Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
iQcÉ ES UN GÉNERO
y único para toda la clase (tal es el caso de las clases constituidas e iden-
tificadas retrospectivamente, por ejemplo: cl género notzla didáctica) o,
más frecuentemente, individual y, por consiguiente, múltiple (cal es el
caso, de manera ejemplar, de la denominación novela, que es, ante todo,
un elemento paratcxtual, es decir, un acro de bautismo siempre ligado a
una Obra individual). Entre estos dos extremos, cabe toda clase de situa-
ciones intermedias. Tomemos, por ejemplo, cl término cuento. En la
Edad Media se aplica a coda clase de relatos o anécdotas, y es en este sen-
tido cómo en le Roman de la Rose se habla de los cuentos del rey Arturo.
En la época clísica, el término se diferencia según varias acepciones más
o menos bien delimitadas; designa, según los contextos, un relato diver-
tido, un relato ficticio (a veces con un cierto matiz peyorativo) o un re-
lato maravilloso (Perrault). En el siglo XIX, en Flaubert o en Maupassanr,
por ejemplo, funcionará corno alternativa al término nouveUe• y llegará
a designar cualquier tipo de relato mís bien breve_ Lirtré, por su parre,
lo define como un término genérico que se aplica a todas las narraciones
ficticias, desde las más cortas a las más largas. Tales derivas afectan a una
parte de los nombres de géneros reurilirados en distintas épocas: sa-
emos, por ejemplo, que en la Edad Media cl término comedia no de-
signaba necesariamente un poema dramático, sino que podia aplicarse a
cualquier Obra ficticia con final feliz (de ahí el título de la Obra de Dan-
te: La Divina Comedia). Pero semejantes derivas por medio de las cuales
un término viene a superponerse, según las épocas, a conjuntos de rex-
tos perfectamente diferentes, no son sino la forma más vistosa dc un ras-
go que es común a muchos nombres genéricos, y que volveremos a en-
contrar en breve, a saber, el hecho de que no Sc refieran sino raramente
a un conjunto de características o de propiedades textuales recurrentes:
a la deriva externa corresponde, pues, una deriva interna. Ante tal situa-
ción, urge, naturalmente, hacerse la pregunta de si es posible reconstruir
una teoría de los géneros, por poco coherente que sea, a partir de ese
parchwork lexicológico.
Grande es, no obstante, la tentación de corcar el nudo gordiano deci-
diendo que la teoría de los géneros en modo alguno necesita de los nom-
bres genéricos y de su confúsión: ¿no es acaso el objetivo dc la teoría eman-
ciparse de las clasificaciones «precientíficas»? Esta solución radical es sin
duda posible. Sin embargo, en la medida en que los nombres genéricos
tradicionales son la única realidad tangible a partir de la cual pasamos a
postular la existencia de las clases genéricas, dicha solución corre el riesgo
de no enseñarnos nada de... los géneros. Podemos también proponer una
sin la diferen
está, los entre conre y [N. del •r_l_
DE LA IDENTIDAD A IA IDENTIDAD GENÉRICA
solución intermedia y menos radical distinguiendo, como lo hace Tzvetan
Todorov, cnrrc géneros teóricos y géneros históricosl. Pero incluso esta so-
lución dista mucho de plantear. al menos, un problema; ¿cuál puede scr la
relación entre los géneros teóricos y los géneros históricos? Todorov res-
ponde estableciendo una distinción entre géneros teóricos elementales (ca-
racterizados por la presencia y la ausencia de un solo rasgo) y géneros com-
piejos (caracterizados por la coexistencia dc varios rzsgos), añadiendo;
«Con roda evidencia, los géneros históricos son un subconjunto del con-
junto de los géneros teóricos complejos»2. Habría, pues, una especie de
vínculo deductivo encre los géneros teóricos y los géneros históricos. Es
justamente esa posibilidad la que se me antoja dudosa. En primer lugar, cl
sistema dc los géneros teóricos, construido a partir de oposiciones diferen-
ciales, simples o múltiples, obedece a exigencias de coherencia que no son
las dc los géneros históricos (cualquiera que sea la realidad dc esos géneros
por los nombres de géneros tradicionales). En segundo lugar,
mutatis mutandi, el número de características según las cuales sc pueden
reagrupar dos textos es indefinido o infinito. Eso sc debe al hecho de que,
cuando comparamos dos textos, no partimos de su identidad numérica
(siempre simple), sino de lo que Luis J. Prieto denomina su identidad es-
pecifica (definida como un conjunto de características no contradictorias).
