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Mons.

Adolfo González Montes


Iglesia para la misión
Mons. Adolfo González Montes
Obispo de Almería

Textos magisteriales 15 Iglesia para la misión


Carta pastoral
Almería
2019
Iglesia
para la misión
Mons. Adolfo González Montes
Obispo de Almería

Iglesia para la misión


Carta pastoral ante el nuevo
Plan pastoral 2019-2023

Almería
2019
Portada
La entrada de Cristo con sus discípulos en Jerusalén (Detalle)
Óleo sobre lienzo
Van Dyck (1617)
Museo de Arte de Indianápolis
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Índice general

Capítulo primero
Memoria del camino recorrido para
introducir el nuevo Plan pastoral
1. Los planes pastorales al servicio de la acción pastoral de la
comunidad eclesial [1-2] ....................................................................................................... 11
2. Los objetivos más recientes y la constancia en lograr su
reali zación [3-4] ............................................................................................................................ 14
3. La promesa de Jesús alienta la vida de la Iglesia y estimula
el logro de los objetivos de su misión [5-6] ....................................................... 16

Capítulo segundo
La misión es mandato de Cristo a la Iglesia
1. La misión es evangelización, pero ¿qué es evangelizar? [7-10] ... 21
2. Tomar conciencia de la misión como identidad y tarea de
la Iglesia, conmemorando la Carta apostólica «Maximum
illud» de Benedicto XV [11-16] ..................................................................................... 26
a) Cien años de la historia misionera para seguir en la frontera
de la evangelización [11-13] ...................................................................................... 26
b) Las Obras Misionales Pontificias al servicio de la evangeliza-
ción [14-15] ................................................................................................................................. 30
c) Preparación del clero nativo para las jóvenes Iglesias [16] ...... 32
3. Necesaria colaboración del laicado, porque la misión es obra de
la entera Iglesia de Cristo [17-18] ................................................................................ 34

Capítulo tercero
Evangelizar y bautizar para que todos se salven
1. Comunicar y hacer partícipes de los beneficios de la Reden-
ción [19] .................................................................................................................................................. 41
2. La necesidad universal del bautismo para la salvación: ¿una
tesis teológica relativizada o contenido indeclinable de la fe de
la Iglesia? [20] .................................................................................................................................... 43
8 Índice

3. La cuestión del bautismo de los niños y la urgencia de atención


pastoral específica a las nuevas situaciones [21-23] ................................ 45
4. La Obra Pontificia de la Infancia Misionera [24-25] .............................. 50

Capítulo cuarto
Crisis y apología de la misión cristiana
1. Breve recordatorio histórico: las misiones cristianas y los
comienzos de la aventura ecuménica de las Iglesias [26-31] .......... 55
2. La teología del pluralismo de las religiones y consiguiente crisis
de las misiones: ¿Se mantiene el deber de evangelizar? [32-36] ..... 62
3. Llamada a la unidad de la fe y reafirmación de la necesidad de la
misión cristiana por la encíclica «Redemptoris missio» [37-39] ... 69

Capítulo quinto
Anunciar a Cristo y proponer
la vida cristiana hoy
1. La proclamación del Evangelio excluye el proselitismo y se
media en el amor de los cristianos [40-45] ........................................................ 77
a) Proclamar el Evangelio sin proselitismo [40-43] ................................ 77
b) La mediación del anuncio en el testimonio del amor: el
alcance evangelizador de la unidad de los cristianos [44-45] 80
2. La Iglesia, sujeto de la evangelización para dar a conocer
a Cristo [46-48] ................................................................................................................................ 84
3. El reto de un tiempo difícil y nuestro: el programa «Bautizados y
enviados» del Papa Francisco [49-50] ..................................................................... 87

Conclusión [51] ................................................................................................................................ 91


Siglas ................................................................................................................................................................... 95
Capítulo 1
Memoria del camino recorrido
para introducir el nuevo Plan pastoral
1.
Los planes pastorales al servicio
de la acción pastoral de la comunidad eclesial

Queridos sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, y fieles laicos:


1 Los planes pastorales son un instrumento al servicio de la ac-
ción pastoral de la comunidad eclesial de una diócesis, y de hecho
así han sido concebidos y ofrecidos a los sacerdotes y diáconos, y
con ellos también al conjunto de agentes pastorales que colaboran
con aquellos que el Señor puso al frente de la comunidad como
pastores de la grey: el Obispo diocesano y su presbiterio.
Se trata, por lo demás, de un instrumento que nunca puede abar-
car todo cuanto es preciso hacer y desarrollar en la acción pastoral
de la Iglesia diocesana, porque en los planes pastorales lo que se
pone en juego son aquellas preferencias y también urgencias que
resultan del análisis de la propia situación de la Iglesia diocesana,
teniendo presentes los grandes objetivos de la Iglesia universal en
cuyo seno se inserta la Iglesia particular.
Ningún plan pastoral puede situarse al margen de la acción pas-
toral y evangelizadora de la Iglesia universal. En este sentido, a la
hora de proponer un plan pastoral para la Iglesia diocesana no po-
demos ignorar el marco operativo de la acción pastoral propuesto
por el Sucesor de Pedro para toda la Iglesia, y este marco está dado
en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 noviembre
2013) del Papa Francisco. La exhortación apostólica aparecía poco
después de haber propuesto a la diócesis el nuevo Plan pastoral pre-
parado a finales de 2012, impreso a comienzos de 2013 con el título
«Evangelizar para que crean. Plan pastoral diocesano 2012-2016»
(Almería 2013). La presentación «Pautas para un Plan pastoral»1

1
Obispado de Almería, Evangelizar para que crean. Plan pastoral de la Igle-
sia diocesana de Almería 2012-2016. Objetivos y acciones (Almería 2013) 11-28.
12 Memoria del camino recorrido para introducir el nuevo Plan pastoral

tenía fecha de 30 de diciembre de 2012, y tenía por objetivo ayudar


a su lectura, recepción y puesta en práctica.

2 El Plan puesto en marcha en 2013, tercero de los planes pastora-


les desde el comienzo de mi ministerio episcopal en Almería, fue
ampliado teniendo en cuenta los objetivos de la exhortación Evan-
gelii gaudium, lo que me llevó a redactar la Carta pastoral «Evange-
lización y acción pastoral» (2015)2, cuyo objetivo fundamental era
la propuesta de afrontar el reto de la nueva evangelización teniendo
en cuenta las orientaciones que sugería el comienzo del nuevo pon-
tificado romano. En la concepción y redacción de esta carta tuve,
pues, presente la exhortación apostólica del Papa Francisco, que ve-
nía a prolongar con estilo y sensibilidad propios las reflexiones que
habían motivado la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo
de los Obispos, celebrada del 7 al 28 de octubre de 2012. El Sínodo
se había ocupado de la difícil cuestión de nuestro tiempo: la evan-
gelización de una sociedad que se aleja de la tradición cristiana. De
ahí el tema de la asamblea elegido por el Papa Benedicto XVI: «La
nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana». Los
Lineamenta aparecieron un año antes de su celebración, para su
estudio, preparación y aportaciones a la Relatio con la que se abren
las sesiones sinodales3.
Según lo que acabamos de decir, el Plan pastoral 2012-2016 es-
tuvo orientado a afrontar el difícil reto de la nueva evangelización,
siguiendo tanto las reflexiones a las que nos llevó el Sínodo de los
Obispos de 2012, que se plasmaron en la lista final de las proposi-
ciones que los Padres sinodales presentaron al Papa; como prestan-
do la mayor atención a la orientación que nos ha puesto delante la

2
Mons. A. González Montes, Evangelización y acción pastoral. Programa
para una Iglesia diocesana renovada» (5 abril 2015): Boletín Oficial del Obispado
de Almería [BOOA] XXIII/4-6 (2015) 154-212.
3
Sínodo de los Obispos / XIII Asamblea general ordinaria, La nueva
evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Lineamenta (Ciudad del Va-
ticano 2011).
Iglesia para la misión 13

Exhortación Evangelii gaudium de Francisco, a modo de progra-


ma pastoral para toda la Iglesia. El marco histórico-espiritual nos
lo brindaban dos importantes acontecimientos eclesiales: de una
parte, los aniversarios de la clausura del II Concilio del Vaticano
cincuenta años atrás, y los veinte años transcurridos desde la pro-
mulgación por san Juan Pablo II del Catecismo de la Iglesia Cató-
lica. Ambos acontecimientos dieron lugar al Papa Benedicto para
promulgar el Año de la Fe mediante la sustanciosa Carta apostólica
Porta fidei (11 octubre 2011).
2.
Los objetivos más recientes
y la constancia en lograr su realización

3 Al situarnos en el nuevo pontificado del Papa Francisco que en-


tonces comenzaba, quise recapitular lo previsto en el plan y las nue-
vas aportaciones en algunos núcleos temáticos que han vertebrado
el conjunto de los planes pastorales en la carta pastoral «Evangeli-
zación y acción pastoral» (2015). En ella decía:

«Sin olvidar los diversos objetivos específicos que los planes han queri-
do tener presentes, hay tres núcleos de particular importancia: 1) la reno-
vación de la iniciación cristiana y de su ordenación pastoral, más ajustada
a la doctrina de la fe y a la urgencia de su puesta en práctica; 2) la pastoral
del matrimonio y de la familia, y defensa de la vida; y 3) el apostolado
laical y compromiso de los fieles cristianos en general de lograr una pre-
sencia pública de la Iglesia en la sociedad, dentro del contexto cultural de
nuestro tiempo, que haga realidad la evangelización de amplios sectores
sociales que se han alejado notablemente de la Iglesia»4.

A continuación, explicaba en la carta que, con estos núcleos, se


hallan presentes en los planes pastorales desde el primero que pro-
puse a la Iglesia diocesana, el Plan pastoral 2003-2006 «Caminar
desde Cristo» (20 diciembre 2003) los temas relativos a la necesaria
renovación espiritual y pastoral del ministerio sacerdotal y la pas-
toral de la Eucaristía. Esta última propuesta pastoral referida a la
Eucaristía ha tenido en cuenta tanto la necesidad permanente de
fidelidad a la celebración litúrgica, conforme a la mente y norma
de la Iglesia, como su frecuencia y la ordenación del consiguiente
calendario de su celebración parroquial.

4
Evangelización y acción pastoral, n. 4: BOOA XXIII/4-6 (2015) 162-163.
Iglesia para la misión 15

4 El otro tema de importancia ha sido la catequesis y la formación


cristiana. La catequesis, teniendo en perspectiva la renovación de
la pastoral al servicio de la iniciación cristiana; y, por tanto, al ser-
vicio de la pastoral sacramental, pero también y de manera muy
marcada en nuestros planes al servicio de los agentes de pastoral,
particularmente de los laicos y las religiosas que colaboran con los
sacerdotes; y, finalmente, al servicio de la apropiación personal de
la fe profesada, más consciente y razonablemente asumida, por los
fieles. Todos ellos objetivos de fundamental importancia para la
evangelización, que es misión compartida por todos los bautizados.
Es decir, se ha tratado de tener en cuenta que al anuncio del
evangelio («primer anuncio») sigue la instrucción en la fe, necesaria
para la recepción personalmente consciente de los sacramentos de
la iniciación cristiana, diversificando el tratamiento propio del ca-
tecumenado de adultos de la catequesis de infancia y adolescencia
y/o juventud y la formación cristiana de adultos. En ello hemos in-
sistido en nuestros planes y, sin embargo, sigue siendo un objetivo
que no ha sido completamente logrado. Motivo claro por el cual
hemos de volver con constancia sobre aquello que no ha sido obje-
tivo realizado de los planes pastorales, aquello que sigue pendiente
de realización. Objetivos en los que es preciso seguir trabajando lo
son tanto la renovación espiritual de ministros y fieles, que siempre
será objetivo permanente en la Iglesia, conforme al axioma clási-
co «ecclesia semper reformanda», como la pastoral de la iniciación
cristiana, que haga posible que se transmita la fe a las nuevas gene-
raciones. Añadamos que sucede otro tanto con la pastoral sacra-
mental adecuada, la de los demás sacramentos, incluyendo en ella
la Eucaristía, que es el culmen de la iniciación cristiana y la meta de
compleción de la existencia cristiana al mismo tiempo que fuente
de la misma y alimento de la misión de la Iglesia.
3.
La promesa de Jesús alienta la vida de la Iglesia
y estimula el logro de los objetivos de su misión

5 El plan pastoral que la Conferencia Episcopal se propuso a sí


misma para el cuatrienio 2016-2020, comenzaba dando contexto a
los objetivos que pretendía describiendo a grandes rasgos nuestra
situación social y cultural, bien conocida y sobre lo que no parece
que sea necesario volver. Baste sólo enumerar los rasgos descrip-
tivos que realizaba de nuestra situación: 1) poca valoración social
de la religión; 2) exaltación de la libertad y del bienestar material;
3) predominio de una cultura secularista; 4) paso del subjetivismo
al relativismo; y 5) una cultura del «todo vale»5. La descripción a
grandes trazos y más o menos tópica, por cuanto repite lo que todo
el mundo conoce, es el punto de partida para hacer la pertinente
y oportuna llamada a la responsabilidad de toda la comunidad en
la vida cotidiana de la Iglesia y en el testimonio y misión o tarea y
compromiso de evangelización, sin renunciar a su función directi-
va que corresponde a los pastores6.

6 Es importante pararse en que el plan hacía una llamada a la res-


ponsabilidad motivado por la convicción de fe en la promesa de
Jesús resucitado, que sigue operando la salvación del mundo me-
diante su presencia en la vida sacramental y la acción pastoral y
misionera de la Iglesia. La promesa de Jesús se inserta en la historia
de la salvación y responde a la voluntad salvífica universal de Dios:
«La razón fundamental y decisiva para nuestra esperanza es la fide-
lidad y el amor de Dios. Él quiere que todos los hombres se salven y

5
CEE / CVI Asamblea plenaria, La Iglesia en misión al servicio de nuestro
pueblo. Plan pastoral 2016-2020 (Madrid 2015), nn. I.1-5: Boletín Oficial de la
CEE [BOCEE] 29/96 (2015) 90-94.
6
Ibid., nn. I.6-7: BOCEE 29/96 (2015) 94-95.
Iglesia para la misión 17

lleguen a la felicidad de su gloria (cf. 1 Tim 2,4)»7. En efecto, Dios es


el verdadero protagonista de la historia de la salvación y, en conse-
cuencia, porque es así, la fe de los cristianos no puede sucumbir al
pesimismo. Es verdad que la fenomenología religiosa del viejo con-
tinente europeo suscita dudas sobre la eficacia de la transmisión
de la fe en nuestro tiempo, cuando se ha hablado ya de la cultura
europea como marcada por «una apostasía silenciosa por parte del
hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera»8. Esta
apreciación del santo Papa Juan Pablo II se ha convertido en una
cita recurrente como descripción del estado espiritual de nuestra
sociedad, en el cual la fe cristiana se encuentra sometida a una ni-
velación con la cultura ambiente que difumina su identidad. La
solapa o camufla con la misma cultura agnóstica mayoritaria de
una sociedad post-cristiana, que ha suspendido el juicio sobre la
bondad o maldad de las acciones, renunciando a valorarlas. Es la
llamada situación de post-verdad que vive y a la que ha llegado el
hombre actual.
Se trata, es cierto, de un estado de ánimo que va haciendo mella
en muchos cristianos, sobrecogidos ante el descenso estadístico de
la identidad cristiana de nuestras sociedades europeas, otrora terri-
torio de la cristiandad, motor que han sido de la evangelización, no
sólo de la colonización de otros mundos, sino de las grandes ges-
tas de evangelización de América, de las misiones en el continente
africano y de la penetración histórica del cristianismo en extensas
regiones de Asia. Valga mencionar países como Filipinas y las islas
de Oceanía evangelizadas por España, o la China y el Vietnam o,
más cerca de nosotros, la profunda penetración durante los últimos
ciento cincuenta años del cristianismo en Corea.
Sin embargo, el plan pastoral de la Conferencia Episcopal recor-
daba con gozo que sigue habiendo hoy razones para la esperanza,

7
Ibid., nn. I.7: BOCEE 29/96 (2015) 95.
8
San Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal sobre Jesucristo
vivo en su Iglesia y fuente de esperanza para Europa Ecclesia in Europa (28 junio
2003), n. 9.
18 Memoria del camino recorrido para introducir el nuevo Plan pastoral

porque la Iglesia descansa en la promesa de Jesús, de suerte que


podamos llevar adelante su obra redentora. Constituido en poder
(cf. Rm 1,4), Jesús, el primero y más grande evangelizador9, es el
que sostiene la misión confiada a los apóstoles y prolongada en la
Iglesia bajo la acción del Espíritu, porque él sigue sosteniendo el
mandato apostólico: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la
tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a
guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con voso-
tros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,18-20).

