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Tradición Desarrollo de Competencias1

Llamamos Tradición de Trabajo Desarrollo de Competencias, a un conjunto de propuestas


interventivas, que comparten una lógica de trabajo fundada en nociones y teorías propias
y características de la Psicología Social Clásica, y en esa medida, portadora de una óptica
epistémica objetivista.
Dicho en términos generales y utilizando la denominación de Moscovici (1985), la
perspectiva epistémica de estos modelos sería diádica, y sería común a estas atribuir
centralidad a la interrelación que se establece entre el sujeto y las dimensiones de su
ambiente social, concebidos como dos planos independientes y en relación de influencia. El
comportamiento se conceptualiza como una función de variables ambientales y variables
relativas a estados y procesos que ocurren en el sujeto (dentro de él), siendo la función de
representar y reflejar el mundo que realiza este sujeto por medio de sus procesos
cognitivos, el principal proceso desde donde se explica y entiende la conducta.
Son posibles de incluir en ella, entre otras, las prácticas interventivas específicas de la
Psiquiatría Preventiva formulada por Caplan (1964); los modelos de Competencia
Individual; de Comportamiento Prosocial y de Redes de Intercambio de Recursos, descritos
por Tyler (1984); los modelos de trabajo en habilidades sociales como los descritos en
Méndez, Macia y Olivares (1993), Kelly (1987) y Roth (1986); el modelo de Competencia que
formulan López y Costa (1986); el modelo de Apoyo Social propuesto por Gottlieb (Gracia;
1997);el modelo de Estrés Psicosocial propuesto por Dohrenwend (Hombrados; 1996); y los
llamados Grupos de Auto Ayuda (Sánchez Vidal; 1988 ).
Específicamente, como rasgo distintivo esta tradición entiende los problemas sociales y
psicosociales, así como la normalidad (disfunciones psicológicas, bienestar psicosocial,
adaptación–desadaptación de los sujetos) con relación al estado de equilibrio y
coordinación del sujeto individual con el medio social.
Así, tanto la raíz de las disfunciones de salud mental, y de las posibilidades de salud y
bienestar están en la relación entre individuo y entorno. Es allí donde hay que intervenir
para prevenir, promocionar la salud, curar y rehabilitar a las personas.

Psicología Social Clásica y diada sujeto-ambiente


Esta tradición en Psicología Comunitaria, desde sus bases conceptuales refiere una
perspectiva de la Psicología Social que, según señalamos, es de carácter diádico, en cuanto
separa sujeto (individuo) y objeto (entorno humano, social y material) (Páez, Valencia,
Morales y Ursua; 1992).

1
Extracto Alfaro, J. (2000). Tradición Desarrollo de Competencias. En Discusiones en Psicología
Comunitaria. (pp. 68-71), Santiago de Chile: Universidad Diego Portales.
Específicamente, se deriva de una concepción de la Psicología Social según la cual, tomando
el planteamiento de Hollander (1978), ésta sería una disciplina dedicada al estudio objetivo
y científico del individuo, como participante en las relaciones sociales y centrada en las
influencias que producen regularidades y diversidades en el comportamiento social
humano. Es decir, una disciplina que estudia la interrelación que se establece entre el sujeto
y las dimensiones de su ambiente social, concebidas como dos planos independientes y en
relaciones de influencia.
El psiquismo se constituiría en su capacidad de procesar representaciones, que son vistas
con un valor de referencia al mundo real (Páez, Valencia, Morales y Ursua; 1992). Se concibe
al individuo como un organismo que manipula y computa representaciones internas, que
tienen un cierto isomorfismo intrínseco con el mundo exterior.
Siguiendo a Brunner (1997), esta perspectiva se funda en un modelo que explica la actividad
humana desde constructos tales como esquemas, atención, memoria, que operan como
procedimientos que la anteceden. Las estructuras cognitivas “esquema” y otros conceptos
de la misma naturaleza son reglas, relativamente abstractas y generalizables, acerca de
ciertas regularidades que aparecen en la relación entre eventos y se constituyen en guía de
la conducta y, en el marco que influye en la forma en que se asimilan las nuevas
informaciones.
Esta perspectiva distingue el entorno como instancia independiente de los sujetos y define
a este como externo a los individuos y con capacidad de afectarlo (básicamente sus
dinámicas cognitivas) supone la mediación de los procesos y estructuras de percepción y
procesamiento de información (esquemas cognitivos).
Para desempeñar adecuadamente esta función de guía de la conducta, los esquemas,
integrados en una organización jerárquica, deben corresponderse lo mejor posible con la
realidad que pretenden representar, y estar unidos entre sí por un grado de coherencia
suficiente (Páez, Valencia, Morales y Ursua; 1992).
