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La (r)evolución interior

Turquía comienza a enfrentarse a su pasado desde adentro

En 1923, Mustafá Kemal Atatürk estableció la República de Turquía, un Estado


secular, con una fuerte impronta militarista y un énfasis en la homogeneidad
cultural y religiosa de la población que poco tenía que ver con la realidad, como
veremos más adelante. A partir de 1924 y hasta su muerte, en 1938, su gobierno
tomó distintas medidas tendientes a “occidentalizar” al país: la institución de la
educación gratuita, secular y obligatoria; la abolición del Califato, de las cortes de
la ley islámica y de las escuelas religiosas; y la concesión de derechos a las
mujeres (a votar, a divorciarse y a casarse con un hombre que no profesara el
Islam). En ese lapso, también se legalizó el consumo de alcohol, se extrajeron
todas las referencias al Islam en la Constitución, se adoptaron el sistema de pesos
y medidas europeo y el calendario occidental (el domingo se convirtió en el día de
descanso, en lugar del viernes), se adaptó el alfabeto latino a la fonética turca y se
turquificaron todos los apellidos.
Estas políticas kemalistas tuvieron como objetivo la construcción de un relato
sobre el origen de la Nación que explicaba que la raza turca era el origen de todas
las civilizaciones del mundo. Esta teoría, conocida como Tesis de la Historia
Turca, se abandonó en los años ’40, tras la muerte de Kemal, pero algunos de sus
elementos centrales, como la idea de la “Nación militar” y la de una “raza” superior
(en el sentido más biologicista del término) se sostuvieron en el tiempo,
especialmente en las escuelas (ver ¿El conocimiento es poder?).
En este contexto, la existencia de las minorías como tales (tanto las
musulmanas como las de otras religiones) encontraba algunos obstáculos. En
cuanto a las minorías musulmanas no turcas (kurdos, lazes, circasianos, alevíes,
entre otros), la política estatal buscó la asimilación total, ignorando las diferencias
étnicas y religiosas –los alevíes, por ejemplo, profesan una variante propia del
Islam que aún en la actualidad no es reconocida por el Estado. Esta aparente
homogeneización, regulada periódicamente a través del aparato represivo estatal,
terminó siendo una bomba de tiempo que explotó en los ’80 con el conflicto con
los kurdos (a quienes, despectivamente, se consideraba “turcos de las
montañas”), que aún no se termina de resolver, aunque en los últimos años se ha
acordado un cese del fuego.
Por el lado de las minorías no cristianas, estas están reconocidas por el Tratado
de Lausana, un acuerdo firmado en 1923 entre Turquía y los Aliados que significó
la extinción del Imperio Otomano y demarcó los límites de la nueva República de
Turquía (dando por tierra, entre otras cosas, con los reclamos territoriales de
Armenia). Este tratado establece que las minorías no musulmanas tienen un
status legal especial aunque, en la práctica, esto se observa únicamente en el
caso de tres comunidades: la armenia, la griega y la judía. Si las cifras son
indicativo de algo, es interesante tomar las que provee el Instituto de Estadísticas
de Turquía: en 1927 la población del país era de casi 14 millones, y ascendió en
2012 a unos 75 millones (es decir, se multiplicó por 5.5 veces), mientras que,
según cálculos no oficiales, la población no musulmana era del 2,5% del total en
1927 (unos 350.000 habitantes) y es de alrededor del 0.13% (cerca de 100.000)
en la actualidad. Es decir que, en este caso, no estamos hablando de una
disparidad en el crecimiento poblacional (que podría explicarse por las altas tasas
de natalidad de los países musulmanes en general) sino que hubo un descenso
marcado de la población no musulmana de Turquía. ¿Motivos posibles? El
siguiente listado –no exhaustivo- puede ayudar a clarificar un poco la situación de
opresión que experimentaron estos grupos durante los últimos 90 años.
-En 1928, el gobierno apoyó una campaña iniciada por estudiantes de Derecho
llamada “Ciudadano, ¡habla turco!”, cuyo objetivo era que todos los habitantes del
país hablaran ese idioma en público. En algunas ciudades, incluso hubo multas
para quienes no lo hicieran.
-En 1942, el gobierno determinó que, debido a la necesidad de recaudar fondos
por un eventual ingreso de Turquía en la Segunda Guerra Mundial, los ciudadanos
no musulmanes del país debían pagar impuestos más altos (el incremento fue del
232% para los armenios, 179% para los judíos y 156% para los griegos). Muchos
tuvieron que vender sus posesiones y, quienes no podían afrontar estos
impuestos, eran trasladados a campos de trabajo en Anatolia oriental. Esta
medida, que incluyó confiscaciones masivas, recuerda a la que, durante el
Genocidio Armenio, permitió el surgimiento y consolidación de la burguesía turca –
hecho imprescindible para la creación de una economía nacional en el marco de
un Estado moderno (al respecto, ver Generación 3 número 22, “El plan maestro”).
El “Impuesto a la Riqueza”, como se lo conoció, fue derogado dos años después
por presión de Estados Unidos e Inglaterra.
-En septiembre de 1955, la prensa turca publicó la falsa noticia de que una bomba
había explotado en el Consulado turco en Tesalónica, Grecia (que funcionaba en
la casa en la que había nacido Mustafá Kemal en 1881). Si bien se supo que la
misma había sido plantada por personal turco del Consulado, se culpó a los