9
San Pablo VI, Exhortación apostólica acerca de la evangelización en el
mundo contemporáneo Evangelii nuntiandi [=EN] (8 diciembre 1975), n. 7;
cf. cit. Francisco, Exhortación apostólica sobre el anuncio del Evangelio en el
mundo actual Evangelii gaudium [=EG] (24 noviembre 2013), n. 12.
Capítulo 2
La misión es mandato
de Cristo a la Iglesia
1.
La misión es evangelización,
pero ¿qué es evangelizar?

7 Al recordar el mandato de Jesús, hemos de volver siempre so-


bre la idea de que la razón de ser de la Iglesia es la misión. El Papa
san Juan Pablo II nos ayudó a recobrar el genuino cometido de la
misión, justamente cuando la teología del pluralismo religioso y la
lenta, pero progresiva disolución de la misión evangelizadora en
la solidaridad altruista de las organizaciones no gubernamentales
(ONGs), parecían conducir las misiones católicas hacia su homo-
logación con centros asistenciales de primera urgencia. Cierta-
mente que las misiones han ido siempre acompañadas de una obra
humanitaria que acredita la evangelización, por el hecho de que
la caridad cristiana forma parte de la evangelización como tal. Es
impensable que se pretenda separar de la acción caritativa, social
y educativa, sanitaria y cultural de diverso género de la acción pro-
piamente religiosa, porque la urgencia de la caridad de Cristo es
parte del mismo mensaje del que es portadora la misión.
Sin embargo, lo que no es reductible a sola solidaridad y coo-
peración asistencial es la misión en sí misma. Sigue siendo nece-
sario volver sobre el capítulo tercero de la exhortación apostólica
Evangelii nuntiandi, del Papa san Pablo VI sobre el contenido de
la evangelización. Afirma que hay muchos elementos secundarios
en la evangelización, pero hay un contenido que es «esencial, una
sustancia viva que no se puede modificar ni pasar por alto sin des-
naturalizar gravemente la evangelización misma»10; para afirmar
a continuación: «evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una
manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante
el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su Hijo;

10
EN, n. 25.
22 La misión es mandato de Cristo a la Iglesia

que en su Verbo encarnado ha llamado a todas las cosas al ser, y ha


llamado a los hombres a la vida eterna»11. Después de indicar en
el mismo lugar que, aunque para muchos la evangelización pue-
da evocar al «Dios desconocido, a quien adoran sin darle nombre
concreto, o al que buscan por sentir una llamada secreta en el cora-
zón», continúa matizando el concepto teológico de evangelización
observando que es preciso ponerle al Creador nombre concreto,
porque no es un poder anónimo, sino Padre de quienes todos no-
sotros somos hijos de Dios, como dice la primera carta de san Juan,
reafirmando que «en verdad lo somos» (1 Jn 3,1).
Dicho esto, el Papa san Pablo VI segura que la evangelización
debe contener siempre una clara proclamación de Jesucristo, base,
centro y culmen de su propio dinamismo. ¿Cuál es el contenido
de esta proclamación? Responde el Papa: «que en Jesucristo, Hijo
de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece salvación a
todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de
Dios», explicando a continuación de qué salvación se trata:

«No una salvación puramente inmanente, a medida de las necesida-


des materiales o incluso espirituales que se agotan en el cuadro de la exis-
tencia temporal y se identifican totalmente con los deseos, las esperanzas,
los asuntos y las luchas temporales, sino una salvación que desborda to-
dos estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto,
Dios, salvación trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en
esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad»12.

8 Por esto mismo, a tenor del contenido conceptual, claramente


definido por Pablo VI en la exhortación, el núcleo de la evangeliza-
ción es el anuncio de Jesucristo como lugar de la revelación definitiva
del amor misericordioso de Dios, cuyo centro es el misterio pascual.
En este locus teológico se tiene que situar el predicador, el que es
portador del primer anuncio como ministro del Evangelio; y en

11
EN, n. 26.
12
EN, n. 27.
Iglesia para la misión 23

este mismo lugar tiene que situarse el testimonio, la praxis eclesial


que se alimenta de la misericordia de Dios revelada en Jesucristo,
en quien se ha dado a conocer la caridad de Dios: «la inmensa ri-
queza de su gracia, mediante su bondad para con nosotros en Cristo
Jesús» (Ef 2,7). Por esto mismo, la evangelización tiende al logro de
su propio objetivo de dar a conocer a Cristo mediante «la difusión
por todas partes de la fragancia de este conocimiento» (2 Cor 2,14).
Con palabras de san Pablo, «todo es pérdida ante la sublimidad del
conocimiento de Cristo, mi Señor» (Flp 3,8). La evangelización tiene
como objetivo, les dice el Apóstol a los Efesios, que los destinata-
rios de la predicación cristiana logren «con todos los santos abarcar
lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de
Cristo que trasciende todo conocimiento, y así llegaréis a vuestra ple-
nitud, según la plenitud total de Dios» (Ef 3,19).

9 En la evangelización se trata de dar a conocer el misterio de Cris-


to, contribuyendo con ello a que los receptores del Evangelio logren
la transformación de su vida en él, mediante el conocimiento místico
del misterio pascual en el cual participan mediante los sacramentos
configurándose con Cristo. Con conocimiento que sólo se alcanza,
en verdad, mediante la comunión con Dios en él, ya que el amor
de Cristo que hay que conocer, en el sentido de «experimentar»,
«es más que todo conocimiento y, por consiguiente, es más que el
conocimiento del amor de Cristo»13, es decir del conocimiento del
amor de Cristo que el creyente puede alcanzar, porque se trata del
amor de Dios que contiene el misterio de la cruz de Jesús, en el cual
se revela todo el amor de Dios por el mundo, un amor que nunca se
acaba de abarcar, siempre es posible ahondar en él y alcanzar mayor
profundidad.
Si el evangelizador no tiene esto en cuenta yerra el objetivo de
su misión. La misión confiada por Jesús a sus Apóstoles es un com-
promiso de amor con Cristo para darlo a conocer y lograr median-

13
H. Schlier, La carta a los Efesios. Comentario (Salamanca 1991) 230.
24 La misión es mandato de Cristo a la Iglesia

te su conocimiento la transformación existencial del creyente que


anticipa el fin último de la plenitud de Dios como vida eterna. Por
esto, la evangelización, continuaba san Pablo VI en la exhortación,
«no puede por menos de incluir el anuncio profético de un más
allá, vocación profunda y definitiva del hombre, en continuidad
y discontinuidad a la vez con la situación presente: más allá del
tiempo y de la historia, más allá de la realidad de este mundo, cuya
imagen pasa, y de las cosas de este mundo, cuya dimensión oculta
se manifestará un día; más allá del hombre mismo, cuyo verdadero
destino no se agota en su dimensión temporal, sino que nos será
revelado en la vida futura»14.

10 Dicho esto, es preciso añadir que con ello no se resta a la evan-


gelización tanto el afianzamiento en las promesas que lleva con-
sigo la esperanza cristiana, las cuales tienen en el amor fraterno
aquella manifestación del amor divino que resulta del conocimien-
to de Dios en Cristo. La evangelización proyecta sobre las reali-
dades temporales la conducta redimida del cristiano, que se guía
por el cultivo de las virtudes que configuran la existencia cristiana
dándole una forma propia de estar en el mundo y tratar las rea-
lidades temporales. Es decir, el Evangelio abre la vida cristiana a
una práctica de la fe determinada por la moralidad de las acciones
humanas, siempre guiadas por el amor a Dios y al prójimo. Aun así,
la vida del cristiano se inserta en la comunión de la Iglesia, lugar
de la comunión con Cristo que acontece en los sacramentos, y de
modo singular mediante la celebración de la Eucaristía. No alcanza
su meta la evangelización si de ella no resulta la plantación de la
Iglesia en el mundo. Pablo VI no dejaba de advertir el sinsentido de
oponer evangelización y sacramentalización, antinomia irreal, ya
que la predicación evangélica tiende a la plantación de la Iglesia y
a la comunicación de la gracia de la redención y santificación, me-
diante la cual se realiza la comunión con Dios en Cristo: «Porque la

14
EN, n. 28.
Iglesia para la misión 25

totalidad de la evangelización, aparte de la predicación del mensaje,


consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de
la vida sacramental culminante en la Eucaristía»15.
Sin este planteamiento, no se comprende bien la «conexión ne-
cesaria» de la evangelización con la promoción humana y el obliga-
do compromiso cristiano con la emancipación de los pobres como
medio y resultado de su evangelización. No cabe la oposición, por-
que la caridad es inseparable de la promoción humana que resulta
de la búsqueda y realización de la justicia, aunque la caridad so-
brepuja el alcance de lo justo, dando a conocer así la gratuidad del
amor de Dios que abre al misterio de este amor divino revelado en
Jesucristo.
No vamos a detenernos en ello, porque es claro y así es hoy am-
pliamente compartido que el mensaje liberador de la predicación
evangélica se media en aquellas acciones liberadoras que restauran
la humanidad sufriente y, dando sentido al dolor, y acompañan las
metas temporales del esfuerzo humano, sin confundirse con sus
logros siempre contingentes. Una correcta comprensión de la pro-
moción liberadora que acompaña la evangelización delimita jus-
tamente el alcance de toda acción económica, social y política, y
va siempre «unida a una cierta concepción del hombre, a una an-
tropología que no puede nunca sacrificarse a las exigencias de una
estrategia cualquiera, de una praxis o de un éxito a corto plazo»16.

15
Ibid.
16
EN, n. 33.
2.
Tomar conciencia de la misión
como identidad y tarea de la Iglesia,
conmemorando la Carta apostólica
«Maximum illud» de Benedicto XV

a) Cien años de historia misionera para seguir en


la frontera de la evangelización
11 La misión acompaña la vida cristiana como objetivo y razón de
ser de la Iglesia. Por esto mismo, ante el próximo mes de octubre
de 2019 que el Papa Francisco ha querido proponer como «octubre
misionero» dentro del primer año de vigencia de este nuevo plan
pastoral diocesano, hemos de secundar el programa del Papa que
quiere que este mes sirva de activación de la conciencia misionera
de la Iglesia. Es necesario hacer memoria de la motivación de la
propuesta del Papa, ya que el próximo 30 de noviembre de 2019 se
cumple el primer centenario de la Carta apostólica de Benedicto
XV sobre la propagación de la fe católica en el mundo entero Maxi-
mum illud (30 noviembre 1919). Recordatorio y acción para dar al
nuevo plan pastoral diocesano aquella dimensión misionera que
de hecho es reclamo permanente para la Iglesia, que nunca pude
perder de vista su propia finalidad salvífica sin arriesgarse a perder
la conciencia de su razón de ser como enviada del Resucitado al
mundo.
La Carta apostólica del Papa Benedicto XV está considerada
como la carta magna de la acción misionera de la Iglesia y comien-
za evocando el envío de Cristo con las palabras que dan nombre a
este documento programático de la misión a comienzos del siglo
XX: «aquel grande y santísimo ministerio» («Maximum illud sanc-
tissimumque munus…»), apenas terminada la crudelísima primera
guerra mundial. Benedicto XV quiso ser el Papa de la paz y como
Iglesia para la misión 27

tal fue reconocido, aunque no logró detener la conflagración cuyo


estallido coincidió con su elección como Papa en el otoño de 1914.
Apenas terminada la guerra se dirigía al mundo católico para que
sanase las heridas de los enfrentamientos entre países cristianos
mirando a los países sin evangelizar, para sembrar en ellos senti-
mientos cristianos que pudieran combatir los nacionalismos que
alimentaron las hostilidades de la gran guerra. La guerra que el
Papa quiso con todas sus fuerzas evitar les había mostrado a los
pueblos receptores de la evangelización el terrible espectáculo de la
confrontación entre las naciones de origen de los misioneros. Una
vez llegada la paz, urgía extraer la lección necesaria: la separación
entre empresa colonial de las naciones europeas y la acción misio-
nera de la Iglesia17, de modo que nadie pueda confundir los intere-
ses de la patria del misionero extranjero con los intereses de Cristo.
Al acento nacional de origen de las empresas misioneras, Benedic-
to XV opone el carácter eclesial de la acción misionera, católica en
su origen, en su realización y en sus objetivos. Por eso las Congre-
gaciones misioneras no han de reivindicar el carácter nacional de
su obra, sino seguir el carisma que las identifica como portadoras
del único Evangelio de Cristo. Todos deben tener en cuenta que se
trata de plantar la Iglesia en los territorios de misión, dando con
ello lugar a las «ecclesiae», las nuevas Iglesias de aquellos territorios
que han de desarrollarse en dichos territorios, cuya comunión se
halla plena en cada una de ellas y da figura visible a la única Iglesia
universal.

12 Benedicto XV propone a la Iglesia impulsar la misión «ad gen-


tes» estimulando la vocación misionera, revitalizando el espíritu mi-
sionero de las congregaciones, y ampliar así el área de colaboración
posible que ayude a los diversos agentes de la evangelización: los

17
Cf. el panorama de expansión de las misiones católicas a la sombra del
colonialismo: J. Baumgartner, «La expansión de las misiones católicas desde
León XIII hasta la segunda guerra mundial», en H. Jedin (dir.), Manual de His-
toria de la Iglesia, t. VIII (Barcelona 1978) 727-788, aquí 730-766.
28 La misión es mandato de Cristo a la Iglesia

misioneros que, abandonando la propia tierra, se encaminan a una


tierra desconocida como Abrahán, el cual fiado de la promesa de
Dios, «obedeció y “salió” para el lugar que había de recibir en heren-
cia, y “salió” sin saber a dónde iba» (Hb 11,8). El autor de la carta
a los Hebreos enfatiza la fe de Abrahán, de la que san Pablo hace
principio de justificación (Rm 4,3.9; Gál 3,6). El autor «no insiste
explícitamente en la fe como adhesión a la Palabra de Dios, sino
que subraya en primer lugar el dinamismo de obediencia engen-
drado por la fe»18. Así, repitiendo dos veces que «salió» en razón de
la obediencia de la fe debida a Dios, no sin subrayar además que
«peregrinó hacia la Tierra prometida como extranjero, habitando en
tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de las mismas pro-
mesas» (Hb 11,9). El misionero católico es portador de una misión
que «es embajada de Jesucristo y no legación patriótica»19: no puede
reproducir su patria en los territorios de misión, «posponiéndola a
miras patrióticas la dilatación de la Iglesia»20. La misión del evan-
gelizador es dilatar la santa Iglesia de Cristo, no la «dilatación y
exaltación de su patria»21, evitando la crítica a las misiones como
extensión del colonialismo y del espíritu nacionalista de sus prota-
gonistas.
Olvidando la patria que dejaron atrás los misioneros contribu-
yen, sin embargo, a la creación de la patria provisional, como to-
das, en la que los pobladores de los territorios se convertirán en
protagonistas de la plantación de la Iglesia. La fe esperanzada de
los portadores del Evangelio está puesta en «la ciudad asentada so-
bre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Hb 11,10). Los
evangelizadores, en efecto, se olvidan de su tierra y de la casa de su
padre (Sal 44,11; cf. Gn 12,1-2), para ir a los países de misión con la
clara conciencia de «convertir» a los que no conocen la revelación

18
A. Vanhoye, Carta a los Hebreos (Madrid 2014) 140.
19
Benedicto XV, Carta apostólica sobre la propagación de la fe católica en
el mundo entero Maximum illud [=MI] (30 noviembre 1919), n. 48.
20
MI, n. 47.
21
MI, n. 44.
Iglesia para la misión 29

de Dios en Cristo. Benedicto XV cita el texto del salmo célebre real


que describe las nupcias del rey22. Mas, aunque el misionero haga
suya la patria de los que evangeliza y llegue a la edad del deber
cumplido, habiendo reducido a la fe algunos millares entre la nu-
merosa gentilidad, no por eso podrá descansar, dice el pontífice,
que continúa añadiendo: porque lo que hizo aún es poco y cree «no
haber cumplido su deber, si no se esfuerza con todo cuidado, y sin
darse tregua ni reposo, por hacer participantes de la verdad y vida
cristiana a los que en número sin comparación mayor le quedan
todavía por convertir»23.