Ahora bien, «como cada Objeto posee un número infinito dc característi-
. puede poseer un número infinito de identidades específicas; y como
cualquier característica que presente un Objeto dado puede siempre formar
parte también de las características de otro, cada objeto puede compartir
cualquiera de sus identidades específicas con un número infinito de Otros
objetos*. ¿Según qué criterios serán elegidos los rasgos considerados como
determinantes, sino según la capacidad que rengan de estructurar los con-
juntos de textos ya diferenciados por los nombres genéricos tradicionales?
Ahora bien, si tal es el caso, necesariamente caemos en un círculo vicioso.
Y, lo que es más, nos parece muy improbable que la deducción de fenó-
menos históricos a partir dc determinaciones apriorísticas sea posible cn li-
ceracura cuando ha imposible en todos los demás ámbitos de la
investigación histórica. Y conste que en modo alguno ponemos en tela de
juicio la fecundidad teórica del procedimiento analirico seguido por To-
dorov ocurre simplemente que la relación de las categorías analíticas (los
géneros teóricos) con las categorías históricas (los géneros históricos) no
nos parece que pueda ser de orden deductivo: los géneros históricos pose-
TOLKJROV. ( 1970), París, É.d,
du col. •points.. 1976, p. 10 led. Cast.;
Aires. 1982) _
Luis J _ PRIETO. .on Identity Of OfA_rt•, 46 ( 32-33,
¿QUÉ UN GÉNERO
naturales se reproducen biológicamente, se engendran cl uno al otro,
quedando garantizada la unidad dc la especie por la identidad de la car-
ga genética transmitida en el momenco dc la reproducción; por el con-
trario, y hasta que no sc demuestre 10 contrario, los textos no Sc repro-
ducen, no se engendran directamente los unos a los Otros. Dicho de otra
forma, y como Aristóteles ya ha demostrado, en tanto que la constitu-
ción de una clase biológica sc basa en la continuidad de un proceso de
engendramiento, o sea, en una catLsalidad interna, la constitución de una
clase textual es fundamentalmente un proceso discontinuo ligad
o a una
causalidad externa. Dicho de una manera más banal, un texto sólo exis-
te gracias a la intervención de una catLsalidad no textual: existe porque
es producto de un ser humano.
por consiguiente, la relación entre la clasc y cl individuo en ningún
momento podría ser la misma cn los dos casos. Si los objetos naturales
tienen ciertas características comunes, es porque pertenecen a una misma
clase, es decir, que vienen a la existencia a través de una causalidad gené-
tica quc es inherente (a la clase). Por cl contrario, si determinados obje-
ros artificiales pueden formar una clase, es porque poseen ciertas caracte-
risrica5 comunes; y estas características comunes poseen en virtud de
causas ajenas a la clase textual, a saber y concretamente (aunque sin duda
no exclusivamente), a determinadas intenciones humanass. En el caso de
los seres biológicos, la clase ya constituida es la ratio essendi, la causa, a
la vez, de la existencia de un individuo nuevo y de sus propiedades. Pero
no es ése el caso cuando se trata de clases de objetos artificiales, de tex-
tos por ejemplo; una Obra es incapaz de scr causa directa de la existencia
de otra Obra, por consiguiente, la causa de la existencia dc una obra nue-
va y dc Sus propiedades no se encuentra en la clase a la que la vamos a
amalgamar en virtud de sus propiedades. En tanto que la relación gené-
rica biológica va de la clasc al individuo, la relación genérica artefactual
va de los individuos a la clase6_
Esta distinción cn la relación individuo—clase explica la diferencia
evolutiva entre los dos ripos de clases, diferencia puesta ya de relieve por
Tzveran Todorov:
existe una diferencia cualitativa en cuanto al sentido los
nos «género» y según sean aplicados a IOS o a
S Véase James L _ BAITERSBY. aCoded Media A RelMion
X, 3 (1977) pp. 339-362. y Elder OLSON, -On value
Arts•, I (1974). p. 76.
6 Para un estudio más detallado de la importancia del
a conclusión más positiva que mía, RO-
biológica, y que lleva
LLIN, Convention 10 (1981), 127-143.
