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Trastornos de La Emancipación Infantojuvenil y Terapia Familiar.
Trastornos de La Emancipación Infantojuvenil y Terapia Familiar.
Amorrortu editores
Buenos Aires
Directores de la biblioteca de psicología y psicoanálisis, Jorge
Colapinto y David Maldavsky
Leaving Home. The Therapy of Disturbed Young People, Jay
Haley
<¡lD Jay Haley, 1980
Primera edición en castellano, 1985; primera reimpresión,
1989; segunda reimpresión, 1995
Traducción, Leandro Wolfson
ISBN 950-518-472-7
ISBN 0-07-025570-9 McGraw-Hill Book Company, Nueva
York, edición original
11 Introducción
20 1. Ideas que han perjudicado a los terapeutas
39 2. Una orientación familiar
61 3. Control social y terapia
78 4. El sistema de apoyo del terapeuta
95 5. La primera etapa
129 6. Un buen comienzo en la primera sesión
150 7. La segunda etapa: apatía
181 8. La segunda etapa: conducta alborotadora
210 9. El proceso de la terapia: un problema de heroína
236 10. Un caso crónico
259 11. Cuestiones especiales resueltas e irresueltas
Introducción
11
individual, sino con la clase de conducta que presente. Por más que
el terapeuta adopte un modo de acción particular para desenganchar
al joven de sus progenitores, no abordará de la misma manera a la
Familia de un retardado mental, de un muchacho que se niega a
alimentarse o de otro que incurre en repetidos actos de violencia.
Resultados
Los resultados que se alcanzan con esta terapia aún no han sido
adecuadamente investigados. Ella se basa en veinte años de experien
cia en la práctica y la enseñanza de la terapia, durante los cuales se
asistió a éxitos y fracasos. Sólo comentaremos aquí algunos datos
sugestivos que parecerían venir en apoyo de nuestro enfoque. Un
plan tendiente a aplicarlo a una muestra de considerable tamaño y a
controlar los datos recogidos mediante un grupo testigo equiparado
no pudo concretarse, por la imposibilidad de obtener los fondos
necesarios para llevar ese plan a la práctica. En consecuencia, los
resultados provienen de datos reunidos en forma incidental, y no
como parte de una investigación concienzuda.
Hace unos años comencé a supervisar a terapeutas en formación
que se ofrecieron voluntariamente para atender, junto con sus
familias, a jóvenes diagnosticados como esquizofrénicos. Este “Pro
yecto Esquizofrenia”, según se lo tituló, no formó parte de un
programa regular de formación, sino que fue una tarea colateral. En
él se tomaron como base los siguientes criterios: un joven con
problemas internado en una institución era incluido en la muestra
únicamente si esa era su primera internación, si alguien ajeno al
proyecto había hecho el diagnóstico oficial de esquizofrenia y si se
podía tomar contacto con sus dos progenitores. Doce terapeutas
trataron, por un período de cuatro años, a un total de catorce
familias a las que pertenecían estos jóvenes. Entre los terapeutas
había nueve psiquiatras residentes, dos psicólogos que estaban
haciendo su internado y un asistente social (Charles Billings, Charles
Fishman, Paul Gross, David Heard, David D. Hunt, Gary Lande,
Lawrence Miller, David Mowatt, Lee Petty, Alberto Rjsh y Fran
Ziegler). En el cuadro 1 y en lo que sigue resumimos los datos
procedentes de un seguimiento que abarcó entre dos y cuatro años,
según la fecha de terminación de la terapia.
Los objetivos primordiales de la terapia eran que los jóvenes no
fueran internados nuevamente, y que no se constituyeran en un
fracaso. A veces es difícil evaluar un fracaso terapéutico, pero la
internación es un acto inequívoco (aunque los motivos que llevan a
ella pueden ser complejos, como en el caso de los jóvenes que
quieren ser internados para recibir el subsidio por invalidez). Dicho
de otro modo: definir el éxito no es fácil, mientras que el fracaso
12
Cuadro 1. RESULTADOS
Interna Inter
Problema N° de Interna ciones nacio Tiempo
Familia inter ciones durante nes des de
presentado vencio ante la tera pués de segui
nes riores pia la tera miento
pia
Promedio total 11
13
suele ser evidente. En las catorce familias de que nos ocupamos aquí,
hubo cuatro notorios fracasos (un 29%). Uno de ellos fue un trágico
suicidio cuando la terapia se acercaba a su fin; los otros tres fueron
jóvenes que debieron ser reinternados, y que con posterioridad no
lograron valerse por sus propios medios, o sólo lo lograron en forma
intermitente. En dos casos, si bien hubo reinternación en el trascurso
de la terapia, los jóvenes se desempeñaron con éxito más adelante.
En los ocho casos restantes no hubo reinternaciones durante el
período de seguimiento de dos a cuatro años.
Si uno pretende juzgar la validez de estos resultados en términos
de una metodología rigurosa, surgen muchos problemas. Se careció
de un grupo testigo de personas no tratadas; el seguimiento no fue
realizado por un investigador ajeno, sino por los propios terapeutas;
y la confiabilidad de los datos, así como el período trascurrido desde
el fin de la terapia, hacen que los resultados sólo puedan considerarse
indicativos. En el éxito o fracaso que se logre con estos problemas
influyen tantos factores, internos o externos a la terapia, que se
precisa una muestra muy numerosa para poder afirmar qué cambios
sobrevinieron a causa de la terapia y cuáles obedecieron a otros
motivos. En muchas circunstancias, el éxito del terapeuta depende
de la cooperación de la policía y de la comunidad médica, o de la
situación económica de la familia. Algunas de las familias de este
grupo eran de gente de color, de bajos ingresos; encontrar trabajo
para uno de sus jóvenes integrantes, con lo cual se alcanzaría uno de
los objetivos perseguidos (el autovalimiento), puede constituir un
problema.
Se han obtenido, con otras dos muestras, resultados que confir
man la eficacia de este enfoque terapéutico, pero tampoco esos
estudios siguieron una metodología científica, y por ende esos datos
sólo poseen, asimismo, valor indicativo. En dos programas de
capacitación, los que se realizan en el Departamento de Psiquiatría
de la Universidad de Maryland, y en el Instituto de Terapia Familiar
de la ciudad de Washington, se solicita a los terapeutas que informen
acerca de los resultados. Entre los casos allí atendidos, que son muy
variados, hay algunos pacientes internados. Al final del tratamiento,
el terapeuta debe llenar un formulario consignando su éxito o
fracaso. Este procedimiento no forma parte de una investigación,
sino que tiene propósitos didácticos, ya que de este modo se orienta
a los terapeutas para que atiendan a los resultados de su labor y a la
vez los supervisores pueden llevar un registro de sus éxitos o fallas en
el abordaje de determinados problemas. De ordinario no se hace un
seguimiento de estos casos a largo plazo, pero a los terapeutas que
pudo localizárselos se les pidió que presentaran un resumen.
Como muestra el cuadro 1, de los nueve casos atendidos en el
Departamento de Psiquiatría debieron ser reinternados dos luego de
la terapia (un índice de fracasos del 22%), en tanto que de los
diecinueve tratados en el Instituto, debió reintemarse a cuatro
14
(19%). En conjunto, el índice de fracasos en los 42 casos que
componen las tres muestras fue del 24 %. La cantidad promedio de
entrevistas fue de once. En la última columna del cuadro se aprecia
el tiempo trascurrido desde el fui de la terapia, que varía entre un
período de tres a seis meses (o sea, cuando las indagaciones se efec
tuaron dentro del mismo año en que se realizó la terapia didáctica)
y un período de dos años (en aquellos casos en que sólo se ubicó a
las familias y a los terapeutas con bastante posterioridad).
Las muestras del Departamento de Psiquiatría y del Instituto de
Terapia Familiar eran más diversificadas que la del Proyecto Esquizo
frenia, e incluían varias clases de diagnóstico y no sólo el de
esquizofrenia (los que aparecen como “psicóticos” en el cuadro eran,
en general, “esquizofrénicos”). Salvo los anoréxicos, como se apunta
en la nota al pie, todos los demás jóvenes habían sido internados una
vez como mínimo, y algunos de ellos eran crónicos con varias
internaciones. En ciertas familias sólo pudo concurrir a la terapia
uno de los progenitores o algún otro familiar. El grupo etario fue
idéntico en todas estas muestras, abarcando una gama que va desde
la adolescencia tardía hasta cerca de los treinta años -la edad de la
“emancipación”—.
Los terapeutas que trabajaron con la muestra del Departamento
de Psiquiatría fueron Barbara Cephas, Kay Dónahoe, Gerald Hunt,
James Hill, Sheldon Starr y Stanley Weinstein; en la muestra del
Instituto participaron George Brown, Lila Caffery, Jean Driggers,
Phillip Hill, Joan Hoffman, Judy Lansing, Betsy Lawrence, Marcha
Ortiz, Kathy Reuter, Ralph Scoville, Jane Terry, Stuart Tiegel, Jerry
Waletzky, Gene Waterman y Melvin Williams.
Terapeutas con distinta formación profesional y diverso grado de ,
experiencia aplicaron este enfoque con éxito. Hubo, asimismo, dos
supervisores diferentes en el Departamento de Psiquiatría y en el
Instituto; la tercera supervisora fue mi esposa, Cloé Madanes. Con
ella hemos trabajado juntos en la supervisión de casos tanto en la
Universidad de Maryland y el Instituto de Terapia Familiar como en
el Departamento de Psiquiatría de la Universidad Howard, donde
atendimos a familias de bajos ingresos con un miembro hospitaliza
do, casos estos particularmente difíciles.
Cloé Madanes ha aportado muchas ideas a esta obra y, en general,
a este enfoque terapéutico a lo largo de los años en que trabajamos
en colaboración.1 Posee una rara habilidad para enseñar a los
profesionales cómo hacer terapia con familias en las que hay un
joven “loco”.2
Nuestro enfoque se ha visto confirmado por otros dos proyectos
15
en los que el procedimiento terapéutico fue, en. muchos aspectos,
similar. Uno de ellos fue un proyecto de investigación sobre el
resultado de la terapia familiar con adictos a la heroína, de difícil
curación. Este estudio, cuidadosamente controlado, abarcó a 24
familias y tuvo un amplio período de seguimiento. Se obtuvo un
índice de éxitos del 80%, definiendo como éxito la abstención
definitiva del uso de la heroína.3 Yo participé en la planificación de
la estrategia terapéutica y en la supervisión; el enfoque fue en esencia
análogo al presentado aquí. Algunos terapeutas participaron en
ambos proyectos; en el capítulo 9 se examina uno de los casos de
heroinomanía.
Otro proyecto de investigación que aplicó un enfoque terapéutico
semejante y tuvo un índice de éxitos del 86% fue iniciado por
Salvador Minuchin.'’ .Tomó también como foco la organización de la
familia, como lo hicimos nosotros, aunque la población con la que
trabajó difería de la nuestra tanto por su problemática como por la
etapa de la vida familiar en que se hallaba. La similitud estaba dada
por el énfasis en la jerarquía y en que los padres se hicieran cargo del
hijo problemático y asumieran la responsabilidad de hacerlo cambiar.
En ciertos casos de anorexia nerviosa hubo además una intensa
focalización en el problema presentado, dado que por las caracterís
ticas de la situación la vida del sujeto corría peligro. En el enfoque
de Minuchin, igual que en el nuestro, el terapeuta traza entre padres
e hijos una línea demarcatoria de las generaciones y hace que los
primeros cooperen para resolver el problema de su hijo.
No es de sorprender que existan similitudes entre la manera de
operar del doctor Minuchin y la nuestra, ya que durante diez años
trabajamos juntos en el mismo sitio, empeñados, con Braulio
Montalvo, en aclarar los problemas que plantea la terapia y en
encontrar una mejor manera de capacitar a los terapeutas.5 El
trabajo común de Minuchin y Montalv.o con familias “caóticas” de
escasos ingresos los llevó a desarrollar un enfoque estructural,6
enfoque que Minuchin y sus colegas aplicaron luego a la terapia
familiar de afecciones psicosomátioas y otros tipos de problemas. Mi
propia modalidad derivó del proyecto de investigación dirigido por
Gregory Batesón, en el cual, a través del tratamiento de familias
359, 1973.
6 S. Minuchin, B. Montalvo, B. Guemey, B.L. Rosman y F. Schumer, Fa
16
caóticas de esquizofrénicos, desarrollamos (particularmente Don D.
Jackson y yo) un enfoque estructural. En la década en que Mon-
talvo, Minuchin y yo trabajamos juntos, compartimos muchos
problemas y propusimos numerosas innovaciones. Pese a las diferen
cias del caso, hay una evidente similitud entre pedir a los padres de
un chico que se niega a comer que lo obliguen a hacerlo, y pedir a los
padres de un joven perturbado que lo hagan abandonar sus ideas
delirantes y le exijan que consiga algún trabajo.
Y ya que estoy pasando revista a las influencias de nuestra labor,
quisiera mencionar a John N. Rosen.7 En 1954 el proyecto Bateson
estudió el tipo de trabajo que realizaba Rosen, y este pasó a formar
parte de nuestras ideas acerca de la naturaleza de la terapia. Por esa
época, él y una docena de otros terapeutas se habían especializado
en el tratamiento de esquizofrénicos; todos ellos gravitaron en
quienes nos ocupábamos de los “locos”. Cabe mencionar a Murray
Bowen, Don D. Jackson, Thomas Malone, Ed Taylor, John War-
kentin y Cari Whitaker. Uno de los servicios que prestaba Rosen
consistía en recorrer los hospitales públicos de los estados y
entrevistar a los pacientes en presencia del personal del estableci
miento; allí los persuadía de que los llamados esquizofrénicos eran
seres humanos sensibles y accesibles al diálogo. A la sazón, esa era
una idea revolucionaria. Creo que la posibilidad, si no la necesidad
imperiosa, de tratar a los esquizofrénicos fuera del marco hospitala
rio fue establecida por Rosen.
Otra persona que tuvo gran gravitación en nuestro enfoque tera
péutico fue Milton H. Erickson. 8 Dotado de una especial habili
dad para tratar con jóvenes y de una orientación familiar de la que
carecían entonces la mayoría de los terapeutas, Erickson trabajó
con muchachas y muchachos sobre los cuales sus padres habían
perdido el gobierno, y lo hizo tomando en cuenta la jerarquía
familiar. Ya en 1958 me hizo ver una distinción que en ese momento
era difícil advertir. El proyecto Bateson había mostrado que de nada
servía tratar de apartar al esquizofrénico de su familia, y promovió
en esencia un procedimiento opuesto, procurando la reunión de la
familia, interpretando y aclarando sus comunicaciones y explorando
sus orígenes en el pasado. Erickson me enseñó que en este estadio de
la vida familiar, la tarea de desarrollo no consistía en lograr la
reunión de la familia, sino, por el contrario, en conseguir que los
miembros se desengancharan uno del otro. Al principio nos costó
aceptar esta idea, pero con el tiempo nuestro objetivo terapéutico
fue reunir al joven con sus padres para ayudarlos a separarse.
18
Nota importante
19
1. Ideas que han perjudicado
a los terapeutas*
1. Las ideas deben ser pertinentes para una teoría que conduzca a
resultados satisfactorios. Esa teoría no sólo debe dar mejor resulta
do que otras, y mejor resultado que la ausencia de terapia, sino que
no debe llevar al terapeuta a proceder de un modo que dañe a las
personas.
2. La teoría debe ser lo bastante simple como para que pueda ser
comprendida por el terapeuta corriente. Si los problemas importan
tes se entienden con claridad, el terapeuta no se dejará distraer por
clientes que son expertos en complicarlo y ofuscarlo todo.
3. La teoría debe tener un grado razonable de amplitud. No es
forzoso que explique todas las eventualidades posibles, pero sí que
prepare al terapeuta para hacer frente a la mayoría de ellas.
20
4. La teoría debe orientar al terapeuta con respecto a la acción
más que a la reflexión: debe sugerirle cómo proceder.
5. La teoría debe generar esperanza en el terapeuta, el cliente y la
familia, de modo tal que todos depositen su expectativa en la
recuperación del individuo con problemas y su retorno a la normali
dad.
6. La teoría debe definir el fracaso terapéutico y explicar por qué
se ha producido.
Si estos son los criterios más evidentes en que debe fundarse una
teoría de la terapia, el terapeuta sensato tendrá que evitar las teorías
que se opongan a ellos. Debe serle inaceptable una teoría que origine
magros resultados, que provoque daño a las personas o que impida la
definición de un objetivo para la terapia. Evitará las teorías harto
complejas que inhabilitan para actuar, así como las que procuran ■
explicarlo todo, o llevan a la especulación filosófica y no a la acción,
o no generan esperanza, o hacen que cunda la duda sobre si se tuvo
éxito o se fracasó.
Ideas infortunadas
Teoría organicista
21
es o no esquizofrénico: obtendrá como respuesta un análisis de vagas
expectativas futuras.
Millones de dólares se canalizaron hacia los laboratorios de in
vestigación con el objeto de hallar pruebas de organicidad. No hay
duda de que esas investigaciones fueron necesarias e importantes;
pero, por desgracia, la tarea de relaciones públicas que implicó la
recolección de esos fondos persuadió a numerosos profesionales y al
público lego en general de que los diagnosticados como psicóticos
debían poseer alguna deficiencia orgánica. Es probable que jamás
una categoría de personas haya sido estigmatizada hasta tal punto
sobre la base de pruebas tan escasas. Todos los meses se anuncia que
está por producirse el tan prometido avance para el próximo siglo;
los debates biológicos y bioquímicos se han vuelto más complicados
y mistificadores, y los resultados siguen siendo insignificantes. (Hay
más datos que abonan la presunción de que ser psiquiatra —y, mucho
más aún, médico— está determinado genéticamente, de los que
abonan la presunción del origen genético de la esquizofrenia.)
La polémica entre las concepciones orgánica y social ha cobrado
magnitud en nuestros días. Las consecuencias de suscribir la idea de
que la locura tiene una causa fisiológica han sido significativas:
22
de la terapia de familia, por el contrario, pensaba que el extraño
proceder del individuo era apropiado y adaptado a su situación
social. El intento de combinar estos dos puntos de vista dio origen a
una terapia mistificadora y confusa no sólo para el terapeuta sino
para su clientela. Se le decía al terapeuta que los psicóticos tenían
una incurable deficiencia biológica subyacente, pero a la vez se le
decía que debía tratarlos terapéuticamente para curarlos. Esto lo
situaba frente al cliente como alguien que procuraba curarlo median
te una teoría según la cual era incurable —un ejemplo bastante
clásico de “doble vínculo”, que generó extravagantes procedimien
tos-.
4. El terapeuta adepto a la teoría organicista concebía al joven
esquizofrénico como una persona con una deficiencia, limitada en su
inteligencia o en su capacidad. Como lo corriente es que esos jóvenes
fracasen en su vida, dicha teoría tenía visos de verosimilitud
para los profesionales noveles, quienes llegaban a pensar que algo
’ malo debía tener un joven que no se afanaba por lograr el éxito. Pero
si uno admite que la función social de los jóvenes psicóticos es
fracasar, pese a no tener en sí mismos nada malo que les dé la excusa
para ello, sus capacidades se hacen acreedoras a un mayor respeto.
Puede presumirse que esos jóvenes son más habilidosos en el plano
interpersonal que el terapeuta promedio: este, por más que se
esfuerza, no consigue que tengan éxito, mientras que ellos consiguen
con todo éxito fracasar. La teoría de la deficiencia orgánica llevaba
al terapeuta a subestimar su habilidad interpersonal, y por ende a sa
lir perdidoso en la batalla entablada con ellos. Suponer que un joven
loco es defectuoso y luego tratar de vencerlo en la contienda, es
como iniciar un campeonato de ajedrez con la idea de que todos los
demás contrincantes son retardados mentales.
23
terapia, la teoría organicista es una verdadera calamidad, que ha
impuesto una gravosa carga a la psiquiatría. Al confundir terapia
con control social, no permitió alcanzar éxito alguno y aun impidió
la remisión espontánea en clientes que podrían haber cambiado si se
los hubiera apartado a tiempo de la atención profesional. El
tratamiento en instituciones de custodia, la administración de drogas
y el pesimismo por una presunta deficiencia orgánica, reforzaban la
necesidad de instituciones de custodia, la administración de drogas y
el pesimismo. Las teorías biológicas no eran nada sencillas; ni
siquiera los investigadores médicos parecían comprenderlas. La
teoría no alentaba esperanzas en el cliente o su familia, ni definía
qué debía entenderse por éxito. Si un sujeto tildado de esquizofréni
co se volvía normal, se aducía que, o bien estaba en un período de
remisión temporario, o había sido mal diagnosticado.
Teoría psicodinàmica
Otra teoría que probó ser infortunada fue una ideología basada,
como la teoría organicista, en la noción de que el individuo lleva en
sí mismo algo malo que es independiente de su situación social. Me
refiero a la teoría psicodinàmica de la represión y a la consecuente
terapia. Es difícil describir dicha teoría en términos simples sin que
parezca que uno está parodiándola, pero trataremos de mencionar
aquí los puntos más significativos para la terapia de jóvenes. Según
esa teoría, las personas se conducen como lo hacen a causa principal
mente de representaciones y experiencias del pasado que han repri
mido o desalojado de la conciencia. Se admitía que, secundaria
mente, la situación social actual influye en la persona, pero po
niendo énfasis en la forma en que esta concibe tal situación en
virtud de las representaciones que se erigieron en su interior en el
pasado.
Esta teoría tuvo el mérito de ofrecer a los investigadores intere
santes hipótesis sobre una gran variedad de conductas extrañas; pero
aplicada a la situación terapéutica, constituyó un estorbo. La
doctrina de la represión tomaba difícil al terapeuta ver la interrela-
ción de los miembros de la familia a medida que cada uno respondía
ante la conducta de los otros. La unidad era el individuo singular, no
la diada o la tríada. Se consideraba a cada persona como un sujeto
reprimido que respondía a proyecciones y falsas percepciones. Sus
síntomas no se juzgaban apropiados al medio social y una respuesta
frente a este, sino que se los estimaba inadaptados, irracionales, y
producidos en respuesta a experiencias del pasado más que a las
circunstancias presentes. De este modo, el presente, que es todo
cuanto podemos modificar, no era enfocado como el ámbito que se
debía modificar. Esta concepción llegaba a veces a formas extremas,
como lo ilustran ciertos terapeutas a quienes he visto trabajar en
24
hospitales, tan ocupados en el pasado de sus pacientes que ni siquiera
sabían si estos eran casados o solteros.
La teoría psicodinàmica vuelve difícil adoptar un enfoque tera
péutico positivo, pues se orienta hacia los aspectos negativos de las
personas: lo reprimido por ellas es su lado oscuro, sus temores, su
agresividad, sus odios, sus pasiones incestuosas. Si la técnica primor
dial de la terapia consiste en formular interpretaciones para traer a la
conciencia todo ese material reprimido, es forzoso centrarse en los
aspectos hostiles y desagradables de la gente. (Recuerdo a un equipo
de terapia familiar que, al exponer el caso de un joven esquizofré
nico, informó con orgullo que luego de tres años de terapia la madre
de este joven había admitido, finalmente, que odiaba a su propia
madre. A mí me pareció que esto poco tenía que ver con la vuelta a
la normalidad del hijo y de la familia, pero para ellos, que se basaban
en la teoría de la represión, constituía un resonante triunfo.)
La teoría psicodinàmica tiende a alentar al terapeuta para que se
convierta en un inquisidor que ofrece su asesoramiento a la familia,
en vez de alguien que le imparte directivas y procura que las cosas
cambien. La inclinación del terapeuta a explorar el pasado lleva a
culpar a los progenitores, dado que en el pasado fueron ellos los
responsables. Cuando la cuestión se centra en las acciones del
pasado, implícitamente se acusa a los padres de haber causado el
problema del hijo. Con su teoría de las causas históricas, el terapeuta
suele verse a sí mismo como alguien que viene a salvar al paciente de
la nociva influencia de los padres, y así sus interpretaciones indagato
rias suelen enajemarle la buena voluntad de los progenitores e
impedir que logre su colaboración. Y al observar su falta de coope
ración, se robustece en el terapeuta la idea de que la conducta pre
térita de estos padres hoscos fue la causante del problema, y de
que él debe rescatar al joven de entre sus padres.
Otro procedimiento terapéutico que derivó naturalmente de la
doctrina de la represión consistió en estimular a la gente para que
expresara sus emociones. La idea era que si las personas manifesta
ban sus malos sentimientos recíprocos y sacaban fuera toda su rabia,
gritando y vociferando si ello era necesario, todos se aliviarían de sus
sentimientos reprimidos y el esquizofrénico saldría del consultorio
silbando contento por la calle.
La libre expresión de los sentimientos puede ser válida en algunas
situaciones, por ejemplo en las reuniones religiosas de los evangelis
tas, pero en la terapia familiar fue una desgracia que impidió lograr
cambios en la organización de la familia. Los terapeutas experiencia-
listas, entrenados para provocar emociones en grupos ad hoc,
carecían de una teoría de la organización y no sabían, por ende, de
qué modo debía reorganizarse una familia. Si uno de los miembros
de la familia eludía la discusión de un problema o interrumpía la
sesión en un momento cualquiera para descargar sus emociones,
contaba para ello con el beneplácito del terapeuta. Todos podían
25
nraiir l 11 catarsis y no se veían obligados a seguir ningún pian
tmpélltlco ni a alcanzar ninguna meta. El joven, cuya tarea consistía
MI Impedir que se desarrollara un conflicto entre los padres, podía
dar rienda suelta a sus sentimientos y trastornarse toda vez que le
pareciera indispensable, evitando así la resolución de cualquier
conflicto entre aquellos. Las sesiones basadas en la toma de concien
cia sobre la propia conducta y en la exteriorización de las emociones
tendían a centrarse en la defensa y en la prueba de inocencia, y se
volvían incoherentes, desordenadas, desgastadoras e interminables.
Por la peculiar comunicación que se generaba en esas sesiones,
estimularon, además, un “enfoque comunicacional” de las familias
de esquizofrénicos.
La teoría de la represión no producía buenos resultados, no era
sencilla, no conducía al terapeuta a la acción (sino más bien a la
reflexión) y no permitía abrigar esperanzas, ya que las presuntas
causas de la conducta actual enraizaban en vivencias infantiles
inmodificables. Tampoco definía el fracaso ni lo explicaba cuando él
se producía.
2f
Vease Norbert Wiener, Cybemetics, Nueva York: Wiley, 1948. La idea
de los sistemas tuvo su origen en una variedad de círculos; una de las fuen
tes más importantes fueron las conferencias auspiciadas por la Fundación
Josiah Macy (h.) a fines de la década del cuarenta y comienzos de la década
del cincuenta.
26
interminables tratamientos, y por el otro, en Jos inagotables conflic
tos y polémicas que mantenían con los demás miembros del personal
de las instituciones y hospitales en los que trabajaban.
La principal virtud de una teoría sistemática es que toma
predecibles ciertos acontecimientos; 'su principal defecto, para los
fines terapéuticos, que no es una teoría del cambio sino de la
estabilidad. La terapia familiar, que es la tentativa de cambiar a las
familias, surgió en el seno de una teoría que explica cómo actúa la
familia para seguir siendo siempre igual. Por interesante que fuera
para elucidar el comportamiento animal y humano, la teoría de los
sistemas no constituía una guía sencilla acerca de la manera de
proceder en la terapia, y hasta estorbaba al terapeuta haciéndole
creer que todo intento de intervenir en la familia activaría sus
resistencias, a causa de los procesos reguladores que tendían a
mantenerla inmodificada. Esto condujo a un pesimismo idéntico a
aquel en que desembocaron las teorías sobre la resistencia de la
concepción psicodinàmica. Como la teoría de los sistemas sugería,
además, que si se provocaba un cambio en un sector de la familia, se
produciría una respuesta en algún otro, en ciertos terapeutas esto
reactivó el antiguo mito sobre la sustitución de síntomas e hizo que
vacilaran antes de emprender cualquier acción que indujera un
cambio.
Tal como se la aplicó a las familias, la teoría de los sistemas solía
describir a los partícipes como situados en un pie de igualdad, lo cual
tomaba difícil su uso cuando se trataba de planificar la reestructura
ción y reorganización de la jerarquía familiar. Para una teoría que
tendía a equiparar a todos como unidades con igual capacidad de
respuesta, era difícil tomar en cuenta el poder de una abuela o
apoyar la autoridad de los padres por oposición a la de los hijos.
El problema primordial que esta teoría plantea al terapeuta es que
despoja a los participantes del sistema de su responsabilidad indivi
dual. Afirma que cada persona es movida a hacer lo que hace por lo
que hace alguna otra persona. Para un filósofo que especula sobre el
libre albedrío, esto puede ser sumamente interesante, pero en la
práctica terapéutica parece indispensable destacar la capacidad de
iniciativa de cada cual. Así pues, a esta teoría, según la cual la gente
no puede dejar de comportarse como lo hace, adhirieron terapeutas
que sostenían que los integrantes de una familia actúan de otro
modo.
La teoría del sistema familiar no parece haber dado buenos resul
tados. No es una teoría sencilla, como se comprueba asistiendo a los
debates teóricos sobre ella: con frecuencia, uno no entiende lo que el
expositor está diciendo, aunque suena muy profundo. Al poner el a-
cento en altos niveles de abstracción, incluso llegó a utilizársela para
relegar a un segundo plano la comprobación de si alguien había cam
biado realmente con la terapia.
27
El “doble vínculo’' o “doble ligadura”
of Schizophrenia”, Behav. Set, 1:251-264, 1956. Para una historia de ese pro
yecto, véase J. Haley, “Development of á Theory: A History of a Research
Pioject”, en C. E. Sluzki y D. C. Ransom, eds. Double Bind, Nueva York:
Gruñe & Stratton, 1976. (Doble vínculo. Fundamentos interaccionales de la
terapia familiar, Buenos Aires: Amorrortu editores, en preparación.) El lector
interesado en los conceptos del proyecto Bateson sobre la comunicación debe
remitirse a los escritos de sus participantes, quienes fueron: Gregory Bate-
son, Jay Haley, John Weakland, y como consultores con dedicación parcial,
Don D. Jackson y William F. Fry. Desde 1956, en que se publicó el artículo
citado al comienzo de esta nota, hasta que concluyó el proyecto, en 1962,
todos ellos dieron a conocer muchísimos trabajos; una bibliografía en el ar
tículo “A Note on the Double Bind, 1962” (Fam. Proc. 2:154-161, 1963)
enumera en total setenta artículos y libros. Las ideas básicas de Bateson se
encontrarán en Steps to an Ecology of the Mind, Nueva York: Ballantine,
1972, y en Mind and Nature, Nueva York: Dutton, 1979. (Espíritu y naturale
za, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1982.)
28
r
Investigadores y clínicos
Problem Solving Therapy, San Francisco: Jossey-Bass, 1976. [Terapia para re
solver problemas, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1980.)
29
terapeutas, y muchos jóvenes debieron hacer investigaciones durante
años, en sus cursos superiores, a fin de obtener el título habilitante
para practicar la terapia. Hoy es más notorio que la postura del
investigador y la del terapeuta son exactamente opuestas. El primero
debe mantener distancia respecto de los datos, ser objetivo y no
entrometerse en lo que estudia ni influir en ello. Y puesto que su
objetivo es la búsqueda de la verdad, está obligado a indagar y
explicar todas las complejas variables que constituyen un determina
do fenómeno. El terapeuta, por el contrario, no debe permanecer
distante ni ser objetivo, sino que debe comprometerse personal y
humanamente, entremezclándose en forma activa con los datos para
así influir en las personas con vistas a que cambien. Además, debe
recurrir a ideas simples, que le permitan alcanzar sus objetivos espe
cíficos, y no distraerse en indagaciones acerca de interesantes aspec
tos de la vida y de la mente humana.
Parece obvio que la formación de un investigador y la formación
de un terapeuta son empresas bien distintas, y sin embargo en el
pasado se las confundió hasta tal punto que al observar una sesión
era imposible saber si se estaba investigando a la familia o procuran
do cambiarla.
31
Si el paciente comenzaba a conducirse en forma más normal y se
producía una incipiente reorganización de la familia, con frecuencia
el terapeuta se enteraba, sorprendido, de que alguno de sus colegas
estaba cavándole la fosa al paciente con medicación o lo había
hecho internar por su conducta díscola y perturbadora. Debía enton
ces empezar de vuelta, esperar a que la familia tomase alguna inicia
tiva para responderle con una interpretación, y confiar en que todos,
sea como fuere, habrían de “mejorar” —aunque el significado preciso
de esta mejoría no lo sabía nadie—.
Nuevos avances
33
le que la obedeciera. Algún otro adulto ubicado en el mismo nivel
que la madre, como el padre, se había aliado con el hijo contra ella y
le había conferido al chico más poder del que ella tenía. O bien la
alianza con el hijo la había establecido una figura de autoridad de
otro nivel, como la abuela o el experto profesional. La naturaleza de
esta organización del poder y las consecuencias que podía traer en
esa organización el ejercicio de su autoridad hacían que la madre no
se hiciese cargo de su vástago. Así confundidas las cosas, la misión
del terapeuta radicaba en reorganizar la estructura familiar para que
los adultos —particularmente, la madre y el padre conjuntamente—
recuperaran su autoridad ejecutiva. Una vez reorganizada la familia,
se modificaría el sistema de comunicación, y por ende los procesos
de pensamiento del hijo loco.
La difusión de este punto de vista puso en evidencia que otras
teorías estorbaban la tarea terapéutica y, por cierto, con ellas no se
lograría cambiar al joven loco. Si el terapeuta entendía que el hijo
era víctima de sus padres y que estos habían sido en el pasado una
influencia nociva para él, procuraría salvar a este “chivo emisario”.
Para ello, debía aliarse con el chico contra los padres, intensificando
el mal funcionamiento de la organización y confundiendo aún más la
jerarquía en vez de reestructurarla.
Con esta perspectiva, podemos pasar revista nuevamente a las teo
rías antiguas para ver de qué manera estorbaban al terapeuta.
Teoría organicista
34
terapia. Me resultaba casi imposible persuadir a los residentes en
psiquiatría —o a los asistentes sociales; que siguen las huellas de los
psiquiatras— de que podía abrigarse la esperanza de devolver la
normalidad a un “esquizofrénico”. Habrían vacilado antes de instar a
un sujeto tal para que se condujera normalmente, y su vacilación
hacía vacilar también a la familia. Al poco tiempo, todo el mundo,
pensaba que el “paciente” tenía sin duda algún defecto irremediable,
y la terapia fracasaba.
Nunca entendí por qué algunos terapeutas podían desprenderse
de la concepción biologista y otros no. En mi tratamiento de estas
familias influyó mucho en mí Don D. Jackson, quien pensaba que na
da tenía de malo diagnosticar a una persona como esquizofrénica.
Era aleccionador verlo trabajar a Jackson con una familia en la que
había un hijo loco experto en fracasar. Recuerdo el caso de una mu
chacha que se negaba a hablar; pasaba todo el tiempo mesándose los
cabellos como una idiota. Jackson la trataba, no obstante, como si
fuera perfectamente capaz de un comportamiento normal, siempre y
cuando se produjera un cambio en la situación familiar y terapéutica.
Y en parte por la seguridad con que afirmaba esto, la familia se vio
obligada a aceptar que la muchacha era una persona normal.
En la formación de terapeutas procuré abordar este problema de
distintas maneras. En algunos casos me daba resultado asegurar al fu
turo terapeuta que, pese a las alucinaciones y delirios del sujeto, el
diagnóstico de esquizofrenia había sido erróneo. No siendo un genui
no esquizofrénico, él podía tratarlo como un ser humano.
Presa de la desesperación, establecí una nueva categoría diagnósti
ca: la “seudoesquizofrenia”, vale decir, la condición de todas esas
personas que, aunque presentan todos los síntomas de la esquizofre
nia, no son realmente esquizofrénicas. Pero tampoco esto dio resulta
do, y al fin resolví abandonar, lisa y llanamente, la categoría “esqui
zofrenia”. Hice todo lo posible para evitar designar a alguien como
esquizofrénico, apelando a otras expresiones: “loco”, “demente”,
“chiflado”, “excéntrico”, “persona con problemas”.
Hay psiquiatras que eluden esta cuestión permaneciendo dentro
del ámbito de la política médica, aí par que recurren en mayor medi
da a los progresos de la medicina moderna. La noción de que la es
quizofrenia es una condición irreversible, de origen genético o bioló
gico, pertenece a la ideología médica del siglo XIX. En nuestro siglo
la medicina se ha vuelto más flexible en materia de diagnóstico, más
preocupada por las diversas etapas de una enfermedad, más suspicaz
en cuanto a la irreversibilidad de una dolencia y más innovadora en
el uso temporario de drogas.
35
Teoría psicodinàmica
36
la benevolencia de la gente, no su maldad. Si una esposa tiene un
repentino ataque de angustia que pone en grandes aprietos a su mari
do, lo mejor es suponer que con ese problema lo está protegiendo;
por más que una esposa esté angustiada o furiosa, hay que presumir
que la mueven sentimientos benévolos hacia su marido. Análogamen
te, no conviene suponer que con su comportamiento turbulento un
joven loco se está defendiendo de su familia o exteriorizando su hos
tilidad hacia ella; la cuestión es esta: ¿qué pasaría con la familia si él
no se condujera de ese modo? Para los fines terapéuticos, hay que
partir de la base de que los jóvenes locos se sacrifican con el objeto
de que su familia se estabilice; vale decir, que la fuerza motivadora
que impulsa a los familiares es la estabilidad del sistema. Esta visión
de las cosas permite al terapeuta adoptar un enfoque más positivo
hacia todos los que padecen infortunios.
Si uno quiere hacer una terapia eficaz con ios locos, lo mejor es
abandonar sin más la teoría psicodinámica. El terapeuta que preten
da ser amplio y conjugar la teoría psicodinámica con un enfoque ba
sado en la reestructuración de la familia, sufrirá los mayores per
juicios.
37
El doble vínculo
38
2. Una orientación familiar
40
r
comunidad a la que pertenecen por obra de su excéntrico proceder.
Frente a un joven loco, la primera premisa del terapeuta ha de ser
que él responde adaptativamente a una situación social loca; la segun
da, que tiene la capacidad potencial de convertirse en una persona
normal. Muy de vez en cuando, le tocará un caso excepcional, por
ejemplo un problema orgánico irremediable; pero esto es lo bastante
infrecuente como para que sólo lo tenga en cuenta como última hi
pótesis. No es raro que el terapeuta sea llevado a pensar equivoca
damente que el joven problemático no es expresión de un problema
familiar; la habilidad del joven excéntrico radica en parte en persua
dir a los especialistas de que tiene algún defecto orgánico o una tara
congènita. También hay que tener en cuenta que uno de los objeti
vos de la terapia es ampliar al máximo las posibilidades de una perso
na, de modo que aun las que sufren alguna afección orgánica pueden
beneficiarse con una terapia de orientación familiar. Es común ver a
jóvenes retardados que, si bien padecen una lesión orgánica, esta no
es tan extrema que obligue a los padres a abotonarles la camisa y
mantenerlos siempre dentro de la casa. Existan o no dolencias orgá
nicas, una conducta menoscabada hasta ese punto cumple una fun
ción en la familia.
41
En la actualidad, cuando los clínicos e investigadores se hallan an
te un joven de conducta extravagante, tienden a conceptualizar el
problema de otro modo:
42
r
ra una y otra vez, creando así una estructura organizacional de res
puestas habituales, es una nueva manera de reflexionar sobre la gen
te. A muchos les resulta difícil captar (no hablemos de tomarlo co
mo algo incuestionable) el concepto de un sistema autocorrectivo de
relaciones personales; es más sencillo decir que una determinada per
sona causó cierta dificultad, que concebir a esta última como un pa
so o etapa de un ciclo repetitivo en el que todos intervienen.
Otro obstáculo para aceptar la situación social como unidad es,
simplemente, que la gente vive en situaciones sociales, y entonces las
da por sentadas y no se detiene a examinarlas. Las situaciones ordi
narias, como las diversas etapas de la vida de una familia, eran tan
obvias que no se las estimaba tema digno de preocupación científica.
Todos sabían que hay una etapa de la vida familiar en que los jóve
nes se emancipan del hogar y no le asignaban importancia, así que
nadie advirtió la conjunción entre el mal funcionamiento de las per-'
sonas y esa época de la vida. Hoy estamos comprobando que, en
cualquier organización, la época de mayores cambios sobreviene
cuando alguien se incorpora a ella o la abandona.
Si un joven logra éxito fuera del hogar, no se trata de una mera
cuestión individual. Simultáneamente se estará desligando de su fa
milia, y esto puede acarrear consecuencias para la organización ínte
gra. El éxito o fracaso extrahogareño de un joven forma parte inex
tricable de la reorganización familiar, ya que se establecen nuevos
ordenamientos jerárquicos y nuevas vías de comunicación.
En el decurso normal de una familia, los jóvenes terminan sus es
tudios y comienzan a trabajar y a bastarse a sí mismos sin haber deja
do aún el hogar. A veces deben mudarse si su trabajo así se lo exige.
Cuando ya pueden valerse por sí solos, están en condiciones de casar
se y de fundar su propio hogar. Por lo común, los padres participan
dando su aprobación al cónyuge elegido y ayudando a sus hijos a
establecer su nuevo domicilio. Si esos hijos tienen hijos a su vez, los
padres, convertidos ahora en abuelos, siguen involucrados, y la fami
lia va modificando su organización con el correr de los años. En mu
chos hogares, el hecho de que los hijos se emancipen origina apenas’
una leve perturbación, y para los padres hasta puede ser un alivio que
suelten amarras y los dejen con mayor libertad de hacer tantas cosas
que siempre quisieron hacer.
Si un adolescente o un joven veinteañero empieza a conducirse de
extrañas maneras y a tener un tropiezo tras otro, cabe presumir que
algo funciona mal en esta etapa de emancipación y que las organiza
ción tiene dificultades, las cuales adoptarán diversas formas según
cuál sea la estructura de aquella. Si en una familia falta el padre, por
ejemplo, es corriente que convivan madre y abuela y críen juntas a
los hijos; cuando estos empiezan a desligarse de ellas, la diada
madre-abuela debe enfrentar una reorganización. Otras veces la
madre es soltera, separada o viuda, y siendo ella y su hijo los únicos
miembros de la organización, la emancipación del hijo representa un
43
desquicio fundamental. Si ambos progenitores están vivos, se halla
rán con que después de funcionar durante muchos años en una
organización pluripersonal, de pronto quedan solos. En ocasiones, su
comunicación se desenvolvió primordialmente a través de uno de los
hijos y el trato mutuo directo les crea grandes dificultades; al irse el
hijo del hogar, tal vez queden incapacitados para seguir funcionando
como una organización viable, y penda la amenaza del divorcio o la
separación. Si bien aquí nos centramos en los problemas de los
vástagos, en esta etapa de la vida pueden aparecer problemas en uno
de los progenitores o en ambos. Muy a menudo la emancipación del
hijo coincide con el divorcio de sus padres de mediana edad o con el
surgimiento de una depresión o algún otro síntoma en uno de ellos,
problema que es una respuesta frente al cambio en la organización.
Puede ocurrir que la dificultad de la familia alcance su apogeo
cuando se emancipa el primer hijo, o sólo cuando lo1 hace el último;
a veces, cuando se va un hijo intermedio con el cual los padres están
especialmente ligados. El problema se plantea en una relación trian
gular: la que forman los padres con uno de estos hijos que hace de
puente entre ellos; al irse este hijo de la casa, la familia se desestabili
za, y los padres deben enfrentar aquellas cuestiones que antes, debi
do a la presencia del hijo, no abordaban. Si el hijo deja de tener un
papel activo en el triángulo, toda la temática conyugal, antes comu
nicada en función de aquel, debe encararse ahora de un modo diferente.
Si la desligazón del hijo crea reales trastornos a una familia, ha
bría por cierto una manera de resolverlos y estabilizar la familia:
que el hijo no se vaya; pero cuando los jóvenes ya son veinteañeros,
no sólo su maduración fisiológica sino además las fuerzas sociales de
la comunidad presionan sobre la familia para que lo deje ir. Se pre
tende que siga estudianto, o que trabaje, y que desarrolle una vida
social fuera de su familia. Por más que permanezca junto a los suyos
durante meses o incluso años, esa expectativa irá en aumento, y a la
postre los padres quedarán solos, frente a frente.
Una solución
44
r
45
padres su relación mutua, que permanece congelada, como si ellos, lo
mismo que el hijo, fueran incapaces de pasar a la etapa siguiente de la
vida familiar. Sus dificultades mutuas no se resuelven nunca porque,
toda vez que surge algún problema, lo entrometen al hijo igual que si
estuviera junto con ellos en la casa. El padre se quejará, por ejemplo,
de que su esposa hizo algo que lo irritó, pero él no quiso decirle na
da; al preguntársele por qué no se lo dijo, comentará: “Bueno, sé
que mi mujer está preocupada por nuestro hijo”. La inquietud y pre
ocupación por el joven impide cualquier cambio en la organización,
ya que el triángulo se mantiene intacto.
La crisis familiar y el fracaso del hijo suelen producirse cuando
este se halla en los últimos tramos de su adolescencia o tiene poco
más de veinte años, pero no es raro que acontezca más adelante. A
veces un hijo que se fue del hogar sufre un colapso y retroceso al
hacer lo propio sus hermanos menores. Una mujer de cerca de cua
renta años hacía mucho que había abandonado su casa, cuando co
menzó a conducirse de manera extravagante; sus padres resolvieron
ayudarla disponiendo su internación y planeando su posterior retor
no al hogar. Esto coincidió con la época en que el hijo menor dejó el
hogar a fin de iniciar sus estudios universitarios. El fracaso de la hija
mayor y su vuelta al hogar posibilitó que la familia continuara orga
nizada con un hijo en la casa.
Si uno aborda el problema del joven loco orientándose hacia un
cambio organizacional, le resulta evidente que ese cambio no sobre
vendrá con una hospitalización sino más bien con un comporta
miento normal en el seno de la comunidad. El cambio terapéutico se
produce entonces más rápidamente si se alienta a la familia para que
presione al hijo a fin de que retome de inmediato actividades norma
les -vale decir, si se acciona en la familia-.
El ciclo
46
di da que el sistema más amplio de parentesco entra en pugna con los
padres en lo tocante al joven, ellos se vuelven más incapaces de con
trolarlo, y se genera una escalada en su conducta. Los padres recu
rren al auxilio de un especialista, en el caso típico, para que sofrene al
hijo con medicación o medidas de custodia; estas restricciones estabi
lizan a la familia, pero el conflicto sigue su marcha porque se acusan
uno al otro de lo sucedido. El especialista, en el caso típico, trata
entonces de rescatar al joven creando con él una alianza intergenera
cional contra los padres, con lo cual mina su autoridad ejecutiva. Es
ta loca situación se vuelve cíclica si se eliminan las restricciones o co
acciones impuestas al joven y él recobra su funcionamiento dentro
de la comunidad: bastará que dé unos pocos pasos preliminares para
progresar en sus estudios o en su trabajo, o para formar relaciones
íntimas extrafamiliares, y de nuevo se instaurarán el conflicto y la
inestabilidad. El joven empezará a comportarse de manera excéntri
ca, la familia afirmará que no puede con él y solicitará el auxilio de
especialistas. El joven será enviado otra vez al lugar de donde había
salido. En esta oportunidad, todo el mundo sabe cuál es el lugar que
le corresponde: la institución donde se lo internó primero. Una vez
allí, se lo trata durante un período y luego vuelve a enviárselo a su
casa. Se recupera la estabilidad, hasta que el joven comienza a avan
zar en sus estudios o en su trabajo, los padres amenazan separarse,
recurre la inestabilidad y se repite el ciclo.