Aunque en los desarrollos interventivos se han usado un conjunto diverso de nociones y
conceptos para dar cuenta de los planos psicológico y social ya señalados, ha sido el
concepto de Estrés Psicosocial el que privilegiadamente se ha tomado en el análisis del
plano psicológico. El análisis de las características del ambiente se ha hecho desde la noción
de Apoyo Social, principalmente en referencia a la dimensión “Red de Apoyo Social”, y de
manera secundaria en relación con la dimensión “Apoyo Percibido”.

Por lo tanto, se profundizará en algunos modelos teóricos que conceptualizan y operativizan


estas ideas y principios orientadores.
Modelos de estrés psicosocial2

Modelo de Dohrenwend
A finales de los años setenta, el grupo de trabajo de Barbara Dohrenwend propone un
modelo de estrés psicosocial con el cual intenta dar respuesta a dos cuestiones básicas. Se
trata de dos disquisiciones que perturban a la psicología comunitaria: 1) qué hacen los
psicólogos comunitarios y 2) en qué se diferencia la psicología comunitaria de la psicología
clínica y/o de todas aquellas otras disciplinas que adoptan el término de comunitaria
(Sandler, Gresheimer y Braver, 2000).
Con respecto al primer interrogante, Dohrenwend afirma que la tarea del psicólogo
comunitario consiste en prevenir el estrés psicosocial cuya manifestación más grave
produce estados patológicos (mentales o sociales). El estrés psicosocial es un proceso
complejo que requiere diferentes acciones en momentos temporales distintos. Por ello, hay
un conjunto de acciones en psicología comunitaria, que si bien pueden parecer diferentes
e inconexas entre sí, tienen como propósito común reducir el estrés psicosocial (Sandler et
al., 2000).
Esta dimensión temporal es precisamente la clave que responde a la segunda cuestión.
Se trata del elemento que permite diferenciar la psicología comunitaria de la psicología
clínica y de la salud mental comunitaria. Así, la psicología clínica se preocupa por resolver
las manifestaciones patológicas que ocurren después de la reacción transitoria de estrés. La
salud mental comunitaria, en un momento temporal anterior, dirige sus esfuerzos a la
propia reacción transitoria de estrés (Buelga, 2001; Cantera, 2004a). La intervención en
crisis o la terapia breve pretende en este marco reducir la reacción transitoria de estrés
proporcionando recursos que inhiban una manifestación psicopatológica posterior.
La psicología comunitaria actúa en un momento temporal aún más anterior, es decir,
antes de que aparezca el suceso estresante. La praxis de la psicología comunitaria consiste
en proporcionar todos aquellos recursos psicológicos y situacionales que pueden ser
necesarios para afrontar en un futuro el estrés psicosocial. Así, es conocida la existencia de
sucesos estresantes que forman parte del ciclo vital de determinados sistemas sociales.
Desde esta perspectiva, por ejemplo, cobra importancia la acción preventiva en estrategias
de afrontamiento de estrés en familias con hijos que pronto serán adolescentes. Estas
acciones preventivas facilitan a las familias el paso por esta etapa de su ciclo vital, que
muestra ser especialmente crítica para algunos adolescentes (Buelga, Ravenna, Musitu y
Lila, 2006).
Por otra parte, con respecto a la operativización del modelo Dohrenwend postula que
el proceso de estrés psicosocial comienza con la aparición de uno o más sucesos vitales
estresantes. Estos eventos son definidos en la línea clásica de Lazarus, como cualquier
demanda externa o interna que sobrecarga o excede los recursos adaptativos de
afrontamiento de una persona o sistema social.

2
Tomado de Musitú et al. (2009). Psicología Social Comunitaria. PP 32-41
El impacto de estos eventos vitales estresantes que da lugar a una reacción de estrés
transitoria depende de las características psicológicas del sujeto y de los elementos
ambientales circundantes. La interacción de los mediadores psicológicos y de los
mediadores situacionales es, por tanto, lo que determina el tipo de respuesta de estrés. Esta
respuesta puede ser adaptativa o, por el contrario, disfuncional. La respuesta adaptativa de
estrés puede ser, a su vez, de dos formas: se puede afrontar con éxito el evento estresante
y lograr un cambio psicológico orientado hacia el crecimiento personal; o también, se puede
regresar al estado inicial de equilibrio sin cambios psicológicos en el sujeto.
En cambio, con la respuesta psicopatológica al estrés no hay posibilidad de afrontar
con éxito el suceso vital estresante; en realidad, la respuesta es el resultado pernicioso de
aspectos psicológicos y de factores ambientales. En este sentido, como indica Hombrados
(1996), este modelo pone el énfasis tanto en las circunstancias vitales de la persona como
en los recursos del individuo -psicológicos, materiales y sociales- disponibles para hacer
frente a las demandas requeridas.
