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Era una noche calurosa de primavera y María se despertó sudando por una pesadilla.

Sabía
que algo no iba bien; los últimos días Jesús había estado un poco raro, no contestaba a
muchas de sus preguntas o lo hacía con metáforas.
Se levantó y fue a por el cántaro que tenía en la cocina para mojarse la cara e intentar
volver a dormir. Seguro que no era nada, Jesús estaría teniendo unos días duros pero
pronto se le pasaría. No debe ser fácil lidiar con tantos seguidores.  Ensimismada en sus
pensamientos como estaba no se dio cuenta del ruido que había fuera hasta que casi
tiraron la puerta abajo. Era Juan, el amigo de Jesús. Estaba jadeando y muy alterado,
parecía fuera de sí

- María - dijo con voz jadeante - es Jesús, le han detenido los guardias del Sanedrín.

María notó como le fallaban las piernas y cayó al suelo haciéndose una herida en la pierna .
Juan se abalanzó sobre ella para intentar sujetarla pero de lo cansado que venía no pudo
más que levantarla cuando ya estaba en el suelo. La levantó y la llevo a su cuarto para que
se sentara en la cama y asimilara la noticia. Mantuvo silencio durante casi una hora hasta
que con voz sólida, pero sin odio ni rencor, María preguntó:

- ¿A donde se lo llevan?
- Creo que a la casa de Anás, pero al llevárselo algunos escucharon que después le llevarían
al palacio de Pilato para el juicio de la Pascua.
- Llévame allí, tengo que estar a su lado
- Pero te está sangrando la pierna y es de noche María. Es mejor que desca...
- Juan - le interrumpió - llévame allí. Por favor

El por favor de María, lleno de ternura, dolor e incertidumbre, fue suficiente para que Juan
se pusiera en pie y ayudara a la virgen a calzarse mientras intentaba limpiarle de alguna
manera la herida que tenía. Fueron a paso muy lento hasta el palacio de Pilato y cuando
llegaron empezaba a despuntar el alba sobre el cielo de Jerusalén. Se sentaron en unas
escaleras que subían a la muralla del palacio hasta que un soldado les increpó
-Eh vosotros, ¿qué hacéis ahí? No podéis estar ahí sentados
-Soy la madre del nazareno. Te ruego que tengas compasión de mí y me dejes estar todo lo
cerca que pueda de mi hijo. Si no puedo pasar de aquí lo entenderé, pero apiadate de esta
pobre mujer y déjame quedarme
-Está bien pero tenga cuidado cuando empiece a llegar la gente no vayan a pisarla al subir.
Acaban de llegar los soldados con tu hijo y pronto empezará a llegar el pueblo para la
liberación de un preso
-¿De que se le juzga? Mi hijo no ha hecho nada
- A mí no me pregunte, yo solo acato órdenes. Lo dicho, tenga cuidado.

Empezó a llegar la multitud y pocos reconocieron en María a la madre del enjuiciado.


Soltaban comentarios terribles que María soportaba sin inmutarse por fuera, pero que iban
resquebrajando cada vez más su corazón. Cuando ya no cabía ni un alfiler en la plaza, salió
al balcón Pilato, seguido de Jesús y otro hombre que no reconoció.
El prefecto levantó la mano mientras el pueblo judío le jaleaba, hasta que cerró el puño y
un silencio abisal se instauró en la plaza para escuchar lo que tenía que decirles. Preguntó
Pilato que a quien quería el pueblo que soltaran ese año, si al rey de los judíos o a Barrabás.
«A Barrabás a Barrabás», resonaba en la cabeza de la Virgen. «Crucifica al rey,
crucifícalo», destrozaba el corazón de María.