El objetivo de la terapia aquí propuesta es poner fin a ese ciclo,
lograr que el joven deje atrás su episodio excéntrico y pueda actuar
con éxito fuera de su familia, y esta se reorganice en forma tal que
sea capaz de sobrevivir a ese cambio.
47
do contacto con sus pares o sólo se asocie esporádicamente con jóve
nes perdidos e inestables, etc. A veces, contraerá matrimonio, pero
este será de un tipo especial. En vez de permitirle establecer un nue
vo hogar, el esposo o esposa es absorbido por la familia de origen.
O sea, ciertos progenitores permitirán que su hijo se case, siempre y
cuando perciban con claridad que su cónyuge no lo alejará de ellos
sino que, por el contrario, se agregará complaciente a la familia. En
esas condiciones, el hijo no se va de su casa.
48
víctima de un cambio tan bruscamente desencadenado que dio por
tierra con su estabilidad anterior.
Esbozamos a continuación una descripción de esta clase de jóve
nes de acuerdo con el enfoque de la comunicación:
40
c. Comunicación anómala: palabras
1. Se expresa verbalmente con un lenguaje amanerado y poco
corriente, inventando palabras.
2. Su escritura es excéntrica, por las ideas que contiene y por
su inusual caligrafía y la disposición de lo escrito en la hoja.
3. Se dirige o escucha a interlocutores imaginarios.
4. Encuadra las situaciones de modo peculiar, diciendo, por
ejemplo, que el tiempo, el lugar, la finalidad o los participantes en
una determinada situación social no son realmente lo que otras per
sonas afirman.
5. Comunica dolencias físicas de las que no hay evidencia al
guna o que parecen extravagantes.
50
ni siquiera el título universitario es señal de éxito, ya que se lo da
por descontado, y el joven no fracasará hasta que esté a punto de
completar su doctorado. El éxito se define como el momento en que
el joven ha completado su formación y, a ojos de la familia, se vuelve
capaz de bastarse a sí mismo. Esa formación tanto puede ser un cur
so técnico de pocos meses como la carrera de medicina o de aboga
cía, que llevan varios años.
Cuando la liza en que se libra batalla por el éxito o fracaso se
halla en el campo laboral y no en el del estudio, el joven que inicia su
carrera excéntrica simplemente no puede conseguir empleo. No es
raro que se conduzca de una manera tan peculiar en las entrevistas
previas que jamás sea contratado. Y cuando consigue empleo, este
resulta a todas luces inferior a su real capacidad; siendo un joven bri
llante, tal vez acepte una tarea servil y vulgar. Quizá continúe en ella
y gane algún dinero, pero como para la familia ese empleo es sinóni
mo de fracaso, el joven ha fracasado.
A veces el joven trabaja para el padre o algún otro pariente, de lo
cual se infiere que no está en condiciones de manejarse en un empleo
donde realmente se le exija competencia. En estos casos el comporta
miento excéntrico y el fracaso sobrevienen luego de que el joven ha
sido definido como exitoso por haber trocado el trabajo con su pa
riente por otro empleo ajeno a la familia.
Para ciertas familias cualquier trabajo remunerado es un éxito, en
tanto que para otras sólo lo es aquel que sobrepasa un cierto nivel de
remuneración. Con frecuencia, el joven excéntrico se desempeña
bien en un muy buen empleo, y amenaza convertirse en un éxito, pe
ro entonces lo pierde (para conseguir otro al poco tiempo), y es defi
nido como un fracaso a causa de su permanente imposibilidad de
conservar un empleo regular.
Enfoque comunicacional
51
to, sino de un mensaje que es a la vez una respuesta a otras personas.
Para destacar la diferencia que implica este punto de vista, recor
daré aquí el caso de un psiquiatra que atendía a un joven que se
negaba a hablar, e incluso a ir al baño; este muchacho de veintidós
años se orinaba y defecaba encima como si todavía usara pañales. El
terapeuta le dio una escupidera para que orinase en ella, y él se la
puso de sombrero y comenzó a caminar por todas partes con eso en
la cabeza. Para el psiquiatra este era un acto fortuito que expresábala
confusión del joven; el enfoque de la comunicación lo vería, en cam
bio, como un mensaje dirigido a los demás en esa situación social. Es
característico de los jóvenes excéntricos que se nieguen a hacer lo
que se les pide, ingeniándoselas para que los demás queden descon
certados y se pregunten si es o no una cuestión de desobediencia.
52
la carcajada. Alguien que parecía estar a cargo le dijo a un auxiliar:
“ ¡Sácalo afuera! ”. Un individuo corpulento escoltó a Peter hasta el
pasillo, volvió y se sentó. El joven no entró de nuevo.
Mientras yo observaba al grupo y reflexionaba sobre lo sucedido,
tenía la convicción de que mi propia explicación acerca de las entra
das y salidas de Peter era distinta de la que se darían ellos. Desde
luego, hay toda una gama de explicaciones posibles. En un ambiente
médico, la idea más común sería que Peter estaba desorientado en el
tiempo y en el espacio, y que mientras deambulaba entró casi por
azar en ese cuarto particular. Otra explicación sería que las entradas
del joven fueron en parte fortuitas, pero en parte obedecieron a su
deseo de expresar su hostilidad hacia la autoridad, y por ende al per
sonal que allí la simbolizaba. La extraña vestimenta que se le había
puesto, así como su confusión y sus gestos idiotas, instarían a los
demás a observarlo de manera condescendiente y divertida.
Permítaseme que describa qué pensé yo que había hecho el joven
conmigo y con el personal del establecimiento. Mientras este se reu
nía y tomaba asiento, percibí entre ellos un sentimiento sumamente
negativo. Es habitual que haya tensión y conflictos encubiertos entre
las personas que trabajan en un hospital neuropsiquiátrico, pero en
ese momento y en esa sala, parecían particularmente serios. El perso
nal había acudido a regañadientes a mi conferencia y expresaba con
sus gestos el desagrado que sentían mutuamente y hacia mí. Cual
quiera podía advertir, por su hosquedad y malhumor, las pugnas y
rencillas entre ellos.
Yo percibí este sentimiento desagradable y cada vez tenía menos
ganas de dar la charla. Me pregunté qué podría hacer para aligerar ese
talante adusto o aliviar la tensión, y me dije a mí mismo que nada
podía hacer. En ese punto comenzaron las entradas y salidas de Pe
ter. En su tercer arribo y partida todos rieron, y el grupo se trasfor-
mó. Les encantaba que Peter demorase al orador que los visitaba;
con su acción, Peter había conseguido unirlos en un grupo amable y
estable. El disenso desapareció de la superficie; todos se mostraban
amigables en su conversación recíproca y conmigo. Me sentí aliviado
de poder hablar ante un agradable auditorio. Concluida su misión,
Peter no retornó: había logrado lo que ni yo ni ninguna otra persona
habríamos conseguido en ese lugar. Ese joven excéntrico había pues
to orden y cierta armonía en una organización en la que hasta enton
ces esos elementos eran casi inexistentes.
En este libro sostenemos que la locura de los jóvenes cumple pre
cisamente esa función en los hospitales neuropsiquiátricos y en las
familias.
Es conveniente partir del supuesto de que los jóvenes excéntricos
que estabilizan a un grupo mediante su sacrificio personal lo hacen a
conciencia y voluntad. Con este supuesto se evita el vano intento de
que el excéntrico entienda lo que hace. El sabe lo que hace y cómo
lo hace mucho mejor que el terapeuta que pudiera señalárselo. Es un
53
sacrificio perpetrado por un individuo que está dispuesto a convertir
se en un payaso, provocarse algún daño o hacer cualquier otra cosa
necesaria con tal de cumplir con esa función. Las tentativas de per
suadir al joven excéntrico de que renuncie a su carrera sacrificada
casi siempre fracasan. En raras ocasiones, el terapeuta puede mera
mente asegurarle que conoce la gravedad de la situación familiar y es
lo bastante competente como para manejarla. El joven volverá enton
ces a la normalidad, y dejará a sus padres en manos del terapeuta.
Pero sólo una acción competente puede conseguir persuadirlo de ese
modo, no una simple charla o la promesa de que uno hará todo lo
posible.
54
dos funciones principales: 1) Función social: Con su conducta ex
céntrica, el joven estabiliza a un grupo de personas de su intimidad.
A esta función se aplica básicamente la intervención terapéutica. 2)
Función metafórica: Cada acto anómalo es también un mensaje diri
gido a los miembros del grupo y a los extraños. Puede considerárselo
una metáfora (a menudo una parodia) de un tema que al grupo le re
sulta importante. Por lo general ese tema crea conflictos en el grupo.
Un joven que se hace un agujero en la mano quemándola con un
cigarrillo puede estar expresando algo relacionado con la religión de
su familia. Si se le da una escupidera para orinar y se la pone de
sombrero, tal vez exprese algo que tiene que ver con ser un payaso.
Un excéntrico que camina como un robot puede estar indicando la
excesiva rigidez de las normas grupales. Un muchacho agresivo está
marcando la presencia de la violencia entre los íntimos con quienes
convive.
La función metafórica de la conducta excéntrica es compleja y a
menudo difícil de desentrañar. Cada acción tiene múltiples signifi
cados, y al poner el acento en uno de ellos tal vez se pase por alto
otro mensaje significativo. Ni la familia ni el grupo de profesionales
ven con beneplácito las indagaciones tendientes a descubrir esos sig
nificados, y esto torna difícil la verificación de los mensajes. Lo típi
co es que el comportamiento excéntrico sea expresión de un tema
que el grupo preferiría negar u ocultar. Así pues, carece de eficacia
práctica procurar la verificación del significado de un mensaje me
diante el consenso grupal: por lo general, el grupo responderá a la
indagación con una metáfora, que dará origen a otras metáforas, y
así sucesivamente. No sólo la familia: tampoco el personal del hospi
tal o el terapeuta verán con buenos ojos la traducción del mensaje
expresado por la conducta excéntrica. Por ejemplo: no es raro que
un excéntrico que comete hurtos esporádicos pertenezca a una fami
lia en la que prevalece una encubierta deshonestidad; los familiares
saben qué significan las acciones del excéntrico, por más que asegu
ren que lo ignoran. De ordinario, como ese significado no les cae en
gracia, ellos y el personal preferirán definir la conducta excéntrica
como carente de sentido y causada por algún mal orgánico.
En una época se consideraba importante explorar el significado
del comportamiento metafórico de la familia, pero hoy se piensa que
no es prudente. Puede crearle un problema al terapeuta, ya que si
saca a relucir significados que incomodan a la familia (o al personal),
se enajenará la buena voluntad de un grupo cuya cooperación es in
dispensable para producir un cambio. Es importante, entonces, que
el terapeuta no señale cuál es, a su juicio, el significado de esa con
ducta; por otra parte, puesto que todo el mundo lo conoce, no sirve
de mucho explicitarlo. Un terapeuta prudente acogerá todos esos sig
nificados y se los guardará gentilmente para sí, como guía de lo que
está aconteciendo. Si así lo hace, el excéntrico y la familia podrán
orientarlo con más claridad.
55
Las metáforas ponen al terapeuta sobre aviso, además, acerca de
ciertas eventualidades que podrían producirse si amenaza con un
cambio. Si un joven intenta infructuosamente suicidarse, es decir, co
mete lo que los demás llaman un “amago” de suicidio, el terapeuta
debe interpretar ese amago como revelador de que el suicidio es un
problema relevante para esa familia; si el joven amaga incendiar la
casa, interpretará que hay cuestiones explosivas en la familia.
Estas metáforas pueden orientar al terapeuta, pero no debe dirigir
a ellas su preocupación fundamental, como sería el caso si estuviera
realizando una investigación. Aun la exploración del significado me
tafórico para verificar una idea puede suscitar resistencia en la fami
lia y echar por tierra la terapia (por este motivo, las interpretaciones
intelectuales o las confrontaciones que instan a asumir la “realidad”
pueden ser fatales para el éxito de una terapia).
Y justamente porque el mensaje trasmitido por la conducta ex
céntrica puede ser útil para estabilizar al grupo, este no va a tener
ningún interés en que sea explicitado. Si en una familia la madre
mantiene una relación amorosa extraconyugal que pone en peligro su
matrimonio, quizá su hija exprese ese mismo tema con insinuaciones
verbales y ademanes particularmente seductores; a sus padres no les
gustará que se señale la relación entre su conducta y la de la madre.
Análogamente, si una muchacha hospitalizada habla en forma deli
rante acerca de un aborto, quizás eso se relacione con que proviene
de una familia católica y con el hecho de que su madre esté abruma
da de hijos; pero conviene partir de la base de que la familia se perca
ta del significado de la conducta de la muchacha, y no querrá que el
terapeuta explique lo que “realmente” dicen sus palabras. El com
portamiento excéntrico siempre es a la vez útil y amenazador, así
como suele aludir en forma cómica a temas que revisten una desespe
rante gravedad.
Suele escucharse que la locura es algo digno de admiración, o que
los locos y excéntricos son más creativos y viven más intensamente
que otras personas. Se dice que se rebelan contra una sociedad repre
sora, y ciertas autoridades en la materia han llegado a opinar que cono
cen mejor que los demás los secretos de la vida. La admiración por el
loco no forma parte del enfoque terapéutico que aquí recomenda
mos. El loco es un fracasado, y el fracaso no es digno de admiración.
Alentar la locura, como hacen algunos entusiastas, es alentar el fraca
so. Hacerles un lugar a los excéntricos para que puedan seguir siéndo
lo no los conduce a la normalidad.
Pero una vez admitido que no admiramos a los locos, no podemos
dejar de reconocer la habilidad que muchos de ellos muestran en las
relaciones interpersonales. Lo mejor es que el terapeuta respete esa
habilidad si no quiere parecer un tonto. También conviene suponer
que las locuras que comete el joven excéntrico son actos positivos,
en el sentido de que son una búsqueda de algo mejor, una lucha por
salir de una situación inaguantable y dar un paso adelante. Aunque,
56
por la reacción de la comunidad, el resultado de esa tentativa sea
catastrófico, el jbven loco se hace acreedor a todo nuestro respeto
por intentar mejorar su suerte y la de su familia.
La cuestión de la responsabilidad
57
que el responsable de esa medida es el juez de menores y no él. El
juez, por su lado, negará su responsabilidad por la sentencia indefi
nida arguyendo que él depende del juicio emitido por los expertos en
enfermedades mentales. Es así que nadie asume la responsabilidad
por lo sucedido o por las medidas que se deben tomar.
Esto significa que hay confusión en la organización, debido a que
no existen claras líneas demarcatorias de la autoridad. Cuando la je
rarquía de una organización está confusa, la conducta loca y excén
trica que así genera es adaptativa: tenderá a estabilizar la organiza
ción y a aclarar las líneas jerárquicas. Si todo vuelve a su curso nor
mal, la organización entra otra vez en fln estado de confusión. Para
corregir el comportamiento loco es preciso corregir la jerarquía, de
modo que aquel ya no resulte necesario o adecuado.
Etapas de la terapia
58
c. Como se presume que existe una confusión en la jerarquía fami
liar, si el terapeuta, en su condición de experto, atraviésalas fronte
ras generacionales y se aiía con el joven contra sus padres, no. hará
más que empeorar la cosa. Deberá coligarse con los padres contra el
joven problemático, aunque así parezca privar a este de sus derechos
y de su libertad individual, y aunque el joven parezca tener demasia
da edad como para considerarlo hasta tal punto dependiente. Si al jo
ven no le gusta esta situación, puede abandonar la terapia y comen
zar a valerse por sí mismo. Cuando haya vuelto a conducirse en for
ma normal, se reconsiderarán sus derechos.
d. Los conflictos entre los padres o entre otros integrantes de la
familia serán subestimados y pasados por alto, por más que las perso
nas en cuestión los saquen a relucir, hasta que el joven retorne a la
normalidad. Si los progenitores afirman que también ellos necesitan
ayuda, el terapeuta les dirá que podrán ocuparse de eso una vez que
su hijo o hija vuelva a conducirse normalmente.
e. La expectativa de todos ha de ser que el joven problemático
recobre la normalidad; no habrá excusas para sus fracasos. Los espe
cialistas aseverarán que no tiene nada malo, y que debe comportarse
como los demás jóvenes de su edad. La medicación debe suprimirse
lo antes posible. Se esperará del joven que retome de inmediato sus
estudios o su trabajo, sin demoras escudadas en una internación par
cial o por una terapia de largo plazo. El retomo a la normalidad es lo
que genera la crisis y el cambio en la familia, en tanto que la perdura
ción de una situación anormal la estabiliza en sus padecimientos.
f Presumiblemente, a medida que el joven vuelva a la normali
dad, retomando con éxito sus estudios o su trabajo o haciendo nue
vos amigos, la familia perderá estabilidad. Quizá los padres amenacen
separarse o divorciarse, y uno o ambos sufran algún trastorno. Uno
de los motivos que abogan para que eí terapeuta se ponga plenamente
del lado de los padres en esta primera etapa de la terapia, al punto de
aliarse con ellos contra el hijo, es que así está en mejores condiciones
de ayudarlos. Si no puede hacerlo, el joven perpetrará alguna locura,
y la familia volverá a estabilizarse en tomo de él y de su excentrici
dad. En este punto hay que evitar una internación, para impedir que
continúe el ciclo hogar-institución-hogar. Un modo de expresar esto
consiste en decir que el terapeuta toma el lugar del joven excéntrico
en la familia, con lo cual aquel queda libre para comportarse nor
malmente y ocuparse de sus cosas. El terapeuta debe entonces resol
ver el conflicto familiar, o bien alejar al joven para que dicho conflic
to se manifieste en forma más directa y no a través de él. Así, el
joven podrá seguir con su vida normal.
3. La terapia debe consistir en una participación intensa y un rá
pido desenganche, más que en una prolongada serie de sesiones regu
lares a lo largo de varios años. Tan pronto sobrevenga el cambio, el
terapeuta empezará a planear el receso y la terminación. Su tarea no
es resolver todos los problemas de la familia, sino sólo aquellas cues
59
tiones organización ales que giran en torno del joven problemático —a
menos que la familia desee establecer un nuevo contrato para el tra
tamiento de otros problemas—,
4. El terapeuta debe practicar un seguimiento ocasional de la fa
milia para saber qué ha sucedido y cerciorarse de que continúe el
cambio positivo.
61
presentar síntomas tales como delirios o alucinaciones, sino porque
han provocado algún disturbio o porque son apáticos y no cuidan de
sí mismos. En los últimos tiempos se ha puesto de moda el diagnósti
co “maníaco-depresivo”, posiblemente porque ahora existe un trata
miento (litio) que ha tenido cierto éxito con los deprimidos. Los jó
venes incluidos en esta categoría se las ingenian para actuar de acuer
do con los dos extremos: en su fase maníaca, son alborotadores, en
su fase depresiva, apáticos.
El trasgresor de la ley y el trasgresor de la normalidad médica no
son dos clases claramente diversas de personas, cuyo comportamien
to sea diferenciable. A veces este es tan similar en uno y otro caso,
que resulta un verdadero misterio el motivo por el cual se escogió
para ellos una carrera y no la otra. Con frecuencia, más que sus actos
parecería ser su situación social la que determina que se los catalogue
de criminales o de lunáticos. Un agente de policía puede decidir a
qué categoría pertenece el joven según el lugar en que lo aprehende,
y a veces la familia colabora con la policía. No es infrecuente que la
decisión se base en la clase social: es más probable que los ricos sean
derivados al ámbito psiquiátrico y que los pobres pasen a formar parte
del sistema criminal. Si un joven roba un automóvil, se clasificará su
acción como una infracción criminal o como un síntoma de “defi
ciente control de los impulsos”, según la posición económica de su
familia. Hay también casos fronterizos, como los de abuso de drogas
o de bebidas alcohólicas, en los que decidir si el problema es criminal
o médico es como tirar una moneda a cara o cruz.
Una de las diferencias entre los diagnósticos de “delincuente” y
de “loco” se funda en la curiosa idea de que el primero es responsa
ble de lo que hace y opta libremente por su inconducta. Por más que
desperdicie su vida entrando y saliendo de las cárceles, debe partirse
de la base de que su decisión es racional, pues de lo contrario no
tendría asidero un sistema legal que presume que ha optado libre
mente por el delito. Si comete sus actos criminales deliberadamente,
merece castigo. Por eso el personal de una prisión tiene menos escrú
pulos de conciencia que el de un hospital neuropsiquiátrico cuando
tiene que imponer algún severo castigo a un recluso. Se afirma que
los “enfermos mentales” no pueden dejar de hacer lo que hacen; por
consiguiente, si el paciente de un hospital neuropsiquiátrico actúa de
manera improcedente, sólo a regañadientes el personal lo castigará,
y disfrazará su castigo como ayuda, ya que ese personal se define
a sí mismo como “curador” a la vez que protector de la comunidad.
Se estima siempre que la administración de drogas, tratamientos
de electrochoque, punciones cistemales y lobotomías forman par
te de un tratamiento médico, negando que se los aplique con fines
disciplinarios.
La teoría de que el criminal obró por decisión conciente hace que
los profesionales que actúan en penitenciarías y correccionales no se
entiendan bien con los terapeutas tradicionales. La terapia que se
62
ocupa de procesos “inconcientes” no es bienvenida entre quienes se
encargan de la custodia de los delincuentes, que consideran que su
misión consiste en persuadir al trasgresor de que no debe cometer
más felonías; por ende, se centran en su rehabilitación por el estudio
o el trabajo. Además, suelen mostrarse renuentes a mezclar en algún
grado significativo a la familia del delincuente; prefieren creer que
este obró por decisión propia, y no que su delito es consecuencia de
una dificultad familiar.
El infractor a la ley suele ser procesado en un tribunal, de acuerdo
con normas que la sociedad ha creado para protegerlo a él y a la
comunidad. La tarea de la comunidad es más complicada si el indivi
duo ha sido definido como enfermo o loco. Se lo recluye igual que a
un criminal, pero también se lo limita con sustancias químicas bajo
la forma de medicamentos. Algo hay que hacer con un sujeto que
provoca un tipo de disturbios que no justifica un proceso y senten
cia judiciales: he ahí el dilema. No es fácil recurrir a las normas de la
justicia cuando no se sabe con certeza si se ha cometido o no un
delito, o cuando no parecen adecuadas las penalidades impuestas a los
criminales. Si un joven deambula desnudo por el vecindario recitan
do versos estrambóticos, se llamará a la policía y lo más probable es
que esta lo lleve a un hospital para enfermos mentales. El joven será
recluido allí, en lo que equivale a una sentencia judicial indefinida, y
tal vez pase su vida entera bajo custodia por el solo hecho de pertur
bar el orden público.
Si un terapeuta trata de hacer algo por el joven o su familia, debe
rá debatir el asunto con agentes de control social responsables de cui
dar que aquel no vuelva a molestar a sus vecinos. Los psiquiatras,
enfermeros, auxiliares y asistentes sociales del hospital tienen su modo
particular de tratar a esos jóvenes, que no coincide con el del tera
peuta de orientación familiar. A menudo, la confusión entre los pro
cedimientos de control social y las medidas terapéuticas origina un
conflicto entre los profesionales, que discutirán entre sí, tal como los
miembros de la familia se pelean por establecer quién está en lo cier
to con respecto a un hijo loco. Y lo que suceda en este debate entre
profesionales puede influir en la terapia tanto o más que lo que suce
de en el seno de la familia.
Los problemas con que se topan en estas circunstancias los tera
peutas pueden describirse en términos de las instituciones con las
que deben tratar, y en términos de las premisas y teorías evidentes
en los métodos de control comunitarios.
63
cueníre la institución, tanto más dificultosa resultará la tarea del
terapeuta.
No hay lugar más absolutamente inapropiado para intentar una
terapia que una institución total en la que los trasgresores son aparta
dos por completo de su comunidad. Salvo en las grandes ciudades,
por lo general estos lugares están aislados de esa comunidad y lejos
de la familia y amigos del individuo allí recluido. En la anormal situa
ción de la custodia total es impracticable una terapia de orientación
social. Esta sólo puede iniciarse cuando el individuo ha sido puesto
en libertad.
Pero no sólo las cárceles y penitenciarías, sino también los hospi
tales neuropsiquiátricos suelen estar alejados de la comunidad. Por lo
común se trata de grandes establecimientos adonde se envía a los in
deseables sociales. A causa del gran tamaño y la rigidez de su plantel
profesional, las ideas modernas entran allí con dificultad; estas institu
ciones suelen estar integradas por profesionales capac'iados para tra
bajar en hospitales y que no entienden cuál sería el objeto de practi
car la terapia en la comunidad misma. Se dedican predominantemen
te a persuadir a los pacientes para que acepten la “cultura” del hospi
tal y se amolden a ella, y la forma como debe comportarse la persona
en su vida ordinaria nada tiene que ver con esta finalidad. El perso
nal ha olvidado —o nunca ha comprendido claramente- que su ta
rea consiste en cambiar a la persona dentro de la comunidad en la
que surge su problema. ¡Cuántos de nosotros dialogamos en esos
hospitales varias veces por semana, durante años, con los pacientes,
en la certidumbre de que esa charla de algún modo los habilitaría
a vivir fuera del hospital! Estábamos convencidos de que, con sólo de
cirle al paciente las palabras adecuadas —las que le brindaran una in
telección de su problema y una experiencia emocional curativa—, él
ya estaría en condiciones de salir y vivir normalmente en la comu
nidad.
Como ejemplo de lo apartado que está de la realidad el personal
de estos establecimientos psiquiátricos, viene a mi mente una reu
nión de personal en la que dos residentes informaron sobre una co
munidad terapéutica que habían logrado crear en una de las salas.
Contaron el método empleado, la forma en que respondió el perso
nal de la sala, los procedimientos democráticos instituidos, etc. En el
debate posterior, alguien Ies preguntó si, desde la creación de la co
munidad terapéutica, habían sido dados de alta un número mayor
que antes de pacientes. Se produjo un silencio; los dos jóvenes psi
quiatras se miraron estupefactos. No sólo carecían de las cifras perti
nentes, sino que ni siquiera se les había pasado por la cabeza la idea
de llevar ese cómputo. Su proceder en la sala no tomaba en cuenta el
contexto hospitalario como un sitio destinado a modificar la vida de
la gente en su comunidad.
Cierto es que los hospitales para enfermos mentales están llevando
a cabo osadas tentativas de reforma y desarrollo de nuevos enfoques,
64
pero se levanta como escollo en su camino la gran inercia que carac
teriza a toda gran burocracia. Psiquiatras más avanzados han procura
do durante años que se hiciera participar a la familia de los pacientes
en la internación o el alta de estos, para traer así al hospital su situa
ción de vida.1 Hemos visto iniciarse muchas de esas tentativas de
cambio, y las hemos visto desvanecerse cuando sus propugnadores
abandonaban el establecimiento. La sala en que ellos habían trabajado
volvía entonces con frecuencia al estilo de vida tradicional que había
tenido durante un siglo.
En años recientes, se ha reducido la población de los hospitales
públicos, por la creación de centros de salud mental comunitarios y
el uso más amplio de sedantes y otras drogas. En ocasiones, este em
peño por vaciar los hospitales ha sido una desgracia. Casos crónicos,
que habían estado recluidos durante mucho tiempo, fueron de súbi
to arrojados a la comunidad, siendo allí objeto de frecuentes malos
tratos; algunos de estos pacientes, en particular los que tomaban
fuertes dosis de medicamentos, eran incapaces de cuidar de sí mis
mos. Aun cuando se hubiera contado con clínicos especialmente adies
trados para ayudar a los pacientes a reintegrarse a su comunidad des
pués de tantos años de vida en reclusión, la tarea habría sido difícil;
no habiendo tales clínicos, lo que se ha hecho es imperdonable. Re
cuerdo que tuve que atender a sujetos que habían pasado más de
diez años en un hospital, y cuya falta de experiencia social se puso
de manifiesto tan pronto los soltaron; uno de ellos hacía diez años
que no entraba a un restaurante, y el solo hecho de pedir el menú al
mozo era para él una tarea llena de incertidumbres, capaz de provo
carle el pánico.
La incapacidad para desempeñarse adecuadamente en la comuni
dad una vez liberado por la institución no se vincula forzosamente
con una “enfermedad mental”. Un convicto que ha cumplido una
condena de veinte años será un alma perdida al volver a su comuni-.
dad, donde tal vez ya no tenga familiares ni amigos, y hasta es posi
ble que procure regresar a la cárcel.
El hospital público para enfermos mentales difícilmente pueda ser
defendido como forma de terapia,2 pero tampoco es defendible la
liberación de pacientes mentales crónicos en la comunidad desprovis
tos de toda orientación. Al iniciar una terapia con un joven, un obje
tivo básico es evitar que sea internado en una de estas instituciones,
para que veinte años más tarde no salga de ella convertido en un inú
til y un inadaptado.
Para los terapeutas, una importante diferencia entre el trasgresor
de la ley y el trasgresor de la normalidad médica es que el primero no
65
se deja recluir voluntariamente (a menos que se defina un delito de
fectuosamente cometido como una búsqueda de reclusión), sino que
acata la sentencia de un tribunal. Los trasgresores de la normalidad
médica deben clasificarse en dos categorías, estando constituida la
primera por aquellas personas que el Estado interna contra su volun
tad por recomendación psiquiátrica. Aunque no siempre resulta clara
la línea divisoria entre un paciente voluntario y otro involuntario (o
entre salas hospitalarias “abiertas” y “cerradas”), para el terapeuta
que quiere trabajar en un hospital esta distinción es importante. Co
mo la reclusión bajo custodia es algo que suele molestar a los psiquia
tras, tal vez finjan que no existe; el terapeuta que va a tratar a un
paciente hospitalario debe ocuparse también de esta simulación.
Tanto el sistema médico como el penitenciario han experimenta
do con procedimientos de custodia parcial, a fin de establecer una
mejor relación entre la institución y la comunidad. Los presos, según
este experimento, pasan la noche en la cárcel y trabajan en la comu
nidad durante el día, mientras que en las instituciones psiquiátricas
se obra al revés: el paciente es mantenido en el hospital durante el
día y enviado a su casa por la noche. En contraste con el primer
procedimiento, que permite a los reclusos continuar sus estudios o
ganarse la vida normalmente, el segundo impide a los pacientes man
tenerse a sí mismos.
Otra alternativa frente a la custodia total son las llamadas “casas
de convalecencia”, a las que recurren ambos sistemas. Se trata de
hogares en que el individuo se recobra de su estadía en la institución
total al par que se va reintegrando poco a poco a su vida normal.
Pero a veces se olvida que estos son hogares de transición y los ex
reclusos terminan pemaneciendo allí para siempre, estableciendo una
“cultura” especial y no volviendo jamás a una vida comunitaria nor
mal.
El delincuente, unas veces sin ser recluido y otras veces después
de haber completado su condena, es liberado y controlado mientras
vive en la comunidad; se lo vigila durante un tiempo, y si no incurre
en ninguna falta obtiene su libertad definitiva. A los trasgresores de
la normalidad médica se los deja en libertad “bajo palabra” para que
visiten de vez en cuando a sus familias o se queden un tiempo con
ellas a modo de prueba; si incurren otra vez en inconducta, se los
vuelve a internar en la institución sin que puedan salir.
66
culpables si ubican a un hijo en uno de estos establecimientos priva
dos en vez de hacerlo en un hospital público, pues piensan que con el
pago del arancel ellos tendrán allí más influencia y su hijo será mejor
atendido. Una forma típica de estabilización de una familia es pagar
a un tercero para que confine al joven, preferiblemente en algún dis
tante lugar de la campaña.
68
res de las “víctimas”. La postura antifamiliar de muchos centros de
rehabilitación de drogadictos procede, en parte, de que algunos miem
bros de su personal son ex drogadictos que tienen dificultades con
sus propias familias, y por consiguiente no ven con buenos ojos la
participación de la familia en la terapia. En vez de practicar la terapia
con los parientes, prefieren hacerlo con el grupo de pares, los otros dro
gadictos.
También hay psiquiatras que se alian con los familiares en contra
del hijo excéntrico, suponiendo en este un mal orgánico o heredita
rio; por ende, no acusan a los padres de haber criado mal a su hijo,
sino que tienden a simpatizar con ellos a causa del defecto incurable
de este.
En resumidas cuentas: los agentes de control social representan a
la comunidad, y su misión fundamental es hacer algo para aquietar a
los alborotadores y otros desviados sociales. Sólo secundariamente su
tarea consiste en ayudar al desviado..Acostumbran ver el origen del
problema en una persona más que en una situación social, e ignorar a
la familia o considerarla una influencia nefasta. Estas premisas y las
instituciones que en ellas se basan, son un impedimento para el tera
peuta que desea provocar un cambio.
69
flujos y reflujos, y hay ciertas oportunidades que no pueden desapro
vecharse; por lo tanto, la precaución no es siempre buena consejera.
Suele haber un momento óptimo para que los padres acojan de nue
vo al hijo en el hogar, o para que este aproveche una posibilidad de
trabajo, y si entonces el terapeuta no actúa, puede fracasar.
También en otros aspectos el terapeuta necesita ser flexible. En
caso de administrar medicación, lo mejor es contar con la libertad
de darla o de quitarla, cambiarla, usar placebos, medicar a más de un
miembro de la familia, etc. La medicación, como cualquier otra for
ma de limitación, debe formar parte de la estrategia de cambio. Si
sólo se la emplea para apaciguar a alguien, o porque una norma ideo
lógica o administrativa establece que una persona con tales caracte
rísticas debe ser siempre medicada (o debe serlo durante un período
prefijado de varios meses), la terapia sufrirá trastornos. Es típico que
los progenitores de un joven quieran medicarlo porque no coinciden
entre ellos en cuanto a la manera de controlarlo. No es lo mismo que
el psiquiatra medique a un joven porque sus padres lo quieren apa
ciguar, a que lo haga por motivos estratégicos —p. ej., como parte de
un trato con los padres, para que estos colaboren en la terapia—.
Ya sea para dar de alta o de baja a un paciente, para ponerle o
sacarle la medicación, el terapeuta necesita, pues, ser flexible. El con
trolador social siente que su responsabilidad es diferente. No desea
que se deje en libertad al joven loco o se le saque la medicación pre
maturamente. Esta cautelosa demora es un problema para el terapeu
ta, ya que estabiliza la situación e impide el cambio, al permitir que
la familia y la comunidad se organicen respecto del joven tomándolo
como un inválido. Cuanto más tiempo permanezca este bajo custodia
o en tratamiento, más embarcado estará en una carrera de enfermo
mental, no sólo en el seno de su familia sino en los medios terapéuti
cos en que se asocia a otros jóvenes anómalos. Por lo demás, el estig
ma que acompaña a todo individuo que ha estado internado afecta
su búsqueda de trabajo y su posibilidad futura de ingresar a algún
establecimiento de enseñanza. La profecía formulada por los contro
ladores sociales de que se trata de un sujeto incapacitado, que tendrá
que permanecer bajo custodia o seguir tomando remedios toda su
vida, suele cumplirse a sí misma mediante el “tratamiento”, que en
verdad lo incapacita socialmente para toda la vida. Con el correr del
tiempo, el joven loco deviene un paciente profesional, así como
otros se trasforman en delincuentes profesionales. Su internación
institucional se convierte en su carrera.
A la inversa, los controladores sociales opinan que algunos tera
peutas se apresuran demasiado a restituir al sujeto a su situación nor
mal, provocando así recaídas y haciendo la vida más difícil para é! y
su familia; esto obliga a internarlo de nuevo, se gasta más dinero, y el
objetivo de que encuentre trabajo o siga sus estudios se torna más
distante. A ello el terapeuta replica que a veces una recaída es parte
necesaria de una terapia. Que un joven mejore luego de haber come-
70
tido una primera trasgresión no significa que seguirá en la normali
dad. Al intensificarse los problemas en su familia puede sufrir una
recaída. Si en ese momento se ayuda a la familia a resolver sus difi
cultades sin la intervención de agentes de control social, podrá reor
ganizarse de manera tal que no sean necesarias nuevas recaídas. Las
intervenciones que procuran evitar las recaídas pueden ser un obstáculo
para el cambio, vale decir, para dejar atrás una etapa de desarrollo.
Otra diferencia entre los terapeutas y los controladores sociales es
que estos suelen acoger con beneplácito la intervención de otros au
xiliares, en tanto que muchos terapeutas prefieren que se abstengan
de intervenir. Ya el solo hecho de tratar con la familia de un joven
problemático es una tarea difícil, que se complica aún más si se lo
interna, porque hay que tratar entonces con los miembros de la insti
tución de custodia. Por un lado, el terapeuta tiene que conseguir que
los especialistas no intervengan, por el otro que el joven se restituya
normalmente a su comunidad. El agente de control social prefiere
aislar al joven problemático de la comunidad, y valora la custodia
como un medio útil de manejar a aquel sin la interferencia de la fa
milia. Además, lo complace la colaboración de otros especialistas, ya
sean médicos, enfermeras, expertos en terapia de grupo o en terapia
expresiva a través del arte.
Finalmente, hay una diferencia de actitud. El profesional que tra
baja en un medio de control social suele volverse pesimista acerca de
lo que puede hacerse por el joven problemático; no ve a su alrededor
más que fracasados y reincidentes. En tal situación, uno pierde las
esperanzas y considera bienvenida una teoría organicista que le ase
gure que no es él el motivo del fracaso. El terapeuta, por el contra
rio, ha logrado suficientes éxitos como para confiar en una mejoría y
en la posibilidad de restituir al joven a la normalidad. Los pesimistas
lo exasperan, ya que únicamente la gente esperanzada realiza esa
cuota de esfuerzo adicional que a veces marca la diferencia entre el
éxito y el fracaso.
71
problemático tiene un defecto orgánico. Argumenta que la dificultad,
es de orden genético, y por ende nada puede hacerse. Peor aún, táci
tamente sugiere que nada debe hacerse. Las personas problemáticas
deben estar bajo custodia para impedir que procreen y reproduzcan
la especie. Si obligado por un defensor de los derechos individuales,
tiene que dejar en libertad a una de esas personas, se inclinará por
recetarle drogas inhabilitantes, o, como dice Gregory Bateson, por la
“intoxicación crónica mediante la quimioterapia”. Hace poco una
muchacha que ya había sido internada en varias oportunidades en un
hospital debió ser llevada de nuevo a él; el médico que la atendió dijo
que en realidad lo que tenía que hacer ella era matarse y acabar de
una vez. Expresó así una concepción típica del Pithecanthropus,
cuya teoría sobre la delincuencia es análoga, vale decir: lá conducta
criminal tiene causas fisiológicas y es inmodificable. Por lo tanto, es
vano cualquier intento de rehabilitación.
Los terapeutas deberían evitar todo trato con los Pithecanthropus
y no entrar con ellos en ninguna clase de negociaciones. Educarlos es
imposible. Todo lo que puede hacerse es impedir que la gente caiga
en sus manos.
Cromagnon. Si bien este tipo de profesional presume que hay un
defecto orgánico, y que probablemente sea imprescindible una in
ternación de por vida, procura mostrarse más liberal, y afirma que
quizás, en algunos casos, hubo en realidad una espantosa experiencia
infantil que dejó marcada a la persona para siempre. Se mostrará dis
puesto a dejar en libertad al recluso, siempre y cuando se le adminis
tre una fuerte medicación. Suprimir esta última es contrario a su filo
sofía; por más que se le diga que ella puede causar un daño neuroló-
gico irreversible, el Cromagnon sostendrá que, aun así, más vale eso
que vivir en el hospital, y añadirá que de todos modos el paciente ya
está orgánicamente dañado por su falla genética. Este tipo de agentes
controladores se avendrá a que un terapeuta intente demostrar que
su tratamiento no sirve de nada, pero en los momentos decisivos
(p.ej., cuando esté en juego la internación o la medicación) se opon
drá a cualquier cambio.
Los terapeutas deben evitar en lo posible a este tipo de agentes,
pero si no tienen más remedio que tratar con ellos, conviene que los
escuchen con aspecto inocente e ingenuo, ya que así quizá se les con
ceda la oportunidad de “probar que estamos equivocados”.
Clásico. Este tipo siempre sostendrá que existe con toda probabi
lidad una causa orgánica o genética de la grave perturbación del jo
ven, pero también le gusta pensar que hay una causa in trap síquica,
por ejemplo un problema edípico. Practica entonces dentro de la ins
titución una terapia de conversación que, según prevé, ha de llevar
muchos años. Se calcula a veces que el tratamiento durará tantos
años como tenía el sujeto al entrar a la institución; para un joven de
veinte años, se estiman veinte años de terapia. Este tipo de agente
presupone que el problema puede resolverse dentro de la institución
72
y que la persona sólo debe ser dada de alta cuando haya llevado allí
un largo período de normalidad. Por lo general, se encuentra a este
tipo de agentes en establecimientos privados onerosos, donde practi
can la terapia con jóvenes provenientes de familias acaudaladas. En el
pasado, evitaban usar drogas, pero ahora las utilizan “para hacer que
el enfermo pueda acceder a la terapia”, toda vez que el sujeto provo
ca algún disturbio en la sala.
No es frecuente que un terapeuta de orientación familiar se vea
mezclado con esta clase de agentes, ya que habitan en sanatorios si
tuados lejos de los centros poblados. Pedir que se deje en libertad a
uno de los Chentes del establecimiento para tratarlo en otro lado es
ardua tarea, ya que la solvencia de la institución corre peligro si sus
pacientes comienzan a abandonarla y a regresar al seno de su familia
y de su comunidad.
Pragmático. Este tipo, sumamente común en los modernos
hospitales psiquiátricos, no se apoya en esencia en ninguna teoría.
Cree a sus maestros cuando estos le dicen que la causa de un proble
ma es genética o biológica, pero también cree a su analista cuando le
dice que la causa es psicodinámica; no le parece mal la teoría inter
personal que sostiene que los pares son importantes, y para mante
nerse actualizado lee algún libro sobre terapia familiar, de modo de
poder hablar del asunto si surge el tema. En la práctica, por lo co
rriente medica a los pacientes y les da el alta tan pronto puede; si
reinciden, aumenta la dosis y vuelve a darlos de alta, hasta que la
ultima vez que aparecen ya casi no pueden caminar de tantas drogas
que tienen encima. Para este tipo de agentes, la conducta loca es un
misterio, y, como ocurre con todos los misterios, de vez en cuando
es abordado con ideas supersticiosas. Se intentará entonces aplicar
ciertas cifras mágicas, como un período de internación de tres meses
o seis meses de medicación pase lo que pase. Habitualmente, en su
formación psiquiátrica no se les ha enseñado otra cosa que escuchar
al paciente, alentarlo a hablar sobre cualquier cosa y asegurarse de
que tome la medicación.
Este tipo de figuras dotadas de autoridad es el más útil para un
terapeuta, ya que no se opondrá a que este se haga cargo de la perso
na problemática, siempre que no le cause ningún trastorno ni solicite
nada en particular de él.
Tales son los tipos de agentes de control social que pueblan los
hospitales neuropsiquiátrícos y prisiones, lo cual no significa que no
haya también terapeutas en esos sitios. Muchos psiquiatras trabajan
con las personas problemáticas en el contexto de su familia, pues no
confían en que una píldora resolverá problemas humanos. Numero
sos asistentes sociales, psicólogos y enfermeras de hospitales o prisio
nes tienen, asimismo, un enfoque terapéutico más que de control so
cial. Sin embargo, las instituciones totales tienden a organizar de un
modo desgraciado el comportamiento de todos los que están en ellas.
73
Así como los*padres actúan a veces, contra su voluntad, en formas
no terapéuticas, lo mismo le sucede al personal de estos establecimien
tos. Los psiquiatras, en especial, pueden ser forzados a adoptar pos
turas de control social muy ajenas a sus deseos. Recuerdo el caso de
un joven profesional que debió abandonar la ciudad en que vivía y
buscar trabajo en otro sitio muy alejado, ya que en todos los em
pleos que se le ofrecían se veía obligado a aplicar a seres infortuna
dos dosis regulares de medicación, sin que se le permitiera hacer otra
cosa por ellos.
Tal vez un terapeuta se sienta tentado a librar batalla contra el
personal de un hospital para impedir que un joven problemático cai
ga en manos de estos agentes de control social, pero eso es un error.
Aclarar quién es responsable del paciente, y negociar en torno de
ello, es esencial; pero utilizar al paciente como excusa para lidiar con
un colega o demostrarle algo genera la misma clase de conflictos que
se producen en una familia cuando algún miembro trata de rescatar
al hijo problemático para que no sea presa de los otros. Un conflicto
de esa índole puede crear el problema que el terapeuta presuntamen
te debe resolver.
74
han de llevar a su hijo a casa. Esto los dota de poder a ojos del hijo, y
les confiere una ventaja inicial en su plan de hacerse cargo en mayor
medida del joven excéntrico en el hogar.
4. El mismo terapeuta que comienza la terapia con la familia en
la institución debe proseguirla fuera de ella. El cambio de terapeuta
cuando el sujeto es dado de alta suele acarrear dificultades. La fami
lia precisa el apoyo de un terapeuta que haya trazado los planes jun
to con ellos y los acompañe en su seguimiento hasta lograr el éxito.
5. Es menester que la medicación esté bajo el control del terapeu
ta. Si este no es médico y por ende no está autorizado a recetar dro
gas, necesita contar con un médico que las recete según los requeri
mientos de cada terapia particular y sus diversas etapas, y no según
una fantasía ideológica cualquiera.
6. La reinternación eventual del sujeto debe estar, asimismo, bajo
el control del terapeuta. Se establecerá un acuerdo con las institucio
nes a fin de que estas no decidan una reinternación sin discutirlo pre
viamente con él. Si la familia ha de contener el problema y resolver
lo, no debe estar habilitada a recurrir a una fácil estabilización me
diante la internación del joven.
7. No se autorizará a ningún otro terapeuta a inmiscuirse con la
familia sin el permiso del terapeuta principal. No es posible que dife
rentes especialistas empujen a la familia cada cual según su dirección.
75
individual con la joven, esta se había rehusado a dirigirle la palabra, y
tampoco tenía una adecuada participación en la terapia grupal y
otros programas de tratamiento que se llevaban a cabo en la sala.
La asistenta social pidió a su supervisor que tuvieran una reunión
con el joven psiquiatra para debatir el problema; así lo hicieron, y
este se mostró inflexible. Dijo que la muchacha no sería dada de alta
hasta tanto estuviera dispuesta a dirigirle la palabra y a participar en
las actividades de la sala. Ofreció el argumento de “Catch 22”,* vale
decir: sólo se permitiría a la joven dejar el hospital si ella admitía
que necesitaba permanecer allí; si, en cambio, creía que no era ese el
lugar que le correspondía, tendría que quedarse. El residente dio a
entender con arrogancia que la posición que él ocupaba en ese con
texto le daba el poder de decidir qué se debía hacer.
El supervisor se sintió exasperado por lo que, a su juicio, era una
inadecuada interferencia en un plan terapéutico cuidadosamente tra
zado. Aconsejó a la asistenta social que dejara el caso y tomara otro
en una sala distinta. Ella canceló la terapia, y la muchacha fue dada
de alta unas semanas más tarde sin ningún plan. Los padres no supie
ron bien qué hacer, y se preguntaron si tenían que internarla en un
hospital neuropsiquiátrico público.
