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com Harry Lorayne

Gent ileza de Jorge Fuent es 1 Preparado por Pat ricio Barros


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Pr ólogo

A Renée,
cuyo am or, asist encia, devoción, est ím ulo,
confianza y fidelidad son t ales
que no necesit o una m em oria cult ivada
para recordarlos.

A Mark Tw ain se le at ribuye la frase de que «t odo el m undo habla del t iem po, pero
nadie hace nada por m ej orarlo». De parecido m odo, t odo el m undo se lam ent a o se
vanagloria de su m ala m em oria, pero pocas personas hacen nunca nada por
m ej orarla. Mirem os los hechos cara a cara: uno no puede hacer m ucho por m ej orar
el t iem po, pero sí puede hacer m ucho por m ej orar su m ala m em oria.
Muchas personas m e han dicho que «darían un m illón de dólares» por adquirir una
m em oria com o la m ía. No, no m e int erpret e m al; si ust ed m e ofreciese un m illón de
dólares no los desdeñaría; pero, en realidad, t odo lo que ust ed t iene que
desem bolsar es el precio del present e libro.
Bueno, lo que acabo de decir no es com plet am ent e exact o; ust ed t iene que invert ir
t am bién en ello un poquit ín de su t iem po, y un pequeño esfuerzo para poner su
cerebro en act ividad. Y en cuant o se haya iniciado en m i sist em a se m aravillará,
probablem ent e, al observar cuan sencillo y efect ivo result a.
Pero si ust ed com pró la present e obra prom et iéndose una arenga t eórica recam ada
de t érm inos t écnicos, est á condenado a sufrir una desilusión. He procurado exponer
m i sist em a com o si m e encont rara sent ado con ust ed en el saloncit o de su casa y se
lo explicase personalm ent e.
Si bien para llegar a la com posición de m i m ét odo fueron necesarios ciert os t rabaj os
de invest igación, he desechado la m ayoría de concept os y expresiones t écnicas
porque a m í m ism o m e result aron difíciles de com prender y de aplicar. Yo m e
dedico a : ent ret ener al público con un espect áculo consist ent e en exhibiciones de
m em oria; no soy siquiera m édico, y no he creído necesario ponerm e a explicar

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cóm o funciona el cerebro hum ano, ni referirm e al t rabaj o ínt im o de la m em oria en


t érm inos de células, curvas, im presiones, et cét era.
Así, pues, ust ed verá que t odos los m ét odos que cont iene est e libro son los m ism os
que yo em pleo, por lo cual los creo adecuados para enseñárselos a ust ed.
Psicólogos y educadores han dicho y repet ido que sólo ut ilizam os un pequeño
porcent aj e de la pot encia de nuest ro cerebro; yo creo que el sist em a aquí prescrit o
le pondrá a ust ed en condiciones de aprovecharla un poco m ás que el com ún de las
gent es. De m odo que si al igual que de ot ras cosas, ust ed se ha j act ado alguna vez
de su m ala m em oria, creo que después de haber leído la present e obra seguirá
j act ándose de su m em oria, pero en un sent ido t ot alm ent e opuest o. ¡Ahora podrá
m ost rarse orgulloso de poseer una m em oria con una capacidad de ret ención y una
fidelidad m aravillosas!

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Ca pít u lo 1
¿Cu á n fin a e s su fa cu lt a d de obse r va ción ?

¿Qué luz es la que est á encim a de t odas en los sem áforos de la circulación?
¿Es la roj a o la verde? En el prim er m om ent o quizá le parezca a ust ed que es
fácil cont est ar est a pregunt a. Pero im agínese la siguient e sit uación: ust ed
est á t om ando part e en una de esas com pet iciones de «lo t om a o lo dej a», en
la cual unas respuest as acert adas pueden proporcionarle un m ont ón de
dinero. Ust ed debe cont est ar sin error est a pregunt a para ganar el prem io
m ayor. Diga, pues, ahora, ¿qué luz es la que est á arriba, la roj a o la verde?

Si ust ed ha sabido represent arse en la m encionada sit uación, es m uy probable que


ahora est é vacilando, porque en realidad no est á seguro de cuál es la luz que se
encuent ra arriba de t odo, ¿verdad que no? Si est á seguro, ent onces ust ed
pert enece a una m inoría de personas que ha observado lo - que la m ayoría
solam ent e ve. Ent re ver y observar exist e un universo de diferencia, y com o prueba
de ello est á el hecho de que la m ayoría de las personas a las cuales hice yo la
pregunt a ant erior, o m e dieron una respuest a equivocada o no est aban seguras.
¡Est o a pesar de que ven las luces reguladoras de la circulación innum erables veces
al día!
Digam os de paso que la luz que est á m ás arriba es siem pre la roj a, y la que est á
m ás abaj o, es siem pre la verde. Si exist e un t ercer color es el am arillo, pidiendo
precaución, y ést e se encuent ra invariablem ent e en m edio. En el caso de que ust ed
est uviera perfect am ent e seguro de que la cont est ación acert ada era «la roj a»,
déj em e que pruebe a m odificar un poco su orgullo con ot ra prueba relat iva a su
capacidad de observación.
¡No dirij a una m irada a su reloj de pulsera! No dirij a una m irada a su reloj de
pulsera y cont est e a est a pregunt a: en la esfera de su reloj , ¿qué hay? ¿La cifra
arábiga 6 o las cifras rom anas VI ? Piénselo un m om ent o ant es de fij ar la m irada en
su reloj . Decida la respuest a com o si t uviera una im port ancia grande el acert arla.

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Ust ed se encuent ra ot ra vez en un concurso de «lo t om a o lo dej a», y la respuest a


puede valerle una buena cant idad de dinero.
De acuerdo, pues, ¿ha decidido ya qué respuest a debe dar? Ahora sí, m ire el reloj y
vea si ha acert ado. ¿Acert ó? ¿O acaso se ha equivocado lo m ism o si dio una
respuest a que la cont raria, porque en la esfera de su reloj no hay ningún seis? En la
m ayoría de los reloj es m odernos, el sit io del seis suele est ar ocupado por la esferit a
que señala los segundos.
¿Ha cont est ado la pregunt a correct am ent e? Bien, t ant o si es que sí com o si es que
no, ha t enido que m irar el reloj para com probarlo. ¿Puede decirm e ahora la hor a
exact a que señalaba? ¡Probablem ent e no, y el caso es que no hace sino un segundo
que lo ha vist o! Una vez m ás ust ed ha vist o, pero no ha observado.
Haga la m ism a prueba con sus am igos. Aunque la gent e fij a la vist a en su reloj
varias veces al día, pocos podrán cont est arle correct am ent e acerca del núm ero seis.
He ahí ot ra prueba a que puede som et er a sus am igos; pero m ej or será que vea
prim ero si ust ed sabe cont est ar. Si ust ed suele fum ar cigarrillos, habrá vist o un
t im bre azul en el paquet e cada vez que lo saca del bolsillo para encender uno. En
ese t im bre de im puest os hay un ret rat o, y debaj o del ret rat o el nom bre del
personaj e.
¡Se t rat a de conquist ar la m ás alt a recom pensa en nuest ra com pet ición im aginaria
de «lo t om a o lo dej a»; diga el nom bre de ese personaj e! Me figuro que t endrá que
m archarse con un prem io de consolación, nada m ás. Lo digo t an convencido porque
únicam ent e dos o t res de las m uchísim as personas que he som et ido a est a prueba
han cont est ado correct am ent e. ¡El hom bre del ret rat o en el t im bre es De Wit t
Clint on! Com pruébelo. No quiero que m e t om en por m achacón, pero si ust ed acaba
de m irar el t im bre y el ret rat o de De Wit t Clint on, habrá vist o lo que hace con la
m ano izquierda. Tam bién habrá vist o, probablem ent e, cuat ro let ras, dos en la part e
superior izquierda y dos en la part e superior derecha del t im bre. Digo que habrá
vist o est as cosas; no creo que las haya observado. De ser así, debería poder
explicar ahora, inm ediat am ent e, qué hace De Wit t Clint on con la m ano izquierda, y
nom brar adem ás las cuat ro let ras.

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Ha t enido que m irar ot ra vez, ¿verdad? Ahora ha observado que t iene la m ano
izquierda en la sien, com o si est uviese pensando, y que las cuat ro let ras son: U. S.
I . A., iniciales de Unit ed St at es I nt ernal Revenue 1 .
No se sient a dem asiado deprim ido si no ha sabido cont est ar a ninguna de las
ant eriores pregunt as; com o le dij e ant es, la m ayoría de personas se encuent ran en
el m ism o caso. Quizá recuerde ust ed una película rodada hace unos años en la que
int erpret aban los prim eros papeles Ronald Colm an, Celest e Holm y Art Linklet t er. Se
t it ulaba Cham paña para César, y represent aba a un individuo que no dej aba una
sola pregunt a por cont est ar. El film t erm inaba con la últ im a pregunt a de la serie,
acert ando la cual ganaba varios m illones de dólares. Para ganar aquellos m illones le
pidieron a Ronald Colm an que diese su núm ero de afiliado a la Seguridad Social. Por
supuest o, ¡no lo sabía! El det alle m e int eresó y m e divirt ió, porque en verdad daba
en el blanco. ¿Verdad que dem uest ra que la gent e ve pero no observa? Y de paso,
¿ust ed conoce su propio núm ero de afiliado a la Seguridad Social? ¿O, sim plem ent e,
el de su carnet de ident idad?
Si bien los sist em as y m ét odos cont enidos en est e libro hacen que ust ed se vuelva
observador aut om át icam ent e, en ot ro capít ulo encont rará int eresant es ej ercicios de
observación. Adem ás, m i sist em a hará que ust ed se sirva de su im aginación con
m ucha m ayor solt ura que ant es.
He dedicado t iem po y espacio a hablar de la observación porque es uno de los
fact ores im port ant es para el cult ivo de la m em oria. El ot ro y m ás im port ant e fact or
es la asociación. Nos es im posible recordar nada que no hayam os observado. Pero
luego que hem os observado algo, para poderlo recordar hem os de asociarlo
m ent alm ent e con algo que ya conocem os o recordam os.
Y puest o que cuando em plee m i sist em a ust ed observará de un m odo aut om át ico,
ahora nos ocuparem os principalm ent e de la asociación.
En lo que afect a a la m em oria, asociar significa, sencillam ent e, conect ar o at ar una
con ot ra dos o m ás cosas. Siem pre que ust ed ha t rat ado de recordar algo, o ha
conseguido recordarlo, lo ha asociado subconscient em ent e con alguna ot ra cosa.

1
Dej am os est e ej em plo t al com o est á en el original, porque creem os que el lect or apreciará su valor de ej em plo y
com prenderá que es ciert o, aun en el caso de que no t enga ocasión de com probar lo. Y de paso, si el lect or fum a
Bisont e, ¿nos diría qué dicen las let ras im presas en la part e inferior derecha de la figura del bisont e? ¿Sabía, al
m enos, que hay unas let ras? Si las lee, se ent erará de adonde fueron a buscar el m odelo para dicha figura. ( N. del
T.)

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«Mi sol siem pre reluce fast uoso.» Si ust ed no sabe nada de m úsica y quiere
aprender, quizá le conviniera recordar bien est a cort a frase. No encont raría en ello
ninguna dificult ad. Es una frase con un sent ido claro, y con ciert o énfasis. Y
recordando est a frase no se produciría j am ás ninguna confusión con las not as
correspondient es —en clave de sol— a las rayas del pent agram a. Las prim eras
let ras de cada palabra se las darían: m i, sol, si, re, fa. Pero est as cinco sílabas por
sí solas no t ienen significado alguno; es difícil recordarlas, y en est e orden
precisam ent e. En cam bio, la frase «m i sol siem pre reluce fast uoso» es algo que
ust ed conoce y ent iende. Y de est e m odo confía a la m em oria un elem ent o nuevo,
asociándolo con algo que ya sabía. Se t rat a de un proceso que había realizado ust ed
ot ras veces sin darse cuent a; el de confiar algo a la m em oria valiéndose de
asociaciones conscient es.
El m ism o sist em a podría seguir para recordar las not as correspondient es a los
espacios. La frase «fabricando la dorada m iel» le daría de una vez y para siem pre
las not as en cuest ión, ordenadas de una m anera perfect a. «Mi sol siem pre reluce
fast uoso, fabricando la dorada m iel.»
Ya t iene ust ed rayas y espacios en la m em oria. Más adelant e verá el sist em a de
grabarlos en ella t an profundam ent e que no se borren j am ás. Por supuest o, si las
iniciales de las not as form asen una o varias palabras con un sent ido perfect o —y
ello t om ándolas precisam ent e en el orden adecuado—, podríam os abreviar el
procedim ient o confiando a la m em oria las palabras en cuest ión. El fundam ent o sería
el m ism o: pasar de lo conocido a lo desconocido.
Hace m uchos años, probablem ent e, que aprendió ust ed el est ribillo: «Treint a días
t iene sept iem bre, con abril, j unio y noviem bre; veint iocho t iene uno, y los dem ás
t reint a y uno.» ¡Y cuánt as veces habrá recurrido a él cuando le ha convenido
recordar el núm ero de días de un det erm inado m es!
Si le hubieran hecho aprender a ust ed la palabra sin sent ido «raavaiv» o el nom bre
—que podría im aginarse com o pert enecient e a una divinidad ant igua— «Ra Ava I v» ,
recordaría bien los colores del espect ro: roj o, anaranj ado, am arillo, verde, azul,
índigo, violet a. Tam bién est o sería ut ilizar el sist em a de las asociaciones y de las
iniciales de las palabras. -

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Est oy seguro de que ust ed ha vist o u oído m uchas veces alguna cosa que le ha
hecho chascar los dedos y exclam ar: «¡Ah! , est o m e recuerda...» Lo que ha vist o u
oído le ha hecho recordar ot ra cosa, sin que, por lo com ún, se aprecie la m enor
relación ent re lo vist o u oído y lo recordado. Y, sin em bargo, en su m ent e las dos
cosas est án unidas por algún lazo.
Est o es una asociación subconscient e. En est os m om ent os yo le hacía not ar a ust ed
cóm o act úan algunas asociaciones conscient es; unas asociaciones de efect os
perfect am ent e visibles. Las personas que en sus prim eros años de est udio
aprendieron las rayas y los espacios del pent agram a, habrán olvidado m uchísim as
cosas que aprendieron, pero las rayas y los espacios del pent agram a t odavía los
recuerda. Y si ust ed ha leído hast a aquí fij ándose bien en lo que íbam os diciendo,
debería recordarlos ahora perfect am ent e, aun en el caso de que j am ás haya
est udiado m úsica.
Ot ro ej em plo de la ut ilidad de est os procedim ient os lo proporciona la ret ención de
las reglas de ort ografía. Algunas veces, una persona se habit úa de t al m odo a
pronunciar o escribir de det erm inada m anera una o varias palabras que le result a
m uy difícil corregir ese vicio. Algunos han descubiert o por propia iniciat iva que el
m ej or recurso consist ía en form ar una frase, que pront o se les grabó en la m em oria,
que les sirviera para corregir en t odo m om ent o su t endencia al error. Así, un
est udiant e conocido m ío no lograba acost um brarse a escribir «hum o» y «hort elano»
con «h». Hast a que un profesor le «fabricó» la siguient e frase: «Al hort elano le
m olest a el hum o porque t rae H.» El efect o fue radical, el est udiant e no volvió a
descuidar la let rit a en cuest ión en aquellas dos palabras.
¿Sabría ust ed dibuj ar de m em oria algo que se parezca al m apa de I nglat erra? ¿Y los
de China, Japón y Checoslovaquia? Es m uy probable que no se at reviese ust ed a
dibuj ar ninguno de ellos. Pero si hubiese nom brado I t alia, exist e un novent a por
cient o de probabilidades de que ust ed vea m ent alm ent e la figura de una bot a. ¿No
es ciert o? Si la vio y si ha dibuj ado una bot a, t iene ust ed la siluet a aproxim ada del
m apa de I t alia.
¿Por qué ha aparecido esa im agen en su m ent e? Sólo porque en alguna ocasión,
quizá m uchos años at rás, le dij eron, o not ó ust ed m ism o, que el m apa de I t alia se
parecía a una bot a.

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Nat uralm ent e, la form a de I t alia era la cosa nueva que había de recordar; la bot a
era aquello que ya conocíam os y recordábam os.
Ya ve ust ed que unas asociaciones conscient es, sencillas, le han ayudado a
m em orizar con t oda facilidad inform aciones abst ract as, com o los ej em plos dados
m ás arriba.
El sist em a de las iniciales, m encionado ant es, puede servir para ayudarnos a
recordar m uchas cosas. Por ej em plo, si ust ed quisiera recordar bien los nom bres de
las cuat ro naciones de Europa que no t ocan en absolut o el m ar, podría probar a
recordar la - palabra «huchas». Est o le ayudaría a recordar que los nom bres de
dichas naciones son: Hungría, Checoslovaquia, Aust ria y Suiza.
La cosa no t iene sino un inconvenient e por el m om ent o, y es que nada le hace
recordar a ust ed que la palabra «huchas» est é relacionada con las naciones de la
Europa Cent ral que no t ocan el m ar, o viceversa.
Si ust ed recordase la palabra, bien; ent onces conocería probablem ent e los nom bres
de los m encionados países; pero ¿cóm o recordar la palabra? En capít ulos venideros
le enseñarem os la m anera de conseguirlo.
Los sist em as y m ét odos cont enidos en est e libro le dem ost rarán cóm o los principios
y los procedim ient os de las asociaciones conscient es sencillas pueden aplicarse a
recordarlo t odo. Sí, efect ivam ent e, a recordarlo t odo: nom bres y caras, asunt os,
obj et os, hechos, núm eros, discursos, et c. En ot ras palabras, los sist em as y m ét odos
que aprenderá en est e libro pueden aplicarse a t odas y cada una de las
cont ingencias de la vida cot idiana de relación o de los negocios.

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Ca pít u lo 2
El h á bit o e s m e m or ia

Est oy seguro de que el olvido absolut o no exist e; las huellas im presas en la


m em oria son indest ruct ibles.
Thom as de Quincey

Una m em oria fiel y ret ent iva es la base de t odos los éxit os profesionales. En últ im o
análisis, t odos nuest ros conocim ient os descansan en la m em oria. Plat ón lo expresó
de est e m odo: «Todo conocim ient o no es ot ra cosa que recuerdo»; y, por su part e,
Cicerón dij o de la m em oria que «es el t esoro y el guardián de t odas las cosas». Un
ej em plo cont undent e debería bast ar por el m om ent o: ¡ust ed no podría leer est e
libro en est os m om ent os si no recordase los sonidos de las t reint a let ras del
alfabet o 2 !
Acaso el ej em plo le parezca un poco forzado; pero ello no im pide que sea m uy
ciert o y elocuent e. En realidad, si en un m om ent o dado perdiese ust ed la m em oria
por com plet o, t endría que volver a em pezar a aprenderlo t odo desde los com ienzos,
exact am ent e igual que un recién nacido. No sabría ust ed vest irse, ni afeit arse, ni —
si es una señora— aplicarse el m aquillaj e, ni guiar el coche, ni servirse del cuchillo y
el t enedor, et c. Vea ust ed, t odo lo que at ribuim os al hábit o deberíam os at ribuirlo a
la m em oria. El hábit o es m em oria.
La nem ónica, que j uega un papel principalísim o en una m em oria cult ivada, no es
una cosa nueva ni rara. Lo ciert o es que la palabra «nem ónica» deriva del nom br e
de una diosa griega, Nem osina; y los sist em as de cult ivo de la m em oria fueron
ut ilizados ya en t iem pos de los griegos ant iguos. Lo raro es que los sist em as para
ent renar la m em oria no sean conocidos y puest os en práct ica por m uchas m ás
personas. La m ayoría de los que han aprendido el secret o de la nem ónica han
quedado pasm ados no solam ent e por la enorm e facult ad de recordar que han
adquirido, sino por los t ribut os que recibían de sus fam iliares y am igos.

2
Ust ed habrá leído, quizá, que t enem os 28 let ras. Lo dicen porque la W no es propiam ent e una let r a española y
porque no hay ninguna palabra que em piece por RR. Lo ciert o es que no se consideraría que uno supiese leer si no
conociera el signo W y el signo RR, t ant o si se considera que una es ext ranj era com o que la ot r a no est á en
principio de palabra. ( N. del T.)

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Algunos decidieron que esa facult ad era una cosa dem asiado buena para hacer
part icipar de ella a nadie m ás. ¿Por qué no ser el único em pleado de la oficina capaz
de recordar el núm ero de cat álogo de una pieza y su precio? ¿Por qué no ser el
único que pudiera ponerse en pie, en una fiest a, y dar una dem ost ración que dej ase
m aravillado a t odo el m undo?
Yo, en cam bio, opino que conviene que haya m uchas m em orias ent renadas; y a
est e fin dedico el present e libro. Aunque quizá m uchos de ust edes m e conozcan
com o un profesional dedicado a divert ir al público, no m e propongo, claro est á,
enseñarles habilidades m em oríst icas para espect áculo. No t engo el m enor deseo de
subirlos a ust edes a un escenario. Lo que quiero es m anifest arles las m agníficas
aplicaciones práct icas de una m em oria bien ent renada. Aunque, sí, est e libro enseña
varias habilidades en el cam po de la m em oria que podrá ust ed ut ilizar para brillar
delant e de sus am igos. Pero lo que im port a es que dichas habilidades const it uyen
excelent es ej ercicios para el cult ivo de la facult ad que nos ocupa, y los principios en
que se basan pueden ser aplicados para efect os práct icos.
La pregunt a que la gent e m e hace m ás a m enudo es: «El recordar dem asiado ¿no
produce confusiones?» Yo respondo sin vacilar: «¡No! » No exist e lím it e alguno para
la capacidad de la m em oria. Lucio Scopion recordaba los nom bres de t odos los
ciudadanos de Rom a; Ciro podía llam ar a t odos los soldados de su ej ércit o por su
nom bre, y Séneca era capaz de m em orizar y repet ir dos m il palabras después de
haberlas oído una sola vez.
Yo creo que cuant o m ás recuerda uno, m ás puede recordar. En m uchos aspect os, la
m em oria es com o un m úsculo. Al m úsculo hay que ej ercit arlo y desarrollarlo para
que prest e un buen servicio; con la m em oria ocurre igual. La diferencia est á en que
un m úsculo puede hipert rofiarse o agarrot arse, m ient ras que la m em oria no. A uno
pueden enseñarle a t ener buena m em oria del m ism o m odo que le enseñan cualquier
ot ra cosa. Y la realidad es que result a m ucho m ás sencillo aprender a t ener
m em oria que, por ej em plo, a t ocar un inst rum ent o m usical. Si ust ed sabe leer y
escribir y posee una dosis norm al de sent ido com ún, y si lee y est udia est e libro,
habrá adquirido t am bién, probablem ent e, un m ayor poder de concent ración, un
sent ido m ás fino para la observación y, quizás, una im aginación m ás poderosa.

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¡Recuerde, por favor, que no exist e eso que llam an m ala m em oria! Est o quizá dej e
at urdidos a aquellos que se han escudado durant e años en su respuest a «m ala»
m em oria. Lo repit o, no exist en m alas m em orias. Exist en únicam ent e m em orias
ent renadas y m em orias no ent renadas. Casi t odas las m em orias no cult ivadas
m uest ran desarrollos unilat erales. Es decir, las personas que saben recordar
nom bres y caras no son capaces de recordar núm eros de t eléfono, y las personas
que recuerdan los núm eros de t eléfono no recordarían, ni que les fuese la vida en
ello, los nom bres de aquellos a quienes desearían llam ar.
Hay personas que poseen una m em oria ret ent iva excelent e, pero de una penosa
lent it ud para asim ilar; e igualm ent e personas que, de m om ent o, recuerdan con
m ucha rapidez, pero no t ienen el recuerdo m ucho t iem po. Si ust ed aplica los
sist em as y m ét odos enseñados en est e libro, le garant izo una m em oria a la vez
rápida y ret ent iva para casi t odo.
Según he m encionado en el capít ulo ant erior, t odo lo que ust ed desee recordar debe
ser asociado m ent alm ent e, sea com o fuere, a algo que ust ed ya sabe o recuerda.
Por supuest o, la m ayoría de ust edes afirm arían que han recordado y recuerdan
m uchas cosas sin asociarlas a ninguna ot ra. ¡Muy ciert o, en apariencia! Porque si
hubieran realizado las asociaciones advirt iéndolo, ent onces poseerían ya los
fundam ent os de una m em oria ent renada. Lo que hay es que la m ayoría de cosas
que han recordado a lo largo de sus vidas fueron asociadas subconscient em ent e a
alguna ot ra cosa que ya sabían o recordaban.
Aquí la palabra im port ant e, el secret o, es «subconscient em ent e». Ust edes no se dan
cuent a de lo que ocurre en su subconscient e; si nos diésem os cuent a, la m ayoría
nos asust aríam os. Aquello que, en el subconscient e, se asoció con fuerza a ot ra
cosa quedará en la m em oria; aquello que no se asoció con fuerza será olvidado.
Pero dado que esa asociación t iene lugar sin que nos dem os cuent a, no podem os
hacer nada para est im ularla o am inorarla.
Ahí est á el quid de la cuest ión, ¡yo le enseñaré a asociar t odo lo que le int erese
conscient em ent e! Cuando lo haya aprendido, poseerá ust ed una m em oria
ent renada.
No pierda de vist a que el sist em a que enseño en est e libro es una ayuda para su
m em oria norm al o verdadera. Porque siem pre es la m em oria verdadera la que

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realiza el t rabaj o, t ant o si uno se da cuent a com o si no. Ent re la m em oria norm al, o
verdadera, y la m em oria adquirida por ent renam ient o, exist e una m uy est recha
línea de separación, y a m edida que uno sigue ut ilizando el sist em a cont enido en la
present e obra, esa línea em pieza a borrarse.
Y ése es el det alle m ás preciado de t odos; después de em plear m i sist em a de un
m odo conscient e durant e un t iem po, ¡se hace aut om át ico y uno em pieza a ut ilizarlo
casi inconscient em ent e!

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Ca pít u lo 3
Som e t a su m e m or ia a pr u e ba

Unos est udiant es de segunda enseñanza est aban sufriendo un exam en ant es
de em pezar las vacaciones de Navidad. Se t rat aba de un exam en para el cual
se habían preparado m uy poco, a pesar de saber que sería difícil. ¡Lo fue,
efect ivam ent e!
Uno de los est udiant es ent regó su papel con el siguient e com ent ario: «Sólo
Dios conoce las respuest as a est as pregunt as. ¡Felices Navidades! ».
El profesor calificó las pruebas y las devolvió a los est udiant es. En una de
ellas había est e m ensaj e: «Un aprobado para el Señor y un suspenso para
ust ed. ¡Próspero Año Nuevo! »

No creo que ust ed encuent re m ayor dificult ad en las pruebas que le propone el
present e capít ulo. Y en el caso de que la encont rase, no im port aría, pues nadie ha
de saber si sale m ás o m enos airoso de ellas. En un capít ulo ant erior le he ofrecido
unos ej em plos dem ost rat ivos de cuánt o pueden ayudar las asociaciones conscient es
para recordar cualquier cosa. ¡Qué auxilio t an sencillo para nuest ras m em orias y, no
obst ant e, cuan efect ivo! El hecho de que los que aprendieron el est ribillo «Treint a
días t iene noviem bre, et c.» j am ás han t enido que buscar m ucho para averiguar los
días de det erm inado m es, dem uest ra su eficacia. El hecho, t odavía m ás im port ant e,
de que uno sea capaz de ret ener esas asociaciones sencillas por un largo período de
años, lo dem uest ra m ás indiscut iblem ent e aún.
Yo sost engo la t eoría de que si uno puede recordar o ret ener una cosa m ediant e
una asociación conscient e, puede recordar, del m ism o m odo, ot ra cosa cualquiera.
Ésa es m i t eoría y pret endo valerm e de ust ed para dem ost rarla. En cuant o haya
aprendido los m ét odos, est oy seguro de que reconocerá que las asociaciones
conscient es le serán m ucho m ás út iles y valiosas de lo que j am ás pudo im aginar. Si
le asegurase ahora que después de leer y est udiar el sist em a cont enido en est as
páginas ust ed sabrá recordar hast a cincuent a núm eros dist int os y ret enerlos cuant o
t iem po le plazca con sólo verlos una vez, ust ed m e creería loco.

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Si le dij ese que será capaz de m em orizar el orden de los cincuent a y dos naipes de
la baraj a del póquer, después de bien baraj ados, con sólo oírlos nom brar una vez,
¡m e creería ust ed loco! Si afirm ase que j am ás volverá a t ener dificult ad alguna por
haber olvidado nom bres o caras, que recordará una list a de com pras com puest a por
cincuent a art ículos dist int os, o que sabrá m em orizar el cont enido de t oda una
revist a, o recordar precios y núm eros de t eléfono im port ant es, o conocer en qué día
de la sem ana caerá una fecha det erm inada, ust ed pensaría sin duda que m e paso
de list o. ¡Pero lea y est udie est e libro y lo verá por sí m ism o!
Me figuro que la m ej or m anera de dem ost rarle lo ant edicho consist irá en hacer de
m odo que ust ed pueda com probar sus propios progresos. Para ello, lo prim ero que
debo hacer es poner en evidencia cuan pobre result a su m em oria act ualm ent e,
desprovist a de ent renam ient o. En consecuencia, dedique m ás adelant é unos
m inut os a est ablecer la punt uación que le corresponde en las pruebas después de
haber leído unos capít ulos m ás, y a com parar los result ados.
A m í se m e ant oj a que esas pruebas son m uy im port ant es. Dado que su m em oria
m ej orará casi con cada capít ulo que lea, quiero que vea ust ed m ism o los progresos
conseguidos. Est o le dará confianza, fact or im port ant ísim o para una m em oria
cult ivada. Después de cada prueba hallará un espacio donde anot ar la punt uación
conseguida ahora y ot ro espacio para la punt uación que consiga luego de haber
leído ciert o núm ero de capít ulos.
Una advert encia im port ant e, ant es de pasar a las m encionadas pruebas: no se
ponga a hoj ear el libro y a leer únicam ent e los capít ulos que crea le int eresan m ás.
Todos ellos le serán m uy út iles, y será m ucho m ej or que los lea uno por uno,
ordenadam ent e. ¡No quiera adelant arse a m í, ni a ust ed m ism o!

Pr u e ba 1
Lea la siguient e list a de quince obj et os una sola vez; puede invert ir en ello un par
de m inut os. Luego t rat e de escribirlos —sin m irar el libro, nat uralm ent e—
exact am ent e en el m ism o orden que aparecen aquí. Al punt uarse recuerde que, si
olvida un nom bre, t odos los que sigan est arán equivocados, puest o que habrán
perdido el orden que les correspondía. Luego de haber leído el capít ulo 5, le

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recordaré que vuelva a som et erse a la present e prueba. Concédase 5 punt os por
cada obj et o anot ado en su lugar correspondient e.

Libro, cenicero, vaca, chaquet a, cerilla, navaj a, m anzana, bolsa, persiana, sart én,
reloj , gafas, asa, bot ella, gusano.

Anot e aquí la punt uación: .....


Punt uación obt enida después de leer el capít ulo 5: .....

Pr u e ba 2
I nviert a unos t res m inut os int ent ando aprender de m em oria los veint e obj et os de la
list a que sigue con el núm ero que llevan. Luego pruebe a escribirlos en list a sin
m irar al libro. No sólo debe recordar el obj et o, sino su núm ero de orden. Le
recordaré que repit a ot ra vez la prueba después de haber leído el capít ulo 6.
Concédase 5 punt os por cada obj et o que anot e con su núm ero de orden acert ado.

1. Radio 6. Teléfono 11. Vest ido 16. Pan


2. Aeroplano 7. Silla 12. Flor 17. Lápiz
3. Lám para 8. Caballo 13. Vent ana 18. Cort ina
4. Cigarrillo 9. Huevo 14. Perfum e 19. Vaso
5. Cuadro 10. Taza 15. Libro 20. Som brero

Anot e aquí su punt uación: ......


ídem después de leer el capít ulo 6: ......

Pr u e ba 3
Mire est e núm ero de veint e cifras durant e unos dos m inut os y m edio, luego coj a un
t rozo de papel y t rat e de escribirlo de m em oria. Concédase 5 punt os por cada cifra
que coloque en su lugar y orden adecuado. Com prenda, por favor, que aquí lo
im port ant e es la ret ent iva, y no podrá com probarla hast a que haya leído el capít ulo
11.

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72443278622173987651

Anot e aquí su punt uación ......


ídem una vez leído el capít ulo 11 ......

Pr u e ba 4
I m agínese que alguien ha quit ado cinco naipes de una baraj a de póquer bien
revuelt a. Ahora le van nom brando a ust ed, una sola vez, los ot ros cuarent a y siet e
naipes. ¿Podría ust ed ident ificar de m em oria cuáles son los cinco que quedan sin
nom brar, es decir, que falt an? Probem os. Lea la siguient e list a de cuarent a y siet e
naipes una sola vez. Después de haberla leído, coj a ust ed un lápiz y t rat e de anot ar
los cinco que falt an. Claro, no debe m irar el libro m ient ras vaya escribiendo. Le
rogaré que se som et a de nuevo a est a prueba cuando haya leído y est udiado el
capít ulo 10. Concédase 20 punt os por cada naipe que falt e si lo anot a ust ed
correct am ent e.

Sot a de corazones. Tres de corazones. Cuat ro de espadas.


As de diam ant es. Nueve de palos. Reina de espadas.
Rey de diam ant es. Diez de diam ant es. Tres de palos.
Siet e de diam ant es. Ocho de espadas. Sot a de palos.
Diez de palos Cinco de espadas. Seis de corazones.
Sot a de espadas. As de espadas. Cuat ro de corazones.
Tres de espadas. Seis de diam ant es. Diez de espadas.
Nueve de corazones. Sot a de diam ant es Rey de diam ant es.
Siet e de corazones. Ocho de palos Diez de corazones.
Reina de corazones. Reina de palos Reina de diam ant es.
Tres de diam ant es. Siet e de espadas. Ocho de diam ant es.
Dos de espadas. Siet e de palos Cinco de palos.
As de palos. Dos de diam ant es. Dos de palos.
Nueve de espadas. Rey de palos. Cinco de diam ant es.
Cuat ro de palos. Ocho de corazones. Doce de corazones.
Cinco de corazones. Seis de espadas.

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Anot e aquí su punt uación ......


ídem después de est udiar el capít ulo 10 ......

Pr u e ba 5
Pase seis o siet e m inut os fij ándose en las quince caras y sus correspondient es
nom bres. Hacia el final del present e capít ulo volverá a encont rar las m ism as caras
colocadas en un orden dist int o, y sin los nom bres. Vea ent onces si logra asignar el
nom bre correspondient e a cada uno de los rost ros. Yo le recordaré que vuelva a
som et erse a la m ism a prueba después de haber leído por com plet o el capít ulo 17.
Concédase 5 punt os por cada nom bre que sepa escribir debaj o de la cara que le
corresponde.

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Anot e aquí su punt uación ......


I gualm ent e después de leer el capít ulo 17 ......

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Pr u e ba 6
Dedique de siet e a nueve m inut os a repasar la siguient e list a de diez personas y sus
núm eros de t eléfono. Luego anot e las diez personas en un t rozo de papel, cierre el
libro y vea si es capaz de escribir de m em oria al lado de cada una su núm ero de
t eléfono. Recuerde que, aunque en t odo un núm ero no equivoque sino una cifra, en
el caso de que lo m arcase no conseguiría com unicar con quien le int eresaría; por
t ant o, con sólo que equivoque una cifra habrá equivocado t odo el núm ero, y no le
corresponde ningún punt o por él. Yo le recom endaré que haga la prueba
nuevam ent e después de haber leído el capít ulo 19. Concédase 10 punt os por cada
núm ero de t eléfono que anot e bien.

Panadero — 227684 Banquero — 295762


Sast re — 287546 Sr. Gracia — 256694
Zapat ero — 234337 Médico — 283451
Dent ist a — 210054 Sr. Silvest re — 268309
Sr. Jaén — 236680 Sr. López — 204557

Anot e aquí su punt uación ......


ídem después de leer el capít ulo 19 ......
No se desanim e si en las pruebas ant eriores ha logrado éxit os m uy m ezquinos. Le
he present ado est as pruebas con un propósit o concret o.

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En prim er lugar, por supuest o, y t al com o dij e ant es, para que ust ed pueda apreciar
los progresos que va realizando a m edida que lee est e libro; y, en segundo lugar,
para poner de m anifiest o cuan poca confianza m erece una m em oria huérfana de
ent renam ient o.
No se precisa una gran cant idad de t rabaj o y de est udio para conseguir la m áxim a
punt uación —el 100 % — en t odas las pruebas ant eriores. ¡A m í m e gust a referirm e
al sist em a expuest o en el present e libro com o la m anera de recordar de los
«perezosos»!

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Ca pít u lo 4
El in t e r é s y la m e m or ia

El verdadero art e de la m em oria es el art e de la at ención.


Sam uel Johnson

Le ruego haga el favor de leer con at ención el t ext o siguient e:


Ust ed guía un aut obús en el que viaj an cincuent a personas. El aut obús se det iene
en una parada y baj an diez personas, al paso que ot ras t res suben. En la parada
siguient e siet e personas baj an del aut obús y dos personas suben.
Todavía paran en ot ras dos paradas, en cada una de las cuales baj an cuat ro
personas, m ient ras que en una de las paradas suben t res y en la ot ra ninguna. En
est e punt o el aut obús t iene que parar por avería en el m ot or. Algunos viaj eros
llevan m ucha prisa y deciden seguir andando. Por ello, ocho personas salt an del
aut obús. Reparada la avería, el aut obús llega a la últ im a parada, y el rest o de los
viaj eros desciende del vehículo.
Ahora, sin volver a releer el párrafo, vea si logra cont est ar acert adam ent e a dos
pregunt as relat ivas al m ism o. Est oy perfect am ent e seguro de que si le pregunt ase
cuánt as personas quedaban en el aut obús, es decir, cuánt as baj aron en la últ im a
parada, ust ed m e cont est aría bien inm ediat am ent e. Sin em bargo, una de las
pregunt as que quería hacerle es la siguient e: ¿cuánt as paradas hizo el aut obús en
t ot al?
Quizá m e equivoque, pero no creo que sean m uchos los que sepan cont est ar est a
pregunt a. El m ot ivo, por supuest o, est á en que t odos ust edes creían que después
de haber leído el párrafo les pregunt aría acerca del núm ero de personas. En
consecuencia, fij aron su at ención en el núm ero de personas que subían y baj aban
del aut obús. Ust edes se int eresaron por el núm ero de personas. En resum en,
querían saber y recordar cuánt os viaj eros quedaban en el vehículo. Y com o no
creían que el núm ero de paradas t uviera ninguna im port ancia, no prest aron m ucha
at ención a las m ism as. Y com o no se int eresaron por el núm ero de paradas, ést as
no quedaron regist radas en sus m ent es ni por azar, y ahora no las han recordado.
Sin em bargo, si a alguno de ust edes se le ha ocurrido que el núm ero de paradas

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pudiera t ener im port ancia o si se ha hecho la idea de que le pregunt arían sobre est e
punt o part icular, ha recordado el núm ero de veces que paró el aut obús. Y t am bién
ahora se ha debido a que ha puest o int erés en ent erarse de est a inform ación
part icular.
Si por azar ust ed se sient e ent usiasm ado por haber acert ado con la respuest a
exact a a m i pregunt a, cálm ese un poco. Porque dudo que sea capaz de cont est ar la
segunda. Un buen am igo m ío, em pleado en el Grossingers, un gran hot el para
viaj eros, en el cual act úa con m ucha frecuencia, suele echar m ano de la m ism a
t ret a en las sesiones de pregunt as que organiza por la t arde. Sé que son m uy pocos
los huéspedes que responden acert adam ent e, si es que responde alguno. Sin volver
a m irar al párrafo en cuest ión, ust ed debe cont est ar la siguient e pregunt a: «¿Cóm o
se llam a el conduct or del aut obús?»
Ya lo dij e, dudo de que alguno sepa responder correct am ent e, acaso nadie sepa. En
realidad, se t rat a m ás bien de una pregunt a dirigida a com probar el poder de
observación que de una prueba de m em oria. Y si la ut ilizo aquí es sólo para
encarecer ant e ust ed la im port ancia del int erés en la m em oria. Si ant es de leer el
cuent ecit o sobre el aut obús le hubiese dicho que le pregunt aría el nom bre del
conduct or, ust ed hubiera procurado saberlo, habría fij ado en ello su int erés. Habría
querido ent erarse y recordarlo.
Pero aun así, t rat ándose com o se t rat a de una pregunt a ast ut a, quizá no hubiera
sido ust ed lo bast ant e observador para responderla. Digam os de paso que se funda
en un principio que m uchos «m agos» profesionales han ut ilizado desde hace
m uchos años. Se llam a «desorient ar». Significa sencillam ent e que en un relat o se
m ant iene el punt o verdaderam ent e im port ant e, aquel que const it uye en verdad el
«m odus operandi», en un segundo t érm ino. O se cubre con ot ro punt o que no t iene
nada que ver con el prim ero, pero que le induce a ust ed a creer que es el que
verdaderam ent e im port a. Est e es el que ust ed sigue, observa y recuerda; el que
sirve de fundam ent o a la t ret a pasa com plet am ent e desapercibido, y he ahí por qué
uno queda com plet am ent e engañado. Muchas personas, cuando describen las
m añas de «m ago», present an el efect o t an im posible que si el m ago en persona las
est uviera escuchando no podría creerlo. Ello es debido a que en su narración se
olvidan de m encionar el punt o verdaderam ent e im port ant e. Si dej am os apart e los

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j uegos de «caj a», o sea 103 j uegos, o t ret as, que funcionan por sí m ism os, de un
m odo m ecánico, los m agos las pasarían m uy m al para engañar al público si no
exist iera el art e de «desorient ar».
Pues bien, yo le he «desorient ado» a ust ed induciéndole a pensar que iba a
pregunt arle una cosa, y luego pregunt ándole ot ra en la cual ust ed no se había
fij ado. Creo, em pero, que hace ya bast ant e rat o que le t engo int rigado. Acaso sient a
curiosidad por saber la respuest a acert ada a m i segunda pregunt a. Bien, la prim era
palabra del parrafit o le dice quién era el conduct or. La prim era palabra es «ust ed».
La respuest a que t enía que dar a la pregunt a: «¿Cóm o se llam a el conduct or del
aut obús?», ¡consist ía en decir su propio nom bre! Era ust ed quien guiaba el vehículo.
Pruebe est a est rat agem a con algunos am igos y verá cuan pocos son los que
cont est an bien.
Com o dij e ya, ést a es una prueba que da m ás im port ancia a la finura de
observación que a la fidelidad de la m em oria. Pero el caso es que m em oria y
observación se dan la m ano. Es im posible recordar nada que uno no haya
observado; y es ext rem adam ent e difícil observar o recordar algo que uno no quiera
recordar, o no est é int eresado en ret ener en la m em oria.
De ahí se deduce inm ediat am ent e una norm a indiscut ible para m ej orar la m em oria.
Si ust ed quiere que su m em oria m ej ore inm ediat am ent e exíj ase la volunt ad de
querer recordar. Fuércese a sent ir el int erés necesario para observar det enidam ent e
t odo lo que quiera recordar y ret ener. Digo «exíj ase» porque al principio quizá le
sea preciso realizar un pequeño esfuerzo; no obst ant e, en un t iem po pasm osam ent e
cort o, verá ust ed que ya no t iene necesidad de realizar ningún esfuerzo para querer
recordarlo t odo. El hecho de que ust ed est é leyendo est e libro represent a el prim er
paso adelant e que da. Si no quisiera recordar, si no sint iese el afán de m ej orar su
m em oria, no lo leería. «Sin una m ot ivación, difícilm ent e exist irá recuerdo alguno.»
Apart e de t ener la int ención de recordar, t am bién la confianza en que uno recordará
ayuda m ucho. Si ust ed enfoca cualquier cuest ión referent e a la m em oria diciéndose
convencido: «Lo recordaré», la m ayor part e de las veces, efect ivam ent e, lo
recordará. Debe ust ed im aginarse su m em oria com o un t am iz. Cada vez que ust ed
dice o piensa «Tengo una m em oria lam ent able», o «Est o no lo recordaré j am ás»,
pract ica ot ro aguj ero en el t am iz. En cam bio, cada vez que dice: «Tengo una

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m em oria m aravillosa», o «Est o lo recordaré fácilm ent e», t apa ust ed uno de aquellos
aguj eros.
Muchos conocidos m íos m e han pregunt ado por qué no consiguen recordar una
cosa, aun anot ando t odo lo que desean conservar en la m em oria. Es lo m ism o que
pregunt arm e por qué no puede nadar bien uno que se at e un peso de diez kilos
alrededor del cuello. Muy probablem ent e la causa m ism a de que olviden est á en el
hecho de haber anot ado lo que decían querer recordar; o, por lo m enos, de que no
lo recuerden inm ediat am ent e. Por lo que a m í se refiere, la frase «he olvidado»
debería borrarse del lenguaj e. Habría que reem plazarla por: «No he recordado
ahora, inm ediat am ent e.»
Es im posible olvidar de veras nada que uno haya recordado alguna vez. Si ust ed se
anot ara las cosas con la int ención de ayudar a su m em oria, o con el pensam ient o
conscient e y concret o de asegurarse m ej or de la exact it ud de aquellos dat os, el
procedim ient o sería excelent e. Sin em bargo, el ut ilizar el lápiz y el papel com o
sust it ut os de la m em oria ( que es lo que hace la m ayoría de personas) no servirá, en
verdad, para m ej orar ést a. Acaso m ej ore su caligrafía o la rapidez en escribir, pero
la m em oria saldrá perj udicada por el desvío y la falt a de ej ercicio consiguient e. ¿Me
com prende? Por lo com ún, ust ed t om a not a de las cosas porque rechaza,
aconsej ado por la pereza, el pequeño esfuerzo de volunt ad de querer recordar.
Oliver Wendell Holm es lo expresó de est e m odo: «Para poder olvidar una cosa, es
preciso prim ero hacerla ent rar en la m em oria.»
Tenga present e, por favor, que a la m em oria le gust a que le t engan confianza.
Cuant a m ás confianza, m ás segura y út il se volverá. El anot arlo t odo en un papel
sin esforzarse por recordarlo va cont ra t odas las reglas fundam ent ales para poseer
una m em oria m ej or y m ás poderosa. Ust ed no confía en su m em oria, no se fía de
ella, no la ej ercit a y no se int eresa bast ant e por lo que debería recordar, puest o que
lo t raslada al papel. Tenga present e que siem pre est á expuest o a perder el papel o
el cuaderno de not as, pero no la cabeza. Si se m e perm it e una ligera incursión en el
cam po del hum orism o, diré que si uno pierde la cabeza, no im port a m ucho que
recuerde o no recuerde, ¿no es ciert o?
En serio, si uno t iene int erés en recordar y confianza en que recordará, no es
preciso que lo anot e t odo por escrit o. ¿Cuánt os serán los padres que se quej an

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cont inuam ent e de la pésim a m em oria de sus hij os, los cuales no se acuerdan de sus
deberes escolares y consiguen not as m uy m enguadas? Sin em bargo, algunos de
esos m ism os hij os saben t odo lo referent e a los goles que ha m arcado cada uno de
los j ugadores de Prim era División en el Cam peonat o de Liga. Conocen el reglam ent o
del fút bol, y quién ha t enido años at rás una act uación dest acada y en qué equipos.
Si son capaces de recordar t an bien t ales hechos, núm eros y personaj es, ¿por qué
no recordarán las lecciones de colegio? Únicam ent e porque se int eresan m ás por el
deport e que por el álgebra, la hist oria, la geografía y ot ras asignat uras de sus
est udios.
El problem a no est á en su m em oria, sino en su falt a de int erés. Una prueba m ás en
est e sent ido la t enem os en el hecho de que la m ayoría de chiquillos sobresalen por
lo m enos en una asignat ura det erm inada, aun cuando obt engan m alas not as en
t odas las dem ás. Si un est udiant e t iene buena m em oria para una m at eria, es en
aquella asignat ura un buen est udiant e. Si no recuerda, si sobre aquella m at eria
t iene m ala m em oria, result ará un m al est udiant e. Vean si es sencilla la cuest ión. De
t odos m odos, est o dem uest ra que el est udiant e posee buena m em oria para las
cosas que le gust an y en las que fij a su int erés.
Muchos de los que ent re ust edes cursaron est udios superiores hubieron de est udiar
una o dos lenguas ext ranj eras. ¿Las recuerdan t odavía? Lo dudo. Si se han
encont rado de viaj e en aquellos países o en ot ros lugares donde se hablen las
lenguas en cuest ión, han deseado m uchas veces haberles concedido m ás at ención
en el colegio. Por supuest o, si ent onces hubieran sabido que t endrían que recorrer
dichos países hubieran t enido m ás int erés en aprender sus lenguas; su volunt ad
habría t om ado una resolución en est e sent ido. Y habrían quedado pasm ados al ver
de qué m odo m ej oraban sus not as. En m i caso, es est o m uy ciert o; m e const a. Si
ent onces hubiese sabido que en t iem pos venideros desearía conocer aquellas
lenguas, las habría aprendido y recordado con m ayor facilidad. Desgraciadam ent e,
ent onces no poseía una m em oria ent renada.
Muchas m uj eres se quej an de t ener una m em oria at roz y de no ser capaces de
recordar nada. Esas m ism as m uj eres le describirán al det alle el vest ido que llevaba
una am iga suya un día que se encont raron, hace ya varias sem anas. Generalm ent e
son capaces de fij arse en una señora sent ada dent ro de un coche que corre a m ás

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de sesent a kilóm et ros por hora, y le dirán lo que lleva; el color de las prendas, su
est ilo de peinado, si el cabello es nat ural o t eñido, ¡y hast a su edad aproxim ada!
Quizás hast a adivinarían cuánt o dinero t iene. Est o, nat uralm ent e, se sale ya de los
dom inios de la m em oria e invade el cam po de ciert as pot encias psíquicas. Pero el
det alle im port ant e, lo que he querido encarecer a lo largo del present e capít ulo,
sigue siendo que el int erés t iene una im port ancia prim ordial para la m em oria. Si
uno es capaz de recordar con t ant a fidelidad las cosas que le int eresan, ello
dem uest ra que posee una m em oria buena. Dem uest ra, adem ás, que si se
int eresase en el m ism o grado por ot ras cosas, las recordaría igualm ent e bien.
Lo que hay que hacer es t om ar la decisión de int eresarse por recordar nom bres,
caras, fechas, núm eros, hechos..., t odo, en fin, y la de t ener confianza en la propia
capacidad para ret enerlos. Est o solo, hast a sin los sist em as concret os y los m ét odos
de asociación del present e libro, m ej oraría la m em oria de ust ed en un grado
not able. Con los sist em as de asociación corriendo en ayuda de su m em oria norm al,
o verdadera, ust ed poseerá una capacidad de recuerdo y ret ención pasm osa. Desde
el capít ulo siguient e podrá dem ost rárselo por sí m ism o.

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Ca pít u lo 5
El m é t odo de la ca de n a pa r a la m e m or ia

El verdadero bien de un hom bre es la m em oria, y


en ninguna ot ra cosa es rico,
en ninguna ot ra cosa:
es pobre.
Alexander Sm it h

Quiero dem ost rarle ahora que puede ust ed em pezar, inm ediat am ent e, a recordar
cóm o no haya recordado nunca. No creo que nadie con una m em oria privada de
ent renam ient o pueda recordar veint e obj et os no asociados, por orden, después de
haberlos vist o u oído nom brar una sola vez. Y aunque ust ed quizá no crea posible ni
lo uno ni lo ot ro, será capaz de realizar esa hazaña precisam ent e si lee y est udia el
present e capít ulo.
Ant es de ent rar en la t area m ism a de m em orizar, debo explicarle a ust ed que el
recurso para ent renar la m em oria consist e en apoyarla casi por com plet o en
represent aciones o im ágenes m ent ales. Esas represent aciones m ent ales se
recuerdan t ant o m ej or cuant o m ás est ram bót icas es capaz uno de const ruírselas. A
cont inuación t iene ust ed una list a de veint e obj et os que será capaz de m em orizar
en un t iem po sorprendent em ent e cort o.

Alfom bra, papel, bot ella, cam a, pescado, silla, vent ana, t eléfono, cigarrillo, clavo,
m áquina de escribir, zapat o, m icrófono, plum a, t elevisor, plat o, coco, coche,
cafet era, ladrillo.

Un hom bre fam oso dij o ciert a vez que el m ét odo es la m adre de la m em oria. Por lo
t ant o, voy a enseñarle a ust ed ahora lo que yo llam o el m ét odo de la cadena para la
m em oria. Le he dicho ya que su m em oria ent renada se valdrá principalm ent e de
im ágenes m ent ales est ram bót icas, ¡const ruyam os, pues, im ágenes de est a clase
con los veint e obj et os ant es m encionados! ¡No se alarm e! Es un j uego de niños; sí,
ciert am ent e, ni m ás ni m enos que un j uego.

Gent ileza de Jorge Fuent es 29 Preparado por Pat ricio Barros


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Lo prim ero que debe ust ed hacer es represent arse una im agen del prim er obj et o,
«alfom bra», en la m ent e. Todos ust edes saben lo que es una alfom bra; véanla,
pues, con los oj os de la im aginación. No vean la palabra «alfom bra», sino
realm ent e, por un segundo, vean bien una alfom bra cualquiera, bien una
det erm inada; una que t ienen en casa, por ej em plo, por lo cual les result a m uy
conocida. Les he dicho ya que para recordar algo hay que asociarlo de algún m odo
con ot ra cosa que uno ya conozca o recuerde. Eso harem os ahora, y los m ism os
obj et os que querem os recordar nos servirán com o cosas que ya recordam os. La
cosa que ahora ust edes conocen ya y recuerdan es el obj et o «alfom bra». La cosa
nueva, la que quieren recordar, será el segundo obj et o, «papel».
He aquí que van a dar ust edes el prim er y m ás im port ant e paso hacia la
consecución de una m em oria ent renada. Deben asociar, o encadenar, alfom bra con
papel. Y la asociación ha de ser lo m ás est ram bót ica posible.
Por ej em plo, pueden represent arse una alfom bra en su casa hecha de papel.
Véanse andando sobre ella y oyendo el cruj ir del papel debaj o de los pies. O
im agínense escribiendo en una alfom bra en lugar de hacerlo sobre papel. Cada una
de las dos m encionadas es una im agen o asociación est ram bót ica. Una hoj a de
papel reposando sobre una alfom bra no result aría una asociación adecuada. ¡Sería
dem asiado lógica! La im agen m ent al ha de ser est ram bót ica e ilógica.
Puede creerm e si le digo que cuando la im agen que se represent e sea lógica no la
recordará. Quiero insist ir sobre el punt o que habré de recordarle a t odo lo largo de
est e libro. Es preciso ver realm ent e la im agen est ram bót ica por una fracción de
segundo, con los oj os de la m ent e. Por favor, no se lim it e a ver las palabras, vea el
cuadro que ha escogido. Cierre los oj os por un segundo; de est e m odo le será m ás
fácil, al principio, ver el cuadro.
En cuant o lo haya vist o, dej e de pensar en él, y dé ot ro paso. Lo que ahora ust edes
ya conocen o recuerdan es «papel»; por t ant o, el paso siguient e consist e en
asociarlo o encadenarlo con el obj et o que viene a cont inuación en la list a, que es
«bot ella». En est e punt o no se prest a ya ninguna at ención a la «alfom bra».
Const rúyase una im agen est ram bót ica, com plet am ent e nueva con o ent re bot ella y
papel. Pueden verse ust edes leyendo una bot ella enorm e en vez de un periódico, o
escribiendo en una bot ella en lugar de hacerlo en un papel. O podrían represent arse

Gent ileza de Jorge Fuent es 30 Preparado por Pat ricio Barros


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una bot ella de la que, en lugar de salir líquido, sale papel; o una bot ella hecha de
papel en vez de vidrio. Escoj an la asociación que se les ant oj e m ás est ram bót ica y
véanla por un m om ent o con los oj os de la m ent e.
Nunca insist iré dem asiado en la necesidad de ver efect ivam ent e est a im agen con los
oj os de la m ent e, y en la de procurar que la im agen result e lo m ás rara posible. De
t odos m odos, no es preciso que uno se pase quince m inut os buscando la asociación
m ás ilógica; la prim era que nos viene a la m ent e suele ser la m ej or. Yo le daré dos
o m ás form as de const ruir im ágenes con cada par de los veint e obj et os. Ust ed es
quien ha de escoger la que le parezca m ás est ram bót ica, u ot ra que se le haya
ocurrido a ust ed, y em plearla.
Hem os encadenado ya alfom bra con papel, y luego papel con bot ella. Dam os ahora
con el obj et o siguient e, que es «cam a». Es preciso form ar una asociación rara ent re
bot ella y cam a. Una bot ella t endida en una cam a, o cosa por el est ilo, result aría una
im agen dem asiado lógica. Véase, pues, durm iendo en una gran bot ella en lugar de
una cam a, o im agínese t om ando un sorbo de una cam a en vez de beber de una
bot ella. ( A m í se m e ocurren im ágenes realm ent e est ram bót icas.) Cont em ple por un
m om ent o una de est as im ágenes en la m ent e, y luego dej e de pensar en ella.
Por supuest o, ust ed ha not ado ya que cada vez
encadenam os el obj et o ant erior con el que le
sigue. Dado que ya hem os ut ilizado «cam a»,
ést e es el ant erior, aquello que ya conocem os y
recordam os. El que sigue, el elem ent o nuevo
que querem os recordar es «pescado». Forj em os
pues una asociación est ram bót ica ent re cam a y
pescado. Podría ust ed «ver» un pescado
gigant esco durm iendo en su cam a, o una cam a
hecha de un pescado colosal. «Vea» el cuadro
que le parezca m ás ilógico.
Ahora «pescado» y «silla». Vea el pescado
sent ado en una silla, o un pescado grande ut ilizado com o asient o. O bien ust ed est á
pescando y en lugar de sacar peces saca sillas.