griegos y esto dio pie a dos días de pogroms en Estambul contra las casas y
negocios de las minorías no musulmanas.
A partir de la década del ’60, la tensión permanente entre kemalistas e islamistas
se tradujo en golpes de Estado varios: en 1960, 1971, 1980 (el más brutal de
todos, con miles de desaparecidos, 50 ejecuciones, más de 500.000 arrestados,
listas negras y prohibiciones de todo tipo) y, finalmente, en 1997 (en este último,
llamado “golpe de Estado posmoderno”, ya no hizo falta sacar los tanques a la
calle: los militares le acercaron unas “recomendaciones” anti-islamistas al Primer
Ministro islamista, quien no pudo rechazarlas).
Desde 2003, con la llegada al poder del Partido de la Justicia y el Desarrollo
(AKP, por sus siglas en turco), el país ha vivido más de una década de gobiernos
islamistas, con la fuerte impronta de Recep Tayyip Erdoğan –Primer Ministro
durante tres períodos y actualmente Presidente-, que ha oscilado pendularmente
entre la ofensa y el acercamiento (sincero o mendaz) a los ciudadanos armenios
de su país y a Armenia.
A continuación, detallamos algunas de las cosas (buenas, malas y terribles) que
pasaron en la última década en relación con la comunidad armenia de Turquía en
el ámbito de las políticas estatales, la academia, el arte, los medios de
comunicación y a nivel de la sociedad civil, que tal vez nos ayuden a entender un
poco mejor cómo viven hoy los armenios de ese país.
¿El conocimiento es poder? Las minorías van a sus propias escuelas y sus
historias (a veces tergiversadas), a los libros de texto
El Tratado de Lausana, de 1923, establece un status especial para las minorías no
musulmanas en general, aunque la lectura restrictiva que se ha hecho desde el
Estado limita esta condición sólo a las comunidades armenia, judía y griega. De
esta forma, se les permite tener lo que se llaman “escuelas de minorías”: colegios
administrados por fundaciones que proveen los fondos para el mantenimiento de
las instituciones educativas (en general los alumnos no pagan una cuota, salvo
que lo recaudado por las fundaciones resulte insuficiente).
En el caso de las escuelas armenias, dieciséis en total (entre las de nivel
primario y secundario), las clases se imparten en idioma armenio salvo en las
materias que el Estado ha considerado “sensibles” desde la época otomana: las
de historia, geografía y “seguridad nacional” (incorporada por el kemalismo y que
es dictada por militares activos o retirados) se dan en turco. Nurçan Kaya,
abogada especializada en Derechos Humanos y coautora de un libro sobre los
problemas de las escuelas de minorías en Turquía, explica que esta es una
prolongación de la mentalidad del Partido Unión y Progreso, de los Jóvenes
Turcos, que consideraba a las escuelas de minorías como centros en los que se
inyectaban ideas separatistas y por eso debían ser controladas. “En la década del
’20, con la política de crear una cultura nacional turca, la existencia de escuelas de
minorías era un problema, porque los alumnos se educarían con una mentalidad
diferente y no hablarían turco. Ahí fue cuando se decidió enseñar ciertas materias
en turco, con profesores turcos. Incluso se dio preferencia a aquellos maestros
que tuvieran sentimientos nacionalistas más exacerbados”, explica Kaya.
Además de estos docentes, todas las escuelas de minorías cuentan con un
“director adjunto” que es nombrado por el Ministerio de Educación (no hace falta
aclarar que esta persona no pertenece a la minoría en cuestión) y cuyo salario
paga el Estado. De esto se desprende que el rol de este “director adjunto” no es
otro que controlar que lo que se enseña en estas escuelas esté en línea con el
pensamiento estatal (ver Otras versiones de “Mi mamá me mima”). A pesar de
tratarse de instituciones públicas, estas escuelas de minorías no reciben ningún
tipo de asistencia estatal por fuera del personal designado por las autoridades
educativas nacionales, pese a que el Tratado de Lausana así lo establece.
Si bien Kaya reconoce que últimamente la voz de estas escuelas tiene más peso
(se toma en cuenta su opinión para la designación de los docentes turcos y los
administradores de los colegios se reúnen con frecuencia con las autoridades
ministeriales), afirma que varias cuestiones que serían fácilmente solucionables
con enmiendas legislativas aún siguen irresueltas: una ley prohíbe la creación de
institutos educativos para preparar a los docentes de idiomas extranjeros (y
también de clérigos), por lo que tanto la capacitación de los profesores como la
incorporación de maestros nuevos se ve seriamente obstaculizada; no hay una
agencia estatal que se encargue de crear los libros de texto en idioma extranjero
para esas escuelas; quienes no son ciudadanos turcos –inmigrantes ilegales,
refugiados- no son incluidos completamente dentro del sistema educativo, por lo
que pueden cursar sólo como “invitados” y no reciben certificado alguno al aprobar
el ciclo.
“En toda Turquía hay 23 escuelas de minorías, con 4000 estudiantes. ¿Qué
amenaza pueden ser para un país de 75 millones de habitantes? Por eso, hoy la
actitud es más tolerante. En Ankara entienden lo que les estamos diciendo, saben
cuál es el problema y dicen que necesitan tiempo, que se tiene que hacer paso a
paso. Uno de los obstáculos más grandes que enfrentamos es que necesitan
entender que todos los ciudadanos somos iguales. A partir de ahí se podrán
solucionar los problemas que hemos marcado”, concluye la abogada.

