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En la llamada Belle Époque París fue el epicentro del mundo, la capital del mundo
civilizado y del progreso. El francés era un signo de refinamiento.
El 28 de diciembre de 1895, la película fue mostrada por primera vez por los hermanos
Lumière en París, que marcó el comienzo del éxito de la película. La fotografía de cine,
la radio, el arte, la música y la pintura, dio lugar a un clima propicio para el desarrollo
del arte y la belleza.
Antes de Charles Frederick Worth todo era muy distinto en el mundo de la moda.
Quienes tenían el poder adquisitivo para hacerlo, acudían a costureros para que les
confeccionaran los voluptuosos vestidos usados en la época, pero estos vestidos no
tenían el sello personal del costurero.
Frederick Worth partió como un aprendiz en la industria textil londinense, tras 7 años
de formación decide que París era el lugar donde debía vivir, uniendo la técnica del
corte ingles con la elegancia propia de los franceces. Fue entonces que todo comenzó.
El inglés empezó a considerarse a sí mismo una celebridad, firmando los vestidos que
confeccionaba como si fueran obras de arte. Fue el primero en hacerlo, creando un
nuevo concepto en la época: el “Couturier” (modisto).
El acto de firmar sus diseños, que a muchos les puede parecer un acto pequeño, hizo
un gran cambio en la época: Feredrick Worth decidía cómo serían los vestidos que
usarían sus clientas, dejando de ser solo un costurero.
En 1858 funda su propia casa de moda en la Rue de la paix en París. Aquí fue cuando
empezó muchas de las prácticas del mundo de la moda que se hacen hasta hoy.
Como una manera de vender más, decidió que empezaría a mostrar sus creaciones,
haciendo una colección al año. Así es como empezó la práctica de hacer colecciones de
temporada: una idea que revolucionó la época y que los actuales diseñadores siguen
hasta hoy.
El paso siguiente fue empezar a vestir a las “famosas”. Fue así como dos emperatrices,
Isabel de Austria y Eugenia, la esposa de Napoleón III, se hicieron fanáticas de sus
diseños y cuando las retrataban lo hacían usando un diseño de Worth. Este hecho trajo
aún más fama al diseñador.
Uno de los grandes cambios que hizo en los diseños de la época fue reducir la
crinolina, de modo que las faldas caían de forma plana adelante y el volumen se lo
daba la parte trasera.
Nada más esencialmente francés que la alta costura. Sin embargo, el creador del
concepto, Charles Frederick Worth, fue un inglés, quien al hacerlo contribuyó a que
París -su ciudad de adopción- fuera la capital mundial de la moda.
Antes de Jeanne Lanvin o Jean Patou, mucho antes de Christian Dior o Cristóbal
Balenciaga, un hombre encarnaba la esencia misma de la alta costura parisina y del
buen gusto francés: Charles Frederick Worth. El libro “La Maison Worth, 1854-1954”
(Ed. La Bibliotheque des Arts) recorre su historia y la de sus herederos.
El momento no podía ser mejor. En 1852 las fuerzas políticas conservadoras en Francia
habían restaurado la casa real y Napoleón III ocupaba el trono con el título de
emperador. Los nuevos bulevares iluminados a gas y las nuevas vidrieras con amplios
paneles de vidrio que se instalaban por centenas incitaban el consumo y la demanda
de artículos de lujo alcanzó niveles que no se habían visto desde antes de la Revolución
de 1789.
Pero sobre todo, debe señalarse la influencia de la emperatriz Eugenia, nacida Eugenia
de Montijo, (1826-1920), apasionada de la moda y de las artes y figura icónica de la
alta sociedad, que contribuyó en gran parte a ese apogeo así como al de Charles
Frederick Worth.
Modisto de la emperatriz
Cuando Worth falleció, en 1895, a los 69 años, víctima de una neumonía, sus hijos
Gaston-Lucien (1853-1924) y Jean-Philippe (1856-1926) asumieron la dirección de la
casa, que contaba entonces con mil doscientos empleados.
Jean-Philippe, dotado para las artes y la pintura y refinado coleccionista, quien heredó
su genio estético, lo aplicó en el diseño de fabulosas telasy en sus magníficas
terminaciones.
En 1910 fue el turno de Jacques y Jean-Charles, los hijos de Gaston, de tomar las
riendas de la firma. Bajo su ímpetu, la maison Worth se aventuró en el mercado del
perfume. La primera fragancia de la firma fue Dans la Nuit, con su frasco diseñado por
el artista René Lalique, un fantástico éxito. Entre esa fecha y 1947 la casa lanzó más de
veinte fragancias de los cuales el “Je Reviens” (1932) se convirtió en un best seller
internacional. Fue entonces que los departamentos de perfumería y de la moda se
separaron.
Como los binomios Worth probaron ser una fórmula exitosa, a Jacques y Jean-Charles
les sucedieron Maurice y Roger, los hijos del primero. Pero en los años 50 la casa, que
había sido adquirida por otra gran maison, Paquin, ya no pudo hacer frente a la
creciente competencia.
Hoy en día el espíritu de la marca sigue presente a través de algunas fragancias, como
un nostálgico souvenir de otros tiempos…