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«Silla» y «vent ana»... Véase sent ado en un crist al de vent ana, puest o de cant o ( y
sint iendo dolor) , en lugar de sent arse en una silla. Tam bién podría verse arroj ando
sillas violent am ent e por una vent ana cerrada. Vea ese cuadro ant es de pasar al
siguient e.
«Vent ana» y «t eléfono». Véase cont est ando por t eléfono, pero al acercarse el
aparat o al oído no es un t eléfono lo que t iene en la m ano, sino una vent ana. O
podría ver t am bién una vent ana de su vivienda com o un enorm e disco de t eléfono,
y para m irar a la calle t iene que hacer girar el disco. O podría verse rom piendo con
el puño el crist al de la vent ana para coger el t eléfono. Vea el cuadro que le parezca
m ás idiot a, durant e un m om ent o.
«Teléfono» y «cigarrillo». Ust ed est á fum ando un t eléfono, en vez de un cigarrillo; o
se lleva un cigarrillo m onum ent al a la orej a y habla com o si lo hiciera por t eléfono.
O podría verse cogiendo el t eléfono, cuando de pront o salen del m icrófono m illares
de cigarrillos golpeándole el rost ro.
«Cigarrillo» y «clavo». Ust ed se fum a un clavo; o int ent a clavar en la pared, a
m art illazos, un cigarrillo encendido.
«Clavo» y «m áquina de escribir». Clava un clavo colosal en su m áquina de escribir;
o bien t odas las t eclas de su m áquina son clavos en los que se pincha los dedos.
«Máquina de escribir» y «zapat o». Véase calzado con m áquinas de escribir en lugar
de zapat os, o escribiendo con los zapat os. Acaso prefiera ver un zapat o m uy
grande, con t eclado, y verse escribiendo con ese inst rum ent o.
«Zapat o» y «m icrófono». Ust ed lleva m icrófonos en lugar de zapat os, habla por
radio con unos zapat os por m icrófono.
«Micrófono» y «plum a». Escribe con un m icrófono, o habla ant e una plum a gigant e,
com o si fuera un m icrófono.
«Plum a» y «t elevisor». Podría ust ed ver un m illón de plum as saliendo a chorro de la
pant alla de un aparat o de t elevisión; o unas cuant as plum as haciendo de personaj es
de un espect áculo de la t elevisión; o una plum a gigant e con una pant alla y cóm o la
t int a de la plum a se derram a form ando figuras en la pant alla.
«Televisor» y «plat o». Figúrese que la pant alla de su aparat o de t elevisión es un
plat o de cocina; o véase com iendo en la pant alla en vez de hacerlo en un plat o; o
figúrese com iendo en un plat o en cuyo fondo sigue al m ism o t iem po un program a

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de t elevisión. «Plat o» y «coco». I m agínese m ordiendo un coco, pero se le hace


t rozos en la boca, porque es un plat o. O véase m ient ras le sirven la com ida en una
gran cáscara de coco en vez de plat o.
«Coco» y «aut om óvil». Puede ver un coco m uy grande guiando un aut om óvil; o
ust ed guiando un coco enorm e a guisa de coche.
«Aut om óvil» y «cafet era». Una gran cafet era va al volant e de un coche; o ust ed
ut iliza com o aut om óvil una cafet era. Tam bién podría represent arse su coche —o el
de un am igo— sobre la est ufa, lleno de café hirviendo.
«Cafet era» y «ladrillo». Ust ed echa café con un ladrillo, o m anej a una cafet era que
da ladrillos en lugar de café. ¡Ya est á! Si ust ed ha vist o realm ent e las ant eriores
represent aciones m ent ales con los oj os de la im aginación, no t endrá t rabaj o alguno
en recordar los veint e obj et os por orden, desde «alfom bra» hast a «ladrillo». Por
supuest o, se necesit a m uchísim o m ás t iem po para explicar est e procedim ient o que
para em plearlo, puest o que cada asociación m ent al debe verse solam ent e durant e
una fracción de segundo, ant es de pasar a la siguient e.
Veam os ahora si ha recordado t odos los obj et os. Si em pezase «viendo» una
alfom bra, ¿qué le t raerá ést a en seguida a su m ent e? Papel, por supuest o. Ust ed se
vería escribiendo en una alfom bra en vez de hacerlo sobre un papel. Ahora el papel
le t rae a la m ent e la bot ella, porque ust ed ve una bot ella hecha de papel. Luego se
ve durm iendo en una descom unal bot ella, que le sirve de cam a; pescando, y en vez
de picar peces pican sillas, las que luego arroj a por una vent ana cerrada, ¡pruébelo!
Verá que puede enum erar t odos los obj et os sin cam biar ninguno.
¿Fant ást ico? ¿I ncreíble? ¡Sí! Pero, com o puede ver, ent eram ent e plausible y posible.
¿Por qué no prueba a hacerse una list a de obj et os y los m em oriza del m odo que
acaba de aprender?
Me doy cuent a, claro est á, de que a t odos nos han enseñado a pensar con lógica, y
ahora aquí salgo yo, pidiéndole, que se const ruya cuadros o im ágenes ilógicas y
est ram bót icas. Sé que para algunos const it uirá al principio un pequeño problem a.
Acaso le cuest e alguna dificult ad im aginarse esos cuadros. Sin em bargo, luego de
un cort o t iem po de práct ica, la prim era represent ación que le acuda a la m ent e será
una im agen ridícula e ilógica. Hast a que ocurra est o, aquí t iene unas norm as
sencillas que le ayudarán.

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1. Pínt ese los obj et os desproporcionados. En ot ras palabras, excesivam ent e


grandes. En las asociaciones de m uest ra que acabo de darle he usado a
m enudo los adj et ivos «gigant e», «enorm e», «colosal». Lo hice para inducirle
a figurarse aquellos obj et os desproporcionados.
2. Siem pre que le sea posible, vea las cosas en acción. Por desgracia, las
escenas que m ás recordam os son las violent as y em barazosas, m ucho m ás
que las cosas agradables. Si se ha encont rado ust ed en un verdadero
apriet o, o ha sufrido un accident e, aunque haga de ello m uchos años, no
necesit a una m em oria ent renada para recordarlo nít idam ent e. Ust ed t odavía
se revuelve un poco cuando se acuerda de aquel enoj oso incident e que
ocurrió hace varios años, y quizá t odavía pueda describir con exact it ud los
det alles del accident e que sufrió ot ro día. Por lo t ant o, siem pre que le sea
posible, im agínese los cuadros en acción, y en acción violent a.
3. Exagere la cant idad de obj et os. En m i asociación ent re t eléfono y cigarrillo le
he dicho que podía ver m illones de cigarrillos salt ando del aparat o y
golpeándole la cara. Si adem ás ve ust ed los cigarrillos encendidos y los
sient e quem ándole la cara, t endrá a la vez acción y exageración en su
cuadro.
4. Subst it uya una cosa por ot ra. Ést e es el recurso que yo, por m i part e, ut ilizo
m ás a m enudo. Consist e en represent arse una cosa en función de ot ra. Por
ej em plo, fum arse un clavo en vez de un cigarrillo.

1 . D e spr opor ción . 2 . Acción . 3 . Ex a ge r a ción . 4 . Su st it u ción .

Trat e de int roducir uno o m ás de est os cuat ro elem ent os en sus represent aciones y,
con un poco de práct ica, verá que al inst ant e acude a su m ent e una im agen
est ram bót ica relacionando cualquier parej a de obj et os. Los obj et os que uno debe
recordar quedan así unidos, form ando un encadenam ient o; por eso a est e m ét odo
para recordar lo llam o m ét odo de la cadena. Todo el m ét odo ent ero se resum e en lo
siguient e: asociar el prim er obj et o con el segundo, el segundo con el t ercero, et c.
Form ar esas asociaciones valiéndose de im ágenes m ent ales lo m ás est ram bót icas e

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ilógicas que sea posible y —det alle de sum a im port ancia— ver con los oj os de la
m ent e los cuadros im aginados.
En capít ulos post eriores aprenderá ust ed algunas aplicaciones práct icas del sist em a
de la cadena: de qué m odo puede ayudarle a recordar el horario a que debe
som et erse un día det erm inado o las diligencias que debe realizar, y cóm o puede
ut ilizarlo para recordar los discursos que ha de pronunciar. Se em plea t am bién para
m em orizar núm eros largos y m uchas ot ras cosas. De t odos m odos, no quiera correr
m ás de la cuent a, y de m om ent o no se preocupe de t odo eso.
Nat uralm ent e, puede ut ilizar en seguida el m ét odo para ayudarse a recordar la list a
de la com pra, o para dej ar adm iradas a sus am ist ades. Si quiere ensayar est a
exhibición, haga que su am igo o am iga nom bre una serie de obj et os y pídale que
los anot e para que pueda com probar si ust ed aciert a. Si al int ent ar est a prueba not a
ust ed dificult ad en recordar el prim er obj et o, le sugiero que lo asocie con la persona
ant e la cual exhibe su habilidad. Por ej em plo, si el prim er obj et o fuese alfom bra,
podría ver a su am igo o am iga envuelt os en una alfom bra. Asim ism o, si en su
prim er ensayo olvida uno de los obj et os pregunt e cuál es y fort alezca la asociación
correspondient e. Será en t odo caso que no se sirvió de una que fuese lo
suficient em ent e est ram bót ica, o que no la vio con los oj os de la m ent e; de lo
cont rario no la hubiera olvidado. Luego que haya fort alecido la prim era asociación
est ará en condiciones de repet ir los obj et os desde el prim ero hast a el últ im o.
¡Pruebe y verá! ¡Y lo que m ás im presiona es que si al cabo de dos o t res horas le
piden que vuelva a enum erar aquellos obj et os podrá com placerlos! Las asociaciones
form adas seguirán t rayéndolos t odavía a su m ent e. Y si quiere im presionar de
verdad a sus oyent es, ¡nom bre los obj et os desde el últ im o al prim ero!
Cosa pasm osa de verdad, a ust ed le vienen a la m em oria de una m anera
aut om át ica. Le bast a pensar en el últ im o obj et o para que ést e le recuerde el
penúlt im o, y ést e el ant epenúlt im o, y así sucesivam ent e, hast a el prim ero. Y de
paso, ¿por qué no volver a ensayar ot ra vez la prueba núm ero 1 del capít ulo 3?
Com pare la punt uación que obt enga con la conseguida ant es de leer la descripción
del m ét odo de la cadena en el present e capít ulo.

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Ca pít u lo 6
El sist e m a de l colga de r o

Ciert a asociación com puest a solam ent e de escrit ores hum orist as est aba
celebrando su banquet e anual en un hot el de m oda de la ciudad de Nueva
York. Uno de los art ículos del reglam ent o de la m ism a prohibía que sus
m iem bros se cont asen j am ás un chist e. Los t enían t odos aprendidos de
m em oria y num erados y, en vez de cont arlos, se ahorraban t iem po diciendo
únicam ent e el núm ero correspondient e al chist e que est uvieran pensando.
Durant e la com ida, en un m om ent o dado, si a uno de los com ensales se le
ocurría un chist e que le parecía adecuado a la sit uación, decía su núm ero, e
invariablem ent e se levant aba un coro de carcaj adas. «Núm ero 204», grit aba
ot ro. Más carcaj adas. Hacia el final del banquet e, uno de los socios nuevos
grit ó: «Núm ero 212.» Y un silencio sepulcral acogió su ocurrencia. A lo que su
vecino se volvió hacia él y le dij o: «Pront o aprenderá, am igo m ío, que lo m ás
im port ant e no es el chist e en sí, sino la m anera de cont arlo.»

Aunque la hist oria que ant ecede es pura invención, la m ayoría de personas
considerarían im posible recordar t an gran cant idad de chist es por sus núm eros
respect ivos. Perm ít anm e asegurarles que es posible; y en un capít ulo venidero les
explicaré cóm o se hace. Sin em bargo, de m om ent o lo prim ero será aprender a
recordar los núm eros. Los núm eros en sí son de lo m ás difícil de recordar, por ser
com plet am ent e abst ract os e int angibles. Casi es im posible del t odo hacerse una
im agen de un núm ero. Vienen represent ados por unos dibuj os geom ét ricos, y no
suscit an im agen alguna en nuest ras m ent es, a m enos que los hayam os asociado
durant e ciert o período de t iem po a algo conocido. Nat uralm ent e, para ust ed el
núm ero de su casa y el núm ero de su t eléfono sí que significan algo. El problem a
est á en saber asociar un núm ero cualquiera fácil, rápidam ent e y en cualquier
m om ent o.
Si ust ed int ent ase colgar un cuadro en una pared com plet am ent e lisa de su salón,
¿qué pasaría? Pues, nat uralm ent e, que el cuadro se caería al suelo. En cam bio, si
t uviera clavado en aquella pared un pequeño colgadero, ent onces podría

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aprovecharlo para suspender el cuadro. Lo que haré yo ahora será darle unos
cuant os «colgaderos»... no, no para su pared, sino para t enerlos dispuest os en t oda
ocasión en la m ent e. ¡Desde hoy en adelant e, t odo lo que quiera recordar que est é
relacionado de alguna m anera con los núm eros podrá «colgarlo» de esos
colgaderos! Por t al razón llam o a est e sist em a de recordar el sist em a del colgadero.
Un sist em a que le enseñará a cont ar con obj et os ( dado que a los obj et os puede
verlos m ent alm ent e) en lugar de núm eros. No se t rat a de una idea excesivam ent e
nueva. La int roduj o por prim era vez St anislaus von Wennsshein allá por el año
1648. En el año 1730 el doct or Richard Grey, de I nglat erra, m odificó el sist em a
ent ero, llam ándolo de las let ras o «equivalent es de núm eros». La idea era
form idable, pero el m ét odo en sí result aba un poco t orpe, porque en su sist em a
em pleaba vocales lo m ism o que consonant es. Desde 1730 se han int roducido
m uchas m odificaciones, pero el sist em a cont inúa siendo básicam ent e el m ism o.
A fin de aprender est e m ét odo, es preciso que ust ed aprenda prim ero un sencillo
alfabet o fonét ico. No hay que asust arse, sólo const a de diez sonidos, y, con m i
ayuda, no le cost ará m ás de diez m inut os aprenderlos. Serán los diez m inut os
m ej or em pleados de su vida, puest o que est e alfabet o fonét ico le ayudará en un
m om ent o dado a recordar núm eros, o núm eros en conj unción con cualquier ot ra
cosa, con una facilidad t al que j am ás la hubiera creído ust ed posible.
Voy a darle pues un sonido consonant e dist int o para cada cifra, o sea para el, 1, 2,
3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 0. Est os sonidos deben aprenderlos bien de m em oria y
ret enerlos. Yo le facilit aré la labor dándole un «auxiliar de la m em oria» para cada
uno de ellos. Léalos det enidam ent e y con t oda at ención.
 El sonido para la cifra 1 será siem pre T, o D. La T t iene un solo palo vert ical.
D y T son am bas linguo- dent ales, y en final de silaba suenan
aproxim adam ent e igual.
 El sonido para la cifra 2 será siem pre N, o la Ñ. La N t iene dos palos. La Ñ
t am bién.
 El sonido para la cifra 3 será siem pre M. La M t iene t res palos.
 El sonido para la cifra 4 será siem pre C ( en su sonido fuert e de ca, co, cu) , o
K, o Q. La C es la inicial de «cuat ro». Piense adem ás en «cam ino» y
«carret era» por donde circulan los «coches». Y aunque exist an m uchos t ipos

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de coche, por lo com ún, si nos im aginam os «un coche», así en abst ract o,
siem pre nos lo im aginarem os de cuat ro ruedas.
 El sonido para la cifra 5 será la L. Com o cifra rom ana la L represent a un
m últ iplo de 5. No em plearem os la V, aunque parezca indicada ( por valer,
com o cifra rom ana, cinco exact am ent e) , por lo que verá el lect or unas líneas
m ás adelant e. Tam bién represent arem os est a cifra ( 5) con la Ll.
 El sonido para la cifra 6 será siem pre la S, o la C ( en las sílabas ce, ci) , o la
Z. La S es la let ra inicial y final a la vez de la palabra «seis». Adem ás de su
parent esco innegable con la S, la C m ayúscula, m anuscrit a, se parece m ucho
en su grafía a la cifra 6.
 El sonido de la cifra 7 será siem pre la F. Si escribim os la F en sent ido
cont rario, es decir, con el palo hacia la derecha, result a un 7 casi perfect o.
Tam bién represent arem os est a cifra con la J. Manuscrit as y m inúsculas,
result a que la «j » es la m it ad de una «f». Y, claro, t am bién la
represent arem os con la G en los sonidos «ge» y «gi».
 El sonido para la cifra 8 será siem pre la Ch. No sé si a ust ed le ocurre lo
m ism o, pero a m í se m e ant oj a que la Ch condensa por sí sola el significado
de la palabra «ocho». Quizá por est ar en m edio, com o única consonant e, y
t ener delant e y det rás una sola y la m ism a vocal. ¿Verdad que cuando oiga el
sonido de la Ch pensará en un «ocho»? Bien, t am bién la G, en los sonidos
«ga» «gu», represent arán el 8 3 .
 El sonido para la cifra 9 siem pre será V, o B, o P. La P escrit a en sent ido
inverso, o sea con el palo hacia la derecha, parece un nueve. La V y la B ya
sabem os que fonét icam ent e son una m ism a let ra, em parent ada con la P por
ser am bas bilabiales. Adem ás, ¿verdad que el parecido ent re las palabras
«nueve» y «nuevo», y el parent esco ( en el significado) ent re «nuevo» y
«bueno» sem ej an crear una especie de relación ent re el sonido de V ( o B) , y
la cifra 9?

3
¿Por qué repr esent ar una m ism a cifra por m ás de un sonido consonant e? Sim plem ent e, para dar m ás elast icidad
al m ét odo, int eresa que t oda palabra que t enga consonant es pueda repr esent ar un núm ero y que sea lo m ás fácil
posible sust it uir un núm ero por una palabra ( N. del T.)

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 El sonido para la cifra 0 será siem pre la R. El cero es redondo, com o una
«rueda». Uno sient e la t ent ación de hacerlo «rodar» com o un «aro». Tam bién
la RR.
Si ust ed hace un pequeño esfuerzo por represent arse el pequeño auxiliar de la
m em oria que acabo de darle para cada sonido, deberá recordarlos t odos fácilm ent e.
Recuerde, por favor, que lo que im port a no son las let ras com o dibuj o, sino sus
sonidos. Por eso lo llam o alfabet o fonét ico. Ha vist o ya que cuando he dado m ás de
una let ra para la m ism a cifra, es que los sonidos de las diversas let ras dadas son
iguales o casi iguales4 . Uno coloca los órganos fonadores del m ism o m odo para
pronunciar P que B, o que V. En cam bio, un m ism o dibuj o ( com o en el caso de la C)
puede t ener dos sonidos dist int os. Así el sonido de la C en la palabra «coces»
represent ará en la prim era sílaba un 4 y en la segunda un 6. Si en algún caso se
nos ocurriera em plear una de las pocas palabras que en español em piezan por dos
consonant es, t ales com o «psicosis», «m nem ot écnico», et c., sólo daríam os valor a la
consonant e que verdaderam ent e se oye, que es la segunda. ( Recordem os que est á
aut orizado incluso escribir dichas palabras prescindiendo de la prim era consonant e.)
Repit am os ot ra vez que lo que nos int eresa es el sonido.
Y ahora repasem os nuest ro alfabet o fonét ico una vez m ás:

1. T, D 6. S, C ( en «ce», «ci») , Z
2. N, Ñ 7. F, J, G ( en «ge», «gi»)
3. M 8. Ch, G ( en «ga», «go», «gu»)
4. C, K, Q 9. V, B, P
5. L, Ll 0. R, RR

Apart e la vist a de est a página y vea si recuerda bien los sonidos, desde 1 hast a 0.
Vea si los recuerda t am bién en dist int o orden. Ahora ya debería conocerlos t odos.
Est e sencillo alfabet o fonét ico t iene una im port ancia capit al, y ust ed debería
pract icarlo hast a asim ilarlo t an bien com o el abecedario. Cuando lo t enga
perfect am ent e en la m em oria, el rest o del sist em a de colgadero será para ust ed
4
Except o en el caso de la P y la J, y en el de la Ch y la G. Los m ot ivos para asociar est as dos parej as de let ras los
hem os dado ya en la not a ant er ior. Podem os decir , adem ás, que com o la F y la Ch no son t an fr ecuent es com o
ot ras consonant es, convenía reforzarlas a fin de que no ofrezca m ucha dificult ad encont rar palabras para los
núm eros que t engan la cifra 7 o la cifra 8. ( N. del T.)

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com o coser y cant ar. Una m anera de pract icar m uy eficaz consist e en lo siguient e:
cada vez que vea ust ed un núm ero, t radúzcalo m ent alm ent e en sonidos. Por
ej em plo, ust ed ve el núm ero de m at rícula 3746 en un coche; debería t raducirlo
inm ediat am ent e por m , f, c, s. Acaso vea ust ed la cant idad 8529; conviene que
sepa t raducirla inm ediat am ent e por ch, l, n, v. Tam bién puede ent renarse
convirt iendo en núm ero cualquier palabra que vea. Por ej em plo, a la palabra
«m ot or» le correspondería el núm ero 310. La palabra «papel» sería el 995 y
«carret era», el 4010. En t odo caso, al pract icar de est e m odo, si encont ram os en
algunas palabras las consonant es que no ent ran a form ar part e de nuest ro sist em a
del colgadero ( h, x, y) , podem os considerar que no est án y pasarlas por alt o. La «ll»
la considerarem os com o una sola «l». La «rr» com o una sola «r». Tam poco las
vocales t ienen valor ninguno en est e sist em a.
Pero ant es de seguir adelant e com plet e los siguient es ej ercicios. En la prim era
colum na hay que convert ir las palabras en núm eros; en la segunda, hay que
convert ir los núm eros en palabras:

Colom bia 6124


bat elero 8903
chiquilladas 2394
brazalet e 1109
hipnot iza 8374

Ahora ya est á ust ed a punt o de aprender algunos de los «colgaderos» que


m encioné. De t odos m odos, le aconsej aría que ant es de pasar a ocuparnos de los
colgaderos se asegure ust ed bien de conocer t odos los sonidos.
Muy bien, puest o que ahora conocem os un det erm inado sonido para cada uno de
los núm eros dígit os, desde uno a cero, ya ve ust ed que podem os hacernos una
palabra para cualquier núm ero, no im port a cuánt as cifras t enga ést e. Por ej em plo,
si quisiéram os const ruir una palabra para el núm ero 21, podríam os em plear
cualquiera de las siguient es: net o, nudo, not a, nat a, nido, et c., porque t odas t ienen
por prim er sonido consonant e a la n ( que represent a 2) y en segundo lugar a la t o
la d ( que represent an 1) . Para el 14 podríam os ut ilizar; t aco, t oca, t oque, t ic, duco,

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daca, duque, et c., porque t odas em piezan con el sonido consonant e de t o d,


escogido para el 1, y t erm inan con el de c, escogido para el 4. I nsist o en que sólo
nos int eresan los sonidos consonant es que ent ran en nuest ro sist em a.
¿Com prende ust ed cóm o he form ado est as palabras? Si es así, puedo seguir
adelant e y proporcionarle unos cuant os «colgaderos», que serán los prim eros de la
colección. Cada una de las palabras «colgadero» que le daré ha sido especialm ent e
escogida para que result e relat ivam ent e fácil represent ársela, lo cual t iene enorm e
im port ancia.
Com o el núm ero 1 const a de una sola cifra, la cual viene represent ada por la T o la
D, debem os em plear una palabra que no t enga ningún ot ro sonido consonant e.
Escogerem os, pues, la palabra «TEA». Véala ust ed, la t ea, encendida, im agínese la
t ea —o ant orcha— con la que se enciende el fuego de los Juegos Olím picos. Desde
ahora en adelant e, la palabra t ea represent ará siem pre para ust ed el núm ero 1.
I nsist o en la im port ancia de que ust ed sepa represent arse m ent alm ent e est os
obj et os. De ahí las im ágenes que le he sugerido hace un m om ent o, y las que le
sugeriré siem pre que lo crea necesario.
 La palabra «NOÉ» represent ará siem pre el núm ero 2. I m agínese a un anciano
de cabellos y barba blancos, t ripulando un arca.
 La palabra «AMO» represent ará siem pre el núm ero 3. Pínt ese en la m ent e un
am o t errible —aunque en la realidad no sea así—, un poco ent re señor feudal
y negrero, con el lát igo en la m ano señalando los linderos de sus
propiedades.
 La palabra «OCA» represent ará siem pre el núm ero 4. Vea ust ed una oca
dirigiéndose cont ra ust ed con el cuello est irado, lanzando sus desagradables
graznidos. Si quiere represent arse la oca en ot ra act it ud, puede hacerlo, pero
una vez haya escogido la im agen que sea, em plee siem pre la m ism a. Vea
ust ed lo que m e propongo con est as palabras. Todas ellas t ienen un solo
sonido consonant e, que es el que represent a la cifra que nos int eresa.
 La palabra «LEY» represent ará siem pre al núm ero 5. La palabra «ley» en sí
m ism a no puede represent arse m ent alm ent e; le sugiero que se represent e a
un guardia civil, puest o que son los guardias de la ley. O vea m ent alm ent e a
un j uez con su t oga, arroj ando airado el libro del Código cont ra el acusado.

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I nsist o en que una vez escogida la im agen que prefiera, use siem pre la
m ism a.
 El núm ero 6 será la palabra «OSO». El núm ero 7 será la palabra «FEA».
I m agínese a una bruj a, viej a, sucia, con una nariz larga y curvada, una boca
de orej a a orej a, fea, en fin, fea de verdad. El núm ero 8 será la palabra
«HUCHA» ( aunque t enga una H prim ero recordem os que es m uda, y nuest ro
alfabet o para núm eros no es ort ográfico, sino fonét ico) . Vea la «hucha» com o
la part e superior del 8; véala derram ándose, de t an llena, por su rendij a.
 El núm ero 9 será la palabra «AVE». El núm ero 10 t iene dos cifras, el 1 y el 0.
Así pues, el «colgadero» para 10 deberá t ener dos consonant es, la T y la R.
Advirt am os que para represent ar el 0 em plearem os lo m ism o el sonido de R
sencilla que el de RR. No hay inconvenient e alguno, ant es al cont rario, en que
una m ism a cifra venga represent ada por m ás de una consonant e, siem pre
que se cum plan las dos condiciones indeclinables que anot am os a
cont inuación: 1. Que las consonant es que represent an la m ism a cifra t engan
un parent esco fuera de duda. ( Adm it am os las excepciones de las F- J y la CH-
G) . 2. Que j am ás puedan dar origen a confusiones ( com o, por ej em plo, si por
su parent esco con ot ra consonant e elegida para represent ar ot ra cifra
pudieran dej arnos en duda sobre cuál cifra represent an) . Así, la palabra que
represent e el núm ero 10 será «TORRE». Vea ust ed m ent alm ent e la «t orre»
de un cast illo de la Edad Media.

Generalm ent e, cost aría un pequeño esfuerzo recordar diez obj et os sin ninguna
relación ent re sí com o los que acabam os de elegir. Pero com o en est e caso la
palabra que indica a cada uno de los diez obj et os ha de cum plir una det erm inada
condición, la de t ener unos det erm inados sonidos consonant es, y ninguno m ás,
com probará ust ed que es fácil recordarlas. En realidad, si las ha leído una vez
poniendo t oda su at ención, es probable que las recuerde ya. ¡Pruébelo!
Al pensar en un núm ero, repít ase su sonido prim ero, y luego t rat e de recordar la
palabra «colgadero» que le corresponde. Haga pruebas siguiendo un orden
correlat ivo, ascendent e y descendent e, y luego al azar. Conviene que recuerde que
el núm ero 3 es «AMO», ¡y ello sin necesidad de repet ir «t ea», «Noé», «am o»!

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Realice est o hast a que las palabras propuest as queden clavadas de un m odo
indest ruct ible en su cerebro. Si encuent ra un núm ero y t em e no recordar el
colgadero que le corresponde, piense en el sonido de aquel núm ero y pronuncie
palabras que cont engan únicam ent e el sonido consonant e que corresponda,
em pezando por él, o t eniendo delant e una vocal a lo m ás. Cuando pronuncie la
palabra precisa será com o si se disparase un t im bre en su m ent e, y conocerá al
m om ent o que ha acert ado. Por ej em plo, si no recordase la palabra «colgadero»
para el núm ero 1, podría em pezar a decir «t é, Tuy, t ío, t ía, t ea», y en cuant o dij ese
«t ea» reconocería al inst ant e la palabra que buscaba.
Vea cóm o he procedido. He t rabaj ado lent am ent e para ident ificarle a ust ed con cada
uno de los diez prim eros núm eros. Prim ero le ayudé a recordar el que llam o
«alfabet o fonét ico», luego esos sonidos le han ayudado a recordar las palabras
«colgadero», cuya im port ancia no es preciso encarecer; y las «palabras colgadero»
le ayudarán a recordar t odo lo que se relacione con los núm eros; por lo cual es
preciso que se asegure de saberlas bien.

1. Tea. 6. Oso.
2. Noé. 7. Fea.
3. Am o. 8. Hucha.
4. Oca. 9. Ave.
5. Ley. 10. Torre.

Ahora, si cree recordar bien las diez prim eras palabras colgadero, le enseñaré cóm o
puede usarlas para recordar obj et os en un orden dado, o en dist int o orden.
Enum eraré diez obj et os, en un orden caprichoso y le dem ost raré que puede
recordarlos, ¡después de haberlos leído una sola vez!

9. Bolsa. 5. Máquina de escribir.


6. Cigarrillo. 2. Televisor.
4. Cenicero. 8. Reloj de pulsera.
7. Salero. 1. Est ilográfica.
3. Lám para. 10. Teléfono.

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El prim er obj et o de la list a es el señalado con el núm ero 9 ( bolsa) . Todo lo que t iene
ust ed que hacer es est ablecer una asociación est ram bót ica e ilógica, ent re la
palabra colgadero para el núm ero 9, que es «ave», y bolsa. Si se ha dado cuent a de
la verdadera im port ancia de «ver» realm ent e esas asociaciones est ram bót icas con
los oj os del pensam ient o, la cosa no le ofrecerá la m enor dificult ad. En el caso
present e podría verse abriendo una bolsa de la que sale un ave que le da un
picot azo en la nariz. Vea el cuadro por un cort o m om ent o y luego pase al siguient e.
 Núm ero 6 ( oso) . Cigarrillo. Véase fum ando un cigarrillo «a m edias» con un
oso, es decir, dando una chupada el uno, una chupada el ot ro al m ism o
cigarrillo; o vea un oso ofreciéndole m uy cort és un enorm e cigarrillo.
 Núm ero 4 ( oca) . Cenicero. Vea un t ropel de ocas llevando sendos ceniceros
en la cabeza, a guisa de som breros. Quizá podría ver t am bién una oca
navegando dent ro de un som brero gigant e.
Yo le ofrezco una o m ás form as de relacionar cada obj et o con su palabra colgadero.
Ust ed em pleará la que le parezca m ej or. O bien una que se le ocurra. La prim era
represent ación ilógica que acude al pensam ient o suele ser la m ej or, porque será la
que luego acuda m ás fácilm ent e ot ra vez. Ahora le ayudaré con las diez del
present e ensayo, porque es la prim era vez que pone en práct ica est e m ét odo: pero
en lo sucesivo ha de saber hacerlo sin m i ayuda.
 Núm ero 7 ( fea) . Salero. I m agínese una «fea» bruj a que t iene por oj os dos
saleros, por nariz un salero, por boca ot ro salero y que m ont a, en lugar de
escoba, un salero m uy alargado. De sus oj os salen com o los chorros de luz de
los focos de un cam ión, pero no son chorros de luz sino chorros de sal; y de
su boca, al hablar, t am bién sale un chorro de sal.
 Núm ero 3 ( am o) . Lám para. Podría «ver» a un señor en m edio de una brigada
de t rabaj adores, paseándose m uy ufano con una lám para por som brero. Vea
la lám para oscilando de un lado para ot ro. ( Acción: Regla segunda.)
 Núm ero 5 ( ley) . Máquina de escribir. Podría ver una m áquina de escribir
m onum ent al, en la que cada t ecla se proyect a en form a de pat a, conducida
por una parej a de la guardia civil. O ( si es que para «ley» eligió la im agen del
j uez arroj ando el Código cont ra el acusado) podría ver la m áquina de escribir,

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en form a sim ilar a la de ant es, aguant ando los reproches del j uez, quien
arroj a el Código cont ra ella.
 Núm ero 2 ( Noé) . Televisor. Podría ver a Noé navegando por encim a de las
aguas en un aparat o de t elevisión en lugar de arca.
 Núm ero 8 ( hucha) . Reloj de pulsera. Ust ed puede ver una hucha que es al
m ism o t iem po un enorm e reloj de pulsera; o una hucha en la que van
cayendo, uno t ras ot ro, reloj es de pulsera; o de cuya rendij a salen a chorro
reloj es de pulsera.
 Núm ero 1 ( t ea) . Est ilográfica. Represént ese a sí m ism o em pleando una t ea
encendida com o est ilográfica, o llevando la est ilográfica ardiendo en calidad
de ant orcha.
 Núm ero 10 ( t orre) . Teléfono. Vea una t orre hablando por t eléfono. La t orre
t iene el oído en uno de sus t orreones; la boca es una vent ana. El aparat o
t elefónico será, por t ant o, gigant e.

Ahora coj a un pedazo de papel, escriba en colum na del 1 hast a el 10 y t rat e de


anot ar los obj et os j unt o a su núm ero correspondient e, sin m irar el libro. Al em pezar
por el 1 im agínese la palabra colgadero «t ea», e inm ediat am ent e se le aparecerá en
la im aginación la asociación form ada; es decir, se verá escribiendo con una t ea
encendida, o levant ando una est ilográfica ardiendo, en vez de una t ea. Con ello
sabrá que al núm ero 1 le corresponde est ilográfica. Al im aginarse la figura de Noé le
verá navegando en un aparat o de t elevisión y no en un arca; y así sabrá que al
núm ero 2 le corresponde al aparat o de t elevisión.
Así irá recordando t odos con gran facilidad. Lo m ás adm irable es que los recordará
con la m ism a sencillez en ot ro orden cualquiera. Ust ed m ism o ve, nat uralm ent e,
que el orden en que se digan im port a poco. Tam bién puede enum erarlos en orden
inverso, o sea, em pezando por el obj et o núm ero 10 y acabando por el núm ero 1.
Ahora ya debería sorprenderse en ext rem o de su propia habilidad. Pero ¡espere!
¿Por qué no m em orizar veint icinco obj et os en lugar de diez solam ent e? Al final del
present e capít ulo encont rará las palabras colgadero para los núm eros del 11 al 25.
Haga el favor de aprenderlas del m ism o m odo que ha aprendido las diez prim eras.
Cuando las sepa perfect am ent e, haga est e alarde de habilidad ent re sus am igos.

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Pida que uno de ellos escriba en colum na los núm eros desde uno a veint e, o a
veint icinco, o hast a el núm ero que a ust ed le parezca bien. Luego dígale que
pronuncie uno cualquiera de aquellos núm eros, a capricho, obj et o nom brado j unt o
al núm ero que pronunció. I ndique que siga haciendo lo m ism o hast a que no quede
ningún núm ero sin su correspondient e obj et o. En seguida enum éreselos desde el
prim ero ( o sea, desde el que corresponde al núm ero uno) hast a el últ im o. ¡A
cont inuación ordénele que pronuncie un núm ero y dígale inm ediat am ent e qué
obj et o le corresponde, o que nom bre uno de los obj et os y ust ed le dirá con qué
núm ero form a parej a!
No se m araville en exceso de est a últ im a hazaña; no t iene nada de part icular. Si y o
le pregunt ase a ust ed qué núm ero le corresponde a «salero» ust ed «vería»
inm ediat am ent e la im agen de una fea bruj a con dos saleros ( arroj ando sendos
chorros cónicos de sal) por los oj os, un salero por nariz, ot ro por boca y ot ro m uy
alargado por escoba. Y com o «fea» es la palabra colgadero para el núm ero 7, ust ed
sabría que a «salero» le corresponde el núm ero 7.
¡Verá ust ed la cara de pasm o que pone su am igo cuando haya t erm inado el
experim ent o!
Le ruego que no pase al capít ulo siguient e sin est ar perfect am ent e seguro de que
sabe t odas las «palabras colgadero» desde 1 a 25.

11. Tet a. 19. Tubo.


12. Tina. 20. Nuera.
13. Tom o. 21. Nido.
14. Taco. 22. Niño.
15. Tela. 23. Nom o.
16. Tez. 24. Eunuco.
17. Tufo. 25. Nilo.
18. Techo.

Recordará ust ed, sin duda, que «t ina» ( núm ero 12) , es un j arrón grande, de t ierra
cocida, es decir, lo m ism o que «t inaj a». En el núm ero 13 no nos confundirem os con
el present e del verbo «t om ar», sino que int erpret arem os la palabra en su acepción

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de «volum en», «libro». En el núm ero 14 cogerem os la palabra «t aco» en su


acepción de palo para j ugar al billar. En el núm ero 17 darem os a «t ufo» el sent ido
de olor fuert e y desagradable. En el núm ero 22 m ej or que represent arnos la figura
de un niño indet erm inado, genérico, pensarem os en un niño concret o, al cual
conozcam os bien. En el núm ero 23 hem os de t ener present e lo que ya hem os hecho
const ar ant eriorm ent e, es decir, que cuando una palabra em piece por dos
consonant es, una de las cuales en realidad no se pronuncia, consideram os que la
que no se pronuncia no est á. Repit am os que, lo m ism o que nuest ro «alfabet o» para
cifras, nuest ras «palabras colgadero» para núm eros son ent es m eram ent e
fonét icos. Para recordar la palabra represent at iva del núm ero 24 ( eunuco) , piense
en un esclavo negro. Si relaciona est a im agen con el recuerdo de los cuent os de las
Mil y una noches, asim ilará m ej or, sin duda, esa palabra. Para «Nilo», hágase la
im agen de un t rozo de río con palm eras en la orilla y cocodrilos asom ando a la
superficie. En resum en, procure forj arse una im agen concret a en cada uno de los
casos, no una im agen genérica. Vea siem pre, a ser posible, una «t ela»
det erm inada. Piense en una «nuera» concret a. Si conoce una que anduvo a la
gresca con su querida suegra, t ant o m ej or. Tant o m ej or para forj arse cuadros
m ent ales, querem os decir.
Tenga present e ot ra vez que en cuant o haya escogido una im agen concret a para
cada una de las palabras colgadero debe em plear siem pre e invariablem ent e la
m ism a.
Si ya sabe a la perfección los colgaderos correspondient es a los núm eros del 1 al 25
( y yo le aconsej aría que no siguiera adelant e hast a conocerlos bien) , y se sient e con
ánim o ( o aunque no se sient a) , ¿por qué no ensayar ot ra vez la prueba núm ero 2
del capít ulo 3? I nt ént elo, ¡y luego com pare la punt uación con la conseguida
ant eriorm ent e!

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Ca pít u lo 7
Em ple e e l sist e m a de l colga de r o y e l de la ca de n a

Pacient e nuevo: Doct or, no sé qué m e pasa. Es preciso que m e rem edie; no
consigo recordar nada, nada en absolut o. No t engo m em oria. ¡Oigo una cosa
en est e inst ant e y un inst ant e después la he olvidado ya! Dígam e, ¿qué debo
hacer?
Doct or: ¡Pagar por adelant ado!

No sabría reprocharle al m édico de la anécdot a ant es cit ada que quisiera cobrar sus
honorarios por ant icipado, y creo que la m ayoría de los que olvidam os pagar las
fact uras que debem os nos olvidam os de esas fact uras porque no querem os
acordarnos de ellas. Según Aust in O'Malley, «El hábit o de t ener deudas es m uy
m alo para la m em oria». Por desgracia, t rat ándose de deudas, nunca falt a quien nos
reavive el recuerdo.
Si ust ed ha com prendido bien la idea que anim a los sist em as de la cadena y del
colgadero ha levant ado ya dos de las t res colum nas en que se ha de apoyar su
m em oria ent renada. La t ercera colum na la proporciona el sist em a de sust it uir
palabras, o pensam ient os, que expondré en capít ulos post eriores.
Si así le apet ece, por el m om ent o puede ust ed em pezar a poner en práct ica lo
aprendido hast a aquí. No precisam ent e para recordar deudas, que sin duda preferirá
poder olvidar, sino para m em orizar, por ej em plo, las diligencias que t enga que
llevar a cabo t odos los días. Si ust ed suele hacerse una list a con las com pras que
debe efect uar, ¿por qué no int ent ar m em orizar con ayuda del sist em a de la cadena?
Es m uy sencillo, se asocia o une el prim er art ículo con el segundo, ést e con el
t ercero, et c., hast a t erm inar la list a. La próxim a vez que salga de com pras puede
ust ed m em orizar una list a com plet am ent e dist int a, sin que se produzca la m enor
confusión. Lo bonit o del m ét odo de la cadena est á en que uno puede olvidar una
list a siem pre que lo desee. En realidad, cuando uno m em oriza la segunda list a, la
prim era queda borrada, si no se hace nada por im pedirlo. Puest o que,
nat uralm ent e, uno puede recordar cuant as list as o cadenas desee. La m ent e es una
m áquina fant ást ica; puede com parársela a un gran archivo. Si uno ha m em orizado

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una colección de cosas por el sist em a de la cadena y quiere ret enerlas... puede. Si
quiere olvidarlas... puede t am bién. Es, sim plem ent e, una cuest ión de deseo. La list a
que uno quiere recordar será aquella que t iene int ención de ut ilizar en lo sucesivo;
de lo cont rario no habría m ot ivo para querer ret enerla. Y ent onces el m ism o em pleo
de aquella cadena servirá para grabarla m ás profundam ent e en la m em oria. Si
result a ser una list a que no piensa ust ed em plear inm ediat am ent e, sino al cabo de
algún t iem po, t am bién en est e caso puede ret enerla. Le convendrá ent onces
repasarla al día siguient e de haberla m em orizado y repet ir la m aniobra unos días
m ás. Con ello la list a en cuest ión queda archivada en la m em oria y allí la t endr á
pront a a em erger cuando la necesit e.
¡Nat uralm ent e, t odos com prendem os que a veces es necesario olvidar! Benj am in
Disraeli, cuando le pregunt aron cóm o había conseguido las dist inciones de que le
había hecho obj et o la Monarquía, dij o: «Yo observo una regla de conduct a m uy
sencilla; j am ás niego, nunca cont radigo, y a veces olvido.» Con t odo, est o es una
cuest ión de diplom acia y no de m em oria; y yo sé que ust ed est á leyendo est e libro
para que le enseñen a recordar, no a olvidar. No se inquiet e, pront o le enseñaré
cóm o puede em plear el sist em a de la cadena para recordar discursos, art ículos,
anécdot as, et c.
La diferencia principal ent re el sist em a de la cadena y el del colgadero est á en que
el prim ero lo em pleam os para recordar una serie de cosas en un orden dado;
m ient ras que el del colgadero sirve para recordarlas en un orden cualquiera. Acaso
ust ed opine que, no necesit ando recordar nada fuera de un orden det erm inado, no
t iene necesidad del sist em a del colgadero. Créam e si le digo que debe aprenderlo a
la perfección. Le será ext rem adam ent e út il para recordar núm eros de t eléfono,
núm eros de clasificaciones, cant idades largas, direcciones... En fin, el sist em a del
colgadero le ayudará a recordar t odo lo que t enga una relación próxim a o lej ana con
los núm eros. I nciden- t alm ent e, le proporcionará el placer de realizar pasm osas
exhibiciones de una m em oria ext raordinaria ant e sus am igos. Adem ás de que m e
propongo profundizar m ás, m em orizando cit as y horas para la sem ana, el día o el
m es, en capít ulos sucesivos, voy a m ost rarle cóm o puede aplicar, ya en est e
m om ent o, lo que ha aprendido al m ent ado problem a. Puede ust ed em plear el
m ét odo de la cadena o el del colgadero o una com binación de los dos.

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Vam os a suponer que un día det erm inado debe ust ed realizar las siguient es
diligencias: t iene que hacer lavar el coche ( ahora sabem os que hoy ha de llover) ;
ha de deposit ar una cant idad en el banco, echar una cart a al buzón, consult ar a su
dent ist a, recoger el paraguas que olvidó en casa de un am igo ( ent onces t odavía no
había leído el capít ulo referent e a la dist racción) ; ha de com prar ciert o perfum e
para su esposa, t elefonear, o hablar personalm ent e, con un reparador de aparat os
de t elevisión, ir a una ferret ería a com prar bom billas y un m art illo, un m arco, un
t rozo de hilo eléct rico y un t apet it o para el planchador; t iene que com prar en una
librería un ej em plar del present e libro para un am igo desm em oriado, hacer reparar
su reloj y proveerse de una docena de huevos. ( ¡Canast os, en verdad que se le
present a un día ocupado! )
Bien, según dij e, puede ust ed em plear el sist em a de la cadena o el del colgadero
para recordar las cosas que t iene que hacer. Usem os el m ét odo de la cadena;
sencillam ent e, asociará ust ed, est ableciendo una relación est ram bót ica ent re ellos,
el coche con el banco. Podría verse ent rando en el banco con su coche recién
adquirido y luego deposit ando let ras de los plazos en vez de dinero. En seguida vea
el dent ist a arrancándole de la boca let ras de las m encionadas en lugar de m uelas, o
ut ilizando una let ra en vez de t enacillas. Para recordar el encargo de recoger el
paraguas, represént ese al dent ist a arreglándole la boca con una m ano, m ient ras
con la ot ra sost iene un paraguas sobre su cabeza... En fin, est ablezca una
asociación est ram bót ica ent re paraguas y perfum e; luego ent re perfum e y aparat o
de t elevisión; luego ent re aparat o de t elevisión y ferret ería; luego ent re ferret ería y
libro; luego ent re libro y reloj , y finalm ent e ent re reloj y huevos.
Le he ofrecido ej em plos para los prim eros encargos solam ent e, porque quiero que
se acost um bre a poner en j uego su propia im aginación para est ablecer relaciones
est ram bót icas. Es decir, t iene que hacer lo m ism o, en est e caso, que si est uviera
«encadenando» una list a de obj et os. En realidad es lo m ism o. Y cuando llega a la
diligencia de hacer reparar el reloj o la de com prar una docena de huevos, no es
preciso hacer ent rar en el cuadro la reparación m ism a, ni la cant idad de huevos que
debe adquirir. Le bast ará form ar un cuadro en el que ent re el reloj y un huevo. Por
ej em plo, ust ed rom pe un huevo y sale de dent ro un reloj de pulsera; o bien lleva un
huevo en lugar de un reloj de pulsera. Es suficient e ver el obj et o det erm inado para

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recordar t odo el encargo al det alle. Est os colaboradores ponen en j uego la m em oria
norm al, o verdadera; la im agen del reloj o de los huevos bast an para ponerla en
m ovim ient o; ella se encargará ent onces de recordarle lo que debe hacer con el
reloj , o de especificarle la cant idad de huevos que debe adquirir. Al ent rar en la
ferret ería t iene ust ed que com prar cinco cosas. Para recordarlas bien, form e con
ellas una «cadena» separada. Podría em pezar por represent arse una gran bom billa
que fuese la propiet aria del est ablecim ient o y ust ed la rom pe con un m art illo, el cual
pone después dent ro de un m arco y cuelga el m arco en la pared; y así sigue hast a
llegar al t apet e para el planchador.
Una vez que haya encadenado t odas las diligencias del día, lo único que debe hacer
es realizar una; ést a le recordará la siguient e, ést a la ot ra, y así hast a el final. Sin
em bargo, el hecho de haber em pleado el m ét odo de la cadena no le obliga a realizar
los recados en el orden en que los ha encadenado. Est o result aría un pequeño
inconvenient e, a m enos que hubiese efect uado el encadenam ient o t eniendo est e
det alle en cuent a. No, no, puede realizarlos según el orden que m ej or le acom ode.
Cada vez que haya dej ado uno list o, puede repasar m ent alm ent e la cadena ent era
para ver de cuál le conviene ocuparse a cont inuación, t eniendo en cuent a el t iem po
y lugar. Cuando crea haber resuelt o t odo lo que t enía que hacer, repase una vez
m ás la «cadena» y, si había olvidado algo, lo not ará inm ediat am ent e.
Por supuest o, puede ut ilizar el sist em a del colgadero con la m ism a facilidad. Le
bast aría asociar el coche con la palabra colgadero para el núm ero 1. Podría
im aginarse a sí m ism o guiando una t ea encendida a guisa de coche. Asocie, pues:

Banco a Noé ( núm . 2) .


Cart a a am o ( núm . 3) .
Dent ist a a oca ( núm . 4) .
Paraguas a ley ( núm . 5) .
Perfum e a oso ( núm . 6) .
Aparat o de t elevisión a fea ( núm . 7) .
Ferret ería a hucha ( núm . 8) .
Libro a ave ( núm . 9) .
Reloj a t orre ( núm . 10) .

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Huevos a t et a ( núm . 11) .

Ent onces podría em plear el sist em a de la cadena para los diferent es obj et os que
necesit a de la ferret ería. Tam bién aquí podría recurrir al sist em a del colgadero,
form ando una serie nueva de asociaciones; por ej em plo, bom billa a t ea, m art illo a
Noé, et c. No se produciría ninguna confusión ent re las dos series de asociaciones,
pero result a m ás sencillo em plear el sist em a de la cadena. Si bien puede em pezar
por realizar prim ero el encargo asociado con el núm ero 1, luego el asociado con el
núm ero 2 y así sucesivam ent e, no es forzoso ni m ucho m enos proceder de est e
m odo. Bast a repasar unas cuant as veces las palabras colgadero ( habiendo
em pezado por donde se nos ant oj ó al realizar las diligencias) , y si uno ha olvidado
algo, aquello dest aca ant e los oj os de la m ent e lo m ism o que un águila en la j aula
de un canario.
¡Ahí t iene ust ed el rem edio! Se t erm inó el salirse con excusas ant e su m uj er porque
no se acordó de hacer lavar el coche, o se ha olvidado com prar los huevos. Según
ya dij e ant es, en ot ro capít ulo nos ocuparem os de nuevos m edios de recordar cit as,
para det erm inar fechas y horas. De m om ent o, con lo que ha aprendido en el
present e capít ulo le bast ará para los recados sencillos. Cada noche, ant es de
acost arse, haga la list a de lo que debe hacer al día siguient e, m em orícela com o le
expliqué ant es, y después, por la m añana, repásela una sola vez para m ayor
seguridad. Y no se precisa m ás. Pero ant es de dar por t erm inado el present e
capít ulo, haga el favor de aprender las palabras colgadero para los núm eros
com prendidos ent re el 26 y el 50. Ya no sería preciso advert ir que, al igual que en
los ant eriores, seguirem os las norm as del alfabet o fonét ico.

26. Nuez. 32. Mono. 38. Mecha. 44. Coco.


27. Naife. 33. Mam á. 39. Mapa. 45. Cola.
28. Nicho. 34. Meca. 40. Corro. 46. Cazo
29. Nube. 35. Mulo. 41. Codo. 47. Coche.
30. Mar. 36. Mesa. 42. Cuna. 49. Cubo.
31. Mit o. 37. Mofa. 43. Cam a. 50. Lira.

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Aunque ya em pieza a dom inar ust ed el sist em a, no est ará de m ás punt ualizar que,
al decir naife ( núm . 27) , nos referim os a un diam ant e de superior calidad ( una de
las acepciones de la palabra) , que por ciert o vale la pena represent ar. De Grecia,
por ej em plo, ¿por qué no ver, pongam os por caso, a Venus naciendo de la espum a
del m ar? ¡Que t am bién las cosas bonit as se recuerdan bien, caram ba! En «m ofa»
verem os a un m uchacho o m uchacha det erm inados —o a alguna persona m ayor— a
los que considerarem os m uy poco respet uosos, sacando la lengua y haciendo
adem anes burlescos para m ofarse de nosot ros. Por «m echa» yo ent iendo siem pre la
que se em plea para los barrenos —sean con carga de pólvora, dinam it a o t rilit a— y
que t am bién se em pleaba ant es para las bom bas de m ano, en la guerra. «Corro»
( 40) , niños o niñas j ugando al corro.
Ya sabe ust ed, si el obj et o que t uviera que relacionar con el núm ero 26 fuese, por
ej em plo, cigarrillo, podría ver un cigarrillo encendido reposando sobre dos cáscaras
de nuez, que servirían de cenicero; o bien un señor fum ando un cigarrillo que
at raviesa una nuez, la cual act úa de boquilla.
Ant es de seguir leyendo cerciórese de conocer bien t odas las palabras colgadero de
los núm eros com prendidos ent re uno y cincuent a. Una buena m anera de pract icar
consist iría en recordar una list a de veint icinco obj et os, ordenada y
desordenadam ent e, em pleando para ello las palabras correspondient es a los
núm eros com prendidos ent re el 26 y el 50. Después de un día o m ás, si se sient e
ust ed am bicioso, puede ensayar con una list a de cincuent a obj et os. Si t iene la
precaución de em plear asociaciones est ram bót icas e im presionant es, no debería
encont rar dificult ad alguna en recordarlos t odos.

