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Revolución francesa, movimiento revolucionario que puso fin al Antiguo régimen en Francia

(1789-1799).

las causas

Ya Barnave, en una Introducción a la Revolución francesa, redactada en 1792, consideraba que


la revolución de Francia sólo era la cúspide de una revolución europea producida por el
enriquecimiento, gracias al comercio oceánico, de la burguesía; ésta aspiró desde este
momento al control del poder, hasta entonces monopolizado por la aristocracia, cuyo poderío
reposaba en la posesión de la tierra, antes única fuente de nobleza y, por lo tanto, de
autoridad. Posteriormente, Karl Marx hizo un razonamiento análogo. Una de las causas
fundamentales de la revolución reside, pues, en la estructura de la sociedad occidental a fines
del XVIII, debida a la debilitación del régimen feudal y al acceso a la propiedad territorial de la
burguesía y de una proporción bastante importante del campesinado. Además, con el auge del
comercio, una verdadera revolución industrial empezó en 1770. La burguesía, que fue la
principal beneficiaria, acrecentó su riqueza, y, por lo tanto, deseó con más motivos el poder. A
partir de 1770, el desequilibrio se acentuó. Los precios y los salarios, que subían desde hacía
unos cuarenta años, sufrieron alzas o bajas excesivas y discordantes, que acrecentaron la
miseria de las masas; al esplendor del reinado de Luis XV sucedió entonces el declive de la
época de Luis XVI. Los «filósofos» propusieron soluciones al malestar social. Favorecidas por la
creación de sociedades ilustradas (logias masónicas, sociedades de agricultura o gabinetes de
lectura), sus ideas —las «luces»— se propagaron muy rápidamente al ritmo de las dificultades.
Las obras de Montesquieu, Voltaire, Rousseau y Diderot y la Enciclopedia se extendieron por
todo el occidente y penetraron hasta Rusia.

Sin embargo, todas estas fuerzas quizá no hubieran conducido a una violenta explosión si la
coyuntura política no les hubiese servido de «catalizador». En toda Europa, para pagar los
gastos de las guerra del s. XVIII, los soberanos tuvieron que aumentar los impuestos y extender
su percepción (campesinos y burgueses ya estaban sobrecargados) al clero y a la nobleza, casi
en todas partes privilegiados. Para justificarse invocaron las luces y sus principios de igualdad.
Estos déspotas ilustrados acompañaron sus reformas fiscales con medidas que reforzaban los
poderes del estado. A esta política respondieron, en todo el occidente, los cuerpos
privilegiados, municipales y provinciales, dietas, estados, parlamentos. De ello resultó, sobre
todo a partir de 1770, una agitación general. La propia revolución norteamericana se inició con
un rechazo del impuesto creado por el rey de Inglaterra. En su lucha, soberanos y cuerpos
privilegiados buscaron aliados, que sólo podían encontrar en la parte más evolucionada y más
instruida de las masas populares. Este esquema, observado en E.U.A., Gran Bretaña y los
Países Bajos, también fue seguido en Francia, donde los privilegiados se negaron con
obstinación, desde 1774, a todo aumento de su participación fiscal, mientras la deuda estatal
crecía debido a la guerra norteamericana. En un último esfuerzo, Calonne convocó (febr. 1787)
una asamblea de notables, escogidos con cuidado, pero éstos rechazaron los proyectos fiscales
y, esperando el apoyo de las masas populares, pidieron la convocación de los estados
generales. El rey disolvió a los notables sin ceder (25 mayo), y entonces los .cuerpos
privilegiados, y sobre todo los parlamentos, desencadenaron en toda Francia la «reacción
aristocrática» (fines 1787-verano 1788) [motines en París, Grenoble, Dijon, Toulouse, Pau,
Rennes]. El rey y su primer ministro, Loménie de Brienne, cedieron (julio-ag. 1788), y
convocaron los estados generales para el 1.° de mayo de 1789: los privilegiados creyeron
haber ganado la partida.
progreso y caracteres de la revolución en Francia (1789-1794)

