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por Guadalupe Campos
Aquí cabe revisar, ante todo, las premisas sobre las que se basa ese trabajo
ya clásico, en lo que concierne al concepto de género, tomado según el
propio Todorov de las ciencias naturales. Él es el primero en observar que
el uso de esta noción para el estudio de los temas literarios presenta, de
entrada, un problema fundamental:
En otro contexto, con otras normas miméticas, esto puede pasar como un
detalle de color, y ser retomado en algún otro momento con perfecta
naturalidad: en la primera visita de Harry Potter a The Burrow, la casa de la
familia Weasley (Harry Potter and the Chamber of Secrets), un ruido
semejante es explicado y naturalizado enseguida: es sólo el demonio del
ático, un ser un poco peligroso pero conocido y manejable, al que de hecho
la familia llega a usar con fines prácticos (darle una poción para que se
transfigure un poco y parezca un mago seriamente enfermo) cuando es
menester.
Notas
[2] Su estudio incluye una acalorada invectiva contra Tolkien por la representación de los
orcos en Lord of the Rings.
[3] Mundos en los que las leyes de la naturaleza están ligeramente suspendidas (Frye,
1973: 33)
[4] Obsérvese de paso que la explicación es inverosímil si se la mide con los parámetros
del mundo de sus lectores implícitos, que podían reírse, como lo hizo Jane Austen
en Northanger Abbey, de las convenciones absurdas del gótico como género histórico
Sartre escribió una defensa del fantasy como una forma perenne que se
hace valer en el mundo secularizado y materialista del capitalismo moderno.
Mientras prevalecía la fe religiosa, dice Sartre, el fantasy hablaba de saltos hacia
otros territorios. Las condiciones de una existencia puramente humana se
trascendían a través del ascetismo, el misticismo, la metafísica o la poesía, y el
fantasy cumplía una función definida, escapista. “Manifestaba nuestro poder
humano de trascender lo humano. Los hombres procuraban crear un mundo que
no fuera de este mundo” (Sartre, 1947). En una cultura secular el fantasy tiene una
función diferente. No inventa regiones sobrenaturales, pero presenta el mundo
natural transformado en una cosa rara, en “otra” cosa. Cuando se pasa de las
exploraciones trascendentales a las transcripciones de la condición humana, el
mundo se humaniza, se “domestica”. En este sentido, según Sartre, el fantasy
asume la función que le es propia: transformar este mundo. “Al humanizarse, lo
fantástico se aproxima a la pureza ideal de su esencia, se convierte en lo que ha
sido.” Sacado de un contexto de fe en lo sobrenatural (ya sea sagrado o secular),
el fantasy se convierte en una expresión de las fuerzas humanas.
Parece despojado de todos sus artificios. ... Reconocernos como propia la huella
en el borde. No hay fantasmas, ni súcubos, ni fuentes rezumantes. Sólo hay
hombres, y el creador de lo fantástico anuncia que se está identificando con el
objeto fantástico.
Marcel Brion entiende lo fantástico como ese tipo de percepción “qui ouvre
sur les plus vastes espaces” (que se abre a los espacios más extensos) (cit.
Hellens). Es esta acción de apertura lo que molesta, por negar la solidez de lo que
se tomó por real. Bataille se refirió a esta clase de infracción como “une déchirure”,
un desgarramiento, o herida, que yace abierta a un lado de lo real. La misma
“apertura” violenta del orden sintáctico se puede encontrar en Lautréamont,
Mallarmé, Rimbaud, Artaud, el surrealismo, etcétera, y desde esta perspectiva, los
escritos fantásticos de los últimos dos siglos son claros antecedentes de los textos
modernistas, tales como Ulises o Finnegan’s Wake, de Joyce, con su cometido de
desintegración.
Muchos títulos del modo fantasy indican esta acción de “apertura”,
frecuentemente vinculados con nociones de (1) invisibilidad, (2) imposibilidad, (3)
transformación, (4) ilusión desafiante. Por ejemplo: (1) La muchacha invisible, de
Mary Shelley, El hombre invisible, de Wells, El hombre sin rostro, de Margaret
Armstrong, Vanishing men, de G. M. Winsor, The man who was not there, de E. L.