Desde este modelo, las actuaciones preventivas dirigidas a potenciar los mediadores
psicológicos y situacionales desempeñan un papel central al ser considerados factores
protectores del estrés psicosocial. La intervención centrada en los mediadores psicológicos
se dirige a proporcionar competencias y estrategias de resolución de conflictos para
afrontar con éxito el estrés psicosocial. La intervención en los mediadores situacionales se
orienta, por su parte, a proporcionar todos aquellos recursos materiales y sociales que se
consideran necesarios para afrontar potenciales problemas. En este sentido, el apoyo social
es considerado como un mediador situacional esencial de afrontamiento de estrés. Su
efecto positivo en el bienestar de las personas está claramente confirmado por la literatura.
La pertenencia a una red social amplia y heterogénea que proporciona relaciones estables
y recíprocas y que permite desempeñar roles valorados socialmente, se relaciona
directamente con el bienestar psicológico de la persona (Gracia, 1997). Así, la integración
social, como han mostrado una gran cantidad de autores, tiene la propiedad de ejercer un
efecto directo en el bienestar psicosocial de la persona (Lin y Ensel, 1989; Herrero, Gracia y
Musitu, 1996; Herrero, 2004).
En definitiva, la contribución más importante de este modelo para la psicología
comunitaria reside en dos aspectos. Por una parte, restaura en un momento de confusión
conceptual, la actividad de la psicología comunitaria al insistir en el carácter preventivo de
la disciplina y por otra, pone de relieve la importancia de los mediadores psicológicos y
situacionales en la respuesta al estrés. Estos recursos psicosociales permiten reducir el
impacto de potenciales estresores psicosociales evitando así posibles respuestas
patológicas asociadas a una reacción desadaptativa al estrés (Buelga, 2001).
Un avance importante en el desarrollo del modelo de estrés psicosocial, es la
propuesta de Lin y Ensel (1989) que tiene en cuenta en su formulación no solo la salud
mental sino también la salud física.
Modelo de bienestar de Lin y Ensel
A finales de los años ochenta, Lin y Ensel, preocupados por los procesos de ajuste y
bienestar personal, proponen un modelo que incorpora nuevos y potentes factores para la
explicación de los procesos de salud y bienestar psicosocial. El estrés, como reconoce
Dohrenwend, es un proceso complejo que puede operativizarse no sólo como variable
dependiente, sino también como variable independiente. Esta es, justamente una de las
principales aportaciones fundamentales del modelo.
La propuesta integradora de Lin y Ensel (1989), se basa en la idea de que el estrés
puede describirse en términos de tres entornos o contextos (social, psicológico y
fisiológico), que incluyen a su vez dos tipos de fuerzas que pueden amenazar (estresores) o
potenciar (recursos) el bienestar psicosocial de las personas. Desde este modelo, siguiendo
a Herrero (1994, 2004), los tres entornos y sus respectivas fuerzas, son entendidos como
factores exógenos con efectos contrapuestos sobre el bienestar.
De acuerdo con Gracia, Herrero y Musitu (1996, 2000) este modelo especifica no sólo
la importancia de las experiencias sociales (sucesos vitales y apoyo social) en la génesis,
incremento y reducción de problemas físicos y psicológicos, sino también la influencia que
ejercen desde otros ámbitos otro tipo de recursos y estresores, como son los físicos y
psicológicos.
Así, por ejemplo, siguiendo a estos autores, los recursos psicológicos desempeñan un
importante papel en el proceso de reconocer los estímulos sociales estresantes y de
reaccionar posteriormente a los mismos en un intento de prevenir o eliminar sus efectos
potenciales negativos. En este sentido, la autoestima, competencia personal o locus de
control actúan como recursos que permiten reducir el impacto de un estresor. Por el
contrario, el estrés psicológico (depresión, ansiedad, problemas del sueño o del apetito,
somatizaciones) puede incrementar o acentuar los problemas de salud. Este modelo tiene
en cuenta además los efectos que tienen los estresores físicos (enfermedades,
sintomatología física), y recursos físicos (dieta, ejercicio, hábitos de salud) sobre el bienestar
de las personas).
Desde este modelo es posible plantear, por ejemplo, que la presencia crónica de una
enfermedad física (ámbito físico: estresor) puede disminuir la autoestima de la persona
(ámbito psicológico: recurso) llevándole a reducir sus contactos sociales que se verán
entonces reflejados en menores niveles de apoyo social (ámbito social: recursos). En este
proceso, la vulnerabilidad de la persona puede entonces aumentar frente a sucesos
externos estresantes (ámbito social: estresores) al presentarse en los distintos entornos,
diferentes estresores y pocos recursos.
Este modelo que tiene además la virtud de ser contrastado empíricamente, ha sido
ampliado por los mismos autores. En efecto, Ensel y Lin (1991) incorporan dos teorías para
explicar con mayor profusión el papel desempeñado por las variables psicosociales en la
relación estrés-bienestar. Los referentes sobre los que los autores fundamentan su nueva
propuesta son la teoría del afrontamiento (coping theories) y la teoría de la inhibición del
distrés (distress-deterring theories).
