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Carmen Mc Evoy.
Uno de los momentos más importantes de mi carrera como
historiadora ocurrió en setiembre del 2002 en la Biblioteca
Nacional de Santiago de Chile. Hacía poco que había llegado
a esa ciudad para investigar los aspectos ideológicos de la
Guerra del Pacífico, desde el punto de vista de los
vencedores. Mi colega y amigo Rafael Sagredo tuvo la
gentileza de presentarme al historiador Sergio Villalobos.
Luego de tomarnos un café este me acompañó al archivo y A propósito de “Epopeya”, los Retos y
oportunidades de los peruanos en el siglo
me sugirió que revisara la colección "Benjamín Vicuña XXI.
Mackenna". Se va a sorprender con lo que va a encontrar
ahí, me dijo Villalobos, y efectivamente así fue. No voy a entrar en detalles sobre la cantidad de
documentos peruanos que guarda ese archivo porque no viene al caso discutir un tema que
sería motivo de otro artículo.
Lo que quiero compartir con ustedes fue el impacto que me causó encontrar la libreta de
cuentas de la primera ambulancia destacada al sur perteneciente a un cirujano peruano de
apellido Durán. Lo más interesante de este documento es la anotación que aparece de puño y
letra del comandante chileno Pedro Pablo Toledo. En ella el oficial explica la manera como la
libreta llegó a sus manos. Fue encontrada, luego de la batalla de Tacna, en una de las
trincheras peruanas, donde probablemente Durán falleció. Desde ese momento Toledo
convierte a la libreta del cirujano peruano en una suerte de trofeo de guerra, empezando a
hacer sus propias anotaciones, entre ellas la cantidad de leguas recorridas por el ejército
chileno y los lugares por los que fueron atravesando antes de llegar a Lima.
La pequeña libreta azul de hojas cuadriculadas que por algunos momentos tuve entre mis
manos y que me provocó tantas y tan variadas emociones se convirtió para mí en el símbolo de
la Guerra del Pacífico. De ese relato crudo de una experiencia cruel y dolorosa, compartida por
chilenos, peruanos y bolivianos.
Estudiar la guerra, desde el punto de vista de Chile, ha sido, sin lugar a dudas, una de las
decisiones más acertadas de mi carrera profesional. No sólo porque me ha permitido
trascender el provincialismo de la historia nacional y establecer relaciones sólidas, tanto
académicas como amicales, con nuestros vecinos sino porque mediante el estudio sistemático
de infinidad de fuentes he aprendido a conocer muy bien la historia de Chile y he superado así
un trauma que es el resultado directo de la ignorancia.
Para evitar que la guerra interfiera con el presente hay que
convertirla en pasado, es decir en reflexión histórica. Las
preguntas que han motivado mi análisis no tienen que ver
con la "epopeya" –una palabra que nos atrapa en las
prácticas y en el lenguaje nacionalista del siglo XIX–sino con
el proceso de construcción del Estado nación en Chile. Solo
ubicando a la Guerra del Pacífico dentro de un gran arco
histórico que se inicia con la Independencia y tiene un corte
importante en el enfrentamiento con Bolivia y el Perú será
posible entender el verdadero significado que aquella
encierra. Tanto en el discurso de sus operadores ideológicos
(entre quienes destaca la Iglesia chilena) como en las
prácticas radicales (por no decir brutales) de sus
vanguardias político-militares y económicas.
Isidro Errázuriz, quien entendió muy bien cuál era la
verdadera esencia de la guerra para su país, señaló en uno
de sus discursos que el conflicto con Bolivia y Perú había
significado "el engrandecimiento nacional", la "entrada de la
República a la edad viril" y su participación en la comunidad
internacional "con sus pasiones e intereses, sus zozobras y
grandezas, sus solidaridades y antagonismos" .