DE LA IDENTIDAD TExrUAL A LA IDENTIDAD c,ENLRICA
Obras del espíritu. En primer la aparición de un nuevo
piar no de hecho los rasgos de la e:sFcie. Por pro-
piedades dc aquél son enteramente a partir de la de
ésta La acción del organisn-uo individual sobre la evolución de la es-
peciees ran lenta que podemos hacer absrracción de ella en la práctica I .
no ocurre lo mismo en el ámbito del arre o dc la ciencia- La evolu-
ritmo compleramcnte diferente. Toda Obra modifica el
Clon Sigue
conjunto dc los vx•siblcs, cada nuevo cjcmplo cambia la _
Cierto que la descripción dc Todorov, si bien se aplica a ciertas de-
terminaciones genéricas, no se aplica a todas: si considero la clase de to-
das las narraciones en tanto que opuestas a la clasc de todas las repre-
sentaciones, todos los textos de la clasc son equivalentes en relación a la
propiedad retenida, o, dicho de otro modo, sus diferencias individuales
importan tan POCO a la constitución de la clase genérica como las dife-
rencias entre individuos naturales para la constitución de una especie na-
tura]. Y que la descripción de Todorov no ticnc en Cuenta una distin-
ción fundamental que volveremos a encontrar más carde: la que existe
entre términos referidos a relaciones genéricas puramente ejemplificado-
ras (el texto es un ejemplo dc su propiedad genérica) y las referidas a re-
laciones más complejas que, efectivamente, inducen al texto a modificar
las propiedades de la clasc genérica.
pero, dirán, las relaciones genéricas del reino natural son ciertamen-
te ejemplificadoras: ¿no será necesario, pues, admitir que una parce al
menos de los nombres de género en literatura obcdccc a la misma lógi-
ca que la de las clases naturales? En realidad, la relación de ejemplifica-
ción no tiene la misma significación en ambos casos. En el caso de los
organismos naturales, se basa, tal como hemos visto, en la causalidad in-
terna de la clase. En cl caso de la ejemplificación genérica literaria, la
causalidad es externa: si cualquier relato puede ejemplificar de igual
modo su determinación genérica relato, la razón de ello no reside cn una
determinada causalidad textual interna, sino simplemente en la elección,
por parre del autor del relato en cuestión, de una cierta modalidad de
enunciación. Una vida dc Maupassant no posec una estructura narrati-
va porque pertenezca a la clasc de los relatos, o porque haya salido de esta
ciase, sino que Errtcnece a esa clasc porque Maupassant decidió contar
una historia.
Así pues, en los dos regímenes genéricos que provisionalmente hemos
distinguido, la relación de pertenencia que une un texto a su género jamás
es la que une a un individuo con lo que es la causa de Su existencia y dc
sus propiedades. Las clases genéricas son siempre postfestum, cn el sentido
7 Op. cic., p. 10_
UN GENERO LITERARIO?
del acro discursivoS2. La situación no es reducrible a la del célebre pasa-
je de la Odisea en que Ulises cuenca personalmente una parte de Sus
aventuras: el relato de Ulises permanece intercalado en el relato del na-
rrador, es decir, que se sitúa temporal y espacialmente en cl interior del
universo ficticio construido por la narración cn tercera persona (Ulises
cuenta su relato a los fcacios, entre los que se halla en esc momento de
la historia; Homero refiere ese relato de su héroe del mismo modo que
refiere sus demás acciones). Cuando Aristóteles reduce la poesía épica
como tal al modo narrativo, se refiere implícitamente a esc caso normal
de un intercalamiento del modo mimético cn cl modo narrativo, sin
quc los pasajes miméticos pongan en tela de juicio la especificidad del
acto comunicacional global que es el relato. Su teoría es, no Obstante,
incapaz de tomar en consideración el ejemplo dado por Ruth Finnegan,
puesto que Velema Daubitu, el autor ejecutante del poema épico fiyia-
no, practica el modo mixto en el sentido estricto del término: los rela-
tos del héroe no están intercalados en el relato del narrador sino que
man su relevo. El enfoque platónico, al admitir un modo mixto y, por
consiguiente, una expansión de la unidad del cuadro comunicacional,
puede más fácilmente dar cuenta dc esa forma asombrosa que parece ín-
timamente ligada a la Oralidad.