La teoría del afrontamiento postula que los recursos psicosociales son factores
mediadores en las relaciones estresores-bienestar. Estos factores psicosociales pueden
seguir tres direcciones. Por una parte, los recursos psicosociales pueden eliminar o
modificar las condiciones externas estresantes que causan los problemas. Asimismo, los
recursos pueden cambiar el significado de los estímulos externos de modo que se modifique
su naturaleza estresante. Finalmente, los recursos tienen la capacidad de alterar los niveles
de las respuestas emocionales.
Desde esta teoría, las variables psicosociales actúan como elementos reactivos que se
movilizan (o son adversamente influidos) en los procesos de afrontamiento ante
condiciones externas estresantes. La presencia de estrés justifica desde este planteamiento,
la puesta en escena de los recursos psicosociales. En cambio, desde la teoría de la inhibición
del distrés, no es necesario condiciones externas estresantes para la movilización de los
recursos. En este sentido, se plantean que independientemente de la ocurrencia de eventos
vitales estresantes, la presencia de recursos psicosociales representa un factor protector
para el distrés. En consecuencia, desde este planteamiento se considera que disponer de
recursos psicosociales ayuda a reforzar y a fortalecer el equilibrio psicológico y la estabilidad
emocional, disminuyendo de este modo la probabilidad de distrés.
En definitiva, la contribución de estos autores (1989,1991) representa un paso
importante tanto en lo que se refiere a la contrastación empírica del modelo de bienestar
propuesto como a la delimitación conceptual del apoyo social; un factor que tiene un peso
esencial en el modelo. El supuesto fundamental del modelo es según sus autores el
siguiente «sí consideramos los sucesos vitales estresantes como un aspecto del entorno
social con efectos perjudiciales sobre el bienestar, entonces es razonable esperar que
existan aspectos en el entorno social que incrementen la propia habilidad, bien para
mejorar el bienestar, o bien para contrarrestar los efectos potencialmente adversos de los
estresores».
Por otra parte, y probablemente alejada de una posible contrastación empírica, una
contribución especialmente interesante y prometedora con respecto a las relaciones entre
estrés, recursos y bienestar es la realizada por Sheldon Cohen (1992). Este autor se
preocupa por integrar dentro de un modelo no formal (modelo transaccional del estrés) los
conceptos y procesos implicados en las relaciones entre el estrés y el apoyo social como
predictores del desarrollo de desórdenes (enfermedades y síntomas psicológicos o
fisiológicos). A pesar de lo valioso que resulta esta aportación para descifrar las
interrelaciones entre estas variables, la formulación de este autor como señala él mismo,
sigue siendo todavía una herramienta organizacional más que la representación de un
modelo formal.
Como acabamos de ver, Lin y Ensel (1989) incluyen en su modelo el apoyo social como
recurso social determinante para el bienestar y salud de las personas. De hecho, estos
autores se han preocupado también por la conceptualización teórica de este constructo.
Han propuesto una definición que contempla las principales funciones que tiene el
apoyo social. Definen el apoyo social como «aquellas provisiones instrumentales o
expresivas, reales o percibidas, proporcionadas por la comunidad, redes sociales y
relaciones íntimas que pueden darse tanto en situaciones cotidianas como de crisis» (Lin,
1986; Lin y Ensel, 1989). Esta definición tiene la virtud de reflejar los dos elementos que
componen este constructo: social y apoyo. La variable «social» (aspecto estructural) refleja
los vínculos del individuo con el entorno social, los cuales pueden representarse en tres
niveles distintos: 1) la comunidad, 2) las redes sociales y 3) las relaciones íntimas y de
confianza. El elemento «apoyo» (aspecto procesual) se relaciona con las actividades
instrumentales y expresivas percibidas y reales (Lin, 1986; Lin y Ensel, 1989).
La dimensión estructural del apoyo social tiene que ver, por tanto, con las fuentes de
apoyo social que se corresponden según los autores a tres estratos distintos de las
relaciones sociales. Cada uno de estos niveles expresa vínculos entre los individuos y su
entorno social con características y connotaciones diferentes.
Desde esta perspectiva, Lin y Ensel (1989) consideran que el estrato más externo y
general del apoyo social es el que se establece con la comunidad. Las relaciones que se tejen
con la comunidad denotan la participación e identificación de la persona con la estructura
social más amplia. La participación voluntaria en servicios y organizaciones informales de
apoyo social, tales como asociaciones o grupos cívicos o en servicios y organizaciones
formales como servicios sociales comunitarios o grupos de autoayuda representa en este
estrato indicadores de esta integración.
El siguiente estrato, más cercano al individuo, hace referencia a las redes sociales a
través de las cuales se accede directa e indirectamente a un número relativamente amplio
de personas. Estas relaciones de carácter más específico (contactos y relaciones con vecinos
y miembros del barrio, relaciones en el trabajo, amistad, parentesco), proporcionan al
individuo un sentimiento de vinculación, de significado o impacto en el individuo mayor que
el proporcionado por las relaciones establecidas en el nivel anterior.
