda,
el aliento del perro había sido lo que había sentido antes en
su oído. Llegar a esta conclusión le aseguró que no había
perdido el juicio, independientemente de lo que le hubiera
sucedido.

—¿No puedes hablar conmigo?

Era la misma voz pero más cercana, aunque no la había


sentido acercarse de ninguna manera. Pero entonces, hasta
que el cálido aliento resopló en su oído, tampoco había
sentido al perro. También se dio cuenta de que ella había
hablado en gaélico. Apenas se había dado cuenta, a pesar
de que él mismo había hablado poco durante varios años.

Al recordar las piernas bien formadas y los pies


descalzos, se dio cuenta con cierta confusión de que sus
ojos de alguna manera se habían cerrado. Los abrió a la
decepcionante revelación de que su desnudez terminaba a
la mitad del muslo. Una falda azul andrajosa, enrollada
hacia arriba de la misma manera que un hombre se enrolla
el tartán, cubría la mayor parte del resto de ella.

—Puedo hablar —dijo y volvió a sentir esa extraña


sensación de logro. —No estoy tan seguro de poder
moverme. Mi cabeza se siente como si alguien intentara
partirla en dos.

—Has derramado sangre en las hojas alrededor de tu


cabeza, así que estás herido —dijo. Su voz seguía siendo
suave, tranquila y con esa nota ligera, como si no sintiera
miedo de él ni de ninguna otra cosa en el bosque. —Puedo
sacar tu espada de la vaina, si confías en mí para hacerlo. Y
también puedo quitarte la vaina y el cinturón. Pero tendrás
que levantarte un poco para eso. Entonces, tal vez puedas
darte la vuelta.

—Aye, claro —dijo. Si ella hubiera querido matarlo, lo


habría hecho. Y era demasiado pequeña para empuñar su
pesada espada como arma.

Ella logró sin mucha dificultad sacar la espada de la


vaina que llevaba en la espalda. Pero cuando se levantó
para que ella pudiera alcanzar la hebilla de la correa debajo
de él, tuvo que apretar los dientes por el dolor y el mareo
que le atravesó la cabeza.

Aun así, pensó, cuando ella desabrochó la gruesa correa


y hábilmente la liberó de su cuerpo, que no le pasó nada
más que un dolor de cabeza.
—Ahora, si puedes darte la vuelta —dijo. —Miraré y veré
qué tan mal está.
Esforzándose, se dio la vuelta y miró hacia arriba para
ver una cara bonita con una mancha en una mejilla rosada,
y una larga masa de cabello leonado de aspecto salvaje y
sin recoger.

A pesar de la expresión de preocupación en su rostro,


los ojos de ella brillaban.
Fin no podía distinguir el color exacto a la sombra de
tantos árboles y con un cielo nublado arriba, pero parecían
ser de color marrón claro, en lugar de azules.
—¿Eres un duende o alguna otra criatura del bosque? —
murmuró, encontrando el esfuerzo de hablar mejor ahora.
Sus párpados se cerraron.
Ella rió suavemente, un sonido delicioso y estimulante.

Él abrió los ojos de nuevo y vio que ella se había


hincado sobre una rodilla para inclinarse sobre él. Mientras
observaba los dos montículos de carne de aspecto suaves y
bien bronceados que asomaban por encima del corpiño
escotado tan cerca de él, la cabeza pareció aclararse
instantáneamente.
Los labios de ella se movían y él se dio cuenta de que
estaba hablando. Habiendo perdido la primera parte,
escuchó con atención para captar el resto, con la esperanza
de responder con sensatez.

—… Me reiría al escuchar a alguien confundirme con un


duende —dijo, y agregó con firmeza. —Ahora, quédese
quieto, sir, por favor. Debes saber que estaba recelosa de
acercarme demasiado hasta que pudiera estar segura de
que no me harías daño.
—No temas, lass4. No lo haría.

—Puedo ver eso, pero a Boreas, mi compañero aquí, no


le gusta dejar que ningún extraño se acerque a mí. Si te
hubieras movido repentinamente o te hubieras agitado
como hacen algunos cuando recuperan el conocimiento
después de una lesión, es posible que te haya confundido
con una amenaza.

Habiendo notado lo rápido que el perro lobo había


retrocedido después del chasquido que había escuchado,
seguramente un chasquido de sus delgados dedos, dudaba
que atacara en contra de la voluntad de ella. Pero no lo dijo.
Sus párpados se cerraron de nuevo.
—¿Sigues despierto? —ahora no había diversión, sólo
preocupación.
—Aye, claro, pero desvaneciéndome —murmuró. —¿Cuál
es tu nombre, lass?

—Catriona. ¿Cuál es el tuyo?


Lo pensó brevemente y luego dijo. —Fin... me llaman Fin
de las Batallas.
—¿Qué te pasó, Fin de las Batallas? —su voz sonaba
más distante, como si estuviera flotando de nuevo.
—Ojalá lo supiera —dijo, tratando de concentrarse. —
Estaba caminando por el bosque, escuchando a un maldito
arrendajo impertinente que graznaba y murmuraba por
entrar sin autorización. Lo siguiente que supe fue que tu
escolta resoplaba en mi oído.
Respiró hondo y, sin abrir los ojos, intentó mover los
brazos más de lo necesario para moverse. El dolor se le
disparó a través de la cabeza nuevamente, y sintió más
dolor por algún tipo de rasguño en su brazo izquierdo. Pero
ambos brazos parecían obedientes a su voluntad. Los pies y
sus dedos también le obedecían.
Una mano le tocó el hombro derecho, sobresaltándolo.
Ella se había acercado al otro lado, y nuevamente él no la
escuchó moverse. Definitivamente todavía no era él mismo.
—Quédate quieto ahora —dijo, arrodillándose con gracia
a su lado. Cuando se inclinó más, notó la desnudez de sus
pechos de nuevo antes de que un paño frío y húmedo le
tocara la frente y se moviera suavemente sobre ella para
cubrirle los ojos.
Entonces supo que ella debió haber ido al riachuelo que
podía escuchar salpicando cerca. Trató de decidir si
recordaba haber visto ese riachuelo.
—Eso se siente bien —murmuró.
—No lo hará en un minuto. Tienes un corte en el lado
izquierdo de la frente con hojas, suciedad y cabello pegado.
Tendrás una buena cicatriz de la que presumir.

—No presumo.
—Todos los hombres lo hacen —dijo, la nota de humor
fuerte de nuevo. —La mayoría de las mujeres también, en
cualquier caso. Pero los hombres se jactan como niños, a
menudo y con gran exageración.

—Yo no —parecía importante que ella lo supiera.


—Muy bien, no lo haces. Eres único entre los hombres.
Ahora, quédate quieto. Recuerda que Boreas se opondrá a
cualquier movimiento repentino.
Se preparó. No le tenía miedo al perro, pero odiaba el
dolor. Y ya había soportado más de lo que le correspondía.
 

***
 

Catriona lo vio ponerse rígido y dedujo fácilmente la


razón. A todos los hombres, según su experiencia, les
disgustaba el dolor. Ciertamente, su padre y dos hermanos
lo detestaban, aunque todos eran buenos guerreros
valientes. El excelente espécimen de virilidad que tenía ante
ella parecía como si pudiera defenderse de cualquiera de
ellos.
Cuando se dio la vuelta, le tomó toda su fuerza de
voluntad no exclamar ante su rostro manchado de sangre.
Se recordó a sí misma que las heridas en la cabeza siempre
sangraban abundantemente, y notó agradecida que toda la
sangre parecía provenir de la herida en la frente.
Al limpiarle la cara antes de ponerle el paño sobre los
ojos, había pensado que, además de estar bien formado, era
guapo de una manera áspera. Sus ojos hundidos eran
especialmente finos, el iris de color gris claro sorprendía en
un rostro bronceado oscuro. Sus pestañas negras y espesas
eran menos sorprendentes. Por una razón que sólo Dios
conoce, los hombres siempre parecían tener pestañas más
oscuras y gruesas que las mujeres.
—¿Tienes enemigos por aquí? —le preguntó ella,
mientras le quitaba suavemente el pelo y los detritos del
bosque de la herida.
En lugar de responder directamente, dijo: —No he
pasado por este camino antes. ¿Tu gente es hostil con los
extraños?
Después de haber arrancado dos pedazos de su enagua
de franela roja para empapar en el riachuelo, usó uno para
cubrirle los ojos, con la esperanza de que lo calmara y evitar
que la mirara mientras le limpiaba la herida. La última
esperanza no era por él, sino por ella. Consciente de que lo
estaría lastimando, sabía que haría un mejor trabajo si no
seguía viendo el dolor en sus ojos cada vez que le tocaba la
herida.

Ahora, sin embargo, le quitó el paño de los ojos, esperó


hasta que él los abrió y se centró en ella, y luego arqueó las
cejas y dijo. —¿Mi gente?

Para su sorpresa, él sonrió, sólo levemente. Pero fue


suficiente para decirle que él tenía una linda sonrisa y que
su tono había estimulado en su sentido del humor.

—¿Te atreves a reírte de mí? —exigió.


—Nay, lass, no me reiría de una benefactora tan
amable. Todavía me pregunto si tu gente es humana o no.
Verás, aunque niegas ser un duende del bosque, he
escuchado historias de gente pequeña en esta área.
—Soy humana —dijo. —Quédate quieto ahora. Tu herida
está tratando de coagular, pero debo enjuagar estos paños,
y si te mueves demasiado, comenzarás a sangrar
nuevamente.
—Dime primero quién es tu gente —dijo mientras ella se
levantaba. Su voz era más fuerte y sus palabras llegaron
como una orden de un hombre acostumbrado a la
obediencia.

Catriona lo miró especulativamente. —¿No sabes dónde


estás?
—Estoy en territorio del Clan Chattan, en Strathspey,
creo. Pero el Clan Chattan cuenta con vastas tierras y
numerosos clanes dentro de ellas... seis, creo, en el último
recuento.

—Todo controlado por un hombre —dijo ella.


—El Mackintosh es el jefe de toda la confederación, aye
—dijo, casi asintiendo. Ella lo vio recordar su advertencia
sobre eso y se contuvo.
Satisfecha, dijo: —Así es, aunque lo llamamos nuestro
Capitán, para demostrar que es más poderoso que otros
jefes de clan de nuestra confederación —volviendo
rápidamente al riachuelo, se arrodilló y enjuagó el paño
ensangrentado en el agua helada y agitada. Luego mojó el
otro, los escurrió los dos y regresó junto a él.
Mientras se acercaba, vio a Boreas internarse en unos
arbustos un poco más allá de la cabeza del hombre,
olfateando el aire. El perro metió el hocico en unos arbustos
bajos y densos, le arrancó una flecha y trotó hacia ella con
la flecha en la boca.

Catriona cogió la flecha y dijo. —Creo que Boreas ha


descubierto la causa de su herida, sir. Si es así, puedo
decirte que esta flecha no provino de un arco del Clan
Chattan.
—Ni uno Lochaber —murmuró él.

—¿Entonces eres de Lochaber?


Maldiciéndose a sí mismo por el desliz, Fin dijo: —Crecí
en el lado oeste de Great Glen. Pero he pasado poco tiempo
allí últimamente. ¿Sabes algo más de esta flecha?
—Nay, pero desearía que Ivor estuviera aquí —dijo.

—¿Ivor? —levantó la ceja izquierda, hizo una mueca y


dijo con pesar. —Tendré que recordar por un tiempo no
expresar mis sentimientos con movimientos faciales.
Ella rió, pensando que le gustaba el sonido melódico de
la voz de él, dijo: —Ivor es el menor de mis dos hermanos.
También es el mejor arquero de Escocia, por lo que conoce
los emplumados de la mayoría de los clanes de las
Highlands y me enseñó lo poco que sé. Pero él, mi padre y
mi hermano James están en las fronteras con el Lord del
Norte.
—¿Qué te hace pensar que este Ivor es el mejor arquero
del país? —preguntó. —Escocia cuenta con muchos buenos
arqueros. Yo también soy hábil con el arco y las flechas.

—Sin duda lo eres. Disparo bien también, si ese es el


caso. Pero Ivor es el mejor.
—Conozco a un tipo que puede vencer cualquier cosa
que pueda hacer tu Ivor —dijo él.
—No existe tal persona —dijo con confianza, mientras
deslizaba la flecha debajo de la faja entrelazada que le
ataba las faldas. Luego, arrodillándose de nuevo, agregó. —
Ahora, déjame terminar de limpiar tu herida. Lo único con lo
que podría vendarla es una tira de mi enagua. Pero me
temo que la franela te rozaría y te haría sangrar más.
—No necesito un vendaje —dijo. —Me curo rápido.

—Mira, te jactas, como cualquier hombre. ¿Cuánto más


lejos debes ir?
—Un día de caminata, tal vez dos.
—Entonces deberías venir a casa conmigo y descansar
durante la noche. Esa cortada se abrirá de nuevo, porque
necesita vendaje e incluso puede requerir uno o dos puntos.
La mueca de él reveló una fuerte renuencia, ya sea a los
puntos de sutura o a la invitación.
Antes de que pudiera hablar, ella dijo: —No seas tan
tonto como para negarte. Alguien te atacó perversamente, y
esa flecha te golpeó de cabeza contra ese árbol. Golpeaste
bastante fuerte como para hacerte rebotar y caer como
estabas cuando te encontré.
—Rayos, lass, si viste todo eso, ¿no viste también quién
me disparó?
—No vi nada de eso —respondió.

Mirándola con detenimiento, Fin dijo: —Si no viste nada


de eso, no es posible que sepas cómo caí. Rayos, ni yo
mismo sé mucho.
—Sin embargo, eso o algo así es lo que pasó —insistió
ella. —Esta flecha que encontró Boreas hizo un corte en tu
frente porque la sangre todavía está pegajosa. Tienes un
bulto que se eleva aquí junto a tu oreja —él hizo una mueca
cuando ella lo tocó. —Y veo corteza en tu cabello y por el
cuello de tu camisa. Además, la manga de tu chaqueta está
rota y veo más trozos de corteza en tu brazo. El evento se
describe a sí mismo, sir. Además… —agregó, señalando. —
Te dispararon desde el otro lado del riachuelo.
Tenía que admitir, aunque sólo fuera para sí mismo, que
si ella tenía razón sobre el resto, tenía razón sobre la
dirección del disparo.
Decidiendo que había estado acostado el tiempo
suficiente en el suelo húmedo, se sentó y luego tuvo que
mantenerse firme y concentrarse con fuerza para luchar
contra una nueva ola de mareos. Trató de hacerlo sin que
ella viera lo débil que se sentía.
Al encontrarse con su mirada parpadeante, hizo una
mueca, sospechando que sus poderes de observación eran
más agudos que su habilidad en ese momento para ocultar
sus sentimientos.
—Ese mareo pasará si le das tiempo —dijo, confirmando
su sospecha. —Pero sería una tontería no venir conmigo,
porque uno puede ver fácilmente que no estás en
condiciones de continuar por tu cuenta.
El perro se acercó a ella, mirándolo pensativo. Sólo
mirarlo le recordó a Fin que los bosques de las Highlands
albergaban a más de una manada de lobos. Las bestias
pronto percibirían el olor de la sangre si hacía algo para que
la herida volviera a sangrar.
—¿Tus parientes darían la bienvenida tan fácilmente a
un extraño? —preguntó.
—Mi señora madre da la bienvenida a todos los que
vienen en paz —dijo. —En ausencia de mi padre, te
garantizo que estará dispuesta a tener a un hombre fuerte a
mano, incluso por una noche.
Entonces se dio cuenta de que ella era de noble cuna y
que debió haberlo sabido a pesar de estar desarreglada. Los
plebeyos rara vez tenían perros lobo o hablaban como ella.
—¿Qué tan lejos está tu casa de aquí? —preguntó.
—Está en la cañada, un poco más allá de esa colina —
dijo, señalando hacia la cresta de granito sobre ellos, hacia
el noreste. —Pasaremos por el corte por encima de esos
árboles.

—Entonces aceptaré con gratitud tu invitación.


Sonriendo de una manera que hizo que el cuerpo de él
se moviera inesperadamente en respuesta, ella tomó su
espada y el cinturón y se apartó para dejarlo ponerse de
pie.

Cuando él se puso de pie y alcanzó la espada, ella dijo:


—Puedo cargarla.
—Nay, entonces no le entrego mi arma a nadie, ni mujer
ni hombre.
Él vio un destello de molestia en ella, pero le entregó el
cinturón. La ató en su lugar y tomó la espada de ella,
sintiendo su peso más de lo habitual mientras se inclinaba
hacia atrás y la deslizaba en la vaina. Pero lo hizo, pensó,
sin dificultad notable. Ella no parecía darse cuenta, pero él
sintió una nueva tensión entre ellos.
La colina era empinada y resultó más difícil de lo que
esperaba seguirla por el bosque hasta la cresta. Las oleadas
de mareos persistían y, a mitad de camino, empezó a
sentirse cansado, casi plomizo. Sin duda, había viajado lejos
ese día.
Pero un cansancio tan profundo era anormal para él.
Cuando llegaron al corte lleno de pedregales debajo de
la afilada cresta, el camino se hizo más fácil. Aun así, las
rocas sueltas bajo los pies y una serie de enormes rocas en
el camino requerían vigilancia para evitar un paso en falso.
Fin se detuvo agradecido cuando la muchacha lo hizo,
pero se aseguró a sí mismo que no le pasaba nada más que
su mareo recurrente y la extraña lasitud. La amplia
perspectiva de los imponentes y todavía nevados
Cairngorms más allá era espectacular.
—Ahí —dijo ella, señalando. —Sólo necesitamos remar a
través del lago.
Miró hacia abajo para ver un lago curvo, de un kilómetro
y medio de largo, de color verde oscuro que parecía un
fragmento del espejo de una muchacha, reflejando la
belleza salvaje de las laderas densamente boscosas y
algunas empinadas de granito que lo rodeaban como las
orillas inclinadas de un río.
Siguiendo el gesto hacia el sureste hasta un punto
mucho más cercano, su mirada se posó en una isla fortaleza
a unos cien metros de donde la orilla se curvaba alrededor
de la base de la empinada ladera justo debajo de ellos. Al
ver esa fortaleza, sintió una sensación de desorientación e
incredulidad inesperadas.
Manteniendo con esfuerzo un tono de voz uniforme, dijo:
—¿No es ése el Castillo de Moigh, la sede misma del
Mackintosh?

—Nay —dijo. —Eso es Loch an Eilein y el Castillo de


Rothiemurchus de mi padre. Pero no eres el primero en
confundirlo con Moigh. Verás, a los Mackintosh nos gustan
las islas. Proporcionan más seguridad que otros sitios.
—Así que debes ser pariente del Mackintosh.
—Él es mi abuelo —dijo con orgullo.

—Entonces puedes decirme exactamente qué tan lejos


está Loch Moigh de aquí.
—Aye, claro, pero ¿por qué quieres saberlo?
—Verás, he venido al territorio del Clan Chattan con el
propósito de hablar con el Mackintosh, para entregarle un
mensaje.
Los ojos de ella brillaron de nuevo. —¿Has venido a eso,
de verdad? —cuando él asintió con la cabeza, ella agregó: —
Entonces es bueno que haya venido conmigo, sir, porque en
este momento el Mackintosh y mi abuela se quedan con mi
madre y yo en Rothiemurchus.

—Nuestra reunión de hoy fue afortunada entonces, ¿no


es así?
—Lo fue, aye —estuvo de acuerdo, dándose la vuelta. —
Bajaremos ahora.
Entonces recordó su creencia de que, en ausencia de su
padre, su madre daría la bienvenida a un “hombre fuerte”
en Rothiemurchus.
—Confío en que tu abuelo goce de buena salud y... —
vaciló, habiendo visto lo suficiente de ella para saber que
las palabras de su lengua podrían ofenderla.
Ella miró hacia atrás y él vio que el brillo de sus ojos se
había intensificado. —Si estuvieras a punto de sugerir que
mi abuelo está enfermo o ha perdido el juicio...
—Yo no dije eso.
—Pero casi lo dijiste, o algo por el estilo. ¿Niegas eso?
—Nay, pero escuché que era demasiado mayor para
empuñar una espada con su habilidad una vez legendaria. Y
como he venido a pedirle un favor y no lo presionaría para
que haga nada que sea demasiado débil para...
—¿Débil? —sus labios se torcieron en casi una sonrisa, y
cuando se dio la vuelta, dijo por encima del hombro. —Él
vino a nosotros porque, al enterarse de que había
problemas en nuestra área, quería investigar su causa. Sin
embargo, mi madre espera que mi padre y mis hermanos
regresen pronto. Verás, mi abuelo confía en mi padre para
resolver cualquier problema que podamos enfrentar, porque
es nuestro líder de guerra del Clan Chattan.
Una nueva tensión se apoderó de él. En voz baja, dijo: —
¿Quién es tu padre, lass?
—Shaw Mackintosh, Terrateniente de Rothiemurchus —
dijo. —Antes de que se casara con mi madre y tomara el
nombre de Mackintosh, los hombres lo conocían como Shaw
MacGillivray.
Aturdido, Fin se detuvo en seco.

Shaw MacGillivray era el líder de guerra del Clan


Chattan que había jurado matar.
Capítulo 2
 

Al notar el repentino silencio detrás de ella, Catriona se


volvió y dijo: —¿Qué sucede?

—Nada —dijo Fin de las Batallas, con bastante


brusquedad, pensó.
Ella frunció el ceño. Parecía más pálido que antes. —
¿Estás mareado de nuevo? —preguntó.
El color rosado tiñó las mejillas de él, lo que le indicó a
Catriona que a él no le gustó la pregunta. Pero ella pensó
que detectó alivio en su expresión cuando dijo: —Aye, de
vez en cuando.
Claramente, como sus hermanos, el hombre odiaba
admitir cualquier debilidad.
Para demostrárselo a sí misma, dijo: —Llegaremos al
barco pronto. Cruzar toma sólo unos minutos y luego te
llevaré adentro para que puedas descansar.

Sin dejar de mirarlo, vio un destello de consternación en


lugar de la molestia que esperaba de un hombre a quien se
le recordaba su necesidad de descansar.

Su mirada se encontró con la de ella. Al aire libre, ella


vio que su iris de color gris claro se había mezclado
perfectamente con los blancos si no fuera porque se
oscurecían ligeramente en los bordes. La longitud y el
grosor de sus pestañas ahora parecían más protectoras que
injustas.
De pie cerca de él como estaba ahora, se dio cuenta de
que la coronilla de ella apenas le llegaba a la barbilla. Y
mientras se encontraba su mirada fija, sintió un hormigueo
en la piel que irradiaba cálidamente hacia adentro.

Mientras luchaba por recobrar la cordura, sintió una


nueva vacilación en él, una reticencia más fuerte. Sintió
como si él pudiera decirle que había cambiado de opinión y
continuaría sin detenerse en Rothiemurchus.

Pero luego dijo con firmeza. —Siga adelante, mi lady.


Estoy ansioso por hablar con tu abuelo si me recibe.

—Lo hará —dijo mientras le hacía un gesto a Boreas


para que los precediera.

Siguiendo al perro, se volvió más consciente que nunca


del hombre detrás de ella y sintió un hormigueo en cada
paso firme que daba.
 

***
 

Fin se preguntó si el Mackintosh solía dejar que su nieta


deambulara por el bosque a voluntad, o si ella se
enfrentaría a una reprimenda por llevar un extraño a casa.
Esperaba que no, porque complicaría un asunto que ya era
bastante complejo.

Considerando el dilema que enfrentaba con respecto al


padre de la muchacha, Shaw MacGillivray, se preguntó a
continuación cuáles eran sus propios motivos. El nombre del
líder de la guerra del Clan Chattan lo había perseguido
durante casi cuatro años y medio. El hecho de que estuviera
a punto de entrar en la fortaleza del hombre le producía una
serie de pensamientos y emociones en conflicto.
Aceptaría la hospitalidad de Shaw, por lo que la voz en
la cabeza de Fin gritaba que debería buscar refugio de
cualquiera que no fuera el hombre al que había jurado
matar. La ley de las Highlands prohibía dañar a cualquier
persona que buscara hospitalidad o la proporcionara.

Su plan original había sido pasar por Strathspey hacia


las montañas al oeste y llegar al Castillo de Moigh en
silencio. Con ese fin, había viajado con cautela, y después
de separarse de su escudero y su caballerizo, había viajado
solo.

El hecho es que estaba en territorio enemigo. Sin duda,


había existido una tregua desde la gran batalla de clanes.
Pero las treguas podrían evaporarse de la noche a la
mañana, especialmente en los conflictos por la tierra. Y
cuando una disputa se había prolongado durante décadas,
como la disputa entre Cameron y Mackintosh… ¿quién le
disparó sabía que era un Cameron?

Fin sabía que había mantenido la guardia. Aunque había


visto caseríos y cabañas en el camino, no se había acercado
lo suficiente como para llamar la atención indebidamente.

Después de entrar en el bosque donde lo encontró la


muchacha, se sintió más seguro. Pero aunque el bosque
proporcionaba más protección al viajero que las cañadas
abiertas y las laderas, el arquero invisible le había
disparado. Y ningún hombre disparaba sin ver a su objetivo.

Sin la oportuna llegada de Lady Catriona, el villano pudo


haberlo matado. A cambio, estaba a punto de aceptar su
hospitalidad, a pesar de las intenciones mortales hacia su
padre.

Lo condujo cuesta abajo en ángulo, más allá del islote,


hasta una pendiente de granito en la que estaba varado un
bote de fondo plano. Mientras arrastraba los remos desde
los arbustos cercanos, Fin dijo: —¿Esperas que ese pequeño
bote nos lleve a nosotros y al perro hasta el islote?

Girándose para mirarlo, con la barbilla levantada y los


ojos brillando, ella puso los remos en el suelo con las puntas
de las hojas contra un hombro. —Eso espero, aye. ¿Es tan
cobarde, sir, que teme que no pueda cruzarlo a salvo?

Al no gustarle ni la palabra ni su tono, pero decidido a


no caer en un anzuelo tan obvio, Fin notó distraídamente
que sus ojos no eran de color marrón claro sino de color
avellana dorado. Cuando volvió a mirarlo, él dijo: —Me
pregunto, Lady Imperiosa, si habitualmente le hablas así a
los hombres. Pero, francamente, no confiaría en nadie más
que en mí para remar en una nave así, por sobrecargada
que esté. Pero el perro y yo sabemos nadar, y un chapuzón
no te hará daño.

Cuando la mano de ella se disparó en respuesta, él tomó


su muñeca y la sostuvo.

¿Qué, se preguntó Catriona, se había apoderado de ella


para atreverse a tal cosa?

Su agarre dejaría moretones, lo sabía. También sabía


que si se hubiera atrevido a burlarse de cualquiera de sus
hermanos, y mucho menos tratar de abofetearlo, la habrían
arrojado al lago helado, si no fuera por encima de la rodilla.
Peor aún, Fin estaba herido, aunque evidentemente se
recuperaba rápidamente, y estaba a punto de convertirse
en un invitado de la casa de su padre.

Todavía molesta porque él había dudado de su habilidad,


pero sintiendo un hormigueo ahora de una manera
diferente, más inusual e intrigante en respuesta a la mirada
severa en sus ojos, ella no luchó contra él ni respondió a su
pregunta. Tampoco apartaría la mirada hasta que él la
soltara.
Cuando lo hizo, ella puso los remos en el bote y
comenzó a tirar de él hacia el agua. No había llegado muy
lejos cuando él lo agarró por el otro lado para ayudarla.

Si todavía sufría de mareos, la velocidad a la que le


había agarrado la mano lo desmentía, al igual que la
facilidad con la que arrastraron el bote hasta el agua.
Todavía en silencio, hizo un gesto a Boreas, y mientras ella y
Fin estabilizaban el bote, el perro entró con cautela en él,
luego sobre los remos y la banca del medio para
acurrucarse en la popa.

Fin siguió mirando el barco con recelo. —Quizás yo


debería remar, dijo.
—Contigo en el medio y Boreas en la popa, es probable
que ustedes dos hagan peso mientras yo todavía estoy
tratando de empujarlo y subir a la proa —replicó ella. —Sin
embargo, claramente te has recuperado lo suficiente como
para lanzarnos, y espero que seas bastante ágil para saltar
sin mojarte los pies, si eso te preocupa.

Esta vez, cuando su mirada se encontró con la de ella,


algo le envió una sensación de advertencia a través de ella.
Pero sólo dijo: —Sube, lass.

Preguntándose qué demonio la había poseído para


burlarse de él de nuevo, obedeció de inmediato y tomó
asiento. De cara a la popa y Boreas, se bajó la falda
arremangada, por el bien del decoro y ajustó la flecha en su
cintura con más comodidad. Luego, tomando los remos,
estabilizó el bote mientras Fin de las Batallas lo lanzaba.

Cuando se lanzó hacia la proa, el agua se derramó por el


costado de babor, pero no fue suficiente para ponerlos en
peligro. El barco tenía menos francobordo de lo que le
gustaba, pero el lago estaba tranquilo y ella era hábil con
los remos.
Mirando por encima del hombro, ella tuvo que inclinarse
y mirar más allá de su gran pasajero para asegurarse de
que no chocaría con una roca mientras retrocedía, luego
giró la proa hacia la isla. Notó que él la miraba con atención
mientras ella blandía los remos. Para cuando ella dio la
vuelta, él se había relajado visiblemente. Pero no se
disculpó.

Cuando volvió a darle la espalda, él le dijo: —Nunca


respondiste a mí pregunta sobre cómo suele tratar tu gente
a los extraños. Sin embargo...

—Los tratamos cortésmente, por supuesto, a menos que


demuestren ser descorteses.

—Entonces tratamos a la gente igual, lass. Además,


antes de que nos encontráramos, no había hablado con
nadie desde esta mañana, por lo que apenas pude haber
ofendido a nadie.

—Quizás quienquiera con quien estuviste esta mañana


se ofendió por algo.

—No, porque estaba con mis propios muchachos,


cabalgando desde Glen Garry hacia el norte.

Volvió a mirar por encima del hombro. —¿Cabalgabas


con una escolta de hombres?

—Sólo dos muchachos —dijo encogiéndose de hombros


lo suficientemente leve como para demostrar que todavía
desconfiaba de la estabilidad del bote.
—¿Dónde están ahora? —preguntó ella.

—Sabiendo que las montañas al oeste de aquí son más


fáciles de atravesar a pie que a caballo, como estábamos,
decidí caminar delante de ellos.
—¿Pero por qué simplemente no vinieron contigo? ¿Y
dónde están tus caballos?

—Envié a los hombres a hacer una diligencia, y debían


guardar los caballos en el establo hasta nuestro regreso de
las montañas. Sin embargo, esperan encontrarse conmigo
en el Castillo de Moigh.

—Quizás ellos llamaron la atención. O tal vez tú lo


hiciste sin saber que lo habías hecho. Te pregunté antes si
tenías enemigos por aquí —agregó. —Sólo dijiste que no
habías pasado por este camino antes.

Estuvo en silencio el tiempo suficiente para que ella


diera dos golpes con los remos y para que esa extraña
conciencia punzante de él se removiera de nuevo, antes de
que dijera. —Por mi verdad, lass, no he pasado por este
camino antes. Sin embargo, he oído que, en lugar de gozar
de una reputación de cortesía, los hombres del Clan Chattan
son un grupo rebelde. Además, mencionaste que se estaban
gestando problemas. Parece lógico que mi percance pueda
haber sido el resultado de eso.

Al notar que todavía no había dicho si tenía enemigos en


la zona, Catriona se mordió el labio inferior, pensando. Ella
no podía refutar su lógica, porque era excelente. Pero se
mostraba reacia a hablar de los irritantes Comyn con un
extraño.
—Ya veo —murmuró él provocativamente.

—¿Qué ves?
—Que puedo tener razón —dijo. —¿Quién está
provocando este problema suyo?

Haciendo una mueca, dijo: —Son sólo las plagas Comyn.


Sin embargo, no puedo pensar por qué te molestarían.
—¿Comyn? Pensé que ese clan casi se había extinguido.
—Aye, pero una vez fueron lores del Castillo de
Lochindorb, que se encuentra cerca de aquí y ahora es el
hogar del Lord del Norte. Los Comyn buscan volver a
fortalecerse.
—Entonces, ¿tienen algún agravio contra tu
confederación?
—Nay, actúan en respuesta a quejas imaginarias y su
propia arrogancia —dijo. —Gran parte de su sentido de mal
uso surge, como ocurre en la mayoría de los conflictos, de la
tierra que creen que debería ser suya, pero que es y
siempre ha sido la tierra de los Mackintosh. Excepto por
Lochindorb y todas sus propiedades —añadió
concienzudamente.
Él guardó silencio. Volviendo a mirar atrás, lo vio fruncir
el ceño. Cuando ella apoyó los remos y le dio una mirada
burlona, el ceño fruncido se alivió y él dijo: —¿Qué tan
rápido llegaste a mí? ¿Te acuerdas?

—No exactamente —dijo, volviendo a remar. —


¿Importa?
—Podría —dijo. —Los árboles en esos bosques estaban
demasiado separados para que no pudiera ver a un arquero
que estuviera bastante cerca como para dispararme
directamente. Pero podría no haber visto a uno que
disparara desde una distancia mayor.
—Quizás algo te distrajo, te impidió verlo.
—Lo dudo. No recuerdo en qué estaba pensando cuando
me dio la flecha. Pero estando solo en bosques
desconocidos como estaba, no fui descuidado. Ese disparo
tampoco fue un accidente. ¿Podría un Comyn haber tenido
motivos para disparar a un extraño aquí por cualquier otra
razón?

Descansando los remos de nuevo, ella se movió lo


suficiente en su asiento, esta vez para mirarlo sin que se le
acalambrara el cuello. —No hemos acordado que el arquero
fuera un Comyn —dijo. Su tono, esperaba, había sido
práctico, pero sus ojos se habían entrecerrado.
Apresuradamente, agregó: —Fácilmente pudo haber sido un
cazador furtivo que falló su tiro, como un arquero realizando
una gran hazaña de tiro con arco.
Podía sentir sus mejillas ardiendo y volvió a remar,
temiendo que él hubiera notado su aumento de color y
esperando que no la interrogara al respecto.
Dijo con calma. —Un tiro de arco al aire libre puede
resultar fácil para la mayoría de los arqueros. Pero uno
desde la distancia y con el ocultamiento necesario para
evitar que yo vea al arquero no lo es. Y aunque no hemos
determinado que el tirador era un Comyn, tú todavía no has
dicho si algún Comyn u otro podría pensar que tenía una
causa.
—No se puede saber qué puede pensar un hombre así —
respondió ella. —Antes, mencionaste al ruidoso arrendajo.
Pensé que se había puesto ruidoso por tu percance, pero...
—Los arrendajos son ruidosos por costumbre —intervino.

—Lo son, aye —estuvo de acuerdo. —Pero también son


ruidosos cuando los depredadores invaden su territorio. Las
ardillas también hacían ruido. Además de los cuervos.

—¿Cuervos?
Ella asintió. —Deben haber olido sangre fresca, como
hizo Boreas, y esperaban darse un festín con lo que
encontraran.

—Podemos olvidarnos de los cuervos, ya que no había


sangre antes de que la flecha me golpeara. Pero alguien
más estaba en ese bosque. Si no viste a nadie...

—No vi ni escuché a nadie —dijo cuando él hizo una


pausa. —Íbamos a barlovento de usted, sir, y también de
quien le disparó. Boreas no olió nada hasta que amainó la
brisa, y te encontramos poco después.

—Los perros lobo captan el olor en el aire —dijo


pensativo. —Sin embargo, sin duda, si un extraño hubiera
estado cerca, el perro también se habría enterado de él.

—Uno pensaría que sí —ella estuvo de acuerdo. —Pero


tomó algún tiempo llegar a ti. Y los cuervos se habían vuelto
más ruidosos. Quizás el hombre que te disparó se
aprovechó de su alboroto para huir, o quizás el olor más
fuerte de la sangre ocultó su olor a Boreas. En cualquier
caso, no sabemos quién fue.

—Nay —dijo. —Tampoco sabemos por qué me disparó.


Catriona miró por encima del hombro y vio con alivio
que se estaban acercando a la isla. El muro cortina de
piedra del castillo se elevaba justo por encima de la marca
de la marea alta en la suave pendiente. La pesada puerta
estaba entreabierta.

Todos sabrían a estas alturas que traía a un extraño a


casa. Si su padre y sus hermanos hubieran estado allí,
estarían esperando en la orilla. Tal como estaban las cosas,
su comité de bienvenida estaba formado por dos hombres
de armas incondicionales y un chico sonriente.
 

***
 

Al mirar a los dos hombres de armas que se acercaron


desde la puerta de entrada, Fin se preguntó si había sido
temerario al aceptar la invitación de la muchacha. El
recuerdo tardío del lema del Clan Chattan, “No toques al
gato, sino con un guante”, sugería que era un tonto.
Pero no había tenido otra opción.

Sus órdenes habían sido persuadir al Mackintosh para


que aceptara un papel que el hombre podría estar reacio a
desempeñar. Y el Mackintosh estaba en la isla.

Sin embargo, aceptar la hospitalidad en Rothiemurchus


todavía presentaba suficiente dificultad para darle otra
punzada de conciencia a Fin.

En realidad, ninguna ley prohibía asesinar al antiguo


anfitrión después de haber aceptado su hospitalidad...
siempre y cuando uno esperara hasta que ya no estuviera
bajo el techo del hombre. Además, si decidiera ahora no
quedarse, despertaría la curiosidad de Lady Catriona, si no
su desconfianza total. En cuanto a su honor...

Ese pensamiento a medias sólo tuvo que entrar en su


mente para producir una imagen mental de su poderoso y
extremadamente volátil amo, que lo hizo recobrar
rápidamente su ingenio. Cualquiera que fuera su dilema
personal, tenía el deber de ejecutarlo, y en pocas palabras,
el Mackintosh estaba aquí. Todas las demás preocupaciones
deben rendirse a esa.

La proa del bote raspó el fondo, desviando su atención.


Cuando el chico que había acompañado a los dos hombres
de armas chapoteó en los bajos y trató de llevar la
embarcación a tierra, Fin saltó para ayudarlo.
Sus botas de cuero crudo se mojaron, pero no le
importó. Las había usado para protegerse los pies, que
habían perdido su dureza de highlander después de años de
montar en las fronteras y las tierras bajas, en lugar de
caminar descalzo por todas partes, como hacía la mayoría
de los highlanders.
—El Mackintosh la verá enseguida, mi lady —dijo un
hombre de armas cuando Fin y el muchacho habían varado
el barco. —Está en su habitación, pero Lady Annis y tu
madre están en el gran salón. Ellas también quieren verla.

Fin extendió una mano hacia Catriona, pero ella bajó a


tierra por su cuenta y con una gracia que lo sorprendió.
Pocas podrían salir sin ayuda de una nave tan inestable con
algo más que torpeza.
Desde lo alto de la colina había visto que la fortaleza
cubría la mayor parte de la isla, a excepción del extremo
boscoso al norte. Cuando llegaron a la entrada y la
atravesaron hasta el patio, vio que una torre de cuatro pisos
formaba el ángulo suroeste del muro cortina. La fortaleza
contaba con otras dos torres más pequeñas, una en el
extremo norte, cerca de la entrada y la otra en la esquina
sureste. Un hombre se quedó junto a la puerta.

—Tadhg —dijo Lady Catriona, dirigiéndose al pequeño


criado. —Por favor, ve adelante y dile al cocinero que Boreas
pronto querrá cenar.

—Aye, claro —dijo alegremente el muchacho.


Levantando una mano para acariciar la cruz del gran perro
como para asegurarle que no moriría de hambre, se lanzó
hacia la fortaleza.

Boreas continuó trotando junto a Catriona y el hombre


de armas que quedaba.
Mientras se apresuraban a través del patio rocoso y de
tierra apisonada hacia las escaleras de madera que
conducían a la entrada principal, pasaron por un hueco
entre el torreón y la hilera de dependencias de madera
contra el muro cortina. Fin vio un camino que conducía a
una entrada más baja, y cuando Tadhg abrió la puerta y
desapareció dentro, pensó que probablemente se abría a la
cocina y el fregadero.
Siguió a los demás por las escaleras de madera y
adentro, luego subió más escalones de piedra y atravesó un
arco hacia el gran salón. Se sentía frío, a pesar del rugido
del fuego en la enorme chimenea con capota que ocupaba
gran parte del largo muro a su derecha.

Vio a tres mujeres a medio camino entre el fuego y el


estrado, en el otro extremo del pasillo. Una era delgada y
anciana, la segunda una matrona joven, y la tercera tenía
una edad entre ellas. Era más atractiva que las otras dos y
un par de libras más regordeta. Sus velos y túnicas las
proclamaban a todas mujeres nobles.

—Ahí estás, nieta —dijo la mayor de las tres con una voz
aguda que se transmitía con facilidad, aunque no parecía
haberla levantado. —Te has ido una eternidad, lass. Espero
que no te hayas alejado demasiado.

La joven matrona miró a Catriona con desaprobación,


pero guardó silencio.
La dama regordeta y atractiva sonrió cálidamente.
—No fui muy lejos, señora —dijo Catriona a la mayor
mientras se acercaba a ellas y les hacía una reverencia. —
Tampoco debo quedarme aquí ahora, porque mi señor
abuelo ha enviado a buscarme. Sin embargo, antes de ir a
verlo, permítanme presentarles a este caballero a quien
Boreas y yo encontramos herido en nuestro bosque.
—Piedad, querida, me gustaría que no divagaras sólo
con ese gran perro para que te cuide —dijo la dama
regordeta. —Uno podría encontrarse con cualquiera en
estos días.

—En verdad, es posible —dijo la matrona más joven. —


¿Por qué, sabes bien que...?
—No importa eso ahora, ustedes dos —dijo la anciana,
sosteniendo la mirada interesada de Fin. —Preséntanos a tu
nuevo conocido, Catriona.

—Se llama Fin de las Batallas, señora —dijo la muchacha


mientras Fin hacía una reverencia. —Ésta es mi abuela,
Annis, Lady Mackintosh, sir —haciendo un gesto a las
demás, dijo: —Ésta es mi madre, Lady Ealga, y la esposa de
mi hermano James, Morag. Fin de las Batallas llegó al
territorio del Clan Chattan para hablar con el Mackintosh —
agregó.

—Entonces, debes llevarlo con tu abuelo de inmediato —


dijo Lady Annis. —Pero quisiera saber más sobre ti, Fin de
las Batallas. Te unirás a nosotros para cenar.
—Con la licencia del Mackintosh, estaré encantado de
hacerlo, su señoría —dijo Fin. Vio que el “gran perro” se
había tirado cerca del fuego y cerró los ojos.

Cuando Catriona se volvió hacia el estrado del final del


pasillo, su abuela dijo con un gesto al hombre de armas que
había venido con ellos desde la orilla. —Llévate a Aodán,
lass. El Mackintosh puede tener órdenes para él.
Los labios de Fin se crisparon en casi una sonrisa. Lady
Annis era demasiado educada para insultarlo al exigirle que
dejara sus armas. Pero evidentemente creía que un guardia
podría proteger al Capitán del Clan Chattan, si surgía la
necesidad.
No habría tal necesidad, lo cual estaba bien. Herido o
no, Fin sabía que podía ganar una pelea justa contra
cualquier oponente.

—Por aquí, sir —dijo la muchacha, haciendo un gesto


hacia el estrado. —En ausencia de mi padre, mi abuelo usa
nuestra cámara interior —luego, bastante bajo para que
nadie más la escuche, pero con la nota de humor que él
había escuchado antes, agregó. —Te garantizo que la
ocupará después de que papá llegue a casa también.

—Al Mackintosh también le gusta salirse con la suya,


¿verdad? —Fin murmuró.
Su mirada parpadeante se encontró con la de él. —Todos
los hombres esperan salirse con la suya.
—Las mujeres también lo hacen, ¿no es así?

Ella sacudió la cabeza. —Las mujeres pueden esperar


hacerlo en algunas cosas. Pero, seguramente, sabes que
cuando las cabezas chocan, los hombres usualmente ganan.
—¿No siempre?
Esta vez, ella rió. —Nay, como lo viste por ti mismo.

Él escondió una sonrisa, pero dejó que ella tuviera la


última palabra, por ahora.
Un criado apareció de una alcoba al final del estrado a la
derecha de Fin y se apresuró a abrir la puerta en la parte
trasera para ellos. Catriona entró en la habitación de más
allá con Fin pisándole los talones y el hombre de armas,
Aodán, detrás de él.
—Rayos, ¿esto es una invasión? —preguntó una voz
ronca, atrayendo la mirada de Fin desde la enorme cama
frente a él, donde había esperado ver al Mackintosh, hacia
una mesa en el extremo derecho de una habitación que
parecía tener el mismo ancho que el gran salón.

El Mackintosh estaba sentado en una silla de dos codos


detrás de una mesa cargada de documentos enrollados. Y
Fin vio de inmediato que la muchacha tenía razón.
Aunque su abuelo había pasado hacía mucho tiempo lo
que muchos llamaban con tacto la marca de la edad, desde
la mediana edad hasta la vejez, sus hombros y brazos
todavía parecían bastante musculosos como para empuñar
la enorme espada que lo había hecho famoso en su
juventud. El ceño fruncido del anciano era penetrante, con
un fuerte destello de inteligencia detrás.
Fin se dio cuenta de que había basado su opinión
anterior únicamente en el hecho de que cuatro años antes,
el Clan Chattan había declarado la vejez y la enfermedad de
su capitán como la razón por la que su líder de guerra los
había dirigido en la batalla del clan en su lugar. Ningún
hombre había cuestionado la razón, porque todos sabían
que el octavo jefe del Clan Mackintosh ya había sido Capitán
del Clan Chattan durante más de tres décadas.
—Esto no es una invasión, mi lord —dijo Catriona,
ignorando el ceño fruncido de su abuelo y sonriendo
mientras se acercaban a la mesa. —Vengo a tus órdenes,
como sabes, y te pido permiso para presentarte a nuestro
invitado —hizo un gesto con gracia hacia Fin.
Mientras él se acercaba para hacer su reverencia, ella
agregó. —Lo encontré en el bosque más allá de la cresta
oeste, herido como ves. Cuando supe que se dirigía a Moigh
para hablar contigo, lo traje aquí.
—¿Cómo llegaste a ser herido? —le preguntó el
Mackintosh a Fin.
—Evidentemente alguien me disparó con una flecha, sir
—respondió Fin.

—Lo encontré inconsciente con ese corte en la frente —


dijo Catriona. —Boreas encontró la flecha en los arbustos
cercanos con la sangre todavía pegajosa.
—¿Es esa la flecha en tu cintura, lass?
—Aye, sir —dijo ella, sacándola del cinturón y
poniéndola delante de él.
—Si no me hubieran encontrado cuando lo hicieron, sir,
sospecho que ahora no estaría en condiciones de aceptar la
hospitalidad de nadie —dijo Fin mientras el anciano
examinaba la flecha.

—Sospechas de alguien con intenciones asesinas,


¿verdad? —miró a su nieta y Fin notó una comunicación
silenciosa en su expresión. No pudo observar la respuesta
de ella sin volver la cabeza, pero el Mackintosh agregó: —
Debo pedirte que frenes tu deambular por un tiempo, lass.
Siendo las cosas como están...
Sin mirarla, Fin sintió su resistencia. Pero ella no
discutió.
El Mackintosh agregó. —Será mejor que te vayas ahora
y me dejes hablar con él.
—Cuando haya terminado con él, sir…. —dijo ella. —Lo
llevaré a una habitación para que descanse.

—Aodán, vete tú también —dijo el Mackintosh. —No te


necesitaré.
Sus pasos, los de ella ligeros y los fuertes y pesados del
hombre de armas, sonaron detrás de Fin mientras cruzaban
el salón. Siguieron ruidos relacionados cuando el hombre le
abrió la puerta y la cerró detrás de ellos.
En el silencio que cayó, el Mackintosh dijo: —¿Quién
eres, entonces, para que te llamen Fin de las Batallas? Debo
decir que tienes un cierto aspecto que me resulta familiar.
Pero mi memoria ya no me sirve tan bien como antes.
Aunque había estado esperando una demanda de sus
antecedentes, Fin se dio cuenta al encontrar esa mirada
feroz que no tenía una respuesta preparada. Sabía que se
parecía a su famoso padre, pero por una cosa y otra,
muchos otros en Lochaber también se parecían a Teàrlach
MacGillony.
Por fin, dijo: —Tengo el salvoconducto de Davy Stewart,
Duque de Rothesay y Gobernador del Reino, mi lord. Él
quiere pedirle un favor.
—¿Eso quiere? —dijo secamente el Mackintosh. —
Necesitaremos whisky entonces, creo.
Capítulo 3
 

A Catriona le hubiera gustado cambiarse de ropa. Pero


cuando salió de la cámara interior, su madre, su abuela y su
cuñada estaban justo afuera, en el estrado. Y supo, por la
curiosidad en los tres rostros, que todavía llevaría su vieja
saya por un tiempo.

—¿Quién es él, mi amor, y por qué se llama a sí mismo


“Fin de las batallas”? —preguntó Lady Ealga.

Al mismo tiempo, Lady Annis espetó. —¿De dónde es,


nieta? ¿Quiénes son sus padres?

Ahogando un suspiro, Catriona dijo: —Ojalá alguna de


ustedes le hubiera preguntado, porque no sé más de lo que
les he dicho. Estaba caminando con Boreas cuando lo
encontramos. En verdad, me preocupaba más la herida del
hombre que sus antecedentes.
—Por mi fe, Catriona, deberías tener más cuidado —dijo
su cuñada con severidad.

—Aye, Morag tiene razón —dijo Lady Annis. —Una


siempre debe conocer las raíces de un hombre antes de
acercarse a él. Siéntate, nieta, un día tu naturaleza
impetuosa te hará caer profundamente en problemas.

—Es guapo, ¿no? —dijo Ealga. —Habría sido difícil


dejarlo tirado en el suelo sin tratar de ayudarlo...
lamentablemente desconsiderado también. Y aunque yo
podría haber sido demasiado cobarde para ayudarlo, Annis,
creo que tú habrías hecho lo mismo que hizo nuestra
Catriona.
—Si lo hiciera, sería porque sé que puedo defenderme.
¿Puedes decir lo mismo, Catriona?

Lady Ealga dijo: —Tienes tu daga, ¿no es así, mi amor?


—La tengo, aye —dijo Catriona, deslizando su mano
derecha a través de la hendidura en la falda, lo que le
permitió sacar el arma de la funda atada al muslo. Al ver los
ojos de su abuela abrirse, dijo: —Mis hermanos me
enseñaron a usarla, señora, y me dijeron que lo hiciera sólo
si temía por mi vida. No la necesité.

Morag sacudió la cabeza, siempre con desaprobación, y


Lady Annis apretó los labios. Luego, un brillo iluminó los ojos
azul pálido de la mujer mayor y dijo: —No me sorprende que
lleves un arma, querida. Y fue sabio y amable por parte de
James e Ivor enseñarte a usarla correctamente. Sin
embargo, en mi experiencia, la astucia y tus propias uñas
son mejores armas para una mujer que cualquier otra cosa.

La mente de Catriona ofreció una imagen instantánea


de su intento de abofetear a Fin, y no se le ocurrió nada
para responder. A pesar de las propias palabras de su
abuela, Lady Annis condenaría instantáneamente tal
grosería con un invitado... y con razón.
Con tacto, Ealga dijo: —Querrás cambiarte ese vestido
antes de la cena, mi amor.

—Aye, mamá, pero dudo que nuestro invitado moleste al


abuelo por mucho más tiempo. Dije que lo llevaría a una
habitación cuando hubieran terminado de hablar.

—Ve y cámbiate —dijo su madre. —Aodán puede ponerlo


en esa habitación al otro lado del rellano, frente a la que
estoy usando ahora. ¿Se quedará sólo una noche?
—Tuve que persuadirlo para que se quedara —dijo
Catriona. —Pero eso fue antes de que supiera que estaba
buscando al Mackintosh. Cuando le dije que el abuelo
estaba aquí, accedió a venir. Pero no me dio más
información.

—Puedes estar segura de que averiguaré todo lo que él


pueda decirnos sobre sí mismo —dijo su abuela. —Quiero
saber quiénes son sus padres y mucho más, adiós.

Decidida a presenciar ese enfrentamiento, Catriona se


disculpó y se apresuró a subir las escaleras, llamando a su
sirvienta mientras avanzaba.
 

***
 

Por orden del Mackintosh, Fin tomó una jarra de whisky y


dos copas de un nicho, vertió whisky en cada copa, puso
una delante de su anfitrión y dejó la otra donde estaba. —
¿Debo devolver la jarra, mi lord? —preguntó.

—Nay, la necesitaremos. Simplemente levanta ese


taburete y dime qué diablos intenta hacer Davy Stewart al
perturbar la paz de un anciano con sus asuntos reales.

—Prefiere ser conocido como Rothesay, sir, y no habló


de su edad, sino sólo de su poder. Eso, me aseguró, es
bastante vasto como para servir a sus fines.

—No me dirás que él piensa que mi poder excede al


suyo.

Sabiendo que sería una falta de tacto si fuera sincero


decir que Rothesay creía que el poder de ningún hombre
excedía al suyo, Fin dijo: —Como heredero del trono y ahora
Gobernador, es muy consciente de su poder, sir. También es
consciente de que tiene enemigos poderosos.

El Mackintosh arqueó una ceja. —Uno en particular, se lo


garantizo.
—Aye, porque cuando el Parlamento y el Rey acordaron
que en cuanto Rothesay llegara a la mayoría de edad
debería asumir la Gobernación durante tres años en lugar
del Duque de Albany, para demostrar que Rothesay puede
gobernar, Albany estaba muy disgustado.

—Estás siendo diplomático, lad. Escuché que estaba


enfurecido. Pero no tengo paciencia con todos estos nuevos
5
duques nuestros... como los diabólicos ingleses. ¡Faugh ,
digo!

—Escocia todavía tiene sólo dos duques —le aseguró


Fin. —Rothesay y Albany.

—Aye, bueno, Albany era bastante peligroso mientras él


gobernaba en lugar del Rey. En mi opinión, un hombre que
no tiene interés en gobernar no debería ser rey.

Fin dijo: —Rothesay será un gobernante mucho más


fuerte que su padre, sir.

—Eso no será difícil, si Albany deja que el muchacho


viva tanto tiempo —dijo Mackintosh. —Y si su supuesta
imprudencia y despilfarro son exageraciones. Verás, Davy
Stewart es el propio sobrino de Albany, pero Albany es
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malvado. Auld Clootie le puso la marca de su casco en la
cuna. Y cuanto más viejo se pone, más claro se vuelve que
alguna vez será el propio diablo. Aun así, no ejerce ningún
poder aquí en las Highlands o en las Islas.

—Exactamente, sir, aunque nombró a su propio hijo Lord


del Norte.
—Aye, claro, cuando él era Gobernador. Pero él sabe qué
pasará si ese cachorro suyo intenta arrebatarle el señorío a
Alex Stewart —le espetó Mackintosh.

—Alex se mantiene cercano al Señorío —asintió Fin.

—Aye, él gobierna desde Lochindorb con tanta fuerza


como siempre lo hizo su propio padre.

—Debo decirle que Rothesay también envió un mensaje


a Lochindorb —dijo Fin.

—Ese castillo se encuentra a sólo quince millas al norte


de aquí —dijo el Mackintosh. —Pero si Davy... si Rothesay
espera que su mensaje llegue al Lord del Norte, no ha dado
en el blanco. Alex está en las fronteras con mi propia gente,
ayudando al Conde de Douglas.

—Pronto regresarán —dijo Fin. —Douglas sigue siendo el


lord más poderoso de las fronteras. Y, gracias a esa ayuda
de muchos nobles poderosos, ha derrotado a los ingleses
nuevamente. Mis hombres llevaron el mensaje a Lochindorb,
para que yo pudiera continuar con usted en Moigh. Pero
después de que nos separamos, mientras buscaba un
camino hacia las montañas al oeste de aquí, caminé más de
lo que esperaba al sur a lo largo del Spey sin encontrar un
vado...

Se interrumpió cuando el Mackintosh se rió.

—Rayos, lad, tenemos mucho cuidado de no dejar


huellas a través de nuestras montañas al este o al oeste —
dijo. —Si un hombre no conoce el camino, no lo encontrará
sin ayuda.

—Uno de mis hombres conocía el camino a Lochindorb


—dijo Fin. —Y conozco bien el Great Glen y puedo llegar
desde aquí simplemente yendo hacia el oeste —para
evitar más discusiones sobre su error, agregó: —Rothesay
también envió un mensaje al Lord de las Islas.

—Así que busca aliados entre los enemigos de su tío,


¿verdad?

—Lo hace, aye.

—¿Qué espera Davy de nosotros... de mí,


especialmente?

—Quiere que le organice una reunión en el Castillo de


Moigh con el Lord de las Islas y el Lord del Norte.

—¿Con qué propósito?

—Para mantener la ambición de Albany bajo control,


dijo. Más allá de eso, no puedo decirle. No sé su intención
exacta.

El Mackintosh dijo pensativo. —Su mandato provisional


como Gobernador termina en enero. Así que apuesto a que
quiere estar seguro de sus votos cuando el Parlamento se
reúna para considerar si lo prorrogarán o se lo devolverán a
Albany.

—No apostaría en contra de su suposición, sir. Pero mis


órdenes son entregar el mensaje y enviarle un mensaje a
Perth si acepta ser anfitrión de la reunión.

—Ya veo. Entonces, antes de confiar en tu palabra sobre


esto, quisiera saber más sobre ti.

Con la esperanza de haber desviado al anciano del


asunto de los antecedentes y con la ferviente esperanza de
que Mackintosh no detectara su inquietud ahora, Fin respiró
hondo y alcanzó su copa.
—Sírvete whisky y necesitarás ordenar tus
pensamientos —dijo amablemente el Mackintosh. —Pero, te
lo advierto, lad, no me mientas.

El énfasis en sus palabras le recordó a Fin que el


Mackintosh tenía el poder del pozo y la horca. Colgar al
mensajero de Davy podría molestarlo, pero Fin dudaba que
el anciano pudiera dedicarle un solo pensamiento.
 

***
 

Con la ayuda de su camarera Ailvie, Catriona se cambió


a un vestido verde musgo y zapatillas de seda a juego.
Luego, refrenando su impaciencia, dejó que Ailvie le
cepillara el pelo enredado y lo trenzara en un suave rizo
bajo un velo blanco.

Al regresar al gran salón, notó la sonrisa de aprobación


de su madre y vio que los criados en la parte inferior del
salón estaban preparándose para la cena. La comida no
aparecería hasta dentro de una hora, pero a su abuelo le
gustaba comer a tiempo, por lo que no debía haber
demoras a menos que llegaran invitados inesperados o si,
por algún golpe de suerte, su padre y sus hermanos
regresaban a tiempo para cenar con ellos.
La probabilidad de que ocurriera ese evento era
pequeña. Cuando Shaw y sus hijos entraran en las
Highlands, la noticia llegaría a Rothiemurchus horas, si no
días, antes que ellos.
—No había visto ese vestido antes —dijo Lady Annis. —
Se te ve bien.
—Todos sus vestidos se le ven bien —dijo Ealga. —Morag
también se ve bien.
—Gracias, señora —dijo Catriona. —Sin embargo, nunca
me veo tan acicalada como Morag —agregó, sonriéndole a
su cuñada.
—Nunca te tomas la molestia de hacerlo —dijo Morag.

—Es la juventud la que les luce, Ealga —dijo Lady Annis.


—Catriona —agregó. —Tu caballero herido aún no ha
salido, así que no descansará antes de la cena. Debemos
esperar que la flecha, al golpearle la cabeza, no le haya
dañado el cerebro.
Catriona se rió. —Si lo hizo, no vi ni rastro de ello.
Tampoco me imagino que el abuelo toleraría su presencia
tanto tiempo como lo ha hecho si estuviera confundido.

—Vayamos a mi sala de estar mientras terminan de


poner las mesas —sugirió Lady Ealga. —Le dije a Aodán que
le mostrara a nuestro invitado su habitación cuando saliera.
Querrá refrescarse antes de volver a enfrentarse a nosotros.

—Antes de enfrentar a la abuela, quieres decir —dijo


Catriona, lanzándole a esa dama una sonrisa.

—Aye, ríe —dijo Lady Annis con una mirada penetrante


debajo de sus delgadas cejas grises. —Pero aprende esto,
insolente. Heredaste tu temperamento de mí, en lugar de tu
dulce madre, así que harías bien en tomar un poco de mi
buen juicio también. Eres tan impetuosa como insolente,
lass, y puedes ser obstinada con todo.
Catriona sabía que no debía devolver una respuesta
descarada a esa observación, sobre todo porque era verdad.
En cambio, dijo en tono persuasivo. —Has salido bien,
abuela. Y te tengo a ti para que me muestres cómo seguir.
—Me tienes, aye, si me escuchas. Ahora, ¿vamos arriba
o no?
 

***
 

Aún reacio a arriesgarse a declararse miembro del Clan


Cameron, lo cual, con tregua o ninguna, probablemente
perjudicaría a su anfitrión contra él, Fin dijo: —Con mucho
gusto le contaré sobre mí, sir. Pero debo advertirle que no
estoy en mi mejor momento y sería mejor que averiguara
primero si tiene preguntas sobre la organización de la
reunión de Rothesay.
—Me quedaré aquí hasta que regrese Shaw —respondió
el Mackintosh. —Si Davy Stewart quiere su reunión antes de
esa fecha, la celebraremos aquí. Rothiemurchus fue mi
asiento hasta hace unos años y es tan seguro como lo sería
Moigh para tal reunión.

—Parece bastante seguro —estuvo de acuerdo Fin. —


Pero Lady Catriona habló de problemas por aquí… suficiente
como para atraerlo aquí desde la paz y seguridad del
Castillo de Moigh. ¿Debería Rothesay tener cuidado con
tales problemas?
Mackintosh resopló. —¿Desconfía de los inútiles Comyn?
¿Por qué debería hacerlo? Ese clan se aferra a su propia
existencia mientras reclama el título de propiedad de la
tierra que ha estado en manos de los Mackintosh durante
un siglo. No son una molestia. Uno de ellos incluso se ha
atrevido a ofrecer por nuestra Catriona. Y algunos, incluido
mi nieto James, dicen que podríamos dejar de lado los
problemas si su padre y yo aceptamos el matrimonio.
La noción de la franca Lady Catriona involucrada en tal
matrimonio le parecía absurda, pero Fin se limitó a decir. —
Esas bodas a veces pueden lograr aliar a clanes que de otro
modo serían hostiles.
—Aye, claro —dijo Mackintosh. —Pero Rory Comyn es un
tonto demasiado egoísta por su propio bien o el de cualquier
otra persona y demasiado propenso a buscar ofensas donde
no hay. Además, la alianza propuesta beneficiaría solamente
al Clan Comyn, porque quieren que se agregue el Castillo de
Raitt a la dote de Catriona, lo cual es algo que no haré.
—Así que Raitt está en la tierra que reclaman los
Comyn.
—Sí, pero nos desviamos del tema principal, lad, así que
cuéntame más sobre Davy Stewart. Admito que Escocia ha
parecido más pacífica desde que asumió la Gobernación —
con una risa que recuerda a la de su nieta, agregó
secamente: —Sin embargo, dudo que la vida del Rey sea
más pacífica.

—Ha habido problemas —admitió Fin. Sabiendo que no


sería prudente añadir que las discusiones se habían
producido con mayor frecuencia con hombres cuyas bonitas
esposas habían llamado la atención de Rothesay, dijo: —Sin
duda, esa es una de las razones por las que busca aliados
que al menos darán la impresión de que lo apoyan contra
Albany.
—Aye, bueno, quiero pensar un poco más en el asunto
—dijo Mackintosh. —Verás, el muchacho es de los que
no saben nada, y es testarudo. Pero ahora bebe, Fin de las
batallas. Servirán la cena después de que toquen la
campana para las vísperas.

—¿Tiene un capellán aquí, sir, o dirige un servicio en el


salón?
—Ninguno de los dos. Dejo los asuntos de la Iglesia a los
párrocos, obispos y demás. Pero quiero saber la hora del
día. Sin embargo, pronto tocarán la campana y me imagino
que querrás darte un baño antes de que nuestras damas te
vuelvan a ver.

—Me gustaría, aye —dijo Fin, sintiendo una oleada de


alivio por el respiro.

—No tendrás tiempo de subir las escaleras, así que usa


la jarra y el lavabo en ese rincón —agregó Mackintosh,
señalando. —La puerta enrasada junto al lavabo se abre a la
escalera de servicio. Si quieres el sanitario, se encuentra
tres escalones a tu derecha.
Al darse cuenta de que pospondría lo inevitable si se
demoraba más, Fin dijo: —Dijo que quería saber más
sobre mí, sir.
—Lo hice, aye, pero quiero pensar ahora. Además, las
mujeres te preguntarán todo eso durante la cena, y creo
que no tengo necesidad de escuchar que escupas los
detalles dos veces.
 

***
 

Habiendo regresado al vestíbulo con su abuela y su


madre mientras Morag corría a buscar un chal, Catriona
acababa de empezar a pensar que su abuelo podría haber
ordenado que se pospusiera la cena cuando se abrió la
puerta de la habitación interior y él cruzó la puerta. Fin lo
seguía, luciendo recién aseado pero cansado.

Inmediatamente sintiéndose culpable de nuevo por


tratar de abofetearlo, Catriona sonrió y sintió una oleada de
placer cuando él le devolvió la sonrisa. La sonrisa no era la
pequeña que había visto antes en la ladera, sino más
amplia y natural, iluminando sus ojos y revelando sus
dientes blancos y uniformes.

El Mackintosh se acercó a la silla central de la larga


mesa alta, de cara al pasillo inferior, e hizo un gesto a Fin
para que se sentara a su derecha. Morag se apresuró a
entrar mientras las otras tres mujeres ocupaban sus
lugares. Lady Annis se sentó a la izquierda de su marido con
Ealga junto a ella, Morag junto a Ealga y Catriona al final.

Durante algún tiempo, la atención de todos se centró en


los sirvientes que ofrecían platos de comida y jarras de
whisky y clarete. Pero cuando Lady Annis aceptó todo lo que
quería, se inclinó hacia adelante y le dijo al invitado a través
de su marido. —Uno confía en que haya encontrado todo lo
que necesita, sir. ¿Le mostraron su habitación?

—Todavía no, mi lady —dijo. —Hablamos demasiado.


Catriona se había inclinado hacia adelante cuando lo
hizo su abuela, y su mirada se cruzó con la de ella el tiempo
suficiente para que ella sonriera, antes de que él la volviera
educadamente a Lady Annis.
—¿De qué hablaron? —le exigió su señoría.

Si la pregunta desconcertó a Fin, no lo demostró. Pero el


Mackintosh dijo secamente. —Lo que discutimos concierne a
otros, mi lady, y permanecerá entre nosotros.

El énfasis en esa única palabra hizo que Catriona mirara


a su madre, con la esperanza de que Ealga entendiera lo
que quería decir. Pero Ealga miró a su propia madre.
Lady Annis mantuvo una mirada penetrante en su
esposo, pero finalmente se volvió hacia Fin y dijo: —¿Esos
asuntos incluyen de dónde eres, Fin de las Batallas?
—En este momento, mi lady, vengo de las fronteras
escocesas —respondió.

—No eres un fronterizo por nacimiento, creo —dijo ella.


—Te falta el sonido y la manera de ellos. Suenas como si
vinieras de un lugar más cercano a Glen Mòr.
—He vivido en las Fronteras durante años, pero conozco
Great Glen —dijo él. —Pasé mi infancia en Lochaber, cerca
de la costa oeste del lago Ness. Sin embargo, lamento
admitir… —agregó con ligereza. —Que nunca vi al monstruo
que habita allí.

Sin hacer caso de esa táctica, si era una táctica, Lady


Annis dijo: —Mi padre era Hugh Fraser de Lovat, en la costa
este del lago Ness. Conozco a la mayoría de la gente ahí
desde Inverness por ambas orillas hasta Loch Lochy.
¿Quiénes son tus padres?
—Mi padre era conocido como Teàrlach MacGill, mi
madre como Fenella nic Ruari —dijo. —También pasé
algunos años en Fife, señora, cerca de la costa este.
Un movimiento de su abuelo, casi un sobresalto, desvió
la atención de Catriona mientras Fin hablaba. Pero ella no
pudo leer la expresión de Mackintosh, porque él había fijado
su atención en Fin y no dijo una palabra.
Su abuela dijo: —El nombre de tu padre suena como si
debería conocerlo, pero MacGill es una especie de
patronímico general, ¿no es así? Supongo que tu asunto con
el Mackintosh se relaciona más con el hecho de que hayas
venido aquí desde las fronteras. Aun así, supongo que no
debo preguntarte sobre lo que hiciste allí o...
Hizo una pausa, claramente esperando que él la invitara
a interrogarlo. Pero Fin se limitó a sonreír como si estuviera
esperando a que ella terminara la frase.

Suspirando, dijo: —¿Qué hacía tu padre en Fife que le


obligó a llevar a tu familia tan lejos de Lochaber?
Fin pareció sorprendido entonces, como si no hubiera
esperado la pregunta, pero Catriona no podía imaginar por
qué no lo haría, ya que él mismo había mencionado a Fife.
Sin embargo, evidentemente, no debían continuar con el
tema, porque el Mackintosh dijo: —Bendíceme, lad, casi me
olvido de preguntarte cuándo esperas que tus hombres se
unan a ti.
—¿Sus hombres? —Lady Annis volvió a centrar su
atención en su marido y luego de nuevo en Fin. —¿También
tienes hombres propios? ¿Dónde están?
—Puedo presumir sólo de dos, señora, y deberían
reunirse conmigo mañana o al día siguiente. Pero ahora que
los recuerda, sir, se me ocurre que me buscarán en el
Castillo de Moigh, a menos que pueda hacerles saber que
vengan aquí.
El Mackintosh se rió. —Por la mañana, no habrá un
hombre en Strathspey que no sepa que Catriona te trajo
aquí. Haré que nuestra gente vigile con más atención de lo
habitual a los extraños, pero creo que tus muchachos te
encontrarán.
La conversación se volvió inconexa después de eso,
aunque Catriona había esperado que su abuela presionara
más a Fin para obtener información sobre él y su familia,
porque había sentido poco después de conocerlo que él
estaba guardando secretos. Además, aunque sus
antecedentes parecían comunes, había viajado más que la
mayoría de los Highlanders y hablaba mejor que la mayoría
de los otros nobles.
Y su espada era la de un guerrero.

Sin embargo, el Mackintosh lo llevó a la cámara interior


nuevamente cuando los dos terminaron de comer, diciendo
crípticamente que había tomado su decisión.
La declaración despertó su curiosidad. ¿Qué decisión y
por qué no compartirla con todos ellos? Sin duda lo sabrían
con el tiempo, pero ella quería saberlo ahora.
 

***
 

Siguiendo al Mackintosh hasta su habitación, Fin se


alegró de ver que no alcanzó la jarra de whisky. Le dolía la
cabeza y estaba seguro de que le dolía tanto por el whisky
que había tomado antes de la cena como por la herida que
había sufrido antes. El dolor tenía un aburrimiento familiar y
una profundidad que le recordaba las mañanas de su
juventud que habían llegado demasiado temprano, después
de haber bebido con demasiada libertad la potente
sustancia.
Le hubiera gustado una taza de agua de manantial. Pero
decidió que, en lugar de molestar a su anfitrión, le pediría a
un criado que le trajera un poco cuando se retirara.
Mackintosh regresó a su silla pero le hizo un gesto a Fin
para que permaneciera de pie. —Parece que será mejor que
te vayas a la cama, lad, así que no te retendré —dijo. —
Estoy de acuerdo en ser anfitrión de la reunión de Rothesay
aquí con los lores de las Islas y el Norte.
—Gracias, mi Lord.
—Aye, bueno, los conozco a ambos. Donald de las Islas y
Alex de Lochindorb son hombres de palabra, así que les
concederé salvoconducto para que vengan aquí. Pero querré
su palabra, y la de Davy Stewart, de que vendrán aquí sin
grandes escoltas de hombres.
—Rothesay les dijo lo mismo, sir, porque no quiere que
llamen la atención, como lo harían con sus séquitos
habituales. Pero Donald necesitará su salvoconducto, ya que
no es bienvenido en las Highlands occidentales, donde
codicia muchas tierras. Cuando lleguen mis muchachos,
enviaré uno a Perth para decirle a Rothesay que está de
acuerdo.
—Aye, bien. Ahora, sólo llama en la escalera de servicio
a mi camarero, Conal, y pídele que te muestre tu habitación.
Él sabrá dónde te han puesto, y así no tendrás que hablar
más con las mujeres, pero podrás dormir bien.
Fin, sintiendo de nuevo su cansancio, estaba más que
dispuesto a obedecer.
 

