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Este documento es el prólogo de la obra "Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos" de Giorgio Vasari. En él, Vasari dedica la obra a Cosimo de Medici, duque de Florencia, y explica que su intención es resucitar la memoria de los grandes artistas italianos desde Cimabue hasta su época actual. Vasari elogia el patrocinio de los Medici a las artes y espera que esta obra sea útil para los artistas actuales y deleite a todos los amantes del arte.
Descripción original:
revista arquitectos
Título original
Las vidas de los más excelentes arquitectos pintores y escultores italianos
Este documento es el prólogo de la obra "Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos" de Giorgio Vasari. En él, Vasari dedica la obra a Cosimo de Medici, duque de Florencia, y explica que su intención es resucitar la memoria de los grandes artistas italianos desde Cimabue hasta su época actual. Vasari elogia el patrocinio de los Medici a las artes y espera que esta obra sea útil para los artistas actuales y deleite a todos los amantes del arte.
Este documento es el prólogo de la obra "Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos" de Giorgio Vasari. En él, Vasari dedica la obra a Cosimo de Medici, duque de Florencia, y explica que su intención es resucitar la memoria de los grandes artistas italianos desde Cimabue hasta su época actual. Vasari elogia el patrocinio de los Medici a las artes y espera que esta obra sea útil para los artistas actuales y deleite a todos los amantes del arte.
GIORGIO VASARI. AL ILUSTRÍSIMO, Y EXCELENTÍSIMO, EL SEÑOR COSIMO DE MEDICI, DUQUE DE FLORENCIA.
MI SEÑOR OBSERVADOR,
Ahora que Vuestra Excelencia, siguiendo las huellas de
sus ilustres antepasados e incitada e impelida por su natural magnanimidad, no cesa de favorecer y exaltar toda clase de virtudes dondequiera que va, y siente una especial devoción por el arte del dibujo, una inclinación hacia sus artesanos y un conocimiento y deleite por sus bellas y raras obras, Creo que sólo agradecerá este esfuerzo que me he tomado para escribir las vidas, obras, modales y condiciones de todos aquellos que, habiéndolas ya extinguido, primero las resucitaron, luego de tiempo en tiempo las aumentaron, las adornaron y finalmente las llevaron a ese grado de belleza y majestuosidad en que hoy se encuentran. Y porque éstos eran casi todos toscanos y la mayor parte florentinos, y muchos de ellos fueron incitados y ayudados a trabajar por sus ilustres antepasados con toda clase de recompensas y honores, puede decirse que en su estado, o más bien en su felicísima casa, han revivido estas bellas artes, y que el mundo ha sido ennoblecido y redimido por ellas. Por lo tanto, por el deber que este siglo, estas artes y esta clase de artesanos comúnmente deben a los suyos y a vos como heredero de su virtud y de su patrocinio de estas profesiones, y por lo que yo en particular os debo por haber aprendido de ellos, por ser vuestro súbdito, por ser devoto de ellos, porque fui educado bajo Ippolito Cardenal de Medici y bajo Alessandro su predecesor, y porque estoy infinitamente unido a los felices huesos del Magnífico Ottaviano de Medici, por quien fui sostenido, amado y defendido mientras vivió, por todo esto que digo, y porque la grandeza de su valor y fortuna favorecerá grandemente a esta obra, y porque la inteligencia que tiene de su materia considerará mejor que nadie su utilidad y el esfuerzo y diligencia que he puesto en su realización, me pareció que sólo Vuestra Excelencia era idóneo para dedicarla, y bajo vuestro honorabilísimo nombre deseaba que llegase a manos de los hombres. Por lo tanto, dignaos Vuestra Excelencia aceptarla, favorecerla y, si la altura de vuestros pensamientos lo permite, leerla de vez en cuando, considerando la calidad de las cosas tratadas en ella y mi pura intención; que no era procurarme elogios como escritor, sino como artífice para alabar la industria y avivar la memoria de aquellos que, habiendo dado vida a la memoria de quienes, habiendo dado vida y ornato a estas profesiones, no merecen que sus nombres y obras, como lo fueron, caigan presa de la muerte y el olvido. Además, al mismo tiempo, con el ejemplo de tantos hombres dignos y con tantas noticias de tantas cosas que he recogido en este libro, he pensado ser de no poca utilidad a los profesores de estas profesiones y deleitar a todos los demás que tienen gusto y deseo de ellas. Lo cual he procurado hacer con aquella exactitud y con aquella fe que se busca en la verdad de la historia y de las cosas que se escriben. Pero si la escritura, por ser tan inculta y natural como hablo, no es digna del oído de Vuestra Excelencia ni de los méritos de tantas mentes clarísimas, perdonadme, en cuanto a ellas, que la pluma de un dibujante, como lo fueron Perdonadme, en cuanto a ellos, que la pluma de un dibujante, como lo fueron ellos, no tenga más poder para delinearlos y sombrearlos y, en cuanto a vos, me basta que os dignéis apreciar mi sencillo trabajo, considerando que la necesidad de procurarme las necesidades de la vida no me ha permitido practicar más que con el pincel. Ni con esto he llegado al fin, a lo que me imagino que podré añadir, ahora que la fortuna me promete tanto favor, que con más comodidades y con más elogios propios y más satisfacciones ajenas, podré tal vez explicar al mundo mis conceptos, cualesquiera que sean, tanto con el pincel como con la pluma. Por eso, además de la ayuda y protección que debo esperar de Vuestra Excelencia, como señor mío y como abogado de los pobres virtuosos, ha placido a la divina bondad elegir como su vicario en la tierra al santísimo y beatísimo Julio III Pontifex Maximus, amante y reconocedor de toda clase de virtudes y de estas artes excelentísimas y difíciles en particular. De cuya suprema liberalidad espero descanso por muchos años consumidos y muchos trabajos esparcidos hasta ahora sin fruto alguno. Y no sólo yo, que me he consagrado como perpetuo servidor de Su Santidad, sino todos los ingeniosos artesanos de esta época deben esperar tal honor y recompensa y la oportunidad de practicar tanto, que ya me regocijo de ver estas artes alcanzar el grado supremo de su perfección y Roma adornada con tantos nobles artesanos, Espero que los que vendrán después de nosotros tendrán que escribir la cuarta edición de mi libro, con otros maestros, otros maestros que los descritos por mí, en compañía de los cuales me preparo con todo cuidado para no ser uno de los últimos.
Entretanto me alegro de que tenga usted de mí una
buena esperanza y una mejor opinión de la que haya podido tener sin culpa mía; deseando que no me deje oprimir en su concepción de las relaciones malignas de los demás hasta que mi vida y mis obras demuestren lo contrario de lo que dicen.
Ahora, con el ánimo que tengo de honraros y serviros,
dedicándoos siempre esta cruda obra mía, como a ella he dedicado todo lo demás, y a mí mismo, os ruego que no desdeñéis mi protección o al menos apuntéis la devoción de quien os la ofrece; y beso humildemente vuestras manos al encomendarme a vuestra buena gracia.
El más humilde servidor de Vuestra Excelencia,
GIORGIO VASARI, pintor de Arezzo. AL ILUSTRÍSIMO Y EXCELENTÍSIMO SEÑOR COSIMO MEDICI DUQUE DE FIORENZA Y SIENA
SU SEÑOR OBSERVANTÍSIMO,
He aquí que, después de diecisiete años desde que
presenté a Vuestra Excelencia ilustrísima las Vidas de los más célebres pintores, escultores y arquitectos, casi esbozadas, han vuelto ante Vuestra Excelencia, no del todo acabadas, pero tan iguales a como estaban sin cambiar y tanto más adornadas y ricas en infinitas obras, de las que hasta entonces no había podido tener otro conocimiento, que, con mi ayuda, nada se puede desear en ellas, tanto como yo mismo. Aquí están de nuevo, digo, presentadas a vos, ilustrísimo y verdaderamente excelentísimo Duque, con el añadido de otros nobles y muchos famosos artistas que han pasado de la miseria de este tiempo a nuestros días, y de otros que, aun entre nosotros, han trabajado con tanto éxito en estas profesiones que son dignos de eterna memoria. Y, en efecto, no ha sido poca fortuna para muchos que, por la bondad de Aquel para quien todo vive, yo haya vivido hasta tal punto que he reescrito casi por completo este libro, de modo que, así como he quitado muchas cosas que habían sido colocadas allí sin mi conocimiento y en mi ausencia, no sé cómo, y otras que han sido cambiadas, así también he añadido muchas cosas útiles y necesarias que faltaban. Y si las efigies y retratos que he puesto de tantos valientes en esta obra -de los cuales una gran parte fueron obtenidos con la ayuda y por mediación de Vuestra Excelencia- no son a veces muy parecidos a la verdad y no todos tienen esa propiedad y semejanza que puede dar la viveza de los colores, No es, sin embargo, que el dibujo y los rasgos no hayan sido tomados del natural y no sean naturales y propios, pues, como un gran número de ellos me han sido enviados por amigos que tengo en diversos lugares, no todos han sido dibujados por buena mano. La distancia de los que han esculpido estas cabezas tampoco ha sido un pequeño inconveniente para mí, pero si los escultores hubieran estado a mi lado, habrían podido emplear en el asunto mucha más diligencia de la que emplearon.
Pero, de todos modos, que nuestros virtuosos y
artísticos artistas, para cuya conveniencia y beneficio he trabajado tanto, todo lo que sea bueno, útil y provechoso para nosotros, obligue a Vuestra Excelencia ilustrísima, ya que, mientras he estado a vuestro servicio, he podido, por la ociosidad que os ha placido darme y por el manejo de muchas, en verdad infinitas, cosas vuestras, reunir y dar al mundo todo lo que parecía necesario para la perfecta terminación de esta obra. ¿Y no sería casi impiedad e ingratitud por mi parte dedicar estas Vidas a otros, o por parte de los artesanos reconocer en ellas algo que les fuera de provecho o placer, cuando no sólo con vuestra ayuda y favor nacieron primero y ahora de nuevo, sino que sois, a imitación de vuestros antepasados, el único padre, señor y protector de nuestras artes? De ahí que sea cosa digna y razonable que de ellas se hayan hecho tantas nobles pinturas y estatuas y tantos maravillosos edificios de todo género, a tu servicio y a tu eterna y perpetua memoria. Pero si todos te estamos infinitamente agradecidos por estas y otras razones, ¿cuánto más debo estarlo yo, que siempre he tenido de ti (para que mi ingenio y mi mano hayan respondido a tu deseo y buena voluntad) tantas honrosas ocasiones de mostrar mis escasos conocimientos, que, sean los que fueren, no igualan en su grado a la grandeza de tu alma y a la magnificencia verdaderamente real? Pero, ¿qué he de hacer? Es mejor para mí quedarme como estoy, que intentar lo que sería completamente imposible para cualquier intelecto más elevado y noble, así como para mi pequeñísimo intelecto.
Por lo tanto, Vuestra Excelencia ilustrísima acepte este
libro mío, o más bien suyo, de las Vidas de los Artesanos del Dibujo, y, a semejanza del gran Dios, permítame que, a semejanza de mi alma y de mis buenas intenciones más que de la obra, tome gustosamente de mí no lo que quisiera y lo que debiera, sino lo que pueda.
De Florencia, el 9 de enero de 1568.
Al muy servicial servidor de Vuestra Excelencia Ilustrísima Giorgio Vasari. PROEMIO.
Por un ardiente deseo de gloria, los espíritus egregios,
en todos sus empeños, solían no escatimar esfuerzos, por grandes que fuesen, para llevar sus obras a aquella perfección que las haría estupendas y maravillosas a todo el mundo; ni la baja fortuna de muchos podía retardar sus esfuerzos por alcanzar los grados más altos, ya para vivir honrosamente, ya para dejar en el futuro una fama eterna de su rara excelencia. Y también que tan loables estudio y deseo fueron en vida altamente recompensados por la liberalidad de los príncipes y la virtuosa ambición de las repúblicas, y después de la muerte aún perpetuados a los ojos del mundo con el testimonio de estatuas, tumbas, medallas y otros recuerdos semejantes, la voracidad del tiempo, sin embargo, se ve claramente que no sólo ha disminuido las obras de los suyos y los honrados testimonios de otros en gran medida, sino que ha borrado y extinguido los nombres de todos aquellos que nos han sido preservados por otra cosa que no sea la pluma viva y piadosa de los escritores. Lo cual yo mismo he considerado y sabido repetidas veces, no sólo por el ejemplo de los antiguos, sino también por el de los modernos, que los nombres de muchísimos arquitectos, escultores y pintores antiguos y modernos, junto con innumerables y hermosas obras suyas en diversas partes de Italia, se van olvidando y consumiendo de una manera por la verdad, que no pueden ser juzgados de otra manera que de una cierta muerte muy próxima, para defenderlos cuanto pueda de esta segunda muerte, y para conservarlos el mayor tiempo posible en la memoria de los vivos, habiendo pasado mucho tiempo buscándolas, habiendo empleado la mayor diligencia en averiguar su lugar de nacimiento, su origen y las hazañas de sus artífices, y con gran esfuerzo sacándolas de los informes de muchos ancianos y de diversas memorias y escritos dejados por los herederos de aquellos que habían caído presa del polvo y del alimento de las carcomas, y habiendo recibido finalmente su utilidad y placer, juzgué mi deber y obligación hacer de ellas un registro tal como mi débil intelecto y mi pobre juicio me lo permitieran. En honor, pues, de los que ya murieron, y en beneficio de todos los eruditos, y principalmente de estas tres excelentísimas artes de la arquitectura, escultura y pintura, escribiré las vidas de los artífices de cada una, según los tiempos que han pasado desde Cimabue hasta nuestros días; tocando sólo a los antiguos como lo he hecho para nuestro propósito, de modo que no pueda decir de ellos más que los muchos escritores que han llegado hasta nuestra época. Trataré bien de muchas cosas que pertenecen a la enseñanza de una de las dichas artes; pero antes de llegar a los secretos de ellas o a la historia de los artífices, me parece justo tocar en parte una disputa, nacida y alimentada entre muchos sin propósito, sobre el principado y nobleza, no de la arquitectura, que han dejado de lado, sino de la escultura y pintura, pues por una y otra parte se han aducido muchas razones, si no todas al menos dignas de ser oídas y consideradas por sus artífices. Digo, pues, que los escultores, como dotados tal vez por la naturaleza y por el ejercicio de su arte de mejor complejidad, más sangre y más fuerza, y por esta razón más atrevidos y animados que nuestros pintores, tratando de atribuir a su arte el grado más honroso, argumentan y prueban la nobleza de la escultura ante todo por su antigüedad, porque el gran Dios hizo al hombre, que fue la primera escultura, dicen que la escultura abarca muchas más artes como congéneres y tiene muchas más artes serviles que la pintura, tales como el bajorrelieve, la fabricación de tierra, cera o estuco, madera, marfil, la fundición de metales, todo tipo de cincelado, el trabajo de talla o relieve en piedra fina y acero, y muchas otras, que en número y destreza superan a las de la pintura; y alegando además que aquellas cosas que están mejor y más protegidas contra el paso del tiempo y mejor preservadas para el uso de los hombres, para cuyo beneficio y servicio están hechas, son indudablemente más útiles y más dignas de ser apreciadas y honradas que las otras, afirman que la escultura es tanto más noble que la pintura, en la medida en que es más apta para preservarse a sí misma y el nombre de aquellos a quienes celebra en mármol y bronce contra todos los estragos del tiempo y el aire, que la pintura, que por su propia naturaleza también perece en las habitaciones más ocultas y seguras que los arquitectos han sido capaces de darles. Quieren también que su menor número, no sólo de excelentes artífices, sino también de ordinarios, comparado con el infinito número de pintores, muestre su mayor nobleza, diciendo que la escultura requiere cierta mejor disposición de ánimo y de cuerpo, que rara vez se encuentra junta; mientras que la pintura se contenta con toda complexión débil con tal que su mano sea segura, si no fuerte; Y que este entendimiento es igualmente evidente por los mayores méritos citados en particular por Plinio, por el amor que causa la maravillosa belleza de ciertas estatuas y por el juicio de quien hizo la estatua de la escultura de oro y la de la pintura de plata y colocó la una a la derecha y ésta a la izquierda. Tampoco dejan de encerrar las dificultades primero de tener materia tan sometida como el mármol y el metal, y su valor en relación con la facilidad de tener los paneles, lienzos y colores al menor valor y en todos los lugares; luego los extremos y graves trabajos de manejar el mármol y el bronce por su pesadez y de trabajar con ellos por el peso de las herramientas, respecto a la ligereza de los pinceles, estilos y plumas, dibujantes y carboncillos, además de que la mente y todas las partes del cuerpo se fatigan con ellos; y esto es gravísimo respecto al trabajo tranquilo y ligero de la sola mente y mano del pintor. Fundan mucho en que las cosas son tanto más nobles y perfectas cuanto más se acercan a la verdad, y dicen que la escultura imita la verdadera forma y muestra sus cosas dándoles la vuelta a todas las vistas, mientras que la pintura, por estar aplanada con pinceladas muy sencillas y tener una sola luz, muestra una sola apariencia. Tampoco tienen muchos de ellos respeto para decir que la escultura es tan superior a la pintura como la verdad a la mentira. Pero por la última y más fuerte razón, dicen que el escultor necesita no sólo la ordinaria perfección de juicio, como el pintor, sino la absoluta e inmediata, para que conozca desde el interior del mármol toda la figura que se proponen esculpir, y pueda, sin otro modelo, hacer primero muchas partes perfectas, que las acompañen y unan entre sí, como ya ha hecho divinamente Michelagnolo. Sucede que, faltos de esta felicitad de juicio, hacen fácilmente y con frecuencia esos inconvenientes que no tienen remedio, y que, hechos, son siempre testigos de los errores del escarpelo o del mal juicio del escultor. No sucede así con los pintores: pues cada error del pincel o lapsus de juicio que cometen, tienen tiempo, conociéndolo por sí mismos o haciéndolo cometer por otros, de cubrirlos y curarlos con el mismo pincel que lo hizo, el cual, en sus manos, tiene esta ventaja sobre los zapatos del escultor: que no sólo cura, como el hierro de la lanza de Aquiles, sino que deja sin margen sus heridas.