Otras versiones de “Mi mamá me mima”


Si la escuela es uno de los agentes socializadores por excelencia, no es mala idea
echar un vistazo al contenido de los libros de texto que leen los alumnos,
especialmente en un país en el que no todos entienden la diversidad (étnica,
religiosa, cultural, sexual) como un atributo positivo.
El sitio independiente Bianet publicó en 2009 los resultados de una exhaustiva
investigación realizada por la History Foundation y la Human Rights Foundation of
Turkey, que concluyó que los libros escolares glorifican valores que tienen que ver
con las identidades turca, musulmana y heterosexual, enalteciendo la
masculinidad y el racismo. El estudio consistió en el análisis de 139 libros de
educación primaria y media (que, en los años previos, habían sido examinados por
las autoridades para que reflejaran algunos cambios en el plan de estudios) en
busca de violaciones a los Derechos Humanos en su contenido –sólo 11 pasaron
la prueba.
Algunas de las frases que se encontraron en las publicaciones de distintas
materias (salud, historia, religión) contribuyen a reproducir ciertas mentalidades –
la sociedad patriarcal, la superioridad racial, la idea de la amenaza permanente-
que están basadas en la idea de la oposición nosotros/ellos o de roles de género
estancos:
“El padre es quien provee los medios de vida de la familia. La madre es la
ayudante del padre y se encarga de la comida, la atención de los niños y el amor
en la familia.”
“Los turcos son superiores al resto. [Son] masculinos, fuertes, valientes y
luchadores.”
“El Islam es la religión que le da más importancia a la limpieza.”
“A los países de la región y a los países desarrollados con un interés en la región
les incomoda que Turquía sea cada vez más fuerte. […] Las características
geopolíticas de Turquía la convierten en un blanco para más amenazas internas y
extranjeras. Turquía enfrenta y enfrentará siempre amenazas internas y externas.”
La ausencia de la diversidad también se veía en los nombres de los personajes
de los libros: todos ellos eran turcos o musulmanes, con omisión total de nombres
armenios, kurdos o judíos, por ejemplo.
Estas características también son subrayadas por un relevamiento de los textos
escolares desde la década del ’20 hasta la actualidad realizado por Tuba Kancı
and Ayşe Gül Altınay, en el que se destaca que enfoque militarista de los libros de
texto “torna el multiculturalismo en una amenaza en lugar de una idea deseable.”
En 2014, el historiador Taner Akçam condujo una investigación igual de
exhaustiva, pero esta vez con los libros de historia utilizados en la actualidad, en
busca de contenido discriminatorio contra los armenios que colisionara con la
aparente política de acercamiento y reconciliación fomentada por el gobierno
turco. Y (¿sorpresa?) encontró bastante material.
Akçam explica que la educación está extremadamente centralizada en Turquía,
por lo que entiende que hay una conexión directa entre el contenido de los libros
escolares y las políticas y objetivos del gobierno. Como estos libros son
obligatorios para todas las escuelas (recordemos que, aún en las escuelas de
minorías, las clases de historia se dictan en idioma turco, por un profesor turco),
para aprobar la materia, un alumno de una escuela armenia debe consignar en su
examen de historia que los armenios “son traidores que mataron turcos y
musulmanes y que son fácilmente incitables por los extranjeros” y que sus
problemas son “una amenaza a la sociedad”. Pero, como hemos visto más arriba,
los libros de texto enseñan que los problemas de Turquía no están sólo dentro del
país sino también afuera: uno que se utiliza en el 10º grado (para alumnos de 15-
16 años) instruye que la Diáspora armenia busca “el reconocimiento de un
supuesto genocidio creando una imagen de ellos mismos de gente que ha sido
sujeta a persecuciones e injusticias.”
“Este es un intento deliberado de ‘destrucción de identidad’ por parte del
gobierno turco”, asegura el historiador, y explica que esto se comprueba
examinando las estadísticas de estas escuelas: “En el año lectivo 1972-73 había
32 escuelas con 7336 estudiantes. En el ciclo 1999-2000 las cifras bajaron a 18
colegios y 3786 alumnos. Esto es una disminución del 50% en la cantidad de
escuelas y del 60% en el número de estudiantes en los últimos 40 años.”
En septiembre del 2014, Akçam comenzó una campaña de recolección de firmas
(a la que adhirieron personalidades como el escritor Orhan Pamuk, el cineasta
Fatih Akin y los periodistas Hasan Cemal y Ahmet Altan, entre otros) para exigir al
gobierno que “retire inmediatamente de circulación los libros ‘Historia’ e ‘Historia
de la Revolución Turca’ y se disculpe con todos los estudiantes, particularmente
con los armenios.” Además, instó a sortear las “cortinas de humo que instala el
gobierno turco, tratando de crear la impresión de que es su lado el que siempre
quiere llegar a un acuerdo y encontrar soluciones. Por favor pongan estos libros
directamente frente a ellos, en todas y cada una de las oportunidades que tengan,
para dejar bien en claro que, si quieren recuperar cualquier clase de integridad en
el tema, primero tienen que sacar estos libros de circulación.”