Otro Factor con tendencia a desestabilizar la relación entre las moda-
lidades de enunciación y los nombres genéricos referidos a la literatura
mimética es el de las transmodalizacioncs. De ese modo todo relato pue-
de transformarse en representación. No quiero con ello decir que los
acontecimientos del relato puedan ser representados, sino que cl relato
mismo como acto discursivo puede scr representado, puede dejar de Ser
una narración para tornarse la representación de una narración y esto
por simple encarnación escénica del narrador: tendremos entonces un
poema dramático que consiste únicamente en una imitación de palabras.
La poesía dramática no es. por lo demás, menos inestable bajo este as-
pecro_ Si abordamos el texto como anotación destinada a una represen-
tación teatral, éste será puramente representacional, teniendo las didas-
calia_s una función prescriptiva. Por cl contrario, cuando lo leemos como
Obra literaria, las didascalias, referidas entonces a circunstancias del
mundo ficcional en las que se sitúan los diálogos, adquieren una colora-
ción narrativa. Esta transmodalización de la lectura es mis o menos cla-
ra según la extensión y la naturaleza de las didascalias. Así, cn cl libreto
del Ring de Richard Wagner, las didascalias adquieren una singular pre-
ponderancia, hzsra el punto de formar una voz cuasi-narrativa que ca-
ractcriza los acontecimientos del mundo ficticio, e incluso los estados
anímicos, los pensamientos íntimos de los personajes, lo mismo que el
32 Véase pp. 171-172.
DE LA IDENTIDAD A LA IDENTIDAD GENÉRICA
decorado, los comportamientos o la mímica de los actores. Esta trans-
modalización es todavía más extrema en Acro sin palabras, que, como ya
he dicho, consta únicamente de didascalias y puede, pues, ser leído fá-
cilmente como texto narrativo. Por el contrario, la ausencia casi com-
pleta de indicaciones escénicas cn las obras de Corneillc o de Racine tor-
na la transmodalización improbable.
Cabe asimismo preguntarse si la distinción entre las personas grama-
ticalcs cn cl relato, es decir, la distinción cntrc relato en primera persona
y relato en tercera persona, puede estar ligada al problema de la trans-
modalización. Un relato cn primera persona puede sin duda pasar fácil-
mente al modo dramático: para esto basta que tenga un enunciador físi-
co efectivo, o sea, que se trate de un relato oral, y que ese enunciador
efectivo se desdoble por medio de un enunciador supuesto. Tal es el caso
en el ejemplo dado por Ruth Finnegan- Algo semejante ocurre en Otros
poemas épicos orales que ésta refiere y que dc principio a fin aparecen cn
primera persona, identificándose el ejecutante con el héroe: nos halla-
mos aquí en el modo dramático puro puesto que los auditores conside-
ran que el ejecutante imita al héroe". Dicho dc otro modo, el relato ho-
modiegético con enunciador ficticio o fingido no tiene el mismo estatus
en literatura oral que en literatura escrita: cuando Icemos memorias fic-
ricias, leemos una narración; por el contrario, cuando el auditor escucha
a Velcma Daubitu contar en primera persona las hazañas de su héroe mí-
rico, nos hallamos en modo cuasi representacional. En cuanto al relato
en tercera persona, también puede, tal como hemos visto, sufrir una
transmodalización, que sc producc por simple encarnación física, oral,
del narrador que desde ese momento deviene un personaje dramático
que enuncia, bajo la forma de un monólogo dramático un tanto pecu-
liar, una historia acaecida a un tercero. Es preciso, evidentemente, ahí
también, que exista distinción entre el enunciador oral efectivo y el
enunciador supuesto: un autor que Ice su propia obra no la hace pasar al
modo representacional, a menos que no se dé la presencia de un narra-
dor ficticio. Cuando Thomas Mann Ice Los Buddenbrook, la situación es
la de un autor que lee su Obra; por el contrario, cuando lee Doctor Faus-
m, sc identifica con el narrador ficticio Zeitblcu)rn y, desde ese momen-
ro, la situación comunicacional es asimismo la (ficticia) de un actor que
encarna en un personaje. De hecho, la distinción entre relato en pri-
mera persona y relato en tercera persona no me parece tener más que una
pertinencia relativa a nivel enunciativo: todo relato, cn tanto quc cs
enunciado, lo está cn primera persona. La distinción genérica en cues-
tión se refiere al nivel sintáctico y semántico del texto, pero no al nivel
enunciativo: aquí la verdadera distinción pertinente me parece que es la
117-118.
