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Esto es agua, texto de David Foster Wallace

Presentamos un texto del escritor estadounidense David Foster Wallace (1962-2008).


Publicó una decena de libros de ensayos y no-ficción, tres libros de cuentos y tres novelas
(La última The Pale King fue publicada post mortem) entre ellas ‘La broma infinita’
(Infinite Jest, 2002) considerada su obra más importante y una de las mejores novelas
escritas en lengua inglesa desde 1923 hasta 2006. Este ensayo fue leído originalmente
en la ceremonia de graduación para la generación de 2005 en la Universidad de Keyton.
Fue publicado en 2009 por la editorial Little, Brown and Company. La traducción corre a
cargo de Pablo Robles Gastélum.

Esto es agua

Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo
nadando en sentido contrario, quien los saluda y dice, “Buen día muchachos ¿Cómo está
el agua?” Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno voltea
hacia el otro y pregunta “¿Qué demonios es el agua?”
Este es un requerimiento estándar para los discursos en las ceremonias de
graduación, el uso de una pequeña y didáctica historia. El cuento resulta ser uno de los
métodos más ejemplificativos y menos tediosos del género, pero si creen que planeo
presentarme aquí como el pez viejo y sabio que les va a explicar a ustedes, jóvenes
peces, qué es el agua, por favor no lo hagan. No soy el pez viejo y sabio.
El punto de la historia de los peces es simplemente que las realidades más obvias
e importantes son con frecuencia las más difíciles de ver y sobre las que es más difícil
hablar. Enunciado como una frase, por supuesto, éste es sólo un lugar común como
cualquier otro, pero el hecho es que en las trincheras del día a día de la existencia adulta,
los lugares comunes pueden tener una importancia de vida o muerte, o por lo menos de
ello me gustaría hablar en esta despejada y encantadora mañana.
Claro que el principal requisito para este tipo de discursos es que debo hablar
sobre el significado del estudio de las ciencias sociales y humanidades, tratar de explicar
por qué el título que están a punto de recibir tiene un valor humano real y no sólo un
fin material. Hablemos entonces del cliché más generalizado en los discursos de

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graduación, que es que la formación en ciencias sociales y humanidades tiene como


objetivo tanto proveerlos de conocimiento como enseñarles cómo pensar. Si ustedes
son como yo cuando era estudiante, no debe gustarles escuchar este tipo de cosas, e
incluso se sienten un poco ofendidos por la afirmación de que necesitan que alguien les
enseñe cómo pensar, dado que el hecho de que hayan sido aceptados en una
universidad tan buena como ésta parece probar que ya saben hacerlo. Sin embargo,
vengo a plantear que el cliché no resulta ser para nada insultante, porque lo que
verdaderamente importa para su educación –misma que se supone reciben en una
escuela como ésta- no gira en torno a la capacidad para pensar sino en decidir sobre qué
decidimos pensar.
Si su total libertad de pensamiento con respecto a las decisiones sobre qué
pensar les parece demasiado obvia como para desperdiciar tiempo discutiéndola, les
pediría que piensen sobre los peces y el agua, y que sólo por un par de minutos hagan
un paréntesis en su escepticismo sobre el valor de lo totalmente obvio.
Aquí va otra pequeña y didáctica historia. Están dos hombres sentados juntos en
un bar ubicado en una parte remota de Alaska. Uno de los hombres es religioso, el otro
es ateo, y los dos discuten sobre la existencia de Dios con esa especial intensidad que
viene después de la cuarta cerveza. Entonces el ateo dice: “Mira, no es que no tenga
razones para no creer en Dios, no es que nunca haya experimentado el Creo-En-Dios-Y-
Rezo y esas cosas. Justo el mes pasado me agarró una tormenta de nieve lejos de casa,
estaba totalmente perdido y no podía ver nada, la temperatura era cincuenta grados
bajo cero, entonces lo intenté: me arrodillé en la nieve e imploré ‘Oh, Dios, ¡si es que
existes! Estoy perdido en la nieve y moriré si no me ayudas’”. El hombre religioso mira
desconcertado al ateo y dice “Entonces debes creer ahora, después de todo aquí estás,
vivo”. El ateo mueve la cabeza y dice: “No, hombre, lo único que pasó es que
casualmente un par de esquimales pasaban por ahí y me mostraron el camino de
regreso”.
Es fácil ver esta historia a través del cristal con el que normalmente se analizan
este tipo de situaciones en cualquier carrera de ciencias sociales y humanidades:
exactamente la misma experiencia puede significar dos cosas completamente diferentes
para dos personas, considerando las diferentes creencias y patrones, y las diferentes
formas de construir significados basados en la experiencia. Como priorizamos la
tolerancia y la libertad de pensamiento, por supuesto que no vamos a querer afirmar
que una interpretación es verdadera y la otra falsa o mala.
Lo cual está bien, excepto por el hecho de que nunca terminamos hablando
sobre de dónde vienen estas creencias y patrones. Es decir, de dónde vienen dentro de
estos dos hombres. Como si la orientación más básica de una persona, y el significado
de su experiencia fueran de alguna manera inherentes a ella, como la altura o el número
de zapato; o fueran automáticamente absorbidos de la cultura, como el lenguaje. Como
si la forma de construir significados no fuera el resultado personal e intencional de una
decisión consciente. Además, tenemos la cuestión de la arrogancia. El ateo está
convencido de que el hecho de que los dos esquimales hayan pasado en ese momento
no tuvo nada que ver con su rezo pidiendo ayuda. Cierto, también hay un montón de
religiosos arrogantes y seguros de sus propias interpretaciones. Son probablemente más
repulsivos que los ateos, y que, por lo menos, la mayoría de nosotros. Pero el problema
de los dogmáticos religiosos es exactamente igual al del no-creyente de la historia: la