***
 

Castillo de Stirling
 

Robert Stewart, antiguo Conde de Fife y ahora Duque de


Albany, levantó la vista del documento que había estado
leyendo cuando, con un solo golpe seco, un criado abrió la
puerta de su santuario y dio un paso atrás para dejar entrar
a un visitante.
Todavía larguirucho y en forma en sus sesenta y un
años, de cabello oscuro con mechas blancas en algunos
lugares, pero por lo demás mostrando pocos signos de la
edad, el duque continuaba como siempre favoreciendo la
ropa completamente negra y los secuaces obedientes. Con
su habitual tono brusco, cuando el criado volvió a cerrar la
puerta, Albany dijo: —¿Qué noticias tienes, Redmyre?
—Todavía sabemos poco de la nota —dijo Sir Martin
Lindsay de Redmyre. —Él todavía está en Perth, pero he
encontrado a alguien de la zona en cuestión para
ayudarnos.
—Puedes hablar libremente aquí —dijo Albany,
sirviéndole una copa de clarete.
Los dos hombres se conocían y habían confiado el uno
en el otro durante años, porque aunque el fornido Redmyre
era más de una década más joven, compartían opiniones
similares sobre el derecho de Albany al poder. También
compartían el odio por el heredero del trono de Escocia.
Redmyre aceptó el vino y dijo: —Bien, entonces.
Encontré a un hombre para vigilar a Rothesay si se dirige a
las Highlands. Y mi amigo, Comyn, tiene parientes que nos
ayudarán, si eso significa provocar problemas para el Lord
del Norte. Sé que hay hombres escuchando en todas partes,
pero ¿está seguro de que Rothesay llegará a Strathspey?
—Lo estoy, porque Davy bebe demasiado y luego habla
demasiado.
—Aye, y demasiadas mozas, por Dios —gruñó Redmyre.

—Así es, pero tu hermana está a salvo ahora y su


esposo no se atreverá a abandonarla. No sé si Davy irá a
Lochindorb, pero quiere la ayuda de Alex. En cualquier caso,
Davy no es apto para gobernar este reino como Gobernador
y debe ser destituido.
—Aye, entonces, estamos de acuerdo. Le informaré
cuando sepa más.
Albany sabía que lo haría y que Redmyre haría todo lo
posible por llevar a Rothesay a la cita. También había otros
como Redmyre que ayudarían.
 

***
 

Cuando Catriona, su madre y Morag subieron a sus


dormitorios, fueron juntas hasta el rellano fuera de la
habitación de Lady Ealga. Al notar que la habitación más
pequeña frente a ella no mostraba la luz de las velas debajo
de la puerta, Catriona imaginó que su abuelo había enviado
a Fin a la cama. Se veía terriblemente cansado.
Cuando ella y Morag le dieron las buenas noches a Ealga
y continuaron subiendo las escaleras, Morag murmuró. —
Espero que tu mamá esté a salvo con ese hombre
durmiendo allí.

—Dios tenga misericordia, ¿por qué no debería estarlo?


—dijo Catriona. —Está herido y agotado, así que garantizo
que sólo quiere dormir
—Sin duda, James estaría de acuerdo conmigo —dijo
Morag obstinadamente.
—Entonces desearía que James estuviera aquí, porque si
lo estuviera, tal vez dejarías de estar tan triste todo el
tiempo —respondió Catriona, y al instante se arrepintió.
Su cuñada no era una amiga cercana, pero Catriona
sabía que Morag no estaba contenta en Rothiemurchus. De
hecho, su infelicidad había persuadido a Catriona desde
hacía mucho tiempo de que nunca querría casarse y tener
que vivir entre extraños.
—Pido disculpas, Morag —dijo con sinceridad. —No debí
haber dicho eso.
—Nay, no debiste —dijo Morag, pasando a su lado para
ir a su propia habitación.

Dejándola ir, Catriona se fue a la cama y se quedó


contemplando al hombre que había conocido ese día,
preguntándose cómo era que, habiéndolo conocido por tan
poco tiempo, podía sentir que lo conocía bien en un
momento y en el siguiente no, y cómo él había despertado
tan fácilmente su temperamento, que ella pensaba que
había aprendido a mantener bien controlado.
Por fin se durmió y cuando se despertó el cielo fuera de
su ventana abierta estaba gris. Desde su cama era difícil
saber la hora, pero parecía más temprano de lo habitual, así
que se levantó, se envolvió en la colcha para evitar el frío y
se acercó a la ventana.

Su vista se extendía sobre el extremo boscoso al norte


de la isla hasta el lago, y podía ver por encima del muro
hacia la costa noreste, más allá a su derecha.
Allí caminaba una figura masculina bien formada,
completamente desnuda. Sintiéndose más fría con sólo
mirarlo, acercó la colcha. Entonces se volvió y levantó la
cara hacia el cielo gris del este. Ella había sospechado quién
era en el momento en que lo vio, pero ahora no podía
confundirlo.
Mientras ella miraba, él miró desde el cielo gris hacia el
agua igualmente gris que tenía ante él, dio unos pasos
corriendo y se sumergió.
Dejando a un lado la colcha, Catriona cogió su viejo
vestido azul del gancho donde lo había colgado Ailvie, se lo
echó por la cabeza, apretó el cordón delantero y lo ató
rápidamente. Sin pensar en su cabello, y mucho menos en
lavarse la cara o las manos, voló descalza por las escaleras
y pasó por el gran salón hasta la entrada principal.

Allí hizo una pausa. Respiró hondo, abrió la puerta y bajó


con más dignidad las escaleras de madera y cruzó el patio
hasta la entrada.
Capítulo 4
 

El agua estaba tan fría por los afluentes del deshielo que
dejó sin aliento a Fin. Sintió una intensa necesidad de volver
arriba y hacia afuera, como si pudiera correr de regreso a
través del agua hasta donde había dejado su túnica y
bragas en la orilla rocosa. Tan grande fue el impacto helado
de la inmersión que casi hizo que tal hazaña pareciera
posible.

Cuando salió a la superficie, jadeando, comenzó a nadar


fuerte y rápido.

Reflejando la luz gris del amanecer como lo había hecho


el lago, con las espectaculares crestas y picos de granito de
los Cairngorms, afilados como cuchillos y todavía cubiertos
de nieve como telón de fondo hacia el este, el agua se veía
tan plateada y serena que se había sentido culpable incluso
pensar en perturbar su calma. Pero quería sentirse limpio de
nuevo y ver si el agua le reabría la herida.

Pronto sintió la agradable conciencia de explorar aguas


vírgenes y su sentido del humor se animó. Estaba dejando
su huella en el lago, conquistando nuevos territorios.

Si su herida se había abierto, el agua fría adormecía


cualquier indicio de ella.

La muchacha no había dicho nada más sobre coser la


herida, pero cuando llegaron a Rothiemurchus, su familia le
había dado muy pocas oportunidades de decirle algo. En
realidad, sin embargo, no creía necesario que nadie lo
cosiera.
La sola idea de que ella le clavara una aguja en la frente
dolorida...

Brevemente, cerró los ojos.


Concentrándose de nuevo, y más cálido, dio poderosas
brazadas hacia la costa este, a menos de un cuarto de milla
de distancia. A pesar de la apariencia hasta entonces
tranquila del agua, sintió una corriente que intentaba
arrastrarlo hacia el extremo norte del lago. No halaba
bastante fuerte como para preocuparlo, solamente para
hacerlo trabajar más duro. Exploraría más tarde y vería
hacia dónde desembocaba el agua del lago. Podría haber
una buena cascada.
Le agradaban las caídas de agua, especialmente cuando
estaban tan llenas como debería estar cualquier otra en esa
área en esa época del año, cuando la nieve todavía se
estaba derritiendo.

Se había calentado lo suficiente para respirar


normalmente y saber que no se iba a congelar. Entonces,
cuando se acercó a la costa este, se volvió hacia el castillo
sin detenerse. Continuando con sus rápidos y poderosas
brazadas, disfrutó del ejercicio hasta que se dio cuenta de
que se estaba acercando de nuevo a la costa de la isla.
Sabía que si se descuidaba, podría golpear una roca con un
pie o con las yemas de los dedos.

Mirando hacia adelante para juzgar cuánto más cerca


podía nadar con seguridad antes de palpar el fondo, vio a
Catriona caminando con su perro lobo en la orilla. Ella
estaba viendo hacia abajo, mirando el suelo frente a ella.

Había caminado con confianza con la cabeza en alto el


día anterior, a pesar del terreno más accidentado, por lo
que él se preguntó si estaba molesta por algo. O tal vez lo
había visto, notado su desnudez y se sentía tímida de
hacerle saber que lo había hecho.

Tuvo un repentino deseo de probar esa posibilidad.

Llevaba la misma vieja saya azul que había llevado


plegada el día anterior. Entonces, o disfrutaba de los paseos
matutinos, como él, o había salido apresuradamente porque
lo había visto nadar o caminar desnudo por la orilla.

El perro miraba en su dirección pero se quedó al lado de


ella.

La confianza de ella al remar en el bote sobrecargado le


había asegurado que sabía nadar, porque él también había
pasado su infancia en una isla en un lago. Él y sus hermanos
habían aprendido a nadar como peces casi antes de que
pudieran caminar. Supuso que ella había disfrutado de un
entrenamiento similar por seguridad, si no por otra razón.

En cualquier caso, ella no había mostrado miedo al


agua.

—Buenos días —gritó, mientras se acercaba.

Para entonces estaba seguro de que ella se concentraba


más en sus pensamientos que cualquier otra mujer que
hubiera conocido o evitaba deliberadamente mirar en su
dirección.

Se volvió cuando él la llamó y caminó hacia la orilla del


agua con el perro pisándole los talones. Al devolverle el
saludo, añadió. —Te has levantado temprano, Fin de las
Batallas. En esta temporada, sólo las águilas pescadoras y
7
los peces nadan tan temprano. ¿Por eso te llaman Fin ,
porque nadas tan bien?
—Nay, me llaman así porque mi nombre es Finlagh —
dijo. Luego, como ella todavía lo miraba, agregó. —Voy a
salir, lass. Si vas a mirar, puedes hacerlo. Pero si quieres
proteger tu modestia, es mejor que te alejes. Mi ropa está
junto a esa roca, a unos metros a tu derecha.

—¿Te las traigo? —preguntó ella con recato.

Él rió suavemente, tragó agua y pateó con fuerza hacia


la orilla. Momentos después, tocó una pendiente de granito
que le proporcionó suficiente tracción para que pudiera
pararse hasta la cintura sin incidentes. No quería entrar,
retrocediendo torpemente, mientras ella miraba.

Sacudiéndose el agua de la cabeza y peinándose el


cabello hacia atrás con ambas manos, salió del agua,
preguntándose cuánto tiempo miraría ella.

En la mayoría de los hogares de las Highlands, las


mujeres ayudaban a los invitados masculinos a bañarse, si
los hombres no habían traído sirvientes con ellos. Pero las
mujeres que lo hacían eran por lo general sirvientas
casadas, no nobles nietas de capitanes de confederaciones.
Notó con una sonrisa que Catriona apartó la mirada
apresuradamente antes de exponerse por completo.

Aun así, tenía dos hermanos, así como un padre y un


abuelo, por lo que sospechaba que la anatomía masculina
no era un secreto para ella. Su comportamiento modesto lo
divertía.

Boreas se había acercado al agua para beber.

—¿Qué estás haciendo fuera tan temprano, lass? —le


preguntó Fin, mientras se ponía la túnica por encima de la
cabeza. Llegando a sus rodillas, lo cubría lo suficiente por el
bien de la modestia, mientras alcanzaba y se ponía las
bragas. —Creo que tu familia no lo aprobaría.
—Aye —dijo sin volverse. —Salí para disculparme por…
por intentar abofetearte ayer.

—Perdóname si dudo que ellos siquiera sepan sobre eso


—dijo. —No te preocupes, pero tampoco lo vuelvas a
intentar. Tal comportamiento siempre es imprudente.

Sus botas de cuero crudo yacían cerca, porque las había


usado en la planta baja y en el jardín rocoso hasta la orilla.
Pero decidió no ponérselas. Después de usar botas y
zapatos durante tanto tiempo en las tierras bajas, sus pies
necesitaban endurecerse. Además, las botas aún estaban
húmedas del día anterior. Dejándolas donde estaban, ignoró
el pinchazo de numerosas piedras pequeñas mientras
caminaba descalzo hacia ella.

Cuando por fin se volvió, los ojos de ella se agrandaron.


Sus pupilas se expandieron tanto que su iris se veían negros
en lugar de avellana dorada.

—¡Dios tenga misericordia! —exclamó. —¡Ni siquiera


estás… uh… temblando!

Catriona no se había fijado en las ropas antes de que él


las mencionara, pero esperaba que él hubiera traído el
tartán, al menos, para abrigarse. En su lugar, vestía sólo
una túnica fina de color azafrán y bragas más finas de lino.
De modo que se había cubierto desde los hombros hasta las
rodillas. Pero con el cuerpo todavía tan húmedo, las prendas
no ocultaban nada.

Sabiendo que él no podía evitar darse cuenta de dónde


estaba mirando, y no queriendo revelar lo impresionada que
estaba con su cuerpo musculoso y bien tallado, se apresuró
a comentar su falta de reacción al agua sorprendentemente
fría.
Los ojos de él brillaron cuando dijo: —En verdad, temí
haberme hundido en un bloque de hielo medio derretido.
Pero, con el ejercicio, el agua pronto se volvió soportable.
Aunque sentí una corriente. ¿Qué tan lejos está de aquí al
río que sale de este lago?
Ella se encogió de hombros. —Una caminata de media
hora por la costa oeste. O se puede remar allí con la
corriente en el bote. Tardaría mucho más en volver en
contra.

—¿La desembocadura produce una cascada?

—Nay, sólo un riachuelo que se une al Spey al norte de


aquí. Debes haberlo vadeado para llegar a donde te
encontré, a menos que entraras en el bosque desde el sur.

—Llegamos a las Highlands a través de Glen Garry, pero


di la vuelta cuando mis muchachos y yo nos separamos
millas al norte de allí —dijo. —No me di cuenta de que no
encontraría otro vado de este lado. Recuerdo haber vadeado
numerosos arroyos y riachuelos, pero sólo el Spey parecía
bastante tumultuoso como para producir buenas caídas.

—Sé de una muy buena en el camino al Castillo de


Moigh —dijo. —Si continúas hasta Lochaber desde aquí y
tomas el camino correcto, la verás por ti mismo.

—Todavía quiero ver el río que sale de Loch an Eilein —


dijo. —Me gusta explorar el paisaje donde sea que esté. ¿Me
mostrarás el camino después de comer?

Ladeando la cabeza, ella dijo: —No necesitas un guía


para encontrar ese riachuelo. Si sólo sigues la orilla del lago
hacia el norte, te llevará allí.

—Pero es más probable que tu abuelo te deje a ti tomar


el bote pequeño. No quiero tener que nadar hasta la orilla y
regresar.

—La distancia de la isla a la costa oeste es menos de la


mitad de la distancia que nadaste hace un momento —
señaló, encontrando su mirada y sintiendo
instantáneamente la misma sensación punzante de calor
fluyendo hacia adentro que había sentido el día anterior.

—Necesitaré ropa seca cuando llegue a la orilla —dijo él,


sin apartar la mirada.

—Entonces pídele a un criado que te cruce y te recoja


cuando regreses.

—No quiero un criado. Prefiero ir con una chica guapa y


su perro.

Consciente de que estaba sonrojada pero decidida a


ganar, dijo: —Sería incluso menos probable que mi abuelo
te deje llevarme contigo que a su bote.

—El Mackintosh sabe bien que puede confiar en mí


estando contigo, porque no dijo nada sobre que
estuviéramos juntos tanto tiempo ayer. Puede que no esté
tan seguro del bote. Verás, conoce su tamaño y el mío. Él
temería que lo hunda si lo trato descuidadamente.
—Él también pensaría que un chapuzón no es más de lo
que mereces por tu descuido —replicó ella. —Tendría razón
también.
—¿Verdad? —preguntó, acercándose y sosteniendo su
mirada mientras lo hacía.
Tragando y sintiendo que un nuevo calor recorría su
cuerpo, Catriona luchó por ignorar la sensación. Cuando él
le puso una mano en el hombro, ella se las arregló para
recobrar su ingenio lo suficiente como para decir. —Vaya
con él tal como está, sir. Pregúntale qué piensa de tu plan.
Incluso si te cambias primero y te secas, es mejor que nadie
que nos vea aquí le diga cómo te ves ahora.
Se miró a sí mismo y se rió. —Tienes razón en eso, lass.
Te garantizo que tendrá algunas cosas que decirme. Aun así,
si nos da permiso, ¿caminarás conmigo hasta esa salida?
—Aye, claro, si me da permiso —mientras decía las
palabras, se preguntó por su confianza. Quizás él todavía no
había tomado toda la medida de su abuelo. Pero si pensaba
que podía actuar de forma tan audaz con la nieta de
Mackintosh, pronto se enteraría de su error, ya sea que
Mackintosh se opusiera o no.
 

***
 

El rubor de Lady Catriona le lucía, pensó Fin. Ella era


tentadoramente diferente a las mujeres que había conocido
en la compañía de Rothesay. La mayoría de ellas eran más
hábiles que Fin en el arte del coqueteo cuando entró al
servicio de Rothesay.
Antes de ese día, Fin se creía bien experimentado. Para
entonces tenía veintitrés años y no había vivido como
monje. Pero pocos debatirían la opinión de Mackintosh de
que el joven Gobernador del Reino era un libertino e
imprudente, además.

Rothesay tenía ahora la misma edad que Fin tenía


entonces, pero dondequiera que Rothesay fuera, asumía
que cualquier mujer que encontrara agradecería sus
atenciones... noble o no, casada o no, ella lo recibiría en su
cama o en otro lugar. Hasta ahora, había tenido razón la
mayor parte del tiempo, incluso cuando el marido de la
dama se encontraba por casualidad en casa. Tal era el
privilegio real, como el mismo Davy Stewart declaraba con
frecuencia.

Aunque muchos de los caballeros que le servían eran


años mayores que él, rápidamente se dieron cuenta de que
no le agradaban las burlas amistosas, y mucho menos las
advertencias sobre su presa. Pero a la mayoría de la gente
le agradaba a pesar de su comportamiento. Había heredado
todo el encanto Stewart que le faltaba a su tío Albany, y
más.

El hecho de que las mujeres se sometieran a la más leve


sonrisa de Rothesay a menudo había hecho que Fin dudara
de esas mujeres. Sin embargo, nunca había profesado
comprender a las mujeres. Sus hermanas habían sido
misterios para él, y cuando tuvo la edad suficiente para
descifrarlas, se había ido de casa para ir a la escuela en St.
Andrews.

Catriona guardó silencio mientras él recogía sus botas, y


permaneció así cuando los dos se volvieron hacia la puerta
del castillo.
—¿Qué estás pensando, lass? —preguntó.
—Me preguntaba qué te diría mi abuelo —dijo.

—Me dará permiso para caminar contigo por el lago —


dijo Fin.

—Tienes mucha confianza —dijo con aspereza.


—¿Habrá desayunado ya?

Ella lo miró. —¿Crees que conozco todos sus


movimientos?
—Creo que un hombre que hace sonar las campanas
para decirle a la gente cuándo comer probablemente será
más regular en sus hábitos. No me pareció un dormilón.

Le brillaron los ojos y apartó la mirada cuando dijo: —


Nay, no lo es.
—Entonces me pondré la ropa adecuada y me acercaré
a él en su mesa de desayuno.
Se separaron en la puerta del dormitorio de ella, y fue a
su habitación, diciéndose a sí misma que Fin de las Batallas
estaba a punto de perder una y preguntándose por qué no
se sentía tan segura de eso.
Ailvie la esperaba con una nueva túnica de camelote
amarillo en la mano. —¿Dónde ha estado tan
temprano, mi lady?
—Fuera, caminando por la orilla —dijo Catriona mientras
se quitaba la falda azul y aceptaba la amarilla. —Sólo
cepíllame el pelo, Ailvie, y enciérralo en una red —
agregó. —Todavía no he desayunado.

Cuando la sirvienta hubo terminado, Catriona se


apresuró a bajar las escaleras. Su madre y su abuela
estaban en la mesa alta, al igual que su abuelo.

Fin entró poco después y se detuvo para hablar


brevemente con uno de los criados, antes de ocupar su
propio lugar.

Al notar la mirada especulativa que le lanzó su abuelo,


Catriona sospechó que el Mackintosh sabía que se habían
encontrado en la orilla.

Se acomodó para esperar los acontecimientos.


 

***
 

Cuando Fin se acercó al estrado, también miró al


Mackintosh, tratando de evaluar el estado de ánimo del
hombre mayor, sin mirarlo descaradamente.

—Buenos días, mi lord —dijo cuando llegó al estrado. —


Espero no haberme excedido en mi papel de invitado. Le
pedí a su criado que me trajera una taza de cerveza de
Adán en lugar de la cerveza y el whisky que, según dijo,
contienen las jarras de esta mesa. En mi experiencia, estas
bebidas no ayudan en nada a aliviar el dolor de cabeza. Y
aunque la mía se está recuperando rápidamente, me sigue
recordando que la curación lleva tiempo.
—Rayos, lad, en mi experiencia, el buen whisky cura
todo lo que aflige a un hombre. En cuanto al agua, a pesar
de que puedan llamarla cerveza de Adán, no sirvió para
mantener a Adán en su jardín, ¿verdad?
Sonriendo al viejo comentario, Fin dijo: —Como usted
diga, sir. Confío en que haya dormido bien.
—Más tiempo que tú, por lo que me han dicho —replicó
Mackintosh.
—Entonces ha oído hablar de mi nado —respondió Fin
mientras se sentaba y su anfitrión hizo una seña a los
criados para que le sirvieran. —Su lago es maravillosamente
refrescante.
—Al igual que tu conversación con nuestra Catriona,
imagino.
—Eso también fue agradable —estuvo de acuerdo Fin. —
Tuvo la amabilidad de contarme algo sobre el lago y accedió
a mostrarme más. Por aquí cerca y con el perro para
cuidarla, como estoy seguro de que exigiría usted. Dijo que
necesitábamos su permiso, sir, pero yo mismo le habría
preguntado, llegado a eso.
Mackintosh miró a Catriona. —¿Estás dispuesta a
llevarlo de un lado a otro, lass?
Fin se dio cuenta de que ella no esperaba la pregunta,
porque abrió los ojos como platos. Los mantuvo fijos en su
abuelo y ni siquiera miró a Fin.
—Me encantaría mostrárselo, sir, si aprueba ese plan.
Quiere ver el río que sale del lago. Llevaríamos el bote hasta
la orilla.
—¿Confías en que no lo voltearás con el hombre y el
perro? —preguntó. Cuando ella asintió con la cabeza, él dijo:
—Escuché que los habías traído a los dos en esa cosita.
Reconozco que me sorprendió que no lo hundieras. Podrías
tomar uno de los barcos más grandes y dejar que un par de
nuestros criados lo remen.
—No me importa remar, y los tres podemos nadar —dijo,
confirmando la deducción anterior de Fin.

Mackintosh se volvió hacia él. —Entonces, ¿no puedes


manejar tú mismo un par de remos?

Fin sonrió. —Ella no me dejaba.


Ella dijo: —Con Boreas en la popa, como estaba, Fin es
demasiado pesado para...

—Apuesto a que deberías llamar a ese hombre Sir


Finlagh —intervino Mackintosh, volviéndose hacia Fin. —Has
ganado tu título de caballero, ¿no? Con lo engreído que es
tu amo de su propia estima, dudo que confíe sus mensajes
en ningún hombre menor.
—¿Quién es este engreído amo suyo? —Lady Annis le
preguntó a su marido.
—Te lo diré más tarde y te lo diré todo. Ahora chist, y
deja que el hombre hable.
—Tengo el honor de tener un título de caballero —
admitió Fin.
—Y, sin duda, ganaste ese honor en el campo de batalla
—dijo Mackintosh. —Ganando así el nombre con el que
otros te llaman.
—Así es, sir —dijo Fin, preguntándose si el anciano
exigiría una lista de las batallas que había librado. Esperaba
devotamente que no lo hiciera.
Antes de que el Mackintosh respondiera, Lady Ealga
dijo: —Si ustedes dos tienen la intención de caminar por la
orilla del lago, deberían decirle a alguien que traiga algunas
manzanas y otros alimentos para sostenerlos hasta la
comida del mediodía. A uno siempre le da hambre cuando
está divagando.
—No he dicho que apruebe esta salida —les recordó el
Mackintosh a todos.
Para sorpresa de Fin, Catriona dijo: —Sabe que puede
confiar en que Boreas me protegerá, sir. Si Sir Finlagh
resultara peligroso, claro.
Mackintosh se rió. —Fe, puedes protegerte bastante
bien. Puedes ir, aye. Sólo ten en mente, lad, que veo más y
sé más de lo que crees.
—Lo había deducido, aye, sir —dijo Fin, con la creciente
sospecha de que el anciano sabía exactamente quién era.
Mackintosh dijo: —He dicho que envíen a tus muchachos
aquí cuando se presenten. Sin duda, llegarán a la hora de la
cena, si no antes.

Fin le dio las gracias y volvió a centrar su atención en la


comida.
Mientras terminaba de comer, trató de recordar todo lo
que había oído sobre el Capitán del Clan Chattan. Los
hombres lo habían llamado astuto y agudo. Otros elogiaron
su integridad. Todos decían que su palabra era su
compromiso y que nadie había sabido que él la rompiera.
Pero lo mismo sucedía con la mayoría de los terratenientes
de las Highlands.
Un Highlander que rompía su palabra perdía la confianza
de vecinos, amigos y familiares, y mucho más la de
cualquier clan enemigo con el que pudiera tener que
parlamentar.

Nadie había sugerido, tampoco, que el Mackintosh


jugara los juegos verbales que algunos hombres jugaban
cuando daban su palabra, como arreglar sus palabras con
cuidado para poder utilizar esa expresión más tarde para
demostrar que lo que parecía ser una promesa rota, no lo
era. Es probable que tales hombres se ganen más desprecio
que respeto.

Fin decidió que Mackintosh sería justo con él cuando se


enterara de que era un Cameron. Si era justo, no estallaría
en furia ni ordenaría que lo ahorcaran o arrojaran a Fin a un
pozo (sin duda lleno de agua, si estuviera en una mazmorra
en Rothiemurchus).

Al recordar el salvoconducto de Rothesay, Fin suspiró.


Sería mejor que dependiera de la reputación del anciano,
teniendo en cuenta lo que Mackintosh pensaba de Davy.
—¿Quiere salir de inmediato, Sir Finlagh?
Perdido en sus pensamientos, consciente de poco más
que un murmullo de conversación en voz baja, Fin se
sobresaltó al oír la voz de Catriona. No se había dado cuenta
de que ella se había levantado de su taburete y caminó
detrás de los demás para hablar con él.
Dijo: —Debo buscar mi espada. ¿Tienes algo que hacer
antes de que nos vayamos?

—Sólo buscar algunas manzanas y a Boreas. Estará en


la cocina, porque nuestro cocinero es su amigo favorito.
Pero sólo tengo que llamarlo por las escaleras.
—Ese vestido delgado no evitará el frío —señaló él. Notó
que la alegre saya amarilla se ajustaba a su cuerpo
elegantemente y parecía suave al tacto. Delimitaba sus
deliciosas curvas incluso mejor que lo que el vestido verde
musgo lo había hecho la noche anterior.
—Es camelote, sir, lana fina —dijo. —Sin embargo,
enviaré por un chal. Puede que haga viento —mientras
hablaba, hizo un gesto a alguien en el pasillo inferior.
Fin recogió la espada y el cinturón de su habitación, bajó
a la entrada pero encontró al joven criado Tadhg, esperando
allí en lugar de Catriona.
—Pensé que podría necesitarme para ayudar a cuidar al
perro, sir —dijo Tadhg. —Verá, tengo intenciones de ser un
caballero algún día. Sé nadar, soy un buen corredor y quiero
ser un gran espadachín también. Apuesto a que podría
enseñarme mucho.

Fin le sonrió. —Primero necesitas crecer uno o dos pies,


lad.
—Aye, claro, lo haré. Y Sir Ivor dice que también debo
aprender a usar la cabeza.

Al recordar que Ivor era el hermano de Catriona, Fin dijo:


—Tiene razón en eso, lad. No puedes venir con nosotros
hoy, pero hablaremos más de esto muy pronto.
Sonriendo, Tadhg salió corriendo y Catriona pronto se
unió a Fin. Lanzando el bote como lo habían hecho el día
anterior, se rieron juntos ante el suspiro audible que dio
Boreas mientras se acurrucaba en la popa y apoyaba la
cabeza sobre sus patas delanteras.
Una vez en tierra, Fin se colgó el cinturón de la espada
de modo que el arma le cruzara la espalda en la vaina.
Luego, él y Catriona se dirigieron hacia el norte por el
camino.

Él sonrió cuando ella levantó el rostro hacia el cielo


nublado y respiró hondo. A pesar de su tamaño más
pequeño, apenas tuvo que acortar el paso para acomodarse
a ella. Además, gran parte del camino era bastante ancho
para que pudieran caminar a la par.
—¿Conoces los Cairngorms? —preguntó ella, diez
minutos después.
—Los vimos en nuestro camino hacia aquí —dijo. —No
puedo decir que los conozca, pero parecen tan imponentes
como dicen los hombres.
—Pueden ser muy peligrosos, aye —dijo ella. Guardó
silencio de nuevo por un tiempo. Luego, dijo: —Quiero
preguntarte algo más.
—Pregúntame lo que quieras —dijo precipitadamente. —
Si puedo responderte, lo haré.
—Ayer mencionaste a Lochaber y le dijiste a mi abuela
que pasaste tu infancia allí. El primer asiento del Mackintosh
se encuentra en Lochaber, aunque a cierta distancia del
lago Ness. ¿Conoces el Castillo de Tor?
—Aye, claro —dijo, esperando que su tono ocultara su
renuencia a discutir ese tema en profundidad. —Apuesto a
que cualquiera de Lochaber ha oído hablar del Castillo de
Tor, aunque se encuentra en lo alto de las montañas, en
Glen Arkaig.
—Mi abuelo quiere ser enterrado allí. Va allí todas las
Navidades.
Fin casi admitió que él también lo sabía. Pero se las
arregló para contener la lengua. Después de un período de
silencio, le contó sobre el encuentro con Tadhg y lo que el
chico había dicho.
Ella se rió. —Aye, Ivor dice que será un buen caballero.
Pero si no lo hace, Tadhg ha declarado que ser un criado
recadero sería casi tan bueno.
Fin se rió. —Dudo que le parezca tan divertido llevar
mensajes como un campo de justas.
Ella volvió a sonreír y había salido el sol. Era un buen
día.
Boreas trotaba delante de ellos. Con el hocico en alto, el
perro iba y venía de un lado a otro del sendero, tomando los
aromas del aire.

Se acercaron a un estrecho del camino donde densos


arbustos se cerraban a ambos lados. En el lado de la tierra,
los arbustos cubrían gran parte de la empinada ladera hasta
que el bosque se apoderaba de ella. Fin redujo la velocidad
para dejar que Catriona se adelantara a él.
Mientras lo hacía, Boreas se detuvo y se volvió para
mirar hacia arriba, olfateando, con las orejas atentas.
Catriona se detuvo. Fin, forzosamente, hizo lo mismo.
El gruñido del perro comenzó bajo y profundo en su
garganta. Pero era bastante fuerte para que Fin lo oyera.
Poniendo una mano en cada uno de los hombros de
Catriona y sintiendo que ella se sobresaltaba con su toque,
murmuró. —Déjame pasar, lass.
Catriona se había concentrado tan intensamente en
Boreas que no se había dado cuenta de lo cerca que se
había acercado Fin. Cuando sus cálidas manos le agarraron
los hombros, aunque ella se sobresaltó, sintió una inmediata
sensación de seguridad.

—Le ruego, sir, quédese lo más cerca posible de los


arbustos cuesta abajo cuando pase a mi lado —dijo en voz
baja. —Necesito vigilar a Boreas, para poder darle órdenes,
si es necesario.
Ella se alegró cuando él no la cuestionó ni ignoró su
pedido, como lo hubieran hecho muchos hombres. Él
simplemente movió la mano izquierda a su hombro derecho
y pasó junto a ella, presionando en lo que, en él, eran
arbustos que le llegaban a la cintura.
Su cuerpo rozó el de ella, tan cerca que presionó la daga
enfundada que llevaba debajo de la falda en su cadera y
muslo. Sólo después de que él avanzó, ella vio que él había
sacado su propia daga. La espada permanecía en su vaina.
Boreas bloqueaba el camino, con la cabeza todavía alta.
Chasqueando los dedos dos veces, Catriona observó al
perro cambiar de posición con el cuerpo y la cabeza hasta
que ambos se alinearon con la dirección del olor
perturbador.
Cuando Fin miró hacia atrás, enarcando una ceja, ella
murmuró. —Lo que sea que sienta está directamente
delante de él.
—¿Hombre o bestia?

—No puedo decirlo con certeza, pero es humano, creo.


Si fuera un lobo o un ciervo, mostraría entusiasmo en lugar
de cautela. Se ve mucho como ayer, contigo, aunque
mostraba más intensidad entonces por la sangre.
Probablemente un hombre, o más, acechan más adelante.
Si estuvieran al aire libre, pescando o algo así, Boreas no
sería tan cauteloso. Su comportamiento indica que está
curioso pero también es protector.
—Así que no confía en mí para protegerte. ¿Es así?
—No está pensando en ti, sólo en lo que hay adelante y
en mí.

—Entonces es mejor que averigüemos qué es —dijo Fin.


Mientras lo veía caminar hacia el perro, Catriona metió
la mano por la abertura derecha de su vestido para agarrar
el mango de su daga. Las manzanas, en un pequeño saco
de tela con el extremo largo envuelto alrededor del cinturón
enlazado, estaban fuera de su camino.

Boreas no se había movido. Pero cuando Fin se acercó a


él, Catriona se llevó dos dedos a la boca y soltó un silbido
bajo. A la señal, el perro empezó a subir la colina a
trompicones, yendo y viniendo y ladrando profundamente.
Si aguardaran arqueros allí, podrían disparar. Pero el
inquieto perro era un mal objetivo para cualquier hombre
escondido en un bosque o arbustos.
Fin era uno mejor.
Ella estaba a punto de gritar que debía tener cuidado
cuando un hombre salió de entre los arbustos. Se quitó la
gorra para revelar el pelo rojo espeso y rizado y gritó. —
¡Llama a ese maldito perro, lass! ¡Sólo soy yo!
Capítulo 5
 

Fin volvió a mirar a Catriona, que parecía molesta.

Cuando ella liberó la mano de la hendidura del vestido


amarillo, él se preguntó si llevaría un arma. No había
considerado esa posibilidad, pero ayudaría a explicar la
confianza de ella el día anterior cuando sólo había tenido a
Boreas como compañía.
Ella no habló mientras observaban al hombre pelirrojo
que bajaba la colina hacia ellos, saltando por encima de los
arbustos mientras se dirigía al camino.

—¿Quién es ése? —preguntó Fin.


—Rory Comyn —respondió ella, sin dejar de mirar al otro
hombre. —Boreas —dijo entonces, en voz tan baja que
Fin apenas la escuchó. —Ven a mí.

El perro retrocedió. Justo antes de que la alcanzara, hizo


un amplio gesto con la mano derecha. El perro se detuvo, se
volvió y clavó la mirada en Rory Comyn.

—Detente ahí —dijo Fin cuando el hombre llegó al


camino, diez pies por delante de él.

Comyn sacó la espada de la vaina que llevaba en la


espalda y la sostuvo preparada, gritando. —¿Quién eres tú y
adónde crees que llevas a su señoría?

Fin observó cada movimiento, pero no alcanzó su propia


espada y mantuvo su daga baja. Un pliegue de su tartán la
ocultaba del otro hombre.
Comyn era unos centímetros más bajo que Fin, aunque
tenía los hombros más anchos y la cintura más gruesa.
Llevaba un tartán verde y azul, plegado en la cintura con un
ancho cinturón de cuero y botas de cuero sin curtir hasta las
rodillas. Mantenía firme la espada. La daga permanecía
enfundada en la cintura.

En respuesta a su pregunta, Fin dijo en voz baja. —Me


llaman “Fin de las Batallas”.

Las cejas de Comyn se dispararon hacia arriba, lo que


sugiere que reconoció el nombre. Pero dijo con una sonrisa
arrogante. —¿Así te llaman? ¿También te dan permiso para
tomarte libertades con las mujeres de otros hombres?
—No soy la mujer de ningún hombre —espetó Catriona,
detrás de Fin.

—Aye, bueno, serás mía, lass, tan pronto como


solucionemos las cosas.

—Nay, no lo seré.

—Espera hasta que regresen James y tu padre, lass.


Entonces veremos.

Habiendo notado que el Comyn se había dirigido a


ambos como si fueran inferiores, Fin dijo: —Será prudente
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que se dirija a su señoría con más cortesía, sirrah .

—Me dirigiré a ella como me plazca —dijo Comyn,


abriendo los pies y extendiendo su espada hacia Fin. —¿O
crees que puedes hacerme hablar suavemente?
—Creo que es mejor que no me tientes —dijo Fin.

—Rayos, he oído hablar de ti, pero ahora que te veo,


creo que alguien ya ha tratado de enseñarte tus modales.
No parece que le hayas vencido.
La sonrisa en su rostro lo decía todo. Fin esperaba que si
Catriona deducía lo mismo que él, que Comyn había
disparado la flecha él mismo o había ordenado a otra
persona que la disparara, guardara silencio.

Creía que siempre era más prudente dejar que un


enemigo pensara que uno sabía menos que él hasta que
llegara el momento de revelar su error. Sin embargo,
sospechaba que Comyn era de los que siempre fingían
saber más de lo que en realidad conocían.
Catriona permaneció callada y Fin también se mordió la
lengua para ver qué diría o haría Comyn a continuación.
Durante un tiempo, reinó un tenso silencio.

Comyn avanzó dos pasos.

Luego, detrás de Fin, se oyó un ruido de guijarros y un


gruñido bajo.

Catriona dijo: —¿Cuántos hombres trajiste contigo, Rory


Comyn? ¿Son tan cobardes que no se atreven a mostrarse,
o así se lo ordenaste?

Así que el perro había sentido más hombres arriba,


¿verdad? Fin se preguntó si los hombres del muro de
Rothiemurchus podrían verlos o serían de mucha ayuda, si
lo hacían.

Comyn dijo: —Sabes bien que tu propio hermano James


dijo que es hora de que te cases, lass. No sé si tu padre
todavía está de acuerdo con él en que yo debería ser tu
hombre, pero James ejerce una fuerte influencia sobre Shaw
MacGillivray.
—¿Tú crees? —dijo Catriona. Su tono plano no le dio
ninguna indicación ni siquiera a Fin si la posible influencia
de su hermano sobre su padre la molestaba.
Con una carcajada, Comyn dio otro paso adelante y dijo:
—Eres graciosa, lass. Pero sería mejor que hablaras con más
calidez cuando me hables.

Fin dijo: —Llama a tus hombres, Comyn, o vete con


ellos. Tú eliges.

Comyn sonrió. —¿O qué? ¿Crees que puedes enfrentarte


a todos nosotros, hombre? Rayos, ni siquiera has sacado tu
espada.

—Deberías alegrarte de eso —respondió Fin. —Si puedo


pelear con todos depende de cuántos tengas contigo. Sé
que puedo matarte antes de que nos alcance ningún otro
hombre. Nay, no te muevas —agregó, levantando su daga.

—¿Eso contra mi espada? ¡Eres un tonto! —dio dos


pasos más hacia Fin.

—Si miras hacia la isla, Rory Comyn —dijo Catriona en


un tono tan tranquilo como el de Fin. —Verás dos barcos
partiendo de Rothiemurchus. No te haces bien a tí mismo
amenazando a un invitado de nuestra casa.

Un penetrante silbido de dos notas sonó luego por


encima de ellos en la ladera.

Mientras lo hacía, Comyn dio un salto hacia adelante,


claramente con la intención de derribar a Fin.

La espada de Fin salió en un santiamén. Parando


hábilmente el golpe, envió el arma del otro hombre girando,
alto y lejos hacia el lago.

Mirando en estado de shock a la espada voladora y


luego a Fin, Comyn tomó su daga.
—Nay, lad, no seas tonto —dijo Fin, sonriendo. Sin
quitarle los ojos de encima, agregó. —Tus balbuceos se
acabaron por hoy. Mira más allá en la colina.

Comyn frunció el ceño y miró por encima del hombro


hacia la ladera, donde dos hombres salían del bosque, casi
en el mismo lugar que él. Sin embargo, cada uno tenía las
manos entrelazadas sobre la cabeza, y otros dos hombres lo
seguían, puñales en mano.

El más joven y más alto de los dos hombres armados


gritó en claro escocés. —¡Encontramos a estos
muchachos acechando allí, sir, vigilándolo!

—¿Quiénes diablos son ellos? —preguntó Comyn.

—Mis hombres —dijo Fin. —Pero te digo sin jactarme,


sirrah, que si ese es tu ejército, eliminarlos a los tres no
habría sido más que un leve ejercicio para mí.

Comyn hizo una mueca y miró de nuevo al lago, donde


las ondas aún fluían desde el lugar donde su espada había
caído al agua.

—Eso es cierto —dijo el escudero enjuto de Fin, Toby


Muir, con brusquedad, en gaélico. —Estos dos no valen
nada, sir. No te quitaban los ojos de encima, ni siquiera para
mirar detrás de ellos, hasta que nuestro Ian les preguntó,
gentilmente, si les gustaría reunirse con su Creador hoy.

—Los registraste, por supuesto —dijo Fin.

—Aye, claro —respondió Toby. —Y tomamos las armas


que tenían.

—¡No tienes derecho a tomar nuestras armas o


amenazarnos! —espetó Comyn.

—Lleva tu queja al Mackintosh —dijo Fin. —No significa


nada para mí.
—Hablaré de inmediato con Shaw MacGillivray. Entonces
verán.

Provocativamente, Catriona dijo: —Ven con nosotros,


Rory Comyn. El Mackintosh está en el castillo, así puedes
presentarle a él tu queja ahora.

—Sé bien que él está allí. Pero no quiero discutir con él.
Esperaré mi momento hasta que regrese tu papá. Dile a tu
amigo aquí que devuelva las armas a mis hombres y nos
iremos. Me debes la mía —agregó con una mirada
desafiante a Fin.

—Deberías estar agradecido de que tuve la disposición


de ahorrarle a su señoría la vista de tu sangre —dijo Fin. —
Todos ustedes perdieron sus armas por su propia locura. Así
que deja que te sirva de lección. Pero salgan de aquí ahora,
los tres.

—Aye, ve, Rory Comyn —dijo Catriona. —Si mi padre te


quiere, enviará a buscarte. No le complacerá saber que
atacaste a un invitado suyo en Rothiemurchus.

—Eso lo veremos —dijo. Pero después de otra mirada a


Fin, hizo un gesto a sus hombres para que lo siguieran y
regresó enojado por la ladera de donde había venido.
Devolviendo la espada a su vaina, Fin dio una palmada
en el hombro a cada uno de sus hombres mientras decía. —
Han medido bien su llegada, lads. Lady Catriona, permíteme
que te presente a mi escudero, Ian Lennox, y a mi
caballerizo, Toby Muir. Ian habla poco gaélico.

—Puedo entender si habla despacio —dijo Ian, mientras


hacía su reverencia.

Catriona saludó a ambos hombres con su acostumbrada


gracia, pero Toby miraba a Boreas de cerca. —Con todo
respeto, mi lady, ¿será esa gran bestia amigable?

—Aye, lo es —respondió ella, sonriendo. —Boreas, dale


una pata al hombre.

El perro se sentó, golpeando la cola, y levantó una pata


delantera hacia el sonriente Toby.

Fin miró hacia el lago. —¿Esperamos tus barcos?

—Nay, los despediré a menos que quieras volver —dijo.

—Quiero ver el riachuelo —dijo. —Mis muchachos


podrían seguirnos, pero no cabremos todos en tu bote
cuando regresemos. Aun así, imagino que pueden nadar
hasta la isla.

—Nay, entonces, amo, a menos que haya adquirido el


gusto por la ropa mojada —replicó Toby. —Dejamos nuestro
caballo de carga con su equipo en el bosque de arriba.

Riendo mientras levantaba una mano, Catriona dijo: —


Querrán comida y descanso en cualquier caso. Nuestros
hombres pueden cruzarlos ahora con su equipo, sir.

—Eso me parece bien —dijo Fin. Mirando


pensativamente de Ian a Toby, agregó. —Toby, después de
que descanses, quiero que regreses a Perth. El Mackintosh
ha aceptado la solicitud, pero espera aquí en Rothiemurchus
y lo hará durante algunas semanas, creo.
Sin duda, al notar la curiosidad de Catriona, Toby la miró
y luego a su amo, antes de asentir. No hizo preguntas, pero
Fin no esperaba ninguna.
—¿Qué fue eso? —Catriona exigió, cuando ella y Fin
estuvieron fuera del alcance del oído. No habían esperado a
que los demás se ocuparan del caballo y el equipaje.
Fin dijo tranquilamente. —Bueno, lass, si pudiera decirte
eso, ¿no crees que le habría hablado más claramente a
Toby?

Catriona estaba acostumbrada a que los hombres


guardaran secretos, pero la costumbre no lo hacía más
aceptables. Haciendo una mueca, dijo: —Lo averiguaré, ya
sabes.

—Lo harás, aye, pero no hasta que debas hacerlo. Y


antes de que me asegures que puedo confiar en que
guardarás silencio, te diré que creo que sí puedo. Pero no
me atrevo a arriesgarme ni siquiera a la mínima posibilidad
de que seas una charlatana. Además, eres bastante sensata
como para admitir que si me arriesgara, podrías pensar que
soy alguien que confía demasiado fácilmente.
Ella estaba dispuesta a decirle secamente que no era
una charlatana, pero su última declaración la hizo callar. Ella
podría decir o pensar tal cosa de él en ese caso.
¿Había manipulado sus sentimientos para hacer que su
silencio pareciera correcto?

—¿Quieres que caminemos todo el camino? —preguntó


ella. —¿O podemos ir más rápido?

Hizo un gesto para que ella abriera el camino. Cuando


ella obedeció, enviando a Boreas a que se adelantara a ella,
Fin dijo: —Espero que tengas la intención de rechazar a ese
grosero de Comyn.
—La tengo. En verdad, sin embargo, no pretendo
casarme con ningún hombre todavía, si es que alguna vez lo
hago.
—¿Por qué no? La mayoría de las muchachas quieren
casarse lo antes posible, ¿no es así?
—Quizás, pero incluso si estuviera dispuesta a irme de
aquí, he conocido a demasiados jóvenes que han muerto,
tres primos y un tío en los últimos dos años. Y hace cuatro
años y medio, los desgraciados Cameron mataron a
dieciocho de los mejores del Clan Chattan en una sola
batalla, en Perth. Quizás haya escuchado algo sobre eso, sir.

—Lo hice, aye —dijo en voz baja. —Un asunto terrible.


—Aye, bueno, no peor que otros. Pero amo a mi familia.
Y no quiero vivir como una extraña en otra, siendo tan
miserable como mi cuñada. En verdad, sin embargo, si
encuentro a un hombre que carezca de todo entusiasmo por
la batalla, bien podría casarme con él.

—¿Lo harías?
Ella sonrió con ironía, sabiendo que él no podía ver su
rostro. —Cuando estoy acostada en la cama por la noche,
imaginando una vida perfecta, me gusta pensar que lo
haría.

—¿Pero?
—En verdad, admiro la valentía y probablemente
pensaría que un hombre así es un cobarde —dijo. —Verás, la
pura verdad es que me gusta tomar mis propias decisiones
y actuar según mis propios pensamientos. Y espero seguir
haciéndolo durante mucho tiempo antes de que deba
subordinar mis deseos a las órdenes de un marido.

—Pero tu familia no puede querer que te cases con


Comyn.
Deseó poder responder a la declaración con tanta
fiereza como él la había declarado. Suspirando, dijo: —No lo
haré, pero Rory Comyn tenía razón en una cosa. Mi hermano
James ha dicho que ya he sobrepasado la hora de que me
case. Antes de que él y los demás se fueran a las Fronteras,
me amenazó con arreglarme él mismo un matrimonio.

—Pero seguramente tu padre...


—Él es el que importa, aye. Y puede ser más indulgente,
pero...
—¿Qué piensa tu otro hermano?

Sonriendo de nuevo cuando el menor de sus dos


hermanos vino a su mente, dijo: —Verás, Ivor me llama Gata
Salvaje, así que se ríe de James y dice que hasta que
encuentren a alguien que pueda domar mis caminos
salvajes, cualquier esfuerzo de este tipo debe terminar en
desastre.
—Entonces, ¿eres salvaje y no solamente tienes una
opinión independiente?
Mordiéndose el labio inferior, cuidando sus pasos y
preguntándose por qué le estaba contando tanto sobre sí
misma, dijo: —Algunos me llaman salvaje, aye.
—He visto cuánto te gusta vagar sola por los bosques,
incluso cuando debes saber que esos bosques albergan
villanos —dijo.
Su tono de voz le envió un escalofrío por la columna
vertebral y le recordó lo rápido que había desarmado a Rory
Comyn, casi tan rápido como podría haberlo hecho Ivor. El
tono de su voz también le recordó a Ivor. Con la esperanza
de apartar el tema de sí misma, dijo: —Así que sospechas,
como yo, que Rory Comyn o uno de sus hombres disparó
esa flecha.
—Esa sonrisa suya me aseguró de ello —dijo. —¿No se
te ocurre que si ha estado merodeando, vigilando
Rothiemurchus, él o uno de sus muchachos podría haberte
visto remar a través del lago ayer y seguirte, teniendo
cuidado de que el perro no captara su olor? Si, al hacer algo
así, tu Comyn me vio, ¿no habría sospechado que haya
venido a encontrarme contigo?

—Él no es mi Comyn —replicó ella.


—Él cree que lo es.

—¡Bueno, no lo es! Fe, no crees que me iba a encontrar


con él, ¿verdad?
Fin no respondió, por lo que se giró para mirarlo, para
asegurarse de que él entendiera su odio por Rory Comyn,
antes de dar otro paso. Habiendo asumido que se había
atrevido a no creerle, se asombró al verlo sonreír.

La mano de ella, con mente propia, se había levantado


para golpear. Rápidamente la bajó.
 

***
 

La reacción de ella le indicó a Fin que su silencio de


alguna manera le había encendido el temperamento. Pero
sus ojos brillantes y sus mejillas resplandecientes sólo
despertaron un fuerte impulso de besarla, a pesar de ciertas
reglas que se aplicaban a los caballeros que escoltaban a
jóvenes mujeres nobles. La primera y más importante regla
prohibía al caballero aprovecharse injustamente de la dama.

Y, también, un hombre sabio primero consideraría a su


abuelo… y a Rothesay. Enemistarse con el Mackintosh o
enfurecer al príncipe sería una imprudencia en el mejor de
los casos.
También estaba el hecho de ser uno de los
“desgraciados Cameron”.
Los labios de ella se separaron y Fin sintió que su pene
saltaba en respuesta.
La ira se encendió entonces, contra sí mismo. ¿Cómo
podía siquiera estar pensando en ella de una manera
sensual cuando había jurado buscar venganza contra... no,
matar a su padre?
—¿Algo anda mal, sir? —dijo ella. —Estabas sonriendo y
ahora frunces el ceño, pero no creo que estés enojado
conmigo. ¿Te duele la cabeza de nuevo?
Su preocupación despertó una larga y latente sensación
de calidez en el interior de él. Trató de recordar la última
vez que alguien lo había hecho sentir así. Deseando
merecer su inquietud, dijo con suavidad. —Mi cabeza está
bien. Me preguntaba si tu amor por pasear o tu mal genio te
han llevado a pensar en ti misma como una criatura salvaje.
Pareciendo aliviada, luego arrepentida, dijo: —Como
acaba de notar por segunda vez, sir, mi temperamento se
enciende rápidamente. Mis hermanos se burlan de mí por
eso. Ivor dice que escupo como un gatito feroz. Pero en
verdad, sólo digo lo que estoy pensando.

Él asintió. —Lo he visto, pero el temperamento de una


muchacha rara vez me preocupa. Me preocupa más cuando
arriesga tontamente su vida o su seguridad. Confío en que
prestarás atención a la orden de tu abuelo de poner fin a tu
solitario vagabundeo hasta que podamos estar seguros de
que los bosques están libres de los Comyn y cualquier otra
plaga.
—Aye, claro —dijo. Luego sonrió. —El abuelo también
tiene mal genio. Él es la encarnación del lema de nuestro
clan: “No toques al gato, sino con un guante”.
Satisfecho de haber dejado claro su punto, Fin dijo: —
Trataré de evitar revolver brasas con cualquiera de ustedes.
¿Caminamos hasta ese riachuelo ahora?
Asintiendo, ella abrió el camino de nuevo.

Mientras caminaban, agregó. —Dudo que esté revelando


algún gran secreto si te digo que parece poco probable que
tu abuelo apoye la demanda de Comyn.

Ella le devolvió la mirada. —Dios mío, sé que le gustan


poco los Comyn en general, y no permitirá que ningún
Comyn, ni siquiera uno que esté casado conmigo, viva en el
Castillo de Raitt, que es lo que realmente quieren. Además,
el comportamiento de hoy de Rory lo irritará. Pero el abuelo
sí favorece la paz, entonces, ¿cómo puedes estar seguro de
lo que dices?

—Porque ayer, cuando él y yo hablamos, recordé que


habías mencionado problemas aquí y le pregunté sobre
ellos. Al describir a los Comyn, llamó a Rory un tonto.
Apuesto a que la idea de unirte con cualquier tonto le
desagrada.
—Espero que tengas razón, a pesar de lo que sea que
hayas pensado antes, detesto a Rory Comyn. El abuelo no
meterá las manos en lo que es más propiamente el asunto
de mi padre, pero mi padre seguramente le pedirá su
opinión.
—Lass —dijo. —Nunca pensé que estuvieras en esos
bosques para encontrarte con Comyn.
—Eso también es bueno. Aquí está la salida. ¿La
seguimos por un tiempo?
Él estuvo de acuerdo y empezaron a descender en
silencio, junto al río que corría con prisa. El camino lleno de
guijarros era empinado y estrecho, y requería mucha
atención.

Fin vio que el agua veloz y rugiente había excavado una


profunda hendidura entre dos de las empinadas colinas que
formaban la cuenca del lago. Aunque el chorro de agua no
producía el tipo de cascada que más admiraba, el riachuelo
saltaba ruidosamente sobre las rocas y era relajante y
hermoso de ver. —¿Consiguen salmón aquí? —preguntó.

—Nay, estamos demasiado lejos del mar. Nadan por el


Spey solamente hasta Aviemore. Pero la trucha marrón de
mar a veces llega a Loch an Eilein. Sin embargo, el águila
pescadora las atrapa antes que los hombres... o eso dice
Ivor. ¿Estás listo para volver?
—Quiero un trago primero y una manzana, ¿tú no?

—Aye, claro —dijo, recogiéndose la falda y dirigiéndose


a la orilla del agua. Arrodillándose con una mano sobre una
roca para equilibrarse, se inclinó y usó la otra mano como
una taza para llevarse agua a la boca y beberla.
Cuando se puso de pie y se secó la mano mojada en una
falda que ya estaba húmeda por las salpicaduras de agua,
cayeron gotas en los labios y las mejillas. Pasándose una
mano por una mejilla, sonrió, luciendo como una niña
alegre, aunque no lo era de ninguna otra manera. No tenía
nada de infantil, era una mujer adulta, una mujer que podía
moverse...
Fin miró hacia otro lado, se acercó al agua y se arrodilló
para tomar un trago. Se echó agua helada en la cara,
aunque no era la parte de él que más necesitaba
refrescarse.
Catriona le entregó su manzana cuando se reunió con
ella. Pero, mientras se dirigían de regreso a la colina,
masticando las manzanas, la vio detenerse para
engancharse la falda por debajo de la faja unida y dejar
ambas manos libres mientras caminaba por el camino
rocoso e irregular. Se maravilló de su capacidad para
caminar descalza por un camino así, pero recordó cuándo él
también podía hacerlo.
En ese afable silencio, se inmiscuyó un recuerdo menos
afable del día en que él se había arrojado al Tay. Su dilema
seguía sin resolverse, y en cualquier momento tranquilo
podía entrar en su mente, como si tuviera voluntad propia.
Lo había discutido solamente con un sacerdote, quien le
había dicho que orara pidiendo guía y le aseguró que Dios le
respondería o que, con el tiempo, encontraría la respuesta
en sus propios pensamientos.

Dios aún no le había respondido, y en cuanto a sus


pensamientos...
—Si viniste aquí desde las Fronteras —dijo. —¿Qué
estabas haciendo allí?
—Peleando la mayor parte del tiempo —dijo, lanzando el
corazón de su manzana colina arriba, donde los pájaros se
harían cargo rápidamente. —El Rey Enrique de Inglaterra
invadió de nuevo y trató de tomar Edimburgo, como debes
saber.
—Aye, claro que sí. Es por eso que nuestros hombres
todavía están en las tierras bajas, porque aunque los
ingleses se fueron cuando fallen sus suministros, es posible
que regresen. Eres muy rápido y hábil con la espada, como
pude ver por mí misma. ¿Disfrutas pelear?
—Disfruto el desafío, creo, pero a nadie le gusta… —
recordando lo que ella había dicho sobre el tipo imaginario
con el que había pensado que se casaría, dijo: —¿De verdad
crees que cualquier hombre que odie la guerra es un
cobarde?
—No por odiarla —dijo. —Toda la gente sensata odia la
guerra, como imagino que estuviste a punto de decir. Sin
embargo, un hombre que se niega a defender lo que ama
debe ser un cobarde. Cielos, pensaría lo mismo de cualquier
mujer que al menos no intentara proteger a los suyos.

—A veces, sin embargo, la gente dice o hace cosas


apresuradamente sin saber por qué.
—Por Dios, la gente a menudo se comporta así, todos
nosotros. Se llama actuar sin pensar primero y, por lo
general, no debe fomentarse.
—A veces uno no tiene tiempo para pensar.

—Uno siempre tiene tiempo para pensar —dijo. —A


veces simplemente tienes que pensar más rápido que otras.
—Pero si una persona piensa demasiado rápido, su
pensamiento se confunde o se olvida de considerar todas
las posibles consecuencias de sus acciones o palabras.

Ella había llegado a la cima de la colina donde el camino


se ensanchaba, y cuando se hizo a un lado para dejar paso
a que pudieran caminar juntos, lo miró con astucia. —Este
es un tema interesante de discusión, sir. Pero estoy
empezando a preguntarme si podría tener algo que ver con
la razón por la que viniste aquí.

Fin buscó en sus pensamientos una respuesta que fuera


cierta, sin revelar más de lo que quería compartir con ella.
En ese silencio, ella dijo: —¿Te sucedió algo así, algo que
te preocupa ahora?
El silencio de Fin le decía a Catriona mucho sobre sus
pensamientos. Sin duda, pensaba que su rostro era
inescrutable, el rostro de un guerrero. Pero sus hermanos,
su padre y su abuelo eran todos guerreros y ella había
aprendido desde la infancia a leer ciertos signos.
Sabía cuándo tenían secretos, cuándo se estaban
preparando para la guerra, cuándo estaban enojados y
cuándo simplemente no querían hablar.

Ahora él parecía mostrar consternación, como si no se


hubiera dado cuenta de que ella podría sacar esa conclusión
de sus comentarios.
Casualmente, ella dijo: —Si vas a Lochaber desde aquí,
recuérdame que te diga dónde encontrar esa espléndida
cascada en el camino.

—No recuerdo haber sugerido que iría a Lochaber.


—Quizás no, pero era el hogar de tu infancia, así que
asumí que debes tener familiares allí y que los visitarías
mientras estés en las Highlands. Y ayer hablamos de
cascadas —le recordó. —Verás, pensé, por tu reacción a mi
pregunta, que quizás preferirías cambiar el tema.
—Cielos, lass, sólo estábamos conversando —dijo. —Me
gusta discutir asuntos sobre los cuales la gente tiene
diferentes puntos de vista y estaba tratando de conocer
algunos de los suyos. No se me ocurre por qué podrías
pensar que estoy preocupado. Sólo quería saber si estás de
acuerdo en que ciertos eventos pueden ocurrir tan rápido
que uno no tiene tiempo para considerar todo lo que
debería antes de actuar... o hablar.
—Ya veo.
—Entonces, ¿qué dirías?
—Sin un evento específico a considerar, es difícil
imaginar cómo podría faltar el tiempo para considerar al
menos las posibles consecuencias de cualquier acto.
—Aye, bueno, vives una vida más pacífica que la
mayoría de los hombres —dijo. —Puedo decirte que en el
campo de batalla, un hombre no tiene tiempo para pensar.
Simplemente para sobrevivir, debe actuar con rapidez,
confiando sólo en el instinto y su entrenamiento.
—¿No es el entrenamiento de uno lo que crea esos
instintos?
—No siempre. En verdad, a veces la formación, incluso
la lealtad y el sentido del deber de uno, pueden obstruir el
pensamiento racional. Por ejemplo, los hombres a menudo
obedecen ciegamente, sin pensar, cuando un superior da
una orden. O uno acepta algo simplemente porque respeta
y confía en el que exige el acuerdo.
Él extendió la mano para tomarle el codo izquierdo
mientras el sendero se hundía en un declive. El calor de su
toque a través de la delgada manga de camelote envió un
temblor al brazo de ella y una sensación más cálida a través
de su cuerpo que llegó a lugares nunca antes tocados.
Ella se volvió hacia él. —¿Temías que pudiera
tropezarme?
Él no respondió, pero continuó sosteniendo su codo
mientras colocaba la mano izquierda suavemente sobre su
hombro derecho y continuaba sosteniéndole la mirada. Las
sensaciones, rugiendo a través de su cuerpo, ahora eran
inquietantes, al igual que la mirada en los ojos de él.
Ella sabía exactamente lo que haría a continuación.
¡Tonto! La palabra estalló en la mente de Fin pero no
tuvo ningún efecto en la respuesta de su cuerpo hacia ella.
Ella estaba demasiado cerca de él, demasiado deseable y
demasiado tentadora. Además, ella era muy perspicaz para
leer las verdades en sus palabras y era demasiado fácil para
él hablar con ella.

Ella había dicho que tendía a expresar sus pensamientos


en voz alta. La idea de que algo así pudiera ser contagioso
lo inquietaba. Rara vez había revelado sus pensamientos,
incluso cuando era niño. Y, más tarde, había aprendido que
era más seguro guardárselos para sí mismo.
Por un lado, servía a un poderoso príncipe real al que no
le agradaba que sus acciones o palabras fueran discutidas
fuera de su presencia. Por otro lado, su enemigo,
igualmente poderoso, tenía oídos en lugares inesperados,
por lo que uno no discutía sus planes ni nada de
importancia, incluso en compañía agradable, a menos que
uno confiara en el compañero.
Pero ahora, Fin sentía el fuerte impulso de decirle
exactamente lo que estaba pensando y uno aún más fuerte
de besarla profundamente. Se conformó con besarle la
mejilla.
Los ojos de ella se agrandaron mientras lo hacía, pero él
también detectó arrepentimiento. La combinación envió una
oleada de satisfacción a través de él y otra cosa menos
agradable.

—No me mires así, lass —dijo. —En verdad, he querido


besarte desde que salí del agua esta mañana. Pero no debí
haberlo hecho.
—¡Bueno, no lo vuelvas a hacer! —luego, con más
suavidad, agregó. —He disfrutado este paseo con usted, sir.
Pero si mi abuelo escuchara siquiera un indicio de mala
conducta de nuestra parte, no me perderá de vista de
nuevo hasta que te hayas ido por completo.
El momento peligroso había pasado. No podía cargarla
con su problema, ni quería hacerlo, pero no sintió alivio. En
cambio, se le ocurrió la fuerte idea de que en poco tiempo
tendría que decirle la verdad.

Lo llamaría cobarde cuando se enterara de que se había


alejado nadando del campo de batalla en Perth, porque
cualquiera que tuviera sentido común lo llamaría así.
Al menos, si ella lo despreciaba entonces, él nunca
tendría que revelarle el legado sagrado que había jurado
aceptar.
Capítulo 6
 

Cuando regresaron al castillo, la comida del mediodía


había terminado y aún quedaban horas para la cena. Se
separó de Fin en la entrada, creyó que debía de tener tanta
hambre como ella y bajó a la cocina. Boreas la siguió.
Debido a que sus paseos casi siempre terminaban de la
misma manera, el cocinero estaba acostumbrado a sus
redadas en la cocina. Proporcionó un saco con suculentas
rodajas de un asado sobrante, dos panes de trigo para
comer y sobras para Boreas.

Agradeciéndole, dijo: —Esto debería evitar el hambre


hasta la cena —luego, al ver a Tadhg avivando el fuego de la
cocina, le dijo. —Ve corriendo al vestíbulo, lad, y dile a Sir
Finlagh que tengo comida, si tiene hambre. Me encontrará
en el bosque del norte.
—Aye, se lo diré, mi lady —dijo el muchacho,
sacudiéndose las cenizas de los pantalones. —¿Le dijeron
arriba que alguien especial vendrá aquí dentro de poco?
La esperanza saltó dentro de ella. —¿Mi señor padre y
mis hermanos?
—Nay, nay, es otra persona —dijo Tadhg. —Todo el
mundo se mantiene en secreto al respecto, pero es probable
que venga pronto, dicen.
—¿Dicen algo más sobre él? —preguntó, divertida por la
capacidad del muchacho para obtener información que se
suponía que no debía tener.
—Aye, claro —dijo. —Viene de Perth y una multitud de
hombres con él. Eso no le agradará a Él Mismo, dicen,
porque dijo que el hombre no debería traer tantos.

—Entonces, ¿el que viene aquí es un enemigo?

—Nay, porque los muchachos están removiendo sus


cosas para ordenar el lugar tanto que uno pensaría que Su
Gracia, el Rey, se acerca. Pero pregunté, y no es él quien
viene.
Sonriendo, le dio las gracias, pero le había despertado la
curiosidad. Recordando que Fin había enviado a su escudero
a Perth con un mensaje, sospechó que su hombre debió
haber dejado escapar algo. En cualquier caso, estaba
segura de que Fin sabía quién vendría.

Chasqueando la lengua dos veces, llamó a Boreas, quien


se apresuró a terminar el último trozo que le había dado el
cocinero y trotó tras ella.
 

***
 

—He conocido a tus dos hombres —dijo el Mackintosh


cuando un criado admitió a Fin en la cámara interior. —Tu
Ian Lennox me dijo que tienes una nueva historia que
contar.

—¿Lo hizo, sir? —preguntó Fin, acercando el taburete a


la mesa, donde estaba sentado el Mackintosh como antes.

—Aye, pero dijo que no podía contarme una historia que


no era suya. Y dado que dijo que nuestra Catriona estaba a
salvo y que entiendo bien que dos botes partieron después
de que los hombres en nuestro muro vieron a los visitantes
acercarse a ustedes, apuesto a que ustedes dos tuvieron
una aventura.

—Nos encontramos con Rory Comyn y dos de sus


hombres —dijo Fin. —Le disgustó encontrarme con su
señoría y fue lo suficientemente tonto como para
desenvainar su espada.

—Te dije que el tonto espera casarse con ella.

—Ella dice que no lo aceptará.

—Ella dice eso, aye —dijo Mackintosh. —Pero una


muchacha no siempre consigue lo que dice, incluso si lo
declara con tanta franqueza como lo hace nuestra Catriona.

—Así le dije —dijo Fin, mirándolo con atención.

—Sin embargo, sería una cosa repugnante casar a esa


chica descarada con un tonto.

—Lo sería —asintió Fin, satisfecho de haberlo leído


correctamente antes.

—No lo mataste —dijo Mackintosh. —Sin embargo, te


aseguro que le hubiera gustado atravesarte con esa espada
suya.

—Le habría gustado hacer eso. Pero la tiré al lago.


Entonces mi escudero, Toby Muir e Ian Lennox llegaron con
los hombres de Comyn a cuestas. Toby dijo que estaban
muy descuidados y fueron fáciles de atrapar. También hay
otra cosa.

—Sospechas que Rory Comyn tuvo algo que ver con tu


herida ayer.

—Es así.
—Aye, bueno, lo sospechaba. Él se ha mostrado en
nuestra tierra antes sin invitación. Pero aunque se deleita en
crear problemas...

—Con todo respeto, sir —intervino Fin. —Si él ha sido


problemático antes, ¿por qué no ha mantenido a su señoría
en esta isla en lugar de dejarla vagar sola por las colinas? Si
Comyn la quiere, ¿qué impedirá que se la lleve?

—Saber que el Clan Chattan aniquilaría hasta el último


Comyn si se atreve a tal cosa —dijo Mackintosh con
gravedad. —Su clan es débil, no está protegido por ningún
otro. He esperado el momento oportuno para ver si nuestro
joven Lord del Norte los protege, pero Alex Stewart confía
en ellos menos que yo. Vaya, pero no tienes que
preocuparte por nuestra Catriona. Mientras mantenga a
Boreas cerca estará bastante segura.

—La flecha que me alcanzó podría haber matado al


perro con la misma facilidad —dijo Fin.

—Supongo que podría haberlo hecho. Pero eso nos


devuelve a la debilidad de los Comyn. Esperan ganar poder
aliándose con nosotros. Rayos, si pensara que cambiarían
sus costumbres, les daría la bienvenida, porque una
confederación que crece es más fuerte que una que no lo
hace. Tú mismo lo entiendes, estoy seguro.

—¿Yo? —preguntó Fin, poniéndose tenso.

—Tú, aye. He pasado casi todas las Navidades de mi


vida en el Castillo de Tor, lad. ¿Crees que no reconozco al
hijo de Teàrlach MacGillony cuando lo veo? ¡MacGill! —él
resopló. —Tu papá te daría una buena golpiza si te oye
llamándolo MacGill ¿En qué estabas pensando para llamarlo
así frente a mi esposa?
—En verdad, sir, pensé que no era prudente revelar mi
identidad completa mientras estaba aquí por Rothesay.
Podría haber despertado nuestra antigua enemistad y
complicado sus tratos con usted. Mi presencia es
únicamente como su enviado y no tiene nada que ver con el
Clan Cameron.

—Eso dices, no importa por qué has venido aquí. ¿No


consideró Rothesay la probabilidad de que tu sola presencia
pudiera complicar las cosas?

Eso estaba llegando al punto con fuerza, pensó Fin con


renuente admiración. Pero los hechos serían suficientes. —
Rothesay y yo nos conocimos cuando fuimos dos de los
caballeros ganadores en el torneo de Su Gracia, la Reina de
Edimburgo, hace dos años, sir, no mucho después de que él
obtuviera su ducado. Solamente me conoce como Fin de las
Batallas.

—Esas no son más que tonterías. No me harás creer que


ese joven y astuto sinvergüenza no exigió todos los detalles
de tu pasado antes de tomarte a su servicio. Lo haría
solamente para asegurarse de que su malvado tío no te
hubiera enviado a espiarlo.

—Usted subestima a Rothesay, sir —dijo Fin. —Conoce a


algunas personas en las que sí confía, y pude proporcionarle
tres excelentes referencias.

—Si no te preguntó, debieron ser buenas. Entonces,


¿quién te recomendó a él, cuya palabra hizo caso? Me
gustaría cuestionarlos yo mismo.

—Su Gracia el Rey, Su Gracia la Reina y Su Reverencia el


Obispo de St. Andrews tuvieron la amabilidad de
recomendarme a su servicio.
Mackintosh arqueó las cejas. —¿El propio Obispo Traill?
¿Y Sus Gracias?

—Los tres, aye, por mi fe, sir.

Los ojos de Mackintosh se entrecerraron. —Entonces,


¿cuál de ellos te recomendó primero?

—El Obispo Traill.

—Ya veo.

Al encontrarse con esa mirada inteligente, Fin tuvo la


sensación de que observaba demasiado. Pero no sabía cómo
el astuto anciano podía saber más de lo que Fin le había
dicho.