Una devolución inconclusa


En 1936, el gobierno turco solicitó a las fundaciones que manejaban las
instituciones de las minorías no musulmanas que entregaran una lista con todas
las propiedades que poseían (hay que aclarar que el Estado no reconoce entidad
legal a las instituciones religiosas o educativas –es decir que, por ejemplo, no
pueden comprar propiedades o presentar cargos ante la Justicia-, por lo que cada
una de ellas debe funcionar a través de una fundación que está manejada por un
consejo de administración). En 1974, en el momento más crítico de la crisis con
Grecia por la ocupación de Chipre, el gobierno de facto determinó que todas las
propiedades que no figuraban en las listas de 1936 (por ejemplo, todas las que, en
los 38 años anteriores, fueron recibidas como donaciones) habían sido adquiridas
de manera ilegal. De esta forma, más de 1400 propiedades –escuelas, casas,
negocios, edificios y terrenos baldíos, la mayoría de ellos en o cerca de Estambul-
fueron confiscadas por el Estado y las fundaciones ya no pudieron hacer uso de
los ingresos que producía ese patrimonio.
En 2011, en una decisión que para muchos resultó sorpresiva, Erdoğan dio
marcha atrás con el decreto de 1974 y, aunque al día de hoy sólo una pequeña
porción de los bienes expropiados logró sortear la perversa burocracia estatal y ha
retornado a sus dueños originales, la derogación de esa medida es un paso
significativo para comenzar a reconocer los derechos de las minorías.

La Fundación Hrant Dink: multiplicar las voces para enriquecer el diálogo

Entenderse y respetarse mutuamente, convivir en paz. No pedía mucho Hrant


Dink –o tal vez sí, considerando que vivía en una sociedad multicultural que
negaba obstinadamente su propio multiculturalismo y que convertía la diferencia
en estigmatizante; la misma sociedad que se sentía insultada (¿asustada, tal
vez?) por la posibilidad, dada a conocer por Dink en el periódico Agós, de que
Sabiha Gökçen, una de las hijas adoptivas de Mustafá Kemal Atatürk y la primera
piloto de combate turca, fuera de origen armenio.
El asesinato del periodista, que entendía que la democratización de Turquía era
el primer y necesario paso de un largo camino que seguramente terminará con el
reconocimiento del Genocidio Armenio (y de todas las otras deudas del Estado
turco con las minorías), lejos de intimidar a sus familiares y amigos, fue el
incentivo para crear la Fundación Hrant Dink y así continuar con su misión.
Esta organización opera en distintas áreas: en el campo de la democratización y
los Derechos Humanos, publica informes periódicos sobre los discursos
discriminatorios y del odio en la prensa; desde un abordaje histórico, ha publicado
libros sobre el Genocidio Armenio y sobre la historia de los armenios de Ankara y
de Diyarbakir, entre otros. Además, ha organizado elogiadas conferencias sobre
los armenios islamizados y sobre la frontera entre Turquía y Armenia, cerrada
desde 1993 (en relación a este tema, también publicó un interesante informe sobre
el impacto socioeconómico de esa medida).
En cuanto al vínculo entre estos países, vecinos pero desconectados entre sí –a
causa no sólo de la inexistencia de lazos diplomáticos sino también de los
prejuicios a ambos lados del límite territorial-, la Fundación ha generado diversos
mecanismos para acercar a los miembros de la sociedad civil,
independientemente de las coyunturas políticas. Uno de los programas más
celebrados es “Beyond Borders” (Más allá de las fronteras), que ofrece becas de
viaje a estudiantes, profesionales, investigadores, artistas, deportistas (y una larga
e inclusiva lista de etcéteras) de Turquía y de Armenia para conocer el país vecino
y promover el diálogo entre ambas sociedades a través de las actividades
inscriptas en el campo de acción de cada becario. También hay un programa que
facilita el contacto y la cooperación entre periodistas turcos y armenios para
generar canales directos de comunicación y colaborar así con la “eliminación de
las fronteras físicas y mentales entre los pueblos de dos países”, que es una de
las premisas de la Fundación.
Desde 2009, en septiembre de cada año la Fundación entrega el Premio
Internacional Hrant Dink a “quienes luchan por un mundo libre de discriminación,
racismo y violencia, y se arriesgan por sus ideales, inspirando y alentando a
otros”. Algunos de los beneficiarios han sido las Madres de los Sábados (ver La
sociedad civil levanta el velo), el Juez Baltasar Garzón, Ahmet Altan (ex jefe de
redacción del periódico turco Taraf) y Şebnem Fincancı (de la Turkish Human
Rights Foundation).