Finalmente, las relaciones íntimas y de confianza constituyen para el individuo el
último, más central y significativo de los estratos o categorías de relaciones sociales
propuestas. Este tipo de relaciones establecidas con personas significativas (pareja,
padre/madre, hermano/a, familiar cercano, parientes, amigos íntimos, compañeros de
trabajo) implica un sentimiento de compromiso, en el sentido de que se producen
intercambios mutuos y recíprocos y se comparte un sentido de responsabilidad por el
bienestar del otro.
Desde la perspectiva estructural, la unidad de análisis del apoyo social se refiere, por
tanto, a las dimensiones objetivas de los distintos contactos que constituyen la red social en
la que participa el individuo. Dimensiones que, obviamente, son distintas según la categoría
o fuente de apoyo social que se considere.
En esta línea, una aportación interesante es la realizada por Gracia, Herrero y Musitu
(1993). Estos autores proponen dos grandes sistemas de apoyo social (a.- redes de
relaciones sociales y b.- organizaciones y servicios formales e informales de apoyo social).
Distintas variables objetivas permiten evaluar desde un punto de visto estructural, estos dos
sistemas de apoyo social. Para la red de relaciones sociales se considera como variables
operativas el tamaño (número de personas con las que se mantiene contacto), rol
desempeñado, densidad, frecuencia de interacción, y reciprocidad son variables operativas.
Para los servicios y organizaciones formales e informales, la pertenencia, regularidad de la
participación y el tipo de contribución o colaboración (personal, económica) en el caso de
las organizaciones de carácter voluntario; y el uso y frecuencia de contacto con las
organizaciones para los servicios organizados o formales de apoyo social. Asimismo, Gracia
y Musitu entienden que una dimensión relevante para este último tipo de servicios de apoyo
social es el conocimiento de la disponibilidad de dichos servicios y organizaciones, así como
su accesibilidad.
Por otra parte, como recordamos, otro aspecto esencial del apoyo social se relaciona
con la dimensión subjetiva, es decir, con la percepción que tiene el individuo del apoyo
recibido así como con los aspectos funcionales de las relaciones sociales. Diversos estudios
han puesto de manifiesto que los efectos positivos del apoyo social en el bienestar se deben
más a la cualidad de las relaciones que a la cantidad de contactos sociales que tiene la
persona (Snyder y López, 2006).
La percepción del apoyo que ofrecen estas relaciones es lo que explica los efectos
beneficiosos del apoyo social, entendiendo por tanto que la existencia de relaciones no es
suficiente, para que los procesos de apoyo social tengan lugar (Gracia, 1997; Herrero, 2004).
Además numerosas relaciones sociales son fuentes de estrés y tienen consecuencias
negativas en el bienestar del individuo. En este sentido, Turner (1983) y más recientemente
Wen, Hawkley y Cacioppo (2006) concluyen que el elemento fundamental no es la mera
inserción objetiva en una red social densa, sino la existencia de una red de relaciones con
un significado de apoyo emocional, informacional y material percibido por el sujeto.
La importancia de la dimensión subjetiva del apoyo social parece, por tanto,
incuestionable. Desde esta perspectiva, la literatura señala dos funciones esenciales del
apoyo social: la función instrumental, y la función expresiva.
La dimensión expresiva hace referencia al uso de las relaciones sociales tanto como un
fin en sí mismas, como un medio por el cual el individuo satisface necesidades emocionales
y afiliativas, tales como sentirse amado, compartir sentimientos, sentirse valorado y
aceptado por los demás, o resolver frustraciones. Como señala Herrero (2004) un poderoso
recurso para sentirnos bien es tener con quién hablar de los propios problemas.
Numerosos autores apoyan este planteamiento, al referirse a cuestiones como: la
importancia de compartir los sentimientos, pensamientos y experiencias; la necesidad de
expresarse; la confianza y la intimidad; el afecto positivo e intenso; el dominio de las
emociones; los sentimientos de ser querido y cuidado; los sentimientos de ser valorado; los
elogios y expresiones de respeto y (Snyder y López, 2006). Es, además, este tipo de apoyo
el que desempeña un papel más importante en el fomento y mantenimiento de la salud y
el bienestar de modo que su pérdida tiene importantes efectos negativos sobre la salud
(Gracia, 1997; Wen et al., 2006).
La dimensión instrumental se refiere, por otra parte, al uso de las relaciones sociales
como un medio para lograr objetivos o metas, tales como conseguir trabajo, obtener un
préstamo, ayuda en el cuidado del hogar o de los hijos. En particular, el apoyo instrumental
se ha definido como prestación de ayuda material directa o servicios (Schaefer, Coyne y
Lazarus, 1982). Este tipo de apoyo resulta especialmente importante para las personas con
bajos ingresos o con escasos recursos materiales que tienen dificultades para acceder a los
servicios de ayuda profesional.