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Ca pít u lo 8
Cóm o e n t r e n a r la fa cult a d de obse r va ción

VI SI TE
PARÍ S
EN EN
PRI MAVERA
x

¿Ha m irado bien la frase del recuadro que encabeza la present e página? Si la ha
m irado bien, vuelva a leerla, para est ar seguro de lo que dice. Ahora apart e la
m irada y repít ala. ¡Com pruebe ot ra vez para ver si la ha pronunciado bien! Quizás
algunos crean una t ont ería por m i part e insist ir en que se aseguren de una frase t an
sencilla com o ést a; pero a ust ed le im port a est ar com plet am ent e seguro de lo que
dice.
Y ahora, si ha m irado bien por lo m enos t res veces, ¿qué dice? ¿Dice «Visit e París
en prim avera»? Me figuro que la m ayoría de ust edes m ueven la cabeza
afirm at ivam ent e. «Sí, claro, eso es lo que dice.» Pues bien, aun a riesgo de result ar
cansado, le ruego a ust ed que vuelva a com probarlo, ¿quiere hacer el favor?
¿La ha m irado ot ra vez? Si ust ed t odavía opina que dice: «Visit e París en
prim avera», su facult ad de observación no es t an fina com o le convendría. ¡Si
com prueba una vez m ás y se t om a la m olest ia de señalar las palabras una por una,
se sorprenderá al descubrir que dice: «Visit e París en en prim avera»! ¡Hay en est a
frase un «en» sobrant e! Si es que se ha fij ado en seguida, no se ent usiasm e en
exceso. Sinceram ent e, yo no sabía si est a t ret a result aría t an efect iva im presa en la
part e superior de la página de un libro com o cuando la em pleo yo personalm ent e.
Mire ust ed, he som et ido a est a prueba a cent enares de personas, y solam ent e un
par de ellas localizaron rápidam ent e la palabra sobrant e. Pruébelo ust ed m ism o
com o lo hago yo, im prim iendo la frase, t al com o yo la t engo, en una t arj et a de 7
por 12 cent ím et ros o en un t rozo de papel del m ism o t am año, poco m ás o m enos.
La pequeña «x» puest a debaj o de «prim avera» est á dest inada únicam ent e a

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desorient ar. Tiende a at raer los oj os del lect or, y com o la frase le parece a ést e t an
fam iliar, su m ent e salt a m ás adelant e. Hágase una t arj et a y som et a a sus am igos a
est a prueba. Conm igo se ha dado el caso de personas que han m irado hast a diez y
quince veces, y est aban dispuest as a arriesgar cualquier apuest a, sost eniendo que
sabían lo que decía la t arj et a con t oda exact it ud. Y ent onces uno les pide que lean
direct am ent e y en voz alt a, y cont inúan diciendo: «¡Visit e París en prim avera! »
Me ext iendo t ant o en est e pequeño det alle para poner de m anifiest o que, en la
m ayoría de nosot ros, la facult ad de observar adm it iría unas m ej oras que la hicieran
m ás fina y penet rant e. Aunque, según dij e al principio del libro, m i sist em a le
obligará a ust ed —si quiere aplicarlo— a observar con det ención; la facult ad de
observar que ust ed posee quedará m uy reforzada con un poco de práct ica. Y si
t iene ust ed verdadero int erés por aum ent ar su m em oria, no valore dem asiado baj a
la facult ad de observación. Para em pezar, ust ed no puede recordar nada que
prim ero no haya observado. El pedagogo Eust ace H. Miles venía a decir poco m ás o
m enos lo m ism o: «No se puede afirm ar con propiedad que uno recuerde lo que no
ha com prendido.» Si uno no ha observado, no ha com prendido, y lo que uno no ha
com prendido, no puede olvidarlo, puest o que j am ás llegó a recordarlo.
Si ust ed quiere dedicar a ello el t iem po preciso, el reforzar el sent ido de observación
result a cosa sencilla. ¡Puede em pezar ahora, en seguida! Probablem ent e est á
leyendo est e libro en casa, en una habit ación que le es absolut am ent e fam iliar.
Coj a, pues, un t rozo de papel y, sin pasear la vist a a su alrededor, anot e t odo lo
que haya en esa habit ación. No pase por alt o nada de lo que recuerde, y procure
describir la habit ación ent era con t odo det alle. Anot e hast a el últ im o cenicero, t odos
los m uebles, cuadros, chucherías, et c. Luego pasee la m irada por el cuart o y
com pruebe el cont enido de la list a. Fíj ese en t odas las cosas que ha dej ado de
anot ar y en las que quizá no se había fij ado nunca, aun habiéndolas vist o
innum erables veces. ¡Obsérvelas ahora! Luego salga de la habit ación y repit a la
prueba. Est a vez la list a le saldrá m ás larga. Puede repet ir la m aniobra con ot ras
habit aciones de su casa. Si persevera en est e procedim ient o, su sent ido de
observación se agudizará en ext rem o, encuént rese ust ed donde se encuent re.
Est oy seguro de que t odos ust edes habrán oído cont ar el pequeño experim ent o que
realizó un profesor de un colegio con sus est udiant es. Hizo que los est udiant es

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presenciaran un asesinat o, com et ido allí ant e ellos. En realidad no hubo t al, aquello
fue una farsa; pero los est udiant es no lo sabían, y él no se lo dij o. Ent onces
com unicaron a t odos los present es que t endrían que act uar com o t est igos, y les
pidieron que describieran con det alle lo que habían vist o. Por supuest o, t odas las
descripciones variaron, incluso al det allar el aspect o del asesino. Todos los
est udiant es de la clase habían presenciado la m ism a escena, pero sus facult ades de
observación y m em orización fracasaban.
Est e m ism o experim ent o fue puest o en práct ica recient em ent e por un popular
art ist a, St eve Alien, en su espect áculo de la t elevisión Est a noche. Varios elem ent os
de su elenco se present aron de repent e, delant e de la cám ara y represent aron una
escena salvaj e, brut al. Sonaron unos t iros —de t eat ro, claro est á—, las ropas
quedaron desgarradas, et c. Luego, Alien pidió a t res personas del público que
subieran y procurasen responder a unas pregunt as sobre la escena que acababan
de presenciar. Les pregunt ó cuánt os t iros se habían disparado, quién disparó cont ra
quién, el color de los t raj es, et c. Todas las cont est aciones fueron dist int as, y nadie
parecía seguro de nada. Y lo m ás bonit o fue que cuando pregunt ó a Skit ch
Henderson ( que era el que había hecho t odos los disparos) cuánt os t iros disparó...,
el m ism o Skit ch t am poco est uvo dem asiado seguro.
Nat uralm ent e, ust ed no puede andar por ahí en busca de escenas violent as, pero
puede proceder de est e m odo: piense en un hom bre o una m uj er a los cuales
conozca bien. Procure im aginarse su cara y vea si sabe describirla por escrit o. Anot e
t odas las part icularidades caract eríst icas de su fisonom ía que pueda recordar. Anot e
el color del cabello y de los oj os, el cut is, si lleva o no gafas, en caso afirm at ivo, de
qué t ipo, clase de nariz, orej as, peinado, et c. La próxim a vez que vea a la persona
en cuest ión com pruebe la exact it ud de la descripción hecha. Fíj ese bien en los
det alles que hubiera pasado por alt o y en aquellos que ha descrit o erróneam ent e.
¡Luego pruebe ot ra vez! Mej orará ust ed con gran rapidez.
Un buen m om ent o para hacer práct icas es cuando se viaj a en el m et ro o en
cualquier ot ro vehículo de t ransport e público. Mira ust ed a una persona por un
m om ent o, y luego cierra los oj os t rat ando de reproducir m ent alm ent e t odos los
rasgos de su cara. I m agínese que debe ust ed act uar de t est igo en un j uicio crim inal
y que su declaración t iene una im port ancia enorm e. Después m ire nuevam ent e a la

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persona en cuest ión ( pero no de hit o en hit o, ni dem asiado fij am ent e: no fuese que
se viera en verdad en un j uicio crim inal) y com pruebe sus errores y sus aciert os.
Not ará cóm o se agudiza su facult ad de observación cada vez que pract ica.
Veam os ot ra m anera de hacer práct icas. Fíj ese ust ed en los géneros exhibidos en
un escaparat e y en cóm o los han dist ribuido y dispuest o. Procure observarlo t odo
( sin em plear ni el sist em a de la cadena ni el del colgadero) , y luego haga una list a
de t odos los obj et os que haya vist o, sin volver a m irar el escaparat e. No es preciso
que haga la list a delant e del escaparat e, at rayendo la at ención; puede irse m ás
lej os, hast a su dom icilio. Luego vuelva y com pruebe su habilidad. Fíj ese en las
cosas que había olvidado y proceda a ot ro int ent o. Cuando le parezca que posee ya
bast ant e dest reza, t rat e de recordar t am bién los precios de los obj et os.
Cada vez que realice alguno de los ej ercicios indicados, su sent ido de la observación
se agudizará not ablem ent e. Aunque t odo est o no es absolut am ent e necesario para
adquirir una m em oria cult ivada, al m ej orar su facult ad de observación, m ej orará
t am bién su m em oria. Y si dedica la pequeña cant idad de t iem po necesaria par a
est as práct icas, no t ardará en poseer el hábit o de observar bien de un m odo
aut om át ico.
Pero ant es de seguir leyendo, le recom endaría que aprendiese las palabras
colgadero desde el 51 al 75. Hast a le recom endaría que, por el m om ent o, em please
las palabras que yo le propongo. Por supuest o, puede buscárselas ust ed m ism o, si
le parece m ej or; sólo debe t ener cuidado en elegirlas de acuerdo con las norm as de
nuest ro alfabet o fonét ico. Con t oda probabilidad, las palabras que ust ed escogiese
le servirán igual que las m ías, pero se expone a elegir alguna que después pueda
confundirse con las que aprenderá para ot ros propósit os. Por t ant o, le recom iendo
que aguarde hast a haber t erm inado de leer el libro, y ent onces, si así le conviene,
podrá em pezar a cam biar palabras por ot ras que le gust en m ás.

51. Lot o. 57. Lofio. 63. Sim a. 69. Sapo.


52. Luna. 58. Lucha. 64. Saco. 70. Faro.
53. Lim a. 59. Lupa. 65. Sol. 71. Fot o.
54. Loco. 60. Suero. 66. Seso. 72. Faena.
55. Lulú. 61. Sot a. 67. Sofá. 73. Fam a.

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56. Lazo. 62. Zona. 68. Acecho. 74. Foca


75. Fiel

Lot o ( núm . 51) : piense en la flor de lot o, acuát ica, sagrada. Lulú ( núm . 55) : vea un
perrit o lulú: uno de esos perrit os de señora, que de puro feos result an bonit os. En
lazo ( núm . 56) , yo veo siem pre el lazo de los cowboys o el de los criollos que iban a
la caza de caballos salvaj es. Lofio ( núm . 57) es el pez conocido vulgarm ent e por
rape. Bast a im aginarse la figura de un pez, aunque no sea exact am ent e la del rape,
pues no hay ningún ot ro en la list a de palabras colgadero. Lucha ( núm . 58) : aquí
m e represent o un m om ent o de un com bat e de boxeo. Se m e ant oj a que le veo m ás
acción que en la lucha libre —al m enos para una im agen m ent al— y hast a m e
result a m ás vivido que un episodio de lucha guerrera. Suero ( núm . 60) :
represént ese una am polla de suero fisiológico, o glucosado, de un cuart o de lit ro o
de m edio lit ro, y véala con su cánula m ient ras el suero desciende pausadam ent e
penet rando en el m uslo del enferm o, por ej em plo. Sot a ( núm . 61) : pínt ese
m ent alm ent e una de las sot as de la baraj a. Zona ( núm . 62) : aquí m e gust a
represent arm e precisam ent e en zona t órrida pint ada de un roj o vivo, llam eant e. ¿Le
va bien la im agen a ust ed? Sim a ( núm . 63) : represént ese un abism o, un
despeñadero. Acecho ( núm . 68) : yo t om o est a palabra en el sent ido de em boscada.
Veo a un individuo parapet ado det rás de una gran roca —cualquier escena de una
película del Oest e sirve— acechando el paso de alguno. Fot o ( núm . 71) es, com o
habrá int erpret ado ust ed sin duda, la abreviat ura de «fot ografía». En el lenguaj e
corrient e t odos decim os «fot o». Fam a ( núm . 73) : véala en figura de diosa helena
con una larga t rom pet a en los labios.
Las exigencias del alfabet o fonét ico nos han forzado alguna vez a em plear palabras
de uso poco corrient e. En ellas deberá poner ust ed una at ención especial, lo m ism o
para grabárselas en la m em oria com o para forj arse una im agen del obj et o por ellas
designado. I nsist am os en la necesidad de poseer una im agen del obj et o indicado
por la palabra. Recuerde que, t ant o en el sist em a de la cadena com o en el del
colgadero ( especial para núm eros) , el secret o est á en «ver» el cuadro que pint a la
asociación ent re dos elem ent os de la serie, o ent re el obj et o y la palabra colgadero
represent ant e del núm ero de orden del m ism o. Mal podría «ver» m ent alm ent e dicho

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cuadro si no poseyese una im agen del obj et o indicado por la palabra colgadero. De
m odo que si en algún caso no le bast a con las indicaciones que dam os aquí,
consult e un diccionario ilust rado. Pero no perm it a que por desidia quede incom plet a
la serie de palabras para los núm eros del 1 al 100. La posesión del m ét odo del
colgadero le com pensará de sobras el t iem po que haya invert ido en conocerlo a
fondo.

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Ca pít u lo 9
Es ú t il r e cor da r discu r sos, a r t ícu los e scr it os y a n é cdot a s

El orador, t urbado y nervioso, fue present ado después de la com ida. Acercóse
vacilando al m icrófono y balbució con voz ent recort ada:
—Am i... m igos... m i... m íos. Cu...cuando llegué aquí est a noche, sólo Dios y
yo sabíam os lo que iba a decirles a ust edes. Pero ahora.... ¡ahora sólo lo sabe
Dios!

Se m e ant oj a que una de las sit uaciones m ás enoj osas en que pueda encont rarse
una persona es la de verse delant e de un audit orio y darse cuent a de pront o de que
ha olvidado el discurso que había de hacerles. Y casi t an em barazoso com o haber
olvidado el discurso result a el t ener que t art am udear t odo el rat o, sufriendo por
recordar el hilo de la exposición y argum ent ación, buscando las palabras con
dificult ad, com o si uno no est uviera seguro de lo que quiere decir. Y lo ciert o, m e
parece a m í, es que si a una persona le piden que hable sobre un t em a
det erm inado, ha de conocer m uy bien aquella m at eria, porque, de ot ro m odo, ¿a
qué fin le hubieran pedido que hablase de ella? No, los oradores que balbucean o
vacilan durant e su discurso lo hacen, diría yo, porque han olvidado la palabr a
siguient e..., o porque t em en olvidarla.
Ahí radica el problem a, creo. Si alguno se aprende un discurso, palabra por palabra,
y luego olvida una palabra de aquí, ot ra de allá y ot ra de acullá, no cabe duda, el
discurso no saldrá com o t enía que salir. Pero ¿por qué t iene ust ed que at orm ent arse
buscando una palabra det erm inada? Si no la recuerda, use ot ra que llene el m ism o
com et ido. ¿No es m ucho m ej or est o que perder el t iem po con «hem m » y «hum m »,
m irando al t echo o al suelo, hast a encont rar la expresión exact a que aprendió de
m em oria?
Las personas que se dieron cuent a de est e escollo, se dij eron que el m ej or rem edio
consist iría, sencillam ent e, en leer su discurso. Eso soluciona el problem a de olvidar
las palabras de t al m odo que uno se expone a olvidar el papel que le corresponde
en el act o que est á t eniendo lugar y llega a olvidarse hast a de lo que est á hablando.
Por ot ra part e, siem pre m e parece percibir una vaga sensación de desagrado en los

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públicos que escuchan a un orador de los que leen el discurso palabra por palabra.
A m í siem pre se m e ocurre la m ism a idea. Me digo: «Lo m ism o sería que ese señor
m e diera una copia im presa de su discurso, y yo podría leerlo en el m om ent o que
m e pareciese m ás apropiado.»
Luego la reacción lógica parece que habría de ser la de no preparar, ni poco ni
m ucho, el discurso. Pues no, no es dem asiado convenient e. Por versado que
est uviese ust ed en el asunt o, se expondría a olvidar algunos de los hechos a los
cuales le int eresaba aludir. Es el caso del padre predicador que iba de un lado a ot ro
haciendo serm ones y siem pre se quej aba de que los m ej ores se le ocurrían de
regreso a su casa. Ent onces le venía a las m ient es t odo lo que había olvidado decir
a los fieles, y el único que se ent eraba de aquellos párrafos select os era el caballo
que solía m ont ar.
Por m i part e, opino que el recurso m ej or para pergeñar un buen discurso consist e
en anot ar uno por uno los pensam ient os, no las palabras. Muchos de nuest ros
m ej ores oradores lo hacen así. Sim plem ent e, se hacen una list a de cada una de las
ideas y de cada uno de los concept os que quieren exponer y em plean aquella list a
en lugar de not as. De est a form a, uno no puede olvidar las palabras, puest o que no
ha m em orizado ninguna. Es difícil, por ot ra part e, que pierda el hilo del discurso:
una sola m irada al papel le indicará cuál es el concept o o la idea que debe plasm ar
en palabras a cont inuación.
Con t odo, aquellos de ust edes que no quieran confiarse a unos pedazos de papel,
pueden servirse del sist em a de la cadena. Si quieren m em orizar su discurso
concept o por concept o, desde el principio hast a el fin, habrán de form ar una
sucesión. Por ello es por lo que se valdrán del m ét odo de la cadena para
m em orizarlo.
Yo le recom endaría a ust ed el procedim ient o del m odo siguient e: escribir prim er o
t odo el discurso com plet o, leerlo y ret ocarlo hast a quedar sat isfecho. Luego leerlo
una o dos veces m ás para asim ilar bien la «m édula» del m ism o. Por últ im o, coger
un t rozo de papel y hacer una list a de sus PALABRAS CLAVE.
Veam os. Lea ust ed el prim er concept o o pensam ient o del discurso. Acaso est é
cont enido en uno, dos o m ás párrafos. Ello no present a ninguna dificult ad. En t odo

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párrafo o frase ha de haber una o m ás palabras que le recordarán el pensam ient o


com plet o. Esa palabra o frase es lo que he llam ado PALABRA CLAVE.
Luego que ha encont rado ust ed una palabra clave para el prim er concept o, o
pensam ient o, busque ot ra para el segundo, y así sucesivam ent e. Cuando haya
t erm inado, t endrá una list a de claves que le recordarán t odo lo que quiere decir. En
realidad bast aría para su propósit o t ener ant e sí la m encionada list a m ient ras
pronunciase el discurso. Pero si ust ed dom ina ya el m ét odo de la cadena sabe que
es m ás sencillo encadenar —asociar— una con ot ra las «palabras clave» y luego
arroj ar el papel.
Supongam os que diese ust ed una conferencia en una reunión de padres y m aest ros
sobre los problem as de las escuelas de la localidad. Su list a de «palabras clave»
podría ser algo así: aglom eraciones, m aest ros, fuego, m obiliario, asignat uras, pat io
de recreo, et c. En ot ras palabras, ust ed quiere em pezar haciendo referencia a que
las aulas est án dem asiado llenas, los alum nos se aglom eran en ellas. Luego piensa
referirse a los m aest ros, quizás en m at eria de m ét odos y salarios, et c. Luego ha de
expresar lo que opina sobre el riesgo de incendios y las precauciones cont ra el
fuego, lo cual llevará a exponer el est ado del m obiliario de la escuela: pupit res,
sillas, pizarras, m at erial docent e, et c. Después quiere expresar sus opiniones sobre
las asignat uras enseñadas y, finalm ent e, t iene int ención de referirse a las
condiciones del pat io de j uego de la escuela.
Ciert am ent e, ust ed ve m uy bien que si form a un encadenam ient o, si asocia
aglom eración a m aest ro, m aest ro a fuego, fuego a m obiliario, et c., cada
pensam ient o le llevará de la m ano al siguient e, hast a llegar al final del discurso.
Com o palabra clave para algunos pensam ient os o concept os, quizá t enga que
em plear dos o t res al principio. Anot e t odas las que j uzgue necesarias para recordar
el discurso ent ero. A m edida que vaya poniendo en práct ica est e m ét odo, las
palabras clave necesarias serán cada vez m enos. Adem ás —det alle m uy
im port ant e—, la confianza que le dará el saber que recuerda y recordará
perfect am ent e el discurso dej ará sent ir su favorable efect o en el m om ent o en que lo
pronuncie. Tenga m uy present e que ust ed deberá preocuparse de los pensam ient os,
nada m ás, ¡las palabras acudirán por sí solas!

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Si, por algún m ot ivo, desea ust ed m em orizar el discurso ent ero, palabra por
palabra, em plee el m ism o m ét odo. Sim plem ent e, t endrá que dedicarle m ás t iem po,
repasarlo m ás veces. Y recuerde que t odos est os sist em as act úan com o auxiliares
de su m em oria norm al, o verdadera. «Si recuerda lo principal, los det alles acudirán
por sí m ism os.» La verdad es que ust ed j am ás olvida nada que haya recordado
alguna vez, lo que necesit a, en ocasiones, es algo que est im ule el recuerdo; el
sist em a expuest o en est e libro es ese algo. Por lo t ant o, si recuerda los
pensam ient os fundam ent ales del discurso, los pensam ient os com plem ent arios ( los
«si», los «y» y los «pero») se colocarán en su sit io por propia inercia.
I dént ico procedim ient o sirve para recordar cualquier art ículo que haya leído, si
desea t enerlo en la m em oria. Prim ero vuelva a leerlo, por supuest o, para
em paparse bien de su «sust ancia». Luego escoj a las palabras clave para cada
pensam ient o. Por últ im o, las «encadena» cada una con la siguient e, y ya est á. Con
un poquit ín de práct ica llegará a ser capaz de realizar t oda est a m aniobra m ient ras
lee.
Muchas veces, leyendo por dist raerm e, t opo con algo que m e int eresa recordar.
Sencillam ent e, sin dej ar de leer, est ablezco una asociación conscient e con aquella
m at eria. Si lo pract ica, est e proceder le pondrá en condiciones de leer m ucho m ás
de prisa. Me figuro que m uchas personas leen con exagerada lent it ud porque
cuando han llegado al t ercer párrafo han olvidado ya lo que decía el prim ero, y
t ienen que volver at rás.
No hay necesidad de asociarlo t odo; sólo los punt os que ust ed crea necesario
recordar. Usando m is sist em as quizá se coloque ust ed en la prim era de las dos
clases de lect ores que est ablecía el educador am ericano William Lyon Phelps, quien
dij o una vez: «Yo divido a t odos los lect ores en dos clases: aquellos que leen para
recordar y aquellos que leen para olvidar.»
El m ét odo de encadenar «palabras clave» puede em plearse t am bién para recordar
poesías y docum ent os. Nat uralm ent e, en est e caso es necesario, por lo general,
m em orizarlos palabra por palabra. Uno t iene que repasarlos m ás a m enudo, pero el
sist em a de las «palabras clave» le facilit a m uchísim o el t rabaj o. Y si ust ed
encuent ra dificult ad en recordar cuándo debe ent rar en escena, al represent ar una
función, ¿por qué no asociar la últ im a palabra que pronuncia el ot ro act or con la

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prim era que le corresponde a ust ed? I ncluso en el caso de que no t enga que decir
nada sino realizar una acción, puede asociar la palabra ant erior con la acción. Si la
palabra ant erior fuese, por ej em plo, «andar», y la obra le ordena a ust ed inclinarse
a recoger una colilla de cigarro, podría ust ed verse andando e inclinándose a
recoger colillas de cigarro. De est a form a j am ás confundiría lo que t enga que decir o
hacer con lo que corresponda a ot ro act or.
Ant es de pasar a ot ra cosa, quiero m encionar ot ro em pleo del procedim ient o de las
«palabras clave». ¿Cuánt as veces ha querido ust ed cont arle a un am igo una brom a,
un chist e o una anécdot a que había oído hacía poco sólo para encont rarse con que
los había olvidado casi por com plet o? Uno es capaz de oír hoy una serie com plet a de
hist oriet as verdaderam ent e divert idas y ver m añana que t odas, o casi t odas, se le
han ido de la cabeza. Es lo que decía I rvin S. Cobb: «Un buen narrador es una
persona que posee una buena m em oria y confía en que los dem ás no la poseen.
Su m em oria, para cuent os, chist es y anécdot as m ej orará en seguida si usa el
sist em a de las «palabras clave». Coj a sim plem ent e una palabra de la anécdot a —
suele result ar m ej or t om arla del párrafo que encierra lo grave del caso— y ella le
t raerá a la m ent e la anécdot a ent era. Una vez escogidas las «palabras clave»,
puede em plearse el m ét odo de la cadena para recordar las hist oriet as una a
cont inuación de ot ra, o ut ilizar el sist em a del colgadero para recordarlas según su
núm ero correspondient e.
Quizás haya oído cont ar la
ocurrencia que ha est ado en boga
últ im am ent e acerca del plat illo
volant e que at errizó en Est ados
Unidos. Dicen que salió de él una
criat ura de ot ro planet a, se quit ó el
polvo con uno de sus seis brazos,
m iró en su derredor con el enorm e
oj o que t enía en el cent ro de la
cabeza y enderezó bien su ant ena,
a la caza de cualquier sonido que le llegase.

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Después de explorar un rat o, se acercó por fin a una est ación de servicio de la
carret era, se plant ó ant e un surt idor de gasolina, saludó y ordenó: «¡Llévem e a
presencia de su president e! »
Bien, si no sabía ust ed est a hist oria y quisiera recordarla j unt o con ot ras diez o
doce, podría em plear com o palabra clave plat illo volant e, o criat ura de ot ro planet a,
o surt idor de gasolina.
Cualquiera de ellas t raería sin duda la hist oriet a com plet a a su m ent e, si es que
cum ple la condición de haberle gust ado.
Adem ás de que m e figuro que m uchos de ust edes sabrán encont rarle una aplicación
práct ica, uno de los alardes de m em oria con que suelo dist raer y sorprender al
público, consist e en «la prueba de la revist a». Es una habilidad que levant a siem pre
una oleada de com ent arios, porque parece el alarde de m em oria m ás pasm oso. En
realidad, es fácil y sencillo.
He aquí el procedim ient o. Ent rego al público varios ej em plares de una revist a.
( Ut ilizo frecuent em ent e el Tem plo Magazine, publicado por Ent erprise Magazine
Managem ent , I nc.) Luego pido que quien lo desee nom bre el núm ero de una
página, y yo cont est o inm ediat am ent e repit iendo los t it ulares de la página en
cuest ión.
Se t rat a sencillam ent e de ot ro em pleo del sist em a del colgadero. En algunos casos
ut ilizo el sist em a de la cadena en com binación con el del colgadero, com o voy a
explicar dent ro de un m om ent o. Para m em orizar las páginas de una revist a
ilust rada t odo lo que hay que hacer es asociar la palabra colgadero del núm ero
correspondient e con los t it ulares de aquella página.
Por ej em plo: si
 La página 1 t rae la fot ografía de un aeroplano, uno est ablece una asociación
est ram bót ica ent re «t ea» ( 1) y aeroplano.
 La página 2 acaso t raiga el anuncio de una crem a para el calzado.
Asociarem os «Noé» con la crem a para el calzado.
 La página 3 t iene la fot ografía de un caballo. Asociarem os «am o» con caballo.
 La página 4 quizá represent e una escena de circo. Asociarem os «oca» con
circo.

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 La página 5 es el anuncio de unos aparat os de t elevisión. Asociarem os «ley»


a t elevisión.
 La página 6 publica crít icas de libros. Asociarem os «oso» a libro.

He ahí el secret o. Si ust ed repasa la revist a y las asociaciones est ablecidas dos o
t res veces, conocerá los t it ulares de t odas las páginas. Si una página t iene m ás de
un grabado, ut ilice el m ét odo de la cadena para recordarlos. Supongam os que la
página 14 es una página de m odas y que t rae una ilust ración de un som brero, ot ra
de guant es y ot ra de un vest ido.
Prim ero asociarem os «t aco» ( 14) con la prim era im agen, o sea, el som brero. Luego
asociarem os som brero a guant es, y guant es a vest ido. Cuando le nom bren la
página 14, la palabra colgadero correspondient e le hará recordar «som brero», ést e
le dirá que la ot ra ilust ración t iene unos guant es, y los guant es le t raerán a la
m em oria el vest ido.
Si m e ha vist o act uar en público alguna vez, sabe que yo les digo adem ás a m is
oyent es en qué part e de la página est á la ilust ración: si en la part e superior o en la
inferior, o en el cent ro, a la derecha o a la izquierda. Tam bién ust ed podrá hacerlo,
y sin ningún esfuerzo.
Com o le he repet ido varias veces, quien hace de verdad el t rabaj o es la m em oria
norm al, o verdadera; est os sist em as son sim ples auxiliares que la ayudan y le
hacen la t area m ás fácil. A m edida que vaya em pleando m is sist em as com probará
ust ed que su m em oria norm al se refuerza cada vez m ás. El m ej or ej em plo de ello lo
ofrece precisam ent e el m em orizar una revist a. Para efect uar las asociaciones, lo
prim ero que deberá ust ed hacer, indudablem ent e, será ver y observar la ilust ración
de la página. Con ello, cuando le nom bren el núm ero correspondient e, la palabra
colgadero de dicho núm ero act úa com o un colaborador que le ayuda a reproducir en
su m ent e la im agen de la página nom brada. Ent onces, ust ed sabrá qué posición
ocupa la ilust ración. Pruébelo y verá que es ciert o.
Lo que no sabrá recordar t odavía son los nom bres de las personas que aparecen en
las ilust raciones. Est e problem a quedará resuelt o cuando haya leído los capít ulos
sobre la m anera de recordar nom bres y caras, y cóm o sust it uir palabras o
pensam ient os.

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Y ant es de seguir leyendo aprenda las palabras colgadero que nos falt an para llegar
hast a el cent enar.

76. Fosa. 82. Chino. 88. Chacha. 94. Vaca.


77. Fofo. 83. Cham a. 89. Chapa. 95. Bala.
78. Ficha. 84. Cheque. 90. Burra. 96. Buzo.
79. Fobia. 85. Chal. 91. Pit o. 97. Belfo.
80. Chorro. 86. Choza. 92. Pino. 98. Bache.
81. Chot o. 87. Chufa. 93. Pum a. 99. Pipa
100. Torero.

Fofo ( 77) es, en realidad, un adj et ivo. Será preciso represent arnos una cosa que
posea en alt o grado est a calidad. ¿Le parece bien el algodón en ram a? Huyendo de
las im ágenes dem asiado lógicas, figurém onos un cañón de art illería hecho de
algodón en ram a. El oficial que lo t iene a su cargo se quej a de que no dispara bien
porque es dem asiado fofo. Fobia ( 79) es un sufij o que se usa m ucho act ualm ent e
com o sust ant ivo con el significado de aversión, repulsión o m am a hacia o cont ra
algo. Por chorro ( 80) m e represent o siem pre un gran chorro de agua saliendo del
t ubo de una bom ba m uy pot ent e. Chot o ( 81) es un t ernerillo pequeño. Cham a ( 83)
es un t rueque de obj et os de poco valor. Acaso t uviera ust ed m ás present e la
palabra derivada cham arilero. Represént ese dos payasos de circo t rocando ent re sí
un par de zapat os m uy dest rozados por una j aulit a que guarda aprisionadas m uchas
m oscas. Chacha ( 88) es la abreviación de m uchacha, que se usa bast ant e, casi
siem pre com o sinónim o de sirvient a. Para chapa ( 89) represént ese ust ed la chapa
brillant e de alguno de los guardias m unicipales, policías o guardias j urados que las
usen. Pum a ( 93) , recordará ust ed, sin duda, es una fiera de Am érica a la que se ha
llam ado león am ericano. Belfo ( 97) es el labio de algunos anim ales, por ej em plo, el
caballo. Bache ( 98) de carret era, claro est á. No im port a que se lo represent e de una
profundidad exagerada.
Después de haber aprendido bien est os últ im os colgaderos, debería ust ed est ar en
condiciones de cont ar de uno a cien rápidam ent e, diciendo únicam ent e las palabras
colgadero en lugar de los núm eros. La vent aj a de est e m ét odo consist e en que no

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t iene que dedicar un t iem po especial a pract icarlo. Mient ras va o viene de su
t rabaj o, o siem pre que realice alguna t area que no exige la at ención de su m ent e,
puede repasar las palabras colgadero. Si lo hace así repet idas veces durant e unos
días —cuant os m ás días m ej or—, pront o se fam iliarizará t ant o con esas palabras
com o con los núm eros que represent an.

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Ca pít u lo 1 0
Es ú t il r e cor da r los n a ipe s de la ba r a j a

—Sí, m i abuelo era j ugador profesional, pero m urió pront o, m uy pront o.


—Caram ba, eso es t errible. ¿Cóm o fue?
—¡Murió de cinco ases!

Com o yo quiero que ust ed cont inúe disfrut ando de buena salud, las habilidades de
la m em oria que cont iene la present e lección las realizarem os con una baraj a de las
corrient es, con cuat ro —y no cinco— ases. Aunque est e capít ulo lo dedico
ínt egram ent e a recordar naipes, hago hincapié en las dem ost raciones que puede
ust ed llevar a cabo sirviéndose de una baraj a y su m em oria ent renada. Los sist em as
expuest os pueden aplicarse a m uchos j uegos de naipes. ¡Pero, por favor, no se
figure que en cuant o los dom ine podrá ganar en t odos los j uegos! No olvide que
siem pre t opará con personas que conocen t an a fondo un j uego det erm inado que le
será im posible ganarles. A su propia discreción dej o el aplicar para lo que le parezca
m ej or los sist em as aquí expuest os; yo los ut ilizo únicam ent e para dem ost raciones,
o sea, para hacer gala de una excelent e m em oria y dist raer al público.
El difunt o Dam on Runyon, en uno de sus relat os, decía lo siguient e: «Mira, hij o, lo
que m e advirt ió un anciano: " Por m uy lej os que lleguen t us hij os, y por list o que t e
vuelvas, t en bien present e que cualquier día, en cualquier part e, se t e present ará
un individuo enseñándot e una baraj a nueva, flam ant e, con el sello de la envolt ura
int act o. Y aquel individuo t e apost ará lo que quieras a que, cuando él diga, la sot a
de espadas salt ará fuera de la baraj a y t e rociará la orej a de sidra. No apuest es,
hij o, no apuest es, porque apenas hayas apost ado, t e encont rarás con la orej a llena
de sidra." »
Los alardes de m em oria que ust ed hará con los naipes después de est udiar est os
m ét odos les parecerán a sus am igos poco m enos que asom brosos. Por lo dem ás,
son unos ej ercicios m agníficos para el cult ivo de la m em oria. Yo le recom endaría
que leyese y aprendiese el cont enido del present e capít ulo t ant o si es aficionado a
j ugar a los naipes com o si no.

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Por supuest o, es difícil represent arse m ent alm ent e los naipes, com o t am bién lo era
represent arse los núm eros ant es de haber em pezado a leer est e libro. Para que
ust ed pueda recordarlos bien, le enseñaré la m anera de hacer que signifiquen algo,
algo que ust ed pueda represent arse m ent alm ent e. Hace unos años leí en una
revist a popular un art ículo sobre un profesor que t rat aba de realizar un
experim ent o. El profesor quería enseñar a la gent e a m em orizar el orden de una
baraj a revuelt a. El art ículo afirm aba que había conseguido su m et a. Después de seis
m eses de preparación, sus alum nos eran capaces de fij arse durant e unos veint e
m inut os o m ás en una baraj a y luego ir nom brando los naipes en el m ism o orden en
que se encont raban en ella. No sé qué sist em a em pleaba, pero sé que, quizás ent re
ot ros art ificios, t enía el de ver m ent alm ent e los naipes form ando una baraj a
perfect am ent e ordenada. Yo no censuro el sist em a en cuest ión; únicam ent e le
adviert o a ust ed que no le cost ará m ás de uno o dos días aprender el m ío. Y cuando
lo dom ine no necesit ará veint e m inut os para m em orizar una baraj a ent era. ¡Al
principio necesit ará unos diez m inut os, y con t iem po y práct ica llegarán a bast arle
cinco m inut os!
En realidad, son dos las cosas que debe saber, a fin de recordar naipes. En prim er
lugar, una list a de cincuent a y dos palabras, cuando m enos, que le sirvan de
colgadero para cada uno de los núm eros del 1 al 52; y est as palabras ya las sabe.
Ha de saber, adem ás, una palabra colgadero para cada uno de los naipes de la
baraj a. Est as palabras colgadero no las hem os escogido al azar. Lo m ism o que con
las que represent an los núm eros, hem os buscado, en lo posible, palabras que
result asen fáciles de ver m ent alm ent e, y hem os hecho de m odo que sigan un
sist em a definido. Aquí lo t iene, en poco espacio. 5
Sin ninguna excepción, la palabra asignada a cada uno de los naipes em pezará con
la inicial del palo correspondient e. Por ej em plo: t odas las palabras para el palo de
Espadas em pezarán con la let ra E; t odas las asignadas al palo de Diam ant es
em pezarán con la D; las de Palos, con la P, y las de Corazones con la C. El últ im o
sonido consonant e de cada una de las palabras represent ará el valor num érico del
naipe, de acuerdo con nuest ro alfabet o fonét ico.
5
Al dar nom bres a los palos de la baraj a, t raducim os los de la baraj a inglesa, que son los que t rae el original y que
result an ser los que m ej or se adapt an a la baraj a española. Para pasar a la baraj a francesa, podr íam os adopt ar el
convenio de que los cuat ro palos, carr eaux, coeurs, piques, t r éfles, equivalen, respect ivam ent e, a: oros
( diam ant es) , copas ( corazones) , espadas y bast os ( palos) . ( N. del T.)

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Ya ve, pues, que la palabra que ust ed em plee ha de designar un naipe concret o y
det erm inado. La prim era let ra le dará el palo; la últ im a el núm ero. Pongam os
algunos ej em plos: la palabra colgadero para el dos de Palos ha de em pezar con la
let ra P y ha de t erm inar con la let ra N, que es el sonido que represent a al núm ero 2.
Son varias las palabras que cum plirían est a condición: pan, pilón, piñón, peñón, et c.
Yo he escogido la palabra «pan». ¡Pan represent ará siem pre el dos de Palos!
¿A qué cart a represent aría la palabra «cofia»? No puede represent ar m ás que a
una. Est a palabra em pieza con la C, que represent a al palo de Corazones, y t iene
com o últ im o sonido consonant e la F, único sonido consonant e de FEA ( núm . 7) . Por
lo t ant o, represent a al siet e de Corazones. ¿No sabría elegir una palabra para el seis
de Diam ant es? Mire, ha de em pezar por D y ha de t ener com o últ im o sonido
consonant e la S ( o la C, en su sonido débil, o la Z) . Em plearem os la palabra «dulce»
para designar al seis de Diam ant es.
A cont inuación les doy las cincuent a y dos palabras colgadero para los naipes.
Mírelas con at ención, y yo le aseguro que podrá saberlas y recordarlas nada m ás
que con veint e m inut os o m edia hora de est udio. Léalas de cabo a rabo una vez;
luego fíj ese en las explicaciones acerca de las excepciones, y acerca de cóm o
pint arse en la m ent e algunas de ellas. Hacia el final del present e capít ulo le indicaré
un m ét odo que le perm it irá aprender bien est as palabras.

Pa los Cor a zon e s Espa da s D ia m a n t e s


A de P — pat a A de C — cot a A de E — espit a A de D — dedo
2P — pan 2C — cono 2E — espina 2D — duna
3P — pom a 3C — clim a 3E — espum a 3D — dam a
4P — pico 4C — cucú 4E — est oque 4D — dique
5P — pollo 5C — cala 5E — est ilo 5D — dalia
6P — pozo 6C — queso 6E — esposa 6D — dulce
7P — pilt rafa 7C — cofia 7E — esquife 7D — desafío
8P — Pinocho 8C — cosecha 8E — est uche 8D — ducha
9P — pavo 9C — cuba 9E — est epa 9D — divo
10P — perro 10C — carro 10E — est era 10D — dinero
SP — palo SC — corazón SE — espada SD — diam ant e

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RP — pat at a RC — cadet e RE — em but ido RD — dent ada


RP — plat ino RC — cadena RE — Edén RD — dest ino

Aunque la m ayoría de lect ores habrán vist o por sí m ism os el crit erio seguido al
escoger las cincuent a y dos palabras colgadero no est ará de m ás —y con ello los
ayudarem os a m ej orar la facult ad de observar— que procedam os a ciert as
explicaciones. Em pecem os por aclarar que en la versión original, el aut or, Harry
Lorayne, em plea únicam ent e m onosílabos, t erm inados en la consonant e
correspondient e. Eso es posible en inglés, idiom a de palabras fonét icam ent e cort as.
En español no lo sería. Por lo t ant o, en est a adapt ación española usam os palabras
bisílabas y hast a t risílabas. El result ado práct ico es el m ism o. Y los convenios para
recordar el valor de la palabra son sencillísim os. Desde los ases hast a los nueves,
en cada palabra las dos let ras que hay que t om ar en consideración son: la inicial de
la palabra, que es la m ism a del palo correspondient e de la baraj a, y la últ im a
consonant e, que, de acuerdo con las norm as del alfabet o fonét ico que ya
conocem os, nos dice el núm ero del naipe. En los cuat ro naipes que llevan el núm er o
10, en lugar de indicar t odo el núm ero 10, indicam os el 0; es decir, em pleam os
palabras cuya últ im a consonant e sea la R. El lect or com prenderá que no es posible
confundirse, puest o que no exist e ningún naipe que lleve el núm ero 0, ni t am poco el
20, o el 30, et c. Así pues, en cuant o veam os, digam os o pensem os una de est as
palabras colgadero para naipes y not em os que su últ im a consonant e es una R,
sabrem os que corresponde a un núm ero 10. En las sot as em pleam os el m ism o
nom bre de cada uno de los palos. No dudam os de que t am bién se habrá fij ado
ust ed en que las dos últ im as abreviaciones de la prim era colum na son idént icas: RP
y RP. Tam bién son idént icas las dos últ im as abreviaciones de las ot ras colum nas.
Tam poco dudam os de que habrá com prendido ust ed en seguida que la prim era RP
quiere decir Reina de Palos, y la segunda RP significa Rey de Palos. Lo m ism o ocurre
en las ot ras t res colum nas.
Lo que quizá no haya observado es que en el caso de las reinas y los reyes,
cont rariam ent e a lo que hem os est ablecido para los dem ás naipes, son t res let ras
de cada palabra que t om am os en consideración. Tales let ras son: la inicial de la
palabra, que, com o siem pre, nos indica el palo, y las dos consonant es, que en los

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cuat ro casos, para las reinas, son dos T, o una T y una D. ( El valor de la T y el de la
D son idént icos en el alfabet o fonét ico que em pleam os, com o recordará ust ed.)
Según est e alfabet o fonét ico recién cit ado, las dos consonant es nos darían el
núm ero 11. Para los reyes, las dos consonant es de cada palabra —apart e de la let ra
inicial— son la T o la D y la N. Es decir, las que nos dan el núm ero 12. Dam os, pues,
a la reina el núm ero 11, y al rey el núm ero 12.
Lo hacem os así porque de est e m odo aprovecham os las m ism as palabras ant eriores
de la baraj a del póquer para nuest ra baraj a española, m ás em pleada, seguram ent e,
que la ot ra en nuest ro país. El palo de palos o bast os y el de espadas exist en igual
en una clase de baraj as que en la ot ra; el palo de corazones de la baraj a del póquer
direm os que es el de copas de la nuest ra. Las dos prim eras let ras son las m ism as, y
podem os considerar que el corazón es un recipient e para un líquido, com o lo es
t am bién una copa. De est e m odo, nat uralm ent e, el palo que corresponda al de
diam ant es será el de oros. Es fácil acept ar que exist e una analogía int rínseca ent re
«diam ant e» ( una j oya) y «oro» ( un m et al precioso) . Tres o cuat ro ensayos han de
bast arle a ust ed para fam iliarizarse con est os convenios. Creem os que es m ej or
proceder así que com binar ot ra serie de palabras colgadero para la baraj a española.
Por lo dem ás, ya sólo falt a elim inar un naipe ( y, por consiguient e, una palabra
colgadero) para cada palo. Puede escoger ust ed ent re elim inar en cada palo la
palabra colgadero correspondient e al naipe núm ero 10, o la que dam os para la sot a,
puest o que en nuest ra baraj a, el núm ero 10 y la sot a son la m ism a cosa. A la reina
la ident ificam os con nuest ro caballo. He ahí por qué a las reinas les hem os dado
palabras que nos recordasen el núm ero 11.
Ahora debe ust ed proceder con las palabras para los naipes lo m ism o que procedió
para los colgaderos de los núm eros. Elij a una represent ación m ent al clara y
concret a para cada palabra y use siem pre la m ism a. Al pensar en «pat a» ha de ver
la de un caballo, et c. Repasem os j unt os aquellas palabras en las que creo
convenient e ayudarle a form arse una im agen m ent al de las m ism as. Sin que ello
obst e para que ust ed prefiera ot ra, con t al que, una vez elegida, se la represent e
siem pre al referirse al naipe en cuest ión. «Pom a» es sinónim o de m anzana. Eva le
dio a Adán una m anzana o, si se prefiere, una pom a. En «pico» yo veo siem pre un
gran pico de loro. Me parece que así reúno dos acepciones, la verdadera y la

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figurada ( com o en «t ener m ucho pico») , de la palabra. En «pilt rafa» veo siem pre un
pordiosero andraj oso, barbudo, desgreñado, de cuerpo flaco; una pilt rafa hum ana,
en fin. A «Pinocho», el m uñeco de m adera, lo recuerda ust ed m uy bien, sin duda
alguna. En «plat ino» veo un pendient e de dicho m et al. En «cot a» m e represent o en
realidad t oda la arm adura de un caballero de la Edad Media. En «clim a» veo caer la
lluvia. En «cucú» m e represent o un reloj de pared en el m om ent o en que sale el
cuclillo y dej a oír su cant o. En «cala» veo el t rocit o de m ar de una cala con la blanca
vela de una barca sobre el azul del agua. En «cosecha» yo veo un cam po de t rigo,
m eciéndose dulcem ent e al soplo del vient o, cerca de la época de la siega. Pero si
ust ed est á m ás fam iliarizado con ot ros frut os de la t ierra quizá le convenga m ej or
escoger aquel del cual ret enga una im agen m ent al m ás viva. En «cuba» veo una
cuba de las del vino. En «cadet e», un alum no de una Academ ia Milit ar. En «espina»,
un t rocit o de t allo de rosal con un par de espinas grandes y afiladas. En «est ilo» veo
el punzón o est ilo que ut ilizaban los ant iguos para escribir sobre las t ablillas
enceradas. «Esposa» lo ident ifico con novia, es decir, veo a la «esposa» al pie del
alt ar con su vest ido blanco, su velo y su ram o de azahar. «Esquife» es, claro est á,
la pequeña y ligera em barcación que lleva est e nom bre. En «em but ido» m e
represent o una m orcilla. Yo creo que t odos t enem os pint ado en la im aginación el
cuadro de un Edén o Paraíso, con la serpient e y el ángel... En «duna» m e
represent o un t rozo de desiert o con est os m ont ones de arena en form a de m edia
luna que se llam an dunas; pero hay una m uy grande en m edio, m uy grande. En
«dam a» veo una dam a del siglo pasado, con un gran som brero adornado de
plum as, la cint ura de avispa y la falda, de cola, abom bada por el polisón. En
«dulce» veo un bom bón. En «desafío», dos espadachines de los t iem pos de capa y
espada bat iéndose en duelo. En «ducha», una ducha m anando. En «divo», un
cant ant e con la boca m uy abiert a, dando el do de pecho. En «dinero» una m oneda
de oro. En «dent ada» veo una rueda dent ada com o las que suelen dibuj ar para
represent ar la act ividad indust rial. En «dest ino», la guadaña de la Muert e, con la
palabra «dest ino» escrit a a t odo lo largo de la hoj a.
Una aclaración solam ent e. Si bien ust ed puede escoger ot ras im ágenes m ent ales
que no sean las indicadas aquí, procure que ninguna de ellas se parezca dem asiado
a ninguna de las elegidas para las palabras colgadero de los 52 prim eros núm eros.

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Y m ej or que no se parezca t am poco a las elegidas para los ot ros núm eros. Así se
ahorrará posibles confusiones. Ahora t iene ust ed t odo lo que necesit a para
m em orizar una baraj a ent era. Dado que cada naipe est á represent ado por un
obj et o, sim plem ent e, ¡em plee el sist em a del colgadero com o si m em orizase una
list a de cincuent a y dos obj et os! No se precisa m ás. Si la prim era cart a es el cinco
de espadas, podría ust ed ver una t ea encendida ( núm . 1) y en m edio de sus llam as
un est ilo escribiendo sobre una t ablilla cuya cera cae derret ida. Si el segundo naipe
es el ocho de diam ant es, podría ver a Noé en la proa de su barca duchándose con
una regadera. Si el t ercer naipe es el dos de espadas, podría ver a un señor ( el
«am o», 3) , arrancándose del pie una gran espina de rosal. Cuart o naipe: reina de
diam ant es. Vea una rueda dent ada aplast ando a una «oca». Quint o naipe: t res de
palos. Vea un pum a devorando a un guardia civil ( si eligió la im agen del guardia
civil com o represent ant e de la palabra «ley») . Et cét era.
Cuando exhiba sus habilidades delant e de sus am igos, t enga la palabra colgadero
para el núm ero 1 present e en el pensam ient o ant es de que em piecen a nom brar los
naipes. En cuant o oiga el nom bre del prim er naipe, asocie la palabra que le
corresponda con «t ea». A cont inuación rem em ore inm ediat am ent e la palabra
colgadero para el núm ero dos, y así sucesivam ent e. Cuando haya m em orizado t oda
la baraj a de est e m odo, ¡podrá repet ir los naipes uno por uno, desde el prim ero al
últ im o! Luego podrá indicarle a su am igo que diga un núm ero cualquiera ( inferior al
núm ero de naipes, claro est á) , y ust ed le dirá cuál es el naipe que t iene aquel
núm ero de orden en la baraj a; o que nom bre un naipe, y ust ed le dirá qué núm ero
de orden t iene.
Por supuest o, no es preciso que m em orice t oda la baraj a ent era para im presionar a
sus am igos. Si quiere realizar una dem ost ración m ás rápida puede m em orizar la
m it ad, porque es igualm ent e im posible para cualquiera que no t enga la m em oria
ent renada recordar veint iséis naipes ( o veint icuat ro, si se t rat a de la baraj a
española) .
Y si ust ed desea llevar a cabo una dem ost ración rápida, la que sigue es la m ás
rápida, la m ás im presionant e y, con t odo, ¡la m ás fácil de t odas! Se le llam a la t ret a
del «naipe perdido». Ust ed le dice a uno que quit e cinco o seis naipes, por ej em plo,
de una baraj a com plet a y se los ponga en el bolsillo. Luego le pide que le nom br e

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los que queden, y puede perm it irle que lo haga a una velocidad regular. ¡Cuando él
haya t erm inado, ust ed le nom brará los cinco o seis que falt an!
Le he dicho que est o es fácil, y lo es, efect ivam ent e. He ahí el recurso a em plear. En
cuant o hayan nom brado un naipe vea en su im aginación el obj et o que lo represent a
y en seguida ¡m ut ile ese obj et o de algún m odo! ¡No hace falt a nada m ás! Déj em e
que se lo explique al det alle. Supongam os que nom bran el cuat ro de corazones...
Vea ust ed el cuclillo saliendo de la caj a del reloj para lanzar su «cu- cú»... Pero el
reloj est á dest rozado, y el cuclillo decapit ado. Si ahora nom bran el cinco de
diam ant es, vea una dalia sin la m it ad de los pét alos, o sea, vea solam ent e la m it ad
de la flor. Si oye que nom bran luego el rey de diam ant es vea la guadaña con la hoj a
part ida por la m it ad. Est o es t odo lo que ust ed t iene que hacer. No se ent ret enga en
est as asociaciones; vea el cuadro por una cort a fracción de segundo y ya est ará
dispuest o para el naipe siguient e.
Est o puede hacerse rápidam ent e porque, por así decirlo, uno cort a una calist enia
m ent al. No hay que ut ilizar para nada, en est e caso, las palabras colgadero para los
núm eros. Claro, la velocidad con que puedan nom brarle las cart as depende
sim plem ent e de la práct ica adquirida por ust ed. Yo le aseguro que al cabo de algún
t iem po ¡verá ust ed el cuadro en su m ent e ant es de que su am igo haya t erm inado
de pronunciar el nom bre del naipe!
Luego, en cuant o le hayan nom brado t odas las cart as, repase m ent alm ent e los
nom bres de t odas las de la baraj a. La m ej or m anera de repasarlas consist e en
proceder palo por palo, desde el as hast a el rey. ¡Y cuando vea en su m ent e un
obj et o que no est á m ut ilado o rot o en ninguna de sus part es, aquél será uno de los
naipes que falt an! Por ej em plo, ust ed em pieza el repaso de la list a de palabras por
el palo de bast os. Prim era palabra: pat a. A la m ent e le viene la im agen de una pat a
cort ada por la m it ad. Segunda: pan. Ahora ve un pan devorado por los rat ones.
Tercera: pom a. Vea una m anzana dest rozada. Cuart a: pico. A la m ent e le viene la
im agen del pico de un loro enorm e, sin la m enor alt eración; por lo t ant o, el cuat ro
de bast os será una de las cart as que falt an. Su oj o m ent al se fij ará en las im ágenes
no m ut iladas con la m ism a seguridad que sus oj os físicos buscan y ven el dedo
herido ent re los sanos, cuando ust ed t iene una herida en un dedo, a m edida que

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vaya haciendo desfilar por su m ent e la serie de im ágenes. Con una vez que lo
pruebe le bast ará para convencerse.
Le recom iendo que cuando repase los nom bres de los naipes m ent alm ent e, lo haga
siem pre por el m ism o orden. No im port a por qué palo em piece, con t al que em piece
siem pre por el m ism o, y lo sepa recordar fácilm ent e. Yo siem pre lo hago en la
sucesión siguient e: Palos, Corazones, Espadas y Diam ant es. Al principio, para
recordarlo m e hice la siguient e frase: «¡Paco, es día! », que escribiré de ot ro m odo
para que ust ed vea bien qué ut ilidad m e prest aba, si es que no lo ha adivinado al
prim er golpe de vist a: PaCo Es Día.
Digam os de paso que si ust ed quisiera dem ost rar su t écnica en el j uego del bridge,
podría realizar la exhibición del «naipe perdido», quit ando t rece cart as de la baraj a.
El núm ero de cart as que quit e im port a poco. ¡Puede ust ed indicar incluso que quit en
la m it ad, y las nom brará t odas, luego que le hayan nom brado los ot ros las que
quedaron!
Por lo que he vist o en m is act uaciones en público, de t odo lo que hago lo que m ás
im presiona a los espect adores, except uando quizás el reconocer caras y nom bres,
son las dem ost raciones con naipes, las cuales result an m uy int eresant es para t odo
el m undo, t ant o si aquella persona det erm inada j uega o no j uega a los naipes.
Est oy casi seguro de que la m ayoría de ust edes han leído hast a aquí sin aprender
de verdad el nom bre de cada uno de los naipes de la baraj a. Ahora que han vist o lo
que se puede hacer con ellos, creo que los aprenderán. Y de paso, ¿no se da cuent a
ust ed cóm o puede aplicar el t ruco del «naipe perdido» a j uegos com o el pinacle, el
bridge, el casino, et c., es decir, a t odos aquellos j uegos en los cuales signifique una
not able vent aj a saber cuáles son las cart as que han salido ya? La posibilidad de una
aplicación práct ica de est e m ét odo la dej o a la consideración de ust ed.
En un capít ulo venidero encont rará ot ros t rucos y m aniobras con naipes. Una
indicación nada m ás, ant es de cerrar el present e: si ust ed quisiera recordar una
baraj a aunque baraj ada, claro est á, en orden solam ent e, lo podría conseguir con
gran rapidez em pleando el m ét odo de la cadena. Le bast aría ir asociando las
palabras colgadero de los naipes a m edida que se los fueran nom brando. Por
supuest o, con est e m ét odo, en cuant o abandone el orden est ablecido ya no los
recordaría.

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Hast a aquí siem pre he hablado de que le nom brasen los naipes, pero los recordará
igualm ent e si en lugar de nom brárselos alguno, es ust ed quien los m ira. Lo que
ocurre es que a los espect adores parece que les im presiona m ás si uno ni siquiera
m ira las cart as.
Después de haber repasado las palabras colgadero de las cart as m ent alm ent e unas
cuant as veces, puede ust ed servirse de una baraj a para ayudarse a pract icar.
Baraj e bien, vuelva las cart as cara arriba, una por una, diciendo en voz alt a, o
pensando, la palabra que le corresponde... y cuando sepa hacer est o a una
velocidad regular, sin t it ubeos, ent onces podrá decir que conoce bien las palabras
colgadero para los naipes.
Y cuando est o ocurra, ¿haría el favor de com probar la nueva habilidad aprendida
realizando ot ra vez la prueba núm ero 4 del capít ulo 3? Creo que le com placerá ver
la diferencia de punt uación alcanzada.