13 Entre las cosas que propone Benedicto XV a los superiores


eclesiásticos de los vicariatos de misión, es la búsqueda diligente de
colaboradores, el común planteamiento de una «colaboración pas-
toral de conjunto»24 que abra los grupos nacionales de procedencia
en los territorios de misión a la incorporación de misioneros que,
sin distinción del país de procedencia o de congregación religiosa,
ayuden a dar el paso a un clero nativo, con el cuidado necesario
y la formación requerida25. Este último propósito se convirtió en
proyecto en implantación progresiva y firme en los pontificados si-
guientes. Pío XI urgió y alentó la introducción del clero y jerarquía
nativos con la mayor dedicación a las misiones, que cristaliza en
la encíclica Rerum Ecclesiae (28 febrero 1926)26, cuyo contenido y
visión de la obra misional de la Iglesia recoge y amplía Pío XII en la
encíclica Evangelii praecones (2 junio 1951), publicada con motivo
de los 25 años transcurridos desde la encíclica anterior.
El Papa Pacelli, echando una mirada retrospectiva sobre el es-
tado de las misiones veinticinco años atrás, que abarcan el tiempo
de entreguerras y la segunda gran guerra, y comparándolo con el

22
MI, n. 43.
23
MI, n. 21.
24
MI, nn. 23-24.
25
MI, nn. 32-34.
26
AAS 18 (1926) 65-83.
30 La misión es mandato de Cristo a la Iglesia

estado de las mismas en su pontificado, hace una evaluación muy


positiva de lo logrado. El Pontífice constata con satisfacción que, a
pesar de las dificultades del cuarto de siglo transcurrido, el progre-
so de la obra misionera de la Iglesia habla por sí sólo. Centrándose
en las vocaciones nativas, el Papa pondera la importancia que tie-
nen y hace recuento de las iniciativas que tratan de cumplimentar
la decisión pontificia de proteger e impulsar las vocaciones nati-
vas, paso decisivo para la instalación de una jerarquía nativa en los
países donde la plantación de la Iglesia es reciente. Una decisión
que impulsaba un proceso de «des-europeización» de las misiones
puesto en marcha por Benedicto XV, y que había de conducir a la
posterior propuesta eclesial de inculturación del Evangelio y plan-
tación de la Iglesia en la idiosincrasia de los pueblos, avanzando en
la libertad de la Iglesia diferente a los nacionalismos, y alejándola
de la tentación de exportar con la misión la visión cultural exclusi-
va del Occidente cristiano.

b) Las Obras Misionales Pontificias al servicio


de la evangelización
14 Mons. Giovanni Pietro dal Toso, Presidente de las Obras Mi-
sionales Pontificias, recordaba recientemente ante la Asamblea ple-
naria de los obispos españoles en otoño de 2018, las palabras del
Papa Francisco, que observa cómo las OMP son, ciertamente, muy
importantes para la acción misionera de la Iglesia, pero son poco
conocidas. Las «Obras Misionales Pontificias» no son, en efecto, su-
ficientemente conocidas, aunque por lo general desde su puesta en
marcha han sido apoyadas por la jerarquía y los fieles. Tengamos
presente que estas obras son: la Obra de San Pedro Apóstol, la Pon-
tificia Unión Misional del Clero, la Obra de Propagación de la Fe y
la Obra de la Santa Infancia.
La «Obra de San Pedro Apóstol» es una de las grandes OMP,
fundada en Caen (Francia) en 1889 por Juana Bigard (1859-1934),
para ayudar a la construcción de los seminarios necesarios en tie-
rras de misión y para llevar a cabo la formación de seminaristas y
Iglesia para la misión 31

noviciados de institutos religiosos. En 1920 la Santa Sede hace suya


esta Obra Pontificia dándole reconocimiento canónico el 3 de mayo
de 1922. Refiriéndose a sus muchas iniciativas, Pío XII pasaba re-
vista en la encíclica Evangelii praecones a lo mucho que se había
hecho en los veinticinco años transcurridos entre las dos últimas
encíclicas, a pesar de la segunda gran guerra entonces todavía re-
ciente. Entre otras iniciativas, el Papa se refería al servicio prestado
en aquellos años al proyecto del clero nativo, y Pío XII mencionaba
la creación del Ateneo Urbaniano de Propaganda Fide, convertido
hoy en Universidad Urbaniana, puesta al servicio de la formación
y promoción del clero nativo en la Urbe. En el Ateneo se hallaba
ya erigido el Instituto Misionológico, que nació acompañando la
introducción de las cátedras de Misionología en las demás univer-
sidades y ateneos pontificios, al mismo tiempo que se fundaba en
Roma el Colegio de San Pedro Apóstol.

15 Pío XII agregaba a las OMP en 1956 la «Pontificia Unión Mi-


sional del Clero», fundada en Italia en 1916 por el presbítero bea-
to P. Pablo Manna (1872-1952), hoy abierta a cuantos se agrupan
para fomentar el apoyo de la oración, ofrecen y recaban el apoyo
económico que requiere la misión, y respaldan el proceso de for-
mación de los misioneros procedentes del clero secular. Surgieron
con este fin el Instituto de Misiones Extranjeras de Milán, aprobado
en 1850 por los obispos de la Lombardía, y después el Pontificio
Seminario de los SS. Apóstoles Pedro y Pablo de Roma, abierto en
1871 con el mismo objetivo. Ambos fueron integrados en una sola
institución por decisión de Pío XI en 1926, dando lugar Pontificio
Instituto de Misiones Extranjeras (PIME), sede de la sociedad de
vida apostólica conocida por las siglas (Misioneros del Pime). A
instancias de Benedicto XV fueron creados otros seminarios e ins-
titutos misioneros, que gozaron de vocaciones generosas durante el
siglo XX. Es el caso del Seminario de Misiones Extranjeras de Bur-
gos, desde cuya creación por el arzobispo burgalés Juan Benlloch y
Vivó a instancias de Benedicto XV, han pasado también cien años.
Con la creación al mismo tiempo del Instituto Español de Misiones
Extranjeras se abría un cauce para la formación de sacerdotes con
32 La misión es mandato de Cristo a la Iglesia

vocación misionera hace ya los cien años que han transcurrido des-
de la Maximum illud hasta el presente.

c) Preparación del clero nativo para las jóvenes


Iglesias
16 La preparación de misioneros bien formados para afrontar la
misión en los territorios de misión no podía, sin embargo, limitar
la acción misionera de la Iglesia, dando lugar a la preocupación
por la necesaria introducción del clero nativo tal como la Maxi-
mum illud planteaba a comienzos del siglo XX y acabamos de ver.
La acción misionera de la Iglesia no podía tener otro móvil que
la plantación de la Iglesia, que requiere por voluntad de su divino
Fundador aquella plenitud de medios con los que la Iglesia opera
la salvación del mundo. El ministerio sacerdotal forma parte del
designio salvífico de Dios revelado en Cristo, porque así lo ha que-
rido Dios como un bien determinante de la existencia humana en
orden a su consumación divina, ya que por ser la Iglesia de Dios
«católica y propia de todos los pueblos y naciones, es justo que haya
en ella sacerdotes de todos los pueblos, a quienes puedan seguir sus
respectivos naturales como a maestros de la ley divina y guías en el
camino de la salvación»27. Que las Iglesias de los países de misión
lleguen a contar con el propio clero nativo es el signo visible de la
compleción de la Iglesia, y por ello dice Benedicto XV: «En efecto,
allí donde el clero indígena es suficiente y se halla tan bien formado
que no desmerece en nada de su vocación, puede decirse que la
obra del misionero está felizmente acabada y la Iglesia perfecta-
mente establecida»28.
Un factor decisivo para las misiones católicas habían de ser las
jóvenes Iglesias plantadas en los territorios de misión, que durante
los pontificados de Benedicto XV y Pío XI sentarían las bases de

27
MI, n. 35.
28
MI, n. 36.
Iglesia para la misión 33

un futuro prometedor en proceso firme de consolidación durante


el pontificado de Pío XII. Lo refiere Baumgartner con documenta-
ción que acredita el análisis:

«Los principios relativos a la necesidad, posibilidad y utilidad de un


clero y un episcopado autóctonos, formulados por Benedicto XV y Pío
XI no eran en si nuevos –se hallaban en una tradición romana mantenida
durante tres siglos–, por más que en algunos círculos parecieran inaudi-
tos, si ya no incluso revolucionarios sobre todo en lo referente a cargos
episcopales (…) No obstante las resistencias, logró Roma hacer triunfar
su causa, de lo que dan una prueba contundente las estadísticas»29.

La apuesta del clero diocesano por las misiones venía a consoli-


darse con la nueva encíclica de Pío XII Fidei donum (21 abril 1957)
sobre las misiones. En el nuevo documento pontificio tenía muy
presentes la carencia de clero nativo especialmente en África, pero
también contemplaba la obra misionera en Asia y la situación de las
iglesias del inmenso continente escenario de implantación milena-
ria de las grandes religiones orientales. Por eso, exhortaba a los obis-
pos de la Iglesia universal a coordinar los esfuerzos para equilibrar
los intereses de unas y otras Iglesias y lograr una cooperación del
clero diocesano y el regular de las Congregaciones religiosas con los
ordinarios de las Iglesias particulares de los territorios de misión.
El Papa Pacelli acababa de incorporar la «Unión Misional del
Clero» a la Obras Misionales Pontificias, proponiendo una coope-
ración misionera que supone una gran operación de redistribución
de los sacerdotes atendiendo a la situación de las jóvenes Iglesias
mediante esta cooperación por tiempos limitados, normalmente
prorrogables de los sacerdotes de las Iglesias evangelizadoras. Al
mismo tiempo el Papa impulsaba la incorporación del laicado a la
acción misionera de la Iglesia universal30.

29
J. Baumgartner, «La expansión de las misiones católicas desde León XIII
hasta la segunda guerra mundial», cit., 778-779.
30
Pío XII, Carta encíclica sobre las misiones, especialmente en África Fidei
donum (21 abril 1957), n. 18.
3.
Necesaria colaboración del laicado, porque
la misión es obra de la entera Iglesia de Cristo

17 La Carta encíclica sobre el apostolado misionero Princeps Pas-


torum (1959), del Papa san Juan XXIII, es apenas dos años pos-
terior, y en ella aborda el nuevo Papa la importante cuestión del
apostolado de los laicos en las misiones. A las puertas ya del Vatica-
no II, el Papa Roncalli, que recibía la magna herencia de Pío XII en
favor de la acción misionera de la Iglesia, se viene a sumar a su for-
talecimiento y expansión poniendo particular énfasis en el aposto-
lado laical en las misiones. El concepto clave es el de «apostolado»,
si bien no se había extendido en forma tan amplia, con frecuencia
abusiva, la actual apelación de la colaboración de los fieles laicos
con los pastores en la vida de las parroquias y de las diócesis, sobre
todo teniendo en cuenta la necesidad de las vocaciones al ministe-
rio ordenado.
San Juan XXIII apuesta por una formación misionera que pro-
pone a los jóvenes y se detiene en la acción de los catequistas y los
movimientos de apostolado seglar, particularmente la Acción Ca-
tólica. Después de postular la necesaria formación del clero local,
el Papa expone los trazos fundamentales de la que se consolidará
como doctrina conciliar poco después, al señalar a los laicos el ám-
bito privado y público en el cual tienen una competencia especí-
fica como testigos de Cristo y apóstoles del Evangelio; es decir, el
ámbito de las realidades temporales: la acción social, la economía
y la política, donde se dirimen las soluciones de la convivencia y
la paz social, la educación y la cultura, el logro del bienestar de la
sociedad en cuanto verdadero ámbito de crecimiento de la persona
humana y amparo de su dignidad. El magisterio del Papa traza el
ámbito más propio del seglar que poco después recogerá la eclesio-
logía conciliar como son las realidades temporales, y recaba la im-
plicación de los laicos nativos en la obra pública de las sociedades
Iglesia para la misión 35

de los territorios de misión, tarea apostólica para la cual se requiere


la formación cristiana necesaria que dispone su incorporación a la
acción misionera de la Iglesia31. El reflejo de esta enseñanza pon-
tificia encuentra en la Constitución dogmática sobre la Iglesia su
cuerpo doctrinal más actual32, y como tal se recoge en el Catecis-
mo promulgado en 1999 por Juan Pablo II33. La doctrina de Juan
XXIII había sido esbozada con trazos ya muy firmes por Pío XII
en algunos de sus discursos citados por el Catecismo34, hablando
de la «consecratio mundi» como misión de los laicos, llamados a
transformar la sociedad en la dirección propia del reino de Dios,
verdadera «misión de los seglares, hombres que se hallan mezcla-
dos íntimamente con la vida económica y social, y participan del
gobierno y de las asambleas legislativas»35.

18 Con esta reseña histórica, hemos hecho el recorrido que ten-


drá una inflexión determinante en el pontificado de san Pablo VI,
al orientar la acción evangelizadora de la Iglesia en el postconcilio
ante un panorama en el cual la acción misionera de la Iglesia se
ha de enfrentar a la secularización de Europa y de las sociedades
cristianas históricas, sin abandonar las Obras Misionales y los fi-
nes para los cuales fueron concebidas y fueron surgiendo a lo largo
del siglo XX. En nuestros días los laicos son parte sustancial de

31
San Juan XXIII, Carta encíclica sobre el apostolado misionero Princeps
Pastorum (28 noviembre 1959), nn. 14-18 (el laicado en las misiones), y nn. 19-
24 (normas para el apostolado de los laicos en las misiones).
32
Cf. LG, nn. 31 y 34, donde el Concilio especifica las atribuciones de los
laicos complementariamente a las de sacerdotes y religiosos; véase sobre las di-
ferencias entre los fieles según su misión y la cooperación común de todos a la
unidad y bien del cuerpo de la Iglesia: Catecismo de la Iglesia Católica / Catechis-
mus Catholicae Ecclesiae [=CCE], nn. 871-873.
33
CCE, nn. 888-900.
34
Pío XII, Discurso a los cardenales recién creados (20 febrero 1946), cit.
CCE, n. 899, tras haber sido cit. por San Juan Pablo II, Exhortación apostólica
postsinodal Christifideles laici, n. 9.
35
Pío XII, Discurso al segundo Congreso de apostolado seglar: AAS 49 (1957)
227.
36 La misión es mandato de Cristo a la Iglesia

la acción misionera. A los sacerdotes y al compromiso misionero


de las Congregaciones religiosas se han venido agregado los segla-
res, siguiendo las enseñanzas del magisterio pontificio hasta nues-
tro tiempo: los laicos de vida consagrada o seglares colaboradores,
hombres y mujeres, apoyando al clero en su labor misionera espe-
cífica mucho más mermada en entusiasmo que el que poseían los
operarios de la Misión en las décadas que precedieron al Concilio.
A las vocaciones laicales individuales, en general de personas de
vida consagrada, se vienen también sumando matrimonios que no
dudan en embarcar a toda su familia en la Misión, constituyendo
todo ellos el todavía «ejército» de la misión, necesitados de la nece-
saria formación para la evangelización de los pueblos. La acción de
la Unión Misional del Clero había nacido para estimular e inspirar
el espíritu misionero llevándolo a toda la Iglesia, y un empeño de
tan grande dimensión no es posible sin los laicos.
Estaba en juego la identidad universal de la Iglesia y, en conse-
cuencia, la naturaleza de la obra misionera y del quehacer de los
misioneros y de sus colaboradores. Pío XII continuaba invitando
a perseguir el objetivo último de la misión que es plantar la Iglesia
mediante la conversión al Evangelio, lo que no podría resultar fac-
tible sin la conversión a Cristo de los pueblos. Dice con pasión la
urgencia de cubrir la necesidad de las misiones, que son en primer
lugar los misioneros. Se necesitan misioneros de una abundante
mies, de campos maduros que esperan la llegada de los segadores,
cuando la mies es mucha y los operarios pocos (cf. Jn 4,35; Mt 9,37-
38)36, aun cuando no falten las persecuciones y el martirio37.
Pío XII prolonga el magisterio sobre la misión de sus predeceso-
res Benedicto XV y Pío XI, reiterando lo que había dicho en 1944
a los directores de las Obras Misionales: «El fin que con grandeza
y generosidad de ánimo pretenden los misioneros es propagar de

Pío XII, Encíclica sobre el modo de promover la obra misional Evangelii


36

praecones [=EP] (2 junio 1951), nn. 9-10.


37
EP, nn. 11-15.
Iglesia para la misión 37

tal modo la Iglesia por nuevas regiones, que eche allá raíces cada
día más profundas y llegue cuanto antes, en virtud del crecimien-
to conseguido, a poder vivir y florecer sin la ayuda de las Obras
Misionales»38. Las Obras Misionales Pontificias no son un fin en sí
mismas, sino un medio para la plantación de la Iglesia, y ésta tam-
poco es un fin en sí misma, sino el medio querido por Cristo para
que todos lleguen al conocimiento de la verdad y cuantos vengan al
conocimiento del Evangelio alcancen la salvación.