—No me has dado ningún motivo para dudar de tu


palabra —dijo entonces Mackintosh. —Pero no creas que el
salvoconducto real que te dio Davy Stewart te protegerá
contra su tío Albany, si él se entera de lo que está tramando
Davy. Verás, tenías razón al decir que Albany no tiene
escrúpulos. Pero tengo otra pregunta para ti.

—Aye, claro —dijo Fin, preguntándose qué vendría.

—Se trata de nuestra Catriona. A pesar de todas sus


maneras salvajes, es una doncella inocente. Así que quiero
saber si ya has hablado por alguna mujer, en otro lugar.
Pareces tener veinticinco años, por lo que sería natural que
lo hayas hecho.

—Nay, sir —dijo Fin, sorprendido. —Tampoco estoy


buscando una esposa. No he visto a mi propia familia en
años y mi hermano, Ewan, es nuestro jefe ahora. Hasta que
no lo vea y hable con él, no debería hacer esos planes.

—Me entristeció enterarme de la muerte de tu padre —


dijo Mackintosh. —Nos encontramos varias veces en Castillo
de Tor. Pero dices que tu hermano es ahora la cabeza de la
familia.

—Lo es, aye —dijo Fin, esperando no dar ningún indicio


de su incomodidad con la dirección que había tomado la
conversación.

El anciano sonrió. —Veo que he tocado un nervio con


mis preguntas, lad, pero también tengo curiosidad. Sé bien
que puedo confiarte con ella, y me gustas.

Fin no respondió nada. Si el anciano le confiaba a


Catriona, era más de lo que el propio Fin confiaba en sí
mismo. La muchacha era demasiado tentadora para que
cualquier hombre se resistiera por mucho tiempo.
 

***
 

Catriona había ido a su lugar favorito, un pequeño claro


dentro del bosque en el extremo norte de la isla. Una roca
allí, con la forma perfecta para sentarse y apoyarse, ofrecía
una espléndida vista de la extensión norte del lago y del
exuberante bosque verde de pinos, alisos y abedules que
cubrían las empinadas colinas que lo rodeaban.

Boreas yacía acurrucado a sus pies, las nubes se habían


ido y la luz del sol se sentía cálida en su rostro. Le
encantaba sentarse y posar la mirada en el agua, que hoy
se volvía verde oscuro donde el bosque se reflejaba en la
superficie. Cerró los ojos, abriéndolos solamente cuando
escuchó los pasos de Fin acercándose.

Él había venido en silencio, por lo que casi estaba sobre


ella cuando los escuchó. Se detuvo cuando ella abrió los
ojos.
—Espero no haberte despertado —dijo con una sonrisa
que la reconfortó.
Sonriéndole, dijo: —Nay, sólo estaba siendo perezosa.
Sin embargo, traje comida.
—Así me dijo el muchacho, Tadhg. ¿Realmente corre a
todas partes?

—Aye, para ser más veloz, dice. Me dijo que viene


alguien importante de Perth. Él no sabía quién es, pero
seguramente tú sí. Dime.

Él frunció el ceño, obviamente perturbado por que ella


supiera. —No puedo decirte quién es —dijo. —Sin embargo,
tu abuelo lo sabe y lo aprueba. Acabo de estar con él.

—¿Mencionó nuestro paseo? —preguntó ella, mientras


abría el saco que le había dado la cocinera y le entregaba
uno de los panes.
—Repitió su mala opinión sobre los Comyn —dijo,
aceptando el pan.

—También tengo carne —dijo ella, entregándole un poco


y observando mientras él enrollaba dos rebanadas juntas. —
¿Eso fue todo lo que dijo sobre nuestro encuentro con ellos?
—preguntó un momento después, cuando él se sentó en
una roca plana y comenzó a comer con avidez.
Haciendo una pausa para tragar, pareció pensativo. —
Dijo más, pero relacionado con lo mismo. También hablamos
un poco sobre la confianza. Dijo que confiaba en que yo
esté contigo.

—Dios mío, ¿alguien te vio besarme?


—Nay, lass. No dijo nada que me hiciera pensar en tal
cosa —sin embargo, mientras lo decía, parecía como si
hubiera tenido un segundo pensamiento.
—¿Qué? —preguntó ella.

El color agregado en las mejillas de él la hizo sentir aún


más curiosa, pero él dijo. —Es sólo que... pudo haber oído
sobre eso, pero si lo hizo, no le importó.

—Incluso si alguien nos vio, creo que estábamos


demasiado lejos para que estuviera seguro de lo que vio —
dijo ella con firmeza. Aun así, se preguntó si su abuelo
estaría pensando que Fin le convendría. Si Mackintosh
pensaba eso, y si le decía lo mismo a James o Ivor, o incluso
a su padre, hablarían de ello por mucho tiempo.

Descartando el pensamiento, dijo: —¿Qué más dijo


sobre la confianza?
—Fue sólo un tema que surgió, pero me recuerda ese
beso impulsivo de antes. No sé por qué, ya que no salió
nada de eso, y él puede confiar...

—Antes de que me besaras, dijiste que los hombres a


veces obedecen ciegamente… como cuando obedecen a un
oficial superior dando una orden o acuerdan algo
simplemente porque respetan y confían en el que les pide
que estén de acuerdo.
—Especialmente cuando les falta tiempo para pensar en
el asunto, aye —dijo, recordando. —Yo... yo conozco a un
tipo que se colocó en esa posición en medio de una batalla.
Verás, encontró a su… su pariente entre los caídos,
agonizante.

—¡Qué espantoso!
—Aye, así que cuando el pariente exigió que mi amigo
jurara venganza contra sus asesinos, mi amigo estaba muy
afligido, como puedes imaginar.
—Aye, claro, y también estaba exhausto, seguramente.

—Lo estaba, aye —dijo Fin. Su simpatía hizo que contar


la historia fuera más difícil de lo que esperaba. Su intención
había sido relatar únicamente los detalles más someros. No
sólo se mostraba reacio a admitir que la batalla había sido
la de Perth entre su clan y los “desgraciados Cameron”, sino
que también quería su opinión objetiva en lugar de una
coloreada por su creciente amistad o la disputa de larga
data de sus clanes.
—¿Qué tipo de venganza exigió tu pariente?
—El tipo habitual —dijo. —Pero todos habían hecho un
juramento desde el principio de no buscar venganza
después contra ningún oponente. En su dolor... aye, y en su
agotamiento, como sugieres... mi amigo se olvidó del primer
juramento y juró el segundo justo antes de que muriera su
pariente.
—Pero no podría haber cumplido uno de los juramentos
sin romper el otro, ¿verdad?
—Nay, entonces, ¿qué crees que debió haber hecho?

—Para una mujer, esa pregunta es fácil de responder,


sir. Sin embargo, conociendo a mi padre, a mi abuelo y a
mis dos hermanos, estoy muy consciente de que los
hombres no piensan como las mujeres. Su tonto sentido del
honor se interpone con demasiada frecuencia.
—El honor no es tonto —dijo él, más severamente de lo
que pretendía. —El honor lo es todo, lass, porque sin él los
hombres nunca podrían confiar el uno en el otro. Si un
hombre sacrifica su honor, pierde el respeto por sí mismo y
todo lo que vale la pena tener.
—Sé que los hombres piensan de esa manera —dijo,
asintiendo. —Pero sigo pensando que el dilema de tu amigo
se resuelve fácilmente. La vida siempre debe ser más
importante que la muerte, sir. Y seguramente, un hombre
de honor mata solamente en defensa propia o en defensa
de los demás, nunca por despecho o enojo. Un hombre
honorable no puede matar sólo para proteger su honor.
—Todos los higlanders consideran sagrado cualquier
legado de venganza, Catriona. Seguro que lo sabes.
—Lo sé, aye. Pero Dios, sir, en un mundo civilizado
seguramente matar a otro humano no tiene nada de honor,
sea cual sea la razón.
—Supongamos que Rory Comyn nos hubiera matado a
los dos esta mañana —dijo. —¿Qué crees que harían los
Mackintosh, tu padre y tus hermanos?
Ella se estremeció. —Lo matarían, por supuesto, y
probablemente también matarían a lo que quedara de su
clan. Pero eso no lo hace correcto.
—¿No lo hace? ¿No haría su clan lo mismo si tú o yo lo
hubiéramos matado? Sabes que lo harían. Y, antes de decir
que mirarías desde el cielo y condenarías a tus hombres por
vengarte, dime cómo te sentirías si no lo hicieran.

—Cielos, estaría muerta, ¿no es así? ¿Cómo sabría lo


que hicieron?
—No sabemos qué pasa al otro lado. Me gusta pensar
que mi padre me cuida. A veces, lo juro, he sentido su mano
en la mano de mi espada en el campo de batalla, guiándola.
—¿La has sentido? —los ojos de ella se abrieron y luego
sonrió y lo miró a los ojos. —Qué reconfortante debe ser
eso.
No lo había considerado reconfortante, sólo bienvenido.
Había sucedido al menos dos veces desde la muerte de
Teàrlach MacGillony, cada vez en el momento en que Fin
había temido que colapsaría de agotamiento. Cada vez, la
sensación de la mano de su padre ayudando a la suya lo
había mantenido luchando por la victoria.
—No has respondido a mi pregunta, lass. ¿Cómo te
sentirías? Apuesto a que esperarías que alguien quisiera
vengarte.
—Por el amor de Dios, soy tan rápida como cualquiera
para defender a mi familia. Todos lo somos, así que en mis
primeros sentimientos de rabia contra la persona que me
mató, bien podría esperar que mi padre y mis hermanos me
venguen. Pero si tuviera tiempo para pensar en el asunto,
espero ser más sabia. Creo que la vida es preferible a la
muerte en cualquier caso.

Al pensar que ella simplemente no entendía sobre el


honor de un hombre, Fin se sintió tentado a tratar de
explicarlo con más claridad. Sin embargo, tenía razón sobre
pensar primero. Además, se había levantado una brisa
helada.
—¿Caminamos hasta ese punto y regresamos? —le
preguntó a ella.
Ella estuvo de acuerdo y se dirigieron a la punta de la
isla. En el camino, le mostró una balsa de troncos inclinada
contra un árbol y atada con una cuerda larga.
—Ivor y James hicieron eso cuando eran jóvenes —dijo.
—Remábamos a menudo, de aquí a la costa oeste y de
regreso, especialmente en verano, cuando lo sacábamos
incluso en noches tranquilas. La calma produce un eco fino
aquí, así que nos gustaba despertarlo.
—Rayos, ¿esa cosa los sostenía a los tres?
Ella se rió. —Por lo general, uno o dos de nosotros
terminábamos nadando en un sentido u otro, porque si
alguien se caía, los que están en la balsa se negaban a
dejarlo volver a subir, para que no cayéramos todos. Esa es
una de las razones por la que todos aprendimos a nadar
bien.
Hablaban y reían juntos mientras caminaban. Cuando
llegó el momento de entrar de nuevo, Fin trató de recordar
la última vez que había pasado la mayor parte del día
caminando y hablando con una muchacha de una manera
tan casual. No estaba seguro de haberlo hecho alguna vez.

Catriona observó a Fin mientras regresaban al castillo


para cambiarse a cenar. Parecía estar sumido en sus
pensamientos y ella se resistía a molestarlo. Tenía la idea de
que su amigo era apócrifo. Ivor había mencionado a
menudo “amigos” que tenían problemas particulares
cuando el problema en cuestión era el suyo.

Sospechaba que Fin había hecho lo mismo, pero aún no


lo conocía lo suficiente como para estar segura. En
cualquier caso, se preguntó qué habría hecho su “amigo” al
final. Sin duda, decidió, él se lo diría a su debido tiempo.
Se separó de él en el rellano frente a su puerta, subió y
encontró a Ailvie lista para ayudarla a cambiarse de vestido
para la cena.
—Estaba empezando a pensar que debería enviar a
alguien para ver si se había caído al lago —dijo la sirvienta.
—Estaba con Sir Finlagh —dijo Catriona.

—Aye, claro, ¿y quién no lo sabe? —dijo Ailvie, mientras


llevaba a Catriona hacia el taburete para poder cepillarle el
cabello. —Lo trenzaré y lo enrollaré bajo su velo, ¿de
acuerdo? ¿De qué hablaron durante tanto tiempo?
—Todo —dijo Catriona. —Parecíamos pasar de un tema a
otro como si nos conociéramos de toda la vida. Es un
hombre interesante.
9
—Hoots , ya debería saber todo lo que hay sobre él —
dijo Ailvie.
—Estoy segura de que todavía sé poco. Le gusta discutir
cosas. Eso lo sé, y le gusta debatir cosas, incluso los
pensamientos. A menudo me contradice.
—Ay de mí, eso suena muy descortés, mi lady.
—Supongo, pero no lo parecía en ese momento. Es
como si no pudiera escuchar una idea sin escuchar las
contradicciones en su cabeza. Si le digo que la hierba es
verde, dirá: “Allá, parece amarilla, pero tal vez sea sólo
cebada nueva, creciendo antes de tiempo”.
—Suena un poquito peculiar —dijo Ailvie, con el ceño
fruncido.
Catriona se rió. —Supongo que sí. No quiero ese vestido
gris, Ailvie. Te ruego que vayas a buscar el rosa con la
trenza roja en las mangas.
 

***
 

Fin disfrutó de una tranquila semana mientras esperaba


noticias de Rothesay. Nadó casi todas las mañanas, a
menudo con Tadhg, que se había arrojado la tercera mañana
y exigía saber si Fin podía enseñarle a nadar tan bien como
él.
Fin también caminó varias veces con Catriona, aunque
sólo en la isla. Hablaron de muchas cosas, y cómodamente
porque para su sorpresa ella se abstuvo de interrogarlo
cuando se sentía reacio a explorar un tema en particular.
Sabía que ella tenía curiosidad, pero parecía sentir la
renuencia de él y la respetaba.
Curiosamente, su habilidad para hacerlo aumentaba en
él la sensación de que debía contarle todo. Creía que ella ya
no lo respetaría si lo mantenía en silencio, pero también
creó un nuevo dilema. Su necesidad de que ella pensara
bien de él aumentaba a diario.
El noveno día de su visita, un martes, llegó la noticia de
que una gran fuerza de Perth había llegado a los Cairngorms
al este. Algunos decían que debía ser el Lord del Norte
porque prefería la ruta más alta a la menos exigente, a
través de Glen Garry, sabiendo bien que los pasos
formidables y helados desanimaban la persecución desde el
sur. Otros sugirieron que el ejército podría ser el del Rey de
Escocia.
Fin estaba seguro de que era Rothesay y de que el
Mackintosh estaba al tanto del ejército que se acercaba.
Pero el anciano no había expresado la irritación, si no la ira
absoluta, que seguramente sentiría al saber que Rothesay
había ignorado sus deseos.
En un área donde la mayoría de la gente viajaba a pie o
en pequeños caballos de las Highlands, le sorprendió que
las noticias del ejército les hubieran llegado tan adelantadas
al ejército mismo, hasta que recordó cuán ferozmente todos
los highlanders estaban sedientos de noticias. Los frailes
mendicantes eran bienvenidos en todas partes simplemente
porque traían noticias de otros lugares.
El viernes por la tarde, Fin caminó con Catriona hasta el
extremo norte de la isla, que se había convertido en su
paseo favorito. Cuando se dieron la vuelta, Boreas se
adelantó a ellos como de costumbre hasta que emergieron
del bosque. Luego, deteniéndose repentinamente, el perro
fijó su mirada en un punto a cierta distancia en el lago.
Fin detuvo lo que estaba diciendo a mitad de la frase. —
¿Qué ve, lass?

Antes de que pudiera responder, Boreas se lanzó al


agua y nadó hacia lo que había llamado su atención. Fin
pudo ver que había algo ahí afuera, agitando la superficie,
pero no era lo suficientemente grande para que él adivinara
qué podría ser.
Cuando Boreas hundió la cabeza bajo el agua y la arrojó
hacia arriba, tenía algo en la boca.

Catriona dijo: —Parece que encontró ropa o... Cielos,


¿qué puede ser?
Cuando el perro salió del agua, Fin vio que lo que
llevaba era un saco de tela que se retorcía furiosamente y
emitía chillidos frenéticos.

Boreas dejó el saco suavemente en el suelo y comenzó


a morderlo, como si esperara que se abriera, sólo para
retroceder abruptamente con un chillido de sorpresa cuando
lo hizo.
Siseando fuerte, una pequeña cabeza felina se abrió
paso a través de la abertura del saco.

Catriona se arrodilló y abrió el saco de un tirón. Tres


gatitos grises se derramaron, el primero aun gruñendo
enojado. Los otros corrieron hacia la puerta abierta, y Fin
sonrió cuando ambos se alejaron para evitar a un hombre
de armas que corría hacia ellos.

—¡Detente, Aodán! —gritó Catriona. —¿Qué estás


haciendo?
—Pensé que estaba ahogando gatitos para el cocinero,
mi lady. No sé cómo llegaron a tierra esos pequeños
sinvergüenzas.

En un abrir y cerrar de ojos, Catriona se puso de pie y,


mirándola, Fin pensó que solamente necesitaba un rayo en
cada mano para igualar cualquier furia mítica.
—¡Eso fue cruel! —dijo, enfrentándose a Aodán. —Si los
gatitos no pueden comer solos y nadie los quiere, debes
ahogarlos, sin duda. Pero no arrojándolos al lago para que
se ahoguen con terror. Use un balde la próxima vez, sir, y
entiérrelos decentemente.
—Tendré que atraparlos primero, mi lady —dijo Aodán,
dándose la vuelta.
Boreas se paró frente a él, gruñendo.

—Nay, déjalos en paz —dijo Catriona. —Esos tres no


volverán a sufrir. Parecen bastante grandes como para
comer solos, así que dile a Tadhg que busque personas
dispuestas a tomarlos, pero nunca más vuelvas a hacer algo
así. ¡Imagínense cuán aterrorizados deben haber estado!
Aodán miró a Fin, la mirada de un hombre indefenso a
otro. Pero Fin estaba luchando por ocultar su diversión y
volvió a mirar a Boreas.
El perro seguía mostrando un severo interés por el
desventurado hombre de armas.
Fin nunca había tenido que ahogar gatitos, pero sabía lo
fácil que era que unos pocos se convirtieran en cientos de
gatos hambrientos en cualquier finca, y aún más en una
isla. Sin embargo, la muchacha no le agradecería ningún
comentario que pudiera hacer, así que se mantuvo en
silencio.
Catriona, todavía enojada, dijo: —Ve ahora, Aodán, y dile
a Tadhg que debe prepararles comida hasta que encuentre
un buen hogar para ellos. Puede preguntar entre nuestra
gente en las colinas. Dile que diga que consideraré esa
adopción como un favor hacia mí.
—Aye, mi lady, me ocuparé de eso —dijo Aodán,
haciendo rápidamente su escape.

Entonces Catriona se volvió hacia Fin, con los ojos


todavía encendidos. —¡Tú!
—Espera, ahora, no vueles hacia mí —dijo. —No tuve
nada que ver con nada de eso.
—¡Pensaste que era divertido!

—Nay, espera… —al ver que sus labios se tensaron, dijo:


—Aye, bueno, en verdad lo pensé. El perro que dio un paso
adelante para detener al hombre casi acaba conmigo. Ahora
mira más allá —agregó con una sonrisa, señalando la puerta
de entrada.
Evidentemente complacido con el resultado, Boreas se
dirigía a la cocina con el tercer gatito lanzándose entre sus
piernas a pasos agigantados.
Cuando ella se rió, Fin dijo: —Eso está mejor —se dio la
vuelta el tiempo suficiente para recoger el saco mojado, que
todavía estaba donde lo había dejado después de liberar a
los gatitos.
—Deberíamos entrar —dijo. —Nuestros visitantes
llegarán pronto, sean quienes sean.
—¿Aún no te has enterado de quién viene?
—Nay, aunque escuché que podría ser el Lord del Norte
regresando a Lochindorb. Pero tú sí sabes quién viene —
cuando él no respondió, ella agregó. —Escuché que no
muestran estandartes, sir. Pero nadie parece alarmarse.
—Te lo dije, tu abuelo está contento con dejarlos venir.
—Aye, dijiste eso —dijo, frunciendo el ceño
pensativamente.
 

***
 

Catriona sabía que aquellos a quienes su abuelo


recibiría más fácilmente eran su padre y sus hermanos, pero
ellos enarbolarían el estandarte de los Mackintosh, al igual
que Alex Stewart enarbolaría el suyo como Lord de las Islas.
Estaba segura de que Fin los conocía, fueran quienes
fueran, y de que había persuadido a su abuelo para que los
dejara venir.
Después de que se separó de él, encontró a Ailvie y le
dijo: —Quiero un baño antes de la cena, Ailvie, así que, por
favor, pide agua caliente para mí.

—Aye, claro, mi lady. Entonces, iré enseguida para


ayudarla.
Con la ayuda de Ailvie, Catriona se lavó el cabello, se
bañó y se puso el vestido amarillo de camelote que habían
aireado. Cuando volvió a bajar, con el pelo todavía húmedo
pero cuidadosamente trenzado bajo el velo, se enteró de
que el Mackintosh, a pesar de su puntualidad habitual,
había ordenado retrasar la cena una hora a la espera de los
invitados.
Decidida a secarse el pelo junto al fuego del vestíbulo,
acercó un taburete a la chimenea, se quitó el velo y se
deshizo las trenzas. Todavía se pasaba los dedos por el pelo
para dejar que el calor del fuego lo secara cuando Fin la
encontró allí.
—Escuché que el Mackintosh espera visitas —dijo. —¿No
temes que entren y te encuentren en tu tarea?
—Nay, porque oiremos cuando llamen a los barcos. Las
ventanas no están cerradas, sir, y esos gritos resuenan
durante mucho tiempo a esta hora en que el lago está en
calma.
—Creo que tu abuelo ya envió barcos para esperarlos.
—Fe, ¿por qué nadie me lo dijo?

Apresuradamente, comenzó a trenzarse el cabello de


nuevo, consciente de que él la observaba de cerca, porque
su mirada despertaba la sensación de hormigueo que tan a
menudo provocaba en ella. Todavía le sorprendía la rapidez
y la facilidad con que su cuerpo respondía a la presencia de
él.
Al oír a los primeros arribos desde el patio, se retorció
las dos trenzas en la nuca. Estaba sujetando su velo en su
lugar cuando Fin la detuvo.
—Lo has sujetado torcido, lass —dijo, extendió las
manos para desabrochar y tirar del velo al lugar apropiado.
El aire a su alrededor pareció crujir de repente, haciéndole
difícil respirar, y el gran salón parecía más pequeño. Ella era
consciente sólo de él.
—Gracias —murmuró ella al aire entre ellos cuando hubo
terminado.
Pero él no respondió ni retiró las manos. Y el aire, en
lugar de crepitar, se llenó de nueva tensión. Mirándolo, vio
que él observaba hacia la entrada, con el rostro pálido.
Siguiendo su mirada, vio a su padre y a James primero,
luego a Ivor. Otros hombres estaban en las escaleras detrás
de ellos, pero Ivor se había detenido, bloqueándoles el paso.
La expresión de su rostro reflejaba la de Fin.
—¡Dios mío, conoces a Ivor! —exclamó ella. —¿Por qué
no lo dijiste?
Capítulo 7
 

Después de apenas haber prestado atención a las


palabras de Catriona mientras miraba consternado a
Halcón, Fin la miró, se dio cuenta de que todavía tenía las
yemas de los dedos en su velo y retiró la mano mientras
decía. —¿Ese hombre en la puerta es tu hermano Ivor?

—Aye, por supuesto que lo es. No finjas que no se


conocen, porque para mí está claro que sí.

—Mi lady, debo dejarla por un tiempo —dijo Fin,


recobrando su ingenio cuando vio a Rothesay pasar junto a
Halcón. —Mi lord está allí, junto a tu hermano...
—¿Pero por qué no me dijiste que conoces a Ivor?

—Te lo explicaré todo tan pronto como pueda, pero te


ruego que no hagas un escándalo sobre esto. Tu hermano
no te lo agradecerá más que yo. Incluso puedes poner en
peligro a uno o ambos.

—Dame tu palabra de que me explicarás esto, o por el


cielo, se lo diré a mi padre tan pronto como se acerque a mí.
—Te explicaré todo lo que pueda más tarde. Pero haz
una reverencia ahora, lass, y rápido, porque el Duque de
Rothesay se acerca.
—¿Davy Stewart? ¿El Gobernador del Reino y heredero
del trono de Escocia? ¿Él es el hombre al que sirves?
—Aye —dijo Fin, haciendo una reverencia a Rothesay,
quien lo descartó de inmediato.
El joven tenía el bello aspecto nórdico de ojos azules y
rubio de casi todos los Stewart, siendo la principal
excepción su tío Albany, que era tan moreno, decían
algunos, como el propio diablo. Los hombres habían
sugerido a menudo que, dado que Albany se parecía tan
poco a sus parientes, tal vez no fuera Stewart en absoluto,
10
sino un cambiado , o algo peor.

Nadie decía tales cosas de Rothesay, aunque


ciertamente era objeto de muchos chismes. Se parecía
mucho a su abuelo, Robert II, en su mejor momento, y
Rothesay parecía decidido a superar a su abuelo que estaba
en cama. El difunto rey había engendrado más de veinte
descendientes ilegítimos y casi la misma cantidad de
legítimos.

Sin embargo, hasta el momento, Rothesay no había


engendrado hijos legítimos.
—Ésa es una muchacha preciosa —le dijo a Fin en
escocés cuando Catriona se disculpó y se marchó. —Te
ruego que me digas que le gusta coquetear y que has
cultivado su amistad conmigo. He tenido unos días
diabólicos hasta ahora.

—¿Los ha tenido, mi lord? —Fin respondió. —Pensé que


hoy era un buen día.

—¿Has visto esos malditos Cairngorms? —Rothesay


exigió sin molestarse en bajar la voz. —Te digo que fue una
crueldad pasar a los caballos por ahí. Pero fue mucho peor
hacerme caminar hasta aquí desde el desvío a Lochindorb.
—Deben haberle ofrecido un caballo de las Highlands
para montar —dijo Fin.
—Aye, claro, un mesteño lo llamaron y me aseguraron
que era un paso seguro. Pero mis pies casi se arrastraban
por el suelo, Fin. Preferí caminar.

—¿Cómo encontró al Terrateniente de Rothiemurchus? —


preguntó Fin.

—Shaw y sus hombres estaban con mi primo Alex, Lord


del Norte, cuando los encontré en Perth. Habían viajado
juntos al norte desde las Fronteras. Mis muchachos y yo nos
unimos a su grupo para poder entrar en las Highlands sin
hacer ruido.

—¿Dónde está Alex ahora? —preguntó Fin.

—Cabalgó hasta Lochindorb, llevándose nuestros


caballos con él, que se pudra el hombre. Dijo que nos iría
mejor aquí sin ellos. Pero debería llegar mañana.

—Eso explica por qué los rumores de que un ejército


venía aquí no perturbaron al Mackintosh —dijo Fin. —Debe
haber sabido que se había unido a Alex. Verá, se había
aclarado que usted y los demás sólo traerían unos pocos
hombres a esta reunión. Así que temí que se enojara si traía
un ejército.

—Shaw dijo lo mismo. En verdad, envió a la mitad de


sus propios hombres o más a casa con sus familias, diciendo
que no los necesitaría por un tiempo. Alex está haciendo lo
mismo y traerá pocos con él. Pero si mi tío Albany se entera
de esta reunión, necesitaremos a todos los hombres que
han enviado a casa, y enseguida.

—Aye, quizás, pero la costumbre aquí es muy similar a


la de las Fronteras. Si es necesario, los Highlanders
encienden señales de fuego o envían criados corriendo para
convocar a los clanes. Y los hombres de Mackintosh han
estado alejados de sus familias durante meses, ¿no es así?
—Aye, claro, pero ¿y qué? —Rothesay miró hacia
Catriona, hablando con su madre y su abuela a poca
distancia. Su cuñada, Lady Morag, le hablaba a su esposo,
James, un poco más allá, con más vivacidad de la que Fin
había visto en ella.

Dijo en voz baja. —La chica que le atrae es Lady


Catriona Mackintosh, mi lord. Es la nieta del Mackintosh y la
hija de Shaw.

Los ojos azules de Rothesay brillaron cuando dijo: —¿Es


ella, en verdad?

—Aye, sir, y una doncella. Las dos damas que la


acompañan son su abuela, Lady Annis de Mackintosh, y la
madre de Lady Catriona, Lady Ealga.

—No me importan las demás, Fin. Pero como me


presentarás a la muchacha, supongo que será mejor que
presentes a las tres.

Fin había comenzado a sentir la inquietud que solía


tener en presencia del joven. Además, se dio cuenta
mientras escudriñaba a los otros hombres en el salón, que
aunque Rothesay había traído a dos nobles aduladores con
él, no había traído a nadie que tuviera la habilidad, si es que
alguien lo tenía, para mantenerlo fuera de problemas.

—No veo a sus guardianes habituales —dijo con una


sonrisa.

—No los ves, ni los verás —dijo secamente Rothesay. —


Mientras vivía mi padrino, tuve que aguantarlos. Él está
muerto ahora, así que ya no.

Fin había respetado tanto a los supuestos guardianes y


al padrino de Rothesay, Archie “el Severo”, tercer Conde de
Douglas. Había estado de acuerdo con Archie en que,
habiéndose casado con su hija, Rothesay debería honrar sus
votos. Y, al carecer de la capacidad de los guardianes para
frenar sus impulsos, lamentó su ausencia ahora, porque
Rothesay había dejado claro que tenía la intención de salirse
con la suya en Rothiemurchus.

Con un suspiro mental, si no audible, Fin dijo: —Le


presentaré a todas las damas, mi lord. Pero tal vez primero
debería llevarlo a conocer al Mackintosh.

—¿Dónde diablos está el hombre? Esperaba que


estuviera en la orilla.

—¿Se reuniría con sus invitados en la orilla, sir?

—¡Nay, no lo haría! Pero yo... —se interrumpió,


sonriendo. —Quieres decir que el Mackintosh es tan
arrogante como yo, ¿no es así? Maldita sea tu insolencia,
Fin.

—Aye, sir. ¿Quiere que lo lleve con él o quiere que le


diga que lo ha convocado aquí para saludarlo?

—Nay, nay, ya expresaste tu punto. No quiero buscar


problemas con el anciano antes de comenzar esta reunión.
Lo quiero de mi lado, así que llévame con él sin demora,
aunque sólo sea para que puedas presentarme esa belleza
lo antes posible.

—Aye, sir —dijo Fin, y abrió el camino hacia la cámara


interior. Miró hacia atrás cuando Tadhg corrió a abrirles la
puerta y vio que Catriona todavía charlaba con miembros de
su familia. Estaba de pie junto a su padre de cabello oscuro
y cerca de Halcón de cabello más moreno... Sir Ivor, como
debe llamarlo ahora, al menos cuando estaban con otros.

Se preguntó si Halcón le diría sobre su reunión en Perth


antes de que él tuviera la oportunidad de hacerlo. Y si
Halcón se lo contaba, ¿ella, con su rápido ingenio, uniría esa
información con lo que Fin le había dicho sobre el dilema de
su “amigo” y, por lo tanto, deduciría más de lo que él quería
discutir con ella todavía?

Asegurándose de que si Halcón no había hablado del


incidente en cuatro años, era poco probable que lo hiciera
de inmediato, Fin se hizo a un lado y dejó que Rothesay lo
precediera en la cámara para encontrarse con el
Mackintosh.
 

***
 

Catriona, aunque participaba en una agradable reunión


familiar, observó a Fin seguir a Rothesay hasta la cámara
interior. Cuando se volvió hacia su familia, su mirada chocó
con una mucho más intensa de Ivor.

Abrió la boca sólo para cerrarla de nuevo con un leve


movimiento de cabeza de él. Volviendo su atención a los
demás, se dedicó al intercambio general de noticias.

El Mackintosh, su invitado real y Fin salieron de la


cámara poco después. Los que estaban cerca del fuego e
iban a sentarse en la mesa alta comenzaron a caminar
hacia el estrado, e Ivor se unió a Catriona.

Ofreciéndole su brazo, inclinó la cabeza hacia la de ella


y dijo: —Veo que has encontrado un nuevo chico al que
encantar, mi Catkin. Pero no debes dejar que juegue tan
descaradamente con tu velo donde otros puedan ver. Es de
lo más indecoroso.

—No se haga el tonto, sir. Vi por la forma en que lo


mirabas, y él te miraba, que se conocían. Te lo ruego,
cuéntame todo sobre él.

—Nay, lass, la bota está en el otro pie. Quiero que tú me


cuentes a mí de él.

Ella lo miró fijamente y dijo: —Ivor, si no dejas de


comportarte como si yo no tuviera el menor sentido común,
te juro que...

—Habla en voz baja, mi gata salvaje. Recordemos que el


terrateniente, nuestro padre, está detrás de nosotros.
Después de nuestro largo día, él no está dispuesto a
soportar ninguna discusión. Yo tampoco, debo añadir. Puedo
ser un alma feliz cuando estoy contento, pero...
—Pero eres un demonio cuando estás enojado, al igual
que papá —intervino ella. —Lo entiendo bien, sir. Aun así...
—Suficiente, Cat. Continuaremos esta discusión más
tarde y no mientras nuestra familia e invitados nos rodeen.
Debo hablar primero con León...
—¡León! ¿Qué tipo de nombre es ése?

—Cállate. Es el único nombre que conozco para él, y eso


es todo lo que diré. Después te explicaremos más. Es decir,
creo que lo haremos. Primero, debo saber por qué está aquí.

Manteniendo la voz baja, ella dijo: —Cuando lo conocí,


dijo que había venido a hablar con el Mackintosh. Y esta
noche me dijo que sirve a Rothesay. Así que apuesto a que
la venida del duque aquí es el resultado de esa charla que
tu León tuvo con el abuelo.
—No más ahora —murmuró Ivor apresuradamente
cuando James se acercó a ellos.

—¿Están contando secretos, mis niños? —dijo el mayor


de los dos hermanos de Catriona. —Sólo piensen en lo que
dirá nuestra abuela si los atrapa. ¡Modales, modales! ¿Quién
diablos es ese tipo que se llevó a Rothesay tan
rápidamente, Cat? Morag me dice que se ha estado
tomando libertades contigo. ¿Tienes interés ahí, lassie?

—Justamente le estaba preguntando sobre eso —dijo


Ivor, dándole una mirada de advertencia.

—Y, como te estaba diciendo… —dijo Catriona con


dulzura. —Sé que los hombres lo llaman “Fin de las
Batallas”. Pero el abuelo le hizo admitir que es Sir Finlagh, y
nuestra abuela se enteró de que es un MacGill. Nos dijo que
vivió en Lochaber cuando era niño y luego en el este de Fife.
Además, llegó a Rothiemurchus desde las fronteras.

—He oído hablar de “Fin de las batallas” —dijo James


con el mayor respeto. —Dicen que es uno de los mejores
espadachines de Escocia y también un buen arquero. Sin
embargo, no sabía que era el hombre de Rothesay. ¿Vivió
durante un tiempo en el este de Fife, dices? —añadió James,
cambiando su mirada de Catriona a Ivor.
Ivor se enfrentó a esa mirada astuta, sin pestañear. Pero
aunque la curiosidad de Catriona siempre se removía,
esperaba fervientemente que James no la interrogara más
sobre Fin y, por lo tanto, no lo instó a decirle por qué la
temporada de Fin en Fife parecía tan importante.
Algo inusual estaba sucediendo y, aunque ella creía que
Fin podía defenderse, no quería ponerle las cosas más
difíciles al tratar de explicárselo a sus hermanos. Si lo
intentaba, inevitablemente terminaría ella misma o Fin, o
ambos y tal vez Ivor también, en problemas.

Cuando los dos grupos se reunieron en el estrado, el


Mackintosh presentó a sus damas y Morag a Rothesay,
quien asintió con una sonrisa y una palabra agradable para
cada una de las mujeres mayores. Luego, saludando a
Catriona, sonrió y ella vio por qué otros lo llamaban
encantador. Tenía un aire atractivo a su alrededor, pero no
era tan alto como Fin ni tan ancho de hombros. Sus ojos
brillaban pero eran de un azul ordinario.
—Puedo ver que mi visita será muy agradable —dijo,
todavía sonriendo mientras la ayudaba a levantarse de su
reverencia. Sin soltar su mano ni apartar su cálida mirada
de la de ella, agregó: —Les agradezco a todos por su
hospitalidad.

Sintiendo los dedos de su abuela en la cintura, Catriona


retiró suavemente la mano y se volvió obediente para
ocupar su lugar en la mesa alta.

Mientras estaba de pie junto a Morag, escuchó al


Mackintosh invitar a Rothesay a tomar la silla central,
reservando el asiento a la derecha del príncipe para él. A
continuación, le indicó a Shaw que se sentara a la izquierda
de Rothesay, y añadió con ligereza que a las damas no les
importaría sentarse un asiento más abajo de lo habitual
para hacer espacio.
—Verá, ustedes son sólo cuatro —le dijo a su esposa. —
Mientras que tenemos más de unos pocos hombres
adicionales. Los hombres queremos hablar —luego, como si
resolviera el asunto, agregó: —Además, Shaw tiene tanto
derecho como yo de sentarse junto a su invitado real.
Rothiemurchus pertenece a Shaw, después de todo.

Rothesay se inclinó ante Lady Annis y dijo con una


amplia sonrisa. —Diré, su señoría, que bajo cualquier otra
circunstancia me opondría enérgicamente a que me
privaran de su encantadora presencia a mi lado. Usted y yo
debemos hablar más tarde.
Con una sonrisa irónica propia, dijo: —Espero con ansias,
mi lord.
Mientras Catriona se movía para permitir el cambio, se
preguntó si el regreso de su padre pondría fin a sus paseos
con Fin. Ella los disfrutaba y la repentina conciencia de que
Shaw podría prohibirlos de ahora en adelante le hizo darse
cuenta de lo mucho que le gustaban.

Cuando los criados empezaron a presentar bandejas de


comida, Ealga se inclinó hacia Lady Annis. Sin embargo,
Catriona la escuchó con claridad cuando dijo: —
¿Crees que el joven siempre habla a las mujeres de una
manera tan familiar?
—Aye —dijo Lady Annis, mirando más allá de ella a
Morag y Catriona. —Espero que ustedes dos hayan
escuchado eso, ¿no es así?
—Aye, señora —dijo Catriona.

—He notado que tienes oídos agudos, lass —dijo su


abuela. —Confío en que tendrá la sensatez de no volverte
tan amiga de Rothesay como lo has hecho con Sir Finlagh.

—No debe ser grosera con Rothesay, mamá —dijo Ealga.


—Él es nuestro invitado.

—Él es alguien que asumirá el estímulo cuando quiera —


dijo Lady Annis, mirando con severidad a Catriona. —Si eres
prudente, no le darás ninguna. Tú tampoco, Morag. No
pienses que ser la esposa de James disuadirá a ese
muchacho.
—Fe, mamá —dijo Ealga. —Hace que parezca que
Rothesay se comportaría incorrectamente con ellas. ¡Seguro
que no lo haría en nuestro propio castillo!
—Tonterías —replicó Lady Annis. —Ese joven
sinvergüenza se atrevió a coquetear conmigo, ¿no es así?
Dicen que coqueteará, aye, y mucho más que coquetear si
lo desea, con cualquiera que use falda. Prestarás atención a
mi advertencia, Catriona. Tú también, Morag.
Catriona se alegró de que su padre estuviera hablando
con su abuelo en ese momento, pero a coro con Morag dijo
obedientemente. —Me cuidaré, señora.
La cena fue demasiado larga, aunque sabía que eso era
solamente porque tenían más hombres que alimentar de los
que habían tenido durante meses.
Con los hombres de Rothesay y los de su padre en el
salón inferior, y sus hermanos y los nobles de Rothesay en
la mesa principal, el fragor de la conversación hizo que a las
cuatro mujeres les resultara difícil escucharse entre sí. Su
abuelo, en particular, tenía una voz retumbante.

Al oírlo levantarse entonces, Catriona recordó con una


sonrisa que Fin había pensado que el Mackintosh debía
estar decrépito. Se preguntó qué le había dado esa idea.
 

***
 

Fin había esperado encontrar la oportunidad de hablar


con Ivor mientras comían, pero James lo había invitado a
sentarse entre ellos, con Ivor a la derecha de Fin.
—Verás —dijo James. —Nuestro abuelo querrá hablar
con Rothesay y también preguntarle a mi padre sobre todo
lo que hemos estado haciendo en el sur. Entonces, este es
un buen momento para que conozcamos sobre ti. Mi
hermana dijo que eres de Lochaber. ¿Qué parte?

Desde la derecha de Fin, Ivor dijo: —Rayos, James, no lo


interrogues mientras está tratando de comer. Pronto tendrás
al abuelo quejándose de que no puede oír en este
estruendo, y como estás sentado a su lado... —él sonrió.
—Aye, eso es cierto —le dijo James a Fin. —Al abuelo le
gusta gritar de vez en cuando y uno se cuida de no ser el
objetivo más cercano. Podemos hablar de manejo de la
espada. He oído a hombres hablar de su destreza tanto en
el campo como en las justas, Sir Finlagh. ¿No fuiste uno de
los doce caballeros seleccionados con Rothesay para el
torneo de la Reina?
Esa táctica era una que Fin estaba acostumbrado a usar
para desviar el tema, tomando la primera oportunidad para
cambiar la discusión a las habilidades de otros hombres.
Dado que los otros dos habían luchado en la parte este de
las fronteras con el Conde de Douglas, mientras que Fin
había pasado su tiempo con Rothesay cerca de Edimburgo o
Stirling, tenían mucho que discutir.

En un momento dado, James dijo: —Puedo ver por qué


nunca nos conocimos en las Fronteras. Rothesay se cuida
mucho de mantenerse fuera del camino de Douglas, ¿no es
así?

Fin también era experto en evitar ese tema. El hijo de


Archie el Severo, el cuarto Conde de Douglas, cuñado de
Rothesay y cariñoso con su propia hermana, carecía incluso
de la escasa tolerancia de su difunto padre hacia las
costumbres libertinas de Rothesay.

Fin dijo en voz baja. —Rothesay es su propio hombre, sir.


Uno en mi posición no cuestiona sus motivos ni los discute,
como estoy seguro de que comprenderá.

—Lo comprendo, aye. He oído que tiene un


temperamento diabólico. También he oído que seremos sus
anfitriones durante un tiempo más.
—Si espera que le diga cuánto tiempo, no puedo
complacerlo —dijo Fin con una sonrisa. —Rara vez comparte
sus intenciones exactas.

Hablaron de otras cosas hasta que el Mackintosh indicó


que la comida había terminado y sugirió que Rothesay y
Shaw se reunieran con él en la cámara interior.

Cuando Shaw le indicó a James que fuera con ellos, Ivor


le dijo en voz baja a Fin. —No te atrevas a ir a ningún lado
hasta que hayamos hablado, muchacho.

—Justamente iba a decirte lo mismo, aunque con más


cortesía —dijo Fin con una leve sonrisa. —Después de todo,
estoy disfrutando de la hospitalidad de tu familia.

—Si eso fue una crítica sobre mis modales, podemos


salir al patio para discutir cuál de nosotros tiene mejores —
replicó Ivor con un brillo en sus ojos.

—Halcón, ya deduje de dónde sacó tu hermana su


temperamento —dijo Fin. —No necesitas recordármelo.

—¿Qué hiciste para saber que ella tiene mal genio? —


preguntó Ivor.
—Nada que pueda ponerle los pelos de punta a un
hermano, como deberías saber tú que me conoces mejor
que nadie —respondió Fin con calma.
—Puede que te haya conocido una vez, León. Pero ni
siquiera entonces supe tu verdadero nombre. Y, por lo que
sé ahora, los acontecimientos pueden haberte cambiado
más allá de mi comprensión.
—Podría decir lo mismo de ti —dijo Fin, mirando a su
alrededor para asegurarse de que nadie más se había
acercado lo suficiente para escuchar lo que decían. En un
tono más bajo, agregó. —¿No sería mejor hablar en el patio
o en otro lugar?
—Iremos a mi habitación —dijo Ivor. —No es más que un
agujero en la pared. Compartía una más grande con James
antes de que se casara y esa opción desapareció.
—Me imagino —dijo Fin, sonriendo. —Entonces, guía el
camino.
 

***
 

A pesar del alivio de Catriona de que la comida hubiese


terminado, estaba molesta al verse relegada a la compañía
de mujeres y más aún al ver a Ivor llevarse a Fin y subir las
escaleras, sin siquiera una palabra de ninguno de los dos
para ella.

Vio que Morag estaba igual de molesta cuando James


siguió a su padre a la cámara interior, pero no encontró
consuelo en eso.
Aunque Catriona quería saber qué buscaba Rothesay
con sus parientes, le importaba más lo que Fin e Ivor decían.
Habiendo acordado ambos explicarle su relación, ella
esperaba que lo hicieran juntos.
—Me voy a la cama —dijo Morag a todos en general. —Si
ves a James, ten la bondad de decirle que estaré ansiosa de
darle la bienvenida cuando venga a verme.
Catriona asintió, pero no tenía intención de esperar a
que James reapareciera.
Creyendo que Fin la buscaría más tarde si Ivor no lo
hacía, trató de pensar cómo podría evitar pasar el tiempo
hasta entonces cosiendo o haciendo frivolidades en el solar
de damas con su madre y su abuela.
Si ese era su destino, sabía que con tantos hombres en
el castillo, las mujeres mayores insistirían en que se fuera a
la cama cuando ellas lo hicieran.
Sin embargo, su excusa para evadir eso tenía que ser
plausible y no se atrevía a mentirles. No sería prudente, por
ejemplo, decir que se iba a la cama si tuviera la intención de
deslizarse por la puerta trasera para contemplar las
estrellas, como hacía con frecuencia. En cualquier caso no
era prudente esa noche. Su padre había traído suficientes
hombres con él para llenar dos caballetes del pasillo inferior
durante la cena, y muchos dormirían en el patio.
Después de meses de sentirse casi vacío, el castillo
ahora se sentía lleno a rebosar.
 

***
 

Halcón tenía razón. Su habitación era demasiado


pequeña, y se sintió aún más pequeña cuando se volvió
hacia Fin después de encender varias velas.
Todavía sostenía la vela que había sacado de una caja al
pie de la escalera y la había encendido con una antorcha en
uno de sus nichos. Apagando la vela ahora, miró larga y
pensativamente a Fin, y con severidad, como si Fin fuera un
escudero errante.

Fin se encontró con la mirada en silencio hasta que


Halcón lo agarró por los hombros y los apretó con fuerza,
diciendo. —Es bueno verte, León. No puedo describir cómo
me sentí cuando vi que el río Tay te tragaba y te arrastraba
hacia el mar. Cuando te hundiste...

Se dio la vuelta y se ocupó de la vela más cercana como


si hubiera chisporroteado.
Fin sabía que no lo había hecho. —Dejé que la corriente
me llevara por un tiempo, no fuese que alguien levantara un
arco y acabara conmigo.
—¡Rayos, no creerías...!

—Nay, nay, aunque eres el único hombre que conozco


que podría haber hecho un tiro así —un recuerdo repentino
de Catriona, jactándose, lo hizo reír.
—¿Que es tan gracioso?
—Tu hermana me dijo que su hermano Ivor era el mejor
arquero de toda Escocia y le informé rotundamente que
conocía a uno mejor. Quizás debí haber sospechado la
verdad entonces. Después de todo, estabas luchando con el
Clan Chattan contra nosotros.
—Estaba, aye. Pero no creo que ninguno de los dos
estuviera pensando mucho al final de esa batalla. Fue un
asunto espantoso.
—Aye, y todo fue obra de Albany, según Rothesay —le
dijo Fin.
—Mi padre lo sospechaba que desde el principio, a pesar
de que Su Gracia, el Rey, dio la orden de juicio por combate.
A Albany no le agradamos aquí en el norte, especialmente
el Clan Chattan. Después de todo, éramos aliados del último
Lord del Norte. Y nos hemos negado a permitir que el hijo
inútil de Albany lo suceda en lugar de Alex.
—Es cierto, aye. Nadie en el norte podría querer que
Murdoch Stewart ocupara el lugar de Alex en Lochindorb.
Según todos los informes, Alex es un mejor hombre y
guerrero.
—Donald de las Islas podría preferir a Murdoch por ser el
más débil —dijo Ivor. —Pero eso no importa, León. ¿A dónde
fuiste cuando saliste del Tay?

—¿Dónde crees?
—¿St. Andrews?
Fin asintió.
—Ya veo. Entonces viste a Su Reverencia. ¿Le dijiste lo
que había pasado?

—Lo hice, aye. En estos momentos, es el único hombre,


salvo tú, que puede identificar al cobarde que abandonó el
campo arrojándose al río.
Lanzándole una mirada sombría, Ivor dijo: —¿Le dijiste
que te dije que te fueras?

—Nay, estaba seguro de que se lo dirías tú mismo si


quisieras que él lo supiera.
—Te agradezco por eso, creo. Sin embargo, plantea otro
problema. Verás, he servido a Alex Stewart como tú a
Rothesay, y mientras estábamos en las Fronteras, Traill me
llamó. Me dio un mensaje para que Alex fuera a Moigh,
diciéndome que no se atrevía a poner nada por escrito por
temor a que terminara en las manos equivocadas. Cuando
nos encontramos con Davy en Perth, alguien le acababa de
decir que íbamos a encontrarnos aquí.
—Ése era mi hombre, Toby Muir —dijo Fin. —Rothesay
me envió para persuadir a tu abuelo para que organizara la
reunión, y el Mackintosh quería que se llevara a cabo aquí.
También envié un mensaje a Lochindorb en caso de que
Alex regresara mientras tanto.
—Entonces, Traill debe estar muy involucrado en esto,
¿no es así?
—Aye, porque me envió a servir a Davy hace dos años
—dijo Fin.

Un fuerte golpe doble en la puerta los desvió a ambos.


Cuando Ivor gritó. —Entra —la puerta se abrió para
revelar a Catriona con una jarra y dos copas en la mano.
—Abuela pensó que a ustedes dos les gustaría un poco
de vino —dijo, sonriendo con picardía. —Yo misma lo he
traído hasta aquí para preservar su privacidad. ¿No merece
tal esfuerzo un pago adecuado?
Capítulo 8
 

Catriona miraba con cautela mientras Ivor le quitaba la


jarra, tratando de decidir si estaba enojado o divertido.
Cualquiera de los dos estados de ánimo la molestaría, pero
el último era más seguro.
Dijo: —Pasa, Cat, para que pueda cerrar la puerta. Pero
te advierto que es posible que no te enteres de todo lo que
quieres saber. Algunas cosas no son para que las escuches.

—Cielos, tú entre todas las personas deberías saber que


puedo guardar un secreto —dijo. —Me callaré acerca de que
ustedes dos se conocen —agregó cuando él frunció el ceño.
—Pero sólo si me dicen cómo llegó a ser así.

—Espero que eso no sea una amenaza —dijo Ivor, su


tono hizo que un escalofrío recorriera la espalda de ella.

—No la regañes, Halcón —dijo Fin. —Ya le prometí


decirle lo que pudiera, pero quería discutir las cosas primero
contigo.

—Aye, bueno, nos conocimos en St. Andrews —dijo Ivor,


tomando la jarra y sacando el tapón. Mientras vertía vino en
una de las copas, agregó: —Recordarás que el abuelo y
nuestro padre me enviaron al obispo de allí hace algunos
años.

—A estudiar, aye —dijo, tratando de recordar lo que


podía de esos días. —No era más que una niña cuando te
fuiste, siendo seis años más joven que tú.
Con la sonrisa rápida e inesperada que a menudo la
sorprendía después de haberlo molestado, le tendió la copa
a Fin y dijo: —Lo sé, lass.

—Sólo quise decir que no puedes esperar que recuerde


mucho sobre esos días. Debía de tener unos cuatro años
cuando te fuiste. Y aunque volvías todos los años para una
visita... el tiempo suficiente para enseñarme cosas como
remar en nuestra balsa y nadar... estuviste fuera la mayor
parte del tiempo hasta que yo tuve casi diez años. No sé
nada de St. Andrews, excepto que aprendiste a leer bien allí.
—Lo hicimos, aye, y aprendimos mucho más —dijo Ivor.

—Además, me enseñaste letras y números.

—El Obispo Traill cree en la educación de cualquiera que


quiera aprender y de muchos que no —dijo Ivor con una
mirada irónica. —Él cree que si los hombres aprenden la
historia de lugares más allá de su comprensión, y unos de
otros, se entenderán mejor a sí mismos y a otros hombres...
también otros países, como Inglaterra y Francia.

—Pero si fueras un estudiante con Fin... con Sir Finlagh


—se corrigió apresuradamente. —Entonces, ¿por qué no
sabías su nombre? —ella miró a Fin, pero él guardó silencio.

—Por la misma razón que él no sabía mi nombre —dijo


Ivor. —Los estudiantes de Traill estudian en St. Andrews por
invitación. Él elige principalmente a los hijos más jóvenes de
poderosos nobles y miembros del clan, así como a otros
muchachos que se muestran prometedores en sus estudios,
o con armas, o de otras formas.

—¿De qué otras formas?

Ivor sonrió de nuevo. —Un amigo nuestro ya había


adquirido mucha experiencia en veleros y galeras cuando se
unió a nosotros.

—Puedo ver cómo los barcos podrían ayudar al obispo a


difundir el entendimiento, si eso es lo que tenía que hacer.
Pero, ¿por qué un hombre de iglesia les enseñaría destreza
con las armas?

—Porque, en nuestro mundo, esa habilidad gana el


respeto —le dijo Fin. —Y cuando un hombre inspira respeto,
los demás lo escuchan. Si no es así, no lo hacen.

—¿Por qué hijos menores, entonces? —a Ivor, añadió


rápidamente. —En verdad, sir, creo que James impondría
respeto más fácilmente porque heredará Rothiemurchus.
Incluso podría heredar la capitanía del Clan Chattan.
—Aye, claro —dijo Ivor. —Pero Traill prefiere enseñar a
los hombres con más probabilidades de ir al mundo. Verás,
lass, aunque algunos hijos mayores logran el título de
caballero, todos los que sobreviven el tiempo suficiente
eventualmente tienen que ocuparse de sus propiedades y
de su gente.

—El Obispo Traill nos habló mucho sobre esto a lo largo


de los años —dijo Fin. —También busca muchachos que
tengan menos probabilidades que los hijos mayores de estar
completamente empapados de las rivalidades de su clan. La
razón por la que tu hermano y yo no sabíamos los nombres
del otro es que tan pronto como llegamos a St. Andrews,
recibimos nuestros nombres de estudiantes...

—Halcón y León —dijo, recordando que Ivor lo había


llamado León.

—Aye —dijo Fin. —Y los demás tenían similares. Tuvimos


que jurar por nuestro honor no buscar información sobre
otros estudiantes, sus clanes o sus hogares. Nuestro mundo
mientras vivíamos en St. Andrews tenía que ser St.
Andrews, porque veníamos de todas partes de Escocia y Su
Reverencia no quería que estallara una guerra de clanes en
el castillo.

—De todos modos, me temo que yo habría intentado


averiguarlo —dijo Catriona.

La sonrisa de Fin la reconfortó. —El obispo lo hizo una


cuestión de honor, mi lady, y todos anhelábamos conseguir
el título de caballero. Sabíamos que si sacrificábamos
nuestro honor para satisfacer la mera curiosidad, ese
objetivo volaría más allá de nuestro alcance. Traill también
cree en la caballerosidad. Y tenía un brazo derecho fuerte
con una tabla o una correa.

—¿Entonces tú e Ivor no se han visto desde entonces,


hasta ahora?

Los dos hombres se miraron.

—¡Lo han hecho! —exclamó ella. —Entonces, ¿no


conocieron los nombres del otro?

Entendiendo por el rostro inexpresivo de Ivor que dejaría


que él respondiera esa pregunta, Fin dijo: —Nos hemos visto
una vez desde entonces. Pero sólo una vez y en
circunstancias que permitieron sólo una breve conversación.

Ella lo miró a los ojos y pareció estudiarlo durante un


largo momento antes de decir. —No me vas a decir más que
eso, ¿verdad?

—Todavía no —dijo. —Tu hermano y yo debemos hablar


más antes de hacerlo.

—Entonces, a pesar de todas nuestras conversaciones


juntos, todavía no confías en mí para guardar silencio.
Él vaciló y, por la expresión de su rostro, supo que había
dudado demasiado. Una mirada a Halcón... Ivor... le indicó
que no obtendría ayuda allí, por lo que Fin sostuvo la mirada
de Catriona mientras decía: —Te dije que revelaría lo que
pudiera y lo he hecho. Por mi verdad, aunque hay más que
contar, que no te lo diga tiene poco que ver con mi
confianza en ti y mucho que ver con el hecho de que aún no
sabemos si la información puede ponerte en peligro a ti o
incluso a nosotros mismos.

—Pero...

—Eso es suficiente, Cat —dijo Halcón. —Conoces al


hombre desde hace poco más de una semana, por lo que no
puedes esperar que confíe en ti en general. Esa confianza
no florece tan rápidamente, sino que debe crecer con el
tiempo. Además, si esperas que él confíe en ti, primero
debes esforzarte por confiar en él. ¡Piensa, lass! Este asunto
es uno sobre el que él, y yo también, sabemos mucho más
que tú. Si te decimos que puede ser peligroso para ti saber
demasiado, debes confiar en nosotros.

Fin se dio cuenta de que se mostraba reacia a aceptar el


argumento de Halcón. Entonces, cuando ella desvió la
mirada hacia él, la sostuvo hasta que ella arqueó la boca
con ironía y suspiró. Entonces supo que ella cedería.

Por más tentado que estuviera de prometerle que le


diría todo lo antes posible, no lo haría sin saber que podría
cumplir esa promesa. Él hablaría con ella más tarde, de
forma más privada, y si ella quería pelear con él entonces,
podría hacerlo. Podía decir por la expresión de Ivor que no
ampliaría la discusión para calmar su temperamento y que
Ivor todavía tenía más que decirle.

El silencio se prolongó durante uno o dos segundos


antes de que Ivor dijera tranquilamente. —Podría contarte
algunas buenas historias sobre los días de Fin en St.
Andrews, Cat. Pero me temo que puede tener peores que
contar sobre mí.

Entonces ella sonrió. —Les sacaré esas historias a los


dos algún día.

—Aye, claro, lo harás —dijo. —Por ahora, sin embargo,


debes dejarnos con nuestra charla. Te agradecemos el vino,
aunque tengo la fuerte sospecha de que fue tu propia idea y
no la de la abuela traerlo.

Riendo, les dio las buenas noches a los dos y salió de la


habitación.

Ivor dijo: —No imagines que vas a ir a ninguna parte,


muchacho.

—No lo hago —dijo Fin, tendiendo su copa. —Pero quiero


más vino.

Ivor volvió a llenar ambas copas y dijo: —Se me ocurre


que todavía no sé exactamente quién eres. ¿No crees que
es hora de que me lo digas?

—Lo creo, aye —dijo Fin, mientras varias formas de


decirlo pasaban por su mente. Optando por la franqueza,
dijo: —Mi padre era Teàrlach MacGillony.

—El rey de los arqueros, que murió en Perth. Debe ser el


hombre junto a quien estabas arrodillado cuando te vi.
Entonces no estaba seguro de que eras tú, no hasta que te
pusiste de pie. Entonces eres un Cameron completo y no de
una de las tribus menores. ¿Le has revelado ese interesante
dato a mi abuelo?

—No tuve que hacerlo. Dijo que me parezco a mi padre


y me reprendió severamente por decirle a Lady Annis que
su nombre era Teàrlach MacGill. Dijo que mi papá me habría
azotado por decir tal cosa. Él lo habría hecho.

—Ese fue un día terrible, esa batalla en Perth —dijo Ivor


con seriedad. —Vamos a tener que decirles la verdad, ya
sabes.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Fin, esperando que sus


propios pensamientos más profundos sobre la venganza y
los juramentos sagrados no se hubieran revelado. —¿Tú
no...?
—Me temo que no fui del todo sincero después con mi
padre y otros del Clan Chattan, y James no estaba allí.
Maneja una espada con habilidad, pero no ha ganado su
título de caballero. Y, como recordarás, ese día la orden real
fue de treinta campeones en cada bando.
—Así que eres mejor espadachín que James. Eso no me
sorprende, Halcón. Eres más hábil que la mayoría, aunque
no tanto como con un arco.
—No soy lo suficientemente hábil con una espada para
derrotarte, León. Cielos, sin embargo, espero que sea mejor
que empecemos a llamarnos Fin e Ivor ahora.
—¿Qué le dijiste a tu gente?

—Después de que te sumergiste, mi padre preguntó qué


me habías dicho. Eso fue bastante fácil, ya que ninguno de
los dos había dicho mucho de importancia.

—Dije tu nombre —le dijo Fin. —No recuerdo lo que dije


después de eso —entonces recordó más. —Dije que
te despellejarían, pero tú me dijiste que serías un héroe.
Hasta después no me di cuenta de que habías querido decir
que me llamarían cobarde. Y así era, supongo. Pero no podía
pelear contigo.
—No seas tonto, hombre. ¿Habrías entrado en ese río si
no te hubiera instado a que lo hicieras? Y no finjas que no lo
hice. Me escuchaste y me entendiste claramente.

—¿Lo hice? Dudo que estuviera pensando en absoluto


entonces.
—¿Me dirías a la cara que no tuve nada que ver con que
te hayas ido?
Fin sacudió la cabeza. —Sabes que no haré eso. Pero
tampoco estoy de acuerdo en que les digas que fue idea
tuya. Tomé la decisión, amigo mío.
—¿Seguimos siendo amigos entonces? ¿Nada ha
cambiado?

—En lo que a mí respecta, tú y yo seguimos siendo tan


cercanos como hermanos. Rayos, me siento más cerca de ti
de lo que nunca me sentí con Ewan —el recuerdo de la
venganza que había jurado reclamar se agitó entonces con
tanta dureza que hizo todo lo que pudo para no hacer una
mueca en respuesta a ella. Pero, ¿cómo podría matar al
padre de su mejor amigo, el padre de Catriona? Entonces
escuchó la voz de ella en su mente: “La vida es siempre
más importante que la muerte”, había dicho. “Un hombre
honorable no puede matar para proteger su honor”.
—¿Qué pasa? —le preguntó Ivor.
—Nada —dijo Fin. —Si no les dijiste la verdad, ¿qué les
dijiste?
—Les dije lo mismo que te había dicho a ti, que ya yo
había tenido suficiente muerte por un día y pensé que
alguien de tu lado debería seguir con vida para contar su
versión de la historia. Mi padre estaba seguro de que debías
haberte ahogado, pero tendremos que decirle a él y al
abuelo la verdad... aye, y también a James.

—Y Catriona —dijo Fin. —No espero con ansias eso.


—Así que todavía no le has hablado de Perth. ¿Ni
siquiera que estuviste ahí?

—No le he mencionado Perth —se le ocurrió que, en St.


Andrews, Halcón habría sido la primera persona a la que le
habría confiado su dilema. Lo habrían hablado hasta que
ambos hubieran acordado cuál sería el mejor curso de
acción. Que no pudiera hacer eso ahora se sumaba al dolor
que le había costado su indecisión a lo largo de los años.

—Debes decírselo —dijo Ivor. —Pero retrocede cuando lo


hagas. No la llamamos gata salvaje sin razón. Tiene garras,
afiladas, y aunque las mantiene enfundadas la mayor parte
del tiempo, no duda en usarlas cuando está enojada.
—Como dije antes, he visto que tiene un temperamento
irascible, pero por lo general parece mantenerlo bajo control
—dijo Fin.
—Sólo espera —le advirtió Ivor con una sonrisa. —Ahora,
guardo unos dados aquí. ¿Estás dispuesto a lanzar contra mí
por un tiempo?
—Aye, claro —dijo Fin, levantando un taburete mientras
Ivor acercaba una mesa a la cama estrecha y luego se sentó
en la cama.
Mientras lo hacía, Fin tuvo la repentina idea de que el
infierno podría ser un lugar donde todos los residentes se
enfrentaban a un dilema como el suyo, y donde la única
salida era encontrar la respuesta correcta a una pregunta
incontestable.
 
***
 

Catriona se había detenido frente a la puerta de Ivor,


porque cuando la había cerrado, escuchó a Ivor decir. —No
imagines que vas a ir a ninguna parte, muchacho.

Pero una vez que la pesada puerta se cerró, sólo pudo


oír el zumbido de sus voces. Podía distinguir la voz de Fin de
la de Ivor, pero no podía distinguir sus palabras.
Además, sabía que a Ivor se le podría ocurrir que ella
intentaría escuchar. Si la atrapaba, no quería pensar en las
consecuencias.
No quería ir a su propia habitación, porque no tenía
sueño y Ailvie estaría allí. Tampoco quería reunirse con las
mujeres mayores. Quería pensar, lo que requería soledad,
así que bajó silenciosamente a la cocina.
Estaba oscuro, excepto por el resplandor de las brasas
en la enorme chimenea. Pero las brasas arrojaban suficiente
luz para mostrarle el camino a la cocina y revelar a Boreas
acurrucado junto a la chimenea con el gatito que lo había
adoptado tendido sobre su cuello. Boreas abrió los ojos y
luego los cerró cuando Catriona le indicó que se quedara.
Levantó la barra de la puerta de la cocina, la abrió y
salió. Luego, apoyada contra la pared, inhaló el aire fresco
de la noche y se relajó, mirando el espeso manto de
estrellas en el cielo sin luna mientras consideraba lo que
Ivor y Fin le habían dicho y trataba de imaginar su vida en
St. Andrews.
Mientras lo hacía, se dio cuenta de que los dos hombres
tenían mucho en común. Ambos tenían un aire de tranquila
confianza, y por lo que había visto de la habilidad de Fin con
la espada, era casi tan buen espadachín como Ivor. Ella
sonrió, dándose cuenta de que ambos debían haber estado
pensando en Ivor cuando discutieron sobre los grandes
arqueros.
Siempre había pensado que era fácil hablar con Ivor y,
en comparación con James, lo era. Era incluso más fácil
hablar con Fin, porque él expresaba más interés en lo que
decía. Ivor era impaciente y era menos probable que
escuchara con tanta atención o discutiera las cosas tan a
fondo como Fin. E Ivor nunca había alterado sus sentidos de
la manera...

Sintiendo el fuego surgir en sus mejillas por la dirección


que habían tomado sus pensamientos ociosos, e
imaginando la reacción indignada de Ivor ante tal
comparación, se dio cuenta de que Fin lo superaba de otra
manera. Aunque siempre había intentado evitar despertar el
temperamento de Ivor, la sola idea de enfurecer a Fin le
preocupaba más.

Mientras Ivor se enfurecía e incluso podría vengarse, Fin


sólo tenía que mirarla para hacerla sentir su disgusto.
Pensando entonces en qué más podía hacerle sentir Fin,
dejó que su imaginación se quedara en esos pensamientos.
Al darse cuenta de repente de que cuanto más se
quedaba, más se arriesgaba a ser descubierta, volvió a
entrar y colocó la barra al otro lado de la puerta, esperando
no encontrarse con su padre en su camino hacia arriba. Con
tantos hombres extraños en el castillo, Shaw no aceptaría la
excusa de que sólo buscaba la soledad y el aire fresco.
Haciendo una mueca al pensar en su respuesta más
probable, que le daría toda la soledad que necesitaba
confinándola en su dormitorio durante una semana, se fue
rápidamente.
 
***
 

—Hay otra cosa que me gustaría preguntarte —dijo Fin,


después de que él e Ivor habían lanzado a los dados por
apuestas exorbitantes, aunque imaginarias, durante un
tiempo. —Verás, he estado pensando más en el Obispo Traill
y nuestra reunión aquí.

—Yo también —dijo Ivor, recogiendo los dados en la


taza. Cubriendo un bostezo, agregó. —Traill puede tener
mucho más que ver con este asunto de lo que sabemos.
—Estoy empezando a pensar que sí —admitió Fin. —
Como obispo de St. Andrews, la familia real lo escucha y,
por lo tanto, ejerce influencia sobre el rey y la reina, así
como sobre Rothesay, por lo que quizás también influya en
Albany. Y tal vez… —hizo una pausa. —¿Sabes quién más
asistirá a la reunión de Rothesay aquí?

—Pensé que sería sólo mi abuelo, mi padre, Alex y los


secuaces de Davy. ¿Quieres decir que vendrá alguien más?

Fin asintió. —El Lord de las Islas.


—¿Donald? Pero todos en Great Glen, aye, y al oeste de
él también, harían todo lo posible para evitar que sus barcos
tocaran la costa y mucho menos permitirle cruzar sus tierras
con su ejército para llegar aquí. Todo el mundo sabe que él
codicia el control del oeste de las Highlands y más. ¿Cómo
diablos va a llegar aquí?
—Llevará salvoconductos de Rothesay y el Mackintosh, y
no trae ejército, sino sólo una pequeña escolta de hombres,
como hará Alex —dijo Fin. —Verás, Rothesay los necesita a
ambos para estar con él contra Albany. El Mackintosh
sugiere, y estoy de acuerdo, que Davy probablemente
quiera que ambos le prometan sus votos cuando su
mandato provisional como Gobernador del Reino expire en
seis meses. Después de todo, si están de acuerdo con eso,
la mayoría de los hombres que los apoyan a ellos también
apoyarán a Davy.
—Entonces es posible que alguien más de nuestro grupo
esté sirviendo a Donald, como yo sirvo a Alex y tú sirves a
Davy. Muchos de nosotros podemos estar metidos en esto.
—Aye —asintió Fin. —Y si es así, nos convertimos en
parte de una conspiración mucho mayor contra Albany, ¿no
es así? Mi preocupación es que cuantas más personas
involucre a Davy, mayor será el riesgo de que Albany se
entere.

—Apuesto a que ya lo ha hecho. ¿Davy comprende el


peligro que él corre?
—Sabes que Albany quiere volver a tomar la
gobernación en sus propias manos. En verdad, Davy cree
que su tío codicia el trono.

—Albany no es el siguiente en la línea —señaló Ivor.


—Nay, pero el hermano de Davy, James, sólo tiene siete
años, y Albany es el siguiente después de él.
—Algunos dirían que Albany está mejor preparado para
tomar el trono que Davy. Muchos más están de acuerdo en
que Escocia necesita un rey más fuerte.
—Aye, pero Davy es el heredero y creo que será un rey
fuerte. Verás, cree en la gente. Albany sólo cree en adquirir
poder para sí mismo.
—Tendremos que esperar, entonces, y ver quién triunfa,
¿no es así?
—Aye —dijo Fin. Pero sintió un escalofrío subir por su
columna cuando lo dijo.
—Estoy listo para irme a la cama —dijo Ivor. —No he
dormido una noche completa en cuatro meses.
—Te dejo entonces —dijo Fin, extendiendo su mano. —
Me alegro de tenerte como mi amigo, Halcón, y de estar
hablando contigo de nuevo.
Agarrando firmemente su mano extendida, Ivor la
estrechó y dijo. —Yo también, León.

Fin se fue entonces, con la esperanza de que seguirían


siendo amigos cuando los acontecimientos que se habían
puesto en marcha se hubieran desarrollado.
Al doblar la curva iluminada por antorchas antes del
rellano, se encontró con Catriona que subía corriendo las
escaleras. Ella se detuvo, mirándolo con los ojos muy
abiertos, sus mejillas llenas de color.
Divertido, dijo con severidad. —¿Y qué travesura has
estado haciendo, mi muchacha, para poner tanto fuego en
tus mejillas?
Catriona miró a Fin, sintiendo su mirada con cada fibra
de su ser.

De pie dos escalones por encima de ella, parecía más


alto y más grande que nunca, y llenaba la escalera, ella se
dio cuenta de que tendría que rozarlo para pasar.
Sintió que el calor en sus mejillas se extendía por otras
partes cuando la idea de presionarse contra él se convirtió
en una imagen mental que incluyó sus brazos deslizándose
alrededor de ella y acercándola. Respiró hondo pero no
pudo pensar.
—El gato te comió la… —se interrumpió, riendo. —
Imagino que ese viejo dicho no encuentra mucho favor
contigo, ¿verdad?