¿QUÉ ES UN GENERO
que se da entre el relato sin enunciador delegado y el relato con enun-
ciado r delegado
En todo caso, y para volver a la cuestión de modalidades de enun-
ciación, parece evidente que su distinción no recubra automáticamente la
que se da entre poesía narrativa y poesía dramática, la cual establece dife-
rencias de comunicación irreductibles al simple nivel discursivo: ejemplo,
entre otros, de la irreductibilidad de la mayoría de los nombres genéricos
a distinciones que dependen de un solo nivel del acto verbal.
2. El nivel de destino
Utilizamos el término destino en el sentido de «dirección», es decir,
cn tanto en Cuanto designa el polo del receptor al que se dirige el acto
discursivo; nos reservamos por el contrario el para cl ob-
jetivo perseguido, el destino cn el sentido de «empleo». El polo dc des-
tino interviene de diferentes formas en la diferenciación dc los nombres
genéricos:
a) La primera distinción pertinente es entre mensaje con desrinarario
determinado y mensaje con destinatario indeterminado. Una carra se diri-
ge a un destinatario determinado, lo mismo que si fuera una oración. un
panegírico, un epigrama, etcétera- Por cl contrario, la mayor parre de los
géneros ligados a prácticas discursivas lúdicas tienen destinatarios inde-
terminados; cualquier receptor efectivo es al mismo tiempo destinatario.
Por supuesto, existen también actos discursivos no lúdicos que se dirigen
a destinatarios indeterminados; esc es el caso de la mayor parte de los ac-
tos discursivos en los medios de comunicación dc masas. También es
cierro que uno de los rasgos que distinguen la intencionalidad de los ac-
ros discursivos serios de la de los accos discursivos lúdicos reside en cl he-
cho de que en el primer Caso distinción entre cl destinatario y el re-
cepcor efectivo puede ser pertinente, mientras que en el segundo Caso no
lo es. Así, las inscripciones reales babilónicas, enterradas en las ba_ses del
templo, se dirigían únicamente al dios al que el templo había sido Con-
sagrado y al rey de tiempos futuros que tuviera la voluntad de recons-
truirlo: los arqueólogos que las descifran en la actualidad se encuentran
en una situación de no destinatarios fuertemente marcada. Del mismo
modo, cl Enúma elif, epopeya babilónica dc la Creación, era leída no a
los fieles sino al mismo dios: los fieles sólo eran los testigos de una co-
municación que se dirigía directamente al dios»4. Por poner un ejemplo
34 La parís.
1 970, pp I GO y 241 [ed. La antigua
Madrid,
DE LA IDENTIDAD TEXTUAL A LA IDENTIDAD GENÉRICA
muy corriente, cuando leemos una correspondencia privada que sc ha
hecho pública —por ejemplo las cartas de Sade a su mujer, o las dc Flau-
bert a su madre—, nos encontramos en una situación de receptores no
destinatarios. Claro está, cuando los epistológrafos
son escritores, la si-
cuación es todavía más ambigua- Así, las cartas dc Diderot a Sophic VCE
llant son ciertamente privadas, pero sabemos que Sophie leyó al menos
algunos pasajes en público, y que Diderot tuvo conocimiento de este he-
chor Otros intercambios epistolares de escritores o de hombres públicos
están destinados a su futura publicación. A veces, incluso cl destino pri-
vado o público, indefinido o definido son concurrentes, como las Epis-
rolas dc Horacio, dirigidas a la vez a un destinatario determinado y a un
público indeterminado". Podemos encontrar la misma dualidad en la
carra abierta: cl destinatario indeterminado que es cl público es muy a
menudo cl único destinatario efectivo, el destinatario determinado (que
puede un colectivo) ya no es más que el punto de mira.