De hecho, los privilegiados fueron arrastrados y, posteriormente, desbordados por sus aliados.
Los burgueses, que habían apoyado a los nobles y a los parlamentarios contra el poder real,
pretendían no mantener los privilegios fiscales de éstos, sino obtener la igualdad fiscal y
política con ellos. Para conseguirlo pidieron que el tercer estado tuviese tantos diputados en
los estados generales como los privilegiados, y que se votase «por cabezas, y no por
estamentos. De este modo, durante el segundo semestre de 1788 se desarrolló una lucha
entre privilegiados y tercer estado, cuyo apoyo contra los rebeldes buscaban el rey y el
gobierno. Para conseguirlo concedieron el doble de diputados al tercer estado en los estados
generales, pero se negaron a pronunciarse acerca del voto en el interior de los estados, con lo
que prepararon, para la apertura de éstos, una grave crisis. Las elecciones tuvieron lugar de
enero a mayo de 1789, en una extraordinaria efervescencia. Cada comuna, cada corporación,
cada estamento redactó un «cahier de doléances*». Pero, inmediatamente después de
reunirse los estados, el 5 de mayo de 1789, estalló la crisis. Para obtener el voto por cabeza, el
tercer estado combatió durante dos meses a los privilegiados, apoyados en secreto por la
corte. Las posiciones ya no eran las de 1788: desde este momento la burguesía, ayudada por
una fracción liberal de la nobleza y del bajo clero, luchaba contra el rey y los privilegiados
(nobles, parlamentarios, obispos y superiores de las abadías). Los evidentes éxitos del tercer
estado (juramento del Juego de pelota, 20 junio; sesión real del 23) decidieron al rey a
preparar un golpe contra los estados. Reunió tropas alrededor de Versalles y destituyó a
Necker. Campesinos y artesanos, que esperaban con impaciencia un alivio en su miseria (la
cosecha de 1788 había sido desastrosa, y, en julio de 1789, el precio del pan subía sin parar),
creyeron que se urdía un complot aristocrático tramado por el rey y los privilegiados para
impedir cualquier reforma. Las masas parisienses se sublevaron y se apoderaron de la Bastilla,
símbolo del absolutismo (14 julio 1789). Luis XVI nombró de nuevo a Necker (16), se trasladó a
París (17), reconoció la soberanía del pueblo y adoptó la escarapela tricolor de los insurrectos.
Pero la conmoción del campo no se había calmado. Corrió la noticia de que los aristócratas
iban a pedir ayuda a los bandoleros (numerosos parados eran fácilmente confundidos con
ellos) para obligar a los campesinos a abandonar sus reivindicaciones. Un «gran miedo provocó
el armamento de la mayoría de los campesinos franceses, quienes exigieron de sus señores la
renuncia a las cargas feudales, quemaron los antiguos documentos de privilegios y a veces los
propios castillos. Temerosos, los diputados de los estados generales, convertidos en
asamblea* nacional constituyente (9 julio), decidieron abolir en principio todo el régimen
feudal y suprimir el diezmo (noche del 4 ag. 1789) para calmar a los campesinos. Decisión
capital, que constituyó una inmensa revolución. Aterrorizada por su amplitud, la asamblea
intentó negar, en las modalidades de aplicación, una parte de lo que había concedido, pero los
campesinos se sublevaron de nuevo y, en 1792 y 1793, los últimos vestigios del régimen feudal
desaparecieron en su provecho: sus reivindicaciones fundamentales habían sido satisfechas.
Quedaba por fundar un régimen que diese a la burguesía las garantías que reclamaba: el 26 de
agosto, la asamblea constituyente votó una Constitución de derechos del hombre y del
ciudadano, que proclamaba la libertad, la igualdad, la inviolabilidad de las propiedades y la
resistencia a la opresión. Más universalista que sus modelos norteamericanos, podía aplicarse
tanto a una monarquía como a una república. El propio régimen fue organizado por una serie
de leyes votadas de 1789 a 1791 y codificadas en la constitución de 1791, cuya parte más
duradera concernía a la reorganización de la administración local, de la justicia y de las
finanzas. En cambio, al querer dar a la iglesia de Francia un nuevo estatuto, necesario debido a
que los bienes del clero habían quedado a disposición de la administración para rembolsar las
deudas estatales (2 nov. 1789), la constituyente no hizo más que agravar la oposición entre los
revolucionarios y sus adversarios. De todos modos, era necesario decidir cómo sería retribuido
y organizado el clero. Pero el rechazo por parte del papa de la constitución civil del clero, del
12 de julio de 1790, acrecentó las oposiciones. El régimen político, una monarquía
constitucional, aceptada de mala gana por el rey, que añoraba el poder absoluto, y por los
demócratas, que la consideraban peligrosa para el porvenir de la revolución, no duró ni
siquiera un año. En efecto, todas estas transformaciones fueron sancionadas por el rey gracias
a la presión del pueblo de París, es decir, de un amplio grupo de pequeños burgueses, de
pequeños comerciantes, y de las diversas clases de artesanos (sobre todo los compagnons),
que, desde 1792, fueron llamados sansculottes. Este grupo, después de haber tomado la
Bastilla y dado empuje a la gran revolución campesina, obligó al rey, que dudaba en sancionar
los decretos del 4 de agosto y la Declaración de los derechos del hombre, a abandonar
Versalles por París; los más demócratas de los sansculottes pidieron, después de la huida de
Varennes, la proclamación de la república (17 julio 1791), pero la manifestación del Campo de
Marte fue aplastada por los guardias nacionales burgueses de La Fayette. Por todo ello, los