Además de estas dos dimensiones del apoyo social, otros autores como Turner (1983)
o Wills (1985) proponen además la función informacional del apoyo social. En este sentido,
Wills señala que el apoyo informacional hace referencia a la provisión de información acerca
de la naturaleza de determinado problema, los recursos relevantes para su afrontamiento
y las posibles vías de acción (modelado de estrategias de afrontamiento emocional y
conductual, remitir a los profesionales adecuados, animar a buscar asistencia, formar en
técnicas de solución de problemas, etc.). También se incluye aquí el feedback acerca de las
acciones de afrontamiento emprendidas por el sujeto.
El apoyo informacional se relaciona estrechamente con el apoyo emocional o
expresivo, y a menudo, es difícilmente separable. El hecho de recibir un consejo puede ser
interpretado por el receptor como una expresión de cariño o de preocupación por él,
siempre y cuando se perciba como acto voluntario (no siendo así, con un profesional que es
remunerado por su tarea). De acuerdo con Wills, la función informacional del apoyo es
especialmente importante en situaciones de estrés, ya que bajo circunstancias ordinarias la
mayoría de las personas disponen de la información suficiente para un funcionamiento
adecuado. Sólo cuando el estrés ambiental excede los conocimientos de la persona y su
capacidad de resolución de problemas, es cuando se hace necesaria la información adicional
y el consejo.
Intervenciones basadas en el apoyo social
A partir de estos planteamientos, Cameron (1990) propone el siguiente continuo de
intervenciones basadas en el apoyo social:
1. Intervenciones funcionalmente específicas que proporcionen apoyo emocional o
instrumental relevante para el manejo de problemas específicos -efecto Buffer- (ej.
entrenamiento de padres en habilidades parentales, asesoramiento sobre las conductas
problemáticas).
2. Hacer accesibles redes sociales existentes o crear redes de apoyo con el objetivo de
adquirir recursos sociales útiles para confrontar problemas específicos -efecto Buffer- (ej.
grupos de apoyo para madres solteras, escuelas talleres, centros de acogida temporal).
3. Favorecer el acceso o crear grupos de autoayuda o de ayuda mutua que permitan
involucrar a las personas en relaciones duraderas y recíprocas con otras personas que
compartan problemas similares -efectos principales- (ej. padres anónimos, padres sin
pareja)
4. Favorecer el acceso o crear roles socialmente valorados y estables, promoviendo y
apoyando el desempeño adecuado de los mismos -efectos principales- (ej. roles de
liderazgo en grupos de autoayuda u otras organizaciones de la comunidad, voluntariado,
escuelas de adultos, búsqueda de trabajo).
5. Redefinir de forma colectiva la identidad social de los participantes, así como las
explicaciones de sus circunstancias vitales (efectos principales).

La tipología de Gottlieb
Gottlieb (1988, 1992) a partir de una amplia revisión, ha propuesto una tipología de
estrategias de intervención basadas en el apoyo social y cuya organización se articula en
distintos niveles de intervención: individual, diádico, grupal, social y comunitario (Gracia,
1997; Herrero, 2004).
En general, el objetivo de estas intervenciones es optimizar los recursos psicosociales
que las personas intercambian en el contexto de las relaciones con los miembros del grupo
social primario. Las variaciones en las estrategias de intervención para lograr este objetivo
dependen de un amplio número de factores, entre los que se incluyen las exigencias de las
situaciones, la estructura y recursos de los vínculos sociales, obstáculos prácticos que
limitan los cambios en el entorno social y, no menos importante, las preferencias de los
responsables de la planificación de la intervención (Gil Lacruz, 2000).
Por otra parte, y de acuerdo con Gracia et al. (1995), una adecuada valoración de esta
tipología requiere tener presentes ciertas consideraciones. En primer lugar, aunque esta
tipología revisa las estrategias de intervención basadas en el apoyo social de acuerdo con
los distintos niveles de análisis, no implica que estas estrategias sean mutuamente
excluyentes o que sus funciones no puedan cumplir funciones complementarias. Como
señala Gottlieb y estos autores, un axioma de la teoría de sistemas es que los cambios en
un nivel de un sistema u organización compleja crea cambios en otros niveles debido a su
interdependencia. En este sentido, intervenciones que tienen lugar en un nivel pueden
ejercer efectos en el apoyo expresado en otros niveles. En segundo lugar, esta tipología no
constituye una guía acerca de las condiciones en las que uno u otro nivel de intervención es
el más adecuado o aconsejable, ni en relación a las provisiones psicosociales que deberían
ser optimizadas dentro de cada uno de los distintos niveles de intervención. El tipo de
provisiones de apoyo social o su combinación depende de factores tales como la naturaleza
de la relación entre el receptor y proveedor del apoyo, el tipo y duración de los estresores
o la forma en que se comunican e interpretan los mensajes acerca de las necesidades de
apoyo (Gil Lacruz, 2000; Snyder y López, 2006). La tipología tampoco especifica si el objetivo
de la intervención es la preparación del receptor, proveedor o ambos en el proceso de la
provisión de los recursos psicosociales necesarios, decisión que depende, asimismo, de
factores individuales, factores situacionales que facilitan o constriñen los intercambios
entre las dos partes, o de la naturaleza de la relación entre las dos partes el pasado o en el
presente. En este sentido, el objetivo fundamental de la tipología propuesta por Gottlieb es
señalar los diversos puntos de entrada de las intervenciones basadas en el apoyo social,
aunque no se precisan los posibles elementos sujetos al cambio ni los procesos que
conducen a ese cambio.