b) Una segunda distinción que hay que tener en cuenta es la de en-
tre destino reflexivo (el emisor se dirige a sí mismo) y destino rransiritn (el
emisor se dirige a un tercero). La situación de destino transitivo es evi-
dentemcntc la constelación comunicacional normal, pero ciertos géne-
ros van ligados a la situación de destino reflexivo: el diario íntimo, cier-
ras variantes de la autobiografía, Como por ejemplo las autobiografías
piadosas que eran concebidas como un ejercicio moral no dirigido a una
tercera persona, los exámenes de conciencia, etc. Incluso así, cuando la
intención literaria, por tanto pública, se superpone a la intención priva-
da, cl destino reflexivo sc convierte, de hecho, en algo simplemente re-
presentado, simulado: entre Samuel Pcpys que escribe su diario utilizan-
do un código secreto para evitar que un tercero pueda descifrarlo y Gide
que escribe el suyo pava publicarlo, todas las situaciones intermedias son
posibles, como lo ha demostrado Jean RoussetM', que distingue una
gama dc posiciones del destinatario: el autodestino (caso «normal»); cl
pseudodestino (George Sand cuando escribe: «iHijos míos, no sabéis
cuánto os quiero!•); el destinatario privado como lector potencial (una
vez más George Sand en relación con Musset); cl lector privado autori-
zado pero no destinatario (Anais Nin que permite a Henry Miller y a
Las de Horacio, al menos en nada que los pro-
fon-nal (según la expresión de Michal decir,
Su utilización de la fornu epistolar es lúdica: de esta la ar-
ta 20 es una Carta fwticia. que Horacio finge dirigirse a Su propio libro_ Las
didácticas. fom de exposición filosófica IOS epicúreos, la
misma mimesis
ROUSSET. .Lz intime, re.Xte sans 56 (1983),
pp. 435443.
QUÉ ES UN GENERO
último, pueden ser de la especificidad de un marco discursivo Esta
plurifuncionalidad no tiene por qué sorprender, puesto que, en literatura, la
estructura sintáctica —el texto, en el Entido literal del la única
realidad del mensaje, a través de la cual se aprehenden todos los demás ni-
veles y, por canto, a través de la cual el acto comunicacional global
(re) construido.
E segundo punco concierne a la Kicrza identificativa dc de
géneros: su grado no es, por supuesto, siempre el mismo. Si algunos nombres,
como relato, drama, soneto, carta, fábula. determinan con bastante
precisión su extensión (por razones a veces opuestas; en virtud de su estatus
muy general en el Caso del relato, por ejemplo, y a la inversa, en razón de su
estaru_s ran circunscrito al tiempo y al esF:acio para el cas) del Lu), otros reve-
lan, al contrario, un manejo muy delicado, corno, ejemplo, el término
nouvelle (novela corta) , que es muy dificil de distinguir del de en cicr•
tos enntextos, o del de not,rla (Stendhal califica Cartuja Parma de nau-
vele); lo mismo ocurre con la short ston (novela corta) anglosajona, término
(y género) difícil de diferenciar de sketch y de tale, y este último, a su vez, cn
algunos contextos es también muy dificil de distinguir dc ronuznce o notr157.
Encontramos la misma indeterminación, al menos diacrónicamente, en cl
caso de mman (novela): en la Edad Media, el término no identificaba con
el mismo «género» de textos que en el siglo XIX, por ejemplo.
¿Por qué existe esta diversidad en la fuerza identificativa los nombres
de género? Sin duda por varias razones. Algunos nombres han cambiado va-
rías veces, unos cuantos de forma radical, de criterios de identificación y dc
aplicación en el transcurso dc su historia; ahora bien, a partir del momento
en el que los criterios de identificación cambian, ya no hay razones para que
exista un parentesco único entre todos los textos reagrupados bajo el mismo
nombre. Esto provoca a veces situaciones curiosas, como la del padre Rap•
que, inspirándose en Horacio, concede un lugar canónico a lo que él llama
sátira, colocándola a continuación de la epopeya, de la tragedia y de la co-
media; mientras que Horacio se refería al drama satírico, Rapin piensa en las
sátiras dc Juvenal, es decir que Se pasa de un género definido modal y terná-
ticamente (representación dramática, una mezcla de elementos trá;icos y có-
micas) a un género definido solamente dc forma temática y sobre codo, que
este componente temático no tiene nada que ver Con la primera sátira (las
sátiras de Juvenal tienen vocación de denuncia, mientras que IOS có-
micos de los dramas satíricos son de entretenimiento").