Una única lágrima derramó la Virgen. No dejó que su pena le invadiera, tenía que ser
fuerte por si se encontraba con Jesús. Pilato se lavó las manos y como si fuera una órden la
plaza se vació de gérmenes. Solo quedaron Juan y María, sentados donde estaban desde el
principio y de nuevo María interrumpió el silencio haciendo la misma pregunta:
-¿A donde se lo llevan?
-Suelen llevar a los crucificados al Gólgota pero está muy alto para ti María y más tal y
como tienes la pier..
-Llévame allí- le interrumpió de nuevo- tengo que estar a su lado

Mientras se dirigían hacia el Gólgota se cruzaron con la multitud que seguía al condenado.
Le escupían y le tiraban los mismos ramos con los que le habían recibido días atrás.
Cuando María vio a Jesús, o lo que quedaba de él, su corazón se rompió definitivamente.
No sentía odio ni rencor por lo que estaba ocurriendo, solo sentía una pena visceral en sus
entrañas; de las mismas de donde había salido su hijo que ahora sufría cada paso que daba.
Cayó de nuevo María al suelo del dolor que sentía, haciéndose otra herida y empeorando la
que tenía. Giró la cabeza Jesús en ese momento y vio como su madre caía inconsciente,
desplomada, haciéndose más pesada la cruz con la que cargaba.

Después de recobrar la consciencia María preguntó que donde estaba, que si había sido
todo una pesadilla. Juan, con mucho pesar en su corazón, respondió a María:
-No María, no ha sido un sueño. Jesús ha seguido subiendo hasta el Gólgota y estará ya al
llegar. Una vez allí le crucificarán. Vamos a casa a rezar al padre, es lo que Jesús hubiera
queri..
-Llévame allí, tengo que estar a su lado
-María no puedes subir hasta allí con las piernas así, me niego
-Juan no voy a dejar a mi hijo solo. Tengo que estar a su lado

De repente María se levantó y emprendió la marcha sola, cojeando pero decidida a llegar
hasta Jesús fuera como fuera. Juan no pudo aguantar esa imagen y fue corriendo a darle el
brazo para que subiera con él. María tenía una energía que no se podía comprender de
donde salía y llegaron a lo alto del monte en menos que canta un gallo. Todo el camino
fueron siguiendo el reguero de sangre que había dejado Jesús en su subida, y la sangre que
manaba de las heridas de María se mezcló con la de Jesús. La sangre de Jesús y María
volvía a ser otra vez una, como cuando le tuvo en su interior.

Llegaron en el momento justo en el que clavaban a Jesús en la cruz, pero María ni se


inmutó. Su corazón ya estaba tan roto que nada podía dañarlo más. Se situaron a los pies
de la cruz pero Jesús no parecía darse cuenta de nada, hasta que de repente levantó la
mirada y vio a su madre con las piernas ensangrentadas y Juan a su lado sujetándola.
-Mamá que te ha pasado? Estás sangrando por favor ve a que te cuiden eso
-Tranquilo hijo, estoy aquí a tu lado. Todo va a ir bien
Mantuvieron la mirada durante un tiempo, intentando abrazarse como les hubiera gustado
si Jesús no hubiera tenido los brazos ensartados en la cruz. De repente, brillaron los ojos
del nazareno y mirando a su madre le dijo:
-Mujer ahí tienes a tu hijo
Luego dijo al discípulo:
-Ahí tienes a tu madre

En ese momento, María entendió el sentido del sufrimiento de su hijo. Hasta en su mayor
agonía, quien fue su pequeño, se había preocupado por ella, se había cargado a la cruz sus
heridas y sus miedos más grandes para reconfortarla. Delante de su hijo agonizante,
sangrante y sufriente María sintió como su corazón, aunque con grietas, se empezaba a
reconstruir.
Las heridas seguían ahí, pero ahora pesaban un poco menos. Todo ese sufrimiento tenía un
sentido, Jesús se había subido a la cruz por ella y por Juan, y por Judas, y por Pedro, y por
Pilato.
Y por mí que escribo esto y por ti que escuchas con tus heridas el sufrimiento de Jesús

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