La sociedad civil levanta el velo


El innegable aporte de los intelectuales turcos a la discusión de la historia oficial
del país (ver El Genocidio Armenio, los intelectuales de Turquía y la búsqueda de
justicia) se vio potenciado, en los últimos años, por la aparición en escena de las
organizaciones sociales turcas, que comenzaron a tomar un papel cada vez más
central en la elaboración de discursos que confrontan con la narrativa hegemónica
y, principalmente, llevando esas consignas a la calle. A continuación, algunas de
las que dieron que hablar en el último lustro en relación al Genocidio Armenio:

Nor Zartonk (Nuevo Renacimiento)


Esta asociación, creada por jóvenes de origen armenio en Estambul en 2007 (no
casualmente, año y lugar coinciden con los del asesinato de Hrant Dink), utiliza
distintos medios –organización de conferencias, la gestión de una radio en
internet, la participación en marchas y manifestaciones y el uso de grafittis- para
dar a conocer la situación de los armenios y de otras minorías en Turquía.
Las causas que defienden son de las más variadas, pero todas direccionadas a
empoderar a los que no pueden hacer escuchar su voz: abogan por el
fortalecimiento de la clase trabajadora, se manifiestan a favor de los derechos de
la comunidad LGBT y reclaman justicia por los asesinatos impunes de Hrant Dink
y de Sevag Balıkçı.

Cumartesi Anneleri (Las Madres de los Sábados)


Es un grupo de mujeres cuyos seres queridos fueron detenidos-desaparecidos por
la policía durante el gobierno militar que tomó el poder en 1980 y principalmente
durante el período, en la década del ’90, en el que una vasta porción del sudeste
turco estuvo en el denominado “estado de emergencia” a causa del conflicto turco-
kurdo. Se reúnen todos los sábados al mediodía, en la Plaza Galatasaray de
Estambul, para crear conciencia sobre la violencia estatal y la militarización del
país, y para reclamar al Estado la apertura de los archivos relacionados con estas
desapariciones/asesinatos políticos, en su mayoría de víctimas kurdas.
Uno de los sábados de abril de 2013 tuvo más fotos que otras veces: a las de
los desaparecidos/asesinados por el aparato estatal en los últimos 30 años se le
sumaron las de 220 intelectuales armenios detenidos y luego masacrados por el
gobierno otomano en 1915.
La Asociación de Derechos Humanos de Turquía, que participó de la
conmemoración, presentó una declaración en la que afirmó que los detenidos
“eran dirigentes de la comunidad armenia y personas notables, incluyendo
escritores, políticos, musicólogos, científicos y periodistas. Su arresto fue el inicio
de la política estatal de aniquilación de la armenidad. Por eso, los primeros
eliminados fueron los que podían hacer oír sus voces.” El comunicado también
exigía al gobierno turco que revelara la verdad acerca de “los hechos de 1915”.
Según publicó el sitio Bianet, una de las Madres de los Sábados, Hanife Yıldız,
afirmó que la desaparición de su hijo es resultado de la continuación de la
mentalidad “Unión y Progreso” que llevó a la desaparición de los armenios en
1915.

DurDe (¡Decí Basta!)


Este movimiento contra el racismo y el nacionalismo turco fue creado en 2007. En
2010 encabezó la campaña “Pido disculpas a nuestros hermanos armenios”, que
comenzó con el apoyo de 300 intelectuales y terminó con más de 31.000 firmas.
El año pasado inició la conmemoración del Genocidio Armenio en la estación
Haydar Paşa de Estambul, que es donde comenzó la detención/desaparición de
los intelectuales armenios el 24 de Abril de 1915. Los participantes luego visitaron
el Cementerio Armenio, para honrar la memoria de Sevag Balıkçı, el conscripto
asesinado en 2011, y finalizaron la jornada con una sentada en la plaza Taksim a
la simbólica hora de las 19.15.
Este año, junto con la organización estadounidense-armenia Project 2015,
DurDe invitó a los armenios del mundo a participar de la conmemoración del
Centenario en Estambul.