Este caso ejemplifica el dilema básico que enfrenta el terapeuta en
su trato con colegas que poseen poder de control social. Si coincide
con la posición adoptada por estos, es posible que la terapia fracase;
si discrepa y lucha contra ellos, generará el mismo tipo de conflictos
organizacionales que él procura modificar en la familia. En el caso de
los terapeutas que tratan a jóvenes problemáticos, la unidad está da
da por la familia más los profesionales involucrados. El terapeuta de
be ejercer en su trato con los colegas una paciencia a ingenio no me
nores de los que aplica para tratar a las familias difíciles. Así como es
un error encolerizar a una abuela poderosa, provocando que retire a
toda su familia de la terapia, también lo es provocar a un colega do
tado de poder.
En el ejemplo dado, el “villano” de la historia no era el joven psi
quiatra: la falta la cometió el supervisor al irritarse con él por no coope
rar con los primeros y exitosos pasos que se habían dado con la fa
milia. Ese supervisor era yo. Probablemente podría haberlo persuadi
do de que diera el alta a la joven aunque esta no le dirigiese la pala
bra, o ejercido mi autoridad para forzarlo a ello. Con una visión más
objetiva de lo que aconteció, me percato ahora de que no tuve en
cuenta el hecho de que la unidad terapéutica no incluía únicamente
a la muchacha y su familia, sino además al personal de la sala y a mí
76
mismo. Me irritó e impacientó la interferencia del psiquiatra, y te
mo haber utilizado a la muchacha para demostrarle algo a aquel.
La que salió perdiendo fue la joven. Si yo hubiera actuado con
mayor responsabilidad, los riesgos de que en definitiva pasase el resto
de su vida en un hospital para enfermos mentales habrían sido meno
res. Incumbe a los profesionales evitar que se generen entre ellos con
flictos semejantes a los de las familias que tratan. Hay que tener siem
pre presente que una de las funciones primordiales de los jóvenes locos,
ya sea en el seno de su familia o entre los profesionales, es la de consti
tuirse en vehículos de una batalla y ser sacrificados.
77
4. El sistema de apoyo del terapeuta
79
en que se desarrolla la sesión. Pero, al estar solo en esa habitación, el
terapeuta tiene la ventaja de que puede impartir una directiva sin de*
moras, aprovechando las ideas que emergen de la acción misma y
haciendo lo que a su juicio debe hacerse en el momento oportuno,
sin vacilaciones.
Supervisión
80
ser descriptu de múltiples maneras. Ciertos datos- pertinentes para
formular un diagnóstico o para una investigación son irrelevantes pa
ra el terapeuta, y hasta pueden constituir un obstáculo. Si el terapeu
ta alude a delirios y alucinaciones, bien podría ocurrir que el supervi
sor entablara una discusión con él acerca de su naturaleza y significa
do. Esto sería un error, ya que al discutir el problema de ese modo se
podría estar orientando al terapeuta para que pensase de ese modo.
Si esas ideas cobran prominencia en su pensamiento, al saludar a la
muchacha ya la estará clasificando mentalmente como una enferma
mental con delirios y alucinaciones. Es probable que esto lo lleve a
creer que el problema está en ella y que es una persona defectuosa,
desestimando así las habilidades interpersonales de la joven. Si se
quiere situar el problema en la familia, debe ser definido como un
problema que la familia está en condiciones de abordar. Una “pertur
bación’' es algo que los padres pueden abordar y hacer algo al respec
to, en tanto que las alucinaciones y delirios escapan al dominio de la
familia y caen dentro de la jurisdicción de los “especialistas en salud
mental” Según como se defina el problema que hay que resolver,
uno puede llegar a invalidar a los padres como autoridades sobre su
hijo o hija. En nuestro ejemplo, el supervisor destaca ef “lío” que
provoca la chica, y el terapeuta responde de modo apropiado a esa
orientación.
Importa advertir tamjbién que en este diálogo la única mención al
pasado de la chica fue la pregunta acerca del motivo por el cual fue
puesta bajo custodia. Si el supervisor no demuestra interés por el pa
sado, contribuye a que el terapeuta se preocupe sólo por el presente
al tratar a la familia. La charla prosigue así:
81
res,1 El hijo parentalizado, atrapado en la difícil situación de ser res
ponsable de sus hermanos menores pero sin gozar de poder sobre
ellos, suele desarrollar síntomas. La posición de este hijo está indi
cando que uno de los progenitores o ambos han abdicado de su pro
pia responsabilidad, o de que están tan divididos entre sí que son
incapaces de conducir la familia, y descargan un peso demasiado
grande sobre la hija.
En este ejemplo, el hecho de que la muchacha estuviera “parenta-
lizada” resultó evidente por el comportamiento de los demás hijos en
la primera entrevista. Sus hermanos no la habían visto durante dos
semanas, ya que en la sala de psiquiatría no se permitía la presen
cia de niños, y el modo en que la saludaron señaló la probabilidad de
que ella estuviera situada en esa posición. La conversación continúa:
Ha ley: ¿Qué se les dijo acerca del motivo por el cual vienen aquí?
Lande: Se les dijo que la mejor clase de seguimiento (es decir, terapia
posterior a la internación) recomendado para Annabelle sería ver a la
familia entera. Como los padres ya estuvieron con el consejero psico
lógico de parejas y en un grupo de análisis transaccional. .. parecen
ser gente que abandona pronto lo que empieza. Los padres se dan
cuenta de que algo anda mal entre ellos, y piden ayuda y luego aban
donan, piden ayuda y abandonan. . . No sé exactamente hace cuánto
tiempo fue eso.
82
lo hace. El terapeuta que les formula interpretaciones despierta en
ellos resistencias que pueden hacer naufragar la terapia.
En el presente caso, el terapeuta afirma que “al parecer, los pa
dres se dan cuenta de que algo anda mal entre ellos”. Esta afirmación
es desconcertante, ya que si han estado en asesoramiento psicológico
y en otra terapia en pareja, tienen que saber que algo anda mal entre
ellos. Quizá la ideología del terapeuta se oriente hacia el insight y a
señalarles a las familias lo evidente. Esta actitud condescendiente es
desastrosa cuando se trabaja con personas que saben cómo sacar par
tido de un terapeuta condescendiente para no cambiar.
Más adelante se pudo comprobar que el terapeuta no adhería a
esa orientación hacia el insight, pero en ese momento el supervisor
no lo sabía y se enfrentaba con la posibilidad de que la labor de supervi
sión fuera ardua. Decidió dejar,de lado el asunto para retomarlo luego.
83
En una situación didáctica, es mejor pedir al propio terapeuta que
establezca un plan. Si él no lo hace, el supervisor podrá sugerirle al
guno; si lo hace, el supervisor tratará de respetarlo, ya que siendo de
su propio cuño el terapeuta lo seguirá con más entusiasmo. El mismo
principio se aplica a la familia: el terapeuta le pide que fije un plan,
en la esperanza de que proponga uno al que él pueda dar su apoyo.
Lande: Bueno, mi plan, mi plan para empezar, era que. . . por eso
hablé con e! residente. . . en vez de que él les dijera a los padres dón
de tenía que ir la chica, yo pensaba emplear la primera o segunda
sesión, mientras ella estaba aún en el hospital, para charlar con la
familia acerca de lo que iban a hacer con la chica para que se separa
se. Mi plan, en lo superficial. . . era tratar de que se ligaran más, se
involucraran más con ella, que es lo que siempre hicieron, pero esta
vez el proceso apuntaría a que ella se fuera de la casa. De modo que
si decidían que ella iba a ser atendida en el hospital, de día al menos
ella no estaría en su casa. Mudarse a algún lado, conseguir que los
padres participaran y la ayudaran a dejar la casa. Ese sería mi objeti
vo, en líneas generales.
84
le faltaban pocos meses para terminar su escuela secundaria; si se la
colocaba en un programa de hospital de día, iba a tener que dejar sus
estudios y repetir el curso al año siguiente, suponiendo que volviera a
la escuela. En caso de repetir el curso, se le impondría el estigma de
enferma mental que había fracasado en la escuela y quedado a la
zaga de sus compañeros. Además, en vez de seguir asociada a los
jóvenes normales de su colegio, empezaría a socializarse junto con el
tipo de jóvenes “desviados” que frecuentan los hospitales de día, e
iniciaría tal vez la carrera social del enfermo mental. Si es forzoso
que tal cosa ocurra, hay que aceptarlo como una desgracia del
destino, pero no parece muy sensato planear un destino así.
Más razonable es organizar las cosas para que el joven se restituya
de inmediato a la situación normal que abandonó cuando fue puesto
bajo custodia. Si está cursando la escuela secundaria, allí debe volver;
si está trabajando, debe retomar cuanto antes a su trabajo para no
perderlo; si está en la universidad, debe reintegrarse a las clases. Al
dejar la institución de custodia, el joven debe empezar en el mismo
punto de autonomía en que se hallaba cuando le sobrevino el proble
ma, por avanzado que estuviera en ese aspecto.
Existen otras razones aún para tender de inmediato a la situación
normal. Cuando se reinstaura esta situación, enseguida se pone en
evidencia otra vez el problema que provocó la crisis. Si, por ejemplo,
cuando el joven empezó a vivir con más autonomía los padres estu
vieron a punto de divorciarse, el retorno a ese punto tal vez suscite
de nuevo el problema conyugal. La situación problemática puede ser
recreada y abordada de manera diferente. La mera conversación so
bre las causas pretéritas de un problema no permite averiguarlas: de
lo único que uno se entera es de las teorías que tiene la persona acer
ca de esas causas. La causa de una crisis sale a relucir cuando la fami
lia enfrenta la situación, y a menudo la familia preferirá hablar sobre
el pasado y no recrear la situación.
Suele ocurrir que al retornar a la situación normal, el problema ha
desaparecido, debido a los cambios que tuvieron lugar durante la cri
sis. La situación se ha modificado y el comportamiento problemático
del joven ha dejado de ser necesario. Empero, a veces ese compor
tamiento continúa porque lo requiere el tratamiento. El terapeuta
debe siempre procurar el éxito en la situación normal, y sólo recurrir
a medidas anormales si falla esa tentativa. Dicho de otro modo: tiene
que separar de la terapia las cuestiones relativas al control social, co
mo la internación o la medicación, reinstalando al joven en su fun
cionamiento normal. Su premisa constante será que si el conflicto
familiar es abordado en forma correcta, el joven no se verá precisado
a fracasar y su desempeño será normal. Si uno acepta que la conduc
ta se adapta a la situación, debe tratar de establecer una situación
normal para lograr que la conducta sea normal.
En ocasiones es menester convencer a la familia o a los profesio
nales de la conveniencia de volver de inmediato al estudio o al traba
85
jo. Para los que tienen una orientación médica puede ayudar esta
analogía: si a un individuo se le extirpa el apéndice, debe permanecer
en cama un par de semanas, pero una vez que se recupera puede em
pezar a funcionar como antes sin demora.
Haley: Creo que una de las cosas que hay que evitar, en lo posible, es
la atención en el hospital de día o cualquier otra cosa conectada con
un tratamiento, ya que ello define a la chica como anormal. Y si se la
define como anormal, va a ser muy difícil que salga de la casa. Sola
mente una persona normal puede dejar su casa. Aunque por esa me
dida permanezca fuera de «u casa una parte del día, seguirá dentro de
la familia, porque sería una chica incapacitada a quien sus padres de
ben cuidar. Me parece que tendrías que aparentar que dejas a los pa
dres decidir, mientras procuras que “espontáneamente” decidan que
la chica vuelva al colegio.
Lande: ¿Eso tendría prioridad sobre comenzar a redefinir, de alguna
manera sutil, lo que ocurre en la familia, es decir, quién es normal y
quién no lo es?
Haley: No, yo no haría eso.
86
la chica salga del hospital, ¿cómo van a recibirla los demás? ¿Quién es
tará en la casa cuando ella vuelva? ¿Qué planes tiene ella para cuando
termine su convalecencia?
Lande: O sea, plantearlo en términos de cómo volverá ella a la nor
malidad en uno o dos días, y cómo van ellos a. . .
Haley: Lo más próximo posible a las cosas cotidianas y lo más lejos
posible de averiguar quién causó el problema o quién trastornó a la
chica. Me inquieta un poco cuando tú dices que los padres deben
darse cuenta de que algo anda mal entre ellos; estoy seguro de que se
dan cuenta de que algo anda mal en su matrimonio. La cuestión re
side en manejar eso con cortesía, no en ayudarlos a que se den cuen
ta de que hay algún problema en su matrimonio. Creo que es para
preocuparse que tengan una historia de ir a pedir ayuda y abando
nar y luego ir a pedir ayuda a algún otro sitio. Tal vez la gente siem
pre los enfrentó con su problema, o tal vez simplemente esa es la
pauta de esta pareja, y si queremos atraparlos tendremos dificul
tades.
Lande: Puede ser que una de las maneras de conseguirlo... así lo es
pero.. .. sea averiguar qué hacen el padre y la madre, averiguar si son
competentes en algo, y tratarlos como padres competentes que van a
manejar juntos a su hija.
Haley: Sí, sobre todo si se manejaron bien con sus otros hijos o si ya
hay un par de ellos que dejaron el hogar.
Lande: Muy bien.
87
mentó va a regresar la chica a ia casa, qué va a hacer, y en lograr que
se unan para que la chica haga lo que debe hacer, en su cuarto o
fuera de él. Lograr que la traten como una chica que tiene que regre
sar al colegio y alcanzar algo en la vida, y no como una chica enfer
ma. En realidad, a la larga, si no se puede en la primera sesión, lo que
tú debes lograr es definirlo como un problema de conducta y no co
mo un problema de enfermedad. Y si ella dice algo retorcido, o si tiene
asociaciones incoherentes... en la primera sesión debes tratar real
mente de entenderlo. Más adelante, tal vez no puedas. Pero debes
enfocarlo como que ella no se está comunicando claramente, y no
como que está chiflada. Y sus padres deben hacer que se comunique
con claridad, para que ellos puedan saber qué demonios quiere. De
bes lograr que eso se entienda como una especie de inconducta: si las
demás personas pueden comunicarse con claridad, ¿por qué no pue
de hacerlo ella?
Lande: ¿Qué pasa si ellos traen a colación la medicina, la medica
ción?
Haley: Lo traerán a colación al principio y al final (de la entrevista),
probablemente. Creo que en la primera sesión tienes que encararlo.
En un determinado momento, cuando la chica esté lista para comen
zar una nueva vida, podrá dejar la medicación. Yo la definiría, de
algún modo, como algo temporario, para que no piensen que es de
por vida. La cuestión se reduce entonces al momento y la manera en
que la chica va a dejarla, si la irá dejando de a poco cada día o si la
cortará de golpe. Pero diles que eso se puede repensar en el futuro.
Tienes que conseguir que ellos acepten que la chica es la paciente,
que el problema en sólo ella, pero al mismo tiempo asegurarles que la
medicación es temporaria.
88
problema de conducta o disciplinario, como también pueden motivar
a un hijo apático para moverlo a que haga algo.
En este enfoque, la medicación plantea una dificultad especial.
Uno le da medicamentos a los enfermos, o a las personas con proble
mas de conducta. Por lo tanto, es imprescindible definir a la medica
ción como un artificio para el control de la conducta, pues eso es, y
no definirla como un remedio para una enfermedad, pues no es eso.
Lo que es más importante, debe definírsela como algo temporario. Si
se la define como un remedio para una enfermedad, del tipo de la
diabetes, se estará dando a entender que está destinada a una persona
incapacitada, para que recurra a ella toda la vida. Cuanto más énfasis
se ponga en la medicación, más difícil será lograr que la familia se
haga cargo del problema. Un escollo especial es que habitualmente
son los padres los que insisten en darla. Como se sienten impotentes
para gobernar la conducta del joven y discrepan entre sí en cuanto a
lo que tienen que hacer, prefieren que alguna otra persona se encar
gue de dragarlo.
En el curso de este libro examinaremos diversos modos de actuar
frente a la medicación; aquí basta subrayar que puede usársela para
conseguir alguna ventaja, como también para tornar difícil o imposi
ble la terapia. La ventaja -corriendo el riesgo de los posibles peijui-
cios neurológicos— deriva del hecho de que los padres quieren medi
car al hijo, y por ende aceptarán la terapia para obtener dicha medi
cación y cooperarán con el terapeuta si este, a su vez, coopera con
ellos medicando a su hijo.
En este enfoque, importa destacar de entrada que el problema es
el joven y sólo él. Esto da pie a agenciarse la cooperación de la fami
lia para provocar un cambio. El joven está dispuesto a ser conside
rado el problema, y el terapeuta debe avenirse a esto. Sin embargo,
debe definirlo como un problema temporario y no como una perso
na con una incapacidad vitalicia.
En el punto en que dejamos la conversación entre supervisor y
terapeuta, ambos han entablado ya una relación de trabajo. El tera
peuta ha adoptado un punto de vista positivo y está dispuesto a defi
nir el problema como una inconducta.de la hija. El pasado no viene
al caso, y la internación y medicación se consideran temporarias. Los
padres tienen que recuperar el control sobre su hija y hacer que vuel
va al colegio cuanto antes. Las dificultades conyugales y otros pro
blemas familiares se abordarán como parte del tratamiento de la hija
problemática.
89
ejemplo que daremos, Charles Fishman, citó para la entrevista a la
familia de un joven que se había ido de su casa cuatro años atrás para
seguir estudios universitarios, y en ese plazo había contraído matri
monio. En el último semestre de estudios, cuando estaba a punto de
recibirse, comenzó a actuar en forma extraña y volvió, acompañado
por su esposa, a su ciudad natal, donde fue internado mientras la es
posa se alojaba en casa de los padres de él.
Un hecho que atrajo el interés del terapeuta tue que en la familia
de origen de este joven ya habían habido varios pacientes psiquiátri
cos, pero el supervisor lo dejó de lado, considerando que no era per
tinente para la terapia y que su análisis haría que el terapeuta queda
ra enfocado en la patología del joven. Lo más relevante para la tera
pia era el plan sobre la manera en que viviría el joven cuando dejase
el hospital. La charla tiene lugar antes de la llegada de la familia para
su primera entrevista.
90
con su mujer. Anteriormente, él se fue, tuvo un colapso y debió vol
ver. Tienes que hacer que se vaya de vuelta, porque el retorno tras el
colapso lo estabilizará allí para siempre. Si esa es la situación, y no
debe ser así, yo no me dedicaría a explorar mucho con ellos qué pasó
o por qué pasó; recalcaría que tu tarea consiste en ayudarlo a que se
baste por sí mismo, y averiguar qué es lo que quiere él, y qué quiere
su esposa, y lograr que todos puedan ayudarlo. Si ellos quieren
analizar el porqué o la historia familiar, lo cortaría de cuajo. Tú par
tes con una serie de desventajas. El es un hombre casado que retorna
a su casa después de un colapso, y eso es confuso. Se le ha aconseja
do que asista a un hospital de día, lo cual lo define como un anor
mal. Y empiezas cuando él ya ha pasado dos meses en el hospital y
todo el mundo se ha estabilizado con la idea de que ahora él es real
mente el paciente. Y en una familia en la que hay toda una historia
de pacientes. Así pues, en esta familia hay un montón de argumentos
en favor de la estabilidad con la enfermedad mental.
Fishman: Sí.
Haley: Creo que el enfoque general debe ser llegar a un acuerdo de
que el problema es él, no sus padres ni su esposa. Y si el problema
es él, ¿qué puede hacerse para lograr que se baste de vuelta por sí
mismo?
El énfasis operacional
92
A mi juicio, no hay motivos para que este chico asista a un hospi«
tal de día y concurra a sus clases de la facultad como oyente. O estu
dia en forma regular, o tiene que trabajar y mantenerse así mismo.
Ni tú. ni él, ni la familia deben apoyar que haga las cosas a medias.
No sé cómo se presentará esto en la sesión, pero cuando surja tendrás
que preguntar si prefiere ir a la universidad o trabajar. Más aún, yo
110 se lo preguntaría a él sino a los padres . . .
Mowatt: Yo iba a preguntarte eso,, en mi opinión hay que indagar a
los padres sobre lo que desean para él.
Haley: Correcto, y si quieren que vuelva a la facultad, charlaría con
ellos acerca de si prefieren seguir pagándole los cursos, como has
ta entonces, en caso de que él no estudie ni le vaya bien en su tra
bajo , o si en el caso de que no le vaya bien en los estudios prefieren
que salga a trabajar. Debes hacer todo lo posible por abordar el
asunto como una situación normal, y no como una situación loca.
Partiendo de la premisa de que, al ayudar a los padres a establecer las
reglas para manejar a su hijo, los estás ayudando en su matrimonio.
Comienzas con el problema parental, y si consigues que coincidan al
respecto, pasas entonces a su coincidencia como marido y mujer. Si,
sacan a relucir alguna desavenencia entre ellos, tienes que manifestar-
les: “Ya sé que tuvieron desavenencias, pero lo mejor es que desde el
momento en que él abandone el hospital ustedes se pongan de acuer
do. Quiero que lo hagan. Para eso estamos aquí”. Si alguno de ellos
quiere explayarse sobre los inconvenientes conyugales del pasado,
con la mayor cortesía interrumpes la conversación. En general, ten
drás que cancelar el pasado y expresar que esta va a ser una nueva vida
para todos. Entiendo que es el último hijo que les queda en la casa.
Mowatt: Sí.
Haley: Pienso que tú necesitas definir, de algún modo, para que
ellos lo escuchen, que ese hijo al final se irá de la casa, y que ellos
tienen que ayudarlo a que se baste por sí mismo y siga su propio
camino. Vale decir, tú no quieres que esto se defina como que él se
va a entender con ellos y se va a quedar ahí. Tú quieres aclarar que a
la larga él se va a ir, y que esta es la primera etapa de esa separación.
Si ellos plantean algún asunto sobre cómo va a hacer para seguir sus
estudios, de inmediato los tranquilizas asegurándoles que no se irá a
ningún lugar que a ellos los haga sentir inquietos, sin saber dónde
está ni qué sucede con él.
Una de nuestras dificultades va a ser que los padres se hagan cargo
de un muchacho de esta edad; sería más sencillo si fuera más joven.
Y si ellos o el muchacho dicen que lo estás tratando como a un chi
co, deberás replicar: "Creo que tus padres deben tratarte como a un
chico hasta que tú te bastes solo”. Con ello, dejas en claro que no va
a ser un acuerdo definitivo. ¿Ya llegó la familia?
Mowatt: Sí, acaban de llegar. Están todos, salvo el hermano casado
que no vive en la casa de los padres. Les dije que en el futuro nos
gustaría que concurriera.
93
Haley: Me parece una buena idea incluir a todos los hermanos en
este momento, ya que el hecho de que ese hermano se las haya inge
niado para irse de la casa tal vez derive en parte de que este joven
aún reside allí.
Mowatt: ¿Te parece que debería asistir desde la primera sesión?
Haley: Sí, y probablemente su esposa también. No tanto porque ella
podría estar involucrada, sino porque está en condiciones de dar una
visión más objetiva de la situación. A veces un pariente político ayu
da a aclarar la situación si uno está desconcertado, porque declara lo
que ellos piensan pero no manifiestan. Desde luego, en ocasiones pre
fieren quedarse cortésmente al margen. Una cosa más: no te olvides
de explicar a todos la especial naturaleza de esta habitación; muéstra
les el vidrio de visión unidireccional y las cámaras de videocinta, e
infórmales que serán observados. Queda en tus manos decirles que
detrás del vidrio hay junto a ti un supervisor o un colega. Basta con
que les diga que hay otra persona.
Mowatt: ¿Debo presentarte a la familia?
Haley: No, ellos no se encontrarán nunca conmigo. Si una familia ex
presa reales deseos de conocer al supervisor, a veces se le puede decir
que podrán conocerlo cuando' haya terminado la terapia y ellos
hayan superado el problema.
95
Este ciclo repetitivo adopta diversas formas en cada familia. En al
gunas familias los padres hablarán expresamente de divorcio, mien
tras que en otras la madre dirá meramente: “Me gustaría tomarme
unas vacaciones sola”. Ante esto, el joven reacciona en forma exage
rada, como si su vida dependiera del estado de los padres o de su
matrimonio. Con sus trastornos, o al quedar incapacitado para aban
donar el triángulo, el joven estabiliza a sus padres. Todo amago del
joven hacia la normalidad, en el sentido de retomar sus estudios, su
trabajo o sus relaciones íntimas, provoca una nueva amenaza de sepa
ración, que a su vez lleva a un fracaso estabilizador.
La conducta perturbadora del joven que estabiliza a la familia
hace entrar en escena a la comunidad en la que viven. Los agentes de
control social ponen manos a la obra y lo internan, hasta que des
pués de un tiempo se le da el alta y vuelve a casa. La estabilidad
continúa en tanto y en cuanto al joven se lo rotula como incapacita
do, ya sea por la medicación que se le da o por la internación misma.
A fin de que este ciclo se perpetúe deben participar todos los familia
res, con la asistencia de los agentes de control social. La tarea del
terapeuta radica en poner fin al ciclo dentro de la familia y entre esta
y las instituciones de la comunidad.
Mencionemos al pasar que la decisión de internar a un miembro
de la familia puede parecer arbitraria; aveces, en este estadio del de
sarrollo de la familia, se resuelve internar a uno de los progenitores o
a otras personas adultas. Cuando el terapeuta inicia su intervención
en la crisis, puede pensar que todos, los miembros de la familia se
conducen de manera suficientemente extraña como para tomar algu
na medida. Suele suceder que se elija internar al joven, en cuyo caso
los padres y otros parientes parecerán más normales, y el joven, más
anómalo, de modo tal que la resolución adoptada sonará lógica. El
motivo de que sea el joven el elegido tiene, empero, una explicación
sociológica. Si todos están trastornados pero sólo se puede declarar
fracasado a uno de ellos, el más vulnerable es el joven porque es el
que menos esencial le resulta a la familia. Con frecuencia, el padre es
quien provee al sustento de esta, y debe conservar su trabajo; la ma
dre también es necesaria en la casa, ya sea porque trabaja, o porque
cuida de los otros hijos, o por ambas cosas. El joven no cumple nin
guna función práctica y es por ende prescindible. Una vez que se lo
ha escogido a él, continúa su nuevo “trabajo” dentro de la familia
con su incapacitación.
El terapeuta que aborda esta situación problemática no debe sub
estimar el poder del triángulo. Es como si tres planetas se mantuvie
ran unidos en sus órbitas respectivas por lazos invisibles: si uno de
ellos se sale de órbita, se quiebra la unión entre los otros dos y tam
bién empiezan a desorbitarse. Todo ocurre como si la alternativa an
te la existencia del triángulo fuera la destrucción total. No es raro
pasar por alto estas ligazones distrayéndose con lo que la gente dice.
El joven dirá que está harto de los padres y quiere irse de una vez.
96
Los padres dirán que anhelan que el hijo se aleje de ellos y se baste ft
sí mismo. Los diálogos sobre los deseos de separarse nada tienen que
ver con las acciones emprendidas. Ante un joven que fracasa conti
nuamente y no sabe independizarse, los padres protestarán que ya
están hastiados de él y prefieren que se vaya o que se muera. Sin
embargo, esta protesta se exterioriza al par que el joven incapacitado
sigue bajo el mismo techo. La reacción es muy distinta si el joven
avanza en pos de la normalidad y el autosustento.
El triángulo clásico con un joven problemático es el constituido
por un progenitor que, cruzando las fronteras generacionales, se alia
con el hijo contra el otro progenitor. Otra alternativa es que un abue
lo cruce las fronteras y se alíe con el nieto contra un progenitor. Este
“triángulo patológico,, es típico de los niños con problemas. Frente
a esta coalición trasgeneracional, el terapeuta recurre por lo corriente
al procedimiento de coligarse con la persona más periférica en primer
término, consiguiendo que establezca una ligazón con el hijo. Por
ejemplo, si la madre está aliada al hijo contra el padre, el terapeuta
hará que padre e hijo se unan en alguna empresa común que deja
afuera a aquella. La madre objetará entonces lo que hace el padre
con el hijo, o la forma en que lo hace, y el terapeuta cambiará de
foco, pasando a ocuparse de la batalla entre los progenitores. En ese
momento el niño queda libre de su síntoma y el terapeuta empieza a
tratar a la pareja.1 Esta clase de intervención puede emplearse con
los problemas rutinarios de los niños y también con los problemas
graves que presentan los jóvenes excéntricos (como en un caso de adic*
don a la heroína que comentaremos luego). No obstante, en lasfami*
lias que poseen una gama más amplia de habilidades, como las que tie
nen un miembro loco, esta concepción del triángulo resulta simplista.
Si en la familia hay un joven lo suficientemente loco como para
exigir la atención de la comunidad, no basta presumir que el triángu
lo está conformado por la unión de uno de los progenitores con el
hijo contra el otro progenitor periférico: aquí se comprueba que los
dos progenitores se alian con el hijo para enfrentarse entre sí, en un
“doble lazo” [double bond]. La madre establece una estrecha coali
ción con el hijo contra el padre, pero este por su parte establece otra
estrecha coalición con el hijo contra la madre. El terapeuta no puede
entonces, simplemente, hacer que uno u otro de los progenitores se
haga cargo del joven, sino que debe centrarse en lograr el acuerdo de
aquellos acerca de lo que este tiene que hacer. Esto mantiene activa
mente comunicados a los padres en torno del hijo y sus problemas,
lo mismo que antes, pero en el nuevo contexto de concordar acerca
del cambio que debe sobrevenir en el hijo. Dejan de quejarse de su
mal comportamiento y pasan a planear lo' que debe hacer.
97
Es dable suponer que, cuanto más loco esté el joven, mayor será
la cantidad de conflictos trasgene ración ales en que estará atrapado.
Estos conflictos no sólo incluirán los intentos de cada progenitor de
rescatar al hijo de las garras del otro, sino también a ios abuelos y a
los profesionales. Evidentemente, el contexto global de la familia y
la comunidad es pertinente para el problema, pero a los fines tera
péuticos habitualmente es mejor empezar tomando como foco el
triángulo central, y generando un cambio en él. Al producirse el cam
bio, se torna activa y cobra relevancia la red global. Sacar a un joven
del triángulo que ha constituido con sus padres sin producir una
desgracia es todo un desafío para el terapeuta, quien al penetrar en
ese sistema extraerá muchas más enseñanzas que ante cualquier otro
problema terapéutico. La amenaza del cambio y la intensidad de los
lazos que provoca pondrán a dura prueba su carácter.
A menudo se puede modificar el triángulo sustituyendo a una de
las partes. El terapeuta puede ocupar el lugar del joven problemático
frente a sus padres, dejándolo en libertad para volver a la normali
dad. Luego, el terapeuta tendrá que encontrar el modo de liberarse él
mismo sin provocar una recaída del joven ni remplazarlo en el trián
gulo por alguno de sus hermanos. Otras veces uno de los progenitores
tiene un enredo amoroso, que suele ser con alguien de menor edad
que él o ella, y el triángulo pasa a estar formado por los cónyuges y
el amante, liberando al hijo problemático.
Sea que el terapeuta se coloque, como táctica deliberada, en el
lugar del hijo problemático, sea que para liberar a este se centre en la
diada conyugal, no debe olvidar que la meta no es necesariamente
obtener una pareja feliz una vez que el hijo ha recobrado la normali
dad —salvo que esas sean las condiciones del contrato terapéutico—,
sino conseguir que el joven se desenganche de sus padres e inicie su
propia vida. También debe recordarse que son muy raros los casos de
padres que se divorcian cuando su hijo mejora, pese a que la amenaza
está presente de continuo.
Hay un hecho paradójico: a medida que los jóvenes problemáticos
se toman más desvalidos e incapacitados, más predominan en la fa
milia.2 Los padres, divididos, son incapaces de ejercer autoridad, y se
tiende a que el joven decida lo que hay que hacer. Que el joven ad
quiera autoridad sobre sus padres, particularmente que adquiera po
der mediante su desvalimiento, está indicando la existencia de una
jerarquía confundida. Cuando los padres consiguen mancomunarse y
ejercer autoridad, el joven se vuelve normal y amenaza con hacer
abandono del hogar, lo cual puede otra vez dividir a los padres y
despojarlos de su autoridad compartida. El peligro de que el joven
deje la casa obra como poderoso disuasivo para que los padres ejer
zan su autoridad y resuelvan lo que debe hacerse.
2 Esta idea fue desarrollada por C. Madanes; véase su trabajo “The Preven-
98
La primera etapa
99
Madre: Me gustaría saber cuál sería ahora la mejor situación para ti,
de modo que terminaras cuanto antes la curación que necesitas. Tú
sabes.. .
Arma: Mi curación es que soy demasiado rápida.
Madre: Estoy tratando de que tú quedes completamente bien. Tú
sabes, y.. . bueno, no sé.
Anna: ¿Qué quiere decir “completamente bien”?
Madre: Bueno, no estoy segura de que. . . No sé. Quisiera ser asesora
da por todos los que. . .
Padre: Vamos a ver: ¿acaso tú estás completamente bien? Es eso lo
que ella quiere decir.
Anna: Lo estoy.
Padre: No lo estás, tesoro.
Anna: No me digas que no lo estoy.
Padre: ¿Puedes decirme qué diablos eres tú? ¿Qué quieres decir?
Anna: Yo sé lo que soy. Sé lo que puedo hacer, y quiero hacerlo.
Lande: Concuerdo en que hay toda una serie de decisiones, pero qui
zá podríamos hablar sobre las que hay que tomar primero. En algún
momento de esta semana tú saldrás del hospital, ¿no es así?
Anna: Así es.
Lande (a la. madre): Entonces, ¿dónde irá su hija cuando vuelva a
casa?... Me refiero a las cosas concretas, en el nivel más simple.
Anna: Podría seguir mis estudios secundarios, pero perdí tres sema
nas de clase y no puedo recuperarlas.
Madre: Ella vendrá a casa. Por lo que sabemos, vendrá a nuestra casa.
Lande: ¿Irá a su casa?
Madre: Sí.
Lande: Bien. ¿Y quién estará en casa para recibirla?
Hijo: Estaremos todos lo que estamos aquí.
Madre: ¿Qué quiere usted decir con “¿quién estará en casa para
recibirla?”
Lande: Permítanme que. . .
Anna: Amold estará allí para recibirme.
Lande: ¿Quién es Amold?
Anna: Arnold es mi amor. (Los niños se ríen.)
Lande: ¿Vive cerca de tu casa?
Ama: Sí.
Lande: Creo que lo que hoy tenemos que hacer, para obrar con
orden, es tomar ciertas decisiones prácticas que no son profundas
pero sí muy importantes, y debemos tomarlas. Creo que este
período de transición, como dicen ustedes dos, es importante.
¿Cómo saldrá Annabelle del hospital y volverá a su vida normal?
Madre: Exactamente.
Lande: Una de las cosas que escucho, y en las que todos parecen
coincidir, es que parte del retorno a la normalidad consiste en volver
al colegio. Y aun podría coincidir con ustedes en algo más.
Lande: De las hijas que viven en la casa tú eres la mayor, ¿no es así?
Anna: Sí.
Lande: ¿Ayudas en algo a tu mamá con los quehaceres?
Anna: Sí, decididamente.
Madre: Sí, decididamente.
Anna: Soy la segunda mamá.
Lande: La segunda mamá.
Hija (en voz baja): Yo soy la tercera.
Madre: No estoy del todo segura, pero ella se lleva bien con los chi
cos. Ellos la quieren realmente. Realmente pasan buenos ratos con
Annabelle, y la han extrañado.
101
Lande: ¿Todos ustedes extrañaron a Annabelle las dos últimas se
manas?
Anna: Sí señor. Tendría que escucharlo cuando llamo por teléfono.
Susan decía: “¿Cuándo vuelves a casa? ¿Cuándo vuelves a casa?
¿Cuándo vuelves a casa? ”.
Lande: ¿Cómo te sientes al oír eso?
Anna: Caray, me siento deprimida.
Lande: ¿Al oír eso?
Anna: Sí.
Lande: ¿Cómo te sientes ahora que estás por volver?
Anna: Me siento muy feliz.
Lande (refiriéndose a la pequeña que está sentada sobre el regazo de
Annabelle): Ahí tienes al comité de recepción.
Anna: Sí.
102
Lande: Creo que, en parte, lo que ahora estamos decidiendo se rela
ciona con eso.
Atina (mientras la madre comienza a llorar): Llora, llora, tú puedes
hacerlo. En serio, de las viejas del hospital aprendí que ya no les bro
taban las lágrimas, porque las contuvieron durante demasiado tiempo
cuando querían llorar.
Madre: Yo también voy a estar contenta de que vuelvas a casa.
Anna: Hay mujeres de tu edad que no pueden soltar lágrimas, mamá.
Las he visto.
103
T
104
Anna: Está bien, mamá, está bien.
Lande: Creo que tendríamos que llegar a algún entendimiento con
usiedes tres, de manera que yo pueda recomendar al hospital en qué
momento, aproximadamente, Anna debería dejarlo.
Lande: Ahora bien, el problema es que ustedes no tienen por qué to
mar en este momento decisiones para los próximos tres meses, o para
el mes que viene, o para dentro de uno o dos años. Estamos hablan
do acerca de lo inmediato: el regreso de Annabelle a su casa esta
semana. ¿Qué noches podrá salir, y qué otras noches deberá quedar
se en casa? ¿A qué hora debe volver cuando salga? Si yo pudiera,
ahora mismo. . .
Padre: Muy bien, hablemos sobre eso. Yo entiendo que las noches en
que tengan colegio, en que tengan que ir al colegio al día siguiente...
¡Lande: ¿Podría usted dirigirse a su esposa? (Alentando asi el diálo
go entre ambos.)
105
Esto pone de relieve la tensión y los desacuerdos entre ellos. Cuando
se cuenta algo al terapeuta, los problemas no se manifiestan del mis
mo modo que cuando las personas dialogan entre sí. El terapeuta
debe ser lo suficientemente hábil como para ocupar en ciertos mo
mentos el lugar central, de modo que todos se dirijan a él, y en otros
momentos un lugar periférico, para que los miembros de la familia
se vean obligados a enfrentarse.
106
permitírseles que den su opinión, en mayor medida de lo que yo se
los permití, pero es una batalla continua.
107
Lande: ¿Hoy tú querrías limitar a los padres a que examinen, princi
palmente, qué “toque de queda” se impondrá, qué hará la chica y
quién estará en la casa?
Haley: Creo que debes hacer que fíjen ciertas reglas.
Lande: Para el próximo período.
Haley; Mira, en apariencia trabajarás en las normas que se fijarán a la
chica; en realidad, estarás trabajando para llegar a un acuerdo en la
vida conyugal de los padres, pero necesitas formularlo en términos
de la chica.
Haley: Una vez que ella pierde la chaveta, los padres tienden a so-
brecompensar siendo más bondadosos y cordiales, precisamente en
el momento en que tendrían que mostrarse más firmes con ella. Y si
tú les dices que deben mostrarse firmes, te contestan que no piensan
lo mismo, porque la chica está enferma, etc. Pero tú debes argumen
tarles que sí ellos adoptan una posición clara, su confundida hija
también podrá adoptar una posición clara; mientras que si ellos están
confundidos, la chica también lo estará. Entonces, los padres tienen
que elaborar algo entre ambos, algo sobre lo cual puedan ponerse de
acuerdo. Por ejemplo: ¿podrá la chica salir de noche el mismo día en
que vuelva del hospital? Deben tenej un plan: o la dejan o no la
dejan salir. No se trata de que para ella sea bueno salir, sino de que
sus padres se queden tranquilos. Esa es la distinción.
Lande: ¿Esta es una regla general para toda las familias?
Haley: No, para estas familias y en esta época... Tienes que instarlos
a tomar con la chica una posición normal, como lo harían con otros
jovencitos. Eso va a ser lo mejor para la muchacha. Porque, como has
visto, ellos no saben qué hacer con ella cuando pierde la chaveta.
108
Padre: Sospecho que estamos aquí para reafirmar, digamos, lo que te
nemos que hacer con Anna cuando estemos en casa con ella, ¿no?
Lande: Suena como que eso va a ser algo muy importante.
Padre: Pienso que lo es, y hemos charlado mucho sobre esto desde la
última vez... en diversas oportunidades... No creo que lleguemos real
mente a nada en firme, porque pienso que no sabemos aún qué es
bueno para ella y qué no lo es.
Lande: Permítame que me refiera a algo que usted dijo. Porque creo
que la vuelta de Annabelle al hogar dependerá mucho de que ustedes
lleguen a un acuerdo, y, como usted dijo, para eso concertamos esta
sesión, para establecer una serie de reglas y normas. Pienso que cuan
do ustedes dos hayan llegado a un acuerdo que los haga sentir cómo
dos, ella estará en condiciones de ir. Porque esto es algo que ella ne
cesita mucho. Así que...
Padre: Pienso que lo necesita, pero no entiendo exactamente qué
quiere usted decir. ¿Cree usted que ella piensa que lo necesita?
Lande: No estoy seguro de que eso tenga"tanta importancia. Lo deci
sivo es que ustedes concuerden acerca de lo que los hará sentirse có
modos cuando ella regrese a casa.
Madre: Creo que lo que usted quiere decir es que uno de los proble
mas puede ser que nosotios dos tal vez no estemos unidos en lo to
cante a Annabelle, y que para ella eso sería importante en este mo
mento.
109
Madre: Ajá.
Lande: Sí al final podemos llegar a un acuerdo y ustedes se sienten
cómodos, tal vez ella esté en condiciones de volver a su casa mañana.
Ella estará en condiciones de volver a casa cuando todos hayamos
alcanzado ese acuerdo.
Padre: Muy bien. Tengo algún temor de que no resulte tan sencillo,
pero confío en que usted tenga razón. Porque cuando Annabelle no
quiere hacer algo, puede ingeniárselas de una manera realmente in
fernal.
Lande: Ella está por salir del hospital, y pienso que en este momento
necesita normas muy firmes.
Padre: Está bien, aunque se la pasa diciendo cosas como esta: “Yo
soy adulta. No necesito que la gente me diga lo que tengo que hacer.
No me gusta este hospital porque siempre me están diciendo qué de
bo hacer”. Y sé que ella precisa que la dirijan.
Lande: Si no precisara que la dirigiesen no estaría en el hospital aho
ra. Así pues, parte del problema radica en que ella necesita que la
dirijan. Por supuesto, cuando ella demuestre —dentro de una semana,
un mes o un año— que es adulta, las cosas podrán renegociarse.
110
Y sin embargo estaba menstruando, no estaba embarazada. De todos
modos, se había vuelto muy evidente, ¿no? ... y entonces ella... le
había contado antes a su madre acerca de lo que había entre ella y el
muchacho, y yo no estaba al tanto. Y es como si yo hubiera descu
bierto qué diablos pasaba mientras ella estuvo en el hospital. Y en la
última semana, más o menos, ella me habló de eso. Aparentemente
ya había hecho vida promiscua con otros muchachos antes.
Lande: Si no le entiendo mal, ¿usted no se siente del todo cómodo
por la relación de Annabelle con Arnold?
Padre: ¡No me siento cómodo en absoluto!
Lande: Esto es algo que ustedes dos realmente tienen que...
Padre: Bueno, hemos hablado muchísimo sobre eso.
Lande: ¿Qué va a pasar cuando Annabelle vuelva a casa?
Padre: Quiero hablar con usted sobre eso. Porque le dije al doctor
Marsh: “Mire, averigüé que pasó tal y tal cosa. Esto escapa de mí...
No lo veo en absoluto. Lo que me gustaría hacer es decirle a ese mucha
cho que se vaya y no aparezca más por aquí. Voy a darle una patea
dura”. Bueno, no se lo dije en esos términos. Sea como fuere, él me
respondió, dijo que no consideraba prudente hacer eso ahora, en el
estado en que ella se encontraba, porque él no quería cambiar dema
siado el entorno en que ella vivía. Muy bien, así que no hice nada.
No le dije una sola palabra, y ni siquiera me gustó lo que me dijo.
111
ción parental. La terapia puede centrarse en las reglas que se fijarán a
la hija, y de ese modo abordar el acuerdo entre los padres.
Una vez que los padres concuerdan en fijar una norma, inevitable
mente surge otra discusión igualmente ardua sobre la manera en que
deben llevarla a la práctica. Lo mejor es que el terapeuta empiece por
conseguir que se establezca una norma clara, y luego se ocupe de la
manera de ponerla en práctica. Esto aparece más adelante en la
sesión.
113
El terapeuta recurre al problema de la hija para unir más a los
padres.
Lande: ¿Qué pasa si ella se las ingenia para hacerlos sentirse culpa
bles? Si les dice: “Ya soy una mujer crecida, tengo dieciocho años, y
ustedes me tratan como si tuviera quince”.
Padre: Bueno, eso es lo que escuchamos todo el tiempo de los tres
mayores. Ellos siempre han cargado sobre sus padres todos los pro
blemas que han tenido. En realidad es así... tratan de cargamos con
un montón de culpas.
Lande: Pienso que, si Annabelle regresa mañana a la casa, sería una
buena idea que esta noche, cuando los chicos estén durmiendo y
haya un rato de califta, ustedes se sienten solos y durante una hora,
más o menos, se dediquen a poner por escrito —en general, hemos
comprobado que eso es lo que mejor funciona— que firmen, diga
mos, en un papel lo que decidieron aquí, y cualquier otra cosa que
pueda suceder en los tres o cuatro próximos días. Para asegurarse
verdaderamente de que están los dos en el mismo bando.
114
nen la presencia del terapeuta en el curso de la semana, ya que la
cumplan o no la cumplan, de todos modos deben pensar en él.
Se solicita a los padres que acudan a la tercera sesión acompaña
dos por la hija, a fin de exponerle su plan. Puede presumirse que la
muchacha intentará echarlo por tierra, y el terapeuta tendrá que dar
su apoyo a los padres. Supervisor y terapeuta conversan antes de la
sesión.
Haley: Hagamos una pequeña revisión. Mantuviste una sesión con los
padres, y quedaron en que la chica volvería a casa cuando ellos se
hubieran puesto de acuerdo sobre las normas. ¿Volvió a su casa el
viernes?
Lande: Sí, el viernes.
Haley: ¿Qué pasó luego? ¿Qué supiste sobre el fin de semana?
Lande: Los llamé el sábado por la tarde para averiguar cómo habían
ido las cosas... si el regreso a casa anduvo bien. Pedí hablar con la
madre. Me dijo que las cosas iban mucho mejor que lo previsto, pero
Anna tomó el tubo y expresó su enojo porque fueran los padres
quienes fijaban las reglas. Yo me hice el sordo. Ella estaba muy enfa
dada, no quería venir a sesión. Bueno, le dije, podemos hablar de eso
el lunes. Ella repitió que no iba a venir, y agregué: “Parecería que
tienes un problema con tus padres. Si yo fuera tú, trataría de resol
verlo. Estás viviendo en casa”. Ella mencionó algo referente a la me
dicación; no estaba contenta con eso. Todo eso intercalado con un
montón de malas palabras.
Lande: La otra cosa que me preocupa es que haya sólo tres personas
en la sesión, y pensé en pedirles que hicieran venir a otro hermano
cualquiera, tal vez otro adolescente. Me preocupa mi capacidad de a-
liarme... una cosa es aliarse con los padres, pero no sé si podré aliar
me con los padres y con la muchacha...
