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CARTA A UN FUTURO PROFESOR

Querido futuro profesor: ¿Ya lo tienes claro? ¿O te estás replanteando la idea de dedicarte a la educación?
¿Te desanima lo que ves y lo que lees? ¿Te sientes arrastrado por un mareante péndulo analítico-
motivacional?

Bueno, no sé si conseguiré sacarte de dudas, imagino que no del todo, pero me gustaría ayudarte a situarlas
en un paisaje suficientemente realista para que puedas tomar tus decisiones.

Lo de escribirte esta carta se me ocurrió el otro día, al encontrarme unos viejos papeles extraviados hace 32
años. Eran dos folios: mis primeras reflexiones sobre la docencia. Las escribí cuando tenía una corta
experiencia: apenas unos meses. Ni me acordaba de haberlas escrito. Reconocí la letra, porque estaban
escritas a mano, y, cuando empecé a leerlas, enseguida identifiqué aquellas ideas, que desde
entonces me han perseguido magnéticamente. No recordaba haber dedicado esa atención a la
motivación y la metodología en aquellos primeros pasos, pero me doy cuenta de que ambas me
inquietaban mucho más que los contenidos en sí. Y compruebo que mis ideas no han cambiado
mucho: no sé si preocuparme.

Así que la idea de escribirte esta carta surgió porque me habría gustado que entonces me la
hubieran escrito a mí. Antes de nada, debes saber que la experiencia como estudiante no basta
para comprender a fondo la profesión docente. Ni de lejos estoy de acuerdo con quienes niegan el
derecho a hablar de ella desde fuera, pero sí creo que para conocerla bien es necesario pasar a la
otra orilla.

Para articular la carta he elaborado previamente, como suelo hacer a menudo, un mapa mental (o
mapa conceptual). Los mapas mentales son herramientas de un valor intelectual extraordinario,
dejando al margen del buen o mal uso que pueda darles yo, o lo acertado o disparatado de mis
ideas.

Debo añadir que considero relevante lo que toco en esta carta, pero ni por lo más remoto he
aspirado a hacer un temario de ideas generales para unas oposiciones. Ni siquiera un test
psicológico camuflado para eliminar candidatos, aunque a veces lo parezca. Lo que he pretendido
es reunir, con toda la libertad del mundo, algunas ideas que pueden ayudarte a enmarcar tu
decisión de convertirte en profesor, cosa que te animo fervorosamente a hacer, pero con un buen
conocimiento de causa.

Ser un buen profesor no es nada sencillo, y lo complicado de verdad empieza cuando se termina la
carrera. Todo lo anterior es fácil: en mi opinión, muy fácil.

Aunque esta es solo mi visión personal (sometida a error, naturalmente).

No escribo esta carta para contarte milongas o halagarte los oídos, sino para tratar de ayudarte
yendo directamente al grano. Dicho lo cual, vayamos.

Vocación
Es un término cuestionado en estos durísimos tiempos, pero no cabe duda de que para ser un
profesor satisfecho y orgulloso de su trabajo se necesita una buena afinidad vocacional. Podría
hablarte largamente de lo bueno de la vocación, pero eso, que en la vida es maravilloso; la
vocación se tiene (y se descubre), no se genera artificialmente o a contracorriente.

Creo que te resultará más útil que te haga cuatro severas adver

tencias negativas:

Si amas infinitamente y dominas ampliamente tu materia, pero no te gusta enseñar, esta no es tu


profesión en absoluto. Saber y saber enseñar son cosas distintas (Cicerón). No sabes hasta qué
punto.

Si amas infinitamente y dominas ampliamente tu materia, pero no te gustan los niños y jóvenes, y,
en concreto, ayudarles en su desarrollo, esta no es tu profesión. Porque no trabajarás solo con
contenidos, sino con personas (a menudo muy complicadas) que necesitan aprender.

Si no tienes temple y paciencia, esta no es tu profesión ideal. El conocimiento no siempre es


autoexplicativo: necesita buenas dosis de empujoncitos por tu parte y bastante ejercitación por
parte del estudiante.

Si careces de sensibilidad psicológica hacia las personas, esta no es tu profesión ideal.

Conocimiento
Aunque a algunos les gusta recordarlo (echarlo a la cara, diría) como si fuera un descubrimiento,
es innecesario decir que conocer la materia lo más a fondo posible es tu obligación profesional
más básica. Pero creer que el conocimiento teórico o técnico de la materia basta para ser un buen
profesor es una ingenuidad monumental: ser un buen profesor de matemáticas exige algo más
que saber muchas matemáticas. Eso sí, si no las sabes, ni hablamos.