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Ca pít u lo 1 1
Es in t e r e sa n t e r e cor da r n ú m e r os la r gos

La m em oria es un t esorero al cual t enem os que ent regar fondos si luego


querem os que nos prest e la asist encia de que hayam os m enest er.
Rowe

Una vez, durant e una act uación m ía en el Concord Hot el, al nort e del est ado de
Nueva York, un «am igo» del público m e pidió que m em orizase el núm ero 414, 233,
442, 475, 059,125. Lo hice, por supuest o, em pleando m is sist em as. Si lo m enciono
ahora es porque había olvidado el t ruquit o que em pleaba de niño. Cuando niño yo
solía vanagloriarm e ant e m is am igos de m i m aravillosa m em oria, y le pedía a uno
de ellos ( un confabulado, claro est á) que dij ese un núm ero largo. Mi aliado se ponía
ent onces a nom brar las paradas del m et ro del ram al de la Sext a Avenida de Nueva
York. Aquellas paradas las conocíam os t odos, y cualquiera las hubiera reconocido si
el ot ro hubiese dicho prim ero «4», luego «14», después «23», y así sucesivam ent e.
Sin em bargo, al oírlas form ando grupos de t res cifras, los no iniciados no las
reconocían.
Por aquellos días, el m et ro de la Sext a Avenida, paraba en la calle 4, en la 23, en la
14, en la 34, en la 42, en la 47 y 50, en la 59, en la 125, et c. Sim plem ent e, yo iba
repit iendo est as paradas, y m is com pañeros lanzaban exclam aciones de pasm o ant e
m i m aravillosa m em oria. Todo dem uest ra que es fácil recordar núm eros si se
consigue que represent en algo, o si significan algo para nosot ros. Est o es lo que le
he ayudado a conseguir em pleando el sist em a del colgadero. Ahora ust ed sabe la
m anera de hacer que un núm ero t enga un significado, t ant o si represent a com o si
no represent a est aciones de m et ro. Yo sost engo la opinión de que ést a es la única
form a de m em orizar y ret ener un núm ero. Sí, en efect o, he oído m ent ar los
poquísim os casos de personas capaces de m em orizar un núm ero inst ant áneam ent e.
Me han hablado de una persona que era capaz de recordar y ret ener en la m em oria
núm eros largos con sólo que se los pusieran delant e de los oj os breves m om ent os.
( ¡Oj alá supiera hacerlo yo! ) Esas personas no conocen el art e de recordar,

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recuerdan, sencillam ent e, y nada m ás. Pero son, a m i ent ender, las excepciones
que confirm an la regla, y que m e reafirm an en m i opinión.
¿Cóm o se las arreglaría ust ed para m em orizar el núm ero 522, 641, 637,527? He ahí
cóm o procedía un expert o en el art e de recordar del siglo pasado. Prim ero ordenaba
a sus est udiant es que dividiesen el núm ero en cuat ro secciones de t res cifras: 522
641 637 527. Y ahora cit o t ext ualm ent e:
«Com parad el prim ero y el últ im o grupo, y al m om ent o veréis que el cuart o grupo
es m ayor que el prim ero sólo en cinco unidades. Com parando el segundo con el
t ercer grupo, hallam os que sólo difieren en cuat ro unidades. Por ot ra part e, el t ercer
grupo sobrepasa al cuart o en 100 y en 10 unidades, es decir, que añadiendo dichas
unidades el 527 se convert iría en 637, y el 7 sería la única cifra que no habría
cam biado. De m odo que si em pezam os por el cuart o grupo y pasam os al t ercero,
podrem os decir que ést e sale del cuart o añadiéndole 110. El segundo grupo sale del
t ercero añadiéndole 4 y el prim ero sale del cuart o quit ándole cinco.»
Est e sist em a, sin ninguna m odificación, siguen enseñándolo algunos expert os en
cuest iones de m em oria de nuest ros días. La prim era vez que t uve not icia de est e
m ét odo se m e ant oj ó que para pract icarlo ¡lo prim ero que uno necesit aba era t ener
ya una m em oria ent renada sólo para poder recordar las inst rucciones! En lo t ocant e
a ret ener el núm ero en la m em oria, dudo de que lo consiguiera ust ed por m ucho
t iem po; est o suponiendo que llegase a aprenderlo. Ahí no hay asociaciones ni
im ágenes est ram bót icas. Creo com prender, sin em bargo, la finalidad hacia la cual
apunt an probablem ent e esos expert os. Si uno t rat a de seguir sus inst rucciones, se
ve obligado a concent rar t oda su at ención en el núm ero. Lo cual, nat uralm ent e,
significa haber ganado la m it ad de la bat alla. Cualquier m ét odo que obligue al
est udiant e a int eresarse por el núm ero dado y a observarlo con det ención
conseguirá forzosam ent e algún éxit o. Lo que ocurre es que un m ét odo sem ej ant e se
parece m ucho a querer m at ar m oscas con el m art illo de un herrero; los m edios son
dem asiado penosos para j ust ificar el fin.
El sist em a del colgadero para m em orizar núm eros largos consist e, en realidad, en
una com binación de los m ét odos del colgadero y de la cadena. Tam bién le obliga a
uno a concent rarse en el núm ero; result a fácil de explicar ¡y la ret ención que se
consigue es pasm osa! Si ha aprendido bien las palabras colgadero desde 1 hast a

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100, est o debería ser para ust ed un j uego sin im port ancia. Si no las ha aprendido
t odavía, con est o le ent rarán ganas de saberlas. Por el m om ent o puede const ruirse
las palabras a m edida que resuelva el caso. Em plearé para explicar m i m ét odo, el
m ism o núm ero cit ado ant es.
Prim ero vam os a part irlo en grupos de dos cifras. 52 26 41 63 75 27. Ahora, cada
uno de est os grupos debería sugerirle a ust ed una palabra colgadero:

52 26 41 63 75 27
luna nuez codo sim a fiel naipe

¡Todo lo que t iene que hacer ahora es form ar un encadenam ient o con las seis
palabras! O con las que ust ed em plee, si escogió ot ras que las que yo le propuse.
Por ej em plo: vea la luna t ragando m iles de nueces; luego vea una gran nuez
clavada en el codo de una persona; en seguida vea un brazo t an largo, t an largo
que est ando doblado el codo, llega al fondo de una profunda sim a, y en aquella
sim a hay unas balanzas grandiosas cuyo fiel oscila de uno a ot ro lado del vacío, y
luego ve un fiel en cuya punt a se sost iene un diam ant e grande y brillant e com o el
sol.
Ha de ser ust ed capaz de form ar un encadenam ient o parecido en cosa de t reint a
segundos. Una vez form ado repáselo m ent alm ent e un par de veces o t res hast a
est ar seguro de que lo ha m em orizado. Al repet ir el núm ero de est e m odo, lo que
hace es t rasponer palabras colgadero al puest o de las cifras. ¡Ahora sabrá el
núm ero em pezando por delant e, y em pezando por det rás! Con una verdadera
práct ica ust ed será capaz de recordar las palabras colgadero y encadenarlas en el
breve t iem po que recorre el núm ero con los oj os, leyéndolo.
¡Ahí lo t iene ust ed! Le ha bast ado asociar seis obj et os para recordar un núm ero de
doce cifras, y lo ret endrá en la m em oria t ant o t iem po com o desee. Si ha hecho la
prueba m ient ras le iba dando la explicación, se habrá sent ido orgulloso de sí m ism o.
Digo est o porque, según algunos de los índices de int eligencia act ualm ent e en boga,
un adult o de capacidad norm al debería recordar un núm ero de seis cifras,
em pezando por delant e o por det rás, después de haberlo vist o u oído una vez. Un
adult o de capacidad superior habría de ser capaz de recordar uno de ocho cifras.

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Ust ed acaba de m em orizar un núm ero de doce cifras, y lo ret endrá en la m em oria
t ant o t iem po com o quiera; la ret ención no t iene lím it e, en nuest ro caso.
Por lo dem ás, no perm it a que nadie le induzca a desechar el procedim ient o
acusándole de hacer «t ram pa», puest o que em plea un «sist em a». Los que digan
eso será sin duda porque le t endrán envidia, puest o que ellos no saben hacerlo, con
sist em a o sin él. Son siem pre los m ism os que chillan: «Recordar m ediant e un
sist em a es ant inat ural; hay que recordar por la m em oria norm al de uno.» Bien, ¿y
quién m e dirá que m i sist em a es ant inat ural? Yo creo que es m ás nat ural recordar
que olvidar. Adem ás, em pleando m is sist em as, ust ed no hace ot ra cosa sino ayudar
a su m em oria verdadera. Com o expliqué ant es, t odo lo que uno deba recordar ha de
asociarse a ot ra cosa que ya sabía o recordaba. Est e proceso se verifica a t odas
horas en t odas las personas, unas veces de una m anera conscient e, ot ras de una
m anera inconscient e; t odo lo que nosot ros hacem os aquí es sist em at izarlo. ¡El
m ét odo exist ía ya de por sí! Los que afirm an que los sist em as para la m em oria son
cosa ant inat ural, quieren decir en realidad, pienso yo, que ellos no los conocen, o
que no saben em plearlos.
Y ahora que he salido en defensa de la facilidad de recordar t an recient em ent e
adquirida por ust ed, dem os ot ro paso adelant e. Si, com o no dudo, ha com prendido
ust ed bien la idea, ¿por qué no ut ilizar la im aginación y hacer la cosa t odavía m ás
sencilla? Si a ust ed no le desagrada, puede encadenar sólo cuat ro palabras para
m em orizar un núm ero de doce cifras. Bast a con que busque palabras que
represent en t res cifras a la vez y las asocie una con ot ra.
Por ej em plo, si t enem os el núm ero: 432, 194,956, 435, podem os desm em brarlo
así:

432 194 956 435


cam ino t abique paliza cam ello

y podríam os asociar las cuat ro palabras viendo un cam ino que arquea el lom o
enoj ado porque se le ha plant ado encim a un t abique, el cual t iene varios brazos y
un palo en cada uno, m oviéndolos frecuent em ent e ( paliza) , y ent onces se acerca un
cam ello y recibe la paliza.

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Si un núm ero largo que ust ed quiere recordar le sugiere palabras que puedan
represent ar cuat ro cifras a la vez, ¿por qué no em plearlas? De est a form a podrá
m em orizar y ret ener en algunas ocasiones hast a un núm ero de veint e cifras,
enlazando sólo cinco palabras:

42100482521492103612

¿Verdad que est e núm ero parece una cosa form idable? Pero m írelo ahora:

4210 0482 5214 9210 3612


cant ero ricachón lunát ico pint or m ast ín

Asocie cant ero a ricachón, ricachón a lunát ico, lunát ico a pint or y pint or a m ast ín...
¡Ya t iene m em orizado el núm ero de veint e cifras!
Si sus act ividades part iculares le aconsej aran a m enudo m em orizar núm eros largos,
pront o se decidiría ust ed a em plear la prim era palabra que le acudiese a la m ent e
para represent ar las dos, las t res o las cuat ro prim eras cifras. Porque no exist e
regla alguna que nos obligue a dividir los núm eros largos en grupos uniform es, es
decir, del m ism o núm ero de cifras. Para m em orizar núm eros rápidam ent e, uno
em plea cualquier palabra; generalm ent e t endrá el t iem po necesario para m edit ar un
m om ent o buscando las palabras m ás adecuadas para encadenarlas fácilm ent e. Es
ést e un det alle que debo dej ar a su propia iniciat iva e im aginación. Sin em bargo,
hast a que est é m uy versado en ello, m e creo obligado a recom endarle que em plee
las palabras colgadero para dos cifras.
Ahora puede percat arse de la im port ancia de conocer los diez sonidos básicos del
alfabet o fonét ico. Si no los sabe aún, relea el capít ulo que enseña la m anera de
aprenderlos y pract icar con ellos. Si no sabe com binar asociaciones ilógicas y
est ram bót icas, vuelva a leer el capít ulo que t rat a de est a cuest ión. Si conoce bien
dichos sonidos y las palabras colgadero, y sabe est ablecer asociaciones, com pruebe
sus progresos repit iendo la prueba núm ero 3 del capít ulo 3 y vea si m ej ora la
punt uación ant erior.

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Ca pít u lo 1 2
Algu n os colga de r os pa r a ca sos e spe cia le s

La m em oria est á siem pre present e, y siem pre dispuest a y deseosa de


ayudar; no falt a sino que se lo pidam os m ás a m enudo.
Roger Broile

Muchas veces, cuando m e han ret ado a que dem ost rase que, m ediant e el uso de
algún sist em a sim ilar al del colgadero, t odo el m undo es capaz de recordar bien, he
em pleado un m ét odo que ha enseñado a un escépt ico a m em orizar diez obj et os
diversos, em pezando por el prim ero, em pezando por el últ im o, o diciéndolos
desordenadam ent e, en cosa de unos cinco m inut os. Lo que hice ent onces fue
colocar diez obj et os pequeños en fila sobre una m esa, obj et os t ales com o una
sort ij a, un reloj , un cigarrillo, una caj a de cerillas, un peine, et c. Y le dij e a la
persona en cuest ión que aquellos obj et os habían de represent ar los núm eros desde
uno hast a diez.
Luego le enseñaba a asociar la cosa que yo nom braba con el obj et o de encim a de la
m esa que represent aba el núm ero de orden de aquella cosa. En ot ras palabras, si
yo decía «m áquina de escribir» com o correspondient e al núm ero 7, y el sépt im o
obj et o de la fila era la sort ij a, él había de asociar «m áquina de escribir» a sort ij a.
Después, cuando yo le pregunt aba si recordaba el núm ero 7, él cont aba los obj et os
de la m esa hast a el sépt im o, la sort ij a, y ést a le hacía recordar la m áquina de
escribir.
Por lo com ún est o convencía al escépt ico de que era capaz de recordar m ucho
m ej or de lo que él m ism o se figuraba; pero t odos solían pregunt arm e a
cont inuación si t endría que llevar encim a aquellos obj et os. Nat uralm ent e, si la
persona que acababa de com probar la verdad de m i asert o hubiese grabado en su
m em oria aquellos diez obj et os, habría t enido una list a de diez colgaderos a los
cuales asociar ot ros diez obj et os cualesquiera. Pero result a difícil m em orizar diez
cosas com plet am ent e dist int as y sin relación alguna ent re sí con el fin de em plearlas
com o palabras colgadero; y, en est e caso, no habría valido la pena t om arse t ant a
m olest ia.

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No obst ant e, y según he m encionado ya en ot ra part e del present e libro, fue


Sim ónides quien se sirvió prim ero de un art ificio de est a nat uraleza, ut ilizando las
habit aciones de su casa y los m uebles de cada habit ación com o colgadero. Y su
procedim ient o seguiría dando buenos result ados en nuest ros días; pero t iene el
inconvenient e de result ar un poco lim it ado. Adem ás, los m uebles son dem asiado
parecidos ent re sí para proporcionar una list a út il. Exist e la posibilidad de
confundirse y, por ot ra part e, se necesit a ciert o t iem po para saber qué núm ero
represent a cada habit ación.
Han surgido ideas verdaderam ent e originales acerca de cóm o form ar una serie de
colgaderos. Tengo not icia de que hubo un hom bre que se valía de veint iséis m uj eres
conocidas suyas, los nom bres de las cuales em pezaban cada uno con una let ra
dist int a del alfabet o. Est o le proporcionaba una list a de veint iséis colgaderos. Si
quería recordar, por ej em plo, que a «m áquina de escribir» le correspondía el
núm ero 19, asociaba «m áquina de escribir» a Paulina. Est e procedim ient o puede
result ar t am bién; pero ot ra vez hem os de señalar los m ism os inconvenient es del
ant erior: dem asiada sim ilit ud. Para que funcione con éxit o, cada colgadero ha de
suscit ar en la m ent e un cuadro com plet am ent e dist int o.
Ot ros m ét odos se basan en ideas dist int as a la del alfabet o fonét ico y pueden
ut ilizarse perfect am ent e; pero result an de una ext ensión dem asiado lim it ada. Por
ej em plo, se m e ha present ado a veces el caso de necesit ar unas cort as list as de
colgaderos para ayudarm e a recordar de veint e a veint iocho cosas. Son m ét odos
que he em pleado con frecuencia. El prim ero consist e en ut ilizar las let ras del
alfabet o. Todo se reduce a buscar una palabra para cada let ra, de form a que t enga
un sonido parecido al de la let ra m ism a, o, por lo m enos, que no m e haga pensar.
Observe la list a siguient e:

A — ala M — m em o
B — boa N — nena
C — heces Ñ — uña
CH — chocha O — oj o
D — de P — Pepa ( m uñeca o chica
que lleve est e nom bre

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E — Eva Q — cuco
F — faz R — reo
G — guía S — asa
H — hacha T — té
I — ión U — hum o
J — j ot a ( baile) V — uva
K — kilo X — axis
L — lío Y — yegua
Ll — llave Z — cebra

Si repasa dos o t res veces la list a ant erior pront o la t endrá en la m em oria. Elij a una
im agen para cada palabra, y use siem pre la m ism a. Con ello t endrá una list a que le
perm it irá m em orizar veint iocho obj et os. Si se fij a bien, not ará que he cuidado de no
repet ir aquí ninguna de las palabras colgadero em pleadas para los núm eros. Por
supuest o, acaso ust ed m ism o sepa encont rar ot ras palabras m ás adecuadas para
alguna de las let ras que las que yo le propongo. Tenga en cuent a, de t odos m odos,
que no debe producirse ninguna confusión con la list a fundam ent al de palabras
colgadero, que es la que sirve para los núm eros del uno al cien.
Digam os de paso, que si asocia las palabras ant eriores em pezando por cebra y
t erm inando en ala, será capaz de recit ar el alfabet o en sent ido regresivo, lo cual es
ya de por sí t oda una hazaña. Adem ás, si le parece bien, puede asociar cada una de
esas palabras al colgadero del núm ero que le corresponde. De est a form a sabría
inm ediat am ent e la posición de aquella let ra. Asociaría, pues, ala a «t ea»; boa a
«Noé»; heces a «am o», et c.
Ot ro procedim ient o que aplico es el de form ar una list a de nom bres de form a que
los obj et os por ellos indicados m e recuerden por su figura el núm ero que quiero que
represent en. Puede hacerse así con m uchos núm eros, y en el caso de aquellos para
los cuales uno no encuent ra obj et o adecuado, puede forj arse un cuadro m ent al que
se los recuerde. Para el núm ero 1 puede uno represent arse un lápiz, porque puest o
en posición vert ical t iene casi el m ism o aspect o que la cifra 1. Para el 2 puede ust ed
represent arse un cisne; un cisne nadando en un lago t iene la siluet a m uy parecida a
la cifra 2. Para el 3 yo suelo represent arm e un t rébol de t res hoj as. Una m esa, o

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m ej or aún, una silla, o cualquier ot ra cosa que t enga cuat ro pat as, puede servir
para significar la cifra 4. Para la cifra 5 puede represent arse una est rella de cinco
punt as. Esforzando un poco la im aginación, un yo- yo con su cordelit o t iene la
siluet a de la cifra 6. Un palo de golf cabeza arriba t iene una form a sim ilar al 7. Si el
palo de golf no le result a dem asiado fam iliar, sin duda habrá vist o algunos m odelos
de pipas que, puest os vert icalm ent e sobre una m esa t am bién t endrían una figur a
m uy sem ej ant e a la cit ada cifra. Para el 8 podría represent arse un reloj de agua o
de arena. Acaso t am bién haya vist o m adej as de lana, o aquellos lacit os que form an
los fideos, que le recuerden bien la cifra 8. Para pint arm e el 9 suelo pensar en una
cint a m ét rica; m e refiero a esas cint as m ét ricas de m et al elást ico que van
enrolladas dent ro de una caj it a t am bién m et álica de form a cilíndrica. Si uno hace
salir unos cent ím et ros la cint a, el conj unt o t iene una figura m uy parecida al 9. Un
bast ón y una pelot a, puest o el prim ero delant e de la segunda, pueden represent ar
el 1 y el 0 del núm ero 10. Acaso pudiera ust ed im aginarse t am bién un fut bolist a en
posición de firm es y el balón. Para el 11 m e represent o dos t rozos de spaghet t i
puest os uno al lado del ot ro. Acaso le result ase m ej or a ust ed represent arse a dos
soldados con el fusil al hom bro. Para el 12 uno puede pensar en un reloj señalando
las doce.
Para el 13 —haciendo una
concesión a los
superst iciosos— puede
escoger un gat o negro. Para
el 14 yo solía im aginarm e
un río o una carret era —que
era el 1— corriendo al lado
de una m asía cuyos edificios
form aban un 4. Si ust ed
logra im aginarse el cuadro
que digo vist o desde un
avión, se dará cuent a de que el río —o carret era— y los edificios t ienen en conj unt o
una figura m uy parecida al núm ero 14.

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Acaso pudiera represent arse t am bién un bast ón —que sería el 1— apoyado en el


respaldo de una silla. La silla sería el 4.
Yo solía verm e a m í m ism o subiendo a un ascensor y diciendo: «Piso núm ero 15,
por favor», para represent arm e el núm ero 15. De esa cost um bre procede que ahora
la sim ple im agen del ascensor represent e para m í el núm ero 15. Pero en est e
m om ent o m e doy cuent a de que a ust ed quizá le gust e m ás ot ra im agen. Figúrese
que ve cóm o se saludan dos personas m uy afect uosam ent e, con aquella clase de
saludo que no es t ant o com o darse un beso, pero es m ás que est recharse
sencillam ent e la m ano; es decir, una de las dos personas —la m ás afect uosa, o la
que quiere t om ar ant e la ot ra un aire pat ernal y prot ect or— coge la m ano de la ot ra
en las suyas. Ent onces ent re las t res m anos son quince dedos. Para el 16 yo m e
represent aba una casa m uy baj it a y rara con un núm ero 16 m uy grande. Pero si
t uviera que escoger ahora —o recom endarle una im agen a ust ed— quizá prefiriese
figurarm e una señorit a m uy delgada, m uy delgada —que sería el 1— con un yo- y o
colgado de la espalda, y el yo- yo sería el 6.
Yo he ut ilizado est a list a durant e años para ayudarm e a m em orizar dieciséis
obj et os. Pero no hay m ot ivo alguno para lim it arse a dieciséis. Por el m ism o
procedim ient o ust ed puede hacer una list a de veint e o m ás, si le place. Ninguna
im agen, ninguna represent ación será dem asiado est rafalaria si le sugiere a ust ed la
idea de un núm ero det erm inado. Con ello llenará la función que se le pide. Pues
bien, ponga su im aginación en act ividad.
Por si acaso, y com o orient ación, aquí est á la list a t al com o la em pleaba, hast a el
16.

1. Lápiz. 9. Cint a m ét rica.


2. Cisne. 10. Palo y pelot a.
3. Trébol. 11. Espaguet i.
4. Mesa. 12. Reloj .
5. Est rella. 13. Gat o negro.
6. Yo- yo. 14. Masía y río.
7. Palo de golf. 15. Ascensor.
8. Reloj de arena. 16. Caj it a con el núm ero.

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Todavía podría indicarle ot ros procedim ient os; pero no quiero. Si necesit a ust ed
form arse ot ras list as, ut ilice su propia im aginación. De t odos m odos, est oy seguro
de que adviert e perfect am ent e que el alfabet o fonét ico y el sist em a de est ablecer
equivalencias ent re let ras y núm eros expuest os ant eriorm ent e es un m ét odo m uy
superior a cualquiera de los m encionados en el present e capít ulo. La list a
fundam ent al de palabras colgadero podría am pliarse hast a el m illar, o m ás, si a uno
le int eresase, y est a list a t iene la vent aj a de que t an pront o uno oye una de las
palabras que la form an, las consonant es de la m ism a le dicen inm ediat am ent e qué
núm ero represent a. El alfabet o fonét ico le proporciona a ust ed la posibilidad de
form arse en un m om ent o una palabra para un núm ero det erm inado. No t iene ust ed
necesidad de buscarlas y recordarlas por adelant ado; puede buscarlas o invent arlas
en el m ism o inst ant e que las necesit a.
Sin em bargo, los dos recursos que le he indicado en est e capít ulo pueden serle
út iles sí alguna vez necesit a una list a cort a rápidam ent e, o si le conviene ut ilizarla
en conj unción con la serie de palabras colgadero. Est o últ im o puede ut ilizarse en
algunos sorprendent es alardes de m em oria, com o verá ust ed en un capít ulo
venidero.
Ant es de cerrar ést e, quiero asegurarle que ninguno de los recursos explicados
result a dem asiado est ram bót ico, ni forzado. Cualquiera de ellos le prest ara un buen
servicio si decide em plearlos. A m i j uicio, apart e de las palabras colgadero, los dos
recursos m ej ores son los explicados aquí; pero cualquier list a ordenada de palabras
que ust ed conozca form ando una sucesión puede servirle com o serie de colgaderos
para casos especiales. Conozco a un individuo que se vale para ello de su propio
cuerpo. Em pezando por la cabeza, em plea: cabello, frent e, oj os, nariz, boca, et c.,
hast a las uñas de los dedos del pie. Así, si un obj et o ha de llevar el núm ero 3, lo
asocia a «oj os», si hubiera de llevar el núm ero 7, lo asociaría a «cuello», et c.
Algunos expert os en dem ost raciones de m em oria que act uaban en los ant iguos
vodeviles ut ilizaban el m ism o t eat ro para ayudarse a recordar obj et os nom brados
por el audit orio. Por ej em plo: ut ilizaban el escenario para represent ar el núm ero 1,
candilej as para el 2, orquest a para el 3, proscenio para el 4, anfit eat ro para el 5,

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et c. Todo lo del t eat ro est aba en la list a: los cort inaj es, las lám paras, los rót ulos
indicando las salidas, hast a los cuart os de aseo...
Y, por supuest o, una de las list as m ás frecuent es ( y m ás lim it ada) de colgadero es
la que em plea palabras que t engan un sonido parecido al de los respect ivos
núm eros. Por ej em plo: t urno, por uno; coz, por dos; t ez, por t res; t eat ro, por
cuat ro; y así sucesivam ent e, hast a llegar a diez, que es lo m ás que uno suele
alcanzar con est e procedim ient o.
En fin, creo que el m ot ivo principal que m e ha inducido a exponerle t odos est os
ot ros procedim ient os para form ar list as de palabras es el de hacerle com prender
m ej or la eficacia del alfabet o fonét ico. Según m i experiencia, no hay ningún ot ro
procedim ient o que se le aproxim e, por sus ilim it adas posibilidades y por su
elast icidad.
En el capít ulo siguient e verá ust ed de qué m odo una de las list as aprendidas ahora,
o part e de ella, puede ser em pleada en com binación con el alfabet o fonét ico.

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Ca pít u lo 1 3
Re cor da r fe ch a s e s in t e r e sa n t e

—¿En qué día est am os?


—Caram ba, m e ha cogido ust ed; no m e acuerdo.
—Vaya, ¿por qué no lo m ira en ese diario que lleva en el bolsillo y saldríam os de
dudas?
—¡Ah, no; no nos serviría de nada; es el diario de ayer!

Aunque t odos som os capaces de decir qué día es hoy m irando un periódico de ayer,
¿cuánt os de ust edes sabrían decir rápidam ent e, o con lent it ud, qué día de la
sem ana corresponderá a cualquier fecha del «present e año»? No m uchos, est oy
seguro. Si ust ed cree que el t ener est a inform ación en las punt as de los dedos sin
casi cost arle el m enor esfuerzo vale la pena, siga leyendo. Com o ust ed
com prenderá, hay varios m ét odos diferent es para calcular en qué día de la sem ana
caerá una fecha det erm inada, y no es el m enos im port ant e de t odos el de cont arlo
con los dedos.
Algunos de los sist em as m encionados result an t an com plicados que parece m ucho
m ás sim ple t om arse la m olest ia de buscar un calendario y consult arlo allí. En
cam bio, exist en m aneras de conocer realm ent e el día de la sem ana, ¡de cualquier
fecha del siglo veint e! A m í no m e parece que est o t enga ningún valor práct ico
considerable, aunque quizá pueda t enerlo para algunos de ust edes. Sin em bargo,
ut ilizado com o un alarde de m em oria, result a de un afect o alt am ent e espect acular.
En est e capít ulo m e propongo enseñarle a ust ed el m odo de hacerlo, pero prim ero,
para su aplicación práct ica, expongo una m anera m uy sencilla de encont rar en qué
día de la sem ana caerá una fecha det erm inada del año 1960 6 . Es un procedim ient o
t an fácil que la m ayoría de m is lect ores se m aravillarán de no haberlo sabido
im aginar por sí m ism os. Helo aquí.
Todo lo que ust ed t iene que hacer es m em orizar el núm ero 376315374264 de la
m anera que le he enseñado. Puede ust ed descom ponerlo en grupos de dos cifras y
servirse de las palabras colgadero aprendidas aquí, encadenándolas

6
Recordem os que est a obra fue publicada en 1959. ( N. del T.)

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convenient em ent e, o puede form ar palabras que com prendan m ás de dos cifr as
cada una. En est e caso a m í no se m e ocurre ot ra cosa que descom poner el núm ero
en seis grupos de dos cifras y enlazar las palabras colgadero, correspondient es.
Dichas palabras son: m ofa, sim a, t ela, m ofa, cuna, saco. Vea ust ed, por ej em plo, la
persona de cara grot esca que escogió para represent arse el núm ero 37 haciendo
m uecas de m ofa y sacando una lengua m uy roj a, y t an larga que llega al fondo de
una profunda sim a donde queda aprisionada, casi llenando el vacío. Vea una sim a
de cuyas peñas caen innum erables cascadas form ando un río al fondo; pero ni las
cascadas ni el río son de agua, sino de inacabables y policrom as piezas de t ela que
corren rápidam ent e. Vea luego la persona que represent a para ust ed la m ofa, pero
ahora su cara, y t oda ella, es de t ela est am pada; es com o un m onigot e de t ela
( siem pre con la lengua fuera, haciendo m uecas burlescas) . Ahora la persona
represent ant e de la m ofa est á t endida en el suelo en posición supina, con la cabeza
inclinada, las piernas encogidas en ángulo rect o y las m anos apoyadas en las
rodillas... En fin, form ando una cuna vivient e y burlesca que se m ece con rapidez.
Luego vea una cuna, y dent ro, un saco pegando berridos. En cuant o haya
m em orizado el núm ero, est ará ust ed en condiciones de decir el día de la sem ana de
una fecha del prim er dom ingo de cada uno de los doce m eses. En enero, el prim er
dom ingo es el día 3; en febrero, el 7; en m arzo, el 6; en abril, el 3, et c. Ya sabe
ust ed el prim er dom ingo de cada m es. ; Cóm o puede ayudarle est o a saber en qué
día cae una fecha det erm inada de 1960? ¡Muy sencillo! Supongam os que desea
ust ed saber en qué día cae el 22 de agost o. Sabe ya que el prim er dom ingo de
dicho m es es el 7. Ent onces el ot ro dom ingo será el 14, y el ot ro el 21. De m odo
que el 22 de agost o caerá en lunes.
¿Quiere ust ed saber en qué día de la sem ana caerá la Navidad del año 1960?
Gracias al núm ero de doce cifras ust ed sabe que el prim er dom ingo de diciem bre es
el día 4 del m es. Por lo t ant o, el 11, el 18 y el 25 t am bién serán dom ingo. ¡La
Navidad, en 1960, cae en dom ingo!
Así opero yo m ent alm ent e cuando quiero saber una fecha cualquiera del año 1960,
em pleo las palabras: m ofa, sim a, t ela, m ofa, cuna, saco para recordar cada una de
las doce cifras. Y sé que la palabra m ofa m e da los prim eros dom ingos de los dos
prim eros m eses: enero y febrero. La palabra gim a m e da los prim eros dom ingos de

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m arzo y abril: la palabra t ela, los de m ayo y j unio. La palabra m ofa, ot ra vez, m e da
los de j ulio y agost o. Cuna, los prim eros de sept iem bre y oct ubre. Y saco, los dos
prim eros de noviem bre y diciem bre.
Por lo t ant o, si quisiera saber, pongam os por caso, en qué día de la sem ana cae el 9
de noviem bre, pensaría al m om ent o en la palabra «saco». Ella m e diría que el
prim er dom ingo de noviem bre es el día 6; con lo cual el 7 será lunes; el 8, m art es,
y el 9 será m iércoles.
Suponiendo que para sus act ividades part iculares significara una vent aj a el saber el
día de la sem ana en que caiga una fecha del año en curso y del venidero, coj a ust ed
un calendario del venidero y m em orice el núm ero de doce cifras form ado por los
prim eros dom ingos de los doce m eses. Est o puede hacerse con t odos los años
consecut ivos que a uno le int eresen. Y aun suponiendo que no encont rase
calendarios de los años venideros; con el últ im o dom ingo de diciem bre de un año
puede saber m uy fácilm ent e la fecha del prim er dom ingo de enero del año
siguient e; y de ahí iría sacando los ot ros prim eros dom ingos. Hay que acordarse de
ver si el año cuyos prim eros dom ingos de cada m es busquem os es bisiest o o no. De
t odas form as, no creo que est o pueda t ener verdadero int erés práct ico para m ás de
dos años. Con t odo, voy a explicarle en seguida un m edio práct ico de saber en qué
día de la sem ana caerá una fecha dada —la que sea— de cualquier año del present e
siglo.
Para dej arlos m ás pasm ados, puede ust ed asegurar a sus am igos que aprendió de
m em oria t odos los calendarios del siglo veint e. Para dem ost rárselo, dígales que
m encionen una fecha det erm inada; una que ellos sepan en qué día de la sem ana
caerá o cayó. Lo cual es necesario, nat uralm ent e, para que puedan com probar si
ust ed cont est a bien. La m ayoría de las personas se acuerdan del día que se
casaron, o que consiguieron un t ít ulo, o de ot ros acont ecim ient os im port ant es.
¡Cuando le nom bren la fecha, ust ed les cont est a casi inm ediat am ent e qué día de la
sem ana fue!
Para realizar est a dem ost ración ha de saber un par de cosas adem ás del año, m es y
día. Ha de saber un det erm inado núm ero para el año, al cual m e referiré com o «la
clave del año», y ot ro núm ero det erm inado para el m es, al cual llam aré «la clave
del m es».

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Quizá si le explicase la m anera de proceder ant es de m et erm e en det alles t écnicos,


ust ed lo ent endería m ás fácilm ent e. He ahí cóm o se procede: supongam os que
ust ed quiere saber qué día de la sem ana era el 27 de m arzo de 1913. Supongam os
t am bién que sabe que la clave del año para 1913, es 2, y que la clave del m es para
m arzo es 4. Ust ed sum aría est as dos claves, que le darían un t ot al de 6. Ahora
sum aría est e t ot al de 6 a la fecha del día, que en est e caso es 27 ( m arzo 27) . Est a
sum a le daría 33. El paso final consist e en sacar t odos los siet es de 33. El siet e
ent ra en el 33 cuat ro veces ( 4 x 7 = 28) . Quit e ahora 28 de 33, y le queda un rest o
de 5. ¡Ést e es su día, el quint o día de la sem ana es j ueves! Ah, una advert encia,
para realizar est a exhibición hem os de considerar com o si el prim er día de la
sem ana fuese el dom ingo; el lunes, el segundo; m art es, el t ercero, et c., y el
sábado, el sépt im o.
¡El 27 de m arzo de 1913 cayó en j ueves! Por favor, am igo m ío, no considere
com plicado est e procedim ient o, no lo es. En realidad, j am ás t endrá que sum ar
núm eros m ás elevados de siet e. Las claves para los años o los m eses pueden ser 0,
1, 2, 3, 4, 5, 6, pero no se llega nunca a siet e; los siet es se quit an t an pront o com o
sea posible. Si t uviéram os que sum ar una clave del año que fuese 5 con una clave
de m es que fuese 6 el t ot al nos daría 11; pero inm ediat am ent e rest aríam os siet e, y
nos quedarían 4. El núm ero con el cual seguiríam os t rabaj ando sería el cuat ro; los
dos los dej aríam os ya olvidados. Si la fecha que le dan es m ayor de siet e, puede
ust ed quit ar t odos los siet es. Por ej em plo, si le dan la fecha del 16, puede ust ed
quit ar los siet es ( 2 x 7
= 14) y em plear solam ent e el rest o de 2. En el caso recién m ent ado de que la clave
del año fuese 6 y la del m es 6 —recordará que hem os sum ado el 5 y el 6, luego
hem os rest ado 7, quedando un result ado final de 4—, le bast aría a ust ed sum ar 4 y
2, con lo cual vería que el día de la sem ana es el sext o, o sea, el viernes. Siem pre
t eniendo en cuent a la alt eración que int roducim os de em pezar a cont ar por el
dom ingo.
Le pondré unos ej em plos práct icos m ás después de haberle dado a conocer las
claves de los m eses, las cuales perm anecen siem pre invariables.
Enero — 1 t Julio — 0 r
Febrero — 4 c Agost o — 3 m

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Marzo — 4 c Sept iem bre — 6 s


Abril — 0 r Oct ubre — 1 t
Mayo — 2 n Noviem bre — 4 c
Junio— 5 l Diciem bre — 6 s

Voy a proporcionarle un auxiliar de la m em oria para recordar cada una de las


claves. El m ét odo que sigue se funda en una cosa, y ot ro que le indicaré luego se
funda en ot ra. Ust ed podrá em plear el que le parezca m ej or, u ot ro que se le
ocurra.
Enero es el prim er m es del año; de ahí que result e fácil recordar que el núm er o
clave para enero es el 1. Febrero es un m es frío, en el que a veces nieva, o hace
vient o, un vient o frío; y la palabra «frío» t iene cuat ro let ras. Con lo cual el núm ero
clave para febrero es el cuat ro.
Abril es conocido por sus flores. Aunque no siem pre la realidad corresponde a la
im agen corrient e, abril suele t raernos la im agen de una j ovencit a con una regadera
en la m ano, regando las flores de su j ardín. Hast a parece que la prim avera se ha
convert ido en una j ovencit a y que va por el cielo, regadera en m ano, solt ando un
chorro ahí, ot ro allá. Y a las j ovencit as se les cuent a los años por «abriles». ¿Verdad
que ha leído y oído ust ed m uchas veces «quince abriles», «dieciséis abriles»...?
Pues bien, la palabra «abriles» t iene siet e let ras. Pero com o hay que quit ar los
siet es, 7- 7 = 0. De ahí que la clave para abril es 0.
La clave para m ayo es 2. Sin duda en cuant o ust ed piensa inopinadam ent e en el
m es de m ayo la prim era fecha que, com o a buen español, le viene al pensam ient o
es la del «dos de m ayo». Y quizá recuerde incluso aquellas est rofas de: «Guerra
grit ó ant e el alt ar...» Si es así, no t endrá ninguna dificult ad en recordar que el
núm ero clave para el m es de m ayo es 2.
Junio t iene cinco let ras. No necesit a m ás para acordarse de que la clave para el m es
de j unio es 5.
Para j ulio puede ust ed ayudar su m em oria pensando en los navarros, que, sin duda,
le son m uy sim pát icos. Cant e ust ed m ent alm ent e aquello de: «Uno de enero, dos de
febrero, t res de m arzo, cuat ro de abril, cinco de m ayo, seis de j unio, siet e de j ulio,

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¡San Ferm ín! » ¡Siet e de j ulio, San Ferm ín! Pero com o hay que quit ar t odos los
siet es, he aquí que 7 - 7 = 0. Y el núm ero clave para el m es de j ulio es 0.
Agost o, agost o... Ah, pero no t enem os solam ent e los españoles hazañas guerreras
de que enorgullecem os, sino t am bién grandes vict orias conseguidas en las
herm osas bat allas de la paz y el progreso. Así, ant es de un dos de m ayo, habíam os
t enido un 3 de agost o. ¡Un t res de agost o en que un puñado de valient es, t ripulando
t res carabelas, part ieron rum bo a la gran avent ura, hacia el cont inent e que hoy se
llam a Am érica! Sin duda ust ed recordará m uy bien la fecha del 3 de agost o com o la
de la salida de Colón y sus com pañeros del puert o de Palos, con t res carabelas. Y si
se le había borrado un poco, est ará cont ent o, no cabe duda, de volver a grabarla en
su m ent e. Con lo cual le será m ucho m ás fácil recordar que el núm ero para agost o
es el t res.
Y cont inuando los recuerdos hist óricos, creo que ust ed no se m olest ará si le
recordam os que el general Miguel Prim o de Rivera dio el golpe de Est ado que
inst auró la Dict adura el día 13 de sept iem bre de 1923. Pero com o hay que quit ar
t odos los siet es, 13 — 7 = 6. El núm ero clave para el m es de sept iem bre es el 6.
Quizá podam os añadir que en nuest ro país es, sin duda, uno de los m eses en que
hay m ás fiest as; es el m es de las fiest as m ayores. Y hast a el cam po parece est ar de
fiest a. Uvas, m elones..., en fin, frut as de t odas clases. «Fiest a.» La palabra fiest a
t iene seis let ras. Ot ro det alle que nos recuerda que la clave para sept iem bre es 6.
Oct ubre. Oct o, com o ust ed sabe m uy bien, significa ocho. Quit ando los siet es ( 8- 7
= 1) queda uno. La clave para el m es de oct ubre es 1.
Noviem bre es el undécim o m es del año. Si de once quit am os siet e, quedan cuat ro.
De ahí que el núm ero clave para noviem bre es 4.
Finalm ent e, la gran fest ividad del m es de diciem bre es la Navidad, la gran fiest a del
m undo crist iano. Som os crist ianos porque creem os en Crist o, el aniversario de cuyo
nacim ient o celebram os aquel día. La palabra «Crist o» t iene seis let ras, y con ello
recordam os que la clave para el m es de diciem bre es 6.
Aunque quizás algunos de los ej em plos que acabam os de poner puedan parecerle a
ust ed un poquit ín t raídos por los pelos, no por ello dej arán de ayudarle a recordar
las claves. Ot ro recurso para lograr el m ism o obj et ivo consist irá en form ar una
palabra de sust it ución para cada m es ( el sist em a de las palabras sust it ut ivas se lo

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explicaré con det alle en el capít ulo próxim o) y asociarla a la palabra colgadero que
represent a su núm ero clave. Para el cero em plee cualquier palabra que cont enga
com o única consonant e la R. «Aro» es m uy indicada, porque, adem ás, es m uy fácil
represent ársela m ent alm ent e.
A cont inuación le dam os algunas indicaciones acerca de cóm o sust it uir los nom bres
de los doce m eses por ot ras palabras que nos los recuerden.

 Enero. Deform ando un poco la palabra se t iene «Genaro». Vea ust ed a un


Genaro con una «t ea» encendida plant ada en la chim enea com o única
lum bre, calent ándose las at eridas m anos.
 Febrero. Una palabra que se le parece un poco es «orfebre». Asóciela con
«oca». Vea, por ej em plo, a un orfebre cincelando una oca que grazna
desesperadam ent e y em prende la huida. O vea una oca cincelando una
bandej a de plat a.
 Marzo. Marcha. Vea la cosa asociada ( oca) en m archa. Mej or una form ación
de ocas desfilando m arcialm ent e.
 Abril. Yo creo que puede ust ed volver a em plear la im agen de ot ra serie de
ej em plos que hem os dado para est e m es, o sea, la j ovencit a —puede
im aginarse a una j ovencit a que se llam a Abriles— con la regadera en la m ano
y las flores ant e sí, que al m ism o t iem po j uega con un aro.
 Mayo. Mayonesa. Podría ver ust ed a Noé m uy at areado con un enorm e
alm irez, haciendo salsa a la m ayonesa.
 Junio. Puede ust ed en j unio usar la im agen de unos segadores o de un cam po
de t rigo a punt o de segar —yo creo que am bas nos hacen pensar siem pre en
el m es de j unio—, o t am bién figurarse la diosa Juno, y asociarlas con la
palabra colgadero para el núm ero cinco, que es la clave de est e m es.
 Julio. Julio César. ¡Qué bien! La im agen de un em perador rom ano, ¡j ugando
con un aro ( 0) com o los niños!
 Agost o. Angost o. Vea al am o pasando por el oj o de una cerradura.
 Sept iem bre. Siet e y ham bre, set iam bre. Vea un oso defendiéndose
desesperadam ent e de un siet e enorm e cuyo t ravesaño superior se abre
form ando una t errible boca y at aca al pobre oso.

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 Oct ubre. Oct aedro. Asócielo convenient em ent e.


 Noviem bre. Nuevo m iem bro. I m agínese el act o de ingreso en cualquier
sociedad que ust ed conozca —o por ej em plo en una Academ ia—; el nuevo
m iem bro suelt a su discurso delant e del president e, que es una m aj est uosa
oca.
 Diciem bre. En el caso de est e m es quizá valdría la pena aprovechar la
circunst ancia de que sea el últ im o, el que hace doce, y ver a un oso ( núm ero
6, clave del m es) em pollando, com o una clueca, una docena de huevos sobre
la esfera de un reloj que señala las doce.

En fin, puede ust ed ut ilizar uno de est os dos m ét odos u ot ro que se le ocurra.
Y aquí, el t raduct or y adapt ador de la present e obra, recoge la invit ación del aut or y
se propone ver si t am bién él le ayuda a ust ed a encont rar ot ro m ét odo para
recordar las claves de los m eses. Hay que pensar que al aut or no le m olest ará est a
int rom isión, pues vem os que no hace secret o de sus m ét odos y sist em as, ant es al
cont rario, expone los principios en que los funda. Est e nuevo m ét odo quizá no le
sirva a ust ed para recordar m uy rápidam ent e la clave de cada m es, pero en cam bio
podrá servirle m ej or que ninguno si en un m om ent o dado hubiese llegado a olvidar
las claves y hast a las im ágenes que habían de recordárselas... Con t al que recuerde
que a enero le corresponde la clave 1, cosa m uy puest a en razón y que parece m uy
fácil de recordar, siendo enero el prim er m es del año. Habrá que recordar t am bién
el convenio est ablecido según el cual cont am os —al aplicar est e sist em a para saber
en qué día de la sem ana cae una fecha dada— las sem anas com o si em pezasen el
dom ingo y t erm inasen el sábado. Recordando est os dos punt os de apoyo
necesarios, vam os a suponer que est am os en un año en el cual el prim ero de enero
fue al m ism o t iem po el prim er día de la sem ana ( el dom ingo, en nuest ro caso) .
Evident em ent e, sum ándole a uno cualquier m últ iplo de siet e ( la sem ana t iene siet e
días) volvem os a t ener ot ro día prim ero de la sem ana. Siendo 28 m últ iplo m áxim o
de siet e com prendido dent ro de los lím it es del m es, podrem os decir 28 + 1 = 29.
Por lo t ant o, el 29 vuelve a ser dom ingo, y, en consecuencia, el 1 de febrero será
m iércoles, cuart o día de la sem ana, si consideram os el dom ingo com o prim er día de
ést a. En la práct ica, el cálculo se dispone de una m anera m ucho m ás rápida: 31 -

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28 = 3. Y 3 + 1 ( clave de enero; en nuest ro supuest o, prim er día de la sem ana) =


4. Com o febrero, en los años norm ales, t iene exact am ent e 28 días, m últ iplo exact o
de siet e, se com prende m uy bien que el prim ero de m arzo caerá en el m ism o día de
la sem ana que cayó el prim ero de febrero. De ahí que la clave para m arzo sea la
m ism a que para febrero. Marzo t iene 31 días. Una rest a, 31- 28 = 3, nos dice que
son cuat ro sem anas ent eras y sobran t res días, los cuales, sum ados a los cuat ro
que arrast ram os desde enero, dan siet e. Y 7 - 7 = 0. Cero, clave de abril. Abril t iene
30 días. 30 - 28 = 2. El núm ero 2 es la clave de m ayo. Mayo t iene 31 días. 31- 28 =
3. Sum ando a est os t res los dos ant eriores, 3+ 2 = 5. Clave de j unio, 5. Junio t iene
30 días. 3+ 28 = 2. Sum ando a los cinco acum ulados ent re m ayo y j unio, 5+ 2 = 7.
Ahora 7- 7 = 0.
Y así sucesivam ent e.
Llegam os ya a las claves para los años. Le daré t odas las claves para los años, de
1900 a 1987?. Pongo en una colum na t odos los años que t ienen por clave 1; en ot ra
los que t ienen por clave 2; et c.
Le recom endaría que em please ot ra list a colgadero para ayudarle a recordar est as
claves. No necesit a sino seis palabras, represent ando a los núm eros del 1 al 6, que
no int erfieran ni se confundan con la list a colgadero fundam ent al. Podría ust ed
em plear una de las list as indicadas en el capít ulo ant erior; es decir, el m ét odo del
alfabet o: ala, boa, heces, et c.; o el de la sem ej anza de figura con los núm eros:
lápiz, cisne, et c. Para el cero podría usar «aire» o «reo».
Com o t odos los años que figuran en la list a que sigue em piezan por 19 no es
preciso conservar est as dos cifras en la m em oria. Bast a asociar la palabra colgadero
correspondient e al núm ero que form an las dos últ im as cifras con una —la precisa—
de las que em plee ust ed para designar cada uno de los núm eros clave.

1900 1901 1902 1903


1906 1907 1913 1908
1917 1912 1919 1914
1923 1918 1924 1925
1928 1929 1930 1931
1934 1935 1941 1936

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1945—0 1940 — 1 1947 — 2 1942 — 3


1951 1946 1952 1953
1956 1957 1958 1959
1962 1963 1969 1964
1973 1968 1975 1970
1979 1974 1980 1976
1984 1985 1986 1981
1987

1909 1904 1905


1915 1910 1911
1920 1921 1916
1926 1927 1922
1937 1932 1933
1943—4 1938 — 5 1939 — 6
1948 1949 1944
1954 1955 1950
1965 1960 1961
1971 1966 1967
1982 1977 1972
1983 1978

Por ej em plo, la clave para 1941 es 2. Asocie «codo» a «cisne» o a «boa», según sea
la list a que decida em plear. Est ablezca asociaciones para t odos est os años.
Repáselas luego unas cuant as veces y ant es de que se haya dado cuent a, las t endrá
grabadas en la m em oria.
Ahora est á ust ed en posesión de t odo lo necesario para realizar lo que llam aríam os
la «exhibición del calendario». Sólo hay que advert irle de un det alle. Si se t rat a de
un año bisiest o y la fecha que ust ed se propone invest igar est á en enero o febrero,
el día de la sem ana será el ant erior al que le indican a ust ed sus cálculos. Por
ej em plo: supongam os que ust ed desea saber en qué día de la sem ana cayó el 15 de
febrero de 1944. La clave para el año 1944 es 6. Sum ém osla a la clave de febrero,

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que es 4, y nos dará 10. Quit ando el siet e quedarán 3. Sum em os ahora est e t res a
la fecha indicada ( 15 + 3 = 18) , quit em os los m últ iplos de 7 ( 18- 14 = 4) y
t endrem os un result ado final de 4. El cuadro represent aría ordinariam ent e el
m iércoles, pero en est e caso ya sabe ust ed que es un día ant es, o sea, el m art es.
¡1944 es bisiest o!
Recuerde que est o se hace solam ent e con las fechas com prendidas en los m eses de
enero y febrero de los años bisiest os. Para saber si un año es bisiest o, se m ira si es
m últ iplo de cuat ro, para lo cual ha de dividir por cuat ro el núm ero que form an sus
dos últ im as cifras. Si la división da exact a, sin quedar ningún residuo, ent onces el
año es bisiest o.
El año 1900 no es bisiest o; los años represent ados por un núm ero exact o de
cent enas j am ás son bisiest os.
Dos ej em plos m ás del sist em a:

2 de j unio de 1923 — 0 m ás 5 es 5
5 m ás 2 es 7
7 m enos 7 es 0
0 es sábado
29 de enero de 1937 — 4 m ás 1 es 5
5 m ás 29 es 34
34 m enos 28 ( 4 x 7) es 6
6 es viernes

Vea ust ed si sabe encont rar el día de la sem ana en que cayeron las fechas
siguient es: 9 de sept iem bre de 1906; 18 de enero de 1916 ( año bisiest o) ; 20 de
agost o de 1974; 12 de m arzo de 1931 y 25 de diciem bre de 1921.
No pret endo decirle que est e sist em a se aprenda a m anej ar en un m om ent o;
requiere un poco de t iem po y de est udio; pero nada que valga la pena se conquist a
con dem asiada facilidad.
Y de paso, si est e procedim ient o le gust a m ás que el dado al principio del capít ulo y
quisiera em plearlo con finalidades práct icas, podría aprender sólo las claves de los
años que le int eresan. Acaso fueran el año ant erior, el present e y el venidero. Con

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est o y las claves de los m eses, podría ust ed saber el día de la sem ana para
cualquier fecha de est os t res años.

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Ca pít u lo 1 4
Es ú t il r e cor da r e l voca bu la r io de los idiom a s e x t r a n j e r os y los
con ocim ie n t os a bst r a ct os

Cuant o m ás int eligible es una cosa, m ás fácilm ent e la ret iene la m em oria; y,
viceversa, cuant o m enos int eligible es, m ás fácilm ent e la olvidam os.
Benedict o Spinoza

Acaso a ust ed no le parezca que la cit a que encabeza el present e capít ulo m anifiest e
un ingenio singularm ent e brillant e. Quizá se diga para ust ed m ism o: «Claro, t odo el
m undo sabe que si una cosa es int eligible, es decir, t iene sent ido, result a m ás fácil
de recordar.» Sí, en efect o, se t rat a de una verdad evident e por sí m ism a; pero se
necesit ó a Spinoza para expresarla, para ponerla en est as palabras precisas, allá en
el siglo diecisiet e.
Hago gran hincapié en la repet ida cit a porque condensa en una sola frase el ej e
sobre el cual gira t odo est e libro. Casi t odos los sist em as que cont iene consist en
fundam ent alm ent e en est o: en hacer int eligibles cosas que no lo eran. Un ej em plo
lo t enem os, claro est á, en el sist em a del colgadero. Ordinariam ent e, los núm eros,
com o ent es abst ract os, son inint eligibles, pero el em pleo del sist em a del colgadero
hace que adquieran para uno un significado det erm inado.
Acaso el m ej or ej em plo de lo que sost engo nos lo proporciona el m em orizar
vocabularios ext ranj eros. Para t oda persona no fam iliarizada con un idiom a
det erm inado, una palabra de aquel idiom a no es sino un conglom erado de sonidos.
Por est o se recuerdan con t ant a dificult ad.
Para darles fácil acceso a la m em oria em pleará ust ed el sist em a de las palabras
sust it ut ivas. Siem pre que uno quiere recordar una cosa abst ract a, int angible o
inint eligible, cosas que no t engan para él ningún sent ido, que no suscit en ninguna
im agen o cuadro y que sin em bargo sea preciso recordarlas, deberá em plear
palabras o pensam ient os que las sust it uyan. Lea ust ed el present e capít ulo con t oda
at ención, porque las palabras sust it ut ivas le ayudarán t am bién a recordar nom bres.
Form ar una palabra sust it ut iva consist e, sim plem ent e, en est o: al encont rar una
palabra que no t iene para ust ed ningún significado, que le result a int angible,

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inint eligible, busque en seguida ot ra palabra, o una frase, o un pensam ient o que
posea un sonido t an sim ilar com o sea posible a la palabra en cuest ión, y que sea
t angible, que se pueda pint ar en la m ent e. A t oda palabra que deba ust ed recordar,
pert enezca o no a un idiom a ext ranj ero, y que carezca para ust ed de sent ido, puede
darle un significado, un cont enido, ut ilizando una palabra o un pensam ient o que la
sust it uyan. Años at rás t uve durant e un t iem po la pasión de ocuparm e de los peces
t ropicales y m e esforzaba en aprender los nom bres t écnicos de sus alet as. Com o
por aquel ent onces no podía dar una figura a esos nom bres, em pleaba palabras
sust it ut ivas para recordarlos.
Por ej em plo: La alet a de la cola t iene el nom bre de alet a caudal. A fin de recordarlo,
m e pint aba en la im aginación un pez con una m oneda grande en lugar de cola. Yo
t enía grabada en la m ent e la palabra «caudal» com o sinónim o de riqueza. Un
«señor acaudalado» es un señor rico. Con ello la im agen de una m oneda m e
recordaba inm ediat am ent e la palabra «caudal». La alet a del lom o del pez t iene el
nom bre de alet a dorsal. Lo prim ero que se m e ocurrió al leer ese nom bre fue pensar
en Eugenio d'Ors, cuyos art ículos en los periódicos leía alguna vez7 . ( D'Ors- dorsal) .
Yo asocio aut om át icam ent e al m alogrado Eugenio d'Ors sent ado a horcaj adas sobre
un pez y escribiéndole en el lom o.
Acaso se le ant oj e a ust ed un procedim ient o largo. No lo es. La asociación de
«dorsal» a d'Ors y a plum a, y la form ación de una im agen o cuadro en la m ent e, es
labor de una fracción de segundo. No olvide ust ed que el prim er pensam ient o o la
im agen que se le ocurra cuando oye una palabra que no t iene para ust ed figura, es
la que debe em plear. A m í se m e ocurrió «d'Ors», a ust ed acaso se le habría
ocurrido ot ra idea. La palabra inglesa que significa «gorrión» es «sparrow» y su
sonido se parece bast ant e a «espárrago», sobre t odo si pronunciam os el final de
est a últ im a un t ant o confuso y rápido. ¿No se le ocurre a ust ed una palabra o una
im agen sust it ut ivas? Es fácil. ¿Por qué no est ablecer una asociación est ram bót ica
ent re «gorrión» y «espárrago»? Podría ver ust ed una bandada de gorriones que en
lugar de plum as t ienen espárragos en las alas y en la cola. La próxim a vez que
int ent e ust ed recordar el equivalent e inglés de gorrión, la asociación est ram bót ica

7
No. La v erdad es que el aut or no dice que leyese a Eugenio d'Ors. Dice que al leer dorsal, pensó en Tom m y
Dorsey ( Dorsey- dorsal) y que se lo im aginó t ocando el t r om bón sobr e el lom o de un pez. Pero si yo em pleo aquí el
nom bre de Dor sey, com o, probablem ent e, ust ed no sabe quién es, no se dará cuent a del procedim ient o. ( N. del T.)