sansculottes estimaron que no se habían beneficiado lo suficiente de la revolución, cuyos más
ardientes protagonistas eran ellos. Sin haber sacado ninguna ventaja de la abolición del
régimen feudal, estos artesanos fueron afectados por la abolición de las corporaciones (ley
Allarde, 17 marzo 1791) y por el mantenimiento de las ordenanzas del Antiguo régimen, que
prohibían las asociaciones obreras, las coaliciones y las huelgas (ley Le Chapelier, 14 junio
1791); finalmente, mucho más que los campesinos o que los burgueses, fueron víctimas del
alza de los precios y de la devaluación del asignado emitido a partir de 1790. Naturalmente
descontentos, los sansculottes deseaban, pues, organizar un régimen que les fuese más
favorable. Difícilmente lo hubieran conseguido si la guerra no hubiese modificado la situación.
La guerra fue la transposición de la revolución del plano francés al plano europeo. El éxito de la
revolución en Francia había reanimado las esperanzas de los revolucionarios vencidos antes en
Gran Bretaña, en los Países Bajos, en Bélgica y en Suiza, y había despertado las simpatías de
todos los que aspiraban a más justicia, libertad e igualdad en Alemania, Austria, Italia y España.
Los contrarrevolucionarios franceses emigraron a toda la Europa occidental, esperando que los
ejércitos alemanes y británicos decapitaran la Revolución francesa, al igual como había
sucedido con las sublevaciones de las Provincias Unidas, de Ginebra o de Bélgica. Los
soberanos extranjeros, al principio satisfechos por una revolución que debilitaba uno de los
estados más poderosos del mundo, se asustaron cuando vieron crecer las fuerzas de la
revolución en sus propios países. En la propia Francia, los revolucionarios, en un primer
momento pacifistas —habían «declarado la paz al mundo el 22 de mayo de 1790—, se
transformaron en belicosos cuando llegaron a la conclusión de que solamente la guerra
permitiría derrotar a sus peores enemigos. Luis XVI y la reina también incitaron a la lucha,
porque esperaban de ella su liberación. La guerra fue declarada por Francia a Austria el 20 de
abril de 1792, y desencadenó en Francia nuevas fuerzas revolucionarias; los sansculottes de las
ciudades, y sobre todo los de París, iban a adueñarse del poder, a desbordar a la asamblea
legislativa y, durante dos años, a imponer su programa. La guerra, que empezó con algunos
fracasos franceses en la frontera del N, permitió a los sansculottes parisienses denunciar una
posible traición y manifestarse, sin éxito, ante el rey, impasible (20 junio 1792). Entonces
prepararon la caída de la realeza (10 ag. 1792) y desencadenaron en París las matanzas de
setiembre. La influencia esencial ejercida por los sansculottes durante este primer Terror sobre
el gobierno de Francia por medio de la Comuna de París, compuesta por sus delegados,
terminó por algunos meses con la victoria revolucionaria de Valmi (20 set. 1792) y con la
reunión de la Convención (21 set), que proclamó casi inmediatamente la república.
Los girondinos, reclutados entre las clases desahogadas, intentaron organizar en Francia una
república burguesa. Pero la ejecución de Luis XVI (21 en. 1793), que no pudieron impedir,
provocó la formación de una gigantesca coalición contra Francia, compuesta por la mayoría de
estados europeos. Los ejércitos revolucionarios, vencidos (marzo 1793), se replegaron hacia las
fronteras francesas. Los sansculottes denunciaron de nuevo la traición, y no sin razón, puesto
que Dumouriez, general en jefe, se había pasado al enemigo. El 2 de junio de 1793 expulsaron
de la Convención a los principales diputados girondinos. El gobierno pasó a manos del Comité'
de salvación pública, compuesto de diputados de la Montaña, burgueses liberales que, bajo la
presión de los sansculottes y de las necesidades de defensa nacional, entraron en la vía de una
política de anticipaciones económicas y sociales: ley de los sospechosos, máximum' de los
precios y de los salarios; requisas y racionamientos; impuestos sobre los ricos; socorro a los
pobres, con un esbozo de un sistema de seguridad social; proclamación del principio de la
enseñanza obligatoria y gratuita; confiscación y venta de los bienes de los emigrados, etc. Pero
la acción anárquica de los sansculottes, que luchaban contra todas las religiones y se
declaraban ateos, fue reprobadla por Robespierre, que dominaba el Comité de salvación
pública y deseaba que el gobierno fuese autoritario y centralizado, a la vez que proseguía una
lucha implacable contra los adversarios de la revolución. En marzo y abril de 1794 hizo
comparecer ante el tribunal revolucionario y ejecutar a los extremistas y los hebertistas, jefes
o portavoces de los sansculottes, a la vez que a Danton y a los indulgentes, que querían poner
fin al Terror. Al hallarse sin oposición aparente durante cuatro meses, el Comité de salvación
pública tomó medidas draconianas. El Terror llevó consigo, desde junio de 1793, la detención
de 300 000 sospechosos (17 000 de ellos ejecutados), y permitió sofocar las revueltas
interiores en la Vendée y en Provenza. Pero cuando las primeras victorias sobre la coalición
(Fleurus, 26 junio 1794) parecían probar que el Terror era inútil, el Comite de salvación pública
jacobina, privado de apoyo sólido en el país, fue derogado por la Convención, el 9 de termidor
del año II (27 julio 1794), y sus jefes, entre ellos Robespierre y sus principales partidarios,
ejecutados (10 de termidor), sin que los sansculottes parisienses pudieran realmente
intervenir en su favor. La revolución empezó su reflujo.