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certidumbre ciega, una mente cerrada que equivale a un aprisionamiento tan absoluto
donde el mismo prisionero ignora que está encerrado.
El punto es que pienso que ésta es una parte de lo que el mantra de “enseñar
cómo pensar” debe significar: ser un poco menos arrogantes, tener “consciencia crítica”
sobre mí mismo y mis certidumbres…porque un buen porcentaje de las cosas que doy
por dadas, resultan eventualmente diluidas e incorrectas. Yo he aprendido esto de la
manera difícil, como seguramente ustedes también lo harán.
Aquí va un ejemplo del carácter erróneo que hay en las cosas sobre las cuales
tiendo a estar automáticamente seguro. Todo en mi inmediata experiencia sostiene mi
profunda creencia de que yo soy el centro absoluto del universo, la más real, vívida e
importante persona en la existencia. Raramente pensamos en este tipo de este
egocentrismo natural por el hecho de que es socialmente repulsivo, pero en el fondo es
básicamente el mismo en todos nosotros. Es nuestra configuración predeterminada,
inherente a nosotros desde el nacimiento. Piensen en esto: no existe ninguna
experiencia que hayan tenido en la cual ustedes no hayan sido el centro de la misma. El
mundo como lo viven está ahí en frente a ustedes, o detrás, o a un lado, en frente, o en
la televisión, o en su monitor, o en dónde sea. Los sentimientos o ideas de otras
personas tienen que ser comunicadas a nosotros de alguna manera, pero las propias son
inmediatas, urgentes, reales. Ya van entendiendo. Pero por favor no se preocupen que
me esté preparando para predicar sobre la compasión o las también llamadas
“virtudes”. Esto no se trata de virtud sino sobre decidir cambiar, o liberarse de alguna
manera, de esa configuración predeterminada, la cual es: ser profunda y literalmente
egocéntrico, y ver e interpretar todo a través del lente de sí mismo.
Las personas que pueden ajustar su configuración predeterminada de esta
manera son con frecuencia denominadas “bien equilibradas”[1], término que, sugiero,
no es fortuito. Siguiendo la línea académica, una pregunta obvia sería qué tanto de este
ajustarnos a nuestra configuración predeterminada involucra realmente conocimiento
o intelecto. No es de extrañar que la respuesta sea: depende de qué tipo de
conocimiento del que estemos hablando.
Probablemente el aspecto más peligroso de la educación académica, por lo
menos en mi caso, es que posibilita mi tendencia a sobre-intelectualizar las cosas, a
perderme en el pensamiento abstracto en lugar de simplemente poner atención a lo
que está pasando frente a mí. En lugar de poner atención a lo que está pasando dentro
de mí. Como seguramente a estas alturas ya saben, es extremadamente difícil
mantenerse alerta y concentrado en vez de quedarse hipnotizado por el constante
monólogo que tiene lugar dentro de nuestra cabeza. Lo que todavía no saben son las
implicaciones de esta lucha.
A veinte años de haberme graduado, me he dado cuenta paulatinamente de
estas implicaciones, y advertí que el cliché universitario de “enseñarte cómo pensar” era
realmente la síntesis de una muy importante y profunda verdad. “Aprender a pensar”
realmente significa aprender a ejercer cierto control sobre cómo y qué es lo que
pensamos. Significa estar lo suficientemente conscientes para escoger a qué le ponemos
atención y decidir cómo vamos a construir significados a través de la experiencia. Porque
si ustedes no pueden o no quieren ejercer este tipo de decisiones en su vida adulta,
estarán totalmente derrotados. Piensen en el viejo cliché de cómo la mente es un