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est ablecida le ayudará a recordar que la palabra es «sparrow ». No es preciso que la


palabra escogida suene exact am ent e igual que el vocablo ext ranj ero que quiere
ust ed recordar. Para «sparrow» podría ut ilizarse aspa y oro, que t am bién ayudarían
a recordar la palabra. Mient ras t enga lo principal de ést a en la im agen form ada, lo
incident al, t odo lo dem ás, acudirá a la m ent e t raído por la m em oria verdadera.
La form a de sust it uir es cosa puram ent e personal; algunos de los pensam ient os
sust it ut ivos que yo em pleo no sabría expresarlos en palabras, pero m e ayudan a
recordar la voz ext ranj era. Lo que para m í puede t ener un sent ido correct o y
suscit ar una im agen clarísim a, quizá no logre el m ism o efect o en ust ed; ust ed debe
em plear los pensam ient os sust it ut ivos que se le ocurran.
«Window» ( uindou) significa en inglés «vent ana». Observando que el sonido no est á
lej os de «viudo», podría ust ed ver a un viudo diciendo adiós en la vent ana al coche
m ort uorio que se lleva a su querida esposa. Y si quisiera ust ed recordar que en
francés una vent ana se llam a «fenét re», podría im aginarse a un ladrón ent rando por
la vent ana para hacer una «faena», «Ast ra» en m ano. ( Fuenast ra.) O podría ver la
m ism a vent ana, con unas pat it as y unos brazos salt ando fuera del sit io para hacerle
la faena a ust ed, apunt ándole con una pist ola Ast ra.
La palabra inglesa «brot her» ( que se pronuncia broder) , significa «herm ano».
Sim plem ent e, figúrese ust ed a su herm ano cubiert o de broza.
La palabra inglesa que significa «cuart o» es «room » ( pronúnciese rum ) . Vea ust ed
sencillam ent e un cuart o lleno por t odas part es de bot ellas de ron, pero de ésas cuya
et iquet a dice «rhum ». Vea ust ed t odas las bot ellas ost ent ando la et iquet a.
«Vaso» en inglés es «glass». Véase ust ed en m edio de un glaciar ( graz- iar) ,
haciendo vasos de hielo. Si t uviera ust ed algunos conocim ient os de cat alán la
im agen t odavía le saldría m ej or, pues en cat alán «glaç» significa hielo. La palabra
francesa que significa puent e es «pont ». Y aunque probablem ent e ust ed la
recordará en seguida, puest o que no se diferencia en exceso de su equivalent e
española, si t uviera alguna dificult ad en recordarla, vea a un m uchacho j ugando al
ping- pong, y pegando con t al fuerza a la pelot a que ést a salt a por encim a de un
puent e.
En inglés, «pen» significa «plum a». Véase a ust ed m ism o arm ado con una «penca»
de col, por ej em plo, en la que ha insert ado una plum a borrando una K que hay

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escrit a en ot ra «penca» de col. «Penca sin K.» En francés, la palabra que significa
padre es «père». Asocie ust ed «padre» con «pera», y no lo olvidará j am ás.
Las asociaciones ant es cit adas, son las que yo usaría. Es preferible que ust ed
produj era las propias.
Pruebe est e m ét odo con cualquier idiom a ext ranj ero y logrará m em orizar las
palabras de su vocabulario m ej or y m ás de prisa, y su m em oria las ret endrá m ás de
lo que las ret enía ant es. Apart e de los idiom as, est e m ét odo es út il al est udiar
m at erias en las que hay que recordar palabras que al principio no significan nada. El
est udiant e de Medicina que debe aprender de m em oria los huesos del cuerpo
hum ano, acaso encuent re alguna dificult ad en recordar: fém ur, coxis, rót ula,
peroné, sacro, et c. Pero si conviert e est as palabras en ot ras o si las sust it uye por
pensam ient os de un m odo parecido a com o sigue: fe, m uro ( m uro de la fe) —
fém ur—; cok, sí ( figúrese una propaganda de carbón de cok: un carbonero sost iene
en la m ano un puñado de est e carbón y grit a: «¡Cok, sí! ») ; rót ula quizá la recordase
m ej or si se im aginase una U en la rodilla: rót ula; «peros, no» podría darle peroné.
Para sacro le bast aría asociar algún obj et o sacro ( sagrado) con el lugar en donde se
encuent ra dicho hueso. Luego el est udiant e podría encadenar est as palabras ent re
sí, o asociarlas a aquello j unt o a lo cual deba recordarlas. Un est udiant e de
Farm acia podría im aginarse a una bella cant ant e it aliana ( una bella donna) de cuya
boca sale un pino at roz ( at roz pino) , para recordar que la at ropina sale de las raíces
o las hoj as de la belladona.
Est oy fabricándom e est as palabras sust it ut ivas a vuela plum a, m ient ras voy
escribiendo; pensándolo un poco, ust ed podía encont rar sust it ut ivos m ucho
m ej ores. El quid est á en que la palabra o pensam ient o de sust it ución posee un
significado, m ient ras que el vocablo prim ero no. Por est o uno lo recuerda m ej or
acudiendo a la palabra sust it ut iva. Le daré m ás indicaciones en est e sent ido y le
proporcionaré nueva ocasión de pract icar m i m ét odo en el capít ulo dedicado a cóm o
recordar nom bres.
Habiendo em pezado el present e capít ulo con una cit a de Benedict o Spinoza, ¿puede
perm it irm e la vanidad de cerrarlo con una cit a m ía? «Todo aquello que sea
im palpable, abst ract o o inint eligible puede ser recordado fácilm ent e si se em plea un

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sist em a m ediant e el cual aquello que era inint eligible se hace t angible, concret o,
int eligible.»

15
Es con ve n ie n t e r e cor da r n om br e s y ca r a s

Dos hom bres se acercan por la calle y en los oj os de am bos se ve una


expresión indicadora de que se reconocen. El uno le dice al ot ro:
—No, aguarde un m inut o, no m e diga nada; yo le conozco a ust ed, pero no
est oy seguro de dónde nos encont ram os por prim era vez. Déj em e ver si
recuerdo su nom bre... ¡Ya lo t engo! Nos conocim os en la playa de Miam i,
hace dos años.
—No; yo no he est ado en Miam i Beach.
—Aguarde, aguarde, no m e lo diga t odavía... Ah, sí, fue en el paseo de
At lant ic Cit y donde nos conocim os.
—Lo lam ent o; j am ás visit é At lant ic Cit y.
—¡Ah, ahora lo t engo! ¡Fue en Chicago, en 1952!
—De ningún m odo. En 1952 no est uve en Chicago.
—Caram ba, caram ba; sé que nos conocem os, pero... ¿de dónde le conozco a
ust ed?
—¡I diot a! ¡Soy t u herm ano!
—Ah, sí; conozco su cara, ¡pero no aciert o con el nom bre!

Aunque dudo de que alguno de ust edes llegue al ext rem o del individuo de la
anécdot a que encabeza est as líneas, cuánt as veces habrá pasado por la
incom odidad de t ener que pronunciar una frase com o la que ant ecede? Est oy segur o
de que han sido varias. Si realizase una invest igación para ver cuáles son los
m ot ivos que inducen a la m ayoría de personas a seguir m i curso sobre la m em oria,
creo que un 80 por 100, cuando m enos, dirían que lo siguen porque parece que son
perfect am ent e incapaces de recordar nom bres y caras.
Por supuest o, habit ualm ent e lo que se olvida es el nom bre, no la cara. La razón de
que sea así es m uy sim ple. La m ayoría de las personas poseem os lo que se llam a

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«m em oria visual». Es decir, lo que vem os se regist ra en nuest ro cerebro de un


m odo m ás duradero que lo que oím os. Adem ás, no siem pre que uno ve la cara de
una persona oye t am bién su nom bre. De ahí que, de vez en cuando, t odos nos
hallem os en el caso de t ener que explicar: «Reconozco su cara, pero no sé cóm o se
llam a ust ed.»
Y est o no sólo nos coloca en una sit uación em barazosa, sino que puede
perj udicarnos en el t erreno de los negocios, y acaso nos cuest e algún dinero.
Algunas personas int ent an salir del paso buscando t ret as para lograr que su
int erlocut or diga cóm o se llam a ant es de darse cuent a de que ellas han olvidado el
nom bre. Est o puede salir bien alguna que ot ra vez; no m uchas. Por lo com ún vale la
pena recordar bien los nom bres de nuest ras relaciones. Est oy seguro de que t odos
ust edes han oído explicar aquella hist oriet a del señor que se encont ró con un
ant iguo conocido al cual no lograba recordar bien. Dándoselas de list o, de hom bre
de m uchas relaciones y ent erado de m uchas cosas, com o, por ej em plo, de que en
inglés el sonido que t enga el apellido de una persona no nos indica en m odo alguno
con qué let ras deba escribirse ( por lo cual es corrient e ent re ingleses y am ericanos
que después de decir el nom bre lo delet reen) , el buen señor aparent ó que
recordaba incluso el apellido del ot ro, pero que no est aba seguro de la m anera de
escribirlo. De m odo que suplicó: «¿Le sabría m al volver a repet irm e cóm o se escribe
su apellido?» A lo que replicó el ot ro, m uy ext rañado: «¡Del único m odo que puede
escribirse: G- A- R- C- I - A! » Ya ve ust ed, pues, que en est e caso concret o la t ret a no
result ó bien.
Ot ra m anera ast ut a de fingir que uno no ha olvidado un nom bre que debía recordar
consist e en pregunt ar llanam ent e a la persona en cuest ión cóm o se llam a. Si
cont est a diciendo el nom bre de pila y el apellido, al oír est e últ im o uno exclam a:
«No; el apellido no es preciso. ¡No creerá ust ed que iba a olvidarlo! El nom bre de
pila, quería decir.» Pero si el ot ro sólo le dice el nom bre de pila, ust ed exclam a,
nat uralm ent e, que ya lo sabía, que lo que no recuerda en aquel m om ent o es el
apellido. De est a form a se consigue el nom bre com plet o, aparent ando al m ism o
t iem po que sólo se había olvidado uno de sus com ponent es. Est a pequeña art im aña
sólo t iene una pega, y es que si la persona en cuest ión le dice el nom bre y hast a los

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dos apellidos en seguida que se lo pregunt a, da por supuest o que com prende que
ust ed había olvidado cóm o se llam a y ust ed ni siquiera sabe replicar. ¡Mala suert e!
Se cit a t am bién el ej em plo clásico del suj et o que solía pregunt ar a las personas
cuyo nom bre había olvidado si lo escribían con una e o con una i. La est rat agem a
result ó bien hast a que t opó con una señora que se llam aba Roj as.
No, no, creo que vale la pena recordar cóm o se llam an las personas en lugar de
confiarse a est rat agem as m ás o m enos ast ut as. Y no solam ent e vale la pena, sino
que, se lo aseguro, result a m ucho m ás fácil que acudir a subt erfugios, porque
cuest a m ucho m enos esfuerzo.
El hom bre ha ensayado varios sist em as y m ét odos para ayudar a su m em oria a
recordar nom bres. Algunos ut ilizan el alfabet o, o sea, el m ét odo de las iniciales. Es
decir, realizan un t rem endo esfuerzo para ret ener únicam ent e la inicial del apellido
o nom bre de una persona. Eso equivale a perder el t iem po, porque habit ualm ent e
se olvida la inicial; pero, aunque la recuerden, ¿cóm o pueden saber de est e m odo el
nom bre de aquella persona? Si ust ed se dirige al señor Aspa llam ándole señor
Albino, o viceversa, él no se sent irá com placido porque haya acert ado ust ed la
prim era let ra de su apellido.
Si bien el t om ar not a por escrit o de las cosas puede ayudar en m uchos casos a la
m em oria, no sirve en el de recordar nom bres. Est e m ét odo acaso result e eficaz
em pleado conj unt am ent e con un buen sist em a de asociación, según explicaré
luego; pero no por sí m ism o. Si uno fuera capaz de dibuj ar exact am ent e la cara de
la persona cuyo nom bre le int eresa recordar, sería m ej or, puest o que ent onces
sabría qué nom bre pert enece a cada cara. Uno t endría dos cosas t angibles, que
podría asociar m ediant e una im agen est ram bót ica. Desgraciadam ent e, la m ayoría
no som os t an hábiles dibuj ant es, y aunque lo fuéram os, no nos serviría de m ucho,
porque no siem pre t endríam os ocasión de dibuj ar las caras, o no nos com pensaría
el t iem po que necesit áram os para ello.
Algunos expert os en lo t ocant e a la m em oria aconsej arán a sus alum nos que t engan
un cuaderno y anot en en él el nom bre de t odas las personas que quieran recordar.
Com o ya dij e ant es, est o puede ayudar un poco si se usa conj unt am ent e con un
buen sist em a de asociación, pero no de ot ro m odo. Por supuest o, le serviría de algo
a ust ed el procedim ient o si cada vez que encuent ra a una persona est uviera

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dispuest o a repasar t oda la list a de nom bres, con la esperanza de que el nom bre
acudirá a su m ent e en el m om ent o en que lo vea escrit o en el cuaderno.
Suponiendo que fuese así, dudo que halagase m ucho la vanidad y el am or propio de
la persona en cuest ión el ver que «pescaba» ust ed el nom bre en un cuaderno en
lugar de pescarlo en la m em oria.
A pesar de lo necesario que result a recordar nom bres y caras, he aquí una de las
lam ent aciones m ás corrient es de los t iem pos act uales: «¡Es im posible; los nom br es
no puedo recordarlos! » Nuest ra m anera de vivir hace casi inevit able el conocer a
diario caras nuevas. Uno t raba relación cont inuam ent e con personas a las que desea
recordar, y con ot ras que seguram ent e no es necesario recordar, hast a que t iene
que t rat ar con ellas por segunda vez. Ent onces, cuando es dem asiado t arde, uno se
da cuent a de que hubiera debido hacer un esfuerzo por ret ener la figura y el
nom bre de aquellas personas en la m em oria.
¿No sería una gran vent aj a para un vendedor el saber recordar los nom bres de
t odos sus client es? ¿O para un m édico el de sus pacient es; para un abogado el de
sus client es, et c.? Claro que sí. Todo el m undo quiere recordar nom bres y caras,
pero m uchísim as veces se m alogra una vent a im port ant e, alguien se encuent ra en
una sit uación em barazosa, o una reput ación queda m anchada porque alguno olvidó
el nom bre de un personaj e im port ant e. Y sin em bargo, ya en los t iem pos de la
civilización griega y rom ana,
Cicerón recordaba los nom bres de m iles de sus conciudadanos y de los soldados de
Rom a, gracias al em pleo de un sist em a para ayudar a la m em oria.
Me han hablado de una señorit a em pleada en el guardarropa de un popular club
noct urno de Nueva York. Est a señorit a ha ganado una reput ación, porque j am ás
ent rega un resguardo para recoger luego el som brero o el abrigo; sim plem ent e,
recuerda a quién pert enece cada uno de los som breros y de los abrigos que le
confían. Se dice que j am ás ha dado a nadie una prenda de ot ra persona. Quizás a
ust ed no le parezca m uy im port ant e su habilidad para el oficio que desem peña,
porque sería lo m ism o ent regar los som breros y abrigos cont ra present ación del
resguardo correspondient e, com o se hace en t odas part es. Con t odo, la señorit a en
cuest ión se ha convert ido en una especie de figura dest acada de aquel club, y las
cuant iosas propinas que recibe lo dem uest ran palm ariam ent e.

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Claro, lo suyo no es exact am ent e igual que recordar nom bres y caras, pues ella no
recuerda el nom bre, pero result a m uy sim ilar. La j oven ha de asociar el som brero o
el abrigo, o am bas cosas a la vez, con la cara de la persona que se lo da.
Me han dicho que el bot ones de un gran hot el del Sur se ha conquist ado una fam a
parecida. Cuando llega al hot el alguna persona que haya est ado en alguna ot r a
ocasión, el m uchacho le saluda y se dirige a ella llam ándola por su nom bre. Según
m is últ im as not icias, con las propinas que le dan puede ahorrar el dinero suficient e
para llegar un día a poder com prar el est ablecim ient o.
Est o debería dem ost rarle a ust ed, si es que hace falt a ofrecer pruebas, que a las
personas les gust a que las recuerden; incluso lo recom pensan con dinero.
La señorit a del guardarropa y el bot ones, ganan sin duda m ás dinero que ot ros
em pleados en idént icas funciones.
Para una persona la posesión m ás preciada la const it uye su nom bre, y nada la
com place m ás que oírlo pronunciar, o ver que los dem ás lo recuerdan.
Algunos de m is alum nos y hast a yo m ism o, hem os recordado t rescient os nom bres y
caras en una sola reunión. ¡Ust ed puede hacerlo t am bién!
Pero ant es de pasar a ocuparnos de los verdaderos sist em as y m ét odos para
recordar nom bres y caras, m e gust aría enseñarle a ust ed cóm o puede m ej orar su
m em oria para ellos por lo m enos ent re un veint icinco y un cincuent a por cient o sin
dichos sist em as. Lea con gran det enim ient o los párrafos que siguen.
¡La causa principal de que m uchas personas olviden un nom bre est á en que j am ás
em pezaron a recordarlo! Todavía exageraré un poco m ás la not a y m e at reveré a
decir que j am ás em pezaron a oírlo. ¿Cuánt as veces le han present ado a una
persona desconocida de est e m odo: «Señor, t engo el gust o de present arle al señor
Pa- lo- m ino»? Pocas. En general, ust ed ha oído, m ás que un nom bre bien
pronunciado, un balbuceo confuso. Posiblem ent e porque la persona que procede a
present arlos no recuerda bien ella m ism a el nom bre de ust ed y el del ot ro. Y por
ello disim ula, pronunciando de un m odo rápido y confuso. Por su part e, ust ed
experim ent a, probablem ent e, la sensación de que j am ás volverá a cont est ar
«Encant ado de conocerle» y no se preocupa de recoger el nom bre con t oda
exact it ud. Es posible que incluso est é un rat o charlando con aquella persona y luego
se despida de ella sin haberle oído bien su apellido ni una sola vez.

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El único pensam ient o que se les ocurrirá luego a los que se hayan encont rado en
est e caso será el de pregunt arse a sí m ism os: «Diant re, ¿cóm o se llam aba aquel
señor? ¡Sí, aquel individuo t an sim pát ico con el cual hablé el ot ro día! » Y al ver que
no se le ocurre ninguna palabra que responda a su pregunt a, acaba por encogerse
de hom bros, exclam ando: «¡Bah, al diablo! », y así t erm ina la cuest ión.
Así es com o la gent e se sorprende hablándose unos a ot ros em pleando
denom inaciones t ales com o «Señor», «Am igo», «Com pañero», «Rubio», «Mozo»,
«Moreno», o «Guapa», «Cariño», «Sim pát ica», et c., o cualquier ot ra palabra que le
ahorre a uno el t ener que pronunciar el nom bre del ot ro, al m ism o t iem po que lucha
con la t urbación que le produce el no recordarlo. Oliver Herford dio la siguient e
definición de la palabra inglesa «darling», equivalent e a nuest ro «cariño» o
«encant o»: «Es la form a m ás corrient e de dirigirse a una persona de ot ro sexo cuyo
nom bre uno no recuerda de m om ent o.»
Aquí t iene, pues, la prim era regla para recordar nom bres: ant e t odo, cuando le
present en una persona ¡ASEGÚRESE DE HABER OÍ DO BI EN CÓMO SE LLAMA!
I nsist o en lo dicho ant eriorm ent e: la cara ust ed la ve bien, por lo t ant o, lo m ás
probable es que la recordará, si vuelve a verla. El nom bre t iene que recogerlo por el
oído, y nadie lo est á repit iendo cont inuam ent e; en consecuencia, procure oírlo bien
cuando se lo dicen. Todavía no he oído la siguient e quej a: «Sé cóm o se llam a ust ed,
pero parece que no logro recordar su cara.» Es siem pre el nom bre lo que crea el
problem a. I nsist am os, pues: ¡ASEGÚRESE DE HABER OÍ DO BI EN CÓMO SE LLAMA
LA PERSONA QUE LE PRESENTAN!
No perm it a que el que hace la present ación salga del paso con unas sílabas
confusas y m al pronunciadas. Si ust ed no ha oído perfect am ent e, si no est á seguro
de la palabra, pida que le repit an el nom bre. A veces, sobre t odo t rat ándose de
personas ext ranj eras, después de haberlo oído es posible que no sepa ust ed cóm o
se escribe; si se encuent ra alguna vez en est e caso, pida a la persona a la que est á
saludando que se lo diga let ra por let ra. O pruebe a delet rearlo, y el ot ro se sent irá
m uy halagado por est a prueba de int erés que le da ust ed.
Por lo dem ás, si se habit úa ust ed a delet rear el nom bre de t odas las personas que
vaya conociendo, no t ardará en saber escribir y pronunciar t oda clase de nom bres
casi sin excepción. Le sorprenderá com probar cuan gran núm ero de ellos pronuncia

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correct am ent e. Sin proponérselo, se ent erará poco a poco del valor fonét ico que
t ienen las let ras de det erm inados países. Se ent erará de que en I t alia no exist e la J.
En polaco el sonido de la J y el de G suave, y algunas veces el de SH, se
represent an generalm ent e por GZ, m ient ras que el de AI lo represent an a veces por
AJ. El sonido de CH o de TZ en it aliano se represent a algunas veces por una doble
C; el sonido de SH ( CH francesa, sim ilar a la nuest ra, pero m ucho m ás suave) , en
un nom bre alem án, sobre t odo si est á al principio de la palabra, suele represent arse
por SH, et c. Por supuest o, est o no result a bien siem pre. Recient em ent e m e
encont ré con un apellido que sonaba com o «Burke», y que se escribía «Bourque».
De t odos m odos, aquellos que han presenciado m is act uaciones en público,
at est iguarán que en un 85 % de los casos delet reo sus nom bres correct am ent e. O
por lo m enos con una aproxim ación suficient e para im presionar a los int eresados.
Por lo t ant o, ya lo ve ust ed, es posible. Menciono est o porque el delet rear
correct am ent e o con m uy ligero error el apellido de una persona im presiona a ést a
casi t ant o com o el hecho de recordarla.
Si después de haber indicado cóm o se escribe, adviert e ust ed que aquel apellido es
idént ico o parecido al de un am igo o parient e de ust ed, no olvide el hacerlo not ar.
Todo est o sirve para grabar m ej or la palabra en su m ent e. Si se t rat a de un apellido
raro, uno que ust ed no hubiese oído j am ás, dígalo t am bién. No se m uest re t ím ido,
ni t am poco im perat ivo al hacer est os com ent arios; porque a t odo el m undo le
com place que se ocupe ust ed de su apellido. Lo m ism o que les com placería si ust ed
dem ost rase gran int erés por algo de lo que ellos poseen, o por algo que a ellos les
apasione, les gust e o int erese. Supongo que se t rat a de una caract eríst ica general
de la nat uraleza hum ana.
Mient ras est é hablando con aquella persona, repit a su apellido t ant as veces com o
pueda en el curso de la conversación. Por supuest o, no deberá est ar repit iéndolo
cont inuam ent e com o un idiot a; pronúncielo cuando not e que encaj a bien en el
conj unt o de lo que se dice y cuando sea necesario. No m enciono ese det alle para
dárm elas de gracioso. He leído algunas inst rucciones de «perit os en m em oria» en
las que he encont rado ej em plos de conversación com o la que sigue:

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—Caram ba, sí, señor Pim ent ón, yo m e voy a Europa t odos los veranos, señor
Pim ent ón. Pero, señor Pim ent ón, ¿no le ent usiasm a Rom a a ust ed, señor Pim ent ón?
Dígam e, señor Pim ent ón..., et c.
Con est o no im presionará favorablem ent e al señor Pim ent ón; lo que hará será
asust arle.
No. Em plee el nom bre solam ent e, com o le he dicho, siem pre y cuando com prenda
que viene a cuent o el pronunciarlo. Aproveche siem pre que dé los buenos días o las
buenas noches. No se lim it e a expresar la esperanza de volver a verle pront o; diga:
«Adiós, señor Johnson, confío en volver a verle pront o...» Con est o el nom bre se
graba m ás firm e y definit ivam ent e en su cerebro.
En est e caso, com o de cost um bre, el esfuerzo requerido no es ot ro que el que le
exigen las prim eras práct icas del procedim ient o. Luego habrá adquirido ust ed el
hábit o y ni siquiera se dará cuent a de que lo sigue. Det erm ínese, pues, a seguir las
indicaciones cont enidas en los últ im os párrafos. Vuelva a leerlos si no est á seguro
de qué es lo que recom iendan.
Para algunas personas t odo eso const it uye por sí solo un sist em a com plet o para
recordar nom bres. La causa est á en que gracias a las sugerencias e indicaciones
ant eriores los nom bres result an int eresant es, despiert an el int erés. Y, según he
dicho ya, la m em oria, en una buena proporción, se apoya en el int erés.
Lo ant edicho m ej orará su m em oria en un porcent aj e ent re el 25 y el 50, siem pre
que lo ponga en práct ica; pero siga ust ed leyendo ¡y yo le ayudaré a resolver el 50
o el 75 por cient o rest ant e!

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Ca pít u lo 1 6
¿Qu é e s lo qu e e n cie r r a u n n om br e ?

Aquel suj et o est aba m uy orgulloso de su habilidad en recordar nom bres por
asociación, hast a que encont ró a la señora Ot ero. La señora Ot ero era m uy
gruesa y t enía un est óm ago m uy desarrollado, de m odo que el expert o en
m em oria decidió usar «est óm ago» com o palabra asociada.
Tres sem anas después volvió a encont rar a la m ism a señora, dirigió una
m irada a su est óm ago y, m uy ufano, la saludó:
«¡Buenos días, señora Barriga! »

No hace m ucho t iem po t uve el placer de act uar ant e el club de direct ivos de unos
grandes alm acenes de la ciudad de Nueva York. Celebraban el banquet e anual. De
t odas las exhibiciones que suelo hacer, la que m ás éxit o t iene, probablem ent e, es la
de recordar cóm o se llam an los concurrent es.
Mi procedim ient o consist e en present arm e a t odos los asist ent es a m edida que van
llegando, o en saludarlos m ient ras com en. Sencillam ent e, voy de una m esa a ot ra
reuniendo los nom bres de t odos los com ensales ( y al m ism o t iem po un ham bre
at roz) . Saludo prim ero a t odos los que se sient an a una m esa, luego a los que se
sient an en la cont igua, y así hast a t erm inar. Procedo m ás de prisa o m ás despacio
según aconsej a la ocasión. Varias veces he t enido que saludar de cien a doscient as
personas en quince m inut os, o m enos, ¡y no he olvidado un solo nom bre! El m érit o
y los elogios corresponden, por supuest o, a m is m ét odos y sist em as, no a m í.
Luego que he saludado a t odo el m undo, y después del café y post res, cont inúa la
función. Durant e la m ism a pido a t odos los que he saludado durant e la velada que
t engan la bondad de ponerse en pie. Muy a m enudo se pone en pie el audit orio
ent ero. Ent onces procedo a pronunciar el nom bre de t odos los que se han
levant ado, señalando, cada vez que digo un nom bre, a la persona que lo lleva.
Durant e el rest o de m i conferencia- exhibición perm it o que cualquiera de los
asist ent es m e int errum pa en cualquier m om ent o grit ando: «¿Cóm o m e llam o yo?»,
y al inst ant e le digo su nom bre. Les cuent o est o porque m e divirt ió la explicación
hallada por uno de los dirigent es de aquellos grandes alm acenes, para poner al

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descubiert o la «t ram pa» que em pleaba a fin de recordar el nom bre de t odos los allí
reunidos. Y no la present ó en son de brom a, sino firm em ent e convencido de haber
descubiert o la verdad.
El banquet e se daba en el hot el Capit ol de Nueva York, y la sala en que nos
encont rábam os est aba com plet am ent e rodeada por una galería circular. He ahí la
explicación que dio el dirigent e:
«El señor Lorayne t rabaj a en com binación con un fot ógrafo. Ya saben ust edes, con
uno de esos individuos que hacen fot ografías en los banquet es y las revelan en
pocos m inut os, a fin de poderlas vender en seguida a los asist ent es. Tant o el
fot ógrafo com o el señor Lorayne llevan, escondidos ent re sus ropas, unos aparat os
recept ores y unos m icrófonos dim inut os. El fot ógrafo est á en la galería, escondido
t am bién, nat uralm ent e. En la pared hay un aguj ero en alguna part e por el cual
puede enfocar su m áquina. Y m ient ras t odo el m undo est á sent ado, esperando la
com ida, él saca una fot ografía de t odos los com ensales y la revela y la copia
inm ediat am ent e.
»Cuando el señor Lorayne se acerca a una m esa y pregunt a los nom bres, el
fot ógrafo, gracias a los dim inut os m icrófonos y a los recept ores, los oye t am bién.
Ent onces, com o t iene la fot ografía, localiza la m esa en la que est án dando el
nom bre ( pues est á m irando por el aguj ero que le sirvió para m et er la m áquina) ,
localiza a la persona que lo pronuncia en aquel m om ent o y escribe el nom bre sobre
la fot ografía. Así lo hace con t odos los reunidos.
»Ya ven, pues, cuan sencillo result a ( y el aut or se perm it e pregunt ar: " ¿Sencillo?" ) .
Cuando el señor Lorayne realiza sus dem ost raciones, ant es de pronunciar un
nom bre siem pre señala a una persona det erm inada. El m ot ivo de señalarla es
porque así el fot ógrafo puede localizarla en la fot ografía, leer el nom bre y susurrarlo
en su m icrófono. Nat uralm ent e, el señor Lorayne lo oye y lo repit e en voz alt a.»
Esa fue la explicación que encont ró aquel caballero para m i m ét odo. ( ¡Quizá no
fuera t an m ala idea, pensándolo bien! ) Por supuest o, el buen señor no se refirió
para nada a t odas las dem ás dem ost raciones que hice durant e m i act uación. Olvidó
t am bién que la m ayoría de personas cam bian de sit io después de haber com ido ( en
m uchas ocasiones saludo a la gent e en un aposent o y luego t engo que dar el
espect áculo en ot ro) , y que después de los núm eros del espect áculo hablé con los

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asist ent es fuera de sus m esas, en el ascensor, y hast a por la calle, y siem pre los
llam é por sus respect ivos nom bres. O quizá no lo olvidase; acaso creyera que el
fot ógrafo seguía susurrando los nom bres correspondient es en su dim inut o
m icrófono. Si t al hubiese sido el caso, habría sido el fot ógrafo quien habría poseído
una m em oria excelent em ent e ent renada.
Relat o est e incident e sólo para poner de relieve cuán difícil les result a a ciert as
personas creer que ot ras sean capaces de recordar de verdad los nom bres y las
caras de t odo un audit orio. Sim plem ent e, siguen el cam ino de la m enor resist encia
y de la act it ud negat iva, y suponen que si ellas no saben hacer una cosa, nadie
puede saberla, es im posible. Después de haber aprendido m i m ét odo para recordar
nom bres y caras, est oy seguro de que ust ed reconocerá, de acuerdo conm igo, que
no es im posible, m uy al cont rario, es m ucho m ás fácil que pract icar el m ét odo t an
am pulosam ent e expuest o por el dirigent e de los grandes alm acenes.
Me habría gust ado sobrem anera enviar un ej em plar del present e libro al caballero
en cuest ión, para dem ost rarle la verdad de lo que digo; pero no sé su nom bre; vea
ust ed, ¡he olvidado dónde puse aquella fot ografía!
En capít ulos ant eriores he hecho hincapié en la im port ancia que t iene sent ir int erés
por una persona para recordar cóm o se llam a. Si a ust ed le present asen
cuat rocient as personas en una velada y luego saludase t res o cuat ro veces m ás a
cada una de aquellas personas, a pesar de t odo olvidaría cóm o se llam an la m ayoría
de ellas. Sin em bargo, si ent rase en una habit ación donde hubiera cuat rocient as
celebridades, est rellas de cine, por ej em plo, es m uy probable que supiera llam arlas
a t odas por su nom bre. Y no solam ent e eso, sino que sabría cit ar una por lo m enos
de las películas que hubiese vist o int erpret adas por ellos. Sin duda est ará ust ed de
acuerdo en que est o ocurre así porque la gent e se int eresa por las celebridades y
quiere recordarlas. Pues bien, ya le dij e yo que el int erés por una cosa y la volunt ad
de recordarla significan haber ganado la m it ad de la bat alla cont ra una m em oria
calificada de m ala, de deficient e. Acuérdese de aplicar las reglas que le di en el
capít ulo ant erior.
En prim er lugar, asegúrese de haber oído bien el nom bre de la persona.
Dígalo let ra por let ra, pida que se lo digan let ra por let ra, si ust ed no est á seguro de
cóm o se escribe.

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Si aquel nom bre t iene algún det alle singular, o si se parece a ot ro que ust ed ya
sabe, m enciónelo.
Repit a el nom bre t an a m enudo com o pueda en el curso de la conversación.
Pronúncielo siem pre que dé los buenos días y las buenas noches, o que diga adiós.
Si ust ed em plea est as reglas en conj unción con lo que voy a enseñarle
inm ediat am ent e, ya nunca m ás volverá a olvidar cóm o se llam a una persona, ni su
cara. Para sim plificar el proceso, aprenderem os prim ero qué debem os hacer con el
nom bre, y luego aprenderem os el m odo de asociarlo a la cara. En realidad, son dos
cosas que van de la m ano; el nom bre conj urará la im agen de la cara, y la cara
t raerá a la m ent e el nom bre.
Todos los nom bres pueden incluirse en una de est as dos clases: nom bres que
significan algo y nom bres que ( para ust ed) no significan nada en absolut o.
Apellidos com o Rubio, Moreno, Blanco, Ríos, Barrios, Puert a, Palom o, Collado,
Sanj uán y m uchos ot ros t ienen un significado. Nom bres com o Mart ínez, Pérez,
López ( ést os, aunque podam os decir que significan o significaban en su origen: hij o
o descendient e de Mart ín, de Pedro, de Lope, no significan act ualm ent e nada, a
efect os práct icos; no t raen a nuest ra m ent e ninguna im agen, ninguna idea) , Daoiz,
Vera, Birba, para la m ayoría de nosot ros no significan nada. Por supuest o, am bas
list as podrían hacerse int erm inables; yo no he puest o sino unos pocos ej em plos.
De t odas form as, hay algunos nom bres que si bien pert enecen a la clase de los «sin
significado», sugieren o suscit an en nuest ra m ent e alguna im agen o cuadro. Si
ust ed t opara con una persona que se apellidase Danone, sin duda se acordaría
hast a involunt ariam ent e del yogur; si conociese a un Ducat i se le ocurriría la
im agen de una m ot ociclet a; si le present asen a un señor que se llam ase Tart arín,
ust ed añadiría para sus adent ros, sin duda alguna, «de Tarascón», y en su m ent e
aparecería la im agen que de ést e, com o de m uchos ot ros personaj es creados por los
grandes escrit ores, t iene form ada en la m ent e; si encont rase un día a un Uzcudun,
pensaría al m om ent o en un boxeador, y si saludase a un Gayarre no le ext rañaría
que se pusiera a cant ar, encarnando la im agen que ust ed t enga form ada del gran
cant ant e español. Con t odo est o result a que las clases que podem os est ablecer
ent re los nom bres son t res: aquellos que t ienen un significado propio ( que son
nom bres com unes, adj et ivos, et c., act uando de apellidos) ; aquellos que no t ienen

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significado propio, pero nos t raen alguna im agen o recuerdo a la m ent e, y, por fin,
aquellos que ni t ienen significado propio ni lo t ienen para nosot ros part icularm ent e,
pues no suscit an en nuest ro cerebro im agen ni recuerdo alguno.
Est a t ercera cat egoría es la que requiere un esfuerzo de la im aginación. Con obj et o
de recordar el nom bre ( o apellido) es preciso conseguir que t enga, para nosot ros,
algún significado. Con las dos prim eras clases ocurre ya est o, por lo cual no
represent an ningún problem a part icular. Pero t am poco los nom bres desprovist os de
t odo significado han de represent ar problem as para ust ed, si ha leído el capít ulo
acerca de cóm o recordar el vocabulario de un idiom a ext ranj ero. Si lo ha leído con
det enim ient o, ya sabe ust ed que debe em plear m i sist em a de «sust it uir unas
palabras por ot ras o por pensam ient os ent eros», a fin de conseguir que las prim eras
adquieran significado. No im port a lo ext raño que pueda parecer un apellido al oírlo
por prim era vez, siem pre es posible encont rarle una palabra o un pensam ient o
sust it ut ivos. Sim plem ent e, uno piensa en una palabra o frase cuyo sonido se
aproxim e cuant o sea posible al apellido aquel. Si le present aran a ust ed a un señor
apellidado Garcés, podría im aginarse a un hom bre señalando a una garza y
grit ando: «¡ Garza es! » Si conociese un día a un Aizpún, piense ust ed en un
chiquillo ( véalo con los oj os de la im aginación) que enciende un cohet e en la m ano
sin saber bien qué hace, y al est allar el cohet e, exclam a asust ado: «¡Ay, pum ! »
Quizás a ust ed se le ocurriese una idea diferent e. Recuerde que lo prim ero que se le
ocurra com o «palabra sust it ut iva», aquello es lo que debe em plear. De diez
personas a las que se proponga un m ism o apellido para que lo recuerden, es posible
que las diez usen una palabra sust it ut iva dist int a.
Para recordar el apellido Pescara, podría ust ed em plear las palabras «pesca y ara»,
y podría ver a un suj et o con una m ano cogida a la est eva del arado y sost eniendo
con la ot ra una caña de pescar cuyo anzuelo se arrast ra por el surco, com o
esperando que pique algún pez. O t am bién podría ver a un suj et o arando con una
yunt a form ada por dos grandes peces, es decir, que la «pesca, ara». Algunas
personas pensarán que la sim ple im agen de un pescado bast aría para hacerles
recordar el apellido ent ero.
No vale la pena esforzarse por encont rar una palabra sust it ut iva que suene
exact am ent e igual que el nom bre que se quiere recordar, ni em plear un vocablo

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para cada una de las part es de dicho nom bre. Recuerde ust ed lo que le dij e en un
capít ulo ant erior: Si recuerda lo principal, ¡los det alles incident ales acudirán, t raídos
por la m em oria verdadera! El m ism o hecho de que ust ed piense en el nom bre, se
ocupe de él de est e m odo, cont ribuirá a grabarlo en su m ent e. El haber est ado
buscando una palabra sust it ut iva para un nom bre —o apellido— ha sido causa de
que ust ed cent rase su int erés en est e nom bre. Por est a causa el chascarrillo que
encabeza el present e capít ulo puede servir para hacernos solt ar una carcaj ada, per o
j am ás podrá ocurrir en la realidad.
Recient em ent e t uve que recordar el apellido Olczew sky, que se pronuncia ol- chus-
ki. Sim plem ent e, m e represent é a un bufón j orobado que acabase de solt ar una
graciosidad saludado por ot ro bufón que le grit aba: «¡Hola, chusco! », y el bufón
prim ero reía su propia gracia con una risit a aguda y dest em plada: «¡Ji- j i- j i- j i! » El
apellido Cont i m e hacía pensar en aquel dicho de un rom ant icism o chocarrero:
«Cont igo, pan y cebolla», y luego al recordar ese dicho m e acudía ot ra vez a la
m ent e el apellido Cont i. Para el apellido Zazurca m e pint aba en la im aginación un
«zar» ruso bailando la m azurca. Para el apellido Andrade, m e im aginaba a un
conocido m ío llam ado Andrés, un m uchacho bast ant e perezoso, anim ándose a sí
m ism o: «¡Anda, Andrés! », pero, claro, uniendo las palabras y pronunciándolas con
ciert a rapidez: «Andandrés.» No es lo m ism o que Andrade, pero bast aba para
recordárm elo.
No im port a lo necia que result e la com paración o la im agen; en la m ayoría de los
casos, cuant o m ás necia m ej or. He dicho a m enudo que si cuando act úo en el
escenario pudiera explicar las raras y necias asociaciones que est ablezco para
recordar apellidos y ot ras cosas añadiría al program a un núm ero realm ent e
divert ido.
Un apellido com o D'Am ico no es dem asiado raro. Yo he conocido a varias personas
que lo llevaban y lo he recordado represent ándom e a una señora vest ida com o un
rey de baraj a de naipes ( no sé por qué se m e ant oj a est a im agen com o la m ás
parecida a un rey de la Edad Media en t raj e de cort e) , cant ando al son de una lira
unas Cant igas de Am igo, gallegas. Yo m ism o no m e explico bien cóm o se m e
ocurrió sem ej ant e im agen. Me figuro que sem iinconscient em ent e hice una m ezcla
en la im aginación de la idea del rey Sabio, de la poesía popular gallega, según las

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nociones adquiridas en el Bachillerat o, y quizá de Nerón. Porque el caso es que la


lira no es lo m ism o que la gait a gallega. Pero recordaba bien el apellido cit ado, que
era lo que m e había propuest o. Una señora vest ida de rey de oros cant ando en
gallego, acom pañándose con una lira... Bast ant e ridículo, ¿verdad? Mej or. Cuant o
m ás ridícula y est ram bót ica la im agen, m ej or, m ás fácilm ent e se relacionará esa
im agen con la faz de la persona, y m ás fácilm ent e se recordará el nom bre, y m ás
t iem po perdurará en la m em oria.
Cuando haya conocido a una buena cant idad de personas, de caras nuevas, ya
em pleando m is sist em as, se encont rará ust ed en posesión de una serie de im ágenes
m ent ales y de pensam ient os que aplicará con frecuencia a nom bres con los cuales
t opará m uy a m enudo. Por ej em plo, para recordar a un López, siem pre veo
m ent alm ent e a una niña que exclam a m irándose la m ano, con los dedos
ext endidos, t oda m anchada de pez, got eando pez: «¡Oh, pez! » Sabiendo que los
Ferrer " son de origen cat alán o valenciano y que en cat alán ferrer es herrero,
siem pre m e represent o a un Ferrer, o Farrer, o Farré con la figura de un herrero. Sí,
em pleo la m ism a im agen para est os t res apellidos; la m em oria verdadera viene en
m i auxilio y m e dice en cada caso cuál de los t res es el que quería recordar.
Pruébelo ust ed por sí m ism o y verá que es así. He aquí ot ros sust it ut ivos
«prefabricados» que em pleo:
El nom bre de Davis o el de David m e hacen pensar siem pre en la fam osa Copa
Davis del t enis. Cuando encuent ro a una persona que lleva un apellido sim ilar a
ést os, veo m ent alm ent e una grande y herm osa copa de m et al precioso. Si
encont rase a un Davidej o, m e im aginaría ( David, hij o) , una copa grande y a su lado
ot ra pequeñit a, su hij o. ¡Es una t ont ería, no cabe duda, pero result a bien! Si David,
Davis y ot ros sim ilares t raen una im agen diferent e —acaso la del rey David— a su
m ent e, em pléela. Para los nom bres que t erm inan en esa o en eza int roduzco
invariablem ent e, com o uno de los elem ent os de la asociación, el obj et o m esa.
Pongam os el caso de Fornesa. Veo un horno ( forno- horno) , sobre una m esa.
Muchos apellidos t erm inan en ez, o en ía, o en t on. Para los prim eros asocio
siem pre a los dem ás elem ent os que em pleo en la asociación el concept o «hez»
( perdón, am igos Pérez, Ram írez, et c.; no se t rat a de t om ar sus apellidos en sent ido
despect ivo, sino de un sim ple recurso nem ot écnico) , en su acepción concret a de

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poso o hez que dej a el vino en el fondo de las cubas donde se guarda m ucho
t iem po. Así en Pérez veo una «pera» cubiert a de dicha «hez». En Ram írez veo un
«ram o» com o los del dom ingo de ram os, ret orciéndose de «ira» al verse m anchado
con «hez» ( ram - ir- ez) . En el caso de los apellidos t erm inados en «ía» o en «ías»,
suelo asociar una «t ía» a las ot ras palabras em pleadas. La t erm inación «t on» suelo
t om arla com o una abreviación —una abreviación t om ando el final y no el principio
del vocablo— de «m ont ón», o bien com o la abreviación de «t onelada», t al com o
suele verse escrit a en los cam iones, por ej em plo. En consecuencia, siem pre asocio
la idea de algo volum inoso y pesado a las dem ás que m e sugiera aquel apellido.
Muchos apellidos ext ranj eros t erm inan en «berg». Si no recuerdo m al, «berg» en
algunos idiom as nórdicos significa «m ont e», «m ont aña»; y por ello ut ilizo en dichos
apellidos la im agen de una «m ont aña». La práct ica de m i sist em a le llevará a ust ed
a adopt ar una serie de im ágenes hechas para m uchas t erm inaciones iguales o
sem ej ant es de los nom bres propios.
Claro, para los nom bres de origen ext ranj ero, el conocim ient o de ot ras lenguas
aprovecha not ablem ent e para forj arse im ágenes con facilidad y rapidez. Adem ás de
la t erm inación dada ant eriorm ent e ( berg) , en alem án «baum » significa «árbol»,
«welt », «m undo», y en inglés «sea» ( pronunciado «sí») quiere decir «m ar»,
im ágenes t odas m uy út iles para form ar asociaciones. Hace poco conocí a un señor
apellidado Zauber. Al hacer yo la observación de que era un apellido raro, aquel
señor m e dij o que en alem án «zauber» significa «m ago». Yo ya m e había
represent ado m ent alm ent e a un ladrón m uy parisién t irando de la puert a de una
caj a de caudales y exclam ando ( en francés, claro; en el prim er m om ent o no se m e
había ocurrido ninguna im agen en español) : «¡Ça, ouvert ! » ( sauver) . Lo m ism o est a
im agen que «m ago» servirían ahora para recordarm e al apellido Zauber.
Ent re personas de origen anglosaj ón, el apellido William s es bast ant e frecuent e. Por
analogía de sonido siem pre lo asocio con «billar». En español no son infrecuent es
los apellidos «Sancho». Era inevit able, siem pre los relaciono con nuest ro ent rañable
Sancho Panza.
Una vez m ás debo indicarle, pues, la ut ilidad de em plear ciert as im ágenes t ipo para
det erm inados nom bres. Sin duda, ust ed adquirirá t am bién, con el t iem po, est e
hábit o. Recuerde bien, solam ent e, que no exist e ningún nom bre que no pueda

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t ransform ar de algún m odo para que adquiera ant e ust ed algún significado, para el
cual no sea posible encont rar ot ras palabras de sonido parecido y que suscit en en la
m ent e de ust ed una im agen o un cuadro que le recordarán aquel nom bre cuando
sea necesario.
Si bien el m ej or m odo de pract icar consist e en lanzarse a em plear el sist em a, aquí
t iene algunos apellidos que yo creo absolut am ent e abst ract os, desprovist os de
significado. ¿Por qué no ver si sabe ust ed forj arse una palabra o un pensam ient o
sust it ut ivos para cada uno de ellos?

Poveda McCart hy
Bradly Morellini
Arcaro Briskin
Moreida Casselwit z
Belm ont e Marquerie
Plat inger Bert rán
Hurt ado Kolcisky
Aizt enarre Sam bellini

Si encont rase alguna dificult ad en alguno de los apellidos anot ados, he aquí cóm o
procedería yo para buscarles palabras sust it ut ivas.
Poveda: un cazador furt ivo disparando a lo loco porque sabe que est á en época de
«veda». «¡Pum , veda! ¡Pum , veda! »
McCart hy: un cart ero con los labios convert idos en una bocina, t rayendo en la m ano
una cart a descom unal. El hom bre se abre paso a bocinazo lim pio: «¡Mac, cart a!
¡Mac, cart a! »
Bradly: sim plem ent e, una bot ella de coñac, con la palabra «brandy» en la et iquet a.
Morellini: una m ora pint arraj eada con «hollín» com iendo fideos. ( Los fideos m e
hacen pensar en lo it aliano, y m e inducen a poner la últ im a i, que es lo que da el
caráct er it aliano a ese apellido.)
Arcaro: «¡Arre, carro! », grit a un ant iguo carret ero, de los de faj a y t ralla, m ient ras
los dos m ulos t iran cuant o pueden de un carro cargado hast a arriba.
Briskin: una bot ella de whisky, t em blando de frío: «¡Brrr! »

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Moreida: Mora ida. Mora de árbol, o de zarza ( o una m uj er m ora, según le


im presione m ás la im agen) , que se va volando con unas alas que le han salido.
Casselwit z: un señor con levit a le pregunt a con una profunda reverencia a un criado
con librea: «¿Qué hace el viz... conde?». Pronunciada un poco rápido:
«¿Cacelviz...?»
Belm ont e: la cosa no t iene discusión. Un t orero dando un pase m uy arrim ado al
t oro. De no disponer de est a im agen, pensaríam os en un «m ont e» adornado con
pendient es y un m ant ón. Un «bello» ( bel) m ont e.
Marquerie: el m ar ( en el que veríam os, com o en un espej o, una gran cara,
riéndose) . Un «m ar» que «ríe».
Plat inger: una «G» de plat ino.
Bert rán: un chiquillo que se plant a en la acera, resist iendo a los t irones de su
m adre, porque quiere «ver t ram s» ( ver t ranvías) .
Hurt ado: un ladrón corre por el pent agram a, llevándose una not a m usical ( el do)
sobre el hom bro. «Hurt a el do».
Kolcisky: col hecha cisco. Vea una col picada a t rocit os pequeños.
Aizt enarre: «A y T y R.» Yo veo est as let ras de m et al, de lat ón brillant e, puest as
com o rót ulo en una puert a.
Sam bellini: est ablezcam os una asociación ent re «sam ba» ( baile) y «lino».
Pues bien, si las im ágenes que se le han ocurrido son com plet am ent e dist int as, no
se apure por ello. Lo que he querido poner de relieve es que por m uy raro que
parezca un nom bre, por largo que sea, por difícil que result e su pronunciación,
siem pre es posible encont rar una palabra o un pensam ient o sust it ut ivos para
rem plazado. Con t al que est a palabra o pensam ient o t raigan a su m ent e el nom bre
que quería recordar, han cum plido de sobras su com et ido. Y en el capít ulo siguient e
le enseñaré a em plear est os pensam ient os o palabras sust it ut ivos.

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Ca pít u lo 1 7
Ot r os de t a lle s sobr e n om br e s y ca r a s

Rut h era una chiquilla dulce y encant adora y t enía m uchos galanes y
adm iradores, pero su m adre opinaba que ya era t iem po de que se casara.
En ocasión de est ar leyendo un libro que hablaba del significado de los
nom bres, Rut h dij o:
—Madre, aquí dice que Philip significa «am igo de los caballos», y que Jam es
significa «adorado». Me gust aría saber qué significará Georges.
Y la m adre cont est ó:
—Pidam os a Dios que signifique «hom bre de negocios».