White, Le passe-muraille, de Marcel Aymé. (2) El mortal inmortal, de Mary
Shelley, El mundo que nunca fue, de Arthur Adcock, Unborn tomorrow, de John
Kendall, Death into life, de W. O. Stapledon, El país de los muertos vivos, de Neal
Fyne, La mujer que no podía morir, de A. Stinger. (3) Wieland, o la transformación,
de Brockden Brown, Avatar, o la doble transformación, de Gautier, La
metamorfosis, de Kafka, La transformación, de George MacBeth. (4)Walking
shadows, de Alfred Noye, The double shadow, de C. A. Smith, Dwellers in the
mirage, de Abraham Merritt, Ciudad de ilusiones, de Ursula K. Le Guin,The Shape
or Illusion, The Shadows of the Images, de William Barrett.
En otros trabajos, el mundo “real” es re-emplazado, sus ejes se disuelven y
distorsionan de tal manera que las estructuras temporales y espaciales sufren un
colapso: Vice Versa, de F. Anstey, The disintegrator, de C. Brown, The Edge of
Things, de W. Barrett, La división del tiempo, de Elizabeth Sewell, etcétera.
La poética del fantasy propuesta por Bessière señala las estructuras que
están detrás de estos temas. La presentación de la imposibilidad no es una
actividad radical en sí misma: los textos sólo subvierten si el lector
estáperturbado por el disloque de su forma narrativa. Lo fantástico, tal como lo
entiende Bessière, no puede estar clausurado. Actúa dentro de sistemas cerrados,
infiltrando, abriendo espacios donde la unidad se dio por sentada. Sus
imposibilidades proponen “otros” significados o realidades latentes detrás de lo
posible o lo conocido. Al romper “verdades” simples y reduccionistas, lo fantástico
traza un espacio dentro del marco cognoscitivo de una sociedad. Introduce
verdades múltiples y contradictorias: se vuelve polisémico.
Ahora tengo la certeza ... de que a mi lado existe una criatura invisible ... que
puede tocar las cosas, levantarlas y moverlas, que en consecuencia está dotada
de una naturaleza material, aunque pueda resultar imperceptible a nuestros
sentidos, y que vive bajo mi techo como yo mismo. ... Creería estar sufriendo
alucinaciones aunque permanezco perfectamente sano. [4]
Hubiera necesitado los brazos y las manos para levantarse; sólo tenía en cambio
esas patitas que nunca dejaban de moverse en todas direcciones y que no podía
controlar en lo más mínimo. Cuando trató de doblar una de ellas, fue la primera en
estirarse ... contempló sus patitas luchando entre sí más salvajemente que nunca
y no vio de qué manera podría poner orden en esa arbitraria confusión...
Lo maravilloso
Lo mimético
Las narraciones que pretenden imitar una realidad externa, las miméticas
(imitadoras), también establecen una distancia con la experiencia, moldeándola
conforme a pautas y secuencias significativas. La ficción narrativa clásica,
ejemplificada por tantas novelas “realistas” del siglo diecinueve, representa los
sucesos contados como “reales” usando como portavoz una tercera persona
sapiente. De ahí el comienzo de la novela victoriana Thackeray, Vanity Fair(1848):
“En una soleada mañana de junio, un amplio carruaje familiar transpuso la gran
puerta de hierro de la academia para señoritas de Miss Pinkerton, en Chiswick
Mall...”. O la novela “histórica” de Elizabeth Gaskell, Mary Barton(1848): “Hay unos
campos cerca de Manchester, conocidos para los habitantes del lugar como ‘los
campos Green Heys’, por los que atraviesa un sendero público que lleva a una
pequeña aldea ubicada como a dos millas de distancia.” Estos comienzos hacen
una declaración implícita de equivalencia entre el mundo ficcional representado y
el mundo “real” exterior al texto.
Lo fantástico
No espero ni pido que crean la fantástica aunque ordinaria historia que voy a
escribir. Estaría loco si lo esperara, pues mis propios sentidos rechazan la
evidencia. Sin embargo, no estoy loco; e indudablemente esto no lo he soñado. [8]
No–significación
La literatura fantástica nos deja entre las manos dos nociones: realidad y literatura,
tan insatisfactoria la una como la otra.
Todorov, Lo fantástico
Las palabras que llegan al lector no podrán nunca sugerir el horror de la mirada
misma. Paralizó completamente nuestra conciencia ... Lo que vimos ... era la
máxima encarnación objetiva de “la cosa que no debería ser” del novelista
fantástico ... una cosa terrible, indescriptible. [11]
Así como los temas del “yo tratan con los problemas de lo consciente de la
visión y la percepción, los temas del “no-yo” se ocupan de los problemas
generados por el deseo, por el inconsciente. La relación del yo con el otro se
mediatiza a través del deseo, y en esta categoría la narrativa fantástica maneja
diversas versiones del deseo, generalmente en sus formas transgresivas.