En el documental “Hrant Dink, Corazón de dos Naciones”, de Nouritza Matossian,


el periodista de origen armenio cuenta que uno de los objetivos para crear el
periódico Agós era “desarrollar nuevos intelectuales, crear un lugar libre para ellos,
para que pudieran escribir lo que deseen, en el lenguaje que deseen […] Y para
defender nuestros derechos, encontrar colaboradores entre ellos. Ya los hemos
encontrado. Ahora, si te fijás, si hay alguna injusticia contra los armenios, hay
escritores en Turquía, en la prensa, hay académicos, intelectuales, que están
listos para defendernos a nosotros y a nuestros derechos.”
La minoría dentro de la minoría: los inmigrantes armenios ilegales
En 2010, Erdoğan, entonces Primer Ministro, declaró en una entrevista a la BBC
que había 170.000 armenios en el país, de los cuales 100.000 eran ilegales y que,
a pesar de que hasta ese momento habían “cerrado un ojo” ante esa situación, en
un futuro estos podrían ser deportados. La frase, que estaba en parte dirigida a los
parlamentarios estadounidenses y suecos (que en ese momento habían
presentado leyes sobre el reconocimiento del Genocidio Armenio), generó
controversia no sólo por la amenaza explícita hacia un sector de la comunidad
armenia sino por la cifra exorbitante a la que hizo referencia el mandatario.
La realidad es que los escasísimos cálculos serios sobre el tema –ninguno
realizado por agencias gubernamentales, por lo que no hay información oficial
sobre el tema, al menos no pública- hablan de no más de 20.000 armenios
ilegales en Turquía, que residen principalmente en Estambul. Un estudio realizado
por la Eurasia Partnership Foundation (EPF) en 2009 revela que, en el 94% de los
casos, se trata de mujeres que realizan trabajos domésticos (limpieza, cuidado de
niños o mayores). Son pocos los trabajos por fuera de ese circuito, como en
fábricas o personal de maestranza en iglesias o colegios armenios.
La entrada a Turquía es relativamente simple: no requiere más que un pasaje de
micro desde Georgia y el pago de la visa de ingreso al país (U$S 15 si se obtiene
online o U$S 25 si se gestiona en la frontera). Esta es válida por tres meses, por lo
que muchos inmigrantes suelen salir y entrar nuevamente pasado ese plazo, para
revalidarla.
Los ingresos de estos trabajadores sin papeles se ubican alrededor de los U$S
550 / 800, que, obviamente, están por debajo del sueldo promedio en el país. El
estudio de la EPF, basado en 150 entrevistas a inmigrantes ilegales, muestra que
algunos suelen vivir en las casas en las que trabajan y, los que alquilan en el
barrio Kumkapi (una zona económicamente relegada de la ciudad), lo hacen en
condiciones deplorables –en algunas de las casas, hay hasta diez personas en
tres habitaciones.
Su status irregular, además, les impide casarse o bautizar a sus hijos en la
Iglesia Apostólica Armenia, pero el principal problema lo tienen los niños en edad
escolar, ya que la falta de papeles imposibilita el pleno acceso al sistema
educativo del país (ver ¿El conocimiento es poder?). Hasta el año 2011, la
situación era extremadamente crítica: el informe de la EPF describe que unos 70
niños de diferentes edades, una maestra armenia instalada en Turquía en 2001 y
un sótano de tres habitaciones cedido por la Iglesia Evangélica Armenia en el
barrio de Gedikpaşa constituían una escuela armenia “paralela” en la que los
alumnos, durante cinco años, recibían una educación basada en los libros y
programas educativos producidos en Yereván. Aún el cálculo más conservador
posible, que considere que muchas de las inmigrantes ilegales dejaron a sus hijos
al cuidado de un familiar en Armenia, deja en evidencia que la gran mayoría de los
niños creció sin la posibilidad de recibir una educación formal.
Hace cuatro años, el gobierno turco finalmente permitió que los niños asistieran
a las escuelas armenias pero en condición de “invitados” por lo que, si bien
pueden cursar todas las materias, al final del ciclo no reciben ningún certificado
que acredite la aprobación del mismo (para los alumnos que decidan regresar a
Armenia, los conocimientos adquiridos les permiten continuar normalmente con su
educación).

Datos
20.000 armenios residen en forma ilegal en Turquía.
En el 94% de los casos se trata de mujeres, que trabajan principalmente en casas
de familia.
El 95% se instaló en Estambul.