—No, aunque mis hermanos llevan mucho tiempo


encantados de encontrar nuevas formas de decir esas
cosas. Uno de los favoritos de James fue siempre prometer
que haría algo antes de que la Gata pudiera lamerse la
oreja.
—¿Es esa tu forma discreta de decir que sería más
prudente no llamarte gata como ellos lo hacen?
—No quise decir eso, nay —consciente de que estaba de
pie fuera de la habitación de su madre y se preguntaba si
las otras mujeres habían subido las escaleras o los hombres,
miró con recelo la puerta cerrada.
Aparentemente ajeno a su preocupación, él dijo en un
tono de habla normal. —Aún no has dicho qué te pasó
para poner tanto color en tus mejillas.
—Quizás no sepas que estás bloqueando mi camino.
—¿Lo estoy? —bajó un escalón.
La tensión llenó el aire a su alrededor, erizándole los
pelos de los brazos y secándole los labios. Mojándolos con la
punta de la lengua, volvió a mirar hacia la puerta del
dormitorio de su madre y escuchó los pasos que podrían ser
los de su padre subiendo las escaleras. Mirando a Fin,
murmuró. —Sabes que lo estás.
Los ojos de él brillaron. —Nay, entonces, ¿por qué
debería? ¿Nerviosa, lass? Apuesto a que has estado
haciendo travesuras, entonces. Si es así, y si debo dejarte
pasar, creo que debería cobrar un peaje como pequeña
sanción por tu mala conducta.
—No me he portado mal.
—Ah, pero lo has hecho. ¿Por qué sino no seguirías
mirando esa puerta como si esperaras que se abriera y un
ogro saltara y te llamara para rendir cuentas?
—Le ruego, sir, baje la voz. Cualquiera que esté en esta
escalera te oirá —pero volvió a mirar la puerta, segura de
que estaba a punto de abrirse.
—Si temes que te descubran, será mejor que subas, ¿no
es así? Le diré a cualquiera que venga que estaba
coqueteando con una sirvienta que acaba de huir.
—Por el amor de Dios, ¿coqueteas con las sirvientas en
los hogares de otras personas? Pensé que sólo tu real amo
hacía esas cosas. Sin embargo, supongo que debí haber
sabido que serías como él.

Los ojos de él se entrecerraron peligrosamente, pero


antes de que ella tuviera tiempo de darse cuenta de que el
sentimiento que recorrió su columna no era miedo sino
placer por haber motivado en él tal mirada, ésta se
desvaneció. Él dijo: —¿Me vas a decir dónde has estado o
no?

Fingiendo considerar qué respuesta daría, dijo: —No,


creo. ¿Por qué debería confiar en ti con tanta seguridad
cuando tú no confías en mí?
—Así que eso todavía te duele, ¿verdad? —bajó de
nuevo, de modo que se paró en el rellano con ella,
parándose frente a ella como para ver si retrocedía.

Ella no lo hizo, pero su cuerpo vibraba ante su cercanía.


—No insistiré en que lo aceptes —dijo él en voz baja. —
Pero, como Ivor y yo te dijimos, si la noticia de lo que
discutimos fluye más allá de estos muros, podría poner a
otros en riesgo. Apostaría a que sólo te pondrías en riesgo a
ti misma respondiendo a mi pregunta.

—Quizás —dijo ella. —Pero quieres saber, y eso nos


iguala.
—¿Es así? —le puso un dedo debajo de la barbilla,
inclinando más su rostro. Moviendo su propio rostro
bastante cerca para que ella pudiera sentir su aliento en los
labios, dijo suavemente. —¿Estás tan segura ahora de que
estamos a la par, gatita?
La yema de un solo dedo suyo parecía quemar la suave
piel debajo de su barbilla, y podía oler la sutil esencia del
vino en el aliento que acariciaba sus labios. Sin pensarlo
conscientemente, separó los labios.

Él se inclinó más cerca, lentamente, tan lentamente que


ella no podía pensar, ni siquiera podía respirar. Sólo podía
anticipar el momento en que sus labios tocarían los de ella.
El momento se prolongó hasta que todo su cuerpo
hormigueaba y se calentaba, y luego su boca rozó la de
ella... ligera y tan suavemente que fue como si nada más
que un viento cálido hubiera seguido su aliento con olor a
vino para acariciarla.
Lo hizo de nuevo, y ella estaba tan concentrada en lo
que haría a continuación con su boca que cuando sus
manos le tocaron los hombros y acariciaron suavemente
hacia abajo, ella jadeó y se inclinó hacia él de puntillas,
presionando sus labios contra los de él.

La de él se sentía cálida y suave, pero ella apenas tuvo


tiempo para que ese pensamiento entrara en su mente
antes de que él deslizara sus brazos alrededor de ella y su
mano derecha se moviera suavemente por la espalda y bajo
el velo hasta que sus dedos pudieron entrelazarse en las
trenzas en la nuca. Él la abrazó, la besó y probó sus labios
con la lengua, suavemente al principio y luego con más
urgencia hasta que ella los separó y deslizó la lengua
dentro.
La mano que había permanecido en su hombro se movió
lenta y tentadoramente hacia la parte baja de su espalda,
provocando sus sentidos mientras se movía. Luego la apretó
más contra él hasta que sintió que su cuerpo se movía
contra el suyo. Su boca se movió más posesivamente
mientras su lengua exploraba la de ella, y ella podía sentir
sus pechos hincharse contra él. Habían cobrado vida cuando
la tocó, de una manera que ella nunca había conocido
antes.
Con un suspiro, le dio un último beso suave en los labios
y luego la puso sobre sus talones. De alguna manera, sus
manos volvieron a descansar ligeramente sobre los hombros
de ella.
Ella parpadeó y lo miró, deseando que no se hubiera
detenido.

—Sube a tu habitación ahora, lass. Pero debemos hablar


más. ¿Volverás a caminar conmigo por la orilla por la
mañana, temprano?
Ella lo miró fijamente, preguntándose qué se había
apoderado de ella... ¡maldición! ¿Él estaba imaginando que
un beso así significaba que ella buscaba más? ¿Qué estaba
pensando?

Esforzándose por sonar como si estuviera en plena


posesión de sus sentidos, dijo: —Ailvie tendrá que venir con
nosotros. A mi padre no le gustaría de otra manera.
Él frunció el ceño. —No quiero compartir lo que tengo
que decirte, lass. ¿Sería suficiente si camina muy atrás para
vernos sin escucharnos?
—Aye, se lo diré.
—Al amanecer entonces —dijo. —Ahora ve.
Capítulo 9
 

Fin esperó hasta que Catriona hubo desaparecido en la


curva de la escalera antes de abrir la puerta de su
habitación. El cálido resplandor de las velas lo recibió.

Como esperaba, Ian Lennox estaba esperando para


ayudarlo con sus abluciones. El cepillo y los pantalones que
sostenía le indicaron a Fin que Ian se había ocupado de sus
tareas habituales.

Cuando Ian lo miró con una sonrisa, Fin cerró la puerta y


dijo sin rodeos. —¿Cuánto pudiste escuchar ahora
de lo que sucedió en la escalera?
La sonrisa de Ian se desvaneció. —Sólo lo suficiente
para saber que una sola voz era la suya, sir. No escuché
nada de la otra persona y no pude distinguir siquiera si
habló gaélico o escocés. Sin embargo, sabe bien que nunca
repetiría nada de lo que haya oído.

—Lo sé, Ian. Pero mientras estamos aquí en


Rothiemurchus, quiero que mantengas una guardia aún más
estrecha de lo habitual sobre tu lengua. Además, quiero que
tú y Toby aprendan todo lo que puedan de los demás en el
patio y en el pasillo. Practica tu gaélico, porque los
enemigos pueden rodearnos pronto, a pesar de la
esperanza de Rothesay de encontrar aliados.

—¿Enemigos, sir? ¿Más que sólo el Duque de Albany?

—El Lord de las Islas estará aquí. No se lleva bien con el


Lord del Norte y menos a los Highlanders que se resisten a
su propia sed insaciable de agregarlos a su reino. En verdad,
Donald controlaría las Highlands desde la costa oeste hasta
Perth.

—¿Qué pasa con el Lord del Norte, sir? No sé nada del


hombre, salvo que los numerosos hijos de su padre eran
todos bastardos.

—Creo que sería prudente no hablar sobre eso aquí —


dijo Fin.

—No hablo —dijo Ian. —¿Hay más cosas que debería


saber sobre el hombre?

—Dudo que codicie más tierras, como lo hace Donald.


Alex asumió el señorío del norte a pesar de que Albany
había nombrado a su propio hijo para heredarlo. Pero la
gente de aquí sin duda está agradecida por eso. Parece que
les gusta Alex.

—Conozco al hijo de Albany —dijo Ian, dejando a un lado


las bien peinadas bragas. —Un presumido de vida suave y
acicalado, lo llamaría, no un hombre de habilidades
caballerescas.

—No tiene ninguna —asintió Fin. —Rayos, el propio


Albany lo desprecia.

Ian se rió. —El nuevo Conde de Douglas es igual. Los


hombres llamaban a su padre Archie el Severo, pero llaman
al hijo “el Perdedor” porque es un mal líder. ¿Por qué cree
que los hombres poderosos a menudo engendran hijos
débiles?

—Solamente puedo contarte lo que dijo mi padre al


respecto —dijo Fin. —Él fue líder de la guerra de clanes, así
que vio lo que sucedió con otros hombres así. Decía que la
mayoría de los hombres poderosos únicamente confían en
ellos mismos para resolver los problemas correctamente.
Por lo tanto, corrigen constantemente a sus hijos, tratando
de enseñarles a pensar como ellos lo hacen, en lugar de
enseñarles a tomar buenas decisiones. El resultado, decía
mi padre, es que, en cambio, enseñan a sus hijos a tener
poca o ninguna confianza en sus propias opiniones... lo
contrario de lo que la mayoría de los padres buscan hacer.

—¿Pero no es así como un padre enseña a un hijo,


corrigiendo sus errores?

—Un padre sabio actúa de otra manera —dijo Fin. —O


eso me decía el mío. Decía que es más importante que un
hombre aprenda a confiar en sus propios instintos y en sus
propias decisiones que a creer que debe tratar de seguir el
modelo de los demás.

—Rayos —dijo Ian. —¿Cómo le enseñas eso a alguien?

—De la misma manera que espero enseñarte —dijo Fin.


—Al permitirte tomar decisiones siempre que sea seguro
para ti cometer un error, para que puedas aprender de esos
errores. Un error que un hombre pueda ver y medir por sí
mismo, si no lo mata, le enseñará más que cualquier padre
o superior.

—Pero me dice cuando me equivoco —dijo Ian con una


mueca casi cómica.

—Aye, claro que sí. Esa es una consecuencia de tu error.


Pero notarás que rara vez intervengo de antemano para
evitar que cometas el error.
—De hecho, sir, lo he notado y lo he maldecido por ello
más de una vez cuando pensé que pudo haberme advertido
—dijo Ian secamente. —Se me ocurre, sin embargo, que no
me ha regañado desde hace algún tiempo.
—Tus decisiones y tu juicio han mejorado, lad. Y con
todo has ganado más confianza. El resultado es que piensas
y actúas con mayor rapidez y decisión, lo que le da a los
hombres bajo tu comando más confianza en ti.

—No siempre lo muestran.

—¿Qué haces cuando no lo hacen? —le preguntó Fin.

Ian sonrió. —Busco consejo con usted, por supuesto.

—Entonces tú y yo discutimos el asunto en privado entre


nosotros, aye. Pero, verás, si un hombre siempre se
pregunta qué diría o haría un mentor, ralentiza todo el
proceso de decisión, lo que sería un error fatal en la batalla.
Pero al observar los errores de los demás y aprender de
ellos y al hablar de las cosas que no salen como pensaba,
también aprende qué tipo de líder quiere ser.

—Creo que lo entiendo bien ahora, sir —dijo Ian con una
mirada directa.

—Aye, bueno, ya veremos. Mientras tanto, no te


necesitaré por la mañana, así que puedes recuperar el
sueño, a menos que Toby pueda usar tu ayuda.

Ian asintió y diez minutos después, Fin estaba solo en la


habitación oscura.

Sin embargo, pasó algún tiempo antes de que se


durmiera. Todavía podía saborear los labios de Catriona y
sentir su cuerpo suave, curvilíneo y cálido en sus brazos. Sin
embargo, ese sentimiento se desvaneció cuando sus
pensamientos sobre ella lo llevaron en otra dirección.

Habiendo llegado a la conclusión de que tenía que


contarle su participación en la batalla de Perth y lo que
sucedió allí, trató de imaginar cómo decirle la verdad de una
manera que no la hiciera odiarlo. Mientras lo hacía, se le
ocurrió que en el momento en que le dijera que había
estado en Perth, ella sabría que allí era donde él e Ivor
habían tenido la única reunión que admitieron haber tenido
desde sus días en St. Andrews.

Curiosamente, la urgencia de resolver su dilema se


había desvanecido.

Ya no lo sentía acechando, esperando a que bajara la


guardia para que su conciencia o la presencia de su padre,
que tan a menudo sentía en su mente, pudiera golpearlo
por no cumplir con su sagrado legado.

Al principio, si bien le había hablado con tanta altivez a


Ian sobre aprender a tomar buenas decisiones, se había
sentido como si el fantasma de Teàrlach MacGillony
estuviera esperando para saltar a la vida y arrojarle
relámpagos a modo de reproche.

En cambio, esa charla pareció haber aliviado más su


sentido de urgencia.
 

***
 

Después de que Ailvie se hubo retirado a su propio


catre, Catriona se acostó en la cama tratando de ordenar
sus pensamientos sobre Fin. Durante un tiempo, se permitió
pensar en los recuerdos de su beso y en los pensamientos
de adónde podía estar imaginando que podría llevarla. ¿Era
por eso que quería caminar con ella? ¿Pensó que ella se
casaría con él y dejaría que se la llevara, sólo para dejarla
en Lochaber con su gente cuando él se marchara a sus
deberes de caballero?

¿Qué clase de hombre era él, exactamente?


Pensando de nuevo en lo que él e Ivor habían dicho
sobre St. Andrews, decidió que la información no la ayudaba
a averiguar qué estaba pasando en Rothiemurchus.
Entonces eran niños, no hombres involucrados en actos
peligrosos.
Ambos eran caballeros con experiencia en la batalla. Y
se habían encontrado una vez desde St. Andrews en
circunstancias que les impedían conocer sus verdaderos
nombres.

Su siguiente pensamiento siguió con facilidad, pero la


sorprendió de tal modo que apenas pudo pensar más allá de
eso. Sólo podía imaginar un evento que podría haber
permitido tal reunión y, si lo hubiera hecho, no era de
extrañar que no confiaran en que ella guardara silencio.

Si se hubieran encontrado en la batalla y Fin hubiera


intentado matar a Ivor, o Ivor para matar a Fin...

¿Qué pensarían su padre o su madre de eso? ¡O sus


abuelos!

Pero si los dos hombres se han perdonado...

Trató de pensar más en eso, pero sus pensamientos se


dirigieron a la caminata matutina que tendría con Fin. Se
preguntó si volvería a nadar. Ese pensamiento agitó las
sensaciones que había sentido cuando él la besó en las
escaleras, y dejó que sus pensamientos se quedaran de
nuevo en la imagen de él caminando desnudo por la orilla.

Se preguntó cómo se sentiría nadar con él, abrazarlo


bajo el agua, sentir su piel húmeda y resbaladiza, tocarlo
por todas partes y dejar que la tocara a ella.

El rasguño familiar en la puerta la sacó bruscamente de


su fantasía.
Levantándose, dejó entrar a Boreas en la habitación,
riendo al ver a la pequeña sombra trepando por el rellano
detrás de él y corriendo tras el perro hacia la habitación.
Para cuando volvió a meterse en la cama y apagó la vela,
ambos estaban acostados junto a la cama, el perro
acurrucado alrededor del gatito, el gatito expresando su
satisfacción con un ronroneo mucho más fuerte de lo que su
tamaño parecía justificar.

Catriona cerró los ojos para volver a su fantasía y se


despertó más temprano de lo habitual con un sobresalto y
un miedo explosivo de llegar tarde, de que Fin ya hubiera
salido y vuelto a entrar. Una mirada por la ventana la
tranquilizó.
El cielo se había aclarado, pero el sol no se había
asomado por las montañas.
Arrojándose el vestido azul, decidió no despertar a
Ailvie, pero se puso el chal sobre los hombros y se apresuró
a salir al patio, con Boreas y su pequeño amigo siguiéndola
a su manera. Cruzaron el patio, y cuando un hombre de
armas se adelantó, dijo: —Te lo ruego, abre la puerta. Voy
de paseo.
—Aye, claro, mi lady. Con todos estos otros patanes,
debería saber que Sir Finlagh está ahí fuera en alguna parte.
Probablemente, estará atento a su seguridad.
Hasta que él habló, ella no había considerado que podría
intentar detenerla, pero sabía que debió haber traído a
Ailvie. Su padre lo diría. Pero su abuelo la había dejado
caminar fuera del muro con Fin, así que tal vez Shaw no se
opondría.

Fin no era más que un hombre, después de todo. Y podía


cuidarse sola.
Boreas pasó a su lado y, mientras lo seguía con la
mirada, vio a Fin caminando hacia ella. Despertó en ella un
impulso de correr hacia él. Para sofocarlo, se agachó hacia
el gatito, pero se le escapó y se lanzó locamente tras el
perro.
Sonriendo, Fin se detuvo para mirarlos, y cuando ella se
acercó a él, dijo: —He visto amigos más extraños, supongo.
Pero Boreas parece tomarse la adoración con calma.
—Lo hace, y en ocasiones para la pena del gatito. Le
gusta perseguir sus pies y cuando se lanza detrás de sus
patas delanteras, a veces es pateado por las traseras y sale
volando.

—Confío en que hayas dormido bien —dijo él.


Al recordar sus fantasías antes de dormir y los restos
persistentes de al menos un sueño, ella sintió el rubor
inundar sus mejillas como la noche anterior.
Para desviar su atención, para que no volviera a
preguntar sobre el fuego que había en ellas, dijo: —¿Se
encontraron usted e Ivor en la batalla, sir? ¿Es por eso que
no me contaron más sobre eso?
Fin pensó que la muchacha era una bruja o demasiado
observadora e ingeniosa para la tranquilidad de cualquier
hombre.
Que sus sonrojos le hubieran hecho querer agarrarla y
besarla hizo poco para aliviar su inquietud. No había tenido
la intención de comenzar su explicación con la batalla.
Para ganar tiempo, dijo: —¿Qué te hace pensar eso?

Ella ladeó la cabeza. —Te llaman Fin de las Batallas, ¿no


es así? Y ustedes dos son caballeros. Además, dijiste que el
lugar y la hora les impidieron conocer el verdadero nombre
del otro. ¿Qué es más probable que haberlo conocido en
batalla?

Resignado, dijo: —Nos encontramos en batalla, aye, al


final para ser precisos.
—Fe, ¿pelearon entre ustedes?

—No lo hicimos.
—Pero si estuvieron luchando en el mismo lado,
entonces seguramente...
—No estábamos del mismo lado —dijo. —Caminemos
más lejos del castillo, lass. Si vamos a pelear por esto,
prefiero no hacerlo ante una audiencia de los hombres de tu
padre en ese muro.
—¿Es probable que discutamos?

—No sé. Tú decidirás eso.


Ella asintió y caminaron en silencio hasta llegar al
bosque.
Luego él dijo: —Ya que aparentemente olvidaste traer a
tu sirvienta, ¿deberíamos detenernos donde todavía puedan
vernos, o podemos entrar al bosque?
—Podemos ir al bosque —dijo. —Mi abuelo confía en ti y
espero que mi padre también haya decidido confiar en ti.
Verás, el guardia de la puerta me dijo que, a pesar de los
hombres adicionales en el castillo, estaría a salvo aquí
contigo.

—¿Dijo eso, en verdad?


Asintiendo de nuevo, ella abrió el camino hacia el
bosque y por el camino que habían tomado antes. Mientras
caminaban, él se preguntó qué clase de juego estarían
jugando el Mackintosh y Shaw para que le permitieran tanta
libertad con ella. ¿Tenían tanta fe en la tregua entre las dos
confederaciones?
Que confiaran en él era desconcertante, ya que el
Mackintosh conocía su identidad y seguramente se lo había
dicho a Shaw en la primera oportunidad. Según la
experiencia de Fin, la confianza de otras personas a menudo
creaba un fuerte, y hasta agobiante en ocasiones, sentido
de responsabilidad. Sin embargo, a la luz del dilema que
había tenido durante mucho tiempo, sabía que tal confianza
de los hombres Mackintosh sería una carga más pesada de
lo habitual.

Cuando él y Catriona llegaron a la vieja balsa apoyada


contra el árbol, ella se detuvo y lo miró. —Ahora, sir, le
ruego que se explique.

Él arqueó las cejas, pero ella se encontró con la mirada


con firmeza.

—¿Nos sentamos? —preguntó, haciendo un gesto hacia


un árbol caído con un tronco bastante grueso como para
permitir que ambos se sentaran fácilmente.

—Sólo dime cuándo y dónde se conocieron tú e Ivor.


—Nay, ahora. Te lo diré, pero lo contaré a mi manera.
Por mi verdad, quise decírtelo, en cualquier caso. Es la
razón por la que te pedí que caminaras conmigo hoy.
—¿Lo es? —ella lo miró con detenimiento. —¿Ésa es la
razón?

Él le devolvió la mirada. —Cielos, ¿qué más pensaste? Te


dije que te lo explicaría cuando pudiera, que solamente
necesitaba hablar más con Ivor antes.
—Algunos podrían pensar que ustedes dos sólo
necesitaban aclarar su historia.
—¿Podrían? Entonces me alegro de que no te
encuentres entre ellos.

—¿Qué te hace pensar que no?


—Las personas que llegan a tales conclusiones no
suelen ser dignas de confianza, lass. Ya que insistes en que
eres de total confianza...
—Suficiente, sir. No debí haber dicho lo que dije.
Simplemente no quería decirte lo que había pensado. Pero
tampoco dejaré que me desvíes más del punto.
—Aye, bueno, no te presionaré entonces —dijo. —Pero
creo que estaremos más cómodos si nos sentamos.
—No quiero que estés cómodo. Quiero saber.

—Aye, bueno... —hizo una pausa. —Verás, el obispo de


St. Andrews...
—El Obispo Traill.

—Aye. Nos enseñó más que números y letras.


—Me dijiste eso. Él y sus secuaces también te enseñaron
armas.
—Aye, y tácticas de guerra desde la época romana en
adelante. Pero más que nada, nos enseñó el gran y
duradero valor de las amistades sólidas.
—¿Como la amistad que tienes con Ivor?

—Aye —dijo y la vio relajarse mientras lo decía. —Ahora


siéntate, lass, hazlo. Te diré lo que quieres saber, pero
puedo decirlo más fácilmente, aye, y también con más
claridad, si no me interrogas o me miras como un gato
salvaje a punto de saltar sobre su presa.
Entonces ella se rió y se trasladó a sentarse en el
extremo más alejado del tronco, donde podría apoyarse
contra una rama vuelta hacia arriba. Mientras lo hacía, dijo:
—Creo que esto puede tener que ver con la charla que
tuvimos sobre la obediencia ciega el primer día que vinimos
aquí. ¿No es así?
Habiendo esperado que ella le preguntara más sobre lo
que había dicho ese día, Fin había pensado que, dado que
ella no entendía sobre el honor, había descartado todo lo
que él había dicho entonces como sólo otro cuento de
caballero. Sin duda, había escuchado muchas cosas así de
parte de los hombres de su familia, porque las historias de
combates eran comunes en las mesas y fiestas de las
Highlands y lo habían sido desde los primeros días.

Saber que ella recordaba lo que él había dicho sobre la


obediencia ciega le hizo detenerse, porque había olvidado
exactamente lo que había dicho entonces. Habían hablado
tanto mientras caminaban hacia la salida del río y más tarde
allí en el bosque. Al recordar, dijo: —Se relaciona con esa
charla, pero hay muchas cosas que no te dije.

—Una cosa en particular que dijiste se ha quedado


conmigo.
—¿Qué es? —preguntó con una sensación de
desesperanza.
—Dijiste que a veces uno acepta algo sólo porque
respeta y confía en la persona que le pide que esté de
acuerdo. ¿Quisiste decir que un hombre podría, en tal caso,
acceder a hacer algo que de otro modo no haría?
Seguro ahora de que ella había unido la obediencia
ciega al dilema que él le había descrito ese día, Fin miró
hacia el cielo. Pero no vio respuesta allí.

Encontrándose con su mirada tranquila, dijo: —Esta


conversación no va como esperaba. Nay, no hables todavía
—añadió apresuradamente cuando ella abrió la boca. —
Verás, puedo imaginar lo que sucederá si trato de responder
a tus preguntas cuando se te ocurran. Así que te pediré un
favor, uno que no estoy seguro de que puedas concederme.

Ella ladeó la cabeza. —¿Qué favor?


—Que me dejarás explicar el asunto a mi manera
primero, sin interrumpir, y luego...

—Pero... —cuando él levantó una mano, ella se


interrumpió, sonriendo con pesar. —No soy buena para
contener la lengua cuando quiero saber algo —dijo.

—Sin duda, casi cualquier cosa que te diga ahora


despertará preguntas en tu mente —dijo. —Así que, por
favor, déjame decir lo que tengo que decir primero. Para
cuando haya terminado, es probable que te haya dicho la
mayor parte de lo que deseas saber.
—¿Qué pasa si no entiendo algo que dices?

—Si realmente te confundo, dímelo. Pero si sigues


deteniéndome con preguntas, no seré capaz de explicar las
cosas con claridad y simplemente discutiremos por una cosa
u otra. Entonces, me enojaré o tú te enojarás conmigo.
La boca de ella se torció con ironía antes de decir con un
suspiro. —Lo intentaré, sir. Pero eso es todo lo que puedo
prometer.

—Es suficiente, lass. Sé que puedo confiar en que te


callarás a menos que simplemente no puedas soportarlo por
más tiempo.
Sus cejas se dispararon hacia arriba. —Algunas personas
pensarían que esa declaración no es más que una concesión
para asegurarse de que guardo silencio.
—¿Lo harían?
—Creo que sabes muy bien que yo pensaría que sí, aye.
—¿Vemos si funciona?
Riéndose de nuevo de una manera que alivió la mente
de él y le hizo querer arrancarla del tronco y abrazarla, ella
se recostó y guardó silencio.
Todavía de pie, dijo: —Como dedujiste que Ivor y yo nos
conocimos durante la batalla, comenzaré con eso, aunque
nuestro encuentro no redundó en mi crédito. Verás, todavía
estábamos de pie, pero pocos otros lo estaban. De hecho,
yo era el único de mi lado.
Sus labios se movieron como si fuera a hablar, pero los
apretó con fuerza.
Tomando aliento, dijo: —Ivor dejó a su gente y vino
hacia mí. Anoche me dijo que no estaba seguro de mi
identidad, pero lo sospechaba y me reconoció antes de
acercarse. Yo esperaba tener que luchar contra él... por el
amor de Dios, luchar contra todos aquellos que aún podían
blandir una espada o un puñal. En cambio, me dijo que me
fuera.
Ella abrió la boca, pero se la tapó con una mano.
La diversión de él se agitó ante tal determinación, pero
terminó rápidamente. Había llegado al punto en que debía
enfrentarse a su reacción a lo que había hecho.
—Me zambullí en el río y escapé nadando —él admitió,
obligándose a encontrar su mirada, tratando de prepararse
para el desprecio que vería.

Ella continuó mirándolo fijamente por encima de la


mano en su boca.
Él esperó. Su estómago estaba apretado. Movió los pies.
El silencio se prolongó más allá de lo soportable.
Por fin, ella bajó la mano con la que se había tapado la
boca. —¿Eso es todo? —dijo. Cuando él asintió, ella dijo: —
¿Pero adónde fuiste?
—A St. Andrews.
—¿Por qué?
No era tan fácil esa pregunta. La verdad era que había
acudido al Obispo Traill, con la esperanza de que él le dijera
lo que debía hacer para encontrar una respuesta honorable
a su dilema. Pero Traill le había fallado.
Sabía que no podía explicarle todo eso, al igual que
sabía que ya, aunque sin saberlo, había decidido que no
podía matar a su padre.

Shaw no sólo era el líder de guerra del Clan Chattan.


También era el padre de ella y de Halcón. Por todo lo que Fin
había oído sobre Shaw, y lo que había visto de él hasta
ahora, lo respetaba. También respetaba al Mackintosh.
Además, ambos hombres le habían confiado algo muy
preciado para ellos, la propia Catriona.

Como estaba explicando algo de eso, una parte de él


insistía en que debía contárselo todo. Mientras trataba de
imaginar la mejor manera de describir el dilema que había
enfrentado, otra voz, quizás más sabia, sugería que
simplemente estaría compartiendo una carga con ella que
sólo él podía llevar. La voz era tan fuerte que decidió seguir
su consejo el tiempo suficiente para considerarlo más antes
de decírselo.
Ella fruncía el ceño, esperando a que él le explicara por
qué había ido a St. Andrews. Pero eso sólo lo hizo más difícil,
porque no quería mentir.
De repente, la frente de ella se aclaró. —¡Dios tenga
misericordia! —exclamó. —Por eso me preguntaste si
pensaba que un hombre que odiaba la guerra debía ser un
cobarde. ¡Tú actuaste sin pensar, y ahora piensas que el
acto fue cobarde! Pero huiste porque Ivor te lo dijo, ¡así que
eso es lo que quisiste decir con aceptar un acto
simplemente porque confiabas en quien te había dicho que
lo hicieras!

Fin no podía hablar. No había querido decir eso en


absoluto. Había estado tratando de admitir que el dilema
que una vez le había descrito era el suyo y explicarle que
había hecho el segundo juramento porque su padre
moribundo lo había exigido. Pero se dio cuenta, mientras las
emociones lo atravesaban, que no podía decirle que estaba
equivocada. Porque no lo estaba. Se había ido cuando Ivor
le había dicho que se fuera porque había confiado en él.
Pero eso no alteraba el hecho de haber dejado el campo
como lo había hecho.
Parecía tan sorprendido que Catriona no pudo
soportarlo. —Ah, pobre muchachito —dijo entonces, en voz
baja. —Crees que marcharte de esa manera fue una
cobardía. Por eso querías hablar de la guerra y la cobardía.
—No lo entiendes, lass —dijo. —Irme de esa manera
fue...
Su voz se quebró, revelando la emoción que sentía por
lo que había temido tan claramente que era un tema que
ella creía que sólo un hombre podía pensar que era
importante.
Aún hablando en voz baja, porque sabía lo importante
que era el tema para él, ella dijo: —Los hombres suelen
decir que las mujeres no los entienden. Pero comprendo
sobre los hombres y la cobardía, e incluso sobre sus
nociones, a veces extrañas, de honor. En cambio, deberías
pensar en cuál habría sido el resultado si no hubieras hecho
lo que Ivor te dijo que hicieras.
—Habría muerto, pero habría muerto honorablemente.
—No seas estúpido; morir es morir —dijo, deseando
poder abrazarlo. —Si hubieras muerto, no estarías aquí. Si
hubieras muerto, Rory Comyn me habría encontrado sola en
el camino ese día —casi agregó que Boreas habría matado a
Rory, pero eso no ayudaría en su argumento. De pie, se
acercó a Fin. —¿No te dije que la vida es siempre la elección
correcta? Si te hubieras quedado, Ivor se habría sentido
obligado a matarte. ¿Qué tan honorable habría sido poner a
tu buen amigo en esa posición?

La boca de él se movió como si fuera a protestar, pero


no lo hizo.
—¿Qué? —preguntó, enfrentándolo cara a cara. —
¿Ahora tienes miedo de decirme lo que estás pensando?
—Nay, pero no te gustará. El honor habría exigido que
matara a Ivor.
—No habrías podido. Es un muy buen espadachín.
Además… —agregó como un factor decisivo. —Si lo hubieras
matado, los demás te habrían matado a ti. Aye, y se me
acaba de ocurrir que esta batalla de la que hablas es
probablemente la batalla de clanes en Perth, y el Clan
Chattan terminó esa batalla con once hombres aún vivos,
¿no es así?
—Once vivos, aye, pero no... —se interrumpió cuando
ella le puso un dedo en los labios.
—Silencio ahora, porque no me vas a persuadir —dijo. —
No podrías haber matado a tantos, ni debes olvidar que si tú
hubieras muerto ese día, Rothesay no tendría su reunión tan
importante aquí ahora, y yo nunca te habría conocido.
Pensar que durante años creí que odiaba a todos los
Cameron. Pero ahora me doy cuenta de que no.
Él la tomó de la mano, pero no habló. Simplemente la
miró a los ojos como si pudiera leer más de sus
pensamientos allí.
—¿Qué diablos creen ustedes dos que están haciendo?
Catriona se dio la vuelta para ver a su hermano James
de pie en el camino que habían seguido desde el castillo.
Estaba de pie con los brazos en jarra, luciendo muy enojado.
Capítulo 10
 

Fin miró a James y se alejó de Catriona. Mientras lo


hacía, dijo en voz baja. —Aquí no está ocurriendo nada
que deba preocuparlo, sir.

—Fe, pero has sacado una conclusión que nos insulta a


los dos, James —dijo Catriona. —¿Viniste a buscarnos con
algún otro propósito?
Al ver la furia saltar al rostro de James, Fin se dispuso a
intervenir si era necesario. Pero Catriona permaneció
tranquila, claramente esperando una respuesta a su
pregunta.
Por fin, después de una mirada midiendo a cada uno de
ellos, James se relajó visiblemente. —El chico de la puerta
dijo que habías venido por aquí. Me preguntaba... es decir,
pensé que podrías haber salido con Morag, Cat. Me
sorprendió verte con él.

—El guardia de la puerta no te dijo que yo estaba con


Morag.

—Nay, nay —protestó James. —Yo no dije eso. Nunca le


pregunté por Morag. Verás, me desperté y ella se había ido,
pero no quería que el chico pensara que algo estaba mal
con ella, así que...

—Quieres decir algo mal entre ustedes dos, me parece


—dijo ella con suavidad.

Fin casi pronunció una protesta. Ese tema no era uno


que ella debería iniciar en su presencia.
James le lanzó una mirada severa, luego se volvió hacia
Fin y le dijo con franqueza. —Te debo una disculpa. Debí
haberlo pensado un poco antes de hablar tan bruscamente.

Extendiendo la mano, Fin dijo: —Es generoso por su


parte disculparse, sir. Si me hubiera encontrado con mi
hermana en esa posición, probablemente habría
reaccionado como usted. Tiene mi palabra, sin embargo, de
que no ocurría nada malo.

Tomando su mano, James dijo: —La aceptaré de buena


gana. Mi abuelo me dijo quién eres, así que espero que
entiendas mi reacción.

Catriona dijo: —Dices eso como si no supieras su


identidad antes, James. Pero les hablé de él a ti y a Ivor
poco después de que llegaran aquí ayer.

—Lo hiciste, aye —dijo James, su mirada fija ahora en la


de Fin. —Pero nos dijiste que se llamaba Sir Finlagh MacGill,
lass. Claramente, no lo sabías todo.

La mirada de Fin se dirigió rápidamente a Catriona, pero


ella seguía mirando a James.

Ella dijo: —Sé todo lo que necesito saber. Estudió con


Ivor en St. Andrews y luchó del lado de los Cameron en
Perth. No me ha ocultado secretos, sir. Solía pensar que ser
un Cameron debía ser algo terrible, pero sólo hasta que
llegué a conocerlo. La tregua entre nuestras dos
confederaciones aún se mantiene, ¿no es así?

—En la mayor parte, aye —estuvo de acuerdo James,


encontrando la mirada de Fin de nuevo. —¿Te dijo que su
padre era el líder de guerra de los Cameron en Perth?

—Aye, por supuesto que lo hizo —mintió Catriona con


firmeza. —Ahora, por favor, déjelo tranquilo, sir. En todo
caso, si Morag no está debes encontrarla.

—Ella deja en claro que no quiere que la encuentren —


dijo James sin rodeos.

—Tonterías, sir. Ninguna mujer se esconde sin querer ser


encontrada y Morag te ha echado mucho de menos. Me
temo que todavía se siente una extraña aquí, así que no
confía en nosotros. Aún así, debes haber hecho algo para
molestarla. ¿Sabes que fue?

—Rayos, Cat, ¿qué hombre entiende alguna vez por qué


una mujer hace cualquier cosa?

—¿Te ha dicho lo mucho que te ha extrañado?

—Aye, claro, cualquier cantidad de veces.

—¿Cómo le respondiste?

James se sonrojó y miró con impotencia a Fin, pero Fin


sabía que era mejor no entrar en una conversación así sin
una invitación más fuerte que esa.

El hombre mayor se volvió hacia su hermana. —Cat, no


deberíamos...

—Tengo motivos para preguntar, sir. Entonces, a menos


que hayas dicho algo espantoso...

Encogiéndose de hombros, dijo: —Le dije que estaba


cumpliendo con mi deber, por supuesto. Le expliqué que no
había tenido voz respecto a cuánto tiempo estaría fuera y
que probablemente volvería en poco tiempo.

—¡Lo sabía! —sacudiendo la cabeza hacia él, agregó. —


Tonto, debías haberle dicho que la amabas y la extrañaste
incluso más de lo que temías.

—Pero...
—Nay, no me lo expliques. Ve a buscar a Morag. Habla
con ella.

—¿Y decirle cosas tan empalagosas? Rayos, ¿qué


pensarían mis hombres?
—Morag no va a repetir a tus hombres lo que le dices.
Pero si no presta más atención a su esposa, sir, pronto se
encontrará sin una.
—Aye, bueno, entonces será mejor que entren conmigo,
ustedes dos —dijo James. —Después de todo, querrán
desayunar.

—Tengo hambre, aye —admitió Catriona.


Fin dijo: —Iremos directamente, sir. No querrá que le
pisemos los talones si encuentra a su esposa, buscándolo.

Catriona lo miró y Fin supo que había detectado su


enfado.
 

***
 

La nota dura en la voz de Fin había sorprendido a


Catriona, pero recordando su fuerte sentido del honor,
sospechó por qué había hablado así. Esperó hasta que
James desapareció en el bosque antes de decir. —Creo que
sé por qué estás...

—No vuelvas a mentir por mí —dijo secamente. —No te


dije que mi padre era nuestro líder de guerra ese terrible
día.

—Nay, pero él no tuvo nada que ver con tu zambullida


en el río y supe por tus propias palabras que debes ser un
Cameron, así que no veo que importe.

—Aún así, no debes mentirle a tu hermano, lass, y


nunca para protegerme.
—Pero no lo hice por ti. Lo hice porque estaba segura,
cuando se disculpó contigo, que iba a empezar a decirme
que no debí haber venido aquí contigo. Cuando empieza a
decirme cómo debo comportarme... —un pensamiento la
golpeó, haciéndola sonreír con tristeza. —¡Cielos, creo que
eso es justo lo que le hice!

—Aye, lo fue —estuvo de acuerdo.

—Entonces te pediré disculpas por hacerte testigo de lo


que le dije. Pero te aseguro que si hubiera admitido que no
me habías hablado de tu padre, James todavía me estaría
explicando en profundidad por qué deberías haberlo hecho.

—Quizás lo hubiese hecho —dijo Fin. —Sin embargo, me


gustaría saber si le habrías hablado a Ivor con tanta
impertinencia como a él.

Sintiendo una repentina necesidad de reír, pero


consciente de que aún podría ser imprudente, dijo con
franqueza. —Creo que sabes muy bien que me atrevería a
regañar a Ivor, sólo si estuviera bastante lejos para escapar
a un lugar seguro y nunca tan cerca del agua.

Los ojos de él brillaron entonces, pero dijo: —Tal vez


debería advertirte que tampoco reacciono bien ante
semejante impertinencia.

—¿No? Pero no tienes derecho a tratarme como lo haría


Ivor, ¿verdad?

Mirándola a los ojos, dijo: —Sospecho que los hombres


de tu familia simpatizarán más conmigo que contigo si me
enojaras lo suficiente como para arrojarte a ese lago. ¿O
crees que me equivoco en eso?

Como él sabía claramente que tenía razón, ella dijo: —


Estoy pensando que si no entramos pronto, alguien nos
buscará.

Cuando él se rió, ella le sacó la lengua.

Al entrar en el salón con Catriona, Fin vio de inmediato


que Lady Morag estaba sentada en la mesa alta con las
damas Ealga y Annis.

Catriona también había visto a su cuñada y fruncía el


ceño. Casi preguntó por qué, antes de darse cuenta de que
James no estaba a la vista.

—Él pensará en buscar aquí eventualmente —le


murmuró él.
—¿Tú crees? Puedo decirle, sir, que los hombres rara vez
son lo bastante sabios como para buscar en los lugares más
probables. Además, apuesto a que miró aquí antes de salir,
tal como ella sabía que haría.

—¿Es ella tan calculadora entonces?

—Fe, apenas la conozco. Ella y James llevan casados


casi dos años, pero Morag no habla mucho de sí misma.
Cuando lo hace, suele hablar de su hogar en Great Glen y
de su familia.

—¿Has intentado sacarla? —preguntó.

—Aye, seguro. Es decir, al principio lo hice, y trato de ser


amable. Pero ella apenas me habla a mí, ni a nadie más, en
todo caso. Seguro que lo has visto por ti mismo.
—Rayos, lass, no me ha interesado en particular Lady
Morag. Sólo piensa en cómo reaccionaría James si lo hiciera.

Ella se encogió de hombros. —En verdad, sir, no sé


cómo reaccionaría. Pero él no reaccionaría como lo haría
Ivor... o tú, tal vez, si estuvieras casado.

—La mayoría de los hombres reaccionan con fiereza


ante aquellos que muestran un interés indecoroso en sus
mujeres —dijo. —Dudo que James se comporte de manera
diferente.
—¿Tú sí? —miró especulativamente a Morag. —Creo que
debería hablar con ella —volviéndose hacia él, añadió: —
Gracias por hablarme de Perth. Ivor nunca me hubiera dicho
tanto.

—Lo sé, aye. También sé… —añadió en voz baja. —Que


sería más prudente dejar que James y Lady Morag resuelvan
sus diferencias íntimas en privado.

—Sea prudente o no, creo que debería saber que James


se preocupa por ella.

Sacudió la cabeza hacia ella, pero incluso si hubiera


querido debatir el punto, Rothesay estaba en el estrado
junto a su anfitrión, indicándole que se uniera a ellos.

Tras separarse de Catriona cuando subieron al estrado,


Fin rodeó el extremo de la mesa donde estaban los
hombres, pasó junto a Ivor y Shaw y se dirigió al duque.

—¿Dónde diablos has estado? —preguntó Rothesay. —Tu


herida parece estar casi curada, pero desapareciste tan
temprano anoche que me pregunté si todavía te estaba
molestando. Sin embargo, tu escudero dijo que habías
salido esta mañana.
—Me recuperé, sir, y caminé fuera del muro —dijo Fin.
—Och, aye, recuerdo ahora que te gusta nadar —dijo
Rothesay.
—¿Me buscó con un propósito en particular, mi lord?

—Nay, tengo a estos otros para atender mis


necesidades, por lo que tus deberes en este momento serán
ligeros. Cuando lleguen Donald y Alex, sin duda hoy más
tarde, quiero que participes en nuestras charlas si
mantienen a sus hombres con ellos. Confío en ellos dos,
pero no en los que los acompañan. Así que querré saber
dónde encontrarte cuando te requiera, Fin. No vuelvas a
deambular sin decirme dónde estarás.
—Aye, sir —dijo Fin. Aceptando un asentimiento como
despedida, tomó el asiento que Ivor le indicó a su lado.
Sonriendo, Fin le dijo: —Confío en que hayas dormido toda
la noche.

—Lo hice —dijo Ivor, dándole una mirada astuta. —


Empiezo a pensar que tú y mi incontenible hermana se han
convertido en amigos rápidamente. ¿Es así?

—¿Te preguntas porque acabamos de llegar juntos al


salón?
—Nay, me pregunto porque caminaron juntos por el
bosque.
—Ya veo. Sabes que muy probablemente me salvó la
vida, ¿no es así?

—Sé que te encontró sangrando por todo el paisaje de la


cañada superior y te trajo a casa con ella —dijo Ivor. —
¿Estás seguro de que ella te salvó la vida?

—Estoy seguro de que fue un Comyn quien me disparó.


Dudo que su flecha fuera un mensaje de amistad.
—¿Rory Comyn?
—Aye. Verás, lo encontramos en la orilla del lago al día
siguiente, y estaba muy sonriente. Entonces, si no me
disparó, apuesto a que ordenó que se hiciera. Lo que no sé
es si lo hizo porque creía celosamente que tu hermana
vendría a mi encuentro o porque sabe por qué vine a las
Highlands.
—Es un buscador de problemas —dijo Ivor. —Necesitaría
pocas razones.

Asintiendo, Fin cambió de tema y dijo: —Catriona y yo


nos encontramos con James afuera, y él dijo que tu abuelo
le había hablado de mí. ¿Él también te lo dijo?
—Hablamos esta mañana —dijo Ivor. —Sospechaba que
habías estudiado con Traill cuando le dijiste a mi abuela que
habías vivido en el este de Fife. Después de todo, no hay
mucho allí aparte de St. Andrews... la ciudad, la iglesia y el
castillo. Así que pensó que podríamos conocernos. Pero le
había dicho hace años que ninguno de nosotros sabía de
qué clanes procedían nuestros compañeros de estudios, y
mucho menos sus nombres reales.
—Me pregunto si se lo dirá a Rothesay. Rayos, tal vez
Traill le dijo desde el principio. En cualquier caso, espero que
lo sepa de una forma u otra muy pronto.
—Más concretamente, mi amigo, dado que has estado
sirviendo a Davy estos últimos años, ¿significa todo esto
que tu familia ni siquiera sabe que sobreviviste en Perth?

Fin dijo: —Podría decir que hasta ahora he estado


demasiado ocupado para viajar. Está bastante cerca de la
verdad, pero también es cierto que no quería contarle a
Ewan cómo había sobrevivido. Aunque tengo la intención de
irme a casa desde aquí. Así que tendré que decírselo a
Rothesay.

—Si aceptas algún consejo... —Ivor hizo una pausa.


—De ti, siempre —dijo Fin.

—Sabrás cómo decírselo a tu hermano, pero debes


asumir que Traill le ha dicho todo a Rothesay. Su Reverencia
no se convirtió en obispo de St. Andrews manteniendo
secretos a sus patrocinadores reales. Sirvió como confesor
tanto del Rey como de la Reina, y sin duda alguna de
Rothesay e incluso de Albany. Apuesto a que Traill le dijo a
Rothesay que hiciera un buen uso de ti, pero que por lo
demás te dejara ir por tu propio camino.
—Puede que tengas razón —reconoció Fin. —Lo
reconozco, simplemente asumí que Rothesay no lo sabía,
porque siempre se ha esforzado en llamarme Fin de las
Batallas y me presenta como tal cada vez que me presenta
a alguien.

—Aye, bueno, lo único que sé sobre Davy Stewart es que


se deleita con los secretos y puede ser muy bueno
guardándolos. La única vez que no le agradan es cuando
otros actúan en secreto contra él.
—Como Albany, sin duda, está haciendo ahora —dijo Fin.
 

***
 

Catriona ocupó su lugar junto a Morag, tratando de


decidir si la chica mayor había estado llorando. Las
expresiones de Morag eran tan leves que siempre era difícil
leerlas.
Consciente de que Ealga estaba hablando con Lady
Annis, Catriona se inclinó hacia Morag y murmuró. —James
te está buscando.
—¿Lo está? —Morag dijo sin mirarla. —Debe saber muy
bien que vine aquí para desayunar.
—Por supuesto que lo sabe —dijo Catriona, esforzándose
por ocultar la impaciencia repentina. —Apostaría a que
buscó aquí antes de salir al bosque.
—¿Salió del muro? —Morag hizo una seña a un criado
para que vertiera cerveza en su copa. —¿Cómo sabes que lo
hizo?
—Lo vi, por supuesto, y me preguntó si te había visto a
ti. Mira, Morag, sé que no te agrado...

—¿Porqué llegaste a pensar eso?


—Por el amor de Dios, casi nunca me hablas a menos
que yo hable primero. Y luego hablas como si te molestara
que te haya interrumpido. ¿Qué más debería pensar?
Morag se encogió de hombros. —Imagino que tienes
razón entonces.
—¿Estás enojada con James?

—¿Debería estarlo?
El temperamento de Catriona se acaloró bruscamente.
Pero la cortesía y la presente compañía real exigían que ella
lo mantuviera bajo control. Forzando la calma en su voz,
dijo: —Él piensa que estás enojada con él y no quieres que
te encuentre.

—Soy una esposa obediente —dijo Morag. —Una esposa


obediente no se esconde de su marido. Además, me
resultaría muy difícil hacerlo, ya que no puedo salir de esta
isla sin el permiso de tu abuelo, tu padre o del propio James.
—Dios mío, estás furiosa. ¿Qué hizo para merecer tanta
ira?
—Nada en absoluto —dijo Morag. —¿Cómo pudo haber
hecho algo para disgustarme cuando se quedó con el
Mackintosh anoche hasta mucho después de que me
hubiera quedado dormida? Una se imagina que estaban
bebiendo whisky con los otros hombres.

—Ya veo —dijo Catriona.


—Me imagino. Pero James no lo hace.

—Nay, porque él me contó lo que te dijo cuando le


dijiste que lo habías echado de menos —dijo Catriona con
un suspiro de simpatía.

—Así que te dijo eso, ¿verdad? Bueno, si va a compartir


nuestra conversación privada contigo, no es necesario que
yo te diga nada más.

—Morag, James es un idiota, así le dije. Pero sí te ama.


Morag la miró entonces, sus ojos azul pálido se
agrandaron.

Catriona vio que las lágrimas brotaron de ellos, antes de


que Morag volviera a apartar la mirada.
 

***
 

Después de que hubieran desayunado, Ivor le dijo a Fin.


—Quiero volver a familiarizarme con el Strathspey hoy, así
que me excusaré. ¿Quieres venir?
Sabiendo que Rothesay no se reuniría hasta que
llegaran Donald de las Islas y Alex del Norte, Fin aceptó con
presteza.

Tan pronto como hubo hablado con Rothesay, los dos


amigos salieron con arco y carcaj y remaron hasta la orilla
oeste. Desde allí, caminaron hasta el río Spey y, a lo largo
de su orilla, hasta un campo donde Ivor dijo que podrían
tener algunas buenas prácticas.
Al regresar a Rothiemurchus a última hora de la tarde,
después de explorar gran parte del campo, descubrieron
que durante su ausencia, Donald y Alex habían llegado. Para
asombro de Fin, parecía que Donald, de cuarenta años,
corpulento y barbudo, y sus compañeros habían viajado en
veintenas a través del oeste de las Highlands con un fraile
mendicante, los seis vestidos con túnicas similares a las del
hombre santo.

—Un buen disfraz, especialmente en esta temporada —


observó Ivor. —Uno espera que Donald no intentará colar un
ejército con el mismo disfraz.

Riendo, Fin señaló que un ejército de monjes podría


despertar cierta curiosidad. Sin embargo, su tiempo libre
había terminado porque Rothesay le había dicho que quería
verlo de inmediato. Fin lo encontró solo en la cámara
interior.
—Vas a ser otro par de ojos y oídos para mí —dijo
Rothesay. —Donald apoyó que asumiera la Gobernación
cuando lo hice, y Alex no siente ningún cariño por Albany.
Aún así, he aprendido que puedo confiar en cualquier
hombre sólo mientras su futuro depende de mi éxito.
Donald vino aquí, pero siempre es hosco, y necesito que sus
barcos frenen a Albany en el oeste. En cuanto a Alex… —se
encogió de hombros.
—Él levantó un ejército propio con todos los del norte
para apoyar al suyo en las Fronteras —le recordó Fin. —
Además, sir, ambos hombres son sus primos cercanos.

—Aye, claro, así que están obligados a apoyarme —dijo


Rothesay con confianza.
Sin embargo, cuando la familia se reunió poco después
para cenar en el gran salón, Fin notó pocos signos de buen
humor entre los primos. Rothesay era bastante amable,
pero el fornido y moreno Donald de las Islas parecía severo,
incluso irritable.

Alex se parecía bastante a su primo rubio de ojos azules


como para ser el hermano de Davy, pero era más tranquilo
por naturaleza. Se mantuvo reticente y atento, aunque
cortés.
Sin duda, para animarlos a todos, el Mackintosh sugirió
que Catriona o Morag cantaran para ellos después de la
cena. Pero Donald declaró cuando terminó de comer que
había soportado un día largo y agotador y que buscaría su
cama.
Rothesay estaba completamente despierto. Pero como
eligió entretenerse coqueteando con Catriona, Fin habría
preferido que siguiera el ejemplo de Donald.

Estuvo agradecido cuando Lady Ealga lo involucró en


una conversación inconexa, pero notó que James
desapareció con Morag e Ivor se movió para hablar con
Alex.
Al mirar hacia los dos últimos, minutos más tarde, vio
que Ivor miraba con severidad a Rothesay y Catriona. Alex,
que también miraba a la pareja, parecía divertido.
Fin no lo estaba. En el poco tiempo que había sido
invitado en el castillo, había llegado a pensar en Catriona
como algo más que una buena amiga y no quería que
Rothesay la ofendiera. Cuando su padre se unió a ellos y le
habló, Fin se sintió aliviado y se sintió más cuando la
muchacha se despidió poco después.
A la mañana siguiente, después del desayuno, los tres
poderosos lores se reunieron con el Mackintosh en su
cámara interior. Alex y Donald insistieron en que sus
compañeros se agregaran, y Rothesay mantuvo a los dos
suyos y a Fin con él. Shaw, Ivor y James también asistieron,
por lo que la sala estaba abarrotada.
Después de una hora de discutir los eventos pasados,
tal discusión a veces se volvía irritable, Rothesay dijo: —
Nuestro tío Albany, como todos saben, se resiente por haber
perdido la Gobernación y sus poderes concomitantes. Él los
quiere de vuelta.
—Y tu mandato provisional como Gobernador del Reino
expira en enero, lad —dijo Donald. —Todos sabemos eso
bien. Pero, ¿qué tiene que ver conmigo?
Fin sabía que Donald se consideraba igual, si no
superior, al Rey de Escocia. El Lord de las Islas descendía de
una dinastía mucho más antigua, poseía muchos más
castillos y cientos de barcos más, sin mencionar el gran
complejo administrativo de Finlaggan en la isla de Islay, que
contaba con una residencia palaciega más grande que la de
cualquier noble o equivalente real en la tierra escocesa.
Rothesay lo miró con mesura. —Tú y Alex saben tan bien
como yo cómo gobernó Albany cuando era gobernador,
acumulando poder dónde y cómo pudo. Tiene el tesoro, lo
usa como propio y, además, es codicioso, lo que afecta a
todos en Escocia. Quiero frenarlo siempre que pueda.
—Como deberías, Davy —dijo Alex, asintiendo. —Pero
sabes bien cuánto tiempo he estado fuera contigo. No
puedo dejar el Norte para que se cuide de sí mismo tan
pronto, no sea que nuestro tío Albany se abalance sobre él
con un ejército. O alguien más lo haga —agregó con
dulzura.
Fin miró al Lord de las Islas, al igual que algunos otros,
pero la espesa barba de Donald le ocultaba la boca y, por lo
tanto, gran parte de su expresión. La conversación continuó,
pero ambos primos permanecieron esquivos, dispuestos a
hablar pero no con claridad.
A Fin le pareció que algunos de los seguidores
intentaban provocar disensiones.
Sus pensamientos se dirigieron a Catriona y se preguntó
qué estaría haciendo.
 

***
 

Catriona estaba ocupada. Los grandes lores habían


traído compañeros con ellos, pero no habían traído a la
multitud de sirvientes que normalmente se esperaba con la
realeza visitante.
Cada noble tenía un sirviente. Pero solamente cuidaban
de sus amos y esperaban que los sirvientes del castillo o las
mujeres atendieran cualquier cosa similar a trabajos
serviles. Así fue como ella y Morag terminaron en la cocina,
ayudando a los auxiliares del cocinero con los preparativos
para la comida del mediodía.
Las dos apenas tuvieron tiempo suficiente cuando
terminaron de correr escaleras arriba y cambiarse de
vestido, pero Ailvie estaba esperando a Catriona, por lo que
el cambio tomó poco tiempo. Después de una última mirada
a sí misma en el espejo, se apresuró a bajar las escaleras,
disminuyendo la velocidad solamente cuando se acercó al
rellano entre la habitación de sus padres y la de Fin.
Se dijo a sí misma que sólo estaba protegiendo su
dignidad y no quería arriesgarse a chocar con uno de sus
padres en el rellano. Si su mirada se detuvo en la puerta
cerrada de la habitación de Fin, en lugar de en la de
enfrente, ninguna voz, incluida la autocrítica en su cabeza,
habló para reprenderla.
Al entrar al salón para ver que la gente todavía se
estaba reuniendo en las mesas bajas y en el estrado, se
detenía de vez en cuando para hablar con quienes la
saludaban. Cuando subió al estrado, su mirada chocó con la
de Fin, y algo en la forma en que la miró la hizo sentir
cálida.
Un movimiento a su derecha llamó la atención de
Rothesay, Shaw y su abuelo cuando salieron de la cámara
interior con Alex Stewart y Donald de las Islas.

Entonces Rothesay la miró a los ojos, y si la expresión de


Fin había sido cálida, la suya era abrasadora. Consciente de
que se sonrojaba y de que su abuelo o Shaw se darían
cuenta si se quedaba donde estaba, se dirigió
apresuradamente al extremo de la mesa de las mujeres y
ocupó el lugar que una sonriente Morag le había dejado
junto a Ealga.

Tan pronto como el verdadero monje mendicante de


Donald murmuró la gracia y todos se sentaron, Catriona le
dijo a su madre. —¿Sabes algo de lo que pasó esta mañana,
mamá?
—Yo no —dijo Ealga. —Sabes que tu padre rara vez me
confía sus asuntos. Y sabes, también, que cuando lo hace,
no hablo de eso después.
Desde la derecha de Catriona, Morag dijo: —James sí me
dijo que cree que hablarán mucho antes de llegar a un
consenso. Hay temas, dijo, que parecen suscitar mucho
desacuerdo y hombres en medio de ellos que parecen
alentarlo.
—Dios mío, ¿James te dijo todo eso? —mirando a su
madre para ver que Ealga se había vuelto para hablar con
Lady Annis, Catriona dijo: —¿Qué más dijo?
Morag parecía cohibida. —No debería decírtelo. Pero
quería que supieras que... que ya no te revelará nuestras
confidencias. Y debo advertirte que le conté lo que dijiste
sobre que era un idiota. Supongo que fue tan malo como
que él te dijera lo que yo había dicho y lo que él me había
dicho, pero...
Un gorgoteo de risa brotó de la garganta de Catriona, y
algo se le escapó cuando dijo: —Puedes repetir lo que te
diga si eso ayuda a que James recupere el sentido.
Morag pareció aliviada, pero dijo: —Verás, creo que
estaba irritado, así que puede que te regañe. Y cuando
James regaña a uno, es muy desagradable, créeme.
Catriona la miró fijamente. —Por el amor de Dios,
¿quieres decir que es brutal contigo? Me cuesta creer eso.

—James no es brutal, pero no me gusta que se enoje


conmigo.
Catriona se mordió el labio inferior y luego decidió decir
lo que estaba pensando. —Mira, Morag, ¿has visto alguna
vez a Ivor de mal genio?
—Nay, estoy agradecida de decir que no lo he hecho. He
oído a otros decir que no hace nada para contenerse, sino
que se enfurece.
—Yo puedo ser de la misma manera —admitió Catriona.
—Pero, por mi fe, Morag, comparado con cualquiera de los
dos en mal genio, James es... es muy templado.

Morag no parecía convencida. Pero, por una vez, no se


calló. En cambio, continuó hablando afablemente con
Catriona.
Cuando todos terminaron de comer, Mackintosh le pidió
a Morag que tomara su laúd y Catriona se disculpó, diciendo
que había prometido chequear la cocina. Pero cuando bajó
del estrado, Rothesay se acercó a ella, moviéndose con una
gracia casi felina, sus largas zancadas cubrieron el terreno
con engañosa prisa.
Cuando pudo hablar sin levantar la voz, dijo: —Te lo
ruego, lass, di que no nos estás abandonando ya. Quisiera
volver a hablar contigo, porque te juro que eres la criatura
más hermosa que he visto en doce meses.

Aunque ella sonrió con alegría ante el cumplido


inesperado, vio a su hermano Ivor y Fin no muy lejos detrás
de él. Ambos estaban frunciendo el ceño.
Recordando lo que su abuela había dicho sobre
Rothesay, dijo: —Me temo que me halaga, mi lord, es muy
amable.
—Nunca soy amable, lass, y reconozco la belleza cuando
la veo —dijo con lo que en cualquier hombre, incluido un
príncipe del reino, era una sonrisa descarada. —Te ruego
que no seas tan cruel como para decir que no caminarás
conmigo.
Sin embargo, no sólo era un príncipe del reino, sino
también uno de gran poder y conocido por usarlo
imprudentemente.
De manera uniforme, dijo: —Nunca soy cruel, sir.
—Entonces será generosa, mi lady —dijo, sonriendo con
confianza.
Volviendo a mirar más allá de él, vio que aunque
Rothesay podría llamarla generosa, tanto Ivor como Fin
tenían otras palabras en mente.
Capítulo 11
 

—Maldición —dijo Ivor, con el ceño fruncido. —Bajo


cualquier otra circunstancia, pronto le enseñaría a mi
hermana a no sonreírle a un hombre así.

—Pero esto es aquí y ahora —dijo Fin. —Y el hombre que


coquetea con ella es un príncipe del Reino. Así que sería
prudente quitar esa mirada feroz de tu rostro, lad, antes de
que él lo vea. Otros ya miran hacia acá.

—Rayos, ¿toleras su comportamiento? No importa quién


sea, no tiene por qué tomarse libertades con mi hermana.
¡Que Dios pudra al hombre! Él está casado.
—Y trata mal a su esposa, aunque es hermana de uno
de los lores más poderosos de Escocia, por lo que es poco
probable que se preocupe por tus sentimientos —dijo Fin. —
En cuanto a que yo apruebe lo que hace Rothesay, no me
incumbe a mí condonarlo o condenarlo.

—El demonio te agarrará entonces. Pensé que te


gustaba Cat.
—No seas tonto —replicó Fin. —Si me gusta o no, no
tiene nada que ver con Rothesay. El hecho de que él supiera
que me gusta tampoco frenaría sus impulsos. Rayos,
hombre, le sirvo. No permite que los maridos poderosos
interfieran con él cuando coquetea con sus esposas... aye, y
hace más que coquetear con la mayoría de ellas, si vamos
al caso.

—Así que esos cuentos son ciertos, ¿verdad? —dijo Ivor


con gravedad.
—Es el heredero del trono y peligrosamente afable —dijo
Fin. —Las mujeres adoran su hermoso rostro y ese diabólico
encanto de Stewart. Nunca he conocido a una que él haya
favorecido que se queje de su comportamiento en la cama.
De lo contrario…

Ivor emitió un sonido peligrosamente cercano a un


gruñido.

Fin miró al Mackintosh y se sorprendió al ver que el


anciano lo miraba especulativamente. Tocando el brazo de
Ivor, dijo: —Tu abuelo nos está mirando y no te agradecerá
si causas problemas con Rothesay. Así que controla ese
temperamento tuyo, lad, y mira a otra parte antes de que
nos metas a los dos en problemas.

—No sería la primera vez que eso pasa —dijo Ivor, con
los labios crispados.

La mera insinuación de una sonrisa fue bienvenida y


dejó que Fin se relajara.

Cuando Morag tomó su laúd, James se unió a ellos. —


Tengo noticias —dijo.

Ivor enarcó las cejas y Fin dijo: —¿Te gustaría que me


alejara?

—Nay, deberías quedarte —dijo James. —Es sólo que


tengo intenciones de llevar a mi esposa a su casa para
visitar a su familia. Los extraña mucho y… —miró a Fin. —
También me ha extrañado a mí. Mi padre está de acuerdo
en que mi presencia o la falta de ella no pueden influir en el
resultado de estas conversaciones, y mi abuelo dijo que
haría mejor en complacer a mi esposa por un tiempo
mientras pueda.
Con una sonrisa irónica, Ivor dijo: —Lo admito, iría
contigo en un abrir y cerrar de ojos.

—Nay, no lo harás. ¿Por qué deberías?

—Porque el proceso de hoy me aburrió casi hasta la


locura. Uno pensaría que estaban jugando a un juego, cada
uno con miedo de que el otro pudiera ganar un punto.

—Para ellos, es una especie de juego —dijo Fin. —Pero


antes de que Rothesay pueda convocar al Parlamento,
quiere saber que mantendrá la Gobernación. Para hacer
eso, necesita desesperadamente el apoyo de Donald, el de
Alex y los votos de todos los demás lores del Parlamento
que apoyen a cualquiera de ellos.
Ivor dijo: —Puedo ver que Alex jugará su mano como
siempre lo hace, pensando sólo en mantener firmemente el
Señorío del Norte en sus propias manos.

—Pero Donald quiere más que quedarse con su señoría,


¿no? —dijo James.

—Donald es profundo —señaló Fin. —Sin embargo, todos


sabemos que él codicia al menos una vasta área de las
Highlands, y Rothesay ha dicho que si Donald consigue
siquiera un dedo en las Highlands, buscará ahora gobernar
toda Escocia.

—Conoces a Davy mejor que nosotros, Fin —dijo Ivor. —


¿Confías en él?

En silencio, sabiendo que Davy ya había molestado a


Ivor y esperando que Ivor no se ofendiera más, Fin dijo: —
No me ha dado motivos para serle desleal.

—Pero no crees que siempre sea sabio, ¿verdad? —dijo


Ivor, haciendo una declaración en lugar de una pregunta y
observándolo de cerca.
Fin no respondió.

Ivor asintió, satisfecho.


Para cualquier otra persona, Fin podría haberse
equivocado al proteger al hombre al que servía. Pero no le
mentiría a Halcón.

Como para romper la breve tensión que los había


envuelto, Ivor miró a James y dijo: —¿Se van tú y Morag de
inmediato?

—El abuelo dijo que sería de mala educación, ya que


todo el mundo acaba de llegar. Así que imagino que
esperaremos uno o dos días. Pero mi mujer está ansiosa por
ver a su familia y confieso que también estoy ansioso por
tenerla para mí. El abuelo dijo que deberíamos pasar una
noche en el Castillo de Moigh en nuestro camino.

Continuaron charlando hasta que Ivor, que había estado


mirando periódicamente alrededor de la cámara, de repente
maldijo en voz baja.

Catriona estaba muy consciente del aspecto sombrío de


Ivor. En un momento había temido que Fin pudiera ser
incapaz de contenerlo, especialmente porque el propio Fin
parecía bastante molesto. Entonces James se unió a ellos y
los tres hombres se sumergieron en la conversación. Sólo
Ivor seguía mirándola.

Ella lo había ignorado, segura de que no causaría


molestias mientras el Mackintosh y su padre estuvieran
presentes. Ellos también estaban hablando, pero ninguno le
había prestado atención durante algún tiempo.

Las otras damas también conversaban entre ellas.


Morag todavía parecía alegre, un hecho que impulsó a
Catriona a mirar a James de nuevo.
—Dime, lass, ¿ignoras a menudo a tus admiradores o te
aburre mi historia?

Segura de que debía estar sonrojada hasta la raíz del


cabello, miró apresuradamente a Rothesay, sonrió y dijo: —
Lo escuché claramente, sir. Pero debería avergonzarse de si
mismo por contarme una historia tan obscena. Después de
todo, soy una doncella cuyos oídos rara vez han sido
manchados de esa manera.

Sus cejas volaron hacia arriba. —¿Rara vez?

Riendo, ella dijo: —Tengo hermanos, sir, y oídos muy


agudos.

Entonces él se rió y ella sintió un alivio tan fuerte que se


sorprendió. ¿Temía tanto su disgusto que le daba la
bienvenida a sus sonrisas?

Él le puso una mano en el hombro y se inclinó lo


suficiente para susurrarle al oído. —Tus oídos pueden ser
agudos, lass, pero tus orejas también son hermosas... como
conchas, suaves y rosadas. Les haría cosquillas con la
lengua y luego los besaría concienzudamente.

Ella se puso rígida de inmediato ante su toque, pero él


fingió no darse cuenta. ¿Se atrevería a hacer lo que había
dicho? Temía que lo hiciera si no lo detenía.

Al mirar a Fin, vio que él e Ivor la miraban, este último


con la mirada más negra que jamás había visto en él.
Fin puso una mano en el brazo de Ivor, pero Catriona se
dio cuenta de que sería prudente actuar antes que ellos.

En consecuencia, dijo tranquilamente. —A menos que


quiera que mi padre me envíe a mi habitación como lo hizo
anoche, sir, quitará la mano de mi hombro. También te
sugiero que se abstenga de susurrarme esas cosas al oído...
o cualquier otra cosa, en cualquier caso. Mi hermano ya nos
está mirando, y su temperamento...

Dándole un apretón en el hombro, dijo: —He oído hablar


del temperamento de Sir Ivor. No tengo problemas con eso.

—Quizás no los tenga, pero él estará enojado conmigo. Y


mi abuelo me despellejaría, mi lord, si yo causo una disputa
entre usted y cualquier otro miembro de mi familia. Si
observa, verá a mi cuñada venir incluso ahora a buscarme.

Retirando la mano de su hombro, él se volvió con su


fascinante sonrisa hacia Morag, pero ella no se dio cuenta o
trató de fingir que no lo notó.

En cualquier caso, Catriona también notó que Shaw se


había unido a Fin e Ivor.

Saludando a Morag, le dijo a Rothesay. —Estoy segura


de que recuerda a mi cuñada, Lady James Mackintosh, sir.

—Perdóneme por entrometerme, mi lord —dijo Morag,


mientras hacía una reverencia, manteniendo los ojos bajos
hasta que se levantó y miró a Catriona. —Tu padre dijo que
debería decirte que es hora de que nos retiremos del salón,
Catriona. Tu madre y tu abuela se han ido al solar. Vamos a
unirnos a ellas allí.

Aliviada, Catriona hizo una reverencia y cortésmente le


dio las buenas noches a Rothesay.

Cuando ella se levantó, él se inclinó hacia ella con una


sonrisa alegre y dijo: —Te disculpo por ahora, lass. Pero
espero volver a verte mañana.

Sabiendo que se estaba sonrojando furiosamente, y


teniendo cuidado de no volver a mirar a los hombres para
no ver el ceño enojado de su padre y el de Ivor, Catriona
tomó del brazo a Morag y la instó a que se apresurara.
—¿Qué estabas pensando para dejarlo coquetear
contigo así? —preguntó Morag, mientras se dirigían a la
escalera principal.

—Cielos, uno no deja que el heredero del trono de


Escocia coquetee con uno, Morag. ¿Cómo sugieres que
podría haberlo detenido?

—Bueno, alejándote cuando se toma libertades, por


supuesto, como se haría con cualquier joven impertinente.

—¿Es eso lo que tú harías? —le preguntó Catriona.

Morag abrió la boca como para insistir en que lo haría.


Luego, una mirada detenida le indicó a Catriona que los
pensamientos de su cuñada habían alcanzado finalmente a
su lengua.
—No sería tan grosera con ningún miembro de la familia
real —dijo. —Pero James diría...

—Entiendo bien lo que diría James y lo que dirá Ivor tan


pronto como encuentre la oportunidad. Pero si están tan
preocupados por nuestra seguridad, deberían permanecer
más cerca de nosotras cuando estemos en el salón.
Rothesay es un príncipe del reino, después de todo.
—Aye, lo es, y creo que la pura verdad es que sus
atenciones te halagaron. Es del tipo que espera que todas
las mujeres se desmayen cuando entra en una habitación, y
yo no tengo paciencia con eso. Gracias al cielo, James no es
como él.
—Ciertamente, eso es innegable —respondió Catriona.
Mirando por encima de su hombro cuando llegaron al arco
de la escalera, vio que mientras su padre hablaba con Ivor y
James, Fin la estaba mirando.
No parecía enojado, pero tampoco sonrió. Parecía
aturdido.
 

***
 

Mientras Fin se detenía en una imagen clara de sí mismo


retorciendo el cuello de Davy, de repente se dio cuenta de
que se preocupaba mucho más por Catriona de lo que se
había permitido creer. El hecho de que no tuviera derecho a
preocuparse tanto, lo golpeó aún más.
Había llegado a la conclusión de que no podía matar a
Shaw y que no sería justo decirle a Catriona que alguna vez
había creído que debía hacerlo. Pero actuar en base a sus
sentimientos y dejar el hecho del legado tácito sería lo
mismo que vivir con una mentira entre ellos.