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“excelente sirviente pero un pésimo amo”. Éste, como muchos otros clichés, tonto y
banal en la superficie, en realidad expresa una gran y terrible verdad. No es coincidencia
que la mayoría de los adultos que se suicidan con armas de fuego siempre se disparen a
sí mismos en…la cabeza. Y la verdad es que la mayoría de estos suicidas estaban
muertos mucho antes de jalarle al gatillo.
Y esto es realmente, sin mentiras ni bromas, de lo que su educación debe
tratarse: cómo evitar ir por tu confortable, próspera y respetable vida adulta, siendo un
muerto, inconsciente, esclavo de tu cabeza y de tu configuración predeterminada, esa
que te hace estar única, completa y totalmente solo día tras día. Esto puede sonar a una
exageración o un sinsentido abstracto. Entonces hagámoslo concreto. El hecho es que
ustedes recién graduados todavía no tienen idea de lo que “día tras día” realmente
significa.
Resulta que hay una buena parte de la vida adulta americana de la cual nadie
habla en los discursos de graduación. Esa parte involucra aburrimiento, rutina y una
bonita frustración. Los padres y las personas más grandes aquí entenderán
perfectamente de lo que hablo. Por ejemplo, supongamos que este es un día normal en
la vida adulta, se levantan en la mañana, se dirigen a su desafiante trabajo de oficina
digno de un graduado, trabajan por nueve o diez horas, al final del día están cansados y
muy estresados: todo lo que quieren es irse a su casa, prepararse una buena cena, tal
vez despejarse un rato y dormirse temprano porque tienen que levantarse temprano al
día siguiente a hacer lo mismo de nuevo.
Pero de repente recuerdan que no hay comida en la casa –no han tenido tiempo
suficiente para comprar comida esta semana a causa del desafiante trabajo- entonces
al final del día tienen que subirse al automóvil y manejar hasta el supermercado. Es la
hora que marca el fin de la jornada laboral y el tráfico es espantoso, entonces llegar a la
tienda toma mucho más tiempo del que debería, y cuando finalmente llegan ahí, el
supermercado está atiborrado de gente, porque por supuesto es la hora del día en que
las demás personas que también tienen trabajo tratan de hacer cabida en su horario
para ir de compras al supermercado, y la tienda está horrorosa y fosforescentemente
iluminada, ambientada con espantoso pop corporativo o esa genérica música de fondo
capaz de matar almas. Es el último lugar en el que quisieras estar pero no puedes entrar
y salir inmediatamente. Tienes que deambular por los inmensos y saturados pasillos
para encontrar las cosas que quieres, tienes que maniobrar con tu carrito entre todas
las demás personas, que también están cansadas y tienen su propio carrito, y por
supuesto están los viejos que se toman todo el tiempo del mundo, los que toman
demasiado espacio, los niños hiperactivos, y tú tienes que poner la mandíbula dura y ser
amable mientras les pides que te dejen pasar, hasta que por fin encuentras lo que
buscabas, sólo que ahora no hay suficientes cajas abiertas a pesar de que la tienda está
llena, entonces la fila para pagar es interminable. Lo cual es estúpido e irritante, pero no
puedes desahogar tu ira con la frenética señora trabajando en la caja registradora, quien
para ese entonces ya ha trabajado más horas de las que le tocan al día en un trabajo
cuya rutina e insignificancia sobrepasan la imaginación de cualquiera de nosotros aquí
en esta prestigiosa universidad…Pero bueno, finalmente llegas al frente de la fila y pagas
por tu comida, y esperas tu cambio o a que una máquina apruebe tu tarjeta para
después escuchar un “Que tenga un buen día” en una voz que suena como la muerte
misma.