A lo que los pintores responden, no sin desdén, dicen
en primer lugar que, puesto que los escultores consideran la cosa en la sacristía, la primera nobleza es suya, y que los escultores se engañan a sí mismos con mucho al llamar obra suya a la estatua del primer padre, habiendo sido hecha de tierra, cuyo arte por su levantamiento y colocación no falta a los pintores más que a los demás, y fue llamada plasticidad por los griegos y fictoria por los latinos, y por Praxíteles fue juzgada la madre de la escultura, del vaciado y del cincelado; lo que hace que la escultura sea verdaderamente sobrina de la pintura, de modo que la escultura y la pintura nacen juntas e inmediatamente del dibujo. Y examinada fuera de la sacristía, dicen que son tantas y tan variadas las opiniones de los tiempos, que mal se puede creer en la una más que en la otra, y que considerando finalmente esta nobleza donde la quieren, en un lugar pierden y en el otro no ganan, como se ve más claramente en el Proemio de las Vidas. Luego, como comparación de las artes connaturales y subordinadas a la escultura, dicen que tienen muchas más, como que la pintura abraza la invención de la historia, el arte dificilísimo de escoltar, todos los cuerpos de la arquitectura para poder hacer casas y perspectiva, el colorear al temple, el arte de trabajar al fresco, distinto y variado de todos los demás, asimismo el trabajo al óleo, en madera, en piedra, en lienzo, y el picado, arte distinto de todos los demás, las vidrieras, el mosaico de vidrio, la marquetería de colores, hacer historias con madera teñida, que es la pintura, el esgrafiado de las casas con hierro, nielado y estampado de cobre, miembros de la pintura, los esmaltes de los orfebres, el compromiso del oro con el damasco, la pintura de figuras esmaltadas y la realización en jarrones de barro de historias y otras figuras que retienen el agua, el tejido de brocados con figuras y flores y la bella invención de tapices tejidos, que hace conveniencia y grandeza, pudiendo llevar la pintura a todos los lugares, así domésticos como salvables, sin que en todos los géneros que se han de ejercitar, el dibujo, que es nuestro dibujo, todos lo usen. De modo que la pintura tiene muchos más miembros y es más útil que la escultura. No niegan la eternidad, como ellos la llaman, de la escultura. Dicen que no es éste un privilegio que haga al arte más noble de lo que es por naturaleza, puesto que se trata simplemente de materia; y que si la duración de la vida diera nobleza a las almas, el pino entre las plantas y el ciervo entre los animales tendrían un alma más noble que el hombre. A pesar de que podían mostrar una eternidad y nobleza de la materia similares en sus mosaicos, verlos tan antiguos como las esculturas más antiguas de Roma, y que estaban hechos de joyas y piedras finas. Y en cuanto a su pequeño o menor número, afirman que no es porque el arte busque mejor disposición de cuerpo y mayor juicio, sino que depende enteramente de la pobreza de sus sustentos y del poco favor o avaricia, como podemos llamarlo, de los hombres ricos, que no ponen a su disposición mármol ni les dan oportunidad de trabajar, como se puede creer y ver que se hacía en la antigüedad, cuando la escultura alcanzó su más alto grado. Y es evidente que los que no pueden consumir o tirar cualquier pequeña cantidad de mármol y piedras fuertes, que además cuestan mucho dinero, no pueden hacer esa práctica en el arte que conviene, los que no hacen la práctica no la aprenden y los que no la aprenden no pueden hacerla bien. Por esta razón, la imperfección y el escaso número de artesanos excelentes deberían excusarse más fácilmente que tratar de extraerles nobleza bajo otro color. En cuanto a los mayores méritos de la escultura, responden que, cuando los suyos son menores, no tienen que compartimentarlos, contentándose con un putto que muela sus pinturas y ponga sus pinceles o la predela con poco gasto, donde los escultores, además del gran valor del material, necesitan muchos auxilios y ponen más tiempo en una sola figura, que en muchas y muchas; Por esta razón, sus méritos parecen estar más en la calidad y durabilidad del material, en las ayudas que requiere y en el tiempo que se pone en trabajarlo, que en la excelencia del arte mismo. Y cuando esto no fuere necesario ni se hallare a mayor precio, como sería fácil para los que diligentemente lo considerasen, que hallen mayor precio que el maravilloso, hermoso y vivo regalo que Alejandro Magno hizo a la virtuosísima y excelente obra de Apeles, no dándole grandes tesoros ni estado, sino dándole su amada y hermosa Campsaspe; Y que adviertan más, que Alejandro era un hombre joven, enamorado de ella y naturalmente sometido a los afectos de Venus, y rey al mismo tiempo y griego, y entonces que hagan el juicio que quieran. A los amores de Pigmalión y de esos otros elegidos ya no dignos de ser hombres, que se citan como prueba de la nobleza de su arte, no saben responder si la nobleza puede inferirse de una gran ceguera de mente y de una lujuria desenfrenada, por encima de todas las maneras naturales. Y de aquel no sé quién anexionado por los escultores haber hecho escultura de oro y pintura de plata, como arriba, consentaron que, si hubiera dado tanta señal de sabiduría como de riqueza, no sería discutido. Y concluyen al fin que el antiguo vellocino de oro, por muy celebrado que sea, no vestía sino a un carnero sin intelecto; para lo cual ni el testimonio de las riquezas ni el de los deseos deshonestos, sino el de las letras, el ejercicio, la bondad y el juicio son aquellos a los que se debe mirar. Ni responden otra cosa a la dificultad de tener mármol y metal, salvo que ésta proviene de su propia pobreza y del poco favor de los poderosos, como se ha dicho, y no de un mayor grado de nobleza. A las fatigas extremas del cuerpo y a los peligros propios y de sus obras, riendo y sin molestia alguna, responden que si las mayores fatigas y peligros señalan mayor nobleza, el arte de sacar mármol de las entrañas de los montes, para usar de los mazos, estacas y garrotes, será más noble que la escultura, el del herrero adelantará al orfebre y el de la albañilería al arquitecto. Y dicen que las verdaderas dificultades residen más en la mente que en el cuerpo, de modo que aquellas cosas que por su naturaleza requieren mayor estudio y conocimiento son más nobles y excelentes que las que hacen más uso de la fuerza del cuerpo; y que como los pintores hacen más uso de la virtud de la mente que ellos mismos, este primer honor pertenece a la pintura. Los escultores no necesitan más que la balanza y la escuadra para hallar y dar cuenta de todas las proporciones y medidas que necesitan; los pintores necesitan, además de saber usar los mencionados instrumentos, un conocimiento exacto de la perspectiva, para poder representar mil cosas más que pueblos o casas; además, es necesario tener mayor juicio de la cantidad de las figuras en una historia donde pueden surgir más errores que en una sola estatua. Al escultor le basta tener conocimiento de las formas y rasgos verdaderos de los cuerpos sólidos y palpables, y de los que se pueden tocar, y de los que sólo tienen quienes los sostienen; al pintor le es necesario no sólo conocer las formas de todos los cuerpos erguidos y no erguidos, sino de todos los transparentes e impalpables; Es necesario que el pintor no sólo conozca las formas de todos los cuerpos rectos y no rectos, sino también de todos los transparentes e impalpables; y, además, que conozca los colores que convienen a estos cuerpos, cuya multitud y variedad, tan universal y casi infinita, se demuestra mejor en las flores y en los frutos, así como en los minerales; conocimiento que es sumamente difícil de adquirir y mantener a causa de su infinita variedad. Dicen también que donde la escultura, debido a la inobediencia e imperfección de la materia, no representa los afectos de la mente sino por el movimiento, que no se extiende mucho en ella, y por la acción misma de sus miembros, tampoco todos los pintores los muestran por todos los movimientos, que son infinitos, por la acción de todos los miembros, por sutiles que sean, sino ¿qué más? por el mismo aliento y los espíritus de la vista. Y que, para ser más perfectos en demostrar no sólo las pasiones y afectos del alma, sino también los accidentes venideros, como lo hacen los naturalistas, además de una larga práctica del arte, deben tener un conocimiento completo de la fisonomía, de la cual sólo el escultor necesita la parte que considera la cantidad y forma de los miembros, sin preocuparse de la calidad de los colores, cuyo conocimiento, quien juzga por los ojos sabe cuán útil y necesario es para la verdadera imitación de la naturaleza, que quien más se acerca a ella es más perfecto. A continuación añaden que donde la escultura, elevándose poco a poco, a un tiempo da relieve y fundamento a las cosas que tienen cuerpo por su propia naturaleza, y se sirve del tacto y de la vista, los pintores en dos tiempos dan relieve y fundamento al plano con la ayuda de un solo sentido; lo cual, cuando ha sido hecho por una persona inteligente en el arte, ha hecho permanecer, con un engaño sumamente agradable, a muchos grandes hombres, por no hablar de los animales; lo que nunca se ha visto en la escultura, pues no imita a la naturaleza de una manera que pueda decirse tan perfecta como la suya. Y, finalmente, para responder a la completa y absoluta perfección de juicio que se requiere en la escultura, de modo que no haya manera de añadirle donde se inclina, afirmando en primer lugar que tales errores son, como se dice, incorregibles, ni pueden remediarse sin remiendos, que, así como en el vestir son cosas de pobres en bienes, en la escultura y en la pintura análogamente son cosas de pobres en ingenio y en juicio. Luego, como la paciencia y el tiempo conveniente, por medio de modelos, costillas, escuadras, escalas y otros mil utensilios e instrumentos, no sólo les protegen de los errores, sino que les conducen a la perfección, concluyen que esta dificultad, que ellos ponen en la mayor parte, no es nada o poco comparada con las que tienen los pintores al trabajar los frescos; y que la mencionada perfección del juicio no es más necesaria a los escultores que a los pintores, pues basta a los escultores hacer buenos modelos en cera, tierra u otros materiales, como a los pintores hacer sus dibujos en materiales semejantes o sobre cartones; y que, finalmente, aquella parte que reduce gradualmente sus modelos en mármol es más rápidamente paciencia que otra cosa. Pero llamémosle juicio, como hacen los escultores, si es más necesario a los que trabajan al fresco que a los que esculpen en mármol. Porque no sólo la paciencia y el tiempo no tienen cabida allí, pues son enemigos capitales de la unión de la cal y los colores, sino porque el ojo no ve los verdaderos colores hasta que la cal está seca, y la mano no puede juzgar más que la suavidad y la sequedad; De suerte que quien dijere que se trabaja a oscuras o con anteojos de color distinto del verdadero, no creo que se equivoque mucho; al contrario, no dudo en absoluto que tal nombre no les conviene más que el trabajo de ahuecar, para el cual se necesita cera para los anteojos, pero buena y correcta. Y dicen que para este trabajo es necesario tener un juicio resuelto, que anticipe el fin en la primavera y que luego secará. Además, no se puede abandonar la obra, mientras la piedra caliza la mantiene fresca, y hay que hacer resueltamente en un día lo que la escultura en un mes. Y quien no tiene este juicio y esta excelencia, ve al final de su obra o con el paso del tiempo los remiendos, las manchas, los retoques y los colores añadidos o retocados al secarse, lo cual es una cosa muy vil; porque entonces se descubren los moldes y revelan la insuficiencia y el poco conocimiento del artesano, así como las piezas puestas de nuevo en la escultura hacen la fealdad. Añaden también que donde los escultores hacen dos o tres figuras juntas en un solo mármol, hacen muchas en un solo panel, con tantas y tan variadas vistas como las que dicen que tiene una sola estatua, premiando con la variedad de sus poses, vistas y actitudes el que se vean a su alrededor las de los escultores. Afirman, además, que la pintura no deja elemento alguno que no esté adornado y lleno de todas las excelencias que la naturaleza les ha dado; dando su luz u oscuridad al aire, con todas sus variedades e impresiones, y llenándolo de todas las clases de pájaros; a las aguas, transparencia, peces, musgo, espuma, la variación de las olas, barcos y sus demás pasiones; a la tierra, las montañas, las llanuras, las plantas, los frutos, las flores, los animales, los edificios, con tal multitud de cosas y variedad de sus formas y colores verdaderos, que la misma Naturaleza se asombra a menudo de ello; y finalmente dando al fuego tanto calor y luz, que se ven las cosas manifiestamente ardiendo y casi parpadeando en sus llamas, haciendo en parte luminosa la más oscura oscuridad de la noche.
Por estas razones les parece poder concluir y decir con
razón que, contrastando las dificultades de los escultores con las suyas propias, los trabajos del cuerpo con los trabajos de la mente, la imitación de la forma sola con la imitación de la apariencia en cuanto a la cantidad y calidad que llega al ojo, el pequeño número de cosas en que la escultura puede demostrar y probar su virtud con la infinidad de las que nos representa la pintura, además de conservarlas perfectamente para el intelecto y hacerlas en aquellos lugares que la naturaleza no las ha hecho, y sopesando finalmente las cosas de la una con las de la otra, la nobleza de la escultura, en cuanto a ingenio, invención y juicio de sus artífices, no corresponde en lo más mínimo a la que tiene y merece la pintura. Y esto es lo que ha llegado a mis oídos de ambas partes digno de consideración.
Pero porque me parece que los escultores han hablado
con demasiado ardor y los pintores con demasiado desdén, pues yo he considerado las cosas de la escultura durante mucho tiempo y siempre he practicado la pintura, por pequeño que sea el fruto que se pueda ver, sin embargo, y por lo que es y por la empresa de estos escritos, juzgando mi deber demostrar el juicio que siempre he hecho en mi mente, y que mi autoridad sea vindicada tanto como pueda, daré ciertamente y brevemente mi opinión sobre esta disputa; persuadiéndome de que no soy culpable de ninguna presunción ni ignorancia, puesto que no me ocupo de las artes ajenas, como ya han hecho muchos para parecer a la mente vulgar inteligentes en todas las cosas por medio de las letras, y como entre otros sucedió a Formión el peripatético en Éfeso que, en alarde de su elocuencia al predicar y discutir las virtudes y partes del excelente capitán, hizo reír a Aníbal no menos de su presunción que de su ignorancia. Digo, pues, que la escultura y la pintura son verdaderamente hermanas, nacidas de un mismo padre, que es el dibujo, en un solo parto y al mismo tiempo; y no se preceden la una a la otra sino en cuanto la virtud y fuerza de los que las llevan hace que un artista pase antes que el otro, y no por la diferencia o grado de nobleza que verdaderamente se halla entre ellos. Y si, en razón de la diversidad de su esencialidad, tienen muchas facilidades, no son tantas, ni son tantas que no se ponderen rectamente entre sí, y no se conoce más pasión o terquedad que el juicio de los que quieren que uno adelante al otro. Por eso puede decirse con razón que una sola alma sostiene dos cuerpos; y por eso concluyo que hacen mal los que se empeñan en desunirlos y separarlos el uno del otro. Por esta razón, quizá queriendo mostrarnos la hermandad y unión de estas dos nobilísimas artes, el cielo nos ha dado muchos escultores que han pintado, y muchos pintores que han esculpido; como se verá en la vida de Antonio del Pollaiuolo, de Lionardo da Vinci y de muchos otros del pasado. Pero en nuestra época la divina bondad ha producido a Miguel Ángel Buonarroti, en quien ambas artes son tan perfectas y tan semejantes y unidas entre sí, que los pintores se admiran de sus cuadros y los escultores admiran y veneran grandemente las esculturas hechas por él. Para que no tuviera que buscar a otro maestro para colocar las figuras que había hecho, la naturaleza le ha dotado tan perfectamente del conocimiento de la arquitectura que, sin necesitar la ayuda de otros, puede y es capaz por sí mismo de dar a éstas y a las imágenes que ha hecho un lugar adecuado y un sitio apropiado para ellas; de modo que merece ser llamado un escultor único, un pintor supremo y un arquitecto excelentísimo, de hecho un verdadero maestro de la arquitectura. Y ciertamente podemos afirmar que quienes le llaman divino no se equivocan en absoluto, pues sólo él ha reunido divinamente en sí mismo las tres artes más loables y las más ingeniosas que se encuentran entre los mortales, y con ellas, como ejemplo de Dios, puede ayudarnos infinitamente. Y esto basta para la disputa de las partes y para nuestra opinión.
Volviendo ahora a mi primer propósito, digo que,
queriendo, hasta donde alcanzan mis fuerzas, sacar de la boca voraz del tiempo los nombres de los escultores, pintores y arquitectos que, desde Cimabue en adelante, han sido de notable excelencia en Italia, y deseando que este esfuerzo mío no sea menos útil que si me lo hubiera propuesto como agradable, me parece necesario, antes de llegar a la historia, hacer una breve introducción a aquellas tres artes en que sobresalieron aquellos de cuya vida debo escribir; Para que todo espíritu gentil comprenda primero las cosas más notables de sus profesiones, y luego, con mayor placer y utilidad, pueda conocer abiertamente en qué se diferenciaron unos de otros, y cuánto ornato y comodidad aportaron a su patria y a quien quiso servirse de su industria y saber.
Comenzaré, pues, por la arquitectura, como la más
universal y la más necesaria y útil al género humano, y para cuyo servicio y ornato las otras dos son las más importantes; y demostraré brevemente la diversidad de las piedras, las maneras o modos de construir y sus proporciones, y cómo saber hacer buenos y bien entendidos edificios. Luego, al tratar de la escultura, describiré cómo se hacen las estatuas, la forma y proporción que se espera de ellas, y lo que son las buenas esculturas, con todas las lecciones más secretas y necesarias. Por último, al tratar de la pintura, hablaré del dibujo, de los modos de colorear, de la conducta perfecta de las cosas, de la calidad de estas pinturas y de todo lo que depende de ellas, de toda clase de mosaicos, del nielado, de los esmaltes, de los trabajos de damasco y, por último, de los grabados de las pinturas. Y así estoy persuadido que estos trabajos míos deleitarán a los que no son de estos ejercicios, y deleitarán y beneficiarán a los que han hecho profesión de ellos. Porque, además de repasar los modos de obrar en la introducción, aprenderán dónde están sus obras en la vida de sus artífices, y cómo conocer fácilmente la perfección o imperfección de sus obras y discernir entre modo y manera, también podrán ver cuánta alabanza y honra merecen los que, con las virtudes de tan nobles artes, acompañan honradas maneras y bondad de vida; y, enardecidos por esas alabanzas que se han alcanzado con tales obras, se elevarán a la verdadera gloria. Tampoco sacaremos poco fruto de la historia, verdadera guía y maestra de nuestras acciones, leyendo la variada diversidad del infinito número de casos que han acontecido a los artesanos, unas veces por culpa propia y otras muchas por culpa de la fortuna. Quiero disculparme por haber empleado a veces algunas voces poco toscanas, de las que no hablaré, pues siempre he tenido más cuidado de usar las voces y palabras particulares propias de nuestras artes que las graciosas o esbeltas de la delicadeza de los escritores. Permítaseme también usar en mi lengua las voces propias de nuestros artesanos, y que todos se contenten con mi buena voluntad, que me ha movido a hacer esto, no para enseñar a otros, que no lo sé por mí mismo, sino por el deseo de conservar al menos esta memoria de los artesanos más célebres, ya que en tantos decenios no he podido ver todavía a nadie que haya hecho mucha memoria de ellos. Esto es así porque he deseado más fácilmente, con estos toscos trabajos míos, oscurecer sus atroces hechos, y tributarles de algún modo el respeto que me merecen sus obras, que me han enseñado a aprender lo que sé, que ser maliciosamente, viviendo en la ociosidad, un censor de las obras ajenas, acusándolas y reprochándolas como suelen hacer los nuestros. Pero ya es tiempo de que surta efecto. INTRODUCCIÓN DE GIORGIO VASARI, PINTOR DE AREZZO, A LAS TRES ARTES DEL DISEÑO, ES DECIR, ARQUITECTURA, PINTURA Y ESCULTURA.
DE ARQUITECTURA.
Capítulo I. De las diversas piedras que sirven a los
arquitectos para ornamentar y esculpir estatuas.
No me corresponde a mí relatar cuán grande es la
utilidad de la arquitectura, pues son muchos los escritores que se han ocupado de ella con diligencia y extensión. Y por esta razón, dejando a un lado la piedra caliza, la arenisca, la madera, la herrería, y la manera de fundar y todo lo que se usa en la construcción, y las aguas, las regiones y los sitios ya ampliamente descritos por Vitruvio y por nuestro propio León Batista Alberti, sólo trataré, para el servicio de nuestros artesanos y de todos aquellos que deseen saber, cómo los edificios deben ser universalmente construidos, y cuánto de sus proporciones y cuerpos deben estar unidos, con el fin de alcanzar esa graciosa belleza que se desea, recogeré brevemente todo lo que me parece necesario para este propósito. Y para que sea más evidente la gran dificultad de trabajar las piedras, que son muy duras y fuertes, hablaremos distinta, pero brevemente, de cada clase de piedra que manejan nuestros artesanos, y en primer lugar del pórfido. El pórfido es una piedra roja con diminutas salpicaduras blancas que se toma de Italia, antiguamente de Egipto; donde comúnmente se cree que cuando se extrae, es más blanda que cuando ha estado expuesta a la lluvia, al hielo y al sol; porque todas estas cosas la hacen más dura y más difícil de trabajar. Se pueden ver infinidad de obras de esta piedra, unas talladas, otras aserradas y otras desgastadas poco a poco con ruedas y muelas; como se puede ver en diversos lugares de muy diversas maneras, como pinturas, redondeles y otras piezas utilizadas para suelos y estatuas para edificios, y también un gran número de pequeñas y grandes columnas y fuentes con cabezas de diversas máscaras talladas con gran diligencia. Aún se pueden ver tumbas con figuras de bajo y medio relieve talladas con gran esfuerzo, como en el Templo de Baco, a las afueras de Roma, en Santa Agnesa, la tumba que se dice perteneció a Santa Gostanza, hija del emperador Gostantino, donde hay muchos niños con uvas y vides, que atestiguan la dificultad que tuvo el tallista ante la dureza de la piedra. Lo mismo puede verse en un pilo de Santo Ianni Laterano, cerca de la Porta Santa (Puerta Santa), que está historiado; y hay muchas figuras en su interior. En la Piazza della Ritonda, también se puede ver una hermosa arqueta sepulcral, hecha con gran industria y esfuerzo; y su forma es de gran gracia y belleza y muy diferente de las demás. Y en la casa de Egidio y Fabio Sasso había una figura sedente de tres brazos y medio, traída a nuestros días con el resto de las demás estatuas de la casa Farnesio. En el patio de la casa de La Valle, encima de una ventana, hay una loba muy excelente, y en su jardín, dos prisioneros atados, del mismo pórfido, de cuatro brazas de altura cada uno, esculpidos por los antiguos con gran juicio, arte y diseño; los cuales son hoy extraordinariamente alabados por todas las personas excelentes, sabiendo la dificultad que tuvieron para llevarlos a causa de la dureza de la piedra. Piedras de esta clase nunca han llegado a la perfección hasta el día de hoy, pues nuestros artesanos han perdido la manera de templar los hierros y las demás herramientas que han de emplearse para fabricarlas. Es verdad que se cierra con esmeril y muchos trozos de columnas, para disponerlos en secciones para pisos y así en otros diversos adornos para fábricas, desgastándolo poco a poco con una sierra de cobre sin dientes tirada por los brazos de dos hombres, los cuales, con el esmeril reducido a polvo y con agua que continuamente lo mantiene blando, lo reconstituyen finalmente. Pero si se quieren hacer columnas o tablones, así es como se trabaja: Para ello se fabrican varios martillos grandes y pesados con puntas de acero templado muy fuertemente con la sangre del pico y trabajado a semejanza de puntas de diamante, con los que, golpeando minuciosamente el pórfido y entallándolo poco a poco lo mejor que se puede, se reduce finalmente a redondo o plano según el artesano lo crea conveniente, con no poco esfuerzo y tiempo, pero no en forma de estatuas, pues no tenemos manera de hacerlo; Luego se limpia con esmeril y se frota con cuero, que se trabaja muy limpiamente y se termina con lustre. La serpentina sucede al pórfido, que es una piedra de un color verde algo más oscuro, con algunas pequeñas cruces amarillas en ella, que los artesanos utilizan de la misma manera para hacer columnas y suelos para fábricas; pero nunca hemos visto figuras de este tipo trabajadas, sino infinidad de bases para columnas y tablones y otras obras más materiales. Porque esta clase de piedra es más dura que el pórfido, y es más blanda y menos fatigosa de trabajar que el pórfido, y se saca en Egipto y en Grecia, y su solidez en piezas no es muy grande.
Más blando que éste es el cipollaccio, piedra que se
extrae en varios lugares; es de color verdoso y amarillento, y en su interior tiene algunas manchas negras cuadradas pequeñas y grandes, y algunas manchas blancas gruesas, y en varios lugares se ven columnas grandes y delgadas de esta clase, puertas y otros ornamentos, pero no figuras. Esta piedra es pulida como el pórfido y la serpentina, y también es aserrada como los otros tipos de piedra arriba mencionados, y en Roma hay innumerables trozos de ella enterrados en las ruinas que cada día salen a la luz, y de las cosas antiguas se han hecho obras modernas, puertas y otros tipos de ornamentos, que hacen, donde se colocan, ornamentos y gran belleza.
Hay otra piedra llamada mischio procedente de la
mezcla de diferentes piedras congeladas entre sí y hechas una sola por el tiempo y la rugosidad de las aguas. Este tipo se encuentra en abundancia en varios lugares, como en las montañas de Verona, Carrara y Prato en Toscana, así como en Grecia y Egipto, que son mucho más duras que las nuestras; y este tipo de piedra se encuentra en tantos colores como su madre naturaleza se ha deleitado continuamente en llevar a la perfección. Obras antiguas y modernas de estas mezclas pueden verse en Roma en nuestros tiempos, como columnas, jarrones, fuentes, adornos para puertas y diversas incrustaciones para edificios y muchas piezas para suelos. Vemos diferentes clases de ellos en diferentes colores, algunos de ellos amarillos y rojos, algunos blancos y negros, otros grises y blancos con manchas rojas y veteados con diferentes colores; así como ciertos rojos, verdes, negros y blancos que son orientales, que es la clase más dura y más hermosa de color y la más fina, como podemos ver hoy en dos columnas de doce brazas de altura en la entrada de San Pedro en Roma, que sostienen las primeras naves, y una está en un lado y la otra en el otro. De este tipo, el que hay en las montañas de Verona es mucho más blando que el de oriente, infinitamente más blando, y en este lugar es de un tipo que es rojizo y tiene color de garbanzo; y todos estos tipos se trabajan bien hoy día con temple y hierro, así como la piedra local, y se hacen de ella ventanas y columnas y fuentes y suelos y marcos de puertas, como lo atestigua Lombardía y toda Italia.
Hay otra clase de piedra muy dura, mucho más áspera y
con picos negros y blancos y a veces rojos, por la cal y el grano de aquélla, llamada comúnmente granito. Se encuentra en Egipto con gran fuerza y alturas increíbles, como vemos hoy en Roma en los obeliscos, agujas, pirámides, columnas y en esos grandes vasos de las termas que tenemos en San Piero in Vincola y en San Salvatore del Lauro y en San Marco y en columnas casi infinitas, las cuales, por su dureza y fuerza, no han temido al fuego ni al hierro; y el mismo tiempo, que destruye todas las cosas de la tierra, no sólo no las ha destruido, sino que no les ha cambiado el color. Y por esta razón los egipcios las usaban para sus muertos, escribiendo en estas agujas con sus extraños caracteres las vidas de los grandes para guardar la memoria de su nobleza y virtud.
Es ciertamente muy dura, pero no tanto que nuestros
canteros para la construcción de San Pedro no tuvieran los restos, que encontraron en la obra, de modo que con el temple del herraje que hoy tenemos, redujeron las columnas y las demás cosas a esa sutileza que querían y les dieron una hermosa limpieza semejante al pórfido. Italia está dotada de este granito gris en muchas partes, pero la más sólida que se puede encontrar está en la isla de Elba, donde los romanos mantenían continuamente hombres extrayendo infinidad de esta piedra. Y las columnas del pórtico de la Ritonda forman parte de este tipo, que son muy bellas y de un tamaño extraordinario; y se puede ver que en la cantera, cuando se corta, es mucho más blanda que cuando se ha extraído, y que es más fácil de trabajar. Es verdad que en su mayor parte debe trabajarse con martillos que tienen una punta como los de pórfido, y en los granos un diente agudo por el otro lado.