Lo que ella llamaría su tonto sentido del honor lo


volvería loco en tales circunstancias. Incluso si pudiera
decírselo y hacerle entender, y si la familia de ella le
permitiera cortejarla, aún tendría que enfrentarse a la
indignación de su propia familia.
Que se hubiera enamorado de una Mackintosh podría
palidecer en las mentes que se tambalean por el hecho de
que de todos los campeones de Cameron en Perth,
solamente él había sobrevivido, y sólo porque había huido
del campo. Pero seguramente, todavía prohibirían tal
matrimonio.
También estaba la probable reacción de Catriona. Había
dejado claro que no buscaba matrimonio y que se resistiría
a uno que amenazara con llevársela de Strathspey. Aunque
claramente lo aceptó como un amigo, después de verla
sonreír a Rothesay, sospechaba con tristeza que ella
también podría haber estado coqueteando con él.

Su fértil imaginación de repente le presentó una imagen


de cómo debía verse mientras contemplaba el arco ahora
vacío, paralizado por sus propios pensamientos. No tenía
idea de cuánto tiempo había estado así, pero cuando buscó
a Rothesay, vio que estaba hablando con Mackintosh y Alex
Stewart.
Donald de las Islas estaba a cierta distancia cerca del
fuego, con el aspecto sombrío de siempre y conversando
con los dos nobles que lo habían acompañado al castillo.

Shaw estaba con James detrás del Mackintosh, e Ivor


caminaba hacia Fin, luciendo sombríamente arrepentido. Fin
reconoció la mirada y supo que Ivor todavía estaba enojado.

—Creo que ella pasará unos minutos cálidos con mi


padre —dijo Ivor con satisfacción cuando estuvo lo
suficientemente cerca.

—Apuesto a que él tampoco te perdonó —respondió Fin.


Ivor hizo una mueca. —Me recordó que la sangre real
corre por las venas de Rothesay y... bueno, sugirió que
debería enfriar mi ira para que no intente derramar algo de
esa sangre y me encuentre en una horca real. Sin embargo,
supongo que Albany salvaría mi pellejo y me recompensaría
por el derramamiento de sangre.

—Quizás —dijo Fin, seriamente.


—No apruebas estas conversaciones, lo sé. Pero real o
no, Davy Stewart es dos años más joven que nosotros, y su
comportamiento pondría a prueba la paciencia de Job.
—No apruebo su comportamiento —dijo Fin. —Pero no es
estúpido. No hará nada por ofender al Mackintosh mientras
lo necesite.

—Quizás, pero no tendré que soportar lo que suceda en


esa reunión de esta tarde. Mi padre me pidió que
supervisara el corte de turba.

Fin arqueó las cejas. —¿Castigo?


—Nay —Ivor se rió. —Los pantanos están bastante secos
ahora como para resistirse a tragarse a los hombres que
cortan la turba y la apilan. Los caballos de carro finalmente
pueden encontrar un buen equilibrio también. Y James
quiere organizar su viaje a Inverness y hacer las maletas.
Verás, a mi padre siempre le gusta que uno de nosotros esté
cerca porque pueden surgir problemas.
—¿Los Comyn?

—Se sirven a sí mismos de la turba que alguien más


corta, aye, siempre que pueden. Pero no están solos con ese
hábito —agregó Ivor. —Pondremos una guardia en nuestras
pilas cuando los hombres en la carretera puedan verlas.
Cuando la turba se seque, la transportaremos aquí.
—¿Dónde están estos pantanos?

—Cerca del río —dijo Ivor. —¿Por qué, quieres venir


conmigo?

—Simplemente estoy curioso y deseoso. Rothesay


quiere que me quede en las reuniones. Pero hasta ahora, no
me ha preguntado qué pienso de todo esto, lo cual está
bien.

—Aye, pero eso puede cambiar —dijo Ivor. —Mi papá me


dijo que Donald está molesto por la falta de progreso. Que
él haya contribuido a ello no lo desconcierta, por supuesto.
En cualquier caso, prefiero jugar en el barro con nuestros
cortadores de turba.
Fin sonrió. La tarde de Ivor sonaba más interesante de lo
que sería la suya.
 

***
 

Catriona había temido pasar la tarde escuchando a


Morag intercambiar comentarios vanos con las damas Ealga
y Annis. Pero su humor cambió cuando Tadhg le comunicó a
Lady Ealga que Sir Ivor estaría fuera toda la tarde.

—Aunque el amo James estará aquí, mi lady, si nos


necesita a él, y a mí también. Voy a correr de un lado a otro
para buscarlo y llevarlo mientras hace las maletas.

—¿A dónde va Sir Ivor, Tadhg? —preguntó Catriona.


—Sólo a vigilar el corte de turba, mi lady.

—Te ruego, ¿puedo ir con él, mamá? —preguntó a Ealga.


—Si puedes alcanzarlo antes de que salga de la isla y si
él lo permite, aye.

Rezando para que el enojo de Ivor con ella hubiera


disminuido y sin tomarse el tiempo de buscar su capa,
Catriona se subió las faldas y corrió hacia el patio.

Ivor estaba cerca de la puerta de entrada, hablando con


Aodán.

Corriendo hacia ellos, sonrió a su hermano y dijo: —


Mamá dijo que podría ir con usted, sir.
Despidiendo a Aodán con un gesto, Ivor esperó hasta
que el hombre de armas se alejara un poco antes de hablar,
esto le advirtió antes de que dijera. —No lo creo, Cat. Hoy
no.
—Me gustaría ir. Hace días que no salgo de la isla.
—Entonces considéralo una penitencia por tu
comportamiento anterior. Ahora me tengo que ir.

A punto de discutir, ella se detuvo, sabiendo que sería


inútil e igualmente lo sería tratar de explicar que no había
estado coqueteando a propósito con Rothesay, pero que no
podía simplemente decirle que se fuera. Ivor podría estar de
acuerdo con la última parte, pero insistiría, como había
hecho su padre, en que no debió haberse cruzado en el
camino de Rothesay en primer lugar. No le parecía que lo
había hecho, pero esa discusión no le iría mejor a Ivor.
Al volver al interior, encontró la escalera vacía hasta que
pasó por el salón. Luego, al doblar una curva, estuvo a
punto de chocar con Fin, que venía bajando.
—Deberías pisar más fuerte en estas escaleras —dijo en
un tono que sonaba hosco a sus propios oídos. Más
cortésmente, agregó. —Te juro que te mueves como las
patas del gato.

—Y, por la atención que estaba prestando, pudo haber


sido cualquiera, mi lady, —dijo, dándole una mirada de tal
intensidad que ella podía sentirlo hasta el fondo.

Esa mirada, más la formalidad con la que él se había


dirigido a ella, hizo que ella levantara la barbilla más alto
mientras decía: —¿Usted también está enojado conmigo,
sir?

—¿Quién más está molesto contigo?


Se enderezó y se recompuso antes de decir. —Ivor, por
supuesto. Estabas con él. Debes saber que el coqueteo de
Rothesay lo irritó profundamente.
—“Enojado” no es la palabra que yo hubiera elegido —
dijo. —Pero sí vi, aye, y creo que Rothesay no fue el único
que coqueteaba. Es decir, dudo que Ivor piense eso.

—Pero sabías que él también está molesto conmigo.


—No he dicho que yo lo esté —señaló. —¿Qué te hace
pensar que tu comportamiento podría haberme molestado?
—Pensé que antes parecía enfadado, sir, cuando Ivor lo
estaba. Y creo que te veías enojado de nuevo hace un
momento.
—Pero no tengo derecho a estar enojado contigo, lass. Si
alguien me enfureció, fue Ivor al dejar que su
temperamento se mostrara tan abiertamente ante un
invitado real en su casa.
—Supongo que eso es todo lo que era entonces. ¿Me
dejarás pasar?
—No lo sé —dijo en voz baja. —¿Debería? Puede que te
encuentres con alguien más. Puedes encontrarte con un
enemigo en estas escaleras o con algún otro peligro.
—No hay peligro aquí —dijo, tratando de leer su
expresión.
—¿No lo hay, Cat? —preguntó, su voz ahora era tan
suave como podía ser y enviaba repentinos temblores a
través de su cuerpo como si la hubiera tocado.
Tragó saliva y trató de encontrar su voz. Pero la había
abandonado.
Él se quedó allí durante un largo rato sin hablar, luego
se hizo a un lado cortésmente y le hizo un gesto para que
ella pasara. Con una oleada de decepción inesperada, supo
que había estado esperando que él la besara de nuevo.
Recogiendo la parte delantera de su falda, subió a la
escalera junto a él, todavía esperando. Luego se acercó al
que estaba encima, todavía sin incidentes. De repente, ella
se volvió, le pasó las manos por el pelo y lo obligó a girar la
cabeza hacia ella.
Cuando lo hizo, ella lo besó con fuerza en los labios, se
inclinó y dijo: —Tú eres el único peligro aquí, Sir Fin de las
Batallas. Y bien lo sabes.
Mientras huía, escuchó su risa resonando por las
escaleras detrás de ella. Sonriendo en respuesta, se sintió
mucho mejor.
 

***
 

Con el ánimo en alto, Fin continuó hacia abajo, había


subido sólo para cambiarse la camisa por una más ligera. El
fuego en la cámara interior ardía, y con tantos en la
habitación, se había sofocado durante la mañana.
Sin embargo, la reunión de la tarde no fue más
productiva que la de la mañana, hasta que Donald dijo con
brusquedad. —Como yo lo veo, lad, el riesgo de lo que estás
pidiendo es mucho mayor que cualquier ganancia para mí.
Si fracasamos y Albany vuelve a tomar las riendas del
gobierno, es probable que todos paguemos con nuestras
vidas.
Alex dijo con una sonrisa engañosamente perezosa. —
¿Qué quieres, Donald?

Siendo un Stewart, Alex le hablaba como un igual, pero


Fin vio que los labios de Donald se apretaban y supo por
qué. Alex, aunque también sobrino del rey, no sólo era
veinte años más joven sino que nació bastardo.
Fin pronto dejó que sus pensamientos volvieran a
dirigirse a Catriona y su beso en las escaleras.
Le había tomado todo lo que pudo para no agarrarla y
abrazarla con fuerza. Rayos, pero le hubiera gustado
tomarla allí mismo, contra la pared de piedra de la escalera.
Todo en ella lo tentaba, y la fuerza de esa tentación
perduraba. Cuando ella se fue después de la cena para
arriba con las mujeres, sus pensamientos continuaron
molestándolo, y se burlaban de él aún más en sus sueños.
A la mañana siguiente, no la vio cuando desayunó con
los hombres. Pero antes de que la reunión hubiese durado
mucho, el Mackintosh acudió en su ayuda.

—Verán, lads —dijo el anciano, mirando de un gran lord


a otro. —¡Pierden el tiempo con todas estas posturas! Si
bien acepté ser el anfitrión de esta reunión y puedo ver que
me necesitan, no me estoy volviendo más joven con esto.
Vaya, Rothesay, te pido que tú y estos primos tuyos elijan a
un hombre cada uno y se sienten los seis conmigo. Verán,
me quedaré y evitaré que se maten unos a otros, pero sólo
si me siguen el consejo. Así que ahora, ¿qué dices?
Fin contuvo la respiración. Habiendo temido que el
anciano hubiera ido más allá de lo que Rothesay soportaría,
estuvo a punto de vitorear cuando, con un breve
asentimiento, Davy dijo: —Es una buena idea. Mantendré a
Havers conmigo. Ustedes pueden irse.

Fin se marchó de inmediato para ver si Ivor ya había


partido hacia las turberas, donde volvería a pasar el día. Al
pasar por el salón, buscó a Catriona pero no la vio y luego
encontró a Ivor en la orilla, mirando a los criados lanzar un
bote.

Así, Fin pasó un día bastante divertido observando a los


cortadores de turba y aprendiendo más de lo que nunca
había querido saber sobre el secado de turba para
combustible.
Él e Ivor regresaron cerca del anochecer, quemados por
el sol, hambrientos y sedientos. Pidiendo a gritos agua para
el baño, Ivor dijo: —No tenemos más que una hora para
ordenar la cena, así que apúrate.
Fin obedeció, pero cuando se reunieron con los demás
en el estrado, una mirada a Rothesay le dijo que estaba de
un humor peligroso y que ya había bebido suficiente vino
para volverlo imprudente.

Cuando Catriona entró con Lady Morag unos minutos


más tarde, Fin se quedó sin aliento al verla. Llevaba un
vestido de terciopelo rosa que abrazaba su figura desde el
escote pronunciado hasta sus atractivas caderas, ceñido
ahora con una larga cadena de eslabones de oro. Su falda
se ensanchaba en suaves pliegues que se balanceaban
mientras caminaba.

Aunque Lady Morag caminaba a su lado, si alguien le


hubiera preguntado a Fin qué vestía, no podría haber
respondido sin mirarla primero.
La cena fue larga y Donald mantuvo una conversación
tensa y en voz baja con Alex durante todo el proceso.
Ambos se sentaron a la derecha de Rothesay con
Mackintosh y Shaw a su izquierda, y las damas detrás de
ellos.
Fin se sentó en el lado de los hombres junto a Ivor, pero
sabía que la conversación de Donald con Alex debía de ser
molesta para Rothesay. Y pudo ver que el muchacho que
servía a Rothesay volvió a llenar su copa más veces de lo
que normalmente era prudente.
No podía ver a Catriona, que estaba sentada de nuevo
entre Morag y Lady Ealga.
De vez en cuando, cuando la voz de Donald o la de Alex
se volvía más intensa, Ivor y Fin se miraban el uno al otro.
Pero la tercera vez que sucedió, Fin escuchó al Mackintosh
murmurar algo que los silenció a ambos.
A lo largo de la comida, continuó un murmullo de
conversación en el salón inferior donde los criados, hombres
de armas y otros invitados estaban sentados en tres largas
mesas de caballete.

Por fin, Rothesay se levantó y, por fuerza, todos los


demás se levantaron también. Asintiendo majestuosamente
hacia el Mackintosh, Rothesay pasó junto a él y Shaw para
hablar con las damas Ealga y Annis. Sus comentarios fueron
breves, y cuando Lady Morag se unió a ellas, se volvió para
hablar con Catriona, ofreciéndole un brazo mientras lo
hacía.

Fin se imaginó a la muchacha volviéndose contra Davy


como se había vuelto contra él el día que la conoció, y
abofeteando a Davy como un tonto. Suspirando, supo que
ella no podría hacer tal cosa sin provocar la ira de todos
menos la de él.
La cantidad de personas entre él y el otro extremo del
estrado le impedía ver a Catriona y Davy, así que dio la
vuelta al otro extremo de la mesa, con la esperanza de
vigilarlos de cerca, preguntándose cómo intervenir si era
necesario.
El estado de ánimo frágil de Rothesay era un claro
presagio de problemas, aunque Fin sabía por experiencia
que aquellos que no conocían bien a Rothesay no se darían
cuenta de que estaba borracho como un simio. Incluso si
alguien lo hiciera, él era el Rey de Escocia en funciones y,
por lo tanto, gobernaba Escocia. Además, era invitado tanto
de Shaw como de Mackintosh.

Los dos se habían interpuesto entre Rothesay y Catriona


mientras todos se levantaban de la mesa, pero ambos
hombres se habían movido a la vez para hablar con Donald
y Alex.
Justo cuando Fin volvió a ver claramente a Rothesay y
Catriona, mientras salían del estrado y se unían a la
multitud en el vestíbulo inferior, ella sacudió la cabeza y
tocó el brazo de Rothesay. Él sonrió, le puso las manos sobre
los hombros y la atrajo hacia sí.
Capítulo 12
 

Rothesay seguía sonriendo ante su broma obscena, y


aunque Catriona le había dicho que no debía decirle esas
cosas, estaba claro que no le importaba lo que ella pensara.

Se había encontrado con ella tan rápido, y cuando dudó


en tomar su brazo, le dijo que sólo quería caminar
brevemente con ella y no ser grosero. Nadie más en el
estrado parecía prestarles atención, y estaba segura de que
él no podía hacer nada horrible en medio de tanta gente, así
que lo había obedecido. Entonces él había puesto su mano
libre sobre la de ella y la había urgido a bajar del estrado
mientras le contaba su broma.

Él había fruncido el ceño ferozmente ante su objeción a


sus obscenidades, pero en el momento en que ella le tocó el
brazo, con la esperanza de demostrar que no había tenido
la intención de ofenderlo, él sonrió y puso las manos sobre
sus hombros. Su intención ahora era clara, y sabía que
nadie cerca se atrevería a interferir con él.

Rápidamente levantando las palmas de ambas manos


hacia afuera entre ellos, ella dijo: —No lo haga, mi lord. No
debe.

—Ah, pero debo hacerlo, lass. Eres demasiado tentadora


para resistirse —acariciando una manga de
terciopelo, dijo: —Me gusta este vestido. Su suavidad invita
a la caricia de un hombre.
Se había encontrado con su padre inesperadamente,
después de que Shaw se fuera de la reunión esa mañana, y
había recibido un sermón sobre el comportamiento que
esperaba de ella. Aunque había aceptado de buena gana
que no debía ser grosera con Rothesay, había dicho
simplemente que debía mantenerse alejada de él. Con ese
fin, se las había arreglado para evitar a Rothesay en la
comida del mediodía. Pero después de haber usado su
vestido favorito para cenar con la esperanza de impresionar
a Fin, desafortunadamente había atraído a Rothesay a su
lado.

Mirándola intensamente a los ojos, dijo: —Sé amable,


lass, a menos que te atrevas a poner manos hostiles sobre
tu soberano.

—Todavía no es Rey, sir.

—Ah, pero como Gobernador, ejerzo los poderes del


Rey... todos ellos, incluido el poder de emitir y revocar
cartas para la tierra. Tu abuelo y tu padre controlan muchas
tierras por aquí, creo, pero sólo por capricho real. Verás, mi
mandato es como ley —él todavía la miraba a los ojos, la
agarraba fuertemente sobre los hombros y su deseo por ella
irradiaba por cada poro. —Ven ahora y camina conmigo.

—No debo, sir —dijo, pero apenas pudo pronunciar las


palabras y sabía que estaba temblando. No sabía si él decía
la verdad o si sería capaz de tomar las vastas tierras del
clan Chattan incluso con un ejército. Sin embargo, ya sea
que pudiera o no, sabía que los hombres de su familia
verían con malos ojos que ella conversara con él y mucho
más tenues si ella lo enojaba. Y no quería darle a Shaw, en
particular, ningún otro motivo de desaprobación.
Que él lo desaprobaba debió haber sido evidente para
Rothesay, después de que Shaw la había despedido dos
veces cuando los había visto juntos. Sin embargo, Rothesay
descartaba claramente la censura de cualquier padre. Pero
ella no podía descartar la de Shaw.

Rothesay se había limitado a sonreír ante su débil


negativa.

Dijo con más firmeza. —En verdad, mi lord, no debo.

Él continuaba sonriendo, sus manos apretando los


hombros de ella. Por su mente revoloteaba el pensamiento
de que incluso si hubiera tenido su daga, no podría sacarla a
Rothesay. Hacerlo seguramente sería una traición.

Cuando, lenta e hipnóticamente, él comenzó a acercarla


más, con su propósito claro para cualquiera que los mirara,
supo que tenía que detenerlo de cualquier forma que
pudiera.

Sus labios se fruncieron expectantes y ella pudo oler el


vino en su aliento.

—Dios mío, sir, ¿quiere besarme aquí delante de todos?

—Si caminas conmigo, podemos hacerlo en privado —


murmuró. Sus labios se relajaron para permitir el
comentario, pero su mirada aún ardía en la de ella.
—Ese arco conduce al sanitario —dijo con un tono de
voz.
—Aye, claro, pero también hacia las murallas y una
hermosa vista, me han dicho. Es tu propia elección.
Obedéceme o paga una multa pública y agradable.

Apretando los dientes y enviando consecuencias al


diablo, empujó con más fuerza contra su pecho, dejando
que se mostrara más su ira cuando dijo: —Ahora, mire, mi
lord, realmente está comenzando a molestar...
Antes de que pudiera terminar o los labios de él
pudieran tocar los de ella, un carraspeo gutural la hizo
sobresaltar y girar la cabeza para ver a Fin muy cerca de
ellos.

Se alegró de verlo, pero la expresión severa de su rostro


y la vergüenza propia fortalecieron su irritación con
Rothesay. Trató de soltarse, pero las manos de Rothesay se
apretaron sobre sus hombros, y la sostuvo con tanta
facilidad que cualquiera que estuviera a cierta distancia
fácilmente podría dejar de notar su aversión.

—Déjeme ir —espetó ella, preguntándose si se atrevería


a pisarle el pie.

—En un momento, lass —respondió. Estaba mirando a


Fin pero con pereza, sin haber saltado ni haber mostrado
ningún otro indicio de la culpa que debería sentir.

Sin embargo, mientras continuaba mirando al silencioso


Fin, un ceño fruncido nubló el semblante real. —¿Por qué
diablos hiciste ese maldito ruido? —demandó.
—Con respeto, mi lord —dijo Fin. —Quiero hablar con
usted.

Al darse cuenta de que estaba conteniendo la


respiración, Catriona la dejó escapar.
—Vete —dijo Rothesay, sonriendo pero relajando las
manos sobre los hombros de ella. —Te entrometes, Fin,
como puedes ver claramente.

—Si me entrometo, sir, es mejor que lo haga yo a que el


padre de su señoría o uno de sus hermanos protesten más
airadamente por las libertades que se toma con ella.

—Que el diablo te lleve —espetó Rothesay. —Eres una


maldita molestia, Fin. La dama va a caminar conmigo, y
ningún padre o hermano sería tan tonto como para
protestar por mis atenciones hacia ella, sean las que sean.
Encuentro su belleza reconfortante para mis nervios
sobrecogidos por nuestras discusiones de hoy. Pero no
puedes decir nada al respecto, en cualquier caso, después
de abandonarme tan despiadadamente antes a mi suerte.

Cuando los labios de Fin se tensaron tanto como los de


Ivor cuando ese caballero estaba a punto de estallar,
Catriona sintió un estremecimiento de anticipación en la
base de su columna vertebral.

Sin embargo, sólo dijo: —Si lo abandoné, mi lord, fue por


sus órdenes y las del Mackintosh, como bien sabe.

—¡Sangre de Dios, hombre, qué charla! ¿Me desafiarás


entonces? ¿Te atreves?

Catriona estaba mirando a Fin, pero ante estas palabras,


la emoción de la anticipación se convirtió en un escalofrío
de miedo. Ella le frunció el ceño.

Si Fin se dio cuenta, no dio indicios de ello. De hecho,


mostró más temeridad al mirar con desaprobación de una
de las manos de Rothesay a la otra.

Una vez más, intentó alejarse de Rothesay. Una vez


más, él lo impidió. Ella lo miró a la cara y luego a la de Fin.

—Se lo ruego, sir —le dijo a este último. —No puede


haber una buena causa para...
—Silencio, lass —dijo Fin, en voz baja pero no obstante
con firmeza.

Ella tragó un estallido de ira, pero deseó poder


golpearlos a ambos. Era como si dos perros rodearan un
hueso sabroso.
Fin dijo: —Por mi fe, mi lord, no quiero discutir con
usted, sólo preservar los beneficios de su bienvenida aquí y
la buena voluntad del Mackintosh hacia su causa. Podemos
perder esa buena voluntad si se ofende por tal interés real
en su nieta soltera.
Rothesay lo miró larga e inquisitivamente, mientras
Catriona temblaba de creciente inquietud. Entonces los ojos
de Rothesay comenzaron a brillar.

Al verlo, comenzó a relajarse hasta que dijo: —Por Dios,


Fin, ya veo lo que es. ¡Tú también te has interesado por la
muchacha!

Fin miró a Rothesay, atónito, mientras su imaginación


buscaba con urgencia algo sensato que decir que no fuera
una mentira descarada.

Catriona guardó silencio, pero él no había pasado por


alto su ceño de advertencia antes. Y dudaba que a ella le
agradara una declaración suya, incluso si tenía derecho a
hacer una. Sin embargo, si decía que no tenía ningún
interés en ella, estaría mintiendo y Rothesay intentaría irse
con ella.

En ese momento, Ivor apareció junto a ellos como si un


mago lo hubiera conjurado allí y dijo sombríamente. —
Habla, Fin. ¿Cuáles son tus intenciones hacia ella? Si tienes
la intención de ofrecerte para ella, habría esperado que
primero le pidieras permiso a nuestro padre para cortejarla.

—Aye, eso es cierto —dijo James desde el otro lado de


Fin. —Debo decir que no tenía ni idea de esto. Mi Lady
Morag tampoco sabía nada de eso, porque ella me lo habría
dicho.

Fin, después de mirar de uno a otro, vio ahora que Shaw


había notado su reunión y los estaba mirando con
severidad. Seguro de que estaría sobre él a continuación, se
volvió hacia Rothesay, quien le devolvió la mirada con una
más pícara.

—Rayos, Fin —dijo. —¿Has mantenido este apego tuyo


en secreto? Porque, si es así, estoy pensando que el diablo
debe estar en esto ahora.

Catriona, que había permanecido en silencio durante


todo el tiempo, suspiró de repente, miró directamente a
Rothesay y sonrió con timidez, diciendo. —Tiene usted razón
en eso, mi lord. Como puede ver claramente, ha creado una
situación desafortunada al revelar nuestro secreto. Pero me
temo que es cierto que Sir Finlagh y yo estamos
enamorados.

Luego bajó las pestañas de una manera que hizo que Fin
quisiera sacudirla hasta que cayeran al suelo, y agregó. —
¿Cómo podría haber tenido la fuerza suficiente para resistir
sus avances tan halagadores, sir, si no hubiera caído
profundamente enamorada de él?
—¿Cómo, de verdad? —Rothesay dijo con una risa
alegre. —¡Pero esto es extraordinario! Ven, Shaw —agregó
cuando el padre de Catriona se acercó a ellos. —Te he
descubierto un secreto. Tu hermosa hija y mi hombre, Sir Fin
de las Batallas, quieren casarse. Creo que es una gran idea.
Ahora, ¿qué dices tú?
Fin contuvo la respiración mientras Shaw miraba de una
persona a otra, dejando que su mirada se posara por fin en
Catriona.
—Sólo venía a sugerir que es hora de que estés en tu
habitación, lass —dijo con su habitual tono severo. —
Podemos hablar más de esto por la mañana.
—Con respeto, mi lord —dijo, encontrando esa mirada
penetrante. —Esto me concierne tanto a mí como a Sir
Finlagh, porque fui yo quien se lo contó a Rothesay. Creo
que estará de acuerdo en que sería injusto de mi parte
hacer que Fin respondiera solo ante usted por eso.
—Quizá sí —asintió Shaw. —Sin embargo, va a hablar
conmigo a solas. Si insistes, puedes unirte a nosotros
después para escuchar lo que te diré.
Eso no era lo que ella había querido, como Fin pudo ver
claramente por su expresión de frustración. Pero cuando
Shaw hizo una seña con la cabeza a Ivor y él le puso una
mano en el brazo, ella regresó obediente, aunque de mala
gana, con él.

—No la lleves al solar de mujeres, Ivor, sino a la


pequeña habitación frente a la cámara de municiones que
hay encima —dijo Shaw. —Hablaré con ella antes de que
tenga que contarle esto a tu madre o abuela, así que
déjame la esencia a mí. Vas a ir con ellos, James —agregó.
—Sin embargo, tómate tu tiempo. Preferiría que nadie
piense en nada de esto o que nos siga a cualquiera de
nosotros al piso de arriba. Tampoco hables con Morag hasta
que te dé permiso.

—Como desee, sir —dijo James asintiendo con la cabeza


mientras se alejaba.
Fin esperó a escuchar sus propias órdenes mientras
vigilaba a Rothesay, quien todavía se estaba divirtiendo y
claramente esperaba escuchar lo que Shaw le diría a Fin.
Sin embargo, Shaw habló primero con Rothesay y le dijo:
—Uno de sus muchachos le dijo a mi suegro que sin duda
puede vencerlo en el ajedrez, mi lord. Daría la bienvenida a
un partido, si lo honrara, y lo espera ahora en la cámara
interior.
Rothesay sonrió y dijo: —Lo haré, aye, y con mucho
gusto, porque debo decirles que he estado buscando una
manera de divertirme esta noche. Pero mira, Shaw, creo que
esta pareja reservada debería casarse de inmediato. Vaya,
me divertiría más que una buena partida de ajedrez y
podría aligerar el ánimo entre mis primos y hacerlos más
propensos de doblegar a mi voluntad.
—En cuanto a eso, mi lord, ya veremos.
—Podría hacer de este matrimonio una orden real —dijo
Rothesay provocativamente. —Quizás no he dejado claro
que la pareja tiene mi bendición.

—Un honor, sin duda —dijo Shaw en el mismo tono


severo. —Podemos hablar más de esto si lo desea, después
de que hable con Sir Finlagh y mi hija.

Al ver el ceño fruncido de Rothesay, Fin quiso advertirle


que recordara su necesidad de apoyo del Clan Chattan. Pero
Rothesay, mirándolo, claramente lo recordó, porque su ceño
se aclaró y dijo: —Me gustaría eso, aye, Shaw.

—Bien entonces —dijo Shaw. Volviéndose hacia Fin,


agregó. —Ven conmigo.

Al escuchar esas palabras y el tono ominoso de Shaw, la


mente de Fin le jugó una mala pasada con el pensamiento
repentino de que si hubiera sabido un mes antes que se
encontraría solo en una habitación con el líder de guerra del
Clan Chattan, nunca hubiera adivinado que sería para tal
propósito o que sólo esperaría calmar la legítima furia del
hombre.
 

***
 
Consternada por lo que había hecho y enojada consigo
misma por poner a Fin en tal aprieto, Catriona mantuvo sus
emociones bajo control hasta que Ivor la condujo a la
pequeña habitación frente a otra, mucho más grande,
donde estaban almacenados los documentos importantes
del clan. La cámara más grande también era donde su
padre se encerraba cuando tenía asuntos privados que
atender o una hija a la que regañar.

Pero cuando Ivor se volvió para cerrar la puerta de la


habitación más pequeña, ella dijo tranquilamente a sus
espaldas. —No quiero hablar contigo sobre nada de esto, ni
tampoco con James. Aún no.

Ivor se volvió entonces para mirarla y, en lugar de la ira


que esperaba ver, vio compasión y un destello de humor. —
¿No quieres, gata salvaje? —preguntó. —Puedo entender
eso muy bien. Pero, ¿qué diablo te poseyó para declarar tal
cosa?
—No te puedo decir —murmuró ella.

—¿No puedes o no quieres?


Ella no supo cómo responder a eso.

—Ya veo —dijo él. —O quizás no. Pero sospecho que Fin
hará la misma pregunta, así que será mejor que pienses en
una respuesta antes que él. ¿Tienes idea de los problemas
que le has creado?
—Lo sé —dijo miserablemente. —No quise hacer eso.
Cuando Rothesay me instó a caminar con él, todos los
demás se habían alejado, e incluso mi padre había dicho
que no podía ser grosera con él. Pero cuando dije que mi
padre desaprobaba que le mostrara un favor de esa
manera, Rothesay dijo que estaba siendo descortés. Creo
que debe estar borracho.
—Muy probable. A menudo bebe demasiado.

—Pensé que podría cuidar de mí misma aquí en nuestro


propio salón, pero...

—Nay, lassie, y nunca con Rothesay.


Ella respiró hondo y lo soltó, sabiendo que él tenía
razón. —¿Cuánto escuchaste de lo que dijimos?

—No mucho hasta que Rothesay dijo que Fin se


interesaba por ti. Verás, todavía estaba en el estrado
hablando con James cuando lo dejaste, así que...

Se interrumpió cuando la puerta se abrió y James entró


como si la mención de su nombre lo hubiera invocado. Se
quedó allí, mirándolos, decidiendo claramente qué decir.

Ivor dijo: —Cierra la puerta, James. No le vendrá bien a


Cat ver a nuestro padre guiando a Fin a esa habitación como
solía guiarnos cuando estábamos en problemas o algo peor.
Sólo le estaba contando lo que tú y yo vimos y oímos.
James le dio a Catriona una mirada escrutadora
mientras se inclinaba hacia atrás y cerraba la puerta. Luego
dijo: —Nunca debiste dejar que Rothesay se marchara
contigo de esa manera, lass, pero, por mi parte, no sé cómo
pudiste haberlo detenido. El hombre cree que su posición y
la sangre real que corre por sus venas le otorgan el derecho
a siempre salirse con la suya. Todos lo hemos visto.
Catriona miró de un hombre a otro y clavó la mirada en
Ivor. —Esperaba que tú, especialmente, estuvieras furioso
por lo que sucedió allí —dijo. —En cambio, parecías casi
divertido… y… y algo más. ¿Está preocupado, sir?

Ivor miró a James, quien se encogió de hombros. —Sus


emociones difícilmente cuentan como la esencia del asunto,
creo —dijo.
—Siéntate, Cat —dijo Ivor. —Cuando cualquiera, excepto
Fin, se dio cuenta de que habías dejado el estrado con
Rothesay estabas demasiado lejos y demasiado mezclada
con nuestra gente en el vestíbulo inferior para que
pudiéramos hacer algo más que gritar. Sólo podíamos
depender de la capacidad de Fin para intervenir
diplomáticamente.

—Él sin duda habría logrado distraer a Rothesay —dijo


James solemnemente. —Si no hubieras interferido.
Catriona no estuvo de acuerdo, ya que Rothesay no
estaba de humor para que nadie lo distrajera, pero sabía
que era mejor no decirlo.
Sin embargo, Ivor dijo: —Para cuando tú y yo estuvimos
bastante cerca para escuchar lo que los tres decían, James,
garantizo que el asunto ya había ido demasiado lejos.

—Intenté detener a Rothesay —dijo ella, odiando la nota


defensiva en su voz, pero no estaba dispuesta a que
pensaran que simplemente había cumplido con sus deseos.
—Entonces me recordó su gran poder como Gobernador.
Él... él hizo amenazas.
—Aye —dijo James, asintiendo. —El hombre ejerce
mucho poder, lass, y a menudo amenaza con usarlo. Pero al
principio parecía como si fueras de buena gana con él.
—Tú mismo dijiste que no sabes cómo pude haberlo
detenido, James. Entonces, ¿cómo pude saber qué hacer?
Sólo dime que...
—Suficiente, Cat —intervino Ivor, claramente impaciente
con la necesidad de James de explorar los detalles con
detenimiento y en profundidad o con su propia reacción, o
ambas cosas. Ivor agregó. —Aunque Rothesay sólo tiene
veintitrés años, ocupa el lugar de nuestro Rey, por lo que es
cierto que no puedes abofetearle ni ordenarle que te quite
las manos de encima como lo harías con cualquier otro
muchacho. Aún así, muchos de los que te vieron creerán
que encontraste halagadoras sus atenciones y que
respondiste a ellas.
Ella asintió. —Morag dijo lo mismo la primera vez que
caminé con él.
—Entonces no diremos más sobre eso —dijo Ivor. —
Pronto vimos que no estabas dispuesta y tratamos de llegar
a ti rápidamente, pero sin despertar una curiosidad
indebida.
—Aye —convino James, y agregó con seriedad. —No
quise hacerte pensar de otra manera, Cat. Rothesay sería
un hombre difícil de manejar para cualquier muchacha.
—No escuché nada con claridad hasta que Rothesay
levantó la voz para preguntar si Fin tenía la intención de
desafiarlo —dijo Ivor. —Te vi fruncir el ceño, y lo siguiente
que escuché fue que Rothesay declaraba que Fin estaba
interesado en ti. Y Fin no lo negó, Cat.
—Nay, no lo hizo —ella estuvo de acuerdo, recordando.
—No dijo nada, Ivor. Fue entonces cuando exigiste saber
cuáles eran sus intenciones hacia mí.

—Lo hice, lass, aye —dijo. —Verás, tú o, más


exactamente, Rothesay habían puesto a Fin en una posición
insostenible. No podría decir honestamente que no tenía
ningún interés si lo tiene. Pero debo admitir que sólo dije lo
primero que se me ocurrió, con la esperanza de darle a Fin
más tiempo para pensar. Sin embargo, no fue lo más sabio
que pude haber dicho.

—Eso —dijo James. —Es perfectamente cierto. Incluso


puede ser lo que puso en la cabeza a Catriona la idea de
decir lo que dijo.
Ivor le dirigió una mirada de reprimenda y prosiguió. —
Cuando dije que Fin debería haber pedido permiso a mi
padre, esperaba que Fin respondiera que hablaría con él
sobre cualquier intento de ese tipo. Pero antes de que él
pudiera, tú soltaste tu declaración de amor y lo hiciste como
para que Dios sabe cuántas personas escucharan, cada una
de las cuales sin duda se lo ha dicho a otras. Verás, lass,
arrojaste a Fin al propio fuego del diablo con esas palabras.
—¿Pero cómo?

—¿Imaginas que Fin está al otro lado del pasillo


diciéndole a nuestro padre que eres una mentirosa,
Catriona?
—Misericordia, sir, Fin hace tal escándalo por su honor
que supuse que le diría a mi padre la verdad. Debe saber
que hablé cuando lo hice para detener a Rothesay y
alejarme de él sin causar más disturbios de los que ya
habíamos causado.
—Sea lo que sea que le diga a papá, has puesto a Fin en
una posición detestable.
Sabía que cuando Shaw le prohibió estar presente
mientras él y Fin hablaban, había puesto a Fin en una
posición injusta, pero esperaba que, al declararlo así a su
padre, al menos hubiera hecho algo para ayudar.
Claramente, no lo había hecho.
—Cielos —dijo. —Le diré a papá toda la verdad, yo
misma.

—Mucho bien que hará a cualquiera de ustedes dos


ahora —dijo James, sacudiendo la cabeza.
—No te entiendo, James. Te lo ruego, di lo que quieres
decir.
—Él no debe hacerlo, Cat, ya que hemos llegado al
meollo del asunto —dijo Ivor con suavidad. —En verdad, mi
padre pensaría que ya hemos dicho más de lo que
deberíamos.
Mirando de uno a otro, se preguntó qué diablos había
hecho.
 

***
 

Siguiendo a Shaw a una cámara de aspecto cómodo de


un tamaño que casi coincidía con el solar de las mujeres
debajo de ellas, Fin cerró la puerta sin esperar a que se lo
pidieran. La calidez de la cámara era bienvenida, incluso
reconfortante, porque en los largos minutos que había
tardado en cruzar el gran salón y seguir a Shaw por la
escalera principal hasta la sala de municiones, sus
pensamientos habían girado como trompas de agua en un
lago agitado.

Inhalando profundamente y soltándolo, tal como lo haría


antes de enfrentarse a un oponente en un campo de batalla,
vio a Shaw arrodillarse para avivar las brasas de la
chimenea.
Entonces Shaw se puso de pie y lo miró durante un largo
momento antes de decir: —Deberías saber, lad, antes de
que comencemos esta conversación, que mi suegro cree
que serías un buen marido para nuestra Catriona. No estoy
tan seguro de estar de acuerdo con él. Aún no.
Todo lo que Fin había considerado decir se desvaneció
de su mente. Sin nada más que decir, guardó silencio.

—Verás, sabes bien que nos dijo quién eres. Del mismo
modo, Ivor nos contó sobre tu participación en la batalla de
Perth, incluso que te urgió al río para que alguien de tu lado
viviera para contarlo. ¿Ya lo has contado?
—Sólo a Catriona, sir. No he vuelto a casa desde
entonces para ver a los demás de mi clan —ese hecho por sí
solo no le había parecido desagradable en comparación con
su escapada y el legado de su padre. Pero le parecía ahora
cuando se lo admitió a Shaw.
—Así que, aunque no se lo dijiste a tu propia gente, sí le
dijiste a nuestra Catriona, ¿es así?
—Lo hice, aye —dijo Fin. —Ella se había hecho mi
amiga... tal vez incluso me salvó la vida. Pensé que merecía
saberlo.
—¿Y le dijiste también que eras hermano de un jefe
Cameron?
—Lo hice.

—¿Y que naciste en el Castillo de Tor, un lugar por el que


nuestros dos clanes habían luchado durante mucho tiempo
hasta la batalla de Perth, y por el que todavía compartimos
mucha tensión?
En voz baja, Fin dijo: —No le dije eso.
—Sin duda no surgió la oportunidad —dijo Shaw casi
amablemente.
—Hablamos del Castillo de Tor —admitió Fin, sintiéndose
como si se estuviera acercando a un precipicio... o una
horca. —Me preguntó si lo conocía y dijo que el Mackintosh
va allí todas las Navidades. Sólo dije que conocía el Castillo
de Tor y Loch Arkaig.

—Ya veo —para sorpresa de Fin, los ojos de Shaw


brillaron. Pero sólo dijo: —Imagino que llegará un
momento en el que desearás haber sido más comunicativo
con la muchacha. Pero esa es sólo una de las consecuencias
que vas a enfrentar ahora.

—Podría nombrar varias, sin duda —dijo Fin, pensando


no sólo en Catriona y la ira que había visto en ella, sino
también en Rothesay.
—Aye, bueno, me preocupa sólo una consecuencia en
este momento —dijo Shaw. —A menos que tengas la
intención de mentirle a nuestra Catriona.

—No haría eso bajo ninguna circunstancia —dijo Fin. —


Sin embargo, estoy seguro de que ella aclarará el asunto
tan pronto como pueda. Tan fácilmente como dice lo que
piensa, no me sorprendería saber que ya ha declarado que
habló apresuradamente.
—Ahora, lad, te recuerdo que la puse a cargo de sus
hermanos. Así que todavía no se lo ha dicho a nadie más. Ni
lo hará. No permitiré que ella haga un escándalo, ni que tú
lo hagas por ella. Si hubiera pensado que tenías algo así en
mente —agregó cuando Fin intentó decir algo para
tranquilizarlo. —Me habría asegurado de que mantuvieras la
boca cerrada. Tal como están las cosas, sé que puedo
confiar en que tratarás con la muchacha como deberías.

—¿Como debería, sir?


—Aye, claro, porque ahora tendrás que casarte con ella,
¿no es así? Verás, tenemos tres poderosos terratenientes
aquí. Y cada uno de ellos esperará oír que te casarás.
Fin escuchó las palabras. Pero su impacto en él, aunque
fuerte, fue muy diferente de lo que esperaba. Un hambre lo
venció como nunca antes había conocido. Quería a Catriona
y sospechaba que nunca había querido nada más.
Que él pudiera ganarla...
Su cuerpo se agitó ante el pensamiento y su mente
zumbaba.

Sin embargo, fue sorprendente descubrir que Shaw


creía, exactamente como él, que el mejor castigo para
cualquier hombre era dejarlo sufrir las consecuencias de sus
propias acciones.
Capítulo 13
 

Catriona caminaba de un lado a otro mientras esperaba


con sus hermanos, molesta por la negativa de ellos a
contarle más, pero sabía que no serviría de nada
presionarlos. Ni Ivor ni James habían hecho más
comentarios. Ambos hombres se habían sentado en silencio,
observándola caminar.
Cuando se abrió la puerta, se sobresaltó violentamente
y se dio la vuelta para ver a Shaw llenando la puerta con
expresión sombría.

—¿Qué le ha hecho, sir? —exigió.


Shaw arqueó las cejas en clara objeción a su tono y dijo:
—Ahora vendrás a esa cámara conmigo, Catriona.
Ella tragó saliva, pero dijo: —Le ruego, sir, ¿dónde está
él?

—Te advertí, lass, que tenía cosas que decirte. Te las


diré ahora —se hizo a un lado, haciendo un gesto
implacable hacia la cámara al otro lado del rellano.
Con la misma sensación de fatalidad que había sentido
cuando de niña le ordenaban ir a esa habitación, se
recompuso sólo para sentirse sacudida de nuevo cuando
Ivor le lanzó una mirada de simpatía. Con la esperanza de
poder mantener su dignidad a través de lo que le esperaba,
pasó junto a su padre, cruzó el rellano y entró en la cámara
más grande.
Fin estaba junto a la chimenea, con aspecto solemne
pero por lo demás tranquilo.

Su corazón latía con fuerza, pero verlo con


aparentemente calma por lo que había ocurrido entre él y
su padre la tranquilizó.

Estaba a punto de hablar cuando Shaw dijo: —Mírame,


Catriona.

Cerrando la boca, se volvió hacia él.

En lugar del regaño que ella esperaba, dijo: —Le he


dicho a Sir Finlagh que puede describirte la discusión que
hemos tenido como él elija y el resultado que espero de ella
también. Sé que puedo confiar en que él te aclarará mi
posición y la de tu señor abuelo, lass. Confiaré en que
también recordarás tu parte en el asunto mientras lo hablas
con él.
—Aye, sir, lo haré —dijo.

Asintiendo, prosiguió. —Cuando hayas terminado aquí,


te retirarás a tu habitación a pasar la noche. Eso te evitará
la necesidad de hablar con cualquiera de las otras mujeres.
Del mismo modo, le ahorrarás a Ailvie todos los detalles
hasta mañana. Me disgustará mucho si chismorrea con
alguien sobre esto. ¿Me entiendes, Catriona?

—Yo... yo creo que sí —dijo, consciente de que todavía


entendía poco, pero con la esperanza de que Fin le explicara
lo que estaba sucediendo. Tenía la fuerte sensación de que
si exigía una aclaración de Shaw, obtendría más de lo que
quería escuchar y tal vez más que sólo palabras. Ya parecía
muy disgustado con ella.

Ella no respiró con facilidad hasta que él se fue, cerró la


puerta detrás de él y la dejó a solas con Fin, quien todavía
estaba en silencio detrás de ella en la chimenea.

Él no había dicho una palabra, así que ella se volvió


lentamente para mirarlo, vagamente consciente de que una
brasa incandescente en la chimenea estalló y disparó
chispas al aire. Su mirada buscó la de él, pero cuando se
encontraron, su sensación de tranquilidad creciente se
transformó en cautela.

No parecía más complacido con ella que su padre. Su


expresión no era tan intimidante como la de Shaw, pero
tampoco daba ninguna pista de lo que Fin podría decirle o lo
que estaba sintiendo.

—¿Qué te dijo? —preguntó con más fuerza de la que


pretendía.

Él continuaba sosteniendo su mirada, pero su expresión


se alteró cuando ella habló, como si estuviera midiendo su
estado de ánimo de la misma manera que ella estaba
tratando de juzgar el suyo.

Ella sintió que comenzaba a relajarse de nuevo. Algo en


Fin facilitaba estar con él, incluso cuando estaba disgustado.
Él podría contradecirla, por el amor de Dios, la contradicción
era un hábito en él, pero no solía descartar lo que ella decía
como a veces hacía James, o decirle que debía confiar en él
y obedecerle como hacía Ivor con demasiada frecuencia. Fin
le hablaba como si tuviera cerebro propio. De hecho, si él se
enojaba con ella, generalmente era porque ella no lo estaba
usando.

Por fin, sin acercarse a ella ni sugerirle que se sentaran,


pero con la expresión endurecida como si hubiera decidido
algo, dijo: —Lo que le dijiste a Rothesay... ¿Había algo de
verdad en ello, Catriona?
Recordando la declaración de Ivor de que había arrojado
a Fin al fuego del diablo con sus palabras, dijo con pesar. —
Lo siento, sir. Tenía la intención de explicárselo todo a mi
padre, aunque James dijo que no serviría de nada. Pero mi
padre y mi abuelo pueden arreglar las cosas por ti, estoy
segura.

—¿Qué le ibas a decir a tu padre?

—Bueno, que había dicho lo que dije sólo para que


Rothesay me dejara en paz, por supuesto. Pensé que te
habías dado cuenta de eso.

—Lo hice —dijo.

Tranquilizada, prosiguió. —Verás, para entonces te


habías quedado en silencio durante tanto tiempo que no
sabía qué pensar. Después de que Rothesay declaró que me
querías para ti, esperaba que no proclamaras a las vigas del
techo que no querías nada de mí. Pero, en verdad, no podía
estar segura de eso debido a tu fuerte sentido del honor.
Ciertamente esperaba que le dijeras a papá directamente
que había mentido. Pero Ivor dijo que no lo harías.

—Ivor tenía razón. Tampoco podría haber reconciliado


con mi sentido del honor abandonar a una doncella inocente
en manos de Rothesay.

—Supongo que quieres decir que llamarme mentirosa


sería una especie de traición, pero...

—Eso es lo que quiero decir —dijo. —Recuerda que


conozco los hábitos de Rothesay mejor que tú. Pero dime
algo más. ¿Por qué me frunciste el ceño?

—¿Cuándo?

—No me pruebes más esta noche, Cat. Mi paciencia se


ha agotado.
—Si te refieres a cuando te enfrentaste a él como lo
hiciste... ¡piedad, sir, prácticamente lo desafió! Pude ver
que lo estabas haciendo enojar, y ya lo habías molestado
antes, porque dijo que lo habías abandonado.

—¿A lo que yo respondí…?

—Que él te lo había ordenado —ella suspiró, dándose


cuenta de que se había excedido. —Supongo que la verdad
es que ustedes dos, cara a cara de esa manera, me
asustaron como a una tonta, aunque dirás que debí haber
sabido que podías manejarlo. Por Dios, la pura verdad es
que me ofendí cuando me dijiste que me callara.

Fin respondió suavemente. —No estabas ayudando, pero


me alegro de que te des cuenta de que cualquiera que le
diga a Rothesay que se está portando mal pisa un terreno
peligroso.

—Bien entonces...

—Verás, lass, tu resistencia a sus avances simplemente


lo estimularon al principio —dijo. —Pero pude ver que te
estabas enojando lo suficiente con él como para
comportarte de una manera que él no toleraría. Sin
embargo, todavía tienes que darme una respuesta clara a la
parte más importante de mi pregunta. ¿Había algo de
verdad en lo que le dijiste sobre tus sentimientos por mí, o
esa declaración fue sólo una mentira?

Ella vaciló, preguntándose qué esperaba él que dijera y


preguntándose, también, cuánto se preocupaba por él. Un
poco antes, frente a su padre en la entrada a la habitación
al otro lado del pasillo, Fin había sido todo en lo que podía
pensar.

Había temido por él, temido lo que Shaw podría haberle


dicho y temido que Fin nunca la perdonara por hacerle
enfrentar a su padre de esa manera.

La verdad era que le encantaba estar con Fin. Él la


fascinaba, la hacía pensar en cosas que rara vez había
considerado antes y la escuchaba. Hacía que sus opiniones
parecieran dignas, incluso interesantes.

Los hermosos ojos de él le permitían ver directamente


sus pensamientos cada vez que se lo permitía y tenía
formas de mirarla que ella podía sentir en su alma.

Pero, ¿qué sabía ella de él además de lo que le había


revelado? ¿Y qué justo sería dejarle pensar que a ella le
importaba lo suficiente como para casarse con él, pero no lo
suficiente como para irse con él y vivir entre extraños…
enemigos… cuando él tuviera que dejarla?

—¿Puedo hacerle una pregunta, sir?

—Aye, lo que sea —dijo.

—¿Cualquier cosa? Cielos, pero lo dices tan fácilmente.


¿No temes que alguien te haga una pregunta tan personal
que nunca has tenido el valor de compartir su respuesta con
nadie? La mayoría de la gente tiene esos secretos
personales, después de todo.

Hubo, brevemente, una mirada detenida en sus ojos.


Pero se desvaneció y dijo: —Responderé cualquier pregunta
que me hagas, si puedo, personal o de otro tipo.

Ella lo miró con atención, decidida a observar cada uno


de sus movimientos y captar su expresión más leve, para
poder juzgar con precisión su respuesta. Luego dijo: —¿Me
has contado todo lo que debería saber sobre ti?

Fin consideró su pregunta y cómo debería responderla,


casi sonriendo por lo rápido que había cumplido la
predicción de su padre de que le pediría cuentas.
Shaw tenía razón al decir que tendría que saber sobre
su familia. Fin sabía que también tendría que contarle más
sobre él, porque tarde o temprano la llevaría a Loch Arkaig y
ella vería que la sede original de los Mackintosh también era
el hogar original de Fin Cameron.

Recordando la descripción de Ivor de ella como una gata


salvaje, sospechaba que el pelo y las garras probablemente
volarían cuando tuvieran esa charla. Así que tenerla ahora
sería imprudente. Sólo cuando pudiera estar en privado con
ella, sin temor a ser interrumpido, le diría todo lo que ella
quería saber.

No lo haría donde Ivor o James pudieran entrar o donde


ella fácilmente pudiera irse, echar el cerrojo a la puerta y
negarse a hablar con él.

Por fin, al ver claros signos de impaciencia en su


expresión, dijo: —Cat, retrae las garras. No puedo haberte
dicho todo lo que querrías saber sobre mí. Puedo pensar en
dos o tres cosas directamente que no puedo decirte porque
se relacionan con personas que verían mal que yo
compartiera sus confidencias contigo. También debo admitir
que hay cosas que no te he contado como amigo y que me
sentiría obligado a contarte en otras circunstancias.
—¿Qué circunstancias? No puedes querer decir que le
dirías a un enemigo.
Él esperó, sabiendo lo rápida que era, y no lo
decepcionó.

—Quieres decir que si estoy de acuerdo con... si


nosotros... eso es si tú...

—Sólo responde a mi pregunta —dijo en voz baja


cuando ella titubeó. —¿Lo que le dijiste a Rothesay reflejó
sentimientos que tienes por mí, o le mentiste?
Tragando visiblemente, dijo: —Creo que puedo
arrepentirme de decir esto, pero yo... creo que puede haber
algo de verdad en lo que dije. Aún así...

El corazón de él dio un salto, sorprendiéndolo con la


oleada de emoción y más respuestas físicas que lo
recorrieron. —¿Estás segura, lass? —preguntó, escuchando
su voz quebrarse con las palabras. —Recuerda antes de
responderme que te disculpaste conmigo y aseguraste que
lo dijiste sólo para que Rothesay te dejara en paz.

—¿Debe contradecir incluso mis pensamientos a medio


formar, sir, y usar mis propias palabras en mi contra cuando
lo haga?

Dio un paso hacia ella, se dio cuenta de que lo había


hecho de manera impulsiva, se recuperó y dijo: —No te
estoy contradiciendo. Sólo necesito saber lo que sientes
ahora, para tener una idea de cómo reaccionarás ante lo
que debe ocurrir a continuación. Verás, hay una cosa de la
que debo estar seguro de que tienes claro antes de que
salgamos de esta cámara.

Catriona miró a Fin mientras una ráfaga de


pensamientos bailaba por su mente, incluida la última cosa
que su padre le había dicho, que Fin dejaría en claro cuál
era la posición de Shaw y la de Mackintosh.
De repente, entendió la verdad.

—¡Dios misericordioso, quieren hacerte casar conmigo!


—El Mackintosh y tu padre lo han discutido —dijo. —Es
decir, han hablado de nosotros y han hablado de Rothesay.
Tu abuelo ha decretado, y Shaw está de acuerdo con él, que
no sucederá nada que cause problemas entre la casa de
Mackintosh y la de Stewart. Así que sugieren...
—¡Insisten, más bien! Pero nunca quise decir...
—Lo que sea que hayas querido decir ha causado
estragos, lass. Intenta imaginar, por así decirlo, cuál será la
reacción de Rothesay si se entera de que le mentiste para
evadir sus atenciones. Es joven y muy orgulloso, y esa
historia se difundiría rápidamente.

Haciendo una mueca de dolor ante la imagen que él le


había creado en la mente, dijo: —Sé que había otros cerca.
Ivor dijo que a la mayoría de ellos les encantaría contar la
historia.
Él asintió.

Con un suspiro, sabiendo que no podía desafiarlos a


todos y sabiendo también que no quería desafiarlos si eso
significaba no volver a ver a Fin nunca más, dijo: —Muy
bien. Puede que digan que nos casaremos. Entonces
veremos. Pero hay una cosa que debe comprender
claramente sobre mí antes de que hagamos esto, sir.

Mientras ella hablaba, él se había acercado demasiado.


La miró a los ojos. —¿Qué es lo que debo entender? —
preguntó.

Esforzándose por mantener sus emociones fuera de su


voz, dijo: —No me gusta cuando los hombres asumen que
no puedo cuidar de mí misma. Porque puedo, sir, y lo hago.

—Ah, lassie, ven aquí —dijo, atrayéndola a sus brazos.


—He visto que puedes. Eres intrépida. La verdad, sin
embargo, eso me preocupa más que cualquier debilidad que
puedas tener, porque ninguna mujer es siempre capaz de
cuidarse a sí misma... ni ningún hombre, en todo caso.
—Es algo, espero, que admitirás —murmuró,
inclinándose hacia él y dándole la bienvenida a su abrazo.
Mientras lo hacía, se dio cuenta de algo más. —No has dicho
lo que tú piensas de todo esto. Debes estar molesto
conmigo y odiar tanto como yo que te estén obligando a
hacer esto. Además, si lo que he hecho te pone mal con
Rothesay, a quién sirves...

Sonaba sinceramente preocupada, así que cuando hizo


una pausa, Fin la abrazó y dijo: —Davy se recuperará de su
disgusto la primera vez que me necesite, lass. Y no estoy
molesto contigo ni siquiera me opongo al plan de tu padre
para nosotros, aunque puede complicarme la vida por un
tiempo. Especialmente con mi familia.

Ella asintió. —Imagino que así será. Dudo que les guste
nuestro casamiento.
—Ya sea que lo hagan o no, parecen estar honrando la
tregua —dijo. —En cualquier caso, después de casarnos,
querrán conocerte —no agregó que su hermano Ewan diría
que deberían haberla conocido mucho antes. Lo que Ewan
diría sobre el matrimonio de Fin con una Mackintosh, no
quería ni imaginarlo.
Catriona dijo en voz baja. —Mis sentimientos acerca de
dejar Loch an Eilein no han cambiado, sir. He visto, con
Morag, lo difícil que es vivir entre extraños incluso cuando
sus clanes nunca han sido enemigos. Casi siempre hemos
estado en desacuerdo con los Cameron. Además, si no has
visto a tus parientes durante algún tiempo...
—No desde la batalla de Perth —dijo.

—¡Dios mío, deben pensar que moriste allí!


—No sé lo que piensan —admitió Fin. —Dudo que nadie,
excepto Ivor, supiera quién era yo cuando dejé el campo.
Así que la gente de Lochaber probablemente cree que los
treinta Cameron de Perth murieron allí. Pero me gusta
pensar que mi familia se alegrará de saber que no lo hice y
también le dará la bienvenida a la mujer que recientemente
impidió que otro bribón me matara. Pero si no están
contentos con lo primero...

—¿Por qué no lo estarían?


Él no había tenido la intención de plantear ese tema.
Pero dijo honestamente. —Los hombres de mi familia se
cuentan entre los que pensarían que irse como lo hice fue
una cobardía.
Cuando ella no hizo ningún comentario, experimentó un
momento de incertidumbre. —Mírame, Catriona —cuando lo
hizo, él dijo. —¿Estás segura de que no estás de acuerdo en
que lo fuera? No te culpo si lo hicieras. Sé que hablamos
de...
—Ivor creía que debías marcharte. Eso es suficiente para
mí, Fin Cameron, como lo fue para ti. Cielos, ninguna
persona sensata podría creer que un hombre que sobrevivió
a sus oponentes y veintinueve de sus compañeros en un día
así sea un cobarde.

El tono de ella hizo imposible no creerle. Él empezó a


relajarse.
—Sin embargo, hay otra cosa —dijo. —Ya que pudiste
intervenir con Rothesay, creo que también podrías haber
enfrentado a mi padre. Casarse contigo es un destino
mucho mejor que casarse con Rory Comyn, pero si dejas
que te obliguen...
—Creo que sabes que en este momento tengo tan poco
que decir al respecto como tú —dijo. —Si quieres que les
diga que tú todavía te opones al matrimonio, lo haré. Pero
sabes bien que a ellos les importa más protegerte que
acceder a tus deseos.
—¿Realmente les dirías que no quiero que me obliguen a
casarme contigo?
—Lo haría.

—Podrían escucharte —dijo. —Ve y hazlo entonces. Te


garantizo que papá debe estar esperándote al otro lado del
pasillo con Ivor y James.

En consecuencia, Fin caminó con ella hasta el rellano y


observó hasta que desapareció en la primera curva de las
escaleras. Luego, golpeando la puerta del otro lado del
pasillo y escuchando sólo silencio, la abrió a una habitación
vacía.
—Disculpe, sir.

Al volverse, vio a Tadhg en las escaleras debajo de él. —


Aye, ¿qué pasa?

—El terrateniente debe estar en la cámara interior con


el Mackintosh y ellos. Lo verá allí ahora que su señoría se ha
ido a pasar la noche. ¿Y, sir?

—¿Qué más?
—Digo que es una buena idea que se vaya a casar con
nuestra señora Catriona.

—Rayos, ¿todo el castillo sabe lo que sucede aquí esta


noche?

—Nay, sir, pero yo estaba cerca cuando el terrateniente


le dijo al Mackintosh que todo estaba listo.
—Bajaré de inmediato, Tadhg. Te ruego que vayas a mi
habitación y dile a mi escudero que estaré pronto con él.
Debe esperarme. Pero no compartas esta noticia con él.
Fin esperó únicamente el asentimiento del chico y bajó
al pasillo.
Cuando Aodán lo admitió en la cámara interior, vio no
sólo a Shaw y los Mackintosh, sino también a sus damas,
Rothesay y Alex Stewart. Donald aparentemente se había
retirado para pasar la noche, y ni James ni Ivor estaban allí,
ni Morag.
Fin deseó que Ivor estuviera allí. Sin él, se sintió solo
contra muchos de nuevo.

Rothesay le sonrió, claramente todavía disfrutando, y


Alex también parecía divertido. Shaw parecía tan severo
como de costumbre, el Mackintosh tranquilamente
complacido.
Al captar la mirada de Lady Ealga, Fin recibió una cálida
sonrisa.

Lady Annis lo miró con más mesura.


—¿Está todo bien arriba? —le preguntó Shaw.

Con Rothesay y Alex allí, Fin sólo dijo: —Aye, sir —y


esperaba que Shaw supiera que prefería no decir más que
eso en su presencia.
Rothesay dijo: —¿Cómo podría ser de otra manera? Es
grandioso divertirse tan deliciosamente como lo hemos
hecho esta noche. Debemos proceder de inmediato con la
boda.
 

***
 
Catriona llegó a su piso para encontrar a Boreas tirado
frente a la puerta y su pequeña sombra gris acurrucada
sobre él. El perro la miró parpadeando, moviendo sólo la
cola. El gatito levantó la cabeza y la saludó con un
quejumbroso “miau”.
Al abrir la puerta para dejarlos entrar, sintió que su
estado de ánimo se aliviaba y se dio cuenta de que su
último intercambio con Fin todavía le pesaba en la mente.
Sintió como si lo hubiera arrojado a las zarzas de nuevo.
Pero él disfrutaba debatir cualquier cosa con ella, por lo que
le había parecido razonable que pudiera persuadir a Shaw y
su abuelo de que la boda no tenía por qué celebrarse. Aún
no. Quizás más tarde... algún día.
Suspiró. El hecho era que ella quería casarse con él,
muchísimo.
Sólo pensar en que la tocara era suficiente para que lo
sintiera de nuevo a través de cada fibra de su cuerpo.
Cuando la abrazaba, sentía como si perteneciera a sus
brazos.
No recordaba a nadie desde la infancia que la hubiera
consolado con tanta ternura. Perversamente, ese
pensamiento la hizo preguntarse si su insistencia en que
podía cuidar de sí misma le había hecho pensar a él que ella
era infantil. Entonces la había llamado “lassie”, ¿no es así?
Reflexionando sobre ese pensamiento mientras Boreas y
su gatito se acomodaban junto a la cama, se dio cuenta de
que Ailvie debería estar allí. Pero la jarra del lavabo estaba
vacía, así que quizás no era tan tarde como había pensado.

Moviéndose para mirar por la ventana, trató de decidir si


le gustaría estar casada. La idea de irse de casa todavía la
helaba hasta los huesos. Y Fin nunca respondió cuando le
dijo que no había cambiado de opinión al respecto.
Quizás él entendería sus sentimientos y viviría en
Rothiemurchus. De ser así, cuando tuviera que seguir a
Rothesay a la batalla o a cualquier otro lugar, ella podría
quedarse con su familia, en lugar de con enemigos extraños
a quienes él apenas debía conocer a estas alturas.
Ella todavía estaba pensando en eso cuando el pestillo
hizo un chasquido y la puerta se abrió.
Suponiendo que debía ser Ailvie, dijo sin volverse. —Me
preguntaba si debería enviar por ti. ¿No se está haciendo
tarde?
La puerta se cerró y la última voz que esperaba
escuchar dijo: —Ailvie no está aquí porque envié a mi
camarera a decirle que no venga hasta que la mande a
buscar.
—¡Abuela! —exclamó Catriona, volviéndose. —¿Qué
haces...? Es decir…
—He oído hablar de algunas formas extrañas de
anunciar una boda, Catriona —dijo Lady Annis con
aspereza. —Pero la costumbre habitual no es que la novia
declare su intención de forma tan pública, ni tan
directamente al heredero del trono de Escocia. ¿No crees
que al menos podrías haberle dicho a alguien antes de
ahora que el joven Sir Finlagh te atraía? Te gusta, confío, ya
que debes casarte con él esta noche.
—¡Esta noche! Pero él dijo...
—No importa lo que pueda haber dicho. Rothesay quiere
ver una boda de inmediato. Y tu abuelo piensa
proporcionarle una, porque hace un tiempo él decidió que
este Fin de las Batallas es una excelente opción para ti.
—¿L-lo hizo? —Catriona apenas podía respirar, y mucho
menos responder con sensatez.

—Aye, lo hizo. Verás, supo desde el momento en que lo


vio que el chico era un Cameron. Y no cualquier Cameron,
eso sí, sino el hijo del gran arquero, Teàrlach MacGillony, lo
que lo hace perfectamente apto para casarse contigo.
—¿Lo hace?
—Aye, claro, porque viniendo de esa rama de la familia,
él es el tipo de matrimonio, dice tu abuelo, que puede
ayudarlo a mantener esta tregua entre los Cameron y el
Clan Chattan. Eso es de suma importancia, dice.
—Pero, abuela, yo...
—Esta decisión no se trata de ti, Catriona, así que
puedes sacarte esa idea de la cabeza. Y si quieres causar
problemas perdiendo los estribos o representando algún
otro drama, te recomiendo encarecidamente que lo pienses
de nuevo. Tu padre no está de humor para divertirse ni ser
indulgente. En verdad, deberías estar agradecida de que los
convencí a él y a tu abuelo de que yo debería ser quien te
transmita su decisión.

—Te lo ruego, si tan solo...


—Calla —ordenó Lady Annis, decidida como de
costumbre a tener la última palabra. —Rothesay quiere
salirse con la suya. Así que dormirás esta noche con el
hombre.

La imaginación de Catriona rápidamente produjo una


imagen de Rothesay en su cama, pero no había nada en esa
imagen que la divirtiera, y sabía que no era eso lo que Lady
Annis había querido decir. Pero tampoco quería pensar en
Fin en su cama.
Esa imagen era demasiado perturbadora y si quería
conservar algún respeto por sí misma, ahora sólo podía
pensar en una cosa.
Mientras caminaba hacia la puerta, Lady Annis exclamó
—¿A dónde vas?
—A terminar con esto —declaró Catriona. No recordaba
haber desafiado a su abuela antes. Pero no podía permitir
que obligaran a Fin a casarse con ella, incluso si ahora
estaba tan enojada con él como con ella misma y con todos
los demás.
 

***
 

Después de la declaración de Rothesay de que la boda


debía realizarse de inmediato, Fin había intentado llamar la
atención de Shaw, con la esperanza de indicarle que
necesitaban hablar. Pero la conversación se había
generalizado de inmediato, con las mujeres y Alex Stewart
exclamando y haciendo preguntas sobre cómo debería
desarrollarse la boda.
Lady Annis había intercambiado una mirada con el
Mackintosh y luego abandonó la cámara, declarando que
informaría a Catriona de su decisión.
—No puede haber ninguna dificultad con un sacerdote
—dijo Rothesay en respuesta ahora a una pregunta de Lady
Ealga. —Hay muchas formas de evitar eso, pero
simplemente sacaremos al verdadero fraile mendicante
entre los muchachos de Donald y dejaremos que los case.
Shaw, al escucharlos, parecía no darse cuenta de la
tensión de Fin.
Alex todavía parecía divertido, como si observara las
payasadas de los bufones.
Aprovechando una pausa que se hizo, Fin dijo: —Con
respeto, mis lores, creo que un asunto tan apresurado
puede no servir tan bien como uno logrado con más
pensamiento.
El Mackintosh dijo con irritación. —La muchacha se lo
soltó a todos y cada uno, Fin. Por lo tanto, no hay razón para
demorarse y todas las razones para continuar. Entiendo bien
que esto te pone en una posición desafortunada, lad... ya
que tu propia gente no está aquí —agregó con una mirada a
Rothesay. —En verdad, sin embargo, has estado pasando
tanto tiempo con la chica que ha despertado la
especulación, como siempre ocurre con ese
comportamiento. Así que, a menos que esperes ahora
mentirle y parezca que has estado jugando con ella...
—Sabe que no haré eso, sir. Por mi fe, quiero casarme
con ella.
Lo decía en serio. Ya no estaba haciendo algo honorable
o algo que no le importaba hacer. Catriona había llegado a
significar mucho más para él que eso.
Aún así, le había prometido que hablaría por ella.
—Sin embargo —agregó, mirando de un hombre a otro.
—Debo decirles que… que incluso ahora su señoría está
teniendo dudas. Ella...

—Sin duda que ella estará nerviosa, con Rothesay aquí,


y todo —intervino el Mackintosh. —Pero su abuela se
ocupará de ella.
—Aye, lad —dijo Shaw. —Es mejor hacerlo de inmediato
antes de que comiencen los rumores.
—Entonces eso queda resuelto —dijo Mackintosh. —
Rayos, pero no puedes esperar mientras ella hace el vestido
de novia y cosas por el estilo. Rothesay quiere volver a su
propio asunto tan pronto como llegue a un acuerdo con Alex
y Donald. Además, lad, si te casas pronto, tendrás tiempo
para disfrutar de tu chica antes de irte con él.

Cuando Fin abrió la boca para responder, la puerta se


abrió de golpe y la chica que se suponía que debía disfrutar
entró en la habitación, sus ojos dorados brillaban.
Ella fijó su mirada en él de inmediato. —Creí que se lo
iba a decir, sir. En cambio, ¿ahora nos vamos a casar de una
vez? Cielos, pero yo...

Shaw dijo secamente. —¡Catriona, es suficiente!


Ella se volvió hacia él a continuación. —¿Lo es, padre?
Dios mío, puedes ordenarme que me acueste en un
momento y ordenarme que me case al siguiente, pero no
debes forzar a F...
Sus palabras terminaron en un gemido y un grito cuando
la dura bofetada de Shaw la hizo callar.
—Ni una palabra más —espetó. —¡Avergonzar a tu señor
abuelo y a mí comportándote así ante una compañía así
supera cualquier cosa que hayas hecho antes! Harás lo que
te pidamos, o por Dios, te haré lamentarlo más que nunca...
—No, sir —interrumpió Fin con frialdad. —No lo hará. No,
a menos que quiera que ponga fin a mi parte en este
matrimonio ahora mismo.
Capítulo 14
 

Catriona había escuchado la amenaza de su padre, pero


a lo lejos, porque desde el momento en que se llevó una
mano a la mejilla ardiente, había estado mirando
conmocionada a los demás en la cámara. Se dio cuenta con
consternación de que su ira la había cegado al hecho de que
Alex y Rothesay estaban allí.
Al principio sólo había visto a Fin y se había expresado
como si hubieran estado solos hasta que la orden de Shaw
desvió su ira hacia él.

Sin embargo, escuchó lo que Fin había dicho y el hielo


en su voz le envió escalofríos por la columna vertebral.
Mientras esperaba la respuesta de Shaw, ni siquiera respiró.
Le lanzó una mirada a Fin y todavía la observaba, pero
no habló.
Un dolor inundó su garganta y el silencio se prolongó
hasta que Fin dijo: —Mi Lord Rothesay, me agradaría que
nos permitiera a su señoría y a mí estar en privado con su
familia... al menos durante un breve período de tiempo, sir.

Se hizo otro silencio, pero fue breve, porque Alex


Stewart se levantó y dijo:
—Vamos, Davy. Encontraremos a alguien que despierte a
ese fraile de Donald.
Al escuchar la risa de Rothesay, Catriona lo observó
mientras se levantaba, le hacía una ligera reverencia y se
marchaba. Volviéndose hacia su padre, supo que debería
sentir algo de alivio con Rothesay y Alex fuera. Pero,
mirando al todavía enojado Shaw, no sintió ninguno.