38
EP, n. 24; cf. Pío XII, Discurso Vivamente gradito (24 junio 1944): AAS 36
(1944) 210.
Capítulo 3
Evangelizar y bautizar
para que todos se salven
1.
Comunicar y hacer partícipes
de los beneficios de la Redención

19 La obra misional de mayor respaldo de los fieles es la «Obra de


Propagación de la Fe», fundada en Lyón (Francia) en 1822. Tuvo su
origen, al igual que la Obra de San Pedro Apóstol en la fervorosa
acción de apoyo a las misiones de una mujer, la venerable sierva
de Dios Paulina Jaricot (1799-1862). Es conocida esta obra misio-
nera debido a la jornada del Domingo Mundial de las Misiones
o del Domund, día de la gran colecta que tiene lugar cada año el
penúltimo domingo de octubre, con destino a las jóvenes Iglesias
y a la prosecución misionera de la plantación de la Iglesia en los
territorios donde todavía no ha echado raíces. Más adelante nos
referiremos a las demás OMP, sin dejar de poner énfasis en la más
conocida, que responde directamente al mandato del Señor.
Esta propagación de la Iglesia en los territorios de misión como
obediencia al mandato de Cristo resucitado, y resultado de la
prolongación en la historia del envío apostólico, es lo que quería
recordar y avivar Benedicto XV como empresa principal de la ac-
ción misionera de la Iglesia en la Carta apostólica Maximum illud.
Este gran pontífice contemporáneo, después de presentar los hitos
sobresalientes de la historia de la obra misionera de la Iglesia en
los cinco continentes, lamentaba que a pesar de los sacrificios que
acompañan la plantación de la Iglesia en el mundo, «quien consi-
dere tantos y tan rudos trabajos sufridos en la propagación de la
fe… a pesar de ello sean todavía innumerables los que yacen en
las tinieblas y sombras de muerte»39, impresionado por el hecho
de que en la segunda década del siglo XX todavía se calculaba un
número no inferior a mil millones de seres humanos que nunca

39
MI, n. 11.
42 Evangelizar y bautizar para que todos se salven

habían recibido la Buena Noticia de la predicación evangélica. Por


eso concluye en el mismo lugar diciendo que se trata en lo que toca
a su propio ministerio apostólico de «comunicarles los beneficios de
la Redención».
La preocupación por la salvación de los gentiles motiva todos
los esfuerzos y medios de la misión. Siempre ha sido una cuestión
teológica que ha inquietado el corazón creyente, pero hasta las mo-
dernas teologías del pluralismo religioso no ha alcanzado el zénit
de un debate reiterado. La Iglesia no puede ignorar el mandato mi-
sionero del Resucitado, que incluye, con la predicación de la Buena
Nueva y la llamada al discipulado de Jesús, el bautismo, que ya en
el Nuevo Testamento encontramos que se realiza en la época apos-
tólica «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt
28,19). Jesús mismo en el evangelio de san Juan le dice a Nicodemo:
«En verdad en verdad te digo: El que no nazca de agua y de Espíritu
no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3,5).
2.
La necesidad universal del bautismo para la
salvación: ¿una tesis teológica relativizada o
contenido indeclinable de la fe de la Iglesia?

20 La afirmación de la necesidad del bautismo para la salvación


es consecuencia del mandato de Jesús, y lo es en la medida en que
también lo es la pertenencia a la Iglesia. La llamada a la conversión
a Cristo incluye asimismo la pertenencia a la Iglesia con necesidad
de medio para salvarse y, por eso mismo, incluye el bautismo. Es lo
que quería decir el desacreditado axioma de que «fuera de la Iglesia
no hay salvación». El Vaticano II recuerda a todos que, basándose
en la sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que la Iglesia es
necesaria para salvarse; y agrega que esta enseñanza depende del
hecho de que Cristo es Mediador único entre Dios y los hombres,
y que sólo él es el camino que conduce a Dios, haciéndose presente
en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Por eso añade el Concilio
que, Jesucristo mismo, «al inculcar con palabras, bien explícitas,
la necesidad de la fe y del Bautismo, confirmó al mismo tiempo la
necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el Bautis-
mo como por una puerta. Por eso no podrían salvarse los que, sa-
biendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica
como necesaria para la salvación, sin embargo no hubiesen querido
entrar o perseverar en ella»40.
De aquí que la Iglesia, que no conoce otro medio que el bautis-
mo para salvarse, se sienta obligada a no descuidar la misión que
ha recibido del Señor de hacer «renacer del agua y del Espíritu» a
todos los que pueden ser bautizados41. Por eso ha hablado siempre

40
Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium
[=LG], n. 14; cf. CCE, n. 846.
41
CCE, n. 1257.
44 Evangelizar y bautizar para que todos se salven

de quienes mueren sin el bautismo habiéndolo deseado y dispues-


tos para ello, han sido bautizados con un bautismo de deseo; del
mismo modo que son bautizados en un bautismo de sangre quien
sin haber recibido las aguas del bautismo son sacrificados por aquél
en quien han puesto su fe, Jesucristo, el rey de los mártires. Ambos
bautismos no sacramentales producen los mismos efectos que el
sacramento del bautismo42. Sucede esto de manera particular en el
caso de los catecúmenos que a causa de su fe en Cristo no llegan al
bautismo sacramental en tiempos de persecución o sucumben a
la enfermedad sin haber alcanzado el bautismo43. Todavía el Ca-
tecismo de la Iglesia Católica, con una amplia comprensión de las
diversas situaciones existenciales por las que pasa el ser humano,
agrega que «todo hombre que, ignorando el Evangelio de Cristo y
su Iglesia, busca la verdad y hace la voluntad de Dios según él la co-
noce, puede ser salvado»; y concluye en el mismo lugar: «Se puede
suponer que semejantes personas habrían deseado explícitamente
el Bautismo si hubiesen conocido su necesidad»44.

42
CCE, n. 1258.
43
CCE, n. 1259.
44
CCE, n. 1260.
3.
La cuestión del bautismo de los niños
y la urgencia de atención pastoral específica
a las nuevas situaciones

21 No podemos entrar aquí en la exposición de la historia del de-


bate sobre la necesidad del bautismo, que la Iglesia antigua hubo
de defender con claridad a propósito del bautismo de los niños, con-
tenido de la fe que san Agustín vinculó a la doctrina del pecado
original, incluyendo a los niños. La universalidad de la necesidad
de la gracia bautismal para salvarse está en correspondencia con
la universalidad del pecado que afecta a toda la humanidad. De
ello, sin embargo, no se deduce que Dios no provea «un camino
de salvación para los niños que mueren sin el bautismo».45 Tal es la
afirmación del documento de la Comisión Teológica Internacional,
que se ha ocupado del problema en el documento todavía reciente
La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo
(2007)46.
La fundamentación teológica que ofrece este documento res-
ponde a las afirmaciones bíblicas aparentemente contradictorias de
la voluntad salvífica universal de Dios, que quiere que todos los
hombres se salven (cf. 1 Tim 2,3-6), mediante la victoria de Jesu-
cristo sobre el pecado y la muerte (cf. 1 Cor 15,20-28); y la afir-
mación de la pecaminosidad universal de los seres humanos desde
Adán (Sal 50/51, 7; Rm 5,12; 1 Cor 15,22). Al exponer la fe de la
Iglesia el documento añade que la sagrada Escritura y la tradición
de fe afirman la salvación, por una parte, por la fe en Cristo del que

45
CCE, n. 1261.
46
El texto fue aprobado en forma específica por la Comisión y fue publicado
con el consentimiento del Papa Benedicto XVI otorgado el 19 de enero de 2017;
vers. española: Comisión Teológica Internacional, Documentos 1969-2014,
ed. E. Vadillo Romero (Madrid 2017) 725-784.
46 Evangelizar y bautizar para que todos se salven

recibe el Evangelio (Rm 1,16); y, por otra, por el sacramento del


bautismo (Mc 16,16; Mt 28,19; Hch 2,40s; 16,30-33), y de la Euca-
ristía (cf. Jn 6,53) administrados por la Iglesia47.
Estas afirmaciones de la revelación divina y la fe eclesial se con-
jugan con la convicción igualmente de fe de que la esperanza cris-
tiana, que supera toda esperanza humana, «es que el Dios vivo, el
Salvador de toda la humanidad (cf. 1 Tim 4,10) hará a todos partí-
cipes de su gloria y que todos vivirán con Cristo»48. En consecuen-
cia, «la Iglesia tiene que elevar “plegarias, oraciones y súplicas…
por todos” (1 Tim 2,1-8), fundada en la fe en que para la potencia
creadora de Dios “nada es imposible”, y en la esperanza de que la
creación entera participará finalmente de la gloria de Dios (cf. Rm
8,22-27)»49.

22 El desarrollo doctrinal de la existencia del limbo, al cual supo-


nía destinados los niños muertos sin bautismo la creencia común
en este estado indefinido, sin pena ni gloria, da buena cuenta del
contenido de fe de la tradición apostólica acerca de la necesidad
universal del bautismo para la salvación. De ello cabe extraer la im-
portante conclusión de alcance pastoral de «no impedir que los ni-
ños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo»50. El
Catecismo argumenta con las palabras de Jesús: «Dejad que los ni-
ños se acerquen a mí, no se lo impidáis, pues de los que son como ellos
es el reino de Dios» (Mc 10,14). La Iglesia antigua bautizaba siempre
a los niños, y esta práctica fue sin duda recibida de las generaciones
apostólicas, ya que así lo sugieren algunos textos del Nuevo Testa-
mento (cf. Hch 10, 48; 16,15.33; 18,8; 1 Cor 1,16), pues, si bien no
se explicita en ellos que las familias bautizadas incluyeran niños,
tampoco se pueden excluir; e incluso, por el contrario, lo más lógi-
co es suponer que los niños formaban parte de dichas familias. El

47
La esperanza de salvación, nn. 14-16: cit., 732-733.
48
Ibid., n. 17: cit., 733.
49
Ibid., n. 18: cit., 733.
50
CCE, n. 1261.
Iglesia para la misión 47

bautismo supone la fe, pero esta última es una realidad personal y


comunitaria en interdependencia procesual constante; y, de hecho,
la realización plena de la fe acompaña la vida en la esperanza de
verla cumplida51. El Catecismo resume la cuestión argumentando
que el bautismo dado a los niños como a los adultos es una gracia
y un don de Dios que no supone méritos humanos, son bautizados
en la fe de la Iglesia y la entrada en la comunidad eclesial da acceso
a la verdadera libertad, la que resulta de la liberación del pecado52.
Por esto, se han de tener presentes las circunstancias en las que
se produce el bautismo, y dada la compleja realidad de nuestra
sociedad, ni siquiera el alejamiento de la práctica religiosa de los
progenitores de un ser humano puede alejar al niño recién naci-
do de las aguas bautismales siempre que haya creyentes cercanos,
parientes o tutores legales y espirituales del bautizando, le acojan
y le acompañen responsablemente en el despertar a la fe y en la
educación cristiana. La educación de la fe constituye el objeto de
atención y cuidado pastoral de la infancia y de la adolescencia, en
el cual el acompañamiento del educando por los responsables de la
acción pastoral se realiza en corresponsable actuación con familia
y/o tutores creyentes del niño que recibe el bautismo, la comunidad
parroquial (párroco, diácono, catequistas) y la escuela (educación
católica y/o clases de Religión).

23 Abundando en este tipo de problemática, han surgido en nues-


tros días malentendidos y dificultades planteadas por la ideología
de género y la legislación que progresivamente se está introducien-
do en el ordenamiento jurídico de países de nuestra área cultural
occidental. Una legislación que con frecuencia no sólo no es con-
forme a los derechos humanos de todos (como es el caso de los
derechos propios del niño), sino que chocan frontalmente con la

51
Cf. sobre el bautismo de los niños los términos en que se recoge la praxis
histórica de la Iglesia y su consideración crítica en el manual de Th. Schneider,
Signos de la cercanía de Dios (Salamanca 1982) 101-106.
52
CCE, n. 1282.
48 Evangelizar y bautizar para que todos se salven

antropología bíblica y la concepción cristiana de la procreación de


la vida humana y su gestación. Son los problemas que plantean a
la conciencia cristiana desde hace años los niños nacidos de repro-
ducción asistida llamada heteróloga (de óvulo o esperma no proce-
dentes de los cónyuges, o de uno de ellos); la gestación subrogada,
sometida en la actualidad a intenso debate; los casos de transexua-
lidad, cada vez más abundantes, y otros. Problemas que vienen a
sumarse a los planteados a la prudente actuación pastoral de los pá-
rrocos en casos más conocidos por su abundancia, como los casos
de los niños nacidos fuera del amor conyugal, o bien de parejas de
hecho no practicantes y que viven al margen de la recepción de los
sacramentos y de la vida de la Iglesia, y los casos de adopción por
parte de parejas del mismo sexo, que reivindican los derechos de la
pareja sin reivindicar con la misma fuerza y capacidad de argumen-
tación los derechos de los niños; y otros casos como los relativos a
la reivindicación de padrinazgo del bautismo por dos personas del
mismo sexo, casos que se prolongan en la misma reivindicación
para otros sacramentos. Situaciones que hoy hemos de contemplar
con realismo pastoral, evitando el rigorismo de quienes niegan los
sacramentos a los niños procreados en condiciones moralmente
negativas; y evitando también no hacer discernimiento alguno y no
valorar, no ya las situaciones mencionadas, sino la santidad de los
sacramentos, que se han de recibir en la fe de la Iglesia. Hay niños, a
veces crecidos y en edad ya escolar, sin la atención pastoral especí-
fica que estos casos requieren y que han de integrarse en la norma-
tiva eclesial. Ciertamente, algunos de estos casos han sido incluidos
en la legislación canónica de la Iglesia universal, en el Código de
Derecho Canónico, y otros requieren de la norma eclesial particu-
lar siguiendo los criterios del Magisterio eclesiástico y teniendo en
cuenta las decisiones tomadas por las Conferencias episcopales y
las Provincias eclesiásticas.
La pérdida de la praxis bautismal de la infancia merma las posi-
bilidades de que los niños lleguen a conocer y amar a Jesucristo, y a
ser educados en la fe de la Iglesia. La Iglesia no sólo ha bautizado a
los niños, aunque no faltan confesiones cristianas que hunden sus
Iglesia para la misión 49

raíces en la Reforma del siglo XVI, si bien se han apartado de he-


cho de las grandes confesiones históricas surgidas del movimiento
reformista de luteranos y reformados, que siempre han bautizado
a los niños, del mismo modo que lo han hecho y siguen hacién-
dolo todas las Iglesias anglicanas. De hecho, el Directorio del ecu-
menismo aconseja los acuerdos o declaraciones de reconocimiento
recíproco del bautismo entre las Iglesias y comunidades eclesiales
que tienen una misma concepción teológica del bautismo como
práctica verdaderamente ecuménica de las Iglesias y comunidades
cristiana. Estas declaraciones siempre han de venir precedidas del
diálogo teológico sobre el significado y la celebración válida del
bautismo, igual que sobre la manera de actuar en casos de duda
sobre la validez del bautismo53.

53
Cf. Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los
Cristianos, Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecu-
menismo, ed. Comisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales (Ma-
drid 1993), n. 94.
4.
La Obra Pontificia
de la Infancia Misionera

24 Es el lugar en estas reflexiones y orientaciones para la puesta


en práctica de un nuevo Plan pastoral de mencionar la cuarta obra
de las OMP, es decir la Infancia Misionera. Cualquiera puede acce-
der a la información institucional que facilitan la Santa Sede y las
OMP en el correspondiente sitio de la red. A ellas remito, pero la
información más inmediata es la que nos facilita también a cual-
quiera la experiencia y cultivo de la inquietud misionera que pro-
porciona cada parroquia en la Iglesia diocesana de esta hermosa
obra misionera. Las OMP ofrecen en el sitio español de la red, en
este momento en que escribo, un plan de cuatro años, coinciden-
te con el nuevo plan pastoral que nos ocupa con un objetivo para
cada año del plan, señalando los contenidos específicos del mismo
y los recursos con que cuenta54. Una programación que responde al
concepto y proyecto de esta Obra Pontificia de la Infancia Misionera
(conocida como «Santa Infancia»).
Fue Pío XI quien dio carta de ciudadanía espiritual pontificia en
1922 a esta obra que nació, como las dos primeras grandes obras
misionales (la Obra de San Pedro Apóstol y la Obra de Propaga-
ción de la Fe) de la iniciativa misionera de fieles y jerarquía en
Francia, cuando en 1843 el obispo Carlos Augusto Forbin-Janson
(1785-1844), un espíritu transido de amor por Cristo y un misio-
nero apasionado por la propagación de la fe, le lleva a idear la obra
de rescate humano y espiritual de la infancia desvalida y descartada
de los territorios de misión55. Comenzó su obra al conocer la suerte
de los niños abortados y desechados en la China decimonónica,

54
Véase el programa de Infancia Misionera para los cuatro años en el sitio de
la red: https://www.omp.es/infancia-misionera/
55
http://www.portalmisionero.com/forbinjanson.htm
Iglesia para la misión 51

como material desechable por cientos de miles, entregados a piras


de fuego y abandonados a una muerte segura. La Santa Infancia fue
idea que se gestó en conversación con Paulina Jaricot y el sacerdote
Filipino de la Riviere, pensando que los niños cristianos podían
ayudar a los niños de los territorios de misión mediante su limos-
nas, sacrificio y oración.