Del mismo Egipto y de algunos lugares de Grecia, hay
cierta clase de piedra negra llamada paragone, que tiene este nombre porque si se quiere probar el oro, se muele en esa piedra y se conoce el color, y por esta razón, comparándola, se llama paragone; ésta es de más fino grano y color, que las que no tienen el morato negro en absoluto, y las que no son suaves en grano ni finura, de las cuales hicieron los antiguos algunas de aquellas esfinges y otros animales, como en Roma en varios lugares, y de mayor solidez una figura en Parione de un hermafrodita acompañado de otra estatua de hermoso pórfido. Esta piedra es difícil de tallar, pero es extraordinariamente bella y adquiere un brillo muy admirable. Esta misma clase de piedra se encuentra también en la Toscana, en las montañas de Prato, cerca de Florencia, a diez millas de distancia, e igualmente en las montañas de Carrara, donde en las tumbas modernas se pueden ver muchos ataúdes y depósitos para los muertos, y en la incrustación del exterior del templo de Santa María del Fiore en Florencia, en todo el edificio hay una especie de mármol negro y mármol rojo, que están todos trabajados de la misma manera.
En Grecia y en todas las partes de Oriente se extraen
algunas clases de mármoles, que son blancos y amarillos y muy transparentes, y que fueron utilizados por los antiguos para las termas y los baños y para todos aquellos lugares donde el viento podía ofender a los habitantes. Como se puede ver todavía hoy en algunas de las ventanas de la tribuna de San Miniato a Monte, el lugar de los monjes de Monte Oliveto en las puertas de Fiorenza, que hacen la luz y no el viento. Y con este invento resguardaban del frío y hacían luz a sus moradas. En esta misma cantera extrajeron otros mármoles sin vetas, pero del mismo color, de los que hicieron las más nobles estatuas. Estos mármoles de cal y veta eran muy finos y los usaban todos los que tallaban capiteles, ornamentos y otras cosas de mármol para la arquitectura. Y había gran solidez de piezas, como aparece en los gigantes de Monte Cavallo de Roma y en el Nilo de Belvedere y en todas las estatuas más dignas y celebradas. Y se sabe que son griegas, además del mármol, en la manera de las cabezas y en el peinado de la cabeza y de las narices de las figuras, que son desde el colgar de las pestañas algo cuadradas hasta las narinas de la nariz. Y esto se trabaja con hierros ordinarios y taladros, y se le da lustre con piedra pómez y tiza de Trípoli, con cuero y hebras de paja.
En las montañas de Carrara, en la Carfagnana cerca de
las montañas de Luni, hay muchas clases de mármoles, como mármoles negros y algunos que están mezclados con rojo y algunos otros que están mezclados con vetas blancas que están encostradas sobre mármoles blancos; porque no están purificados, sino más bien ofendidos por el tiempo, el agua y la tierra, toman ese color. También se extraen otros tipos de mármol que se llaman cipollini y saligni y campanini y varios, y en su mayor parte una variedad de mármoles muy blancos y lactatos que son suaves y en toda perfección para hacer figuras. Y allí se hallaron piedras muy grandes, y también se sacaron en nuestros días piezas de nueve brazos para hacer gigantes; y de la misma piedra se sacaron dos, y también columnas de la misma altura para la fachada de San Lorenzo, una de las cuales se hizo en Florencia. Y todos los antiguos practicaban en estas canteras; y otros mármoles que éstos se usaban para hacer aquellos maestros que eran tan excelentes en sus estatuas, practicando continuamente, mientras extraían sus piedras para hacer sus estatuas, hacer bocetos de figuras de las mismas piedras en las canteras; como aún hoy podemos ver los restos de muchos de ellos en aquel lugar. Hoy, pues, los modernos esculpen estatuas de esta clase, y no sólo para el servicio de Italia, sino que se envían a Francia, Inglaterra, España y Portugal; como puede verse hoy en la tumba hecha en Nápoles por Giovan da Nola, excelente escultor de don Pietro di Toledo, virrey de aquel reino, a quien el ilustrísimo y excelentísimo señor Cosmo de' Medici, duque de Florencia, regaló todos los mármoles y trajo a Nápoles, y cuya obra se lleva ahora a España. Este tipo de mármol tiene en sí mismo mayor solidez y es más meloso y suave de trabajar, y está más bellamente pulido que cualquier otro tipo de mármol. Es cierto que a veces choca con ciertas vetas, que exigen los escultores de mármoles esmerilados, que tienden a romper los hierros. Estos mármoles se labran con una especie de hierros llamados subbie, que tienen una punta como un palo con una cara y son más gruesos y más delgados; y luego les siguen unos scarpelli llamados calcagnuoli, que tienen una muesca en medio del corte, y así con otros más delgados de mano en mano, que tienen más muescas, y les hacen una muesca cuando se rompen con otro scarpello. Y a esta clase de hierros llaman "gradine", porque con ellos gradan y reducen hasta el fin sus figuras; donde luego con limas de hierro rectas y torcidas quitan los granos que quedan en el mármol: Y así, poco a poco, hacen la piel que quieren con piedra pómez, bruñéndola con piedra pómez; y todos los agujeros que hacen, para no dañar el mármol, lo hacen con brocas de tamaños más pequeños y más grandes y con un peso de doce libras cada una, y a veces veinte, que de éstas tienen más clases, para hacer agujeros más grandes y más pequeños, y necesitan de éstas para acabar toda clase de obra y llevarla a la perfección. Los escultores y arquitectos hacen ornamentos de mármol blanco con vetas de gris para puertas y columnas de diversas casas; lo usan para suelos y para incrustaciones en sus fábricas, y lo emplean para diversos tipos de cosas; del mismo modo usan todos los mármoles mezclados.
Los mármoles cipollini son de otra clase, de otro grano
y color, y hay más de esta clase en otras partes que en Carrara; y estos mayormente cuelgan en verde y están llenos de vetas, que sirven para diferentes cosas y no para figuras. Las que los escultores llaman salinas, que tienen de piedra helada por haber aquellos lustres que aparecen en la sal y es muy difícil hacer figuras con ellas, porque tienen el grano de la piedra grueso y tosco y porque en los tiempos húmedos gotean continuamente agua o transpiran. Los que se llaman "campanini" son esa clase de mármoles que suenan cuando se trabajan y tienen un cierto sonido más agudo que los otros; éstos son duros y se estrellan más fácilmente que los otros tipos mencionados y se extraen en Pietrasanta.
Se extrae otra clase de piedra llamada trevertino, muy
útil para la construcción y el tallado de diversos tipos; que se extrae en muchos lugares de Italia, como en Lucca, Pisa y Siena, pero las piedras más sólidas y mejores, que son las más suaves, se encuentran en el río Teverone, en Tigoli, que es una especie de congelación de agua y tierra, que por su crudeza y frialdad no sólo congela y petrifica la tierra, sino también los tocones, ramas y follaje de los árboles. Y debido al agua que permanece en su interior, ya que no es posible terminar de secarlas cuando están bajo el agua, los poros de la piedra quedan huecos, apareciendo esponjosas y picadas de viruela por dentro y por fuera. Los antiguos hicieron las más admirables construcciones y edificios con este tipo de piedra; como puede verse en el Coliseo y en el Erario da San Cosmo e Damiano y en otros muchos edificios, y colocaron infinidad de ellas en los cimientos de sus construcciones; y cuando las trabajaban, no tenían mucha curiosidad por tenerlas acabadas, sino que las usaban rústicamente. Y esto quizá lo hacían porque tenían cierta grandeza y orgullo de sí mismos. Pero en nuestros días, ha habido quienes las han trabajado muy finamente, como puede verse en ese templo redondo, que se empezó y no se terminó, salvo toda la base, en la plaza de San Luigi de' Francesi en Roma; que fue dirigido por un francés llamado Maestro Gian, que estudió el arte de la talla en Roma y se hizo tan raro que hizo el principio de esta obra, que puede compararse con tantas cosas excelentes antiguas y modernas que se han visto en la talla de dicha piedra, por haber labrado esferas de astrólogos y algunas salamandras en el fuego, escrituras reales, y en otras libros abiertos con papeles labrados con diligencia, trofeos y máscaras, que dan testimonio de la excelencia y bondad de que se puede labrar la piedra como el mármol, aunque sea rústico; y tiene una gracia en toda ella, viendo esa esponjosidad de los agujeros juntos, que hace un hermoso espectáculo. Esta clase de piedra es muy buena para paredes, siendo escuadrada o labrada por debajo, porque puede incrustarse de estuco, y cubrirse con él y labrarse con lo que otros quieran; como hicieron los antiguos en las entradas públicas del Culiseo y en otros muchos lugares; y como hizo Antonio da San Gallo en nuestros días en el vestíbulo del palacio del Papa delante de la capilla, donde incrustó trevertino con estuco y varias tallas con excelente resultado. Hay otro tipo de piedra que tiende al negro y no tiene utilidad para los arquitectos, salvo para pavimentar tejados. Se trata de losas delgadas, producidas de tierra a tierra por el tiempo y la naturaleza para el servicio de los hombres, que todavía hacen montones de ellas, amurallándolas tan juntas que se comprometen unas con otras, y las llenan de aceite según la capacidad de los cuerpos de aquellos, y con toda seguridad lo conservan allí. Estos nacieron en la Riviera de Génova, y los pintores los usan para trabajar en pinturas al óleo, porque allí se conservan mucho más tiempo que en otras cosas, como se verá en los capítulos sobre pintura. Lo mismo ocurre con la piedra conocida como piperno, una piedra negra y esponjosa como el trevertino, que se extrae en la campiña de Roma; y de ella se hacen jambas de ventanas y puertas en diversos lugares, como en Nápoles y Roma; y también la utilizan los pintores para trabajar los óleos, como contaremos en su lugar.
En Istria también se extrae una piedra blanca lívida,
muy fácil de romper, y no sólo la ciudad de Vinegia, sino toda la Romaña hace uso de ella sobre todas las demás, haciendo con ella todos sus trabajos, tanto de pintura como de talla. Y con una variedad de herramientas y hierros más largos que los otros la trabajan, y especialmente con ciertos martillos, y la trabajan según el tono de la piedra, porque es muy quebradiza. Messer Iacopo Sansovino, que hizo el edificio dórico de la Panatteria y el edificio toscano de la Zecca en la Piazza di San Marco in Vinegia, hizo una gran copia de este tipo de piedra. Y así van haciendo en aquella ciudad todas sus obras, y puertas, ventanas, capillas y otros ornamentos que les conviene hacer; aunque de Verona tienen la conveniencia de traer del río Adigio las mezclas y otras clases de piedras, de las cuales se ven pocas cosas, para tener más uso en esto. En la cual suelen poner pórfido, serpentina y otras clases de piedras mezcladas que hacen, juntamente con ellas, hermosos adornos.
Quedan la pietra serena y la pietra bigia conocida como
macigno y la pietra forte que se usa mucho en Italia, donde hay montañas y especialmente en Toscana, sobre todo en Florencia y sus dominios. La que llaman pietra serena es esa clase de piedra que es azulada o verdaderamente teñida de gris, de la que hay canteras en Arezzo en varios lugares, en Cortona, Volterra y en todos los Apeninos, y en las montañas de Fiesole es hermosa, por haberse extraído de ella grandes piedras, como vemos en todos los edificios de Florencia hechos por Filippo di Ser Brunellesco, que extrajo todas las piedras de San Lorenzo y Santo Spirito e infinitas otras que hay en todos los edificios de esa ciudad. Esta clase de piedra es hermosa a la vista, pero donde hay humedad y llueve sobre ella o tiene escarcha, se desgasta y se deshace; pero a cubierto dura indefinidamente. Pero mucho más duradera que ésta y resiste más y de color mucho más hermoso es una especie de piedra azulada que se llama hoy la pietra del Fossato; la cual, cuando se extrae la primera hilada, es cascajosa y tosca, la segunda tiene nudos y grietas, la tercera es admirable porque es más fina. Michele Agnolo hizo uso de esta piedra en la biblioteca y sacristía de San Lorenzo, para el Papa Clemente; esta piedra es de un grano tan fino, y él hizo las cornisas, las columnas y cada trabajo tan diligentemente, que no sería tan hermoso en plata. Y ésta tiene una hermosa limpieza, y no se puede desear cosa mejor en este género.
Fuera de ésta hay otra especie, que en todo el monte
llaman pietra serena, que es más áspera y más dura y no es tan coloreada, que tiene una especie de nudos de piedra; que resiste al agua, al hielo, y sirve para hacer figuras y otros adornos labrados. De ella es la Dovizia, figura de la mano de Donatello en la columna del Mercato Vecchio de Fiorenza, así como muchas otras estatuas realizadas por excelentes personas no sólo en esa ciudad, sino en todo el mundo.
En varios lugares se extrae piedra fuerte, que resiste el
agua, el sol, el hielo y todos los tormentos; se necesita tiempo para trabajarla, pero es muy apta para el uso; y no tiene mucha solidez. De ella se han hecho, y por los Gotti y los modernos, los más bellos edificios de la Toscana. Este tiene un color algo amarillento, con algunas vetas muy finas de blanco que le dan gran gracia; y por eso se usa para hacer de él algunas estatuas, donde han de ser fuentes, para que aguanten el agua. El Palazzo de' Signori, la Loggia, Or San Michele, y el interior de todo el cuerpo de Santa Maria del Fiore están tapiados con este tipo de piedra, así como todos los puentes de la ciudad, el Palacio Pitti y el Palacio Strozzi. Ésta se ha de trabajar a martillo, porque es más firme; y así las demás piedras se han de trabajar del mismo modo que el mármol y otros tipos de piedra. Por lo tanto, a pesar de las buenas piedras y del temple del hierro, es necesario el arte, la inteligencia y el juicio de los que las trabajan; porque hay gran diferencia entre los artesanos, tomando la misma medida de mano en mano, en dar gracia y belleza a las obras que trabajan. Y esto hace discernir y conocer la perfección de la hechura desde los que saben hasta los que no saben. Por tanto, para que toda la bondad y belleza de las cosas que son muy alabadas consista en los extremos de la perfección que se da a las cosas, que son tenidas por tales por los que entienden, hay que esforzarse siempre con toda industria en hacerlas perfectas y bellas, en verdad bellas y perfectísimas.
Capítulo II. Qué es la obra pictórica simple y la obra
pictórica tallada.
Habiendo razonado así en general acerca de todas las
piedras que usan nuestros artesanos para fines ornamentales o escultóricos, digamos ahora que cuando se trabajan en fábrica, todo lo que usa de escuadras y ángulos y que tiene esquinas se llama obra cuadrada. Y este apellido deriva de las caras y aristas que son escuadras, porque todo orden de bastidores o cosa que es recta o verdaderamente levantada y que tiene esquinas, es trabajo que tiene el nombre de cuadro, y por eso se llama vulgarmente trabajo de cuadro entre los artesanos. Pero si no queda tan limpio, entonces el tallado en tales marcos, frisos, follajes, ovas, molduras de husillo, dentiles, conchas y otros tipos de tallado, en aquellos miembros que son elegidos para ser tallados por quienes los hacen, se llama trabajo de cuadro tallado o verdadero trabajo de tallado. De este tipo de obra pictórica y de talla se hacen todo tipo de encargos: rústico, dórico, jónico, corintio y compuesto, y así se hacía la obra alemana en tiempo de los godos; y no se puede hacer ninguna clase de ornamento que no sea primero tallado y después labrado, como la piedra mixta y el mármol y toda clase de piedra, así como los ladrillos, para labrar en ellos obra de estuco, asimismo el nogal y la madera de árbol y toda clase de madera. Pero como mucha gente no conoce las diferencias de un orden a otro, en el capítulo siguiente razonaremos claramente sobre cada manera o modo tan brevemente como podamos.
Capítulo III. De los cinco órdenes de la arquitectura:
rústico, dórico, jónico, corintio, compuesto y obra alemana. La obra llamada rústica es empequeñecida por todas las demás y de mayor grosor que todas, porque es el principio y fundamento de todos los demás órdenes; y se hace en las molduras de las cornisas más sencillas, así como en los capiteles o basas y en cada uno de sus miembros. Sus plintos o pedestales, como queramos llamarlos, donde descansan las columnas, son cuadrados de proporción, teniendo al pie su banda maciza y así otra por encima, que la sujeta como una cornisa. La altura de la columna se compone de seis cabezas, a imitación de personas enanas y capaces de soportar peso; y de este tipo pueden verse en Toscana muchas logias limpias y rústicas, con nichos entre las columnas y sin ellas, y asimismo muchos pórticos que los antiguos usaban en sus villas; y en el campo pueden verse todavía muchas tumbas, como en Tigoli y Pozzuolo. Los antiguos hicieron uso de este orden para puertas, ventanas, puentes, acueductos, tesorerías, castillos, torres y fortalezas para almacenar municiones, artillería, y puertos de mar, prisiones y fortalezas, donde hicieron frontones con puntas de diamante y múltiples facetas. Y de este trabajo hay mucho para las villas de los florentinos, puertas, entradas y casas y palacios donde residen; que no sólo aportan infinita belleza y ornato a aquella campiña, sino gran utilidad y comodidad a los ciudadanos. Pero mucho más está dotada la ciudad de stu|pendissime construcciones hechas de calados, como la de la casa de los Medici, la fachada del palacio Pitti, la de la familia Strozzi e infinitas otras. Cuanto más sólidas y simples son las construcciones hechas con buen diseño, tanto más habilidad y belleza se puede ver en ellas; y es necesario que este tipo de construcción sea más eterno y duradero que todos los demás, ya que las piezas de las piedras más grandes son mucho mejores, y mucho mejor comettiture, donde toda la construcción está conectada por una piedra que une la otra piedra. Y porque son limpias y firmes en sus miembros, no tienen el poder de ser afectadas adversamente por la fortuna o el clima tan rígidamente como otras piedras talladas y perforadas, o, como dice nuestra gente, voladas por la diligencia de los talladores.
El orden dórico era el más macizo que tenían los
griegos y el más robusto en fuerza y cuerpo, y mucho más que sus otros órdenes juntos, y no sólo los griegos, sino también los romanos dedicaron este tipo de edificios a los que eran armigueros como emperadores de los hercios, cónsules y pretores; pero a sus dioses mucho más, como a Júpiter, Marte, Hércules y otros, cuidando siempre de distinguir, según su género, la diferencia en la construcción, si limpia o labrada o más sencilla o más rica, para que se supiera por los demás el rango y la diferencia entre los emperadores o los que las construían. Diríamos, pues, que este tipo de obra sólo puede usarse por sí mismo, y que puede colocarse en segundo orden desde abajo sobre el rústico, y desde arriba sobre otro orden variado, como el jónico o el corintio o el compuesto, a la manera que mostraron los antiguos en el Culiseo de Roma, en el que usaron ordenadamente del arte y del juicio. Pues los romanos, habiendo triunfado no sólo sobre los griegos, sino sobre todo el mundo, colocaron su obra compuesta en la cima, porque los toscanos la habían compuesto de diversas maneras, y la colocaron por encima de todas las demás, como superior en fuerza y belleza, y como más aparente que las demás, teniendo que coronar el edificio; lo cual, al estar adornado con hermosos miembros, hace que la obra tenga un acabado muy honorable y que no se pueda desear de otro modo. Y volviendo a la obra dórica, digo que la columna se hace de siete cabezas de altura; y su base es poco menos de un cuadrado y medio de alto y un cuadrado de ancho, haciendo sus marcos por encima de ella y su banda por debajo con el báculo y dos planos, según Vitruvio; y su base y capitel tan altos como el otro, calculando la altura del capitel desde el cuello hacia arriba, su cornisa con el friso y el arquitrabe adosados, con esos canales, que ordinariamente se llaman tigrafías, que se dejan entre un relieve y otro una pintura, con cabezas de bueyes o trofeos o máscaras o placas u otras fantasías. Cierra el arquitrabe haciendo una lista de las prominencias, y del pie hace una pequeña placa tan delgada como sostiene la prominencia, al pie de la cual hace seis campanas para cada una, llamadas gotas por los antiguos. Y si se ha de ver la columna acanalada en el dórico, quieren ser veinte caras a cambio de los canales y no quedar entre canal y canal más que el canto vivo. En Roma hay una obra de esta clase en el Foro Boario, que es muy rica, y de otra clase son las cornisas y demás miembros del Teatro de Marcelo, donde hoy está la plaza Montanara, en que no hay basa, y las que se ven son corinte. Y se cree que los antiguos no las hicieron, y en ese cambio pusieron una nuez tan grande como la base. Y de esto hay prueba en Roma en la Prisión de Tulio, donde hay capiteles más ricos en miembros que los otros que se han visto en dórico. Antonio da San Gallo hizo de este mismo orden el patio de la casa Farnesio en Campo di Fiore en Roma, que es muy ornamentado y hermoso; aunque continuamente se ven templos y palacios antiguos y modernos de esta manera, que han durado y se han mantenido más que todos los demás edificios por la solidez y conexión de las piedras.
El orden jónico, para ser más esbelto que el dórico, lo
hicieron los antiguos a imitación de los pueblos que están entre lo blando y lo robusto; y esto lo atestigua el hecho de que lo usaron y lo pusieron para Apolíneo, Diana y Baco, y a veces para Venus. El plinto que sostiene su columna tiene un cuadrado y medio de alto y uno de ancho; y sus marcos por encima y por debajo en este orden. Su columna tiene ocho cabezas de altura y su base es doble con dos palos, como describe Vitruvio en el libro tercero en el capítulo tercero, y su capitel está bien torneado con sus volutas o volutas o zarcillos como cualquiera los llama, como puede verse en el Teatro de Marcelo en Roma sobre el orden dórico; asimismo su cornisa adornada con ménsulas y dentilos, y su friso con un pequeño cuerpo redondo. Y queriendo canalizar las columnas, quieren que el número de canales sea de veinticuatro, pero divididos de modo que quede entre un canal y otro la cuarta parte del canal, que sirve de plano. Este orden tiene en sí mismo hermosa gracia y donaire, y está muy en boga entre los arquitectos modernos.
A los romanos les gustaba universalmente la obra
corintia, y estaban tan encantados con ella que hicieron los edificios más ornamentados y honrados de este orden, para dejar memoria de ellos, como puede verse en el templo de Tigoli en el Teverone, y los restos del Templum Pacis, y el arco de Pola, y el del puerto de Ancona. Pero mucho más bello es el Panteón, es decir, la Ritonda de Roma, que es el más rico y ornamentado de todos los órdenes antes mencionados. Permítaseme hacer la base, que sostiene la columna, de esta manera: un cuadrado y dos tercios de ancho, y la cornisa por encima y por debajo en proporción, según Vitruvio; permítaseme hacer la altura de la columna de nueve cabezas con su base y capitel, que será la altura de todo el grosor de la columna desde el pie; y su base será la mitad de la altura de dicho grosor, que los antiguos solían tallar de diversas maneras. Y la ornamentación del capitel se hará con sus vilucchi y hojas, como escribe Vitruvio en el Libro IV, donde recuerda que este capitel fue tomado de la tumba de una doncella coronada. Seguían su arquitrabe, friso y cornisa con las medidas descritas por él, todo tallado con ménsulas y ovas y otros tipos de tallas bajo la moldura de goterón. Y los frisos de esta obra pueden ser todos tallados con follaje, y también hechos limpios o con letras en su interior, como lo fueron los del pórtico de la Ritonda de bronce cometido en mármol. Hay veintiséis canales en las columnas de este tipo, aunque hay menos; y es la cuarta parte del canal entre una y otra la que permanece plana, como aparece muy bien en muchas obras antiguas y modernas medidas por ellas.