La estatua de la discordia, atrapada entre el insulto del ex Primer Ministro, la


curiosa posición política del escultor y la más que curiosa propuesta del ex
alcalde
Decir que una obra de arte es una monstruosidad puede salir caro en Turquía.
Hace unas semanas, un juez dictaminó que Erdoğan deberá pagar 10.000 liras
turcas de multa (unos 3800 dólares) por haber insultado en 2011 la obra del artista
Mehmet Aksoy denominada “Estatua de la Humanidad”. El monumento de 30
metros de altura, que estaba siendo emplazado en las afueras de Gars, cerca de
la frontera con Armenia (desde donde también iba a ser visible), constaba de dos
figuras humanas que extendían sus manos recíprocamente y había sido
encomendado por Naif Alibeyoğlu, ex alcalde de la ciudad, como un gesto de
reconciliación entre Armenia y Turquía tras la firma de los Protocolos de
Entendimiento entre ambos países en 2009.
Alibeyoğlu, que durante su mandato abogó por la apertura de la frontera (y con
razón: un estudio reciente de la Fundación Hrant Dink sobre el impacto
socioeconómico de esta medida tomada en 1993 por el Estado turco señala que
los habitantes del lado turco sienten que su región resulta más castigada que
Armenia), tuvo la ocurrencia de encargar esta estatua para que la misma
reemplazara tanto al monumento en Igdir –que fue erigido para conmemorar el
“genocidio cometido por los armenios contra los turcos”, junto con un museo ad
hoc que ilustra esta disparatada tesis- como a Dzidzernagapert, en Armenia, ya
que, según declaró al Southeastern European Times, ambos “promueven las
malas relaciones y están diseñados para dividir a los dos pueblos.”
El escultor también tiene algunas ideas aparentemente incompatibles con el
espíritu de su obra: según la politóloga turca de origen armenio Ayda Erbal (que
indagó en el tema para su ponencia en una conferencia realizada en La Haya en
marzo de este año), el hombre es un abierto simpatizante de Doğu Perinçek –
político turco, miembro del Comité Talat Pashá y que, entre otras cosas, es
conocido por haber manifestado en Suiza que el Genocidio Armenio es “una
mentira internacional”.
¿Habrá justicia por Sevag?
El 24 de Abril de 2011, Hrant Dink ya llevaba muerto más de cuatro años y, con
cada año que pasaba desde su asesinato, la conmemoración del Genocidio
Armenio era cada vez más visible en las calles de Estambul, de la mano de
miembros de la comunidad armenia y ciudadanos de origen turco que apoyaban el
reconocimiento de los hechos de 1915-1923 por parte del Estado. Y, nuevamente,
el crimen aparece como herramienta de la intolerancia y de la frustración por un
pasado que cada vez se devela más claramente: Sevag Balıkçı, un conscripto
turco de origen armenio, fue asesinado por uno de sus compañeros mientras
prestaba los últimos días del servicio militar obligatorio en la región de Batman, en
el sudeste de Turquía. Si bien en un principio la Corte Militar de Diyarbakir
dictaminó que el disparo había sido accidental, la familia de Sevag apeló la
medida y los testimonios que se fueron incorporando a la causa (con algunos
“arrepentidos” en el interín), sumados al perfil ultra nacionalista de quien accionó
el arma, dejaron en evidencia que se trató de un crimen racista (que -
¿adivinaron?- todavía no fue resuelto en la Justicia).

¿Indicios de una sociedad un poco paranoica?


Hace unos meses, la Universidad Kadir Has (una de las tantas en Turquía pero no
de las más prestigiosas –hay que aclararlo-) dio a conocer los resultados de la
“Encuesta sobre tendencias sociales y políticas” de 2014. Tal como sucedió en los
últimos cuatro años, el estudio consistió en 1000 casos tomados al azar en 26
ciudades a lo largo y ancho del país. Los medios nacionales publicaron algunos de
los resultados más interesantes de la encuesta. En un artículo titulado “¿Qué es lo
que quieren los turcos?”, un columnista del periódico Hurriyet (de tendencia
moderada y secular) se sorprende ante la certeza de los encuestados de que
Turquía está amenazada por –en este orden-: Israel (69.8%), los Estados Unidos
(68%), los países de la Unión Europea (54.2%), Armenia (53.6%), Siria (52%) e
Irán (50.6%), entre otros. Para el autor de la nota, es sugestivo que “el hecho de
que Turquía nunca ha estado en una guerra y no comparte fronteras territoriales
con Israel no ha afectado la percepción de la población, ya que este país ha
estado en el primer puesto de la lista de amenazas en los últimos cuatro años.”
Hace dos años, Osman Kavala, de la ONG Anadolu Kültür (que, entre otras
cosas, fomenta los intercambios culturales entre Armenia y Turquía), describió en
una entrevista con el sitio Tert.am el origen de algunos “prejuicios y clichés” de la
mentalidad turca a partir de hechos producidos durante la Primera Guerra Mundial
y las Guerras Balcánicas, momento en el que el Imperio Otomano perdió muchos
de sus territorios: “Antes de la guerra, Rusia y los Estados europeos trataron de
influir en la política interior otomana, en particular en las cuestiones relacionadas a
las minorías cristianas. Por eso, hay una conceptualización entre los turcos que
vincula los intereses de los poderes extranjeros con los de las comunidades
cristianas que viven en Anatolia. Turquía no participó de la Segunda Guerra
Mundial –cosa que podría haber cambiado esta creencia popular de las relaciones
con los poderes europeos- y creo que la falta de esta experiencia causó que las
memorias de la Primera Guerra Mundial se mantuvieran vivas. Lamentablemente,
el sistema educativo hizo poco para cambiar estas narrativas y actitudes
prejuiciosas hacia la historia. Por eso, verán que mucha gente en Turquía aún hoy
argumenta que los armenios fueron expulsados porque se alinearon con los rusos
en la Primera Guerra Mundial.”
Otros de los resultados de la encuesta muestran que la institución en la que más
confían los turcos es en los militares (57.7% en 2014, contra un 51.7% en el año
anterior) y que el 50% cree que existe una “estructura paralela” en el Estado,
liderada por el líder islámico Fethullah Gülen, adversario del gobierno desde fines
de 2013.