• Nivel diádico
De acuerdo con la tipología propuesta por Gottlieb, las intervenciones a este nivel
implican la movilización del apoyo social tanto de un miembro clave de la red social
existente como de una persona extraña que se incorpora con el objetivo de establecer una
relación de apoyo, más o menos duradera, entre las dos partes.
Dentro de este nivel de intervención, Gottlieb (1988) establece también una
diferenciación entre intervenciones directas y difusas (o indirectas).
Las intervenciones directas implican con frecuencia el entrenamiento conductual y la
prescripción de actividades específicas de apoyo, y se dirigen principalmente a personas que
carecen de los recursos específicos de apoyo social necesarios para confrontar sucesos
vitales estresantes o para lograr cambios en hábitos y conductas nocivas para la salud.
Por ejemplo este sería el caso del programa Childen´s House que se dirige
principalmente a madres solteras con bajos ingresos. Se trata de un programa en el que se
coordinan los servicios al niño y el apoyo directo e indirecto a la madre con otros recursos
y servicios de la comunidad. La intervención comienza con el nacimiento del primer hijo y
se mantiene durante dos años, proporcionando cuidados al niño en cuanto a asistencia
pediátrica, social, nutrición, y también con visitas domiciliarias en las que se enseña a la
madre habilidades parentales.
En esta línea, los resultados obtenidos por el programa Yale Child Welfare Research
Program demostraron que la intervención, durante los tres primeros años de crianza en
mujeres primerizas procedentes de ambientes de alto riesgo (de pobreza y escasos apoyos
sociales) representó a largo plazo un factor protector en un contexto de riesgo. Visitas al
hogar, asesoramiento sobre solución de problemas y toma de decisiones prácticas,
contactos con los servicios sociales y exámenes pediátricos a los niños desde los 2 a los 28
meses de edad fueron algunos de los recursos que implementaron en este periodo.
A los diez años y en comparación a los hijos de las madres del grupo control, los hijos
de las madres que habían sido objeto de apoyo social, estaban socialmente más ajustados
y eran más competentes por lo que parecían haber resistidos a algunos de los factores de
riesgo vinculados a la conducta delictiva.
Otro programa interesante es el desarrollado por el grupo de Alexander en familias de
alto riesgo con hijos potencialmente expuestos a la delincuencia. Desde una perspectiva
sistémica, este programa se centra en las interacciones familiares, y en la función que tiene
la conducta delictiva en el mantenimiento del equilibrio o desequilibrio familiar. El
programa se divide en dos fases, en la primera se trata de romper la resistencia de la familia
al tratamiento mientras que la segunda consiste ya en la enseñanza de habilidades de
comunicación, de negociación y de solución de conflictos familiares. La provisión de esta
estrategia de apoyo social demostró disminuir en 50% la reincidencia de los hijos en la
carrera delictiva, y sobre todo, a los dos o tres años, en un 250% en los hermanos en
comparación con otros grupos que recibieron otro tipo de intervención
Desde otra perspectiva, otras intervenciones promueven la provisión de apoyo
indirecto o difuso. Estas estrategias tienen como objetivo la estimulación social,
fundamentalmente mediante la compañía y se dirigen principalmente a aquellas personas
que se encuentran aisladas socialmente debido a sus características o circunstancias
personales. Los programas de visitas a personas ancianas aisladas socialmente, terapias de
compañía a personas con handicaps físicos o psicológicos (Gracia, 1997; Snyder y López,
2006), son ejemplos de estas estrategias de intervención.
• Nivel grupal
Las intervenciones en el nivel grupal también pueden diferenciarse en función de los
recursos de apoyo social que se tratan de optimizar (red social de la persona ya existente)
o movilizar (introducción de nuevos vínculos sociales). No obstante, en ambos casos, son las
propiedades del grupo, incluyendo su composición, estructura, normas, liderazgo y otros
aspectos de su dinámica, los que determinarán el que los procesos de apoyo se materialicen
o fracasen (Gracia et al., 1995; Gil Lacruz, 2000).