Cuando escuchó la voz de su abuela en el fondo, dando


las buenas noches a los dos grandes lores, se sintió peor.
Era muy probable que Lady Annis compartiera con los
demás el anterior desafío de su nieta hacia ella.
Sin embargo, la atención de todos se centró en Fin
cuando dijo: —Por favor, señora, asegúrese de que la puerta
esté cerrada rápidamente.

Catriona se asombró cuando su abuela dijo en voz baja.


—Lo haré, sir.

—Bien —dijo Fin. —Con su permiso ahora, Shaw


MacGillivray, hablaré en privado con su hija. Sin embargo,
antes de hacerlo, les aclararé mi posición a todos. Davy
Stewart ha intentado convertir este asunto en una farsa
simplemente para divertirse. No permitiré que eso continúe.

—¿Cómo te propones detenerlo, lad? —preguntó el


Mackintosh con curiosidad.

—Puede dejarme eso a mí, sir. A cambio, me esforzaré


por persuadir a Lady Catriona... de nuevo... de que lo mejor
que puede hacer es aceptar este matrimonio, como yo. Sin
embargo, también insistiré en que nos casemos mañana en
lugar de esta noche. Pero… —agregó cuando Catriona se
puso rígida. —No emplearé amenazas ni permitiré que nadie
más lo haga para lograr ese rumbo. Le pido disculpas
sinceramente por mi brusquedad con usted en este
momento, sir —le dijo a Shaw. —Pero no aceptaré a una
novia a la que hay que golpear para que se case conmigo.
Tampoco creo que quiera un yerno que lo permita. ¿No es
así, sir?
—Nay, lad. En verdad, estoy llegando rápidamente a
albergar la esperanza de tenerte en ese lugar —Shaw
extendió la mano y, cuando Fin la agarró, Catriona se relajó
por fin.

El Mackintosh dijo: —Si estás seguro de que será


mañana, Fin, se lo diré yo mismo a Rothesay. Puedes
suavizar cualquier cosa que necesites suavizar con él
después.

—Es probable que ya se haya dado cuenta de que algo


salió mal —dijo Fin.

—Aye, bueno, me basaré en su vasto conocimiento de


las mujeres, entonces —dijo Mackintosh con un guiño. —
Puedo decir que es más apropiado casarse a la luz del día y,
por lo tanto, hará que la muchacha sea más feliz. También
tengo otras cosas que sugerir y querré a Shaw conmigo.
Annis y Ealga se retirarán al solar de damas, para que
ustedes dos puedan quedarse aquí.

—Gracias, sir —dijo Fin. En un abrir y cerrar de ojos,


Catriona estaba sola con él, pero si esperaba que su prueba
terminara, pronto se dio cuenta de su error.

—Tengo algo que decir antes de que hablemos de


cualquier matrimonio —dijo él con el mismo tono frío en su
voz que cuando había hablado con Shaw.
Tragando saliva, ella dijo: —¿Qué es?

—Simplemente, que si alguna vez te vuelvo a escuchar


hablar de esa manera, conmigo o con cualquier otra
persona con autoridad sobre ti, reaccionaré como lo hizo tu
padre. Espero nunca darte una bofetada en medio de
semejante compañía, pero puedes estar segura de que
pronto te pondré sobre mis rodillas. Así que, ten en cuenta
mientras continuamos, que por mucho que me desagrade
tener una novia cuyo padre tuvo que golpearla para que se
case conmigo, no me gustaría casarme con alguien que
creyera que yo no reaccionaría con tanta severidad ante tal
grosería.

—Sin embargo, con frecuencia inquietas mi


temperamento —le recordó.

—Y cuando lo haga, puedes decírmelo —dijo, poniendo


una mano cálida en su mejilla dolorida. Su voz se suavizó
cuando dijo: —Espero que me lo digas cortésmente, lass,
aunque permitiré el temperamento, como espero que lo
hagas por mí. Además, tendré mucha más tolerancia en
privado que si me arrojas mis faltas ante una audiencia.

—Particularmente una audiencia como la que elegí esta


noche —dijo con pesar. —Eso no estuvo bien de mi parte.
Sin embargo, por mi fe, no vi a nadie más que a ti. Me
enfureció saber que después de que dijiste que los
persuadirías, te obligarían a casarte conmigo de inmediato.
Yo... yo no recuerdo haber estado nunca tan enojada con
nadie como lo estaba entonces contigo, a pesar de que ellos
lo estaban haciendo. ¿Por qué supones que es eso?

En lugar de tratar de responder a una pregunta


incontestable, Fin acarició suavemente su mejilla enrojecida
y dijo: —¿Todavía estás enojada conmigo, pequeña gata
salvaje?

—Nay —murmuró, y él se alegró de ver una pequeña


sonrisa mientras lo hacía. —Sin embargo, todavía no estoy
segura de todo esto. Sucedió tan repentinamente y parece
tan injusto para ti, especialmente cuando fue mi propia
lengua rebelde la que causó todos los problemas.

—Davy los causó —dijo Fin. —Se ha quejado de


aburrimiento y cuando está aburrido, o frustrado como
también lo está, hace travesuras, con mujeres o de otra
manera. En este caso, fueron ambos. Pero mira, lass, te
equivocas si crees que me han obligado a casarme.
Escuchaste lo fácil que puedo detenerlo y lo haré si aún te
resistes a casarte conmigo. Pero si estás dispuesta a
arriesgarte, yo lo estoy más.

—No intente engatusarme, sir. No viniste aquí en busca


de esposa.

—Nay, pero encontré a alguien que me conviene si ella


lo acepta.

—No estoy renuente. Estoy aterrada —para sorpresa de


él, las lágrimas brotaron de los ojos de Catriona. —No quiero
vivir en medio de extraños que durante tanto tiempo han
sido nuestros enemigos.

—Pero vivirías conmigo —dijo.

—Sólo cuando estés en casa. Los hombres siempre se


van... a la batalla, a St. Andrews, a todo tipo de lugares. Y
siempre dejan atrás a sus mujeres. No quiero vivir tan
miserablemente en Lochaber como lo hace Morag aquí.

—Dudo que lo hagas —dijo. —Eres demasiado cálida,


demasiado competente y demasiado sabia para vivir así.
También te preocupas menos por tus sentimientos que tu
cuñada. Creo que harás amigos fácilmente, dondequiera
que vivamos.

—Pero a mi también me gusta la soledad —le recordó. —


¿Sería tan libre para vagar por las montañas en Lochaber
como normalmente lo estoy aquí?

Sabiendo que cualquier discusión sobre ese tema


desharía el progreso que había logrado, él dijo con
suavidad. —Podemos hablar de ese tipo de cosas después.
Por ahora, sólo quiero saber si te casarás conmigo, Catriona.
Espero que digas que sí.

—Aye, entonces lo haré. Pero no me engañas, Fin de las


Batallas. Dios mío, pero vamos a pelear poderosamente si
me prohíbes hacer las cosas que más disfruto.

—Todas las personas casadas pelean, cariño —al ver los


ojos de ella abrirse ante la expresión de cariño, quiso
besarla. Pero necesitaba asegurarse de que se entendieran
primero. —¿Estás realmente dispuesta, Cat… incluso si
tenemos que casarnos mañana?

—¿Tendrás que irte pronto?

—Tengo intenciones de hablar con Davy sobre eso, para


pedir permiso para poder llevarte a conocer a mi familia. Sin
embargo, te prometo que no tendrás que quedarte con ellos
si tengo que reunirme con él pronto. Te traeré de vuelta aquí
antes que me vaya. También debería tener otras opciones,
pero tomará tiempo resolverlas.

—Eso es lo que quisiste decir con esto de complicarte la


vida, ¿no es así?

—Lo es, aye. Responde ahora a mi pregunta. ¿Estás


segura?

—¿Crees que alguien pueda estar seguro de esas cosas?

—Sé que yo lo estoy.

—¿Lo estás? —ella buscó sus ojos. —Entonces yo


también lo estoy.

Entonces la besó y ella respondió de inmediato,


derritiéndose contra él como antes, sus labios cálidos y
suaves debajo de los de él. La besó muchas veces,
suavemente y luego de forma más posesiva. La idea de que
ella sería su esposa al día siguiente estimuló cada parte de
él y una en particular.

Ella sintió su pene moverse también, porque sus ojos se


abrieron de nuevo. Cuando metió la lengua en su boca, ella
gimió suavemente, y ese gemido fue casi su perdición.
Quería levantarla y llevarla directamente a la cama.

Recordándose a sí mismo que Ailvie estaría allí, siguió


besando a Catriona, acariciando su esbelto cuerpo,
dolorosamente consciente de que pronto sería suyo para
poseerlo.

Mientras pasaba una mano suavemente sobre un pecho


blando, sonó un doble golpe en la puerta. La puerta se abrió
con el sonido y entró el Mackintosh.

La mano errante de Fin se movió rápidamente hacia su


cintura. Ella se había puesto rígida y se habría apartado,
pero él la mantuvo donde estaba.

—Perdona la intrusión, lad —dijo Mackintosh. —He


hablado con Rothesay y Alex, y pensé que deberías
escuchar lo que hemos decidido.

Nuevamente, Catriona se movió como para alejarse y


esta vez Fin lo permitió. Mientras lo hacía, dijo
intencionadamente. —Quiero escuchar lo que sugerirá, sir.

—Aye, bueno, es más un consenso, como podría decirse.


Verán, Rothesay ha aceptado que una boda por la mañana
le vendrá bien. También me recordó que Donald estará
impaciente por continuar con nuestras discusiones. Está
resultando difícil, ese Donald. Así que dije que deberíamos
prescindir de todos, menos de nosotros cuatro, hasta que
resolvamos qué es exactamente lo que Donald y Alex
pueden aceptar hacer por su primo Davy, en todo caso.
—Supongo que Donald no aceptará hacer nada por él —
dijo Fin.
—Quizás sea así —dijo Mackintosh. —Pero aunque sus
supuestos consejeros causan más problemas, como lo han
hecho, no podemos saberlo. Ahora, nuestro James se
quedará para la boda, pero después quiere irse a Inverness
con Morag. Pasarán la noche en Moigh, dijo, y pensé que a
ustedes dos también les gustaría quedarse allí. Dormirían
en mi habitación, porque James tiene sus propias
habitaciones encima.

Fin miró a Catriona, pero su abuelo no permitió la


discusión.

—Tendrán unos días para ustedes —dijo. —Mientras


arreglamos un acuerdo aquí. Luego, cuando Rothesay esté
listo para partir, puedes regresar. Verás, Moigh se encuentra
a sólo quince millas de distancia y el regreso lleva menos
tiempo que la ida.
Fin dijo: —Es una oferta generosa, sir, que aceptaremos
con gusto. Pero quiero hablar con Rothesay sobre una
licencia más generosa. Si está de acuerdo, llevaré a
Catriona a conocer a mi familia antes de que regresemos.

—Aye, bueno, lo decidirás tú mismo, imagino, o Davy lo


hará. En todo caso, siempre serás bienvenido aquí y en
Moigh, así que no hay nada más que decir al respecto. En
cuanto a ti, lass —dijo, volviéndose hacia Catriona. —¿Qué
dices a todo esto ahora?
—Estoy dispuesta, sir —dijo, sonrojándose
profundamente. —Yo… debo disculparme con usted, sin
embargo, por mi comportamiento anterior. Dejé que mi
temperamento me dominara, sir.
—Lo hiciste, aye, pero también deberías disculparte con
tu padre, lass.

Cuando ella se mordió el labio inferior, Fin sintió un


fuerte impulso protector de decir que eso podría esperar.
Pero sabía que el Mackintosh tenía razón, así que guardó
silencio.

Catriona se preguntó si sabía lo que estaba haciendo. Su


abuelo actuaba como siempre con ella, brusco y severo,
pero también amable. Aún así, no haría nada para que su
disculpa con Shaw fuera más fácil. Tampoco Fin, por la
mirada, lo haría.

De hecho, ella había sabido todo el tiempo lo que


tendría que hacer.
—Lo haré de inmediato —dijo. —¿Decidieron usted y
Rothesay exactamente cuándo tendrá lugar esta boda, sir?
¿Antes de desayunar o después?
—Antes —dijo su abuelo. —De esa forma, tú y el
muchacho aquí podrán tener un banquete de bodas y
Rothesay y los demás pueden reunirse después de que se
haya ido el grupo.

Fin dijo: —Me he estado preguntando, sir, cuál es la


situación entre el Clan Chattan y el Clan Cameron. Sé que
nuestra tregua todavía está en vigor, pero he oído...

—Lo que sea que hayas escuchado no es más que una


travesura inventada por aquellos que nos mantienen
ocupados peleando entre nosotros, lad —dijo el Mackintosh
con firmeza. —Si la tregua entre nuestros dos clanes
fracasa, no será el Clan Chattan quien la rompa. Tampoco
creo que ningún líder de Cameron quiera algo en la
actualidad salvo la paz.
—Gracias, sir. Sólo había escuchado rumores, pero en tal
caso...

—Aye, la imaginación puede alimentar todo tipo de


maldades en la mente de uno. Déjalo descansar, espera lo
mejor y todo irá bien. Tengo la impresión de que uno o dos
días en Moigh te aliviarán considerablemente la mente. El
lugar tiene ese efecto.
Una extraña sensación surgió en Catriona mientras sus
pensamientos iban a la deriva. Se acostaría con Fin en
Moigh. El pensamiento avivó su imaginación, brindándole
imágenes de cómo podría ser. La imagen de él caminando
desnudo por la orilla perduró más que la mayoría, así que
cuando se dio cuenta de que la estaba mirando, el rubor
ardió en sus mejillas. Luego se extendió rápidamente por el
resto de ella también.

—¿Shaw todavía está en el pasillo? —preguntó Fin,


devolviéndola instantáneamente a la tierra.

—Aye, debe estarlo —dijo Mackintosh. —Dijo que


esperaría mi regreso.
—Entonces sugiero que lo veamos y luego enviemos a
esta chica arriba con su camarera. Tienen mucho que hacer
antes de dormir para prepararse para el día siguiente.
Catriona pensó que no importaba cuánto tuvieran que
hacer ella y Ailvie. Ella no dormiría ni un poco.
Fin le abrió la puerta y vio a Shaw de pie justo al otro
lado, en el pasillo. Claramente, estaba atento a ellos,
porque vino a encontrarse con ella de inmediato.
—Lassie —dijo.

—Siento haber sido tan grosera con usted, sir —dijo ella
al mismo tiempo.
—Aye, yo también —dijo, acercándola. —Te merecías
una buena bofetada, lass, pero no merecías soportarla
delante de los pillos Rothesay y Alex Stewart.
Catriona miró a su alrededor para asegurarse de que
esos caballeros no estaban todavía en el vestíbulo y dijo: —
En verdad, sir, si no me hubiera detenido como lo hizo, me
temo que podría haber dicho más de lo que debería. Verá,
estaba tan enojada que no estaba pensando. Ni siquiera vi a
Rothesay o Alex Stewart hasta que me silenció. Tal como
estaba, no estoy segura, pero Rothesay pudo haber
adivinado que yo lo había inventado todo. ¿De verdad cree
que no hubiera sido mejor admitirlo y disculparme con él?
—Lo creo, lass. Todo esto le divierte ahora, lo que lo
vuelve inofensivo. Pero es un hombre poderoso y muy
imprudente. Saber que le habías mentido pronto lo llevaría
a imaginar que otros se estaban riendo de él, lo que lo
llevaría a una sensación de profunda ofensa. Ofender a los
poderosos es imprudente en cualquier momento, lass, y es
mejor evitarlo.
—¿Qué le dijo el abuelo?

—Sólo que nunca valió la pena apurar a una mujer. Dijo


que había aprendido esa lección de tu abuela en su
juventud y le aseguró a Rothesay que posponer la
ceremonia hasta la mañana te haría más feliz y, por lo
tanto, nos serviría mejor a todos.
Mirando a Fin, lo vio fruncir el ceño y esperó a que le
explicara por qué. Sin embargo, él no dijo nada y ella aceptó
su indicación de darle las buenas noches a su padre y
abuelo. Luego dejó que Fin la escoltara a su habitación.

—Ailvie estará allí —dijo mientras se acercaban a la


puerta. —La abuela dijo que la enviaría y estoy segura de
que ya lo habrá hecho.
—Ven aquí entonces —dijo él, acercándola e inclinando
su barbilla para poder besarla de nuevo.
Ella se inclinó hacia él mientras lo hacía, saboreando el
calor de su cuerpo duro contra el de ella, así como sus
besos. Después de un rato largo y agradable, dijo: —
¿Qué te hizo fruncir el ceño cuando el abuelo nos contó lo
que le había dicho a Rothesay?

Sin dudarlo, dijo: —Rothesay piensa sólo en términos de


mujeres que lo hacen feliz, nunca en términos de considerar
los deseos de ninguna mujer. Es posible que todavía me
haga algunas preguntas puntuales sobre todo esto. Sin
embargo, no debes preocuparte. Me las he arreglado para
trabajar con él y para él estos últimos años sin incurrir en
gran parte de su ira. Estaba pensando en lo que podría
preguntar y cómo podría responderle.
—Él puede ser muy encantador —dijo Catriona, con una
sonrisa triste.
—Aye, y también comercia con ese encanto. Pero tu
Ailvie nos escuchará si seguimos hablando aquí, cariño, y
este no es lugar para tal conversación. Entonces, bésame
de nuevo, y luego vete a la cama.
Ella obedeció, aunque había mucho más de lo que le
hubiera gustado discutir con él. Cuando extendió la mano
para abrir la puerta, ella dijo: —Me alegro de que James y
Morag vayan a ver a su familia, porque ella los ha
extrañado. Pero desearía que no viajaran con nosotros.
Quiero saber más sobre ti, Fin de las Batallas, y un viaje así
sin ellos nos daría más tiempo para hablar.

—Aye, pero encontraremos tiempo para hablar —dijo,


pellizcándole ligeramente el lóbulo de la oreja. Luego,
después de un beso más, dijo: —Entra, cariño, y duerme.
—No creo que puedas mandarme todavía —dijo. —Aún
no soy tu esposa.
—Cierto. Ahora ve.

Ella fue.
 

***
 

Castillo de Stirling
 

El Duque de Albany estaba revisando las cuentas con su


mayordomo cuando un sirviente anunció a Sir Martin
Redmyre. Haciendo señas al mayordomo para que se fuera
y diciéndole a Redmyre que tomara asiento, esperó hasta
que la puerta se cerró y dijo: —Te has enterado de más.
—Aye, mi lord duque. Mi hombre se enteró hace dos días
de que el Mackintosh aparentemente esperaba diariamente
visitantes en el castillo de Rothiemurchus. Eso queda...
—No me importa dónde esté, Martin. ¿Quiénes son estos
visitantes?
—Comyn los llamó “grandes terratenientes”, sir. Tres de
ellos, dijo su pariente.
—¿Tres?
—Aye, y Davy se reunió con su sobrino Alex Stewart en
Perth, y con Shaw MacGillivray, que ahora es Terrateniente
de Rothiemurchus y yerno de Mackintosh. Nadie parece
conocer al tercero, pero supongo que debe ser Donald.
—Yo también lo haría si pudiera imaginar cómo Donald
podría cruzar todo el oeste de las Highlands desde las Islas
para llegar al territorio del Clan Chattan. Pero si Davy se alía
con Alex... querré pensar en eso. ¿Cuánto tiempo piensan
estar allí?
—No lo sé, pero mi hombre promete que los Comyn han
ideado un plan para mantenerlos donde están el tiempo
suficiente para que lleguemos allí. Sin embargo, si está
pensando en enviar a alguien de inmediato para
sorprenderlos conspirando juntos, quienquiera que envíe
puede encontrarse con dificultades. Como debe saber, sólo
hay dos rutas posibles para una fuerza de cualquier tamaño.
—Conozco el de Glen Garry. ¿Hay otra en esta época del
año?
—Aye, claro, o eso dijo Comyn. El otro es a través de los
Cairngorms hacia el este. Sus pasos nevados pueden ser
peligrosos, pero él jura que la ruta ya es factible.
—No tengo ninguna intención de arriesgarme en una
ruta así. Este país me necesita. Pero llevarás a mis hombres
y a los tuyos por esa ruta. Si Glen Garry es la ruta más fácil,
enviaré al Conde de Douglas por esa vía. Puede reunir a su
ejército fronterizo rápidamente y tiene la misma razón que
tú para interferir con cualquier plan de Davy. Después de
todo, la hermana de Douglas es la infeliz esposa de Davy.
Además, Redmyre...
—Aye —dijo el otro hombre, levantando las cejas.
—Si tus hombres pueden contenerlos para ti, sabrás qué
me servirá mejor.

—Lo sé, mi lord. Efectivamente.


Satisfecho, pero no lo suficiente como para contar con
que la acción estuviera hecha hasta que lo esté, Albany lo
despidió.
 

***
 

A Fin le hubiera gustado ir directamente a su propia


cama, porque, aunque todavía era relativamente temprano,
ya había tenido suficientes emociones por el día. Sin
embargo, sabía que sería prudente pedirle a Rothesay
inmediatamente permiso para llevar a Catriona a Moigh y, si
Davy le permitía más tiempo, ir directamente al Castillo de
Tor.
Al encontrar el salón vacío, excepto por aquellos que
intentaban dormir allí, fue a la habitación de Rothesay.

El criado que siempre dormía en un jergón frente a la


puerta estaba despierto. El muchacho se puso de pie y dijo:
—Mi lord duque dijo que vendría, sir.
—Quiero verlo si todavía está despierto —dijo Fin.
—Aye, dijo que quizás lo desearía. Pero dijo que le dijera
que ya estaría profundamente dormido —mirando hacia la
puerta cuando vinieron sonidos del interior que incluían una
risita femenina, el muchacho dijo con firmeza. —Él hablará
con usted mañana, sir. Antes de la boda, dijo. ¿Va a haber
una boda, Sir Fin?
—Aye —dijo Fin, preguntándose si Mackintosh o Shaw
sabían que Rothesay tenía una mujer en su cama. Esperaba
que ella estuviera tan dispuesta como parecía y que fuera
una sirvienta en lugar de una mujer noble o la esposa de un
inquilino de Mackintosh.
Con ese pensamiento, una imagen de la temible Lady
Annis surgió en su mente, por lo que se rió cuando agregó.
—Si lo ves cuando despierte, dile que espero hablar con él
en privado antes de la ceremonia. Puedes buscarme en mi
habitación tan pronto como lo considere conveniente.
Al regresar a su habitación, despertó al dormido Ian y le
informó de la boda y el viaje a seguir mientras Ian le
ayudaba con los preparativos para ir a la cama. Como tenía
poco que empacar, pronto envió a Ian a la cama en el
pasillo, como de costumbre, y apagó la vela.
Tendido en la cama, se preguntó si Catriona ya estaría
dormida y cuán diferentes podrían haber sido las cosas, o si
hubieran terminado igual, si hubiera insistido en continuar
hacia Moigh el día que se conocieron. Si la flecha lo hubiera
matado, nunca la habría conocido. Pero, ¿y si la flecha lo
hubiese fallado y él hubiese regresado a Rothiemurchus de
forma normal, después de enterarse de que el Mackintosh
estaba allí?
¿Le habría confiado alguna vez el Mackintosh estar a
solas con ella? ¿O era el hecho de que habían estado solos
en el bosque lo que había hecho que el hombre confiara en
él?

Mientras trataba de imaginar cómo podría haber


progresado el orden de las cosas, las imágenes se
desvanecieron y los sueños de Catriona en sus brazos las
reemplazaron.
Cuando se despertó con el amanecer, estaba sudoroso,
erguido y molesto porque un sueño de lo más satisfactorio
había terminado demasiado pronto con la entrada a su
habitación de luz gris de la madrugada.
La noche anterior, la idea de casarse con ella le había
producido una deliciosa y sensual anticipación. Ahora
producía un deseo por ella mucho más claro y urgente.

Se levantó apresuradamente, se vistió sin esperar a Ian


y esperó con impaciencia a que el muchacho de Rothesay lo
fuera a buscar.
 

***
 

—Quítate el vestido, lass —dijo Fin, sonriendo de la


misma manera hambrienta que Rory Comyn siempre le
había sonreído. Pero la sonrisa de Fin no la incomodaba... al
menos, no de la misma manera que la de Comyn.
Los sentimientos rugían a través de su cuerpo como el
río Spey rugía a toda velocidad a través de Strathspey
después de una poderosa tormenta o cuando las altas
nieves se derretían rápidamente y corrían hacia él desde
cada río, arroyo y riachuelo.
Miró a Fin por debajo de sus pestañas, preguntándose
qué haría él si ella se negaba a obedecer su orden. Un
marido, después de todo, tenía todo el derecho de mandar a
su esposa, pero si pensaba que iba a ordenarle cada
respiración y cada paso desde el día de su boda en
adelante, se llevaría una buena sorpresa.
Fe, pero ella estaba coqueteando con él, con su propio
marido, mientras él estaba desnudo ante ella, su
entusiasmo era claro… y ella con sólo un delgado camisón
para protegerla.
—Quítatelo, Catriona —dijo, moviéndose hacia ella.
Sintió su mano cálida en la parte superior del brazo desnudo
y escuchó un gemido bajo y retumbante en su garganta...
Catriona se despertó molesta al descubrir que el sonido
sordo y retumbante de su sueño, así como el calor en la
parte superior de su brazo, era simplemente el gatito de
Boreas acurrucado contra ella, ronroneando ruidosamente.
Mientras yacía preguntándose si su interesante sueño
podría haber incluido qué más sucedería cuando yaciera
desnuda junto a Fin, un recuerdo pasó por su mente. Su
abuela había estado hablando con Ealga sobre Morag.
—James debería ser más autoritario con esa chica —
había dicho Lady Annis con aspereza. —Fe, pero debería
darle unas buenas nalgadas para curar su desánimo.
La madre de Catriona había protestado porque James
era más propenso a sermonear a una mujer que a
comportarse autoritariamente. Pero Lady Annis había dicho.
—Tonterías, debe aprender a tener una mano más firme si
quiere detener sus quejas. Todas las mujeres prefieren a los
hombres que se defienden a sí mismos a los que no lo
hacen.
Catriona tenía el fuerte presentimiento de que nunca se
quejaría de que Fin no se defendiera a sí mismo. No estaba
tan segura como parecía estar su abuela de que preferiría
que él siempre fuera autoritario.
La entrada de Ailvie puso fin a sus fantasías, por lo que
se levantó para prepararse para lo que prometía ser un
largo día. Cuando descendió al gran salón media hora más
tarde, encontró a todos los demás reunidos cerca de la
enorme chimenea, esperándola.
Tragó saliva, esperando no estar cometiendo un error
que terminaría en la miseria como lo había hecho Morag,
obedeció el gesto de su padre y fue a pararse a su lado.
Mientras lo hacía, escuchó a Rothesay decir con una voz
que llegó a todos los rincones del salón. —Pero, por
supuesto que no puedes marcharte con la muchacha antes
de consumar tu matrimonio, Fin. Bendícenos, hombre, no
será un matrimonio real hasta que lo hagas.
Consciente de un fuerte deseo de estrangular a
Rothesay, y no por primera vez, Fin dijo: —Estamos ansiosos
por consumar nuestra unión, sir. Pero preferiría llegar a
Moigh a una buena hora que quedarme aquí. James y su
esposa viajan con nosotros y están ansiosos por partir.
—No seas tonto, hombre. Tu esposa es su hermana y su
esposa hará lo que él le pida.

Fin sabía que se había equivocado al mencionar los


deseos de Morag. Pero había visto entrar a Catriona y sabía
que ella había escuchado los comentarios de Davy. Incluso
en la tenue luz de la mañana, vio que se le oscurecían las
mejillas, pero no supo si estaba molesta o simplemente
avergonzada.
Al escuchar a James aclararse la garganta detrás de él,
Fin esperaba que su futuro cuñado apoyara la partida lo
antes posible.
James dijo: —Tu compañía será bienvenida, Fin. Pero le
prometí a Morag que no nos tomaremos más tiempo del
necesario aquí o en Moigh. Verás, mi lady preferiría pasar la
noche con nuestros parientes en Daviot, cinco millas más
cerca de Inverness. Eso acortaría nuestro viaje mañana y
también dejaría el Castillo de Moigh a ti y a Cat para tu
noche de bodas.
Mirando de nuevo a Catriona, que estaba junto a Shaw y
miraba el fuego, Fin dijo: —Hablaré con ella, James. Tú y yo
podemos encontrar fácilmente tiempo para discutir más
esto antes de que debas irte.
James asintió con la cabeza, pero Rothesay dijo: —Eres
un tonto, Fin, si crees que estos Mackintosh te dejarán ir con
su muchacha todavía doncella. No se arriesgarán a que la
devuelvas en un estado similar y exijas la anulación debido
a la falta de consumación. Quizás deberían verlo, sólo para
estar seguros —agregó con una sonrisa burlona.

Esa sonrisa hizo que Fin estuviera casi seguro de que


Davy había adivinado que Catriona había exagerado su
relación o había mentido al respecto. Que todavía se
estuviera divirtiendo probablemente se debía a la evidente
intención de ocultar el hecho.
Fin miró entonces a Mackintosh y éste asintió, indicando
que Rothesay tenía razón en una cosa. La familia, al menos
la cabeza de la familia, insistiría en que él y Catriona
consumaran su matrimonio antes de partir.
Mackintosh se adelantó y luego dijo con tranquilidad. —
Se necesita poco tiempo, lad. El primer emparejamiento es
un impacto para cualquier novia joven, pero si tienes buen
apetito por ella, sólo necesitas un minuto o dos. James
puede esperar ese tiempo. También estoy pensando que
tendrás más energía para ello si comes primero y, por lo
tanto, disfrutarás más.
La sonrisa de Rothesay se ensanchó, lo que hizo que Fin
deseara fervientemente que uno pudiera azotar al joven
Gobernador del Reino sin tener que ser colgado por ello.

James, todavía detrás de él, dijo en voz baja. —¿Una


palabra en privado contigo, Fin?
Asintiendo, Fin se alejó con él, y James agregó en voz
baja. —Mi mujer dice que quiere pasar tiempo a solas
conmigo. Dice que lamentablemente ha faltado ese tiempo
en nuestro matrimonio. Puede parecer una pequeña cosa...
—Nay —le dijo Fin. —Catriona y yo también tenemos
cosas que discutir. Pero todos podemos viajar juntos a Moigh
y aún así tener suficiente distancia para hablar con nuestras
esposas. Luego, también, estarás solo con Morag desde
Moigh hasta el Castillo de Daviot.

James estuvo de acuerdo y vieron que Morag se


acercaba, por lo que Fin se movió para unirse a Shaw y
Catriona junto al fuego. Donald y Alex entraron juntos poco
después, seguidos por sus sirvientes y el fraile mendicante
de Donald.
Catriona se volvió hacia Fin cuando se acercó a la
chimenea y cuando su mirada se encontró con la de él, una
leve sonrisa asomó a sus labios, permaneció allí y se volvió
más cálida.
Sintiendo que su cuerpo se movía en respuesta, Fin
también sonrió.
Capítulo 15
 

Lo primero que pensó Catriona al ver entrar a Donald y


Alex con sus asistentes fue que el fraile lucía demasiado
andrajoso para celebrar una boda.

Ella llevaba un vestido de suave terciopelo rojizo y Fin se


veía particularmente bien con un jubón de terciopelo verde
y unas calzas de color verde más oscuro que no le había
visto usar antes. Toda la charla sobre su consumación y la
idea de emparejarse con él habían despertado su curiosidad
de nuevo. Cuando la miró, de repente se sintió tímida.

No tuvo tiempo de pensar después de eso, porque el


fraile le dijo a Fin. —Empezaremos de inmediato, si
le place, sir. La ceremonia será corta y el Mackintosh dijo
que nadie quiere sentarse durante una misa nupcial.
Comeremos cuando terminemos aquí, dijo.
Rothesay, habiéndose acercado lo suficiente como para
escucharlo, se rió y dijo con su voz habitual y cargada. —
Todo el mundo, reúnanse. Nuestro sacerdote comenzará y
yo huelo carne asada, así que no se demoren.

Catriona vio que Fin apretaba los labios, pero el


comportamiento de Rothesay ya no la molestaba. Su mirada
se posó en Fin y sus pensamientos también permanecieron
allí.

Los labios de él se relajaron y un brillo iluminó sus ojos.

Sin pensarlo, ella le tendió una mano.


—Nay, todavía no, mi lady —dijo el fraile. —Me dejará
decir las palabras sobre ustedes primero. Ahora, Sir Finlagh,
¿toma a esta mujer como su esposa...?

Catriona escuchó y disfrutó del sonido de la voz de Fin


mientras él le ofrecía su lealtad de todas las formas
posibles. —Desde ahora, hasta que la muerte nos separe.
El fraile dijo entonces. —¿Tiene un anillo para su dama,
sir?
Catriona, mirando a Fin, vio consternación en su
expresión. Pero antes de que pudiera hablar, recibió ayuda
inesperadamente.

—Aye, sí tiene —dijo el Mackintosh, dando un paso


adelante. —Tengo el anillo aquí mismo, lad —mientras le
entregaba algo a Fin, Mackintosh miró a Catriona y dijo: —
Era el anillo de mi madre, lassie. Le prometí que se lo
guardaría a mi nieta favorita y así lo he hecho, si lo aceptas
de nosotros ahora.

Con los ojos inundados de lágrimas repentinas, Catriona


lo agarró del brazo y se puso de puntillas para besar su
mejilla arrugada. —Lo acepto, sir, y con orgullo. También te
agradezco, porque pensaré en ambos, así como en mi
esposo, cada vez que lo mire.

Poniéndolo en su dedo y por indicación del fraile, Fin


dijo: —Con este anillo te desposo, y con su oro y plata te
doto. Con mi cuerpo te adoro y con todos mis ancestros
mundanos te honro.

Repitiendo obedientemente votos similares a los


primeros, Catriona también prometió ser “mansa y
obediente en la cama y en la mesa”, mientras le ofrecía su
confianza a Fin.
Y eso aparentemente fue todo, porque el fraile se volvió
hacia la audiencia y dijo: —Mis lores, mis ladies, y todos los
que están aquí mirando, les ruego, presten atención ahora a
esta pareja casada, Sir Finlagh y Lady... —haciendo una
pausa, miró con pesar a Fin. —Bendito sea, sir, me olvidé de
preguntarle cuál es el estilo adecuado de su señoría.

—Lady Finlagh servirá por ahora —dijo Fin.

—… Sir Finlagh y Lady Finlagh —repitió el sacerdote.

—¿Tienes whisky cerca, Mackintosh? —preguntó Davy


Stewart. —Tengo una sed en mí ahora que nada, salvo el
whisky, la apagará.

—Tengo algo, aye, como cualquier buen Highlander —


respondió Mackintosh. —Trae la jarra de mi habitación,
James, y envía a uno de los muchachos a buscar más. Todos
deberían beber por esta boda, especialmente Fin y Catriona.

Catriona arrugó la nariz ante la idea de beber esa


sustancia ardiente. Pero cuando lo hizo, Fin se acercó y
murmuró. —Vas a beber conmigo, lass. Te calentará para lo
que vendrá después de que hayamos desayunado.

—Preferiría beberlo después de comer algo —susurró


ella. —No me importa el whisky con miel cuando tengo
fiebre. Pero, otras veces, nay.

—Entonces beberemos nuestro brindis de una copa —


dijo. —Basta con tocar el whisky con los labios para evitar la
mala suerte en nuestro matrimonio. Pero si prestas atención
a un buen consejo, tomarás un poco de clarete con tu
comida. Escuchaste que tu abuelo espera que consumamos
nuestra unión después, ¿no es así? ¿Y que James y Morag
estarán esperando para que sigamos adelante?
—Aye, claro —dijo. Sintiéndose repentinamente tímida,
miró hacia otro lado y agregó. —Entiendo lo que haremos
después, porque mi abuela me lo dijo. Ella dijo que será
placentero.

Lady Annis había dicho más que eso, porque había sido
tan franca con el sexo como con la mayoría de las cosas.
Pero eso había sido hace casi dos años. Y Catriona recordó
la descripción física y la promesa de placer, pero poco más.

Fin puso dos dedos debajo de su barbilla y la hizo


mirarlo. Sonriendo cálidamente, dijo: —Veremos que sea
placentero, lass. Me refiero a que practiquemos con la
mayor frecuencia posible. Por ahora, sin embargo, me daré
un capricho con un pequeño beso.

Con eso, allí mismo, frente a todos los que quisieran


mirar, puso su brazo libre alrededor de ella y lenta y
tentadoramente se inclinó más cerca hasta que sus cálidos
labios tocaron los de ella. Luego, como si estuvieran solos,
en lugar de en medio de una gran compañía, la atrajo lo
suficientemente cerca para sentir su longitud contra la de
ella y movió la mano en su barbilla hacia la parte baja de su
espalda, apretándola más cerca.

Sus labios abusaron de los de ella y su cuerpo se agitó


contra el de ella. Cuando buscó la entrada a su boca con la
punta de la lengua, ella resistió brevemente y luego se
sometió a la penetración. Cerrando los ojos, gimió cuando
su lengua comenzó a jugar con la de ella. Las sensaciones
que provocó estimularon otras, muchas otras.

Terminó el beso por fin, pero no la soltó. Y los ojos de


ella permanecieron cerrados, porque su mente se había
llenado de imágenes de lo que les esperaba.

Cuando estallaron aplausos y vítores, abrió los ojos de


par en par. Aturdida, sintió como si algún extraño hechizo
que la había dominado hubiera terminado abruptamente
con el ruido.

—Te estás sonrojando, cariño, pero no es necesario —


dijo Fin. —Un hombre tiene derecho a besar a su esposa
después de la ceremonia.

Entonces ella sonrió. —No me importó en absoluto.

Cuando se volvieron hacia la mesa principal, el


Mackintosh se acercó a ellos y les dijo: —Te tomarás el
tiempo de reunirte conmigo en la cámara interior después
de que desayunemos, lad, y traerás a tu chica.

—¡Abuelo, no puedes querer que consumamos nuestro


matrimonio allí!

—Nay, lass, aunque debo admitir que pensé que sería


un gran honor permitírtelo. Pero tu abuela me llamó tonto y
dijo que preferirías tu propia cama a cualquier otra. Ailvie y
las mujeres la están preparando para ustedes dos ahora.

Aliviada más allá de toda medida, porque no podía


imaginar consumar su matrimonio en la cama que
compartían sus padres y en la que sus abuelos habían
dormido durante un mes, Catriona se dirigió contenta con su
esposo a la mesa alta.

Rothesay los esperaba allí. —El Mackintosh dijo que


deberías ocupar las sillas centrales, Fin. Así que me sentaré
a tu lado. Habiendo dado mi bendición a este matrimonio,
es correcto y apropiado que lo haga. Sin embargo, tengo
una pregunta.

—¿Aye, sir?

—¿Por qué Lady Finlagh? ¿Por qué no Lady Cameron?


Preguntándose qué travesuras estaría pensando hacer
Rothesay ahora, Fin dijo: —Así que conoce a mi clan,
¿verdad, sir? Pensé que debía hacerlo —al notar un destello
de decepción en el expresivo rostro del príncipe, sintió una
punzada de inquietud.
—Aye, claro —dijo Rothesay. —Lo he sabido todo sobre ti
desde el principio. El Obispo Traill me dijo que tenías
motivos para guardar tu identidad para ti mismo. Y
sabiendo lo rebeldes que pueden ser nuestros clanes de las
Highlands, pensé que esa causa probablemente era una
cuestión de autopreservación. ¿Es así como fue?

—Está bastante cerca —dijo Fin.

—Ya veo. Pero la gran enemistad fue entre tu


confederación y el Clan Chattan —dijo Rothesay. —
Entonces, me pregunté si el Mackintosh lo sabía. Pero tu
señora no mostró sorpresa en este momento cuando te
pregunté, y uno asume que si ella lo sabe, él lo sabe.

—Aye, claro, lo sabe —dijo Fin.

—Entonces, repito, ¿por qué “Lady Finlagh”?

—Porque soy un hijo menor, por supuesto —dijo Fin


encogiéndose de hombros. —Así es como la gente la
llamará en casa, donde la esposa de mi hermano es Lady
Cameron.

—Aye, claro, es la forma habitual. Eso me recuerda, sin


embargo, por qué me preguntaba si el Mackintosh sabía de
ti. No era solamente que los Cameron y los Mackintosh
fueran enemigos en esa batalla en Perth. También es que
perteneces a los mismos Cameron que comenzaron esa
disputa, sobre quién es el propietario del Castillo de Tor y las
propiedades de Loch Arkaig.
Por segunda vez en menos de una hora, Fin se entregó a
pensamientos asesinos sobre Rothesay. Y una mirada a
Catriona le dijo que de hecho había recordado su respuesta
equívoca cuando ella le preguntó por el Castillo de Tor al día
siguiente de conocerse.

Catriona había escuchado claramente los comentarios


de Rothesay. Pero le tomó un momento darse cuenta de que
el calor que sentía aumentar en ella ya no era sensual sino
emocional.

Cuando reconoció el sentimiento de traición por lo que


era, también se dio cuenta de que no podía desahogar su
reacción en ese momento. Pero cuando le lanzó a Fin una
mirada oblicua y expresiva, vio que él ya estaba frente a
ella y había estado esperando esa mirada, si no más.

—Lass —dijo en voz baja. —Debí habértelo dicho.


Hablaremos de eso más tarde.

Asintiendo, no se atrevió a hablar para no decir


exactamente lo que estaba pensando.
Todavía pensaba en lo que había dicho sobre el Castillo
de Tor ese día, cuando escuchó a Lady Annis, justo a su
izquierda, decir: —Ese fraile de Donald lo hizo mejor de lo
que se esperaba de una criatura tan andrajosa. Estás bien y
verdaderamente casada ahora, querida. Y tu abuelo cree
que te ha ido muy bien.
—¿Lo crees, abuela? —agradecida por tener una excusa
para mirar a cualquier otro lugar que no sea su esposo,
Catriona agregó. —Supongo que el abuelo también te dijo
que teníamos la intención de quedarnos en el Castillo de
Moigh durante los próximos días.

—Aye, seguro. Cuando envió al mensajero para


advertirles de su llegada, me aseguré de que todo estuviera
listo para ti. Imagino que James les dijo que él y Morag
cabalgarán hasta Daviot, así que tendrán el lugar casi para
ustedes solos.

—Le oí decirle a Fin —admitió Catriona.


—Tu Fin es un buen hombre —dijo Lady Annis. —Sin
embargo, ten en cuenta que no debes dejarle ver ese
temperamento tuyo hasta que no hayas medido el suyo. He
visto señales en el hombre muy parecidas a las que me
debieron haber advertido de que fuera más cautelosa con tu
abuelo al comienzo de nuestro matrimonio. Vivíamos aquí,
entonces, por supuesto.
—¿Qué pasó?

Lady Annis sonrió con reminiscencias. —Me regañó por


hacer lo que pensé que había sido algo natural para mí. Así
que le arrojé una palangana llena de agua fría.

—¡No lo hiciste! —cuando asintió, Catriona dijo. —¿Qué


habías hecho?

Su señoría se encogió de hombros. —Subí a un árbol


para tener una vista más amplia del lago.
—Bueno, creo que suena perfectamente natural. ¿Por
qué se enfureció?
—Quizá debí haberle explicado que en ese momento
solamente llevaba mi camisón. Nos habíamos estado...
umm... conociendo mejor, como se podría decir.
Un gorgoteo de risa subió a la garganta de Catriona. —
¿Dónde estabas?

—En la costa oeste más allá, cerca de la orilla. Sin


embargo, por mi fe, me dio un sermón en el bote, todo el
camino de regreso al castillo y todo el camino hasta nuestra
habitación. Entonces, cuando escuché lo suficiente, le arrojé
el agua... sobre todo él.

Catriona sonrió. —¿Y entonces?


—Eso es todo lo que voy a decirle, señora Impertinencia.
Conoces bien a tu abuelo, así que sin duda puedes usar esa
fértil imaginación tuya para el resto. Pero te digo yo, que
conozco a los hombres, que veo signos similares en tu Sir
Finlagh. Sus ojos se entrecierran de la misma manera y su
mandíbula se aprieta tanto que pequeños músculos saltan
en sus mejillas. Si deseas ser feliz, pisa suavemente cuando
veas esas señales.

Catriona sonrió y asintió, pero decidió que en la próxima


hora más o menos sería Fin, y no ella, quien debería estar
atento a las señales de mal genio.

Tadhg las interrumpió extendiendo una fuente de carne


en rodajas finas a Catriona. Casi le recordó que primero
debía servir a su abuela antes de recordar que, como recién
casada, ella era la dama de mayor rango del día.

Aplicándose a su desayuno, esperaba que Fin le hablara


y no sólo tratara de calmar su disgusto para que se uniera a
él. Pronto se dio cuenta, con cierta indignación, de que él no
le estaba prestando atención.
Sin embargo, una breve mirada proporcionó una
explicación de su negligencia.

Rothesay, al otro lado, estaba hablando de algo.


Después de su comportamiento reciente, sospechó que
estaba tratando de hacer más travesuras.
Alguien, pensó, debió haber familiarizado a Davy
Stewart con una buena tunda con un cuero rígido durante
su infancia, para enseñarle mejores modales.
Tan pronto como ella hizo señas con la cabeza a un
criado para que limpiara su lugar, su abuelo se puso de pie
y levantó una copa. —Estaremos bebiendo por los novios
ahora, por favor. Querrán seguir adelante con el mayor
deber del matrimonio.

Una risa encantada recibió su anuncio. Las copas se


llenaron y alzaron y el brindis pronto terminó... demasiado
pronto para Catriona. Peor aún, había bebido un poco de
vino con cada brindis y podía decir que había bebido más de
lo que debería.
—Vengan ahora a la cámara interior —dijo el
Mackintosh, poniendo una mano en el hombro de Fin y la
otra en el de Catriona. —Pueden tomar la escalera de
servicio hasta su dormitorio desde allí, por lo que no
tendrán que volver a pasar por aquí. Nuestros muchachos
ya estarán llevando sus cosas al otro lado del lago y
cargando los caballos. Así que todo el mundo puede salir
directamente a despedirte después de que te hayas vestido.

Cuando Catriona lo siguió al interior de la cámara, pudo


sentir la presencia de Fin a su lado como si la estuviera
tocando. Aún irritada, se preguntó qué estaría pensando y
decidió que sería mejor que se pateara a sí mismo por no
ser más franco acerca de su estrecha conexión con el
Castillo de Tor.

Preguntándose qué quería el Mackintosh con ellos, Fin


siguió a Catriona, disfrutando del tentador balanceo de sus
caderas mientras pasaba a su abuelo en la cámara, pero
tratando de medir, también, cuán molesta estaba.

En el interior, Mackintosh cerró la puerta y se dirigió a


su mesa, de la que sacó un documento de papel. Cerca
había un tintero y una pluma afilada.
Volviéndose hacia Fin, dijo: —No tardaré mucho con
esto, lad, porque sé que estás impaciente por reclamar a tu
esposa. Además, ambos sabemos que James y Morag están
ansiosos por estar fuera de la isla y lejos.

—James prometió esperar, sir —dijo Fin.


—Aye, seguro. Ahora bien, esta es la carta del Castillo
de Raitt. Se los entrego de por vida como regalo de bodas.
Me encantaría ver que se quede con su heredero, pero sé
que nunca cambiarás tu nombre a Mackintosh, ni deberías
hacerlo. No después de casi dar tu vida por el Clan
Cameron.
—Tiene razón, sir —dijo Fin.
—Quizás, sin embargo, si eliges vivir gran parte de cada
año en Raitt y uno de tus hijos acepta tomar el nombre,
Shaw puede arreglar que se lo pase a él. Verás, acepta la
idea. Si te ocurre algo antes de tener un hijo, Raitt volverá a
ser de Catriona, a menos que se vuelva a casar con un
extranjero. ¿De acuerdo?
Fin no vaciló. —Me hace un gran honor, mi lord. Estoy de
acuerdo, aye.
—Bien entonces. Firma allí mismo, en la parte inferior —
dijo el Mackintosh, mojando la pluma y entregándosela. —
Nadie ha vivido allí durante un tiempo, pero es un lugar
sólido y pronto podrá ser cómodo para una familia.
Fin firmó, recibió otra copa de whisky y bebió con su
nuevo pariente por el acuerdo. Catriona estaba cerca y,
aparte de abrazar a su abuelo y darle las gracias,
permaneció en silencio.

—La puerta está más allá, lad —dijo Mackintosh. —No


tienes ninguna razón para demorarte.
Poniendo una mano sobre el codo de Catriona, Fin la
instó hacia la puerta y delante de él por la estrecha
escalera. Estaba agradecido de que tuvieran privacidad.

Muchas bodas, como él sabía, terminaban en una


estridente ceremonia de desfloración que era muy
entretenida para la compañía, pero rara vez para la pareja.
Estaba seguro de que, dadas las circunstancias, tener que
soportar tal ceremonia no sería de gran ayuda.
Cuando estuvieron a salvo en su dormitorio, ella se
volvió hacia él. —¿Sigue pensando que debemos acostarnos
de inmediato, sir, después de lo que dijo Rothesay abajo?
—Lo creo, aye —dijo. —Tenemos el deber de consumar
nuestro matrimonio y tú estás tan consciente como yo de
que James y Morag nos están esperando. Podemos pelear
más tarde.

—Pero no entiendo por qué nunca me lo dijiste.


Dando un paso hacia ella, mirándola directamente a los
ojos mientras lo hacía, dijo: —Debí habértelo dicho, pero
podemos discutir el asunto mientras viajamos, lass. No lo
discutiremos ahora. No con todo el mundo esperando abajo
para despedirse de nosotros.

Ella dio un paso atrás.


La molestia se agitó en él, pero sabía que ella tenía
motivos para sentir lo mismo. Sin embargo, tales
discusiones llevaban tiempo y no creía que las personas que
esperaban abajo en el salón y en el patio fueran pacientes.
Echó un vistazo a la puerta de la escalera principal. —¿Esa
puerta tiene un cerrojo?
—Nay —dijo. —Nunca he necesitado uno.
—Aye, bueno, la desfloración a menudo se convierte en
un asunto público, lass. La razón por la que tu abuelo nos
envió por la escalera de servicio fue para darnos privacidad.
Pero si no bajamos pronto, subirán. No creo que te guste
eso.
Su rostro palideció. —Entonces tal vez deberías bajar y
decirles...
—¿Decirles qué? —preguntó cuando ella se detuvo con
incertidumbre.

Cuando ella no respondió, dio otro paso y dijo con


suavidad. —Somos las mismas dos personas que éramos
antes. La única diferencia es que ahora estamos casados.
Todavía podemos hablar entre nosotros y lo haremos. Ahora,
ven aquí, cariño.
Ella se apartó.

—Catriona... —su paciencia estaba menguando.


Catriona reconoció el tono de advertencia. Al volverse,
vio que sus labios habían formado una línea recta bastante
fuerte como para hacer que un pequeño músculo se
contrajera en una mejilla. Al recordar la advertencia de Lady
Annis, sintió un extraño escalofrío recorrer su columna
vertebral.

—Nos hemos hecho votos el uno al otro, Catriona —dijo


tranquilamente. —Yo cumpliré con los míos y espero que tú
cumplas los tuyos.
—¿Qué harás si no lo hago? ¿Violarme o golpearme? —
pero su corazón latía con fuerza y la forma en que la miraba
ahora la hacía querer tocarlo.

—Sabes que no te lastimaría ni te forzaría —dijo,


claramente manteniendo su temperamento bajo control.
La tensión en la habitación se había multiplicado por
diez, gran parte de ella dentro de su propio cuerpo. Su ira
también había disminuido con esa tensión, como si no
pudiera contener dos emociones fuertes a la vez.

Él estaba decidido y esa determinación despertó


sentimientos indescriptibles dentro de ella. Desde su piel
hormigueante hasta el centro de su cuerpo, cada nervio
había cobrado vida. Cuando él dio un paso más hacia ella,
vibraron como si alguien hubiera tocado un arpa con
cuerdas atadas a cada parte de ella.

Él la alcanzó.
Ella se humedeció los labios, mirándolo con recelo pero
sin miedo. La anticipación de lo que podría hacer luchaba
con su propio deseo de tocarlo, de hacerle saber cómo se
sentía en el fondo. Luego él le tocó la mejilla, la palma de su
mano cálida contra ella, pero también hizo que le doliera un
poco, recordándole la furia de su padre la noche anterior y
cómo Fin había respondido a ella.
—Podemos manejarnos mejor que esto, lass —dijo, con
voz baja y ronca. —Te prometo que hablaremos de lo que
quieras durante el tiempo que quieras mientras viajamos.
James dijo que Morag también busca privacidad con él, así
que nos dejarán solos. Ahora, a menos que quieras que
tenga que decirles que no hemos logrado consumar nuestro
matrimonio… —hizo una pausa.
Ciertamente ella no quería eso. —¿Realmente les dirías?
—preguntó, aunque sabía lo que iba a decir.
—No les mentiré —dijo. —Creo que tú tampoco. Además,
examinarán las sábanas.
Experimentando una sensación de alivio sólo por saber
que lo había juzgado correctamente, sintió que aumentaban
las sensaciones más cálidas.
La mano en su mejilla se movió hacia su hombro
izquierdo y cuando ella no se opuso, ambas manos se
movieron hacia los cordones. Cuando una de sus manos
tuvo la casualidad de rozar la punta de un pecho, la
sensación que le causó la hizo jadear.
La calidez persistente del vino que había bebido realzó
la sensación. Sintió como si extendiera su calor por toda
ella.

Le abrió el corpiño, acariciando el terciopelo rojizo


mientras lo hacía. El aire fresco de la habitación la hacía
temblar mientras él le desataba las cintas de la saya y le
desnudaba los pechos.
—Ah, lass —murmuró. —Qué hermosa eres. Ojalá
pudiéramos tomarnos nuestro tiempo, para poder mostrarte
lo agradable que puede ser esto. Pero me temo...
—... Que alguien vendrá, lo sé —dijo. —Sé algo de lo que
se debe hacer, porque la abuela me lo dijo. Pero, ¿se puede
hacer con tanta rapidez?
 

***
 

La pregunta por sí sola era respuesta suficiente para el


cuerpo dispuesto de Fin, que saltó poderosamente ante la
visión que ella produjo en su mente. Pero él no quería
lastimarla ni asustarla, así que dijo: —Se puede hacer,
cariño. Pero sería mejor que te quitaras el vestido primero,
porque así estarás más cómoda.
Ella tomó el cinturón de oro, lo desabrochó y lo puso
sobre un baúl. La ayudó a quitarse la túnica de terciopelo, la
falda a juego y la enagua de franela roja. De pie frente a él
sólo con su camisón, con la parte superior todavía abierta
para revelar sus firmes pechos de puntas rosadas, ella era
aún más magnífica de lo que él había imaginado.
Ella se quitó el camisón y lo dejó a un lado, él la levantó
y la llevó desnuda a la cama, que las mujeres habían
preparado para revelar la sábana impecable. La acostó y se
quitó los zapatos, las bragas y las medias de red. Su pene
estaba listo para ella y vio que sus ojos se agrandaron
cuando lo vio, pero ella no protestó.
—No dijiste si tu abuela te advirtió que la primera vez
puede ser dolorosa para ti —dijo. —Pero haré todo lo que
pueda para que sea más fácil, especialmente porque
tenemos un largo camino por delante. Sin embargo, sólo
necesitamos copular, no más, así que...

—Aye, claro, lo sé —dijo, como si se preguntara por qué


él diría algo tan obvio.
—Ah, pero hay más en esto de lo que crees después de
que hayamos terminado. Así que debes saber antes de
empezar que hacer lo que quiero hacer me negará mucho
placer. Esa negación me pesará mucho hasta que pueda
aliviar su peso, lo cual… —agregó, sonriendo ahora. —Tengo
intenciones de hacer antes de que descansemos esta
noche.
Catriona apenas podía respirar mientras lo miraba. Sólo
se había quitado las bragas y las medias. Pero fue suficiente
para indicarle que Lady Annis debía estar loca para pensar
que un hombre tan fuerte como él podría alguna vez
acoplarse con una mujer tan pequeña como Catriona.
Volvió a mirar la puerta de la escalera principal.
—En verdad, sir, dudo que alguien entre sin golpear
primero —dijo.

—Probablemente, tienes razón —dijo. —Simplemente


nos cubriremos con las mantas, si lo hacen.
Con esas palabras, se metió en la cama, se estiró a su
lado y se incorporó sobre un codo para inclinarse y besarla.
Su aliento olía agradablemente a whisky y el jubón de
terciopelo que todavía usaba acariciaba sus pechos
desnudos, provocando nuevas sensaciones dondequiera que
la tocaba. —Respira profundamente y trata de relajarte —
murmuró contra su boca mientras acariciaba su vientre. —
Seré tan gentil y rápido como pueda.
Con eso, su mano acariciadora se movió hacia la unión
de sus piernas. Cuando ella se puso rígida, él movió la mano
hacia su muslo, acariciándolo suavemente pero moviéndose
lenta e inexorablemente hacia su objetivo hasta que sus
dedos rozaron suavemente los rizos allí. Cuando deslizó un
dedo dentro de ella, se sobresaltó.
—Tranquila, cariño —murmuró, besándola de nuevo. —
Creo que tu cuerpo está más preparado para recibirme que
tu mente. No pienses, sólo siente.
Capítulo 16
 

—Siento tantas cosas que no puedo pensar —murmuró


Catriona. Luego, Fin tocó algo que hizo que sus sentimientos
anteriores parecieran dóciles en comparación. El fuego la
atravesó. Sus labios reclamaron los de ella de nuevo,
manteniéndolos cautivos mientras sus dedos la provocaban
más.
La lengua de él invadió su boca y ella respondió de
inmediato con la suya.
Apenas se dio cuenta de que ahora se movía contra dos
dedos, tratando de aumentar las sensaciones placenteras
que provocaban en su interior. Luego los retiró y se movió
para reemplazarlos con una parte más grande de sí mismo.
Montado a horcajadas sobre ella ahora, apoyando su
peso sobre las piernas y las manos, la miró a los ojos
mientras se presionaba suavemente dentro de ella. Catriona
trató de relajarse, gimiendo en suave protesta ante un dolor
sordo. Él hizo una pausa, volvió a salir y repitió los
movimientos. Ahora descansando sobre las rodillas y
antebrazos, ya no mantenía la boca de ella ocupada con sus
labios y lengua, pero las sensaciones debajo, hipnotizantes
y algo preocupantes, mantenían su mente bien ocupada.

Moviendo una mano para tocar su seno izquierdo, usó el


pulgar para provocar el pezón, desviando su atención justo
cuando se presionaba completamente dentro de ella.
Jadeando ante el creciente dolor, ella sintió que su
cuerpo respondía, no obstante, al de él. Había cerrado los
ojos, pero los abrió para ver su rostro contorsionarse como
si fuera él quien sufría. Su cuerpo se sobresaltó
repentinamente y su mueca se hizo más profunda, mientras
tomaba una respiración larga y profunda y la dejaba salir de
nuevo. Justo cuando se preguntaba qué vendría después, su
rostro se relajó y salió de ella.

—Eso debería satisfacer a cualquiera lo suficientemente


inquieto como para investigar el asunto —dijo con
brusquedad mientras se movía para acostarse a su lado. —
¿Fue muy doloroso, lassie?
—Me dolió un poco, pero ahora sólo se siente caliente y
un poco punzante —dijo.
—Una buena palabra —dijo con una sonrisa. —Entonces,
te limpiaremos, ¿o quieres que llame a Ailvie? Necesito
cambiarme de ropa para el viaje.

—Te lo ruego, no la llames hasta que pueda arreglarme


yo misma, pero haz lo que quieras.

—No me gusta para nada —dijo con una sonrisa irónica.


—Prefiero quedarme donde estoy. Y debo advertirte que
todo lo que voy a estar pensando, hasta que estemos
seguros en la cama juntos en el Castillo de Moigh, es que
tengo asuntos pendientes contigo.

Ella casi le dijo que estaría pensando lo mismo.


Entonces, recordó que todavía estaba molesta con él. De
alguna manera, ese pequeño detalle se le había escapado
de la cabeza en el momento en que él la tocó.

Como todavía quería dejar en claro sus sentimientos,


pensó que sería más prudente no admitir el efecto que sus
caricias tuvieron en ella, por lo que dijo con tranquilidad. —
Puede que no esté seguro tan pronto como cree, sir. Todavía
tenemos asuntos que discutir, tú y yo.
—Aye, claro, lass. A su vez, te recuerdo que un esposo
tiene más derechos en tal discusión que un invitado o un
amigo. Has dado rienda suelta a tu temperamento varias
veces desde que nos conocimos. Prefiero que mi esposa sea
cortés a su manera conmigo.

—¿Es así, sir?

Él la miró directamente. —Así es, aye.

—Entonces no me des motivos para enojarme, y todo irá


bien.

Sosteniendo su mirada, dijo: —Veremos cuán bien va,


¿no?

Fin le sonrió mientras se levantaba de la cama y se


alegró de recibir una sonrisa irónica a cambio. No quería
seguir debatiendo hasta que estuvieran en el camino.
 

***
 

Poco después, vistiendo un atuendo adecuado para


montar, se unieron a James, Morag, los asistentes, invitados
y familiares en el embarcadero, donde los viajeros se
amontonaron en uno de los botes más grandes. Fin estaba
agradecido por toda la compañía, la actividad y su manto,
porque su cuerpo aún expresaba desaprobación por su
decisión de alejarse del calor aterciopelado de Catriona.

Todos los sentimientos que ella había engendrado


permanecían despiertos en él, aunque no tan fuertes como
en el momento de su retirada. Entonces había provocado
una oleada de instintivo y primitivo anhelo de conquistarla.
Su pene todavía se movía al darse cuenta de su cercanía,
pero al menos ya no le dolía.
Sabía que su decisión había sido la correcta. Sólo verla
en la orilla con la familia, ver con qué naturalidad sonreía
cuando hablaba con los demás y con qué gracia subió al
bote le aseguró que su breve acoplamiento no la había
lastimado tanto como para causarle molestias mientras
viajaban.

Si Dios era bondadoso, los recompensaría a ambos al


anochecer. Si Él estaba de un humor más amargo,
resucitaría a la muchacha anterior, más irritable.

Fin haría todo lo posible para evitar la última opción.

Llegaron a la orilla opuesta para encontrar a Toby e Ian


esperando con una hilera de mesteños de las Highlands, los
pequeños caballos de pies seguros que podían viajar a casi
cualquier lugar en terreno montañoso sin perder un paso.
Cuatro de ellos eran caballos de carga.

Los otros llevaban monturas de cuero mínimas, similares


a las que usaban los Fronterizos. Al igual que los hombres,
las mujeres iban a horcajadas, con las faldas bastante
holgadas para la discreción.

Habiendo dicho adiós en la isla, montaron rápidamente.

Fin no había montado en un mesteño en años y recordó


la descripción de Rothesay de montar tal caballo. Sus pies
parecían extrañamente cerca del suelo, pero los mesteños
eran fuertes y podían transportar pesos mayores que el
suyo con facilidad.

Después de emprender el camino que él y Catriona


habían seguido hasta la desembocadura del lago,
recorrieron un corto trecho antes de ver a media docena de
hombres que avanzaban hacia ellos. Todos llevaban espadas
y dagas.
Toby Muir dijo: —Sir, ese es el gallo joven escurridizo
que perdió su espada con usted el día en que los
encontramos a usted y a su señoría.

—Rory Comyn —dijo Catriona al mismo tiempo. —¿Qué


esta haciendo él aquí?

—Puedo adivinar —dijo James. —Escuchamos que él y


otros Comyn han estado lanzando amenazas y diciendo que
te tendría por esposa antes de que termine el mes. Los
ignoramos, sospechando que el abuelo tenía otros planes —
miró a Fin.

—Bueno, ahora tiene la intención de convertirse en una


molestia —dijo Catriona.

—Espera y verás, lass —dijo Fin. —Somos demasiados


para que ellos provoquen daño.

—Cielos, sir, los seis están armados. Y aunque nuestro


grupo es más grande, nuestros criados sólo llevan dagas.
Tú, James e Ian son los únicos hombres bien armados con
nosotros.

—Yo también estoy aquí, mi lady —dijo Toby indignado.


—Y también ese otro muchacho —añadió, señalando al
escudero de James.

—Sí, están —dijo Catriona. Pero Fin pudo ver que todavía
creía que si los seis hombres de Comyn atacaban, los
Comyn ganarían.
Él no pensaba que atacarían. Al mirar hacia atrás, vio
que los barqueros todavía estaban al alcance. Además, los
seis hombres que se acercaban parecían decididos, en lugar
de peligrosos.

Sabiendo que el mesteño no le sería de utilidad, le dijo a


Catriona que se quedara en el suyo y giró la pierna para
desmontar. Vio a James e Ian hacer lo mismo. Pero no se dio
cuenta de que Catriona también había desmontado, hasta
que se adelantó a ellos.

Abrió la boca para llamarla al orden justo cuando ella


decía: —Buenos días, Rory Comyn. Fue muy amable de tu
parte y de estos otros que vinieran a felicitarme.

Fin cerró la boca cuando, a excepción de su líder


pelirrojo, los otros Comyn se detuvieron. Rory dio unos
pasos más hacia Catriona, pero después de una mirada a
Fin y otra a James, se detuvo antes de acercarse demasiado
a ella.

—¿Qué es esto, entonces? —demandó él. —¿Por qué


debería desearte lo mejor, lass?

—Porque ahora soy una mujer casada, sir —dijo con una
sonrisa. —Como sé bien que pensaste en tomarme como
esposa, creo que fue amable de tu parte venir hasta aquí
para ayudarnos a celebrar el día.

—No escuché nada de esto —murmuró, frunciendo el


ceño a Fin. Luego miró con más mesura a James, Ian y los
demás detrás de ellos.

Siguiendo el ejemplo de Catriona, Fin se movió para


extender una mano a Comyn y dijo: —Puedo entender tu
disgusto. Me enojaría si tú también hubieras estado antes
que yo.

—Aye, bueno, estuve antes que tú, y estaré tras de ti, en


todo caso —gruñó Comyn, ignorando la mano extendida de
Fin. Mirando a Catriona, dijo: —Entonces, estás celebrando
el día. ¿Quieres decir que el evento acaba de tener lugar,
entonces?
—Hace horas —dijo ella, asintiendo. —Es un buen día
para una boda.

—Habrá un ajuste de cuentas por tal traición, lass. El


Mackintosh, aye, y tu papá también, sabían que quería
hablar más con ellos. Sin embargo, me desanimaron. Vine
aquí hoy para dejarles eso en claro y exigir que
continuemos nuestras conversaciones.
—No hubo verdaderas nego... —Catriona se interrumpió
cuando Fin le puso una mano en el brazo. Ella lo miró,
claramente ansiosa por desafiar las palabras de Comyn.

Consciente de que el hombre se había convencido a sí


mismo de que se pondría furioso en poco tiempo, Fin dijo: —
Con gentileza, mi lady. Se puede ver que él creía que tus
parientes todavía estaban considerando su demanda. Vaya,
cuando lo encontramos antes, me dijiste que lo estaban. Por
el amor de Dios, cualquier hombre se molestaría con ese
trato.

—Aye, cualquiera lo haría —estuvo de acuerdo Comyn.


—Pero no pienses en entablar amistad con esas palabras,
porque te veré muerto primero.
—Quizá lo hagas, Comyn —respondió Fin con calma. —
Pero no hoy. Los guardias del castillo habrán notado tu
presencia. Asimismo, estarán ansiosos por hablar más sobre
tu presencia no deseada si no te vas ahora.
—¿Aye? Bueno, no les temo, ni al Mackintosh, ni a Shaw,
ni a ningún terrateniente más grande con ellos que crea que
ejerce poder sobre cualquier Comyn. Ninguno de ellos lo
hace, por lo que todos deberían estar bien. Nos volveremos
a encontrar, Fin de las Batallas. ¡No te equivoques al
respecto!
La mano de Fin todavía estaba en el brazo de Catriona y
la sintió ponerse rígida. Creyendo que estaba a punto de
añadir su picardía a la conversación, le apretó el brazo a
modo de advertencia.

Mirándolos a ambos, Rory Comyn se volvió y se alejó,


haciendo señas a sus hombres para que lo siguieran.

James y los demás volvieron a montar, pero en lugar de


seguirlos, Catriona se volvió hacia Fin y dijo con irritación. —
¿Por qué no me dejaste hablar?

—Te dejé hablar, siempre y cuando alentaras una


conversación civilizada —dijo Fin, en voz baja. —Pero
cuando vi que se estaba enojando y que tú estabas a punto
de hacerlo enojar más… Si recuerdas, lass, te dije que te
quedaras en tu caballo.
Ella hizo una mueca pero no dijo nada, volviéndose
bruscamente hacia su mesteño.
Él la siguió, la agarró por la cintura y la subió él mismo
al caballo.

La acción de Fin tomó a Catriona por sorpresa. Cuando


él la puso sobre el mesteño con suficiente fuerza para hacer
que sus dientes crujieran, ella tomó aliento para decirle lo
que pensaba de tal comportamiento.
La expresión de él la hizo pensar de nuevo.

—Hablaremos pronto —prometió. —Primero dejaremos


que ese grupo se aleje de nosotros mientras hablo con
James.

—¿Qué pasa?
—Aye, ¿qué? —preguntó James con curiosidad.
—Comyn sabe acerca de tus exaltados invitados —dijo
Fin.

—No veo cómo podría hacerlo —dijo James, frunciendo


el ceño. —Rothesay cabalgó hacia las Highlands como uno
de los hombres de Alex y Donald vino a nosotros como un
fraile mendicante. Nadie puede haber reconocido a ninguno
de los dos.
—Uno espera que no. Sin embargo, Comyn sugirió que
Rothiemurchus alberga “terratenientes más grandes”, que
ejercen más poder que el Mackintosh o tu padre.
El ceño de James se profundizó. Volviéndose hacia su
hombre, dijo: —Regresa y cuéntales a los barqueros lo que
acaba de pasar aquí. Diles que lo informen al Mackintosh y
Shaw. Diles también que creemos que Rory Comyn sabe
más de lo que debería.

Mientras observaban cómo el hombre se apresuraba a


regresar, Catriona le dijo gentilmente a Fin. —Fue mi
conversación con Rory lo que nos ganó esa información, ¿no
es así?
—Lo fue, aye —admitió.

—Es bueno entonces que lo haya molestado un poco.


—El hombre estaba enojado desde el momento en que
nos vio —dijo rotundamente. —Apuesto a que cuando se
fue, nos habría lanzado las mismas palabras.
—Pero él había venido a negociar con mi padre, así que
no estaba realmente enojado hasta que le dije que tú y yo
nos habíamos casado.
—Hiciste que el asunto fuera personal, Catriona, un
asunto entre tú y él, Mackintosh y Comyn. Una mujer que le
dice a cualquier hombre que la desee que nunca podrá
tenerla está pronunciando palabras conflictivas, palabras
que engendran problemas.

Él le había dado algo en qué pensar, pero su voz


tranquila no la engañó. Decidió que se guardaría sus
pensamientos para sí misma durante un tiempo.

Cuando el hombre de James regresó, continuaron su


camino, observando al ahora distante grupo del Comyn
hasta que los seis desaparecieron sobre la cresta al norte
del lago.
Su propio grupo siguió el rastro apenas perceptible que
ella y Fin habían seguido el día que se conocieron, cuando
ella lo llevó a Rothiemurchus. En la cima de la cresta, se
dirigieron hacia el noroeste y cuesta abajo hasta el río Spey.
Vadeando el río, saltaron a un camino más ancho y
transitado que seguía el río durante unas cincuenta millas
hasta la desembocadura en el Fiordo de Moray, cerca de la
ciudad catedralicia de Elgin.

Fin aún no había intentado iniciar una discusión con ella,


así que mientras cabalgaban, ella practicaba mentalmente
lo que le diría. Pero su grupo seguía muy junto y ella no
tenía más deseos que él de que James o Morag escucharan
lo que decía. Así que esperó el momento oportuno.
Cuando vio a Fin mirar hacia atrás al otro lado del río y
luego a James, se dio cuenta de que habían estado
esperando hasta que el Spey se interpusiera entre ellos y
los Comyn. En esa época del año, el siguiente vado se
encontraba a diez millas al norte. Además, pronto estarían
en el corazón del territorio de los Mackintosh y sería menos
probable que se encontraran con algún Comyn.
Los Comyn armados sin duda llamarían la atención y la
noticia de su presencia se difundiría rápidamente hasta que
los Mackintosh se enfrentaran a ellos en gran número.
Fin dijo: —¿Conoces el camino que buscamos, lass?

—Aye, claro que sí —dijo.