Ahora que ya sabe ust ed la m anera de lograr que t odo apellido signifique algo,
m ediant e el em pleo de una palabra o pensam ient o sust it ut ivos ha de conocer la
m anera de asociar el nom bre al rost ro de su propiet ario de t al form a que uno de los
dos elem ent os t raiga a su m ent e el ot ro. Muchos sist em as nem ot écnicos le enseñan
al est udiant e a form ar un pareado o aleluya con el nom bre; algo así com o «Señor
Pérez, di, ¿qué quieres?», o «El señor Truj illo es un pillo», o «Señor Toledo, ¡ay,
qué enredo! »
Procedim ient o que no est á del t odo m al, m ient ras uno no t ope con un señor
Caselnow it z, o un señor Sm olensky. Y aun en el caso de que lograra encont rar una
palabra que rim ase con est os apellidos, lo que m e declaro absolut am ent e incapaz
de com prender es cóm o se las arreglaría para que el pareado le ayudase a recordar
la cara, para que la cara le recordase el pareado; es decir, para que uno de los dos
elem ent os le t raj ese a la m em oria el ot ro. No, en realidad, no creo que el recurso
ese de las aleluyas sirva de m ucho. A m i m odo de ent ender la única m anera de
recordar el apellido de una persona, consist e en asociar dicho apellido con la cara de
la persona, pero de una m anera est ram bót ica, form ando con los dos un cuadro o
una im agen raros. He aquí el procedim ient o.
Siem pre que salude ust ed a una persona nueva, fíj ese en su cara y t rat e de
descubrir un rasgo fisonóm ico que dest aque ent re los dem ás. Cualquiera de ellos
sirve: oj os pequeños, oj os grandes; labios gruesos, labios delgados; frent e alt a,

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líneas o arrugas en la frent e; nariz ancha, vent anas de la nariz m uy dilat adas,
vent anas de la nariz est rechas; orej as grandes, orej as pequeñas, pabellones de las
orej as m uy separados de la cabeza, hoyuelos, hendiduras o griet as de la piel,
verrugas, bigot e, líneas en el rost ro, m ent ón grande, m ent ón ret raído, m ent ón
salient e, línea de los bordes del cabello, boca grande, boca pequeña; dient es... En
fin, cualquier det alle de la fisonom ía.
Y no es cuest ión de pararse en grandes análisis; ust ed deberá escoger aquel rasgo
que le parezca m ás not able. Acaso no lo sea, en realidad; quizás ot ra persona
escogiese, y con m ás aciert o, ot ro com plet am ent e dist int o. No im port a, lo que a
ust ed se le ant oj e com o m ás not able será aquello que volverá a llam arle la at ención
la próxim a vez que vea a esa persona. Lo que im port a es que, m ient ras est á
buscando un rasgo fisonóm ico sobresalient e, ust ed concent ra su at ención y su
int erés en la cara, t om ada en conj unt o. Est á ust ed observando un rost ro y
grabándolo en su m em oria.
Una vez elegido el rasgo sobresalient e, ust ed est á ya en condiciones de asociar el
apellido al rasgo en cuest ión. Por ej em plo, el señor Sacos t iene la frent e m uy alt a.
Ust ed podría «ver» m illones de sacos salt ando de su frent e, o ver su frent e
convert ida en un saco. Ya ve, pues, que debe em plear las m ism as leyes y principios
que le enseñé al com ienzo del libro. Y el m ás im port ant e de t odos aquellos
principios es que debe ver real y verdaderam ent e, con los oj os de la im aginación, el
cuadro que se le haya ocurrido. Mire ust ed la cara del señor Sacos y «vea» brot ar y
caer de t odos los punt os de su frent e m iles de sacos. ¡He ahí el secret o de la
cuest ión! Si el señor Labot ella t uviese una nariz m uy grande, yo m e lo im aginaría
con una bot ella por nariz y agarrándola con la m ano para que no se la quit aran.
Acaso el señor Gelm írez t uviese unas cej as m uy pobladas. Com o para recordar el
apellido yo m e habría form ado la frase sust it ut iva «ángel m ira hez» y m e habría
represent ado el cuadro de un ángel m irándose la m ano, por ej em plo, sucia de heces
de vino, ahora vería al ángel de ant es lim piándose las m anos, pero volviéndolas a
pasar por las cej as del señor Gelm írez, y cada vez vuelven a quedarle sucias de
heces de vino. Con ello int roduzco, adem ás, ACCI ÓN en el cuadro. Recuerde ust ed
que el hecho de que yo le ponga est os ej em plos no significa que sean los únicos ni
los m ej ores. Acaso ust ed hubiera escogido ot ro pensam ient o sust it ut ivo para el

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apellido Gelm írez, y se hubiera fij ado en ot ro rasgo fisonóm ico. Da lo m ism o. Tant o
una cosa com o la ot ra son de libre elección de la persona que se propone recordar
aquel nom bre y aquella cara. La palabra sust it ut iva que se le ocurra con el m enor
esfuerzo, el rasgo que se le ant oj e m ás dest acado en el prim er m om ent o, y la
asociación que surj a de una m anera casi aut om át ica en su m ent e, son, no cabe
duda, los que m ej or le servirán.
Algunas personas pensarán, al principio, que el encont rar una palabra sust it ut iva
para el apellido de alguien y el asociar luego esa palabra con un rasgo sobresalient e
de su cara exigen dem asiado t iem po. Puede que les parezca em barazoso que ot ros
se percat en de que son observados con gran at ención. Créam e, por favor, no se
necesit a t iem po ninguno. Después de un m ínim o de práct ica, verá ust ed que ha
encont rado un pensam ient o o palabra sust it ut ivos ( si ello es necesario) para el
apellido y los ha asociado a la cara de la persona a la cual quiere recordar en m enos
t iem po del que se t arda en decir «¡Hola! ». Com o en t odo lo dem ás, en est o el
esfuerzo m ás difícil es el prim ero. Claro, lo m ás sencillo sería cont inuar
abandonándonos a la pereza y cont inuar olvidando apellidos y nom bres, pero,
pruebe ust ed m i sist em a y pront o est ará de acuerdo en que result a m uy fácil
recordarlos.
Y el m ej or m odo de pract icar y ent renar la m em oria para recordar nom bres y caras
consist e, sencillam ent e, en ponerse a ello. De t odos m odos, para infundirle a ust ed
un poco de confianza, hagam os la siguient e prueba: est oy seguro de que ant es de
leer est e libro, la m ayoría de ust edes se creían perfect am ent e incapaces de recordar
y ret ener los nom bres o apellidos de quince personas si se las present aban t odas a
un m ism o t iem po. Si hizo ust ed la prueba del capít ulo 3, sin duda lo advirt ió. Bien,
perm ít am e ahora present arle los ret rat os de quince personas, sólo para dem ost rarle
que puede recordar el apellido v la cara de t odas, ayudado por m is sist em as. Por
supuest o, con ret rat os no result a t an fácil, porque uno no ve las caras, sino un
plano, m ient ras que de ordinario, en la realidad, las ve en t res dim ensiones. Acaso
result e un poco laborioso not ar algún rasgo dest acado en un ret rat o, pero voy a
t rat ar de ayudarle con cada uno de los rost ros aquí reproducidos.
El núm ero 1 es el señor Carpint ero. Est e nom bre no present a problem a ninguno,
puest o que posee ya un significado propio. El paso siguient e es el de hallar un rasgo

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dest acado en la cara del señor Carpint ero. Podría ust ed decidirse por su boca
pequeñit a. Tam bién, si m ira con det ención, observará una cicat riz en su m ej illa
derecha. Escoj a el que le parezca de est os dos rasgos ( el que m ás resalt e ant e los
oj os de ust ed y asocie a él la palabra «carpint ero». Podría ust ed ver a un carpint ero
t rabaj ando en el rasgo escogido ( no olvide el represent arlo m anej ando út iles
propios de su oficio) , la boca, por ej em plo, t rat ando de hacerla m ayor, o bien en la
cicat riz, t rat ando de repararla. Lo m ás im port ant e de t odo es que vea realm ent e el
cuadro que se ha im aginado, que lo vea, m ient ras m ira el ret rat o del señor
Carpint ero, t rabaj ando afanoso en esa cara; de lo cont rario, olvidará ust ed el
apellido. ¿Lo ha vist o ya? En caso afirm at ivo, ocupém onos del ret rat o núm ero 2.

El núm ero 2 es el señor Bordeley. Fíj ese en los largos hoyuelos de sus m ej illas. ¿No
ve adem ás las profundas líneas que van de la nariz a la boca? Lo m ism o que en
t odas las caras, son varios los rasgos dest acados que encont raríam os en ést a. Yo
ut ilizo los hoyuelos, y los veo rebosando de t ricornios de guardia civil. Recuerde que
yo em pleo «guardia civil» com o sinónim o de «Ley». Si ust ed hubiera escogido ot r a
im agen para est a palabra, ut ilice la suya. Lo que im port a es que m ire el ret rat o del
señor. Bordeley y vea el cuadro que se ha forj ado.
El núm ero 3 es la señorit a Correquilla. Yo m e fij aría en su peinado en cerquillo.
Podría ust ed ver a varias personas paradas en sus cerquillos, rascándose
violent am ent e, porque el pelo de la señorit a les hace cosquillas. «¡Corre que m e
hace cosquillas! » Por supuest o, si ust ed se im aginara la quilla de una barca que
corre a part irle ese peinado ( Corre, quilla) , el result ado práct ico sería el m ism o.

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Ahora fíj ese en el ret rat o de la señorit a Correquilla, y vea por un segundo el cuadro
que haya elegido ust ed.

El núm ero 4 es el señor Sm olensky. No le asust e el apellido en cuest ión, será fácil
encont rarle una palabra o pensam ient o sust it ut ivos. Yo vería a una persona
esquiando sobre su ancha nariz, y luego parándose para «m oler un esquí» ent re
dicha nariz y la rueda de una m uela. «Moler un esquí», Sm olensky. ¿Ve cuan
sencillo result a? Yo m e he fij ado en su ancha nariz; acaso ust ed habría preferido
elegir su ret raída barbilla. Elij a el rasgo que le parezca m ás not able y vea al
esquiador haciendo cisco un esquí ent re una rueda de afilar y el rasgo elegido.
El núm ero 5 es el señor Hacha. Yo vería un hacha arrancándole de un solo golpe el
bigot e. Vea el cuadro dándole un m at iz violent o. Violencia y acción facilit an el
recuerdo. Asegúrese de ver m ent alm ent e el cuadro.
El núm ero 6 es la señora Cordero. Para recordarla yo vería un cordero asom ando la
cabeza por la ancha raya de su peinado. Acaso a ust ed le parezca que son rasgos
m ás salient es sus regordet as m ej illas, o su ancha boca, o sus oscuros oj os. Si es
así, ut ilice uno de est os rasgos en la asociación. Lo que im port a de veras es que
m ire el ret rat o y vea realm ent e el cuadro im aginado, al m enos durant e una fracción
de segundo.

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El núm ero 7 es la señorit a Cochaver. Lo prim ero que not o en ella son sus oj os m uy
salient es. Y vería coches y m ás coches saliendo de los oj os de la señorit a Cochaver,
t odos de un lado para ot ro, com o si buscaran, si quisieran ver algo. Salen, pues, los
«coches a ver» ( Cochaver) . I m port a represent arse al cuadro en m ovim ient o ¡Pero,
sobre t odo, asegúrese de no dej arlo en una m era suposición de cuadro; véalo
realm ent e con los oj os de la im aginación!
El núm ero 8 es el señor Capacho. Fíj ese en que t iene la boca m uy ancha. Yo m e
vería a m í m ism o arroj ando en esa boca, que es un capacho, un m ont ón de ropa
sucia. Acuérdese, al m irar al señor Capacho, de ver est a im agen con los oj os de la
m uert e.
El núm ero 9 es la señorit a Herrera. Se t rat a de un apellido sencillo y relat ivam ent e
corrient e; pero no espere recordarlo si no se forj a una asociación. Apellidos com o
García, Fernández, Cast illo y Herrera, se olvidan con la m ism a facilidad que ot ros
m ás largos y com plicados, y parece com o si est e olvido fuese m enos perdonable. La
señorit a Herrera t iene unos labios m uy gruesos, casi parecen hinchados. Yo vería a
un herrero golpeando con un m art illo grande los labios de esa señorit a. Los golpes
del m art illo son la causa de que se hinchen los labios. Si ust ed prefiere fij arse en las
largas cej as de la señorit a Herrera, es igual. Lo que im port a es que, al m irarla, vea
m ent alm ent e por unos m om ent os el cuadro o asociación que ha decidido adopt ar.

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El núm ero 10 es el señor Cañón. Escoj a algún rasgo not able de su cara. Acaso sea
ese pabellón de la orej a que se separa de la cabeza, o las líneas que t iene en el
ángulo del oj o, o los delgados labios. Luego puede ust ed ver el cañón disparando
cont ra el rasgo elegido, o desde el m ism o. Escoj a la asociación que prefiera y véala
con los oj os de la m ent e.
El núm ero 11 es el señor D'Am ico. Es im posible no fij arse en su espesa y ondulada
cabellera. Véala com o un gran chorro de su licor o refresco preferidos m anando de
un surt idor en form a de cabeza, y véase a ust ed m ism o llenando una copa o vaso
exageradam ent e grande en ese surt idor, al m ism o t iem po que exclam a: «¡Convit e
de am igo! » «¡De Am ico! »
El núm ero 12 es la señorit a Selvara. Yo vería nacer árboles de esas líneas profundas
bien m arcadas de la part e inferior de sus m ej illas. Y si quisiera recordar bien el
nom bre ent ero, vería unos árboles arando las m ej illas de la señorit a. «La selva
ara.» Tenga buen cuidado en pint arse est e cuadro en su m ent e.
El núm ero 13 es el señor Pim ent el. Lo prim ero que m e salt a a la vist a es la
hendidura de la barbilla del señor Pim ent el. Yo m e represent aría un chorro de
pim ent ón m anando de aquella hendidura. Con ello m e bast aría para recordar el
apellido Pim ent el, a pesar de que el nom bre de la cosa asociada no sea «pim ent el»
sino «pim ent ón». Pero, si quisiera concret ar y asegurarm e m ás, ent re el chorro del
pim ent ón vería salt ar de vez en cuando unos paquet it os del m ism o product o con
una et iquet a: «Pim ent ón Tel.» Vea ust ed est e cuadro.

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El núm ero 14 es el señor Mont argent e. Desdoblem os el apellido en dos palabras:


Mont e y argent e. Ahora recordem os que en lat ín argent um es plat a, y que de ahí se
han derivado ot ras palabras, com o el adj et ivo argent ino ( de plat a) , et c. Con ello, en
est e caso, la sim ilit ud de sonido nos puede hacer ident ificar «argent e» con «plat a».
Por lo dem ás, el rasgo que m e llam a la at ención en la cara de Mont argent e es su
prom inent e m ent ón. De ahí que lo vea com o un m ont ículo de plat a, argent ino.
Véalo ust ed t am bién; véalo brillant e, lanzando dest ellos blancos. Aunque no sea el
rasgo m ás not able de esa cara, quizá le diese buen result ado a ust ed ver un m ont e
de plat a en cada m ej illa, blanco y brillant e, descendiendo hast a las líneas cont iguas
a las com isuras de los labios. Ut ilice el cuadro que m ej or le parezca, pero recuerde
que lo m ás im port ant e es que lo vea claram ent e con los oj os de la im aginación.

El núm ero 15 es la señorit a Triguero. Yo vería m illones ( con est o int roduzco el
fact or exageración) de sacos de t rigo, algunos desat ados y solt ando chorros de
dicho cereal, cayendo de la boca de la señorit a Triguero. Asegúrese de que, al m irar
a la señorit a Triguero, ve ust ed el cuadro en su im aginación.
He seleccionado a propósit o una am plia variación de apellidos para dem ost rar que la
singularidad o rareza de la palabra a recordar im port a poco. Acaso ust ed desee
repasar rápidam ent e las ant edichas caras para reafirm ar en su m ent e las
asociaciones form adas. Bien, aquí t iene ahora los m ism os rost ros, colocados en
orden dist int o, y sin los apellidos respect ivos. Vea si es capaz de escribir debaj o de
cada rost ro el apellido correspondient e. Cuando haya t erm inado, com pruebe el

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porcent aj e de aciert os ¡y pásm ese al ver los progresos conseguidos en el art e de


recordar nom bres y caras!
Si se le present ase alguna dificult ad para recordar uno de los nom bres, sería porque
no ha est ablecido ust ed una asociación suficient em ent e vivida; porque en realidad
no ha vist o el cuadro en su im aginación. En est e caso, cont em ple ot ra vez la cara
cuyo nom bre no recuerda, fort alezca la asociación form ada y pruebe ot ra vez. Casi
seguro que, al segundo int ent o, recuerda ya t odas las caras con sus nom bres
correspondient es. Y si se sient e ya m ás seguro de sí m ism o, ¿por qué no volver a
int ent ar la prueba que hicim os en el capít ulo 3 y confront ar la punt uación que
obt enga ust ed ahora con la obt enida ent onces? Mañana, e incluso dent ro de un par
de días, vuelva a m irar las caras de est e capít ulo y las del capít ulo 3 ¡y verá que
sigue recordando cóm o se llam an t odas esas personas!
Y t enga present e que, si logra recordar los nom bres de las caras reproducidas en
dibuj os o grabados, m ucho m ás fácil será recordar las de las personas reales que le
present en. Adem ás de que not ará ant es y m ej or cuál es el rasgo dest acado de cada
una, hay ot ras m uchas cosas que se pueden t om ar en consideración, t ales com o el
m odo de hablar, los defect os de pronunciación, la act it ud, el aire de aquella persona
al andar, su port e, et c.
Si se encont rase ust ed en una fiest a fam iliar, en una reunión de am igos o en
parecida circunst ancia y quisiera presum ir m em orizando los nom bres de t odos los
asist ent es, podría hacerlo ut ilizando los sist em as recién aprendidos. Con t odo,
sent iría probablem ent e la necesidad de repasar los apellidos de aquellas personas
alguna que ot ra vez. Para ello, cada vez que m ire a una de ellas, debe hacer de
m odo que su nom bre le venga al pensam ient o. De est a form a lo rem em ora ust ed y
lo graba con m ayor firm eza en su m em oria. Si t uviera que dirigirse a una persona a
la cual ha saludado ya, y no recordase cóm o se llam a, pregúnt ele su nom bre ot ra
vez, o pregúnt elo a ot ro. Luego t rat e de reforzar la asociación que hizo la prim era
vez. ¡Haga la prueba! Dej ará pasm ados a sus am igos, y ust ed m ism o se quedará
sorprendido.
A quienes les int erese aplicar lo aprendido a efect os práct icos, los que t engan que
conocer a m e nudo caras nuevas y les convenga recordarlas y recordar cóm o se
llam an, pueden em plear el recurso de escribir sus nom bres, con finalidades de

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repaso. Según dij e ya en un capít ulo ant erior, escribir el nom bre al m ism o t iem po
que se em plea un sist em a de asociación para recordarlo est á m uy bien. Al conocer o
saludar a det erm inado núm ero de personas, nat uralm ent e, ust ed habrá puest o en
práct ica los sist em as aprendidos aquí. Luego, al final de la j ornada, piense en cada
una de las personas a las cuales ha conocido durant e el día y a m edida que sus
respect ivos nom bres le acudan a la m ent e, anót elos. Al día siguient e repase est a
list a de nom bres. Mient ras est é leyendo cada uno de ellos, en su m ent e se
reproducirá una im agen de la cara de persona.

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Ret enga est a im agen un m om ent o en su pensam ient o y vea ot ra vez la asociación
que form ó para relacionar el nom bre con la cara. No es preciso m ás. Repit a la
m aniobra unos días después, luego una sem ana después, y luego unas pocas veces
m ás, hast a que los nom bres y rost ros hayan quedado grabados en su cerebro.
Est e procedim ient o casi podríam os considerarlo adecuado para ut ilizarlo en un
t erreno experim ent al, porque en la realidad cot idiana, si ust ed quiere recordar a
det erm inadas personas, será sin duda porque espera o se propone volverlas a ver.

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Y si las vuelve a ver, volverá a nom brarlas, con lo cual realizará un excelent e
repaso; de m odo que el escribir los nom bres casi era com plet am ent e innecesario.
Ahora bien, uno t iene que proceder com o m ej or le convenga, dadas las
circunst ancias de su caso part icular. Lo que sí puedo asegurarle es que, si se decide
a realizar el esfuerzo que puede significar, al principio, el poner en práct ica m is
m ét odos, ést os act uarán diligent em ent e en beneficio de ust ed.

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Ca pít u lo 1 8
Es con ve n ie n t e r e cor da r de t a lle s r e la t ivos a la s pe r son a s

Es cosa que m aravilla a t odos los hom bres que, ent re t ant os m illones de
caras, no haya dos exact am ent e iguales.
Sir Thom as Browne

Sí, afort unadam ent e, t odos los rost ros son dist int os, no hay dos exact am ent e
iguales. Si t odas las fisonom ías fuesen iguales, con sist em a o sin sist em a, nos sería
absolut am ent e im posible recordarlas y recordar sus nom bres. Varias veces m e han
invit ado —a guisa de ret o— a recordar los nom bres de pila de una parej a de
gem elos idént icos. Hast a la hora present e, siem pre he logrado encont rar una
diferencia, si bien algunas veces realm ent e pequeña, ent re la cara del uno y la del
ot ro. Y a esa diferencia ha sido a lo que asocié sus nom bres. Así, pues, com o dicen
los franceses: «Vive la différence! »
Si ha est udiado ust ed los capít ulos ant eriores sobre cóm o recordar nom bres y caras,
y si ha puest o en práct ica m is m ét odos, en est os m om ent os t iene que haber
realizado grandes progresos. Aunque en la m ayoría de los casos el nom bre que
j am ás nos int eresa recordar es el segundo, o sea, el apellido, es posible que alguno
de ust edes est é int eresado en recordar t am bién los nom bres pat roním icos, o los
apodos. Tam bién est o puede lograrse m ediant e el recurso de las asociaciones
conscient es. El procedim ient o a em plear consist irá en ut ilizar una palabra sust it ut iva
para el nom bre pat roním ico, e int roducirla en la asociación ant es form ada, o
t am bién uno puede represent arse m ent alm ent e a una persona a la cual conozca
m uy bien y que lleve el m ism o nom bre de pila, relacionándola con la persona cuy o
nom bre querem os recordar.
Encont rar palabras sust it ut ivas para los nom bres pat roním icos es fácil. Enrique
podría ser «neo»; Carlos podría ser «cardos»; por Guillerm o yo m e represent o
siem pre a un hom bre con un arco y una flecha, en recuerdo de Guillerm o Tell; al
paso que Ricardo t am bién m e sugiere la idea de riqueza, pero para dist inguirlos de
los Enriques, a los Ricardos les añado un árbol que por frut os produce m onedas de
oro. Gloria podríam os represent arla por una bandera; Mariano, por un m arinero;

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et c. En m uchos casos ut ilizarem os los m ism os sím bolos con que los im agineros
dist inguen a un sant o de ot ro. Así unas llaves nos indicarán a los Pedros, unas
saet as a los Sebast ianes, una parrilla a los Lorenzos. Tam bién nos serán út iles en
ciert os casos las advocaciones de los sant os para recordar a los que llevan su
nom bre. Por ej em plo, para recordar que uno se llam a Crist óbal de nom bre de pila,
podem os asociar a la im agen o cuadro form ado con el apellido, un chofer con la
cabeza rodeada por la aureola de la sant idad; a un I sidro lo verem os con el arado
en la m ano, et c.
Si se habit úa ust ed al procedim ient o de buscar palabras sust it ut ivas para recordar
nom bres de pila, al cabo de un t iem po dispondrá de una para cualquiera de los
nom bres que pueda t ener que recordar.
El sist em a de represent arse a un am igo que lleve el m ism o nom bre de la persona
en cuest ión puede darle idént icos result ados. Si le present aran a un señor llam ado
Juan Cit rón, podría ut ilizar la palabra «cít rico» ( ácido cít rico, cont enido en los
lim ones) para recordar el apellido, asociándola con el rasgo m ás not able de la
fisonom ía de dicho señor, y luego int roducir en el cuadro, de una m anera
est ram bót ica, a un am igo que se llam e Juan, y luego recordará que el nom bre de
pila del señor Cit rón es Juan.
De nuevo debo advert irles que no he de ser yo quien le diga qué procedim ient o ha
de seguir, o si le conviene seguir los dos, según requieran las circunst ancias. Est o
queda a elección de ust ed. Si not a que un sist em a le result a m ás que el ot ro, no
vacile ni un m om ent o, aquél es el que debe ut ilizar en t oda ocasión.
Si al principio el recordar los nom bres pat roním icos le cuest a dem asiado esfuerzo o
le produce confusiones, no se apure por ello; lim ít ese de m om ent o a recordar los
apellidos. Siga una t em porada así, y pront o descubrirá que sabe recordar los
nom bres de pila t an bien com o los de fam ilia, y viceversa. Nadie se sent irá ult raj ado
por el hecho de que ust ed recuerde solam ent e su apellido. Benj am ín Disraeli t enía
un recurso incluso para cuando había olvidado am bos nom bres. Una vez lo reveló él
m ism o: «Cuando encuent ro a un hom bre cuyo apellido no logro recordar, m e
concedo dos m inut os para ver si m e viene a la m em oria, y en caso negat ivo,
pregunt o invariablem ent e: " ¿Y qué, cóm o va su ant igua dolencia?" » Y com o casi
t odos sufrim os alguna enferm edad m ás o m enos crónica, es m uy probable que "

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Disraeli halagase en ext rem o a t odos aquellos con los cuales em pleó sem ej ant e
recurso, haciéndoles creer que los recordaba m uy bien. De t odos m odos, no es
preciso recurrir a subt erfugios; ut ilice ust ed m is sist em as y recordará perfect am ent e
nom bres y caras.
Se m e ant oj a, em pero, que m ucho m ás que los nom bres de pila int eresa recordar
hechos o det alles relat ivos a las personas con las cuales nos relacionam os. Est o
result a ciert o lo m ism o en el m undo de los negocios que en la vida de sociedad. En
el t erreno de los negocios, part icularm ent e, pues en det erm inado m om ent o podrá
serle a ust ed m uy út il recordar qué género o qué calidades o núm eros de cat álogo
de una det erm inada m ercancía le vendió a un client e; o, si fuese ust ed m édico, le
int eresaría recordar los sínt om as y dolencias de sus pacient es, et c. Por lo dem ás,
result a en verdad m uy halagador encont rar a una persona a la cual hace algún
t iem po que no hem os vist o y que nos pregunt e cosas que nos int eresan de cerca, y
que a ella no le afect an para nada en absolut o. Si ust ed consiguiera hacer est o, no
solam ent e se granj earía el aprecio de las gent es ( a la gent e siem pre le gust a que
uno se int erese por lo que a ellos les int eresa) , sino que, en el t erreno com ercial,
podría report arle buenos beneficios.
El m ét odo es el m ism o que para recordar nom bres de pila: bast a con int roducir el
det alle que int erese recordar en la asociación que form em os al m em orizar el
nom bre y la cara. Sí, por ej em plo, yo saludase por vez prim era a un señor
apellidado Cam panero, al cual quisiera, ot ro día, causarle una excelent e im presión,
y supiera que es un coleccionist a apasionado de sellos, asociaría, seguram ent e,
«cam pana» o «cam panero» a un rasgo sobresalient e de su rost ro, y luego asociaría
«sellos» a esa «cam pana» o a ese «cam panero».
Quizás alguno de ust edes piense que est e procedim ient o le expone a uno a
confundirse y creer luego que aquel señor se llam a Cam panisello, o cosa por el
est ilo; pero no es así; t am bién en est e caso la m em oria norm al nos dirá la
diferencia. Sabrem os que el apellido es Cam panero y podrem os darle una
sat isfacción hablándole de su colección de sellos, o pregunt ándole porm enores de la
m ism a.
En m is act uaciones ant e el público, saludo con frecuencia a doct ores, j ueces,
m ilit ares, y a ot ras m uchas personas a las cuales corresponden ot ros t rat am ient os

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que los habit uales de «señor» o de «don». I m port a m ucho que, al dirigirm e a ellos,
em plee el t rat am ient o indicado, puest o que aun cuando recuerde sus apellidos, las
personas que t ienen un t ít ulo pueden sent irse ofendidas si no lo em pleo, o si lo
olvido. El recurso que ut ilizo es el m ism o de ant es; sim plem ent e, int roduzco algo en
la asociación prim it iva que m e recuerde el t ít ulo o el t rat am ient o correspondient e.
Cualquier cosa sirve; lo m ej or suele ser el prim er obj et o que le viene a la m ent e a
uno cuando escucha el t ít ulo o t rat am ient o. Para acordarse de «doct or», m e
im agino siem pre un fonendoscopio, porque es el prim er obj et o que se m e pint a en
la im aginación cuando m e hablan de un m édico. Nat uralm ent e, lo m ism o servirían
bist urí, j eringuilla de inyecciones, m esa de operaciones, et c.
Al saludar a un j uez int roduzco siem pre en m i cuadro m ent al un birret e y una t oga.
Con ello m e bast a para dirigirm e a él t rat ándole siem pre de «señor j uez». Quizás
ust ed prefiriese verle con un gran libro de leyes debaj o del brazo. Años at rás vi un
ret rat o del alcalde de Nueva York Jim m y Walt er con som brero de copa. Por no sé
qué causa aquel rost ro se m e quedó grabado en la m em oria. Ahora, siem pre que en
alguna reunión m e present an al alcalde de una ciudad, t engo buen cuidado de
int roducir un som brero de copa en la asociación que se m e ocurre.
Muchas veces m e han requerido para hacer pasar un rat o agradable a una reunión
de m ilit ares, y he t enido que prepararm e de ant em ano palabras sust it ut ivas que m e
recordasen a quién había de dirigirm e dándole el grado de sargent o, t enient e, cabo
o com andant e... A m edida que los iba saludando iba int roduciendo la palabr a
sust it ut iva correspondient e en la asociación que form aba ent re el nom bre y la cara
de cada uno, y luego m e dirigía a cada cual sin equivocarm e.
Ya ve ust ed que, para acordarse de det alles relat ivos a una persona, adem ás de su
nom bre puede asociar con su fisonom ía cualquier ot ra palabra. Una y ot ra vez he
m encionado que debe em plear est os procedim ient os para que ellos act úen en
beneficio de ust ed. Y lo he m encionado porque el hecho t iene suficient e im port ancia
para j ust ificar t oda repet ición. Si adopt a la act it ud de que nada logrará rem ediar su
pésim a m em oria, nada lo logrará, en efect o, puest o que ust ed m ism o no perm it e
que nada la rem edie. Adopt e, en cam bio, una act it ud posit iva; ensaye est os
procedim ient os y experim ent ará una agradable sorpresa. Si ha leído desde el

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principio del libro hast a est a página, y si ha ensayado t odos los procedim ient os y
sist em as que llevo expuest os, est oy seguro de que ha quedado ya convencido.
Le he dicho t am bién que t odos est os procedim ient os y sist em as act úan com o m eros
auxiliares de su m em oria verdadera. Si, para em pezar, no poseyera ust ed la
capacidad de recordar, no recordaría, por m uchos sist em as y m ét odos que
em please; ni siquiera sería capaz de recordar siem pre dichos sist em as y m ét odos.
Si ust ed se encont rara en el caso de t ener que realizar un esfuerzo suprem o para
recordar, lo realizaría; no cabe la m enor duda. El problem a est á en que t odos
som os dem asiado perezosos para realizar t al esfuerzo. Los sist em as cont enidos en
est e libro no hacen ot ra cosa que facilit arle el esfuerzo m encionado. La necesidad de
est ablecer asociaciones le exige prest ar at ención a aquello que quiere recordar; lo
dem ás viene casi por sí solo.
Requeriría un t iem po y un espacio excesivos explicarle cuan út il m e ha sido t ener la
m em oria ent renada, aun dej ando apart e m is act uaciones en público. Por supuest o,
siem pre hay personas que llevan las cosas a un ext rem o exagerado. Yo acost um bro
a saludar y recordar de m il a t res o cuat ro m il personas cada sem ana, y a veces
m ás. Sería bast ant e est úpido por m i part e si m e propusiera ret ener t odos esos
nom bres y caras. Sin em bargo, j am ás sé si de pront o no m e parará alguno por la
calle, o en el cine, o m ient ras guío m i coche, o en alguna ciudad pequeña en la que
acaso act uara hace dos o t res años, y m e pregunt ara de sopet ón: «¿Cóm o m e
llam o?»
Esas personas esperan que las reconozca, a pesar de haberlas saludado casi al
m ism o t iem po que a ot ras cuat rocient as. Lo realm ent e pasm oso es que del 29 al 30
por cient o de los casos, las asociaciones form adas quizá dos años ant es vuelven a
m i m em oria después de haber reflexionado unos segundos... Y ent onces sé cóm o se
llam a aquella persona. En el caso de ust ed, no se present aría un problem a parecido
porque est oy seguro de que pocos de m is lect ores est arán expuest os a t ener que
conocer de t res a cuat rocient as m il caras nuevas al año.
Creo que est e libro j am ás hubiera salido a la luz de no haber sido porque recordé el
nom bre de una persona. Había hablado del libro con el señor Fell, el edit or, la
prim era vez que le vi. Él m e dij o que m edit aría m i proyect o, y en eso quedó la
cuest ión. Cinco m eses después, período en el que conocí a varios m illares de

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personas, quiso el azar que act uase yo ant e un grupo de hom bres solos en un
alm uerzo benéfico. De pront o se m e acercó un caballero y m e pregunt ó si le
recordaba. Al cabo de unos inst ant es de m edit ación m e di cuent a de que se t rat aba
del señor Fell, quien, habiendo oído que act uaría en aquella fiest a benéfica, había
ido para som et erm e a prueba. Le dij e su apellido; y unas sem anas m ás t arde
reconoció im plícit am ent e que, si no le hubiese recordado, m i obra no le hubiera
ent usiasm ado ni la m it ad de lo que le ent usiasm aba ahora. Nat uralm ent e, el buen
señor quería com probar si m is sist em as daban un result ado verdaderam ent e
posit ivo.
Ést a fue una de las ocasiones en que el recordar cóm o se llam aba det erm inada
persona t uvo para m í una im port ancia grande. El recordar el nom bre de una
persona en el m om ent o preciso puede t ener un día para ust ed una im port ancia
m ayor t odavía. Acaso sea el punt o de apoyo que le abra las puert as de un em pleo
m ej or, o de una oport unidad ext raordinaria, o de un cont rat o de vent a m ás
vent aj oso.
En consecuencia, ensaye est os sist em as, ut ilícelos, y est oy seguro de que sus
esfuerzos quedarán cum plidam ent e recom pensados.

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Ca pít u lo 1 9
Es ú t il r e cor da r n ú m e r os de t e lé fon o

La chiquilla est aba t rat ando de com unicar con «I nform aciones» para que le
proporcionasen det erm inado núm ero de t eléfono.
Em pleada: Encont rarás ese núm ero en el anuario t elefónico.
Chiquilla: Oh, no puedo abrirlo. ¡Est oy subida encim a para poder llegar al
aparat o!

Aunque la m ayoría de ust edes no t endrá que subirse a la guía t elefónica para llegar
al aparat o, sin duda t ienen que ut ilizarla con frecuencia para buscar en ella núm eros
que ha olvidado. Ciert o, m uchas personas no creen necesario recordar núm eros de
t eléfono, porque precisam ent e para eso est á la guía; lo cual no im pide que las
com pañías t elefónicas t engan que m ant ener a una serie de em pleadas en la sección
de I nform ación. A cont inuación de los lam ent os sobre la im posibilidad de recordar
nom bres y caras, creo que la quej a que se oye m ás a m enudo acerca de la m em oria
es ést a: «¡Ah, sim plem ent e, m e es im posible recordar los núm eros de t eléfono! »
Com o dij e ya en un capít ulo ant erior, la m ayoría de m em orias huérfanas de
ent renam ient o result an unilat erales. Las personas que por lo com ún saben recordar
núm eros de t eléfono, no recuerdan nom bres, y viceversa. Nat uralm ent e, yo m e
propongo que ust ed recuerde los unos y los ot ros, y t odos con igual seguridad.
Mi buen am igo Richard Him ber, fam oso m ago m usical, dándose cuent a de que la
m ayoría de personas no logran recordar núm eros de t eléfono, quiso hacer algo por
rem ediarlo. Consiguió que a t odo el m undo le result ase m uy sencillo recordar el que
él t enía; le decía a la gent e que le bast aría con señalar su nom bre, R. Him ber. No sé
cóm o se las arregló, pero el caso es que consiguió que las let ras para su línea
t elefónica fuesen R H. El rest o del núm ero es 4- 6237, que es el que result a
señalando í- m - b- e- r en el disco. Y ahora les suplico que no corran t odos a llam ar
para ver si es ciert o; ¡no duden de m i palabra!
Nat uralm ent e, est o resolvería el problem a para t odo el m undo t rat ándose de
recordar el núm ero del señor Him ber ( con t al que uno recordase su nom bre) , pero,
por desgracia, no t odos podem os t ener núm eros así. No; ust edes t endrán que

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aprender a recordar núm eros de t eléfono y las em pleadas de I nform ación se lo


agradecerán ent rañablem ent e.
En Nueva York, los núm eros de t eléfono consist en en una palabra y un núm ero para
det erm inar el ram al de línea que le corresponda, y cuat ro cifras para indicar el
aparat o correspondient e dent ro de aquel ram al. Por ej em plo: Colum bus, 5- 6695.
Form ando una asociación est ram bót ica ent re dos o t res palabras u obj et os, uno
puede m em orizar cualquier núm ero de t eléfono; y añadiendo luego un pensam ient o
a est a asociación, puede recordar a quién pert enece dicho núm ero.
La m ayoría de t eléfonos act ualm ent e en uso son de disco girat orio, por lo cual t odo
lo que nos es preciso recordar son las dos prim eras let ras de la palabra que nos da
la cent ral t elefónica correspondient e, puest o que son las únicas que t endrem os que
señalar. Esas dos let ras cent rarán nuest ra at ención. Ahora, lo prim ero que debem os
aprender es la m anera de form ar una palabra que nos ayude a recordar
inm ediat am ent e esas dos prim eras let ras del nom bre y adem ás el núm ero del ram al
de línea. Claro est á, debería encont rar una palabra que podam os recordar
fácilm ent e. Com o ej em plo, podem os t om ar el m ism o núm ero cit ado ant es: CO- 5-
6695. ¿Cóm o encont rarem os una palabra que represent e CO 5? ¡Muy sencillo! La
palabra debe em pezar por las let ras «con» y el prim er sonido consonant e que siga
debe ser el que le corresponde a la cifra 5 según nuest ro alfabet o fonét ico. En est e
caso, es el sonido de «1» el que represent a al 5.
Cualquier palabra cum pliendo est as condiciones, y que sea fácil de pint ar en la
im aginación, nos servirá perfect am ent e, sean las que fueren las let ras que sigan a
la «1», puest o que harem os caso om iso de ellas. Lo único que im port a es la palabra
que uno escoj a con las dos prim eras let ras, y el prim er sonido consonant e que las
siga. Por ej em plo, la palabra «colum na» represent aría m uy bien CO 5; de las
consonant es «m n» que siguen a la «1» prescindim os en absolut o. Tam bién las
palabras colegio, coloquio, coliseo, cola, color, colm ado, colcha, et c., llenarían las
condiciones im puest as. Si se le ocurre a ust ed una palabra de la cual se form e
fácilm ent e una im agen y que no t enga ninguna let ra m ás después de la consonant e
que represent a el núm ero para la conm ut ación del ram al, úsela. La palabra «col» se
adapt a a la perfección al ej em plo propuest o.

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De t odos m odos, recuerde que no es preciso que em plee una palabra que t enga
solam ent e las dos prim eras let ras y el sonido consonant e correspondient e al
núm ero de conm ut ación. La prim era que se le ocurra suele ser la m ayoría de las
veces, aunque no siem pre, la m ás recom endable. Si el núm ero que desea ust ed
grabar en la m em oria em pieza por BEchview 8, podría ut ilizar la palabra BEchuana.
Pero yo adviert o ahora que, acaso, sean pocas las palabras españolas que después
de las dos let ras B y E t engan com o prim era consonant e una «CH». Ot ras
direcciones t elefónicas pueden sit uarnos en el m ism o caso: es decir, en el caso de
que nos result e difícil encont rar una palabra que cum pla exact am ent e, com o sería
de desear, las dos condiciones im puest as, o sea, em pezar con las dos prim eras
let ras de la palabra correspondient e y t ener luego com o prim er sonido consonant e
que las siga —podrá haber alguna vocal en m edio— el que corresponda a la cifra de
la conm ut ación. Est e pequeño inconvenient e no debe arredrarnos ni invalida el
sist em a. Una vez m ás repet im os que los sist em as y m ét odos enseñados en est e
libro no hacen ot ra cosa que ayudar a nuest ra m em oria norm al o verdadera y
colaborar con ella, y que ést a cuidará siem pre de resolver las dificult ades y colocar
los det alles en su puest o con t al de que nosot ros le hayam os proporcionado el m odo
de recordar lo principal. Así, pues, si no se m e hubiera ocurrido la palabra
«bechuana», que ya sabe ust ed que designa a una t ribu negra del África y al
t errit orio que ocupa, hubiera em pleado yo la palabra «bache» o la palabra «pecho».
¡Ah —dirá ust ed—, pero la prim era em pieza por BA, y la segunda por PE! Es verdad,
pero si hubiera em pleado la palabra «bache» habría vist o un profundo bache en una
carret era, y sobresaliendo de él una «E» m uy grande, com o si un vehículo hubiese
caído allí y hubiese quedado em pot rado vert icalm ent e; y de haber em pleado la
palabra «pecho», m e habría represent ado el pecho desnudo de un at let a que llevase
pint ada una «B» m uy grande. En los dos casos, la let ra represent ada en la im agen
m ent al m e habría recordado que, con aquella palabra, ocurría alguna anorm alidad y
la m em oria verdadera m e hubiera dicho en qué consist ía la anorm alidad. Hecha
est a aclaración, aquí van unos ej em plos m ás para asegurarse de que com prende
ust ed bien el procedim ient o:

REgent 2 — reno — rent a

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ESplanade 7 — esfinge— esófago


GRaneary 8 — griego —gregario
DElaware 9— depósit o — devot o
GOrdon 5 — gol — golpe
CLover 3 — clam or — clim a

He dado sólo dos palabras por cada núm ero, pero hay m uchas ot ras que servirían
igual.
¿Ve cuan sencillo result a? No hay m ot ivo para que no encuent re al m om ent o la
palabra que represent e cualquier dirección t elefónica. Perm ít am e recordarle que
dicha palabra debe t ener significado para ust ed únicam ent e; para ot ras personas
puede t enerlo o no t enerlo, est o a ust ed le im port a poco. Si les propusiéram os un
m ism o núm ero a diez personas, probablem ent e cada una de ellas ut ilizaría una
palabra dist int a para recordarlo. Aunque generalm ent e lo m ej or es ut ilizar nom bres
sust ant ivos, no es preciso que debam os lim it arnos a ellos, podem os ut ilizar
cualquier ot ra palabra. Muchas veces algunos de ust edes encont rarán m ás cóm odo
em plear una palabra ext ranj era que conozcan que no andar buscando con disim ulo
una en el propio idiom a, y harán m uy bien procediendo de est e m odo. Lo único que
im port a es que aquella palabra les recuerde el principio del núm ero que quieren
m em orizar. Yo podría darles una list a de t odas las palabras indicando las cent rales
principales de Nueva York y de los núm eros de conm ut ación de dichas cent rales, y
podría proporcionarles t am bién una list a de palabras para represent ar a unos y
ot ras. Podría dárselas, pero no quiero. No creo que con ello les hiciese ningún favor.
Es m ucho m ej or que cada uno de ust edes se forj e las palabras a m edida que las
necesit e, en lugar de m em orizar una larga list a de ellas.
Aun a riesgo de repet irm e dem asiado, debo decir ot ra vez que la im agen que se
form e en su m ent e depende por ent ero de ust ed m ism o; yo no puedo ayudarle. Una
m ism a palabra suscit ará en su m ent e una im agen o un cuadro com plet am ent e
dist int os de los que suscit aría en la m ía. En realidad, a veces yo ni siquiera ut ilizo
ninguna palabra, sino un pensam ient o. Por ej em plo, para Regent 2, yo em plearía la
palabra «Reynard». «Reynard», para m í, es el zorro. Reynard el Zorro era uno de
m is personaj es favorit os en m i niñez. Claro, si no leyó los cuent os infant iles que yo

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leía ent onces, la palabra Reynard no significaría nada para ust ed. Pero,
evident em ent e, esa palabra suscit aría en m i cerebro la figura del zorro. La m em oria
verdadera se encargaría de indicarm e que el núm ero de t eléfono em pezaría por RE
2, y no por ZO 0 ( siendo la «R» la represent ación del núm ero 0) . Le cuent o t odo
est o para que vea ust ed que hast a en el caso de que no se le ocurra en el m om ent o
ninguna palabra apropiada para un det erm inado núm ero, adem ás de aplicar la
norm a de m odificar palabras con sent ido que le di ant es, puede recurrir a form arse
una palabra o frase sin sent ido y ést as le ayudarán luego a recordar el núm ero. Lo
m ism o podría advert irle no solam ent e t rat ándose de núm eros de t eléfono, sino en
t oda ocasión en que se vea precisado a form ar una palabra para asociarla con algo.
Pasem os ahora al rest o del núm ero t elefónico. Una vez com prendida la m anera de
form ar una palabra para el nom bre y el núm ero de conm ut ación, el rest o es
sencillo. Ya no nos queda ot ra cosa que las cuat ro cifras finales. Lo m ás sencillo
consist e en part irlas en grupos de dos, y luego enlazam os las dos palabras
colgadero que les corresponden. Para el núm ero 4298 asociaríam os cuna ( 42) a
bache ( 98) ; para el 6317, sim a ( 63) a t ufo ( 17) ; para el 1935, t ubo ( 19) a m ulo
( 35) , et c. Y ahora que ya t enem os t odos los ingredient es necesarios para recordar
núm eros de t eléfono, lo único que falt a es m ezclarlos. Ut ilicem os, para ej em plo, CO
5- 6695. Para recordar est e núm ero nos bast ará asociar col ( CO 5) a seso ( 66) y a
bala ( 95) . Para el núm ero AL 1- 8734, em plearíam os la siguient e asociación: alt ar a
chufa y a Meca, y para OX 2- 4626, form aríam os una palabra en realidad sin
sent ido, y le at ribuiríam os uno, o, si sabem os inglés, escogerem os oxen ( que
significa bueyes) y enlazaríam os con cazo y con nuez.
Y ahora, ant es de enseñarle la m anera de recordar a quién corresponden los
núm eros de t eléfono que est á ust ed grabando en su m em oria, perm ít am e hacerle
not ar que el procedim ient o est udiado present a un bache de consideración.
Supongam os que m em oriza ust ed uno de los ej em plos ant eriores: AL 1- 8734, y ve
un alt ar com iendo chufas y cada chufa se hincha y est alla dej ando salir una gran
m ezquit a, con la m edia luna y la t um ba de Mahom a. Evident em ent e, com o ust ed
sabe ya las cent rales principales, no t endrá dificult ad en est ablecer que el principio
del núm ero es AL 1, y que las dos parej as de cifras son 87 y 34. ¡Ést a es la pega
que envuelve al procedim ient o! Cabe la posibilidad de que en un m om ent o dado no

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sepa ust ed decidir qué parej a va delant e y cuál det rás, y se quede en la duda de si
ha de m arcar el 8734 o el 3487. Por supuest o, la m em oria verdadera correría
probablem ent e en su auxilio; recordem os siem pre que t odos est os sist em as son
auxiliares de la m em oria verdadera, y que, a pesar de las deficiencias que podam os
reprocharles, son buenos, puest o que sin ellos casi seguro que no hubiéram os
recordado ninguna de las cuat ro cifras. Por ot ra part e, si querem os recordar un
núm ero de t eléfono, será sin duda porque t enem os que ut ilizarlo, y al ut ilizarlo
ayudam os a nuest ra m em oria, y pront o quedará perfect am ent e est ablecida en ella
cuál es la parej a de cifras que va delant e.
Con t odo, podem os acept ar el caso t eórico de querer aprender un núm ero de
t eléfono que t ardarem os algún t iem po en ut ilizar. Ent onces disponem os de varios
m ét odos para evit ar la posible confusión, unos buenos y ot ros no t an buenos. Voy a
proponerle en seguida t res o cuat ro de dichos m ét odos, y ust ed escogerá los que le
parezcan m ej ores.
El prim er m ét odo consist e en suj et arse de un m odo riguroso al sist em a de la
cadena, para enlazar las palabras, y no cont ent arse con form ar un cuadro
est ram bót ico. En el ej em plo dado para AL 1- 8734 he seguido en realidad el sist em a
de la cadena, y quizás a causa de ello no haya vist o ust ed t an fácilm ent e la
posibilidad de confusión. Pero de seguro reconocerá que las t res im ágenes que uno
baraj a en est e caso le exponen a caer en la t ent ación de «ver» el alt ar dent ro de
esa m ezquit a que para nosot ros represent a la Meca, salt ando de cont ent o por
com er chufas. ¡Ya est á el orden alt erado! Y aun cuando el conocer de ant em ano las
diversas cent rales, y el auxilio de la m em oria norm al, nos recuerden que el principio
es AL 1, queda la alt eración ent re Meca y chufa, o sea, ent re 34 y 87. En cam bio, si
nos suj et am os rigurosam ent e al sist em a de la cadena, asociando el prim er
elem ent o con el segundo y ést e con el t ercero, com o luego recordam os la cadena en
el m ism o orden, sabrem os que t enem os el núm ero t am bién en el orden adecuado.
Ot ro procedim ient o —y precisam ent e uno que yo ut ilizo con frecuencia— consist e
sim plem ent e en form ar un cuadro est ram bót ico, pero est ableciendo en él un orden
de prioridad lógico. Por ej em plo, supongam os que t uviéram os que asociar los t res
elem ent os siguient es: t aco, lazo y m ono, los cuales van colocados por est e orden.
Si nos figuram os al t aco cogiendo con un lazo al m ono ( y para m ej or est ablecer el

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orden vem os al m ono chillando y haciendo m uecas de enfado y gest os por solt arse)
habrem os est ablecido un orden lógico ( lógico en cuant o a la sucesión, no en cuant o
a la posibilidad de la im agen) , gracias al cual no t endrem os confusión alguna para
recordar que lazo es el segundo elem ent o y m ono el últ im o. Y com o las palabras se
t raducen en núm eros, señalarem os el que nos int eresa en su orden correct o.
Perm ít am e que le ponga t odavía ot ro ej em plo. Para el núm ero DE 5- 3196 las
palabras delant ero, m it o y buzo bast arían para ayudar a la m em oria. Pero si,
adem ás, se im agina a un delant ero de fút bol de pie sobre las olas del m ar
disparando balones cont ra Venus ( recordará que por m it o escogim os a Venus
naciendo de la espum a del m ar) , la cual los coge y ent rega a un buzo que sobresale
del agua, habrá form ado ust ed una asociación delant e de la palabra m it o, y ést a
delant e de la palabra buzo; con lo cual ust ed conoce que el núm ero es 3196 y no
9631.
A cont inuación del procedim ient o expuest o, el que em pleo m ás a m enudo es el
siguient e: procuro encont rar una palabra que reproduzca m ás de dos de las cuat ro
cifras últ im as. Si las reproduce t odas, m ej or, si solam ent e reproduce t res sé de
t odos m odos que aquella palabra va delant e de la que sólo represent a una cifra. Por
ej em plo, con el núm ero ST 3- 4918 posiblem ent e m e figuraré un enorm e est am bre
en el cent ro de una flor que no es una flor, sino un capot e t orero y que por t allit o
t iene un señor, el «am o». El lect or com prenderá que para la com binación de let ras
ST en español no hay m ás recurso que poner una E delant e; la m em oria verdadera
nos dice que est a E debe suprim irse. De est a form a, com o capot e represent a las
t res cifras 491 y am o solam ent e la cifra 3, no puede haber confusión, 491 va
delant e y 3 es la últ im a.
Me figuro que la m ayoría de ust edes resolverán aprovechar uno o varios de est os
t res procedim ient os. No obst ant e, para que puedan elegir m ás a placer, aquí van
dos o t res recursos m ás para evit ar la posibilidad de ent rem ezclar las cifras del
núm ero. Para el prim er par de ellas puede ust ed em plear la palabra colgadero
est ablecida, y para el segundo par puede em plear ot ra que no sea la palabr a
colgadero, pero cuyas consonant es cum plan los requisit os exigidos por nuest ro
alfabet o fonét ico. Por ej em plo, el núm ero a recordar es el 6491; para las dos
prim eras cifras, com o form an el núm ero 64, usarem os saco, pero no usarem os pit o

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para 91 sino bot a. Con ello, al cabo de un t iem po recordará ust ed m uy bien que las
dos prim eras cifras son 64, puest o que saco es una palabra colgadero, y bot a no.
Para el núm ero I N 1- 4084 podríam os asociar indio, corro y choque. Y com o choque
no es una palabra colgadero, las cifras que form an el núm ero 84 han de ser las
últ im as.
Est e últ im o procedim ient o se m e ocurrió recient em ent e y he vist o que da un
result ado est upendo. Con él se acabó la posibilidad de confundir el orden de las
cifras.
Todavía podríam os ensayar ot ros recursos, com o el de im aginarnos uno de los
obj et os m ucho m ayor que el ot ro; pero no m e inspiran dem asiada confianza.
He dedicado t ant o espacio a explicar est os procedim ient os porque no sólo sirven
para núm eros de t eléfono, sino t am bién para recordar precios, direcciones,
horarios, núm eros de cat álogo y cualquier ot ra cosa que nos exij a m em orizar
núm eros de cuat ro cifras. Y volviendo a los núm eros de t eléfono, lo peor que podría
ocurrir en caso de confusión es que se equivocara ust ed la prim era vez al m arcar el
núm ero, pero la segunda vez, indudablem ent e, lo haría bien.
Ah, de paso, si se diera el caso de que la prim era cifra del par fuese cero, debería
ust ed form arse una palabra con las consonant es correspondient es. Claro, la prim era
siem pre sería la R. Así 01 podría ser rat a; 02, rana; 03, rem o; 04, roca; 05, rollo
( cilíndrico) ; 06, rosa; 07, rifa; 08, racha ( de vient o) ; 09, robo. Y si encuent ra la
cifra 0 repet ida ( 00) puede represent ar la parej a por rorro. Yo le recom endaría que
aprendiese de m em oria est as diez palabras colgadero y las asociase, para m ayor
seguridad, con las que ya sabe correspondient es a núm eros de dos cifras ( para lo
cual no t iene m ás que prolongar la cadena que en su m om ent o form ó con aquéllas;
y así, al m ism o t iem po, la repasará) porque pueden serle m uy út iles cuando t rat e
de recordar núm eros de m uchas cifras.
¡Bien, ahora ya sabe ust ed cóm o m em orizar cualquier núm ero de t eléfono! Para
saber de quién es la persona en cuest ión ya sólo falt a añadir una palabra a la
asociación form ada. Si es el de una persona con la cual t rat a ust ed habit ualm ent e,
por ej em plo, el sast re, el carnicero, el m édico, el abogado, o cualquiera que por su
profesión pueda represent arse m ent alm ent e, int rodúzcalo en la asociación
originaria. Por ej em plo, el núm ero del sast re es FA 4- 8862. Sim plem ent e, asocie las

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palabras sast re, foca, chacha y zona. Si ut ilizara ust ed el procedim ient o de no
em plear la palabra colgadero para el últ im o par de cifras, podría em plear seno o
sueno en lugar de zona. Podría ver a un sast re t om ándole las m edidas a una foca
enorm e con cabeza de sirvient a ( chacha) y un cest o en un brazo y una escoba en la
ot ra ( para ayudar a darle el caráct er de sirvient a) , t odo ello t eniendo por escenario
un globo t errest re con la zona t ropical m arcada según dij im os al hablar de la
palabra colgadero zona. Si le gust a a ust ed el procedim ient o de encadenar
ordenadam ent e ( sist em a de la cadena) , y quizás en el caso present e sería lo m ej or,
encadene los cuat ro obj et os.
De parecido m odo int roduciríam os en nuest ras asociaciones a personas de ot ros
oficios, puest o que es fácil forj arse una im agen que nos lo recuerde. Pero si ust ed
quiere recordar apellidos en com binación con sus núm eros de t eléfono, debe
em plear el sist em a de las palabras sust it ut ivas aprendido al est udiar el capít ulo 16.
Si el señor Hayes ( un am igo am ericano) t iene el núm ero OR 7- 6573, ust ed podría
im aginarse a una llorona ( ¡ay! , ¡ay! , ¡ayes! ) , dirigiendo un orfeón ( or, para OR, y la
«f» para la cifra 7) form ado por sacos ( saco= 65) que cant an, m ient ras encim a de
cada saco t oca su t rom pet a la Fam a ( 73) . Aunque la im agen nos ha salido casi de
acuerdo con el sist em a de la cadena, si querem os suj et arnos a ést e para no alt erar
las cifras, podem os ver la llorona dirigiendo un orfeón, luego los cant ant es del
orfeón en el act o de m et erse cada uno dent ro de un saco y luego un saco del que
sale la cabeza y el clarín de la Fam a. En cam bio, si ust ed prefiere el procedim ient o
de no em plear la palabra colgadero para la últ im a parej a de cifras, sust it uya fam a
por fiem o.
Figurém onos que quiere ust ed recordar que el núm ero de t eléfono del señor
Mont argent e es JU 6- 9950. Podría ust ed «ver» un brillant e m ont e de plat a sent ado
en el est rado en calidad de j uez ( JU 6) , fum ando una pipa gigant e de la cual cuelga
una lira. Y est o form aría una sucesión lógica en un cuadro est ram bót ico.
Ut ilizaré el m ism o núm ero para dem ost rarle cóm o hay que m anej arlo em pleando
cada uno de los dist int os m ét odos de recordar las cuat ro cifras últ im as en su orden
debido.