57 Véase Klaus LUBBERS. Typologie
1977, y Mu-y-l.oui_sc PRAT¯r,
Short of 10, 2-3 (1981). pp 175-194
René RAPIN, de
[16751. 1970, p. 126_
[A IDENTIDAD TEXTUAL A LA IDENTIDAD GENÉRICA
Por Otra parte, la función unívoca que hasta ahora he dado por supues-
ta a los nombres de géneros, la dc scr términos puramente clasificatorios,
no tiene en cuenta su complejidad pragmática. nombres de géneros es-
tableados las funciones más diversas, ya que son el producto de cir-
cunsrancias e intenciones totalmente dispares: tratarlos únicamente como
nombres de clases que Obedecen a una función común, la de clasificarlos,
sería dar una imagen demasiado simple de su estatus comunicacional. La
nominación genérica posec únicamente un carácter autorreferencial, cn el
sentido de que implica un componente de decisión: cuando Hopkins, en
sus curral sonners, reemplaza los dos cuartetos por dos tercetos, infringien-
do la regla, aparentemente inmutable. de los catorce versos, continúa iden-
tificando Sus Obras con el nombre de sonero, transformando, al mismo
ticrnpo, la «definición» dc soneto o, al menos, haciéndola menos opresiva:
la regla de los dos cuarteros convierte en facultativa. Por tanto, la_s defi-
nes genéricas y los criterios que de ellas se desprenden son, en
casos, dc decisión y no procedimientos descriptivos.
diversidad funcional de las denominaciones genéricas aparece so-
bre todo a partir del momento en el que existe una diferencia entre las
identificaciones genéricas que hace cl propio escritor y las que se deben
a los críticos, teóricos y más ampliamente al uso lingüístico anónimo.
Por decirlo dc otra forma los móviles de identificaciones genéricas «au-
tócronzs• están lejos de ser reducibles a las identificaciones «exógenas»:
clasificatorias o prescriptivas (o las dos a la vez) en el segundo caso, Obe-
decen a menudo a estrategias más complejas cn el caso dc un «bautismo»
del autor. Formando generalmente parce dcl aparato paratcxcua159 (cíiu-
lo, prólogo, advertencia al lector, etc.), su función es esencialmente prag-
mítica: regla de lectura, pero también, sobre todo en épocas en las que
las teorías exógenas tienen una fuerte influencia sobre la institución litc-
raria, una tentativa dc legitimación de la práctica literaria del escritor.
Todos los escritores no comparten necesariamente la flema de Plinio el
Joven en Su carta a Paternus: "Pienso llamar endecasílabos a esas bagate-
las que he escrito, no refiriéndome a otra cosa que al metro escogido. Tú
puedes llamarlos epigramas. idilios, églogas, o (como lo hace mucha gen-
te) poemas [poematia], o como más guste: yo sólo los llamaré endeca-
saabos•60. Especialmcntc en la época del clasicismo francés, como ya he
comentado, la elección de una denominación genérica no era una deci-
Sión inocente: la «ascensión. del Mio Cid del estatus de tragicomedia al
de tragedia era una cuestión dc pulso entre un autor y una institución,
más que el resultado de un estudio progresivo dc criterios de análisis y
cit.
PLINIO EL JOVEN. L-tms, IV, 14, reprcducido en D, A _ y M _ WIWE_RBOT-
Oxford, Universiry press. 1972. p. 429 _
ES UN GÉNERO LITERARIO;
dc clasificación (sería más bien 10 contrario: la denominación de tragico-
media permitía identificar una especificidad del Mio —la ausencia dc
catástrofe final— que la denominación anterior de tragedia neutralizaba).
Así, el hecho de que un texto adquiera una cierta denominación genéri-
ca no implica automáticamente que las reglas efectivamente aplicadas, o
los rasgos que presenta, sean reducibles a las asociadas hasta mo-
mento al nombre genérico escogido. Sería fácil enumerar novelas que no
llevan esc título más que por prudencia legal, ya que se trata de auro-
biografías (no de ficción); la autodesignación de una obra puede anular
su estatus intencional y comunicacional rea161
La conclusión general que impone este análisis de los referentes de IOS
nombres es bastante fácil de enunciar: es inútil que esperemos encontrar
una identidad en la selección de niveles textuales pertinentes contenidos
en ellos, y eso aun poniendo entre paréntesis la variedad de funciones
que asume la identidad genérica, es decir, incluso teniendo en cuenta
únicamente, como es legítimo desde nuestro punto de vista, su función
cognitiva. ¿Quiere eso decir. por tanto, que el vasto campo de los nom-
bres de géneros esté prisado de toda diferenciación interna pertinente?