25 La Obra de la Santa Infancia es un instrumento utilísimo para la


educación de la fe cristiana de los niños en las parroquias y en la es-
cuela católica, ayudándoles a despertar progresivamente al carácter
universal de la Iglesia, que les ahorre la tentación del nacionalismo,
superando cualquier concepción supremacista de la propia comu-
nidad étnica, cultural, social o política. La catequesis de los sacra-
mentos de la infancia son los sacramentos de la iniciación cristiana,
tanto en el caso de los niños bautizados como de los niños no bau-
tizados en edad escolar, ocasión y medio para imbuir en sus almas
un corazón abierto a las necesidades de los niños menos social y
económicamente favorecidos, enseñándoles a compartir sus bienes
materiales y, particularmente los bienes espirituales de la fe, la es-
peranza y la caridad cristiana que les lleve a vivir las virtudes teo-
logales como estilo de vida, haciéndoles presentes los territorios de
misión y sus muchas necesidades.
Aun así, será insuficiente esta tarea de educación en la fe, o in-
completa, si los sacerdotes, religiosos y religiosas, y de modo muy
propio los catequistas no proponen la vocación misionera al tiem-
po que las vocaciones a la vida consagrada y sacerdotal en la etapa
de la infancia adulta y la adolescencia, ya que la Infancia Misionera
se extiende desde el discernimiento hasta los 14 años. Es, por lo de-
más, obvio que esta labor no podrán llevarla a cabo los educadores
de la fe, si ellos mismos no están motivados por estas vocaciones,
por eso es muy importante que los padres de familia, educadores,
catequistas y jóvenes monitores del apostolado de la infancia y la
adolescencia carecen de un verdadero plan de formación misionera y
vocacional, instrumento necesario para su labor como agentes de la
educación cristiana.
Capítulo 4
Crisis y apología
de la misión cristiana
1.
Breve recordatorio histórico:
las misiones cristianas y los comienzos
de la aventura ecuménica de las Iglesias

26 El auge experimentado por las misiones católicas en el siglo


XIX tiene tras de sí la larga trayectoria histórica que arranca de la
misión apostólica. Tras la evangelización protagonizada por la Igle-
sia antigua con la primera expansión del cristianismo en la socie-
dad greco-romana y, después de la adopción del cristianismo como
religión de Estado por el emperador Constantino, la evangelización
de los pueblos bárbaros daría como resultado la geografía cristia-
na de Europa en las puertas del Medievo y, posteriormente, con la
evangelización de los pueblos eslavos, se completaría la configura-
ción de la Europa cristiana. En el siglo XV, los viajeros cristianos
habían llevado a cabo exploraciones hacia el oriente que llevaron al
cristianismo al tímido encuentro con los imperios orientales asiá-
ticos. En la última década del siglo XV el descubrimiento de Amé-
rica abría el horizonte de la gran aventura de la evangelización de
América, al mismo tiempo que había comenzado la primera apro-
ximación evangelizadora de África de la Edad Moderna, siguiendo
la exploración de la ruta marítima hacia las Indias orientales. Los
siglos XVI, XVII y XVIII fueron siglos de expansión misionera y
asentamiento de la Iglesia en el Nuevo Mundo, en el que España
tuvo un protagonismo evangelizador singular.
La expansión musulmana en África, que siguió a la implanta-
ción ya secular del cristianismo en toda el área norte del dominio
del Imperio Romano, invadió la geografía, sometió primero y acabó
progresivamente con la sociología cristiana de las Iglesias asentadas
en los países norteafricanos, que se extendían en los dominios del
Imperio desde Egipto y Etiopía al Magreb. En esta situación la pug-
na por la fe no puede pasarse por alto en África desde la expansión
56 Crisis y apología de la misión cristiana

del islam en todo el norte del continente hasta la costa occidental y


el África central. Se ha escrito con científica acreditación histórica:

«El norte de África no puede contarse entre los territorios de misión


en sentido estricto. Aquí desde la edad media, se encontraban el islam y
el cristianismo frente a frente como enemigos irreconciliables. No obs-
tante, en la franja que corre desde Marruecos hasta Egipto se desarrolló
un idealismo y heroísmo que muchas veces superaba al de los auténticos
territorios de misión»56.

Ya en la época moderna, la expansión europea en África favo-


reció la acción de las misiones católicas igual que abrió camino
franco a las sociedades misioneras protestantes, protegidas por la
colonización europea. La presencia cristiana en África occidental
que se remonta a los enclaves comerciales costeros de la navega-
ción portuguesa en los siglos XVI y XVII, lograba en el siglo XIX
la creación de importantes comunidades cristianas, al penetrar la
evangelización en los países del África central y del sur, fruto de
la misión cristiana. El tejido social a que fueron dando lugar es-
tas comunidades de los territorios de misión iría configurando el
tejido social de las «jóvenes Iglesias» en la costa occidental y en
las regiones continentales del África central y del sur. Las misiones
cristianas dieron un gran impulso al cristianismo católico africano
de la mano de algunas de las grandes iniciativas misioneras de las
órdenes y congregaciones religiosas con el apoyo de la Santa Sede.
Lo mismo que sucedió con las misiones de las Iglesias y comuni-
dades eclesiales protestantes, si bien dando lugar a Iglesias y comu-
nidades eclesiales diversificadas, reproduciendo las áreas eclesiales
del anglicanismo y del protestantismo en Europa, acostadas en los

56
Para la propagación de la fe en África véase la documentada reseña de J.
Beckmann, S.M.B., «La propagación de la fe y el absolutismo europeo», en H.
Jedin (dir.), Manual de historia de la Iglesia, t. VI (Barcelona 1978) 399-410, aquí
cit. 399. Véase también la breve y sencilla reseña (con referencia bibliográfica)
de F. González Fernández, «La misión en África», en S. Karotemprel (dir.),
Seguir a Cristo en la misión. Manual de misionología (Estella-Navarra 1998)
181-199.
Iglesia para la misión 57

enclaves coloniales, fruto de una promoción y desarrollo de una


intensa labor apoyada por las sociedades misioneras protestantes
internacionales. Era lógico que las misiones católicas compitieran
en África con las sociedades misioneras protestantes, dada esta
presencia y diversidad de comunidades cristianas resultantes de la
acción de los misioneros de las Iglesias y comunidades eclesiales
separadas de Roma.

27 La misión protestante había cristalizado también en la India


siguiendo la suerte de la colonización británica, si bien es preci-
so mencionar que el cristianismo católico del Malabar tenía en el
sureste de la India una presencia milenaria, tradicionalmente afir-
mada en sus orígenes como resultado de la misión del apóstol To-
más, a la que vendría a sumarse la misión latina de los portugueses,
dando lugar a la pugna entre las tradiciones rituales de las Iglesias
de origen sirio y malabar con la Iglesia latina. Durante los siglos
XVI y XVII las misiones católicas siguieron a la presencia occiden-
tal de exploración y colonización, con la importante penetración
en los archipiélagos del Pacífico. La predicación del Evangelio y la
plantación de la Iglesia en el siglo XIX cosechaba los frutos de las
misiones católicas, que se habían extendido en China y los países
asiáticos del Extremo Oriente desde Indochina a Corea y las Fi-
lipinas En este archipiélago la evangelización española lograba el
asentamiento del catolicismo, que tropezaría con la frontera del
Japón57. Las persecuciones y los martirios sufridos por los nuevos
cristianos, que siguieron la suerte de los misioneros, constituye una
historia de sacrificio y generosa entrega de la vida por Cristo que ha
acompañado a la obra misionera de la Iglesia hasta nuestros días,
padeciendo las crueles persecuciones de las comunidades cris-
tianas practicadas por regímenes totalitarios que se afirman vio-

57
Véase J. Beckmann, S.M.B., «La propagación de la fe y el absolutismo
europeo», en H. Jedin, cit., 410-466. También la reseña J. Metzler - G.
Kottuppallil, «Historia de la misión en Asia y en la región del Pacífico», en
S. Karotemprel, cit., 160-180.
58 Crisis y apología de la misión cristiana

lentamente como sistemas de vida alternativos a cualquier visión


trascendente y religiosa del mundo.

28 Volviendo al continente africano, la situación impulsó a las


sociedades misioneras protestantes a poner en común el proyecto
misionero cristiano mediante la colaboración y la renuncia al prose-
litismo. No fue fácil, pero se impuso al fin la necesidad de afrontar
el desconcierto que creaba en los pueblos del África la pluralidad de
visiones cristianas que llevaban al continente las misiones. Como
se ha observado, las «Iglesias madres» se hallaban habituadas a
convivir en el pluralismo de las confesiones separadas; sin embar-
go, para las «Iglesias jóvenes» esta desunión era, como sigue siendo,
un escándalo, porque la desunión de los cristianos atenta contra la
unidad visible de la Iglesia. A la distancia de más de un siglo, hemos
de reconocer que el impulso ecuménico de las conferencias misio-
neras, había de ser precioso para la acción unitaria de las misiones
cristianas y el crecimiento de la Iglesia.

29 Es necesario destacar que la Conferencia Mundial de Misiones


celebrada en Edimburgo en 1910 (World Missionary Conference)
venía a ofrecer un marco operativo del singular alcance misionero
que pasaba por la convergencia de criterios para conducir la misión
cristiana en el mundo. Representantes autorizados y proporciona-
dos en número, según la consolidación social de las sociedades mi-
sioneras que representaban, acreditaban su posición por la calidad
de sus propuestas, a las que fueron incorporadas las Iglesias jóvenes
bien representadas. La primera gran guerra mundial que comenzó
con la declaración de la guerra de Austria-Hungría a Servia el 28
de julio de 1914 detuvo el joven movimiento misionero, sobre todo
con la entrada en la guerra de Alemania, encerrándola en un parén-
tesis temporal, y una vez llegada la paz cuando Alemania aceptaba
las condiciones del armisticio de 11 de noviembre de 1918. Apenas
acabada la guerra, el movimiento misionero recobraba su propia
vitalidad con diversas iniciativas de las sociedades misioneras pro-
testantes, creándose en 1921 en Lake Monhonk (Estados Unidos)
Iglesia para la misión 59

el Consejo Internacional de las Misiones (International Missionary


Council)58.
La presencia de los grandes ecumenistas de la primera hora ayu-
dó a percibir que las misiones dependían en gran medida del logro
de la unidad visible, concluyendo por ello que se imponía la creación
de un fuerte movimiento ecuménico que afrontara las diferencias
teológico-dogmáticas que separaban a las confesiones, y condicio-
naban la proclamación de Cristo al mundo y la convicción de que
en todos los frentes misioneros actuaba el mismo Espíritu. Enton-
ces, ¿dónde encontrarían los gentiles procedentes del paganismo el
verdadero rostro de Cristo? El intento de responder a esta pregunta
daría origen al nuevo Movimiento de Fe y Constitución (Faith and
Order), por obra del carismático y profético obispo episcopaliano
Charles-Henry Brent (1862-1929); y el pastor anglicano William
Temple (1881-1944), que habría de ser arzobispo de York, y después
Cantorbery y primado de la Comunión anglicana. Dos apóstoles de
la misión cristiana y de la unidad de la Iglesia, cuya obra ha tras-
cendido su vida y ha fructificado en el tiempo. De la obra de ambos
es inseparable la del arzobispo sueco de Uppsala Nathan Söderblom
(1866-1931), verdadero impulsor del Movimiento de Vida y Acción
(Life and Work), el tercer movimiento ecuménico que, motivado
por las consecuencias de la gran guerra, obedecía a la necesidad
de plantear los criterios a los que la actuación de los cristianos pu-
diera atenerse en orden a la paz y la concordia social. Todo ello
con evidente repercusión en las obras asistenciales y de promoción
social, educativa y sanitaria en los territorios de misión. Estos mo-
vimientos de búsqueda de la convergencia en la acción misionera
para proclamar al mismo Cristo, de búsqueda de consenso en la
verdad de fe que une a los cristianos como punto de partida para
restaurar la unidad visible de la Iglesia «una sancta», y empeño en
la unidad de acción en la caridad para promover unidos la justicia

58
Cf. G. Thils, Historia doctrinal del Movimiento ecuménico (Madrid 1965)
8-12.
60 Crisis y apología de la misión cristiana

social y el bienestar de los pueblos venían a integrarse en 1948. En


este año pasaban a ser objetivos comunes del Consejo Ecuménico
de las Iglesias, creado en Amsterdam y resultado de la convergencia
y articulación de dichos movimientos.

30 La Conferencia y la encíclica Maximum illud de Benedicto XV


están separadas por los años de guerra, y los resultados devastado-
res de la destrucción ocasionada por las hostilidades no sólo ponían
de manifiesto la crueldad de las acciones bélicas en el escenario eu-
ropeo, sino que estos resultados de la destrucción hacían patente el
alcance mundial de la conflagración. La devastación se había ex-
tendido a las latitudes donde operaban las misiones cristianas. Be-
nedicto XV, pedía al final de su encíclica la colaboración de todos
los fieles, urgidos por la obligación de cumplir el mandamiento del
amor al prójimo; y proponía los medios de este amor generoso: la
oración, la inspiración y aumento de las vocaciones misioneras y la
limosna. Se justificaba esta última, no ya por la obligada atención a
las necesidades del prójimo, que siempre son necesidades actuales
para el cristiano, sino porque, a causa de la guerra, se habían acu-
mulado sobre las Misiones «necesidades sin cuento»59. La guerra
había contribuido a poner en evidencia la urgente necesidad para
los cristianos de lograr aquella reconciliación que, unificando su
actuación bajo el único Cristo, no sólo pudiera llevar a un empeño
concorde por socorrer la necesidad y la indigencia de las muche-
dumbres, sino arrancarlas al dominio del Maligno. Lo expresaba
el Papa con claridad apelando a la caridad en la causa de superar
y paliar los efectos de los enfrentamientos, porque «no se trata so-
lamente de socorrer la necesidad, la indigencia y demás miserias
de una muchedumbre infinita, sino también y en primer lugar de
arrancar tan gran número de almas de la soberbia dominación de
Satanás, para trasladarlas a la libertad de los hijos de Dios»60.

59
MI, n. 92.
60
MI, n. 95.
Iglesia para la misión 61

31 Un camino difícil pero abierto a un futuro esperanzador, que


se iniciaba de manera convergente en la Conferencia de Estocolmo
de 1925, motivada por el deseo de encontrar el horizonte de fe co-
mún y universal para la acción. Con motivo de esta conferencia a
la búsqueda de un «cristianismo práctico», los dirigentes de Vida
y Acción quisieron atraer a la Iglesia Católica Romana. Aunque el
catolicismo romano no estuvo presente se había producido la apro-
ximación que también llevaría a la Iglesia Católica a la integración
en Fe y Constitución años después, tras las conferencias que se si-
guieron hasta la creación del Consejo Ecuménico. La segunda gue-
rra mundial vino a interrumpir el camino abierto a la incipiente
colaboración de las Iglesias y sólo, acabada la guerra y pasados los
primeros años de la postguerra, al final de los años sesenta del siglo
XX, el Consejo Ecuménico de las Iglesias y la Pontificia Comisión
Justicia y Paz convenían en desarrollar un servicio social convergen-
te y orgánico como contribución conjunta al desarrollo y la promo-
ción de la justicia social, fundamento de la paz entre las naciones.
El Departamento de Iglesia y Sociedad, prolongación en el Consejo
Ecuménico del Movimiento de Vida y Acción, y la Pontificia Comi-
sión de Justicia y Paz, siguiendo el mandato de la Cuarta Asamblea
Mundial del Consejo Ecuménico de las Iglesias (Uppsala 1968),
creaban años después el Comité para la Sociedad, el Desarrollo y la
Paz (SODEPAX), que transcurridos algunos años tropezaría con
no pocas dificultades, a causa de la entrada en escena de los mo-
vimientos de liberación y de los partidarios de la violencia para
cambiar la situación social, que terminaron haciendo imposible al
comité mixto su continuidad.
2.
La teología del pluralismo de las religiones
y consiguiente crisis de las misiones:
¿Se mantiene el deber de evangelizar?

