Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Por otro lado, muchos de los principales conceptos del Existencialismo y la Fenomenología
también fueron determinantes en su teoría. Por último habría que mencionar la teoría de
los valores de Max Scheler.
Entre 1942 y 1945 Viktor Frankl es capturado por las fuerzas nazis y enviado a distintos
campos de concentración, entre ellos Auschwitz. Esta experiencia en los campos de
concentración quedó reflejada en su libro “El hombre es busca de sentido” (1946).
A pesar de que Frankl contaba con la visa para emigrar a los Estados Unidos, decidió (no
sin fuertes contradicciones) quedarse en la ciudad de Viena, aun sabiendo que esta
decisión implicaría una alta probabilidad de ser capturado por las fuerzas nazis, enviado a
un campo de concentración, y con ello, encontrar la muerte en ese destino.
Eugenio Fizzotti, sacerdote católico y discípulo de Frankl, escribe un libro titulado “De
Freud a Frankl. Interrogantes sobre el vacío existencial" (1974) donde describe el dilema al
cuál Frankl se somete respecto de la decisión de abandonar su país y a su familia, o
permanecer en dicha ciudad.
La subida de Hitler al poder y la invasión de Austria por los nazis situaba al pueblo bajo un
régimen de terror y de continuo peligro. Comenzaba la feroz persecución contra el pueblo
judío, con el que Frankl compartía el origen y la religión. Se asistía a la progresiva
destrucción de las sinagogas y al encarcelamiento de millares de víctimas inocentes.
Cada uno trataba de huir como podía. La familia de Frankl estudiaba diversos planes. Su
hermana Stella consiguió emigrar a Australia, donde aún vive. Su hermano intentó
refugiarse en Italia, pero las SS lo capturaron y lo enviaron junto con su mujer al campo de
concentración de Auschwitz. Quedaba solo Víctor con sus padres, ya de avanzada edad.
En su interior había una lucha entre sentimientos opuestos: huir o quedarse. Él mismo nos
describe su estado de ánimo:
“Traté de conseguir el visado para emigrar a los Estados Unidos. Finalmente lo conseguí.
Era libre de marcharme, desarrollar y defender mi teoría. Mis padres estaban
contentísimos y compartían conmigo la alegría de verme salvo en el extranjero. Sin
embargo, no me decidí a utilizar el deseado pasaporte, pues sabía que al poco tiempo de
marcharme, mis ancianos padres serían deportados a cualquier campo de concentración.
La duda me corroía…
En aquellos días tuve un sueño extraño, que aún hoy forma parte de las experiencias más
profundas en el reino de los sueños. Soñé que una gran multitud de psicóticos y pacientes
era formada para ser conducida a las cámaras de gas. El sentimiento de compasión
experimentado fue tan fuerte que decidí unirme a ellos. Pensaba que debía hacer algo:
actuar en calidad de psicoterapeuta en un campo de concentración hubiese sido más
significativo que ser uno de los psiquiatras de Manhattan… Después de este sueño la
duda aumentaba…
Una tarde, cubriéndome con la cartera la estrella amarilla que debíamos llevar en la
chaqueta, me fui a la catedral. Había un concierto de órgano. Me dije que debía escuchar
atentamente la música y tratar de reflexionar sobre el asunto en cuestión. Relájate, Víctor,
estás muy distraído. Trata de meditar y contemplar, alejado del tumulto de Viena. Me
preguntaba que debía hacer: ¿sacrificar mi familia por amor de la causa a la que había
dedicado mi vida, o sacrificar tal causa por amor de mis padres? Cuando se está en tal
disyuntiva, se desea vivamente recibir una respuesta del cielo.
Dejé la catedral y volví a casa. Todo era normal. Vi sobre la radio un trozo de mármol y
pregunté a mi padre que era. El señor Frankl era un judío piadoso y había recogido aquella
piedra de entre los escombros de la gran sinagoga; formaba parte de la Tabla que
contenía los Diez Mandamientos y tenía una letra hebrea inscrita. Mi padre me explicó que
aquella letra representaba la fórmula abreviada de uno de los mandamientos,
concretamente el que dice: Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus
días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar (Exodo 20, 12). Bastó esto para que
me decidiese a permanecer en Austria, dejando caducar el pasaporte americano”
La señal del cielo, tan deseada, había llegado finalmente: ya estaba decidido a no
oponerse al destino que le aguardaba, consciente de los peligros a los que se enfrentaría.
Pero le sostenía la fe y el respeto a sus padres y la secreta esperanza de poder hacer algo
por sus pacientes.
Frankl parte de un principio ético: “Sé dueño de tu libertad y siervo de tu conciencia”. “Ser
dueño de su libertad”, abarca la dimensión existencial del ser humano como ser creador de
su propia realidad. “Ser siervo de su conciencia” nos confronta con la dimensión de la
trascendental. La libertad se relaciona con la existencia, y la responsabilidad con la
trascendencia. Esta dimensión de la trascendencia lleva a Frankl a formular otra pregunta
para abordar la libertad. ¿Ante qué es libre el ser humano? La trascendencia implica una
exigencia, es decir un deber. Para Frankl para poder dar una respuesta (responsabilidad)
primero tiene que existir una pregunta.
Para Frankl existe una fuerza ontológica en el ser humano que es previa a cualquier
voluntad de placer (Freud) o voluntad de poder (Adler), que es la voluntad de sentido. El
sentido tiene que ver con el fundamento de nuestras acciones. “La búsqueda por parte del
hombre del sentido de la vida, constituye una fuerza primaria y no una racionalización
secundaria de sus impulsos instintivos” (Frankl: El hombre en busca de sentido). Para
Frankl el sentido es único y específico de cada ser humano. Es un sentido que demanda
ser realizado ante cada situación, y que exige ser descubierto. Es decir, el sentido de la
vida para Frankl no se puede inventar, se debe descubrir en la relación del individuo con el
mundo.
Aquí surge la crítica que Frankl le realiza a Sartre cuando éste último postula el concepto
de “proyecto”. Ante este concepto, Frankl plantea la idea de “Misión”. Para Frankl, el
proyecto se inventa y la misión se descubre.