El siglo XIX, homogeneizador y previsible, no fue nuestro,
sino de Chile. La simplicidad de su cultura, en comparación
con la milenaria del Perú, junto a una geografía que no
ofrecía mayores desafíos, les permitió a nuestros vecinos
construir un Estado-nación de acuerdo al libreto
republicano- nacionalista. Dentro de ese contexto hay que
ubicar su victoria en la guerra. Nosotros proseguimos con
nuestra búsqueda a lo largo del siglo XX y hoy nos
encontramos con un siglo XXI en el que esa diversidad y Historia. Miguel Grau y los héroes
complejidad que fue la "traba" para nuestra "modernidad" anónimos de la guerra con Chile. Carmen
es ahora el insumo más preciado para triunfar en un mundo Mc Evoy plantea apropiarnos de la guerra,
diverso y globalizado. reescribir su historia.
Partiendo de esa premisa es posible asegurar que el siglo XXI será del Perú. Dicho esto creo
que la "censura" del programa de Televisión Nacional Chilena, Epopeya, es un gran error
estratégico de nuestra parte. Pienso que ver esa serie nos permitirá no sólo exorcizar nuestros
propios fantasmas sino observar cuán atrapado está Chile en el viejo discurso republicano-
nacionalista, que le fue tan útil en el siglo XIX y ahora se convierte en una suerte de trampa
mental (e incluso diplomática) para enfrentarse a los inmensos desafíos del siglo XXI.
Por otro lado, como fue en el caso de la competencia por el nombre del pisco, la serie
estimulará, a no dudarlo, la producción historiográfica nacional. Uno de mis mayores orgullos
como peruana y como historiadora es comprobar el alto nivel que ha alcanzado nuestra
profesión. Estoy convencida de que para el 2009, año del 130 aniversario de la declaratoria de
la guerra, nuestros historiadores jóvenes nos sorprenderán con muchísimos trabajos que
indudablemente ofrecerán una visión mucho más completa que la de esa serie de TVN que
tanto nos preocupa.
Reflexiones. Carmen Mc Evoy y su
interesante pensamiento de historiadora.
Confía en que los jóvenes ofrezcan una
visión más completa de la guerra.
El Perú, un país que fue imperio, cabeza de virreinato y por ello es el producto de una compleja
y sofisticada cultura milenaria, no necesita que le construyan escudos protectores y menos si
ellos van a reforzar el viejo argumento de nuestra inferioridad cultural. Si el Perú existe, a
pesar de todos los inmensos desafíos que ha debido enfrentar, entre ellos la Guerra del
Pacífico, es justamente porque posee un bien que es inexpropiable porque es intangible.
La verdadera riqueza del Perú, además de su gente, sus minas, sus ríos, sus valles y sus
montañas, reside en su cultura y en su diversidad. Manuel Pardo siempre se sorprendía ante
"las rápidas convalecencias del Perú". Un país viejo capaz de exhibir esos procesos asombrosos
que, como en el caso de la Reconstrucció n Nacional, no han sido valorados en toda su
magnitud. Cuando Eugenio María de Hostos llegó al Perú en 1871 se maravilló de un país tan
rico como el nuestro con "una gran vitalidad social". En el Perú, de acuerdo con el patriota
puertoriqueño, existían "todas las frutas de todas las zonas, todas las flores de todos los climas,
todos los cereales de todos los países, las variedades más inesperadas de algunas plantas
familiares, los pájaros más y menos brillantes de los trópicos y de las altiplanicies de los Andes.
Toda esa abundancia y diversidad en medio del negro, ya manumiso o ya libre, del chino, del
hombre primitivo peruano, del mestizo y del europeo". Confiemos en nuestra fuerza interior,
que es el producto de una identidad compleja, difícil pero extraordinaria, la que nos viene
nutriendo desde hace miles de años. No demos pie para que se siga dudando de nuestras
capacidades y utilicemos esta oportunidad que nos ofrece la vida para apropiarnos de la
guerra, reescribiendo su historia, tal como lo hizo el comandante Toledo con la libreta azul de
nuestro compatriota caído en Tacna, Durán. Esa debe ser la respuesta de la historiografí a
peruana a la Epopeya de TVN.