32 El problema de fondo se hace patente en los años sesenta del


siglo XX con la crisis que comenzaba a producir la transformación
de la acción misionera de las Iglesias cristianas y de las misiones
católicas en un magno movimiento de compromiso social con el
desarrollo de los países del llamado Tercer Mundo, coincidente en
gran parte con los territorios de misión establecidos en los países
colonizados. Esta mutación o cambio producido en las misiones se
producía con especial intensidad en la Iglesia Católica, pero tam-
bién se producía en las Iglesias protestantes, y alentado por compro-
misos políticos próximos y en muchos puntos convergentes con los
objetivos de los movimientos marxistas de liberación, en muchos
casos no sólo enfrentados a la política de las potencias coloniales,
sino organizados como movimientos armados. Al mismo tiempo
se producía un importante cambio de planteamiento en la teología
de las misiones, que poco después, motivada por la teología del plu-
ralismo religioso, venía a repercutir sobre la acción misionera de la
Iglesia. Como consecuencia, se inhibían la proclamación de Cristo
como único Salvador y la exposición de la doctrina católica sobre
la mediación de la salvación en la Iglesia, con notable repercusión
sobre la acción pastoral de las misiones.
La prodigiosa expansión de la fe católica hasta el II Concilio
Vaticano por obra de las misiones entraba, pues, en crisis con la
teología del pluralismo religioso, que relativizaba la urgencia de la
acción misionera de la Iglesia. ¿No se servía Dios de las religiones
para orientar, en el marco de las distintas culturas el camino de la
humanidad hacia Dios? ¿Acaso pueden quedar fuera de la voluntad
salvífica de Dios, que es universal, la inmensa mayoría de los habi-
tantes de la tierra que no son cristianos y sí hondamente religiosos?
Iglesia para la misión 63

¿No están en juego las «semillas» del Verbo, de las cuales habla el
Vaticano II como habían hablado los padres en la antigüedad cris-
tiana? En consecuencia, ¿no basta sólo el compromiso de un buen
testimonio de vida? Más aún, ¿no debía de transformarse la misión
en colaboradora codo a codo con los proyectos de humanización
de la vida y el logro de un bienestar común?

33 Ciertamente, el Decreto conciliar sobre la actividad misionera


de la Iglesia afirma que los evangelizadores han de tener en cuenta
las tradiciones nacionales religiosas de los evangelizandos, y fami-
liarizarse con ellas, para «descubrir gozosa y respetuosamente las
semillas del Verbo latentes en ellas»61, pero no se debe silenciar lo
que añade a continuación precisamente sobre el testimonio cris-
tiano que los bautizados han de dar entre las gentes. El decreto ob-
serva en el mismo número que los cristianos han de estar atentos a
la profunda transformación que el Evangelio produce en los seres
humanos y obrar de tal manera que en ellos «despierten a un deseo
más vehemente de la verdad y del amor revelado por Dios». A la
pregunta de cómo hacerlo, responde tomando a Cristo por modelo,
indicando que del mismo modo que Cristo «escudriñó el corazón
del hombre y lo condujo mediante un diálogo verdaderamente hu-
mano a la luz divina, también sus discípulos, profundamente inun-
dados por el Espíritu de Cristo, deben conocer a los hombres entre
los que viven, y conversar con ellos, para que en el mismo diálogo
sincero y paciente lleguen a conocer las riquezas que Dios, genero-
so, ha dispensado a las gentes; y al mismo tiempo deben esforzarse
por examinar a la luz del Evangelio estas riquezas, liberarlas y con-
ducirlas al dominio de Dios Salvador»62. En esto consiste la misión,
en hacer descubrir mediante el testimonio cristiano a los que son
evangelizados que incluso las riquezas que las gentes poseen proce-
den del Espíritu de Cristo.

61
Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes
[=AG], n. 11b.
62
Ibid.
64 Crisis y apología de la misión cristiana

Estas riquezas, sin embargo, pueden estar mezcladas y desfigu-


radas por proyecciones y acciones del hombre, siempre necesitado
de la luz divina y llamado a la conversión, cosa que sólo logra el
evangelizador discerniendo a la luz del Espíritu la verdad de las
cosas con relación a Dios para llevar al ser humano evangelizan-
do al conocimiento de Cristo. El Concilio insistirá por esto mis-
mo en que allí donde Dios mediante la Iglesia anuncia a Cristo, se
anuncia al Dios vivo y verdadero y a Jesucristo, para que «los no
cristianos, por el Espíritu Santo, que abre sus corazones, creyendo
se conviertan libremente al Señor y se adhieran sinceramente a él,
quien siendo el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6) colma todas
sus expectativas espirituales, más aún, las supera infinitamente»63.

34 Toda la acción misionera de la Iglesia incumbe, ciertamente,


a todos los bautizados, si bien Dios suscita mediante el Espíritu
vocaciones misioneras específicas entre los ministros, a quienes in-
cumbe en primer lugar y con la autoridad que sólo a ellos es propia;
igual que entre los religiosos y los laicos, quienes en diverso modo
han de sostener y desarrollar todos de consuno la acción misionera
de la Iglesia. El deber de evangelizar reitera el Decreto sobre la ac-
tividad misionera, de una parte, en virtud del mandato expreso de
Cristo «que ha heredado de los Apóstoles el orden de los obispos,
al que asisten los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro
y Sumo Pastor de la Iglesia, sino también en virtud de la vida que
Cristo infunde a sus miembros (cf. Ef 4,16)»64. No cabe eludir el
mandato apelando al testimonio, ni soslayar el deber del testimo-
nio, porque el testimonio es sostenido por el mandato, simultáneo
al mismo, si bien pide explicitar su razón de ser, su significado. El
testimonio cristiano no es mudo, va acompañado del anuncio y
proclama evangélica y, como dice san Pedro, sostenido por la per-
manente disposición a dar razón de la esperanza que los cristianos
tenemos en Cristo (cf. 1 Pe 3,15). El testimonio sigue el camino de

63
AG, n. 13.
64
AG, n. 5.
Iglesia para la misión 65

la encarnación asumido por el Verbo, en el marco general de la re-


velación divina, acontecida en la historia de la salvación mediante
«hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de manera que
las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifies-
tan y confirman la doctrina y los hechos significados por las pala-
bras; y las palabras, por su parte, proclaman las obras e iluminan el
misterio contenido en ellas»65.

35 El magisterio conciliar, como no puede ser de otro modo, es


concorde con el magisterio pontificio que le precede y, naturalmen-
te, inspira el magisterio eclesiástico que le ha seguido. El Concilio,
teniendo de fondo la acción y dones del Espíritu fuera de las fronte-
ras de la Iglesia, dice que ésta atrae a los oyentes a la fe y al bautismo
mediante la predicación del Evangelio, incorporándolos a Cristo.
Por esto, trata de alejar los temores de quienes no desean herir las
creencias de los no cristianos, por el hecho de predicar el Evangelio
y no renunciar a su anuncio explícito, apelando a los dones y a la
luz del Espíritu que muestran las religiones: «La Iglesia realiza su
tarea para que todo lo bueno que hay sembrado en el corazón y en
la inteligencia de estos hombres [las gentes que ella evangeliza], o
en los ritos particulares, o en las culturas de estos pueblos, no sólo
no se pierda, sino que mejore, se desarrolle y llegue a su perfección
para gloria de Dios, para confusión del demonio y para felicidad
del hombre»66. Así recordando que a todos los discípulos de Cristo
incumbe sembrar la fe según sus posibilidades, concluye en el mis-
mo lugar: «De esta manera, la Iglesia ora y trabaja al mismo tiempo
para que la totalidad del mundo se transforme en Pueblo de Dios,
Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo y para que en Cristo,
Cabeza de todos, se dé todo honor y toda gloria al Creador y Padre
de todos»67.

65
Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Ver-
bum, n. 2. Repárese en la expresión «gestis verbisque intrinsece inter se conexis».
66
LG, n. 17.
67
Ibid.
66 Crisis y apología de la misión cristiana

Si en obediencia al mandato de Cristo, la Iglesia hace suyas las


palabras del Apóstol «¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!» (1 Cor
9,16), ¿se limitaría el mandato de misionar «hasta que las nuevas
Iglesias estén plenamente formadas y ellas mismas puedan continuar
la tarea de anunciar el Evangelio»68, aun en tal supuesto, sigue vi-
gente el mandato de evangelizar. El transcurso de los tiempos y los
avatares de la fe nos hacen vulnerables al abandono y la apostasía,
al alejamiento de la Iglesia en tal modo que el anuncio del Evange-
lio perdurará hasta el final de los tiempos, sabiendo que la pregun-
ta de Cristo por la fidelidad de los creyentes es dudosa respuesta.
Cristo lloró sobre Jerusalén ante la catástrofe que se cernía sobre la
ciudad santa, porque no conoció el pueblo elegido el mensaje de
la paz cuando llegó la visita de Dios a su tiempo (cf. Lc 19,44; cf.
13,34-35), y se preguntó: «¿Cuándo venga el Hijo del hombre, encon-
trará fe sobre la tierra?» (Lc 18,8). El anuncio del Evangelio no co-
nocerá fin hasta el retorno el Señor porque el hombre está siempre
tentado de increencia. El Papa Francisco no ha dejado de subrayar
la importancia perenne del anuncio, en continuidad con Juan Pablo
II, al afirmar con las mismas palabras del santo Papa que «no puede
haber auténtica evangelización sin la proclamación explicita de que
Jesucristo es Señor, y sin que exista un primado de la proclamación
de Jesucristo en cualquier actividad de la evangelización»69.

36 Por esto, la Comisión Teológica Internacional, al reflexionar


sobre la relación entre el cristianismo y las religiones, y refiriéndose
a la teología del pluralismo religioso que considera las religiones
como mediaciones de la acción del Espíritu Santo, no deja de preci-
sar que, si las religiones fueran sin más e indistintamente caminos
para la salvación, «la conversión deja de ser el objetivo primero
de la misión, ya que lo importante es que cada uno, animado por
el testimonio de los otros, viva profundamente su propia fe», para

Ibid.
68

EG, n. 110; cf. San Juan Pablo II, Exhortación ap. postsinodal Ecclesia in
69

Asia (6 noviembre 1999), nn. 2 y 19.


Iglesia para la misión 67

continuar diciendo que, incluso aceptando en parte la afirmación


de esta postura que considera «inclusivista», en el sentido de que en
la acción del Espíritu Santo se incluyen las religiones como fruto
del dinamismo encarnatorio de la acción divina, anunciar a Cristo
conduciría este dinamismo de encarnación del Espíritu a su pleni-
tud, ya que el anuncio y la proclamación de Cristo «hace crecer las
posibilidades de salvación y también la responsabilidad personal.
Así la misión se considera hoy no sólo dirigida a los individuos,
sino sobre todo a los pueblos y a las culturas»70. La razón no puede
ser otra: «La presencia del Espíritu no se da del mismo modo en
la tradición bíblica y en las otras religiones, porque Jesucristo es
la plenitud de la revelación»71. La revelación bíblica forma parte
del acontecimiento Cristo en cuanto está orientada a él y en Cristo
encuentra la plenitud de las promesas, siendo Cristo el contenido
de las Escrituras. El interés del diálogo interreligioso radica en el
encuentro con las religiones como «corazón de toda cultura, como
instancia de sentido último y fuerza estructurante fundamental»72.
Para un planteamiento correcto de la teología de las religiones y
las consecuencias que tiene para la acción misionera y pastoral de
la Iglesia, la Comisión Teológica Internacional añade que es nece-
sario tener presente que cuanto se diga sobre el valor salvífico de las
religiones no puede ignorar ni el designio de salvación universal de
Dios ni la única mediación de Cristo. Esto es parte sustancial de la
voluntad salvífica del Padre, que así lo ha dispuesto; ni tampoco se
puede ignorar el carácter universal de la acción del Espíritu Santo y
la relación que su actuación guarda con Jesús73, que afirma: «Cuan-
do venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la vedad completa
(…) Él me dará gloria, porque tomará de lo mío y os lo explicará a
vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío» (Jn 16,13a.14). No está

70
Comisión Teológica Internacional, El cristianismo y las religiones
(1997), en Documentos 1969-2014, 480, n. 24.
71
Ibid., 480, n. 25.
72
Ibid., 481, n. 26.
73
Ibid., 481, n. 27.
68 Crisis y apología de la misión cristiana

en juego en la revelación de Jesús y en su mediación única de la


salvación una realidad religiosa que pueda perfeccionarse, aunque
haya realidades y realizaciones del cristianismo que evolucionan
con el tiempo. Lo que está en juego es la persona misma de Jesús
como revelación definitiva del misterio de Dios acontecida en la
historia en razón de la encarnación única del Verbo, y éste es el
punto de partida para un cristiano en cualquier modelo de diálogo
interreligioso que se quiera llevar a cabo74.

G. Canobbio, Chiesa, religioni, salvezza (Brescia 2007) 117; cf. A. Gon-


74

zález Montes, Teología fundamental de la revelación y de la fe (Madrid 2010),


236-241.
3.
Llamada a la unidad de la fe y reafirmación de
la necesidad de la misión cristiana
por la encíclica «Redemptoris missio»

37 Sobre este fondo teológico sin el cual no se llega a comprender


la razón de la acción misionera de la Iglesia, la tendencia duran-
te los años ochenta y noventa del pasado siglo a convertir las mi-
siones fundamentalmente en una empresa humanitaria obedecía
a la influencia de la nueva teología de las religiones. Esta teología
considera que las religiones habrían de ser tenidas como «caminos
ordinarios» de salvación, ya que son muchos más los millones de
seres humanos que desconocen el camino de Cristo que los que son
conocedores del mismo. Se responde así a la inquietud que suscita
en el corazón del ser humano, ante la bondad infinita de Dios y su
misericordia, que la mayoría de la humanidad pudiera quedar al
margen de la salvación. Quienes esto sostienen, entienden que es
más razonable suponer que la salvación dependerá de la fidelidad
en el seguimiento del camino hacia Dios de las distintas religiones
que han inspirado y delimitan las prácticas religiosas de las comu-
nidades humanas de sus seguidores, inseparables de las grandes
culturas a las que han dado lugar en la historia. Por eso están inclu-
so contra la llamada de la conversión a Cristo, porque consideran
que de hecho el Verbo de Dios tiene múltiples presencias en las
religiones como resultado y concreción de la revelación de Dios y,
en consecuencia, de la misma misión del Verbo de Dios como el
mediador de la salvación. La mediación del Verbo conocería diver-
sas presencias o formas de encarnación de la palabra de Dios en la
historia plural de las religiones, en las cuales ha cuajado haciéndose
realidad concreta la presencia de Dios para la humanidad.
Este y otros planteamientos similares son los que dieron lugar
a la encíclica sobre la acción misionera Redemptoris missio (1990)
a sostener la necesidad y permanente vigencia de la acción misio-
70 Crisis y apología de la misión cristiana

nera de la Iglesia en el mundo. Esta determinante encíclica de san


Juan Pablo II fue posteriormente seguida por la Declaración Do-
minus Jesus (2000), de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo75. En esta
declaración se recoge el magisterio de la encíclica y la enseñanza
permanente de la Iglesia sobre el carácter universal de la revelación
y la unicidad de la salvación en Cristo, descartando cualquier inter-
pretación que atente contra la unicidad de la mediación del Verbo
encarnado en Jesucristo como camino único y universal para toda
la humanidad, conforme a la afirmación del mismo Señor: «Nadie
va al Padre sino por mí» (Jn 14,6).