En general, las intervenciones grupales tienen como objetivo la creación de un sistema
de apoyo más fuerte y duradero. Tanto cuando se trata de optimizar el apoyo de una red
social ya existente, como cuando el objetivo es crear un conjunto nuevo de relaciones de
apoyo, las propiedades sistémicas del grupo social necesitan ser cuidadosamente analizadas
y, posteriormente, modificadas.
Las intervenciones que tratan de introducir un nuevo conjunto de vínculos sociales
consisten fundamentalmente de grupos de apoyo organizados y, con frecuencia, dirigidos
por profesionales, que reúnen personas que experimentan problemas, circunstancias o
sucesos vitales estresantes similares, y que tienen como objetivo la ayuda mutua (Gottlieb,
1983; Gracia, 1997).
Un interesante e innovador programa de apoyo a nivel grupal en familias en situación
de riesgo, es el propuesto desde el modelo del desarrollo social por Hawkins, Catalano y
Miller (1992). Este programa centrado en los distintos factores de riesgo asociados a la
delincuencia, tiene en cuenta en su formulación la escuela, la familia, los grupos de pares y
la comunidad.
El programa reúne en el contexto escolar a familias potencialmente expuestas a que
los hijos presenten en el futuro una conducta crónica de delincuencia Se trata de un
programa de entrenamiento que todavía está en fase de aplicación y que se estructura en
dos fases.
En una primera fase, a padres con niños en primer grado escolar, se ofrece sesiones
de entrenamiento en la administración de refuerzos y castigos -no físicos-, en la observación
de la conducta y en la creación de expectativas ajustadas a la edad del menor. En una
segunda fase del programa se aplica un diseño curricular denominado cómo ayudar a su
hijo a tener éxito en la escuela» y trata de mejorar el aprendizaje, la comunicación familiar
y la resolución de los problemas.
En esta línea, han surgido numerosos programas de apoyo a familias para la
prevención de conductas de riesgo. (Lila, Buelga y Musitu, 2006). Así, se encuentran grupos
de autoayuda, como padres Anónimos, que tratan de prevenir y/o corregir las diversas
formas que adopta el abuso físico, la negligencia física, el abuso emocional, la deprivación
emocional, el ataque verbal y el abuso sexual. Este grupo está constituido por padres que
comparten esta misma problemática y cuyo objetivo de ayuda mutua pretende ofrecer un
modelado adecuado y correctivo para los padres que abusan de sus hijos.
Otro programa alternativo, en el que se separa al joven de su familia, y que está
dirigido a jóvenes delincuentes que han tenido numerosos contactos con el Sistema de
Justicia Juvenil es el conocido modelo de hogares de grupo de Padres Enseñantes o
achievement Place que se ha convertido en un modelo alternativo a las instituciones
tradicionales (Gracia, 1997). Se trata de hogares en los que seis delincuentes de 12 a 17
años conviven durante períodos de 6 a 12 meses con una pareja casada que hace el papel
de padres-enseñantes. El objetivo de este programa es enseñar en un nuevo ambiente de
aprendizaje, altamente reforzante, habilidades de autoayuda y conductas prosociales. En
este entorno de orientación educativa, los jóvenes intervienen en la planificación de las
intervenciones y en la aceptación de los procedimientos y resultados.
• Sistema social
El objetivo de las intervenciones en el nivel del sistema social consiste en la
modificación de los contextos físico y cultural en los que las personas se encuentran
inmersas (Buelga, 2001; Nagawama, 2005). Por ejemplo, alteraciones en las políticas,
normas, definiciones de rol, aspectos del entorno físico, así como otras variables
macrosistémicas, pueden influir y ejercer cambios en la estructura y función de las redes
sociales
En este sentido, y en relación a la delincuencia, el ambiente físico afecta de forma
importante el movimiento de los delincuentes. Puede ser una variable potenciadora al
ofrecer rutas por las que escapar o ocultarse o un elemento disuador. Una intervención en
esta línea consiste por ejemplo en reestructurar adecuadamente las variables físicas de un
barrio (iluminación, introducción de árboles, arbustos, etc.)
• Nivel comunitario
Las intervenciones cuyo objetivo es la comunidad en su conjunto tienen como objetivo
promover la confianza en fuentes informales de apoyo social y estimular la expresión del
apoyo social en la vida cotidiana (Gil Lacruz, 2000). Un tipo de intervenciones en esta
categoría consiste en campañas de educación pública diseñadas con el objetivo de
familiarizar al público en general acerca de los procesos de apoyo que tienen lugar en los
grupos de ayuda mutua y promoviendo su utilización (Jason, 1985; Gracia et al., 1995;
Snyder y López, 2006). Estos programas de educación pública, al no dirigirse
específicamente a poblaciones de riesgo (con déficits de apoyo social o expuestas a sucesos
vitales estresantes) y no adoptar un acercamiento más conductual (formando y mejorando
relaciones de apoyo), pueden tener un impacto mínimo.

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