Haley: Bueno, en ello reside el arte de este oficio.
Lande: ¡Ahora sé cómo hacerlo! (Se ríe.)
Anna: Usted luce espontáneo hoy comparado con mi mamá. Ella pa
rece muy formal. (A la madre.) ¿Te das cuenta del dibujo que tienes
115
ahí? Bueno, con mi psiquiatra en el hospital, estaba completo y te
nía la cruz para arriba. Parecía como si la pintura estuviera goteando,
y hubiera un pájaro muerto colgado así. (Alza los brazos y los deja
caer, imitando el dibujo estampado en el vestido.)
Lande: Acá no congeniamos con esa clase de cosas. (Todos ríen)
Somos mucho más informales.
Arma: Sí, así parece.
Lande: Bueno, ¿cómo se siente una en casa?
Anua: Se siente confundida, porque ahora se me imponen demasia
das restricciones.
116
Madre: No habrá drogas.
Lande: Bueno, eso...
Arma: No habrá drogas, pero me gustaría fumar marihuana, porque
es un buen calmante para los nervios, ¿sabe? Es como si usted, des
pués de una dura jornada, necesita algo que le calme los nervios. Ma
má y papá pueden tomar un Martini, pero yo, ¿qué puedo tomar?
Padre: Mira, esa es una antigua... todo el tiempo escuchamos esa frase
repetida acerca de la marihuana y losMartinis. Aunque, dicho sea de
paso, es rarísimo que yo tome un Martini.
Anna: Ya me di cuenta.
Padre: Ni siquiera tuvimos muchas bebidas alcohólicas en casa, du
rante mucho tiempo.
Lande: Lo que ustedes dos están diciendo, o lo que usted está dicien
do, es que han acordado esto: no habrá drogas.
Padre: Sí señor. Con toda seguridad.
Anna: Pero soy yo la que quiere, y ellos los que no quieren. Yo no
quiero drogas, todo lo que quiero es marihuana, ¿no?
117
Anna: Sí que tengo, sí que tengo, porque soy lenta para .los trabajos
de arte.
Padre: Está bien, digamos que no te quedarás en la clase de arte des
pués de las dos de la tarde.
Anna: Muy bien.
Padre: Y llegarás a casa a las dos y cuarto.
Anna: A esa hora termina la cíase, a las dos, y como yo habré llegado
tarde no podré terminar el trabajo. Me aplazarán en arte, ¡y es una
de las materias principales!
Lande: Annabelle, ellos se están refiriendo... creo que tus padres sólo
te preguntan qué harás mañana.
Padre: No estamos hablando de lo que pasará durante todo el año. . .
sino mañana, martes.
Lande: No están hablando de todo el año.
Anna: ¡Ah! Bueno.
Padre: Porque pienso que mañana va a ser una jornada demasiado
dura como para que encima te quedes a trabajar tiempo extra.
Anna: Muy bien. Entonces, regresaré a casa cuando termine la clase,
y no sé a qué hora puede suceder eso.
Padre: A las dos. Lo acabas de decir tú misma.
Anna: Bueno, eso es lo que normalmente...
Padre: Bien, serán las dos de la tarde o una hora muy próxima a esa.
Entonces, te esperamos en casa a las dos y cuarto.
Anna: Está bien, pero si me retraso no se inquieten, ya saben...
Padre: Probablemente nos inquietemos si te retrasas. Te espera
remos ...
Anna: Bueno, yo tengo que ir... miren, tengo que... ¿me van a dejar
hablar y escucharán lo que diga?
Padre: Sí. Habla, habla.
Lande: Hay algo más que ustedes dos deben decidir. ¿Qué pasa si
ella es lo bastante terca como para no hacerles caso? ¿Qué harán
ustedes si...?
Madre: ¿Si la'pillamos?
Lande: Si ustedes lo descubren. O sea, tienen que ponerse de acuerdo
ambos en... ella todavía no sabe cuáles pueden ser las consecuencias.
Como ven, es aún...
Anna: ¿Por qué les está encargando todas estas reglas a mis padres?
(La madre se ríe.)
Lande: Simplemente estoy tratando de ayudarte a salir de la confu
sión. Pues me doy cuenta cuán confusas son las cosas para ti desde tu
perspectiva.
Padre: Tú sabes que eso va a ocurrir. El realmente está ayudándote,
Anna, cuando hace eso.
Anna: ¡No me está ayudando nada!
(Más adelante, en la misma sesión.)
(El terapeuta hace que el hijo se siente junto a él, fuera del círcu
lo familiar, y se vuelve para charlarle, mientras los padres y la hija
debaten los problemas de esta.)
122
que es necesario hacer, y luego te daremos para que elijas, sin tratar
de ...
Anna: Mañana limpiaré todos los cuartos de baño.
Madre: Aún no lo sé.
Anna: Preferiría limpiar mañana todos los cuartos de baño y mi pro
pia habitación, y quedar libre de las cosas de la casa el resto del tiem
po.
Madre: ¿Qué quiere decir “libre de las cosas de la casa”?
Anna: Poder salir.
123
hija, manifestaron que todo iba bien con ella, y a continuación pre
sentaron sus problemas mutuos.
Padre: Bueno, ¿de qué querías hablar sin que ella estuviera pre
sente?
Madre: Principalmente, quisiera saber si sería muy irritante para
Annabelle que en este momento mi marido y yo nos separásemos.
125
cimientos sólidos... Creo importante que al menos por el momento
ustedes dos puedan trabajar juntos de manera suficientemente eficaz
y estable como para que Annabelle salga adelante con lo que tiene
que salir adelante.
127
joven a ponerse de rodillas.5 En la década de 1950 ya se había vuelto
evidente que los jóvenes locos ejercían una autoridad que no guarda
ba correspondencia con la responsabilidad que ofrecían asumir, y
que el terapeuta debía hacerse cargo. En tales circunstancias, no era
raro que lo lograse, estableciendo una jerarquía en la que él, y no el
joven loco, estaba a cargo; pero entonces el joven era enviado a su
hogar, donde nada había cambiado, y allí volvía a hacerse cargo de
una manera loca, sus padres respondían con impotencia, y la jerar
quía seguía funcionando mal. Sólo más tarde se advirtió que el asun
to no estaba en corregir la jerarquía en el medio artificial de una ins
titución, o sin la presencia de los parientes cercanos: la jerarquía
debe modificarse en el grupo íntimo dentro del cual vive el joven.
1963.
6. Un buen comienzo en la
primera sesión
129
dad, el cambio es más difícil. Al solicitar que el joven sea restituido
de inmediato a la comunidad, el terapeuta le está pidiendo a la fami
lia que vuelva a experimentar la inestabilidad y la tensión momentá
neamente superadas.
Pero del hecho de que el terapeuta y la familia tengan más margen
de acción en una primera internación no se desprende que deba ape
larse a la internación como un modo de facilitar la terapia. El estig-
»ma de estar en una institución puede pesar más que cualquier venta
ja. Por añadidura, una vez activada una agencia de control social, or
ganización con necesidades y finalidades propias, es imposible prede
cir si se podrá conseguir que el joven sea dejado en libertad.
Si el joven está internado (y a veces, también cuando no lo está),
hay ciertas reglas para lograr la cooperación de la familia. Vale decir,
a veces el joven es presentado como problema y es menester que la
familia acuda a la terapia, en cuyo caso determinados procedimien
tos aumentan la probabilidad de que coopere.
Ante todo, hay que pedirles que vengan a ayudar a su hijo o hija,
no a hacer “terapia familiar”. Pocas personas quieren verse mezcla
das en una terapia familiar, sobre todo cuando piensan que se indaga
rá sobre su pasado, sus problemas y sus culp.as; en cambio, casi todos
están dispuestos a ayudar a sus hijos.
El joven loco no es quien ha de resolver cómo se realizará ía tera
pia; es el especialista y no él, quien decidirá si la familia va a partici
par o no. En esta etapa del “soltar amarras”, la familia tiene que
participar, lo quiera o no lo quiera el joven. A veces este se muestra
renuente a mezclar a sus padres porque quiere protegerlos, y sólo al
comprobar la idoneidad del terapeuta estará dispuesto a permitir que
sus padres se expongan a él.
El terapeuta no ha de esperar que sea el joven quien invite y traiga
a la familia; le incumbe al profesional la responsabilidad de tomar
contacto con los padres personalmente y solicitarles que acudan a
una entrevista con el joven problemático. Si se niegan, se les pedirá,
sin criticarlos, que colaboren suministrando información y datos
orientadores! Tampoco de una esposa esperaría el terapeuta que tra
jera a la sesión a su renuente marido, sino que lo citaría a este perso
nalmente; lo mismo en este caso. Esto hará que todo lo que acontez
ca en la sesión sea responsabilidad del terapeuta, y no del joven pro
blemático.
Premisas
130
r
1. Se partirá de la base de que la jerarquía familiar está confusa y de
que el estancamiento en que se encuentra la pareja conyugal es más
grave que lo usual. La forma de iniciar la entrevista, incluso la perso
na a quien el terapeuta se dirija en primer lugar, será un modo de em
pezar a corregir la jerarquía.
2. Hay que presumir que la persona problemática es orgánica
mente sana e inteligente, aunque no lo manifieste. Si está fracasan
do, lo hace como un modo de proteger a su familia, y hay que apro
ximarse’ a ella con paciencia y respeto —lo cual no quiere decir que se
le permita desorganizar las sesiones—. La expectativa es que podrá
desarrollar una vida normal Ubre de medicación. El terapeuta debe
expresar este punto de vista para así dejar sentado que la familia es
capaz de sobrevivir a la normalidad de dicha persona.
3. El hecho de que el joven abandone a su familia al convertirse
en un ser normal que se autosustenta es una seria amenaza para
aquella: el terapeuta debe partir de esta premisa por más que los pa
dres declaren enfáticamente que tal es su voluntad. Hay que reasegu
rar a la familia que el joven no abandonará su hogar de una manera
impredecible e irresponsable, sino bajo la conducción de sus padres.
4. Los padres presentarán como problema al joven, y no a la fa
milia en su conjunto. El terapeuta aceptará esto, aunque sepa que los
padres no ignoran que también la familia en su conjunto está proble-
matizada.
Dificultades previsibles
131
Por disparatadas que parezcan las declaraciones del joven, el tera
peuta necesita prestarles oídos para orientarse; pero no ha de permi
tir que la conducta loca interfiera en la sesión cuando surgen impor
tantes cuestiones familiares. El joven problemático conoce perfecta
mente estas cuestiones, pues esa es su tarea, y el terapeuta debe dejar
que él lo conduzca hacia los problemas más significativos; pero no
debe permitir que el joven exponga sus opiniones de una manera tan
ruda y ofensiva que impida el logro de los objetivos de la sesión. Vale
decir que la tarea del joven loco es doble: por un lado, ayuda a sus
padres al convertirse en un fracasado y crear trastornos cuando
ellos se encuentran en dificultades, de modo que se unan para hacer
le frente; la otra es ayudar a los padres orientando al terapeuta acer
ca de lo que se tiene que hacer. El terapeuta aceptará esta orien
tación, procurando que no cause excesivo desorden.
Aunque los padres se conduzcan en forma incompetente o inade
cuada, deben ser apoyados en cuanto a la posición que les cabe en la
jerarquía: la de estar a cargo de sus hijos. La dificultad del terapeuta
consiste en establecer una jerarquía correcta en un momento en que
personas de status superior luchan entre sí de tal modo que quedan
incapacitadas y no pueden ejercer un buen liderazgo.
La etapa social
132
En esta etapa, se aclararán las características físicas del consulto-
rio, si así se lo estima necesario; por ejemplo, la presencia de observa
dores detrás de un vidrio, de cámaras de videocinta y micrófonos, et
cétera.
Por lo común, en esta etapa se tranquiliza a la familia respecto de
cualquier malentendido o aprensión, a fin de poder seguir adelante
con la terapia. Si el hijo problemático plantea la dificultad enseguida
o si los padres se refieren al problema no bien entran, el terapeuta
sugerirá que antes de ocuparse de ello preferiría estar reunido con
todos. Si el hijo problemático se muestra particularmente inquieto y
trastornado, el terapeuta tranquilizará a los padres tornando menos
amenazadora para ellos la situación. A medida que los padres se sien
tan más serenos, el hijo problemático normalmente se aquietará y
dejará de actuar turbulentamente para ayudarlos.
De ordinario, una vez que en la primera sesión se ha tranquilizado
a la familia, el terapeuta la indaga sobre el problema. En una situa
ción extrema, en lugar de ello el terapeuta le hará una formulación
orientadora.
La formulación orientadora
133
sesiones, y explorar todas las faltas y sufrimientos pasados. Con el
tipo de enfoque terapéutico aquí definido se evitan muchas resisten
cias de la familia, en particular de las que ya han tenido experiencias
terapéuticas previas. A menudo la familia pondrá a prueba al terapeu
ta trayendo un problema del pasado, y él debe conducirse en forma
coherente con su formulación inicial.
134
parte de esa responsabilidad, los padres se turnarán para vigilarlo o
harán cualquier otra cosa que sea indispensable. En el proceso de vi
gilar al joven suicida se modifica la estructura familiar.
8. Se instará a los padres a ponerse de acuerdo en cuanto a lo que
el joven ha de hacer. No importa quién de ellos tenga razón, sino de
que tiren ambos para el mismo lado, única manera de enderezar al
hijo.
La modificación de la jerarquía
135
darles mi apoyo. Pienso que lo importante es lo que ustedes dos
decidan ahora.
136
que se hicieran cargo de ella. Es frecuente que los jóvenes pongan
objeciones a esto, y el terapeuta debe encontrar la forma de impedir
que ejerzan autoridad sin granjearse su antagonismo.
Si el joven es algo mayor en edad, el problema se agudiza. Un
drogadicto dijo a sus padres: “Nadie va a fijar regla alguna para nin
gún muchacho o chica de veintiséis años”, que puede traducirse:
“Ningún progenitor fijará reglas a un joven de veintiséis años”. En
otros casos, la estratagema empleada por el joven para hacerse cargo
es más sutil, como en el ejemplo siguiente. Están en et consultorio
los padres con su hijo; el terapeuta dice unas breves palabras inicia
les, y el joven le contesta.
137
una riña que evita que ejerzan su autoridad en forma conjunta. El
terapeuta debe impedirlo solicitándoles que lleguen a un acuerdo y
decidan. En otras familias, los padres son tan negativos o violentos
que el terapeuta queda convencido de que no son capaces de hacerse
cargo de su hijo, de que no son idóneos para la función parental.
Pero aun en estos casos el terapeuta simplemente debe insistir en que
los padres concuerden y se hagan cargo, dejando otros problemas pa
ra ser debatidos cuando el joven ya se valga por sí mismo.
La organización de la comunicación
139
y agraviante. (Según el padre, el problema era la madre, que estaba
internada en un hospital psiquiátrico.) Minuchin dijo a los jóvenes
que en esa habitación no les estaba permitido faltar el respeto a su
padre; que lo hicieran en su casa era otro asunto, pero allí eso estaba
vedado. Los jóvenes comenzaron a hablarle a su padre con más respe
to, y en un momento en que una hija lo hizo con lenguaje descortés,
el padre exclamó: “ ¡Eso no está permitido en esta habitación!”.
Varios factores contribuyen a que los padres se hagan cargo. Uno
de ellos es la autoridad que les trasmite el terapeuta, el especialista
que goza de poder a causa de que se ha activado el control social. Si
él escucha a los padres con respetuosa atención y los inviste de auto
ridad, los jóvenes siguen el mismo camino. El poder pasa entonces de
un experto a otros. La presencia de hermanos incrementa el efecto,
ya que los hijos tienden a imponerse mutuamente limitaciones cuan
do ven que es eso lo que se espera de ellos. Así, puede ser más senci
llo tratar a una familia muy numerosa que a una pareja con un solo
hijo. Otra manera de imbuir de poder a los padres es dejar en sus
manos la decisión sobre el alta; si se quiere que la persona problemá
tica salga de la institución en que está internada, los padres deben ser
persuadidos a dar su consentimiento y a aceptar de vuelta a su hijo'
en el hogar. Dentro de la jerarquía establecida por esa autoridad, el
hijo comenzará a orientarse como corresponde.
Una de las cosas que más convence a un joven de que debe coope
rar en la sesión es ver que el terapeuta comprende las dificultades de
sus padres y que hará algo por ellos. Si el terapeuta se muestra idó
neo en su manejo del joven, este lo sabrá capaz de manejar bien a sus
padres. Por consiguiente, es importante que el terapeuta, sin decla
rarlo expresamente, haga notar al joven que él ayudará a sus padres,
que los tratará con respeto y no los trastornará de manera irresponsa
ble. Viendo ésto, el joven no sólo cooperará, sino que no tendrá mo
tivos para dejar de hacerlo.
En unas sesiones conducidas por Don D. Jackson hace muchos
años podrá apreciarse la habilidad de un terapeuta para tratar con
tino a los padres y a una joven a la vez. La chica, de dieciocho años,
había sido llevada a su casa y luego hospitalizada por su proceder
extraño en la facultad. Su conducta violenta en el hospital —había
llegado a golpear a una enfermera— hacía prever que la sesión sería
turbulenta. En ella, el doctor Jackson le dejó decir a la chica que ella
y sus padres conformaban el “eterno triángulo” y que su comunica
ción estaba bloqueada. Luego se volvió hacia el padre:
140
r
Jackson: No, ahora le tienes que dar una oportunidad a tu padre. (Se
^ nej
Padre: No estoy enterado de ningún bloqueo en la comunicación.
Este. .. Yo siempre, durante muchos años, pensé que. .. este... Sue
era una buena chica, y... este... fui muy liberal con ella, y... este...
Hija: Ajá, sí.
Padre: . . . y su madre, para compensar mi liberalidad, este.. . era
excesivamente estricta con ella.
Hija: ¡Espera un momento, papá!
Padre: . . . y.. . este. .., entonces.. .
Hija: Espera un momento.
Padre: . .. algunas veces tú...
Hija: Necesitaba que me impusieran disciplina.
Jackson (interrumpiendo a la hija, le hace un gesto que indica la con
fianza que hay entre ellos, y dice): Por cierto que consigues tu opor
tunidad (ríe) de refutar, pero conseguimos lo que estamos buscando.
Padre: Hay dos a la vez aquí.
Hija (superponiéndosele): Continúa.
141
sideraba que no debía repetirlo. Cuando la familia tomó asiento, el
padre declaró que eran un grupo familiar triste, y el terapeuta se de
dicó a indagar acerca de esto, generándose una confusión que en de
finitiva obligó al terapeuta a impartir a la sesión una nueva orienta
ción y, en esencia, a empezar de nuevo.
142
Hijo: ¡Exactamente! ¡Maldita sea, no puedes imaginarlo!
Madre: No, no puedo imaginar que yo le hubiera hecho una cosa así
a mis padres. No puedo imaginarlo.
Hijo: ¡Ah, te lo estoy haciendo a ti! ¡Tú crees que te lo estoy
haciendo a ti!
Madre: ¿Cuánto tiempo estuviste yendo a la facultad?
Hijo: Dos semanas.
Madre: Y ayer no fuiste tampoco.
Hijo: Ayer fui.
Madre: Y hoy no vas.
Hijo: Estaba nevando.
Kirschner: ¿Podría alguien informarme qué sucedió desde la última
vez que los vi? (Al padre.) Por qué no me cuenta.
Padre: Es como le dijeren pocas palabras; es una familia retorcida.
Hijo (interrumpiéndolo): Tenía un empleo, lo perdí y me drogué.
Padre (continuando): Ella se irá con él, o él se irá conmigo, ella se irá
por su lado, yo me iré por el mío. Este chicote/ segundo hijo), creo
que es el más. . . ruego a Dios que se quede.
Kirschner: Ustedes dos se quieren separar. Eso es lo que pasa, ¿no?
Padre: Bueno, yo. .. yo no sé. Creo que es lo mejor para nosotros.
Hijo: Tú crees eso.. . ¡Estás lleno de mierda!
Padre: De veras lo creo.
Hijo: Ustedes se separan a causa. . . a causa de mí.
Padre: No.
Hijo: ¿Ah, no?
143
Kirschner: Tú. . . Todas las personas aquí presentes tienen la oportu
nidad de hablar. Ahora estoy hablando con tu padre.
Padre (al hijo): ¿Por qué eres tan incoherente?
Hijo: Precisamente porque ustedes hacen esto, porque ustedes están
diciendo. . . ustedes. . . ustedes. . .
Padre: No.
Hijo: Tú te irás por tu lado, ella se irá por su lado, porque yo soy un
drogadicto.
Madre: Bueno, ¿cómo hemos estado conviviendo?
Hijo (interrumpiéndola}: . . . intento hacerlo, ¿se dan cuenta? . . .
Padre: Escucha. . .
Hijo: ... ¿y acaso no saben lo difícil que es? Es como tratar de tirar
de un elefante.
144
F
. Kirschner: Aguántate, ya llegaremos a ti. Aguántate,
i Padre (al hijo): No estamos hablando de drogadictos. Tú cometiste el
* error. . .
Hijo: ¡Cometí un buen error, viejo!
Padre: Nosotros incurrimos.. . tú incurriste en el error esa vez. Quie
ro decir que fue muy estúpido de tu parte, muy estúpido.
Hijo: Y sigo drogándome.
Padre: Tu motivo fue . . . primero querías tener una excusa, y te bus
caste la excusa más barata que podías haber encontrado.
Hijo: No quería ninguna excusa.
Padre: Bueno, conseguiste una excusa.
Hijo: Lo pasé bien.
Padre: De acuerdo.
Hijo: Fue mi. . . Yo no creía. .. Yo no dije. . .
Padre: Así te irá, seguirás pasándolo bien toda la vida.
Hijo: Yo no dije que fuera a.. . porque quería que mi madre y mi
padre rompan relaciones..
Padre: Tú no tienes nada que ver con esto.
Hijo: ¡Ah, cómo me gustaría que se quedasen fritos. . . y morir de
un ataque al corazón!
Padre: Tú no tienes nada que ver con esto.
Kirschner: George, tu padre te está diciendo que tú no tienes nada
que ver con el hecho de que ellos rompan relaciones.
Hijo: i No? Entonces. . . ¿cómo fue,que lo mencionaron.de entrada?
Padre: Tú sabes, nuestra vida no es muy...
Hijo (interrumpiéndolo): Ella los está volviendo locos (a los otros
dos hijos} gritándoles por causa de mí.
Padre: No.
Hijo: La dejé hecha una piltrafa de nervios.
Padre: Ella grita por cualquier cosa.
Kirschner: Continúe.
Padre: Y no hay razón para que no lo haga, porque tú no haces un
carajo.
Kirschner: Continúe.
Padre: ¿Comprendes?
Kirschner: Continúe. Este. .. . me gustaría hablar con ustedes dos a
solas. George, ¿podrías llevar a tus hermanos a la sala de espera?
145
L
Padre: El muchacho procura hacer algo para ayudarse, pero nosotros
necesitamos tanta ayuda como él, o más. Ahora bien, este no es
asunto suyo (al terapeuta). Usted sabe lo que quiero decir. Quiero
decir que él le ha traído problemas.
146
mao a esa primera sesión? Algunos sostienen que una persona por sí
sola jamás puede enloquecer a otra; incluso se ha llegado a afirmar
que ni siquiera puede hacerlo una sola generación, o sea, que la gene*
ración de los padres no basta para enloquecer al hijo, sino que por
encima de ellos debe haber otra generación, o nivel de poder, que
está confundiendo la jerarquía. Por supuesto, esto depende en parte
de la cantidad de personas que el terapeuta incluya al trazar el mapa
del territorio.
Inicialmente se pensaba que bastaba con describir a una sola per
sona, el hijo problemático- Luego se incluyó a la madre, y más ade
lante al triángulo formado por madre, padre e hijo. Hacia fines de la
década de 1950 se cobró conciencia del influjo de la familia extensa.
Lo que importa no es el número de personas que haya en el consul
torio sino en la mente del terapeuta. Por ejemplo, si ei terapeuta ayu
da a los padres a que se hagan cargo del joven problemático, pero,
mientras ellos ejercen su autoridad, una abuela que vive en otro esta
do se confabula con el joven contra ellos, la terapia puede fracasar,
por haber soslayado el terapeuta a una persona poderosa en esa situa
ción.
Lo mejor es averiguar en la primera sesión qué otras personas sig
nificativas hay en la familia. En lugar de preguntar a los padres:
“¿Quién interfiere con la autoridad de ustedes? ”, es preferible pre
guntarles: “¿Hay alguien más que los ayude a manejar a este jo
ven? En lo posible, hay que evitar granjearse enemistades. Deberá
averiguarse si están vivos los abuelos maternos o paternos; en caso
afirmativo, dónde residen y con qué frecuencia se visitan. Conven
dría, asimismo, saber qué clase de apoyo financiero brindan a los pa
dres. Tembién importa saber si hay algún tío o tía que pesa en la
familia. Si uno de los progenitores se ha casado en segundas nupcias,
es vital averiguar si su ex esposo o esposa vive aún, y qué relación
hay con él o ella. Padres divorciados pueden continuar librando su
batalla a través del hijo.
Al término de la primera sesión, el terapeuta debe disponer de
suficientes datos sobre la familia extensa como para decidir la pre
sencia de quiénes será necesaria en la sesión siguiente. Si los abuelos
ejercen una influencia poderosa, tendrán que concurrir por lo menos
a esa sesión, a fin de aprobar el plan terapéutico. Si uno se mete en
una tribu primitiva para hacer algo con relación a un aborigen, lo
mejor para tener éxito es comunicarle primero sus planes al cacique.
Además de los parientes significativos, es aún más importante que
el terapeuta indague acerca de los demás profesionales vinculados al
caso. A tal fin, en la primera sesión es preciso preguntar si algún
miembro de la familia está sometido a tratamiento en otro lado. Co
mo sucede con los abuelos, los profesionales especializados ocupan
en la jerarquía un lugar más alto que los padres y por su manera de
intervenir pueden confundir la organización. Hay veces en que todos
los miembros de la familia están en tratamiento con terapeutas diferen
147
tes, y es menester que se tome alguna medida al respecto. Por lo co
mún, lo mejor es que durante el período de convalecencia del joven
loco el terapeuta familiar sea el único. Quizá sea necesario convocar
a todos los demás terapeutas para llegar a ese acuerdo. Si el terapeuta
comprueba que no puede desprenderse de colegas significativos que
obstaculizarán su enfoque, es prudente que les pase el caso a ellos y
se ocupe de otra familia.
No es raro que uno se entere antes de la primera sesión de la parti
cipación de colegas, pero en ciertos casos esa información sólo surge
más adelante. Recuerdo una familia en la que los padres debían exi
gir al hijo que buscase un empleo. Como hacia la quinta sesión aún
no lo había hecho, el terapeuta inquirió a la madre por qué motivo
no obligaba a su marido a que cumpliera el plan. Ella replicó que no
podía insistirle, porque también él era un enfermo mental y no esta
ba en condiciones de ello, Al explorar esto más a fondo, el terapeuta
descubrió que años atrás el marido había iniciado una terapia por un
estado depresivo. En la actualidad se lo atendía una vez por mes en
“terapia de apoyo” con medicación. El “apoyo” que recibía era sufi
ciente para ser tildado de incompetente en su familia. Sin duda, el
psiquiatra que lo atendía pensaba que estaba haciéndole un favor,
ayudándolo incluso con esas entrevistas mensuales a cobrar el subsi
dio por invalidez, pero lo cierto es que esto era una desgracia para la
familia. Como ocurre en muchas situaciones parecidas,la información
no apareció hasta que se produjo la intervención terapéutica: la
presión ejercida sobre los padres para que se hicieran cargo de su hijo
problemático. Fue preciso ver al otro terapeuta, pedirle que se
retirara del caso, extender al padre un limpio certificado de salud, y
retomar el problema de conseguir que los progenitores ejercieran
autoridad ejecutiva y una posición correcta en la jerarquía.
A veces está envuelto y tiene peso en la familia un individuo que
no es pariente ni terapeuta, pero que debe ser tomado en cuenta; por
ejemplo, un amigo íntimo, un novio o novia. En ocasiones, esta per
sona puede ser a la vez amigo y profesional; recuerdo un caso en el
cual el mejor amigo de la madre era el médico de la familia, quien
insistía en ver al hijo problemático todos los días y aun medicarlo
sin autorización del terapeuta.
Cuando el terapeuta tomó el caso, indagó acerca de la participa
ción de otros psiquiatras, pero de este médico no se dijo palabra.
Finalmente resultó imposible lograr que concurriera a las sesiones o
se apartara del caso, y la terapia fracasó.
148
el joven problemático les manifestará respeto; se habrá averiguado
acerca de otras personas significativas, incluyéndolas en el plan tera
péutico; se habrá fijado una fecha para que el joven encuentre traba
jo o retome sus estudios, y sus actividades normales quedarán planifi
cadas, no de manera vaga, sino con fechas precisas marcadas en el
calendario. La terapia puede aplicarse entonces al logro de esa activi
dad normal.
Si el joven convivirá con sus padres, estos tendrán que fijarle ñor?
mas de comportamiento; reafirmar las normas que deben cumplir sus
hijos es una manera de alcanzar una correcta posición ejecutiva en la
familia, y gran parte de la primera sesión se dedica a establecerlas,
teniendo presente que la cuestión no radica en las normas mismas,
sino , en el debate y acuerdo entre los padres y en la comunicación
que eso origina.
El joven problemático y sus padres serán tranquilizados de diver
sas maneras durante la sesión. Se dejará bien en claro que el terapeu
ta no habrá de culpar ni acusar a los padres, ni tampoco explorar un
pasado desagradable o permitir la asociación libre y la expresión des
enfrenada de los sentimientos presentes. El terapeuta debe señalar
que su expectativa es que el hijo vuelva a la normalidad, y que redu
cirá o eliminará cualquier medicación. También tiene que tranquili
zar al hijo mostrándole que se percata de las dificultades de sus pa
dres, que cuidará de ellos y no sacará a relucir cuestiones delicadas
de una manera irresponsable.
Al término de la primera sesión, los padres comenzarán a sospe
char —bien lo sabe el terapeuta- que les espera una ardua batalla
por delante. El terapeuta tendrá que establecer con ellos un vínculo no
sólo profesional sino además personal, para que sepan que él está de
su lado en esa lid con su vástago loco y entre ellos mismos.
7. La segunda etapa: apatía
150
muchacho contó a sus padres que había pasado por un negocio que
tenía en la vidriera un cartel en el que se leía: “Se precisan auxilia
res”, y decidió entrar; cuando los padres le inquirieron acerca de lo
que el dueño del negocio le había dicho sobre el puesto, replicó que
él no había preguntado nada a nadie acerca de ese puesto. El padre
manifestó que, si no preguntaba, no podía esperar conseguir trabajo.
El joven se indignó y le dijo que debería valorar el hecho de haber
salido a buscar trabajo, e incluso de haber entrado en un negocio con
un cartel como ese.
Cuanto más inadmisibles resultan los motivos aducidos para la
inacción, más evidente se torna que la verdadera cuestión radica en
otros problemas, por ejemplo en las dificultades conyugales de los
padres.
Varias etapas debe seguir el terapeuta con una familia apática para
lograr, junto con los padres, que el hijo se valga por sí mismo:
1. Es preciso que los padres definan una meta para el joven. Debe
persuadírselos a que declaren que quisieran verlo trabajando o estu
diando, y comportándose adecuadamente para su edad. Habitual
mente, cuando todavía no tienen bien en claro que deberán esforzar
se en pos de esa meta, los padres la aceptan sin ambages. Una vez que
han expresado este anhelo, el terapeuta puede remitirlos a dicha me
ta cada vez que tengan dificultades para activar al joven.
2. Coincidido que se hubo sobre la meta general, el terapeuta debe
hacer fijar a los padres un plazo, como paso primero y fundamental.
Es importante que este paso sea factible. De nada valdría decir que el
hijo comenzará a trabajar tal o cual día, ya que quizá para entonces
no haya ningún empleo a su alcance. Lo que sí puede establecerse es
que a partir de cierta fecha se levantará a las ocho de la mañana y
saldrá a buscar empleo. Análogamente, tal vez no pueda reiniciar los
estudios un día determinado, pero sí matricularse. Hay que registrar
esa fecha por escrito, para evitar cualquier ambigüedad. La terapia se
centrará en los preparativos previos para esa fecha.
El terapeuta debe arreglar las cosas de modo que los padres esco
jan un plazo razonable. Aplicando el método de Milton Erickson pa
ra reducir el margen de elección, podría decir, por ejemplo, que ese
plazo tendría que ser de una semana “hasta un mes como máxi
mo”.1 Si la fecha elegida es muy remota, el terapeuta tendrá que ne
gociar otra más satisfactoria. La meta de esta etapa es que los padres
acepten, digamos, que el lunes 12 de abril el joven estará buscando
trabajo a partir de las ocho de la mañana.
3. Establecida la fecha, las sesiones se dedicarán a preparar a la
Erickson, M.D. Nueva York: Norton, 1973. (Terapia no convencional Las téc
nicas psiquiátricas de Milton H. Erickson, Buenos Aires: Amorrortu editores
1980.)
151
familia para lo que debe hacerse en ella. Hay que adoptar ciertas me
didas antes, y estipular las consecuencias si el joven no hace para en
tonces lo que se le ha indicado.
La preparación puede incluir enseñar al joven a vestirse apropiada
mente para la búsqueda que ha de emprender, dirigirse a las personas
en forma correcta y aun ensayar en el hogar un trabajo como el que
vá a buscar. Los padres pueden acompañarlo a la tienda a elegir ropas
adecuadas, y llevarlo a restaurantes y otros lugares públicos vigilando
su comportamiento allí. Se le indicarán, quehaceres domésticos que
le enseñen a trabajar bajo una dirección. Puede empezar a levantarse
temprano, en forma gradual o no, de modo que luego eso no le resul
te difícil. Parte del objetivo que se persigue en esta etapa es tenerlo
lo bastante ocupado en el hogar como para que no le sea tan molesto
salir a trabajar.
Desde luego, todos estos preparativos requieren de lös padres
adoptar ciertas medidas, y allí residirá el foco de la terapia. Si obje
tan que no pueden hacer nada para levantar a su hijo de la cama, se
discutirá con ellos cuál de los dos le arrojará un balde de agua fría.
También debe prepararse a los padres para que superen el trance
cuando él salga efectivamente a buscar trabajo, ya que entonces dis
cutirán entre sí acerca de lo que hace el hijo o quién de ellos tiene
que obligarlo a hacer tal o cual cosa. El terapeuta mantendrá a los
padres centrados en el hijo y no en su relación mutua, y en el presen
te y el futuro, y no en los fracasos del pasado.
La preparación puede incluir, asimismo, que los padres empiecen
a preocuparse e inquietarse menos por su hijo. Pueden ensayar el ali
vio que significará para ellos que su hijo se mantenga por sí mismo,
pasando juntos una velada fuera de casa. Los cónyuges (o la madre y
la abuela, o cualesquiera otras personas involucradas) deben ayudarse
el uno al otro para atravesar esta época difícil.
4. Como parte de esta preparación, padres e hijo discutirán qué ha
de hacerse si este no cumple con lo previsto para la fecha fijada.
¿Qué harán los padres si no se levanta y sale a buscar trabajo? Las
consecuencias deben estipularse de antemano, y pueden abarcar des
de la supresión de todos los aparatos de televisión que haya en la
casa para que el hijo (y los padres) no pierdan horas de sueño noctur
no, hasta la obligación de irse de la casa en esa fecha. Si se ha de
recurrir a la fuerza, debe planificárselo. ¿Puede el padre levantarlo de
la cama por la fuerza y echarlo a puntapiés? ¿Pueden hacerlo los dos
padres juntos? ¿O con la ayuda de los hermanos o de los vecinos?
Adecuadamente motivados, si el terapeuta se muestra lo bastan
te persuasivo, los padres no sólo aprenderán a arrojar baldes de agua
fría sino también a cambiar cerraduras e impedir que el joven regrese
a casa en su horario de trabajo aunque afuera esté nevando.
Hay que tener presente que el problema principal no es lograr que
el joven actúe, sino elaborar una relación entre los padres que los
haga cooperar en la empresa común. El disenso entre ellos surge den
152
tro de un contexto de hacer algo positivo por su hijo. Al negociar en
torno de hacer actuar al hijo, también negocian cuestiones mutuas
que antes se comunicaban a través de aquel: si el padre es demasiado
apático y pasivo, si la madre no cumple con sus quehaceres como
debiera, etc. Al cifrar más expectativas en el hijo, también cifrarán
más expectativas uno en el otro, y podrán surgir conflictos y ser re
sueltos. A medida que los padres empiezan a congeniar mejor, el hijo
queda libre para actuar y ya no debe seguir sacrificándose.
5. También deben preverse las dificultades que podrían obsta
culizar la acción en la fecha designada. Supóngase que ese día el jo
ven se declara enfermo: ¿qué harán los padres? Decisiones habitua
les son las de no aceptar sus reclamos a menos que tenga fiebre o que
un médico consigne por escrito que no debe abandonar su domicilio.
¿Qué ocurre si se pone a llorar y dice que tiene miedo y se siente
espantosamente? Deberá ir de todos modos, y en esto los padres se
apoyarán mutuamente. A menudo ayuda preguntar ai joven cómo se
imagina él que podría librarse de la tarea, o pedir a los padres que
imaginen la forma de ceder para poder bloquear estas estratagemas
una vez sacadas a la superficie.
153
por el fracaso de su hijo en la vida. El objetivo de estas maniobras es
que la familia se movilice y vuelva a hacer un intento. Luego de la
conmiseración y el duelo, el terapeuta puede manifestar su confianza
en que realmente lo lograrán si lo intentan. Si los padres quieren vol
ver a probar suerte de inmediato, es mejor demorarlos hasta tanto
hayan padecido por no haber puesto en práctica el plan original.
Uno de los problemas especiales a que deben hacer frente terapeu
ta y familia es la amenaza de suicidio. Una conducta alborotadora y
quizá violenta no es tan perturbadora como una amenaza de suicidio,
ya que esta obliga a internar al joven para proteger su vida, dándole
así el poder de determinar qué va a suceder, y, por lo tanto, el poder
de echar por tierra el plan terapéutico. Varios son los puntos que
deben considerarse en el caso de las amenazas de suicidio. Uno es el
hecho de que la internación no impide necesariamente que se cometa
el acto; más aún, a menudo aumenta su probabilidad. Las personas
hospitalizadas pueden perder su trabajo o su año lectivo, quedando
con el estigma de un enfermo mental, que se añade a sus otros moti
vos de depresión. Puede decirse que la internación posterga el suici
dio pero no lo evita, ya que un individuo resuelto seguirá adelante
con sus propósitos al salir del establecimiento, o aun cuando está en
él. Sin embargo, el terapeuta no quiere cargar con la tragedia de un
suicidio, y además, si no toma las medidas que se juzgan adecuadas
para evitarlo, su posición dentro de la comunidad profesional queda
vulnerada. Así pues, para protegerse a sí mismo, y no sólo la vida del
paciente, tal vez deba hospitalizarlo aun cuando no considere que la
amenaza es seria. Esto tiene el inconveniente de que el joven logra
éxito en su fracaso, con sólo anunciar como al descuido que ha pen
sado en matarse.
En tales circunstancias, una alternativa consiste en pedir a la fami
lia, en particular a los padres, que asuman la responsabilidad por la
vida del joven. Esto significa que deben establecer una vigilancia per
manente y asegurarse de que no se le presente ninguna oportunidad
para el suicidio. Toda la familia puede organizarse a tal fin, quedan
do la organización a cargo de los padres. En tal caso la amenaza de
suicidio deja de ser un revés y se trasforma en una posibilidad tera
péutica de reorganización de la familia.
Persistencia
154
claridad. Si la familia no actúa en el momento en que se acordó
hacerlo, el terapeuta tendrá que enfocar esta cuestión y pedir que
desplieguen su repertorio de conductas.
Veamos un ejemplo. Un hombre de 23 años se había separado de
sus padres cuatro años atrás a fin de seguir estudios universitarios en
otro estado del país, donde contrajo matrimonio y residía ahora con
su esposa. Poco antes de recibirse, comenzó a conducirse extraña
mente, volvió a la ciudad en que vivían sus padres y fue hospitaliza
do. Su mujer también se trasladó a la casa de los padres de él. Des
pués de dos meses de internación, cuando se le estaba por dar el alta,
el terapeuta comenzó a atender a la familia.
En la primera sesión se planteó la cuestión de los planes para el
futuro. La joven pareja, así como los padres del muchacho, declara
ron que en definitiva aquellos se mudarían a un lugar propio. El tera
peuta les pidió que establecieran una fecha para el traslado a su nue
vo departamento. Se concordó en una fecha y se la fijó por escrito.
La terapia se orientó al logro de esa meta. El joven y su esposa vivi
rían en su departamento hasta que él terminase los dos cursos que
necesitaba para graduarse. El plan terapéutico consistió en que el jo
ven recuperase lo antes posible la posición de desenganche de su fa
milia que tenía antes de la terapia. Aún no estaba claro si su colapso
se relacionaba con su esposa, con sus padres, o con todos ellos. El
traslado desde la casa de sus padres esclarecería ese punto.
Cuando dos meses más tarde llegó la fecha prevista para la mudan
za de la pareja a su departamento, que estaba totalmente listo, no
hubo traslado: ese día el joven se quedó durmiendo hasta muy tarde.
Su mujer estaba muy perturbada, y el terapeuta concertó una entre
vista con ambos esa misma tarde. La entrevista, que duró casi tres
horas, se centró en torno de las explicaciones que dio el joven sobre
por qué no se habían mudado. El plan terapéutico consistía en que
el terapeuta no preguntaría más que una sola cosa: “¿Porqué usted
no se mudó? ”. No se habló sino del repertorio de excusas que ofre
ció el joven, incluidos sus síntomas y su conducta de desvalimiento.
Airada y decepcionada por tales excusas, su esposa manifestó que a
su marido le era difícil abandonar a sus padres y dedicarse a ella.
Cuando la pareja volvió a la casa de los padres, la madre del mucha
cho le inquirió sobre qué habían estado hablando tanto tiempo. El
respondió que era un asunto privado entre él y su mujer; por primera
vez trazaba ese límite. Dejó de actuar como un inváüdo y se muda
ron esa misma semana.
En este enfoque, se escoge una cuestión decisiva y no se habla de
ninguna cosa que no esté vinculada con ella. La interacción se torna
intensa para todos. Todas las demás cuestiones pertinentes giran en
torno de ese punto central, como los travesanos de una rueda en tor
no de su eje.
La búsqueda de trabajo
156
empleo más intelectual en una universidad. La ambición de ella era
que sus tres hijos completaran la universidad y tuvieran carreras pro
fesionales; la de él, que los hijos trabajasen; no le entusiasmaba de
masiado que recibieran instrucción superior, aunque en el caso de la
hija lo veía con mejores ojos. La hija seguía sus estudios normalmen
te; el hijo de diecisiete años tenía dificultades para aprobar sus mate
rias en la escuela secundaria; el de veintidós fue a la universidad, pe
ro se volvió loco y debieron internarlo. En el contexto en que se ha
llaba, tenía dos opciones: o bien convertirse en un operario para sa
tisfacción de su padre y mortificación de su madre (que no quería
que fuera tan inculto como su esposo), o instruirse complaciendo así
a su madre pero siendo definido como un “maricón” por su padre
(que así veía este a los jóvenes cultos que no realizaban trabajos físi
cos). La solución, para el hijo, era no hacer nada: ni ir a la facultad
ni trabajar, ya que estaba “incapacitado”.
El terapeuta, David Heard, impone en esta sesión el tema de la
búsqueda de trabajo, que a todas luces era un punto decisivo en la
familia. Además de él, están presentes los padres y el hijo problemá
tico. El otro hijo no concurrió.
157
porque allí siempre hay alguien, ¿no? Perdiendo el tiempo, esa es la
cosa.
Padre: Quejándose.
Albert: Quejándome, quejándome.
159
Padre: Sí.
Heard: Entonces, ¿cuánto tiempo más proyecta mantener a sus hi
jos?
Padre: Hasta que consigan trabajo.
Heard: Bien, digamos. .. ¿la semana que viene, el mes que viene?
Padre: Si no tienen trabajo, los mantendré hasta el año que viene.
Heard: ¿El año que viene?
Padre: Si no tienen trabajo, ¿qué otra cosa puedo hacer? Por más
que me gustaría, no puedo echarlos a la calle para que vayan a buscar
trabajo.
Padre: Por eso es que le estoy encima. Por supuesto, por eso es que
le estoy encima, ¿se da cuenta? Es por ese motivo que ellos no me
piden nada a mí, sino que recurren a su madre. Si necesitan dinero,
acuden a su madre y lo consiguen. No vienen a pedirme dinero a mí.
Es decir, de vez en cuando viene y me dice: “Necesito un dólar”, o
algo así, y John también dice: “Necesito un dólar”. Les doy un dó
lar. Si quieren dinero para cualquier cosa, les digo: “Mira, muchacho,
tienes que conseguir un empleo.” Pero ellos van a ella y les da algo.
Porque ella tiene.
161
Si se repasan las afirmaciones del padre, se pone en evidencia que
no adopta una posición clara en cuanto a que el hijo debe ira traba
jar: debe hacerlo, dice, en bien de su salud -para aliviar sus tensio
nes-, También dice que los hijos no le piden dinero a él sino a la
madre, y luego añade que vienen a pedirle dinero y se los da, incre
pándoles al mismo tiempo que deben conseguir trabajo.
A medida que avanza la sesión se tornan más evidentes los inten
sos sentimientos que esta situación provoca en el padre. En otras se
siones se había mencionado que el padre madrugaba para ir a su tra
bajo, y volvía por la tarde. Al llegar a su casa, encontraba a sus dos
hijos, físicamente sanos, jugando al billar en la mesa que él les había
comprado y bebiendo con sus amigos la cerveza que también él les
había comprado. Por más que el padre protesta y protesta de que
deben ir a trabajar, nada sucede, y no puede hacer otra cosa que irse
temprano de su casa y trabajar duro, rabioso porque su esposa no
intervenga.
A veces, un hijo apático y hábil plantea un problema a sus padres
pidiendo tan poco de ellos, que si quieren castigarlo, o alentarlo a
que trabaje, no pueden privarlo de nada. Esos hijos obtienen una
ventaja en la batalla librada contra sus padres por vía de no pedirles
dinero, comiendo lo mínimo indispensable y usando ropa vieja.
162
Heard (interrumpiendo): ¿Estás enfermo, Albert?
Albert: Estoy bien.
Padre: Ahora está bien, pero algo debe estar pasando allí dentro,
porque en cualquier momento viene y me dice que “conseguiré tra
bajo cuando esté listo para conseguirlo”. Y eso sabiendo que necesita
trabajar.
Madre: Bueno, él no dice lo contrario.
Padre: El dice lo que dice.
Madre: Seguro.
Padre: Y eso es lo que me pone un poco molesto.
Madre: Lo que él quiere decir es que si no tiene auto, no va a conse
guir trabajo.
Padre: No creo que necesite un auto para buscar trabajo.
Madre: El dice que no va a andar en ómnibus para buscar trabajo.
Heard: Volvamos atrás: él no va a conseguir trabajo hasta que tenga
un auto.
Madre: Eso es.
Padre: Pero él no dijo eso.
Madre: Sí, sí, eso es lo que él quiere decir.
