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constitucionalidad, por lo que cabe preguntarse cómo una autoridad puede ejercer
el control de convencionalidad si no está facultada para inaplicar normas o para
pronunciarse sobre la constitucionalidad o legalidad de un acto de autoridad. El
derecho penal es la intervención estatal más rigurosa a la que puede estar
sometido el individuo, ya que afecta sus bienes jurídicos más sensibles. En
tiempos actuales, en los que el poder exige mayores espacios y la justicia penal
pretende sustituir a la social, es común reivindicar ideas sobre el derecho penal
liberal -que también ha sido denominado mínimo, garantista, ilustrado. Entre estos
mecanismos de contención se encuentra el principio de legalidad, que ordena que
la ley penal establezca con claridad y precisión los supuestos y alcances de
punición. El principio de legalidad fue invocado por los pensadores de la
Ilustración e incorporado en las Constituciones a partir de los últimos años del
siglo XVIII, como una demanda de seguridad y como un freno al arbitrio judicial;
sin embargo, hoy se considera que este principio tiene un alcance más amplio. La
Corte Interamericana construye la doctrina del control de convencionalidad en
sede nacional, con el fin de dotar de efectividad a los derechos humanos previstos
en el corpus iuris interamericano, de tal suerte que los jueces, como autoridades
pertenecientes al Estado obligado, formen parte del frente protector de estas
prerrogativas fundamentales, cuya tutela no puede quedar a la espera de que el
Poder Legislativo cumpla su tarea de emitir normas que incorporen y sean
respetuosas de la Convención Americana sobre Derechos Humanos y de otros
instrumentos internacionales. El control de convencionalidad supone el
reconocimiento para los jueces y otras autoridades, de la facultad para inaplicar -
en uno de sus grados- las normas diseñadas por el legislador.