¡Hola!, un placer saludarte en esta oportunidad y compartir contigo el estudio de esta
semana, titulado: “Teman a Dios y denle gloria”. Vídeo Introducció n. El autor de la lecció n menciona una pará bola del filó sofo danés Soren Kierkegaard sobre el tiempo del fin. Esta pará bola me recuerda a la de Guillermo, un pastor de ovejas que, estando aburrido, llamaba a la gente anunciando que el lobo estaba en el redil, lo cual era mentira y se reía de ellos. Pero un día el lobo llegó de verdad y, cuando lo anunció , todos pensaron que era broma y ninguno fue. Y, aunque la historia de Guillermo tiene que ver má s con la verdad y la mentira, hoy día muchos ya no creen que el mundo se va a acabar. Creen que es broma, que es una mentira má s de este mundo. Pero el fin del mundo es real, y los acontecimientos que lo preceden, no son broma. Por eso debemos estar preparados. Ese es el propó sito del libro de Apocalipsis, preparar un pueblo para el pronto regreso de Jesú s y unirlo a él para dar el mensaje de los ú ltimos días al mundo. Por eso nos invita a temer a Dios, no a tenerle miedo sino a darle la reverencia que merece, ya que él es digno de ser admirado y respetado. Así como Abraham, quien no entendía el por qué Dios lo llamó a sacrificar a su hijo, aun así, estuvo dispuesto a hacerlo. Temer a Dios es hacer su voluntad aun cuando no la entendamos. La esencia del gran conflicto gira en torno a la sumisió n a Dios. Y temer a Dios no es algo malo, por el contrario, nos acerca a la salvació n. Nosotros sabemos que le tememos a Dios porque guardamos sus mandamientos. Claro, el temer a Dios es una actitud de respeto reverencial que nos lleva a la obediencia. Muchos piensan que, porque somos salvos por gracia, la ley de Dios ha sido minimizada. Pero no, la salvació n por gracia nos lleva a obedecer a Dios porque él mismo nos creó para buenas obras que él tenía preparadas desde antes. La gracia nos libera de la condenació n de la Ley, no de nuestra responsabilidad de obedecerla. Algunos dicen: “Solo Jesú s es suficiente”, pero, ¿cuá l Jesú s? Me gusta lo que dice la lecció n al respecto: “El Cristo de las Escrituras nunca nos lleva a restarle importancia a su Ley, que es la transcripció n de su cará cter. El Cristo de las Escrituras nunca nos lleva a minimizar las doctrinas de la Biblia, que revelan má s claramente quién es él y su plan para este mundo. El Cristo de las Escrituras nunca nos lleva a reducir su enseñ anza a trivialidades piadosas, que no son esenciales. Cristo es la encarnació n de toda verdad doctrinal. Jesú s es la Verdad encarnada. É l es la doctrina personificada”. Y para que esto sea posible, es necesario que vivamos enfocados en Dios. Jesú s nos dejó claro que él conoce nuestras necesidades, pero que, si lo buscamos primero, todo lo demá s será añ adido. Nuestra mirada debe estar fija en las cosas de arriba, si es que hemos resucitado juntamente con Cristo. Y al fijarnos en Jesú s, el autor y consumador de nuestra fe, podemos correr con paciencia esta carrera hacia la patria celestial. Debemos, entonces, elegir por él. Que nuestros pensamientos estén enfocados en lo que a Dios agrada. Nuestro accionar revela dó nde está n nuestros pensamientos. Es por eso que temer a Dios es hacer, decidir que él sea lo primero en nuestra vida. ¿Có mo podemos hacer que Cristo sea lo primero en nuestras vidas? Me gustaría que respondieras esta pregunta en los comentarios. La otra invitació n es a darle gloria a Dios. Y, cuando nuestra mente está centrada en Dios, cada aspecto de nuestra vida glorifica su nombre. Nuestro “somata” (cuerpo, mente y emociones), debiera ser un templo santo para nuestro Dios, quien nos compró con precio. É l desea morar en nosotros, por lo tanto, no debemos corromper su habitació n. Y nuestra adoració n a Dios, al entregarle cuerpo, mente y emociones; debe ser inteligente. Esta adoració n racional nos prepara para obedecer. Todo lo que hagamos sea para la honra y gloria de Dios. Y, ahora, te estará s preguntando, ¿có mo puedo hacer esto? ¿có mo puedo yo guardar los mandamientos de Dios y la fe de Jesú s? Precisamente esto, la fe de Jesú s. La fe de Jesú s es la que le permitió a Cristo ser victorioso. Vencemos, no por nuestra fuerza de voluntad, sino por el poder del Cristo viviente que obra por medio de nosotros. Vencemos por lo que él es. Es acercá ndonos a Cristo, contemplá ndolo, como podemos ser victoriosos. El Señ or salva a quienes se acercan a él. Y este acercamiento es transformador. ¿Te gustaría vencer? No dudes en acercarte a Cristo, su poder transformador te dará la victoria. Dios te bendiga.