Albert: Quiero conseguir trabajo porque quiero tener un auto. Quie
ro tenerlo para setiembre.
Heard: Bien, aguarda un momento. Entonces, ¿Tú no quieres ir en
ómnibus por todos lados?
Albert: No, es una pérdida de tiempo.
Heard: Es una pérdida de tiempo, así que. ..
Albert: Una pérdida de tiempo. A menos que sepa de un trabajo de
finido al que pueda ir, en ese caso sí. Pero no voy a andar buscando
ningún trabajo en ómnibus todas las mañanas.
163
Albert: Simplemente porque ofrecen esos puestos.
Madre: No. ¿Dónde?
Albert: Allí, donde dice “Lavacopas”, consigues trabajo.
Madre: En el diario hay también algunos avisos, pero eso no significa
que vayas a conseguirlo. ¿Acaso quieres decir que saldrás a caminar
para conseguirlo?
Albert: Podría conseguirlo.
164
Albert: Porque no sabía que fuese tan importante que yo consiguie
se trabajo. Pensé que cuando estuviese listo para ir y ,. .
Padre: No es tan importante para nosotros, lo es para ti. A mí no me
preocupa que consigas trabajo, pero tú necesitas trabajar.
Albert: Quiero decirles otra cosa. Iré mañana mismo a conseguir tra
bajo. A mí, a mí, a mí no me importa trabajar, ¿no?, porque lo que
quiero es irme y tener un departamento propio. Porque no tengo ga
nas de quedarme en casa. Así que voy a salir y conseguir trabajo, eso
es todo.
165
manas, que era mejor que dejases de rondar todo el día por lo de tu
abuela chismorreando con los holgazanes que andan por ahí. Esa
gente no me gusta.
Albert: Son gente que trabaja.
Padre: Lástima que les llevó tanto tiempo conseguir trabajo, porque
hace treinta y cinco años que lo necesitan. Tienen treinta y cinco
años o más. Ya tendrían que tener trabajo, empezaron a trabajar allí
ayer, como yo lo veo. Y por casi tres meses no trabajaron. Así que tu
vieron suerte con el trabajo que consiguieron. Y si no lo hubieran con
seguido, alguien tendría que haberles dado trabajo y empujarlos para
que lo tomaran, o no lo tendrían. Si nadie les diera trabajo estarían
allí tirados pidiendo cheques, sin hacer nada. Los conozco, no se
puede confiar en ellos. Se puede charlar con ellos, todo muy bien,
pero no me gusta que andes rondando por ahí porque evidentemente
es probable que caigas en la misma pauta. Eso es lo que no me gusta
de ese asunto.
Albert: Voy a conseguirme un trabajo.
Padre: Porque ellos no tienen ganas de hacer nada.
Albert: Voy a conseguirme un trabajo, un trabajo. . .
Padre: Hace mucho tiempo que te pedimos que lo hicieras. No te
estamos forzando a que tengas un empleo. Hace años que te dijimos
que debías trabajar. Consigues uno y después lo dejas. “No tengo ga
nas de trabajar”, dices. (Al terapeuta.) Mi esposa me comentó un
día que tenía un empleo para él . . . para hacer algo en e l . . . en la
Dirección General Impositiva. Bueno, se pasó todo el día en cama,
diciendo: “No quiero ir a trabajar, no quiero ir a trabajar”. No se puede
mantener un trabajo así. A mí también me gustaría quedarme1 en ca
ma hasta las once o las doce de la tarde.
Madre (al hijo): ¿Por qué crees tú que miro el periódico todas las
semanas?
Albert: Si ahora esto es un problema, voy a conseguirme un trabajo.
Madre: No es un problema, Albert, no es un problema.
Albert: Sí, lo es. Debe ser un problema.
Madre: No es un problema.
Albert: Voy a conseguirme un trabajo. Quiero un empleo y algo de
dinero en el bolsillo. No he buscado ningún empleo. De todos mo
dos, no hay trabajo por allí.
Heard: Al, tú sabes que no estoy discutiendo que en la actualidad es
difícil conseguir trabajo. No estoy diciendo, por ejemplo, que sería
lógico que mañana a las once de la mañana tuvieras un empleo. Pero
lo lógico, lo razonable es saber cuándo Albert va a tener un empleo.
Padre: Bueno, realmente no podría asegurarlo. . . lo único que puedo
decir es que me daría por satisfecho con que él hiciera algún esfuerzo
por ir a buscar trabajo. Pero no lo hace. No sé a qué hora se levanta,
porque yo salgo de casa muy temprano.
Madre: Se levanta temprano.
Padre: A veces a las siete menos cuarto. Quiero decir que si él fuera,
si él me dijera “Hoy voy a salir a buscar”, o si le dijera a su madre
“Hoy salí a buscar”, me daría por satisfecho; al menos sabría que
está buscando. Pero ocurre que vuelve a casa por la tarde y empieza a
lamentarse ante ella: “Creo que debería conseguir un trabajo, creo
que debería conseguir un trabajo”. Bueno, esto es bien conocido, no
se puede conseguir trabajo viendo televisión el día entero, y gastando
en el automóvil el dinero que uno le ha dado para que coma un bi
fe. Después vuelve a casa de noche y se queja de que le duele el es
tómago .
Albert: Me conseguiré un trabajo. No sé qué bicho les picó. Me con
seguiré un trabajo.
Padre: No nos picó ningún bicho.
Albert: Terminado: voy a conseguir un trabajo. Hablemos de otra
cosa. Mañana me voy a levantar a las ocho de la mañana para buscar
trabajo.
Padre: A las siete y media.
Madre: Tienes que ir. . .
Albert: Sé a qué hora debo ir a buscar trabajo.
Madre: Te dije varias veces dónde debías ir.
Heard: ¿Cuál sería. .. cuál sería para ustedes un período razonable
para que él. . .?
Padre: ¿Consiga trabajo?
Albert: No tiene por qué fijarme ninguna norma o regla para que yo
consiga trabajo, yo sé cómo hacerlo, así de simple. No tiene por qué
fijarme normas para hacer nada. Sé buscar trabajo.
Madre: Ahora te vas a enojar, porque a veces te digo... le digo, por
ejemplo, que si quiere trabajar y no encuentra trabajo, y quiere estu
diar, bueno, pues que vaya a estudiar. Puede retomar sus estudios.
167
dije, ¿no? , si para entonces no tienes trabajo, ve a la facultad duran
te el día. Y si tienes trabajo, tal vez puedas trabajar medio día y
estudiar medio día.
Heard: Albert, me gustaría que esto lo debatieran tu padre y tu ma
dre, y que tú te mantengas apartado. Quisiera que ustedes dos discu
tan durante un minuto cuál sería una expectativa razonable, un pe
ríodo de tiempo razonable.
Padre: Es imposible decirlo con exactitud.
Heard: Bueno, tal vez por sí mismo él no consiga trabajo, pero el
esfuerzo es que. . . coincido en gran parte con usted.
Padre: Lo que usted está preguntando, probablemente, es si él va a
realizar el esfuerzo de buscar trabajo.
Heard: Eso es, eso es lo primero.
Madre: Sí.
Padre: Bien.
Heard: ¿Y cuánto esfuerzo, cómo estarían ustedes...?
Padre: Esa es la cuestión, me parece.
Heard: ¿Cómo estarían. . . cómo quedarían satisfechos ustedes dos?
Padre: Bueno, en cualquier momento puede pedirnos viáticos para
buscar trabajo, casi todos los días, si lo desea.
Madre: Sí.
Padre: Casi en cualquier momento, ¿no?
Heard (tras una pausa): Ustedes piensan que él debe buscar por sí
mismo en el periódico, y piensan que debe tener una o dos entrevis
tas por día, o por la mañana.
Padre: Bueno, no es necesario salir a última hora de la tarde a buscar
trabajo, a menos que alguien le pase un dato.
Heard: Es decir. ..
Padre: Yo preferiría que se levantase temprano en la mañana, y que
busque en uno o en dos periódicos tal vez. Y diga, bueno, podría
probar esto hoy, y vaya en ómnibus. . . independientemente de que
le guste o no el trasporte público.
Heard: Quisiera que ustedes dos charlen sobre eso.
Padre: Bien, yo. . . ya he dicho cuanto tenía que decir sobre esto.
Heard: ¿Han charlado de esto. . . ustedes. . .?
Padre: Charlamos de esto todo el tiempo. Le digo a Albert: “Sale cuan
do yo me levanto”. Me gustaría que él se levantase cuando yo me voy.
168
Madre: ¿>i.
Padre: Tú eres la última en salir.
Madre: Me lo dices a mí, y yo no les paso todo este asunto aellos.
Albert está levantado todas las mañanas. No necesito todoesteasun
to. A mí misma no me gusta oír hablar de ello.
Albert: Yo voy a conseguir trabajo, así que por el momento está ter
minado.
Padre (a la madre): Yo tampoco quiero oír hablar de ello, pero me
gustaría ver que se levantan por la mañana y van a trabajar.
Madre: Tengo ganas de. . .
Albert: Voy a conseguir trabajo, así que. . . ¿para qué esta charla?
Padre: No te estoy hablando a ti.
Madre: Yo le estoy hablando a él (al padre).
Albert: Yo estoy hablando ... No me importa que me hablen a mí
o no.
Padre: Permítame que le diga algo, señor. . .
Albert (con rudeza): ¿Qué es lo que quiere usted decirme, señor?
Madre (alzando las cejas): Uy, uy.
Padre: Te estás poniendo. .. ya sabes... Estoy. .. ¿qué dijiste?
Albert: ¿Qué me vas a hacer, me sacarás a golpes? (Se incorpora.)
Padre: Eso no sería ningún problema.
Albert: Ya estoy harto de estas porquerías, viejo.
Padre: Tú tenías ... tu hiciste . ..
Albert: Quieres que consiga trabajo. (Se acerca al padre y lo mira des
de arriba.) ¿Por qué no me dijiste: “Al, consíguete un trabajo”, eh?
Padre: Siéntate antes de que te tire de una trompada.
Albert: Me gustaría que me tirases de una trompada.
Padre: Nunca más te atrevas a encararme así.
Albert: Me gustaría que me tirases de una trompada. Me gustaría que
me tirases de una trompada.
Padre: ¡Te sientas, porque estás por meterte en líos!
Albert: Tú también te meterás en líos.
Padre: Déjame que té diga esto. . .
Albert (interrumpiéndolo): Jamás en la vida volveré a dirigirte la pa
labra. ¡Así que todo lo que tenías que decirme era que consiguiese
trabajo!
169
mente cuando sus progenitores discrepan y la tensión entre estos va
en aumento. Es una secuencia muy corriente, y a menudo el terapeu
ta pasa a ocuparse de lo que acontece entre padre e hijo y olvida lo
que desencadenó la dificultad. El hijo consigue su propósito de sacri
ficarse, ya sea actuando en forma extraña o, tal como sucede en esta
circunstancia, provocando al padre, a riesgo de que lo “pongan con
tra la pared ”
Albert: No tenías otra cosa que hacer que decirme que consiga tra
bajo.
Padre: Hace años que te venimos diciendo eso. Te metiste con otra
mujer y te fuiste a vivir con ella. No haces caso a nadie (frase inaudi
ble) mi esposa (frase ininteligible, gritando.) ¡No haces caso a nadie!
¡Ya estoy hartándome! (Se incorpora y se inclina sobre el hijo.) ¡Es
toy tan harto de ti y de ese otro holgazán en casa! Pues bien, a la
larga, voy a. . .
Albert: ¿Qué quieres decir?
Padre: A ustedes dos. Ni siquiera la escuchan a ella. ¡Me enfurecen!
Albert: Todo esto sale a relucir ahora.
Padre (dice una frase inaudible mientras discute con el hijo, quien
deja de gritar; la madre permanece impasible): Tienes veintidós años.
(Se sienta.)
Albert: Mañana saldré y conseguiré trabajo.
Padre: Hace años que te venimos diciendo que debes intentar hacer
algo. (Frase inaudible.) Tú no quieres ensuciarte: “Ve a limpiar el pa
tio trasero”; “No quiero ensuciarme”.
Albert: Fue un chiste.
Padre: ¿Fue un chiste? Pero no fuiste a limpiarlo. Haces lo que te
dice ella. No quieres ensuciarte, no quieres ensuciarte.
Albert: Me ensucié durante muchos años, no me molesta.
Padre: Y me dices que John no hace nada. No te preocupes por lo
que hace John. Mire, señor, déjeme que le diga algo: usted no.. . Me
estás poniendo furioso. Ahora mismo. . .
170
Albert: Yo tengo. .. ffrase inaudible).
Padre (luego de una frase inaudible): No me importa la edad que
tengas, tenemos que cuidarte. Tú no te cuidas a ti mismo, no estás
capacitado para cuidarte a ti mismo.
Padre: No. El otro día mi esposa fue a ver a una de sus sobrinas, que
le habló de un trabajo. Y yo lo llevé a él en el auto y firmé la solici
tud. Eso fue el domingo. Yo trato, le digo a mi hijo, mira. .. Usted
sabe, llego hasta lo que tengo que decir y no digo nada. Yo trabajo, y
en la medida en que ellos tengan en casa lo suficiente para comer y
yo tenga algo para hacer, me doy por satisfecho. Pero me molesta
tanto. . . A la larga, algo les digo, o bien. . . bueno, usted sabe, yo
mismo me enfurezco. Pero en vez de entrar en peleas, me digo “ ¡Que
hagan lo que quieran!”. Porque ya me estoy hartando.
Heard: Pero el problema sigue en pie.
Padre: Sigue en pie.
Heard: Y a eso quisiera. . . a eso estoy tratando de llegar. A que me
digan, por ejemplo, con qué se darían por satisfechos.
172
Padre: Yo me daría por satisfecho con que él se levante de mafiana y
salga a buscar trabajo. Eso es todo. Si no lo consigue, al menos salló
y lo intentó. Yo sé que es difícil conseguir trabajo.
Heard: Ajá. Señora Nelson, ¿qué opina usted?
Madre: Creo que él debería, no digo que salir todos los días, pero
tampoco salir por salir, ir a cualquier parte. Tiene que tener algo de
finido. Hay que mirar el diario, o, como le he sugerido, ir a alguno
de los empleos remunerados que ya tuvo. Si ya lo hizo una vez, pue
de obtenerlo. Tal vez así consiga algo. Eso es lo que le dije el otro
día. El me respondió: “Sí, podría hacer eso”, pero después no fue.
Así que, si fuera allí, o como le dije, a la compañía de electricidad,
donde habitualmente contratan gente ...
Padre: ¿Y qué te contestó?
Madre: No quería ir en ómnibus. (Pausa.) Pero de ahora en adelante
irás en ómnibus, ¿de acuerdo?
Albert: Iré en ómnibus y conseguiré trabajo.
Madre: Mira, esto no lo haces para irritar a nadie, sino para ayudarte
a ti mismo.
Albert: Ya lo sé, mamá.
Madre: No lo debes hacer con rabia, sino porque quieres hacerlo. No
quiero que lo hagas con la actitud de “Voy a conseguir trabajo por
que ustedes me quieren hacer trabajar.” Tú mismo debes querer tra
bajar. Haz algo... (frase inaudible).
Heard: Realmente creo que. . .
Albert: Resulta que yo. . . no busqué trabajo por una semana, alrede
dor de una semana, y de pronto él empieza a decirme: “Consigue
trabajo”. Mientras que John hace tres meses que no trabaja. A él al
menos le da tres meses, a mí no me da más que dos o tres semanas.
¿Cómo sabes que la próxima semana no voy a conseguir trabajo en
alguna parte?
Padre: ¿Qué quieres decir con “dos o tres semanas”? Yo no h e . . .
Es raro que yo te diga que debes buscar trabajo.
Heard: Me parece que es importante. . .
Padre: Jamás te he dicho que fueras a buscar trabajo.
Albert: Eso es ío que me pone. . . viejo, porque. . .
Padre: Jamás te he dicho una sola palabra acerca de que fueras a
buscar trabajo.
Albert: . . . ellos buscan trabajo durante una semana, una o dos se
manas.
Heard: Albert, yo pienso. . .
Albert: Ahora es algo importante.
Padre: ¿Cuándo te he dicho que fueras a buscar trabajo?
173
Típicamente, el padre define ahora su posición diciendo que ja
más le pidió al joven que buscara trabajo. Lo mejor es que el tera
peuta no se ocupe de esta incongruencia, ya que el problema es man
tener el status del padre, y eso no se lograría criticándolo. Ahora se
debate la situación del hijo menor, John, y el padre insiste en que
quiere que también él trabaje.
Padre: Le estoy encima a John todos los días, le estoy encima a John
todos los días.
Heard: ¿Sobre esta misma cuestión del trabajo?
Padre: Sobre conseguir trabajo, tener algo que hacer. Todo el día.
¿A quién puede gustarle que su hijo ande vagando por las calles sin
hacer nada? A la larga se meterá en dificultades. Yo no estoy para
vigilarlo, y mi esposa tampoco puede vigilarlo, ella trabaja todos los
días. No sabemos qué hacen cuando están en casa. Pero si supiéra
mos que él consiguió algo que lo mantiene activo, al menos sabría
mos que desde que nos vamos hasta que volvemos, hasta la hora de la
cena, están los dos haciendo algo, algo constructivo para su persona
lidad.
Madre: John afirma que él va.. . al centro. Le doy viáticos para que
vaya dos o tres veces por semana.
Padre: Dudo de que lo haga.
Madre: El dice que va ... que pasa medio día buscando trabajo; al
menos eso es lo que me dice que hace durante el día. Va al centro y
recorre diversos negocios, negocios de comestibles.
Padre: Y a veces anda dando vueltas con un par de amigos, quién
sabe qué es lo que hace, quizá fume un poco de marihuana, pero por
lo menos se mueve un poco. No me gusta que nadie se quede en la
cama hasta las diez de la tarde. Quiero que tú te levantes cuando me
levanto yo, ¿eh?, que te levantes, porque si no uno se vuelve pere
zoso.
Madre: Albert no es así. A menudo está levantado antes de que yo
salga a trabajar.
Padre: No digo que no. No sé si se levanta o no se levanta. Eso es lo
que tú me cuentas, ¿no? Yo no lo despierto.
Madre: Es John el que no se levanta.
Heard: Por eso dije que era una lástima que John no hubiera venido.
Porque esto se vincula con ambos.
174
que, este. .. creo que son normales en los hijos que crecen. Pienso
que ustedes dos han sido padres muy generosos..
Padre: No molestamos a nuestros hijos.
Heard: Y. . .
Padre: Sólo que nos gusta que trabajen, eso es todo.
Heard: ... es muy normal, la clase de problemas que ustedes cono
cen, el lograr. . .
Albert: ¿Qué le hace pensar que alguien tuvo problemas?
Heard: Creo importante que ustedes no permitan la clase de. . . que
esta cuestión de la que se ocupan ahora los divida.
Padre: Escuche, hemos estado casados durante veintidós años, ¿y
quiere saber algo?, seguiremos casados.
Heard: Sí.
Padre: En eso no tenemos ningún problema. Lo único en que insisto,
por una razón u otra, ¿no?, es que no quiero que nadie se la pase
sentado como un holgazán.
Albert: Eso es lo único en que tú. . .
Padre: A la larga, esto tiene que llevar a eso.
Albert: Eso es todo . . . Voy a conseguir trabajo.
Padre: Te hemos estado diciendo que lo hagas.
Albert: ¡Vamos, hombre!, ustedes no me han estado diciendo nada.
Padre: Cuando saliste del hospital.. .
Albert (interrumpiéndolo}: No me dijiste nada.
Padre: ¿Terminaste? (Pausa.) Cuando saliste del hospital y viniste
aquí, esa misma noche te dije: “¿Sabes, Al?, tal vez si salieras a buscar
trabajo, conseguirías uno”. (A la madre.) ¿No le dije eso? “Muéstrate
un poco activo y volverás a valerte por ti mismo. Eso te podría ayu
dar un poco. Tener algo que hacer”. El día que vine a esta clínica, y
nunca te dije nada respecto del trabajo, excepto cuando vinimos
aquí y conversamos de eso. No te he dicho que te levantes por la
mañana y busques trabajo. A John sí se lo he dicho.
Heard: Bien, señor Nelson, yo. . . yo comprendo lo que usted quiere
decir. Usted no le está diciendo a Albert que tiene que tener un tra
bajo, ni le está diciendo a John que tiene que tener un trabajo; lo
que usted les está diciendo.. .
Padre: El no tiene trabajo, está en casa.
Heard: ... es que debería hacer el esfuerzo.
Padre: Debería hacer el esfuerzo para conseguir trabajo. El no deja
de enrostrarme que tiene veintidós años. Bien, a ver si me demuestras
qué edad tienes.
Albert: No voy a demostrarte nada.
Padre: Puedes decir que eres un hombre, pero no puedes probarlo.
Heard: De acuerdo.
Albert: ¡Carajo, siempre te estás preocupando por saber si alguien es
o no es un hombre!
Padre: Es lo único que escucho de ti, que tienes veintidós años.
Heard: Albert. ..
175
\
Padre: Tampoco me gusta que uses malas palabras, yo no las uso.
Heard: ¿Puedes sentarte, por favor? (Albert se ha puesto a caminar
por la habitación.)
Albert: No tengo ganas de sentarme.
Madre: Siéntate, de todos modos. (Albert se sienta.)
Heard: ¿Qué . . . este .. .? (Pausa.)
Albert: ¡Toda esa chachara sobre ser un “hombre”!
Heard: Lo cierto es que no nos queda mucho tiempo, realmente. Lo
que quisiera ...
Padre: Yo no necesito mucho más tiempo, tampoco.
Heard: Bien. Lo que quisiera hoy es ver si podemos llegar a alguna
clase de acuerdo claro. (Al padre.) Le oí decir a usted que considera
importante que Albert busque trabajo todos los días, pero no estoy
seguro acerca de cuál es exactamente su posición con respecto a
John. ¿También él debe buscar todos los días? Señora Nelson, le oí
decir que “Bueno, tal vez todos los días, pero no necesariamente”. Y
a mi entender ustedes dos deben concordar en esto para no dividirse.
Padre (a la madre): Bueno, yo pienso que debe buscar trabajo todos
los días.
Madre: Yo no pienso lo mismo, a menos que tenga que ir a algún
lugar bien definido.
Padre: No quiero decir que salga a la calle todos los días. . .
Madre; Se puede abarcar. . . se puede abarcar en un día tres o cuatro
puestos de la ciudad.
Padre: Por supuesto que puedes, y es probable que para entonces ya
tengas uno.
Madre: Exacto. De las nueve a las tres, así que no es necesario salir
todos los días, a menos que aparezca algo en el periódico o que al
guien te dé Una pista. Así que quizá podrías salir tres o cuatro veces
por semana. No pretendo que lo hagas todos los días.
Padre: No es suficiente. . .
Albert: Yo me. . . tendré un trabajo mañana. Me conseguiré un tra
bajo mañana.
Heard: ¿Qué. ..?
Padre: Yo digo que debes ir a buscar trabajo todos los días.
Madre: Bueno, eso es.. .
Heard: ¿Qué significa buscar? ¿Significa efectivamente salir a en
contrar?
Padre: Podría significar buscar en el diario, pueden leer el diario, que
ninguno de ellos lo hace. Mirarlo y decir: “Bueno, aquí están los em
pleos ofrecidos, quizá mañana intente aquí”. Lo sé porque tengo el
diario.
Heard: De modo que tal vez ustedes dos estén hablando de lo mis
mo. Porque usted, señora Nelson, dijo que buscar. . .
Madre (en diálogo con el padre): Sí, no quiero decir exactamente
salir a buscar todos los días. Tal vez un día toma el diario y no hay
nada, supongamos que sea un jueves, si ha salido el lunes, el martes y
176
el miércoles y ha llenado solicitudes, y ese jueves no hay nada, nin
gún lugar definido donde ir, bueno. .. ¿para qué ir hasta el centro y
esperar. ..? ¿Dónde va a ir? O de todos modos, si no tiene ningún
lugar definido donde ir. ..
Padre: Bueno, hay un montón de negocios en el centro. Sastrerías,
panaderías y. . .
Madre: Para sastrerías, panaderías, uno tiene que tener experiencia.
Padre: ¿Cómo lo sabes? Yo quiero decir algo simplemente. . .
Madre: Ya sé.
Padre: . . . para empezar, después uno siempre puede ver la manera
de progresar.
Madre: El tiene ... Tú tienes una actitud equivocada . . .
Padre: No pretendo que nadie entre a un establecimiento ganando
diecinueve dólares por hora. Es imposible. Yo trabajé para una com
pañía y cuando entré ganaba dos mil cien dólares por año; no empe
cé a ganar quince mil dólares por afío hasta años más tarde.
Madre: Esta época es distinta.
Padre: Lo que estoy diciendo es que hay que empezar en algún lado,
y tal vez uno después cobre algún interés por la tarea y pueda trepar
por la escala. Hay que empezar en algún lado. Sabes que él no tiene
experiencia en nada. ..
Heard: ¿Cómo podrían ustedes dos llegar a un acuerdo sobre esto,
de manera que ambos estén satisfechos con.. .?
Padre: Lo único que yo quiero es que busque trabajo, nada más. Me
importa un bledo que sea todos los días, simplemente que salga a
buscar.
Heard: Muy bien.
Padre: No digo ni dos ni tres. .. Digo que salga a buscar todos los
días.
Heard: ¿Señora Nelson?
Madre: Si él les da los viáticos, pueden ir todos los días. Yo no voy a
darles viáticos todos los días.
Padre: Porque piensas que probablemente no irán.
Madre: No, sino porque se necesita algo más de viáticos, los empleos
no están uno al lado del otro. Y para ir muchas veces a distintos
lugares se precisa más dinero, según donde uno vaya.
Padre: Mira, permíteme que te diga que cualquier persona que se di
ce y repite: “Necesito trabajo, necesito trabajo, necesito trabajo”, irá
al mismo infierno —perdonen la expresión— con tal de encontrarlo.
Aunque tenga que ir al centro y caminar quince o veinte kilómetros
por día, o recorrer toda la zona para entregar una sola solicitud. Muy
bien, allí no hay nada, pero al menos has dejado la solicitud... no se
sabe qué puede ocurrir luego.
Heard: De acuerdo. Vean, este e s . . . pienso que este es un punto
importante. No quiero que los divida a ustedes dos. Y no estoy. ..
Padre: ¡Quiero que ellos se levanten de mañana cuando me levanto
yo! Cuando subo la escalera y les digo, “Levántense y vayan a traba-
177
jar”, de vez en cuando ella dirá: “Déjalos que se queden hoy”.
Madre: Nunca digo que los dejes quedarse en cama.
Padre: ¿Por qué levantarlas temprano? Yo digo: “Muy bien, no diré
una palabra”. No digo una palabra. Quiero que se levanten cuando
yo me voy. Yo me voy a las siete, a las siete menos cuarto. Que se
levanten, se vistan, bajen y salgan a buscar trabajo, pero no pueden
conseguir ningún trabajo.. .
178
Heard: ¿No quiere conversar de eso?
Padre: No.
Albert: El nunca habla mucho de nada.
Madre: Es la verdad, no lo hace. Simplemente se sienta y me eleva
sus quejas a mí. Por eso le dije: “Dirígete a Albert y explícale que
quieres que consiga trabajo, no te dirijas a mí.” Así que yo sé, todos
los días, lo que le dice a Albert. Creo que debería decírselo él mis
mo. Porque yo le digo lo que quiero. No me digas que lo haga yo,
hazlo tú mismo. El no sabe siquiera cómo hablarles a sus hijos de
buenas maneras. (Pausa.) Y como él dijo, no quiere conversar de eso.
Es verdad, no va a conversar nada con nadie. Una vez que lo dijo, es
el acabóse, probablemente empiece a gritamos a Albert y a mí en el
auto.
Heard: Bien. Como saben, a mí me preocupa realmente que esto no
sea un motivo de división entre ustedes dos. Ambos .tienen que dar a
sus hijos un mensaje unitariq.
Padre: ¿Sabe qué es lo que me enfada de todo este asunto? Ya se los
dije una vez. No tendría por qué decirles todos los días que salgan a
buscar trabajo. Con que se los diga una sola vez es suficiente. Eso
es todo.
Albert: Ya me lo has dicho, así que todo el mundo a casa, yo conse
guiré trabajo mañana, no será nada difícil.
Padre: Entonces, ¿qué hay que conversar? Si le digo: “John, anda a
buscar trabajo”, y a él se le ocurre ir una vez, tan pronto vea que no
hace nada le salto encima de vuelta: “ ¿ H a s . . . ido a algún lugar hoy?
¿Ah, no? Entonces baja de ahí y vete a alguna parte”. Y él quizá . . .
No sé qué hace cuando anda por ahí.
Madre:. Nada.
Padre: Bueno, no lo sé, pero quiero que salga. Yo voy a mi trabajo
todos los días.
Heard: ¿Piensa que basta con que se lo diga una vez?
179
to, ubicándose en un extremo del grupo y pidiendo al hijo que se
sentara junto a él y frente a sus padres. Por último, solicitó a los
padres que discutieran el asunto entre ambos, e intervino para blo
quear la posible injerencia del hijo.
Cuando los padres empezaron a hablar entre sí, se creó tensión
entre ellos. El hijo inició una disputa con el padre, distrayéndolo del
problema que este debatía con su mujer. El terapeuta, que había de
jado la habitación por un momento, retornó y provocó un diálogo
entre los cónyuges, dejando fuera al hijo. Esta vez el hijo no se lan
zó al rescate de los padres pese a la tensión y a las discrepancias ma
nifestadas por ellos. Al comunicarse los padres más directamente, en
vez de hacerlo a través del hijo, este quedó desligado del triángulo.
Esta sesión, tediosa por el hecho de enfocar una sola cuestión,
cumplió con sus objetivos. Los padres fueron capaces de debatir en
forma directa, y no a través del hijo, un tema delicado. También se
logró otro objetivo: que el hijo consiguiera trabajo. Obtuvo un em
pleo de medio día y más tarde comenzó sus clases en la universidad.
A la larga, el joven resolvió el problema de satisfacer los deseos
conflictivos de ambos padres en cuanto a trabajo o estudio: entró en
el ejército, satisfaciendo así el anhelo del padre de tener un hijo viril
y, por la avanzada instrucción que allí recibió, también el anhelo de
la madre de tener un hijo culto.
8. La segunda etapa: conducta alborotadora
181
ríodo queda definido como incapacitado. En la mayoría de los casos
este empeño fracasa. La familia tiene dificultades, el joven sufre una
recaída, y sus familiares dicen que necesita otra droga porque la que
está tomando no le hace nada, o bien informan que ha dejado de
tomarla. La píldora pasa a formar parte de la contienda social, y si
hay algún cambio positivo no se lo atribuye a las personas sino a una
sustancia química. Hasta que no cesa la medicación de la persona
problemática, la familia no sabe si es capaz o no de vivir dentro de la
normalidad.
Otra manera de prolongar la convalecencia consiste en dejar al jo
ven en un hogar temporario o en un hospital de día, definiéndolo
como una persona que está a mitad de camino de la normalidad. Sue
le confiarse en que* en esta situación, logrará apartarse la mitad de
camind de su familia. Con este enfoque, el joven sigue definido como
anormal y la familia preserva su estabilidad durante ese lapso. Por lo
general nada se hace por la familia, ya que la mayoría de los profe
sionales que residen en hogares temporarios son contrarios a ella: in
tentan salvar al joven de sus padres, al par que el joven intenta salvar
a sus padres y, pase lo que pase en el hogar temporario, hará una
escalada en su conducta si lo juzga necesario para ello.
La situación causal
182
pensable a la estabilidad familiar; mucho más difícil es ponerlo en
práctica. Para ello es menester: 1) corregir la jerarquía, de manera
que el joven quede en posición inferior a sus padres, y 2) hacer que
los padres se comuniquen directamente entre sí, y no metafórica
mente a través del joven problemático. A veces estos dos pasos se
dan en forma simultánea, pero por lo común primero hay que lograr
que Jos padres se hagan cargo del joven, y luego, poco a poco, resol
ver las desavenencias entre los cónyuges.
Si la primera etapa culmina con éxito, cuando el joven es dado de
alta en la institución y vuelve al hogar los padres ya están a cargo de
él y se comunican mutuamente de modo más directo, en primer lugar
acerca de las reglas que han de fijarle, y en segundo lugar acerca de
cualesquiera otras cuestiones. El terapeuta ha instado de inmediato
a que el joven retomara su actividad normal (estudio o trabajo) y la
familia enfrenta la cuestión fundamental: la posibilidad de que aquel
se vuelva autónomo y abandone el hogar, disolviendo así el trián
gulo. En ese punto, los padres funcionan mal: tienen dificultades pa
ra la comunicación directa y para acordar quién tiene autoridad so
bre el joven. Si llegan a amenazar con separarse, se producirá una
escalada en el mal comportamiento del-joven y este sufrirá una recaí
da. Entonces la terapia habrá ingresado en su segunda etapa, y la la
bor del terapeuta consistirá en aprovechar la recaída para contribuir
a resolver los problemas de la familia de algún otro modo, sin conver
tir en inválido a uno de sus miembros. El terapeuta requerirá de los
padres que se hagan cargo del joven en su recaída, impulsando a la
pareja a unirse y a comunicarse mejor. Los padres oscilarán entre
alentar a su hijo para que recobre la normalidad y desalentarlo preo
cupados por las consecuencias.
Hay dos factores que vienen en ayuda de los padres en esta etapa.
Uno es su relacióri personal con el terapeuta. Si el terapeuta no actúa
sólo profesionalmente sino también en forma personal, los padres
acudirán a él en sus dificultades y además estarán motivados para
explayarse sobre sí mismos. Por ejemplo, suele ser útil que en los
comienzos del tratamiento el terapeuta haga una visita al hogar. No
es difícil concertar una invitación a cenar. La disposición del terapeuta
para explayarse, así como el carácter personal de la visita, hacen
que los padres se muestren más dispuestos a dirigirse a él y no a otro
cuando surjan dificultades. En estas circunstancias, lo mejor es defi
nirla como una visita social para ver cómo es la familia; la cena com
partida tiene que tener un carácter social. La discusión de los proble
mas debe quedar reservada al consultorio; en el hogar, sólo se desta
carán los aspectos positivos de la familia, y se disfrutará el momento.
Otro factor que motiva a los padres en la segunda etapa es la can
tidad de esfuerzos que hicieron en la primera. Si han luchado entre sí
y con el hijo a fin de enderezar las cosas, frente al subsiguiente fraca
so del hijo reaccionarán como cualquier persona que se ha empeñado
en lograr éxito en algo. Tomemos el ejemplo de un hijo drogadicto.
183
r
Errores
Es más fácil sugerir qué debe evitar el terapeuta que indicar lo que
debe hacer en esta situación, debido a que surgen hechos imprevisi
bles. Pueden describirse algunos errores corrientes —errores en el sen
tido de que causan dificultades en vez de conducir al éxito—.
184
bio sobreviene cuando los actos son definidos, se les fija una fecha
para que acontezcan y determinadas consecuencias si no se los cum
ple.
4. El terapeuta promedio no debe procurar mostrarse inteligente,
dar directivas ingeniosas o realizar intervenciones paradójicas. Las
cartas del triunfo son las de un claro y simple énfasis en que el joven
vaya al trabajo o a la escuela, y de que los padres se hagan cargo de
quien vive bajo su mismo techo.
5. No hay que tratar el abandono del lugar por el joven como una
amenaza para los padres, pero debe mencionarse —preferiblemente,
en forma casual— la perspectiva en las primeras sesiones, para que to
do el mundo sepa que en definitiva habrá que aceptar ese hecho. Sin
embargo, si el joven amenaza con dejar el hogar, o si los padres afir
man que debería hacerlo, el terapeuta replicará de inmediato que no
hay prisa, y que la partida del joven debe organizarse bien.
185
en toda la noche y los había mantenido despiertos a todos. Y fw
como si la hostilidad general que manifestaba hacia mí se hubiese
difundido a todos, al punto de que les dijo a dos de sus profesores
que “se dejaran de hinchar” y se fueran del colegio. Estaba funda
mentalmente agresiva con todos, incluido su novio; no parecía una
respuesta específica a algo que hubiese sucedido en la terapia. Los
padres estaban preocupadísimos; la conducta de ella era realmente
alocada, en un momento hasta golpeó a su madre. Durante toda la
semana la familia entera giró en torno de ella. Como no pude comu
nicarme contigo el martes, decidí contenerla con una pequeña dosis
de medicación, en parte por el hecho de que los tuviera despiertos a
todos por las noches. Creo que la tolerancia de ellos estaba a punto
de acabarse. Esa noche ella no se despertó en ningún momento, y sus
padres parecieron más capaces, gracias a eso, de hacerse cargo. Ver
daderamente, capearon muy bien el temporal; al menos por lo que
me dijeron el fin de semana. La madre elogió la fuerza con que hab ía
actuado su marido y el apoyo que le había brindado.
Haley: ¿Y no cumpliste con tu propósito de ir a cenar? (El tera
peuta había resuelto visitar el hogar para mantener con la familia
una cena de carácter social.)
Lande:-No cumplí con mi propósito por una combinación de cir
cunstancias. Creo que debería haberlo hecho, pero no me sentía se
guro durante la crisis. La madre me llamó para decirme que no se
estaba dedicando a la cocina porque pasaba todo el tiempo con
Annabelle. Y yo estuve enfermo la semana pasada, de modo que
aproveché la oportunidad para zafarme. Probablemente tendría que
haberlo hecho.
Haley: Sí, durante una crisis tienes que cumplir, en lo posible, con
todos tus planes, sean cuales fueren, porque eso hace que.. . porque
estabiliza las cosas. Si no recuerdo mal, en la cuestión de la medica
ción intentaste en cierto modo hacerles una jugarreta. Lo que sugiero
es que con esta gente tienes que ser absolutamente franco en cuanto
a lo que deseas que se haga. Lo más simple, claro y sincero que pue
das, dado lo complejo de la situación.
Lande: Sí.
Haley: ¿Qué harás hoy cuando ellos lleguen?
Lande: Bueno, hay varios planes de acción, que surgieron por sí so
los, digamos. Uno se refiere al llamado de la madre para tratar de
persuadirme de que Annabelle volviera al colegio. Dijo que Anna
belle estaba muy turbada con el colegio, y le respondí que tenía por
qué estarlo. Y quiero que ella lo tome como una real preocupación
de graduarse con su curso y sentir que no quiere rezagarse. Me gusta
ría ocuparme de eso, como algo de lo que realmente hay que preocu
parse.
Haley: Con cuerdo contigo en que la chica debe estar turbada por
lograr en la escuela lo que necesita lograr, pero definiría su inconduc
ta escolar en términos de las molestias que le causa a sus padres. O
186
sea, ellos deben fijar la norma de cuánto tolerarán en la casa para no
sentirse molestos. Ellos no tienen por qué mandar a la escuela a una
hija que les causa trastornos. Si ella va a provocarles esas molestias,
entonces que se quede en casa. Vale decir, esto no se hace en bien de
ella', ¿por qué tiene que causarles disgustos una chica que les dice a
sus profesores “que se dejen de hinchar”? Y creo que te irá tanto
mejor cuanto más insistas en lo que es bueno para los padres y en
lo que ellos deben o no deben soportar, y cuanto menos insistas
en lo perturbada que está la muchacha.
Lande: ¿Qué tal si. . . hablamos de volver atrás y explorar qué fue lo
que desencadenó esto?
Haley: Creo que tienes que empezar a explorar eso, y empezar por
charlar de algunos de los problemas de la pareja en presencia1 de
Annabelle. Confío en que te sea posible debatir abiertamente sus dis
cusiones sobre la separación en presencia de Annabelle, porque tal
vez no lo hayan hecho. Quizás en cierto momento decidas hacer salir
a los chicos. Una vez establecido de qué se trata, yo estaría tentado
de hacer salir a los chicos y pedirle a Annabelle que se quede, si vas a
tocar los problemas conyugales. Por más que desees trazar una línea
demarcatoria entre las generaciones, también es tu propósito definir
a Annabelle como mayor que los otros. Creo que ella está en el,
medio.
187
Anna: Sí.
Lande: ¿Cuáles son las preguntas que no debería hacer?
Anna: Preguntas básicas. Preguntas “que no son cosa suya”. (Se ríe.)
Madre: Debería hacer preguntas de tipo impersonal.
Anna: Exacto. Preguntas de tipo impersonal.
Padre: Bueno, aquí estamos tratando de brindarte una ayuda perso
nal, así que es de esperar que él haga preguntas personales.
Anna: No quiero su ayuda personal.
Padre: Bueno, yo quiero. . . De todos modos, la necesitas.
Madre: Necesitamos su ayuda personal.
Anna: Ustedes necesitan su ayuda personal, no yo.
Madre: Yo la necesito.
Anna: Bueno, quédense con ella, yo no la quiero más.
Padre: Está bien.
Lande: ¿Preguntar sobre el regreso al colegio es personal?
Anna: No.
Lande: ¿Has reiniciado?
Anna: Nó.
Lande: ¿Qué. .. qué va a pasar con eso?
Anna: Nada.
Padre: Creo que la situación es que.. . en la escuela quieren que an
tes de que ella vuelva, usted les dé algo.
Anna: ¡Ah, un informe sobre mi comportamiento!
Padre: O algún tipo de análisis de Anna.
Lande: ¿De análisis?
Madre: Una evaluación.
Padre: Sí, una evaluación.
Lande: ¿Personal' o impersonal?
Anna: Supongo que quieren una personal, no sé. No me importa lo
que quieran. Odio esa escuela. Huele mal. Huele a basura.
Lande: Bien, yo estoy. . . ¿quiere usted decir que el regreso de ella a
la escuela depende de mí?
Madre: Así es (El terapeuta se ríe.) La escuela preferiría no incorpo
rarla hasta que usted les confirme su opinión de que puede asistir a
la escuela normalmente, y también quisieran tener alguna evaluación
sobre lo que sería mejor para ella en materia de educación. Quiero
decir, si para ella es mejor concurrir normalmente a la escuela, o si es
mejor tener un profesor. . . particular.
Padre: O una combinación de ambas cosas.
Lande: ¿Han hablado ustedes acerca de esto. . . ustedes tres?
Padre: Sí, lo hicimos.
Anna: ¿Lo hicimos?
Padre: No llegamos muy lejos, Anna.
Anna: Lo único que yo dije es que odiaba la escuela. Eso fue todo.
Padre: Recuerdo que el otro día dijiste que no querías un profesor
particular.
Anna: No quiero nada de esa escuela.
188
Padre: Sí, pero creo. .. y no hemos vuelto a hablar del asunto, y
probablemente deberíamos haberlo hecho.
Anna: Volver a la escuela o volver a qué se yo. . . ¡las charlas!
Padre: Simplemente hablar contigo un poco más de esto.
Anna: Bueno, si ellos me pueden ofrecer un profesor particular, lo
aceptaría. De lo contrario voy a abandonar.
Lande: Bien. Estoy verdaderamente confundido.
Anna: Usted está habitualmente confundido.
Lande: Me confundo con suma facilidad.
Anna: Ya lo sé.
Lande: Sobre todo en esta cuestión, porque pensé que a ti te intere
saba mucho terminar la escuela este año.
Anna: ¿Cómo puedo terminar la escuela si tomo medicamentos?
Lande: ¿Qué quieres decir?
Anna: ¿Cómo puedo terminar la escuela si tomo medicamentos?
Lande: ¿Eso es un obstáculo para que asistas a clase?
Anna: Sí, es un gran obstáculo. Es un obstáculo para mi vista, y es
un obstáculo para mis sentimientos, es un obstáculo para todo. Y no
soporto esa escuela.
Madre: Bueno, si concurres a la escuela en una situación normal, de
jas de ser para la escuela un problema disciplinario.
Anna: ¿Quién es un problema disciplinario? Son ellos el problema.
Madre: Me estoy refiriendo a cuando no obedeces las normas de la
escuela.
Anna: Pues entonces no vuelvo más a la escuela y se acabó.
Lande: ¿Saben lo que me preocupa? . . . porque creo entender lo
que piensan ambos. . . Es que. . .
Anna: Una pregunta: ¿Por qué están Stuart y Sarah aquí?
Lande: Perdóname un segundo, Anna. Lo que me preocupa es que
esto tiene que haber sido algo muy molesto para ustedes dos. . . lo
que sucedió con Annabelle.
Anna: Por cierto que lo fue.
Madre: Bueno, déjeme decirle. ..
Anna: Si digo lo que pienso te molesto...
Madre: Es molesto sí, es decididamente molesto, pero su bienestar es
más importante que eso, ¿no?
Lande: Bueno, estoy pensando que ustedes, por su propio b i e n . . .
porque creo que los sentimientos de ustedes importan mucho, pienso
que deben tener la plena certeza de que si Annabelle vuelve a la es
cuela, no será otra vez una molestia para ustedes. Comparto con us
tedes totalmente la idea de que un objetivo es que Annabelle se con
duzca normalmente y concurra a la escuela en situación normal.
Madre: Correcto. Por cierto que tenemos que asegurarnos de eso.
Anna {interrumpiéndola): Yo estaba comportándome en forma deci
didamente normal en esa oficina. Me senté allí y le dije lo que pensa
ba de ellos, y de sus normas, y lo que pensaba que ellos debían
hacer. Y ustedes saben qué me respondieron. Bueno, que se podía ir
189
al colegio sin necesidad de ir precisamente a ese colegio. Yo dije:
“No señor, si me voy a graduar, será en este colegio”.
Padre: Está bien, Annabelle, no precisamos repetir todo lo que
sucedió.
Anna: Sí, lo precisamos. ¿Para qué creen que estamos aquí?
Padre: Bueno, estamos aquí, digamos, para conversar acerca de lo
que sentimos acerca de eso, no para conversar de todo lo que pasó.
Aunque es parte de ello, sí.
Madre: Linda, ¿no crees que podrías volver al colegio sin crear un
gran. ..?
190
Padre: Anna, la razón de que no puedas es que formas parte del
alumnado y debes atenerte a las reglas. ..
Anna (interrumpiéndolo): Entonces no formaré parte del alumnado,
y. .. Está bien, no estoy ateniéndome a las reglas.
Padre: Eso se aplica a todos allí.
Anna: Está bien, peor así. No volveré a esa inmunda escuela.
Lande (dirigiéndose al hijo de quince años): ¿En qué grado estas tú,
Stuart?
Stuart: En décimo grado.*
Lande: ¿Vas al mismo colegio que Anna?
Anna: Por cierto. ¿Qué piensas del colegio, Stuart?
Stuart: Más o menos lo mismo. Es dirigido en forma muy.. . No
tienen micros.
Anna: Ni siquiera tienen micros y la gente tiene que pagar por ellos.
Stuart: Está bien. Es mejor que. . . Creo que es el mejor colegio, aun
que aun así no es muy bueno.
Anna: Es mejor que Galmore, es mejor que. . .
Padre (al hijo): ¿Y qué es lo que te disgusta del colegio?
Lande: Bueno, permítanme, tal vez los pueda ayudar...
Anna: La forma en que es dirigido.
Stuart: Son cosas secundarias, que no tienen verdadera importancia,
pero bueno, ustedes saben...
Lande: Stu, déjame que lo ayude a tu padre a formular su pregunta,
porque este año, dado que tú estás en ese colegio, eres una especie de
experto con respecto a él. ¿Qué piensas tú... tu hermana está en el
12° grado, cuál es tu opinión?
Stuart: ¿Sobre qué?