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Y después tienes que llevar tus feas y poco sólidas bolsas de plástico en tu carrito
que tiene una de esas llantas locas que lo hacen moverse irremediablemente a la
izquierda, todo mientras pasas por un estacionamiento sucio y lleno de gente, y tratas
de subir las bolsas a tu automóvil de manera que nada se vaya a salir y rodar por la
cajuela durante el camino, y luego tienes que manejar en medio de un lento y pesado
tráfico para llegar a tu casa, etcétera, etcétera. Todos han pasado por esto, claro, pero
todavía no ha sido parte de la rutina de ustedes, graduados, día tras semana, tras mes,
tras año. Pero lo será, junto con otras rutinas no menos aburridas, tediosas y sin sentido.
Excepto que ese no es el punto. El punto es que dentro de toda esta mierda frustrante
entra el trabajo de escoger.
Como el tráfico es lento, los pasillos atestados y la fila para pagar larga, si no
hago una decisión consciente sobre qué pensar y a qué ponerle atención, estaré enojado
y seré miserable cada vez que tenga que ir de compras al supermercado, porque mi
configuración natural hace que en situaciones como estas todo gire en torno a mí, mi
hambre, mi fatiga, mis ganas de irme a casa, y parecerá que todos los demás en el
mundo están en mi camino, y a todo esto, ¿quién chingados son todas estas personas
en mi camino? Y mira qué repulsivas lucen la mayoría de ellas y cómo parecen ovejas
haciendo fila en la línea para pagar, o qué tan irritante y descortés es que las personas
hablen así de fuerte por celular en medio de la fila, y, miren qué injusto es esto: he
trabajado realmente duro todo el día, tengo hambre, estoy cansado y no puedo irme a
mi casa por culpa de estas estúpidas y malditas personas. O, por supuesto, si estoy en
una forma más socialmente consciente de mi configuración predeterminada, puedo
pasar mi tiempo atorado en el tráfico estando enojado y disgustado con todas esas
gigantes y estúpidas camionetas familiares, Hummers y pick ups mientras gastan su
derrochador y egoísta tanque de 150 litros, y puedo extenderme hablando de cómo las
calcomanías religiosas o patrióticas parecen siempre estar pegadas en los vehículos más
monstruosos manejados por los más feos, desconsiderados y agresivos conductores,
quienes además suelen hablar por celular mientras tocan su claxon solo para ponerse
seis estúpidos metros adelante en el tráfico, y puedo pensar en cómo los hijos de
nuestros hijos van a odiarnos por haber desperdiciado todo el combustible del futuro y
probablemente haber jodido el clima, y en cómo todos somos malcriados, estúpidos y
egoístas, y cómo todo apesta, y así sucesivamente… Miren, si decido pensar así está
bien, muchos de nosotros lo hacemos, excepto que ese pensamiento tiende a ser fácil y
automático, no tiene que representar ninguna elección.
Pensar de esta manera es mi configuración predeterminada. Es la forma
automática e inconsciente con la que experimento lo aburrido y frustrante de la vida
adulta, una vez que opero con la automática e inconsciente creencia de que soy el centro
del mundo y que mis necesidades y sentimientos inmediatos son lo que deben de
determinar las prioridades del mundo. La cosa es que obviamente hay diferentes
maneras de pensar este tipo de situaciones.
Hay mucho tráfico, todos estos vehículos están parados y estorbándome en el
camino: no es imposible pensar que algunas de esas personas manejando camionetas
familiares hayan estado en horribles accidentes automovilísticos en el pasado y ahora
manejar para ellos se ha vuelto una experiencia tan traumática que su terapista no ha
tenido más remedio que aconsejarles comprar una camioneta grande en la que se
sientan suficientemente seguros al manejar; o que la Hummer que se acaba de meter

