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El retorno de los brujos

Jaime Alberto Vélez


El futuro, tantas veces vaticinado como una época de comodidad y de
enormes facilidades, se ha ido imponiendo de manera casi
inadvertida. En virtud de la máquina fotocopiadora, por ejemplo, un
ignorante cualquiera puede hoy salir graduado de una universidad,
como por arte de magia, sin necesidad de haber leído un solo libro
completo en toda su carrera. ¿No se trata de un hallazgo tan
fantástico como el de poder viajar al pasado en la máquina del
tiempo? ¿No supera esta realidad las profecías de Verne y “las
invenciones de ejecución imposible” de Wells?

La comodidad soñada por los grandes visionarios consiste en este


caso en que un estudiante puede obtener, en unas pocas páginas,
todo el saber contenido en un extenso volumen, y en unas pocas
fotocopias, todo el conocimiento de la carrera. La época actual ha
asistido, en consecuencia, al nacimiento de un nuevo tipo de
intelectual: el doctor en fotocopias. Este nuevo espécimen, sustituto
del erudito y del ratón de biblioteca, se caracteriza por su sagacidad,
por su espíritu desenvuelto y directo, y porque no malgasta el tiempo
libre en la lectura, sino en otras actividades con más roce social. La
navegación en la red, para citar un caso, le permite también mirar
aquí y allá, acumular datos desperdigados que puede tomar por un
saber completo. ¿Para qué tantas vueltas y rodeos, si este estudiante
sabe con exactitud lo que le preguntará el profesor? Es probable que
el doctor en fotocopias carezca de una idea de conjunto, o que
desconozca la conexión de las ideas entre sí, pero llega con facilidad
al grano y cumple lo que se le exige. En algunos casos opera como
una copia textual de su propio profesor.

Como respuesta a quienes se atreven a censurar esta reciente


modalidad de ignorancia, este personaje podría alegar que se trata de
una forma distinta de especialización acorde con el espíritu del
momento. El profesional del pasado invertía todo su tiempo en
conocer el conjunto y el detalle, para adentrarse morosamente en un
tema; un doctor en fotocopias, en cambio, pretende enseñorearse de
inmediato de parcelas específicas del conocimiento, en función
exclusiva de un examen o de una prueba de saber. La época lo exige.
Apoyado en Spinoza podría argumentar que un simple accidente le
permite apropiarse de la sustancia, aunque no la agote. Es cierto que
no conoce la obra completa de ningún escritor, ni las implicaciones
completas de un tema, pero el dominio del detalle le permite hablar
con una seguridad insolente de la que carecía el estudioso de otra
época. El tiempo que el primitivo y provecto lector dedicaba al
conocimiento de un solo pensador, el moderno fotocopiador lo destina
a numerosos planteamientos parciales, casi todos anónimos,
aprendidos a la velocidad que exige la vida moderna. Fotocopiar el
capítulo crucial de una obra produce la sensación de haberse
apoderado del alma del autor. Estos papeles representan, a la vez,
fetiches y talismanes mágicos que permiten convocar
cabalísticamente el saber.

Este hallazgo moderno, por lo demás, encaja a la perfección dentro


de la actual visión recortada y parcial de la realidad. Quienes aún
recuerdan el libro entero, con seguridad también añoran una ciudad
sin zonas de exclusión, un mundo sin fronteras, una libertad real, es
decir, una aspiración de totalidad y una búsqueda de un principio
unificador. El libro, dentro de esta realidad fragmentada e irreligiosa,
carece de vigencia y permanece tan sólo como punto de referencia o
como soporte. En la actualidad la formación de lectores de libros sólo
puede conducir al conflicto y a la decepción. La lectura de la
fotocopia, por el contrario, implica situarse de una vez en el ámbito
de la dispersión y de la falta de conciencia de la totalidad. La verdad
es que el doctor en fotocopias jamás reniega de los libros en general,
y hasta puede adquirir algunos de ellos a los que considera como
fundamentales, pero ocurre sencillamente que no los lee. Podría
llegar hasta consultar y hojear, pero jamás acometería la
incomprensible y absurda labor de leer de principio a fin. Aunque en
ocasiones puede reconocer, como su profesor, que la fotocopia
cumple la función de abrebocas, en la realidad sólo destina su tiempo
a la lectura de capítulos, de apartes y de fragmentos. Persuadido de
que su mente realizará una síntesis y un compendio válido, continúa
sus estudios, de curso en curso, sin recibir una continuidad, ni una
formación integradora. Puesto que el ideal del trabajo en equipo
posee tanta acogida, aducirá que a cada uno corresponde una labor
parcial, esto es, una fotocopia limitada de ese gran libro que
representa la sociedad.

El recurso de la fotocopia, por otra parte, ha permitido al profesor


perpetuar el tradicional mito de sabelotodo. Mientras recomienda el
estudio de capítulos aislados, se reserva para sí el manejo completo
del tema. El viejo concepto de sabio, pero con un libro en la mano,
paradójicamente conserva inconmovible su validez, pese a que ha
llegado el futuro. La supuesta sabiduría del profesor se reduce a que
conoce las páginas anteriores y posteriores de las fotocopias de los
estudiantes. El desconocimiento del libro completo, y el significado de
éste dentro de la producción del autor, permiten en ocasiones hablar
con una suficiencia y un desparpajo inigualables.

El doctor en fotocopias, como es apenas lógico, también escribe de


manera fraccionada y por temas aislados. La idea de Mallarmé, según
la cual todos los acontecimientos humanos prefiguran un libro,
significa en la actualidad que el saber completo de la humanidad
tiende a concentrarse en unas cuantas páginas, capaces de servir
como explicación de los distintos fenómenos existentes. El dictamen
profético de Valéry, de una historia de la literatura sin mencionar
nombres, se ha cumplido también a la perfección, pues en la mayoría
de las fotocopias desaparece el nombre del autor, o carece de
importancia. En virtud de la fotocopia, leer y estudiar se han reducido
en realidad a una sola actividad: subrayar. Del amplio y complejo
mundo de un saber, sólo quedan al final unas cuantas frases que lo
compendian. Así que el futuro significa para la humanidad una vuelta
al principio, es decir, al hallazgo de una fórmula mágica.

N° 41
Septiembre 16- Octubre 31 de 2002

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