Lande: Estamos conversando sobre el volver a la escuela.. . los pros
y los contras.
Anna: Yo no volveré a la escuela si va a ser de esa manera.
Lande: ¿Tienes alguna idea al respecto?
Anna: Si tengo que respetar esas reglas podridas, no volveré.
Madre: A tu entender, Stu, ¿qué es lo mejor que Anna podría hacer?
Stuart: No lo sé. Probablemente volver a la escuela.
Madre: ¿Te parece importante que se reciba?
Stuart: Algo así.
Anna: Tiene que ser. Necesito un diploma para conseguir cualquier
trabajo decente. Y cuando salga de la escuela quiero trabajar.
Madre: De modo que tú piensas que es importante, por cierto.
Anna: No podré estar vagando por la casa todo el día, ya que. . .
191
La hija continúa dominando la sesión y provocando al terapeuta
contra la voluntad de este. El supervisor sugiere que el terapeuta lo
gre que el padre se haga cargo de la muchacha. Con esto se obtiene
uno de los objetivos, que es poner a un progenitor a cargo, y además
se incluye a la hija en la disputa familiar{ sacándola de su contienda
con el terapeuta.
Lande: Tal vez una de las razones por las cuales no se puede aprove
char lo que todos saben aquí es que Anna sigue, por así decir. . .
Anna: Entrometiéndose.
Lande: Sí. (Al padre.) Tal vez usted pueda, digamos, ayudar a Anna,
por un segundo, porque hay muchísima gente con experiencia en el
colegio y que conoce muy bien a Arma. Todavía no... todavía no
tengo claro qué piensas tú, Stu, que conoces el colegio y sabes qué
exigen y qué no exigen.
Stuart: Bueno. . . este. .. No sé.
Lande: ¿Es un colegio muy riguroso?
Stuart: Sí, algo así. Uno tiene que quedarse quieto y tranquilo, y
todo eso. No se puede andar juntándose con cualquiera ni quebran
tar las reglas, o algo así. Y además, si uno no tolera el castigo que le
imponen cuando quiebra las reglas. ..
Anna: Te hacen quedar fuera de hora.
Padre: Ahora está hablando Stu.
Stuart: Exacto. Entonces, pienso que uno no puede, ¿nb/, andar
bien en la escuela.
Madre: ¿A ti te va.bien?
Stuart: Sí.
Anna: Pero es duro, ¿no?
Stuart: Algo así.
Anna: Es duro por la forma en que te tratan los profesores. Te tratan
como si fueras un bebé, pero si uno llega a actuar como un adulto...
Padre: Anna, dejémoslo hablar a Stu ahora. ..
Lande: Es difícil resolver las dificultades, porque el pímto de vista de
Anna, que por cierto es importante, es el único que logra mani
festarse.
Anna: Eso es endiabladamente cierto, porque yo siento que soy aquí
la única persona capaz de salir por sí misma de aquí.
Padre: No entendí.
Lande: Dije que una de las razones por las cuales es tan difícil resol
ver esta clase de dificultades es que el punto de vista de Anna, que
por cierto es importante, es el único que logra manifestarse, ya que
es como si ella interceptara a todos los demás.
Padre: Sí, ella domina.
Anna: Domino todo lo que hago.
Padre: No, linda, no es así.
Anna: Sí que lo es. Cuando estamos cenando, domino la mesa. Cuan
do limpio la casa, domino la casa.
192
Padre: Relájate.
Anna: ¿Cómo puedo relajarme si estoy con la medicación?
Padre: Creo que puedes si te esfuerzas por ello.
Anna: Me duelen los ojos.
Lande (tras una pausa): Bueno, esta cuestión está lejos de haber sido
resuelta, creo, en el interior de cada uno de ustedes.
Padre: Creo que está bien resuelta en el interior de todos menos
Anna.
Anna: Correcto. ¡Y yo soy quien tiene que hacerlo todo! ¿Por qué
deberían ustedes tomar decisiones en mi lugar?
Padre: Y pienso que una de las cosas. . . ¿sabe?... cuando esté lista
para volver. .. eso será parte de ello. .. su actitud al hacerlo. No creo
que esté lista todavía.
Lande: Sí, en la medida en que exista un peligro para ustedes dos. . .
eso será embarazoso.
Madre: Más aún. No sé hasta qué punto el colegio tuvo que ver en. . .
Anna: En mi crisis nerviosa.
Madre: ... en la forma en que ella estuvo reaccionando la semana
pasada, porque desde que supo que por un tiempo no puede volver a
la escuela, ha estado realmente muy tranquila.
Anna: En otras palabras, disfruto tanto con mi suspensión que si
vuelvo allí, pienso que tal vez me hiciera suspender adrede.
Madre: ¿Te hiciste suspender adrede?
Anna: ¡No, mujer!, simplemente hacía lo que hacía. Quería fumar
un cigarrillo, y ellos vinieron y me dijeron: “¿Con que estás fuman
do? O te quedas después de hora o te suspendemos”. Yo respondí:
“Por todos los diablos, no voy a quedarme después de hora”.
Lande (al padre): Quizás usted pueda ayudamos. Annabelle pare
ce. . . tal vez usted podría ayudarla a que les dé a los demás miem
bros de la familia la oportunidad de hablar.
Padre: Mira, Anna, somos cinco aquí, y todos tenemos.. .
Anna: Está bien, dejemos hablar a Sarah, quiero oír lo que dice.
Padre: Escucha, tú no eres la coordinadora de esta reunión. ¡Cállate
y tranquilízate!
Anna: Sí, señor.
Padre: Así que me desafías...
Anna: Todo lo que usted diga, señor.
Padre: Empieza a hacer lo que te digo.
Anna: Seguro, enseguida. Lo llaman desafío.
Padre: Te gusta discutir, siempre quieres tener la última palabra.
Anna: Lo sé.
Lande: La cuestión que ustedes plantean parece ser central, y por
cierto ignoro la respuesta. Tal vez todos podrían ayudar en esto.
¿Qué ocurrió.. . digamos... la última semana, que pudiera ser im
portante ... pensando en el futuro?
Madre: Bueno, el domingo ella se alteró mucho, se puso a llorar y se
volvió muy hostil y beligerante...
193
Lande: Pienso que...
Madre: Y el lunes no fue al colegio.
Lande: Pienso que tal vez no formulé mi pregunta con suficiente cla
ridad. Usted estaba especulando.. . ¿qué es lo que desencadena estas
cosas?
Madre: Bueno, yo estaba especulando que durante toda la semana
pasada ella demandó ir al colegio, y fue bastante... este... tuvimos
que insístirle mucho en que no podía ir esa semana. Ella no esta
ba. .. este. ..
Lande: Permítame que la interrumpa. Ha sido un error mío, dejénme
qué pruebe de nuevo. Lo que me interesa es.. . eso que pasó el do
mingo, o el sábado, o en algún momento del otro fin de semana...
no la semana pasada, sino la anterior.
Madre: Bueno, el martes fue suspendida por su comportamiento in
solente.
Lande: Sí, pero incluso antes de eso.. . incluso antes de eso, algo
sucedió que la alteró y la angustió a Annabelle.
Anna: ¿Quiere saber qué sucedió? Se lo diré. Estaba en mi trabajo,
y tenía el período, y sentía calambres. Y no tenía ganas de quedar
me en el trabajo. Así que llamé a papá y él me dijo: “Escucha, Ed
anda con el auto, de modo que puedes llamar a Amold” (el novio de
Annabelle), y yo me puse frenética y le contesté: “Bueno, si yo
hubiese llamado a Amold, tú me habrías pegado cuatro gritos”. De
modo que llamé a Amold. . .
Padre: Es algo que pasó antes que eso.
Anna: ¿Me dejarás que le diga lo que sucedió, para que él pueda ana
lizarlo?
Padre: Está bien, linda, pero creo que ya se lo dijiste la semana pa
sada.
Anna: De cualquier manera... me alteré y empecé a llorar y llorar y
llorar. Y llamé a Amold y él tampoco estaba. Entonces llamé a la
señora Henderson para que me pasara a buscar. Entonces le dije al
viejo que era mejor que pensase en algo. Porque yo sé qué anda mal
en mí ahora. Y él.dijo: “¿Qué pensarás tú acerca de... qué debo
yo...?”
194
es iniciar una lucha con uno de ellos. Su “obstruccionismo ” está in
dicando que debe haber un conflicto parental que ella procura es
conder.
Madre: Así que sin escuela ni trabajo, te has comportado muy bien
en la casa.
Padre: Bueno, la forma en que a mí me gustaría.. .
Anna: Por la casa.. . Soy una persona doméstica.
Madre: ¿Sabe?, tal vez ella creó todo este asunto porque quería. ..
Lande: Eso es lo que estoy tratando de averiguar de todos ustedes...
qué... algo tiene que "haber sucedido, en algún lugar, por lo cual
Anna se vino abajo.
Anna: Pregúntele a Sarah, ella no está ahí sentada para ño hacer
nada.
Madre: Fue todo muy horrible, ¿no es cierto, Sarah?
Anna: ¡Ah, usted no conocía la parte en que me puse frenéticá!
Lande: Algo sabía, por lo que conversé con tu mamá.
Anna: Ella es tan retorcida para decir todo.
Lande: Sigo sin. . . ¿Sarah, Stu, tienen ustedes alguna idea de lo que
pudo suceder para que Anna se angustiara tanto?
Anna: Sí.
Lande: ¿Es un misterio para ti, Sarah?
Anna: Vamos, hombre, fue la medicación todo el tiempo.
Padre: Creo que hubo un par de cosas. Una es que estábamos tra
tando de sacarle los medicamentos, a modo de experimento, y lo
195
hicimos y creo que eso no ayudó; y en segundo lugar, nosotros...
este. .. No estoy seguro, pero. .. (Pausa.)
Anna: Me seguía obligando a tomar la pildora, y seguía diciéndome:
“Tómala, tómala”, ¿y sabe lo que hizo en una oportunidad?
196
fragmentado por una batalla emocional. El énfasis del terapeuta en
las necesidades y derechos de los padres, hasta el punto de subesti
mar los de la hija, fue un preparativo para que los padres pudieran
conceder, sin sentirse incómodos, que su división era un problema
familiar. Que hayan tenido sesiones de pareja con el terapeuta para
debatir sus discrepancias no resta importancia a su discusión en pre
sencia de la agitada hija, que trata de apartarlos de sus problemas
conyugales. Sin embargo, esto no implica que el terapeuta deba de
inmediato acoger con beneplácito la batalla conyugal y dedicarse a in
dagar en ella: aún tiene que decidir qué va a hacer al respecto. Procede a
normalizarla batalla convirtiéndola en tema general de debate.
197
Padre: ¿Este último fin de semana, o el anterior?
Madre: El fin de semana. . . este fin de semana.
Padre (irritado): Bueno, pero estamos hablando del fin de semana
pasado. ¿Cuál fue el origen de los problemas que ella tuvo en el co
legio?
Madre: No sé nada sobre el fin de semana anterior. No sé cuál fue la
causa...
Anna (interrumpiéndola): Yo sí lo sé. No tomé el medicamento.
Lande: Me interesaba lo que estaba diciendo Stu. Es interesante que
cuando en una familia los padres se pelean, lo cual sucede en muchí
simas familias, distintos hijos reaccionan en forma distinta. Tú esta
bas diciendo, no te pude seguir muy bien, que tú te apartas, o. ..?
Stu: Yo no digo nada, no me meto. Me quedo tranquilo, eso es todo.
Madre: Apareces lo menos posible.
Stu: Espero hasta el final.
Lande: ¿Cómo te. ..?
Anna: Lo llaman “el descolgado”.
Lande: ¿El descolgado?
Anna: Anda siempre descolgado. Ni siquiera se ocupa de nada en la
casa.
Lande: ¿Anda suelto, sin hacer nada, quieres decir?
Anna: Anda descolgado. Le encargan que haga alguna cosa, y refun
fuña, pero la hace. Refunfuña cinco horas seguidas, y uno tiene que
decirle que se calle.
Lande: ¿Pero te vas de la habitación, o. ..?, si mamó y papá están
discutiendo, quiero decir.
Stu: Si, algo así, si puedo. . . me voy de la habitación y listo.
Madre: ¿Y cierras la puerta cuando te vas, no?
Stu: No.
Lande: Sarah, ¿qué haces tú cuando mamá y papá discuten?
Sarah: Nada.
Lande: ¿Nada? ¿Intervienes en la discusión, o te pones a mirar tele
visión, o. ..?
Sarah: Generalmente miro televisión.
Lande: ¿Eso es lo que haces?
Sarah: Ya lo estoy haciendo.
Lande: Ya estás mirando televisión. ¿La pones más fuerte? Cuando
papá y mamá discuten, ¿actúas como tu hermano o como tu her
mana?
Sarah: No sé.
Lande: ¿No sabes? (Pausa.) Es interesante^ Supongo que con muchí
simos chicos se tiene la oportunidad de ver. . . este.. . deben reaccio
nar en forma diferente frente a un montón de cosas diferentes.
Madre: Lo hacen.
Padre: Tengo la impresión de que ellos, tanto Sarah como Stuart, se
sienten un poco embarazados para decir lo que piensan en este mo
mento.
198
Lande: Están embarazados por el hecho de que. ..
Padre: De que ellos están allí.
Lande: ¿De que ustedes dos discuten?
Padre: Oh, sí, probablemente, pero tal vez tengan sobre esto senti
mientos que les cuesta expresar.
Lande: ¿No quieren herir los sentimientos de ustedes?
Padre: Sí, probablemente.
Lande: ¿Es un secreto que ustedes discuten?
Padre: No, no lo creo. (La familia se rie.)
Madre: No lo creo.
Anna: Intentamos mantenerlo en secreto, pero no funciona.
Padre: ¿De qué manera intentamos mantenerlo en secreto?
Anna: Procuramos cerrar todas las ventanas y todas las puertas, para
que ningún vecino pueda oímos.
Madre (riéndose): ¡Sí, exactamente!
Anna: Papá, escuché tantas veces pelearse a los vecinos, y me impor
ta un comino que se peleen. Todo lo que me preocupa es que se
peleen tú y mamá.
Padre: Sé que te preocupa, linda.. . Pienso.. .
Anna: Trato todo el tiempo de decirte que te calles, pero tú me con
testas que yo soy la que debo callarme, que debo quedarme en mi
asiento y cerrar la boca.
Madre: Anna, Anna, tú no eres la responsable.
Anna: Pero me siento responsable. Por Dios, ¿qué puedo hacer para
que la gente me escuche?
Madre: ¿Por qué te sientes responsable?
Anna: ¿Qué es ese ruido?
Padre: Son las cosas que te has puesto ahí. (Annabelle está sacudien
do los brazos y hace sonar unos colgantes que se ha colocado en los
puños del vestido.) Realmente tienes todo un armamento de esas cla
vijas colgantes allí.
Anna: Las encontré hoy y me las puse en cualquier parte, porque no
sabía dónde iban.
Padre: De esa manera Anna ha cargado con un montón de. . . este. . .
ansiedades, y provoca un montón de problemas en la casa.
Lande: ¿De esa manera, ansiedades?
Padre: Bueno, no sé si es la palabra correcta, pero ella.. .
Anna: Ansiedades es la palabra correcta, sí.
Padre: Está bien. Pero anda muy preocupada por la forma en que
nosotros nos llevamos. Y tiene preestablecido un orden de cosas que
quiere que se hagan como ella dice, pues de lo contrario se torna
muy hostil.
Anna: No, hostil no.
Padre: \ Oh, Anna, si realmente te dieras cuenta! Por ejemplo, “Quiero
come r ahora mismo”.
Anna (al terapeuta): Se le cayeron los fósforos.
Padre: Y yo te dije: “Comeremos dentro de unos minutos”, y tú
199
insististe en que fuese ahora mismo, y tal como van las cosas, tú ma
nejarías la casa si te dejáramos.
Anna: La manejo perfectamente.
Padre: Estoy seguro de que alguna vez serás capaz de manejar tu pro
pia casa. .. en muy buena forma. Pero no quiero que manejes la mía.
Anna: ¡Hombre, no puedo evitarlo, porque tú no la manejas como
se debe!
200
Anna (interrumpiéndolo): Doctor, ¿quiere saber lo que vi?
Lande: Bueno, más bien. . . me preocupa más este asunto sobre 06»
mo tus padres. . .
Anna: ¿Sabe lo que vi? Vi fantasmas en mi cuarto.
Lande: Me estaba preguntando si cuando ustedes dos se pelean, y,
Annabelle se angustia y trastorna y ve e imagina cosas... si esa no el
una manera en que ella les brinda una gran ayuda, al permitirle! que
se unan y empujen juntos. Cuando ella empieza a conducirse como
una chiflada, digamos, los ayuda a ustedes a juntarse.
Anna: No, eso lo único que logra es que se aparten más. Salvo hoy,
cuando nos encontramos en el restaurante. Papá no le lanzó ni uní
sola palabra dura a mamá porque yo le sonsaqué todo a él. Le djje:
“¿Desde qué hora estás aquí? ¿Hacía mucho que nos esperabai?
Hombre, lo sentimos verdaderamente. Estábamos discutiendo con
esa señora porque no podíamos hallar los tonos adecuados”.
Padre: Annabelle, no tenías que preocuparte por eso, yo no iba a
pronunciar ninguna palabra dura.
Anna: Parecías tan enloquecido...
Padre: No parecía enloquecido.
Anna: Dijiste que no te gustaba ser un cero a la izquierda. . .pidiendo
los platos y esperándonos por nuestra tardanza.
Padre: Exacto, no me gusta eso. Pero eso no quiere decir que estuvie
ra enloquecido.
Anna: Pero parecías enloquecido.
Lande: Todo esto es como decir que mi idea estaba probablemente
muy cerca de dar en el blanco. Annabelle teme mucho que sus dispu
tas signifiquen que ustedes van hacia un rompimiento, y ella procura
realmente —aunque no siempre lo haga en forma conciente-, procu
ra hacer lo mejor para mantenerlos unidos. Y lo hace de una manera
algo.
Anna: Extrema.
Lande: Extrema, sí. Procede como una persona extremista, pero
creativa.
201
Anna: Porque esos chicos los necesitan. Esos chicos necesitan el
amor. .. Lo juro, ¿cómo pueden ustedes mostrarles amor...?
Padre: Linda, no nos separaremos.
Anna: No estoy preocupada por eso, porque sé que no se van a sepa
rar, pero esas peleas de ustedes por minucias son tan estúpidas...
Especialmente las que se refieren a mí: “¿Puede ir Anna al cine esta
noche?” “No lo sé, discutámoslo” “Oh, ¿crees tú que Anna puede ir
al cine con Arnold?” “No sé. ¿Puede Anna ir al cine con Arnold?”
Lande: Pienso que Anna tiene que oírles decir a ambos, probable
mente con más firmeza, que eso no va a suceder por ahora. . . entre
ustedes dos. Pues de lo contrario, las fantasías de ella... cada vez
que ustedes tienen un pequeño altercado. . .
Padre: Creo que ese es el problema. Para ella, toda vez que charlamos
sobre algo y no nos ponemos de acuerdo, es una pelea.
Lande: Bueno, pienso que por ese motivo ella debe oír de boca de
ustedes dos que en la actualidad esa no es la realidad de lo que su
cede.
Anna: ¿Lo es?
Madre: Bueno, creo que una de las cosas más importantes es que no
necesariamente. . . creo importante que ella sepa que no nos vamos a
separar, pero más importante todavía me parece que no tengamos
que soportar una conducta intolerable simplemente porque no pode
mos separarnos.
Lande: Conducta intolerable. . .
Madre: Quiero decir que también hay límites en cuanto a lo que las
personas deben tolerar para permanecer juntas.
Lande: Usted quiere decir tolerarse una a otra.
Anna: ¿Por qué entonces ustedes, señores, tratan de que Arnold y
yo nos separemos?
Padre: No es así, linda.
Anna: Por cierto que así parece, con todas estas reglas y limitaciones
que nos imponen a mí y a él. Suena como que no confían para nada
en él.
Padre: Arnold y yo tuvimos una buena charla el otro día. El me
comprende. ¿Te contó algo sobre eso?
Anna: No, no lo hizo.
Padre: Oh, bueno. . .
202
ramente una artista en lo que respecta a focalizar todo y controlarlo
a su modo.
Anna: Mi madre acostumbraba decirme permanentemente que yo
era una artista, y yo no podía entender por qué.
Lande (a la madre): Debemos funcionar en igual longitud de onda.
Madre: Eres muy talentosa, Annabelle.
Lande: Realmente ella realiza un esfuerzo especial... si cobrara por
sus servicios, sería muy cara... para ayudar realmente... ella tiene
la idea de que ustedes dos necesitan ayuda, ¿no?, para mantener
unido al matrimonio.
Anna: Es porque ellos creen que yo necesito la ayuda de ellos. Y eso
no es cierto, ya les pasó la hora. Soy una mujer adulta, y no preciso
nada de ustedes. .. salvo la comida, la casa, la televisión, las plantas,
y todas esas cosas materialistas de ustedes.
Madre (riendo): ¿Te parece poco?
Padre: Probablemente tengas razón, ¿sabes?
Anna: Si pudiera arreglarme sin eso, saben que lo haría ahora mismo.
Me compraría mi casa propia y viviría en mi casa propia.
203
Anna: Tenemos diez minutos para hacerlo.
Lande: Creo que aquí están pasando otras cosas de apremiante im
portancia.
Anna: No hay ninguna otra cosa. La medicación es lo que quebranta
mis nervios. ..
Padre: El doctor Lande es el que dirige esto.
Anna: El doctor Lande es un estúpido. No sabe nada de nada.
Padre: ¡Annabelle!
Madre: ¡Annabelle!, ¿quieres calmarte?
Anna: No.
Madre: Quiero hablar, quiero hablar todo el tiempo. (Se ríe.)
Anna: Muy bien, habla. Tienes diez minutos.
Padre: ¡Cálmate, Anna, qué endiablado es esto!
Anna: ¿Qué endiablado es quién?
Padre (en un susurro): Esto. Ahora cálmate.
Anna: ¿Qué es “esto”?
Lande: Hay un par de cosas importantes que han surgido, y no estoy
seguro del todo... al menos así me impresionó. . . una de ellas es
que usted (ala madre) siente que hay determinadas conductas intole
rables que debe soportar. . .
Madre: Exacto.
Anna: ¿Qué pasó hoy, mamá?
Lande: La impresión es. . . la impresión es. .. porque Anna ha traído
hoy algunos elementos importantes. Tal como ella los ha traído, al
gunos son difíciles de entender. .. pero. .. es decir, ella' tiene cierta
idea realmente extraña, en cuanto a que ya es crecida y debería ser
independiente, tener su propia casa y ser respetada por ustedes. . . lo
cual para mí es muy lógico. En igual sentido, ella afirma que si uste
des alguna vez se separan, se matará.
Anna: ¿Para qué voy a seguir viviendo, si mis padres. ..?
Lande (interrumpiéndola): Esto me enfurece de veras, porque es una
de las cosas más estúpidas que he oído.
Anna: Sí, es muy estúpida.
Lande: Tú quieres que tus padres. .. tú quieres ser independiente de
tus padres, lo cual parece natural, pero no les das la posibilidad de
que ellos sean independientes de ti. No comprendo por qué, si ellos
quieren hacer algo que ellos mismos. . .
Anna: ¿Y'por qué se tienen que preocupar tanto por mí y por todas
mis cosas? ¡Eso es asunto mío!
Lande: Sí, pero si ellos quieren hacer algo. . . si alguna vez deciden
hacer algo, que tú tomes como asunto tuyo el provocarte un daño, es
una de las cosas más necias que jamás he oído.
Anna: De acuerdo, pero, ¿para qué voy a seguir viviendo si mis pa
dres no seguirán viviendo juntos?
Padre: Tu vida no depende de eso, linda.
Lande: No veo. .. si tú pretendes tener cierta privacidad e indepen
dencia, también tienes que tratarlos a ellos como adultos.
204
Anna: Ellos no se comportan como adultos.
Madre: Bueno, es probable que tengas razón en eso, pero la verdad
es que lo estamos intentando, y necesitamos tener. .. por el simple
hecho de que nos separemos, no quiere decir que tú debas dejar de
vernos.
Lande: Lo cierto es que en la actualidad no se están por separar, sino
que viven soportando la conducta intolerable de ambos. .. de to
dos. . . La palabra “intolerable” significa “que no se puede tolerar”.
Pero parecería que la salud de Annabelle se conecta de algún modo
con eso.
Anna: Me duelen los ojos.
Lande: Así que por allí andan rondando ciertas ideas que necesitan
ser rectificadas cuanto antes.
Madre: Sí.
Lande: Y en parte es que la gente piensa que ciertas cosas deben ser
modificadas para que ellos puedan vivir juntos, y esta parecería ser
una regla básica de la convivencia familiar. Y asimismo que la gen
te sabe a quiénes se refieren esas cosas. Quiero expresarles (a los
padres) que este parece ser un asunto entre ustedes dos, no entre
los hijos.
Madre: Así creo.
Lande: Y de alguna manera Annabelle ha quedado atrapada... ella
se siente atrapada en eso.
205
Madre: Yo no voy a hacer necesariamente lo que tú me digas, ni que
viva con tu padre ni que me separe de él.
Anna: Lo sé.
Madre: Voy a decidir por mí misma qué es lo mejor para mí y para
la familia.
Anna: ¿Cómo es entonces que cada vez que quieres algo le preguntas
a papá?
Madre: Bueno, procuro mostrarme considerada con tu padre.
Lande (interrumpiéndola): Permítame. . . Aquí está usted, justificán
dose ante su hija de dieciocho años por lo que usted hace con su ma
rido. Por su propio bien, no quiero ver que esto suceda.
Madre: Esa es una buena opinión.
Lande: No pienso... Pienso que hay algunas cosas que son asunto
suyo. ..
Anna (interrumpiéndolo): Doctor, ¿a quién le importa realmente lo
que usted piensa?
Padre: A mí.
Madre: A mí me importa.
Lande: Es de esperar que algunas personas que. . .
Anna: Y bien, a mí no.
Lande: Quisiera que te importase.
Padre: Sí, así pienso.
Anna: ¿Así piensas?
Padre: Tiene toda la maldita razón. Ahora cállate.
Anna: ¡Sí, señor! (Se ríe, por primera vez en la sesión.)
Lande (a Sarah): ¿Tu hermana es actriz de comedia? ¿Es la graciosa
de la familia?
Sarah: No.
Madre: Pero le hace cargar a la familia un buen fardo, ¿no, Sarah?
Lande: Apuesto a que sí. Apuesto a que tienes por lo menos tres
padres.
Anna: Seguro que lo hace.
Lande: En esta familia. .. todos tratan de ser los adultos, los padres.
Madre: ¡No hay duda de que aquí hay muchos padres! (Se ríe.)
Anna: Yo quise que mamá se levantara para hacer gimnasia conmigo.
206
¿Y saben lo que hizo, en cambio? Se quedó durmiendo y me dijo
que le preparase una taza de café.
Madre (riendo): ¡Sí, hoy sí que tuve un buen servicio !
Lande: Creo que usted tiene que decidirse (se ríe), puede jubilarse y
hacer el trabajo de ella.
Anna: ¿Sabe lo que hizo, 45 minutos después? Gimnasia. (Risas.)
Lande: No sé qué harán ellos sin ti, si tú te vas y fundas tu propia
familia.
Anna: Yo tampoco lo sé. Si es eso lo que desean, van a tener que
romper relaciones.
207
Lande (con voz más grave): Lo veremos, jovencita.
Anna: Suena igual que él (el padre).
Lande: ¿Sí? (A los padres.) La cuestión acerca de quiénes integran
este matrimonio y quiénes están envueltos en él va a llevar. ,. no va a
resolverse ahora, pero creo. .. que al menos hemos trazado los linca
mientos. En cuanto a si Annabelle debe ir o no al colegio, pienso que
eso es algo que ustedes tendrán que resolver cuando se sientan en
condiciones de hacerlo sin presiones y sin sufrir molestias ni inquie
tudes. En ese momento, una vez tomada la decisión, uno de ustedes
puede ponerse en contacto conmigo, y hablaremos sobre ello y yo
haré lo que deba hacer con el colegio. Pero creo que la decisión. . .
Pónganse en contacto conmigo cuando les parezca cómodo, ya que
son ustedes los que conocen a Annabelle y los que conviven con ella.
Y creo que deben hacerse las cosas que no les provoquen molestias.
208
yugal, la madre pudo irse. Al notar que le era imposible trabajar y a
la vez hacerse cargo de los hijos más pequeños, regresó junto a su
marido, pero entró en una depresión, hasta que al fin pudo alejarse
de su familia para trabajar y vivir sola. Después se divorció de su ma
rido.
En una entrevista de seguimiento realizada cuatro años más tarde,
se pudo averiguar que a Annabelle le iba bien y no había tenido pro
blemas psiquiátricos, pese a haber sufrido un grave accidente, el cual
le provocó una lesión que dificultó su búsqueda de trabajo. Dos años
después del final de la terapia se había mudado a un departamento
propio y se mantenía con sus propios medios económicos. El padre y
la madre continuaban separados. A los restantes hijos les iba bien en
sus estudios primarios o secundarios.
209
9. El proceso de la terapia:
un problema de heroína
210
familia de lo que se suponía, y que en verdad una terapia orientada
hacia la familia es la más eficaz.
Los creadores de uno de los proyectos de investigación de terapia
familiar que más éxito tuvo dieron a conocer las siguientes cifras,
tomadas de un estudio que realizaron en 1972 con 85 adictos a la
heroína del Centro de Tratamiento contra la Dependencia de la Dro
ga, perteneciente a la Dirección de Veteranos de Guerra de Filadel-
fia. Informaron que, entre los adictos “cuyos padres estaban vivos, el
82% veía a su madre y el 59% a su padre por lo menos una vez a la
semana; el 66% vivía con ambos progenitores o bien veía diariamente
a su madre”.2 La edad promedio de los sujetos era 28 años y todos
habían vivido antes fuera de sus casas, en el servicio militar. Hallaz
gos similares hicieron otros autores que examinaron los contactos fa
miliares de los adictos a la heroína.3 Una vez que se ha advertido que
los adictos a la heroína están íntimamente mezclados con sus fami
lias, se vuelve evidente que el abordaje terapéutico debe hacer parti
cipar sistemáticamente a esas familias.
En el caso que trascribiremos a continuación, la intervención tera
péutica colocó al padre a cargo del hijo en la primera etapa, comen
zando a desenganchar así al hijo de la madre. Este hijo problemático,
de 25 años de edad, había sido adicto a la heroína durante cinco
años, y poco tiempo atrás había iniciado un programa de terapia por
metadona. Ya hemos reproducido anteriormente fragmentos de la
entrevista familiar (supra, págs. 14146). Una vez comenzada la se
sión, el terapeuta (Sam Kirschner) hizo salir al joven y renego
ció un acuerdo con los padres para que continuaran acudiendo a la
terapia a fin de ayudar a su hijo. El informe sobre este caso se basa
en el guión cinematográfico de fragmentos escogidos de la terapia,
que compilamos juntos.4
Después de charlar a solas con los padres, el terapeuta hizo que
volvieran al consultorio el hijo problemático y dos hermanos meno
res. Al reingresar en el cuarto, el adicto seguía hablando sobre la
amenaza de separación de los padres.
211
Hüo: Correcto.
Kirschner: ¿Totalmente correcto?
Hijo: Correcto. Ya registré eso. Ellos no se tienen simpatía.
Madre: Eso no es verdad.
Hijo: Bueno, yo no sé cuál es la verdad. ¿Tú lo sabes? ¿Cuál es la
verdad?
Kirschner: Digámoslo así: Si ellos no se llevan bien, no es forzosa
mente por causa de ti. ¿Es correcta esta enunciación?
Padre: Perfectamente.
Kirschner: Bien, esa es entonces una enunciación correcta.
Hijo: Oh, no, sólo en un noventa por ciento es por mí, ¿qué tal?
Madre: No, estás equivocado.
Hijo: ¿Un cincuenta por ciento?
Madre: Estás equivocado.
Hijo: ¡Carajo, viejo, no sabes cómo es esto! Por lo menos muéstren
se realistas conmigo. ¿Les he causado. . .
Padre: Oh, sí.
Hijo: . . . una gran aflicción?
Padre: Oh, sí, bueno, por cierto que lo has hecho.
Hijo: ¡El hijo de ustedes nunca fue arrestado, ustedes... el pequeño
y rápido asno, el marica, el estúpido, nunca fue arrestado, pero era
un drogado, se convirtió en un drogado, ¿pueden comprenderlo?
¿Cómo podrías tú comprenderlo, padre mío? (Llora.) Comprender
todo eso... ¿Saben qué maldita cosa haré? Odiense, me importa un
comino, yo intentaré lo mío. Intentaré hacerlo, y no es fácil, viejo.
Kirschner: Muy bien, dinos.. . dinos.. . ¿Por qué no les explicas a
tus padres lo que estás pasando?
Hijo: Ellos no quieren escuchar nada.
Kirschner: Ahora te están escuchando atentamente.
Hijo: Ellos me quieren ver achispado, en todo momento, controlar
mis brazos.
Kirschner: Te están escuchando.
Hijo: Quieren hacer lo que quieren.
Kirschner: Te escuchan, te están escuchando ahora. Diles qué estás
pasando.
212
Kirschner: Dijes a tus padres lo que te está pasando.
Hijo: ¡Al diablo, viejo, al diablo!
Kirschner: Bien, bien. ¿Qué está pasando?
Hijo: ¿Sabe?, me portaré bien, y tan pronto como la palabra “dro
ga”. . . todo se para allí. No creo que nadie, ni usted. . . ni ella. . .
nadie. Sólo la señorita Heroína.
Kirschner: Te portaste bien, te portaste bien. ..
Hijo: La señorita. .. Cuando estoy achispado. ..
Kirschner: Dime, ¿cuánto tiempo te portaste bien?
Hijo: Dos meses.
Kirschner: Muy bien.
Hijo: Y la conseguí gratis, ni siquiera de Tommy o Marión. Ellos se
achispan, pero saben cómo controlarlo; yo soy un glotón.
213
Kirschner: Te escucho.
Hijo: El me procreó a mí.
Kirschner: ¿Y entonces, qué tienes tú que. . .?
Hijo: Me preocupo por él.
Kirschner: Sé que te preocupas. Está bien. Yo. . .
Hijo: Me preocupo más que nadie.
Kirschner: Quiero llegar a un acuerdo contigo. Si tú te preocupas por
la salud de tu padre, como sé que lo haces, bueno, pásame esa tarea
a mí. Y preocúpate de tus propios asuntos.
Hijo: Tan pronto ellos se vayan, todo se tranquilizará, como en un
hogar feliz. Yo entro, quiero ir y quedarme con una chica, ella
tiene tres niños. Si lo estoy pasando bien, quiero quedarme. Tengo
25 años. (A la madre.) Siento como si tuviera que informar al
ejército, pero quiero llamarte a ti, porque se que estás preocupa
da, que no duermes, que estás nerviosa. Mamá, tú comprendes por
qué Llamo a mi madre: “Mami, estoy en la casa de tal y tal y anoche
lo pasé bien, y estoy perfecto”. ¿Cómo le suena eso a una chica de
26 años? Que yo. . . suena como que estoy dándole cuentas a mi
sargento.
Kirschner: Me gustaría intentar algo. Muy bien, dado que George está
tan perturbado, me gustaría intentar algo.
Hijo: No estoy perturbado, me estoy divirtiendo. Me siento realmen
te chiflado.
Kirschner: Quisiera, quisiera, este. . . (Largapausa.) Sí, esto es lo que
quisiera intentar, por una semana. Sólo por una semana y como un
experimento, eso es, en la casa de ustedes. (A la madre.) Si usted
tiene alguna queja, o quiere controlar algo referente a George, o cual
quier cosa que quiera hacer, bueno. . . dígale a su marido que lo
haga.
Hijo: Todo el mundo me controla, Sam.
214
Kirschner: Espera, espera.
Madre: Bueno, ese no es ningún problema, porque todo lo que le
pregunto me lo dice.
Padre: Tú nos diste permiso para decir...
Hijo: Yo digo. ..
Kirschner (las voces se superponen): No, no, no, no.
Hijo: ¿Sabe?, la última vez que me achispé...
Kirschner (a la madre): Pero no quiero que usted lo haga.
Hijo (sin detenerse): ... y cómo yo le alcé la voz.. . dile a él, dile
que estoy achispado. Quiero decírtelo, pues tú no lo entiendes.
Kirschner (continúa hablándole a la madre mientras el hijo le habla
al padre): Quiero darle a usted un descanso. En serio. Quiero darle
un descanso. De veras. Usted tiene demasiadas cosas en la cabeza,
usted tiene. . .
Madre (señala al padre): El me lo ofrece, me dice: “Por favor, tran
quilízate. Si algo anda mal, dímelo, que yo hablaré con él”. Pero
parece ser que yo no puedo tranquilizarme.
Kirschner: Bien. Esperen. ..
Madre: Siento que soy la única que puede mejorarlo, y que lo estoy
poniendo peor.
Kirschner: Espere. Muy bien, muy bien, entonces intentémoslo de
otro modo. . .
Hijo (superponiéndosele): Tienes que hacerlo, lo sé, mamá, ¿sabes có
mo me daña el drogarme, eh?
Kirschner: George, espera, estamos intentando algo diferente.
Madre: Yo no creo que él (el padre) ni él (el segundo hijo), ni él (el
tercer hijo) sean capaces de ayudarlo.
Kirschner: Bueno, lo cierto es que lo que ustedes están intentando
ahora no camina, evidentemente. ¿No es así? Veamos las cosas co
mo son. . . no camina. Ustedes se preocupan, pero por la forma en
que se desenvuelven, esto no camina. Eso es todo. Usted tiene dema
siadas cosas en la cabeza, tal vez por eso no camina. Usted tiene aho
ra demasiadas cosas en la cabeza, ¿no?
Madre: Ajá.
Kirschner: Así que quisiera que usted se ocupe de sus propios asun
tos, y si le preocupa algo respecto de George, se lo diga a su marido,
215
y que sea este el que se lo trasmita a George. ¿De acuerdo? ¿Le pa
rece bien?
Madre: Sí.
Hijo: El me ha estado diciendo cosas, también.
Kirschner: Bien, espera un poco.
Hijo: Y yo le dije cosas a él. Nos estamos llevando. . . ¿no nos esta
mos flevando mqor que nunca, papá?
Kirschner: Espera, espera, George. (Alpadre.) ¿Se muestra dispuesto
a esto?
Padre (desconcertado): Repítalo, por favor.
Kirschner: Si a su esposa la inquieta algo respecto de George, si hay
algo que quiera averiguar, alguna información, o lo que sea, ¿acepta
ría usted preguntárselo en lugar de tener que hacerlo ella?
Padre: Por supuesto.
Kirschner: Acepta.
Hijo (ala madre): ¿Cuándo van a mudarse al Barrio Sur?
Madre: Vimos una casa allí.
Padre (al hijo): ¿Tomaste tu. .. este. . . tomaste tu medicamento el
lunes?
Hijo: Nooo, porque estaba... al diablo, no puedo tomar mi medica
mento, el que tengo ahora. Ustedes saben que esa metadona me hace
hablar, me vuelve chifaldo. Como dicen ustedes, soy una droguita.
Padre: ¿Fuiste a la clínica?
Hijo: La metadona tiene efecto durante ochenta horas, papá. Puedo
pasar. . . puedo estar cuatro días sin sentirme mal.
Madre: ¿Y entonces por qué tienes que ir todos los días?
Hijo: ¿Por qué? Porque esa es la ley, eso es lo que uno tiene que
hacer.
Madre: Bueno, ¿entonces por qué. . .?
Padre: Pero tú no fuiste...
Kirschner (a la madre): ¡Espere1 ¡Ahí tiene! ¡Ya le está haciendo
preguntas de nuevo!
Hijo: No, no fui... porque estaba... no fui, eso es todo. Estaba con
una chica. Y estaba. . . bien, en algún lado debía estar.
Padre: No les estás hablando con sinceridad, porque tu tienes que to
mar. ..
Hijo: Les mentí.
Padre: ¿Me dejas hablar un minuto? ¿Ellos te tienen que hacer el
análisis de orina, no? ¿No te lo hicieron el lunes? ¿Acaso tienes
problemas para orinar?
216
fundamental, y el desenlace de la terapia depende de la habilidad con
que el terapeuta sepa instrumentarla. En el consultorio el terapeuta
se convierte en una suerte de agente de tránsito de las comunicacio
nes, alentando a padre e hijo a que dialoguen e impidiendo que la
madre lo haga con el hijo sobre los problemas de este. El terapeuta
debe evitar permanentemente que la inercia del sistema lo haga re
caer en una intensa relación madre-hijo con el padre en la periferia.
Es previsible que los tres harán algo para retornar al sistema anterior,
incluyendo amenazas de abandonar la terapia.
Kirschner: Quiero que vuelvas. Quiero que vuelvas, por lo menos una
semana más, para que veamos cómo funciona esto durante una se
mana.
Hijo: Porque tan pronto como.. . Voy a conseguir un préstamo y me
alejaré de ellos. Después que me vaya. . .
Madre: Tú no puedes pedir un préstamo a nadie.
Hijo: ¿No? ¿Quieres apostar?
Madre: La única manera en que podrías'conseguirlo es vendiendo
heroína a tus amigos.
Hijo: Oh, hay formas, mamá. Me empeñaré para lograrlo.
217
Kirschner (interrumpiendo): ¡Eh, George! (Le silba.) ¡Eh, George,
una semana más! Quiero ver, quiero ver cómo camina esto.
Hijo: No quiero venir, Sam. Tú hablarás con ellos.
Kirschner: Entonces hablaré en privado contigo.
Hijo: Sí.,. eso sí.
Kirschner: Muy bien. Te diré lo que. . .
Hijo: Nadie me -comprende, soy un chiflado. Ya saben, soy un retar
dado mental, un chiflado. Tengo una enfermedad. . .
Hijo tercero: Eso es lo que quieres ser.
Hijo: ¡Oh, sí, seguro, lo quiero!
Hijo tercero (llorando): ¿Entonces para qué lo sigues diciendo, eh?
¿Cómo es esto? ¿Es realmente gracioso, no?
Hijo: Mira, yo.. . sabía que ibas a llorar.
Hijo tercero: ¡Oh, sal de aquí, hombre, vete!
Hijo: ¡Tiene razón!
Hijo tercero: Sí, tengo razón. (Se va del cuarto llorando.)
Hijo: Tiene razón. (Levantándose.) Tienes razón, ven y siéntate.
Kirschner: No se irá a ningún lado.
Hijo: No me importa dónde se vaya, no me importa.
Padre: A ti no te importa nada.
Hijo: No me importa nada, quiero. ..
Padre (superponiéndosele): Simplemente no le importa.
Hijo: Ya he torturado tanto a esta gente, no quiero preocuparme
más. Es por eso que me voy.
Padre (incorporándose, al mismo tiempo que el hijo): Sam, le esta
mos haciendo perder el tiempo.
Kirschner: No me hacen perder el tiempo. (Al hijo, que abre la puer
ta para salir.) ¿Dónde te vas ahora?
Hijo: Haré “dedo” para que alguien me lleve a casa. No necesito que
me conduzcan.
218
sus dos hermanos para proseguir la sesión. Quizás esta determinación
de mantener involucrado al joven influyó en el padre para que más
tarde fuera él en busca de su hijo.
219
Madre: ¡Bueno, en ese caso, lo mejor que puedes hacer es empacar
tu ropa e irte con tu nena!
220
Madre: Ajá.
Hijo: No fue tan tormentosa.
Kirschner (al padre): ¿Sabe una cosa?, me doy cuenta de que usted
está haciendo un verdadero esfuerzo para que este chico. . . este. ..
sea lo que tiene que ser.
Padre: Es hacerlo o morir.
Kirschner: Y seguirá firme en ello, ¿no? Usted realmente va a.. .
Padre: Si él no hace algo esta vez. . . No voy a volver. . .
Kirschner (a la madre): Debe estar orgullosa de él, ¿eh?
Madre: Ajá.
Padre: No sé por qué.
Kirschner: ¿Estaba orgullosa de él?
Hijo: ¿De qué estabas orgullosa?
Madre: Bueno, yo no los paré.
Hijo: ¿No paraste qué?
Madre: Quiero decir que yo sabía que ninguno de los dos habría de
dañar realmente al otro.
Kirschner (interrumpiendo a George, que empezó a hablar): Aguar
da un poco, George.
Madre: El nunca le haría daño a su padre.
Kirschner: Correcto.
Madre: Y podría haberlo hecho.
Kirschner: Sé que podría haberlo hecho.
Madre: Podría. . . podría haberlo matado.
Padre: Y desde el lunes o martes estuve inválido. (Todos ríen.)
Hijo: No, no fue así. Ocurre que me siguió por la calle, me siguió por
la calle todo el tiempo. “Ven aquí, bastardo. Ven aquí. ¿Tienesmie
do? ¿No? ¿Quieres que te vuelva a matar?”
Padre: Lo que te dije fue: “Quiero hablar contigo”.
Hijo: Hablar contigo, sí, y hacer otro tiro. (Hace un ademán imitan
do un golpe con el brazo.) ¿Quieresprobar otra derecha? Eso me
puso la cabeza así. (Se ríe.) Dos veces. Te estás salvando de la cárcel,
Pete. Tú me enseñaste cómo tirarles golpes de zurda, Pete. Tú asesta-
bas. . . asestabas tu derecha con tanta facilidad que les dabas justo en
el mentón. ¿Allí duele?
Kirschner: ¿Pero qué me dices, qué me dices del hecho de que tu
padre está haciendo un verdadero esfuerzo por mantenerte en línea,
y asegurarse de que tú haces lo mejor para ti?
Hijo: En realidad, yo no lo. . . no lo había apreciado lo bastante,
pero no hice nada la otra noche. Estaba allí parado, simplemente,
entré y de repente empezaron a arrojarse lámparas y todo lo demás.
Padre: Tú sabes lo que pasa. Sabes lo contentos que estábamos.. . la
221
última vez que charlamos acerca de él estábamos tan contentos, iba
bien. Y nos íbamos a aguantar esa. . . este. .. “Atresín” [Notrexón],
o como se llame. Y justo entonces él larga todo. Así que hubo un
pequeño. . . este. .. error médico.
Kirschner: Ajá.
Kirschner: ¿No les dije que iba a ser una semana dura?
Madre: Sí, lo dijo, pero yo imaginé que, bueno, una semana...
Padre: Cuando vinimos aquí, había sido dado de alta en el hospital,
y eso fue lo que me desilusionó. Echó a perder todo ese esfuerzo, y
simplemente. . .
Madre: Por tercera vez (se refiere a la desintoxicación}. Se lo ve es
pléndido, ¿no?
Kirschner: Un poco cansado, pero bien. Sí, realmente bien.
Madre: Se lo ve bien, y él me dice que. . .
Kirschner (interrumpiéndola y volviéndose hacia el padre): Espere
un minuto, espere. ¿Dijo usted que fue perder el tiempo?
Hijo: No fue perder el tiempo.
Madre: Es perder el tiempo porque él no quiere hacer nada.
Padre: Haber ido a ese hospital.
Hijo: No quiero que me apliquen Notrexon.
Kirschner: Fue desintoxicado, así que no fue perder el tiempo.