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Mét odo de la cadena. Asociar m ont e de plat a a j uez ( el m ont e de plat a lleva birret e
y t oga y el libro de las leyes) , luego j uez a pipa ( ahora es una pipa gigant e la que
lleva los at ribut os de j uez) y por fin pipa a lira ( veam os una pipa t ocando la lira) .
Si quiere ust ed em plear m enos obj et os en su asociación para est e núm ero
part icular, ¡puede represent arse a un m ont e de plat a act uando de j uez que acusa a
una papelera ( 9950) !
Y, para em plear el últ im o m ét odo sim plem ent e, cam biem os lira por ot ra palabra que
nos represent e el núm ero 50, com o loro, alero, et c.
Le he propuest o ej em plos de m em orización de núm eros de t eléfono ut ilizando los
diferent es procedim ient os convencido de que ha de ser ust ed quien decida cuál le
result a m ás fácil. Com o en t odo lo dem ás que explica el present e libro, yo sólo
puedo ponerle ej em plos t eóricos; su im aginación debe encargarse del rest o, porque
ust ed es el único que puede decidir cuáles m ét odos le convienen m ás.
Dudo de que j am ás crea necesario m em orizar un núm ero de t eléfono que no piense
ut ilizar m uchas veces y durant e ciert o t iem po. El sim ple hecho de que quiera
recordarlo indica que piensa ut ilizarlo. Com o dij e ya ant eriorm ent e, la asociación
form ada se lo t raerá a la m ent e sólo las prim eras veces nada m ás, precisam ent e
porque después ya recordará ust ed el núm ero sin necesidad de recurrir a ninguna
asociación; se habrá grabado con firm eza en su m em oria.
Lo m ism o que en ot ros casos, t am bién en est o requiere m ás t iem po la explicación
det allada del m ét odo que el ponerlo en práct ica. Es cosa de pocos m om ent os
m em orizar un núm ero de t eléfono. Por ot ra part e, a m enos que ust ed quiera
hacerlo en plan de exhibición, por lo com ún siem pre le sobrará t iem po para buscar
las palabras apropiadas. Y por de pront o, el m ism o hecho de que deba pensar ust ed
en el núm ero a fin de encont rar esas palabras para form ar la asociación cont ribuye
a grabarlo en su m em oria. Aun suponiendo que con est e libro yo no consiguiera ot ra
cosa que hacerle pensar en aquello que quiera ust ed recordar y concent rar en ello
su at ención, m e daría por sat isfecho y consideraría haber logrado m ucho, porque,
indudablem ent e, est o bast aría para acrecent ar not ablem ent e su m em oria.
Y aquí ot ra vez m et e baza por su part e el t raduct or español. ¿Para qué est e capít ulo
sobre la m anera de recordar núm eros de t eléfono, si en España no los t enem os t an
com plicados? Prim ero por lo m ism o que ya señala el aut or, es decir, que est e

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procedim ient o no solam ent e puede aplicarse a núm eros de t eléfono, sino a núm eros
de serie en producción de piezas, por ej em plo, m odelos, direcciones, et c. En
segundo lugar, porque t odo puede llegar con el t iem po. No es im posible que dent ro
de unos años nuest ra red t elefónica sea t an com plicada com o la de cualquier ot ro
país.
Ent ret ant o, quizá convenga señalar que para recordar núm eros de t eléfono en
España bast a form ar un cuadro o im agen con las t res palabras colgadero
correspondient es a los t res pares de cifras que t ienen los aparat os en las ciudades
grandes, o con los dos pares de las ciudades m enores. A est a asociación
añadirem os el nom bre del propiet ario, de la m ism a form a ant es est udiada. Y para
recordar el orden de las parej as de cifras podem os em plear los m ism os recursos
ant es expuest os. Si bien hem os de t ener en cuent a que si em pleam os una palabra
que no sea la palabra colgadero —pero que cum pla los requisit os del alfabet o
fonét ico— para el últ im o par de cifras, debem os poner un cuidado especial en
asociar bien el prim er par —habiendo ahora t res pares— con el apellido del t it ular
del t eléfono, a fin de evit ar confusiones ent re el prim er par y el segundo. De t odos
m odos, yo le recom endaría que, hast a que no est é ust ed m uy versado en est os
m ét odos, se suj et e al sist em a de la cadena, el cual le hace recordar los obj et os ( y,
por lo t ant o, los núm eros) en un orden est ablecido e invariable.
Y ahora podría ust ed com probar los progresos realizados en la m em oria para
núm eros de t eléfono repit iendo la prueba núm ero 6 del capít ulo 3 y com parando las
punt uaciones obt enidas.

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Ca pít u lo 2 0
La im por t a n cia de la m e m or ia

A un hom bre de negocios que viaj aba por el Medio Oest e de Est ados Unidos
le hablaron de un indio que vivía en aquella población y que poseía una
m em oria fant ást ica. Nuest ro viaj ero había t erm inado recient em ent e un curso
para el m ej oram ient o de la m em oria, y sint iéndose m uy orgulloso de las
habilidades aprendidas, decidió visit ar al indio con obj et o de ver cuál de los
dos t enía m ej or m em oria. Luego de haberse present ado, em pezó a som et erlo
a pruebas. Pero el indio cont est aba a t odas sus pregunt as con rapidez y
precisión. Su m ent e parecía un alm acén de conocim ient os, lleno de dat os
t ales com o el núm ero de habit ant es de casi t odas las ciudades de Est ados
Unidos, fechas not ables, t eorías cient íficas, et c. El hom bre de negocios no
conseguía ponerle en apriet os. Por fin, decidió probar con una últ im a
pregunt a: «¿Qué t om ó para desayunar la m añana del 5 de abril de 1931?»
El indio, sin vacilar un segundo, cont est ó: «¡Huevos! »
El hom bre de negocios se despidió com plet am ent e at ónit o por aquella
m em oria prodigiosa. Al llegar a su casa cont ó el caso a t odos sus am igos, y
ést os se burlaron de él y replicaron que es m uy corrient e t om ar huevos para
desayunar, y que cualquiera hubiera respondido lo m ism o.
A m edida que pasaron los años, el viaj ant e em pezó a creerlo así, hast a que
un día volvió a encont rarse de viaj e por el Medio Oest e, y una t arde la
casualidad le puso delant e del m ism o indio con el que había hablado años
at rás. Queriendo hacer gala de su excelent e m em oria para las caras, levant ó
la m ano en el saludo indio t radicional, y lanzó la igualm ent e t radicional
exclam ación de «¡Hau! », que en inglés puede confundirse fonét icam ent e con
la pregunt a «¿Cóm o?».
El indio reflexionó sólo un m om ent o, y luego respondió: «¡Revuelt os! »

Si bien la anécdot a ant erior es perfect am ent e t ont a, puest o que nadie le pediría a
ot ra persona que recordase lo t om ado para desayunar años at rás, le sorprendería a
ust ed oír las pregunt as que a veces m e hace la gent e. Si hablé con alguien t iem po

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at rás, ést e es capaz de pedirm e que repit a la conversación palabra por palabra; o si
m e sorprenden leyendo un periódico, a lo m ej or m e lo arrebat an de un t irón e
insist en en que dem uest re que m e lo he aprendido de m em oria, t am bién palabra
por palabra. Tales personas no se dan cuent a de que lo m ás herm oso de t ener la
m em oria ent renada est á en que sé recordar aquello que quiero recordar.
Sería una est upidez m em orizar palabra por palabra el periódico del día. No hay
necesidad de hacerlo. Sin em bargo, puedo recordar y recuerdo t odas aquellas
not icias e inform aciones que m e parecen dignas de ser recordadas; sim plem ent e,
sin dej ar de leer, form o asociaciones que m e las recuerden. Hay ciert as cosas que
t odos querem os olvidar; por ej em plo, es norm a de una excelent e diplom acia
acordarnos del día del cum pleaños de una señora, pero no de los años que cum ple.
Cuando hayan t erm inado de leer det enidam ent e est e libro, confío en que t odos
ust edes sabrán recordar t odo lo que lean, si es que les int eresa recordarlo. Lo
advert í ya ant eriorm ent e, para ret ener algo en la m em oria, lo prim ero es desear
que quede en ella. Los sist em as aquí expuest os llenan la finalidad de facilit arles a
ust edes est a ret ención. Acaso en est e m om ent o alguno de ust edes t odavía no
quiera reconocerlo así. Quizás opinen que result a m ucho m ás sencillo pararse un
m om ent o para t om ar not a de un núm ero de t eléfono que ent ret enerse form ando
una asociación del m odo que yo les he enseñado. Bien, debo adm it ir que puede
result ar m ás fácil y rápido... al principio; pero con ello no aum ent ará ust ed la
pot encia de su m em oria.
Tam bién es posible que se diga ust ed que habiendo m illones de libros que consult ar
cuando necesit a det erm inados dat os, no es preciso m olest arse por recordarlos. Y,
por supuest o, cabe añadir que la m ayoría de hom bres de negocios t ienen
secret arias que cuidan de recordar lo que ellos no deben dej ar olvidado. Sí, es ciert o
que los hom bres de negocios t ienen secret arias; pero probablem ent e su posición no
les perm it iría t enerlas si com o prem isa previa no hubiesen em pezado por poseer
una buena m em oria. Adem ás, ¿cuánt o t iem po le parece a ust ed que conservaría el
em pleo la secret aria si ella por su part e no supiera recordar?
Aunque es ciert o que hay m illones de libros de consult a, y ciert am ent e nos prest an
un excelent e servicio, el abogado que defienda un caso ant e un t ribunal gozará de
m ucha m ayor vent aj a si t iene los det alles de un precedent e en la m em oria que si ha

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de pararse para consult arlos. Si se m uest ra capaz de cit ar páginas y art ículos de los
libros de leyes, el j uez y el j urado quedarán, en verdad, m uy favorablem ent e
im presionados. Un carpint ero no t iene que pararse a consult ar un libro cuando debe
em plear una det erm inada herram ient a, sim plem ent e sabe cóm o debe m anej arla. Si
se present a una com plicación inesperada en la m esa de operaciones, el ciruj ano
act úa inm ediat am ent e. Si él no supiera lo que t iene que hacer, t odos los t ext os
m édicos del m undo no bast arían para salvar la vida del pacient e. Cuando ust ed
consult a a su m édico y le explica los sínt om as de la dolencia que sufre, él no ha de
recurrir a los apunt es t om ados cuando est udiaba la carrera, recuerda ya qué
enferm edades se m anifiest an por est os o aquellos sínt om as. Los hom bres que
descubren cosas nuevas sobre m at erias ant iguas han de em pezar por conocer
prim ero t odas las t eorías viej as. ¿Habría podido un hom bre com o Einst ein hallar
t eorías y fórm ulas nuevas si no hubiese conocido y recordado las t radiciones? Claro
que no. El t eléfono habría quedado sin invent ar si Alexander Graham Bell no
hubiese sabido y recordado t odos los m edios ent onces exist ent es para t ransm it ir el
sonido. Sin la m em oria j am ás hubiera t enido lugar ningún descubrim ient o nuevo.
Así podría seguir hast a el infinit o dem ost rando el cóm o y el porqué de la
im port ancia de la m em oria, y que no siem pre es fact ible o convenient e el ponerse a
consult ar libros o anot aciones. Casi t odas nuest ras acciones son posibles a causa de
la m em oria. Lo que solem os decir que hacem os por «inst int o» lo hacem os en
realidad gracias a la m em oria.
En sí, el t om ar not a por escrit o de las cosas no bast a para ayudarnos a recordarlas.
¿Por qué algunos m uchachos quedan rezagados en sus est udios por m ás que t om en
not as en clase? ¡No es porque sean t ont os! Es porque no se acuerdan de su t rabaj o.
En la escuela les m andan que recuerden det erm inadas enseñanzas, pero, por
desgracia, no le enseñan cóm o pueden recordarlas.
Ello nos perm it e superar el prim er obst áculo, que siem pre result a el m ás difícil, en
t oda disciplina nueva que aprendam os. El prim er esfuerzo requerido para ent renar
debidam ent e la m em oria consist e en aplicar real y verdaderam ent e m is sist em as.
Úselos, y ellos act uarán por ust ed. El conocerlos, pero seguir anot ándose los
núm eros de t eléfono en un papel o en un cuaderno, es lo m ism o que no conocerlos.

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Si sabe ust ed escribir a m áquina con una velocidad acept able, ¿recuerda la
sensación que experim ent aba cuando em pezó a aprender? Se figuraba que no
llegaría j am ás a dom inar el t eclado, y que aquellas personas que escribían bien era
porque poseían m ayores apt it udes para ello que ust ed. Probablem ent e ahora no
com prenda cóm o pudo hacerse aquella idea; nada le parece m ás nat ural que
sent arse ant e la m áquina y escribir rápidam ent e. Pues lo m ism o ocurre con una
m em oria ent renada. Yo creo que soy capaz de m em orizar un núm ero de t eléfono en
m enos t iem po del que ot ra persona necesit a para anot arlo; y cada vez que aprendo
un núm ero nuevo vigorizo aún m ás m i m em oria. Al principio, cuando em pecé a
ut ilizar est os sist em as, t em a la m ism a sensación que acaso experim ent e ust ed
ahora, o sea, que es m ás fácil t om ar not a de lo que int erese y luego olvidarlo que
m olest arse form ando asociaciones. Pero siga ust ed sin desanim arse y pront o le
ocurrirá con est o lo m ism o que con el escribir a m áquina. Al cabo de un t iem po se
m aravillará que al principio le cost ase un pequeño esfuerzo.
Pero, ant e t odo, t enga bien present e que lo que m ás im port a es que form e siem pr e
asociaciones est ram bót icas e ilógicas. La m ayoría de los sist em as enseñados hoy, y
t odos los del pasado, no encarecen bast ant e est e det alle. Y hast a se da el caso de
que algunos recom iendan est ablecer asociaciones lógicas. Por lo que a m í se refiere,
t ales sist em as no t ienen sino un defect o: no sirven. No creo que en ningún
m om ent o sea ust ed capaz de recordar t an bien ni t an fácilm ent e una asociación
lógica com o una est ram bót ica. Algunos de los sist em as ant iguos enseñaban al
est udiant e a correlacionar dos obj et os, cuando quisiera recordar uno en conj unción
con el ot ro. Correlacionar significa unir los dos obj et os m ediant e ot ras palabras que
sonaran igual, o significaran lo m ism o, o fueran exact am ent e lo cont rario, o fueran
t raídas a la m ent e por un proceso cualquiera. Y com o est o result a un excelent e
ej ercicio de im aginación, perm ít am e que se lo explique. Si, por algún m ot ivo, ust ed
quisiera recordar «lápiz» y «lám para», podría razonar de est e m odo: Lápiz...,
plom o..., pesado..., ligero..., raudo..., luz..., lám para.
¿Ve ust ed el proceso? El lápiz le induce nat uralm ent e a pensar en el plom o; el
plom o es m uy pesado; lo opuest o a pesado es ligero; ligero ( por su doble acepción
de poco pesado y de rápido) le lleva a pensar en raudo, y «raudo... com o la luz» le

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lleva a pensar en lám para. ¿Cóm o est ablecería ust ed una correlación ent re
diam ant e y cigarrillo ?
Ahí t iene una m anera: diam ant e..., anillo..., anillo de hum o..., cigarrillo. En
realidad, es posible est ablecer una correlación ent re dos obj et os, hast a ent re los
m ás dispares. Por supuest o, result a m ucho m ás fácil recordar lápiz y lám para
asociándolos en la im agen de verse a uno m ism o escribiendo con una lám para en
vez de lápiz. En lo t ocant e a diam ant e y a cigarrillo, si ust ed sabe verse fum ando un
diam ant e en lugar de fum ar un cigarrillo, sin duda lo recordará m ej or que
est ableciendo una correlación. Si he m encionado las correlaciones ha sido porque
const it uyen un excelent e ej ercicio para la im aginación y porque ust ed puede
divert irse haciéndolo ensayar a sus am igos. El secret o est á, nat uralm ent e, en
ut ilizar la m enor cant idad de palabras posible para est ablecer una correlación ent re
dos obj et os. El form ar correlaciones es un procedim ient o corrient e para ent renar la
m em oria; pero es que, com o le dij e ya ant es, los sist em as para recordar se
rem ont an hast a los t iem pos de la civilización griega. Creo que fue Sim ónides, el
poet a griego, el prim ero que em pleó un sist em a análogo al del colgadero allá por el
500 a.C. Sim ónides ut ilizaba las diferent es habit aciones de su casa y los m uebles de
cada habit ación com o colgaderos. Result a un procedim ient o lim it ado, pero sirve. Si
ust ed resolviese em plear las habit aciones de su casa y los m uebles de cada una
siem pre en un orden invariable, t endría con ello una list a de palabras colgadero.
Est os serían los obj et os ya conocidos y recordados, y t odo lo nuevo que t uviera que
recordar lo asociaría a ellos.
Parece que a Sim ónides el procedim ient o le daba buen result ado, porque se cuent a
de él que m ient ras est aba recit ando en un banquet e, se hundió el t ej ado de la casa.
Murió t odo el m undo m enos el rapsoda, y los cadáveres quedaron t an desfigurados
que no lograban ident ificarlos. Sim ónides pudo decir quién era cada uno porque se
había grabado en la m em oria el orden en que est aban sent ados a la m esa.
Ret ornando a los t iem pos m odernos, el general George Marshall consiguió una
publicidad favorable por una ocurrencia que t uvo en una de las conferencias de
prensa que celebró. Les dij o a los periodist as que quedaban aut orizados para
int errum pirle y pregunt arle lo que quisieran m ient ras est uviese hablando. Los
periodist as lo hicieron así, pregunt ándole det alles relat ivos a las m at erias que

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enfocaba en su charla. El general Marshall escuchó las pregunt as, pero no las
respondió de m om ent o, sino que, siguiendo el hilo de su discurso, cont inuó hast a el
final. Cuando hubo t erm inado, fij ó la m irada en uno de los report eros que le había
dirigido una pregunt a y se la cont est ó. Luego m iró a ot ro y le respondió según la
pregunt a que le había form ulado. Así cont inuó hast a haber cont est ado a t odos. Est e
alarde de buena m em oria dej ó pasm ados a los periodist as, pero es m uy fácil llevarlo
a cabo con la ayuda de un sist em a para recordar.
Es fam a que Jam es Farley, el que fue adm inist rador de Correos, conoce a veint e m il
personas por sus nom bres. En un recient e art ículo publicado en el New York Tim es,
Farley calificaba el recordar nom bres com o «la m ás efect iva de t odas las m aneras
de halagar al prój im o». Ciert am ent e, su m aravillosa m em oria para los nom bres le
ha sido de m ucho provecho. Se dice incluso que durant e la cam paña elect oral el
hecho de llam ar a m uchos oyent es por sus nom bres influyó no poco en el t riunfo de
Franklin Roosevelt al present arse por prim era vez para la presidencia. Yo no espero
que t odos ust edes influyan en la elección de president e, pero no cabe duda de que
podrán m ej orar su m em oria m ás allá de lo que nunca hubieran osado prom et erse si
aprenden y em plean los sist em as que les enseña est e libro.

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Ca pít u lo 2 1
N o se a dist r a ído

Hacia el final de su conferencia sobre los m aravillosos panoram as que pueden


verse en est e m undo, el fam oso viaj ero exclam ó: «¡Hay cuadros que uno no
olvida j am ás! »
Al oírlo, se levant a en la últ im a fila una señora m enudit a y, con aire t ím ido, le
pregunt a: «¡Oh, señor! ¿Tendría la bondad de indicarm e dónde los venden?
He com prado ya t res para el com edor y, ant es de llegar a casa, siem pre m e
los dej o olvidados en alguna part e.»

¿Sufre ust ed el cont rat iem po de dej ar siem pre ciert as cosas donde no deben est ar?
¿Malgast a un t iem po precioso buscando las gafas o el lápiz que suele llevar sobre la
orej a? ¿Pert enece ust ed a la clase de personas que est án exclam ando
cont inuam ent e: «¡Pero si hace un m om ent o lo t enía en la m ano! »? ¿Esconde
siem pre sus j oyas con t al cuidado que luego no logra encont rarlas? Señoras, ¿llegan
const ant em ent e t arde a las cit as por el sim ple m ot ivo de no saber encont rar el lápiz
labial que prefieren? Y caballeros, ¿acaso sus respect ivas esposas chillan y pat alean
m ient ras ust edes buscan laboriosam ent e ese gem elo del puño de la cam isa que no
saben dónde dej aron?
Si la respuest a a cualquiera de est as pregunt as es afirm at iva, corra, no se cont ent e
andando, corra hast a la librería m ás próxim a...
Si se t rat ara de un program a de radio o de t elevisión pat rocinado por una casa
com ercial lo dirían m ás o m enos así, ¿no es ciert o? Pero, brom as apart e, ¿no habré
puest o el dedo en la llaga con alguna de las pregunt as ant eriores? Casi afirm aría
que sí, porque pocos son los que t ienen la buena fort una de no sufrir dist racciones
en det erm inados m om ent os.
Muchas personas com et en el error de confundir la t endencia a la dist racción con la
falt a de m em oria. Yo creo que deberíam os considerarlas, en realidad, dos cosas
com plet am ent e dist int as. Personas poseedoras de una m em oria excelent e pueden
ser dist raídas. Todos ust edes habrán oído cont ar chist es y anécdot as del profesor
dist raído; con t odo, pueden est ar seguros de que para ser profesor lo prim ero que

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se precisa es una buena m em oria. El cent enar de chascarrillos sobre los sabios
dist raídos que ant es de acost arse le dan cuerda a la m uj er, sacan el despert ador a
evacuar aguas m enores y besan al gat o dándole las buenas noches, por t odo lo que
a m í m e const a quizá sean ciert os, y no obst ant e, est o no significa, que dichos
señores t engan m ala m em oria.
Est oy persuadido de que con un ligero esfuerzo y con las indicaciones cont enidas en
el present e capít ulo, es posible corregir el defect o de la dist racción. Le ruego, sin
em bargo, que no se figure ust ed que conseguirá t an apet ecido result ado con el solo
t rabaj o de leerlo. Será preciso que se em peñe en aprovechar los dat os y consej os
que le doy. Así y únicam ent e así le serán út iles. A veces pienso que m uchas
personas se lim it an a leer de cabo a rabo un libro sim ilar a ést e, que luego j am ás
ponen en práct ica las enseñanzas e indicaciones cont enidas en sus páginas y
después se quej an de que no les ha servido para nada. Por supuest o, est o será
verdad si ust ed se da por sat isfecho leyendo el present e libro sin poner en práct ica
los sist em as que le enseña. Muchas personas m ayores alegan que son dem asiado
viej as para aprender. Opino que lo que quieren decir es que son dem asiado
perezosas; ¡nadie es dem asiado viej o! Ed L. Thorndike, una aut oridad en m at eria de
educación de los adult os, dij o que «la edad no es ningún im pedim ent o para
aprender un oficio o una profesión nuevos, o cualquier cosa que uno quiera saber en
cualquier m om ent o de la vida». La palabra «quiera» la he puest o en bast ardilla yo;
si ust ed quiere de veras aprender, puede; por t ant o no saque la edad com o
pret ext o.
En realidad, la dist racción no es ot ra cosa que la j falt a de at ención. Si cuando uno
dej a las gafas en algún sit io fij ara su at ención en lo que hace, luego, cuando las
necesit ase, indudablem ent e, sabría dónde est án. ¡Los diccionarios dan la palabra
«preocupado» com o uno de los equivalent es de «dist raído», y sobre t odo si
t om am os la palabra «preocupado» en el sent ido de «ocupado previam ent e», o sea,
«ocupado en ot ra cosa», la equivalencia result a exact ísim a, indiscut ible. Las
acciones int rascendent es que realizam os de cont inuo, com o el dej ar las cosas que
t enem os ent re m anos, no son bast ant e im port ant es para ocupar nuest ro
pensam ient o, con lo cual nos volvem os dist raídos.

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Y nat ural que si uno dej a una cosa sin pensar, con un gest o m ecánico, olvide dónde
est á, puest o que lo ciert o es que j am ás lo recordó, o lo supo. Unos m om ent os
después de haber salido de casa es corrient e que uno se pregunt e si cerró o no la
puert a, y la causa est á en que la cerró inconscient em ent e, sin prest ar at ención a lo
que hacía.
De m odo, am igos m íos, ¡que he resuelt o ya su problem a! Para evit ar las
dist racciones piensen en lo que est án haciendo. Sí, sé m uy bien lo que de veras
piensan ahora: «¡Caram ba, ya lo sabía! ¡Si cada vez que dej o algo en un sit io o
cierro la puert a, fuese capaz de fij arm e en lo que est oy haciendo, no sería un
dist raído! » Tienen razón, pero, en est e caso, ¿por qué no ut ilizan las asociaciones
conscient es, con e! obj et o que les ayuden a recordar las cosas t riviales? Pueden y
saben hacerlo, y es fácil.
Por ej em plo, una cosa que nos fast idia a t odos es que nos olvidam os de echar las
cart as al buzón. O se olvida uno de llevárselas cuando sale de casa, o, si se las
lleva, se le quedan en el bolsillo días y m ás días. Si quiere ust ed est ar seguro de
que se llevará las cart as al salir de casa, proceda de est e m odo: prim ero vea qué es
lo últ im o que suele hacer o ver al salir de su casa. Por m i part e, lo últ im o que yo
veo es la em puñadura de la puert a, porque siem pre com pruebo si la he cerrado. Y
com o est o es lo últ im o que hago, est ablezco una asociación est ram bót ica ent re
em puñadura de la puert a y cart a. Al salir de casa a la m añana siguient e y coger la
em puñadura para ver si he cerrado, recuerdo la asociación est ram bót ica form ada el
día ant es y m e acuerdo de coger la cart a. Lo últ im o que hace ust ed al salir de casa
puede ser ot ra cosa; acaso se despida de su señora, o ( si es ust ed la señora) de su
m arido, con un beso... Pues bien, asocie est e beso a la cart a. Cuide de que la
asociación result e est ram bót ica e ilógica.
Y ahora, ¿cóm o se asegurará ust ed de echar la cart a al buzón? Uno de los recursos
consist e en llevarla en la m ano hast a que encuent re un buzón. Pero si prefiere
llevarla en el bolsillo est ablezca una asociación ent re el dest inat ario y el buzón de
Correos. Vea la persona a la cual escribe sent ada sobre el buzón, o sacando la
cabeza por la rendij a del m ism o, et c. Si escribe a una persona a quien ya conoce
bast ant e para verla m ent alm ent e, em plee una palabra sust it ut iva, según aprendió
ya. Si escribiera a la Com pañía Telefónica, asociaría ust ed un t eléfono a un buzón.

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De est e m odo, cuando vea un buzón se acordará de que debe echar la cart a.
( ¡Bueno, después de t odo est o confío en que no habrá olvidado el pegarle un sello! )
Est e recurso puede ser em pleado para t odas las cosas de poca m ont a que deba
ust ed hacer y no quiera olvidar. Si t iene la cost um bre de dej arse el paraguas en la
oficina, asocie «paraguas» a lo últ im o que hace al salir de ella. Si t elefonea su
esposa y le pide que al regresar a casa com pre unos huevos, asocie «huevos» con
la puert a de la calle, por ej em plo. Pero no, eso le expondría a no recordar el
encargo hast a llegar a su casa; será m ej or que asocie huevos a la t ienda de
com est ibles, y de est e m odo en cuant o vea una, se acordará, ent rará y los
com prará.
Nat uralm ent e, t odo est o son ej em plos t eóricos; en cada caso part icular ust ed sabrá
qué cosas t iene que asociar.
Llegam os ahora a las pequeñas m olest ias causadas por las dist racciones, t ales com o
el dej ar las cosas en un sit io y después olvidar dónde est án. El m ét odo para evit ar
est o es exact am ent e el m ism o. Uno t iene que asociar el obj et o con el sit io donde lo
dej a. Por ej em plo, si suena el t eléfono y uno se pone el lápiz sobre la orej a, debe
form ar rápidam ent e una im agen m ent al con lápiz y orej a. Cuando haya hablado por
t eléfono y necesit e el lápiz, recordará que se lo ha puest o sobre la orej a.
I gualm ent e procederíam os para t odo obj et o pequeño, o para un encargo de poca
im port ancia. Si t iene ust ed la cost um bre de dej ar las cosas en cualquier sit io,
adquiera la cost um bre de form ar asociaciones que le recuerden dónde est án.
Una de las pregunt as que suelen hacerm e al llegar a est e punt o es la siguient e:
«Muy bien, pero ¿cóm o recordaré el form ar asociaciones para t odas esas
nim iedades?» La pregunt a no adm it e sino una respuest a: al principio es preciso
poner en j uego un poco de fuerza de volunt ad, y asegurarse de est ablecer las
asociaciones. Cuando haya vist o ust ed los result ados, est oy seguro de que cuidará
de perseverar en la em presa y, ant es de haberse dado cuent a, habrá adquirido ya el
hábit o.
No cabe duda alguna, est e sist em a ha de curar el defect o de la dist racción. El
m ot ivo es obvio: con la m ent e en un sit io de un m odo m ecánico, aut om át ico, la
m ent e le obliga a uno a pensar en lo que hace, al m enos por una fracción de
segundo, y con est o bast a, no se precisa m ás. Si m ient ras cierra la puert a form a

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una asociación ent re la puert a y llave, ya no es posible que la cierre


m ecánicam ent e. Y com o est á pensando en lo que hace, cuando m ás t arde se
pregunt e si ha cerrado la puert a, sabrá que sí. Cuando ponga el despert ador, asocie
el t im bre con la m ano, o con lo que le parezca m ás indicado. No im port a lo que sea;
lo que im port a es que en aquel m om ent o piense en lo que hace. Y de est e m odo se
ahorrará el t ener que levant arse de la cam a m ás t arde para ver si ha puest o el
despert ador.
He dicho que la asociación no im port a, y es ciert o. En
realidad, si m ient ras hace girar la llave cerrase ust ed
los oj os y se «viese» m ent alm ent e realizando est a
acción, no t endría que inquiet arse luego en el cine
sobre si ha dej ado la puert a cerrada o abiert a. Cerrar
los oj os y represent arse la acción que uno est á
realizando da t an buenos result ados com o el form ar
una asociación, pues llena la m ism a finalidad: la de
obligarle a fij ar la at ención en lo que hace en aquel
inst ant e.
He ahí t odo el secret o del m ét odo. Sin em bargo, j am ás
encareceré dem asiado la necesidad de poner en
práct ica t odo lo aprendido hast a aquí. Por favor, no se
lim it e ust ed a leer est as páginas, a m over la cabeza afirm at ivam ent e diciéndose que
es una gran idea y luego olvidarla por com plet o. I nviert a el pequeño esfuerzo
necesario al principio; después se alegrará, de haberlo hecho.
El capit án del barco habla con un m arinero:
—No vuelvas a decir m ás «la part e t rasera del barco». Eso que t ú llam as «la part e
t rasera» es la popa, y aquello es babor; y la ot ra part e, est ribor; y lo de allá, la
canoa de t ingladillo; y lo ot ro, el cast illo de proa. Si vuelves a decir ot ra vez «la
part e t rasera del barco», t e arroj o por..., por... ¡vaya, nom bre! , ¿cóm o lo diré?, ¡por
aquel aguj ero redondo de allí!
Del m ism o m odo que se confunde la dist racción con la m ala m em oria, t am bién a
m enudo se la confunde con las obst rucciones m ent ales. Tam poco en est e caso creo
yo que t enga nada que ver una cosa con la ot ra. El t ener una palabra o expresión

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bien conocida en la punt a de la lengua y no poder recordarlas, no es dist racción. La


nat uraleza de est e hecho y el porqué se produce son cosas que ignoro; pero,
desgraciadam ent e, ocurre; a m í lo m ism o que a ust ed.
No puedo, por lo t ant o, ayudarle m ucho a vencer las obst rucciones m ent ales. No
conozco ningún sist em a que las evit e. De t odos m odos, puedo recom endarle que
cuando se encuent re afect ado por una obst rucción m ent al procure pensar en cosas
o acont ecim ient os relacionados con la cosa o el acont ecim ient o que quiere recordar.
Si es el nom bre de una persona conocida lo que no le viene a los labios, procur e
represent arse la últ im a vez que la vio, dónde est aban, qué hacían y qué ot r as
personas se encont raban allí con ust edes.
La m ent e ha de t rabaj ar según sus norm as propias, indirect as, y m uy a m enudo el
sim ple hecho de pensar en los det alles relacionados con aquello que uno desea
recordar hace que el hecho principal surj a de pront o en el cam po de la m em oria.
Si est e recurso result a infruct uoso, lo m ej or que puede hacerse es olvidar aquello,
procurar no pensar en ello durant e un buen rat o, y lo m ás probable es que le venga
a las m ient es cuando m enos lo espere. Es t odo lo que puedo recom endarle en
m at eria de obst rucciones m ent ales. Ponga en práct ica est as dos indicaciones la
próxim a vez que sea vict im are una obst rucción; ¡se quedará pasm ado del m agnífico
result ado que dan!

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Ca pít u lo 2 2
D e j e pa sm a dos a su s a m igos

El granj ero ( enseñando sus posesiones a un am igo) : ¿Cuánt as ovej as dirías


que hay en est e rebaño? Veam os si echas un cálculo, a oj o, que result e
bast ant e exact o.
El am igo ( después de una breve pausa) : Yo diría que hay unas cuat rocient as
novent a y siet e.
El granj ero: ¡Caram ba, chico, has dado en el clavo; ni una m ás ni una m enos!
¿Cóm o diablos has podido adivinarlo?
El am igo: Ha sido m uy sencillo, en realidad; he cont ado t odas las pat as ¡y
luego he dividido por cuat ro!

El alarde de m em oria cont enido en el present e capít ulo quizá no sea t an pasm oso
com o eso de dividir las pat as de las ovej as por cuat ro, pero en cam bio, es m ás fácil.
Quizá le alegre a ust ed saber que no exige ningún cálculo, sino únicam ent e una
m em oria bien ent renada.
Un am igo m ío que se dedica al negocio de t ej idos en Nueva York m e ha cont ado que
se ganó una gran reput ación recordando núm eros. Casi cada día alm uerza con
algunas personas con las cuales sost iene relaciones com erciales, y t iene la
cost um bre de pedirles que le digan un núm ero de cuat ro o cinco cifras, que él lo
aprenderá de m em oria. El núm ero de com pañeros de m esa suele oscilar ent re t res
y seis, o sea que m i am igo ha de recordar de t res a seis núm eros de cuat ro o cinco
cifras. Y los recuerda; durant e el alm uerzo cada uno de los com ensales int errum pe
cuando se le ant oj a para ver si cont inúa recordando el núm ero que le ha dicho. En
efect o; lo recuerda.
No m enciono est e hecho porque sea en sí una gran hazaña, sino porque represent a
un buen recurso para iniciar la conversación y porque ha prest ado excelent es
servicios a m i am igo, el cual m e asegura que en su grem io t odo el m undo habla de
él y de su not able m em oria. Tam bién lo m enciono adem ás para hacerle not ar a
ust ed hast a qué punt o im presionan a la gent e las dem ost raciones, sean cuales
fueren, de buena m em oria; y ello porque los que las presencian se figuran que ellos

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j am ás serían capaces de em ularlas. Si la gent e se queda t an pasm ada porque un


hom bre sepa recordar m edia docena de núm eros de cuat ro o cinco cifras, im agínese
ust ed el fant ást ico efect o que podrá producir sobre el público en cuant o haya
dom inado la habilidad m em oríst ica cont enida en est as páginas.
¿Le gust aría aprenderse de m em oria la siguient e list a de núm eros?

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
A— 3101 3262 6362 2356 9211 6066 5791 3212 6536 5106
B— 6108 4915 2014 4510 6435 4615 6652 9210 3965 3154
C— 6061 9612 9024 0950 6321 4614 9065 4010 4521 0121
Ch — 7195 4276 9636 6594 9721 7050 3042 1094 9091 6461
D— 4061 1601 5120 3106 1062 1635 0265 4616 3863 6942
E— 5921 3611 3645 9526 6951 4590 3016 9530 7421 1050
F— 7350 6072 4556 8051 7263 3640 7532 7114 5326 3591
G— 7526 3526 5614 1324 8451 1566 3210 8592 7321 3510
H— 9610 9010 4092 8412 1061 7510 9105 5210 3561 1951
I — 9011 9619 3152 3111 4052 1096 5611 9592 2121 6562

¡Es ciert o! ¡Ust ed puede m em orizar fácilm ent e est a list a de cuat rocient as cifras! ¡Y
no solam ent e recordará los núm eros según su orden, sino t am bién al azar! El
procedim ient o consist e en ent regar a cualquiera una copia de la present e list a y
dej ar que le pregunt e y com pruebe la exact it ud de sus respuest as. Acaso le pidan
que diga t oda la fila de cant idades que siguen a la let ra G, o, descendiendo, t odas
las de la colum na núm ero 4. Quizá le pregunt en el núm ero correspondient e a E7, y
ust ed cont est ará al m om ent o 3016. ¡En resum en, ust ed les dem ost rará que
aprendió de m em oria t oda la list a de núm eros, y será ciert o!
Mi buen am igo y perit o en cuest iones de m em oria, Bernard Zufall, fue el prim ero,
según m is not icias, en em plear est a clase de habilidad. El la ha ut ilizado durant e
m uchos años con núm eros de t res cifras, en lugar de las cuat ro cifras que aparecen
aquí. Nat uralm ent e, se valía de sus propios m edios para m em orizar la list a. Ahora
voy a enseñarle a ust ed el m ét odo que em pleo yo.

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A est as alt uras ust ed ya se habrá dado cuent a de que sin em plear el alfabet o
fonét ico, sería casi im posible. En verdad, sin su auxilio result aría im posible aprender
est a list a y luego ret enerla en la m em oria. Y com o en realidad parece y ha de
parecer forzosam ent e al no iniciado una hazaña increíble, verá ust ed cóm o m uchas
personas la exam inan y vuelven a exam inarla, buscando una ley o una norm a
m at em át icas en su form ación. Déj elos que m iren; com o las m at em át icas no t ienen
nada que ver en est o, m ás confundidos quedarán.
Ninguno de los núm eros de la list a viene repet ido; cada uno es ut ilizado una sola
vez. Los núm eros, em pero, no han sido cogidos al azar, sino que yo los he escogido
uno por uno, de m odo que encaj en en el sist em a. Y he aquí cuál es m i sist em a. Si
alguno m e pidiera el núm ero E7 m i m ent e t rabaj aría de est e m odo: la palabra clave
para E7 ha de em pezar por la let ra E y ha de t ener uno o varios sonidos
consonant es. Tant o si t iene uno com o varios, el últ im o sonido consonant e de la
palabra ha de ser, en est e caso concret o, el que represent a el núm ero 7, que es el
de la F. Mi palabra clave para E7 es el nom bre de la m ism a let ra. Y al decir «efe»...
con ciert a pausa, dej ando que vuelva a la m em oria lo aprendido ant eriorm ent e,
parece que de una m anera aut om át ica viene a com plet arse una palabra, con la
t erm inación «m érides»... «efem érides». Ahora bien, convirt iendo esa t erm inación
en núm ero, de acuerdo con las norm as de nuest ro alfabet o fonét ico, a «m érides» le
corresponde el núm ero 3016. Si hace ust ed el favor de com probar m irando en la
list a, verá que el núm ero correspondient e a la fila E y a la colum na 7 es el 3016.
¿Ve ust ed? ¡La palabra m e ha dado el núm ero!
Si m e pidiesen el B5, yo sabría que la palabra clave ha de em pezar con la let ra B y
el sonido consonant e final ha de ser el de la «l», que es el correspondient e al
núm ero 5. La palabra clave para B5 es «boreal». Por una asociación de ideas,
«boreal» m e t raerá a la m em oria la palabra aprendida ant es, «esquim al».
¡Esquim al... 6435!
¿Com prende la sim plicidad del procedim ient o?
No quiero engañarle, ya sé que le exigirá un poco de t iem po aprender y dom inar
t odos los núm eros, pero el sist em a en sí es fácil. Déj em e repet ir ot ra vez que est o
no es únicam ent e una fant ást ica exhibición de buena m em oria, sino un ej ercicio
m aravilloso para fort alecer la m ism a. Cada vez que dom ine ust ed una de las

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dem ost raciones cont enidas en est e libro, t ant o si se propone hacer gala de ellas en
público com o si no, m ej ora su m em oria, fort aleciendo est a preciosa facult ad, y
aum ent a con ello su capacidad m ent al.
De m odo, pues, que ya sabe ust ed que cada vez que le piden let ra y núm ero
det erm inados es preciso verificar una t ransposición y buscar la palabra clave. Sería
lo m ism o si prim ero le dij ese la colum na ( el núm ero) y luego la let ra ( la fila) ,
siem pre se sigue el m ism o sist em a. La let ra siem pre será la prim era de la palabra
clave; en la m ayoría de los casos, est á relacionada, o asociada, con ot ra palabra,
que es la que nos da el núm ero de cuat ro cifras, según el alfabet o fonét ico. En
algunos casos la palabra clave no es una palabra independient e, sino el principio de
una palabra; ent onces el núm ero nos viene dado por el final de dicha palabra. Si
alguno le pidiese, por ej em plo, el núm ero correspondient e a C8, ust ed sabría que la
palabra clave t iene por prim era let ra la «c», y por últ im o sonido consonant e, la
«ch». La palabra clave sería «coche». El coche corre por la «carret era». Carret er a
nos dará el núm ero. ¡Carret era... 4010!
A cont inuación va la list a ent era para los cien núm eros de cuat ro cifras. Cuando la
haya repasado ust ed bien, le explicaré los porm enores de la present ación de est e
alarde de m em oria.

Abad - m it rado Bot a - est recha Cot o –cercado


Adán – m anzana Berna - capit al Cono - bast ón
Abraham – sum isión Brum a – nórdica Cim a- pirenaica
Arca - anim ales Barco – caldera Coca – herbolario
Abel – bondad Boreal – esquim al Cal – cem ent o
Andrés – cruces Burgos – cast illo Coz – cáust ica
Alfa – alfabet o Bufa – ciclón Café – Brasil
Arocha – m ont aña Brocha – pint or Coche - carret era
Arpa – salm os Bobo – im bécil Capa – calient e
Ara - alt ares Boro - m et álico Cero – redondo
Chut - fút bol Dot e - crecida Est e – levant e
China – Confucio Duna – desiert o Ene – m ist ad
Chusm a- chism osa Dam a – alt anera Em e – m ayúscula

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Checo – Eslovaquia Deca – m et ros Equi – valencia


Chuzo – farolero Dolo – t raición Ele – esbelt a
Chai – bufanda Diez – decim al Ese – culebra
Sheriff – am ericano Dife – rencial Efe – m érides
Chicha – t rópico Dicho – cast igo Elche – palm era
Chivo – barbudo Debe – m uchísim o Eva – fecunda
Churro – azucarado Duro – sevillano Era – t rillar
Fot o – fam iliar Gat o – felino Hat o – past or
Fina – Serafina Gana – m illones Heno – pradera
Fum a – colillas Gom a – elást ica Hum o – carbón
Foca – charolada Greco – Dom énico Hueco – chiquit ín
Filo – finísim o Gula – chocolat e Hilo – t orcido
Faz – m áscara Gozo – delicioso Huso – filat ura
Fifí – Filom ena Gafa – m ont ura Haifa – pet róleo
Fecha - fat ídica Gachí – chulapona Hacha – leñador
Febo - lum inoso Guapo – afem inado Hipo – m olest o
Fiera – m alvada Gorro – m ilit ar Hierro - doblado
I da – part ida I so – t ropos
I ón – posit ivo I nfe – licidad
I slam – m edia luna I cho – boliviano
I nco – m odidad I m pe – nit ent e
I sla – coralina I rre – solución

Not ará ust ed, sin duda, que o bien ut ilizam os dos palabras, o una part ida en dos.
Hay sin em bargo, una excepción, y es la de «I slam – m edia luna», en donde
usam os t res palabras. El m ism o hecho de ser una excepción le ayudará a
recordarlo. Por lo dem ás, a la palabra I slam parece que responde aut om át icam ent e
m edia luna. En cuant o a las relaciones o asociaciones que unen cada parej a de
palabras las habrá vist o ust ed sin la m enor dificult ad. Perm ít am e de t odos m odos
punt ualizar que Arocha es precisam ent e una m ont aña; que el arpa siem pre m e hace
pensar en el rey David y sus salm os; que asocio cono y bast ón porque las células de
la ret ina que reciben la luz y form an las sensaciones que irán al cerebro son

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precisam ent e los conos y bast ones; que un golpe fuert e, com o la coz de un m ulo,
dej a com o una sensación de quem adura; que en la «ch» t om o la palabra am ericana
«sheriff», según su pronunciación, es decir, con una «ch» suave; que chicha lo
t om o com o abreviación de la expresión calm a chicha.
Y ahora, vist as las sencillas asociaciones form adas ent re la palabra clave y la que
represent a el núm ero, est oy seguro que si ust ed repasa dos o t res veces est a list a,
concent rando en ella su at ención, recordará la m ayoría de palabras que la form an.
Cada palabra clave le ha de t raer, lógicam ent e, su palabra asociada. Coca, que nos
indica el C4, siendo una plant a, le ha de t raer la palabra herbolario. Lo m ism o
ocurre en las palabras part idas. La prim era part e t rae aut om át icam ent e la segunda.
Ant es de hacer est a dem ost ración ant e sus am igos, es preciso que sepa bien est a
list a de palabras y que se haya preparado suficient em ent e en t raducirlas a
núm eros. En cuant o sepa hacerlo con bast ant e rapidez, podrá lucir su habilidad.
Podría t ener la list a de núm eros im presa en una t arj et a, a fin de poder ent regarla a
sus am igos para que com prueben sus aciert os. Y luego de haberles dem ost rado su
prodigiosa facult ad de recordar y re- : t ener cosas en la m em oria, podrá regalarles la
t arj et a com o recuerdo. ¡I nvít elos a que int ent en aprender de m em oria la list a de
núm eros, si se ven capaces!
Con sem ej ant e t arj et a podría hacer t oda una serie de dem ost raciones. Adem ás de
perm it ir que sus espect adores digan la let ra y la colum na que se les ant oj e, podría
ust ed, por ej em plo, decirles los núm eros en diagonal. Para ello le bast aría ir
recordando los núm eros correspondient es a A1, B2, C3, et c. Si a alguno se le
ocurriese pedirle, pongam os por caso, que diga la fila F desde el final al principio,
ust ed recordaría F10, F9, F8, et c. Y si llegase su curiosidad a pregunt arle si es ust ed
capaz de nom brar las cuat ro cifras de cada núm ero al revés, o sea, em pezando por
la últ im a, t am bién en est o podría com placerlos. Pongam os un ej em plo. Ust ed sabe
que la palabra asociada a F10 ( fiera) es m alvada. En lugar de decir el núm ero 3591,
diga el 1953. F9 es «lum inoso»; diciendo el núm ero al revés sale: 6235, et c.
Si le piden que diga la colum na 6 desde abaj o para arriba, recuerde I 6, H6, G6, y
así hast a llegar a A6. Sé cuan dificult oso es para casi t odas las personas decir el
alfabet o al revés, o sea, em pezando por la «z». Yo le ayudaré a resolver el
problem a fácilm ent e. Aprenda ust ed el núm ero represent at ivo de cada let ra,

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ut ilizando las prim eras t reint a palabras colgadero en conj unción con un adj et ivo
adecuado que em piece por la let ra que ust ed quiera recordar. He aquí lo que quiero
decir:

Zozobrant e – m ar Módica – t ela


Yacent e – nube Llevadero – t aco
Excavado – nicho Leído – t om o
Washingt oniano – naife Kilolít rica – t ina
Verde – nuez Jugosa – t et a
Ufano – Nilo I nexpugnable – t orre
Tím ido – eunuco Herm osa – ave
Sim pát ico – nom o Gorda – hucha
Repet ido, redoblado- niño Fem ent ida – fea
Rígido – nido Espant oso – oso
Quej icosa – nuera Dogm át ica – ley
Pavonado – t ubo Chillona – oca
Oscuro – t echo Codicioso – am o
Ñoño – t ufo Bondadoso – Noé
Nívea – t ez Ardient e – t ea

Observe ust ed que el adj et ivo para la palabra colgadero del núm ero 3 ( am o) es
codicioso. Codicioso em pieza por «c» y la «c» es la t ercera let ra del a alfabet o. El
adj et ivo de «ave» ( 9) es «herm osa», una palabra que em pieza por «h» y la «h» es
la novena let ra del abecedario. ¿Verdad que com prende el ardid em pleado?
Figurém onos que ust ed quiere saber de pront o el lugar que ocupa la «o». La
asociación form ada ent re el adj et ivo y nom bre, le t rae inm ediat am ent e a la
m em oria la frase «oscuro t echo». Techo es la palabra colgadero para el núm ero 18;
luego, la «o» es la let ra que ocupa el lugar decim oct avo en el alfabet o.
Aunque ust ed habrá com prendido por sí m ism o lo que voy a decirle, perm ít am e
punt ualizar que com o t enem os en nuest ro alfabet o dos let ras ( la K y la W) , que en
realidad no son españolas, pero que se incluyen siem pre y se ut ilizan con frecuencia
en palabras ext ranj eras, m e he creído en el caso de buscar un adj et ivo, o una cosa

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que lo pareciese, em pezando con ellas. En el caso de la K m e he fabricado el


adj et ivo Kilolít rica, derivado de «kilolit ro». El hecho de corresponderle a la «k» la
palabra colgadero «t ina» ha favorecido est a decisión. En est e caso «kilolít rica»
equivale para m í a m uy grande. Es una t ina que se m ide por kilolit ros. En el caso de
la «w», correspondiéndole a est a let ra la palabra colgadero «naife» ( que nosot ros
t om am os en su acepción de diam ant e de valor ext raordinario) , he fabricado el
adj et ivo «Washingt oniano» porque Washingt on es la capit al de EE. UU., y parece
que hoy EE. UU. es el punt o de reunión de la riqueza y el esplendor del m undo
ent ero. En el caso de la «rr» he querido usar un adj et ivo que diese la idea de
repet ición, sin preocuparm e por si le cuadraba el nom bre. Lo hice así puest o que la
inicial es la m ism a de «r» sim ple. Ya sabe ust ed que a la «x», si bien siendo m uy
española, la podríam os calificar de let ra int erior. Es una señorit a pudorosa que ni
siquiera sale a la calle, casi j am ás la encont rará siendo la prim era o la últ im a let r a
de la palabra. Por t al m ot ivo he t enido que com et er la ligera irregularidad de usar
un adj et ivo en el cual la «x» no es la prim era let ra, sino la segunda. Con t odo,
confío en que nos resolverá el caso sin m ayores t ropiezos. Y t odavía he t opado con
ot ros obst áculos con la «ñ», ot ra let ra pudorosa que se dej a ver m uy poco. ¿Quiere
ust ed hacer el favor de abrir un diccionario y ver cuánt as palabras em piezan por
«ñ», y cuánt as de est as palabras son adj et ivos? ¿Quiere int ent ar hallar un adj et ivo
que t enga com o segunda y hast a t ercera let ra la «ñ» y que cuadre a «t ufo»? No
diré que no lo consiga, pero ¿verdad que no es del t odo fácil? Adem ás, ñoño a m í se
m e ant oj a que le cuadra a «t ufo». El olor, el hedor, pueden ser penet rant es, vivos,
at revidos; el t ufo uno se lo im agina ext endiéndose despacio, con t orpeza...
Puede ust ed em plear el procedim ient o que acabo de exponer, o t am bién el que
encont rará en ot ra part e de est e libro, en el capít ulo 12, concret am ent e, y que
consist e en ut ilizar las m ism as let ras del alfabet o para form ar ot ra list a secundaria
de palabras colgadero. Aquellas palabras puede asociarlas a los colgaderos
fundam ent ales, y habrá obt enido el m ism o result ado. Conocerá ya la posición
num érica de t odas las let ras.
Tant o el uno com o el ot ro de los dos m ét odos le perm it irá ut ilizar las let ras del
abecedario con m ayor vent aj a. Si se pone a pensar en sent ido regresivo desde el
colgadero de la «z» hast a el de la «a», podrá recit ar fácilm ent e el abecedario al

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revés. Lo cual es ya de por sí t oda una hazaña, pues la m ayoría de personas no


sabría hacerlo sin un gran esfuerzo. La im port ancia del present e recurso est á en
que podrá em plearlo siem pre que t enga que enum erar los obj et os de una fila en
sent ido inverso, o bien los elem ent os de un cuadro en diagonal, com o, por ej em plo,
en el cuadro de núm eros form ado ant es, desde A1 hast a J10, o desde J10 hast a A1.
¡Y cuando lleve algún t iem po pract icando la habilidad aquí descrit a, verá ust ed que
ya ni siquiera t iene que rem em orar las palabras clave de las asociaciones
est ablecidas! Apenas le habrán nom brado una let ra y un núm ero, las cuat ro cifras
correspondient es em ergerán en la superficie de la m em oria.
En est o est á la gracia de los recursos nem ónicos; son, sim plem ent e, un auxiliar de
la m em oria norm al. ¡Son m edios conducent es a un fin, y cuando uno ha logrado
aquel fin puede prescindir ya de los m edios!

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Ca pít u lo 2 3
Es in t e r e sa n t e r e cor da r cit a s y h or a r ios

—Uno nunca pierde nada acudiendo siem pre punt ualm ent e a las cit as.
—No; sólo pierde la m edia hora de est ar aguardando a que llegue el ot ro.

Yo no puedo hacer nada por rem ediar el vicio de aquellos de ust edes que, aun
recordando que t ienen una cit a, llegan a ella t arde. Pero creo poder ser út il a los
que se olvidan por com plet o de las cit as acordadas. En un capít ulo ant erior ust ed ha
vist o ya cóm o puede recordar las diligencias que t enga que llevar a cabo durant e el
día y las cit as a que deba acudir. El procedim ient o es bueno, y puede ust ed seguir
em pleándolo; pero si, por sus ocupaciones part iculares, o por sus com prom isos
sociales, se encuent ra en la necesidad de celebrar num erosas ent revist as durant e la
sem ana, a ciert as horas del día, el present e capít ulo le int eresa de un m odo
especial. El sist em a descrit o aquí le pone en condiciones de form ar una asociación
conscient e en el m ism o m om ent o de concert ar una cit a. Con est a asociación podrá
recordar t odas las de la sem ana sin la m olest ia de t ener que consult ar un cuaderno
de not as.
A aquellos que no t engan por qué recordar cit as ni horarios, les recom iendo de
t odas form as que est udien y aprendan el procedim ient o en que se basa est e
m ét odo. Porque no saben si en un m om ent o dado no podrá serles út il. Les ruego
que no se asust en si la exposición de dicho m ét odo les parece larga; en cuant o lo
ent iendan y lo em pleen verán que es la sencillez m ism a.
Lo prim ero que deberem os hacer será dar un núm ero a cada día de la sem ana. Y
com o los días de la sem ana son siet e, los num erarem os del 1 al 7. Según el
calendario que usábam os en ot ro capít ulo, el prim er día de la sem ana era el
dom ingo, pero ahora caigo en la cuent a de que la m ayoría de las personas
ent ienden que el prim er día es el lunes. Est o, im agino, se debe a que hem os nacido
en un m undo de t rabaj o, y el prim er día de t rabaj o es el lunes. En consecuencia,
para la exposición que sigue voy a considerar el lunes com o el prim er día de la
sem ana. Si se hubiera habit uado ust ed a considerar com o prim ero el dom ingo, le

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bast ará ir m odificando la explicación a m edida que lea. Desde ahora en adelant e,
recuerde los días de la sem ana de est e m odo:

Lunes – 1 Viernes – 5
Mart es – 2 Sábado – 6
Miércoles – 3 Dom ingo – 7
Jueves – 4

En cuant o conozca bien el núm ero correspondient e a cada día de la sem ana, ust ed
puede t ransferir cualquier hora del día de uno cualquiera de los días a una de sus
palabras colgadero. En efect o, las palabras colgadero que ya sabe le ayudarán a
recordar horarios y cit as. Cada día en cada una de sus horas vendrá represent ado
por una palabra colgadero, y ust ed no deberá recordar m uchas cosas para saber
est as palabras: el sist em a act úa por sí solo.
Un día det erm inado y una det erm inada hora, pueden t raducirse en un núm ero de
dos cifras de la m anera siguient e: el núm ero correspondient e al día será la prim era
cifra, y la hora será la segunda. Por ej em plo, si ust ed desea recordar una cit a para
el m iércoles a las cuat ro de la t arde, la prim era cifra será 3 y la segunda el 4. El
núm ero form ado por las dos, 34, t iene com o palabra colgadero «Meca». Por lo t ant o
est a palabra represent ará las cuat ro de la t arde del m iércoles.
Las dos de la t arde del lunes sería «t ina». El lunes es el prim er día y la hora son las
dos. Por el m ism o procedim ient o represent aríam os los siguient es casos:

Jueves a la 1 — ( 41) codo


Dom ingo a las 6 — ( 76) fosa
Viernes a las 8 — ( 58) lucha
Mart es a las 9 — ( 29) nube

Sencillo, ¿verdad? Y, por supuest o, si podem os t raducir el día y la hora en una


palabra colgadero, con la m ism a facilidad podem os t raducir la palabra colgadero en
un det erm inado día a una det erm inada hora. «Nuez», por ej em plo, es la palabr a

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colgadero para el núm ero 26; por lo t ant o debe represent ar el m art es ( 2) a las 6 de
la t arde.
Hay dos horas que no se dej an t raducir en una palabra colgadero, porque est án
com puest as de dos cifras. Me refiero, nat uralm ent e, a las once y a las doce. Las
diez no ent ran en est e caso, porque si bien el núm ero 10 t am bién const a de dos
cifras, resolvem os la papelet a considerando únicam ent e el cero. Así, pues, el
sábado a las diez vendría represent ado por el núm ero 60 ( suero) , porque el sábado
es el día núm ero 6 y de la hora ( 10) t om am os solam ent e el cero. «Corro» ( 40)
represent ará el j ueves a las 10. El lunes a las diez, sería «t orre», et c.
Le ofreceré ahora dos m ét odos para resolver el caso de las once y las doce horas;
am bos han sido ensayados y com probados. El prim ero es el que parece m ás
indiscut ible ( aunque no es el m ej or) , pues sigue la m ism a norm a dada por las ot ras
horas. Las once o las doce de cualquier día deberán t raducirse, según su m ét odo,
en un núm ero de t res cifras, la prim era de las cuales sería la correspondient e al día
y las siguient es 11 o 12, según convenga. Ent onces será cuest ión de form ar una
palabra colgadero para las once y ot ra para las doce por cada uno de los días de la
sem ana, siem pre de acuerdo con las norm as del alfabet o fonét ico.
Las palabras escogidas deberán em plearse invariablem ent e para los días y horas
que represent en, con exclusión de cualquier ot ra. Por si decidiese ust ed seguir est e
procedim ient o ( no t om e ninguna decisión hast a haberse ent erado del segundo
m ét odo) , voy a darle algunos ej em plos de palabras que podría ut ilizar. Ust ed puede
elegir la que prefiera, o buscar ot ra.

