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Mi encuentro con un incubo

¿Como es posible que solo hasta ahora lo entienda?Creo que alguna parte instintiva de mi ser, siempre
lo supo. Desde la primera vez que te vi aparecer como una sombra, sentí tu naturaleza cernirse sobre
mí. Y la deseé…Tal vez te conjuré en silencio desde mi gris cotidianidad, desde mis mañanas de café y
Malboro, desde mis tardes de bosanova y Benedetti, desde mis noches de brandy y ausencia. Entonces
vino a salvarme tu mirada... O a condenarme. Miré a la mesa de al lado, al atractivo desconocido que
concentrado en la lectura, parecía soñar… asomé mi mirada al libro: “Las edades de Lulú”
Inevitablemente mi mente se vio invadida de imágenes, de ese franco erotismo del que estaría
disfrutando él en ese instante, deseé penetrar en su mente, compartir aquellas líneas, aquellas frases,
aquellas fantasías…Fue cuando sentí el ardor de tu mirada. Instantáneamente me sentí invadida por tu
magia, mis pechos experimentaron ese ahora familiar hormigueo que se extendía por mi cuerpo como
una especie de marea alta. En ese momento me sentí turbada. ¿Acaso me habías descifrado de algún
modo? Sentí como el rubor cubría imprudentemente mis mejillas y bajé la mirada, mas por costumbre
que por pudor. Escuché tu risa acercarse y supe que había empezado a moverse el mecanismo de un
destino siempre irónico.Ya en el primer momento te reconocí como un demonio. Definitivamente no
cabías en el pedestal de mis ángeles. Despertaste en mí desde esa primera mirada, una sensualidad
silvestre y franca que no asumía como propia. Me fui aferrando a tus noches de exceso. Noches
casuales en las que aparecías como un espectro detrás de una columna, al final de una escalera, como
una mano entre el enredo humano poseído por la música. Una oscura figura, de labios mórbidos, manos
inquietas y sexo despierto, que me arrastraba a un universo oscuro y lujurioso, donde se revelaba mi
verdadera naturaleza, despojada de velos, de complejos, de pudores hipócritas…Donde era solo un
cuerpo enredado en tu cuerpo, un alma abrazada por tu alma.Mi esencia fue colándose por la vertical
sonrisa de mis ansias. Mi universo comenzó a reducirse a tu piel morena. Era una esclava de tus manos
que me veneraban a su vez como Diosa. Y mientras mas débil y dócil me tornaba, tú crecías como un
gigante omnipotente. Una noche mientras dormías, yo te contemplaba embelezada. Recorriendo una a
una tus facciones, como si quisiera grabarlas en mi mente, hacerlas parte de mí de alguna forma.
Atesorar el par de cejas arqueadas y espesas, los ojos egipcios, el perfil griego, la sensualidad de unos
labios gruesos y de bella línea, la piel que afortunadamente no era de bronce, el sexo que gracias a los
Dioses no era de jade.Me detuve en medio de mi minucioso examen. En la penumbra, tu piel
naturalmente oscura parecía extrañamente pálida. Coloqué mis manos alrededor de tu cuello, como me
pedías hacerlo en el placer. Un secreto deseo de apretar…De ser la dueña absoluta de tu belleza de
ídolo que ahora guardaba para siempre en mi memoria. Me sentí voluptuosamente siniestra. Un
movimiento tuyo, un movimiento de pantera, invirtió las posiciones, sentí tu calido peso sobre mí, las
oscuras pupilas clavadas en las mías… Mordiste sensualmente mi cuello como te pedía hacerlo en el
placer, un gemido…Una extraña certeza…Silencio. De nuevo el desenfreno…Al amanecer te habías
marchado, como en muchos otros amaneceres. Pero está vez sabía que no volverías. Había descubierto
tu secreto… Y no habías notado mella de miedo en mis ojos… Aún te espero en mis noches. Se que
vendrás tarde o temprano, porque hoy comprendí que soy la única capaz de consolarte, mi solitario
incubo melancólico…Por eso partiste. Por que conseguiste refugio en el hueco de mi cuello, porque al
calor de mi pecho rumiabas tus angustias, porque al ritmo de mis caderas presentías tu derrota…

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