38 El Concilio había dicho que la Iglesia aprecia todo lo bueno y


verdadero que hay en los no cristianos, pero había precisado que
debía comprender, como afirman los padres de la Antigüedad cris-
tiana, como «praeparatio evangelii»76: una preparación al Evangelio
que asimismo es don de aquel que ilumina la vida del hombre ca-
mino de su destino final, advirtiendo de cómo el Maligno ha en-
gañado a los hombres que han llegado, como dice el Apóstol de
las gentes, en la vaciedad de su pensamiento a cambiar a Dios por
los ídolos «sirviendo a las criaturas en lugar de al Creador» (cf. Rm
1,21.25); y verse amenazados por la desesperación que produce la
pérdida del sentido de la vida. El Concilio concluía sobre ello afir-
mando el cuidado permanente de la Iglesia en favorecer las misio-
nes para promover la gloria de Dios y la salvación de cuantos no
han conocido el Evangelio, recordando el mandato permanente de

75
Para una mejor comprensión de lo que aquí decimos, véase la exposición
de la doctrina católica sobre la «norma eclesial» a propósito de la Declaración de
la Congregación para Doctrina de la Fe [CDF] en mi eclesiología: A. González
Montes, Imagen de Iglesia. Eclesiología en perspectiva ecuménica (Madrid 2008)
537-561.
76
LG, n. 16, citando Eusebio de Cesarea, Praeparatio evangelica, 1,1: PG
21,28AB.
Iglesia para la misión 71

Cristo: «Predicad el Evangelio a todos los hombres» (cf. Mc 16,16)77,


enseñanza que recoge el Catecismo78 con entera fidelidad al espíritu
y la letra del Concilio, no sin antes haber citado el texto tal vez más
referido de la declaración conciliar sobre las religiones no cristia-
nas, en el que se afirma que la Iglesia no rechaza nada de lo que en
las religiones no cristianas es verdadero y santo, y por eso declara:

«Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los pre-
ceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de los que ella mantiene
y propone, no pocas veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella
Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación
de anunciar sin cesar a Cristo, que es camino, verdad y vida (Jn 14,6), en
quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa, en quien
Dios reconcilió consigo todas las cosas»79

Las religiones, sin ser mediaciones del Verbo en sí mismas,


pueden ser instrumento ocasional, o mejor provisional, del cual el
creyente puede salir ante la proclamación del Evangelio, cuya pre-
dicación es el objetivo de la misión cristiana. El debate teológico
sobre las religiones no cristianas como medios de revelación salví-
fica llevó a considerarlas mediaciones de la salvación equiparables
a la revelación judeocristiana, y a valorar los textos sagrados de las
religiones no cristianas como complemento de la revelación bíbli-
ca80. La Congregación para la Doctrina de la Fe calificaba de postu-
ra errada, en la cual se prolonga el viejo debate de la teología liberal
sobre el carácter absoluto del cristianismo, emitiendo sendas notas
a propósito de dos libros muy extendidos con esta valoración de las

77
LG, n. 16.
78
CCE, n. 843.
79
Vaticano II, Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religio-
nes no cristianas Nostra aetate, n. 2.
80
Cf. nuestra reseña de este debate y su alcance: A. González Montes,
Teología fundamental de la revelación y de la fe, 226-241.
72 Crisis y apología de la misión cristiana

religiones que relativizan la unicidad y universalidad de la media-


ción de la salvación en Cristo y su prolongación en la Iglesia81.

39 Los obispos españoles recordábamos la doctrina de fe en el


dogma de Cristo como mediador único y universal de la salvación
en la «Instrucción pastoral sobre la persona de Cristo y su misión»
(2016), documento recordatorio del misterio de salvación ofre-
cida por Dios Padre en Cristo, contenido del anuncio evangélico
al mundo y razón de ser de la acción misionera de la Iglesia. De
acuerdo con el planteamiento que hace la Comisión Teológica In-
ternacional, que acabamos de referir líneas más arriba, el diálogo
interreligioso no puede obviar el punto de partida de la unicidad
de la mediación de la revelación salvífica en Cristo que un cris-
tiano tiene que tener presente. Así, cuando se quiere afirmar que
es posible separar al Verbo de Dios de Jesucristo, verdadero Hijo
de Dios encarnado, para afirmar que el Verbo estaría presente en
las diversas mediaciones de las religiones no cristianas y así pre-
sentarlas como dotadas de legitimidad teológica, como caminos
de revelación y salvación, sosteniendo de este modo la supuesta
presencia de lo Uno (Dios, el Verbo de Dios) en lo múltiple (las
diversas religiones)82, se produce el alejamiento irreversible de la
fe de la Iglesia en el misterio de Cristo: en la mediación única y
universal de Jesucristo como Verbo de Dios encarnado y Salvador
universal de la humanidad. Así mal comprendido y propuesto, la
acción evangelizadora de la Iglesia pierde su razón teológica, por-
que el misterio de Cristo pierde su verdadera significación salvífica,

81
Son los libros de los jesuitas Jacques Dupuis, Hacia una teología cristiana
del pluralismo religioso (Santander 2000); y de Roger Haight, Jesús, símbolo
de Dios (Madrid 2007). Cf. CDF, «Notificación a propósito del libro de Jacques
Dupuis “Verso una teologia cristiana del pluralismo religioso” [Ed. Queriniana,
Brescia 1997] (24 enero 2001)», en CDF, Documentos 1966-2007, ed. E. Vadillo
Romero (Madrid 2008) 667-672 (doc. n. 93); y CDF, «Notificación sobre la obra
“Jesus Symbol of God” del P. Roger Haight, SJ», en ibid., 757-766 (doc. n. 104).
82
Cf. autores que así lo afirman: J. Melloni Ribas, El Uno en lo múltiple.
Aproximación a la diversidad y unidad de las religiones (Santander 2003).
Iglesia para la misión 73

porque se diluye «la historia particular de la salvación acaecida en


la concreta historia del pueblo elegido y en la historia de Jesucristo
en una historia general de revelación. Paradójicamente, se disuelve
la honda verdad de la fe en la encarnación»83.
La misteriosa relación que las religiones no cristianas dicen a
Cristo no puede ser sino disposición y preparación a la manifesta-
ción de Dios en Cristo. Se formula de este modo el efecto de una
misteriosa relación de las religiones con Cristo que sólo Dios cono-
ce, aplicable por su misericordia a cada ser humano, que siempre
y en cualquier circunstancia de la vida tiene infinita importancia
para Dios, verdadero amador del hombre, que le ha entregado a su
Hijo al mundo «para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17b).

83
CEE / CVII Asamblea Plenaria, Jesucristo, salvador del hombre y es-
peranza del mundo. Instrucción pastoral sobre la persona de Cristo y su misión
(Madrid, 21 abril 2016), n. 31: BOCEE 97 (2016) 46.
Capítulo 5
Anunciar a Cristo y proponer
la vida cristiana hoy
1.
La proclamación del Evangelio excluye
el proselitismo y se media en el amor
de los cristianos

a) Proclamar el Evangelio sin proselitismo


40 El Papa Francisco ha observado con alguna frecuencia que los
cristianos hemos de cuidarnos de caer en el proselitismo y pue-
de pensarse que decir esto hoy es sucumbir al acoso al anticristia-
nismo de grupos y sectores sociales alternativos a la predicación
evangélica y, más aún, no obedecer el mandato de Cristo. En el re-
ciente todavía viaje a Marruecos, Francisco recordaba las palabras
de Benedicto XVI en el Santuario de Aparecida (Brasil), al inau-
gurar la V Conferencia del CELAM. Citemos el párrafo completo
del Papa Ratzinger al que aludía: «La Iglesia no hace proselitismo.
Crece mucho más por “atracción”: como Cristo “atrae a todos a sí”
con la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la cruz, así
la Iglesia cumple su misión en la medida en que, asociada a Cristo,
realiza su obra conformándose en espíritu y concretamente con la
caridad de su Señor»84. Francisco comentaba las palabras de su pre-
decesor añadiendo: «En otras palabras, los caminos de la misión no
pasan por el proselitismo que lleva siempre a un callejón sin salida,
sino por nuestro modo de ser con Jesús y con los demás. Por tanto,
el problema no es ser pocos, sino ser insignificantes, convertirse en
una sal que ya no tiene sabor de Evangelio —este es el problema—,
o en una luz que ya no ilumina (cf. Mt 5,13-15)»85.

84
Benedicto XVI, Homilía en la Misa de inauguración de la V Conferencia
del Episcopado Latinoamericano (Santuario de Aparecida, 13 mayo 2007): AAS
99 (2007).
85
Francisco, Encuentro con los sacerdotes, religiosos, consagrados y el Con-
sejo Ecuménico de las Iglesias. Discurso del Santo Padre (Catedral de Rabat, 31
78 Anunciar a Cristo y proponer la vida cristiana hoy

41 En la visita apostólica al Ecuador, afianzando la unidad de los


cristianos había dicho lo mismo, siguiendo el trazado del programa
de su pontificado romano, en que acentúa la necesidad de la unidad
entre los cristianos como acción de alcance misionero, como Jesús
dice a sus discípulos en la oración sacerdotal: «para que el mundo
crea que tú me has enviado» (Jn 17,21). La unidad cristiana es ya
acción misionera en sí misma, porque la unidad realiza el amor del
Padre y del Hijo en los discípulos de Jesús (cf. Jn 17,26), por eso la
unidad no puede resultar del proselitismo, sino del reconocimiento
del hermano separado como discípulo de Cristo; o del alejado o in-
diferente como amado del Padre, que quiere su salvación y les ofre-
ce el fruto de la gracia redentora para atraerlos a su amor de Padre.
El Papa extrae la lógica consecuencia y agrega: «La evangelización
no consiste en hacer proselitismo, el proselitismo es una caricatu-
ra de la evangelización, sino que evangelizar es atraer con nuestro
testimonio a los alejados, es acercarse humildemente a aquellos que
se sienten lejos de Dios en la Iglesia, acercarse a los que se sienten
juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y
puros. Acercarnos a los que son temerosos o a los indiferentes para
decirles: “El Señor también te llama a ser parte de su pueblo y lo
hace con gran respeto y amor” (EG, n. 113)»86.

42 No se trata de frenar el anuncio, sino de mediarlo en el testi-


monio de vida, que el anuncio inspira y que los cristianos ofrecen
a los gentiles y a los que se han alejado de la Iglesia como efecto de
la recepción evangélica. Es la vida informada por la gracia la que
ha de atraer a Cristo y que los cristianos han de ofrecer a la vista
de quienes los observan. Dirigiéndose a los jóvenes, a los que llama

marzo 2019), recogido en Papa Francisco, Servidor de Esperanza. Marruecos


2019, vers. bilingüe español y árabe de Maghreb Arabe Press y Nuevo Inicio
(Granada 2019) 65-80, aquí 68.
86
Homilía del Santo Padre en la santa Misa por la evangelización de los pue-
blos. Parque del Bicentenario, (Quito, 7 julio 2015): http://w2.vatican.va/content/
francesco/es/homilies/2015/documents/Papa-francesco_20150707_ecuador-
omelia-bicentenario.html (acceso: 13.8.2019).
Iglesia para la misión 79

a ser misioneros valientes de Cristo para los cercanos y los que se


hallan en las fronteras y en las periferias existenciales, donde crece
la indiferencia y la acomodación al mundo, dice el Papa Francisco:
«Enamorados de Cristo, los jóvenes están llamados a dar testimo-
nio del Evangelio en todas partes, con su propia vida»87. A lo que a
continuación añade para evitar una mala interpretación: «El valor
del testimonio no significa que se deba callar la palabra. ¿Por qué
no hablar de Jesús, por qué no contarles a los demás que Él nos
da fuerzas para vivir, que es bueno conversar con Él, que nos hace
bien meditar sus palabras? (…) Ojalá podáis sentir en el corazón
el mismo impulso irresistible que movía a san Pablo cuando decía:
“Ay de mí si no anuncio el Evangelio” (1 Cor 9,16)»88. Cristo llama a
los jóvenes y a todos los bautizados «a ir sin miedo con el anuncio
misionero, allí donde nos encontremos y con quien estemos, en
el barrio, en el estudio, en el deporte, en las salidas con amigos,
en el voluntariado, o en el trabajo, siempre es bueno y oportuno
compartir la alegría del Evangelio»89. El Papa Francisco, comen-
tando el magisterio de Benedicto XVI, insiste en que no se debe
confundir evangelización con proselitismo, porque evangelizar es
dar testimonio de Jesucristo muerto y resucitado. Es Jesucristo el
que atrae, la Iglesia crece por atracción y no por proselitismo. La
confusión entre evangelización y proselitismo «nace en parte de
una concepción político-economicista de la “evangelización”, que
deja así de ser evangelización», y todavía añade que no se trata en
la evangelización de «buscar nuevos socios para esta “sociedad ca-
tólica”, no, es dejar ver a Jesús: que Él se pueda ver en mi persona,
en mi comportamiento; y abrir con mi vida espacios a Jesús. Esto
es evangelizar»90. Así lo expresaba el santo Papa Pablo VI insis-
tiendo en que, dicho de manera sencilla y directa, evangelizar «es

87
Francisco, Exhortación apostólica postsinodal a los jóvenes y a todo el
pueblo de Dios Christus vivit [=ChV] (25 marzo 2019), n. 175.
88
ChV, n. 176.
89
ChV, n. 177.
90
Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en el capítulo gene-
ral del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME). Sala del Consistorio
80 Anunciar a Cristo y proponer la vida cristiana hoy

dar testimonio de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíri-


tu Santo»91, y así lo recogía al comienzo de estas reflexiones como
punto de partida al que retornamos siguiendo la trayectoria del
magisterio que se prolonga hasta el Papa Montini y desde él hasta
el Papa Francisco.

43 Así, pues, evangelizar no es hacer proselitismo de mala ley, so-


metiendo y reduciendo al prosélito mediante presión psicológica,
amenaza que somete al chantaje psicológico y afectivo a quien la
padece, recompensa de dinero y elevación del status social. Los que
así actúan están movidos por la obsesión del número («cuantos
más socios mejor»), que da el poder social y la capacidad de influir;
y también por la tentación de la oferta que supone la aportación
de servicios sanitarios, educativos y sociales al abrigo de la misión,
más como reclamo de acercamiento que testimonio de amor. Tam-
poco el anuncio del Evangelio se acredita mediante la descalifica-
ción de quien se considera rival o a quien, por verlo así, se pretende
desplazar desacreditándolo. Es cierto que las guerras de religión
tuvieron su fin en Europa en el siglo XVII, después de crudas expe-
riencias de enfrentamientos entre pueblos y cristianos que arruina-
ron la unidad de la Iglesia en Occidente.

b) La mediación del anuncio en el testimonio del


amor: el alcance evangelizador de la unidad de
los cristianos
44 Con todo, el proselitismo sectario que caracteriza una evan-
gelización de mala ley no ha cesado, aunque ha sido excluido del
patrón de conducta verdaderamente ecuménico. En el postconci-
lio, iniciados ya los diálogos tanto bilaterales como multilaterales,

(20 mayo 2019): http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2019/may/


documents/Papa-francesco_20190520_pime.html (acceso: 13.8.2019).
91
EN, n. 26.
Iglesia para la misión 81

entre la Iglesia Católica y las confesiones cristianas, el foro de tanta


importancia para el progreso del acercamiento de los cristianos ha-
cia la meta de la unidad visible como es el Grupo mixto de trabajo
—compuesto por miembros de las Iglesias y comunidades eclesiales
del Consejo Ecuménico de las Iglesias y de la Iglesia Católica—, vio
la necesidad de afrontar la cuestión del proselitismo y la necesaria
censura del mismo. Constituido el Grupo de trabajo, publicó tras
la clausura del Concilio la Primera Relación en 1966. A partir de
entonces se han ido sucediendo estas relaciones o documentos de
estudio hasta nueve, la última abarca el período de diálogo de 2007
al 201292, y su aplicación al proceder de las Iglesias y Comunidades
eclesiales. Con relación a la cuestión del proselitismo, en 1971 se
publicaba la Tercera Relación, a la cual se adjuntaba el documento
«Testimonio común y proselitismo» (1970). En él se recomendaba
encarecidamente la colaboración de las Iglesias y Comunidades
eclesiales en todo lo que la común fe así lo permitiera, indicando
tres propuestas de comportamiento:
1. Dar un testimonio común incluso en el estado actual de se-
paración.
2. Abandonar el comportamiento que no esté en consonancia
con el espíritu del Evangelio, tanto por lo que se refiere a las
relaciones entre Iglesias y Comunidades eclesiales como en la
manera de operar en el desarrollo de la acción misionera.
3. Ofrecer una ayuda recíproca tan amplia como sea posible
para un testimonio eficaz del Evangelio mediante el anuncio
y el servicio desinteresado al prójimo93.

92
Cf. vers. española: Grupo mixto de trabajo entre la Iglesia Cató-
lica Romana y el Consejo Mundial de Iglesias, «Acogeos mutuamente en
el nombre de Cristo. Novena Relación 2007-2012», en Diálogo Ecuménico 50
(2015) 63-102 (Relación); 103-234 (Apéndices).
93
A. González Montes, Enchiridion oecumenicum 1 (Salamanca 1986),
380 (n. 3).
82 Anunciar a Cristo y proponer la vida cristiana hoy

El testimonio de los cristianos ha de ser común y hoy, con sin-


cera fidelidad a la propia confesión de fe, tiene que apostar por una
presencia común con otros cristianos en la sociedad secularizada ac-
tual y respetando la libertad religiosa de los demás, evitar un proseli-
tismo de mala ley, conscientes de que lo que está en juego en primer
lugar es el anuncio común de Jesucristo como Salvador universal.
El proselitismo ha sido una permanente amenaza para el ecu-
menismo de la caridad y el diálogo teológico entre las confesiones
cristianas, pero desechar el proselitismo no significa renunciar al
anuncio de Jesús, porque esto significaría renunciar a la evangeli-
zación contra la voluntad expresa e imperativa del Resucitado de
enseñar a todas la gentes, bautizándolas en el nombre de la Santa
Trinidad, para que puedan integrarse en la Iglesia como pueblo de
peregrinos hacia Dios, que en Cristo han hallado definitiva reden-
ción y gracia, «para que todo el que crea en él no perezca, sino que
tenga en él la vida eterna… para que el mundo se salve por él» (Jn
3,16-17).