Ir al límite de tus conocimientos cuando enseñas es una estafa. Para enseñar has de saber más de
lo que enseñas: esto debe ser la parte visible del iceberg.

El dominio solvente de la materia no debe quitarte libertad mental para adaptar con inteligencia
tus programaciones a la realidad de tus alumnos. Se trata de que aprendan lo que consideres
importante o esencial, no de que sigan oficialmente un programa que llegue a resultar inútil para
muchos de ellos. Este es un punto fácil de decir y mucho más difícil de llevar a cabo: muchos
profesores tienen miedo a salirse del guión.

Tus alumnos aprenderán más (y de forma más duradera) haciendo (bajo tu supervisión activa)
que escuchándote pasivamente, aunque por tu boca saliera la verdad revelada. ¿Te gustaría que
fuera de otra manera? Pues no lo es. Los ejercicios, los trabajos y las prácticas, y no las
conferencias

magistrales, son la clave de la clave de la clave.

La mente
En estos tiempos, ser un buen profesor y no estar interesado en conocer cómo funciona la mente
humana es una contradicción. Tengamos en cuenta en dónde reside la capacidad de aprendizaje.
Sin duda que los neurólogos empiezan a demostrar unas cuantas cosas que intuíamos, pero
conocerlas con mayor precisión y firmeza es un buen salto cualitativo.

Cuando estés ante tus alumnos, llega todo lo que puedas a su parte emocional, porque eso, y no
los contenidos en sí, los empujará hacia el aprendizaje, los motivará. Explica tu materia con
entusiasmo, con pasión. Personaliza todo lo que te sea posible; si puedes, vincula a su vida aquello
que quieres que aprendan.

Quizá no sea bueno ser un blandito simpático, pero sí es necesario que te esfuerces en ser
empático, muy empático. Deja ver tu alegría cuando tus alumnos aprendan, comparte su emoción
por el progreso: así les induces una responsabilidad emocional que reforzará su interés.

En tus explicaciones, es trascendental que aprendas a captar la atención de tus alumnos. No te


agobies por el programa, maneja los tiempos con sensibilidad y con astucia, porque no hay chicos
que aguanten una clase entera concentrados. Unos lo disimulan mejor y otros peor, pero ninguno
te seguirá una sesión completa. Prepara cuidadosamente tus presentaciones y teatraliza tus
intervenciones hasta rozar la sobreactuación. Sé sensible al feed-back de tu público (que comparte
algunas reacciones, pero también las tiene muy diferenciadas).

Encuentra distintas maneras de abordar las cosas: metodologías variadas, enfoques


complementarios. Si no te entienden (no digo si no te atienden, que es otro tema), no repitas
como un loro, imagina otros caminos. Y, una vez más, remata la faena haciendo que hagan (y
monitorizándolo a conciencia).

Busca la comprensión profunda, no te conformes con la memorización superficial, que en su


mayor parte acaba siendo vapor de agua. Ante ellos, deduce, induce, asocia, relaciona: irán
aprendiendo a hacer lo mismo por una especie de lenta imitación. Si te atreves, utiliza mapas
mentales. Verás cómo los chicos aprenden muy bien con ellos.

Y un tema tan importante como sutil: aprende a detectar a aquellos alumnos que tienen una muy
reducida memoria operativa (working memory), porque requieren una atención muy especial. No
es que no quieran entenderte, es que no les resulta nada fácil. Necesitan dosificación de esfuerzo,
clarificación, fragmentación y una repetición especial (a veces, desesperante).

Metaconocimientos
Utilizar la idea de “aprender a aprender” te iluminará para hacer bien tu trabajo. Mi consejo es
radical y basado en una experiencia mil veces verificada: no la abandones, porque, si además de
enseñar esto o aquello a un alumno, le ayudas a hacerse las mejores preguntas y le pones en
disposición de acelerar su aprendizaje por sí mismo, con habilidad metacognitiva, habrás
conseguido un objetivo capital. Tus alumnos necesitan que les enseñes, pero necesitan también
consolidar y mejorar sus propias habilidades para aprender.
Si los contenidos fueran lo único importante, los profesores sobrarían, bastarían unas buenas
bibliotecas escolares. Si aprender a aprender no fuera posible, un esquema de un universitario
sería de la misma calidad que el de un chico de 10 años. Si creemos que es posible aprender a
enseñar, ¿por qué algunos consideran complicado aprender a aprender?