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en frente de mí está siendo manejada por un padre cuyo hijo está herido o enfermo en
el asiento de copiloto, y está tratando de evadir el tráfico para llegar pronto al hospital,
y que tiene una prisa más legítima que la mía. Realmente soy yo quien está
atravesándose en su camino. O puedo escoger forzarme a considerar que muy
probablemente las demás personas haciendo fila en el supermercado están tan
aburridas y frustradas como yo, y que en lo general algunos de ellos tal vez tengan vidas
mucho más difíciles, tediosas o dolorosas que la mía. Y así sucesivamente.
De nuevo, por favor no piensen que les estoy dando un consejo moral, o que
estoy diciendo que “tienen que” pensar de esta manera, o que alguien
automáticamente espera ello de ustedes, porque es difícil, toma voluntad y esfuerzo, y
si son como yo, algunos días no serán capaces de hacerlo, o no querrán hacerlo. Pero la
mayoría de los días, si están lo suficientemente atentos como para decidir, pueden
decidir ver diferente a la señora gorda con mal de ojo y demasiado maquillaje que acaba
de gritarle a su hijo en la fila para pagar. Tal vez ella no siempre es así; tal vez lleva tres
noches seguidas sosteniendo la mano de su marido quien está muriendo de cáncer, o
tal vez esta misma señora es la empleada mal-pagada de oficina, que justo ayer, te
ayudó a resolver un engorroso trámite ejerciendo un pequeño acto de bondad
burocrática. Claro, ninguno de estos casos es probable, pero tampoco imposible.
Depende de qué es lo que ustedes prefieran considerar.
Si están automáticamente seguros de saber qué es la realidad y quiénes y qué es
importante –si quieren operar con su configuración predeterminada- entonces ustedes,
como yo, probablemente no van a considerar ningún escenario que no sea fastidioso o
sin sentido. Pero si realmente han aprendido cómo pensar, cómo poner atención,
entonces sabrán que tienen más opciones. Estará en sus manos hacer de una situación
lenta, infernal y estresante no sólo una experiencia significativa sino algo sagrado, un
fuego con la misma fuerza que enciende las estrellas; compasión, amor, la subsuperficie
de todas las cosas. Esta onda mística no necesariamente tiene que ser verdad: la única
Verdad que lleva mayúsculas aquí es que ustedes tienen la capacidad de decidir cómo
quieren ver las cosas. Esto, me parece, es la libertad de la educación verdadera, de
aprender cómo estar “bien-equilibrados”: Ustedes pueden decidir conscientemente qué
tiene importancia y qué no. Ustedes deciden qué es lo que van a adorar, porque aquí
hay otra cosa que es verdad: en el día a día de la vida adulta no existe tal cosa como el
ateísmo. No existe tal cosa como no adorar nada. Todo el mundo adora algo. La única
elección está en qué decidimos adorar. Y una gran razón para decidir adorar a algún dios
o algo parecido a un espíritu –llámese Jesucristo, Allah, Yavé, la Diosa Madre, Las Cuatro
Nobles Verdades o una colección de principios infrangibles- es que prácticamente
cualquier cosa que adores te comerá viva. Si adoran el dinero y las cosas –si eso es lo
que consideran que tiene verdadera importancia en la vida- entonces nunca tendrán
suficiente. Nunca van a sentir que tienen suficiente. Es la verdad. Adorar su propio
cuerpo, belleza o encanto sexual siempre los hará sentirse feos, y cuando la edad se
empiece a notar en ustedes, habrán muerto un millón de veces antes de que los
entierren. Hasta cierto punto ya todos sabemos estas cosas –han sido codificadas como
mitos, proverbios, clichés, trivialidades, epigramas, parábolas: el esqueleto de toda
buena historia.
El secreto está en mantener esta verdad en frente de nosotros diariamente. Si
adoras el poder te sentirás débil y con miedo, y necesitarás más poder sobre otros para