Declive de la revolución en Francia y auge revolucionario en Europa (1795-1799)

Los termidorianos, sucesores o amigos de los girondinos vueltos al poder, se mantuvieron


después de la disolución de la Convención, bajo el régimen del Directorio*. El máximum y las
leyes sociales fueron rápidamente abolidos. De ello resultó una crisis económica terrible, que
afectó sobre todo a los obreros y a los burgueses más pobres de las ciudades; las masas
populares se sublevaron en la primavera de 1795, pero el motín fue reprimido
sangrientamente por el ejército.

Se inició el Terror blanco. Los jefes sansculottes y jacobinos sobrevivientes se agruparon


entonces en secreto detrás de Babeuf y de Buonarroti. Haciendo suyas las teorías socialistas
más audaces, en algunos aspectos formuladas por Mably o Morelly, y las experiencias
socialistas del año II, concluyeron que únicamente un régimen comunista podría instaurar la
felicidad en la Tierra. Pero la «Conjuración de los iguales» fue descubierta por el Directorio, y
Babeuf, condenado a muerte y ejecutado. Como los ejércitos franceses victoriosos habían
ocupado Bélgica, los Países Bajos, la orilla izquierda del Rin e Italia, los discípulos de Babeuf y
de Buonarroti creyeron que podrían quizá organizar en estos países un régimen conforme a
sus ideas, sin por ello dejar de pensar en aplicarlo posteriormente en Francia. La propaganda
revolucionaria y jacobina fue virulenta en los países ocupados, en el mismo momento en que
era reprimida en Francia. Fue respetada en cierta medida por el Directorio y por el más
prestigioso de sus generales, Bonaparte, quien, después de haber dispersado a los realistas
que intentaban apoderarse de la Convención el 13 de vendimiario del año IV (5 oct. 1795), fue
nombrado general en jefe del ejército de Italia (marzo 1796). Sobre el modelo de la República
bátava, creada en los Países Bajos en 1795, el general vencedor organizó en Lombardía y en
Emilia una República Cisalpina, y en Génova una República Ligur, a la cabeza de las cuales
toleró hábilmente la presencia de algunos demócratas. Su popularidad llegó al máximo cuando
obligó a Austria (último enemigo continental de Francia desde que Toscana, Prusia, España y
los Países Bajos firmaron la paz de 1795) a concluir un armisticio en Leoben (18 abril 1797). Por
ello el Directorio llamó a Bona-parte para realizar, el 18 de fructidor del año V (4 set. 1797), un
golpe de estado contra los realistas y los moderados, que preparaban una restauración. Este
éxito y la conclusión de la paz con Austria en Campoformio (18 oct. 1797) aumentaron aún la
gloria de Bonaparte. Temiendo un golpe de estado por parte de un general vencedor (a partir
del inviemo de 1791-1792, Robespierre ya se había pronunciado contra la guerra por esta
razón), el Directorio, a pesar del restablecimiento de la paz, decidió mantener a sus generales
fuera de Francia. Se establecieron nuevas «repúblicas hermanas: romana, helvética, napolitana
o partenopea. Enviado a oriente con el pretexto de proseguir la lucha contra Gran Bretaña,
Bonaparte se apoderó de Malta y desembarcó en Egipto, pero pronto quedó prisionero de su
propia conquista, puesto que la flota francesa fue destruida en Abrikir por Nelson (1 ag. 1798).
Este desastre facilitó la formación de una segunda coalición, compuesta por las potencias
inquietas por la expansión revolucionaria. Ahora bien, los campesinos franceses, satisfechos