Si Vitruvio no mencionó el orden compuesto, por no
haber tenido en cuenta otra cosa que la obra dórica, jónica, corintia y toscana, y los que, tomando los cuatro órdenes, hicieron de ellos cuerpos que más parecían representar monstruos que hombres, fueron demasiado licenciosos, puesto que los romanos y los modernos los imitaron, no dejaré de mencionarlo, para que tengamos noticia de ello, y para declarar y formar el cuerpo de esta proporción de construcción. Creo que si los griegos y los romanos formaron aquellos cuatro primeros órdenes y los redujeron a una medida y regla general, que puede haber habido algunos que hasta ahora han hecho cosas en el orden compuesto y ensamblado por ellos mismos que traen mucha más gracia que las que hicieron los antiguos. Y por esta razón es pasado el uso que este orden ya es nombrado por unos compuesto, por otros latino, y por otros itálico. La medida de la altura de esta columna debe ser de diez cabezas; la base debe ser la mitad del grueso de la columna y medida semejante a la corinta, como aparece en Roma en el arco de Tito Vespasiano. Y quien quiera hacer canales en esta columna, puede hacerlos semejantes a los jónicos, o como los corinta, o como será la mente de los que harán la arquitectura de este cuerpo que se mezcla con todos los órdenes. Los capiteles pueden hacerse semejantes a los corintios, salvo que deben parecerse más a la cima del capitel, y las volutas o zarcillos algo mayores, como puede verse en el arco mencionado. El arquitrabe debe ser tres cuartas partes del tamaño de la columna, y el friso debe tener el resto relleno de ménsulas, y la cornisa debe ser tan grande como el arquitrabe, de modo que el arquitrabe la haga más grande, como puede verse en la última orden del Culiseo de Roma; y en estas ménsulas pueden hacerse canales para tigrafías y otras tallas según la opinión del arquitecto; y la base, donde se apoya la columna, debe tener dos cuadrados de altura, y lo mismo las cornisas según su imaginación o según le apetezca hacerlas.
Capítulo IV. De hacer las bóvedas, para que sean
labradas; cuando estén desarmadas, y de amasar el estuco.
Cuando las paredes han llegado al punto en que las
bóvedas se han de abovedar con ladrillos, tobas o esponja, se han de abovedar con tablas en círculo apretado, que se unirán a la armadura de la bóveda en una ranura o en un sesgo de tal manera que se sujeten con muy buenos apoyos, para que el peso del material de arriba no lo fuerce, y luego sellar firmemente cada abertura en el centro, en las esquinas y por todas partes con tierra, para que la mezcla no gotee al echarla. Y así, encima de ese plano de tablas, se hacen las cajas de madera, que se trabajan al contrario, donde hay un relieve hueco, y así los bastidores y los miembros que queremos hacer están al contrario, para que cuando se eche el material, venga donde hay un relieve hueco, y así igualmente todos los miembros de los bastidores se han de enmarcar al contrario. Si se ha de hacer limpio y labrado, es necesario igualmente tener moldes de madera que formen las tallas huecas de la tierra, y las planchas cuadradas de estas tallas se hacen de la tierra, y éstas se unen entre sí en los planos o ranuras o frisos que se quieran hacer, rectos para ese marco. Y cuando se haya acabado de cubrir todas las tallas de tierra huecas y comprometidas que se han dicho, se ha de tomar entonces la cal con puzolana o arenisca finamente cernida, diluida líquida y algo grasienta, e incrustarlas todas con ella hasta llenar todas las formas. Y luego, encima de los ladrillos, hacer la bóveda, levantándolos y bajándolos a medida que gira la bóveda, y aumentando continuamente con ellos hasta que esté cerrada. Y cuando esto esté terminado se debe dejar fraguar y asentar, hasta que esta obra esté firme y seca. Entonces, cuando se levantan los puntales y se desmonta la bóveda, la tierra se levanta fácilmente, y toda la obra queda labrada y trabajada como si fuera de estuco, y las partes que no se han terminado se restauran con estuco, de modo que queden reducidas al final. Y así es como se realizaban todas las obras en los edificios antiguos, que luego se trabajaban con estuco. Esto es lo que los modernos han hecho todavía en las bóvedas de San Pedro, y muchos otros maestros en toda Italia.
Ahora, queriendo mostrar cómo se mezcla el estuco, se
hace usando un mortero de piedra para machacar los trozos de mármol, y no se quita nada excepto la cal blanca, hecha o de trozos de mármol o de trevertino; y el mármol machacado se toma a cambio de la arena y se machaca finamente y se mezcla con la cal, poniendo dos tercios de cal y un tercio de mármol machacado, y se hace lo más grueso y lo más fino, según se quiera trabajar grueso o fino. Y esto es todo lo que necesitamos saber sobre los estucos, porque lo demás se mencionará más adelante, cuando hablemos de cómo ponerlos en escultura. Antes de pasar a esto, hablaremos brevemente de las fuentes que se hacen para los muros y de los diversos ornamentos que llevan. Capítulo V. Como de tártaro y goteo de agua se conducen las fuentes rústicas, y como en estuco son murano las telinas y goterones de las piedras cocidas.
Las fuentes, que vierten agua en las paredes, las
hicieron los antiguos de varios tipos y situadas en las metáforas de las cosas de agua, usando sólo de las que son generadas por ellas. Hicieron unas limpias y lisas y otras rústicas, y en sus baños y estufas las sirvieron y para las paredes y para el suelo, donde descansan los pies de varios músicos, y mucho se deleitaron en variarlas extrañamente, y las adornaron con cosas marítimas; Las cuales a imitación de ellas han hecho desde entonces los modernos en varios lugares de Italia, y han procurado embellecerlas, y con varias cosas rústicas tapiadas e imitadas por los antiguos, y reedificadas por ellos de nuevo han añadido mucho, y sobre todo composiciones de obra toscana, cubiertas de goterones de agua petrificada, que cuelgan como raíces hechas por el tiempo de alguna congelación de las aguas en lugares donde son crudas y toscas; como en Tigoli y en el lago de Piè di Lupo y en muchos otros lugares de Italia. Éstos se cogen y se injertan en las piedras con alfileres de cobre o de hierro, y uno sobre otro se empalman, de modo que cuelgan suspendidos; y aquéllos se sueldan a la obra toscana, haciéndola visible en alguna parte; Y entre ellos están dispuestos tubos de plomo, con los agujeros divididos por ellos, que vierten el agua cuando se gira una llave al principio del tubo, y así hacen conductos de agua y varios borbotones, donde el agua luego llueve por el goteo de estos alquitranes, y mientras gotea es dulce de oír y hermoso de ver.
Otro género de gruta se hace que es más rústicamente
compuesta, contrastando las fuentes con lo salvatico de esta manera: toman piedras esponjosas y las ponen con hierbas encima, que se hacen más naturales y más reales con más orden de lo que parece desordenado y salvatico. Otros los hacen de estuco más limpio y liso, en que mezclan lo uno y lo otro; y cuando el uno está fresco, ponen entre él, para frisos y esparcimientos, almejas, tellinas, caracoles de mar, tortugas y hornacinas grandes y pequeñas, unas derechas y otras al revés. Y de éstos se hacen jarrones y festones que tales tellinas figuran las hojas, y otros caracoles y nichos hacen los frutos, y se colocan allí cáscaras de tortugas de agua.
De la misma manera se hace un mosaico rústico de
diversos colores, que a veces estallan en los hornos de vidrio; y en aquellos donde se cuecen ladrillos, y sobre las piedras y otros goterones, diversos colores vidriados, blancos, negros, verdes, rojos, según la violencia del fuego; y aquellos se tapian y paran con bloques, y de ellos se hacen corales y otros marinos, que llevan gran gracia y hermosura. Así se hacen animales y figuras, que se cubren con esmaltes en varias piezas colocadas toscamente, y con los nichos antedichos, que son una cosa extraña de contemplar. Y de esta clase se hacen en Roma muchas fuentes modernas, que han despertado los ánimos de muchos a ser por tal placer vagos de tal obra. Y el estuco con que están tapiadas y labradas es el mismo de que arriba hablamos, y por el agarre que con él se hace quedan tapiadas. A estas tales fuentes de piedras de sosa, que son piedras de río redondas y enroscadas, se les hacen pisos tapiándolas con cuchillo y en ondas, para el uso del agua, lo cual hacen muy bien. Otros hacen suelos de ladrillos de barro cocido para las más suaves, con varias partes y vidriados al fuego, como en jarrones de tierra pintados de varios colores y con frisos y follajes pintados; y este tipo de suelo es más propio para estufas y baños que para fuentes. Capítulo VI. De la forma de hacer pisos del oficinista.
Los antiguos encontraron todas las cosas que pudieron
encontrar, aunque las encontraron o buscaron con dificultad de todas las maneras posibles, es decir, aquellas cosas que podían inducir vaguedad y variedad a la vista de los hombres, para que la posteridad pudiera ver la altura de su genio. Encontraron, entre otras cosas bellas, pavimentos de piedra con diversas mezclas de pórfido, serpentina y granito, con redondeles y cuadros y otras decoraciones, de modo que imaginaron que podían crear frisos, follajes y otros diseños y figuras. Por eso, para poder recibir mejor este trabajo, trocearon los mármoles, de modo que, como eran más pequeños, podían darles la vuelta y ponerlos rectos y torcidos, según lo que más les conviniera; y lo llamaron mosaico cuando juntaron estas piezas, y lo utilizaron en los suelos de muchos de sus edificios; como vemos en la Antoniana de Roma y en otros lugares, donde se ve el mosaico trabajado con pequeños cuadrados de mármol, con follajes, máscaras y otras rarezas, y con cuadrados de mármol blanco y otros de mármol negro hacían el campo de aquellos. Estos se trabajaban de esta manera: se hacía debajo un plano de masilla de cal fresca y mármol, lo bastante grueso para sujetar firmemente las piezas hasta que se podían alisar cuando habían fraguado; porque cuando se secaban, daban un agarre admirable y un esmalte maravilloso, que ni el uso de andar ni el agua dañaban. Como esta obra llegó a ser muy estimada, sus ingenios comenzaron a especular más altamente, ya que es fácil añadir algo de bondad a una invención encontrada. Pues entonces hicieron los mosaicos de mármoles más finos; y para los baños y estufas los suelos de aquellos, y con más sutil destreza y diligencia trabajaron muy finamente, haciendo varias clases de peces e imitando la pintura con varias clases de colores apropiados para esto con más clases de mármoles, mezclando entre ellos algunos trozos de trozos picados de musaicos cuadrados de espinas de pescado que tienen una piel brillante. Y los hacían tan vivos, que cuando les ponían agua, velándolos, aunque fueran claros, parecían muy vivos en los suelos, como se puede ver en Parione en Roma en casa de Messer Egidio y Fabio Sasso. Porque pensaron que se trataba de una pintura que podría resistir eternamente a las aguas, a los vientos y al sol, y porque pensaron que esta obra se vería mucho mejor de lejos que de cerca, para que no se vieran los trozos que el mosaico muestra de cerca, ordenaron decorar las bóvedas y las paredes de los muros, donde tales cosas se vieran de lejos. Y para que resplandecieran y estuvieran protegidas de la humedad y del agua, pensaron que tales cosas debían ser de vidrio, y así las pusieron a trabajar; y haciendo que esto fuera hermoso de ver, adornaron con ellas sus templos y otros lugares; como aún hoy vemos en Roma el Templo de Baco y otros. De modo que de los de mármol derivan estos que hoy se llaman mosaicos de vidrio. Y del de vidrio pasamos al mosaico de cáscaras de huevo, y de estos al mosaico de hacer figuras e historias de claroscuro, que parecen pintadas, como trataremos en su lugar en la pintura.
Capítulo VII. Cómo se conoce un edificio bien
proporcionado y qué partes suelen convenirle.
Pero como discutir cosas particulares me haría
desviarme demasiado de mi propósito, dejando esta minuciosa consideración a los escritores de arquitectura, sólo diré en términos universales cómo se conocen los buenos edificios y lo que conviene a su forma para que sean a la vez útiles y bellos. Cuando llegamos a un edificio, los que quieren ver si ha sido ordenado por un arquitecto excelente y cuán hábil ha sido, y saber si ha sabido adaptarse al lugar y a la voluntad de los que lo han hecho construir, deben considerar todas estas partes: primero, que el que lo levantó desde los cimientos considere si aquel lugar estaba dispuesto y era capaz de recibir aquella calidad y cantidad de orden, tanto en la división de las habitaciones como en los ornamentos, que las paredes de aquel sitio, estrechas o anchas o altas o bajas, conllevan; siempre que se distribuya con gran conmensuración, prescindiendo y dando la calidad y cantidad de columnas, ventanas, puertas y la coincidencia de las caras exteriores e interiores en las alturas o espesores de las paredes o en todo lo que interviene de un lugar a otro. Es necesario distribuir por todo el edificio las habitaciones que tienen sus correspondencias de puertas, ventanas, chimeneas, escaleras secretas, antecámaras, habitaciones a derecha e izquierda, escritorios, sin que sean visibles los errores; como sería el caso de un gran vestíbulo, un pequeño pórtico y las habitaciones más pequeñas; los cuales, siendo miembros del edificio, deben estar, como los cuerpos humanos, igualmente ordenados y distribuidos según la calidad y variedad de su construcción, como los templos redondos en ocho caras, en seis caras, en cruz y cuadrados; y los órdenes deben variar según quién y los grados de los que los construyen. Por eso, cuando son dibujados por una mano que juzga con bella manera, muestran la excelencia del artífice y el espíritu del autor de la obra. Ilustraremos, pues, a continuación un palacio, para que se comprenda mejor; y esto dará luz a los demás edificios, para que sepamos, cuando lo veamos, si está bien formado o no. En primer lugar, los que miren la fachada delantera verán que está levantada del suelo, ya por escaleras, ya por muros, de modo que la abertura del muro la hace salir del suelo con grandeza, y así las cocinas o sótanos bajo el suelo son más brillantes y altos que la abertura, lo cual es muy útil para vivir en ellos, así como para los terremotos y otros casos de suerte. Es necesario representar el cuerpo del hombre en su totalidad, y las partes cada una semejante, para que, como el hombre, pueda temer los vientos, las aguas y otras cosas de la naturaleza, para que sean cloacas que todas respondan a un centro que se lleve toda la fealdad y hedor que pueda generar enfermedad. Por su aspecto primario, la fachada ha de tener decoro y majestad y estar tan compartimentada como la cara de un hombre, la puerta por abajo y por el medio, así como en la cabeza un hombre tiene la boca por donde pasa todo tipo de alimento al cuerpo, las ventanas para los ojos, una de este lado y otra de aquel, siempre sirviendo a la paridad, que no se haga tanto aquí como allá en los ornamentos o arcos o columnas o pilares o nichos o ventanas arrodilladas o de hecho cualquier tipo de ornamento, con las medidas y órdenes que ya se han discutido, o dórico o jónico o corintio o toscano. Que su cornisa que sostiene el tejado se haga en proporción a la fachada, según lo grande que sea, para que el agua no moje la fachada y a los que se sientan en la calle. Que su voladizo sea proporcional a la altura y anchura de dicha fachada. Entrando en el primer patio, que sea magnífico, y que corresponda a la altura y anchura del desfiladero, por donde se pasa; y que sea rápido y ancho, para que los pasos estrechos de los caballos o de otros vehículos, que siempre están allí, no les perjudiquen cuando entran, o cuando entran para fiestas u otras alegrías. El patio figurado para el cuerpo debe ser cuadrado e igual o verdadero a un cuadrado y medio como todas las partes del cuerpo; y debe estar ordenado con puertas y habitaciones iguales en su interior con bellos ornamentos. Las escaleras públicas deben ser cómodas y fáciles de subir, porque cuando son empinadas quiebran las piernas, y este miembro es más difícil de colocar en los edificios, y porque es el más frecuentado y el más común, suele suceder que por salvar las habitaciones las estropeamos. Y es necesario que los salones con las habitaciones de abajo hagan un piso común para el estado y, diferentemente, las habitaciones para varias personas; y arriba, haya salones, salas y varios pisos de habitaciones que correspondan siempre a las mayores; y las cocinas y otras habitaciones hagan lo mismo, de manera que cuando no hay este orden y la composición se descompone y una cosa es alta y la otra baja y unas son grandes y otras pequeñas, representaría hombres cojos, agobiados, ciegos y tullidos; lo cual obras hacen que reciba culpa y ninguna alabanza. Las composiciones, donde se adornan los rostros, ya por dentro, ya por fuera, deben corresponder al orden de las columnas, de manera que los fustes de las columnas no sean largos ni delgados ni gruesos ni cortos, sirviendo siempre al decoro del orden; ni se adorne una columna delgada con un capitel grueso o base semejante, sino que se coloquen los miembros según el cuerpo, el cual debe tener una manera y diseño gracioso y hermoso. Y estas cosas se conocen mejor por el buen ojo, el cual, si tiene juicio, puede tener el compás verdadero y la misma medida, porque por ella se alabarán las cosas y se culparán. Y tanto basta haber dicho en general de la arquitectura, porque hablar de ella de otra manera no es cosa para este lugar. DE ESCULTURA.
Capítulo VIII. Qué es la escultura y cómo se hacen las
buenas esculturas, y qué partes deben tener para ser perfectas.
La escultura es un arte que, eliminando lo superfluo del
material sellado, lo reduce a aquella forma de cuerpo que está diseñada en la idea del artista. Y hay que considerar que todas las figuras de cualquier tipo, ya sean talladas en mármol o fundidas en bronce o hechas de estuco o madera, al tener que ser de relieve redondeado y ser vistas en todas direcciones, es necesario, si queremos llamarlas perfectas, que tengan muchas partes. La primera es que cuando tal figura se presenta a nuestra vista en su primer aspecto, represente y tenga semejanza con aquello para lo que fue hecha, ya sea orgullosa o humilde o bizarra o alegre o melancólica, según la persona para quien fue hecha. Y que tenga una correspondencia de igualdad de miembros, es decir, que sus piernas no sean largas, su cabeza grande, sus brazos cortos y deformes; sino que esté bien medida e igualmente igualada de pies a cabeza. Del mismo modo, si tiene el rostro de un anciano, debe tener los brazos, el cuerpo, las piernas, las manos y los pies de un anciano, juntos huesudos por todas partes, musculosos, nervudos y las venas colocadas en su sitio. Y si tiene el rostro de un hombre joven, debe ser igualmente redondo, suave y dulce al aire, y todo al unísono. Si no ha de estar desnuda, que las ropas que lleve no sean tan raídas que tengan sequedad, ni tan gruesas que parezcan piedras, sino con sus pliegues rotos y tan torneados que descubran la desnudez que hay debajo, y con arte y gracia unas veces la muestren y otras la oculten, sin asperezas que ofendan la figura. Que sus cabellos y barbas sean labrados con cierta suavidad, desenredados y rizados, de manera que muestren que están desenredados, habiéndoles dado aquel mayor plumaje y lustre que puede darles el escarpelo; y que los escultores en esta parte no puedan imitar tan bien a la naturaleza, haciendo los mechones de cabellos firmes y rizados más a la manera que en imitación natural.
E incluso si las figuras están vestidas, es necesario que
los pies y las manos sean tan bellos y buenos como las demás partes. Y si toda la figura ha de ser redonda, es necesario que la cara, el frente y la espalda tengan iguales proporciones, ya que toda la figura debe estar bien dispuesta en cada vuelta y vista. Es necesario, pues, que tenga correspondencia, y que igualmente haya en todo aptitud, diseño, unión, gracia y diligencia, todo lo cual en conjunto demuestra el talento y la valía del artífice. Las figuras tanto en relieve como pintadas deben ser conducidas más con el juicio que con la mano, debiendo estar a una altura en que haya gran distancia; porque la diligencia del acabado final no se ve de lejos, pero se conoce bien la bella forma de los brazos y piernas y el buen juicio en las capas de ropas con pocos pliegues; porque en la sencillez de lo poco se muestra la agudeza del talento. Y por esta razón, las figuras de mármol o de bronce que son un poco altas deben ser agujereadas con calibradores, para que el mármol que es blanco y el bronce que es negro puedan ser expuestos al aire de la oscuridad y para que la obra pueda ser vista para ser terminada desde lejos y luego dejada en borradores. Los antiguos tenían gran cuidado de esto, como en sus figuras redondas en relieve que vemos en los arcos y columnas de Roma, que aún muestran el gran juicio que tenía. Y entre los modernos, se ve que Donatello observó lo mismo en gran medida en sus obras. También hay que considerar que, cuando las estatuas se colocan en un lugar alto que no tiene una gran distancia desde la que juzgarlas de lejos, sino que es casi como si uno estuviera de pie debajo de ellas, las figuras deben ser una o dos cabezas más altas. Y esto se hace porque esas figuras que se colocan en alto se pierden en el vislumbre de la vista, estando debajo y mirando hacia arriba. Por tanto, lo que se da de aumento se consume en el espesor de la vista, y luego vuelve a proporción al mirarlas justas y no empequeñecidas, sino con muy buena gracia. Y cuando no agrada hacer esto, se pueden mantener los miembros de la figura delgados y suaves, que aún vuelve casi lo mismo. Ha sido costumbre de muchos artífices hacer la figura de nueve cabezas, que se divide en ocho cabezas, excepto la garganta, el cuello y la altura del pie, que hace nueve cabezas. Pues dos son las espinillas, dos desde las rodillas hasta los genitales, y tres el torso hasta la fuente de la garganta, y otra desde la barbilla hasta el final de la frente, y una es la garganta y la parte que va desde el dorso del pie hasta la planta, que son nueve. Los brazos están prendidos a los hombros, y desde la fuente hasta lo que cuelga de cada lado hay una cabeza; y estos brazos hasta lo que cuelgan de las manos son tres cabezas; y cuando el hombre extiende los brazos los abre tanto como es alto. Pero no debe usarse mejor medida que el juicio del ojo, el cual, si una cosa está bien medida y él se ofende por ella, no podrá culparla. Por tanto, digamos que si la medida es una correcta moderación para agrandar las figuras, de modo que las alturas y anchuras, una vez servido el orden, hagan proporcionada y airosa la obra, el ojo tiene, sin embargo, poder de juicio para añadir y quitar, según la desgracia de la obra, a fin de darle justa proporción, gracia, diseño y perfección, para que sea alabada en sí misma por todo buen juicio. Y aquella estatua o figura que tendrá estas partes, será perfecta en bondad, belleza, diseño y gracia. Y llamaremos redondas a estas figuras, siempre que podamos ver todas las partes acabadas como vemos en un hombre al darle la vuelta, y asimismo las demás que dependen de ellas. Pero me parece que ahora ha llegado el momento de pasar a cosas más particulares. Capítulo IX. De hacer los modelos en cera y tierra, y como se visten, y como luego se agrandan en proporción en mármol, como se someten y pisan y limpian y embadurnan y lustran y se terminan.