—Entonces tú y yo seguiremos adelante para que
podamos hablar de lo que quieras.
Sus palabras directas tuvieron un efecto extraño en ella.
Aunque había estado esperando esa oportunidad, ahora que
él se la estaba concediendo...
—¿Ahora qué? —preguntó, levantando las cejas.

—Estaba lista y dispuesta a decirte lo que pienso —


respondió. —Pero no pensé que estarías tan dispuesto a
escucharlo. En verdad, sir, su invitación ha amortiguado el
calor de mi ira. Y no estoy segura de que me guste más que
otras cosas que ha dicho o hecho últimamente.
—¿Eso es todo? —preguntó con un brillo en los ojos.

Esa mirada tuvo otro efecto, uno más profundo. Pero ella
luchó contra eso, decidida a mantenerse firme y tener su
opinión. —Fe, ¿te ríes de mí?

—No soy tan tonto —le aseguró. —Ahora, ¿deberíamos


discutir lo que dijo Rothesay para enojarte justo antes de
que saliéramos del salón, o tienes otro tema que preferirías
ofrecer primero?

Ella suspiró. —Por mi parte, sir, creo que lo que más me


enoja es casi lo mismo en todos los casos.

—¿Y eso es…?


—Solías escuchar mis opiniones y parecías respetarlas.
Pero ahora o ignoras lo que te digo o lo descartas por no
tener importancia. Pero si te hago lo mismo, te irritarás
tanto como Ivor.
—Tendrás que explicarme cómo se aplica eso a lo que
dijo Rothesay sobre mi nacimiento en el Castillo de Tor.
—Dios mío, sabes bien que me engañaste cuando te
pregunté si conocías el lugar —dijo.
Con una mirada irónica y triste, dijo: —No te dije toda la
verdad, pero nos habíamos conocido el día anterior.

—Entonces, ¿qué pasó cuando te pregunté anoche,


antes de aceptar casarme contigo, si me habías dicho todo
lo que debería saber sobre ti? Entonces, hiciste parecer
como si las únicas cosas que no me habías dicho eran cosas
en las que no habías pensado o secretos que pertenecían a
otras personas. Eso no era cierto, sir.

—Debí haberte dicho entonces, aye —admitió. —Lo veo


ahora. En ese momento, actuaba siguiendo las órdenes de
tu padre de persuadirte de nuestro matrimonio. La verdad
es que quería persuadirte por mi propio bien, cariño. Pero
temía que si admitía que nací en el mismo lugar por el que
nuestros clanes habían luchado durante décadas, te
enojarías tanto como ahora. Y nuestra frustración no habría
hecho nada para cambiar la opinión de tu padre o la de
Mackintosh.
Su explicación la hizo sentir menos confiada. Pero pronto
se recuperó y dijo: —Eso está muy bien, sir. Pero cuando
me dijiste que sólo habías oído hablar del Castillo de Tor, fue
un engaño, simple y llano. ¿Cómo puedes esperar que crea
lo que me dices cuando haces esas cosas? —las lágrimas
brotaron inesperadamente de sus ojos y miró al frente,
esperando que él no las notara.

Él se acercó y la tomó de la mano. —Mírame, lass.


Ella lo ignoró. No le dejaría ver que sus propias palabras
habían provocado una emoción tan tonta en ella. Cuando le
apretó la mano, una lágrima se derramó. Pero cayó de su
ojo izquierdo y él estaba a su derecha, por lo que no pudo
verla.

—Cariño —dijo. —Ojalá pudiera prometer que nunca


volveré a hacer algo así, pero no puedo. Verás, sirvo a un
hombre que se comporta impulsivamente y mantiene sus
secretos. Eso significa que a menudo también tengo que
mantener mis actividades en secreto. También he pasado
años guardando secretos personales. Rayos, pensé que ni
siquiera Rothesay sabía nada de ellos. Me equivoqué en
eso, como hemos visto, pero ni siquiera él sabe de un
dilema que no pude resolver antes de conocerte.

—¿Lo resolviste entonces?


—Lo hice, aye, y estoy seguro de que elegí el camino
correcto.

—¿Me dirás cuál fue la resolución y por qué fue un


dilema?

—Hace quince días hubiera dicho que nunca podría


hablar de eso con nadie —dijo solemnemente. —Todavía
no estoy convencido de que decírtelo sería lo correcto. Pero
eso no es porque no confíe en ti, así que te hago esta
promesa. Nunca te prohibiré que me lo preguntes y tal vez
llegue el día en que pueda contártelo.

La lágrima se secó en su mejilla mientras consideraba


su promesa.
Por fin, sin dejar de mirar el camino, dijo: —Debo poder
confiar en ti. Pero, ¿cómo puedo hacerlo cuando a menudo
me pregunto si estás analizando tus palabras o
simplemente mintiéndome?
—¿Aceptarías dejar un asunto pendiente si te digo que
no puedo discutirlo?
Ella lo miró, lo vio mirándola intensamente y no pudo
apartar la mirada. Algo en su expresión la desafió a pensar
antes de responder.
Por fin, lamiendo los labios secos, dijo: —Si digo que
estoy de acuerdo, ¿prometes que nunca dirás esas palabras
sólo porque no quieres responderme?
—Te lo prometo, sin dudarlo.

La voz de él sonaba ronca y su mirada era más intensa


que nunca. La forma en que la miraba envió nuevas
sensaciones a través de ella, tocándola en los mismos
lugares que habían reaccionado antes, cuando él le había
acariciado los senos.
Ella murmuró. —¿Me prometes no volver a engañarme
nunca más?
—Con todo el respeto, Catriona, realmente no te engañé
sobre el Castillo de Tor. Me preguntaste si lo conocía y te
dije que sí y que sabía su ubicación exacta. Entonces
estábamos en el sendero del lago y nos encontramos con
Comyn, que puso fin a nuestra conversación.

—Pero al no ser franco...


—Eso fue justo después de que nos conociéramos.
Recuerda que todavía no sabía cómo se sentía la gente de
Rothiemurchus sobre los miembros de la confederación
Cameron. Tenía buenas razones para andar con cautela.

—Tenemos una tregua —le recordó.


—Aye, pero las treguas no están escritas en piedra, lass.
Los hombres las rompen todo el tiempo.
—Los hombres rompen muchas cosas —dijo. —¿Cómo
sabré que puedo confiar en tu palabra?
—Porque confiaré en la tuya si dices que debo hacerlo.
¿Debería?
Fin vio que el color ardía en sus mejillas y supo que
había tocado un nervio. Decidió aprovechar la ventaja. —
Necesitamos poder confiar el uno en el otro, lass. Sé que te
enojó cuando encontramos a Comyn hoy y te dije que te
quedaras en tu caballo.

—Y te molestaste cuando desmonté y dije lo que dije.


—Aye, pero rápidamente vi que podías manejarlo, así
que dejé que las cosas siguieran su curso. Entonces
comenzaste a contradecirlo acerca de sus supuestas
negociaciones y pude ver que lo ibas a enfurecer aún más
de lo que estaba.

—Por mi parte, sir, si hubiera estado pensando tanto en


cómo reaccionarías tú ante mi desafío como en lo que
debería decirle...
—¿No lo ves, cariño? Ese es el tipo de cosas que
necesitamos aprender uno del otro. Hasta que lo hagamos,
te pido que me obedezcas cuando te dejo en claro que
espero obediencia, aunque sólo sea porque tengo más
experiencia del mundo que tú. A cambio… —añadió antes
de que ella pudiera discutir. —Haré todo lo posible para
mostrarte el mismo respeto cuando hablemos de cosas de
las que tú sabes más que yo.
—¿Qué pasa si no te obedezco? —preguntó, mirándolo
ahora desde debajo de sus pestañas. —Verás, a veces
simplemente actúo porque me parece correcto hacerlo.
—Entonces me temo que debes aceptar las
consecuencias que te imponga. Ahora soy tu marido,
Catriona. Entonces, la ley y la tradición me otorgan ciertos
derechos y también ciertos deberes. El mayor de ellos es el
deber de protegerte de los demás. Y de tus propias
tonterías —añadió sin rodeos.
Cuando ella se humedeció los labios, el cuerpo de él se
movió en respuesta, lo que le hizo desear la perdición de
James y Morag. Lo que quería hacer era arrebatar a su bella
y desafiante esposa de su mesteño, llevarla a los bosques
cercanos en busca de privacidad y dominarla tan a fondo
que ella sabría para siempre que era su mujer.
Catriona no podía confundir el ardiente deseo en los ojos
de Fin y, dado que su propio cuerpo le había recordado
varias veces que habían consumado su unión demasiado
apresuradamente, su deseo e incluso su amenaza
despertaron otros sentimientos mucho más fuertes.
Prefiriendo no pensar en las consecuencias que él había
mencionado, porque sabía que él nunca aprobaría su hábito
de tomar su propio camino siempre que pudiera, se alegró
de ver el camino que querían por delante. Mientras
ascendían por el sendero empinado y boscoso hacia las
montañas, recordó su afición por las cascadas.
Gritando a James, sugirió que se detuvieran en el que
conocían y comieran el almuerzo que habían traído con
ellos. Ese plan fue aprobado de todo corazón por todos,
comieron tan cerca del alto y espectacular torrente que
sentían la niebla en sus rostros. Al mirar a Fin, lo vio
relajarse, sonreír y supo que había elegido bien.
Cuando terminaron, todos volvieron a montar y
volvieron al sendero.
James y Morag también parecían más felices. Cuando
James sugirió que montaran todos juntos, ni Catriona ni Fin
se opusieron.
Llegaron a Loch Moigh mucho antes de la puesta del sol
y los guardias de las murallas del castillo los estaban
esperando, porque un barco con dos remeros partió de una
vez. El castillo ocupaba una isla considerable y el lago era
más grande que Loch an Eilein.

Cuando el barco se acercó al embarcadero, James


estrechó la mano de Fin y dijo: —Nos separaremos ahora
mismo, porque queremos llegar a Daviot a la hora de la
cena. Pero te deseo la mejor de las suertes en la
domesticación de nuestra gata salvaje y toda la felicidad
para los dos.

Catriona abrazó a su hermano y a Morag, luego subió al


bote cuando llegó al embarcadero. Fin la siguió, dejando a
Ailvie, Ian y Toby para supervisar la descarga de los caballos
de carga y atender a los mesteños.
—Es un lugar hermoso, ¿no? —dijo Catriona, mientras el
barco abandonaba la orilla.

—Aye, pero francamente, lass, estoy pensando en mi


esposa y nuestra cama —dijo.
Sonriendo y consciente del calor que aumentaba
rápidamente dentro de ella, vio a un hombre con una túnica
y un manto verde azulado emerger del castillo y caminar
hacia la orilla, evidentemente para encontrarse con ellos.
Sintiendo que Fin se tensaba a su lado, dijo: —¿Lo conoces?
—Lo conozco, aye. Ese es mi hermano, Ewan MacGillony
Cameron.
Capítulo 17
 

Aún aturdido, Fin miraba a Ewan con incredulidad.

—¿Por qué está él aquí? —preguntó Catriona.


—No lo sé —dijo Fin. —Pero veo la fina mano de tu
abuelo en esto. Sabía que no había visto a mi familia desde
Perth y que quiero presentarte a ellos. Pero, para que Ewan
estuviera aquí ahora, debió haber enviado a buscarlo hace
una semana, mucho antes de saber que nos casaríamos.
Sólo espero que Ewan no haya traído a toda la familia.
—¡Dios misericordioso!

Al ver su rostro pálido, dijo: —No te preocupes, cariño. Si


lo hizo y esperan alterar mis planes mientras estemos aquí,
pronto se darán cuenta de su error.
Ella parecía insegura y él esperaba que tuviera razón.
Ewan podía ser feroz y, a pesar del saludo amistoso, Fin no
tenía idea de cómo lo recibiría su hermano.

Cuando llegaron al embarcadero, salió del barco y le


tendió la mano a Catriona mientras decía: —Es una
agradable sorpresa, Ewan, y una bienvenida. ¿Cuántos de
nuestros parientes trajiste en tu escolta?

—Ningún pariente, sólo media docena de mis propios


muchachos —dijo Ewan, agarrando la mano de Fin con
calidez. —Ya veo, has traído incluso menos hombres.
—Mi lord feudal se mostró reacio a extender mi permiso
más allá de unos días, aunque tenía la intención de ir a Loch
Arkaig para pedirte perdón. Ahora, sin embargo…
Cuando hizo una pausa, Ewan dijo de todo corazón. —
Me alegro de verte sano y salvo, lad. Verás, todos pensamos
que habías muerto. Así que podrían haberme derribado con
una pajita de escoba cuando recibí el mensaje del
Mackintosh de que, si estaba dispuesto a aceptar su
hospitalidad, podría encontrarme contigo aquí. ¿Quieres
presentarme a esta hermosa dama?

—Si el astuto anciano no te contó nada de ella, entonces


tengo una sorpresa que igualará a la tuya —dijo Fin,
mientras Catriona hacía una reverencia. —Ella es Lady
Catriona Mackintosh, mi esposa. Y si estás enojado conmigo
por casarme sin tu consentimiento, Ewan, puedes rugirme
más tarde. Por ahora, ambos estamos cansados de nuestro
viaje y...
—¡Maldito sea tu cansancio, lad! ¿Cuánto tiempo llevas
casado?
Fin se relajó entonces, reconociendo que el buen humor
de Ewan era amistoso. —Desde el amanecer —admitió con
una sonrisa tímida.

—¡El amanecer! Bendícenos, ¿por qué no invitaste a tu


propia familia a la boda?

—Tomará algún tiempo contar esa historia —dijo Fin. —Y


preferiría contártelo con una buena cena, porque al
mediodía sólo comimos pan con algo de ternera y queso.
Pero lo que quiero ahora es acomodarnos, limpiarnos y
comer. Después de eso, te agradeceré que recuerdes que
esta es mi noche de bodas.

—Aye, claro, lo recordaré. Pero me contarás tu historia


de inmediato. No tengo dudas que tu lady querrá un baño
después de su largo viaje. Pero a menos que hayas olvidado
cómo nadar desde que saliste de casa, te conformarás con
un chapuzón en el lago. Si estoy enojado contigo, Fin, no es
por casarte. Pero te mereces mi ira, ¿no es así?

Fin no podía negar eso y el tono de Ewan había


cambiado bastante como para indicarle que era mejor que
anduviera con cuidado durante un tiempo y recordara que
Ewan no era sólo su hermano, sino también el jefe de su
clan con derecho al castigo. En consecuencia, Fin dijo: —Un
chapuzón es justo lo que me gustaría, si me dejas ver que
mi esposa se establezca primero.

—Aye, claro —dijo Ewan, sonriendo a Catriona. —


¿Entendí que él dijo que eres una Mackintosh, mi lady?

—Lo hizo, sir, aye. Mi abuelo es el Mackintosh.

—Él Mismo, ¿eh? Bueno, es genial conocerte. Les deseo


felicidad en su matrimonio y te doy la bienvenida a nuestra
familia.

Con una sonrisa, ella le dio las gracias y se volvió hacia


Fin. —Vamos a usar la cámara interior, sir. ¿Entramos?

Al mirar hacia atrás al otro lado del lago para ver a Ian y
Toby ayudando a Ailvie a subir a otro bote que sin duda ya
llevaba su equipaje, él estuvo de acuerdo.

—No tardes, Fin —dijo Ewan. —Conozco un buen lugar


para nadar a unos pasos de esta orilla. Te espero aquí.

Fin estuvo de acuerdo y acompañó a Catriona al interior,


donde le presentó al mayordomo de su abuelo y dio órdenes
de un baño. También le pidió que retrasara el servicio de la
cena hasta que hubieran tenido tiempo de acomodarse.

Hecho eso, llevó a Fin a la cámara interior. La cama, vio


con aprobación, era mucho más grande que la de Catriona.
—¿Tu hermano está enojado contigo? —preguntó cuando
cerró la puerta.

—Se alegra de verme —dijo Fin, mirando a su alrededor


y notando el alegre fuego que saltaba en la chimenea y la
canasta de leña extra. —Pero tiene motivos para estar
enojado conmigo por no decirle dónde he estado y qué he
estado haciendo.

—¿Le dirás todo? ¿Incluso las partes que aún no me has


contado?

—Responderé a sus preguntas con honestidad —dijo. —


En cuanto a qué más voy a decir, primero debo ver cómo
avanza nuestra charla. Por ahora, sin embargo, sé que tú y
Ailvie pueden encargarse de guardar lo que trajimos con
nosotros y también de bañarte. Pero algún día, pronto, me
gustaría ayudarte con esa última tarea yo mismo.

—Tendremos que ver eso también, ¿no? —dijo ella,


sonriendo.

—No me tientes, lass. Debo hablar con Ewan, pero


intentaré no discutir con él. Nuestra cena será más
agradable, al igual que lo que ocurra después.

Al escuchar pasos que se acercaban a la puerta y se


detenían allí, la besó rápidamente y se dio la vuelta cuando
Ailvie entró con una cesta de carga.
 

***
 

Al informar a Ailvie de que el mayordomo estaba


pidiendo agua y una tina, Catriona vio a Fin alejarse por el
gran salón y deseó ser una mosca en una roca cercana para
escuchar la conversación con su hermano.
No haberle dicho a su familia que había sobrevivido a la
gran batalla de clanes en Perth debía ser, temía, una
elección que un hermano así no perdonaría fácilmente.

No tuvo que esforzarse en su mente para imaginar cómo


se sentiría si Ivor o James hubieran hecho tal cosa. Ella
querría ver al ofensor resentido, al menos.

Fin y Ewan eran más parecidos entre ellos que sus


hermanos. Ewan parecía siete u ocho años mayor que Fin y
una piedra o algo más pesado. Ambos tenían cuerpos
poderosos, cabello oscuro con reflejos castaños al sol y ojos
grises. Pero los ojos de Fin eran más claros, su cuerpo más
ágil y sus movimientos más elegantes.

Sin embargo, había detectado signos de un


temperamento similar al de él en Ewan.

—Su abuela dijo que debería revisar sus cosas para


encontrar lo que necesite —dijo Ailvie, mientras cerraba la
puerta, llamando la atención de Catriona.

La sirvienta se movía de un lado a otro, buscando


lugares para los cestos, jabón francés y toallas para el baño
de Catriona.

—Quiero lavarme el cabello —dijo Catriona. —Podemos


secarlo con un cepillo aquí junto al fuego.

—Le alegrará poner los pies en alto después de este


largo día —dijo Ailvie. —Sin embargo, todavía me pregunto
acerca de los Comyn. ¿No pensó que se sometieron
demasiado rápido?

—Rápido o no, tuvieron que someterse —dijo Catriona,


descartando sus propias preocupaciones anteriores. —
Nuestros barqueros estaban cerca y los hombres de nuestra
muralla podían vernos.
—Aún así, no confío en ningún Comyn. Y Rory ha estado
hablando estos últimos seis meses de tomarla por esposa.
Nunca lo había escuchado alejarse como si nada.

Aunque reconoció la verdad en las palabras de Ailvie,


Catriona tenía poca preocupación. Contra Fin de las batallas,
Rory Comyn siempre debe perder.
 

***
 

Al ver la postura de su hermano mientras Ewan miraba


hacia el lago de espaldas a él, Fin reconoció las señales
familiares de que Ewan había estado reprimiendo sus
emociones más fuertes por el bien de Catriona. Con eso en
mente, antes de acercarse demasiado, gritó: —¿Dónde está
este lugar tuyo para nadar?

Ewan se volvió, asintió en silencio y se dirigió a lo largo


de la orilla hasta una ensenada con una losa lisa de granito
que se hundía en el agua.

—¿Nadamos primero o hablamos? —preguntó Fin,


todavía tratando de evaluar el estado de ánimo de Ewan.

—Podemos hacer ambas cosas, si quieres. Encontré otra


ensenada similar a unos cien metros al norte de aquí,
alrededor de ese punto. Nadie estará allí, mientras que aquí
alguien del castillo podría molestarnos.

—Sólo promete que no intentarás ahogarme en el


camino —dijo Fin.

Ewan lo miró, arqueó las cejas y luego sonrió. —Nay,


laddie. No voy a fingir que no me gustaría darte una paliza
feroz, pero te escucharé primero.
Fin asintió, aliviado y se inclinó para desatar sus botas.
Cuando se quitaron la ropa, Ewan abrió el camino hacia el
agua y dijo: —Apuesto a que esta roca estará resbaladiza
para mediados del verano. Pero por ahora le da buena
tracción al pie de uno.

Se zambulló y Fin lo siguió. Pronto encontraron la


ensenada, bañada por el sol y cálida, y se tumbaron sobre
el granito para secarse.

Ewan permaneció en silencio. Entonces, aunque Fin


hubiera preferido disfrutar del calor, ordenó sus
pensamientos y dijo: —¿Qué escuchaste sobre la batalla?
—Sólo que habíamos perdido y que todos nuestros
hombres murieron en el campo o después de sus heridas —
respondió Ewan, levantando los brazos para doblarlos
debajo de su cabeza. Mirando hacia el cielo azul, agregó. —
Sin embargo, es evidente que no moriste.

—Yo fui el único Cameron que no lo hizo —dijo Fin en voz


baja. Sin esperar la pregunta obvia, se volvió de costado
para mirar a Ewan mientras agregaba. —La pelea casi se
había detenido. Pero había cuatro hombres todavía de su
lado cuando yo... me sumergí en el río Tay y dejé que me
llevara hacia el mar.

—Rayos, sé bien que nadas bien, pero ese fiordo se


ensancha rápidamente más allá de Perth y también se
vuelve violento —dijo Ewan, frunciendo el ceño. —
¡Pudiste haberte ahogado!

—Nadé hasta la orilla de Fife y me dirigí a St. Andrews.


—Dónde, sin duda, te escondió ese viejo sinvergüenza
de Traill.
—No me escondió, ni me ofreció mucho consuelo —dijo
Fin. —En su opinión, simplemente había elegido el curso
más práctico dadas las circunstancias.

—¿Pero no el honorable? ¿Es eso lo que dijo el hombre?


—No con esas palabras, pero yo mismo me sentí así —
dijo Fin. —Rayos, había once hombres del Clan Chattan
todavía vivos, los otros estaban muy heridos. Pero sin
embargo…
Ewan frunció el ceño, pero parecía más pensativo que
enojado. —Nunca has hecho nada cobarde en tu vida, Fin, a
menos que hayas cambiado tanto desde que te fuiste de
casa.

—Pensé que debí haber cambiado y que otros lo dirían,


aye.

Ewan empezó a hablar pero no lo hizo. Estuvo en


silencio el tiempo suficiente para recordarle a Fin que el
propio Ewan había sido uno de esos “otros”.

Por fin, Ewan dijo: —Me has hecho pensar, lad. Entonces
no tenía autoridad y poco conocimiento de tales cosas, o de
los hombres, en todo caso. Probablemente, hubiera pensado
eso, y seguramente otros lo hubieran hecho. Puede que no
estuvieras a salvo.
—No pensé en la seguridad —dijo Fin. —Pero también
había otras razones.

—¿Tuviste la oportunidad de saber lo que le pasó a


nuestro padre?

—Luchó cerca de mí, Ewan. Estaba con él cuando murió.


—Bendito seas, lad, eso debe haberle facilitado el
camino. ¿Te dijo algo?
La tensión se apoderó de Fin, pero lo suficiente para
impulsarlo a equivocarse. —Me dijo que debía jurar
vengarme del Clan Chattan, que me estaba legando ese
cargo como un deber sagrado.
—¿No habían jurado, los treinta, desde el principio, que
el juicio por combate resolvería el asunto entre nuestros
clanes y resultaría en nuestra tregua desde entonces? —dijo
Ewan secamente.
—Lo juramos, aye —dijo Fin, sintiendo que su tensión
comenzaba a disminuir.
—¿Y no condujo ese voto a nuestro acuerdo actual?

—De alguna manera también te mantuvo viviendo en el


Castillo de Tor, aye. Nunca supe exactamente cómo sucedió
eso después de que el Clan Chattan ganó la batalla.

—Ocurrió porque ese Mackintosh es un hombre astuto,


así es. No es por nada que ha liderado el Clan Chattan por
casi cuarenta años. Verás, con todos los de nuestro lado
muertos en Perth, algunos en casa sospechaban traición.
Dijo bien que si nos ordenaba salir de nuestras tierras en
Lochaber, esa tregua no habría durado ni un latido más.
Entonces, propuso que si cumplíamos el antiguo acuerdo y
comenzábamos a pagar el alquiler anual de nuevo,
podríamos seguir arrendando nuestras tierras al Clan
Mackintosh y ser pacíficos.

—¿Realmente los Cameron tenían un acuerdo tan


antiguo, entonces?

—Aye, claro, pero no me preguntes cuándo o por qué


dejamos de pagar. Fue antes de que yo naciera. El anciano
sabía bien la cantidad y dijo que se quedaría así hasta que
las cosas se resolvieran de otra manera. Estamos contentos
y ellos también, creo.
—Escuché que ahora eres administrador del Castillo de
Tor.

—Lo soy, aye. Cobro los alquileres y actúo como


anfitrión cuando el Mackintosh llega cada Navidad para
quedarse, como todavía lo hace. Y cuando muera, veré que
esté enterrado en el cementerio de allí. Pero, ¿cómo diablos
llegaste a casarte con su nieta? Estoy pensando que ha sido
otro movimiento astuto de su parte, asegurarse de que
todos mantengamos la tregua.
—Dijo que si alguien hacía algo para romperla, no sería
el Clan Chattan.

—Ya veremos eso, espero. Él no vivirá para siempre y


tampoco yo... o el capitán de nuestro clan, en cualquier
caso. Háblame de este matrimonio tuyo.

Fin explicó lo que había sucedido y, aunque pensó que


Ewan se reía en momentos inapropiados, la historia
claramente lo entretuvo. Sin embargo, cuando Fin lo puso al
día, Ewan volvió a guardar silencio durante un rato.
Luego dijo: —Esto sobre los Comyn... ¿Sabes algo más al
respecto?

—Sólo que son débiles y resentidos —dijo Fin. —El


Mackintosh y Shaw han tenido problemas ocasionales con
ellos durante algún tiempo. ¿Por qué preguntas?

—Verás, mantengo a los muchachos fuera de casa con


los ojos abiertos y los oídos atentos, porque nuestra tregua
es fundamental para la paz general. Últimamente, el
nombre Comyn surge cada vez que alguien habla de
problemas en cualquier lugar al este del Castillo de Tor.
Algunos dicen que los Comyn buscan ayudar al Duque de
Albany causando problemas al Lord del Norte, tal vez
agitando las brasas de nuestra vieja enemistad en algo más
feroz.
—No es ningún secreto que Albany quiere que su propio
hijo reemplace a Alex Stewart.

—¿Pero sabes algo más de lo que todos están haciendo?


Verás, estoy pensando que los problemas de Alex pueden
alentar a Donald de las Islas a atacarnos aquí en el oeste.

—Sé más, aye —admitió Fin. —Pero, como te dije, sirvo a


Rothesay, así que no puedo decirte todo lo que sé sin perder
la confianza de él. Te diré que Donald se interesa más de lo
que debería en extender su poder al oeste de las Highlands.
Ahora quiere más que sólo las tierras que heredó su esposa.
—Lo sé, aye —dijo Ewan. —¿Qué más de Alex?

—Su interés está únicamente en Lochindorb y en retener


el Señorío del Norte.

—Mantenerlo alejado de Albany, quieres decir.


—Aye, pero creo que él también lo defenderá contra
Donald. —una brisa se agitó entonces, trayendo un aire frío
del lago, por lo que Fin se sentó. Encontrando la mirada de
su hermano, dijo: —¿Estamos bien, Ewan, o todavía quieres
intentar darme una paliza?

—Och, lad, el pasado se ha ido y no soy nadie para


decirte lo que debiste o no debiste haber hecho mientras yo
estaba a salvo en casa. Sólo estoy agradecido de que tu
idea de venganza contra el Mackintosh fuera casarte con su
nieta.
—¿Mencioné que su padre es el líder de guerra del Clan
Chattan?
Ewan se rió. —Dejaste eso fuera, pero estoy seguro de
que no tienes la intención de asesinar a ninguno de los dos
y también te agradezco por eso. La paz siempre es
preferible a la guerra, pero durará solamente hasta que no
dure. Así que es bueno saber que no tienes la intención de
romperla. Pero espero verte más ahora, de verdad. Vendrán
al Castillo de Tor para quedarse con nosotros, los dos,
después de que hayan resuelto lo que sea en lo que estás
metido ahora con Rothesay y ellos.
—El Mackintosh me otorgó una carta de por vida para
ocupar el Castillo de Raitt como regalo de bodas —dijo Fin.
—Mi muchacha ama su casa y Raitt se encuentra a sólo dos
millas de ella, así que imagino que volveré a convertirme en
un Highlander antes de darme cuenta.

—Eres un Highlander de nacimiento, lad. No puedes ser


otra cosa.

Fin respiró hondo y soltó el aire, sintiendo una sensación


de tranquilidad que no conocía desde mucho antes de
lanzarse al Tay. No le había contado todo a Ewan, porque no
había mencionado la parte de Ivor, pero su hermano ahora
sabía más que nadie, aparte del obispo Traill, sobre lo que
había sucedido en Perth.
 

***
 

Catriona paseaba por el gran salón del Castillo de Moigh,


preguntándose cuánto más tardarían Fin y Ewan. Tenía el
pelo seco, estaba recién vestida y tenía hambre.

Había salido a la roca donde supuso que Ewan había


querido que nadaran y había encontrado la ropa allí. Al no
ver ninguna otra señal de ellos, había regresado al castillo,
pero sólo porque era lo más cortés que podía hacer.
Ewan podría ser uno de esos pocos hombres que
preferían no desfilar desnudo donde las mujeres, en
particular su nueva cuñada, podrían verlo. Y no tenía prisa
por ver desnudo a ningún hombre, excepto a Fin.

El hecho de que mirara ansiosamente hacia el futuro le


hizo preguntarse si todas las mujeres recién casadas sentían
lo mismo. Permanecía insegura sobre el futuro, porque tenía
la certeza de que ella y Fin discutirían con frecuencia sobre
cada cosa, como lo habían hecho. Pero esperaba que él
también continuara provocando las fuertes respuestas que
había sentido con él esa mañana con la misma frecuencia,
si no más.
En consecuencia, caminó por el salón y cuando los dos
hombres finalmente entraron en el pasillo, los saludó
diciendo. —¡Por fin! ¡Fe, pero estaba empezando a temer
que ambos se hubieran ahogado y que tuviera que irme sin
mi cena!

—En cualquier caso, puede que tenga que irse sin cenar
si así es como saluda a un invitado de esta casa, señora
esposa —dijo Fin antes de agarrarla por los hombros y
besarla concienzudamente.

Empujándolo tan pronto como él se lo permitió, le hizo


una reverencia a Ewan. Se levantó y dijo: —Si usted es tan
tonto como su hermano, sir, y espero que sepa que no es
otra cosa más que una broma, me disculpo humildemente y
juro que enmendaré mis caminos.
Riendo de buena gana, Ewan dijo: —Creo que usted es
justo lo que él necesita para evitar que se meta en
problemas, mi lady. Si alguna vez puedo ayudarla en esa
tarea, sin embargo, sólo necesita pedírmelo. Verá, él se ha
ganado una paliza, así que todavía camina sobre hielo
delgado conmigo.
—Aún así, confío en que todo esté bien entre ustedes
ahora, sir —dijo.
—Lo está, aye —respondió, sonriéndole a Fin.
—Como no veo a Ian aquí… —dijo Fin. —Necesitaré tu
ayuda para ponerme una túnica limpia para la cena, lass.
Puedes venir conmigo y ver lo que tú te has ganado.

—Yo también quiero una túnica nueva —dijo Ewan. —


Dudo que necesite mi ayuda para manejarlo ahora mismo,
Lady Catriona, pero si la necesita...
—Nay, sir, no la necesitaré —dijo Catriona. Sin embargo,
a pesar de sus confiadas palabras, se preguntó si su
descarado saludo podría haber irritado a su marido.

Cuando se volvieron hacia la cámara interior, él le pasó


un brazo por los hombros, pero no habló. Imaginaba que le
estaba devolviendo algo de lo suyo por burlarse de ellos,
pero no podía estar segura. Al levantar la vista, vio que él
había apretado los labios, lo cual era una señal ominosa.
 

***
 

Consciente de su malestar, Fin se estaba divirtiendo un


poco, creyendo que a su gata salvaje le serviría bien
preguntarse si había sobrepasado los límites de lo que él
toleraría. Dios lo sabía, tenía la mala costumbre de hablar
impulsivamente y sería más prudente pensar más antes de
ofender a alguien.
Haciendo señas con la cabeza al joven criado que se
apresuró a abrir la puerta de la cámara interior para ellos,
instó a Catriona a entrar, pero no la soltó cuando la puerta
se cerró silenciosamente detrás de ellos. En cambio, la
volvió hacia él.
Mirándola con severidad, dijo: —¿Sabes lo que te
mereces por burlarte de tu marido y de su invitado?
—Aye, sir, más besos.

No teniendo deseos de discutir sobre eso, la besó de


nuevo, pero no se detuvo allí. Escasos segundos después, le
había abierto el corpiño y miraba con avidez sus tentadores
senos de puntas rosadas mientras los acariciaba.
La tomó en sus brazos, la llevó a la cama y,
despojándola de la ropa, comenzó a descubrir cuán rápido
respondería el cuerpo de ella a sus caricias. La quería
caliente para él. Al mismo tiempo, quería darle una pequeña
lección.
—Ahora quédate quieta, lass, y cierra los ojos —dijo,
dejando a un lado el manto y las botas. —Quiero que
pienses solamente en lo que sientes.

Reteniendo su túnica, se subió a la cama y se sentó a


horcajadas sobre ella, agarrándola por las muñecas y
presionándolas contra la cama antes de inclinarse para
besarla de nuevo.
Ella abrió mucho los ojos y lo miró fijamente, pero
respondió con entusiasmo a sus besos. Capturando su boca,
bajó su cuerpo, todavía sujetándole las muñecas y
apoyando su peso en los codos y piernas. Sabiendo que su
túnica era lo suficientemente áspera como para provocar
sus pezones, se movió para rozarlos.
Ella trató de liberar las manos y luego intentó apartar su
boca de la de él, claramente queriendo hablar.

Liberando brevemente sus labios, él murmuró. —Silencio


ahora. Deja que pase.
—Pero yo también quiero abrazarte y tocarte.
—Nay, cariño, todavía no. Por ahora, serás tan mansa y
obediente en la cama como prometiste ser esta mañana. Es
decir… —agregó. —Harás lo que te digo ahora si quieres
intentar más adelante ser mansa y obediente en mi mesa.
—Le recuerdo, sir, que es la mesa de mi abuelo y no la
suya en absoluto.
—Ah, pero aquí en Moigh soy su invitado. Y sabes bien
que un huésped en la casa de cualquier hombre puede
gozar de su propio placer.
—Aye, y puedes hacerlo hasta que llame a gritos a los
sirvientes.
—¿Crees que alguno de ellos me desobedecerá si anulo
una orden que des? —preguntó gentilmente.

Al ver una mueca en respuesta, murmuró: —


Exactamente, cariño. Ahora, haz lo que te pido. Te lo
prometo, no te arrepentirás… bueno, al final no, en todo
caso —agregó concienzudamente.
Catriona lo miró fijamente, preguntándose qué quería
decir con esas últimas y desagradables palabras. Pero ella
no podía negar los sentimientos que él despertaba en ella.

Su cuerpo había cobrado vida y clamaba por su


atención.
Se acercó un poco más para besar sus pechos y
mientras lo hacía, el cuerpo y la túnica encendían nuevos
nervios dondequiera que uno de los dos la tocaba. —Hueles
bien —dijo, mientras lamía un pezón con la punta de la
lengua. Ambos senos se hincharon en respuesta.
Jadeando ante las sensaciones que corrían desde ese
pezón a otras partes de su cuerpo, tartamudeó. —Es el
jabón francés de mi abuela. Ailvie lo encontró.

—Me gusta su aroma. Debes preguntarle a Lady Annis


dónde lo compró —atendiendo todavía sus pezones,
y sin soltarle las manos, bajó las rodillas.
Saber que no podía escapar de él, a menos que él lo
permitiera, despertaba nuevos sentimientos en ella, más
fuertes que antes. Se sintió impotente, como si fuera su
cautiva. Pero mientras él continuara como estaba, ella no
deseaba ser libre. Él deslizó una rodilla y luego la otra entre
sus piernas, separándolas.
Dejando un rastro de aliento cálido y besos a lo largo del
vientre mientras su cabeza se movía más abajo, mordió su
piel entre sus labios e incluso de vez en cuando,
suavemente, con los dientes. Estaba tan concentrada en lo
que él podría hacer a continuación que no se dio cuenta de
que él también estaba moviendo sus manos más abajo,
hasta que estuvieron más cerca de la cintura que de la
cabeza.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella cuando su
aliento le hizo cosquillas en los rizos de la unión de sus
piernas.
—Shhh —dijo, y ella tembló cuando su respiración envió
una ráfaga de calor a través de sus partes más íntimas.
Sus manos estaban a la altura de las caderas ahora, y él
todavía las sostenía. Las cosas que estaba haciendo
afectaban sus sentidos, por lo que quería gritar y decirle
que se detuviera. Pero el tormento era demasiado
placentero, y lo último que quería era que Ewan golpeara la
puerta y exigiera saber qué estaba pasando, o incluso la
rompiera.

Sin embargo, fue algo cercano cuando Fin la tocó con su


lengua, y más aún cuando su lengua invadió sus lugares
más secretos, acariciando el lugar que le había dejado
ardiendo esa mañana. El toque de su lengua era más suave,
más atractivo y mucho más estimulante. El cuerpo de ella
se agitó, alentándolo por sí solo a hacer lo que quisiera. Las
sensaciones aumentaron, enviándola más y más alto hasta
que él se detuvo.
—Oh, por favor, no te detengas —suspiró. —Eso se
siente maravilloso, y comenzaba a parecer como si algo aún
mayor estuviera a punto de suceder. Fue la sensación más
extraña y maravillosa que he sentido hasta ahora y,
además, prometedora.

—Pero recuerda que tuve un largo baño, cariño, así que


ahora tengo hambre de comida, y tú dijiste que querías tu
cena —agregó con una sonrisa burlona. —
Podemos continuar con esto más tarde, si lo deseas. Como
dijo tu abuelo esta mañana, lo disfrutaremos más si primero
tenemos sustento.

Casi gritó. —¡Qué! ¿Pero por qué empezaste si...?


—Ahora, lass, debemos reunirnos con Ewan —intervino.
—Debe temer a estas alturas que nos hemos olvidado por
completo.
—Pero, seguramente, si ha esperado tanto, esperará
unos minutos más.
—Tal vez lo haría, pero no quiero sólo unos minutos más
contigo. Quiero tomarme mi tiempo y disfrutar cada minuto.
—¡Dios mío, cuando me dejes subir, Fin Cameron, será
mejor que te cuides!
—No hay necesidad de que te deje subir —dijo,
sonriendo ahora. —Podría ordenarte que te quedes aquí y
me esperes, tal como estás.
Frunciendo el ceño, dijo: —Muy bien, sir. Pero no creas
que me olvidaré de esto.
—Cariño, quiero asegurarme de eso... justo después de
la cena.
 

***
 

Sin dejar de sonreír, aunque con más dificultad de la que


creía, Fin la soltó y recogió su manto. Era dolorosamente
consciente de que al menos una parte del cuerpo tenía la
intención de hacerle saber que al castigarla, también se
estaba castigando a sí mismo considerablemente.
Después de arreglarse el manto, la ayudó a vestirse,
notando con deleite que cada vez que sus dedos le rozaban
la piel, ella reaccionaba. Mientras la urgía a regresar al
pasillo, se juró a sí mismo que si Ewan se había demorado,
el hombre pasaría hambre.
Pero Ewan estaba en el estrado, examinando las cestas
y fuentes de comida que ya estaban sobre la mesa. Mirando
a Fin, sacudió la cabeza. —Te tomaste tu tiempo, lad.
—No el suficiente —dijo Fin, sonriendo de nuevo y con
más facilidad. —Tengo intenciones de dejarte de nuevo justo
después de la cena, así que debes entretenerte solo esta
noche.
Riendo, Ewan dijo: —Ya que es tu noche de bodas,
imagino que me las arreglaré. Pero no creas que te
quedarás en la cama toda la mañana. Quiero escuchar
acerca de todas tus aventuras estos últimos cuatro años, y
garantizo que tomará algún tiempo.
—Puede que me tengas hasta el mediodía, porque tengo
intenciones de cansar a mi lady hasta que tenga que dormir
toda la mañana.
Al mirar a Catriona, vio que sus mejillas estaban tan
rojas como el fuego. Sin embargo, sus ojos brillaban y sus
labios rosados formaban una línea recta, lo que indicaba
que ansiaba decirle lo que pensaba de sus tácticas. Sin
embargo, parecían estar funcionando.
Atrapó la mirada de ella, la sostuvo y notó que su
respiración se detuvo de manera audible cuando lo hizo,
supo que su calor no había disminuido en lo más mínimo.

Como ella no habló, Fin dedicó su conversación a Ewan


hasta que terminaron la comida, todo el tiempo tan
consciente de la presencia de ella a su lado como sabía que
ella estaba de la suya. Sólo una o dos veces movió una
mano para tocar su cálido muslo, o dejó que su pierna
rozara contra ella. Su reacción cada vez lo alentaba a creer
que, incluso si ella había albergado el más mínimo temor
persistente de volver a sufrir el penoso dolor que había
descrito esa mañana, no estaba pensando en eso ahora.
 

***
 
Catriona había comenzado la comida con un fuerte
impulso de matar a Fin por excitar sus sentidos hasta tal
punto y luego detenerse demasiado pronto. Pero estaba tan
consciente de cada movimiento que él hacía y cada vez que
la tocaba inadvertidamente mucho antes de que terminara
la comida, era a Ewan a quien quería asesinar por tener un
apetito tan saludable.
Al principio, Fin le ofreció más y más comida, como si
todavía le estuviera tomando el pelo. Pero ella había notado
en el último cuarto de hora que él no solamente había
dejado de ofrecer, sino que apenas respondía cortésmente a
los comentarios de su hermano.

Por fin, Ewan apartó su plato. Pero cuando el criado lo


recogió, el diabólico pidió otra jarra de vino. Catriona apretó
los dientes, luego suspiró en voz alta cuando Fin se levantó
y dijo: —Si nos disculpas, te daremos las buenas noches.
—Aye, pensé que podrías hacerlo —dijo Ewan,
sonriéndole.

Catriona podría haber jurado que escuchó a Fin gruñir,


pero sus pensamientos volaron rápidamente hacia lo que
sucedería en el dormitorio. Sin embargo, no tuvo mucho
tiempo para pensar, porque cuando cerró la puerta, no
perdió el tiempo en desnudarla.

El fuego se extendió a través de ella por todas partes


donde la tocaba, pero cuando ella se acercó para poner sus
brazos alrededor de él, la detuvo como lo había hecho
antes. Luego la levantó en brazos y la llevó a la cama
pulcramente doblada, colocándola desnuda sobre ella.
Cuando ella extendió la mano para levantar las mantas,
él dijo: —Nay, cariño, déjalas. Hace bastante calor aquí, y
quiero pensar en ti acostada como estás mientras yo
enciendo el fuego y enciendo más antorchas. Después
quiero mirarte.
Capítulo 18
 

Fin se ocupó rápidamente del fuego y de las antorchas,


pero la imagen de Catriona tal como la había dejado le hizo
apresurarse aún más a quitarse la ropa. Mientras lo hacía,
se le ocurrió que una túnica y un manto eran mucho más
convenientes en tales situaciones que el jubón, la camisa,
las bragas, las calzas inferiores y los zapatos o botas de un
hombre.

—Ustedes dos no me dijeron nada a mí ni el uno al otro


acerca de su charla —murmuró ella, mientras lo veía
quitarse la túnica. —¿Qué te dijo Ewan?
—No lo suficiente, ya que claramente pensó que todavía
necesitaba que me sirviera un poco de mi propia salsa en la
cena —respondió, mientras se movía para unirse a ella en la
cama. —Pero no vamos a hablar de Ewan. ¿Dónde
estábamos antes de detenernos?

—No nos detuvimos —murmuró, sólo para jadear


cuando él recordó lo que había estado haciendo y extendió
la mano para ver si ella todavía estaba tan lista como lo
había estado entonces.

Ella estaba casi lista, y él notó cuán ansiosamente le dio


la bienvenida a su caricia.

Sabiendo que su control era limitado debido a sus


tácticas anteriores, se obligó a ignorar un impulso casi
abrumador de tomarla con fuerza y rapidez.

Ella ya estaba gimiendo ante el menor toque y


arqueándose contra él. Así que gentilmente le separó las
piernas con una rodilla y se colocó. Se acomodó en la vaina
de seda de ella y esperó para ver si ella revelaba algún
signo de malestar persistente.

En cambio, se levantó para recibirlo, como para


ayudarlo y animarlo.

El instinto se hizo cargo y el resultado para él llegó


rápidamente. Consciente de que ella se había acercado a su
propio clímax, la acarició hasta que también se liberó.
Después, acostada a su lado con la colcha sobre ellos, el
brazo de él alrededor de ella y la cabeza descansando en el
hueco de su hombro, suspiró y dijo: —La abuela dijo que
podría ser placentero. Y prometiste antes que no lo
olvidaría. Pero no tenía ni idea de a qué se referían ninguno
de los dos.

Él rió. —¿Crees que te podría gustar este aspecto de


nuestro matrimonio?

—Lo creo, aye, aunque duró poco tiempo. Y tú dijiste...

—Rayos, lass, acabamos de empezar —dijo, todavía


sonriendo.

Se quedaron en silencio durante un rato antes de que él


apartara la colcha con la mano libre y comenzara a
acariciarla de nuevo. Las antorchas todavía arrojaban un
brillo dorado sobre la habitación; así que, apoyándose en un
codo, se deleitó en observar sus reacciones durante un
tiempo mientras sus manos buscaban memorizar los
maravillosos planos y curvas de su cuerpo.
Moviéndose con determinación, le hizo el amor lento y
sensual hasta que ella se retorció de placer debajo de él,
jadeando su nombre y rogándole que la liberara.
A mitad de la noche, la tomó de nuevo. Y luego, a la luz
gris del amanecer, ella lo buscó. Después, mientras yacían
uno al lado del otro, saciados, supo que Dios había hablado
por fin y que todo estaba bien.

Como había prometido, pasó la mañana con Ewan,


mientras Catriona dormía. Pero se levantó antes del
mediodía para reunirse con ellos y suplicarle escuchar sus
reminiscencias de los años que pasaron juntos en el Castillo
de Tor. También escuchó absorta mientras Fin relataba más
de sus aventuras con Rothesay y otros.

Se retiraron temprano otra vez esa noche y pasaron el


jueves de la misma manera. Poco después del mediodía del
viernes, llegó Tadhg, lleno de noticias.

—Él Mismo dijo que regresara de inmediato, Sir Fin —


dijo mientras corría por el pasillo hacia el estrado, donde
estaban sentados a comer al mediodía.

—¿Por qué tanta prisa? —le preguntó Fin. —


Regresaremos mañana en cualquier caso.

—Esos malditos Comyn, sir. Mataron a tres de nuestros


hombres en tierra, y Él Mismo se enteró de que una gran
fuerza de Albany se estaba reuniendo de este lado de Perth
y tal vez un ejército de Douglas cerca de Glen Garry. Cree
que tienen la intención de unirse a los Comyn para intentar
apoderarse del Castillo de Lochindorb y tal vez incluso de
Rothiemurchus también, si los Comyn les dijeron que hay
tres grandes terratenientes allí.

—¿Qué ha hecho entonces con nuestros nobles


invitados? —preguntó Fin.

—Donald de las Islas se marchó ayer antes de que


llegara la noticia del ejército en Perth. Pero el Duque de
Rothesay todavía está allí.
—¿Y el Lord del Norte?

—Él también, aye. Él y su papá estaban hablando de


enviar a buscar a más hombres cuando me fui, pero Él
Mismo dijo que el Terrateniente del Norte no debería
abandonar la isla hasta que supieran que estaría a salvo.
Dijo que deberían enviar a Sir Ivor a buscar hombres de
Lochindorb, porque los hombres del terrateniente conocen
bien a Sir Ivor y confían en él.

—Si Sir Ivor se fue cuando tú lo hiciste, debería estar en


Lochindorb, porque es casi la misma distancia a la que has
venido —dijo Fin. —Sin embargo, tengo pocos hombres aquí.

—Él Mismo dijo que dejáramos a los hombres de Moigh


aquí, y que Ewan Cameron debería elegir lo que haría. Pero
también dijo que con las amenazas, tal vez Ewan Cameron
debería estar ausente para advertir a Lochaber de que el
alboroto en Strathspey puede animar a Donald de las Islas a
atacarlos en el oeste. ¿Quién podrá ser este Ewan Cameron?

—Este caballero aquí —dijo Fin, haciendo un gesto. —Es


mi hermano y jefe del Clan Cameron de Lochaber. Lo has
hecho bien, laddie.

—Aye, claro, pero me pregunté sobre Ewan Cameron,


porque Él Mismo dijo que si todavía estaba aquí, debería
decirle todo y luego dejar que él elija qué hacer.

—Voy a hacer eso, pero ve y consigue algo de comida


ahora —dijo Fin.

—No abandones el estrado todavía, Tadhg —dijo


Catriona, haciendo señas a un criado. —Puedes sentarte
aquí en la mesa alta y contarme las noticias de
Rothiemurchus mientras esperamos que traigan tu comida.
Te mereces un regalo si corriste todo ese camino.
—Hoots, mi lady, no corrí sino desde el desembarco del
barco hasta este salón, porque Aodán me dejó montar en un
mesteño. Dijo que sería más seguro y más probable a
traerme aquí —pero tomó el asiento que ella le indicó,
sonriendo, claramente encantado de sentarse en la mesa
alta.

Fin los dejó charlando y llevó a Ewan afuera para decirle


todo lo que aún no le había revelado sobre la presencia de
Rothesay en las Highlands.

Cuando terminó, Ewan dijo: —Entonces debo regresar.


Con Alex y Shaw en Rothiemurchus, tendrás muchos
hombres con o sin mí, y Mackintosh tiene razón. Debo
informar a los hombres de Great Glen y al oeste de él lo que
está sucediendo. Donald usa la misma red de informantes
que utilizó su difunto padre y seguramente verá la invasión
de las Highlands por parte de Albany como una ocasión
para hacer travesuras él mismo.

—Donald y Albany son competidores por el poder, no


aliados —dijo Fin.

—Pero Donald aprovechará cualquier oportunidad que le


ofrezca beneficios —dijo Ewan.
 

***
 

Catriona todavía estaba hablando con Tadhg cuando Fin


y Ewan regresaron. Saludándolos, le dijo a Fin: —Debo
decirles a Ailvie e Ian que empaquen nuestras cosas de
inmediato —pero cuando empezó a levantarse, vio que él
sacudía la cabeza.

—Te quedarás aquí, lass. Estarás mucho más segura.


—No sea tonto, sir. Por supuesto que iré contigo. Debo
hacerlo.

La expresión de él cambió a una severidad que disparó


un escalofrío por la columna vertebral de ella. Pero después
de mirar a Tadhg, dijo: —Harás lo que te pida, Catriona. No
te dejo con extraños. Conoces a la gente de tu abuelo tan
bien como a la tuya.

—No puede dejarla —dijo Tadhg con seriedad. —Él


Mismo dijo que pondrá luces en las murallas para que vean
cuando lleguen a la cima. Una hilera de ellas si todo va bien,
tres si hay Comyn alrededor y ninguna si no deben bajar.

—Sin embargo, puedo recordar todo eso sin su señoría


—dijo Fin.

—Tal vez lo haga —respondió Tadhg con una sonrisa casi


descarada. —Pero Él Mismo dijo que sería menos probable
que haga algo para convertirla en viuda si está con usted.
Así que no pondrán ningún bote en el agua ni abrirán la
puerta hasta que ella haga el chillido de búho, como solía
hacer para provocar el eco. Pero será mejor que se apuren
—añadió, mirando de uno a otro. —Hay nubes negras de
lluvia rodando.

Catriona estuvo a punto de ofrecer una sonrisa similar a


la de Tadhg, pero lo pensó mejor cuando Fin frunció el ceño.
Con seriedad, dijo: —De verdad, sir, no lo detendré.

Aún con el ceño fruncido, Fin dijo: —El Mackintosh no me


deja más remedio que llevarte, lass, así que dile a Ian que
se ocupe de nuestras cosas. Tadhg, encuentra la cocina y
diles que preparen comida para nosotros. Ven, Ewan —
añadió. —Recogeremos tu equipo y tus
muchachos. Luego cruzaré en el bote contigo para hablar
con Toby.
Catriona esperó hasta que dejaron el estrado antes de
enviar silenciosamente al criado que había servido a Tadhg
a buscar a Ian Lennox y Ailvie.

Cuando les dijo que hicieran las maletas y les explicó


por qué se iban ella y Fin, Ailvie dijo: —Entonces, ¿qué hay
de nosotros, señora?

Ian dijo: —Sir Finlagh nos llevará a Toby y a mí, lass. Así
que imagino que también te llevará, a menos que quieras
mantenerte abrigada y seca aquí.
—Quiero quedarme, seguro —dijo Ailvie con una mueca.
—Pero mi lugar está con la señora, pase lo que pase, así que
me iré.

Ian asintió con la cabeza y los dos empacaron los cestos.


Cuando Fin regresó, todo estaba listo para su partida.
 

***
 

Para alivio de Fin, y algo para su sorpresa, el viaje se


desarrolló sin incidentes, aunque había oscurecido una hora
antes de que vadearan el Spey.

No había luna y sólo algunas estrellas, pero estaba


seguro de que Rory Comyn no los esperaría todavía, si es
que los esperaba en absoluto. Así como Fin sabía cuánto
tiempo le tomaría a Ivor llegar a Lochindorb, reunir las
fuerzas de Alex y regresar, Comyn también lo sabría y
esperaría que al menos hasta tarde al día siguiente los
refuerzos llegarían a Rothiemurchus.

Mientras cabalgaban uno al lado del otro a través del


bosque en una oscuridad casi total hasta la cima de la
última cresta, Fin se dio cuenta de que Catriona estaba
pensando en líneas similares cuando dijo en voz baja. —
¿Crees que Rory sabía que íbamos a Moigh cuando lo
encontramos?

—No lo sé —murmuró Fin, tan consciente como


claramente estaba de la facilidad con que viajaba el sonido
por la noche. —Pero asumiremos que los Comyn saben que
estamos aquí.

—Sin embargo, los muchachos de Rory no están aquí


vigilando de cerca esta noche —dijo. —Hay muchas luces
debajo del castillo.
—O los Comyn de alguna manera han engañado a los
del castillo con una falsa sensación de seguridad —
respondió. —Podrían hacer trastadas y nadie del castillo los
ha pillado haciéndolas. Deberíamos proceder como si ese
fuera el caso. Recuerda que han matado a tres de tus
vigilantes. Apuesto a que Shaw ha sacado a más
muchachos, sin duda de dos en dos, para que se cuiden
unos a otros. Pero el largo perímetro del lago hace que sea
imposible asegurarlo por completo, especialmente en una
noche sin luna como ésta.
—Al menos, aún no ha empezado a llover —dijo. —
Hemos visto manchas de luz estelar desde que oscureció.

Habían usado antorchas al principio, pero Fin había


ordenado que las apagaran tan pronto como vadearon con
seguridad el Spey. Sin embargo, el instinto le advirtió que
los Comyn probablemente los habían seguido tanto cuando
iban como cuando regresaban.
Advirtiendo a los demás que mantuvieran una estrecha
vigilancia mientras guiaban a los caballos colina abajo, Fin
mantuvo la mano derecha preparada para desenvainar la
espada en cualquier momento.
Todos permanecieron en silencio cuando llegaron a la
orilla. Sabía que la multitud de luces en las murallas del
castillo debería haberlo tranquilizado. Pero no lo hicieron.

—Haz el eco, cariño —murmuró.


Con una risa baja que lo movió a pensar brevemente en
cosas más agradables, ella ululó suavemente. Cuando el
eco no respondió, volvió a ulular con más energía y el
sonido les devolvió el eco. Mientras se desvanecía, sonó
otro pitido.

—Ese es Aodán, no el eco —murmuró. —Esté atento a la


llegada del barco.

Los remeros hicieron poco ruido y los recogieron


rápidamente. Fin les dijo a Toby, Ian y Tadhg que retiraran
las cestas de carga y soltaran los mesteños.

—Aye, sir —dijo Tadhg. —Encontrarán pasto y se


alimentarán por su cuenta.

Hicieron el viaje de regreso sin un atisbo de problemas,


y Aodán les aseguró que todo había estado en silencio. —El
terrateniente está ausente, reuniendo hombres para que se
dirijan a Glen Garry mientras Sir Ivor y las fuerzas del Lord
del Norte se mantienen al este —dijo. —Pero el terrateniente
dejó suficientes muchachos aquí para hacer guardias
regulares. Cambiaremos de guardia en una hora más o
menos, y sabremos más cuando nuestros muchachos
informen de algo que puedan haber visto.
—El Mackintosh está a cargo entonces, ¿verdad? —
murmuró Fin.
—Aye, sir —respondió Aodán. —Dijo que le dijera, sin
embargo, que si regresaba aquí esta noche, aunque Sir Ivor
y Shaw deberían poder mantener el problema bien al este y
al sur de nosotros por un tiempo, todos aquí le
obedeceremos como si fuera Él Mismo. Y lo haremos, sir.
Verá, él y las damas ya están preparándose para ir a sus
camas.
Cuando Fin, Catriona y sus asistentes entraron en el
gran salón, estaba claro que las damas y el Mackintosh
estaban listos para retirarse.
Fin habló brevemente con Mackintosh, quien le aseguró
que sus guardias avisarían a tiempo de cualquier problema.
Luego, preguntándose si su instinto generalmente confiable
para el peligro simplemente lo había engañado, Fin llevó a
su esposa a la cama, se quedó allí de la manera más
agradable con ella y durmió hasta que Aodán lo despertó.
—Esos endemoniados Comyn han capturado a nuestros
muchachos en tierra —susurró en el oído de Fin. —Peor
que eso, sir, se han quedado con nuestro último bote y
quieren ahogarnos a todos mientras dormimos, ¡porque han
obstruido el lago en la desembocadura del río!
 

***
 

Cuando una pata húmeda acarició la mejilla de Catriona,


se despertó para encontrar la pequeña sombra de Boreas
temblando sobre su almohada y Fin ya no estaba acostado a
su lado.
Se levantó y se puso una bata, recogió al gatito que
temblaba y, notando que tenía las patas y el vientre
mojados, lo abrazó mientras se acercaba a la ventana y
abría la contraventana. En lugar de la lluvia que esperaba
ver, vio estrellas entre las nubes.
Sólo podía ver tres luces en las murallas, por lo que los
vigilantes habían avistado a los Comyn y Aodán había
dejado una señal. Esperaba que no significara nada peor
que eso.

Dejando la contraventana abierta cuando se volvió,


pudo ver que Boreas no estaba en la habitación y la puerta
estaba entreabierta. A través de la grieta, aproximadamente
del ancho del gatito, se asomaba una tenue luz dorada de
una antorcha en el rellano.
Secando al gatito lo mejor que pudo y dejándolo en su
lugar todavía caliente en la cama, agarró el camisón del
suelo donde Fin lo había arrojado y sacó el viejo vestido del
gancho. Se vistió apresuradamente, se abrochó la daga
alrededor de las caderas debajo de la falda, cogió un chal
grueso del mismo gancho y bajó corriendo las escaleras.
Echando un vistazo al gran salón desde el rellano para
asegurarse de que Fin no estaba allí, bajó hasta la despensa
y la puerta posterior. Allí, dejó la barra a un lado, abrió la
puerta y se movió rápidamente para explorar el patio. Las
luces de arriba revelaron que estaba vacío y sólo vio a dos
hombres en las murallas, ambos mirando hacia afuera.
Se apresuró a la puerta y la encontró un par de pulgadas
abierta.

Preguntándose qué tan lejos podría haber ido Fin, abrió


más la puerta para salir y luego la entrecerró de nuevo.

Cuando no vio ninguna antorcha y no escuchó nada que


indicara dónde podría estar Fin, se dio cuenta de que podría
haber ido al sanitario. Pero Boreas no lo habría seguido
hasta allí, y el gatito se había mojado en alguna parte. El
instinto y la lógica le dijeron que la puerta abierta
significaba que los tres habían salido del muro.
Cuando se volvió hacia el rellano, escuchó pasos que se
acercaban. Aunque esperaba que fuera Fin, caminó
silenciosamente hacia las sombras hasta que estuvo segura.

En cambio, reconoció la forma de Aodán contra la


llanura acuosa detrás de él mientras caminaba hacia la
puerta, atravesaba la abertura y la cerraba con un
chasquido.

Entonces se dio cuenta de que si Fin no estaba fuera de


las murallas, ella tendría que dar algunas explicaciones
incómodas. Un escalofrío le recorrió la espalda y corrigió ese
pensamiento. Se pondría furioso y diría que debió haber
hablado con Aodán y volver a entrar con él. Aún podía
llamar a la puerta, pero se dijo a sí misma que no se atrevía
a hacer ese ruido. Además, tenía curiosidad.
 

***
 

El bosque estaba negro. Aún no brillaba la luna y las


nubes se habían movido para ocultar las estrellas. Si no
hubiera sido por el tenue brillo del agua para guiarlos a
través de los árboles densamente crecientes, él y Aodán se
habrían equivocado.

Después de que Aodán lo despertó, se vistió y salió con


él para ver cuánto había subido el agua, trayendo a Boreas
para evitar que el perro despertara a Catriona. Cuando el
gatito atravesó la puerta y bajó las escaleras, había dejado
la puerta entreabierta, así que no tuvo que rasguñar al
volver a entrar.

Los dos hombres no habían hablado hasta que


empezaron a chapotear en el agua. Incluso entonces, el
bosque los cubría, por lo que Fin dudaba que alguien los
viera.
Sin embargo, la noche estaba más tranquila de lo
habitual.
—Usualmente se puede escuchar el rugido del agua que
va corriendo en una noche tan tranquila —había dicho
Aodán entonces. —¿Qué tan rápido subirá, sir?
—Depende del clima —dijo Fin, mirando hacia arriba
para ver que las nubes ocultaban la mayoría de las
estrellas. —Sin embargo, nadie aquí se ahogará durante
algún tiempo —esperaba que nadie se ahogara en absoluto.
Pero el hecho es que la empinada cuenca formada por las
colinas, más la única desembocadura y muchos afluentes,
significaba que el agua se elevaría a cualquier altura que los
Comyn hubieran construido la presa. Y Aodán había dicho
que era alta.
Además, no tenían barco. Cuando los hombres que
fueron relevados a tierra no regresaron, Aodán se preocupó
lo suficiente como para nadar y buscarlos. Evitando el área
de desembarco, había explorado la costa oeste para ver lo
que pudiera, antes de nadar de regreso para despertar a
Fin. Los Comyn habían golpeado y con fuerza.
Pero Fin quería tener la última palabra.

—¿Sir? Hay algo que debí haberle dicho antes —


murmuró Aodán.
—¿Qué?
—El muchacho, Tadhg. Estaba despierto, sir, y lo dejé ir
con el barco.

—Los encontraremos a todos —dijo Fin. —Cuando


entres, despierta a los hombres que tienes en el castillo y
asegúralo. Voy a cruzar nadando y ver lo que puedo
averiguar.
—¿También despierto a los grandes terratenientes?

Sabiendo que Rothesay y Alex insistirían cada uno en


hacerse cargo, Fin dijo: —Déjalos dormir. Si necesitas a
alguien, primero despierta al Mackintosh.
—Aye, bueno, con la puerta cerrada, el lugar debería ser
inexpugnable para todos, excepto por el agua que sube.
Pero me gustaría que tuviéramos un barco. Si lo han
destruido...
Sin querer pensar en eso, Fin había enviado a Aodán de
regreso y había ideado su propio plan. Su visión nocturna
era excelente y sabía que cuando estuviera en el agua vería
lo suficiente para saber dónde estaba. Con cualquier luz, se
podía distinguir la diferencia entre el agua y la tierra, pero
era menos seguro encontrar un lugar desde el que nadar.

No sólo el agua estaba más alta, sino que siempre había


nadado por el camino más largo hasta la orilla este del lago.
Así que no conocía la costa oeste lo suficientemente bien
como para estar seguro de cuál era la mejor ruta para llegar
a ella desde la isla. Tendría que entrar a tientas sin
chapotear y sabía que el agua estaría helada.

Su intención era ver exactamente lo que habían hecho


los Comyn y juzgar cuán difícil que sería deshacerlo. Él y
Aodán habían recogido algunas cosas que podía llevar
consigo y que podrían o no ser de ayuda.
Una nariz fría le tocó la mano y vio que Boreas no había
regresado con Aodán. Acariciando la cabeza del perro,
murmuró. —Tendrás que quedarte aquí, lad.
Nadaría silenciosamente y la mayor parte del enemigo
estaría dormido. Pero tendrían guardias en la presa y con los
prisioneros. Sin duda, también tenían otros para vigilar el
castillo y el lago, lo mejor que podían en la creciente
oscuridad.
Aún así, todos sus vigilantes tendrían sueño.
—Pensé que debías estar aquí.
La voz tranquila de Catriona la precedió cuando se
acercó detrás de él. Ella era casi invisible cuando él se
volvió y no la había oído acercarse. La verdad era que
incluso ahora, podía sentir su presencia más fácilmente de
lo que podía discernir su forma.
—¿Qué diablos estás haciendo tú aquí? —preguntó,
dándose cuenta de que Boreas podría haber intentado
advertirle de que iba a venir.

—El gatito me despertó. Estaba todo mojado. ¿Por qué el


agua está tan alta?
—Los Comyn han obstruido la desembocadura. También
capturaron a ambos grupos de guardias en el cambio de
guardia y se quedaron con el único bote que quedaba.

—Entonces necesitarás ayuda —murmuró. —Sea lo que


sea lo que quieras hacer, deberías tener a alguien contigo. Y
como no te quedaste con Aodán...
Dejó la frase colgando en el aire.
—Voy solo porque una persona puede guardar silencio
con más facilidad que dos —dijo. —Además, gran parte de
este problema se debe a que he venido aquí.
—Pamplinas —dijo ella. —Rory Comyn estaba haciendo
travesuras mucho antes de que llegaras. El abuelo trató de
hacer las paces con los Comyn. Pero la paz requiere que
ambas partes la deseen, y aunque muchos Comyn pueden
estar de acuerdo en que sí, Rory no es uno de ellos. Pero
esto es una tontería —agregó. —¿Qué más han
hecho?
Le contó todo lo que había descubierto Aodán. —Y Tadhg
estaba con los muchachos.
Exclamando su sorpresa por la perfidia de los Comyn,
agregó: —¡Dios mío, al principio pensé que había llovido
fuerte mientras dormíamos! ¿Quieren ahogarnos a todos?
—Eso esperan —respondió él. —Pero para hacer eso, el
agua tendrá que elevarse lo suficiente como para sumergir
la mayor parte del castillo. Su presa no puede ser tan alta,
debe ser...

—Todavía no —dijo sombríamente. —Pero debemos


deshacernos de ella antes de que el agua suba más. ¿Cómo
podemos hacerlo sin una multitud de hombres o incluso sin
un barco?
—Hasta que no vea la presa, no sabré si alguien puede
desmantelarla sin matarse —admitió. —Una vez que sepa a
qué nos enfrentamos, nosotros...
—No tienes intención de intentar desmantelarla tú solo,
¿verdad?
Él no respondió.
Después de esperar con impaciencia una respuesta que
no llegó, Catriona dijo lacónicamente. —¿Cómo crees que
podrías desmantelar una presa así tú solo?
—Lass, vuelve adentro antes de que pierda la paciencia
contigo.
—¿Qué hará entonces, sir? Apenas puedes gritarme o
golpearme sin hacer suficiente ruido como para estropear
cualquier oportunidad que tengamos esta noche.
—Sin embargo, tendré mucho tiempo para atenderte
más tarde.
—Bueno, si no te has dado cuenta de que no respondo
bien a órdenes arbitrarias, deberías haber prestado más
atención. ¿Aodán te describió esta presa?
Fin suspiró audiblemente. —Dijo que parece como si
hubieran usado dos filas de postes, con tablas apiladas a los
lados entre ellos para contener el agua, mientras apilaban
troncos, ramas y tierra detrás de ellos, como un dique de
castores detrás de una pared de tablas.

—Entonces sospecho que tienes intenciones de alguna


manera de perforar esos tablones, porque no puedes
quitarlos de manera segura y todos esos escombros solo.
Pero si no perforas agujeros bastante grandes, o suficientes
agujeros, simplemente harás trompas que escupan agua
hacia el otro lado. Y si perforas demasiados agujeros
grandes, la fuerza del agua que fluye destruirá la presa
antes de que puedas escapar y el torrente resultante te
arrastrará hasta el Spey. Entonces, ¿cómo pretendes
proceder?
—Baja la voz, cariño. Recuerda cuán fácilmente resuena
aquí.
Obedientemente, ella murmuró. —Pero tengo razón, ¿no
es así? Me escuchaste.
—Lo hice, aye.
Como él no continuó, supo que, a pesar de las palabras
de cariño, él todavía estaba molesto con ella. Quería que
ella entrara y no quería más discusiones.

—No me vuelvas a decir que vuelva a la cama —dijo. —


Quiero quedarme aquí o ir contigo, y no prometo no
seguirte. Nado tan bien como tú.
—¿Lo haces, lass? Tal vez sea cierto, pero aún no has
enfrentado tus habilidades a las mías, así que dudo que sea
así. No eres tan fuerte como yo.

Ella no podía negar eso, pero el conocimiento no la


disuadió. —No necesito ser tan fuerte como tú —dijo. —
Puedo tomar la balsa.
Fin se había olvidado de la balsa, pero la consideró y la
descartó. —Demasiado ruidosa —dijo. —Tratar de remar en
esa balsa desde aquí hasta la presa también sería agotador.
Es pequeña, aye, pero contigo de pie sobre ella, es posible
que la vean desde la orilla.
—Cielos, está demasiado oscuro para ver nada. Apenas
puedo ver tu forma justo frente a mí. Podía oírte respirar
mientras me acercaba, y sabía que Boreas también estaba
aquí —añadió apresuradamente, no quería que él pensara
que habría hablado con cualquiera que hubiera encontrado
allí.
—Cat, piensa —dijo. —Incluso en la noche más oscura,
¿no puedes ver el agua lo suficientemente bien desde tu
ventana como para decir que no es la orilla?

—Puedo, aye —admitió. —Pero cualquier vigilante que


vea la balsa pensaría más probablemente que se había
alejado flotando de aquí cuando el agua subió.
—Te quedas de pie mientras remas la cosa, ¿no es así?
—Aye, claro, pero si me mantengo agachada, puedo
seguirte fácilmente. Verás, sé bien cómo remar sin hacer
ruido. A menudo tengo...
—¿A menudo qué? —preguntó él con severidad.
Claramente descarada, se rió. —Deje de tratar de
comportarse como un ogro conmigo, sir. Sólo estoy
pensando que es más probable que regreses sano y salvo si
tomamos la balsa. Podemos nadar junto a ella, si crees que
nos serviría mejor.
—Nosotros no vamos a ningún lado.
—Ay de mí, pero tomarás la balsa. Si quieres hacer
agujeros en esa presa, la necesitarás sólo para mantenerte
a flote si la presa se rompe antes de lo esperado.

—Como tú misma dijiste, lass, si se rompe me arrastrará


con ella, con balsa o sin ella —dijo lúgubremente. —Y
también lo hará cualquier otra persona que esté cerca en el
lago. La corriente allí será feroz hasta que el lago vuelva a
su nivel natural.
—Entonces será mejor si nosotros... es decir, si tú...
estás fuera del agua mucho antes —dijo. —Para evitar un
desastre, debes tener la intención de tapar tus agujeros de
alguna manera. ¿O simplemente quieres hacer agujeros
hasta que se rompa la presa?
—Tengo trapos para taparlos y una gran bola de hilo —
dijo, dándose cuenta de que ella pensaba que esos tapones
mantendrían la presa lo suficientemente fuerte como para
aguantar, pero no estaba dispuesto a aumentar sus temores
al explicar que cada agujero que perforara debilitaría esa
tabla, independientemente de los tapones, que
simplemente evitarían que el agua saliente interfiriera con
él mientras se abría paso hacia las tablas más vulnerables.
Ataría los tapones juntos para poder sacarlos rápidamente
con la esperanza de aliviar la presión del agua, si alguna
tabla comenzaba a arquearse o agrietarse siniestramente
mientras trabajaba.
Esperaba que ese pequeño alivio le diera tiempo para
salir del agua.
—Un ovillo de hilo no es suficiente —dijo ella. —
Nosotros... tú necesitas una cuerda, una cuerda larga.
—Sólo quiero poner los tapones en su lugar esta noche,
si tal plan resulta factible —dijo. —Al ritmo que sube el
agua, no llegará al gran salón hasta mañana por la tarde o
por la noche. Mañana por la noche, Aodán y yo podemos
regresar si eso se convierte en...