por la abolición del feudalismo, no estaban especialmente ligados a la república; estaban
dispuestos a aceptar cualquier régimen que devolviese la paz a la vez que garantizase las
conquistas de 1789. Los republicanos minoritarios sólo consiguieron mantenerse en el poder
por medio de golpes de estado (22 floreal año VI t11 mayo 17981; 30 pradial año VII (18 junio
17991) y por la dictadura. En la primavera de 1799, la coalición intentó, en un gigantesco
esfuerzo, abatir al Directorio por medio de asaltos exteriores y de una sublevación interior.
Pero sus tentativas estaban mal coordinadas, y, gracias al sobre-salto del ejército, el peligro,
que había sido grande, fue conjurado a mediados de octubre. En estos momentos, Bonaparte
desembarcó en Fréjus más popular que nunca (9 oct.); parecía ser el único hombre que podía
imponer la paz a los enemigos del interior y del exterior, garantizar las con-quistas de la
revolución y a la vez inutilizar definitivamente a los realistas, a los antiguos miembros de la
Montaña y a los sanaculottes; se esperaba que «terminase» finalmente la revolución. Esta
situación explica que pudiese, sin grandes dificultades, derrocar al Directorio con un nuevo
golpe de estado, el 18 y 19 de brumario del año VIII (9-10 nov. 1799), y establecer en su lugar,
con el nombre de Consulado, un poder personal. Sin embargo, era inútil que proclamase, el 15
de diciembre: «iCiudadanos! La revolución ha sido fijada en los principios que la iniciaron. La
revolución ha terminado, porque la revolución continuaba y continuó durante mucho tiempo
cambiando la estructura de Europa. ( Biblio.)

revolución francesa de 1830, movimiento que provocó la caída de Carlos X. Se produjo en


París en las jornadas del 27, 28 y 29 de julio (llamadas las tres gloriosas). Tras las ordenanzas
de Saint-Cloud (25 julio), los periodistas, reunidos por Thiers en el National, protestaron contra
la ilegalidad de aquellas que se referían a la prensa y al régimen electoral, y se declararon
«dispensarlos de obediencia. (26 julio). Pero la revolución fue desencadenada por las logias
republicanas de Godefroy Cavaig-nac, Raspail, Trélat, etc., que levantaron barricadas con la
bandera tricolor (27 julio). El gobierno, desprevenido, contaba sólo con unos 8 000 soldados,
dirigidos por el impopular mariscal Marmont. Los insurgentes, ayudados por estudiantes
(Politécnico), guardias nacionales licenciados en 1827, pero que habían conservado sus armas,
y obreros liberados por el cierre de numerosos talleres, llegaron a reunir alrededor de 60 000
hombres. El 28 de julio pasaron a la ofensiva y tomaron el ayuntamiento y la catedral.
Marmont intentó contraatacar, pero sus tropas se retiraron. Entonces los sublevados tomaron
el Louvre y las Tullerías (29 julio), evacuados por el ejército que se había replegado en Saint-
Cloud, donde Marmont fue acusado por el duque de Angulema de una nueva traición. Los
diputados de la oposición, reunidos en casa de Laffitte, constituyeron una comisión municipal,
que entregó a La Fayette el mando de la guardia nacional. Carlos X, decidido a revocar las
ordenanzas, envió emisarios, pero la comisión se negó a recibirlos. La corte se había retirado a
Rambouillet, y Thiers, en la noche del 29, hizo distribuir un manifiesto que preconizaba llamar
a Luis Felipe de Orleans. La victoria popular se hizo efectiva el 31 de julio, cuando éste se
convirtió en lugarteniente general del reino. El 2 de agosto, Carlos X abdicó.