Cuando los escultores quieren trabajar una figura de
mármol, suelen hacer para ello un modelo, que se llama maqueta, que es una figura del tamaño de medio brazo o menos o más, según les convenga, bien de tierra o de cera o de estuco, con tal de que puedan mostrar en ella la actitud y proporción que debe tener la figura que quieren hacer, procurando ajustarse a la anchura y altura de la piedra que han extraído para hacerla por dentro. Pero para mostraros cómo se trabaja la cera, hablaremos de trabajar la cera y no la tierra. Para hacerla más blanda, se le pone un poco de sevo y trementina y brea negra, de la cual el sevo la hace más blanda, y la trementina le da un color negro y cierta firmeza después de trabajada, de modo que se vuelve dura. Mezclada y derretida esta mezcla, y fría como está, sirve para hacer pasteles, los cuales, al manipularlos con el calor de las manos, se vuelven como pasta, y con ella se crea una figura sentada, erguida o como se quiera, que tiene debajo una armadura para sostenerla en sí misma, ya de madera, ya de alambre de hierro, según la voluntad del artífice; y también puede hacerse con ella o sin ella, según le convenga. Y poco a poco, con juicio y manos trabajadoras, a medida que va creciendo el material, se va empujando la cera con palillos de hueso, hierro o madera, y se va añadiendo y refinando la cera poniendo más cera encima, hasta dar el pulido final al modelo con los dedos. Y cuando esto está acabado, queriendo hacer los que son de tierra, se trabaja a semejanza de cera, pero sin armadura por debajo, ni de madera ni de hierro, porque les haría agrietarse y partirse. Y mientras se trabaja, para que no se agriete, se cubre con un paño húmedo hasta que se termina. Cuando se terminan estos pequeños modelos o figuras de cera o tierra, se decide hacer otro modelo, que debe ser tan grande como esa misma figura que se intenta hacer de mármol. Y se hace algo más grande, porque la tierra, al secar la humedad que hay en ella, se retira y retrae; de modo que, midiéndola entonces, la figura del modelo sale en la figura del mármol más justa. Y para que el gran modelo de tierra pueda sostenerse por sí mismo y la tierra no se parta, es necesario tomar algunas tiras de tierra, o guata, como se llama, o pelo; y mezclar eso con la tierra, lo que hace que se sostenga por sí misma, y no permite que se parta. Armado con madera por debajo, y con tela apretada con cordel, se hacen los huesos de la figura, y se hace que tenga la actitud que sea necesaria; según el modelo recto o sentado, y comenzando a cubrirlo con tierra, se lleva desnudo, trabajándolo hasta el final. Si luego se desea hacerle ropa fina, se toma una tela fina, y si es gruesa, gruesa, y se moja, y se moja con tierra, enterrándola no líquida, sino con un loto que sea algo firme, y se dispone alrededor de la figura, de modo que haga aquellos pliegues y arrugas que la mente le dé; luego se endurecerá al secarse y mantendrá los pliegues continuamente. De este modo se completan los modelos de cera y de tierra. Si se quiere hacer el modelo de mármol más grande en proporción, es necesario hacer un cuadrado en la misma piedra de la que se va a esculpir la figura, de modo que un lado vaya plano al pie de la figura, y el otro lado suba y mantenga siempre el plano, y lo mismo el lado de arriba; y del mismo modo debe fijarse al modelo otro cuadrado, de madera o de otra cosa, por el que se tomen las medidas del modelo hasta cortar las piernas y los brazos; y la figura se clava hacia dentro con estas medidas, devolviéndolas al mármol desde el modelo, de modo que, midiendo el mármol y el modelo en proporción, se levanta la piedra con los cinceles; y la figura, poco a poco medida, sale de esa piedra de la misma manera que se sacaría de un montón de agua una figura de cera uniforme y recta; Primero saldrían el cuerpo y la cabeza y las rodillas, y poco a poco destapándola y tirando de ella hacia arriba, se vería entonces la redondez de esa parte hasta la mitad, y finalmente la redondez de la otra parte. Porque los que tienen prisa en trabajar, y horadan la piedra desde el principio y la levantan con firmeza por delante y por detrás, luego no tienen a dónde retirarse, como deben; y de aquí nacen muchos errores en las estatuas, que, por el deseo del artista de ver las figuras redondas fuera de la piedra en un momento, a menudo revelan un error que no puede remediarse a menos que se pongan piezas, como hemos visto que hacen muchos artistas modernos. Este remiendo lo hacen los zapateros y no hombres excelentes ni maestros raros; y es cosa muy vil y fea y de la mayor culpa. Los escultores, en la hechura de estatuas de mármol, al principio de su trabajo, usan los "subbie", que son una especie de hierros que llevan su nombre, puntiagudos y gruesos, y levantan y doblan toscamente su piedra; y luego, con otros hierros llamados "calcagnuoli", que tienen una muesca en medio y son cortos, van redondeando la piedra, hasta llegar a un hierro plano más delgado que el calcagnuolo, que tiene dos muescas y se llama "gradina". Con la cual van por todas partes con suavidad graduando la figura con la proporción de los músculos y pliegues, y la dibujan de tal manera en virtud de las dichas muescas o dientes, que la piedra muestra admirable gracia. Esto se hace quitando la gradinatura con un hierro limpio. Y para dar perfección a la figura, queriendo añadirle dulzura, suavidad y finura, se quitan los escalones con limas torcidas; lo mismo se hace con otras limas finas y cuchillas rectas, limando, para que quede plana; y luego con puntas de piedra pómez se pule toda la figura, dándole esa carnosidad que se ve en las maravillosas obras de escultura. También se emplea el yeso de Trípoli, para que tenga lustre y limpieza; asimismo, con paja de trigo, haciendo "struffoli", se arruga, de modo que acabadas y pulidas se presentan a nuestros ojos. Capítulo X. De los bajos y medios relieves, la dificultad de hacerlos y en qué consiste llevarlos a la perfección.
Esas figuras que los escultores llaman medios relieves,
hallaron ya los antiguos hacer historias para adornar las paredes planas; y las usaban en los teatros y arcos para las victorias, porque, queriendo hacerlas todas redondas, no podían colocarlas si antes no hacían una sala o un cuadrado que fuese plano. Para evitar esto, hallaron un tipo que llamaron medio relieve, y aún lo llamamos así; el cual, como una pintura, muestra primero el conjunto de las figuras principales, o medio redondas o más redondas como son, y el segundo está ocupado por el primero y el tercero por el segundo, de la misma manera que aparecen las personas vivas cuando están reunidas y restringidas. En esta especie de medio relieve, por la disminución del ojo, las últimas figuras se hacen bajas como unas cabezas muy bajas, y lo mismo las casas y las aldeas, que son lo último. Este género de medio-relieves nunca ha sido mejor hecho por nadie, ni con más observancia, ni más proporcionalmente disminuido o distanciado el uno del otro que por los antiguos. Como aquellos que, imitadores de la verdad e ingeniosos, nunca han hecho que las figuras de tales historias tengan un plano que se vislumbre o escape, sino que las han hecho con sus propios pies que se apoyan en el marco de abajo, donde algunos de nuestros modernos, más animados que el deber, han hecho que en sus historias de medio relieve las primeras figuras se apoyen en el plano que es de bajo relieve y se escapa, y las figuras del medio, paradas así, no apoyan los pies con aquella firmeza que naturalmente deberían; Por eso, a menudo se ven las puntas de los pies de esas figuras que se vuelven de espaldas tocando las espinillas de sus piernas, debido a la deformación que es violenta. Y tales cosas pueden verse en muchas obras modernas y también en las puertas de San Giovanni, y en varios lugares de aquella época. Y por esta razón son falsos los medios relieves que tienen esta propiedad; porque si se saca de la piedra la mitad de la figura, teniendo que hacer otras después de las primeras, quieren tener una regla de escaparse y disminuir, y con los pies en el plano, que el plano esté más adelante que los pies, como hace el ojo y la regla en las cosas pintadas; Y es menester bajarlas de mano a mano en proporción, para que lleguen a un relieve bajo y en cuclillas; y por esta unión que es necesaria en esto, es difícil darles perfección y conducirlas, pues en el relieve hay pies y cabezas escorzadas, y es menester tener gran diseño para mostrar el valor del artífice. Y las cosas labradas en tierra y cera alcanzan tanta perfección como las de bronce y mármol. Pues en todas las obras que tendrán las partes de que hablo, los bajorrelieves serán tenidos por hermosos y muy alabados por los hábiles artesanos.
Los de la segunda clase, que se llaman bajorrelieves,
son de menor relieve que el medio relieve y tienen por lo menos la mitad del tamaño de lo que llamamos medio relieve, y en ellos se pueden hacer con acierto los planos, las casas, las perspectivas, las escaleras y las ciudades, como se ve en los rollos de bronce de San Lorenzo de Florencia y en todos los bajorrelieves de Donato, que verdaderamente trabajó cosas divinas con gran observación en esta profesión. Y éstos se hacen fáciles a la vista y sin errores ni barbarismos, porque no se esparcen tanto que puedan dar motivo de error o culpa.
La tercera especia se llama relieves bajos y coiffados,
que no tienen otra cosa en ellos sino el diseño de la figura, con un relieve grande y coiffado. Son muy difíciles, pues requieren gran diseño e invención, y es difícil darles gracia por los contornos. Y en este género Donato trabajó mejor que ningún otro artista el arte, el diseño y la invención. Hemos visto muchas figuras, máscaras y otras historias antiguas de este tipo en los jarrones de Arezzo, y de modo similar en los camafeos antiguos y en la acuñación de cosas de bronce para medallas y de modo similar en las monedas. Y esto lo hacían porque, si hubieran sido demasiadas en relieve, no habrían podido acuñarlas; pues el golpe del martillo no habría hecho las impresiones, ya que las acuñaciones debían imprimirse en el material fundido, que, cuando es bajo, tiene poca dificultad para llenar los huecos de las acuñaciones. De este arte vemos hoy muchos artífices modernos que lo han hecho divinamente, y más de ellos se puede decir que han visto más perfección con toda aquella gracia que los antiguos daban a sus cosas, y con letra más hermosa y mejor medida. Por tanto, quien conociere en los relieves medios la perfección de las figuras hechas más pequeñas con observación, y en los relieves inferiores la bondad del diseño para la perspectiva y otras invenciones, y en los relieves inferiores la pulcritud, limpieza y bella forma de las figuras hechas en ellos, los hará excelentemente, por estas partes, loables o censurables, y enseñará a otros a conocerlos.
Capítulo XI. Cómo se hacen los modelos para realizar
figuras grandes y pequeñas en bronce y cómo se funden las formas para moldearlas; cómo se arman de hierros, y cómo funden metal y tres clases de bronce; y cómo cincelan y vuelven a cincelar, y, faltándoles piezas que no han venido, injertan y funden en el mismo bronce.
Es costumbre de los artesanos excelentes, cuando
desean fundir grandes figuras en material, metal o bronce, comenzar por hacer una estatua de tierra, tan grande como la que desean fundir en metal, y llevarla de la tierra a la perfección que su arte y estudio les permiten. Esto lo llaman un modelo, el cual, una vez que ha sido hecho y llevado a toda la perfección de su arte y conocimiento, entonces comienzan a formar parte por parte en este modelo con yeso, haciendo cables de piezas en él; y en cada pieza hacen fósforos, los cuales una pieza une con otra, marcándolos ya sea con números o con alfabetos u otros signos, para que puedan ser cortados y mantenidos juntos. Así, pieza por pieza, se va formando y aceitando con aceite entre yeso y yeso, donde se unen las junturas, y así, pieza por pieza, se va formando la figura, y la cabeza, los brazos, el torso y las piernas, hasta lo último; de manera que el hueco de la estatua, o sea la forma hueca, se imprime en el hueco con todas las partes y cada pequeña cosa que hay en el modelo. Cuando han hecho esto, las formas de yeso se dejan asentar y reposar; luego toman un poste de hierro, que es más largo que la longitud de toda la figura que quieren hacer y que ha de ser fundida; y encima hacen un núcleo de tierra, que mezclan suavemente con estiércol de caballo y rebaño, cuyo núcleo tiene la misma forma que la figura del modelo; y luego se mueven de tierra en tierra para extraer la humedad de la tierra, que luego sirve para la figura; Porque cuando se funde la estatua, todo este núcleo, que es firme, se vacía y no se llena de bronce, que no podría ser movido por el peso de la estatua; así que aumentan el tamaño de este núcleo tanto y con medidas iguales, que cuando calientan y hierven la tierra como hemos dicho, la tierra está bien cocida y tan completamente libre de humedad, que cuando funden el bronce sobre ella, no puede salpicar ni causar daños, como hemos visto muchas veces antes con la muerte de los maestros y la ruina de toda la obra. Así pues, van equilibrando este núcleo y colocando y contrapesando las piezas hasta que encuentran y prueban de nuevo, de modo que llegan al punto en que queda el grosor del metal o la delgadez de lo que quieren que sea la estatua. Suelen armar este alma por medio de alfileres y hierros de cobre que se pueden ahuecar y colocar, para sujetarla con mayor seguridad y fuerza. Una vez terminado este núcleo, se cuece de nuevo a fuego suave; y una vez eliminada por completo la humedad, si quedara algún resto, se deja reposar. Y volviendo a los huecos del yeso, éstos se forman pieza a pieza con cera amarilla ablandada e incorporada con un poco de trementina y sebo. Entonces, habiéndola fundido en el fuego, la vierten mitad por mitad en las piezas huecas, de modo que el fabricante haga la cera delgada según su voluntad para la fundición. Y habiendo cortado las piezas según el tamaño de los huecos en el núcleo que ya ha sido hecho de tierra, las colocan, y juntos las golpean y las injertan en su lugar; y con unas jarras delgadas de cobre fijan las piezas de cera encima del núcleo cocido, y así pieza por pieza injertan y golpean la figura y la dejan completamente terminada. Hecho esto, proceden a quitar toda la cera de las rebabas de las superfluidades de los cables, llevándola en lo posible a aquella acabada bondad y perfección que desean tenga la fundición. Y antes de seguir adelante, levanta la figura y considera diligentemente si le falta cera en alguna parte, y entonces la rellena de cera, llenándola o rebajándola donde le falte. A continuación, una vez terminada la cera y quieta la figura, el artesano coloca la figura sobre dos asadores de madera, piedra o hierro, a modo de asado, en el fuego, para que se pueda subir y bajar, y con ceniza húmeda apropiada para ese uso, cubre toda la figura con un pincel, para que no se vea la cera, y la cubre bien con este material en todas las cavidades y hendiduras. Una vez dadas las cenizas, vuelve a poner los alfileres por los que pasan la cera y el núcleo, según los haya dejado en la figura; pues éstos tienen que sujetar el núcleo por dentro y la capucha por fuera, que es la incrustación del hueco entre el núcleo y la capucha, donde se funde el bronce. Una vez colocado esto, el artesano comienza a hacer una fina capa de tierra con la borra y el estiércol de caballo, como he dicho, batidos juntos y con diligencia hace una capa muy fina por todas partes y ésta se deja secar, así cada vez que se hace la otra capa, dejándola secar continuamente hasta que se entierra y se eleva hasta el grosor de media palma como máximo. Una vez hecho esto, esos hierros que sujetan el alma interior se ciñen con otros hierros que sujetan el alma exterior, y se sujetan a aquellos, y unos y otros, encadenados y sujetos, se hacen fuertes mutuamente. El alma de dentro sujeta la capucha de fuera, y la capucha de fuera sujeta el alma de dentro. Se acostumbra hacer ciertos caños entre el alma y la capucha, que se llaman vientos, que desahogan hacia arriba, y se ponen desde una rodilla hasta un brazo que se levanta; porque éstos dan al metal una manera de ayudar al que por algún impedimento no viene, y se hacen pocos y distantes, para que sea difícil de fundir. Hecho esto, se pone el fuego a esta campana de manera que se una y vaya calentando poco a poco; reforzando el fuego hasta tal punto que toda la forma se inflame tanto, que la cera que está en el hueco de dentro se consuma, de manera que salga toda por aquel lado por donde se debe echar el metal, sin que quede nada en él. Y para saber esto es necesario, cuando se introducen las piezas en la figura, pesarlas pieza por pieza, para que cuando se quite la cera se vuelva a pesar y el artífice pueda ver si queda algo de cera entre el núcleo y la campana y cuánta ha salido. Y sabed que en esto consiste la habilidad y diligencia del artífice para extraer esta cera; en esto se muestra la dificultad de hacer piezas fundidas que sean bellas y limpias. Porque si quedara algo de cera, arruinaría toda la pieza fundida, especialmente en las partes donde queda. Una vez hecho esto, el artesano entierra esta forma cerca de la fragua donde se funde el bronce, y la apuntala para que el bronce no la tuerza y haga caminos para que pueda ser lanzada; y en la parte superior deja una cantidad de grosor para que el bronce que sobra pueda ser serrado; y esto se hace para que quede más afilado. Pide el metal que quiere, y por cada libra de cera pone diez libras de metal. Hace la aleación del metal estatuario de dos tercios de cobre y un tercio de latón, según el orden italiano. Los egipcios, de quienes procede este arte, ponían en el bronce dos tercios de latón y un tercio de cobre. El metal ellectro, de los otros el más fino, dos partes de cobre y la tercera de plata. Las campanas por cada cien de cobre, veinte de estaño, y la artillería por cada cien de cobre, diez de estaño, para que el sonido de las campanas sea más agudo y unido. Queda ahora por enseñarnos, que viniendo la figura con falta porque el bronce estaba cocido o delgado o falto de alguna parte, la manera de injertarle una pieza. Y en este caso el artesano quita toda la tristeza que hay en ese vaciado, y le hace un agujero cuadrado ahuecándolo en un cuadrado; luego le pega un trozo de metal a ese trozo, para que salga lo que quiera. Y cuando acaba en ese agujero cuadrado, con un martillo lo golpea tan fuerte que lo suelda, y con limas y hierros se asegura de igualarlo y rematarlo.
Ahora bien, si el artesano desea fundir las figuras
pequeñas en metal, las hace de cera, o si tiene cera de tierra o de otro material, les hace un hueco de yeso, como a las grandes, y todo el hueco se llena de cera. Pero es necesario que el hueco esté húmedo, porque cuando se echa la cera, se solidifica debido a la frialdad del agua y del hueco. Entonces, cuando la cavidad está abanicada y llena de agua, se vierte la cera en el centro de la cavidad, de modo que el chorro queda voto en el centro; voto o compartimento que el artesano rellena entonces con tierra y coloca en él clavos de hierro. Esta tierra sirve entonces de núcleo, pero hay que dejarla secar bien. Luego hace la capucha, como las demás figuras grandes, reforzándola y colocando en ella los pitorros para los vientos, después la hierve y extrae la cera; y así el hueco queda limpio, para que se pueda fundir fácilmente. Lo mismo se hace con los bajorrelieves y los medios relieves y con cualquier otra cosa de metal. Una vez terminadas estas piezas de fundición, el artesano, con hierros apropiados, es decir, cinceles, escoplos, puntales, scarpelli y limas, esmerila donde es necesario y donde es necesario esmerila hacia el interior, y quita las rebabas, y con otros hierros que afeitan, raspa y limpia el conjunto con diligencia y finalmente lo limpia con piedra pómez. Este bronce toma con el tiempo un color por sí mismo, que se vuelve negro y no rojo como cuando se trabaja. Unos con aceite lo hacen negro, otros con vinagre lo hacen verde, y otros con barniz le dan el color de negro, de tal manera que cada uno lo conduce como le place.
Capítulo XII. De la moneda de acero para hacer
medallas de bronce u otros metales, y de cómo se hacen de estos metales, de piedras orientales y camafeos.
Queriendo hacer medallas de bronce, plata u oro, como
lo hacían los antiguos, el artesano debe primero usar punzones de hierro para tallar los punzones de relieve en acero templado al fuego, pieza por pieza; por ejemplo, la cabeza única en relieve tallada en un solo punzón de acero, y así las demás piezas que se le hacen. Habiendo así hecho de acero todos los punzones que se necesitan para la medalla, se templan al fuego, y luego la acuñación del acero templado, que ha de servir de hueco y madre de la medalla, se martilla en la cabeza y las demás partes en sus lugares. Y después de haber impreso el conjunto, se vuelve a forjar y limpiar con diligencia, y se termina y perfecciona el mencionado cable, que se utilizará entonces como madre. Muchos artesanos han usado también ahuecar dichas madres con ruedas de la misma manera que se ahuecan los cristales, jaspes, calcis, ágatas, amatistas, sardónices, lapislázuli, crisolitos, cornalina, camafeos y otras piedras orientales, y el trabajo hecho de esta manera hace que las madres queden más limpias, así como las piedras mencionadas. El reverso de la medalla se hace de la misma manera; y con la madre de la cabeza y con la del reverso, se funden medallas de cera o plomo, que se forman con un polvo muy fino de tierra apta para este fin, en el cual, habiendo extraído primero la citada cera o plomo, y sujetándolas después en los estribos, se funde el mismo metal que se guste para la medalla. Estas fundiciones se vuelven a poner en sus madres de acero: y a fuerza de viti o ligeramente y a golpes de martillo se aprietan tanto, que sacan de la impresión aquella piel que no sacaron de la fundición. Pero las monedas y otras medallas inferiores se estampan sin tornillos, a golpes de martillo con la mano; y aquellas piedras orientales que arriba mencionamos, se tallan huecas con las ruedas a fuerza de esmeril, que con la rueda consume toda clase de dureza de cualquier piedra que haya. Y el artesano suele imprimir con cera el hueco que trabaja, y de este modo quita donde juzga más necesario y termina la obra. Pero los camafeos se trabajan en relieve; porque como esta piedra es fundida, es decir, blanca por encima y negra por debajo, se quita de la blanca para que quede en bajo relieve la cabeza o la figura blanca en el campo negro. Y a veces, para asegurarse de que toda la cabeza o figura queda blanca en el campo negro, se acostumbra a tignerear el campo, cuando no es tan oscuro como es necesario. Y de esta profesión hemos visto obras admirables y divinas, antiguas y modernas. Capítulo XIII. Cómo se hace el trabajo blanco del estuco, y de la manera de hacer la forma de la pared inferior, y cómo se trabaja.
Era costumbre de los antiguos, al querer hacer bóvedas
o incrustaciones o puertas o ventanas u otros ornamentos de estuco blanco, hacer los huesos debajo de las paredes, bien ladrillos cocidos o verdaderas tobas, es decir, piedras que son blandas y se pueden cortar fácilmente, y de éstas hacían los huesos por debajo, dándoles forma de marco o figuras o lo que quisieran, cortando ladrillos o piedras, que han de ser emparedados con cal. Luego, con el estuco de que hablamos en el capítulo IIII, mezclado con mármol triturado y cal trevertina, deben hacer sobre los susodichos huesos el primer bosquejo de estuco, que es grueso y granuloso, para que se pueda poner encima el más fino cuando el de abajo haya fraguado, y que esté firme pero no seco del todo. Porque al trabajar la masa de la materia sobre la que está húmeda, hace un mayor agarre, mojando continuamente donde se coloca la masilla, para que sea más fácil trabajarla. Y si quieres hacer marcos u hojas talladas, debes tener formas de madera, talladas en el hueco de esas mismas tallas que quieres hacer. Y se toma la masilla que no es ni firme, ni blanda, sino de manera tegnente, y se pone sobre la obra según la cantidad de la cosa que se quiere formar, y se pone sobre ella la susodicha forma tallada, espolvoreada con polvo de mármol, y golpeando sobre ella con un martillo, para que el golpe sea igual, la masilla queda impresa; la cual se rinettando y limpiando para que la obra quede recta e igual. Si, por el contrario, la obra ha de tener mayor relieve en el exterior, se clavan hierros o clavos u otros dispositivos similares en el lugar donde ha de estar la obra, sosteniendo el estuco en el aire, lo que le da un gran agarre, como puede verse en edificios antiguos, en los que aún se encuentran los estucos y hierros conservados hasta nuestros días. Cuando el artesano desea crear una historia de bajo relieve en una pared plana, primero clava gruesas estacas en la pared, unas menos y otras más, según el tamaño de las figuras, y entre éstas coloca pequeños trozos de ladrillo o toba, de modo que las puntas o extremos de las estacas sujeten el primer estuco grueso y rugoso, y luego lo termina con limpieza y paciencia para que se endurezca. Y mientras se endurece, el artesano lo trabaja con diligencia, limpiándolo una y otra vez con pinceles húmedos, para que llegue a la perfección, como si fuera de cera o de tierra. Con esta misma manera de clavos y herrajes, hechos a propósito y mayores o menores según la necesidad, se adornan con estucos las bóvedas, las habitaciones y los edificios antiguos, como puede verse hoy en toda Italia y por muchos maestros que se han entregado a esta práctica. Tampoco hay que dudar de que el trabajo así hecho no es muy duradero, porque se conserva infinitamente y se endurece tanto con el paso del tiempo que llega a ser como el mármol. Capítulo XIV. Cómo hacer figuras de madera, y qué madera es buena para hacerlas.