—Escucha —murmuró ella.


Él también lo escuchó entonces, el susurro sibilante de
las gotas de lluvia en el dosel de arriba.
—Tanto mejor —dijo, acercándose a ella y acercándola.
—La lluvia ayudará a ocultarme, cariño. Debo irme, pero
volveré lo más rápido que pueda. Ahora, bésame, deja de
discutir y vuelve al castillo y a la cama.
Ella se inclinó hacia él, lo rodeó con los brazos y lo
abrazó. Luego inclinó la cara hacia arriba y lo besó,
presionando la lengua contra sus labios.
Al separarlos, él saboreó su sabor, consciente de que tal
vez nunca la volvería a probar si algo salía mal.
Sumergiendo la lengua en la suavidad de su boca, él gimió
suavemente, deseando poder llevarla de regreso a la cama
y quedarse allí.
De mala gana, la soltó.
—¿Cómo irás? —preguntó ella.
—Había pensado en nadar directamente por el lago
desde aquí —respondió. —Pero ahora que ha llovido, creo
que puedo nadar con seguridad hasta la orilla y caminar al
menos a mitad de camino y posiblemente hasta el desvío si
puedo mantenerme cerca del agua.

—Ese camino todavía estará por encima del agua, creo.


¿Pero no lo usarán ellos?
—Si algún Comyn deambula a esta hora bajo la lluvia,
me encargaré de él —dijo Fin. —Él no estará esperando a
nadie, y yo sí. No te preocupes.
—Nay, entonces no lo haré, lo prometo.

—Quiero que me prometas algo más.


—Aye, aye, sé bien qué es eso. Ahora vete, para que
puedas volver conmigo.
Le dio un abrazo y se quitó el manto, conservando
solamente la fina túnica que se había puesto para salir, y se
quedó con eso sólo para amortiguar la espada mientras
nadaba. Después de semanas de endurecimiento, sus pies
descalzos estaban duros.
Le entregó el manto para que lo sostuviera mientras
abrochaba el cinturón que sostenía la daga en la funda, ató
el saco de tela que contenía los trapos, cordel y barrena. El
saco dificultaría la natación más que la espada, pero era
una carga necesaria. Tenía una distancia más corta para
nadar, por lo que no le dificultaría mucho.
Confiado en que Catriona y Boreas regresarían a la
seguridad del castillo, la acompañó hasta el lugar donde ella
dijo que sería más fácil entrar, la besó una vez más, entró y
se alejó silenciosamente.
La lluvia caía sobre el agua a su alrededor, pero incluso
cuando se inclinaba hacia el norte y la distancia a nado era
corta, su sentido de la dirección era confiable y pronto
decidió su destino.
Capítulo 19
 

Catriona vio a Fin alejarse nadando, aliviada al ver que


podía nadar con la pesada espada atada a su espalda. Pero
pronto lo perdió de vista bajo la lluvia.

Satisfecha de que incluso un Comyn lo suficientemente


responsable como para vigilar en medio de una noche
lluviosa no lo vería si ella no podía y segura de que Fin
ganaría contra cualquier oponente, se volvió a la orilla, pero
no hacia el castillo.
En cambio, regresó por el bosque y se dirigió hacia la
balsa atada de punta a un árbol. Colocando el manto de Fin
sobre un arbusto con un espeso follaje encima, comenzó a
desenrollar la larga cuerda que ataba la balsa al árbol.
Boreas apretó la nariz contra su mano.

—Buen muchacho —dijo. —Pero te quedarás aquí —


enrollando la cuerda, volcó la balsa y su gran peso la
derrotó, de modo que hizo un gran chapoteo cuando
aterrizó. Estaba segura de que la lluvia más ruidosa
ocultaba el sonido y, como esperaba, el agua era lo
suficientemente profunda allí para que flotara. Ella se
llevaría la cuerda con ella.
Atando la balsa a un árbol joven, regresó por el remo.
Mientras continuara la lluvia, remaría de pie, como lo habían
hecho ella e Ivor cuando eran niños. Sin embargo, no habría
corriente como la que había entonces para ayudarla esta
noche.
Cuando ese pensamiento cruzó por su mente, le siguió
otro. Habría una corriente después de que ella y Fin
destruyeran la presa, por lo que regresar a la isla podría ser
difícil. Se preguntó cuánto tardaría el lago en volver a su
nivel normal.

Fin claramente no había pensado en eso. Por supuesto,


si sólo quería perforar los agujeros, taparlos con los trapos y
luego conectar todos los trapos con el cordel...

Otro pensamiento espantoso golpeó. ¿Y si su intención


desde el principio hubiera sido sacrificarse para salvarlos a
todos, como penitencia por matar a los hombres del Clan
Chattan en Perth?
Una gota de lluvia se deslizó por debajo del vestido y
por la espalda, sacándola de la espantosa imagen y
devolviéndole el sentido común. Fin no se sacrificaría a
propósito. Pero si su plan iba a funcionar, tenía que
funcionar esa noche. Incluso los tontos Comyn examinarían
la presa a la luz del día para asegurarse de que todo estaba
bien. Si veían cordeles o trapos, perderían cualquier
posibilidad de sacarlos más tarde.

Consciente de que, si se caía, nadaría mejor sin el


vestido, estuvo a punto de quitárselo para dejarlo atrás.
Pero se le ocurrió que la corriente creada por el agua que
salía del lago probablemente evitaría cualquier regreso
antes de la mañana. De ser así, tendría que enfrentarse a su
abuelo y a otras personas usando un camisón empapado, la
daga atada a las caderas y escoltada por Fin, igualmente
desvestido.
Con ese pensamiento, regresó y recogió el manto de él y
decidió mantener el vestido puesto, en lugar de arriesgarse
a perderlo en la oscuridad si se caía de la balsa.
La ropa mojada sería mejor que enfrentarse a cualquiera
con tan sólo una camisa delgada y húmeda.
 

***
 

Fin llegó a la orilla sin ver ningún signo de movimiento


humano allí. Aunque sabía que un vigilante sensato se
escondería, también sabía que dos horas o más después de
la medianoche, todos los hombres estaban menos alerta.

Sin embargo, los Comyn habrían puesto al menos a dos


hombres para vigilar los estrechos entre la isla y la costa.
Poco tiempo después, quedó satisfecho de que sólo habían
dejado a dos y de que ninguno de los dos tenía que
preocuparle más.
Aodán había dicho que los prisioneros estaban en la
ladera sobre el rellano, pero Fin no podía estar seguro de
que todavía estuvieran allí o de cuántos guardias tenían.

Su objetivo principal era la presa.

Moviéndose tan rápido como la oscuridad y su visión


nocturna se lo permitían y manteniéndose en el borde de la
hierba cuando era posible, pronto se dio cuenta de que la
lluvia había amainado, aunque permanecía estable. También
estaba tibia. Si continuaba así durante la noche o se volvía
más pesada nuevamente, aumentaría significativamente la
velocidad a la que el agua subiría, porque derretiría la
mayor parte de la nieve restante sobre ellos en las laderas
circundantes.
Los Comyn, sin interferencias y dado el tiempo, podrían
elevar la altura de la presa tanto como fuera necesario. La
hendidura de granito por la que pasaba el riachuelo saliente
era estrecha, con lados empinados bastante altos como
para que, si la presa se mantenía, fácilmente podría forzar
el agua del lago lo suficientemente alto como para cubrir
gran parte del castillo.

Fin se alegró de no haberle prometido a Catriona que no


haría nada peligroso para sí mismo. Tenía que hacer todo lo
posible para evitar una catástrofe.

Entonces reflexionó sobre las promesas que ella le había


hecho. En ese momento habían aliviado su preocupación
por ella, pero algo en ellas lo fastidiaba ahora.

Un sonido distrajo sus pensamientos. Al darse cuenta de


que antes era un riachuelo que alguna vez goteaba, ahora
lleno de agua de lluvia fresca y nieve derretida, corriendo
cuesta abajo hacia el lago, concentró su mente en otros
sonidos de la noche. Si permitía que sus pensamientos
volvieran a vagar, se arriesgaba a meterse en problemas.

Cuando llegó a la curva donde el camino se bifurcaba y


rodeaba la colina cerca del río que se desbordaba, y redujo
el paso, oyó un ruido sordo como de madera contra madera
a poca distancia a su derecha, en el lago.

Sacando la daga, se apartó del camino y se deslizó


cuesta abajo, a través de arbustos que le llegaban hasta la
cintura hasta que se sintió el lodo bajo los pies. Luego se
agachó entre los arbustos para esperar.
 

***
 

Se quedó congelada en el lugar, maldijo mentalmente


su torpeza al dejar que la balsa golpeara el eje del remo
mientras, arrodillada, había alcanzado palpar la orilla,
Catriona supo que había llegado a la curva interior justo
antes de que la línea de la costa se curvara hacia afuera y
alrededor para hacer frente al río que los Comyn habían
bloqueado con la presa. A menudo había nadado cerca de
esa costa y la conocía bien. Ahora, cautelosa, permaneció
alerta.

La pendiente allí era empinada, al igual que la mayoría


de las pendientes alrededor del lago, pero se las arregló
para hacer flotar la balsa bastante cerca como para
agarrarse a los arbustos y empujarse hacia la plataforma de
granito desde la que nadaba a menudo. La balsa emitió un
susurro cuando ella se acercó y se dio cuenta de que estaba
raspando otros arbustos bajo el agua.

Arrodillada como estaba, tendría que sentarse para salir


a salvo de la balsa. No quería meterse descalza en un
arbusto o caer al agua mientras lo aseguraba. Pero ella
estaba en un buen lugar. Un sendero de ciervos subía desde
la plataforma hasta el sendero que rodeaba el lago.

La lluvia continuaba suavemente y goteaba sus


pestañas, haciéndola parpadear y limpiarse el agua de los
ojos. Alcanzó otra rama...

—No hagas ningún sonido —murmuró Fin desde la


oscuridad, sobresaltándola hasta casi gritar. Sólo por lo que
ella consideró un esfuerzo sobrehumano, sofocó el sonido
en la garganta. Retraer la mano hacia atrás sólo sirvió para
hacer que la balsa se inclinara peligrosamente, pero una
mano cálida y fuerte la agarró rápidamente por la muñeca,
estabilizándola.

—¿Puedes bajarte ahora? —preguntó. Su voz sonaba


tranquila y calmada, como si preguntara solamente por el
clima o el estado de su salud.
James habría comenzado a regañar de inmediato. E Ivor
habría revelado el lado de él que hacía temblar la tierra por
su ira. Pero Fin...

Deseó poder ver más que su forma porque, aunque


sabía que él debía estar enojado, no podía escuchar nada
en su voz que le dijera lo enojado que estaba.

—Cuidado —dijo mientras ella usaba su mano libre para


quitar las faldas de su camino y con cautela balanceaba los
pies descalzos fuera de la balsa para buscar apoyo en el
granito.

—Traje tu manto —murmuró. —Y la cuerda de la balsa.

—También trajiste compañía —murmuró mientras


arrastraba la balsa a la orilla.

Mirando por encima del hombro, vio la estela en forma


de V en el lago antes de que se diera cuenta de que se
había olvidado de decirle a Boreas que se quedara atrás.

Fin observó el acercamiento silencioso del perro,


recordándose a sí mismo que los perros lobo eran animales
naturalmente callados. Aún así, quería sacudir a Catriona, o
algo peor.

En cambio, dijo: —Me alegro de que Boreas haya venido


contigo, porque debo dejarte aquí... —al escuchar la
respiración de ella, se interrumpió el tiempo suficiente para
poner un dedo firme en sus labios, silenciándola, antes de
agregar. —Sólo escucha, Cat. No hables.
Ella asintió, lo que él pensó que era sabio por su parte.
Boreas, emergiendo del agua a poca distancia, se sacudió y
esperó donde estaba.

—Voy a dejarlos a los dos aquí y te quedarás —dijo Fin.


—Porque debo ver lo que está por venir. No quiero la
distracción de preguntarme si se mantendrán en silencio o
si alguno de ustedes les advertirá de alguna manera de
nuestro acercamiento.

Cuando ella asintió de nuevo, él apartó el dedo.

—¿Cuánto tiempo? —susurró. El susurro no indicó nada


de sus emociones. Él tampoco quería saber cuáles eran.

—Te parecerá largo quedarte aquí —dijo. —Subiré esa


colina para ver lo que pueda desde la cima. Debo saber
cuántos guardias han colocado cerca de la presa y qué tan
alta es. Te dejo mis herramientas.

—Puedo ser paciente si tienes cuidado. Sólo espero que


puedas encontrarnos de nuevo.

—Te encontraré —dijo. —Pero no te felicites, lass, porque


estoy disgustado contigo. Tu venida aquí hace que mi tarea
sea más peligrosa de lo que sería sin ti. Además,
prometiste...
—Sólo prometí no preocuparme por ti —le recordó. —Si
recuerdas...

—Lo recuerdo, y también recuerdo que después, cuando


dije que quería una segunda promesa tuya, me
interrumpiste y dijiste “Aye, aye”, ¿no es así, como si...?

—Lo hice, pero yo...


—Lo hiciste y sabes que lo interpreté en el sentido de
que entendiste la promesa que buscaba y que la habías
aceptado. Nay, no trates de defenderte —añadió, oyéndola
respirar para hacerlo. —Sabes bien que estás equivocada,
Cat. Pero si quieres fingir que no lo sabes, te lo dejaré
bastante claro más tarde.
Catriona se retorció, sin sentir nada de su habitual
entusiasmo por debatir con él. El tono de él le hizo que sus
sentimientos fueran tan claros como serían si pudiera ver su
expresión. De hecho, podía imaginarlo fácilmente, y había
llegado a conocerlo lo suficientemente bien como para estar
segura de que no quería poner a prueba su tolerancia ahora
recordándole que también había dicho antes que no
prometería no seguirlo.
—Te esperaremos —dijo. —Debo decirle, sin embargo,
que incluso si me castiga severamente por esto, sir, me
alegro de haber venido. Si algo te pasara...
—Lo sé, lass, y desearía poder prometerte que nada
sucederá ahora, pero no puedo. Tu abuelo no piensa en los
Comyn, pero tuvieron éxito en esta empresa, e incluso
pueden tener hombres rodeando el lago ahora, vigilando y
esperando hasta que Rory Comyn los llame.

—No crees eso.


—No. Pero en mi experiencia, es mejor asumir que el
otro hombre sabe más que yo y es tan inteligente, o más
inteligente, y tan hábil con la espada.
—Dios mío, incluso Ivor dice que nadie puede vencerte
con una espada. Me preocupaba que nadaras aquí con ella,
pero me alegro de que lo hicieras.
—También tengo mi daga —dijo. —Ahora, toma estas
cosas que trajimos, y a Boreas, y ve cuesta arriba hasta que
encuentres un lugar donde puedas ver el camino, pero no
ser vista desde él —hizo una pausa. —Debo saber que
puedo confiar en ti esta vez para obedecerme.

—Lo haré, sir —siguiéndolo hasta el camino, chasqueó la


lengua hacia Boreas.
Cuando pudo discernir la forma en movimiento del
perro, hizo un amplio gesto hacia la ladera y se sintió más
segura cuando vio a Boreas cruzar el camino y comenzar a
moverse de un lado a otro. Fin no le dijo nada más y pronto
se desvaneció en la oscuridad.
Para cuando se hubo asentado donde aún podía
distinguir el camino, pensó que él debía haber llegado a la
cima de la colina y regresaría antes de que ella se diera
cuenta.

La lluvia amainó más. Los minutos pasaron lentamente.


 

***
 

Fin se tomó su tiempo y se encaminó hacia la cima de la


colina, con cuidado de no molestar a ningún Comyn que
pudiera estar cerca. Diciéndose a sí mismo que necesitaba
vivir al menos lo suficiente para lidiar adecuadamente con
su esposa descarriada, sabía que su verdadera intención era
vivir lo suficiente para hacerle el amor hasta que se
desgastaran el uno al otro.

A pesar de esa agradable fantasía, sus sentidos afilados


por la batalla permanecieron alerta. La lluvia se convirtió en
una suave niebla. Cuando llegó a la cima y encontró un
mirador, pronto discernió un movimiento más allá de la
presa, cerca del lecho silencioso del río reprimido.
Una voz masculina llegó a sus oídos. —¿Estarán todos
durmiendo abajo?
Otro dijo: —Todos excepto dos vigilantes, aye, y todos
estarán cerca del río. ¿Crees que esto aguantará? Porque se
mojarán bastante allí abajo si falla.
—Aye, seguro, aguantará. Hemos apilado madera y
rocas a gran altura para mantener los tablones en su lugar
contra la subida del agua. También aumentará rápido ahora.
Si vuelve a llover, puede que suba lo suficiente como para
ahogarlos a todos por la mañana y tal vez también a los
hombres de Shaw. Sólo espero que nuestros muchachos que
los vigilan se mantengan a salvo.
—Me sorprende que Rory no quisiera que se quedaran
todos abajo con los demás.
—No quería escuchar a los Mackintosh lamentando su
suerte toda la noche —dijo. —Pase lo que pase, quiero
encontrarme un lugar para sentarme muy por encima de
esta gran pila.
—Yo también, aye. Pero será mejor que mantengamos a
uno de nosotros a cada lado, como dijo Rory.
Satisfecho con lo que había escuchado, Fin cambió a
una mejor posición, sacó su daga y esperó a que el que
protegía ese lado de la presa se acercara a él.
El resultado fue casi demasiado fácil, porque el hombre
se acercó descuidadamente, sin prestar atención a nada
más que a dónde ponía sus ruidosos pies.
Pasando un brazo por detrás de él, Fin puso su daga en
la garganta del hombre. —Un chillido y estás muerto —
murmuró, afectando el acento local. —¿Cuántos vigilantes
tienes alrededor de ese lago?
—Dos en el desembarcadero y otros tres, si no nos
cuenta aquí como dos.
—¿Quién cuida a tus prisioneros?

—Los otros tres de los que le hablé. Todos los demás


regresaron a nuestro campamento de abajo. ¡No hay nadie
más allá, porque nadie puede ver nada esta noche!

—¿Cuántos duermen abajo?


—Casi una veintena para enviar al amanecer. ¡Esos son
todos, lo juro!
—¿Estás contando el ejército de Albany o el de los
Douglas? —Fin preguntó dulcemente.

Su cautivo se puso rígido, pero guardó silencio.


—Ah, ahora, eres un buen amigo honesto —dijo Fin. —
Una pluma en el sombrero de tu jefe. Iré a ver si tu amigo
de allá es tan bueno y honesto, ¿de acuerdo? Nay, ahora
deja de retorcerte. No te molestaré más, supongo.
 

***
 

Catriona estaba segura de que algo horrible le había


sucedido a Fin. No había oído nada desde que la había
dejado con Boreas y el perro dormitaba a su lado.

Tenía su daga en la mano, por si acaso, y se había


envuelto en el manto de Fin. Aunque estaba agradecida por
su calidez, la humedad le impregnaba la piel, haciéndola
pensar con nostalgia en el fuego del salón de
Rothiemurchus.
El perro levantó la cabeza y, un momento después, en
silencio, una sombra se cernió sobre ellos. —Dios mío,
espero que seas tú —murmuró, agarrando su daga con más
fuerza.

—Lo soy, aye —dijo Fin. —He venido a buscar ese saco y
tu cuerda.
—¿Cuántos guardias hay?
—Ninguno que nos moleste —dijo. —Ahora, ven, porque
quiero terminar con esto. El ejército de Albany rodeará
Cairngorms y Douglas desde el sur, a través de Glen Garry.
Podrían estar aquí mañana si Ivor, Shaw y sus hombres no
pueden detenerlos. Albany espera que los Comyn capturen
a Rothesay y Alex Stewart para él, y a tantos prisioneros del
Clan Chattan como puedan. No dejaré que eso suceda.
Indignada, dijo: —Ni mi padre ni Ivor. E incluso si de
alguna manera fracasaran, ¿crees que Rothesay y el Lord
del Norte son tan cobardes que nos dejarían a los que
estamos aquí para enfrentar a Albany y Douglas solos?
—Nay, pero si Albany los captura, pondrá a todos aquí
en peligro, porque nos declarará a todos parte de su
conspiración. Estoy de acuerdo en que los hombres de Shaw
y los de Ivor en Lochindorb probablemente detendrán los
ejércitos de Albany o el terreno y el mal tiempo lo hará,
porque ninguno de los líderes tiene experiencia en las
Highlands. Pero si Albany está bastante decidido como para
poner sus manos sobre Rothesay y Alex, puede que lo haga.

—En este clima, no podemos usar nuestras señales de


fuego para traer más ayuda —dijo.

—Nay, pero si podemos evitar la confrontación armada,


lograremos salir de esto. Sin embargo, debemos derrotar a
los Comyn aquí. Entonces, si Albany gana, tendrá que lidiar
con tu abuelo. El Mackintosh puede manejarlo si alguien
puede.
—Ha intimidado a hombres más feroces que el Duque de
Albany —dijo. —Y mi padre e Ivor tendrán éxito. Pero, ¿qué
pasa con Rothesay y Alex? A ninguno de los dos le gustará
estar fuera de la acción y ninguno se puede persuadir
fácilmente.
—Espero que Alex convenza a Davy para que lo
acompañe —dijo. —Pero no puedo pensar en eso. Primero,
debo ver si puedo realizar una hazaña de magia con esta
presa.
—¿Que puedo hacer? Y, por favor, no me digas que no
puedo hacer nada.

—Tú y Boreas vendrán conmigo para vigilar mientras


hago los agujeros y los tapo —dijo. —Tres vigías cuidan a los
prisioneros en la colina sobre la orilla, pero los dos que
vigilan la presa no esperaban ayuda de nadie antes del
amanecer.
—¿Cómo sabes todo eso?

—Les pregunté.
—¿Les preguntaste?

—Aye, claro, ¿de qué otra manera iba a obtener esa


información?

—Pero dijiste que no nos molestarían. Si hay dos, ¿no


despertarán...?
—Nay, no lo harán. Ahora, ¿vienes?
De repente, comprendió lo que él debió haber hecho y,
al recordar las primeras palabras que le dijo sobre los
guardias, supo que debió haberlo entendido en ese
momento. Ella no habló, sin saber qué decir.
Él también guardó silencio, para que ella supiera que
estaba esperando a que le preguntara si los había matado.
En cambio, se puso de pie, sacudió sus faldas y dijo: —Estoy
usando su manto, sir. ¿Lo quieres, para calentarte mientras
avanzamos?
—Nay, también debe estar húmedo y mi túnica será
suficiente mientras siga moviéndome. No veo ningún
sentido en calentarme sólo para volver al agua.
 

***
 

Regresaron rápidamente a la presa, con Boreas trotando


silenciosamente delante de ellos, yendo de un lado a otro
como siempre lo hacía.

—No dejes que se adelante demasiado —le advirtió Fin a


Catriona.
—No lo hará —dijo. —Cuando llegue a la bifurcación, nos
esperará. Y, como has visto, también se detendrá si siente
que alguien se acerca.

Rodeando la colina en lugar de cruzarla como lo había


hecho Fin antes, llegaron al frente de la presa sin incidentes.
El agua había subido varios pies por encima de lo normal.
Pensó que podía ponerse de pie para perforar muchos
de los agujeros, pero sabía que tendría que perforar a otros
con la cabeza bajo el agua sólo para obtener el ángulo
correcto de la barrena. Los tablones cerca del fondo eran los
más importantes, porque no importa qué tan alta fuera la
presa, todo se iría cuando su apuntalamiento cediera. Aún
así, no podía estar seguro de que su plan no fuera más que
una locura.
Mientras se quitaba la espada y la túnica, le entregó la
última y le dijo: —Estaré en el agua por un tiempo, así que
métela debajo del manto para calentarla contra tu cuerpo.
Pero regresa ahora a la cima de la colina y mantente
escondida entre los arbustos.
Se acercó al agua y estaba poniendo la espada cerca de
donde estaría trabajando cuando ella dijo en voz baja. —
¿Cómo están tus pies?

—Estarán bien. Se han endurecido desde que llegué a


Rothiemurchus.
La verdad era que le dolían, pero el dolor era soportable.
Podía sentirla mirando mientras recogía el saco y
caminaba por la pendiente de granito hacia el centro de la
presa. El agua le llegaba hasta las axilas.
—¿Cómo vas a manejar ese saco y la barrena? —
murmuró ella.
Sin desviar la atención de lo que tenía ante él, respondió
en el mismo tono. —Lo voy a sostener entre mis dientes,
lass. Ahora ve. Debes vigilar.

Al escuchar sólo un breve ruido de guijarros en


respuesta, sintió que el alivio lo recorría. Estaría más segura
en la cima de la colina, con Boreas.
 

***
 

Catriona se alejó lo suficiente para asegurarse de que se


había desvanecido en la oscuridad, como lo había hecho Fin
cuando la había dejado antes en la ladera. Se quedó hasta
que pensó que le había dado el tiempo suficiente para
sacarla de su mente. Luego, ordenando silenciosamente a
Boreas que se mantuviera en guardia, regresó hacia Fin.
Si era como la mayoría de los hombres que ella conocía,
una vez que comenzara a perforar los agujeros, se
concentraría completamente en ellos. Pero necesitaría
ayuda. Se sentía como si hubiera pasado más de una hora
desde que dejaron la isla, pero no podía estar segura. Le
había parecido al menos el doble de tiempo cuando lo había
esperado antes.
Sabía que no había pasado tanto tiempo. Pero con los
Comyn todavía al acecho en el área y Albany y Douglas en
camino, cada minuto contaba.
La lluvia había cesado y, al mirar hacia arriba, vio
algunas estrellas dispersas.
Boreas le advertiría si alguien venía y podría advertir a
Fin más rápidamente si estaba cerca del agua que si se
quedaba obediente en la cima de la colina.
Pero sabía que era mejor no sugerirle eso a Fin.

Lo oyó moverse, luego el sonido del agua chapoteando


mientras él colocaba la barrena en una tabla y comenzaba a
perforar, girando el mango bastante rápido como para
salpicar. El sonido parecía fuerte, pero dudaba que pudiera
alertar a alguien, a menos que esa persona estuviera cerca.
Y, gracias a Boreas, sabía que nadie lo estaba.
 

***
 

El trabajo de Fin se desarrolló sin problemas a pesar de


las endemoniadas condiciones.
Los tablones toscamente tallados se asentaban
firmemente entre dos filas de postes de apoyo espaciados a
distancia, tal como Aodán los había descrito. El agua del
lago se deslizaba más alto mientras él estaba allí, pero tuvo
que perforar cerca del centro de las tablas para tener
alguna esperanza de que las dos líneas verticales de
agujeros muy espaciados hicieran que se rompieran.

Cuanto más alto subiera el agua, más peso ejercería


sobre los tablones inferiores. Sabía que una vez que se
agrietaran y el agua comenzara a fluir con velocidad, la
fuerza se llevaría las tablas y todo lo que los Comyn habían
apilado detrás de ellas.

Agujereando constantemente, tapando cada hoyo a


medida que avanzaba, enrollaba hilo alrededor de los
tapones de trapo, cortando trozos bastante largos como
para conectarlos a todos. Agachándose más cuando era
necesario, trabajando con la cabeza bajo el agua ahora la
mayor parte del tiempo, se abrió camino hacia abajo desde
la línea de flotación, encontraba más difícil mantener el
equilibrio mientras se inclinaba y más difícil presionar la
barrena de manera eficiente en la madera.
Antes de que hubiera terminado de perforar la tercera
tabla desde la parte inferior, se dio cuenta de que la
segunda estaba demasiado abajo para poder agacharse sin
flotar. Salió a la superficie, trató de pensar y pensó sólo en
lo frío que estaba, murmurando una maldición frustrada.

El agua se agitó y sintió una mano cálida en su hombro.


Al llegar a ella, descubrió que estaba desnuda.
—¿Qué ocurre? —murmuró. —¿Puedo ayudar?
—Se supone que debes estar pendiente de los Comyn —
murmuró en respuesta.

—Boreas está haciendo eso. Lo oiré gruñir si oye u huele


a alguien que viene, pero tenemos que terminar esto y
regresar.
—Todavía tengo que perforar los dos tablones inferiores
—le dijo. —Verás, las tablas inferiores soportan más el peso
del agua que las superiores, por lo que lo más probable es
que la presa se rompa de abajo hacia arriba. Pero cuando
me agacho tanto, mi cuerpo tiende a flotar. ¿Crees que
puedes sujetarme?
—Me pararé sobre ti, si es necesario —dijo. —Puedo
equilibrarme contra la presa. Sólo necesitas tocar mi pie
cuando necesites tomar aire.
Aunque Catriona esperaba que Fin rechazara su ayuda,
dijo: —Si te paras en la pendiente, puedes pisar mi espalda
cuando me agache. Entonces puedo prepararme mientras
trabajo. Y te lo advertiré, aye, antes de enderezarme.

Terminó rápidamente después de eso, aunque pararse


sobre él mientras trabajaba resultó ser más difícil de lo que
ella esperaba. Estuvo a punto de caerse más de una vez y,
justo antes de que él le tocara el pie, escuchó un extraño
sonido y sintió que las tablas contra las que se apoyaba se
estremecían. Ella también se estremeció, pero se relajó
cuando no pasó nada más.

Se bajó de él y se movió hasta donde podía pararse, y él


se enderezó, pero sólo para levantarla y sacarla del agua
hasta donde habían dejado la cuerda.
Vio a Boreas levantarse de los arbustos por encima de
ellos, alerta a su aproximación.

Cuando Fin la puso de pie, ella alcanzó la cuerda, pero él


dijo: —Eso no importa ahora, lass. Debemos dar la vuelta al
otro lado de la colina porque la presa puede romperse con
suficiente fuerza como para arrojar trozos de tabla y otros
escombros.
—Pero primero debemos sacar los tapones.
—Nay —dijo. —Las dos tablas inferiores habían
comenzado a inclinarse hacia afuera y escuché un crujido,
así que me detuve. Ahora es demasiado peligroso volver a
entrar.
—Escuché un sonido extraño —dijo, buscando su
vestido. —Pero no escucho nada ahora. ¿Cuánto tiempo
pasará antes de que se rompa?
—No lo sé —admitió. —Pero a menos que quieras ir
desnuda, date prisa.
Manteniendo un oído atento a otros sonidos ominosos
mientras se ocupaba del vestido mojado, pudo ver lo
suficiente de la forma de él para saber que ya se había
puesto la túnica, el cinturón y la daga. Antes de colgarse la
espada, la ayudó con el cordón.
Mientras lo hacía, dijo: —La presión en el fondo
aumentará a medida que suba el agua y creo que debe
estar a punto de desaparecer. Pero no me atreví a esperar
para perforar la última tabla, especialmente contigo parada
encima de mí, lass, así que ni siquiera estoy seguro de que
esto funcione. Estoy tentado a quedarme sólo para
asegurarme de que así sea.
—¿Quieres decir que, si no es así, volverías a entrar y
harías más agujeros? —preguntó ella, sintiendo un
escalofrío de miedo ante la idea de que la presa se rompiera
con él todavía de pie en el camino del torrente.

Él estuvo en silencio durante demasiado tiempo.


—¡No seas tonto! —espetó, olvidándose de mantener la
voz baja. —Rayos, sir, todavía tenemos que hacer lo que
podamos para salvar a Tadhg y a los demás prisioneros.
Él le puso un dedo en los labios. —Shhh —dijo. —No
hemos salido de esto todavía.
—Pero no puedes quedarte aquí. ¡No te dejaré!
—¿No lo harás? —su voz era suave, incluso gentil.

Ella le puso una mano en la mejilla y acercó la cara a la


de él. —Nay, Fin Cameron, no lo haré. Esta es una batalla
que no peleará solo, sir. Rothiemurchus es el hogar de mi
familia. Si debes quedarte, Boreas y yo también nos
quedaremos.
—Nay, nos iremos —dijo. —Llueva o no, esa presa se
romperá antes de que el agua suba lo suficiente como para
ahogar a alguien.
Entonces la abrazó, el fuerte calor de su cuerpo
calentando el de ella.
—Estás temblando —le dijo él. —Pero caminaremos
rápido y usarás mi manto hasta que te sientas más caliente.
La cosa huele a lana mojada, pero eso no te importará.
—Te congelarás —murmuró ella, mientras él la envolvía
con el manto húmedo.
—Nay, no me congelé en el río Tay a finales de
septiembre. No me congelaré aquí cuando es casi verano.

—Apenas es el primero de julio, sir, y todavía está


nevando arriba, en todo caso.
—Ponte la daga sobre la falda, cariño, no debajo.
Dejaremos que Boreas lidere el camino —agregó, agarrando
su mano cálidamente cuando ella le hizo una seña al perro.
—Sigo esperando escuchar la presa romperse —dijo ella
mientras se apresuraban por el camino.
—El truco será regresar al castillo cuando se rompa.
—La corriente en la superficie puede ser demasiado
fuerte entonces, aye —dijo. —Pero todavía tenemos un
barco, a menos que los Comyn lo destruyan también. Si
podemos regresar, nuestros hombres podrán llevar a
Rothesay y Alex a la orilla para que puedan irse.
—He estado pensando en eso —dijo él. —Si siguen al
Spey, probablemente se encontrarán con las fuerzas de
Douglas viniendo aquí. Las buenas rutas desde aquí son
pocas.
—Misericordia, sir, se contradice a sí mismo y a mí —
dijo.
Él se rió y el sonido la calentó más. —No te contradigo
—dijo. —Sólo planteo nuevos puntos para discutir —antes
de que ella pudiera contrarrestar esa tonta afirmación,
agregó. —Sospecho que Alex sabrá cómo llevarlos a ambos
a salvo.

—Él lo hará. No es que necesiten ir en absoluto. Los


hombres del Clan Chattan y del Norte prevalecerán. Sin
embargo, debemos decirle al abuelo lo que escuchaste decir
a esos dos guardias.
—Nosotros no, cariño. Yo voy a decirle.

Ella no discutió, sabiendo que escaparía


voluntariamente de esa discusión. En su ausencia, Fin no se
atrevería a decirle al Mackintosh o Shaw que ella había
estado con él. Sin embargo, si ella estuviera allí,
enfrentándolos con él...
Ella suspiró. Lo más probable era que el Mackintosh, su
padre e Ivor se enteraran de alguna manera todo lo que
había que saber y tuvieran mucho que decirle. Pero Fin era
su marido. Le dejarían cualquier castigo a él. Y aunque
había estado molesto con ella, ya no parecía estarlo.
—Mantén a Boreas cerca —dijo. —No quiero que se
encuentre con un Comyn errante.

—Dijiste que sólo quedaban tres, todos custodiando a


los prisioneros.
—No confío en que ningún Comyn esté donde espero
que esté, no esta noche.
En ese momento, Rory Comyn entró en el camino que
tenía delante, espada en mano.
Capítulo 20
 

Fin sabía que estaba cansado, porque hasta que


reconoció a Rory Comyn, apenas se había dado cuenta de
que la luna comenzaba a asomarse sobre las colinas del
este. Dando un paso rápidamente frente a Catriona y
sacando su espada de la vaina, dijo con brusquedad. —
Aléjate de nosotros, lass, y mantén a Boreas contigo. No
dejes que interfiera.

Ella no respondió, pero él la escuchó alejarse del


camino. Y sabía lo suficiente sobre el perro para estar
seguro de que se quedaría cerca de ella.
Mirando a Comyn, dijo: —Esperaba que estuvieras
profundamente dormido.
—No soy tan tonto como para eso —replicó Comyn. —
Debería estar preguntando qué travesuras has estado
haciendo, ¿no? No sabía que habías regresado.

—Entonces debes haber estado en otro lugar cuando lo


hicimos —dijo Fin. Probando el suelo bajo sus pies
descalzos, notó con tristeza que tendrían poco espacio para
maniobrar. —No lo ocultamos.
Escuchó al perro gruñir en voz baja y esperó que Cat
pudiera controlarlo. No quería ver a Boreas atravesado por
la espada del otro hombre. Tampoco quería que el perro
interfiriera con él. Pero cesaron los gruñidos y Comyn dio un
salto hacia adelante.

Parando su primer golpe, Fin se concentró en el


siguiente, prefiriendo dejar que Comyn se cansara mientras
le daba tiempo a Catriona para que se alejara.
 

***
 

Catriona observó a los dos hombres el tiempo suficiente


para asegurarse de que Fin no corría peligro inmediato. Sin
embargo, a menos que ella estuviera muy equivocada, él
estaba dejando que Rory Comyn liderara la pelea de
espadas, eligiendo sólo defenderse.

Había visto a sus hermanos practicar el manejo de la


espada a menudo y reconoció fácilmente la principal
defensa de James contra Ivor.

Pero ella había entendido el gruñido de Boreas, si Fin no


lo había hecho. Que Rory caminara solo le había parecido
extraño de inmediato. Con la esperanza de que quienquiera
que estuviera en el bosque, donde se sumergieron cerca del
sendero, estaba más interesado en los espadachines que en
ella, subió la ladera con cuidado, teniendo cuidado de evitar
que la falda mojada se enganchara en cada rama de los
arbustos que pasaba.

A medida que salió la luna, su luz aumentó. No estaba


llena, sino del tipo que los escoceses llaman luna aval,
porque tiene la forma del vientre de una mujer embarazada.
Estaba agradecida por la luz, pero esperaba que el silencio
de Boreas significara que nadie acechara delante de ella y
no que todavía estuviera obedeciendo su orden anterior de
hacer silencio.

Confiada en que él evitaría que ella caminara hacia el


peligro, se movió con más velocidad. En el bosque,
suficiente luz de luna atravesaba el dosel para permitirle
encontrar el camino, pero sabiendo que un aliado de Comyn
estaba en algún lugar más adelante, se cuidó de no hacer
ningún ruido evitable.

Al pasar por un punto muerto, vio una rama robusta que


podría servir como un garrote, la recogió y luego tocó la
empuñadura de su daga para asegurarse de poder
encontrarla rápidamente si la necesitaba. Sosteniendo el
garrote con firmeza, escuchó el sonido de las espadas en el
camino mientras avanzaba, tranquilizada por el ritmo
uniforme de sus choques.
Entonces lo vio, una figura solitaria y sombría de pie
junto a un árbol de espaldas a ella, mirando la pelea.
Sorprendida de que él pareciera no darse cuenta de su
presencia, ella vio la razón cuando él sostuvo un arco cerca
de su cadera derecha y colocó una flecha en la cuerda. La
forma de arco y flecha contra el agua iluminada por la luna
hizo que su intención fuera inconfundible.

Haciendo señas a Boreas para que se quedara detrás de


ella, se movió tan rápido como se atrevió.

Cuando el arquero se apartó del árbol, levantó el arco y


se llevó la cuerda a la mejilla, Catriona agarró el garrote con
fuerza con ambas manos y le golpeó la cabeza con tanta
fuerza como pudo.

Cayó a sus pies sin más ruido que un ruido sordo y un


murmullo de hojas. En el momento en que golpeó, una voz
profunda en su mente murmuró que él podría ser uno de los
suyos. Una oleada de alivio la envolvió al ver que él no era.

Estaba muerto o inconsciente, con el arco y la flecha


medio debajo de él. Haciendo señas a Boreas para vigilar al
villano, se volvió para mirar a los espadachines.

Fin parecía cansado, como debía estar, pensó. Recordó


sus pies tan recientemente tiernos y estaba segura de que
después de estar en el agua tanto tiempo, debían haber
estado tan entumecidos como los de ella. Sin embargo, los
suyos eran resistentes al cuero. Los de él todavía no lo eran.

Por otro lado, el frío no parecía molestarle, e Ivor era


igual. Ivor sólo tenía que ver la luz del sol para desnudarse
el torso y disfrutar de él.

Fin parecía como si estuviera manejando a Rory tan


hábilmente como antes. Luego tropezó y Rory le apuntó con
la espada. Cuando Catriona jadeó, Fin desvió la espada
asesina y recuperó el equilibrio, pero ella ya había visto
suficiente.

Mirando con recelo a su víctima y viendo que estaba tan


quieto como podría estar un hombre, y que Boreas lo estaba
vigilando de cerca, sacó el arco de debajo de él y tiró de la
flecha de debajo de su codo. Luego, alejándose con
prudencia, observó a los dos espadachines en el camino.

Los movimientos de ninguno de los dos eran tan ágiles


como antes, pero, aunque esperaba que Fin pronto
acelerara el paso y pasara a la ofensiva, no lo hizo. Tropezó
de nuevo y Comyn dio un salto hacia adelante.

Una vez más, Fin desvió el golpe y se recuperó.

Catriona colocó la flecha en la cuerda del arco y se


preparó para tirar. No era una arquera muy hábil, pero Ivor
le había enseñado, tal como le había enseñado a usar su
daga. Tomando la posición, tiró la cuerda del arco hacia
atrás lo suficiente para asegurarse de que podía.
Asegurándose de que, aunque no era un tiro fácil, sí era
posible, apuntó a un punto de la maleza unos metros a la
izquierda de los dos espadachines, esperó a que se
movieran más separados en el camino y soltó la flecha.
Para su sorpresa, mientras lanzaba, Comyn saltó a la
ladera por encima de Fin, se volvió para atacar de nuevo y
la flecha golpeó justo entre ellos.

Ambos hombres se sobresaltaron al verlo, pero Fin se


recuperó más rápido. Con un movimiento ascendente de su
espada y un movimiento rápido de la muñeca, envió la
espada de Comyn girando hacia arriba y sobre su propia
cabeza y de regreso hacia el lago, donde hizo un gran y
satisfactorio chapoteo.

Comyn rugió hacia el bosque. —¡Estúpido bastardo!


¡Casi me matas a mí!

Eso fue todo lo que dijo, sin embargo, antes de que el


puño de Fin golpeara su barbilla y se derrumbara de la
misma manera que lo había hecho el hombre que yacía a
unos metros de Catriona.

La voz tranquila de Tadhg desde atrás la sobresaltó casi


fuera de su piel. —Rayos, mi lady —dijo. —Erró al villano.
¡Se habría visto mejor con la flecha a través de sus orejetas!
 

***
 

Fin se agachó, esperando que el arquero oculto se


revelara. Cuando cuatro figuras musculosas salieron a la luz
de la luna desde las sombras del bosque, sintió la misma
sensación de fatalismo que había sentido en Perth al darse
cuenta de que estaba solo contra otros cuatro hombres del
Clan Chattan. Rory Comyn todavía yacía donde había caído.

Cuando Fin se dispuso, vio que los demás no lo hacían.


Entonces Tadhg y Catriona salieron del bosque detrás de
ellos y Boreas corrió hacia él.
Catriona corrió delante de los demás y Fin la tomó en
sus brazos. —No me digas que liberaste a nuestros hombres
mientras yo peleaba aquí con Comyn, lass.

—Nay, yo hice eso —dijo Tadhg, moviéndose detrás de


ella. —Una veintena de los Comyn estaban esperando a los
nueve nuevos muchachos cuando llegamos en el barco, Sir
Fin. Pero cuando salieron del bosque, fueron por todos
nuestros muchachos corpulentos sin hacerme caso. Así que,
en el desorden, fui a tierra y me escondí entre los arbustos.

—Menos mal que lo hizo —dijo uno de los otros


hombres.

—Tadhg fue muy valiente —dijo Cat. —Será un buen


caballero algún día.

—Aye, lo seré —dijo Tadhg. —Ése que está allí, que


usted golpeó llamó a otro y fueron a ver si habían atrapado
a todos nuestros vigilantes. Así que esperé mucho, sentado,
hasta que pensé que no volverían y que los guardias
estaban durmiendo. Luego me arrastré y desaté a un par de
nuestros hombres. Pero esa persona y su hombre
regresaron entonces, así que tuvimos que permanecer
ocultos. Entonces los dos dijeron que sería mejor que
volvieran a la presa. Lo siguiente que supimos fue que las
espadas estaban resonando. Sus guardias miraron para ver
qué estaba sucediendo, por lo que nuestros muchachos que
habíamos liberado se encargaron de ellos. Luego liberamos
a los demás.

—Dijiste que había dos hombres, Tadhg, pero sólo he


visto a Rory Comyn —dijo Fin. —Me desafió solo, pero tenía
un arquero escondido en el bosque, porque Comyn le gritó.
Rayos, deben haber visto al tipo, lads —agregó. —Me
disparó justo antes de que salieran de ese bosque.
—¡Nay, entonces, ella no le disparó a usted! —Tadhg dijo
indignado. —Ella...

Fin ya había sentido que Catriona se ponía rígida.


Alejándola un poco, le espetó asombrado. —¿Tú disparaste
esa flecha?
 

***
 

Catriona escuchó asombro en su voz, pero deseó que la


luz de la luna no estuviera detrás de él para poder ver su
expresión. Sus manos la asían con fuerza.
Los otros hombres y Tadhg se habían quedado en
silencio. Nadie se movió.
—Sólo quise asustar a Rory, sir, porque pude ver que
estaba cansado y que le dolían los pies —dijo. —Apunté bien
hacia el lado cuesta arriba de ustedes dos, pero él saltó
hacia ese lugar justo cuando yo solté la flecha, por lo que
golpeó entre ustedes.

—¿Dónde encontraste el arma? —preguntó.


Aunque su voz era tranquila, su tono aumentó la tensión
en ella.
Trató de pensar en la mejor manera de responder a la
pregunta.

—Tadhg —dijo Fin. —¿Viste de dónde vino el arma?


—Nay, pero debe haber venido del tipo tendido a los
pies de ella —dijo el niño. —Un par de nuestros muchachos
están tratando de despertarlo ahora. Le digo que habría
hecho mejor en poner esa flecha directamente a través de
la gruesa cabeza de ese Comyn, pero luego lo golpeó, así
que está bien. ¿Estará muerto, Sir Fin?
—Espero que no, porque quiero presentárselo al
Mackintosh. Pero primero, señora esposa… —añadió. —
Quiero saber cómo consiguió ese arco.
Sabiendo que él podía ver su rostro mejor que ella, y
muy consciente de la audiencia, Catriona no quería discutir
el asunto allí. —Deberíamos regresar —dijo.
—En unos minutos —dijo él, la nota de advertencia
ahora clara en su voz.
—Aye, muy bien entonces. Pero no te gustará, porque
cuando vi a ese hombre, yo... —se detuvo cuando sus
agudos oídos captaron un sonido extraño en la noche.
Fin también lo oyó y miró hacia el extremo norte del
lago.
El agua parecía tranquila, plateada reluciente a la luz de
la luna, pero ella escuchó un chirrido y crujido. Luego vino
una mezcla caótica de sonidos más fuertes, seguidos de
otros más bajos. Momentos después, escuchó hombres
gritando en la distancia, una segunda explosión de sonido y
el rugido del agua corriendo.

—Mira —dijo Fin. —La superficie del lago se está


moviendo.

—¡La presa se rompió! —exclamó ella, y se volvió hacia


él, sonriendo. —¡Lo hicimos!
La rodeó con un brazo y la abrazó de nuevo. —Aye —
dijo. —Lo hicimos.
—Y justo a tiempo —dijo Tadhg. —Miren las nubes. Yo
diría que volverá a llover antes de la mañana y yo todavía
estoy tan mojado de antes.
El humor de Fin se había aliviado con el colapso de la
presa, pero Catriona sabía que no se había olvidado del arco
y la flecha. Estaba segura de que él había deducido la
mayor parte de la verdad, porque no se imaginaba que
simplemente se los había encontrado.

Pero se preguntó si él estaría agradecido por lo que


había hecho. Los hombres pueden ser impredecibles en
tales asuntos.
 

***
 

—No nos llevaremos a Rory Comyn con nosotros, sir —le


dijo a Fin un hombre que se había arrodillado junto al
Comyn. —Tiene la cabeza partida. Probablemente se la
rompió en la roca aquí cuando cayó, aunque es posible que
usted mismo la haya roto cuando lo golpeó.

—Nos ahorró la molestia de colgarlo —dijo otro hombre.


—Y supongo que el anciano se alegrará de oírlo.
¿Cruzaremos ahora, sir?

A pesar de la oscuridad negra de las nubes que


descendían, la luz de la luna aún brillaba entre ellos y Fin
reconoció a un remero entre los antiguos prisioneros.
—¿Qué opinas de esa corriente? —le preguntó. —¿Y
tenemos un barco?
—Aye, claro, sir —dijo el hombre. —El barco está en el
embarcadero, porque los villanos pensaron que lo querrían.
Y estaríamos remando con la corriente, que sería tan fácil
como respirar. Regresar remando será otro asunto hasta
que el agua vuelva a descansar tranquilamente.
—No quiero que nos vayamos todos —dijo Fin. —Los
ocho que vinieron a tomar la guardia hasta el amanecer se
quedarán y cualquiera que haya dormido un poco. Traten
con respeto el cuerpo de Comyn y los dos que encontrarán
cerca de la orilla, se los devolveremos a sus familiares.
Otros Comyn estarán despiertos si el torrente no los
alcanzó, y había una veintena de ellos, así que mantengan
los ojos abiertos. El resto vendrá con nosotros, si todos
cabemos.

El remero se rió. —Rayos, si Lady Cat pudo remar con


usted y ese Boreas en el bote, creo que podemos remar con
nosotros y ustedes tres en nuestro barco.

—¿Y yo? —Tadhg dijo apresuradamente.


—Y tú —dijo Fin, dándole una palmada en el hombro.

Mientras giraban hacia la orilla, Fin se dio cuenta de


nuevo de que el agua corría hacia el norte y pensó que el río
probablemente estaba formando una hermosa cascada
ahora.
Hicieron el viaje de regreso al castillo con la misma
facilidad que habían previsto los remeros. El bote estaba
abarrotado, pero Fin sabía que el peso adicional ayudaba a
los remeros a mantener el rumbo. La corriente era más
fuerte en los estrechos, donde los remeros la utilizaron en
su propio beneficio para hacer el desembarco. Gracias a la
luz de la luna persistente y a los observadores en las
murallas, Aodán y otro hombre de armas estaban allí para
ayudarlos y ayudar a sacar el bote del agua.

Al darse cuenta de lo callada que estaba Catriona, Fin le


pasó un brazo por los hombros mientras se dirigían con los
demás hacia la entrada. —¿Tienes frío, cariño?
—Un poco —admitió ella. —Pero no tanto como
probablemente debería tener.
—No voy a asesinarte, Cat —murmuró cerca de su oído.

—Pero estabas molesto conmigo.


—Un poco, aye —estuvo de acuerdo. —Pero no tan
molesto como podría haberlo estado.

Sonriendo, se inclinó hacia él. —¿Debes hablar con el


abuelo de inmediato?

—Aye, y a cualquier otra persona que pudiera estar


despierta. No despertaremos a Rothesay ni a Alex, porque
con un bote aquí, fácilmente podemos sacarlos temprano si
es necesario. Pero irás directamente arriba y te meterás en
la cama, incluso si los demás nos están esperando.
—Uno de ellos puede ordenarme que me quede —dijo.

—No lo permitiré —dijo.


 

***
 

Catriona le creyó, aunque no estaba segura de que Fin


pudiera revocar una orden de Rothesay o Alex, o de su
abuelo.
Sin embargo, su abuelo era el único en el pasillo cuando
entraron, y aunque le dio una mirada que parecía mitad de
alivio y mitad de molestia, sólo habló con Fin. Así que
cuando Fin señaló con la cabeza hacia la escalera, ella le
entregó silenciosamente su manto, que había mantenido
envuelto alrededor de ella.
—Le ayudará a mantener su dignidad, sir, porque su
túnica todavía está húmeda —dijo. —El manto también te
mantendrá más abrigado.

—Me calentaré muy pronto. Y si no lo hago, puedes


encargarte de ello cuando me vaya a la cama.
Su cuerpo respondió instantáneamente a esas palabras
y se apresuró a subir las escaleras para encontrar a Ailvie
dormida en un jergón junto a la cama. La sirvienta se
despertó y se levantó de un salto, exclamando ante la
aparición de su ama.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Catriona. —Es


la mitad de la noche.

—Aye, claro, ¿y qué cree que pensé cuando Aodán me


despertó para decir que su gatito estaba maullando tan
fuerte que subió para meterlo en su habitación sólo para
encontrar la puerta entreabierta y usted no se encontraba
por ningún lado?
—Oh, Ailvie —dijo Catriona, comprendiendo ahora la
expresión de su abuelo. —Lamento si mi ausencia te
asustó, pero estaba con Sir Finlagh y ahora he vuelto.
—Ha vuelto, aye, así que no le preguntaré por qué está
húmeda de la punta hasta los pies y sin duda temblando de
escalofríos. Sólo le quitaré la ropa y la meteré en esa cama.
Pronto se fue y Catriona yacía desnuda en la cama con
el gatito ronroneando para calentarla. Boreas no la había
seguido arriba, sin duda prefería el calor del fuego del salón.
Aunque, al escuchar el sonido relajante de la suave
lluvia afuera, esperaba quedarse dormida rápidamente,
pronto se encontró tratando de imaginar lo que estaba
sucediendo en el piso de abajo y lo que Fin le diría cuando
llegara a la cama.
Cuando lo hizo, ella estaba dormitando, pero el
chasquido del pestillo la despertó por completo. Cuando
reconoció su figura contra el resplandor de la antorcha del
pasillo, dijo: —¿Qué dijo el abuelo?

—Ya que estás despierta, encenderé una vela o dos —


dijo. Tomando una de una pequeña mesa cercana, la
encendió con la antorcha y luego la usó para encender dos
más. Cuando terminó, se quitó el manto y la túnica, los
arrojó a un lado y se metió en la cama junto a ella. El gatito
huyó.

—Te sientes caliente —murmuró ella, mientras él la


abrazaba. —Pero no sé por qué encendiste velas sólo para
venir a la cama.

—¿No lo sabes? —movió una mano para tomar su pecho


izquierdo, rozando su pezón con el pulgar.

—¿Qué dijo el abuelo? —le preguntó de nuevo, tratando


de ignorar las sensaciones que él estaba provocando en ella
el tiempo suficiente para obtener una respuesta a su
pregunta.
—No te preocupes —dijo.

—Fin, si hacerme esperar para saberlo es otra de tus


formas de castigar...
—No lo es, cariño. Sólo quiero hacerle el amor a mi
esposa.
—Y puedes, pero ¿qué pasa con...?

—Ya te lo dije, dijo que no te preocupes... ni por Albany o


Douglas. Dijo que el clima y nuestros hombres que esperan
en gran número para recibirlos los harán retroceder.
—Los ríos estarán rugiendo mucho —dijo, asintiendo. —
No sólo por la lluvia, sino también porque la lluvia es cálida
y derretirá lo que queda de nieve. Debe haber pocos vados
lo suficientemente seguros para usar en cualquier lugar
cercano, o en Glen Garry.
—Es lo que él dice, aye, pero escucharemos sobre todo
eso mañana.
—¿Le dijiste al abuelo que estaba contigo en la represa?

—Lo hice, aye. Me pidió los detalles, Cat, así que le


conté todo.
Ella suspiró. —Él tendrá mucho que decirme, al igual que
mi padre e Ivor.
—No lo creo, mi amor.

—¿No es así? —la nueva expresión cariñosa la


reconfortó.
—Puede que espere que yo te diga algo, o incluso que
haga algo, pero ahora soy tu esposo, así que no interferirá.
Creo que tampoco tu padre —entonces se rió. —No hablaré
por Ivor.

—Ah, pero puedes protegerme de él. Incluso dice que


eres mucho mejor con la espada que él.
—Lo soy, pero no lo pensaste esta noche, ¿verdad?
Ella tragó saliva y un dolor le inundó la garganta. Como
él no continuó, supo que la estaba esperando que hablara,
que le explicara sobre el arco y dijera por qué había
disparado la flecha.
—No era lo que pensabas —dijo.
—¿Cómo sabes lo que pensé?
—Me lo acabas de decir —dijo. —Estaba aterrorizada por
ti, porque podía ver que te dolían los pies. Y ese hombre
horrible estaba a punto de dispararte desde el bosque.
—Aye, pero tengo curiosidad por eso. ¿Cómo es que
falló?
Optando por la verdad, ella contestó. —Él se estaba
concentrando en lo que tenía que hacer, así que me arrastré
y lo golpeé con un tronco robusto que había encontrado
cerca de unos arbustos.
—¿Y entonces? —su voz tenía un sonido extraño y tenso,
así que decidió que sería mejor que no mirarlo hasta que le
hubiera contado todo.
—Te vi tropezar dos veces.

—Comyn también tropezó, varias veces. Ese camino es


rocoso. Tú lo sabes.
—Aye, pero nunca lo vi tropezar y el arco estaba allí.
Pensé que podría asustarlo si disparaba una flecha cerca de
él. Nunca quise que cayera entre ustedes. Puede... Dios,
¡Dios mío, pude haberte disparado!

Al principio, pensó que él estaba temblando, incluso


tiritando. Pero luego se dio cuenta de que se estaba
moviendo más y lo miró. —¡Te estás riendo!
—Lo... lo estoy —estuvo de acuerdo, casi riendo. —La
idea de que te acerques y golpees a ese villano...
 

***
 
Fin pensó que parecía lista para asesinarlo, así que la
besó y dijo: —Lo más probable es que me hayas salvado la
vida de nuevo, cariño, y sé que no me habrías disparado. Si
le dabas a alguien, habría sido a Comyn por ser lo
suficientemente tonto como para saltar frente a tu flecha.
—¿Estás sugiriendo que para que pueda golpear algo
tendría que saltar frente a mí? —exigió.
—No estoy diciendo eso. Recuerda que me dijiste que
podías disparar. Deduje de eso que Ivor te había enseñado,
y aunque dudo que seas tan buena tiradora como él, confío
en que no me des por error. Llámalo confianza instintiva, si
quieres. No creo ser tan tonto como para pensar tal cosa
sólo porque te amo.
—¿Me amas?

—¿Puedes dudarlo? ¿Habría confiado en una chica a la


que no amo o que no me ama para que se pare sobre mí
mientras estaba bajo el agua perforando agujeros en esa
endemoniada presa?
—Puede confiar en su instinto, sir —dijo, poniendo una
mano suave en su mejilla. —Te amo y he visto que tus
instintos son sólidos.
—Yo mismo debí haber confiado en ellos mucho antes —
dijo con seriedad. —Me di cuenta de eso mientras estaba
perforando esos agujeros.
—Misericordia, ¿cómo?

—Como no me pareció útil reflexionar sobre lo que


podría suceder si el peso del agua por sí solo derribara esa
presa, o si me preocupara por el agua helada, volví mis
pensamientos a otras cosas. Quizás ayude si te explico que
una vez le dije a Ian que creo en enseñar a los hombres a
aprender por sus propios errores, porque creo que eso les
enseña a tomar mejores decisiones. Luego me preguntaste
si el entrenamiento de un hombre no era precisamente lo
que desarrolla los instintos en los que confía en la batalla...
y en la vida, en cualquier caso. También me recordaste que
un hombre honorable no puede matar para proteger su
honor. En resumen, lass, me di cuenta de que uno puede
tomar una decisión si no la toma. Yo lo hice.

—Tu dilema —dijo. —¿Eso es lo que estabas pensando


entonces? ¿Significa eso que ya estás listo para contármelo?
—Pensé que pronto habrías deducido que el amigo cuyo
dilema te hablé era yo mismo. Puedo recordar a Ivor
contando historias como esa antes de saber que podía
contarme cualquier cosa.

—Tienes razón —dijo. —¿Quién era el pariente que


encontraste muriendo?
—Mi padre.
—Oh, Fin —ella se acercó y lo abrazó. —Y ¿quién…? —
ella se puso rígida pero pronto se relajó. —Tu padre era el
líder de la guerra —dijo. —Así que hubiera querido vengarse
de mi padre, al menos. Y viniste aquí...
—Vine porque Rothesay me envió. No sabía que Shaw
era tu padre hasta que me lo dijiste y acepté tu hospitalidad
aquí porque tenía que ver al Mackintosh. Pero, cariño, lo que
intento decirte es que ya había elegido entre esos dos
juramentos. Simplemente no lo sabía. Cat, han pasado
cuatro años y medio desde la batalla de Perth. Si hubiera
creído que matar a tu padre estaba bien...
—Lo habrías hecho hace mucho tiempo, aye. Yo sí veo
eso. Entonces, estoy de acuerdo en que tomaste la decisión
sin darte cuenta, simplemente por no elegir. Eso fue
instinto, ¿no? Sin embargo, creo que hubiera sido mejor si
hubieras reconocido hace mucho tiempo el simple hecho de
que uno siempre debe elegir la vida antes que la muerte.
—Aye, tal vez, pero soy un guerrero, cariño, y uno
bueno. Lo más probable es que vuelva a matar y lo sabes.
—Lo sé, pero no quiero hablar de guerra o de matar
ahora. Quiero que me abraces. Y en verdad, sir, si quiere
tomarme, será mejor que lo haga pronto, porque por mucho
que lo desee, estoy tan cansada que apenas puedo
mantener los ojos abiertos.
—No sabes lo contento que estoy de escuchar eso —
murmuró, besándola. —Voy a apagar esas velas.

—Hay algo que debería decirte también —dijo. —Verás,


durante esos cuatro años y medio, pensé que todos los
Cameron eran hijos del demonio. Luego te conocí y llegué a
pensar en ti como un buen amigo. Entonces, más tarde, ser
un Cameron no parecía tan terrible. Pero asumí que tu
familia se sentiría por los Mackintosh de la misma manera
que yo me sentía por los Cameron. Entonces conocí a Ewan,
y él era sólo tu hermano y yo tu esposa. Dudo que pensara
en él como un malvado Cameron, incluso cuando me dijiste
quién era. Me gusta y quiero ver el Castillo de Tor contigo.
—Creo que todavía pasaremos la mayor parte de
nuestro tiempo en el Castillo de Raitt —dijo. —Pero también
veremos a Ewan a menudo. Y todos pasaremos la Navidad
juntos en el Castillo de Tor.
 

***
 
Cat lo vio apagar las velas y lo sintió volver a meterse
en la cama, pero no supo nada más hasta que el gatito
exigió que lo liberaran a la mañana siguiente. Incluso
entonces, apenas notó que Fin se levantaba para dejarlo
salir y estaba dormida antes de que él regresara.
Cuando la despertó, la luz del sol del mediodía entraba a
raudales por la ventana abierta y él ya estaba vestido.
—Es casi la hora de comer —dijo. —E Ivor ha vuelto.
—¿Ya?
—Aye, y terriblemente molesto.
Ella arqueó las cejas. —¿Por qué? Si ha vuelto, Albany
debe haber vuelto a los Cairngorms. Entonces, cualquier
problema que pretendiera crear...
—No es necesario que nos preocupemos más por ahora
—dijo. —Pero, aunque el ejército que intentó pasar allí
enarbolaba un estandarte real, era Sir Martin Redmyre, uno
de los capitanes de Albany, quien lo dirigía. No había
señales de Albany, o eso escuchó Ivor de los observadores
que se reunieron con él y le dijeron que el clima en el paso
alto los había derrotado. Habría regresado antes si la lluvia
no hubiera caído con tanta fuerza, pero se refugiaron y
acamparon. Así que le molesta que también se haya perdido
todo lo que pasó aquí. Y tu padre envió un mensajero.
—Entonces debe haber derrotado a los hombres de
Douglas en Glen Garry.
—Aye, e igualmente sin una batalla —dijo Fin. —Envió a
dos muchachos para que se encontraran con Douglas,
haciéndose pasar por Comyn. Le dijeron que Rothesay y
Alex habían huido y le aseguraron que el mal tiempo
evitaría que el otro ejército pasara por los pasos altos.
También mencionaron que el ejército de tu padre estaba
esperando en lo alto de la cañada. Douglas se volvió de
inmediato.
—Pero Rothesay todavía no ha hecho las alianzas —dijo.
—Alex hará lo que pueda, pero Donald no hará nada —
dijo Fin, quitándose la túnica. —El mensajero de Shaw
también trajo más malas noticias. Douglas les dijo a sus
hombres que la Reina estaba enferma. Dicen que no es
grave, pero Rothesay está preocupado.
—Cualquiera podría estarlo —dijo. —Ella es su madre,
después de todo.

—Ella es más que eso, lass. Ella es su aliada más fuerte.


Annabella Drummond tiene poderosos aliados propios. Pero
sin ella para animarlos a defenderlo, es posible que no
estén tan ansiosos por apoyarlo. Si Davy la pierde...
—Tendrá menos amigos de los que tiene ahora —dijo. —
¿Por qué se quita toda la ropa si vamos a comer, sir?

—Porque podemos comer en cualquier momento, mi


amor, y creo que anoche comenzamos algo que ambos
estábamos demasiado cansados para terminar. Muévete
para que pueda enseñarte más formas de complacerme.
Después de eso, sus actividades adquirieron un sentido
de urgencia. Tan pronto como se acostó a su lado, sintió su
pene palpitar ansiosamente contra ella, buscando su nido.
El propio cuerpo de ella respondió de inmediato, pero Fin se
agachó más, acariciándola, provocándola con sus caricias y
besándola, deteniéndose para saborear sus pechos
mientras una mano buscaba ver si estaba lista para él.
Ella podía decir que lo estaba, pero él se tomó el tiempo
para arrastrar besos por su cuerpo, provocándolo más hasta
que ella suplicó por su liberación. Por fin, agarrando un
mechón de cabello de él, riendo, ella se retorció y trató de
salir de debajo de él. Pero él la atrapó y la apretó contra su
espalda, inclinándose sobre ella como lo había hecho en
Moigh, sonriendo.

—¿Me conquistarías, lass?


—Pensé que podría intentarlo —dijo, guiñándole un ojo.
—Rayos, te mostraré cómo hacerlo yo mismo.
Ella ya había aprendido formas de excitarlo, pero él le
mostró algunas más y ella respondió con entusiasmo a sus
instrucciones. También le enseñó nuevas formas de
excitarla, especialmente con su ágil lengua.
Al fin, sin embargo, la tomó con rapidez y fuerza,
exigiéndola cada vez más hasta que su pasión los envió por
fin al éxtasis.
Tumbada en los brazos de su marido, saciada, Cat
ronroneaba.
 
Querido lector,
 

Espero que hayas disfrutado de El Amo de Highland.


La historia se desarrolló a partir de una leyenda de los
Mackintosh sobre una represa que los Comyn hicieron en un
lago. El incidente, nunca fechado, pudo haber tenido lugar
en el Castillo de Moigh o en el castillo de la isla de Loch an
Eilein, conocido como Rothiemurchus (como lo era la mayor
parte de esa parte de Strathspey entonces y la mayor parte
de ella hasta el día de hoy). Elegí recrear el libro en
Rothiemurchus, porque la cuenca en la que se encuentra
Loch an Eilein parecía un lugar más plausible para una presa
tan efectiva que la de Loch Moy.
Los lobos eran comunes en Escocia y el norte de
Inglaterra en la época medieval, y hay muchas historias de
su extinción. El último lobo en el noreste de Escocia murió
en Kirkmichael, Banffshire, en 1644. Sir Ewen Cameron de
Lochiel en Killiecrankie mató al último en Perthshire en
1680. Y un MacQueen, acosador del terrateniente de
Mackintosh, mató al último lobo de todos en 1743
(Diccionario de historia escocesa).

La batalla de clanes de Perth, septiembre de 1396, está


muy estudiada, pero aún existe controversia sobre cuáles
clanes estuvieron involucrados. Casi todos los historiadores
están de acuerdo en que el vencedor fue el Clan Chattan,
pero muchos han sugerido otros clanes, diferentes del Clan
Cameron, como oponentes. El único que tiene sentido lógico
para mí es Cameron.

El clan Cameron no sólo era otra poderosa


confederación, sino una con la que el clan Chattan,
específicamente los Mackintosh, había estado peleando
desde siempre por la tierra que ambos clanes reclamaban.
Tiene sentido que una disputa continua entre dos
confederaciones, con muchas tribus en cada una, pueda
causar suficientes problemas en las Highlands como para
que el Rey se apresure a intervenir.

Además, existió una tregua entre los dos clanes durante


varios años, que comenzó poco después de la batalla. Sin
embargo, la cuestión legal no se resolvió hasta el siglo XVI,
cuando los tribunales decidieron a favor de los Mackintosh.
Un problema con respecto a que los Cameron fueran el
segundo clan fue que continuaron residiendo en Loch Arkaig
en Lochaber, que era la tierra en cuestión. Lógicamente, los
Mackintosh deberían haber podido echarlos.

Sin embargo, consulté a mi experto principal y


estuvimos de acuerdo en que mi solución a esa pregunta en
El Amo de Higland es la más probable, dadas las
circunstancias.

Los ejércitos de Albany y los de sus aliados intentaban


con frecuencia perseguir a los highlanders hasta las
Higlands, pero rara vez con mucho éxito.
Los lectores a menudo preguntan dónde obtengo
información sobre ceremonias de boda. Las palabras de este
libro provienen de un misal usado durante el reinado de
Ricardo II en Inglaterra (1377-1399). Las iglesias escocesa e
inglesa en ese momento derivaron sus ritos de los romanos,
por lo que las ceremonias habrían sido las mismas.

Después de servir como Capitán del Clan Chattan


durante casi cuarenta años, Lachlan mac William
Mackintosh murió a una edad avanzada en 1407, dejando,
junto a su esposa Agnes, hija de Hugh Fraser de Lovat, un
hijo, Ferquhard, que lo sucedió, y una hija, cuyo nombre
probablemente no era Ealga y que se casó con Chisholm de
Strathglass, no con Shaw Mackintosh. Se casó con “una hija
de Robert mac Alasdair vic Aona” y, por lo tanto, su hija
aquí, Catriona, es completamente ficticia, al igual que Fin.

Mis fuentes para El Amo de Highland incluyen The


Confederation of Clan Chattan, Its Kith and Kin por Charles
Fraser-Mackintosh de Drummond, Glasgow, 1898; The
House and Clan of Mackintosh and of the Clan Chattan por
Alexander Mackintosh Shaw, Moy Hall, n.d., y, por supuesto,
el siempre impresionante Donald MacRae.

También debo agradecer al administrador de mi página


web, David Durein, por compartir su conocimiento experto y
experiencia personal tanto en la creación como en la
eliminación de una presa en una ubicación similar pero bien
intencionada, y a la siempre eficiente Julie Ruhle, que me
mantiene cuerda al lidiar con las trivialidades siempre que
puede.

Como siempre, agradezco a mis maravillosos agentes,


Lucy Childs y Aaron Priest, mi excelente editora, Frances
Jalet-Miller, la editora senior Selina McLemore, la directora
de producción Anna Maria Piluso, el extraordinario corrector
de estilo Sean Devlin, la directora de arte Diane Luger, la
artista de portada Claire Brown, La directora editorial Amy
Pierpont, la vicepresidenta y editora en jefe Beth de
Guzmán, y todos los demás en Grand Central Publishing /
Forever de Hachette Book Group que contribuyeron a este
libro.

Si te gustó El Amo de Highland, busca El Héroe de


Highland, la historia de Sir Ivor Mackintosh, una muchacha
impertinente que ignora el infame temperamento de Sir Ivor
(y resulta ser el pupilo del Rey), y un príncipe de siete años
con el hábito de comandar todo en su órbita. Debería estar
en tu librería favorita en octubre de 2011.

¡Mientras tanto, Suas Alba!


Atentamente,
Notas
[←1]
      Lad, laddie: muchacho, muchachito.
[←2]
      Aye: expresión escocesa que significa “sí”.
[←3]
      Nay: expresión escocesa que significa “no”.
[←4]
      Lass: abreviatura de “lassock” que significa muchacha, el diminutivo es “lassie”.
[←5]
      Faugh: exclamación que denota disgusto, desprecio, etc.
[←6]
      Auld Clootie: Nombre con el que los escoceses denominan al diablo.
[←7]
      Fin en inglés significa “aleta”. (N. del T.)
[←8]
      Sirrah: término para referirse, con desdén e ira, a niños o personas inferiores.
[←9]
      Hoots: exclamación de impaciencia o insatisfacción.
[←10]
      Cambiado: duendes que han sido dejado por las hadas en sustitución de un niño, en inglés
“changeling”. (N. del T.)

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