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anestesiar el miedo. Si adoras tu intelecto, o ser considerado inteligente, terminarás


sintiéndote estúpido, un fraude siempre a punto de ser descubierto. Y así
sucesivamente. Miren, la cosa más insidiosa de estas formas de adoración no es que
sean malignas o llenas de pecado; es que son inconscientes. Son configuraciones
predeterminadas. Son el tipo de adoración que gradualmente nos atrapa, día a día,
haciéndonos más selectivos en lo que vemos y en cómo medimos el valor de las cosas
sin ni siquiera estar plenamente conscientes de que lo estamos haciendo. Y el llamado
“mundo real” no te desanimará a operar con tu configuración predeterminada, porque
el llamado “mundo real” de hombres, dinero y poder se lleva bastante bien con el
combustible del miedo, desprecio, deseo, frustración y la adoración de sí mismo.
Nuestra misma cultura contemporánea le ha puesto un arnés a estas fuerzas de
modo que han cedido el paso a la riqueza, el confort y la libertad personal. La libertad
para ser amos de nuestro pequeño reino, solos en el centro de toda creación. Este tipo
de libertad suena muy atractiva. Pero por supuesto hay diferentes tipos de libertad, y
del tipo más preciado de libertad no van a escuchar hablar mucho allá afuera en el
mundo competitivo del ganar, conseguir y mostrar.
El tipo de libertad más importante involucra atención, consciencia, disciplina,
esfuerzo, y ser capaces de preocuparse realmente por las demás personas y sacrificarse
por ellas, una y otra vez, realizando miles de pequeños, y nada sexys, actos, día tras día.
Esa es la verdadera libertad. Eso es ser enseñado a cómo pensar. La alternativa es la
inconsciencia, la configuración predeterminada, la “carrera de ratas” –la constante e
insistente sensación de haber tenido y perdido algo infinito. Ya sé que todo esto
probablemente no suena nada divertido, refrescante o inspirador como suelen hacerlo
los discursos de las ceremonias de graduación. Lo que es, como lo veo hasta ahora, es la
verdad, con un montón de basura retórica recortada. Obviamente pueden pensarlo
cómo ustedes deseen. Pero por favor no lo vean como un sermón en donde la Dra.
Laura[2] mueve el dedo índice como metrónomo y de forma acusadora.
Nada de esto se trata de moral, religión, dogma o sofisticadas preguntas sobre
la vida después de la muerte. La cuestión aquí, es la vida antes de la muerte. Es llegar
hasta los treinta, o tal vez incluso los cincuenta, sin querer dispararse a sí mismo en la
cabeza. Es sobre el verdadero valor de la educación, que no tiene que ver con
calificaciones o títulos sino con la simple conciencia –conciencia de lo que es real y
esencial, tan escondido a simple vista alrededor de nosotros, que tenemos que
recordarnos a nosotros mismos una y otra vez:
“Esto es agua.”
“Esto es agua.”
“Estos esquimales pueden ser mucho más de lo que parecen.”
Es inimaginablemente difícil hacer esto –vivir de manera consciente, adulta, día
tras día. Lo que significa que una vez más el cliché es cierto: su educación realmente es
el trabajo de una vida, y comienza ahora.
Les deseo mucho más que suerte.

[1] “Well-adjusted”
[2] Laura Schlessinger

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