Medios masivos: autocensura y discursos discriminatorios


Cuando se trata de las minorías, Erdoğan tiene la costumbre de hablar en público
sin filtro a pesar de que, en su condición de presidente de Turquía (entre 2003 y
2014 fue Primer Ministro), podría ser más cuidadoso con sus declaraciones. En
agosto del año pasado, en una entrevista con el canal NTV en plena campaña
electoral, hizo un invalorable aporte a la estigmatización de los armenios de
Turquía: “Me han llamado georgiano. Y, disculpame por decir esto, pero incluso
han dicho cosas más feas: me han llamado armenio. Pero soy turco.” Esto se
suma a otras declaraciones contra judíos, griegos, alevíes y kurdos que ha hecho
en otras oportunidades.
Sin embargo, esa inestimable libertad que tiene el presidente para insultar sin
mayores consecuencias legales (aunque a veces le genere algún problema menor
con un escultor, ver “La estatua de la discordia”) no alcanza al resto de sus
connacionales. El periódico opositor Sözcü sacó algunas cuentas: en 227 días,
Erdoğan denunció penalmente a 236 personas por haberlo agraviado (lo llamaron
“ladrón”, “dictador”, “corrupto” y “asesino”, entre otras cosas): ocho ya están tras
las rejas, y otras 105 siguen en juicio –las restantes 123 no llegaron a esa
instancia porque las denuncias fueron desestimadas por el fiscal.
Según el informe anual del Committee to Protect Journalists (Comité para la
Protección de los Periodistas), durante 2012 y 2013 Turquía fue el país con más
periodistas encarcelados en todo el mundo -49 y 40, respectivamente, cifra que
afortunadamente disminuyó a 7 en 2014, a causa de un cambio en la legislación.
Aquí es donde aparece la autocensura como parte integral de la práctica
periodística, especialmente en temas relativos al ya famoso artículo 301 del
Código Penal Turco, que prohíbe insultar “al pueblo turco [o la turquicidad], a la
República de Turquía y a los cuerpos e instituciones gubernamentales”.
Un informe reciente del Parlamento Europeo sobre los avances del país en
términos de democratización plantea que la mayor preocupación de la Unión
Europea gira en torno a la libertad de expresión y a la independencia del Poder
Judicial, que hoy se encuentran en estándares aún lejanos a los esperables. Este
reporte también aconseja la creación de un cuerpo específico para combatir los
discursos discriminatorios, el racismo y la xenofobia.
En este sentido, la Fundación Hrant Dink creó en 2009 un observatorio de
medios que prepara informes cuatrimestrales sobre este tipo de manifestaciones
en la prensa gráfica, analizando el contenido de más de 1000 publicaciones
nacionales y de distribución local a lo largo y ancho del país. Si bien en general el
foco está puesto en la discriminación en base a las identidades nacionales, étnicas
o religiosas, también se analizan los discursos sexistas y homofóbicos.
Estadísticamente, las víctimas más frecuentes de la retórica discriminatoria suelen
ser los armenios y los judíos, seguidos por el colectivo LGBT, los kurdos y los
griegos.

El pésame de Erdoğan
“Deseamos que los armenios que perdieron sus vidas en el contexto de principios
del siglo XX descansen en paz, y transmitimos nuestras condolencias a sus
nietos.” El mensaje del entonces Primer Ministro el 23 de abril de 2014
(convenientemente traducido a nueve idiomas, entre ellos las dos variantes del
armenio –oriental y occidental-) marcó el debut de los políticos de alto rango del
país en el terreno de las condolencias hacia los armenios. Algunos analistas
explican esta actitud –adoptada 99 años después del hecho en cuestión- por la
necesidad de hacer “buena letra” para limpiar la imagen autoritaria de Erdoğan en
el mundo occidental, especialmente después de la feroz represión a los
manifestantes de la Plaza Taksim y la consiguiente censura a Twitter y YouTube
en 2013, y los escándalos de corrupción en los que aparecieron involucrados altos
funcionarios del gobierno y sus familias. Otros interpretan este giro en relación a lo
que ocurre puertas adentro: la sociedad turca es cada vez más consciente de esa
parte de la historia de su país que no le enseñaron en la escuela.
Sea oportunismo político o devenir histórico, lo cierto es que la declaración de
Erdoğan, que al día siguiente fue tapa de todos los diarios de circulación nacional,
puso nuevamente en la escena pública el tema de “los eventos de 1915”.

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