Ya trataremos esta cuestión más adelante. Por el momento, sólo nos in-
teresa una conclusión: desde el punto de vista genérico, la única identi-
dad textual que existe es la relativa al nivel del mensaje transmitido por
el nombre de género. En la aparente sencilla relación entre un texto y su
género se entremezclan otras más complejas y heterogéneas entre diver-
SOS aspectos dc actos comunicacionales y de relaciones textuales, diversas
formas de identificar el texto y diversos nombres de géneros: decir de un
texto que es un sermón y dc otro que es un soneto no significa simple-
mente que los clasifiquemos en dos géneros diferentes sino en criterios
de identidad textual diferentes: acto comunicacional en el primer caso,
Organización formal cn cl segundo. Del mismo modo, decir dc tal o cual
poema que es un soneto y un poema de amor, es abordar el mismo tex-
to según dos criterios de identificación diferentes, un criterio formal y
un criterio semántico. Talemos que añadir que cn ninguno de los ejem-
plos que hemos encontrado la identidad genérica puede Supe ncrsc al
texto como totalidad sintagmárico-semántica; nunca sc iden
el rex-
to total por un nombre de género, sino todo lo más como un acto co-
municacional global o una forma cerrada —lo que, como hemos visto, no
es lo mismo, ya que el texto es la realización del acto y la forma un as-
pecto del texto.
61 Respecto a tema, véase LEJEUNE, 1986,
pp. 37-72,
111
Identidad genérica e historia de los textos
LA OBRA DE PIERRE MENARD
La dificultad del problema de la identidad genérica de las Obras lite-
rarias no se debe únicamente al hecho de que los textos sean actos sc-
mióticarncnre complejos, va también ligada al hecho de que las Obras,
tanto orales como escritas, tienen un modo de ser histórico. Todo acto
dc lenguaje es contextual y sólo sc accede a su realidad plena si podemos
anclarla en ese conrexro_ En el caso de obras literarias, y dando a esta pa-
labra el más amplio sentido de monumentos y de documentos de habla
más allá de su emisión inicial (lo que incluye prácticamente todo acto
comunicacional escrito y un cierto número de actos orales), la diferencia
dc contextos cn los que dos obras literarias identificadas con el mismo
nombre de género se han generado, pero también la multiplicidad de
contextos en los que una misma Obra puede ser reactivada, constituyen
dos factores con los que hay que contar cuando se plantea la cuestión de
la identidad genérica.
Pongamos el ejemplo de «Pierre Menara, autor del Quijote» de Bor-
. Sabemos que entre las Obras de este escritor francés se encuentra un
nto que, según cl autor argentino, «se compone de los capírulos
IX y XXXVIII de la primera parte del Quijote y de un fragmento del Ca-
pítulo XXII' 1. Borges insiste en el hecho dc que Menard no realiza una
transposición: su héroe no es un Quijote contemporáneo, sino más bien
cl Quijote de Cervantes. Sin embargo, no podemos hablar dc una copia
de la obra de Cervantes, sino dc un texto autónomo, aunque coincida
apalabra por palabra y línea a línea* con la novela de Cervantes. Tene-
mos pues —al menos cn los fragmentos realizados por Menard— dos tex-
tos sintácticamente indiscernibles y, sin embargo, dos obras de arte dis-
tintas. Las diferencias son múltiples. Borges nos revela que el texto de
Menard es mucho más sutil que cl de Cervantes: «Cervantes opone gro-
seramente la pobre realidad provincial de su país a la ficción caballeres-
ca; Menard, por cl contrario, escoge como "realidad" el pais de Carmen
durante el siglo de la batalla de Izpanto y dc Lope dc Vega. Com-
parar cl Don Quijote de Menard al de Cervantes es una revelación, Este
último, por ejemplo, escribe (Don Quijote, primera parte, capítulo IX):
" la historia, madre de la verdad, émula del tiempo, sedimento de las
J. L BORGES. francesa c Ibarra, parís,
1957. p. Casta: Madrid, Alianza,
2 p. 67