Quien quiera perfeccionar las figuras de madera debe
hacer primero un modelo de cera o de barro, como hemos dicho. Esta especia se ha usado mucho en la religión cristiana, pues innumerables maestros han hecho muchos crucifijos y figuras diversas. Pero, en verdad, a la madera nunca se le da esa carnosidad o suavidad que tienen el metal, el mármol y otras esculturas que vemos, que están hechas o de estuco, o de cera, o de tierra. La mejor de todas las maderas que se usan para esculpir es el tilo, porque tiene poros iguales en cada cara y obedece más fácilmente a la lima y al cincel. Pero como el artesano, al ser grande la figura que quiere, no puede hacerla entera de una pieza, debe hacerla por trozos, y levantarla y agrandarla según la forma que quiera darle. Y para pegarla de modo que se sostenga, no use cola de queso, porque no se sostendría, sino cola de gajos con la que, habiendo calentado en el fuego las susodichas piezas, las conmute y trabe entre sí, no con clavos de hierro, sino de la misma madera. Hecho esto, lo trabaja y lo talla según la forma de su modelo. Y por artesanos de este oficio hemos visto también obras muy alabadas de entubado y hermosos adornos de nogal, que, cuando están hechos de hermoso nogal que es negro, parecen casi de bronce. Y también hemos visto tallas en huesos de frutas como ciregie y meliache de la mano de Todeschi, muy excelentes, trabajadas con la mayor paciencia y sutileza. Y si no tienen ese diseño perfecto de que hacen gala los italianos en sus obras, sin embargo han trabajado y trabajan continuamente, reduciendo las cosas a tal sutileza que asombran al mundo. Y esto es suficiente para haber dicho brevemente sobre las cosas de la escultura. Pasemos ahora a la pintura.
DE PINTURA.
Capítulo XV. Cómo se hacen y se conocen las buenas
pinturas, y para qué; y del diseño e invención de historias.
La pintura es un plano cubierto de campos de color,
sobre la superficie ya sea de una mesa o de una pared o de un lienzo, alrededor de diferentes rasgos, que en virtud de un buen dibujo de líneas torneadas rodean la figura. Esta planitud, que el pintor, con buen criterio, ha mantenido en el centro, claro, y en las extremidades, y en los fondos oscuros, y ha acompañado de color medio entre el claro y el oscuro, hace que estos tres campos se unan, de modo que todo lo que hay entre una línea y otra se eleva y aparece redondeado y distinto. Bien es verdad que estos tres campos no pueden bastar para cada cosa minuciosamente, puesto que es necesario dividir cualquiera de ellos al menos en dos especias, haciendo de ese claro dos mitades y de ese oscuro dos más claros, y de ese medio otras dos mitades, una inclinada hacia el más claro y la otra hacia el más oscuro. Cuando estos tintes de un mismo color, cualquiera que sea, se hayan diluido, se verá comenzar poco a poco el claro y luego menos claro y luego un poco más oscuro, de modo que poco a poco se encontrará el negro puro. Una vez hechos los mestizajes, es decir, mezclados estos colores, queriendo trabajar al óleo o al temple o al fresco, se cubre el contorno y se colocan en su sitio los colores claros y oscuros, y los medios y oscuros de los medios y claros, que son aquellos colores mezclados de los tres primeros, claros, medios y oscuros; los claros, medios y oscuros y los oscuros y claros se sacan de la cartulina u otro dibujo, que se hace al efecto para ponerlo en obra; lo cual debe hacerse con buena colocación y dibujo bien fundado, y con juicio e invención, pues la colocación no es otra cosa en pintura que tener el espacio en aquel lugar donde se hace una figura, que los espacios estén de acuerdo con el juicio del ojo y no sean desiguales, que el campo esté en un lugar lleno y en el otro vago; lo cual nace del dibujo y de haber retratado o figuras vivas naturales o modelos de figuras hechas para lo que se quiere hacer. Este dibujo no puede tener un buen origen si uno no ha trabajado continuamente en retratar cosas naturales, y estudiado las pinturas de excelentes maestros y antiguas estatuas en relieve. Pero, sobre todo, lo mejor es haber visto los cuerpos desnudos de hombres y mujeres vivos, y haber recordado los músculos del torso, de la espalda, de las piernas, de los brazos, de las rodillas y de los huesos, y después haberse asegurado, con mucho estudio, de que sin haber visto cosas naturales de antemano se pueden formar toda clase de actitudes a partir de la propia imaginación; Así, habiendo visto hombres desollados, saber cómo son los huesos por debajo y los músculos y nervios, con todos los órdenes y términos de la notomía, para poder con mayor certeza y más correctamente colocar los miembros en el hombre y colocar los músculos en las figuras. Y los que saben hacer esto, fuerza es que hagan perfectamente los contornos de las figuras, las cuales, rodeadas como deben estar, muestran buena gracia y bella manera. Porque el que estudia buenas pinturas y esculturas, hechas de manera semejante viendo y entendiendo lo vivo, debe haber hecho buena manera en el arte. Y de aquí nace la invención, que hace que las figuras de cuatro, seis, diez y veinte se pongan juntas en la historia, para que se formen batallas y otras grandes cosas del arte. Esta invención tiene en sí una armonía formada por la concordancia y la obediencia; que si una figura se mueve para saludar a otra, la saludada no debe volverse atrás, teniendo que responder, y con esta similitud todas las demás.
Que la historia esté llena de cosas variadas y diferentes
unas de otras, pero siempre con respecto a lo que se hace y a lo que el artesano dibuja de mano en mano. Que distinga gestos y actitudes, haciendo las hembras con un aire dulce y bello y de igual modo la juventud; pero los viejos siempre graves en apariencia y los sacerdotes sobre todo y las personas de autoridad. Sin embargo, siempre es necesario que cada cosa corresponda al conjunto de la obra, para que cuando se mire el cuadro, se conozca una armonía unida que dé terror en las furias y dulzura en los efectos agradables, y represente de un solo trazo la intención del pintor, y no cosas que no pensó. Por esta razón, pues, debe formar las figuras, que han de ser orgullosas, con vigor y fuerza; y debe evitar las que están lejos de las primeras con sombras y con colores poco oscuros; de tal manera que el arte vaya siempre acompañado de una graciosa soltura y de una limpia gracilidad de color, y que la obra sea llevada a la perfección, no con un esfuerzo de cruel pasión, para que los hombres que la contemplen sufran el dolor de la pasión que ven soportar al artista en tal obra, sino que se regocijen en la felicidad de que su mano ha tenido esa agilidad del cielo, que hace las cosas acabadas con estudio y esfuerzo, pero no con esfuerzo; de modo que donde se colocan no están muertas, sino que parecen vivas y verdaderas a quienes las consideran. Cuídense de las groserías, y procuren que las cosas, que continuamente hacen, no estén pintadas, sino que se muestren vivas y de relieve fuera de su obra; y este es el verdadero diseño fundado y la verdadera invención que se sabe que dan los que las han hecho a las pinturas para que se llamen buenas. Capítulo XVI. De gli sketches, dibujos, dibujos animados y orden de prospectivo; y por lo que hacen, y por lo que los pintores usan de ellos.
Llamamos bocetos a un primer tipo de dibujo, que se
hace para encontrar la manera de las actitudes y la primera composición de la obra. Y se hacen en forma de borrón, esbozados sólo por nosotros en un único esbozo del conjunto. Y porque éstos son expresados por la furia del artífice en poco tiempo, se llaman universalmente bocetos, porque se hacen bosquejando con la pluma o con otro dibujante o carboncillo, de tal manera que sólo sirven para tentar la mente en cuanto a lo que se le ocurre. De estos bocetos se hacen luego en buena forma y con más amor y esfuerzo los dibujos, que con toda la diligencia se puede procurar ver del natural, si el artífice no se sintiese ya capaz de realizarlos por sí mismo. Luego se miden con la balanza o con el ojo y se agrandan de las medidas pequeñas a las mayores, según el trabajo que se ha de hacer. Estas se hacen con varias cosas, esto es, o con piedra roja, que es una piedra que viene de las montañas de Alamagna, la cual, por ser blanda, se sierra fácilmente y se reduce a puntos delgados para marcar con ellos en las hojas lo que se quiera, o con piedra negra que viene de las montañas de Francia, que es igualmente como la roja. Otros de claro y oscuro se hacen sobre hojas teñidas, que hace de medio, y con la pluma se hace el contorno, es decir, la silueta o perfil, y la tinta con un poco de agua hace un tinte dulce que vela y sombrea aquello, luego con un pincel delgado con plomo blanco diluido con goma se ilumina el dibujo, y esta manera es muy pintoresca y muestra más el orden del colorido. Otros muchos lo hacen con la pluma sola, dejando la luz del papel, lo cual es difícil, pero muy hábil; y otras innumerables maneras de las que no es necesario hacer mención, porque todas representan lo mismo, es decir, dibujar. Una vez hechos los bocetos de esta manera, los que quieran trabajar al fresco, es decir, en la pared, deben hacer los cartones, aunque es costumbre de muchos hacerlos para trabajar también en la mesa. Estos cartones se hacen de esta manera: se mezclan hojas con cola de harina y agua hervida en el fuego, y las hojas deben estar cuadriculadas, y se tiran a la pared pegándolas alrededor de dos dedos hacia la pared con la misma pasta, y se humedecen rociándolas con agua fresca por todas partes, y así se tiran suavemente, para que cuando se sequen lleguen a esparcir la suavidad de las arrugas. Luego, cuando están secas, con una vara larga se juzga a distancia, y se pone sobre el cartón todo lo que está dibujado con el mismo tamaño en el dibujo pequeño, y poco a poco se va rematando una figura u otra. Aquí es donde los pintores hacen todas las labores del arte de retratar del natural desnudos y vestidos, y dibujan las perspectivas con todos aquellos pequeños encargos que se han hecho en los pliegos, agrandándolos en proporción. Y si en ellas hay perspectivas o casas, las agrandan con la red, que es una retícula de pequeños cuadros agrandados en el cartón, que todo lo muestra con acierto. Porque el que ha trazado las perspectivas en los dibujos pequeños, sacadas del plano, levantadas con el perfil y con la intersección y con el punto hecho disminuir y retroceder, debe volverlas a poner en proporción en el cartón. Pero no quiero hablar de otro modo sobre la manera de dibujarlas, porque es cosa fastidiosa y difícil de entender. Basta que las perspectivas sean tan bellas como se muestren correctas al ojo del espectador, y cuando estén compuestas con un orden variado y bello de casas. El pintor debe entonces cuidar de hacerlas proporcionalmente disminuidas por la dulzura de los colores, lo que en el artífice es una correcta discreción y buen juicio, cuya causa se ve en la dificultad de las muchas líneas confusas tomadas del plano, del contorno y de la intersección, que cubiertas por el color quedan cosa muy fácil, lo que hace que el artífice se mantenga docto, entendido e ingenioso en el arte. Muchos maestros acostumbran también hacer un modelo del suelo en un plano antes de hacer la historia en el cartón, colocando todas las figuras alrededor para que se vean los destellos, que son las sombras que causa la luz en las figuras, que son las sombras quitadas por el sol, que más cruelmente que la luz las hace en el suelo en el plano a causa de la sombra de la figura. Y de aquí, al dibujar toda la obra, han hecho las sombras que caen sobre ambas figuras, de manera que los cartones y la obra están más acabados en perfección y fuerza, y sobresalen del papel por su relieve. Lo que muestra el conjunto más bello y más acabado. Y cuando estos cartones se utilizan en el fresco o en la pared, cada día se corta un trozo en el taller y se coloca en la pared, para que esté recién gofrado y perfectamente limpio. Este trozo de cartón se coloca en el lugar donde se va a hacer la figura y se marca, de modo que la próxima vez que se vaya a hacer otra pieza se reconozca su lugar exacto y no pueda producirse ningún error. A continuación, en las proximidades de dicha pieza, se utiliza un hierro para cincelar la cal sobre la piedra, que, al estar fresca, se amoldará al papel y quedará así marcada. Para ello se retira el cartón, y para aquellas marcas que queden fundidas en la pared se va trabajando con los colores, y así se realiza la obra al fresco o sobre la pared. Lo mismo se hace para las tablas y lienzos; pero el cartón se hace de una sola pieza, salvo que el cartón debe teñirse por el reverso con carbón o polvo negro, para que, cuando luego se use el hierro para marcarlo, quede perfilado y dibujado en el lienzo o tabla. Y por esta razón se hacen los cartones para dividirlos, a fin de que el trabajo sea justo y medido. Hay muchos pintores que, para las obras al óleo, escapan a esto, pero para las obras al fresco, no se puede escapar al hecho de que no se hacen. Pero ciertamente los que encontraron tal invento tenían buena imaginación, pues en los cartones se ve el juicio de toda la obra junta, y se ajusta y mima hasta que está bien hecha. Cosa que no se puede hacer en la obra. Capítulo XVII. De las figuras de abajo arriba, y de las del nivel.
Nuestros artesanos han tenido mucho cuidado en hacer
que las figuras parezcan más grandes de lo que realmente son, ya que para nosotros la figura en escorzo es algo dibujado sobre una cara corta, que no tiene la longitud ni la altura que muestra a la vista cuando se acerca a ella. Sin embargo, el tamaño, el entorno, las sombras y la luz la hacen parecer como si se acercara de frente, y por esta razón se llama escorzo. Nunca ha habido un pintor o dibujante de este tipo que lo haya hecho mejor que nuestro Michele Angelo Buonarroti; y aún nadie podría hacerlo mejor, ya que ha realizado divinamente figuras en relieve. Primero hizo los modelos de arcilla o cera para este uso; y a partir de ellos, que aún permanecen más que los vivos, dibujó los contornos, las luces y las sombras. Estos dan gran disgusto a los que no entienden, porque no alcanzan con el intelecto la profundidad de esta dificultad, que es la más fuerte, para hacerla bien, de cuantas hay en pintura. Y ciertamente nuestros antiguos maestros, como amantes del arte, encontraron posible dibujarlas en perspectiva por medio de líneas, cosa que antes no se podía hacer, pero las redujeron tanto que hoy se tiene la verdadera maestría de hacerlas. Y los que les echan la culpa (hablo de nuestros artesanos) son aquellos que no saben hacerlas, y que para elevarse a sí mismos rebajan a los demás. Y tenemos muchos maestros pintores que, aun siendo hábiles, no se deleitan en hacer cuadros; y, sin embargo, cuando los ven bellos y difíciles, no sólo no los culpan, sino que los alaban mucho. De esta clase han hecho los modernos algunas, que son hermosas y difíciles, como sería decir a la vez las figuras, que mirando arriba escoltan y escapan; y a éstas llamamos abajo arriba, que tienen tanta fuerza que traspasan las bóvedas. Y estas no se pueden hacer si no se retratan del natural, o se hacen las actitudes y movimientos de tales cosas con modelos a las alturas convenientes. Ciertamente, en este tipo aportan a esa dificultad una gracia suprema y una gran belleza, y muestran un arte terrible. De esta clase encontraréis que nuestros artesanos en su vida han dado gran realce a tales obras y las han conducido a un fin perfecto, con lo cual han alcanzado los mayores elogios. Se llaman vistas de abajo arriba, porque la figura es alta, mirada por el ojo desde arriba, y no desde la línea plana del horizonte; por eso, levantando la cabeza para verla, y viendo primero las plantas de los pies y las demás partes de abajo, se llama con razón por dicho nombre.
Capítulo XVIII. Cómo unir los colores al óleo, al fresco
o al temple; y cómo unir la carne, la ropa y todo lo pintado en la obra, para que las figuras no queden divididas y tengan relieve y fuerza y muestren la obra clara y abierta.
La unión en la pintura es una discordancia de colores
diferentes sintonizados entre sí, que en la diversidad de varias divisiones muestran las partes de las figuras diferentemente distintas unas de otras, como la carne del cabello, y una tela de distinto color de otra. Cuando estos colores se aplican brillantes y vivos, con una discordancia desagradable, de modo que queden teñidos y con cuerpo, como solían hacer algunos pintores, se ofende el dibujo, de modo que las figuras se pintan más rápidamente por el color que por el pincel, que las ilumina y las ensombrece, haciéndolas aparecer en relieve y naturales. Todas las pinturas, por tanto, ya sean al óleo, al fresco o al temple, deben estar tan unidas en sus colores que aquellas figuras que son las principales en las historias se pinten de una manera clara y ligera, colocando sus ropas de un color que no sea tan oscuro en las que están delante de ellas, para que las que vengan después tengan un color más claro que las primeras; en efecto, poco a poco, a medida que disminuyen de color, también se van oscureciendo de mano en mano, y el color de sus carnes y ropas. Sobre todo, se ha de tener mucho cuidado de usar siempre los colores mejores, más agradables y más hermosos en las figuras principales, y especialmente en las que se representan enteras y no por mitades, porque éstas son siempre las más consideradas y las que se ven más que las otras, que casi sirven de campo para el colorido de éstas; y un color más apagado hace que el otro color que se coloca a su lado parezca más vivo. Y un color que es melancólico y pálido hace que los que están a su lado parezcan más alegres, y casi de una cierta belleza llameante. Tampoco los desnudos deben ser vestidos de colores tan llenos de cuerpo, que dividan la carne de los paños cuando los dichos paños pasan a través de los dichos desnudos, sino que los colores de las luces de los dichos paños deben ser claros semejantes a la carne, o amarillos o rojos o violetas o pajizos, con fondos oscuros o verdes o azules o pajizos o amarillos, siempre que dibujen a lo oscuro y que, en el giro de las figuras, se acompañen unas a otras con sus sombras, de la misma manera que vemos en la vida, que aquellas partes que se presentan más cerca del ojo tienen más luz, y las otras, perdiéndose de vista, pierden aún más luz y color. Así en la pintura los colores deben usarse con tal unidad que no dejen un oscuro y un claro tan desagradablemente matizados e iluminados que se cree una desagradable discordancia y desunión, excepto en los destellos que son esas sombras que las figuras proyectan unas sobre otras, cuando una sola luz incide sobre una primera figura, ensombreciendo con sus destellos a la segunda. Y éstas también, cuando se juntan, han de pintarse con dulzura y unidad, porque quien las desordena, viene a hacer que ese cuadro parezca más una alfombra de colores o un juego de naipes que carne unida o paños suaves u otras cosas plumosas, delicadas y dulces. Del mismo modo que a los oídos les ofende la música estridente o disonante o áspera, excepto, sin embargo, en ciertos lugares y en ciertos momentos, tal como he dicho del aleteo, a los ojos les ofenden los colores demasiado brillantes o demasiado ásperos. Es decir, demasiado brillantes ofenden el dibujo, y deslumbrados, apagados, deslumbrados y demasiado dulces, parecen apagados, viejos y ahumados; pero el color unido, que mantiene entre sí los colores encendidos y deslumbrados, es el más perfecto y deleita el ojo, como la música unida e ingeniosa deleita el oído. Ciertas partes de las figuras deben perderse en la oscuridad y en la lejanía de la historia; porque, además de que si fueran demasiado brillantes y vivas, confundirían las figuras, también dan mayor fuerza a las otras que están delante de ellas al permanecer oscuras y deslumbradas, casi como un campo. Tampoco se puede creer cuánto en variar las carnaciones con los colores, haciendo las jóvenes más frescas que las viejas, y las de mediana edad entre las cocidas y las verdosas y amarillentas, da gracia y belleza a la obra, y casi de la misma manera que se hace el aire de las viejas en el dibujo junto a las jóvenes y niñas y a los putti; donde, viendo unas tiernas y carnosas, las otras limpias y frescas, hace una hermosa discordancia en la armonía. Y de esta manera se deben poner los oscuros donde menos ofendan y dividir la obra, para dibujar las figuras; como puede verse en los cuadros de Rafaello da Urbino y de otros excelentes pintores que han adoptado esta manera. Pero este orden no se ha de observar en aquellas escenas en que se pintan el sol y la luz de la luna, o fuegos, o cosas nocturnas, porque éstas se hacen con golpes toscos y agudos. Y en la cumbre donde tal luz incida, habrá siempre dulzura y unión. Y en aquellos cuadros que tendrán estas partes, se sabrá que la inteligencia del pintor habrá, con la unión del colorido, añadido a la bondad del diseño, dado vaguedad al cuadro, y terrible relieve y fuerza a las figuras.
Capítulo XIX. De la pintura sobre muros, cómo se hace;
y por qué se llama pintura al fresco.
De todas las maneras que hacen los pintores, la pintura
mural es la más magistral y hermosa, porque consiste en hacer en un solo día lo que puede retocarse sobre la obra de muchas otras maneras. La pintura al fresco fue muy usada por los antiguos, y los antiguos modernos la siguen todavía. Se trabaja sobre cal fresca, y nunca se deja hasta terminar lo que se desea trabajar ese día. Porque si prolongamos la pintura, la cal hace una cierta costra, a causa del calor, el frío, el viento y el hielo, que enmohece y mancha todo el trabajo. Y por esta razón la pared que se pinta debe estar continuamente mojada, y los colores que se usan son todos de tierra y no de minas, y el blanco de trevertino cocido. También necesita una mano derecha, resuelta y rápida, pero sobre todo un juicio firme y completo, porque los colores, mientras la pared está blanda, muestran una cosa de una manera, que luego, cuando está seca, ya no es de esa manera. Es necesario, pues, que en estos frescos el juicio del pintor juegue un papel mucho más importante que el dibujo, y que tenga como guía más que la mayor práctica, ya que es sumamente difícil llevarlo a la perfección. Muchos de nuestros artesanos tienen muy poco éxito en otros trabajos, ya sea al óleo o al temple, y en éste no lo tienen, porque es verdaderamente el más viril, el más seguro, el más resuelto y duradero de todos los demás métodos, y el que, al hacerse de continuo, adquiere infinitamente más belleza y unión que los demás. Éste se purga del aire y se defiende del agua y resiste continuamente todos los golpes. Pero es necesario tener cuidado de no retocarla con colores que combinen cola de carne o yema de huevo o goma o dragants, como hacen muchos pintores; porque además de que la pared no muestra su claridad, los colores se empañan por el retoque anterior, y con poco tiempo se ennegrecen. Por lo tanto, los que pretendan trabajar en la pared, que lo hagan al fresco y no retocando en seco, porque además de ser una cosa vil, acorta la vida del cuadro.
Capítulo XX. De la pintura al temple o al huevo sobre
tabla o lienzo, y de su aplicación en paredes secas.