Si tienes en cuenta la idea de aprender a aprender, no solo enseñarás la materia, sino cómo
estudiarla, cómo intuirla, cómo asimilarla de forma más eficiente, cómo centrarse en ideas
esenciales y cómo aprovechar lo que se sabe para engancharlo que queda por aprender.

Por otro lado, al enseñar la materia te irás dando cuenta de que tú mismo la comprendes mejor,
porque nadie aprende más que el que enseña (entre otras causas, por la repetición no mecánica
y por el esfuerzo de hacer comprensible lo que para los demás aún no lo es). Y al comprenderla
mejor, estarás en mejores condiciones de enseñarla mejor.

Al abordar la materia, piensa que no se trata solamente de que tú te expliques, sino de que tus
estudiantes aprendan. Por lo tanto, además de una comprensión cabal previa, cualquier contenido
te exige una reflexiva proyección didáctica que te permita anticipar dificultades y sacar
posteriomente unas conclusiones que retroalimenten tu docencia para el futuro. Malo sería que
explicaras tu materia de forma idéntica a lo largo de los años.

Ten siempre claro que tu responsabilidad profesional no es simplemente exponer temas, sino
educar y ayudar a los chicos a aprender y, en parte, a afrontar la vida. Y, la verdad, es difícil ser un
buen profesor si la relación emocional con los alumnos es más bien negativa. En realidad, lo
considero imposible.

La diversidad mental y psicológica de los alumnos es espectacular, pero está bastante camuflada
bajo cierta uniformización vestimental y de desenvolvimiento. Aprenderás a conocerlos
intuitivamente, aunque en los primeros años se te hará complicado

Valores
No solo se espera de ti que transmitas contenidos: la mismísima sociedad que no te concede ni de
lejos el prestigio que mereces, espera de ti no solo que proclames, sino también que encarnes
ciertos valores. Y en ello no siempre contarás con familias que pedaleen en la misma dirección.

En todo caso, no pierdas de vista que el valor ejemplar de un profesor es incalculable para no
pocos alumnos (aunque las apariencias y el duro día a día no nos dejen verlo nítidamente). Por lo
tanto, no abdiques de esa obligación de dar un buen ejemplo moral: a veces serás el único en la
vida de ese alumno. Eso sí, tu ejemplo no calará si no estableces algún tipo de puente emocional.

Metodologías
Si al centrarte solo en los contenidos despreciaras la metodología, te equivocarías. No hay
metodologías mágicas, pero sí las hay mejores y peores, según el tipo de alumnos, la materia y el
entorno. Que nadie te convenza de que pensar en metodología es despreciar el contenido, porque
no hay metodologías sujetas al vacío.

En todo caso, aplica un test para valorar la idoneidad de tu metodología: ¿he conseguido que la
mayoría de mis alumnos se interesen? Si la respuesta es no, quizá sea el momento de pensar en
hacer retoques, para la materia o para el tema en concreto.

No tienes por qué seguir las modas tecnológicas al minuto, pero sí deberías explorar nuevas
formas de enseñar y nuevas formas de aprender. Y, en todo caso, piensa que, al incorporar nuevas
tecnologías, lo importante no es lo que tú hagas, sino lo que hagan tus alumnos

La inercia es una tentación cómoda, pero muy mala consejera. Una metodología inercialmente
perpetuada no podrá captar a los estudiantes porque te hará caer en la rutina. No vale el
argumento de “siempre lo he hecho así”. Incluso lo bien hecho requiere matices o actualizaciones.

Y una advertencia que te llamará la atención: el seguimiento a toda costa del programa oficial te
hundirá en una inercia metodológica que te hará la vida imposible y frustrará a tus alumnos
algunas posibilidades de aprender las cosas bien. No propongo la desobediencia civil frente los
programas: solo advierto de la necesidad de un criterio personal para adaptarse al ritmo y a las
actividades que convienen a tus alumnos en particular. Lo cual te obligará en algún momento a
seleccionar la materia (y ojalá que, en algunos casos, también a ampliar).

Así podría seguir con diferentes componentes que forman a esta esta dulce y difícil tarea de
enseñar, pero prefiero que seas tú quién escriba con sus experiencias y sus vivencias el final de
esta carta. Disfruta de ésta noble tare de educar….

Profesor Carlos Arroyo

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