Cuestiones tales como sadismo, incesto, necrofilia, asesinato y erotismo, expresan
claramente los deseos inconscientes que estructuran la interrelación, las
interacciones del “yo” y el “no-yo” en el nivel humano. Todorov insiste en la
importancia del lenguaje en este grupo de temas fantásticos, ya que el lenguaje es
el que estructura la relación: los “temas del discursos” están inextricablemente
ligados a estos “temas del otro”, así como los “temas de la visión” están ligados a
los “temas del yo”.
Aparecen, entonces, diversas variaciones del “yo” y el “no-yo” como
elementos semánticos básicos, y de sus interrelaciones. Una de las estocadas
fundamentales del fantasy es el intento de borrar esta distinción misma, de
resistirse a la separación y la diferencia, de re-descubrir la unidad entre el yo y el
otro. Pero este mismo intento de establecer un estado de indiferenciación, de
unidad entre el yo y el no-yo se manifiesta de manera diferente en diferentes
periodos. Para ubicar contextualmente el fantástico moderno, vale la pena
considerar algunos factores determinantes y señalar algunos contrastes con sus
formas más antiguas.
El fantasy siempre proporcionó un indicio en cuanto a los límites de una
cultura, mediante el énfasis en los problemas de categorización de lo “real”, y la
situación del “yo” respecto de esa noción dominante de “realidad”. Fredric
Jameson, en su artículo “Narraciones mágicas: el romance como género”, dice
que la identificación, el acto de nombrar lo otro, constituye un índice expresivo de
las creencias religiosas y políticas de una sociedad.
El concepto del mal, que generalmente se atribuye al otro, es relativo: se
transforma conforme a los cambios en los miedos y valores culturales. Toda
estructura social tiende a excluir como “el mal” cualquier cosa que sea
profundamente diferente de sí misma o que pueda amenazarla con la destrucción;
y esta conceptualización, este nombrar lo diferente como el mal, es un gesto
ideológico significativo. Tal concepto “coincide con la categoría de la otredad en sí
misma: el mal caracteriza todo lo que sea radicalmente diferente de mí, todo lo
que en virtud de esa diferencia, precisamente, parece constituir una amenaza muy
real y perentoria a mi existencia” (Jameson). El extranjero, el forastero, el intruso,
el marginado social, alguien que hable una lengua desconocida o actúe de una
manera desconocida, alguien cuyos orígenes se ignoran o que tenga poderes
extraordinarios, tiende a ser excluido como el otro, como el mal. La calidad de
extraño precede a su identificación como el mal: el otro o la otra se definen como
el mal precisamente a causa de su diferencia y su presunto poder para perturbar
lo conocido y familiar.
El nombramiento de la otredad en el fantasy revela los supuestos
ideológicos del autor y de la cultura que lo origina; Jameson enfatiza la necesidad
de comprender estas identificaciones, ya que inscriben los valores sociales dentro
del texto, a menudo por caminos ocultos y complicados: el vínculo entre la obra
individual y su contexto es profundo y tácito.
Todo análisis del romance como género, pues, tratará de adecuarse a la relación
íntima y constitutiva que se da entre la forma en sí misma, como género e
institución literaria, y esta ideología de raíces profundas, que claramente tiene la
función de trazar los límites de un orden social determinado, y proveer un
poderoso elemento interno de disuasión contra el desvío y la subversión
(Jameson).
Soy yo, yo mismo y no tú, quien habla ... Ni por un minuto te considero una
realidad ... Tú eres mentira; eres mi enfermedad., un fantasma ... Tú eres una
alucinación mía. Tú eres fruto de mí mismo ... Tú eres yo, sólo que con otra
cara. [32]
Pensó que podría detectar en la naturaleza —ya sea animada o inanimada, con
alma o sin alma— algo que sólo se manifestase a sí mismo en las contradicciones
y que, en consecuencia, no podía comprenderse bajo idea alguna, mucho menos
bajo una palabra. No era divino, ya que parecía irracional; tampoco humano, ya
que carecía de entendimiento; tampoco diabólico, porque era benéfico; ni
angelical, ya que a menudo dejaba traslucir un maligno placer. Parecía producto
del azar, ya que no implicaba consecuencias; era como la Providencia, porque
insinuaba conexiones. Todo lo que nos limita parecía penetrar, parecía divertirse a
gusto con los elementos necesarios de nuestra existencia; contraía el tiempo y
expandía el espacio. A este principio ... le di el nombre Demoníaco ... (Goethe.)
[13] ibíd.