Madre: Bueno, quiero decir que. . . nosotros pensamos. . -
Hijo: Me daban cuarenta miligramos, para rebajarlo en seis días. ¿Sa
222
be lo que es eso? ¿Sabe lo que son. . . cuarenta miligramos? Si se lo
dividieran entre usted y él (el padre), se morirían.
Madre: Bueno, eso es lo que yo quiero decir. ..
Kirschner: De modo que, en primer lugar, no fue perder el tiempo,
porque él se desintoxicó. Eso es lo primero, su sistema quedó limpio,
y eso es importante.
Padre: Y ahora su sistema volvió a ensuciarse.
Hijo: No, no es así. Eso fue la semana pasada, el viernes pasado.
Kirschner: Ahora bien, qué. . . volvamos a nuestra tarea. Así que, di
cho de otro modo, él quedó empotrado entre ustedes dos, y agravan
do lo de ustedes dos, amén de todo el resto que estaba sucediendo,
¿no es así?
Madre: Esto complica todo lo demás.
Kirschner: De acuerdo, esto complica todo lo demás.
Madre: Exacto, agranda todo lo demás.
Kirschner: Sí. Ahora bien, la cuestión es esta: ¿cuánto tiempo más
van a permitir que George les haga eso? Se están por mudar a una ca
sa nueva, y yo veo en ello una posibilidad de recomenzar bien.
223
hacer caso omiso de las fronteras generacionales e irse a vivir con
su hijo. El padre simplemente lo acepta. En vez de afanarse por tra
zar una frontera generacional entre ellos dos y el hijo, los padres
aceptan una jerarquía totalmente confundida, en un clásico triángulo
edipico. Si el terapeuta se aviene a examinar esta situación ya sea
como una cuestión práctica o como una cuestión filosófica, estará
aceptando la premisa de que esa solución es válida. El terapeuta esco
ge otra vía y desestima la propuesta de la madre.
224
Más adelante, en la misma sesión, el terapeuta resume lo que, a su
juicio, el marido debería decir pero no ha dicho.
Hijo: Seguro.
Madre: ¿Por qué no?
Hijo: Mientras yo ande derecho, Sam, se lo dije.
Kirschner: ¿Qué opinas de casarte y tener una familia, para poder
tener nietos?
Hijo: Eso ni siquiera me preocupa.
Madre: Si eso sucede, supongo. . . Quiero decir, ¿qué haré yo? Pero
prefiero que se quede.
Padre: Supongamos que yo envejezca, que empiece a ponerme senil,
ya llegaré a esa edad.
Madre: Especialmente que tenga hijos. ... No quiero que ninguno de
mis hijos tenga hijos.
Kirschner: ¿Por qué no?
Madre: Simplemente no quiero.
Kirschner: A ver si la entiendo. . . ¿Usted quiere tenerlo a él y cuidar
lo el resto de su vida?
Padre: Yo no voy a cuidarlo.
Hijo: Naturalmente, naturalmente, yo quiero. .
Kirschner: Tendrá que alimentarlo, y todo eso.
Madre: Ya tengo que alimentarme a mí y a mi marido, ¿qué me hace
uno más?
Padre: Siendo que él ya está listo para irse.
Hijo: La única manera.
226
Madre: Sí, queda a criterio de él. Yo no. . . no estoy insistiendo en
ello.
Kirschner: Un momento; pero usted está diciendo que preferiría que
él viviese con ustedes el resto de su vida.
Padre: No, lo que ella prefiere es que no se case.
Kirschner: Aguarde un poco, a ver si averiguamos esto.
Madre: No, si él decide que él está. . . que él quiere valerse por sí
mismo, y uno sabe que todo marcha bien, magnífico. Quiero decir
que él podría tener un lugar propio. Podría tener y hacer lo que qui
siese, y. . . este. . . eso no es posible en casa.
Kirschner: ¿Estaría bien para usted que él se mudase?
Madre: Sí, si él lo desea, sil
Kirschner (al padre): ¿Y usted qué piensa?
Padre: Sin duda.
Hijo: ¿Es ese un objetivo?
Padre: Es realmente, es. . . es su objetivo. Es nuestro objetivo, que él
se encamine bien, es nuestro objetivo.
Kirschner: Siéntate junto a mí. (Trae la silla hacia sí, y ambos asisten
al diálogo entre los padres.)
Hijo: Esto es ridículo.
Kirschner: Espera, espera, vamos a ver qué pasa ahora.
Hijo: Lo veo todo el tiempo, Sam.
Kirschner: Espera.
Hijo: No necesito observarlos aquí
Kirschner: De acuerdo. Lo que quiero es sacarte de esto. Por favor,
ustedes dos como padres, ¿podrían dialogar acerca de lo que tienen
pensado para su hijo, y llegar a un acuerdo al respecto? Acerca de
si. . . específicamente, qué idea tienen como objetivo futuro para
Georgie. Quiero que usted (al padre) le hable a ella, no a mí.
Padre: La única discrepancia entre nosotros es que ella no quiere que
se case. No obstante piensa que si él. .. si él anda derecho, podría
buscarse una chica e irse.
Madre: ¿Cómo puede una decir si quiere o no que alguien se cáse,
cuando no hay siquiera una chica, ninguna chica en vista, ni la hubo
nunca, nada parecido o cercano a eso? ¿Cómo puede una decir qué
es lo que siente?
Hijo: ¿Cómo sabes que yo nunca estuve cerca de eso?
Kirschner: Aguarda.
Madre: Yo sé quién estaba cerca tuyo, ¡aquella que empezó toda
esta basura!
227
Kirschner: Usted.. . le está hablando nuevamente a su hijo, en vez de
hablarle a su marido.
228
Kirschner (interrumpiendo): Dígale de la manera más llana posible
que no lo necesita, que cuando ande derecho y se controle, no quie
re verlo alrededor suyo porque no lo necesita
Padre: Lo amamos, pero no lo necesitamos. El se necesita a sí
mismo.
Hijo: Ahora.
Padre: ¿Ahora? Luego.
Madre: Uno se necesita a sí mismo todo el tiempo.
Padre: Nos necesitamos unos a otros.
Kirschner: Usted quiere que él viva con ustedes y los cuide, ¿es eso
lo que quiere?
Madre: No, no por el resto de su vida.
Kirschner: No es eso lo que quiere.
Madre: No cuando nosotros seamos dos viejos. ¿Qué beneficio va a
sacar él de dos viejos?
Madre: Hay tantas familias en las que los hijos siguen viviendo con
ellos, y son felices. Los muchachos van y vienen a su antojo. A veces
no retornan a su casa los fines de semana. . . Conozco a un mucha
cho que trabaja con mi otro hijo, su tía es compañera mía de traba
jo. Este muchacho tiene alrededor de 28 o 30 años y vive con su
madre y con su padre. Supongo que vive con ellos porque son an
cianos. Tiene hermanas mayores que están casadas. No hay allí nin
gún problema.
Madre (al hijo): Tal vez deberías hablar con Edgar, verías la vida mi
serable que lleva viviendo con su madre. Le gustaría sacarse a su ma
dre de encima. Eso es lo que siente sinceramente. No es que no la
ame, sino que él no tiene ideas propias. En absoluto. A Edgar le
habría encantado casarse; y podía haberlo hecho. Lo mismo que Ro-
bert. Robert ni siquiera desea permanecer en la misma casa que su
madre.
Padre: Edgar lleva una vida miserable en su casa.
Madre: Es tan infeliz, es patético. Todas esas risas y bromas no son
más que una fachada. Habla con Edgar, y sabrás lo que siente.
229
Tres semanas más tarde, en la séptima sesión, el progreso continúa.
230
Kirschner: Ellos no dicen que tú no puedes salir, dicen que ellos,
este. . .
Hijo: Toda la noche.
Kirschner: Sí, es en eso que se han puesto rígidos.
231
Kirschner: ¿Asi que quiere que la dejen sola?
Madre: Ajá.
Kirschner: Usted y su marido están al borde del agotamiento.
Madre: ¿Está tratando de averiguarlo?
Kirschner: No, no estoy tratando de averiguarlo. (Pausa.) El otro
día, cuando hablé con George por teléfono, le dije algo: uno délos
problemas de su hijo es que permanentemente tiene miedo de que
ustedes dos rompan relaciones.
Madre: Bueno, tal vez sería una manera de sacarlo a él de esto. Lo
estuve pensando.
Kirschner: No. Esto es lo que él más teme.
Madre: ¿Porqué?
Kirschner: Porque él se siente responsable de eso. Y ese es su mayor
temor, y la culpa. ..
Madre: Bueno, aparentemente él sería responsable.
Kirschner: No lo creo. ¿Por qué sería responsable?
Madre: ¿No lo cree? Bueno, no sé, pero cada vez que este chico ha
estado en el hospital, o ha estado fuera de casa, nosotros nos lleva
mos bien.
Kirschner: ¿Ustedes se llevan mejor cuando él no está?
Madre: Sí.
Kirschner: ¿Es cierto eso? George, ¿es cierto eso?
Padre (tras una pausa): Estoy un poco confundido.
Madre: Sólo cuando está en el hospital, no cuando está en cualquier
otro lado. Porque entonces yo sigo nerviosa y .preocupada por saber
dónde está.
Kirschner: Oh, oh, sí, cuando él está en el hospital. Y bien, ¿qué
pasa el resto del tiempo?
232
pensando en mí misma. Tú lo pasas bien, no te preocupas por nada.
Vas y vienes como se te antoja, haces !o que quieres. Yo simplemen
te quiero una salida. Iré a lo de mí hermano, no sé dónde pensarás tú
que yo me iré. Espero que no pienses que me escapé con alguien.
Padre: ¡Ojalá lo hicieras! Tú necesitas a alguien.
Madre: Sí, te gustaría que lo hiciese.
Padre: Lo juro por Dios.
Madre: No existe ninguna persona.
Padre: Me gustaría que encontrases a alguien.
Madre: Son todos iguales.
Padre: Porque, créeme, te mereces una vida mejor que la que has
tenido. Decididamente. Te doy mi palabras de honor, realmente te
mereces a alguien.
Madre (al terapeuta): Sentimos pena uno del otro.
Padre: Yo no siento pena por ti. Pienso que es estúpido.
Kirschner (tras una pausa): Dígale por qué es estúpido. No creo que
ella.. . que ella lo tenga claro. ¿Por qué es estúpido que piense en
irse?
Padre: Pienso que sería lo mejor del mundo que ella encontrase a
alquien. . . incluso que tuviera un asunto amoroso.
Kirschner: ¿Quiere que ella tenga un asunto amoroso?
Madre: Sí, ¡qué bien podría tener un asunto amoroso con todo esto
acumulado dentro mío, eh?
Padre: Bueno, eso es lo que tú quieres.
Madre: Necesito algún otro idiota.
Padre: Bueno, eso te quitaría una parte de tu cuerpo y de tu mente.
Madre: ¿Lo haría? Estás hablando por ti, no por mí.
Kirschner: ¡No lo puedo creer! Usted le aconseja a su mujer que ten
ga un enredo amoroso, y ella se niega. (Se ríe.) Este es un diálogo
extraño.
Madre: Bueno, es lo más sencillo.
Kirschner: ¿Qué cosa es lo más sencillo?
Madre: Ir a buscarse a alguien. Para una chica es sencillo.
Kirschner: Sin embargo, usted no lo hizo.
Madre: Es que no me interesa. Y él sabe. . . si me encuentro a al
guien, él sería el primero en enterarse. Porque lo dejaría, no me pon-
dría yo ni lo pondría a él en ridiculo.
Kirschner: Pero no lo hizo.
Madre: No, no me interesa.
233
f
234
Hijo: Mañana mismo puedo irme de allí. . . con todo empacado.
Kirschner: No, no es así como quiero que se haga. Cuando las cosas
se hacen así.. .
Hijo: Cuando uno se va. . . cuando uno piensa que se va a ir, que se
va a ir lo más rápido posible, no hay más complicaciones.
Kirschner: No, no hay más complicaciones, si te vas dentro de dos
semanas. ¿Cuál es la complicación?
Hijo: No me iré dentro de dos semanas. El me necesita dos semanas
más tal como necesita. .. este. .. la peste.
Kirschner (al padre): George, ¿cree usted que podría aguantar a su
hijo por un par de semanas más? ¿Si sabemos que se va a ir, y que
conseguirá un cuarto, y usted comprueba que ha arreglado su situa
ción pecuniaria? ¿Cree que podrá convivir con él otras dos sema
nas? Sé lo que digo. Quiero que esto se haga bien.
Padre: Por cierto que sé lo que usted dice.
¿35
10. Un caso crónico
236
que las crisis se suceden, y por lo tanto hay actividad, pero la perso
na problemática no logra bastarse a sí misma o entablar relaciones
íntimas fuera de la familia.
En una situación crónica, la tarea consiste en parte en cambiar de
profesional y modificar las rutinas familiares. Todos los participantes
se hallan en una rutina crónica, motivo por el cual llaman “crónico”,
al individuo problemático. Es importante encontrar una cuestión bá
sica para cambiar la situación, de modo que la rutina no se repita
más. Por ejemplo, recuerdo a una muchacha a quien sus padres in
ternaban regularmente cada vez que se sentía trastornada y actuaba
de modo extraño. Y como al regresar del hospital declaraba que el
personal la había maltratado, todos sentían culpa por haberla inter
nado. Los padres la aplacaban, hasta que volvían a exasperarse y a
internarla. La situación cambió cuando pude persuadirlos de que no
la llevaran al hospital la próxima vez que ella se sientiera mal. Siem
pre es conveniente que la persona problemática se haga responsable
de las consecuencias de sus actos. En una sesión familiar, los padres
le dijeron que si ella pensaba que debía estar en el hospital, podía
tomar el ómnibus e irse allá. Airada, la muchacha declinó hacerlo y
se encaminó a la casa de su abuela, lo cual puso en marcha una nueva
secuencia familiar.
Ya sea que el joven que se ha constituido en un problema crónico
viva en su casa o sólo permanezca junto a sus padres esporádicamen
te, lo importante es que estos concuerden acerca de lo que deben
hacer pase lo que pase. Si el hijo consigue trabajo pero luego es des
pedido, ¿lo mantendrán los padres hasta que consiga otro? Si no
hace intento alguno de conseguir empleo, ¿le seguirán pasando fon
dos de por vida, o fijarán una fecha tope para suministrárselos?
¿Qué harán si el joven amenaza con volver al hospital? Si es interna
do, ¿lo visitarán? ¿Le permitirán luego que vuelva a la casa? Sea
cual fuere su plan, ellos deben exponérselo con claridad al joven, de
modo que sepa qué sucederá exactamente, ante cada eventualidad.
Lo que los padres resuelvan hacer o no hacer es menos importante
que el hecho de que se pongan de acuerdo entre sí y se mantengan
firmes con respecto a su plan, por más que el joven intente, con pro
vocaciones o lamentaciones, dividirlos o hacerles cambiar de opinión.
Un modo de abordar una situación crónica es encontrar una cues
tión clara, en cuya solución la terapia demostrará su éxito o su fracaso.
Si fracasa en ese punto, es mejor abandonarla que continuarla con la
vaga esperanza de que algo, de alguna manera, se podrá lograr. Si el
problema del joven es su apatía, puede establecerse un plan claro,
fijando una fecha para que realice determinada acción. Toda la tera
pia se centra entonces en torno de esa fecha. Si la acción consiste en
que se mude a otra casa, se fija una fecha para la mudanza, se hacen
todos los preparativos del caso y se organiza a la familia en tomo de
esa cuestión.
El caso que reproduciremos aquí se centró, al modo de un drama,
237
en una cuestión bien específica. Como uno de los problemas cróni
cos era en este caso la violencia, la terapia enfocó todo lo vinculado
con las armas y con los hechos de violencia. La familia había estado
bajo control social comunitario el tiempo suficiente como para ser
considerada crónica. Existía el antecedente de que se la rechazó para
terapia familiar, porque se vio en el hijo a un ser harto primitivo y
porque se juzgó que la familia misma era inadecuada. Él padre, un
obrero, estaba en su cincuentena; la madre tenía más o menos la mis
ma edad. Había fuera del hogar dos hermanos mayores; en la casa
vivía y trabajaba una chica de 19 años; había también un hermanito
de 9 años que acudió a todas las sesiones porque iba donde lo lleva
ban sus padres. El joven problemático tenía 26 años; era un mucha
cho buen mozo, con bigotes y una agradable sonrisa. Hacía ocho
años que constituía un problema para su familia y para la comuni
dad, desde que fuera internado por primera vez, a los 18 años de
edad. Había estado varias veces internado y dado de alta, con diag
nósticos de esquizofrenia tipo paranoide y esquizofrenia paranoide
crónica —lo cual ya nos está diciendo que no era una persona muy
bien vista en los hospitales—. También dijeron que era una personali
dad pasivo-agresiva y lo rotularon como retardado mental fronterizo.
El muchacho padecía una sordera completa congériita y no hablaba.
No tenía capacidad verbal para funcionar en el mundo de las pala
bras audibles, pero tampoco había aprendido suficientemente el len
guaje de signos como para participar sin inconvenientes en la comu
nidad de sordos. Era, además, epiléptico. Se lo había expulsado por
mala conducta tanto de la escuela común como de establecimientos
especializados. En época reciente había conseguido que se le diesen
bonos de asistencia social. No podía trabajar, y a menudo consumía
drogas ilegales que lo ponían en manos de la policía.
El terapeuta en este caso fue Sam Scott, quien conocía el lenguaje
de los sordomudos. En las sesiones, debía comunicarse con el joven
en este lenguaje mientras hablaba con sus familiares, y traducirles a
estos lo que aquel decía. Los padres desconocían el lenguaje de sig
nos y el joven no sabía leer los labios como para que la comunica
ción fuera fluida. Por lo tanto, los diálogos familiares eran burdos,
limitándose a señalamientos y a ideas simples. La terapia se llevó a
cabo en un contexto de capacitación, con supervisión directa.
Cuando la familia fue derivada, se previo que habría una sesión de
crisis. Se dijo que el joven acababa de escapar del hospital psiquiátri
co público en que se encontraba; en realidad, simplemente se había
ido a su casa en ómnibus. Cuando el terapeuta telefoneó a la madré,
esta le dijo, como al pasar, que el hijo había entrado, se había cam
biado de ropa y luego salió a alguna parte. De inmediato se concertó
una primera entrevista con toda la familia, pero los hijos que vivían
fuera y la hija de 19 años no acudieron. Sólo lo hicieron los padres
con el hijo problemático y el de 9 años. Lo primero que preguntó el
terapeuta fue cómo se comunicaban entre sí los padres y el hijo.
238
Scott (al padre): ¿Puede él entenderlos cuando ustedes hablan?
Padre: No sé.
Scott: Bien, bien.
Padre: Unicamente que preste atención a mis labios.
Scott (a Steve, el hijo problemático): ¿Puedes entender lo que él está
diciendo? ¿Puedes entenderlo? (El hijo le indica que lee los labios.)
Bueno, ya veremos, ¿eh?
(El terapeuta duda de que el joven sepa leer los labios lo suficien
te como para entender. Decide comenzar por el tema de la inter
nación. )
239
medida en que obedezcas, no habrá ningún problema. (Traduce.)
“No”, dice él, “no habrá ningún problema”.
Madre: Eso ya se lo oí antes.
Scott: Dice que ella ya oyó eso muchas veces. (Traduce los signos de
Steve.) “Después de un tiempo, primero quiero un bono”. No sé de
qué bono se trata.
Madre: Su bono, siempre su bono.
Scott: No sé de qué bono se trata.
Madre: ¿Sabe usted por qué volvió Steve a casa? No lo hizo por mí,
ni por él (elpadre).
Scott: Ella me pregunta si sé por qué volviste del hospital. (Steve
hace signos y el terapeuta traduce.) “A ti no te gusta el hospital”.
Madre: Por su bono.
Scott: Por tu bono. No hay más bonos.
Madre: Eso mismo.
Scott (a Steve): No hay bonos. No hay bonos. No hay más. (A la
madre.) Pero usted piensa que si él tuviera trabajo y obedeciera las
normas de la casa, podría vivir perfectamente en la. casa hasta que
consiguiera un cuarto o un departamento.
Madre: Sí.
Scott (al padre): ¿Qué piensa usted de eso?
Madre: Pero no va a andar.
Scott (traduce): Ella dice que no va andar. Ella no te cree. No te
cree.
Padre: ¿Sabe?, fue la primera vez en siete años que tuvimos paz,
cuando él se fue.
Scott (traduce): Es la primera vez en siete años que tú no causaste
trastornos a la familia. Esta es la primera vez.
Padre: El siempre se va. En siete años yo no he tenido vacaciones.
Scott (traduce): Siete años, sin vacaciones.
Padre: No se puede confiar en él cuando está en casa.
Scott: No confían en ti en casa.
Padre: Se excitará con la droga, y pueden robar la casa entera.
Scott (traduce): Píldoras. (El joven hace un signo y se señala la cabe
za. El terapeuta traduce.) Dice que las píldoras le dan dolor de ca
beza.
Padre (manifestando sus dudas y su exasperación): Sí, sí.. .
(El terapeuta concertó una entrevista con los padres solos a fin de
analizar las dificultades que tenían para tratar a su hijo.)
240
Scott: Seis veces.
Madre: Y dos veces estuvo en el hospital provincial.
Scott: Ahora bien, las dos oportunidades en que ustedes le consiguie
ron un cuarto, ¿en una de ellas él tuvo un ataque, me dijo usted?
Madre: Ajá.
Scott: ¿Y en la segunda qué pasó?
Padre: Bueno, él se drogó.
Scott: ¿Y adonde fue entonces?
Madre: Vino a casa.
Scott: ¿Volvió a casa? ¿Y ustedes lo enviaron al hospital?
Madre: Exacto.
Padre: No lo enviamos esa vez, lo llevó la policía.
Scott: Ya veo.
Padre: En la calle 3, el próximo lugar en que él estuvo.
Madre: Ajá.
Scott: ¿Tuvo tres lugares, o dos?
Madre: Dos.
Scott: Dos en total.
Padre: Esa vez quiso echársele encima a la dueña y casi lo matan,
porque el marido de la mujer, su hermano y un amigo fueron a su
cuarto y deben de haberlo vapuleado.
Scott: Ajá.
Madre: Yo pienso esto: Steve quiere tener un lugar propio por la
simple razón de que le gusta hacer lo que se le antoja.
Scott: De acuerdo.
241
enfermedad mental desaparece y el problema es rede finido como de
disciplina. En el caso del que aquí nos ocupamos, esa alternativa fue
planteada en la primera sesión y los padres la aceptaron. Luego de
eso, no volvió a surgir en la terapia la cuestión de la enfermedad
mental y de la internación
242
en algo concreto. Si los padres se ponen de acuerdo sobre las reglas,
ello habrá ocurrido por primera vez en la vida, y el solo hecho de su
acuerdo liberará al hijo. Si no se ponen de acuerdo, sus discrepan
cias podrán sacarse a la luz y examinarse abiertamente. Ya no se
mantendrá más la ficción de que todos son muy amables con excep
ción del hijo problemático. Ya sea que los padres concuerden o no,
el hijo podrá irse de la casa de un modo diferente.
Al establecer las reglas se pone de manifiesto el aspecto más posi
tivo de la conducta del hijo. Es importante que el terapeuta destaque
su aptitud, porque los padres no se avendrán a que el hijo se vaya si
no están seguros de que puede cuidarse solo. En esta sesión se pone
en evidencia que el hijo es lo bastante responsable como para devol
ver a sus padres el dinero que estos le presten, asi como para pagar
el alojamiento y la comida que recibe en su casa. También debe
destacarse que si bien la terapia ha pasado a centrarse en tomo de la
separación del hijo de su hogar, el terapeuta no introduce precipita
damente esta idea. Al analizar ¡as reglas, pregunta cuál es la voluntad
del joven, y comprueba que los padres no tienen muchas ganas de
que él se mude a un departamento solo.
243
Scott: ¿Por qué dice que no? Usted quiere preparar al muchacho
para que pueda vivir fuera de casa, ¿no es así? ¿No es eso lo que
desea para él?
Madre: El sabe usar la lavadora automática. Puede usar una lavadora
automática.
Scott: ¿No puede usar su lavarropas?
Madre: No sé si podría usar el mío, puede usar el de ellos. Quizá
podría usar el mío también.
Scott: Bien, bien. (Traduce para Steve.) Si te quedas en casa, ¿pue
des lavar tu ropa? ¿Puedes hacerlo? ¿Sabes planchar? (Traduce pa
ra los padres.) Y pagarás dos semanas. . . (A la madre.) Le pagará a
usted la mitad de su bono de asistencia social a cambio del aloja
miento y comida por dos semanas. ¿Es eso lo que está haciendo en
este momento?
Madre: Ajá.
Scott: Eso es lo que está haciendo.
Madre: Quince dólares.
Scott (al padre): ¿De qué se ríe?
Padre: Yo nunca veo ni uno. (Aparentemente, nunca escuchó hablar
de esto.)
Madre: ¿De los quince dólares? Me los da a mí. Soy yo la que traba
ja en casa. Me los da a mí.
Scott (sorprendido): Un momento, un momento. Mamá dice que tú
le das quince dólares cada dos semanas, cuando recibes el bono, y
papá dice que no ve nada de eso. (Al padre.) ¿Qué piensa usted de
esto?
Padre: Mire, si él no. . .
Scott: No, pero usted dijo que no sabía nada de esto.
Padre: Bueno. . .
Madre: No es cierto, yo siempre te cuento. ¿No me crees?
Padre: Pasan muchas cosas en la casa de las que no me dices nada.
Madre: Hago ciertas cosas para mantener la paz.
Padre: Con paz o sin paz, si él te da {se encoge de hombros), si él
no.. .
Madre: Sí, él me da y yo te lo comento.
Padre: Nooo.
Scott: ¿Quién está tratando de mantener la paz en la familia?
Madre: Yo lo hago.
Scott: ¿Qué pasa con Pop?
Madre: Bueno, solían suceder diversas cosas, y yo no me molestaba
en decírselo, en lo tocante a Steve.
Scott: ¿Como qué?
Madre: Como cuando Steve nos amenazaba, a mí o a ella (la herma
na).
Scott: Sí, pero, ¿por qué no se lo decía a su marido?
Madre: Bueno, porque él. . . él tiene un temperamento acalorado.
Scott: Tiene un temperamento acalorado y se encoleriza.
244
Madre: Exacto.
Scott: Si Steve hace algo que no corresponde.
Padre: Esto que le voy a decir ahora queda entre usted y yo: la poli
cía lo cazó en el bulevar y lo revisó, y lo único que le encontraron
fue esto.
Scott: ¿Cómo sabe que la policía lo cazó?
Padre: Me lo contaron los muchachos. Volvían de la facultad, y has
ta me dijeron que él estaba drogado. Uno de los muchachos era un
vecino y le dijo a los agentes que lo conocía a Steve y que lo llevaría
a su casa.
Scott: Ajá.
Padre: Así que la policía le encontró esta cápsula.
Scott: Bueno, si la policía lo revisó, yo puedo comentarle a Steve
acerca de lo sucedido, ¿no? (o sea, que puede traducirle en signos a
Steve, sentado junto a su madre).
Padre: Más tarde usted podrá decidir si puede o no, pero ahora no
quiero que sepa que yo tengo esto en mi poder.
245
Padre: Porque quiero seguirle la pista hasta sacarlo de esto.
Scott: ¿Qué quiere decir con “seguirle la pista”?
Padre: Voy a seguir revisándolo. El las esconde. Sé dónde las es
conde.
Madre: Ahora bien, él no sabía que había llegado un bono para él.
No sabe nada de esto. No se lo queremos decir hasta que consiga un
cuarto. Tan pronto lo consiga lo cobraremos y lo tendrá. Creo que
eso es lo mejor. Dejemos que vaya todos los días al correo a buscar
lo, porque ya vino y él no lo sabe. Creo que eso es lo mejor.
Scott (a Steve, en signos): ¿Cuánto dinero tienes ahora? (Steve res
ponde con signos ) Estás en la ruina.
246
r
Padre: No, la pelea empezó en la planta baja, yo estaba durmiendo.
Madre: Ah, sí, empezó conmigo. . . Dick entró y vio que Steve me
estaba amenazando, y entonces lo golpeó. Luego Dick subió, y entre
los dos (el padre y Dick) lo zarandearon a Steve, porque estaba pe
leando con ambos. Lo mandaron al hospital.
Scott: Bueno, para empezar, ¿Steve estaba golpeándola a usted?
Madre: La empezó en la cocina cuando entró mi hijo. Y entonces,
Steve tenía una pierna enyesada y unos alambres, ¿no?, en la boca,
y yo debí llevarlo al hospital para que el doctor lo controlara y viese
su mandíbula.
Scott: Pero usted dijo que ellos le hicieron pasar un verano infernal.
Madre: Sí, al menos para mí fue un infierno.
Scott: Cuénteme.
Madre: Cada vez que lo llevaba al médico por su mandíbula, él pen
saba que se la iba a sacar. Porque él no podía comer solo, yo tenía
que introducirle todo a través del mezclador. El ponía furioso al mé
dico, y luego salía cojeando, con las muletas, y las tiraba y no quería
entrar al auto.
Scott: ¿Qué hizo su marido para que usted pasara un verano in
fernal?
Madre: Bueno, con todo eso, yo tuve un verano infernal.
Scott: Lo que usted quiere decir es que necesita un poco de ayuda
de su esposo.
Madre: Yo les dije lo que tendrían que haber hecho. . .
Scott: Vamos, dígaselo ahora.
Madre: Ya se lo dije.
Scott: Dígaselo de nuevo, para que yo la escuche.
Madre: Bueno, él es así. simplemente que tratase de calmarlo. El se
pone terriblemente pendenciero con las drogas.
Scott: Dígaselo.
Madre: Se lo dije. Oh, él lo sabe muy bien, yo siempre se lo decía,
¿recuerdas?
Scott: Dígaselo de vuelta.
Madre: Pasé un verano infernal.
247
Madre: ¿Esta semana?
Padre: No me lo dijo.
Madre: No.
Scott: ¿Por qué?
Madre: Como a veces él me somete al tratamiento del silencio, no se
puede confiar en él.
Scott: Bueno, hablemos del asunto ahora, ¿sí? Por favor, hablen de
esto ustedes dos. Alguna vez tenemos que hacerlo.
Madre: Ajá.
Scott: El debe saber que si fuma en su cuarto, usted tomará alguna
medida. Ahora bien, ¿qué medida va a tomar?
Padre: Lo echaré.
Scott: ¿Lo echará? ¿Adonde?
Padre: Fuera.
Scott: ¿Por cuánto tiempo?
Padre: Esa es la cosa.
Scott: ¿Para siempre?
Padre: Bueno.
Scott: En estos momentos eso parece muy duro. Como inflexible.
Padre: Porque no quiero ni un solo lío más en la casa. Ya estoy harto
hasta aquí de eso. . .
Scott: ¿Concuerdan ambos en que es eso lo que hay que hacer?
Padre: ¿Y qué otra cosa podría yo hacer?
Scott: No sé, pregúnteselo a su mujer. ¿Qué piensa usted?
Madre (airada): ¿Quieres decir que lo echarás simplemente porque
ha quebrantado una regla?
Padre: Si es. . .
Madre: ¿Que se consiga un lugar propio? ¿Eso quieres decir?
Padre: Algún día se tendrá que ir.
Scott: Así que ustedes dos. . . tendrán que ponerse de acuerdo ambos.
Padre: Bueno, hasta ahora, desde que está en casa, no nos ha causado
ningún trastorno.
248
Padre: Y después yo lo tuve que llevar al primer piso cargándolo so
bre mis hombros. Ahora bien, esto es lo que viene sucediendo desde
hace siete u ocho años.
Scott: Es una tremenda, una enorme responsabilidad, lo sé, pero lo
que estoy intentando hacer es. . .
Padre: Si quiere matarse, que lo haga, uno pega el grito una vez y ya está.
Scott: ¿Eso es lo que usted piensa?
Madre: Créame que a veces pienso eso, cada vez que él se mete en
líos, y tengo policías en la casa, y lo trajeron esposado la última vez.
Scott: Usted se debe sentir horriblemente mal.
Madre: ¿Sabe lo que siento?
Scott: ¿Qué?
Madre: Llegué al punto de decirle a mi hermana que preferiría ir al ce
menterio con un ramo de flores, sabiendo que está allí y que no puede
sucederle nada malo. Créame.
Scott: ¿Así se siente?
Madre: Realmente me siento así.
Padre: Seguro.
Madre: Sé que entonces ya no le sucederá nada malo y él no podrá
hacerle daño a nadie. Porque esto no va a terminarse nunca. ¿Se da
cuenta?
Scott: Díganselo a él.
Padre (al hijoj: ¡Si tú te mueres, todo el mundo estará en paz! To
dos felices. Sí, si te mueres, mamá y yo nos pondremos contentos.
No, no, muérete, te pondremos en la tumba. Sí, a ti.
Madre: En un departamento, volverás a meterte en líos.
Padre: No quiero tener nada que ver con él. No me interesa lo que le
pase. Haré todo lo que pueda para que se vaya, y una vez que se vaya
será cosa suya.
Scott (a la madre): ¿Qué piensa usted de lo que acaba de decir su
marido?
Madre: Bueno, eso es lo que yo quiero también, quiero que Steve
ocupe su lugar.
249
Scott: Bueno, ¿y qué dijo él recién?
Madre: Ya se lo dije a Steve.
Padre: Ella no tiene los mismos sentimientos que yo. Ella es un po
co. ., es la madre.
Scott: De acuerdo. Bueno. .. creo que podemos indagar un poco es
to. Usted dice que ella. ..
Padre: Ella puede contemporizar y ceder más que yo.
Scott: Ajá.
Padre: Pero creo que yo hice todo lo que pude, cedí tanto que casi
me destrozo. Incluso cuando empezamos a venir aquí vacilé sobre si
dejar o no que tuviera un lugar propio, pensé que eso tal vez lo haría
cambiar.
Scott (a la madre): ¿Qué piensa de lo que acaba de decir su marido,
acerca de que no le interesa lo que le pase a Steven, sólo quiere que
se vaya, y punto?
Madre: Bueno, yo también quiero que se vaya, pero a mí me preocu
pa lo que le pase.
Scott: ¿Qué le preocupa?
Madre: Bueno, yo me inquietaría por él, me inquietaría, no importa
que. . .
Scott (al padre): Si ella se inquieta, va a constituir un problema para
usted.
Madre: No, yo no seré ningún problema para él.
Scott: ¿Por qué no?
Madre: Bueno, porque yo soy así, y él es como es. No pensamos o
actuamos de la misma manera. Mire, yo me guardo un montón de
sentimientos, no soy del tipo de las que gritan o pegan aullidos o co
sa así. Así soy yo.
Scott: ¿Piensa que su esposo conoce sus sentimientos?
Madre: Creo que sí.
Padre: Los conozco.
Scott: Seguro que los conoce, mire su cara.
Madre: Bueno, le diré: cuando Steve estaba en el hospital, él iba a
verlo, no yo. Yo no hubiera ido. Cuando volvía a casa, con el per
miso de fin de semana, tenía su casa. Pero yo nunca fui a buscarlo a
él.
Scott: Todo este asunto de mantener callados sus sentimientos. . .
Madre: Sí, así soy y he sido siempre. Desde soltera, nadie pudo cam
biarme.
Scott: Yo no pretendo cambiarla, creo que usted es encantadora tal
como es.
Padre: Así es ella.
Scott: ¿Encantadora, no? ¿Eso es lo que quiso decir?
250
fácil motivar al hijo a que tuviera buena conducta. Dado que su inte
rés fundamental en la vida era el dinero, se lo empleó con tal objeti
vo: el terapeuta le apostó que sería incapaz de dejar las drogas. Esta
apuesta fue el tema de la séptima sesión. Los padres observaron la
negociación de la apuesta entre el hijo y el terapeuta, quien anotó en
un pizarrón la cantidad de días y pidió al padre que custodiara el
pozo de la apuesta. Se la resumió así a Steve: “Si te metes en líos,
pierdes cinco dólares; si no te metes en líos de drogas, ganas cinco
dólares. ¿Tienes cinco dólares? Ponlos ahí”.
Durante dos semanas el hijo no se metió en líos de drogas y ganó
la apuesta. Volvió entonces a repetirse la apuesta, por el doble de
tiempo. El hijo volvió a ganar, con lo cual habían pasado seis sema
nas sin que se metiera en líos. A medida que mejoraba su conducta
se incrementaba la tensión entre los padres. No obstante, en vez de
librar alguna pelea sobre la cual pudiera centrarse el terapeuta, tuvo
lugar un tipo especial de separación: el padre se fue en una partida
de caza, cosa que no había hecho en los últimos siete años. Mientras
estaba fuera hubo entre madre e hijo un episodio perturbador, que
quizá lo decidiera al padre a no volver a tomarse vacaciones.
Dicho episodio se produjo en la novena semana de terapia, que es
más o menos el período en que suelen presentarse dificultades con
los jóvenes en este enfoque terapéutico, ya que allí suele iniciarse la
ardua segunda etapa a que antes nos hemos referido. En cierta opor
tunidad, el hijo, la hija y la madre se hallaban cenando cuando el
primero amenazó cometer un acto de violencia contra esta. La madre
le respondió que debía salir más a menudo. El le indicó que se calla
se pero ella continuó insistiéndole que debía salir más. El hijo se en
fureció, tomó un cuchillo y se le abalanzó. La hija se interpuso y le
exigió que dejara de amenazar a su madre. El fue al armario, sacó un
palo de béisbol y amenazó a la hermana con él. No hubo ningún ata
que concreto, pero tanto la madre como la hija quedaron amedrenta
das por este episodio violento. La madre telefoneó al terapeuta,
quien fijó una entrevista pidiendo que asistiera la hija (que no lo hi
zo) y el padre, quien acababa de regresar de su partida de caza.
En una situación de esta índole, particularmente cuando se trata
de un caso crónico, lo importante es dar contextura dramática a la
conducta problemática, ya que el mero hablar sobre ella probable
mente no impida que se siga repitiendo. En esta familia sucedía algo
especial: el hijo jamás concedía que había hecho algo malo: negaba
haber tomado drogas o haberse metido en líos; y aseguraba que cual
quier día de esos se iba a mudar de todos modos. Si simplemente se
hubiera charlado sobre el episodio mencionado, es probable que él lo
hubiera desmentido —como había desmentido otras situaciones per
turbadoras— y le hubiese restado importancia.
Al planear la novena sesión, como primera medida se pidió colo
car en el consultorio un cuchillo de cocina y un palo de béisbol. Al in
gresar la familia en la habitación, la madre, el joven problemático y el
251
hijo de nueve años caminaron en derredor de ellos, contemplándolos
como a sabiendas del motivo por el cual estaban allí. Como al padre
no le habían dicho nada del episodio, él no confirió ninguna significa
ción a esos objetos. Al entrar dijo alegremente: “¿Va a haber una fies
ta?”. El terapeuta respondió: “Sí, una fiesta”, y tomaron asiento.
252
Madre: Sabes por qué puso eso en el piso, ¿no?
Padre: Tengo alguna idea.
Madre: Son las cosas que él usa, ¿no es cierto? Las usó la semana
pasada, por eso le conté a él (el terapeuta).
Padre: ¿Usó qué?
Madre: Bueno, se puso furioso conmigo porque le dije que debía sa
lir más a menudo.
Padre: ¿Qué usó?
Madre: Bueno, tomó el cuchillo, pero no lo usó.
Padre: ¿Mientras yo estaba afuera?
Madre: Y después amenazó a Bernice con el bate. . . que no es un
bate, en realidad, es el palo que tú sueles tener en el armario.
Hijo menor: El garrote.
Madre: Así que cuando el señor Scott llamó, le conté, y por eso trajo
esto aquí.
Scott (alpadre): ¿Qué piensa usted? ¿Sabe por qué traje esas cosas?
Padre. Hila me lo acaba de decir.
Scott: Entonces, chárlelo con Steve.
Padre (a Steve): ¿Qué pasó ia semana anterior, cuando me fui de
cacería? ¿Qué pasó, eh? (El hijo hace la señal de cuernos sobre su
cabeza para indicar que el padre se fue a cazar.) No, no, con mamá.
Scott (traduce): Dice que mamá nunca se fue a cazar.
Padre: Sí, cuando yo me fui, ¿que pasó en casa?
Scott (traduce los signos de Steve): “No pasó nada, yo salí con mi
amigo”.
Padre (ala madre): ¿Salió con su amigo?
Madre: No salió en absoluto. Solamente sale los viernes a la noche,
los sábados a la rtoche.
Scott (al padre): Continúe.
Padre: ¿Qué pasó, pues? (Steve se encoge de hombros, y el padre se
vuelve hacia la madre.) ¿Qué fue lo que sucedió? ¿Cuál fue la cau
sa?
Madre: Estábamos comiendo. ..
Padre: Sí.
Madre: ... y le dije que debería salir.
Padre: Ajá.
Madre: Y él se puso furioso y dijo que no tenía ningún lugar donde
ir, y yo le contesté que el señor Scott había dicho que debía salir,
aunque sea un par de horas al día; entonces él se encolerizó, se dio
vuelta y tomó uno de los cuchillos pequeños.
Padre: Sí.
Madre: Le dije que lo volviera a poner donde estaba. En ese momen
to Bernice comenzó a insinuarle, ¿no? que se detuviera, y él fue al
253
armario y sacó eso que se parece a un palo de béisbol y le indicó a
ella que se callase porque le iba a pegar.
Padre: Ajá.
Scott (reaccionando ante el tono indiferente de la madre): ¿Sabe
una cosa?, cuando usted me contó esto por teléfono yo me alteré
bastante. Cuando usted me llamó, cuando hablé con usted por telé
fono, sentí temor.
Madre: Ajá.
Scott (mientras habla traduce para Steve): Usted dijo que Steve la
había amenazado con el cuchillo, y a su hija con el palo. A mí esto
me asusta, pero a usted no.
Madre: No es la primera vez que sucede.
Scott: ¿No la asusta?
Madre: Bueno, creo que me estoy acostumbrando. Si algo tiene que
pasar, que pase.
254
tra el piso, conviene que lo haga en la sesión en vez de contarlo. Este
joven amenazaba proceder con violencia, y es preferible que eso apa
rezca en vivo en la terapia. Es de suma importancia que el terapeuta,
una vez recobrado del temor que le provoca la situación, siga proce
diendo hacia el joven con firmeza. Debe persuadir a los padres de
que no cedan ante esas amenazas, no cediendo él.
255
Scott (a la madre): Bueno, le diré algo. Si usted se escapa de él cuan
do agarra un palo y un cuchillo, le está dando motivos para que la
próxima vez se encolerice de la misma manera. Usted no puede so
portar eso, no puede. Debe ser terrible para usted.
Madre: Bueno, digamos que él (el marido) es más fuerte que yo.
Scott: Entonces usted tiene que recurrir a él.
Madre: Sí. Lo cierto es que yo sabía que él vendría y que usted le
explicaría todo. Pero la razón de que yo no se lo contase es que
no quería que él supiese que usted lo sabía. No quiero que piense
que le oculto algo.
256
regaña por todo. Ahora bien, las madres tienen derecho a regañar a
sus hijos. Y él tiene derecho a la crítica, pero no de esta manera (se
ñala el cuchillo y el palo). Y usted (al padre) debe dejar bien en claro
que no permitirá que esto acontezca en su casa. Tiene que decirle
qué sucederá si él utiliza esas cosas.
Padre: Bueno, todo eso se acabará cuando él tenga ese cuarto.
Scott: No, no es suficiente. No es suficiente. Que consigan el cuarto
está bien, él quiere un cuarto para él, y eso está bien, es bueno. Pero
él tiene que seguir yendo a la casa. Y no tiene nada de malo que
Steve se enoje con su madre, la critique y le conteste algunas cosas,
pero no tiene derecho a usar estas cosas. Eso está mal y usted tiene
que aclarárselo perfectamente, que hay una diferencia, una diferen
cia. Discutir, sí; hacer signos con las manos o con la boca, pero no
usar esto. Bueno, ustedes tienen que charlarlo con él y me parece
que deberían hacerlo ahora mismo.
Padre (al hijo): En la casa no usarás eso; hablarás pero no usarás eso,
¿de acuerdo?
Scott: Y si lo hace, ¿qué pasará?
Padre: Oh, él lo sabe Trien.
Scott: ¿De veras?
Padre: Le pegaré.
Scott: Dígaselo, dígaselo.
Padre: Tú usas eso y yo me enfurezco, y no quiero enfurecerme.
Scott: Usted se enfurece. ¿Qué pasa entonces? Tiene que decirle lo
que pasa, ser muy explícito.
Padre: Bueno, él lo sabe.
Scott: Dígaselo, dígaselo.
Padre: Mira, cuando tú te enfurezcas, no uses estas cosas, porque si
las usas, tú y yo tendremos que pelear, y yo no quiero tener que
hacerlo.
Scott: Pero lo hará. Dígale que lo hará.
Padre: De acuerdo, lo haré. Tienes que ser bueno y hablar.
257
(Una sesión terapéutica posterior.)
258
11. Cuestiones especiales
resueltas e irresueltas
Intervenciones paradójicas
259
lie cualquier terapeuta. El terapeuta promedio tendrá quizá que recu
rrir a ellas con familias de drogadictos o de depresivos. El caso de los
locos es especial, no porque sean más frágiles que otras personas sino
porque su gama de comportamientos es más amplia.
Aunque aquí no examinaremos el uso terapéutico de la paradoja,
cabe hacer algunos comentarios pertinentes para los jóvenes locos.
La reacción frente a una intervención paradójica -impuesta por el
propio terapeuta o que este pide a los miembros de una familia que
se impongan recíprocamente— es siempre extrema.2 Si el terapeuta
una vez establecida su relación asistencial, alienta a la persona o fa
milia, dentro de ese marco, para que permanezca igual o empeore,
normalmente se encuentra con una reacción extrema y debe estar
preparado para abordarla. Y la reacción será más extrema todavía si
ha solicitado a los miembros de la familia que actúen paradójicamen
te entre sí. Un cónyuge no podrá mantener un síntoma como forma
de convivir con su consorte si este alienta dicho comportamiento sin
tomático; y es previsible que dentro de un sistema familiar las rela
ciones cambien con rapidez y se produzcan respuestas inimaginables.
En otro lugar he sugerido que los terapeutas empleen la paradoja con
gran precaución, siguiendo una serie congruente de etapas.3
El uso de la paradoja con los locos tiene larga data; habitualmente
funciona mejor cuando el terapeuta está dotado de una especial habi
lidad y controla las reacciones de su cliente. John Rosen, por ejem
plo, le pedía a su cliente, cuando este había comenzado a mejorar,
que volviera a su conducta sintomática -que tuviera alucinaciones,
digamos, si eso es lo que hacía antes-.4 A medida que el paciente
progresaba, le insistía en que debía escuchar esas voces detrás de la
lámpara como antaño; el paciente se negaba y dejaba de alucinar.
También puede fomentarse, más que el síntoma mismo, un tema
sintomático. Milton H. Erickson tuvo un paciente que se cubría con
una sábana y aseguraba ser Jesucristo; le dijo: “Entiendo que usted
tuvo experiencia como carpintero”. El paciente debió admitirlo, y
pronto estaba desempeñándose como carpintero de una obra en
construcción.5
La paradoja puede emplearse en el abordaje individual del joven
problemático, o para un vínculo particular dentro de la familia, o
para la conducta sistemática de la familia total. Puede indicarse, ver
bigracia, que cuando les padres tengan dificultades conyugales, el jo
1963.