■ revolución francesa de 1848, nombre dado al movimiento revolucionario de los días 22, 23 y
24 de febrero de 1848, que instauró la república (251ebr.), y se prolongó hasta el 26 de junio
de 1848, es decir, hasta la derrota de las fuerzas revolucionadas. Esta revolución se inserta en
el marco del movimiento europeo. (-- REVOLUCIO NES EUROPEAS DE 1848.) El final de la
monarquía de Julio se vio señalado por un vasto movimiento reformista; los reformistas se
presentaron al país por medio del método de los banquetes (470 reuniones en total) y de las
sociedades secretas. El rey se mostró inflexible. Sin embargo, la revolución se aproximaba. Se
prohibió un banquete previsto en París para el 22 de febrero; pero, si bien los parlamentarios
renunciaron a él, los republicanos convocaron un desfile, y se produjeron choques. Por la
noche se organizó la sublevación. El 23 la formación de barricadas obligó al rey a destituir a
Guizot, pero las manifestaciones prosiguieron, y, cuando los soldados dispararon, Paris se
sublevó. El 24 el rey llamó a Thiers, pero el mismo día se vio obligado a abdicar, y se organizó
un gobierno provisional, formado, entre otros, por Arago, Louis Blanc, Crémieux, Lamartine y
LedruRollin. Este gobierno improvisado, sin unidad, no tenía autoridad. Proclamó la república
(25 febr.) y el derecho al trabajo, creó los Talleres nacionales, instituyó la comisión del
Luxemburgo para los trabajadores, estableció el sufragio universal, proclamó la abolición de la
esclavitud en las colonias, estableció la libertad de reunión y de prensa y convocó elecciones
para una asamblea constituyente, para el 9 de abril. El descontento por la mala situación
económica era general (bajos precios para los campesinos, crisis bancaria), y, mientras los
moderados se inquietaban, la agitación política persistía (creación de numerosos clubs
políticos, entre ellos el de Blanqui y el de Barbés); el 17 de marzo, una manifestación socialista
logró aplazar las elecciones hasta el 23 de abril. Los moderados, dominados por el miedo al
socialismo, se organizaron; el 16 de abril, la guardia nacional hizo fracasar una nueva
manifestación y las elecciones dieron una mayoría moderada (menos de 100 socialistas). El
gobierno provisional fue sustituido por una comisión ejecutiva (10 mayo), en la que no
figuraba ningún socialista; los disturbios de provincias (Limoges, Ruán) y de París fueron
sofocados, y la jornada parisiense en favor de la independencia de Polonia (15 mayo) permitió
a la reacción detener el movimiento revolucionario: se suprimió la comisión del Luxemburgo;
Raspail y Blanqui fueron deportados; el 21 de junio se suprimieron los Talleres nacionales. La
revolución obrera conocida como jornadas de junio (23-26) fue una respuesta a todo ello:
fracasó en medio de la sangre (1 500 muertos) y de la represión (12 000 detenciones) dirigida
por el general Cavaignac, quien se hizo cargo de la presidencia del consejo y tomó medidas de
reacción (leyes sobre la prensa y los clubs). Las jornadas de julio fueron el primer intento de
una .revolución social» y separaron definitivamente a la burguesía republicana moderada de
los obreros. En noviembre se proclamó la constitución; el 10 de diciembre, Luis Napoleón fue
elegido presidente por sufragio universal, apoyado por el partido del Orden de Thiers, con 5
500 000 votos, contra los 1 500 000 de Cavaignac y los 370 000 de LedruRollin. Las elecciones
para la asamblea legislativa (13 mayo 1849) fueron un éxito para el partido del Orden (dos
tercios de los diputados), pero los republicanos avanzados aún consiguieron 180 puestos.

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