A partir de Cimabue y de él en adelante, siempre se han
visto obras trabajadas por los griegos al temple sobre tablas y paredes. Y estos antiguos maestros solían enyesar las tablas, dudando que las tablas no se abrieran en las paredes, ponían un paño de lino por todas partes con cola de carne, y luego enyesaban el paño sobre las tablas para trabajar en ellas y templaban los colores con rojo huevo o temple, que es esto: Sacaban un huevo, y lo batían, y en él picaban una rama blanda de higuera, para que aquella leche con aquel huevo hiciese el temple de los colores; el cual, templándolo, trabajaban sus obras. Y sacaron para aquellas tablas los colores que eran de minas, que en parte los hacen los alquimistas y en parte se hallan en las canteras. Y todos los colores de esta clase de obras son buenos, excepto el blanco que se trabaja en las paredes hechas de piedra caliza, que es demasiado fuerte. Así realizaban sus obras y pinturas; y a esto llamaban colorear al temple. Sólo los azules se templaban con cola de carne, porque la amarillez del huevo los volvía verdes, y la cola los mantenía en su estado original; y lo mismo se hace con la goma. La misma manera se emplea en las tablas, fundidas o no, y así en las paredes, cuando están secas, se aplican una o dos capas de cola caliente, y luego se realiza todo el trabajo con colores atemperados con ella, y quienes deseen atemperar los colores con cola, lo harán fácilmente, observando lo mismo que en el temple. Ni serán peores por ello, pues incluso de nuestros viejos maestros hemos visto cosas al temple conservadas cientos de años con gran belleza y frescura. Y ciertamente todavía se puede ver de las obras de Giotto, que también hay algunas en tabla, que ya han durado doscientos años y se han conservado muy bien. Luego vino el trabajo al óleo, que hizo que muchos desterraran el uso del temple, como vemos hoy, de modo que en paneles y otras cosas importantes se ha trabajado y se sigue trabajando. Capítulo XXI. De pintura al óleo, sobre tabla y sobre lienzo.
Giovanni da Bruggia fue el primer inventor de esta
técnica en Flandes. Envió el panel a Nápoles al rey Alfonso y al duque de Urbino, Federigo II, para su estufa, e hizo un San Jerónimo que tenía Lorenzo de' Medici, y muchas otras cosas alabadas. Le siguió Rugieri da Bruggia, su discípulo, y Ausse, creado por Rugieri, que hizo una pequeña pintura para los Portinari en Sancta Maria Nuova en Florencia, que hoy está en presencia del Duque Cosimo, y la mesa en Careggi, una villa fuera de Florencia, perteneciente a la ilustre Casa de Medici, es de su mano; Igualmente Lodovico da Luano y Pietro Crista y el Maestro Martino y Giusto da Guanto, que hicieron el panel de la Comunión del Duque de Urbino y otras pinturas, y Ugo d'Anversa, que hizo el panel de San Maria Nuova en Fiorenza. Este arte fue llevado a Italia por Antonello da Messina, que pasó muchos años en Flandes, y a su regreso de este lado de las montañas, cuando se detuvo a vivir en Venecia, lo enseñó allí a algunos amigos, uno de los cuales fue Domenico Veniziano, que luego lo llevó a Florencia, cuando pintó al óleo la capilla Portinari de Sancta Maria Nuova, donde lo aprendió Andrea da'l Castagno, quien lo enseñó a otros maestros, con los que el arte se amplió y adquirió, hasta Pietro Perugino, Lionardo da Vinci y Rafaello da Urbino, de modo que se ha reducido a esa belleza que nuestros artistas, por su misericordia, han adquirido. Esta manera de colorear enciende más los colores, y no se necesita nada más que diligencia y amor, porque el óleo en sí mismo trae el colorido más suave, más dulce y más delicado, y de una manera más fácil de mezclar y sombrear que los otros, y mientras está recién trabajado, los colores se mezclan y se unen más fácilmente unos con otros. Y en fin, de esta manera, los artífices dan hermosa gracia y vivacidad y brillo a sus figuras, hasta tal punto que muchas veces nos hacen creer que sus figuras están en relieve, y que salen de la mesa, y sobre todo cuando están pintadas con buen diseño, invención y bella manera. Pero este trabajo se hace de la siguiente manera: cuando quieren empezar, es decir, una vez que han enlucido las tablas o pinturas, las afeitan, y cuando han aplicado cuatro o cinco capas de cola muy dulce con una esponja, entonces muelen los colores con aceite de nuez o aceite de linaza (aunque el de nuez es mejor porque amarillea menos) y así molidos con estos aceites, que es su temple, no necesitan hacer nada más que extenderlo con el pincel. Pero es mejor hacer primero una mezcla de colores secantes, como el blanco de plomo, el amarillo y el tierra de campana, todo mezclado en un solo cuerpo y un solo color, y cuando la cola está seca, pegarla sobre la tabla, lo que muchos llaman imprimatura. Cuando esta técnica se ha secado, el artesano prosigue, o encalando el cartón, o dibujándolo con tiza blanca de sastre, y así en los primeros colores lo imbuye; lo que algunos llaman imprimatura. Y cuando ha terminado de cubrirlo todo, el artesano vuelve a terminarlo con gran pulimento, y aquí emplea su arte y diligencia para llevarlo a la perfección; y esto es lo que hacen los maestros de la pintura al óleo.
Capítulo XXII. De pintura al óleo en la pared que está
seca.
Cuando los artesanos quieren trabajar con óleo en una
pared seca, pueden hacerlo de dos maneras: una es raspar la pared, si ha sido pintada de blanco o al fresco o de otra manera; o si ha quedado lisa sin blanco, pero revocada, deben aplicar dos o tres manos de aceite hervido y cocido, continuando a ponerlo hasta que ya no quiera beber; y luego seco se aplica con una mano de mestica o imprimatura, como dijimos en el capítulo precedente a éste. Hecho esto y secado, los artesanos pueden fundir o dibujar y tal trabajo como la tabla lleva al fin, manteniendo continuamente mezclado en los colores un poco de barniz, porque haciendo esto, no pasa luego a barnizarlo. La otra manera es que el artesano haga un rizo del yeso más fino del mármol y del ladrillo que es limpio, y lo afeite con una paleta de modo que la pared siga siendo áspera. Luego le da una mano de aceite de linaza y después hace una mezcla de brea griega y masilla y barniz espeso en una piñata, y eso hervido, con una pluma grande se le da a la pared, luego se esparce sobre eso con un calcetín de pared que es fuego. Esto tapa los agujeros del rizo y hace una piel más unida para la pared. Y luego cuando está seco, se aplica con imprimatura o mestica, y se trabaja de la manera ordinaria del aceite, como hemos razonado.
Capítulo XXIII. De la pintura al óleo sobre lienzo.
Para poder transportar los cuadros de un país a otro,
los hombres han encontrado la conveniencia de los lienzos pintados, como los que pesan poco y son fáciles de transportar al enrollarlos. Los lienzos al óleo, para que sean maleables, no se pegan si no tienen que estar quietos, pues el yeso se agrieta en ellos al enrollarlos; por eso se hace una pasta de harina con aceite de nuez, y en ella se ponen dos o tres plomos blancos molidos, y cuando los lienzos tienen tres o cuatro capas de cola dulce, que ha pasado de un lado a otro, se aplica esta pasta con un cuchillo, y se rellenan todos los agujeros con la mano del artesano. Una vez hecho esto, se aplican una o dos capas de cola dulce, y luego se aplica la "mestica" o "imprimatura", y se pinta de la misma manera que las otras descritas anteriormente.
Capítulo XXIV. De pintar en piedra al óleo, y de que las
piedras son hueso.
El espíritu de nuestros maestros pintores ha crecido
siempre, de modo que, además de trabajar en las paredes, también se puede trabajar la coloración al óleo sobre la piedra. En la Riviera de Génova, han encontrado el tipo de losas que hemos mencionado en la arquitectura, que son muy adecuadas para esta necesidad; porque, al estar cerradas en sí mismas y tener un grano suave, toman la limpieza plana. Sobre éstas han pintado modernamente casi hasta el infinito y han encontrado la verdadera manera de poder trabajar sobre ellas. Luego han probado las piedras más finas, como las mezclas de mármol, serpentina y pórfido y otras semejantes, que, por ser lisas y bruñidas, se les pega el color. Pero en verdad, cuando la piedra es áspera y árida, se empapa mucho mejor y toma el aceite hervido y el color dentro, como algunos piperni suaves, que, cuando se golpean con hierro y no se amueblan con arena o piedra toba, se pueden alisar con la misma mezcla que dije en la piedra rizada, con esa paleta de hierro ardiente. Porque todas estas piedras no necesitan cola al principio, sino sólo una mano de imprimatura de color de aceite, ésta es la obra; y seca que está, se puede comenzar el trabajo a placer. Y quien desee hacer una historia al óleo sobre piedra, puede tomar una de esas losas genovesas y hacerlas cuadradas y fijarlas en la pared con alfileres sobre una incrustación de estuco, extendiendo bien el mortero sobre las juntas, de modo que se convierta en un plano entero del tamaño que el artesano necesite. Y ésta es la verdadera manera de acabar tales obras; y después de acabadas, se pueden hacer adornos de piedras finas, mezclas y otros mármoles, que son perdurables para siempre, siempre que se trabajen con diligencia; y se pueden y no se pueden pintar como a uno le plazca, porque la piedra no se seca, y no absorbe tanto como la tabla y el lienzo. Capítulo XXV. De la pintura en las paredes de claro y oscuro de varios terretes, y de cómo contrastar las cosas de bronce, y de las historias de terretes para arcos o para fiestas, con cola, que se llama gouache, y témpera.
Los pintores quieren que el claroscuro sea una forma de
pintura que se inspire más en el dibujo que en el colorido, que se ha obtenido de las estatuas de mármol, contrastándolas, así como de las figuras de bronce y de otras piedras diversas. Y esto han usado hacer en las fachadas de los palacios y casas en las historias, mostrando que aquellas son de mármol o piedra con aquellas historias esculpidas, o realmente contrastando aquellas clases de mármol y pórfido y piedra verde y granito rojo y gris o bronce u otras piedras, como mejor se adaptan a ellas en varias partes de esta manera; la cual es muy usada hoy para hacer las fachadas de las casas y palacios, así en Roma como en toda Italia. Estas pinturas se trabajan de dos maneras: primero al fresco, que es la verdadera manera, o en lienzos para arcos o festivales, que constituyen un bello espectáculo. Trataremos primero del tipo y clase de pintura al fresco, y luego hablaremos de la otra. Esta clase de terracota se usa para hacer jarrones, mezclándola con carbón molido u otro negro para hacer sombras más oscuras, y blanco trevertino con matices más oscuros y más claros, y se iluminan con blanco puro y se terminan con los últimos negros hasta los últimos oscuros; deben tener esta clase de orgullo, diseño, fuerza, vivacidad y bella manera y expresarse con un vigor que demuestre arte y no dificultad, porque pueden verse y conocerse desde lejos. También se imitan con éstas las figuras de bronce, que se embellecen con el campo de tierra amarilla y roja, y con negros, rojos y amarillos más oscuros, y con amarillo puro se hacen los medios, y con amarillo y blanco se iluminan. Y de éstos tienen los pintores las fachadas y las historias de aquellas con algunas estatuas intercaladas, que en este género tienen gran gracia. Las que se hacen para arcos, comedias o fiestas, se trabajan de manera que el lienzo es de loza, es decir, de aquella primera tierra pura para hacer jarrones, templada con cola, y es necesario que el lienzo esté mojado por detrás, mientras el pintor lo pinta, para que con aquel campo de loza se unan mejor lo oscuro y lo claro de su obra. Y es costumbre templar los negros de aquellos con un poco de témpera. Y para el blanco se usa plomo blanco y rojo para dar relieve a las cosas que parecen de bronce, y amarillo para aligerar el dicho plomo rojo. Y para los campos y para los oscuros las mismas tierras amarillas y rojas y los mismos negros, que dije al trabajar al fresco, que hacen mitad y sombra. También sombreamos con otros colores diferentes otras clases de claros y oscuros, como con terra d'ombra, que es de tierra verde, y amarilla y blanca; igualmente con terra nera, que es otra clase de tierra verde y negra, que llaman verdaccio. Capítulo XXVI. De los esgrafiados de las casas, que retienen el agua; lo que les haces y cómo trabajas los grotescos de las paredes.
Los pintores tienen otro género de pintura, que es
dibujar y pintar juntamente, y éste se llama esgrafiado y no sirve para otra cosa que para ornamentar las fachadas de las casas y palacios, que más brevemente se conducen con esta especia y se sostienen a las aguas seguramente. Pues todos los rasgos, en vez de dibujarse con carbón u otro material semejante, se dibujan con una plancha por la mano del pintor. Lo cual se hace de esta manera: toman la cal mezclada con la arena ordinaria, y con la paja quemada la tiñen de un color oscuro que viene en un medio color que dibuja en plata, y hacia lo oscuro un poco más de medio color, y con esto enlucen la fachada. Cuando han hecho esto y la han limpiado con el blanco de la cal del trevertino, la encalan toda, y una vez encalada, le espolvorean las caricaturas, o dibujan realmente lo que quieren hacer con ella. Y luego, afilando con hierro, decoran y tratan la cal, que, al ser negra por debajo, muestra todos los arañazos del hierro como señales de dibujo. Y es costumbre en los campos de éstos afeitar el blanco y luego tener un tinte de acuarela oscura muy aguada, y darlo a los oscuros, como si se diera a un papel; lo cual de lejos hace una hermosa vista; pero el campo, si hay grotescos o follaje, se bate, es decir, se sombrea con esa acuarela. Y este es el trabajo, que por estar rayado con hierro, los pintores lo han llamado esgrafiado. Hablemos ahora de los grotescos que se hacen en la pared, los que van en el campo blanco. Como no hay campo de estuco, porque la cal no es blanca, se cubren sutilmente por todas partes con un campo de blanco; y una vez hecho esto, se espolvorean y se trabajan al fresco con colores sólidos, porque nunca tendrían la gracia que tienen los trabajados sobre estuco. Las grotescas de este tipo pueden ser gruesas y finas, que se hacen de la misma manera que se hacen las figuras al fresco o en la pared.
Capítulo XXVII. Cómo se trabajan los grotescos en
estuco.
Los grotescos son un tipo de pintura muy licenciosa y
ridícula, hecha por los antiguos para la ornamentación de las habitaciones, donde en algunos lugares no servían más que las cosas del aire; Por esta razón, todas las pinturas monstruosas fueron hechas por la extrañeza de la naturaleza y por el capricho y antojo de los artesanos, que hacen estas cosas sin ninguna regla, colgando un peso de un hilo muy delgado que no se puede sostener, las patas de hojas sobre un caballo, las patas de grullas sobre un hombre, e innumerables pañuelos y gorriones; y quien las imaginaba más extrañamente era considerado el más talentoso. Luego los montaban, y para frisos y adornos hacían hermosos andares; así mezclaban el estuco con la pintura. Y hasta tal punto llegó esta práctica, que en Roma y en todos los lugares donde residieron los romanos, aún se conserva algún vestigio de ella. Y, en efecto, tocadas con oro y talladas con estuco, son una obra gozosa y deliciosa de contemplar. Se trabajan de cuatro maneras: una trabaja en estuco liso, la otra hace los ornamentos únicamente en estuco y pinta las historias en los compartimentos y los grotescos en los frisos; la tercera hace las figuras en parte trabajadas en estuco y en parte pintadas en blanco y negro, contrastando camafeos y otras piedras. Y de esta especia de grotescos y estucos se han visto y se ven tantas obras trabajadas por los modernos, que con gran gracia y belleza han adornado los edificios más notables de toda Italia, que los antiguos quedan vencidos por gran espacio. Y el último trabaja en acuarela sobre estuco, abarcando con ella la luz y sombreándola con diversos colores. De todos estos tipos, muy defendidos por el tiempo, se pueden ver antiguos en infinidad de lugares de Roma y en Pozzuolo, cerca de Nápoles. Y además, este último tipo se puede trabajar muy bien con colores sólidos al fresco, y se deja el estuco blanco como campo para todos estos, que en verdad tienen en sí mismos hermosa gracia; y entre ellos hay países mixtos, que les dan mucha alegría, así como historias de pequeñas figuras coloreadas. Y hay hoy en Italia muchos maestros de esta clase, que hacen profesión de ellos y son excelentes en ellos. Capítulo XXVIII. Del modo del método de dorado y un mordiente y otros métodos.
Era un secreto verdaderamente hermoso y una
investigación sofisticada encontrar la manera de batir el oro en láminas tan finamente que por cada mil piezas batidas, a un octavo de la longitud de un brazo por cada lado, sólo bastaran seis scudi entre el artificio y el oro. Pero no era menos ingenioso encontrar la manera de extenderlo tanto sobre el yeso que la madera u otro material que hubiera debajo pareciera una masa de oro. Esto se hace de la siguiente manera: se enluce la madera con yeso muy fino, mezclado con cola antes dulce que cruda, y se aplica espesamente en varias capas, según que la madera esté bien o mal trabajada. Además, la bole armenia, finamente molida con agua, se templa con clara de huevo, finamente batida con agua en ella; y la primera se hace aguada, o deberíamos decir líquida y clara, y la otra con más cuerpo. Luego se da con ella por lo menos tres veces sobre la obra, hasta que la tome toda bien. Y mojando de mano en mano con un pincel donde se da el bolo, se pone el pan de oro, que inmediatamente se pega a ese manantial. Y cuando está soppasso, no seco, se bruñe con un colmillo de perro o de lobo, hasta que queda lustroso y hermoso. También se bruñe de otra manera, que se llama mordiente, que se usa en toda clase de cosas, piedras, maderas, paños, metales de todas especias, telas y bordados; y no se bruñe como el primero. Este mordiente, que es el maestro que lo sujeta, se hace de pinturas al óleo secas de varias clases y aceite hervido con barniz en él, y rinde la madera que primero ha tenido dos manos de cola. Y cuando se da así el mordiente, no en fresco, sino a medio secar, se le pone pan de oro. También se puede hacer lo mismo con el orminiaco cuando se tiene prisa, pues mientras se da es bueno; y esto es más útil para hacer sillas de montar, arabescos y otros adornos. Y también se muele de estas hojas en un vaso de vidrio con un poco de manzana y goma, lo que usan los miniaturistas y otros innumerables, que se deleitan con el pincel para hacer las más finas y sutiles iluminaciones en las pinturas. Y todos estos son bellos secretos, pero a causa de su copia no se les tiene mucho en cuenta.
Capítulo XXIX. Del mosaico de vidrio, y a lo conocido,
lo bueno y lo alabado.
Habiendo dicho extensamente en el capítulo VI lo que
es el mosaico y cómo se hace, y continuando aquí con lo que es propio de la pintura, decimos que es verdaderamente una gran habilidad juntar las piezas tan estrechamente que parezcan desde lejos una honrosa y hermosa pintura. En este género de obras se requiere gran práctica y juicio, así como la más profunda inteligencia en el arte de dibujar; porque quien oscurece el mosaico en sus dibujos por la copia y abundancia de demasiadas figuras en las historias, y por los muchos y pequeños detalles de las piezas, las confunde. Y por eso es necesario que el dibujo de los cartones que se hacen para ello sea abierto, amplio, fácil, claro, y de bondad y bella manera continuada. Y el que entiende en el dibujo la fuerza del aleteo y de dar poca luz y mucha oscuridad haciendo en ellos ciertos cuadros o campos, él sobre todos los demás lo hará hermoso y bien ordenado. Quiere que el mosaico alabe la claridad en sí, con cierta oscuridad unida hacia las sombras, y quiere que se haga con gran discreción, el ojo lejos, a lo que lo estima pintura y no marquetería de encargo. Por eso los mosaicos, que tendrán estas partes, serán buenos y alabados por todos; y es cierto que el mosaico es la pintura más duradera que existe. De modo que la otra se marchita con el tiempo, y ésta, al hacerse continuamente, se enciende, y además, la pintura carece y se consume por sí misma, mientras que el mosaico, por su larguísima vida, casi puede llamarse eterno. De ahí que percibamos en él no sólo la perfección de los viejos maestros, sino también la de los antiguos, por medio de aquellas obras que ahora se reconocen como de su época.
Cuando los hornos de vidrio están dispuestos y las ollas
llenas de vidrio, se dan los colores a cada olla; procurando siempre que de un blanco claro, que tiene cuerpo y no es transparente, se conduzcan de mano en mano los más oscuros, de la misma manera que se hacen las mezclas de colores para la pintura ordinaria. Luego, cuando el vidrio está cocido y bien sazonado, y los mestizos están conducidos y claros y oscuros y de toda razón, con unas cucharas largas de hierro se saca el vidrio caliente y se pone sobre un mármol plano y encima con otro pedazo de mármol se aplasta parejo, y se hacen las ruedas, que son igualmente planas y quedan la tercera parte del grueso de la altura de un dedo. Luego, con una boca de perro de hierro, se cortan trozos cuadrados, y otros los rompen con un hierro candente, quebrándolos a su manera. Los mismos trozos se hacen largos y se cortan con un esmeril; se hace lo mismo con todos los vidrios que se necesitan, y se llenan con ellos las cajas y se guardan en orden, como se hace con los colores cuando se quiere trabajar con frescos, que se guardan por separado en varios cuencos para los colores más claros y más oscuros para trabajar. Y hay otra clase de vidrio, que se usa para el campo y para las lámparas del paño, que se pone en oro; éste, cuando lo quieren dorar, toman aquellas planchas de vidrio que han hecho y con agua de goma mojan toda la plancha de vidrio y luego le ponen las piezas de oro. Hecho esto, ponen el plato en una pala de hierro y eso en la boca del horno, cubriendo primero con un vidrio delgado todo el plato de vidrio, que han puesto con oro, y hacen estas tapas o de tazones o como frascos rotos, de manera que una pieza cubra todo el plato. Y la tienen tanto en el fuego, que se pone casi roja, y en un rato cuando la sacan, el oro viene con un agarre admirable a imprimirse en el vidrio y a detenerse, y aguanta a las aguas y a toda tempestad; luego ésta se corta y ordena como la otra de arriba. Y para pararlo en la pared suelen hacer cartones de colores, otros sin color; los cuales cartones calcinan o marcan pieza por pieza en el estuco, y luego van cometiendo poco a poco lo que quieren hacer en el mosaico. Esta masilla, para ponerla espesa sobre la obra, espera dos y cuatro días, según la calidad del tiempo; y la hacen de trevertino, cal y ladrillo machacado, dragants y clara de huevo, que mantienen blanda continuamente con trozos húmedos; Y así, trozo a trozo, cortan el cartón en la pared y lo dibujan en el estuco, calculándolo, hasta que luego, con ciertas clavijas, toman los pedacitos de esmalte y los meten en el estuco, y alumbran los lumbres, y dan las mitades a los medios y los oscuros a los oscuros, contrastando las sombras, los lumbres y las mitades minuciosamente como en el cartón; y así trabajando diligentemente, llegan poco a poco a la perfección. Y el que la dirige más de cerca para que quede limpia y nivelada, es más digno de alabanza y se le tiene en mayor estima que a los demás. Porque hay algunos que son tan diligentes con el mosaico, que lo conducen de tal manera que parece una pintura al fresco. Esto endurece tanto el vidrio del estuco, que dura indefinidamente; como puede verse en los antiguos mosaicos de Roma y en los de antaño; y los modernos han hecho obras maravillosas en ambos lados. Capítulo XXX. De las historias y las figuras que se ven en los adoquines, a imitación de las cosas de la luz y la oscuridad.