3 J. Haley, Problem-Solving Thcrapy, San Francisco: Jossey-Bass, 1978.
260
ven se sacrifique provocando trastornos. La misma secuencia de con
ductas puede ser dividida de otra manera solicitando a los padres que
amenacen con separarse cuando el joven mejora, con lo cual este
empeorará a fin de que ellos permanezcan juntos para ayudarlo. En
ocasiones es posible ensayar ese comportamiento en el consultorio.
El terapeuta deberá dar un motivo benevolente para solicitarlo, ex
plicando que eso hará que los miembros de la familia se ayuden mu
tuamente o les permitirá comprender mejor su problemática. Tam
bién debe estar preparado para reacciones inesperadas.
261
texto social en que se desenvolvió. Pueden mencionarse los siguientes
aspectos principales:
262
Ejemplo de intervención paradójica
263
hijo se incorpora, evidenciando que es un joven atlético.) Que un jo
ven y sano jugador de rugby (el hijo jugaba al rugby en la escuela
secundaria) no sea capaz en dos semanas. . . de buscar siquiera un
empleo, es un hecho extraordinario.
Padre: No es cierto que se pasara las dos semanas sin buscar trabajo.
La semana pasada lo intentó.
Lande: ¿Cuánto tiempo pasó sin buscar?
Madre: Una semana.
Padre: Una semana.
Lande: ¿Una semana sin buscar?
Padre: Sí.
Lande: Es una inversión.
Padre: Exacto. (Al hijo.) ¿Te desalentaste cuando saliste la primera
semana?
Hijo: No.
Padre: ¿No?
Hijo: No. (El hijo jamás saca al padre del brete haciéndole el juego a
sus excusas; simplemente se niega a buscar empleo.)
Lande: Eso está bien, Eric. Mira lo que hará tu padre ahora.
Padre: ¿Dar una excusa por él?
Lande (riendo junto con la madre): El es demasiado débil y dema
siado pequeño, y demasiado. . .
Hijo: Está tratando de comprenderme, está tratando de comprender
me.
Lande: Está tratando de comprender. Es un buen muchacho.
Hijo (se ríe): Bueno. ..
Lande: Tú no quieres pensar en el único pensamiento posible.
Padre: ¿Qué?
Madre: ¿Qué?
Hijo: Oh, no, no, eso es cierto. Soy perezoso.
Madre: Sí.
Hijo: Eso es cierto.
Lande: Pero eso es lo que él no quiere decir, que tú eres perezoso.
Dirá que tú eres demasiado esto y demasiado estotro. Y tú te quedas
con esta compleja historia psiquiátrica.
Padre: Exacto.
Lande: Pero Dios no le permita decir que tú eres perezoso.
264
Lande: Es algo que usted iba a tener que hacer si Eric no empezaba a
trabajar, un convenio entre usted y yo. ¿Lo recuerda?
Padre: Sí.
Lande: De eso hablaremos ahora.
Padre: De acuerdo.
Lande: Bien. ¿En qué fecha le hicieron el último examen médico?
265
Se partía de la base de que sí el hijo no conseguía trabajo, estaría
ayudándolo a su padre a “mantenerse en forma”. El padre evitaba
hacer frente a los problemas de su vida y de su matrimonio centrán
dose en los fracasos de su hijo. Ahora, al presumir que si el hijo no
trabajaba, lo hacía en bien del padre, al pedirle que no trabajase para
favorecer al padre, se le estaba impartiendo una directiva paradójica.
Con esta intervención el terapeuta tiene éxito pase lo que pase. Si
el hijo no consigue trabajo, el padre recobra una mejor forma per
diendo peso y dejando de fumar, y ese beneficio hace que sea capaz
de adoptar una conducta más ejecutiva en la familia. Si, por el con
trario, presionado por el padre, que quiere comer y fumar, el hijo
consigue trabajo, se beneficia él. Si el padre intenta seguir una dieta
y dejar de fumar pero fracasa, su pretensión de ser un padre dedica
do al bienestar de su hijo se desinfla como un globo, dada su inepti
tud para cumplir siquiera con esta simple tarea para ayudarlo. Queda
destruida así la infortunada proximidad entre padre e hijo, y se ayu
da a este para que se desenganche de sus progenitores.
El terapeuta prosigue asegurándose de que la tarea será cumplida.
266
Lande: ¿Qué sucede en esos casos?
Padre: Ando de un lado para el otro todo el día pensando en el ciga
rrillo.
Como aquí hemos destacado que las familias de jóvenes con gra
ves perturbaciones son idóneas en el plano interpersonal, podría pre
guntarse: “Si son tan sagaces, ¿por qué incurren en estos trastor
nos?”. Puede respetarse la habilidad de esas familias, pero admitir
que, en general, se han conducido mal a causa de las equivocaciones
terapéuticas. El antagonismo evidenciado por los terapeutas hacia es
tos progenitores es notable; de algún modo, los terapeutas resolvie
ron que el “paciente” estaba bajo su responsabilidad y que la familia
no era más que una desventaja desafortunada. En el pasado, no era
raro que sólo se tratara al joven problemático, diciéndoles a los pa
dres que permanecieran al margen y pagaran los honorarios. La incul
pación de los padres y el intento de practicar esa “parentectomía”
fue el origen de vanas e innecesarias angustias. Con un enfoque de
esa índole, la terapia solía fracasar con el joven, a veces de manera
trágica.7 Los progenitores que acudían en busca del auxilio del espe
cialista eran a menudo culpados y rechazados, y tras considerables
fatigas seguían padeciendo con su hijo problemático, quien no había
experimentado ninguna mejoría. No era infrecuente que el joven de
mal comportamiento terminara con un problema neurológico irrever
sible a causa de las drogas antipsicóticas empleadas por el experto,
que sólo había sido instruido para medicar. Diskinesias tardías, tem
blores en las manos y movimientos compulsivos de la lengua pasaron
a ser la señal indicadora de un tratamiento psiquiátrico con medica
ción.
Por añadidura, con frecuencia los padres eran confundidos por di
ferentes especialistas, cada uno de los cuales aconsejaba procedimien
tos diversos y hacía diagnósticos y pronósticos que no coincidían
con los de los demás, de modo taJ que nadie parecía saber lo que estaba
7 La trágica historia de una familia tratada sin éxito alguno mediante pro
268
haciendo. Recuerdo que en una familia, la hija, de 18 años, cayó en un
estado de depresión y turbación luego de ingresara la universidad. En
la escuela secundaria había sido una alumna brillante, obteniendo di
versas becas. Los padres, intelectuales y profesores ellos mismos, dota
dos de experiencia en teoría psicodinàmica, siguieron la recomen
dación médica e internaron a la chica en un hospital psiquiátrico; pe
ro luego de observar su desenvolvimiento allí, vieron que empeoraba
y valientemente la sacaron del hospital, contraía opinión de los mé
dicos y sus amenazas respecto del riesgo de suicidio. Se les aconsejó que
la llevaran a un psiquiatra privado y así lo hicieron. Lamentable
mente, este profesional atendía lejos de la ciudad donde residían los
padres y se hallaba la facultad a la que concurría la muchacha. Deci
dieron, entonces, dejarla en la casa de sus abuelos, desde donde sólo
tendría una hora de viaje hasta el consultorio del psiquiatra. Allí la
chica no podía estudiar ni trabajar, no desarrollaba vida social y se
pasaba todo el día sentada en la casa sin hacer nada. Dos veces por
semana iba a lo del psiquiatra y le contaba cuán deprimida estaba.
Los fines de semana visitaba a sus padres y también se quedaba en la
casa sin hacer nada. A medida que se deprimía más y más se le au
mentó la medicación y se hicieron ensayos con nuevas drogas. Esto
no hizo sino deprimirla y trastornarla más aún. Su psiquiatra consi
deró primero la posibilidad de internarla, luego resolvió lo contrario,
y finalmente les dijo a los padres que consultaran a otro psiquiatra
respecto de la internación. Se concertó una cita con el consultor, pe
ro antes de ir a verlo la chica mejoró; no obstante, los padres decidie
ron ir lo mismo, y este segundo psiquiatra les recomendó que la in
ternaran en su clínica privada. Al ser informado, el primer psiquiatra
dijo no estar del todo seguro de que eso fuera lo mejor, pero añadió
que no quería contrariar la opinión del consultor que él mismo había
recomendado. Los padres no supieron qué hacer, ya que su hija se
sentía mejor ahora, y había empeorado cuando la internaron. Por lo
demás, eran lo bastante inteligentes para vacilar ante esta recorrida
de uno a otro médico y seguir agregando nuevos consejos contrarios
a los ya recibidos.
La situación social en que se hallaba la muchacha era capaz de
provocar una depresión, pero ni los padres ni los psiquiatras le conce
dieron importancia o bien la juzgaron secundaria. Su teoría era que
la depresión de la chica obedecía a sus conflictos interiores. Unica
mente los abuelos sostenían que era previsible que una chica se de
primiera si pasaba toda la semana sentada sin hacer nada ni planear
nada para el futuro. Sin embargo, no podía volver a la universidad
donde cursaba sus estudios, ya que ello hubiera significado correr el
riesgo de interrumpir la terapia, ante la dificultad de viajar a lo del
psiquiatra que la estaba atendiendo. Además, los padres no se atre
vían a pedir nada de ella, porque más de uno de los psiquiatras con
sultados les dijo que habían sido harto rígidos y estrictos con ella, y
que su depresión provenía de los conflictos internos causados por el
269
afán de responder a las demandas de ellos en el pasado. Los padres
pensaban, al contrario, que habían sido permisivos con su hija; no
recordaban haberse puesto estrictos con ella ni demandarle excesivas
cosas; pero como ella seguía deprimida, y los expertos aseguraban
que la causa era su rigurosidad, renunciaron a sugerirle lo que debía
hacer. En lo fundamental, la dejaron sin guía alguna a los dieciocho
años de edad. Sintiéndose culpables por los problemas de su hija,
acogieron con beneplácito la idea de pasársela a los abuelos, en la es
peranza de que ellos se desempeñarían mejor. Pero desde el punto de
vista de la chica, si mejoraba junto a sus abuelos habría acusado a sus
padres y sostenido que su abuela materna tuvo con ella más éxito
que su madre. La chica no mejoró. El conflicto entre los especialistas
tuvo su réplica en el conflicto entre los padres, y entre los padres y
los abuelos, acerca de qué debía hacerse con la muchacha.
El terapeuta, los consultores, la chica, sus padres y abuelos, todos
estaban insertos en un contexto en el que la depresión era apropiada,
y ninguno de ellos podía hacer nada para cambiar alguna cosa. Perso
nas inteligentes, habían quedado atrapadas por la manera de definir
el problema. En una situación de estas características, la habilidad
interpersonal de los miembros de 3a familia se aplica a eludir el cam
bio y no a producirlo. El terapeuta que, alerta sobre dicho contexto
y sobre las formas prácticas de resolver la cuestión, piense que sus
sensatos consejos serán bienvenidos y acatados, se equivoca. Deter
minar qué se debe hacer suele ser más sencillo que lograr que se haga.
Si uno pretende que una familia haga ciertas cosas, tendrá que
persuadirla, para lo cual el primer paso es hablarle en un lenguaje
comprensible. No se puede hablar en chino a una familia que sólo
habla en inglés, y pretender que cooperen con uno en la empresa
común. Análogamente, si la familia piensa que el problema radica en
la “enfermedad” de uno de los hijos, los desconcertará el haber sido
invitados a concurrir en pleno a la sesión, salvo que el terapeuta en
cuadre el asunto de un modo que cobre sentido para ellos. (Muchas
familias se resisten a una “terapia familiar” porque ello podría signi
ficar tener que exponer todas sus desgracias ante otros, pero en
cambio no ponen objeciones si se les pide que vengan a las sesiones
terapéuticas para ayudar a que su hijo pueda valerse por sí solo. Me
jor que publicitar ante la familia los beneficios de la “terapia fami
liar”, es persuadirlos a que concurran juntos con determinados obje
tivos concretos.)
Cada familia es un mundo aparte y habla un lenguaje propio.
Cuanto más entrenado esté el terapeuta en ese lenguaje, mayor será
la cooperación que suscitará. Debe escuchar atentamente de qué ma
270
ñera formulan el problema y la situación en que se encuentran, y lue
go ofrecer una solución en idéntico lenguaje.
Daremos ahora un ejemplo de un terapeuta que emplea como
marco de referencia el lenguaje propio de la familia. El terapeuta es
Dan Merlis; el tratamiento se inició como parte de un programa de
formación con supervisión en vivo, llevado a cabo en la ciudad de
Baltimore; el paciente era un individuo de veintiséis años que aca
baba de ser dado de alta en un hospital perteneciente a la Direc
ción de Veteranos de Guerra. Se le había diagnosticado psicosis
maníaco-depresiva sin que respondiera a una variedad de medicacio
nes, incluido el litio. Estuvo internado y vuelto a dar de alta en
diversas oportunidades a lo largo de seis años. Quizá sus episodios
habían comenzado con alguna experiencia con drogas, aunque eso
no estaba del todo claro. (En un hospital público afirmó que le
gustaba tomar LSD clandestinamente, porque prefería las alucinacio
nes a tener que ver a los demás pacientes.)
Cuando inició la terapia, su padre, su madre y un hermano mayor
manifestaron su descreimiento al respecto. El hermano trabajaba, y
vivía en el hogar paterno. El padre tenía un empleo típico de clase
media y la madre había trabajado fuera del hogar hasta seis años
atrás. Según dijeron en una sesión posterior, ambos progenitores
confiaban en que dentro de unos años se jubilarían y podrían irse al
estado de Florida, llevando consigo a sus dos hijos.
En la primera sesión el joven dijo que su objetivo era ser un indí
gena para obtener un subsidio del Estado. Ya había soportado dema
siadas cosas de los blancos y pensaba que como indio le iría mejor.
Se le había concedido un bono de incapacidad, por una pequeña su
ma que no le alcanzaba para vivir; pero su plan era permanecer en la
casa y conseguir que sus padres le dieran más dinero. Daba por senta
do que ellos lo mantendrían toda la vida. No estaba entre sus inten
ciones mudarse a un lugar propio, aunque en una ocasión anterior
había vivido más de un año en un departamento, lejos de la casa de
los padres. También había terminado un curso de contabilidad, pero
sin conseguir empleo. Los padres decían que se la pasaba durmiendo
el día entero, y si salía de noche era para ir de bar en bar con muje
res que la madre consideraba unas desgraciadas. El hijo replicó que
no le importaría encontrar una mujer mayor que él que lo mantuvie
ra; era joven y buen mozo, de buena constitución física, aunque úl
timamente había engordado un poco. Con su saco de cuero negro,
tenía toda la apariencia de alguien a quien no le gusta trabajar y vive
a costillas de los demás —y no le preocupaba admitirlo-. Durante
todo el año anterior no había hecho absolutamente nada. Estaba me
dicado, y sus padres lo consideraban “enfermo”.
En la primera sesión, el terapeuta y los padres fijaron como fecha
el 3 de febrero para que el hijo se mudase a un departamento propio.
Los padres aceptaron complementar su bono por incapacidad con di
nero de ellos hasta el Io de abril. Se suponía que para entonces él ya
271
estaría trabajando. He aquí la reacción del joven tres sesiones des
pués:
272
John: ¿Cuándo dejaré estas píldoras?
Padre: Hace poco tiempo que su vida social se ha reanimado.
Madre: Y le estamos agradecidos por eso; quiero decir, está bien que
consiga una buena chica.
Padre: El sale con sus amigos, y se cita con esta chica, una buena
muchachita.
273
El terapeuta inicia la labor de motivar a padres e hijo para inten
tar, nuevamente, que este logre algo en la vida. La contabilidad no
era una materia que despertara su entusiasmo, y ese fue quizá el mo
tivo de que la dejase. Le interesaban la naturaleza y el atletismo. El
problema del terapeuta consiste en hacer que los padres lo insten a
volver a realizar algo en esas esferas. Como la madre parece tan depri
mida como el hijo e incierta acerca de lo que quiere hacer de su vida,
el terapeuta tendrá que motivarla a que haga algo. Ella ya ha desisti
do de buscar trabajo, volver a estudiar o hacer alguna cosa que le
interese personalmente. Por lo tanto, se resolvió que indagaría las po
sibilidades existentes para su hijo dentro del campo de las ciencias
naturales. Debía averiguar los tipos de empleo disponibles y llevar al
hijo para que los solicitase. El padre, que estaba excedido de peso,
practicaría con el hijo en el gimnasio local, ocupándose así de su as
pecto atlético.
El terapeuta necesita instar a esta familia desesperanzada para que
actúe. Se enfrenta con un hijo que ha abdicado, un hijo que dice:
“Quiero quedarme en casa y vivir merced a estos bonos. Lo que real
mente pienso es que ahora estoy mentalmente incapacitado a causa
de mis concepciones y de mi filosofía de vida. Todo el mundo se
preocupa para que consiga empleo y dinero, y pague el alquiler; que
viva en algún lugar distinto y haga una vida propia, pero en realidad
no es eso lo que yo quiero. A mí me gustaría seguir como hasta aho
ra’".
Esta firme posición depresiva del joven es casi equiparada por la
renuencia de los padres a intentar que él vuelva a hacer alguna cosa:
sólo piensan en que se mude a su departamento, para yacer tendido
allí en vez de hacerlo en su casa. Cuando el terapeuta saca a relucir
la posibilidad de un empleo en el ámbito de las ciencias naturales, el
hijo desestima la idea.
274
bajón implica un descenso desde una posición más alte, A
una analogía usual en la familia de un atleta.
El terapeuta comienza a hablar de competencias y deporMté
sus reglas, y el hijo responde como se había previsto.
275
que consiga un trabajo que de veras le guste. Eso es algo que será
importantísimo para él. ¡Y son tantas las cosas que le interesan en
la naturaleza, en la vida al aire libre! ¡Las cosas simples, las buenas y
simples cosas de la vida! Y sin duda alguna hay en esta zona, entre
parques, zoológicos y otros lugares, muchas posibilidades que ni si
quiera han explorado.
Madre: Es cierto.
Merlis: Cosas que él podría hacer, algo valioso en lo que se sentiría a
la altura de cualquiera.
Merlis: Creo que cuando uno cae en ese estado c|e ánimo no tiene
ganas ni siquiera de moverse, y en verdad necesita un poco de asis
tencia para volver otra vez a la pista.
John: Yo quedé fuera de la pista, eso lo sé, debo estar fuera de la
pista si estuve en el manicomio.
Merlis (a los padres): Hay formas en que ustedes pueden lograr eso,
ya lo hicieron muchas veces a lo largo de los años. Ya lo han hecho.
Han tenido que enfrentar repetidas veces su estado de ánimo, y luego
tuvieron la satisfacción de sentarse y verlo correr y salir primero en
la competencia. Hay medallas y trofeos que lo muestran.
John: Sí.
Merlis: Que lo mostrarán siempre.
John: Cuando saltaba con garrocha, solía quedarme casi una hora,
una hora después que todos se habían ido a casa, cuando todo el res
to del equipo, agotado, se había ido del campo, yo me quedaba una
hora más practicando.
276
Merlis: No, no las he visto.
John: ¡Hombre, es lo más hermoso del mundo!
Madre: ¿Por qué no traes una para mostrársela?
Merlis: Sí, trae una.
John: Cuando estoy en la naturaleza, no hay nada que yo no sepa.
Quiero decir que soy como esos indios. Es decir, no es que quiera
jactarme, nada de eso. Pero en cierta época del verano las polillas se
echan a volar, y uno puede agarrar unas muy grandes, verdes o amari
llas, de toda clase, en diferentes momentos. Y hay una polilla negra
más pequeña, que es muy poco común. La verdad es que yo soy la
única persona, en toda la historia de este estado, del pasado y del
presente, que ha agarrado una. Ahora la tienen en el Instituto Smith-
soniano.
277
la madre relató lo que había acontecido en el curso de la semana, se
puso de relieve que la analogía del atletismo empleada había prendi
do en los padres y en el hijo, así como también la firmeza demostra
da por el terapeuta.
Madre: Esta mañana le dije: “John, cuando tú ibas a hacer salto con
garrocha debías sentirte tremendamente nervioso”. Respondió que
no. Yo continué: “¿Sabes por qué no lo estabas? Porque estabas
preparado para todo lo que tenías que hacer. Ahora bien, estas reco
rridas de ahora, todo lo que estás haciendo, te están preparando para
hacer frente a la vida. Y ya estás preparado”. El contestó: “No estoy
en condiciones de trabajar”. Yo le dije: “No hoy, estoy de acuerdo,
pero seguiremos intentándolo”.
Merlis: Las cosas están cambiando, y a medida que él supere su de
presión va a estar hecho un manojo de nervios por un tiemoo
Madre: Sí, bueno, hoy no vomito. Estuvo comiendo. Como usted
sabe, no quería comer. Tuvo una notable pérdida de peso. Pero creo
que lo más importante es que dijo: “¿Por qué debemor ir allí (a la
terapia)T\ Le respondí: “A mí no me gusta, porque ellos no creen en
278
la enfermedad mental. Simplemente no quieren quedarse de brazos
cruzados”. Continué diciéndole: “Su tarea consiste en lograr que la
gente deje el hospital y no vuelva a él. Por eso les tengo confianza.
Tú no estás enfermo, no tienes un trastorno mental. Estás nervioso y
sufres angustias, pero también yo las sufro y puedo comprenderte,
puedo identificarme contigo. Porque es horriblemente penoso. Y es
to significa que tengo que conducir el auto en medio del tránsito”
(hecho este que atemoriza a la madre). Pero a lo largo de toda esta
terapia con John, recién ahora empiezo a darme cuenta plenamente
de qué es lo que todos ustedes buscan. Mi marido es mi madre, y yo
tengo que comenzar a soltarme un poco. El ocupa demasiado mi vi
da, ¿no es así?
Merlis: Esta semana usted ha tenido mucho trabajo con John. ¿De
qué manera la ayudó su marido?
Madre: Bueno, él se encargó de levantarlo todas las mañanas.
279
hijo, ya que si este tiene éxito en la vida ellos se quedarán sólo en su
mutua compañía.
280
La situación de los mellizos en materia de medicación terminó
siendo poco habitual. El mellizo A había sido el paciente primario, y
el médico consultado le estaba suprimiendo poco a poco la medica
ción que le habían dado en el hospital. Cuando B fue al psiquiatra, se
le medicó la inusual combinación de Meleril con Cogentin para con
trarrestar los efectos colaterales; B dejó de tomar el Meleril pero
continuó con el Cogentin, y como parecía sentirse mejor, y hasta un
poco achispado, también su hermano empezó a tomar Cogentin. Así
pues, los dos jóvenes estaban tomando una medicación para los efec
tos colaterales de otra que no estaban tomando, y ambos se sentían
complacidos del resultado.
Cuando faltaban dos semanas para que expirase el plazo, la madre
manifestó sus dudas al respecto. Ella era, en esta familia, la “blanda”
y el padre el “duro” con los hijos. Este último sostuvo que había que
seguir adelante con el plan, pero la madre argüyó: “Pienso que si
funcionara sería un plan magnífico, pero ¿cómo es posible que fun
cione? Realmente, me perturba la idea de que anden por ahí, ron
dando en torno de la casa en medio del frío”. El padre dijo: “Bien,
puedo dejarlos en el salón de bowling o en la terminal de ómnibus, y
que se queden sentados todo el día, hasta que al final tal vez decidan
que tiene más gracia conseguir un empleo y trabajar en una oficina
con calefacción, ¿no?”. Los mellizos protestaron aduciendo que “se
les enfriaría el culo”, y A agregó: “Tú no me vas a dejar en ninguna
parte, me iré de esta casa”. Esta es la amenaza rutinaria de los hijos
cuando sus padres se ponen firmes. El padre le inquirió cómo pagaría
el alquiler, y él replicó: “No lo sé”.
Se solicitó al padre que tranquilizara a la madre en cuanto a que
nada les pasaría a sus hijos; él lo intentó, pero ella replicó que hacía
frío (mientras el mellizo A afirmaba estár mentalmente enfermo). La
madre comentó que A se había presentado a un programa de rehabi
litación mediante laborterapia, y que debía ser sometido a unos exá
menes; dijo que quería posponer el plazo “un par de semanas, hasta
que él vea qué pasa con eso”. El terapeuta respondió: “Bueno, hace
dos semanas hicimos un convenio, y yo he comprobado que cuando
se hace un convenio y se fija un plazo, tiende a influir para que algo
se consiga. Cuando se empieza a modificar el plazo y posponerlo un
poquito más, se establece la expectativa de que luego podrá nueva
mente ser pospuesto. Creo que es mucho mejor atenerse al plazo ori
ginal”. Se discutió si, en caso de aceptarse una postergación, se apli
caría a ambos mellizos, ya que sólo uno se había presentado para la
rehabilitación. La familia se condujo en este caso como es típico: El
padre les gritó a los hijos que eran básicamente unos holgazanes; la
madre discrepó con él y pretendió que se alargara el plazo en vez de
exigirles nada. Los mellizos adujeron que soltarlos en medio del frío
era una injuria y una injusticia. Cuando el padre acotó: “¡No esta
mos enviándolos a la cárcel! ”, el mellizo A lo interrumpió diciendo
que patearlos fuera “en el mes más frío del año era peor que mandar
281
los a la cárcel. A los prisioneros no se los trata tan mal”. Los padres,
que todos los días salían a la intemperie para acudir a sus trabajos,
aceptaron continuar examinando el asunto la semana próxima. La
madre dijo que le gustaría pedir opinión al psiquiatra particular que
había atendido al mellizo B.
La semana siguiente el terapeuta se encontró con los padres única
mente, y la madre informó sobre su conversación con el psiquiatra:
Madre: Hablé con el doctor Wise esta mañana. En primer lugar le pe
dí un diagnóstico: “Esquizofrenia paranoide’\ Suena terrible. “¿Pue
de trabajar?”, le inquirí. “En realidad no, a menos que consiga algún
puesto ideal, en un depósito de mercaderías”. Dijo que no tiene la
concentración que debiera, y que según él no podría manejarse en
el trato con gente. Agregó que lo veía mejor que hace un mes, pero
que iba para atrás y para adelante. Le dije: “Lo estamos hinchando
a muerte para que consiga trabajo”. “Bueno”, contestó, “si es un
trabajo ideal, está bien, si consigue algo que pueda manejar”. Le
pregunté si era una cuestión cíclica; respondió: “Podría ser, sí”. De
todos modos, no es una persona muy optimista, ¿no?
282
La madre asegura que el mellizo B habla solo: “Decididamente,
mantiene diálogos verbales con algo”.
La madre dice que a veces se enoja con ellos, pero luego se siente
mal por “estar tan enojada con una persona enferma”. El padre dice:
“Sí, uno no sabe si reprocharles o tenerles compasión, o bien darles
una buena patada en el culo”.
El terapeuta señala que al esperar de ellos algo más, han mejora
do. “He comprobado esta mejoría. La puedo ver hoy, y la vi la sema
na pasada”.
La madre sostiene que si el mellizo A no pasa el examen para el
programa de rehabilitación, tendrá una regresión. Quiere darle una
oportunidad. Que él no quería siquiera concurrir a la sesión, pero
ella le insistió. El terapeuta la felicita por haber conseguido que el
hijo hiciera lo que ella quería, y ella responde: “Puedo hacerlo una
vez, puedo hacerlo dos veces, pero luego cedo. Mi marido puede ha
cerlo una o dos veces, pero después se siente mal”.
Se conversa sobre la posibilidad de tratar a los mellizos como per
sonas separadas; la madre acota: “En verdad, el año pasado estuvie
ron separados casi todo el tiempo, incluso durante el verano”. El pa
dre: “Sí, uno era alcohólico y el otro un maníaco-depresivo”. La ma
dre agrega que eran unos cabezas huecas. El terapeuta señala que se
los ha rotulado como esquizofrénicos, maníaco-depresivos, cabezas
huecas y alcohólicos, y probablemente ahora no saben cómo com
283
portarse. La madre añade que ahora ya no eran ninguna de esas co
sas, simplemente pasaban el tiempo sentados como plantas.
Finalmente se llega a una solución de compromiso: los padres
aceptan que saldrán de la casa al día siguiente del examen del mellizo
A; durante tres días, se irán a las nueve de la mañana y volverán a las
cinco de la tarde. Luego, tendrán otra sesión terapéutica para exami
nar cuál será el próximo paso. En esta como en muchas otras situa
ciones, la negativa a hacer algo puede abordarse mediante una solu
ción de compromiso. El terapeuta dice que hará entrar a los mellizos
para que los padres les expongan este plan. Desea que ellos hagan
algo distinto. “No estoy seguro de que ustedes sean capaces”, les di
ce. “Lo que quiero es que usted (la madre) sea esta vez la que se
ponga dura con ellos, ¿de acuerdo? Cuando entren, quiero que usted
sea la dura, y usted (elpadre), el blando”. El padre contesta que eso
va a ser muy difícil. La madre se ríe y acepta.
Se hace pasar a los hijos, y la madre les fija las condiciones con
sorprendente firmeza, teniendo en cuenta las dudas que había mani
festado antes en la sesión. En el lapso de una hora ha pasado a adop
tar una posición resuelta. Les dice que saldrán de la casa los días 6, 7
y 8 del mes, y que en esos días ambos buscarán trabajo. El hijo que
quería someterse al examen podrá hacerlo, pero mientras tanto ten
drá que conseguir empleo. Al terminar les pide que repitan lo que
ella ha dicho, y así lo hacen. El padre, pese a que el terapeuta lo
estimuló a que se mostrara blando con sus hijos, no puede: es tan
duro con ellos como la madre, lo cual los presenta a ambos firme
mente resueltos a esperar de sus hijos un comportamiento normal.
284
Mi recomendación es que las entrevistas iniciales se ajusten a un
patrón fijo, pero de ahí en más el terapeuta varíe lo que ha de hacer
un día determinado. Tal vez atienda a la familia entera, o 4 la madre
o al padre por separado, o a ambos, o sólo a los hijos, o cualquier
otra combinación que parezca pertinente en ese momento. Estos dis
positivos imprevistos desbalancean a una familia preparada para una
combinación específica; tomados por sorpresa, los miembros brindan
una información muy diferente y se gestan nuevas alianzas.
El terapeuta se injiere en una organización compactamente estruc
turada y con secuencias recurrentes, para quebrar o modificar las
cuales es útil que él varíe su manera de injerirse. Puede ser conve
niente entrevistar a la familia dos días seguidos en lugar de esperar
una semana, o modificar el día y la hora. Por supuesto, a veces es
difícil introducir tales cambios, dado que todos tienen establecidos
sus propios horarios de actividad; pero lo fundamental es cambiar a
la familia, los esquemas administrativos son secundarios.
Si se trata de jóvenes con problemas graves, el terapeuta debe es
tar siempre disponible en el momento en que se los da de alta o
abandonan la institución en que estaban internados; pero no es indis
pensable que este compromiso persista luego de la primera o segunda
semana de terapia. Por lo común, es suficiente que los encuentros
sean regulares y planeados de antemano. Si después que el joven ha
estado en su casa una semana vuelven a surgir tropiezos y hay una
amenaza de reintemación, nuevamente el terapeuta debe estar en to
do momento a disposición de la familia para ayudarla a superar este
trance.
El lema general de este enfoque terapéutico es: involucración in
tensa y rápido desenganche, toda vez que sea posible. A medida que
empieza el cambio, el terapeuta puede ver a la familia con menos
frecuencia, quizá sólo una o dos veces por mes. Esto no significa que
se abandone a la familia, sino que el cambio puede continuar sin ne
cesidad de encuentros tan asiduos. De hecho, aveces los cambios pa
recen producirse mejor si el terapeuta no interviene para fijarles el
ritmo. Si la familia ha entablado una relación tal que en caso de estar
en apuros acudirá a él, la menor frecuencia de las sesiones ayuda al
desenganche mutuo. Sin embargo, si la familia recurre al terapeuta
cada vez que se ve en dificultades, aquel puede pasar a formar parte
del ciclo familiar: queda inserto en el sistema, y los problemas fami
liares ya no pueden resolverse sin su participación. Una manera de
evitar esto es concertar encuentros cuando la familia anda bien, en
cuentros que no instauran un ciclo autocorrectivo con respecto a las
dificultades. También puede ayudar que el terapeuta postergue sus
encuentros con la familia que se ve envuelta en tales dificultades; si
bien corre el riesgo de que la crisis lleve a una reinternación, puede
beneficiarse por la posibilidad de que la familia resuelva la dificultad
sin su intervención, atendiéndola más tarde, cuando ella ya ha elabo
rado una solución. En tales circunstancias, se convierte en un espec
285
tador interesado, más que en una parte del problema o de la solución
familiar.
Los objetivos de la terapia son ayudar ai joven a vivir normalmente y
estabilizar a sus padres cuando aquel se ha desenganchado del trián
gulo familiar. Lo típico es que el foco de la cuestión se desplace del
joven problemático, al comienzo de la terapia, a los problemas con
yugales, más adelante. Este desplazamiento del foco suele producirse
sin tropiezos, pero en ocasiones los hay. Los padres tienen que sen
tirse seguros de que el terapeuta está en condiciones de manejar su
problemática conyugal, pues de lo contrario seguirán centrados en el
hijo. El momento adecuado para el cambio de foco suele ser cuando
aparece una mejoría en el hijo problemático. Al salir a relucir las difi
cultades conyugales, el terapeuta podrá manifestar explícitamente
que es menester tratar esas cuestiones, o bien abordarlas sin una va
riación formal en el contrato terapéutico.
En esta obra no se ha recomendado que el terapeuta fomente la
comunicación analógica o metafórica de las familias; no obstante, en
una etapa de transición como la que acabamos de mencionar, puede
ser conveniente que lo haga. Por ejemplo, si en esta etapa la madre
dice que el hijo amenaza con dejar el hogar si se ponen en práctica
la reglas, el terapeuta puede entenderlo de esta otra manera: el padre
amenazará con dejar el hogar si ella insiste en que él haga lo que ella
desea. Vale decir, el ítem de la clase de mensajes es “hijo amenaza”,
pero la clase de mensajes es “personas de esta familia amenazan
abandonarla”. De manera similar, si un padre sostiene que su hija
nunca termina nada de lo que empieza, puede estar refiriéndose tam
bién a la conducta de su esposa. Si el terapeuta no puntualiza el sig
nificado de lo que dicen los miembros de la familia, sino que respon
de de un modo que alienta una comunicación similar, los padres qui
zá se suelten en sus comunicaciones vinculadas con sus relaciones
mutuas. A veces es útil que el terapeuta le dé a entender a un inte
grante de la familia, sin decírselo expresamente, que se da cuenta de
que está aludiendo a alguna otra cosa, además de referirse al hijo pro
blemático. Por ejemplo, si la madre afirma que el hijo es un tozudo y
se niega a hacer lo que ella le pide, el terapeuta podría responderle
que “a veces, los hombres reaccionan así ante las mujeres”. Destaca
de este modo cuál es la clase del mensaje (“los hombres”), incluyen
do como ítems de esa clase tanto al padre como al hijo. La madre
sobrentenderá que el terapeuta comprende lo que ella quiere decir, y
si el terapeuta ha actuado cortésmente sin hacer explícita la cues
tión, ella suministrará más información acerca de su problema con
yugal, al par que habla de su hijo. Otro ejemplo: el padre puede refe
rirse a la actitud de la hija hacia los hombres en general de modo tal
de incluir la forma en que lo trata su esposa, forma que él objeta. El
ítem de la clase es la hija, pero en un nivel general también se está
haciendo referencia a la madre. No se aconseja esta clase de comuni
cación analógica en los inicios de la terapia, pero en una etapa poste
286
rior puede contribuir a la transición desde el hijo problemático hacia
otras cuestiones familiares.
Al abordar los problemas conyugales de los progenitores de un
joven loco, el terapeuta debe tener presente que el objetivo de la te
rapia no es, necesariamente, lograr que aquellos tengan una vida ma
trimonial más feliz. Si bien puede establecerse un nuevo contrato
concerniente a la relación conyugal, siendo el vastago el problema
presentado el desenlace será satisfactorio si este consigue autosusten-
tarse, aunque el matrimonio de sus padres no llegue a ser todo lo
bueno que se quisiera. Con frecuencia, el terapeuta inicia una terapia
conyugal que resulta interminable; debe asegurarse de que el joven
no volverá a insertarse en la pareja de sus padres cuando esta pierda
estabilidad. El terapeuta puede sustituir al joven en el triángulo fami
liar, y la familia permanecerá estable en tanto continúe la terapia de
parga. Sólo al final del tratamiento puede el terapeuta estar seguro
de que los padres no reinstaurarán al joven en el triángulo. Por consi
guiente, es su deber realizar seguimientos y controles de la familia
durante varios meses, de modo de garantizar que el joven permanez
ca fuera de dicho triángulo una vez concluida la terapia.
Se presentan con los jóvenes ciertos problemas que exigen tomar
decisiones especiales. Uno de ellos ocurre cuando el joven problemá
tico se recupera y comienza a conducirse con normalidad, pero sigue
viviendo con sus padres. Estudia o trabaja, se desempeña normalmen
te, y parece así haber conseguido los objetivos de la terapia;pero sigue
en el hogar paterno. T al vez suceda que aún no se ha desenganchado
del triángulo y, cuando llega el momento de irse de la casa, la familia
se desestabiliza igual que antes, cuando él tuvo el problema.
El terapeuta podría pedir una interrupción del tratamiento hasta
que llegue el momento de la mudanza; pero si no asiste a la familia
durante varios meses, bien puede ocurrir una perturbación que lleve
a reinternar al joven sin su conocimiento. En tal caso, la terapia debe
empezar de nuevo.
Una alternativa consistiría en seguir con la terapia y alentar al jo
ven para que se mude, pero esta imposición de la mudanza conlleva
problemas. En ocasiones, el joven se ha desenganchado efectivamen
te de sus padres por más que siga viviendo con ellos, y la mudanza
física no es más que un trastorno. Esto es válido, en particular, si el
joven sigue estudios universitarios o se está capacitando para traba
jar, y por ende no cuenta con muchos fondos para vivir separado de
su familia. Además, en muchas subculturas no se juzga correcto que
el hijo se vaya de la casa cuando todavía es muy joven. En muchas de
ellas las mujeres no se van hasta que contraen matrimonio, y se con
sideraría anómalo que una chica soltera de 18 o 20 años se mudara a
un sitio propio. Esta mudanza originaría entonces una situación
anormal.
No hay para este dilema una respuesta única; cada caso debe ser
tratado individualmente. A un muchacho que se acerca a la treinte
na, o a una chica que ha sido internada varias veces o tiene grandes
conflictos con sus padres, convendrá alentarlos para que se separen.
A veces uno no puede determinar si la renuencia del joven y de sus
familiares a separarse físicamente se debe a la resistencia a soltar
amarras, o es lógica y natural en su situación. Tal vez la regla debería
ser: en caso de duda, estimular la separación.
Otra cuestión debatible es la frecuencia de las sesiones indivi
duales que se realizarán con el joven. En este enfoque se estima me
jor no atender al joven individualmente con más frecuencia que a sus
padres, salvo que estos tengan claramente dicha expectativa. Al fina
lizar la terapia, los padres se ocuparán menos del hijo y más de su
vínculo recíproco y el joven estará capacitado para vivir indepen
dientemente de su familia, vale decir, para trabajar, hacerse de ami
gos, cortejar a las personas del sexo opuesto (o del mismo sexo, si
eso prefiere) y amoldarse a las normas de la sociedad. A veces el jo
ven ha sacrificado tantos años luchando con su familia, que cuando
deja la casa es inepto desde el punto de vista social. Es entonces ten
tador ofrecerle tratamiento para ayudarlo en su nueva vida; pero
hay que tener en cuenta varias cosas. Primero, hay que admitir que
estos jóvenes están dotados de habilidad para las relaciones persona
les; el hecho de que hayan empleado esa habilidad para fracasar no
significa que, en la ocasión oportuna, no la puedan emplear para
triunfar. Me ha impresionado ver qué repentina facilidad tenían para
socializarse jóvenes retraídos de la sociedad, cuando estuvieron en
libertad de hacerlo. También he visto jóvenes en apariencia sordomu
dos que se tornaron en lo opuesto en un brevísimo lapso. Pero aun
reconociendo la existencia de esta habilidad, lo cierto es que los jóve
nes que han sido periódicamente internados en instituciones a lo lar
go de los años presentan también déficit. En muchos aspectos mar
chan a la zaga de sus pares. Por ejemplo, suelen aprenderá cortejar
en serio a una persona del otro sexo muchos años después de lo habi
tual. También en materia laboral son más inexpertos que sus compa
ñeros. En estos jóvenes problemáticos suelen exagerarse la timidez y
las dudas propias de todo joven, porque su historia no los deja bien
parados ante los ojos de los demás, ya se trate de novios o de com
pañeros de trabajo.
Para ayudar a estos jóvenes a iniciar su nueva vida, en Estados
Unidos las comunidades disponen de organizaciones como los hoga
res de convalecencia, las casas colectivas, los programas de capacita
ción laboral y los grupos de autoayuda formados por ex pacientes
mentales. El problema es cómo utilizar estas facilidades sin confinar
al joven dentro de una cultura atípica para desfavorecidos. En algu
nos estados, aun para recibir capacitación laboral el individuo tiene
que ser jurídicamente declarado incapacitado, con lo cual se lo estig
matiza oficialmente. (Si un individuo no presenta ninguna lesión físi
ca, es poco prudente que el terapeuta firme cualquier documento
que lo declare incapacitado. Con ello no hace sino proclamar su fra
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caso como terapeuta y alentar al individuo a que prosiga su carrera
de persona desfavorecida o en desventaja.)
Lo que hay que hacer es estimular a los jóvenes para que vivan en
situaciones normales y realicen trabajos normales toda vez que sea
posible. La capacitación laboral es el más fructífero de todos los pro
gramas de convalecencia aludidos, pues promueve que el sujeto se
sustente a sí mismo.
En esta etapa, los jóvenes suelen precisar el aliento de un terapeu
ta dispuesto a ampliar su tarea a fin de conseguir que se establezcan
en un trabajo dentro de la comunidad. No obstante, para entonces el
terapeuta familiar puede estar agotado por el caso, sobre todo si tuvo
que lidiar con un caso crónico y le demandó un gran esfuerzo desen
ganchar al joven de sus padres. En tales circunstancias, suele ser útil
incorporar a un nuevo terapeuta, capaz de abordar los estadios fina
les del tratamiento con más energía y entusiasmo. El terapeuta pri
mitivo tiene la responsabilidad de cuidar que tanto los padres como
el hijo sean asistidos en estos difíciles momentos; pero si está fati
gado, y por ende responde a las situaciones nuevas con reacciones
estereotipadas, un nuevo terapeuta satisfará mejor las necesidades
del joven.
Mientras el joven reingresa en su comunidad y se separa de su fa
milia, al contemplar la posibilidad de atenderlo en forma individual
lo mejor es sopesar si sus dificultades son solubles por vía de una
terapia. Por cierto que el aliento y el confortamiento le servirán de
mucho, pero tal vez no sea del todo prudente concertar sesiones tera
péuticas regulares para ayudarlo a “crecer”. Escucharlo hablar de sus
tropiezos e incertidumbres o alentarlo a que lo haga puede ayudar o
no, pero hay un hecho fundamental: cada sesión terapéutica define
al joven como un individuo todavía incapaz de bastarse por sí solo.
El procedimiento más seguro consiste en atender al joven en los esta
dios finales del tratamiento si, y sólo si, existe un problema formula-
ble con suficiente claridad y que el terapeuta está en condiciones de
resolver. Esto se aplica tanto a los problemas conducíales en el traba
jo o el estudio como a la vida social. Cuando estos problemas espe
cíficos han sido eliminados, la terapia toca a su fin.
Como broche final de esta obra, puede ser útil aclarar la diferen
cia entre un terapeuta y otros profesionales. Un asistente social, un
psiquiatra, un psicólogo, no son necesariamente terapeutas. Esas pro
fesiones incluyen muchas tareas que nada tienen que ver con la tera
pia. El denominador común de los terapeutas es independiente de
una profesión en particular. Hace rato que los establecimientos de
formación profesional deberían haberse dedicado a capacitar tera-
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pe utas para el desarrollo de habilidades tendientes a cambiar a la
gente con problemas, independientemente de otros cometidos aca
démicos.
Las habilidades con que debe contar un terapeuta competente son
harto numerosas como para enumerarlas aquí, pero es posible formu
lar algunas generalizaciones. Un terapeuta debe encontrar el modo de
acatar las normas imperantes en su profesión clínica y seguir siendo
terapeuta, y estas dos cosas son a veces incompatibles entre sí. Aná
logamente, ser un profesional especializado sin dejar de actuar como
un ser humano es, para algunos terapeutas, una ardua tarea. Como
las situaciones que el terapeuta ha de enfrentar son sumamente varia
das, debe disponer de una amplia gama de conductas. A veces tendrá
que hacerse cargo del problema; otras veces, tendrá que mostrarse
impotente para que otros se hagan cargo. Debe proceder con serie
dad, aunque introduciendo una cuota de humor, coquetear con sus
clientes en determinado momento y poner distancia en otros, partici
par intensamente en una situación y a renglón seguido situarse en su
periferia. En ocasiones tendrá que ser repetitivo, insistiendo una y
otra vez en la misma conducta, pero también deberá ser voluble y no
dar dos veces la misma directiva.
Entre los muchos problemas que uno encuentra en la formación
de terapeutas, hay dos que revisten particular importancia. Uno es
saber enseñar qué es lo fundamental y qué lo secundario en una si
tuación. En este libro he puesto de relieve este problema examinan
do cómo evolucionó, en los últimos veinticinco años, lo que se ha
considerado “fundamental”. Antaño se juzgaba de primordial impor
tancia explorar el significado de las ideas locas de un joven, partien
do de la premisa de que eran esas ideas las causantes de su loco com
portamiento. Luego se consideró que las ideas locas eran el producto
de una situación comunicacional entre los familiares íntimos; la cues
tión básica fue, ya no las ideas mismas, sino su origen: la conducta
que dentro del sistema las provocaba. Se tomó fundamental enfo
car la conducta comunicativa dentro de la familia o institución, y los
terapeutas debieron aprender a frenar su curiosidad acerca del mara
villoso mundo de las ideas alocadas. Hemos sostenido en este libro
que ahora se está produciendo otro cambio, y ha comenzado a consi
derarse fundamental el tipo de organización que genera la conducta
comunicativa, generadora a su vez de las ideas locas. Las tareas tera
péuticas fundamentales son la comprensión de la conducta sistemáti
ca que crea una jerarquía desquiciada y la planificación de medidas
que modifiquen dicha jerarquía. Todas las demás cuestiones son
secundarias.
Además de enseñar a distinguir lo fundamental de lo secundario,
hay en la formación de terapeutas un problema más decisivo aún.
Uno puede enseñarle a un buen alumno todo lo que sabe, pero el co
metido principal es enseñarle a innovar, a forjar nuevas ideas y méto
dos que uno ignora. Cuando se aprende a discernir lo fundamental de
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lo secundario el mundo se modifica, y las cuestiones fundamenta*
les pasan a ser otras. La misión de la enseñanza, y también la mi
sión de la terapia, es capacitar a los estudiantes para que logren a-
daptarse a los cambios e inventen nuevas maneras de abordar los
problemas.
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