45 El proselitismo católico para lograr el retorno de las Iglesias


orientales y ortodoxas bizantinas a la unión ha sido un escollo de
difícil superación durante tiempo para el acercamiento de católicos
y orientales. En el diálogo teológico entre católicos y ortodoxos,
se ha necesitado una honda reflexión para lograr que las Iglesias
llamadas «uniatas» peyorativamente por los ortodoxos, es decir, las
Iglesias greco-católicas orientales y bizantinas, sean aceptadas hoy
por los ortodoxos. Son verdaderas Iglesias católicas orientales «sui
iuris», con pleno derecho a participar en los diálogos ecuménicos.
El acuerdo sobre esta cuestión llegó con la Sexta Relación (Frisinga,
15 junio 1990) de la Comisión mixta internacional para el diálo-
go teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa, reco-
nociendo en ella todos sus miembros el derecho de las personas
y las comunidades a la libertad religiosa, garantizada en todas las
sociedades verdaderamente abiertas y democráticas, y la exclusión
del «uniatismo» como método de comunión. De hecho, las grandes
Iglesias greco-católicas y las Iglesias católicas antiguas no siempre,
Iglesia para la misión 83

como a veces se sostiene, han surgido del proselitismo, sino de de-


cisiones soberanas de las Iglesias, tomadas en sínodos, y tienen su
lugar histórico en el difícil camino recorrido desde la ruptura a la
plena reconciliación.
El Papa Francisco acentúa, en la línea magisterial abierta por
Benedicto XV cómo la unidad entre los cristianos es camino de su-
peración para las misiones en Asia y en África de las críticas, quejas
y burlas que reciben debido al escándalo de las divisiones. Por eso
concluye: «Si nos concentramos en las convicciones que nos unen
y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podremos
caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de
servicio y de testimonio. La inmensa multitud que no ha acogido a
Cristo no puede dejarnos indiferentes. Por lo tanto, el empeño por
una unidad que facilite la acogida de Jesucristo deja de ser mera di-
plomacia o cumplimiento forzado, para convertirse en un camino
ineludible de la evangelización»94.

94
EG, n. 246.
2.
La Iglesia, sujeto de la evangelización
para dar a conocer a Cristo

46 Con el magisterio de los Papas y la argumentación teológica,


sostenida por la tradición de fe de la Iglesia que inspira nuestra re-
flexión, tenemos que afirmar que la misión no es proselitismo, es el
cometido encomendado por Cristo a los Apóstoles y a los obispos
y sus colaboradores, en aquel modo que les es propio, y a todos los
bautizados, que junto con los pastores forman la Iglesia enviada al
mundo, razón del lema propuesto por el Papa: «Bautizados y en-
viados», para conmemorar el centenario de la Maximum illud de
Benedicto XV. La evangelización, en verdad, es tarea de la Iglesia,
porque la Iglesia es el sujeto de la evangelización. Por eso mismo, sin
dejar de ser divinamente instituida, «es más que una institución
orgánica y jerárquica, porque es ante todo un pueblo que peregri-
na hacia Dios»95. La Iglesia, en cuanto comunidad de viadores en
camino hacia Dios, anuncia la salvación que Dios mismo ofrece
como obra de su misericordia, llamando a los hombres a acoger la
gracia redentora y santificadora. Tal es la misión de la Iglesia en el
mundo, que resume Francisco en formulación precisa: «La Iglesia
es enviada por Jesucristo como sacramento de la salvación ofrecida
por Dios»96. La apertura de la Iglesia al mundo pasa por ser con-
gregación de pueblos en un pueblo único, que peregrina: el pueblo
de Dios, que es la Iglesia, a la que Dios convoca a los pueblos. El
Papa ve una razón societaria desde el punto de vista de la antropo-
logía que sustenta la vida humana: el tejido de relaciones en el cual
se halla cada individuo en razón de su propia condición humana;
por lo cual, el Papa observa: «Nadie se salva solo, esto es, ni como
individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae tenien-

95
EG, n. 111.
96
EG, n. 112.
Iglesia para la misión 85

do en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que


supone la vida en una comunidad humana»97. Es lo que afirma el
Vaticano II sobre el designio de salvación divina, definir la reali-
dad de la Iglesia mediante las imágenes que expresan su misterio,
afirmando a propósito de la condición de la Iglesia como nuevo
«pueblo de Dios», que Dios «quiso santificar y salvar a los hombres
no individualmente como excluyendo su mutua conexión, sino ha-
cer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera
con una vida santa»98. No se trata de una realidad sociológica, sino
teológica, referida a la comunión de fe en el Evangelio y en los sa-
cramentos, pero a esta condición de la Iglesia subyace una realidad
social que la convierte en órgano visible: su misma identidad social
que expresa el tejido humano que hace de la Iglesia una realidad
histórica.
47 En esta definición se incluye la finalidad de la condición
social de la Iglesia. Es designio de Dios que los hombres lleguen a
conocerle, porque ésta es su voluntad: la salvación del género hu-
mano y, con ella, el logro definitivo de la vida eterna. Es el plan de
Dios que todos los hombres lleguen al conocimiento de la Verdad
que Dios mismo es (cf. 1 Tim 2,4). Jesús ora en estos términos a
su Padre: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). La volun-
tad de Dios, en su designio eterno de salvación de los hombres, es
ser conocido por ellos, y este conocimiento de Dios es inseparable
del conocimiento de Jesucristo como enviado del Padre. La Iglesia
tiene como objetivo, por voluntad del mismo Dios, dar a conocer
a Cristo, por medio del cual todos los seres humanos tienen acceso
a Dios. Por eso, el decreto sobre la actividad misionera de la Igle-
sia afirma que «la Iglesia es, por su propia naturaleza, misionera,
puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del
Espíritu Santo según el plan de Dios Padre»99; y que, al constituir

97
EG, n. 113.
98
LG, n. 9a.
99
AG, n. 2a.
86 Anunciar a Cristo y proponer la vida cristiana hoy

Dios la Iglesia como pueblo, según la enseñanza de la constitución


conciliar sobre la Iglesia que acabamos de referir, el Padre «dispuso
convocar a los creyentes en la santa Iglesia», reuniendo en ella a
sus hijos, para que, por hallarse dispersos a causa del pecado, por
la muerte redentora de Cristo «se congreguen en uno» y formen un
solo pueblo en Él (cf. Jn 11,52)100.
48 Así, pues, con toda razón, Francisco subraya que en este
designio que sustenta la misión de la Iglesia, la primacía es de la
gracia, siguiendo en esta consideración la enseñanza de su prede-
cesor Benedicto XVI. Así, después de afirmar la condición de la
Iglesia como sacramento de salvación, como afirmaron los padres
de la Iglesia antigua, y como declara el Concilio, volviendo sobre
el núcleo dogmático de la eclesiología, Francisco afirma en grada-
ción ascendente: 1º) que el envío de la Iglesia al mundo dimana del
envío de las misiones del Hijo y del Espíritu Santo, cuyo origen es
el designio del Padre, tal como enseña el Concilio, de modo que el
misterio de la Iglesia hunde sus raíces en la Trinidad (= «Ecclesia de
Trinitate»)101; y 2º) la Iglesia, por esto mismo, no es una entelequia
invisible, sino concreta realidad social que constituye un cuerpo
visible, como subrayaba el cardenal Belarmino; pero 3º) «tiene su
concreción histórica en un pueblo peregrino y evangelizador, lo
cual siempre trasciende toda necesaria expresión institucional»102,
sin dejar de ser institución necesaria. Lo cual es así en razón del
origen trinitario de la Iglesia, porque la primacía es de la gracia. En
consecuencia, la Iglesia evangeliza en la obediencia de la fe, obra de
la gracia. La gracia hace la fe y, conociendo en la fe a Cristo como
único Salvador, enviado por Dios para vida del mundo, la Iglesia
no puede menos de anunciar el Evangelio de la vida («¡Ay de mí si
no evangelizare…!»), «pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres
otro nombre por el que debamos salvarnos» (Hch 4,12).

100
AG, n. 2b. D.
101
Cf. LG, nn. 2-4 (designio de Dios y misiones del Hijo y del Espíritu).
102
EG, n. 111.
3.
El reto de un tiempo difícil y nuestro:
el programa «Bautizados y enviados»
del Papa Francisco
49 Volviendo al punto de partida de esta carta pastoral, hay que
subrayar que esta renuncia al proselitismo no neutraliza la volun-
tad de anunciar a Cristo, y esto es lo que quiere proponer el Papa
Francisco con motivo del centenario de la carta Maximum illud. Su
mensaje conmemorativo y memorial de la magna carta de las mi-
siones argumenta la necesidad y urgencia de «renovar el compro-
miso misionero de la Iglesia, impulsar evangélicamente su misión
de anunciar y llevar al mundo la salvación de Jesucristo, muerto y
resucitado»103. Es el objetivo de la evangelización en nuestro tiem-
po, que se ha de perseguir sin claudicar ante las dificultades que
a la proclamación de Cristo y a la acción misionera de la Iglesia
plantea nuestro tiempo. No podemos los cristianos renunciar a la
evangelización de las generaciones de este tiempo que es el nuestro,
pero hemos de hacerlo llevando a cabo la tarea misionera dentro
del marco plural de una sociedad que debe regirse por el principio
de la libertad religiosa y el respeto a las confesiones de fe que han
cuajado en visiones y sistemas culturales que se ven confrontados
unos con otro, siendo tarea común lograr la convivencia sin rom-
per el marco que regula el comportamiento de estos sistemas.

50 La inculturación de la fe está hoy asimismo sometida al carác-


ter plural de las sociedades modernas, sin que la salida adecuada
del modus operandi de la evangelización haya de ser el sincretismo

103
Francisco, «Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el
mundo». Mensaje del Santo Padre Francisco para la Jornada Mundial de las Mi-
siones 2019 (El Vaticano, 9 junio 2019), n. 1: http://w2.vatican.va/content/fran-
cesco/es/messages/missions/documents/Papa-francesco_20190609_giornata-
missionaria2019.html (acceso: 12.8.2019).
88 Anunciar a Cristo y proponer la vida cristiana hoy

religioso o la equiparación de los sistemas culturales inspirados por


las religiones. Si fuera así, habría perdido sentido la evangelización,
bastaría la yuxtaposición de los sistemas. La evangelización tiene
también que alcanzar a las culturas, las cuales han de ser asimismo
evangelizadas. La célebre expresión de san Juan Pablo II acerca de
la inculturación de la fe: «Una fe que no se ha hecho cultura es una
fe que no ha sido plenamente recibida, no ha sido plenamente pen-
sada, no ha sido fielmente vivida»104, se entendía como principio
de encarnación de la fe en cada una de las culturas, que a su vez
eran transformadas por la fermentación de la palabra del Evange-
lio. Hoy se avanza en su aplicación al proceso de inculturación de
la fe, afectada como está la cultura de nuestro tiempo por el hecho
de la globalización, en la medida en que se asume que el cristia-
nismo tiene que convivir con las grandes religiones, antes delimi-
tadas geográficamente y hoy establecidas más allá de sus fronteras
geográficas, conviviendo con el cristianismo. Razón por la cual es
parte del anuncio el diálogo interreligioso, medio y modo que han
de practicar los cristianos, «dispuestos a dar respuesta a todo el que
os pida razón de vuestra esperanza» (1 Pe 3,15). No hay verdadera
conversión misionera, si el anuncio no asume las condiciones de
nuestro tiempo, porque la evangelización no puede llevarse a buen
puerto contra el marco de convivencia de las sociedades modernas.
Son justamente estas sociedades las únicas que, lejos del totalitaris-
mo adoctrinador, constituyen el marco del verdadero diálogo que
siempre salvaguarda la propia identidad, argumentada y defendida
frente a la tentación del sincretismo. Francisco entiende así el diá-
logo interreligioso: «Un sincretismo conciliador sería en el fondo
un totalitarismo de quienes pretenden conciliar prescindiendo de
valores que los trascienden y de los cuales no son dueños. La ver-
dadera apertura implica mantenerse firme en las propias convic-
ciones más hondas, con una identidad clara y gozosa, pero “abierto
a comprender las del otro” y “sabiendo que el diálogo realmente

San Juan Pablo II, Carta por la que se constituye el Pontificio Consejo para
104

la Cultura: AAS 74 (1982) 685.


Iglesia para la misión 89

puede enriquecer a cada uno”»105. Conviene decir que lo que el Papa


entrecomilla es de la encíclica Redemptionis missio de san Juan Pa-
blo II106.
El Papa pide no separar el anuncio del mandamiento del amor,
piedra de toque de la fe, conforme a las palabras de Cristo: «en esto
conocerán que sois discípulos míos, si os amáis unos a otros» (Jn
13,35). No relativiza el Papa el anuncio, llama la atención sobre el
hecho de que ha de ser inseparable del testimonio en el cual tiene
su mediación objetiva, ante los ojos de los no creyentes, la llamada
a la fe en Cristo. Más aún, ambos, anuncio y testimonio, si son de
verdad vividos en la Iglesia por quienes llaman a incorporarse a
ella, son asimismo inseparables de la celebración en el Espíritu, y
es la referencia de cada uno de estos elementos a los otros lo que
constituye aquella unidad de acción misionera que puede conducir
a la conversión a Cristo de quienes son guiados por la primacía de
la gracia107.

105
EG, n. 251.
106
San Juan Pablo II, Carta encíclica sobre la permanente validez del man-
dato misionero Redemptionis missio (7 diciembre 1990), n. 56.
107
«Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo», n. 7.
Conclusión
51 Termino estas reflexiones, que he realizado para toda la Iglesia
diocesana, invitando a secundar el plan pastoral. Son reflexiones
que tienen el propósito de iluminar, siguiendo el magisterio de la
Iglesia, las acciones que han de perseguir el logro de los objetivos de
una «pastoral de conjunto ampliamente participativa». Correspon-
de a los pastores orientar y guiar a las comunidades cristianas en
fidelidad al ministerio pastoral que a ellos ha confiado Cristo, para
que todo el pueblo sacerdotal participe y haga realidad la misión
a la que como congregación de bautizados hemos sigo enviados.
Estas reflexiones encuentran su concreción en las orientaciones y
pautas de actuación con las que se abre el plan pastoral 2019-2023,
y que introducen las propuestas de objetivos y acciones de los dis-
tintos organismos diocesanos. A ellas remito. El hilo conductor que
guía cuanto en esta carta se dice no es sino el mandato misionero
de Cristo, al que hemos de mantenernos fieles, pues hemos sido
bautizados y Dios nos ha congregado en la Iglesia de Cristo para la
misión de salvación que alienta e impulsa generación tras genera-
ción el Espíritu Santo del Padre y del Hijo, al Dios Uno y Trino, a
quien sea la gloria por los siglos.
Pongo en manos de la Santísima Virgen María los frutos que
esperamos recibir de cuanto hagamos para que se haga realidad en
nosotros la vocación a la santidad y lleguemos a ser instrumento de
salvación para nuestros hermanos en las manos de Dios.

En Almería, a 22 de agosto de 2019.


Fiesta de la Bienaventurada Virgen María Reina.

X Adolfo González Montes


Obispo de Almería
Siglas
AAS Acta Apostolicae Sedis
AG Concilio Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera
de la Iglesia Ad gentes (7 diciembre 1965)
BOCEE Boletín Oficial de la CEE
BOOA Boletín Oficial del Obispado de Almería
CCE Catecismo de la Iglesia Católica / Catechismus Catholicae Eccle-
siae
CDF Congregación para Doctrina de la Fe
CEE Conferencia Episcopal Española
ChV Francisco, Exhortación apostólica postsinodal a los jóvenes y
a todo el pueblo de Dios Christus vivit (25 marzo 2019)
EG Francisco, Exhortación apostólica sobre el anuncio del Evan-
gelio en el mundo actual Evangelii gaudium (24 noviembre
2013)
EN San Pablo VI, Exhortación apostólica acerca de la evangeli-
zación en el mundo contemporáneo Evangelii nuntiandi (8
diciembre 1975)
EP Pío XII, Encíclica sobre el modo de promover la obra misional
Evangelii praecones (2 junio 1951)
LG Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Igle-
sia Lumen gentium (21 noviembre 1964)
MI Benedicto XV, Carta apostólica sobre la propagación de la
fe católica en el mundo entero Maximum illud (30 noviembre
1919)
PG Patrologiae Cursus completus. Series Graeca, ed. J.-P. Migne,
162 vols. (París 1857-1912)
Mons. Adolfo González Montes
Iglesia para la misión
Mons. Adolfo González Montes
Obispo de Almería

Textos magisteriales 15 Iglesia para la misión


Carta pastoral
Almería
2019

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