Lunes 11 — nít ido, not ado


12 — ondina, ant ena
Mart es 11 — m edida, m it ad
12 — m et ano, Medina, m it ón
Miércoles 11 — cadet e, cat et o
12 — cadena, Cat ón
Jueves 11 — lat ido, lit ot e
12 — lat ino, lat ón
Viernes 11 — ciudad, sudet e

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12 — sot ana, sót ano


Sábado 11 — fét ido
12 — fot ón, fit ina
Dom ingo 11 — dot ado, t at uado
12 — duodeno, t eut ón

El segundo m ét odo se m e ant oj a el m ej or de los dos. En prim er lugar, con él


t raduzco el día que sea a las 11 o a las 12 en un núm ero de dos cifras solam ent e y
no de t res. Lo consigo considerando que las 11 es un 1 y las 12 un 2. Claro, si
ut ilizara ent onces la palabra colgadero que uso siem pre confundiría est as horas con
la una y la dos; lo que hago es ut ilizar ot ras que cum plan los convenios del alfabet o
fonét ico. De est e m odo, el viernes a las 11 será el núm ero 51; el viernes a las 12
será el 52; el sábado a las 11, será el 61, y el sábado a las 12 será el 62, et c.
Perm ít am e poner algunos ej em plos: para el m art es a las 11, podría ust ed em plear
la palabra «nat a». Cuando, m ás t arde, ut ilice ust ed la asociación form ada, sabrá
que «nat a» no puede represent ar el m art es a la una, porque para est a hora habría
ut ilizado ust ed la palabra colgadero «nido». Por lo t ant o, «nat a» ha de represent ar
el m art es a las 11.
El j ueves a las doce podríam os represent arlo por «lana». La palabra colgadero de la
serie fij a, «luna», represent a para nosot ros el j ueves a las dos; por lo t ant o, «lana»
ha de represent ar el j ueves a las doce. ¿Com prende ust ed ahora? En resum en, el
procedim ient o es ést e: para las once y las doce de cualquier día usarem os los
m ism os sonidos consonant es que para la una y las dos del m ism o día, pero no
usarem os las palabras colgadero de la serie fundam ent al.
Si t odas las cit as que ust ed conciert e t uvieran que ser a una hora exact a, sin
m inut os de m ás ni de m enos, no sería preciso que cont inuara leyendo ust ed est e
capít ulo; con lo dicho hast a aquí le bast aría. Supongam os que el dent ist a le ha dado
hora para el m art es a las 9 y que ust ed quiera est ar seguro de no olvidarlo. Muy
bien, t raduzca m art es a las nueve por la palabra colgadero «nube» y asocie est a
palabra con «dent ist a». Podría im aginarse una nube en form a de dent ist a, o a un
dent ist a arrancándole nubes de la boca. Si t uviera que acordarse de deposit ar una
cant idad en el banco el lunes a las dos, asociaría «t ina» a banco. ¿Tiene ust ed que

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t om ar el avión el viernes a las once? Asocie «lat ido» o «lat a» ( según sea el m ét odo
que em plee para las once y las doce) a ese avión. El m iércoles a las diez ha de
visit ar ust ed a un am igo: asocie «m ar» a su am igo, et cét era.
Si ha de celebrar ent revist as con personas a las que no conoce m ucho, o a las
cuales no sabe cóm o represent arse m ent alm ent e, em plee una palabra sust it ut iva de
su apellido.
No t iene que hacer nada m ás. Si ust ed ha est ablecido una asociación para t odas las
cit as de la sem ana y quiere recordar las correspondient es, digam os, al m art es,
sim plem ent e, repase las palabras colgadero para ese día concret o. Mart es: nido,
niño, nom o, eunuco, Nilo, nuez, naife, nicho, nube, nuera, nada o not a y nena o
neón. ¡Y en cuant o diga una de las palabras ant eriores con la cual ha est ablecido
alguna asociación, lo not ará al m om ent o! Acaso en el m om ent o de decir o pensar
«nat a» recuerde que asoció est a palabra con hospit al. Est o le recordaría que t iene
que visit ar a un am igo en el hospit al, el m art es a las once. ¡Qué sim ple! Y en
verdad, no necesit a sino probarlo para convencerse de que da result ado.
Yo, personalm ent e, no em pleo ot ro m ét odo para recordar m is obligaciones de la
sem ana. Algunas de las cit as que t engo, acaso est én fij adas para una hora exact a, y
ot ras no. Algunas acaso sean para las t res quince, las t res t reint a o las t res
cuarent a y cinco, supongam os, pero encuent ro que no im port a. Si asocio el día con
la hora exact a —las t res en est e caso—, la m em oria verdadera m e recuerda luego
que la cit a es para quince, t reint a o cuarent a y cinco m inut os después. Sin
em bargo, acaso los haya ent re m is lect ores que deban recordar la hora exact a, el
m inut o, para ciert as cosas, com o la part ida de un t ren. Para ello t endrían que añadir
ot ra palabra a su cuadro m ent al. Lo que ocurriría es que en lugar de recordar un
núm ero de dos cifras habrían de recordar uno de cuat ro.
El segundo par de ellas represent aría los m inut os, m ient ras que los dos prim eros
represent an el día y la hora. Por ej em plo, si t uviera ust ed que ir al dent ist a el
m art es a las nueve y cuarent a y dos m inut os, después de t raducir el día y la hora
por «nube» ( 29) , añadiría «cuna» a la asociación para represent ar los m inut os.
Claro, ust ed advert irá que lo m ism o que al recordar núm eros de t eléfono se le
present a el problem a de saber qué parej a de cifras va delant e.

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En el ej em plo ant erior, ¿cóm o sabría ust ed con cert eza que la consult a era para el
m art es a las nueve cuarent a y dos y no para el j ueves a las dos veint inueve? Es lo
que podría ocurrir si no est uviera seguro de qué par va delant e y qué par det rás. El
problem a se resuelve del m ism o m odo que para los núm eros de t eléfono. La
solución m ej or consist e en est ablecer una asociación «ilógica lógica» de form a que,
aun t rat ándose de un cuadro est ram bót ico, un colgadero haya de seguir
lógicam ent e al ot ro.
Si ust ed represent ase al dent ist a en form a de nube ( o sea, una nube en form a de
dent ist a) , arrancándole la m uela y echándola en una cuna, sabría que «nube» es
prim ero que «cuna». Cualquier ot ra de las indicaciones que le di para los núm eros
de t eléfonos sirve t am bién. Si ut ilizase para form ar el cuadro m ent al el sist em a de
la cadena, asociaría dent ist a a nube, y luego, nube a cuna. El procedim ient o de
em plear una palabra colgadero que no sea la habit ual para el últ im o par de cifras
( en est e caso son las cifras que represent an los m inut os) , es igualm ent e aplicable
aquí. Tal procedim ient o no sería el m ej or cuando la hora de la cit a sea las once o las
doce, puest o que ent onces no usam os la palabra colgadero para el día y la hora, y
por lo t ant o la confusión ent re los dos pares de cifras volvería a ser posible.
Ust ed m ej or que nadie puede decidir cuál de los procedim ient os prefiere em plear.
Yo le indicaría que los pruebe t odos. I nsist o en que no considero necesario
m olest arse queriendo recordar los m inut os; pero si, de t odos m odos, yo quisiera
fij ar en m i m ent e el m inut o exact o de una cit a, procedería de est e m odo:
supongam os que el lunes a las t res veint icinco he de ir a recoger un aparat o de
t elevisión. Me represent aría un aparat o de t elevisión en form a de libro —«t om o»—,
y en su pant alla aparecerían vist as del Nilo.
Com o ve ust ed, sigo el procedim ient o de form ar un cuadro ilógico. La asociación
ant erior no dej a duda alguna acerca de que «t om o» —libro— viene ant es que
«Nilo»; es decir, que se t rat a del lunes a las t res y veint icinco m inut os. Ot ro
ej em plo. El viernes a las doce diez he de reunirm e con una persona para ir a nadar.
Me represent o a m í m ism o nadando y dando un punt apié a una «m ina» que crece
hast a convert irse en un «t oro». Luego, al repasar las palabras colgadero para el
m iércoles de aquella sem ana, m ar, m it o, m ono, m am á, Meca, m alo, m esa, m ofa,
m echa, m apa, m at a y m ina ( es convenient e represent ar las once y las doce de cada

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día de la sem ana siem pre con las m ism as palabras colgadero, lo m ism o si se form a
un núm ero de t res cifras com o si se sigue el procedim ient o —el del caso present e—
de form arlo de dos; si lo quiere form ar de dos cifras, yo le propongo que para el
m iércoles ut ilice las palabras «m at a» y «m ina» com o colgaderos respect ivos de las
once y las doce) , surgirá en m i m ent e la est ram bót ica asociación form ada. Y com o
«m ina» sé que no es una palabra colgadero de la serie principal, ha de represent ar
las 12 y no las 2. La últ im a part e de la asociación, «t oro», m e dirá los m inut os. En
resum en, la fecha y la hora exact a de reunión para el baño será el m iércoles a las
12 y 10 m inut os.
Est os son los procedim ient os que yo em pleo; pero perm ít am e insist ir ot ra vez en
que lo que a m í m e da buenos result ados no ha de dárselos forzosam ent e a ust ed.
Repit o que ust ed ha de elegir según su crit erio; y ahora est oy convencido ya de que
no se equivocará, puest o que conoce lo suficient e los principios fundam ent ales en
que se basan m is procedim ient os.
Es posible que ust ed se est é pregunt ando desde hace un rat o: «Bien, ¿y cóm o
diferenciaré las 7 de la m añana de las 7 de la t arde?» Bien, en el t erreno t eórico, la
pregunt a no est á m al, pero si ust ed se para a pensarlo un poco, se dará cuent a de
que es difícil que surj a ningún conflict o por est e m ot ivo, siem pre que use m i
sist em a en la realidad cot idiana y no com o exhibición ant e un público. Por lo com ún,
las reuniones y ent revist as que t enga que celebrar por la m añana serán de caráct er
t an diferent e de las que t enga que celebrar por la t arde que casi result aría
perfect am ent e im posible confundirse. En verdad, ust ed sabrá con t oda cert eza si
acost um bra acudir al dent ist a por la m añana o por la t arde. Tam bién sabrá sin lugar
a dudas que est á invit ado a com er a las siet e de la t arde y no a las siet e de la
m añana. Y si se hubiera cit ado con un am igo para alm orzar en un est ablecim ient o
público y llegase ust ed allí a la una de la m adrugada, habría de t ener ciert am ent e,
un ham bre at roz.
Ya ve, pues, que no hay problem a alguno por est a part e. Ahora bien, si fuera
preciso podría int roducir en la asociación form ada una palabra que le indicase si la
hora en cuest ión era de la m añana o de la t arde. Para la m añana podría ut ilizar la
palabra «m isa,» por ej em plo, y para la t arde, la palabra «ópera». O t am bién podría
valerse del nom bre de un color. Así, para la m añana podría ut ilizar «blanco» y para

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la t arde, «negro». Con t odo, créam e, no hay necesidad de m et erse en


com plicaciones; j am ás se produce la confusión ent re m añana y t arde; y si he
m encionado est os dos recursos, ha sido solam ent e para dem ost rarle que
recurriendo a una asociación conscient e podem os recordar cualquier cosa que sea.
Desde hoy puede ust ed prescindir definit ivam ent e de not as y list as para recordar
cit as y encargos y horarios, con t al de que ut ilice los sist em as explicados en el
present e capít ulo. Pero recuerde bien que para que t ales sist em as le prest en un
verdadero servicio es preciso e indispensable que los em plee, y cuant o m ás, m ej or.
Repasem os, pues, los pilares del sist em a:
Al dar o acept ar una cit a, t raduzca ust ed el día y la hora ( y los m inut os, si es
necesario) a palabras colgadero.
Asocie la cit a en sí a est as palabras.
Todos los días al levant arse por la m añana ( o al acost arse el día ant erior, si lo
prefiere) , repase las 9 palabras colgadero para aquel día.
Al nom brar un colgadero que haya em pleado para una asociación, lo advert irá al
m om ent o, y est o le recordará lo que t enga que hacer en aquella hora det erm inada.
Mient ras t ranscurre el día no est aría m al que repasase alguna que ot ra vez las
palabras colgadero; no est aría de m ás que convirt iese est a precaución en un hábit o.
Le serviría para el caso de que se le hubiera olvidado de nuevo alguna cit a o
ent revist a, o algún encargo, aun en el caso de haberlos rem em orado por la
m añana.
En el capít ulo siguient e le enseñaré la m anera de recordar fechas im port ant es en el
t ranscurso del año, t ales com o cum pleaños, aniversarios, et c.; pero por el
m om ent o, y con sólo que se suj et e ust ed a las norm as dadas hast a ahora, ya no
debería olvidar ninguna de las reuniones, ent revist as o encargos señalados para la
sem ana.
Por lo dem ás, los procedim ient os aprendidos aquí puede lucirlos ant e un público,
com o una dem ost ración de buena m em oria, de la m anera siguient e:
Pida a un am igo que le ordene diversos encargos a realizar en diferent es días y
horas de la sem ana. No es preciso que se los digan en orden, puest o que, al fin y al
cabo, en la vida real t am poco surgen las cit as, ent revist as o gest iones que at ender
según un orden cronológico. Pídale que vaya t om ando not a de lo que le ordena.

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Cuando el am igo le haya ordenado una veint ena de encargos, ust ed repase las
palabras colgadero del lunes, y dígale t odo lo que le ha m andado para el lunes.
Luego haga igual con cada uno de los rest ant es días de la sem ana. O puede ser él
quien le diga el día y la hora y ust ed quien cit e ent onces el encargo
correspondient e.
Luego concédale a su am igo m edia hora para aprenderse de m em oria la m ism a
list a. ¡Todas las probabilidades indican que fracasará est repit osam ent e!

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Ca pít u lo 2 4
Es con ve n ie n t e r e cor da r a n ive r sa r ios, cu m ple a ñ os y ot r a s fe ch a s
im por t a n t e s

—¿Se olvida su m arido de la fiest a onom ást ica de ust ed?


—Nunca. En j unio se la recuerdo y en enero vuelvo a recordársela, ¡y de est e
m odo, cada año t engo dos regalos!

Si alguno t iene una m em oria t an infiel que es posible hacerle creer que su esposa
celebra el sant o cada seis m eses, ent onces m erece el cast igo de t ener que com prar
dos regalos.
Pero hablando ya en serio, el sist em a del colgadero podem os aplicarlo para recordar
no solam ent e aniversarios im port ant es, sino fechas señaladas de la Hist oria. Es út il
t am bién para m em orizar direcciones, precios y núm eros de cat álogo.
En lo referent e a las fechas, si ust ed quiere recordar las fiest as onom ást icas o los
cum pleaños de algunas personas, le bast ará asociar en cada caso a la persona en
cuest ión con la fecha. Hágalo de est e m odo: supongam os que el señor Gordon
cum ple los años el 3 de abril. Si ust ed asocia a dicho señor o a la palabra «gordo»
con «cam a», puede est ar seguro de que lo recordará. «Cam a» represent a el
núm ero 43, ¡y est e núm ero le dirá que el cum pleaños del señor Gordon es el cuart o
m es del año y el t ercer día de dicho m es! Claro, no t odas las fechas podrán ser
t raducidas por una de las palabras colgadero de la serie fundam ent al. Sólo
podrem os proceder así con los nueve prim eros m eses y con los nueve prim eros días
de dichos m eses. Todos los ot ros días form arían un núm ero de t res cifras: de m odo
que deberem os em plear un procedim ient o diferent e. Claro, t am bién podría
recom endarle a ust ed que form e una palabra para represent ar est e núm ero de t res
cifras, y en la m ayoría de los casos se lo recom endaré, efect ivam ent e. Pero si fuera
ést e el procedim ient o único, si no t uviéram os ot ros recursos, podríam os caer en
confusiones.
Si la palabra que ent rase en la asociación fuese «t it án» ( 112) , ¿cóm o sabría ust ed si
se t rat a del 12 del prim er m es ( enero) , o el 2 del m es decim oprim ero? Ciert am ent e,
no habría m odo de saberlo, y si ust ed m andase su t arj et a de felicit ación el dos de

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noviem bre a una persona que celebrase su fiest a el 12 de enero, hem os de


reconocer que el felicit ado la recibiría dem asiado t arde, o con unos dos m eses de
ant icipación, según se m ire.
En consecuencia, hay que est ablecer una dist inción clara y concret a para evit ar
errores sem ej ant es. Yo m e inclinaría a pensar que la m anera m ás cóm oda de evit ar
t oda posible confusión consist e en ut ilizar una palabra que represent e un núm ero de
t res cifras sólo para los nueve prim eros m eses del año. Para oct ubre, noviem bre y
diciem bre ut ilizarem os dos palabras colgadero: la fundam ent al, que nos recordará el
m es, y ot ra que nos recordará el día del m ism o. Y si t em e ust ed que no sabrá cuál
de las dos ha de ir delant e, use una palabra colgadero que no pert enezca a la serie
fundam ent al para designar el día del m es. De est e m odo sabrá que la palabra
colgadero fundam ent al represent a siem pre el m es.
En realidad, est o no es necesario si decide ust ed em plear una palabra sola para
represent ar el m es y el día en los nueve prim eros m eses.
Si t iene en la asociación dos palabras que represent en dos cifras cada una, y una de
ellas designa un núm ero superior a 12, ést a habrá de designar forzosam ent e el día
del m es. Únicam ent e en los pocos casos en que la fecha del m es sea el 10, el 11 o
el 12, y el m es correspondient e sea oct ubre, noviem bre o diciem bre, t endrá ust ed
que em plear los procedim ient os indicados en el capít ulo sobre núm eros de t eléfono.
Ent onces t endría que valerse de una asociación «ilógica lógica» para saber qué par
de cifras van delant e, o ut ilizar siem pre la palabra colgadero habit ual para el prim er
par de cifras y form ar ot ra que cum pla las norm as del alfabet o fonét ico, pero que no
form e part e de los colgaderos habit uales, para represent ar el segundo par, el día.
Si, com o ocurre a veces con las fechas hist óricas, le conviene a ust ed recordar el
año adem ás del m es y el día, sencillam ent e em plee una palabra que int roduzca el
año en la asociación. Por ej em plo, la declaración de independencia de Est ados
Unidos fue firm ada el 4 de j ulio de 1776. Si ust ed se represent ase una «foca»
saliendo de una «fosa» y llevando en la boca un papel con la palabra «declaración»,
o una bandera de Est ados Unidos, recordaría bien la fecha.
Porque «foca» represent a el núm ero 74, el cual en est e caso significa el m es
sépt im o ( j ulio) , y el día 4, y «fosa» represent a el núm ero 76. Hem os de punt ualizar
que casi nunca es necesario m olest arse por las dos prim eras cifras del año, pues el

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siglo en que ocurrió el acont ecim ient o, uno suele saberlo ya. Pero si no lo supiese,
habría que int roducir en el cuadro una palabra que represent ase aquel par de cifras.
Los est udiant es, por lo com ún, sólo t ienen que recordar el año en que se produj o un
det erm inado acont ecim ient o. Est o es una gran vent aj a, puest o que en t al caso lo
único que se precisa, apart e del acont ecim ient o en sí, es una palabra que
represent e el año. Napoleón fue coronado em perador en el año 1804. Si ust ed
est ableciese una asociación est ram bót ica ent re el act o de la coronación y la palabra
«roca» ( 04) , seguro que recordaría perfect am ent e la fecha. Podría ver a Napoleón
sent ado sobre una punt iaguda roca que le pincha las posaderas, o bien podría ver la
corona m al esculpida en un pedazo de roca, que le dej an caer de golpe en la
cabeza.
El incendio de Chicago se produj o en 1871. Bast a asociar fuego a «fot o» ( 71) . Si
ust ed form a un cuadro est ram bót ico en el que se vea a un t ransat lánt ico gigant e
hecho pedazos y hundiéndose porque era de t ierra cocida lo m ism o que una «t ina»,
y sobre t odo si ve los t rozos pint ados lo m ism o que las t inas, m ost rando en los
cort es el m at erial poroso que da la arcilla cocida, recordará sin duda que el Tit anic
se hundió en 1912.
A veces es necesario recordar el año del nacim ient o y el de la defunción de
personas im port ant es. Digam os com o ej em plo que si ust ed se represent ase a t oda
una espesura de caj as saliendo disparadas de la luna, y yendo a caer en la Meca,
sin duda le serviría para recordar que don Sant iago Ram ón y Caj al nació en 1852
( 52: luna) , y m urió en 1934 ( 34: Meca) .
¡Ahora ya no se port ará ust ed com o el chiquillo que, cuando le pregunt aron qué t al
le iba en la escuela, se quej ó de que su m aest ro se em peñaba en que le cont ase
cosas que habían ocurrido ant es de venir él al m undo!
Y puest o que hablam os de la escuela, en Geografía a m enudo int eresa saber qué
product os export a un país. ¿Por qué no em plear, pues, el m ét odo de la cadena par a
recordarlos? Tam bién si uno desea recordar la siluet a de un país puede ut ilizar el
procedim ient o que se em plea invariablem ent e para recordar la form a de I t alia.
I t alia t iene la form a de una bot a, por lo cual result a fácil recordarla. Con un poco de
im aginación, si ust ed m ira at ent am ent e el m apa de un país siem pre conseguirá que
se parezca a un obj et o que puede represent arse m ent alm ent e. Bast a ent onces

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asociar aquella im agen al nom bre del país, y uno t iene ya una idea general de su
cont orno.
Ahora, am igos, si quieren est án ya en condiciones de arroj ar lej os de sí esos
oscuros cuadernit os de not as llenos de direcciones. Recuerde las direcciones de las
señorit as valiéndose de asociaciones. Para ello se aplican los m ism os m ét odos. Si
t iene ust ed am ist ades en las grandes ciudades am ericanas donde las calles en lugar
de t ener nom bre llevan un núm ero, le bast ará t rasponer est os núm eros en sones,
los sones en palabras y luego asociar ést as con la persona que viva en aquella
dirección. Si ust ed se viera a sí m ism o cabalgando sobre una bala cayendo sobre
una alfom bra, ello le ayudaría a recordar que el señor Alfam ara vive en el núm ero
421 ( cayendo) de la calle 95 ( bala) .
Por supuest o, el m ism o procedim ient o sirve para m odelos, núm eros de cat álogo y
precios. Si ust ed se dedicase al negocio de confecciones y quisiera saber los
núm eros de cat álogo de los vest idos, por ej em plo, asociaría el núm ero de cada
m odelo a una caract eríst ica dest acada del m ism o. Si el m odelo 351 fuese un vest ido
con una aplicación en la espalda, podría ust ed «ver» la aplicación aquella
hinchándose hast a t om ar la form a de una m alet a ( m alet a: 351) . Al vest ido con las
m angas de bollo le corresponde el núm ero de m odelo 3.140; asocie, pues,
«m ot ocarro» a las m angas de bollo, et c.
Los precios de los vest idos pueden ser int roducidos en cada asociación. Le doy
solam ent e uno o dos ej em plos de cada procedim ient o, porque le conviene a ust ed
m ism o poner en j uego su propia im aginación. Ust ed debe decidir qué m ét odo elige
para recordar fechas, y de qué m odo asociará núm eros de cat álogo y precios, et c.
Est os procedim ient os pueden aplicarse en t oda clase de negocios y act ividades.
Es posible m em orizar los precios, lo m ism o que se m em oriza t odo lo relacionado
con los núm eros. Bast a asociar luego el precio al obj et o. Si el precio viene dado en
peset as y cént im os, puede em plear un m ét odo cualquiera de los expuest os para
dist inguir qué cant idad indica las peset as y qué cant idad indica los cént im os. Claro,
la confusión sólo será posible con cosas de poco valor; en las dem ás, la cant idad de
peset as siem pre t endrá m ás de dos cifras. La aplicación práct ica en est os m ét odos
siem pre es m ás fácil que los supuest os t eóricos que puedan present arse, puest o
que, en la realidad, uno suele t ener ya una idea aproxim ada de los precios m edios,

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y así, si el precio de unas zapat illas viene dado por los dos pares de cifras 35 y 95,
nadie confiará que sean 35 peset as con 95 cént im os, sino 95 peset as con 35
cént im os. Y aun en est e caso, hem os procurado que el núm ero de las peset as
acabase en cinco para que por est a part e fuese posible la confusión; puest o que ya
sabe ust ed que, en m uchos casos, el pequeño det alle de que los cént im os siem pre
acaben en cero o en cinco resolvería una gran part e de las posibles dudas o
confusiones que pudieran producirse. Tam poco sería posible creer que un par de
zapat illas fueran a cost ar 9.535 peset as. Y por idént ica deducción, si hubiésem os
represent ado el precio de un t elevisor con la palabra «m at rim onio», no nos
haríam os la ilusión de poderlo com prar por m enos de 31.032 peset as. Si a est e
núm ero le quit aran una o dos cifras, el núm ero de aparat os de t elevisión ext endidos
por nuest ro país crecería not ablem ent e.
Después de lo dicho, ya no debería olvidar m ás ni fechas, ni precios, ni núm eros de
cat álogos, ni nada por el est ilo. Debo insist ir en que quizás algunos crean m ás fácil,
al principio, apunt ar est a clase de dat os; pero al cabo de un t iem po ust ed será m ás
rápido en form ar asociaciones que en escribir.
Más im port ant e t odavía, no t em a at iborrar su m ent e con t odas esas asociaciones.
Quiero recordarle una vez m ás que, en cuant o haya m em orizado un dat o
det erm inado m ediant e asociaciones y lo haya ut ilizado algunas veces, ese dat o
quedará firm em ent e grabado en su m em oria. Las asociaciones han llenado ent onces
su propósit o y ust ed puede olvidarlas ya.

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Ca pít u lo 2 5
Ala r de s de m e m or ia

Unos cuant os agent es t eat rales se habían reunido en un fest ival para
presenciar un núm ero que ent usiasm aba a t odo el m undo. Mient ras t odos los
espect adores m iraban en m edio de un silencio sepulcral, Bosco el Grande
subió por una escalera hast a plant arse encim a de un est recho pedest al a cien
m et ros de alt ura. Una vez allí, inspiró profundam ent e y em pezó a bat ir los
brazos con furia. Los t am bores se pusieron a redoblar con un ruidoso
crescendo, y en el preciso m om ent o en que alcanzaron la m ayor int ensidad
Bosco el Grande se lanzó al vacío y ¡em pezó a volar!
Moviendo los brazos con furia loca, com o las aves bat en las alas, dio una
vuelt a por encim a de la arena, se rem ont ó, descendió, fue y vino en t odas
direcciones. Y ent onces uno de los agent es se volvió hacia el ot ro y le
pregunt ó:
—¿Y eso es t odo lo que sabe hacer? ¿I m it ar a los páj aros?

Me figuro que algunos de ust edes se est arán pregunt ando por qué saco a la luz los
m ét odos que m e han perm it ido realizar espect aculares dem ost raciones de m em oria.
Quizás ust edes piensen que yo m e dedico a divert ir al público y que al publicar est e
libro m e creo com pet idores. Bueno, quizá sea ciert o, pero no m e inquiet a
dem asiado. Sé que si alguien quiere act uar en público t endrá que ingeniarse para
reunir un ciert o núm ero de habilidades y form ar con ellas un program a am eno.
La m ayoría de los que act úan en espect áculos, se dan cuent a de que no son los
núm eros en sí lo que le da el éxit o, sino la m anera de hacerlos y present arlos. Las
especialidades de cada art ist a no son sino m edios para conseguir un fin. Poco
im port a que uno cuent e chist es, o baile, o cant e, o haga dem ost raciones de
m em oria, o acrobacias, o im it e a los páj aros, con t al que sepa ent ret ener al público.
Aunque el m ot ivo m ás poderoso que m e ha inducido a enseñarles a ust edes est as
habilidades m em oríst icas sea el convencim ient o de que es posible em plearlas con
provecho en la vida cot idiana, se m e ant oj a t am bién que la m ej or m anera de
hacerles aprender m is sist em as consist e en proporcionarles una m anera de

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presum ir, de «act uar» delant e de sus am igos. Por lo t ant o, si piensa ust ed
aprovechar las dem ost raciones aquí explicadas para divert ir a sus cont ert ulios en
las reuniones de la sociedad recreat iva o cult ural a la que pert enece, no se abst enga
de hacerlo, considérese en su perfect o derecho. Sólo le ruego que se asegure
prim ero de dom inarlas sobradam ent e, a fin de acredit arse ust ed m ism o y acredit ar
de paso m i sist em a.
En el cam po del espect áculo, lo m ism o que en los ot ros, hay suj et os sin escrúpulos
capaces de cualquier cosa con t al de abrirse paso. Exist e un «delincuent e» que
apenas dej a pasar un año sin robar los núm eros de ot ro art ist a. El año pasado se
m e hizo el «honor» de robarm e el program a ent ero, except uando únicam ent e los
núm eros m ás difíciles.
En el m undo del escenario es corrient e «robar» m at eriales; pero poquísim as veces
se habrá vist o que alguno se apropie de t odos los núm eros de ot ro. Sin em bargo,
aquel suj et o lo hizo; y lo que m ás m e fast idia ahora no es que se haya apropiado de
m i espect áculo, sino que no lo hace bien. Era de esperar, claro est á, porque si fuese
un buen art ist a, no habría t enido necesidad de recurrir a un program a o a un
procedim ient o ideado y puest o en m archa por ot ra persona.
No, no me im port a crearm e com pet idores enseñando est as habilidades
m em oríst icas..., con t al de que los com pet idores sean de calidad. Precisam ent e, el
rest o del present e capít ulo lo form an algunas dem ost raciones que he em pleado, y
varias de las cuales sigo em pleando t odavía alguna que ot ra vez.
Una que puede ust ed realizar consist e en recordar obj et os e iniciales. Prim ero diga a
sus am igos que nom bren el obj et o que quieran, y a cont inuación, las dos iniciales
que se les ant oj en. Dej e que sigan nom brando obj et os e iniciales m ient ras
com prenda ust ed que sabrá desenvolverse bien con ellos. Luego diga que nom bren
un obj et o y ust ed repet irá las iniciales que corresponden al m ism o o viceversa.
Es una habilidad que apart e de causar m ucho efect o, result a m uy fácil. Bast a form ar
una palabra que em piece con la prim era inicial y t erm ine con la últ im a, y asociar
esa palabra con el obj et o nom brado.
Por ej em plo: si las iniciales son R. T. y el obj et o es un candelabro, podría asociar
«robot » a candelabro. En el caso de las iniciales B. D. y el obj et o bot ella,
asociaríam os «bondad» a bot ella. Si las iniciales fuesen P. S. y el obj et o un abanico,

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asociaríam os «París» y abanico, et c. I m aginem os el caso de que no se le ocurriese


de m om ent o ninguna palabra cuyas prim era y últ im a let ras coincidiesen con las
iniciales que le han dado. Ent onces podría form ar una asociación con t res palabras:
la prim era, una que em pezase con la prim era inicial; la segunda, el nom bre del
obj et o, y la t ercera, una palabra que em pezase con la segunda inicial.
Aquí t iene ot ro ej em plo de cóm o puede variar los sist em as y m anipularlos; la
dem ost ración de la «cart a perdida» puede hacerla con núm eros, si lo prefiere. Pida
que uno de los present es escriba la serie de núm eros desde 1 hast a 48 o hast a 52,
o hast a una cant idad m ás elevada, si se ve con fuerzas para ello. Luego pídale que
nom bre a su capricho los núm eros que quiera de los anot ados y que para facilit ar la
com probación, los t ache a m edida que los vaya nom brando. ¡Y luego ust ed le dirá
los núm eros que han quedado sin t achar!
Proceda exact am ent e igual que con «la cart a perdida». Mut ile las palabras
colgadero de los núm eros que el ot ro vaya nom brando. Luego repase m ent alm ent e
la serie de palabras colgadero desde «t ea» hast a la correspondient e al últ im o
núm ero de la list a. Cuando t ope con una que no est é m ut ilada, corresponderá a uno
de los núm eros que falt an, es decir, que no han sido nom brados.
Ot ra dem ost ración de m ucho efect o que se realiza con naipes es la de «la cart a
escondida». Y el efect o sube de punt o cuando se act úa ent re un grupo que pase de
cincuent a y dos personas ( o de cuarent a y ocho, si act uam os con la baraj a
española) . Para m enos personas em plearíam os m enos naipes. Ent regue la baraj a a
los espect adores y diga que cada uno coj a una cart a. Luego indique que cada uno
diga el nom bre de su cart a, añadiendo el de un sit io donde esconderla.
Lo que ust ed hace es asociar la palabra colgadero del naipe con el sit io indicado
com o escondit e. Así, si uno dij ese que t iene la sot a de espadas escondida en una
m áquina de escribir, ust ed se im aginaría ensart ando m áquinas de escribir con una
espada.
Cuando ya est án «escondidas» t odas las cart as, en cuant o le digan el nom bre de
una, ust ed responderá revelando el escondit e. O, si le dicen el escondit e, ust ed dirá
qué cart a se refugió allí.

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¿Quiere im presionar a sus am igos con su habilidad en recordar núm eros? Pues m ire,
si ha aprendido una serie secundaria de colgaderos hast a el 16 o el 20, según le
enseñé en un capít ulo ant erior, puede hacer lo siguient e.
Pida que alguien escriba en colum na en una hoj a de papel desde el 1 al 16 o al 20.
I ndíquele luego que al lado de cada uno de est os núm eros escriba un núm ero de
dos cifras, diciendo en voz alt a, claro est á, qué núm ero escribe y al lado de cuál.
Cuando haya t erm inado, ust ed podrá decirlos t odos, desde el uno hast a el últ im o; o
podrá indicarle que nom bre él cualquiera de los núm eros de dos cifras y ust ed le
dirá el núm ero de orden que le corresponde, o sea, al lado de qué núm ero est á
escrit o, o viceversa.
Bast a para est a dem ost ración em plear la list a secundaria de palabras colgadero
para los núm eros de orden, y las palabras colgadero de la serie principal para los
núm eros de dos cifras. Por ej em plo, al lado del núm ero 3, escriben el 34. Si em plea
ust ed el alfabet o com o list a secundaria, puede asociar «heces» ( 3) a «Meca» ( 34) .
Le nom bran luego el núm ero 14 y escriben a su lado el 89. Asocie ust ed «llave»
( 14) a «chopo» ( 89) .
Si t iene ust ed confianza en sí m ism o, puede perm it ir que sus am igos, adem ás de
nom brar j unt o a cada núm ero de orden un núm ero de dos cifras, nom bren t am bién
un obj et o. Ust ed m em orizará el núm ero y el obj et o form ando una asociación
est ram bót ica de las t res palabras. El núm ero de orden sería, supongam os, el 9; el
obj et o nom brado una parrilla, y el núm ero de dos cifras, el 24. En est e caso
podríam os com binar las asociaciones del m odo que se nos ant oj ase; podríam os ver
a un eunuco t ost ándose en una parrilla picot eado por un ave. En los ej em plos
ant eriores he em pleado el procedim ient o del alfabet o. Por supuest o, t am bién
podríam os em plear la list a en que los colgaderos t ienen una form a parecida al
núm ero que represent an, o nos lo recuerdan de algún m odo. En est e caso, 9 sería
«cint a m ét rica», 8 sería «t rébol», 14 sería «m asía y río», et c. Cualquiera de los
sist em as de est e libro puede ser ut ilizado para realizar alguna habilidad; del m ism o
m odo que los procedim ient os en que se fundan las exhibiciones y habilidades aquí
cont enidas pueden adapt arse a una ut ilidad práct ica. Si ust ed quiere em plear
palabras sust it ut ivas en una dem ost ración, puede m em orizar nom bres y naipes de
baraj a, nom bres y obj et os, et c. Puede ut ilizar el sist em a para recordar núm eros de

Gent ileza de Jorge Fuent es 193 Preparado por Pat ricio Barros
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m uchas cifras en una dem ost ración bast ant e espect acular. Pida a ot ras personas
que le digan cóm o se llam an y luego lean el núm ero de serie de un billet e de banco.
Luego ust ed ha de saber dar el núm ero cuando le digan el nom bre, o de dar el
nom bre cuando le digan el núm ero. Para ello le bast a t om ar una palabra sust it ut iva
del nom bre, en caso de ser necesario, asociarla a la palabra colgadero para las dos
prim eras cifras del núm ero y luego form ar una cadena hast a el final del m ism o.
Aunque lo que voy a exponer ahora no ent ra en el t erreno de las habilidades
espect aculares, el procedim ient o nació del núm ero de escenario que expliqué hace
poco de los obj et os y las iniciales. Cuest a m ucho recordar el alfabet o Morse porque
es com plet am ent e abst ract o. Los punt os y rayas carecen de t odo significado y no es
posible form arse una im agen direct a de ellos que los represent e.
No creo que sean m uchos ent re ust edes los que hayan de encont rarse alguna vez
en la necesidad de recordar el alfabet o Morse. No obst ant e, quiero que vean que lo
que se puede hacer y lograr con las asociaciones conscient es no t iene lím it es, y que
se convenzan de que lo desprovist o de sent ido se recuerda fácilm ent e si se hace de
m odo que lo t enga. El único lím it e con que uno t opa es el de su propia im aginación.
Com o los punt os y rayas no t ienen significado, yo decidí dárselo acordando que la
let ra «R» equivaldría a un punt o y la «T» o la «D», a una raya. Debo hacer not ar
que aquí, al revés de lo convenido en el caso de las palabras colgadero para los cien
prim eros núm eros, la RR vale por dos R sencillas, es decir, vale por dos punt os
consecut ivos. Vea est a list a:

A . — red Ñ — — . — — t ut or dado
B —... t error O ——— t at uado
C —.—. t ort ura P . ——. radiador
D —.. t ierra Q ——. — t it irit a
E . ara R .—. radar
F ..—. herradura S ... horror
G ——. t ít ere T — t ía
H .... hierro raro U ..— horrido
I .. ahorro V ...— re arreado
J .— — — reedit ado W .— — rédit o

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K —.— dardo X —..— t errado


L .—.. ret raer Y —. —— t ort ada
M —— dedo Z — —.. dest ierro
N —. t oro

Ya no queda sino asociar la palabra o la let ra m ism a, a fin de que la una nos
recuerde la ot ra. Podríam os em plear las palabras colgadero que t ienen un sonido
parecido al de las let ras, y ent onces asociaríam os ala a red, boa a t error, haces a
t ort ura, t ía a t ierra, Eva a cara, faz a herradura, guía a t ít ere, y así hast a llegar a
cebra y dest ierro.
O t am bién podríam os usar el procedim ient o de los adj et ivos asociando a cada
palabra uno que em piece por la let ra correspondient e. La dificult ad de encont rar
palabras con los punt os y rayas de las let ras según el convenio est ablecido de que
la R equivaldría a un punt o y la D o la T a una raya, ha hecho que en el caso de la H
del alfabet o Morse, hayam os t enido que valem os de dos palabras ( «hierro raro»)
para reunir las cuat ro R correspondient es a los cuat ro punt os; en el caso de la J, la
O, la U y la V, en lugar de em plear nom bres hem os em pleado adj et ivos ( y aún en la
V poniendo la part ícula «re» indicadora de repet ición, que no suena dem asiado bien
delant e de est a palabra) , y en el caso de la Z hem os ut ilizado una palabra que
adem ás de las consonant es precisas, t iene la S. Todavía, en el caso de la L y de la
Q, hem os em pleado form as verbales, y no en función de adj et ivo 8 . Por lo t ant o, al
llegar a las palabras que son adj et ivos y no nom bres, en lugar de j unt arles un
adj et ivo, deberíam os j unt arles un nom bre sust ant ivo o un adverbio, y al llegar a los
verbos, deberíam os j unt arles un adverbio. Para evit ar t oda confusión posible,
podem os t om ar el convenio de posponer siem pre la palabra añadida, que es
precisam ent e la que em pieza por la m ism a let ra que querem os recordar, a la que
indica los punt os y rayas de dicha let ra en el alfabet o Morse. Así diríam os: red
Alada, t error Best ial, t ort ura Corrosiva, t ierra Dadivosa, ara Esplendorosa,
herradura Férrea, y así hast a llegar a dest ierro Zozobrant e. Si ust ed est uviera bien
seguro del núm ero de orden que corresponde a cada let ra, ent onces podría ut ilizar

8
Cosa cur iosa: el aut or ha t enido que t om arse en inglés casi las m ism as libert ades. Es decir , ha t enido que incurrir
en idént icas irr egularidades, en relación al convenio est ablecido. ( N. del T)

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las palabras colgadero de la serie fundam ent al y asociarlas a las que indican las
rayas y punt os de cada let ra.
La m anera de asociar una palabra con ot ra, queda al buen crit erio de ust ed. La base
del sist em a consist e en hacer que los punt os y rayas no sean ya inint eligibles. Con
est e sist em a no debería necesit ar ust ed m ás de m edia hora para aprenderse el
alfabet o Morse. Claro, est o no significa que después pueda considerarse ya un
t elegrafist a. La rapidez al t ransm it ir m ensaj es sólo se adquiere con m ucha práct ica
y experiencia, pero el sist em a facilit a m ucho las prim eras t ransm isiones, cuando
uno t iene que fij ar las señales en su m em oria.
Ha t enido ust ed con est o un ej em plo m ás de cóm o los sist em as expuest os en la
present e obra pueden ser t ransform ados y aprovechados de t al form a que nos
ayuden a resolver cualquier problem a que se nos present e en lo t ocant e a la
m em oria. En est e capít ulo y en t odos los del libro he t rat ado de enseñarle
num erosas dem ost raciones y habilidades; est oy seguro de que ust ed sabrá
invent arse ot ras nuevas. Aunque...
Verá ust ed, había un agent e t eat ral que est aba cont em plando un núm ero de circo
en com pañía de un am igo. El art ist a realizaba su dem ost ración sobre un alam bre, a
considerable alt ura. Y no había ninguna red para det enerle si se caía.
El art ist a colocó una pelot a de golf sobre el alam bre, consiguiendo que no se
cayera; después una silla pat as arriba sobre la pelot a de golf, de m odo que t am bién
conservase el equilibrio. Y por fin apoyó su propia cabeza sobre una pat a de la silla
y levant ó los pies en el aire. En t an inest able posición, el art ist a cogió un violín y se
puso a t ocarlo con los pies.
El agent e t eat ral se volvió hacia su am igo y exclam ó con desprecio:
—¡Bah, nunca será un Sarasat e!

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Ca pít u lo 2 6
Em ple e los sist e m a s

Un virt uoso del violín, que vivía en Est ados Unidos, est aba convencido de que
t ocaba t an bien que su m úsica era capaz de em belesar a un anim al salvaj e. Y, a
pesar de las advert encias y los ruegos de sus am igos, decidió irse al corazón de
África, sin arm as, sin ot ro inst rum ent o de defensa que su violín.
Al llegar a un claro de la selva, se det uvo y em pezó a t ocar. Un elefant e que había
percibido su olor, vino corriendo con ánim o de cargar cont ra él, pero al oír la
m úsica, se sent ó a escuchar, deleit ándose con ella.
Una pant era salt ó de un árbol, enseñando sus colm illos, pero t am bién sucum bió al
m ágico efect o de aquella m úsica. Pront o apareció un león, que se reunió con los
ant eriores oyent es.
Al cabo de poco rat o, el m úsico se encont raba rodeado de anim ales salvaj es,
sent ados o t endidos en el suelo, escuchándole. Y él seguía t ocando.
Pero de pront o un leopardo que est aba en un árbol vecino salt ó sobre el violinist a,
¡y lo devoró! Mient ras se relam ía el hocico, los ot ros anim ales se acercaron y le
pregunt aron:
—¿Cóm o has hecho eso? ¡Con lo herm osa que era la m úsica que int erpret aba ese
hom bre!
El leopardo se llevó la pat a a la orej a, int ent ando oír m ej or, y pregunt ó:
—¿Eh? ¿Qué decís?

De m odo que ya lo ve ust ed, por herm osa que sea la m úsica, si uno no la oye no
sirve para nada. De parecida m anera, por m uy út iles y provechosos que sean los
sist em as cont enidos en est e libro, si ust ed no los em plea, no le report arán beneficio
alguno.
Confío, em pero, en que la m ayoría de m is lect ores han invert ido algún t iem po
m edit ándolos y ensayándolos. Si lo han hecho así, es casi seguro que se sient en
m uy sat isfechos de los progresos realizados. Lo m ej or que t ienen est os sist em as es
su flexibilidad. Yo, personalm ent e, t odavía no he encont rado nada relacionado con
la m em oria que no adm it iese la aplicación de m is sist em as.

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Tóm ese ust ed el t iem po necesario para aprender a form ar asociaciones conscient es,
y en cuant o dom ine est e art e, verá cóm o las form a de un m odo casi aut om át ico.
Con m ucha frecuencia encont rará ust ed dat os que querrá recordar y que le darán la
oport unidad de form ar asociaciones. Si quisiera recordar que det erm inada
m ercancía im port ada de EE. UU. vale allá 17 dólares con 76 cent avos, podría, claro
est á, servirse de las palabras colgadero, t al com o le he enseñado. Sin em bargo, es
posible que haya oído hablar del «Espírit u del 76». Est a expresión am ericana suscit a
el recuerdo de un fam oso cuadro t it ulado así, en el que aparecen un hom bre con un
t am bor, ot ro con un pífano y el t ercero levant ando la bandera est adounidense. Si se
le ocurriese a ust ed asociar la m ercancía en cuest ión con est e cuadro, no le quepa
duda, recordaría que su precio es de 17,76 dólares.
El volcán j aponés Fuj iyam a t iene 3.771 m , ust ed podría ut ilizar palabras colgadero
para recordarlo. Pero si ust ed fuese inglés o nort eam ericano, vería que, en pies,
dicho volcán t iene 12.365. Con lo cual quizá le bast ase asociar la palabra volcán a
una palabra sust it ut iva de Fuj iyam a, a «calendario». Y digo a calendario porque, si
se fij a ust ed, el núm ero que expresa los pies de alt ura del cit ado volcán est á
form ado por el núm ero de m eses del año ( 12) , seguido del núm ero de días ( 365) .
Sin duda, la palabra calendario, asociada a volcán o a una sust it ut iva de Fuj iyam a,
bast aría para recordárselo.
No quiero indicarle con ello que m aniobre así con t odos los núm eros; el sist em a del
colgadero es el único infalible. No obst ant e, cuando t ope con cant idades de
cat egoría sim ilar a la cit ada, el buscarle int erpret aciones com o ést a enriquecerá su
im aginación y su finura de observación, y le ayudará a fij ar el int erés en los
núm eros.
Los recursos nem ot écnicos son inagot ables, y t ienen la vent aj a de poner en j uego
los conocim ient os ant eriores que uno posee, con lo cual cont ribuyen a fij arlos aún
m ás en la m em oria. Si ust ed ha leído el rom ancero y recuerda aquellos versos que
dicen: «Non es de sesudos hom es / ni de infanzones de pro / facer defecho a un
fidalgo, et c.», sabe que la form a ant igua de hom bres en cast ellano era hom es. Y
acaso sepa que en cat alán hom bres sigue siendo hom es. Pues bien, si se im agina a
unos hom bres vest idos con t raj es m edievales —para que el t raj e le recuerde que
debe t om ar la palabra hom bres en su form a ant icuada— braceando

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desaforadam ent e en m edio de un lago, quizá recuerde para siem pre el nom bre de
aquellos grandes lagos am ericanos que casi t ienen t ant a superficie com o España:
Hurón, Ont ario, Michigan, Erie, Superior.
Si ha aprendido ust ed a form ar rápidam ent e palabras sust it ut ivas, ello llegará a ser
el m ayor paso que haya dado para lograr una m em oria m ej or. La verdad es que no
debía decir «palabras», sino pensam ient os sust it ut ivos, o sea, cuadros, im ágenes; a
est as alt uras ust ed ya sabe que lo que im port a es el cuadro form ado en su m ent e, y
no la palabra en sí.
¿Sabía ust ed que la capit al de Nuevo México es Sant a Fe? Bien, im agínese a un
ángel o un sant o que sea para ust ed el sím bolo de la fe ( para m í, la fe viene
represent ada por un ángel con las m anos j unt as y arrodillado en act it ud de orar) y
véalo llevando un som brero m ej icano, y difícilm ent e volverá a olvidar est e
conocim ient o geográfico. Si fuese ust ed inglés o nort eam ericano y se «viese» a sí
m ism o arroj ando piedrecit as cont ra un arco, com o piedrecit a es lo m ism o que
pequeña piedra, lo cual se t raduce en inglés por lit t le rock, y arco es en inglés ark,
recordaría para siem pre que Lit t le Rock es la capit al de Arkansas. Y ahora que se lo
hem os cont ado, quizá lo recuerde t am bién, y m ás si j unt o al arco ve a un negro
colgando con las m anos cogidas a las «asas» que le han salido a un enorm e arco iris
( o a ot ro arco cualquiera) . Es decir, la im agen del negro le ayudará a recordar si
siguió en la prensa el conflict o racial habido no hace m ucho en Lit t le Rock. ¿Conoce
ust ed alguna chica que se llam e Elena? Represént esela t repando a la cim a de una
m ont aña, y así se acordará m ej or de que la capit al de Mont ana es Helena. Y por el
m ism o procedim ient o puede ust ed grabarse en la m em oria las capit ales de t odos los
Est ados de la Unión, o los nom bres de ot ros Est ados cualesquiera y sus capit ales.
Confío en que ust ed se hará cargo de que m e es com plet am ent e im posible dar
ej em plos direct os y concret os dem ost rando que m is sist em as son aplicables a t oda
clase de profesiones y act ividades. Perm it a, pues, que m e lim it e a repet irle que, en
efect o, son aplicables a t odo aquello que de cerca o de lej os t iene alguna referencia
con la m em oria. Los problem as que se present en en un caso part icular, acaso exij an
alguna t ransform ación o adapt ación de dichos sist em as; est o ust ed lo conocerá y lo
llevará a cabo m ej or que yo.

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Hoy en día, m ucha gent e se preocupa m ucho de su diet a; yo he vist o a m uchas


personas consult ando est adillos de calorías para ver qué debían y qué no debían
com er. Nada t engo que obj et ar cont ra ello, pero si ust ed es una de t ales personas,
podría em plear el sist em a del colgadero para aprender de m em oria la cant idad de
calorías cont enida en los alim ent os que suele ingerir. Si form ase un cuadro
est ram bót ico, asociando un huevo frit o con un t orero, sabría que un huevo frit o
cont iene 100 calorías. ¿Sabía ust ed que una cucharada sopera de m ayonesa
cont iene 92 calorías? Pues si viese salir un pino de la cucharada de m ayonesa, no lo
olvidaría ya m ás. Si engorda ust ed sin cesar y le gust a beber cerveza en grandes
cant idades, debería recordar que un vaso grande de ciert as clases de cerveza llega
a cont ener hast a 176 calorías; y para recordar est e núm ero, debería asociar
«Teófilo» ( 175) o «déj ala» a cerveza.
Si queda t odavía alguien que crea que el em pleo de m is m ét odos exige dem asiado
esfuerzo o da dem asiado t rabaj o, perm ít am e repet irle que los llam o «la m anera de
recordar de los perezosos». El m ét odo realm ent e difícil es el llam ado «nat ural», o
sea, el de aprender las cosas a fuerza de repet iciones. Y no sólo es difícil, sino que
no result a t an eficaz, ni hace que la m em oria ret enga t ant o las cosas, ni
proporciona t ant as sat isfacciones, ni result a t an divert ido. Det alle im port ant ísim o:
m is m ét odos no t ienen lím it e. Aun a riesgo de cansarlos, quiero repet irlo una vez
m ás: «El único lím it e que encuent ra uno es el de su propia im aginación.»
Al hablar de repet iciones he recordado cuánt as veces los escolares siguen
escribiendo m al una palabra después de habérsela corregido los profesores varias
veces. Son palabras que llevan «h» ( o que no la llevan, y el escolar la pone) , o
t ienen un sonido que se puede escribir de dos m odos. Si t uvieran la ocurrencia de
escribir aquella palabra que se les resist e en una hoj a de papel y pusieran la let ra
m ot ivo de dificult ad de doble o t riple t am año que las ot ras y con t razos m ás fuert es,
o de colores, para que dest acase bien, y luego fij asen la m irada en ella durant e un
rat o, casi seguro que no volverían a escribirla m al.
He t enido un int erés especial en present arles varios de los procedim ient os
cont enidos en est e libro baj o la form a de dem ost raciones o habilidades. He obrado
así por varios m ot ivos. En prim er lugar, porque creo que de est e m odo se aprenden
m ás fácilm ent e, dado que uno ve en seguida la m et a que se propone. He vist o ya a

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dem asiada gent e em pezando el est udio de algo y dej ándolo a m it ad de cam ino
porque no t enían ant e los oj os el beneficio o la ut ilidad que el aprender aquello
podía report arles. La proxim idad de la m et a le est im ula a uno, aum ent a el incent ivo.
Y el hecho de que uno pueda ut ilizar los procedim ient os para el cult ivo de la
m em oria, a fin de divert ir o pasm ar a sus am igos, añade t odavía un incent ivo m ás.
Si ust ed sabe hacer, o com prender por lo m enos, una dem ost ración, es que se ha
hecho cargo del procedim ient o y del principio que lo inspira; y est o es lo que a m í
m e im port aba.
Porque en cuant o conozca el principio y dom ine el procedim ient o, est ará en
condiciones de aplicarlo cuando lo necesit e. Ahí es donde ent ra en escena su
im aginación, para saber cuándo debe aplicar un det erm inado procedim ient o.
Recuerde sólo que t odo problem a relat ivo a la m em oria puede ser resuelt o
em pleando uno o varios de m is m ét odos y sist em as, lo m ism o si se los he expuest o
baj o la form a de habilidades espect aculares que baj o ot ra form a cualquiera.
El propósit o que m e ha guiado al escribir est e libro ha sido el de darle a ust ed una
base, un punt o de apoyo para conseguir una m em oria cult ivada. Los sist em as aquí
expuest os t ienen un alcance y un cam po de acción m ayores que los aquí señalados.
Pero el espacio de que dispongo no m e perm it e ext enderm e m ás. No obst ant e,
confío en haberle dado una pequeña idea de lo que puede lograrse con ellos.
¡El rest o depende de ust ed!

Not a de hyspast es y noradrenalina: Nos ha parecido oport uno añadir el rest o de la


t abla del siglo XX y añadir la del siglo XXI ut ilizando un form at o m ás int uit ivo que el
em pleado por el aut or o t raduct or.

0 1 2 3 4 5 6
1900 1901 1902 1903 1904 1905
1906 1907 1908 1909 1910 1911
1912 1913 1914 1915 1916
1917 1918 1919 1920 1921 1922
1923 1924 1925 1926 1927
1928 1929 1930 1931 1932 1933

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1945 1946 1947 1948 1949 1950
1951 1952 1953 1954 1955
1956 1957 1958 1959 1960 1961
1962 1963 1964 1965 1966 1967
1968 1969 1970 1971 1972
1973 1974 1975 1976 1977 1978
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1989 1990 1991 1992 1993 1994
1995 1996 1997 1998 1999 2000

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2029 2030 2031 2032 2033 2034
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2046 2047 2048 2049 2050 2051
2052 2053 2054 2055 2056
2057 2058 2059 2060 2061 2062
2063 2064 2065 2066 2067
2068 2069 2070 2071 2072 2073
2074 2075 2076 2077 2078 2079
2080 2081 2082 2083 2084
2085 2086 2087 2088 2089 2090
2091 2092 2093 2094 2095
2096 2097 2098 2099

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