Nuestros maestros modernos han añadido a la musaica
de las pequeñas piezas otra musaica de mármol comprometido, que contrarresta las historias pintadas en claroscuro. Y esto ha provocado el más ardiente deseo de que quede en el mundo para los que vengan después, si se extinguen las otras especias de la pintura, una luz que mantenga encendida la memoria de los pintores modernos; Y así, con admirable maestría, han pintado tan grandes historias que no sólo podrían colocarse en los suelos por donde se camina, sino que también podrían incrustarse en los paramentos de muros y palacios, con tan bello y maravilloso arte, que no sería posible que el tiempo desgastase los dibujos de los que son raros en esta profesión. Como se puede ver en la Catedral de Siena, comenzada primero por Duccio Sanese y luego por Domenico Beccafumi en nuestros días y seguida y aumentada. Este arte tiene tanto de bueno, de nuevo y de perdurable, que poco más se puede desear en cuanto a bondad y belleza para la pintura en blanco y negro. Su composición es de tres tipos de mármol, que vienen de las montañas de Carrara, uno de los cuales es blanco muy fino y cándido, el otro no es blanco, sino que cuelga en lívido, que hace una mitad de aquel blanco, y el tercero es un mármol gris de un tinte que dibuja en plata, que sirve de oscuro. De éstos, si se quiere hacer una figura, se hace una cartela de claros y oscuros con los mismos tintes; y hecho esto para los alrededores de aquellos oscuros y claros en sus lugares, se pone diligentemente el claro de aquel mármol blanco en medio, y asimismo el oscuro y el claro junto al medio según los mismos alrededores que el artista ha hecho en la cartela. Y cuando todos los trozos del mármol, tanto claros como oscuros, han sido trabajados juntos y aplanados por encima, el escultor, que ha hecho la caricatura, toma un pincel de negro templado, cuando todo el trabajo ha sido trabajado junto en el suelo, y lo esboza todo sobre el mármol y lo superpone donde están los oscuros, de tal manera que perfila, esboza y superpone con la pluma un papel que ha sido dibujado en claro u oscuro. Hecho esto, el escultor viene a ahuecar con los hierros todas aquellas pinceladas y trazos que ha hecho el pintor, y toda la obra se ahueca allí donde ha dibujado el pincel en negro. Terminado esto, se van tapiando trozo a trozo, y cuando están terminados, con una mezcla de pegola negra hervida o asfalto y tierra negra, se van rellenando todos los huecos que ha hecho el escarpello; y cuando el material está frío y ha prendido, con trozos de toba se quita y consume lo que sobra; y con arena, ladrillos y agua se va rodando y nivelando, para que todo quede en un mismo nivel, que es el propio mármol y el relleno. Una vez hecho esto, la obra queda de tal manera que realmente parece una pintura plana, y tiene en sí misma una gran fuerza con arte y habilidad. Por lo tanto, se ha hecho muy popular por su belleza, y también ha provocado que muchos suelos de habitaciones hoy en día estén hechos de ladrillos, una parte de los cuales está hecha de tierra blanca, la que se vuelve azul cuando está fresca, y cuando se hornea se vuelve blanca; y la otra parte de ladrillo ordinario, que se vuelve rojo cuando se hornea. Con estos dos tipos de ladrillos se han hecho suelos de diversas maneras, como puede verse en las habitaciones papales de Roma en tiempos de Rafael de Urbino, y ahora en muchas habitaciones del castillo de San Agnolo, donde con los mismos ladrillos se han hecho motivos de lirios, piezas de mármol que muestran las armas del papa Pablo y otros muchos motivos, que se han hecho con tanta diligencia que nadie podría pedir más belleza a una obra tan magistral. Y de todas estas cosas comprometidas fue la causa del primer mosaico.
Capítulo XXXI. De la carpintería, es decir de las
incrustaciones, y de las historias que se hacen de madera teñida y comprometida a guisa de pinturas.
Lo fácil que es añadir algo nuevo a las invenciones del
pasado, que siempre se ha encontrado, lo demuestran claramente no sólo las citadas incrustaciones de los suelos, que sin duda proceden del mosaico, sino también la propia marquetería y las figuras de tantas cosas diferentes, que, como el mosaico y la pintura, fueron hechas por nuestros antepasados con pequeños trozos de madera unidos en las tablas de nogal y coloreados de forma diferente; lo que los modernos llaman taracea, aunque en el pasado se trataba de incrustaciones de madera. Lo mejor que se hizo en esta especia fue en Florencia en tiempos de Filippo di Ser Brunellesco y más tarde de Benedetto da Maiano. Éste, sin embargo, juzgándolas inútiles, se desprendió completamente de ellas, como se dirá en su vida. Pero Fra' Giovanni Veronese, que dio grandes frutos en ellas, las mejoró mucho, dando varios colores a la madera con agua hervida y tintes y con aceites penetrantes, para que los colores claros y oscuros de la madera variaran de forma diferente, como en el arte de la pintura, e iluminando sus obras con madera de silio muy blanca. Este trabajo se originó primeramente en las perspectivas, porque aquellas tenían un término de cantos vivos, que, al unirse las piezas, hacían que el perfil y todo el pia|no de su obra parecieran de una sola pieza, si hubieran sido más de mil. Sin embargo, los antiguos también trabajaron con esto en las incrustaciones de las piedras finas, como se ve claramente en el pórtico de San Pedro, donde hay una jaula con un pájaro en un campo de pórfido y otras piedras diversas, comprometido en que con todo el resto de la staggi y otras cosas. Pero como la madera es más fácil y mucho más blanda para este trabajo, nuestros maestros pudieron trabajarla más abundantemente y de la manera que quisieron. Para hacer las sombras solían curtirlas con fuego por un lado, que imitaba bien la sombra; pero los otros usaban entonces aceite de azufre y agua de azufre, y agua de arsénico, con que daban aquellas tinturas que ellos mismos querían; como puede verse en las obras de Fra Damiano en San Domenico de Bolonia. Y porque esta profesión no consiste sino en dibujos aptos para este ejercicio, llenos de casas y cosas que tienen rasgos cuadrados, y se les puede dar fuerza y relieve por medio de claros y oscuros, siempre la han hecho personas que tienen más paciencia que dibujo. Y así se han hecho muchas obras, y se han trabajado historias de figuras, frutas y animales en esta profesión, que son en verdad muy vivas; pero como se ennegrecen pronto y no contrastan sino con la pintura, siendo menos que ésta y poco duraderas a causa de las carcomas y del fuego, se pierde el tiempo en vano, aunque sean loables y magistrales.
Capítulo XXXII. De la pintura de vidrieras y de cómo se
conducen con clavijas y hierros para sostenerlas sin estorbar a las figuras.
Los antiguos tenían ya la costumbre, pero para los
grandes hombres o al menos para los hombres de alguna importancia, de cerrar las ventanas de tal manera que sin impedir la luz, no pudiesen entrar ni el viento ni el frío; y esto sólo en sus baños, en sus salas de sudor, en sus estufas y en otros lugares cerrados, cerrando las aberturas o compartimientos de aquellos con algunas piedras transparentes, como ágatas, alabastros y algunos mármoles blandos, que se mezclan o que dibujan al amarillo. Pero los modernos, que en mucho mayor número han tenido hornos de vidrio, han hecho ventanas de vidrio, de ojos y de placas, a semejanza o imitación de las que los antiguos hacían de piedra. Y con estacas clavadas por todas partes, las han asegurado y sujetado entre sí; y con algunos hierros colocados en las paredes para este fin o realmente en los marcos de madera, las han armado y sujetado como diremos. Y donde al principio se hacían simplemente de ojos blancos y esquinas blancas o coloreadas, los artesanos imaginaron entonces hacer un mosaico de las figuras de este vidrio, diferentemente coloreadas y pintadas. Y tal ha sido la decadencia del ingenio en esto, que ahora vemos llevar este arte de las vidrieras a la misma perfección a que se llevan las bellas pinturas en tablas, unidas de color y limpiamente pintadas; como lo demostraríamos ampliamente en la vida de Guillermo de Marzilla de Francia. Los flamencos y los franceses han trabajado mejor en este arte que otras naciones; porque ellos, como investigadores de las cosas del fuego y del color, han reducido al fuego los colores que se ponen sobre el vidrio, para que el viento, el aire y la lluvia no los ofendan en nada. Donde ya solían pintar aquellos con colores velados con goma y otras témperas, que con el tiempo los hacían huir, y los vientos, nieblas y aguas los arrastraban de modo que no quedaba más que el simple color del vidrio. Pero en la época presente vemos este arte conducido a ese grado supremo, más allá del cual apenas se puede desear perfección alguna de finura, belleza o cualquier particularidad que pueda servir a este fin; con una delicada y suprema vaguedad, no menos saludable para asegurar las habitaciones de los vientos y malos aires, que útil y conveniente por la luz clara y rápida que se presenta. Es verdad que para que lo sean, son necesarias ante todo tres cosas: una luminosa transparencia en el vidrio elegido, una bella composición de lo que se trabaja en él y una coloración abierta sin confusión alguna. La transparencia consiste en poder elegir un vidrio luminoso en sí mismo. Y en esto, los franceses o los Fiaminghi son mejores que los venecianos: porque los Fiaminghi son muy claros y los venecianos están muy llenos de color. Y los que son claros, ensombreciéndolos con oscuros, no pierden del todo la luz, para que no transpiren en sus sombras. Pero las venecianas, siendo oscuras por su naturaleza y oscureciéndolas más con las sombras, pierden del todo su transparencia. Y aunque muchos se deleitan en tenerlos cargados de colores, artificialmente sobrepuestos, que, batidos por el aire y el sol, muestran algo más bello que los colores naturales, es, sin embargo, mejor tener vidrios claros por naturaleza que oscuros, para que el espesor del color no los oscurezca.
Para llevar a cabo este trabajo, es necesario hacer
dibujar una viñeta con perfiles, donde se encuentran los contornos de los pliegues de los paños y de las figuras, indicando dónde se ha de colocar el vidrio. Luego se toman las piezas de vidrio, rojas, amarillas, azules y blancas, y se dividen según el diseño por paños o por complexiones, según lo requiera la necesidad. Y para reducir cada lámina de vidrio a las medidas dibujadas en el cartón, se marcan dichas piezas en dichas láminas, colocadas sobre dicho cartón, con un pincel de plomo blanco; y a cada pieza se le asigna su número, para encontrarla más fácilmente al cometerla, números que se quitan al terminar el trabajo. Hecho esto, para cortarlas a medida, se toma un hierro de punta afilada, con cuya punta, habiendo hecho primero con una punta de esmeril una ligera muesca en la primera superficie por donde se desea comenzar, y con un poco de saliva humedecida con ella, se recorre con este hierro la superficie, pero a poca distancia. Y poco a poco, moviendo la citada plancha, el cristal se va inclinando y sobresaliendo de la plancha. Luego, con una punta de esmeril, se vuelven a afilar las piezas y se quitan los trozos superfluos; y con una plancha, que se llama grisalla o ratonera, se van gubiando los alrededores dibujados, de manera que queden lo justo para poder unirlos por todas partes. Así, una vez hechas las piezas de vidrio, se colocan en una mesa plana sobre el cartón, y se empieza a pintar la sombra sobre los paños, que ha de hacerse con virutas de hierro molido y otro óxido que se encuentra en los pozos de hierro, que es de color rojo, y con esto se sombrea la carne, cambiándola a negro y rojo según convenga. Pero primero es necesario velar todo el vidrio con ese rojo, y con ese negro hacer lo mismo con los paños, templándolos poco a poco con goma, pintándolos y matizándolos según sea el cartón. Y después, una vez pintados, si se les quiere dar una luz verdadera, se tiene un pincel de cerdas cortas y finas, y con él se raya el vidrio en la luz, y se quita el paño que había dado el primer color, y con el pincel se encienden los cabellos y las barbas y las ropas y las casas y los pueblos como se quiera. Hay, sin embargo, muchas dificultades en este trabajo, y quien se deleita en él puede poner varios colores en el vidrio, porque, marcando sobre un color rojo un follaje o cosa diminuta, queriendo que se coloree con otro color al cocer, se puede fundir ese vidrio tanto como aguante el follaje, con la punta de un hierro, que quita la primera astilla de vidrio que es la primera esmerilada y no la pasa, porque haciéndolo así queda el vidrio blanco de color, y si luego se le da ese rojo hecho de varias mezclas, que se vuelve amarillo al cocer, por fluir. Y esto se puede hacer sobre todos los colores, pero el amarillo es mejor sobre blanco que sobre otros colores, sobre azul se vuelve verde al cocerlo, porque el amarillo y el azul mezclados hacen el color verde. Este amarillo no se da nunca más que en el reverso, donde no se pinta, porque al mezclarlo se correría y se mezclaría con el que, al cocerlo, queda encima del rojo espeso, que, raspado con una plancha, deja el amarillo. Una vez pintado el vidrio, se ha de poner en una cacerola de hierro con un suelo de ceniza machacada y cal cocida mezclada; y de suelo a suelo, se pone también el vidrio y se cubre con la misma ceniza, y luego se pone en la cocina, que se calienta poco a poco a fuego lento, para que la ceniza y el vidrio se inflamen, porque los colores, que están en él, se oxidan y fluyen y se fijan en el vidrio. Y en esta cocción debe emplearse gran diligencia, porque un fuego demasiado violento haría que se agrietasen, y el poco no las chamuscaría. Tampoco se deben sacar hasta que la sartén o cazuela donde están no esté toda al fuego, y se deben untar con unas muestras para que se vea cuando se ha desteñido el color.
Una vez hecho esto, se funden los plomos en ciertas
formas de piedra o hierro, que tienen dos canales, es decir, uno a cada lado, en los que se coloca y sujeta el vidrio. Y se cepillan y se dirigen, y luego en una tabla se clavan, y pieza por pieza se empalma toda la obra en varios cuadrados, y todas las uniones de los plomos se sueldan con soldadura de estaño; Y en algunos de los travesaños, donde van los hierros, se empalman alambres de cobre, para que puedan sujetar y atar la obra; la cual va provista de hierros que no son rectos, sino torcidos según las uniones de las figuras, para que no obstruyan la vista. Estos se clavan en los hierros que sostienen el conjunto. Y no se hacen cuadrados, sino redondos, para que no impidan la vista. Y desde fuera se colocan en las ventanas, y en los agujeros de las piedras se empalman, y con alambre de cobre, que se suelda a las clavijas de las ventanas, se atan fuertemente. Y para que los niños u otros impedimentos no las estropeen, se coloca detrás de ellas una red de fino alambre de cobre. Estas obras, si no estuvieran hechas de un material demasiado quebradizo, durarían al mundo un tiempo infinito. Pero para ello el arte no es difícil, es artificial y bello. Capítulo XXXIII. Del nielado y de cómo se hacen impresiones en cobre para él; y de cómo se talla la platería para hacer esmaltes de bajo relieve, y de igual modo se cincela la tosquedad.
El niello, que no es otra cosa que un boceto dibujado y
pintado sobre la plata, como se pinta y esboza sutilmente con la pluma, lo hallaron los orfebres hasta el tiempo de los antiguos, como veían huecos con hierros llenos de mezcla en su oro y plata. Esto se dibuja con el estilo en la plata, que es plana, y se labra con el buril, que es un hierro cuadrado, cortado como un clavo de una de las esquinas a la otra por isbiecum, el cual, descendiendo hacia una de las esquinas, lo hace más y más agudo por dos lados y la punta de él se desliza y labra muy finamente. Con esto se hacen todas las cosas, que se labran en los metales, para llenarlas o dejarlas voto, según la voluntad del artífice. Cuando han labrado y acabado con el buril, toman plata y plomo, y hacen de ello en el fuego una cosa, que junta es de color negro y muy quebradiza y muy delgada para correr. Esto se machaca y se pone sobre la plancha de plata donde está la talla, que debe estar bien limpia, y cuando se pone cerca del fuego de leña verde, soplando con fuelles, los rayos de la plata se golpean donde está el nielado. El nielado, en virtud del calor, fundiéndose y fluyendo, rellena todas las tallas que había hecho el buril. Luego, cuando la plata se ha enfriado, lo superfluo se raspa diligentemente con rasquetas y se va desgastando poco a poco con piedra pómez, frotando con las manos y con cuero para que se elimine el verdadero plano y el conjunto quede limpio. El florentino Maso Finiguerra, poco común en este oficio, trabajó admirablemente en ello, como lo demuestran algunas pinturas nieladas en San Giovanni di Fiorenza, consideradas admirables. De este grabado en buril salieron los grabados en cobre de los que hoy vemos tantos mapas italianos y alemanes por toda Italia; así como en las planchas de plata, antes de rellenarlas de niel, se imprimían con tierra y se echaban con azufre, así los impresores encontraron la manera de hacer mapas en planchas de cobre con el tórculo, tal como hoy los hemos visto impresos.
Hay otro género de trabajo en plata o en oro, llamado
comúnmente esmalte, que es una especia de pintura mezclada con escultura; se usa donde se pone agua, para que los esmaltes queden en el fondo. Esto, teniendo que trabajar sobre el oro, necesita oro muy fino, y sobre la plata, plata al menos en la aleación de las joyas. Y esta manera es necesaria para que el esmalte pueda permanecer allí y no se corra a otra parte sino en su lugar: es necesario dejar los perfiles de plata, para que sean finos y no se vean por encima. De esta manera se hace un relieve plano, y al contrario del otro; para que, cuando se le pongan los esmaltes, tome lo oscuro y lo claro de éstos de la altura y de lo bajo de la talla. Luego se toman esmaltes de vidrio de varios colores, que se fijan diligentemente con un martillo, y se guardan en cuencos con agua muy clara, separados y distintos unos de otros. Y téngase en cuenta que los que se usan para el oro son distintos de los que se usan para la plata, y se llevan a cabo de esta manera: con una espátula de plata muy fina se toman los esmaltes por separado y con limpieza se extienden en sus lugares; y se pone y vuelve a poner toda la cantidad, según se vaya arañando, tanto como sea necesario. Una vez hecho esto, se prepara una olla de barro, hecha al efecto, que está llena de agujeros por todas partes y tiene una abertura delante; y se coloca en ella la mufola, es decir, una pequeña tapa de barro con un agujero, para que las brasas no caigan al fondo; y de la mufola para arriba, se llena de brasas de roble pavo y se enciende como de costumbre. En el hueco que queda debajo de dicha tapa, sobre una plancha de hierro muy fina, se coloca la cosa esmaltada para que vaya sintiendo el calor poco a poco, y se mantiene allí tanto que al derretirse los esmaltes, fluyan por todas partes casi como el agua. Hecho esto, se deja enfriar, y luego con una piedra pequeña de ceniza, que es una piedra que se usa para dar hilo a los hierros, se frota con riñón de vidrio, y con agua clara, hasta que se remueva su superficie; y cuando se termina de remover todo, se vuelve a poner en el mismo fuego, que el lustre al fluir la otra vez le da por todas partes. Hay otra clase hecha a mano, que se limpia con tiza de Tripoli y un pedazo de cuero, de la cual no se hace mención; pero yo la he hecho, porque, siendo una obra de pintura, como las otras, me ha parecido oportuna. Capítulo XXXIV. De la tausia, es decir, del trabajo del damasco.
A imitación de los antiguos, los modernos han
encontrado también una nueva manera de tallar los metales con plata u oro, haciendo en ellos trabajos planos, de medio o bajo relieve; y en esto han avanzado mucho. Y así hemos visto en el acero obras talladas en tausia, llamadas también damasquinadas, que se trabajan excelentemente en Damasco y en todo el Levante. De ahí que veamos hoy muchos bronces y latones y ramas, tallados en plata y oro con arabescos, procedentes de tales países; y en la antigüedad hemos visto anillos de acero con medias figuras en ellos y follajes. Y de esta clase de trabajo, en nuestro tiempo, hemos hecho armaduras para la lucha, todas labradas con arabescos de oro, y asimismo estribos, arcos de silla de montar y mazas de hierro; y ahora están muy de moda los herrajes para espadas, puñales, cuchillos y cualquier hierro que haya de ser ricamente ornamentado y decorado: El hierro se ahueca en un cuadrado y el oro se martilla en el cuadrado, que primero se corta como una lima fina, para que el oro entre en los huecos de la lima y permanezca allí. Luego con hierros se tiñe o con gasas de hoja o con torneado de lo que se quiera; y todas las cosas con hilos de oro pasados por el alambre se voltean con el hierro y con el martillo se martillan y se paran de la manera descrita anteriormente. Hay que notar, sin embargo, que los hilos son más gruesos y las hebras más finas, para que se sujeten mejor. En esta profesión innumerables genios han hecho cosas dignas de alabanza y tenidas por maravillosas: y por eso no he querido dejar de mencionarlas, ya que dependen de la obra misma, y puesto que la escultura y la pintura son cosas que derivan del dibujo.
Capítulo XXXV. De las estampas de madera y del modo
de hacerlas y del primer inventor de las mismas y de cómo con tres estampas se forman las cartas, que parecen diseñadas y muestran el brillo, el medio y la oscuridad.
El primer inventor de las xilografías de tres piezas, para
mostrar, además del dibujo, las sombras, los medios y la luz, fue Ugo da Carpi, quien, a imitación de las estampas de cobre, encontró la manera de hacerlas, tallándolas en madera de peral o de bossolo, que son excelentes en este aspecto sobre todas las demás maderas. Las hizo, pues, en tres piezas, colocando en la primera todo lo delineado y bosquejado, en la segunda todo lo que se tiñe por el lado del contorno con acuarela para sombra, y en la tercera la luz y el campo, dejando el blanco del papel en lugar de la luz y tiñendo el resto para campo. Este, donde están la luz y el campo, se hace de esta manera: se toma un papel impreso con el primero donde están todos los trazos y las pinceladas, y tan recién impreso, se pone sobre la tabla del peral, y se frota encima con otras hojas que no estén mojadas, de manera que la que está fresca deje sobre la tabla el tinte de todos los trazos de las figuras. Y luego el pintor toma el blanco de plomo con goma y pone las luces en el peral; las cuales, dadas, el grabador ahueca con los hierros según la marca. Y esta es la estampa, que se usa en primer lugar porque hace las luces y el campo, cuando está impregnada de color al óleo; y por medio de la tintura, deja todo el color, excepto donde está ahuecado, que queda el papel blanco. La segunda, pues, es la de las sombras, que es toda plana y toda teñida con acuarela, excepto donde no han de estar las sombras, pues allí se ahueca la madera. Y la tercera, que es la primera que se forma, es aquella en que el perfil del conjunto está todo hueco, excepto donde los perfiles no son tocados por el negro de la pluma. Estos se imprimen en el torculo, y se vuelven a poner por debajo tres veces, es decir una vez por cada impresion, para que tengan la misma respuesta. Y ciertamente fue un bello invento.
Todas estas profesiones y artes ingeniosas se puede ver
que derivan del diseño, que es la cabeza necesaria de todas ellas, y sin él no se tiene nada. Porque si todos los secretos y caminos son buenos, el mejor es aquel por el cual toda cosa perdida se encuentra, y toda cosa difícil se hace fácil, como veréis cuando leáis la vida de los artesanos, que, ayudados de la naturaleza y del estudio, han hecho cosas superiores a las humanas sólo con el dibujo. Y así, terminando aquí la introducción a las tres artes, quizá tratadas más extensamente de lo que pensaba al principio, paso a escribir las Vidas. PROEMIO DE LAS VIDAS.
No dudo en absoluto que es opinión común y muy
cierta de casi todos los escritores que la escultura y la pintura fueron halladas naturalmente primero por los pueblos de Egipto, y que hay otros que atribuyen a los caldeos los primeros bocetos de mármol y los primeros relieves de estatuas, como también atribuyen a los griegos la invención del pincel y del colorido. Pero diré bien que el ser de uno y otro arte y diseño, que es el fundamento de ellos, o más bien la misma alma que concibe y nutre en sí todas las partes del intelecto, fue perfectísima en el origen de todas las demás cosas, cuando el Dios altísimo hizo el gran cuerpo del mundo, y adornó los cielos con su luz más brillante, descendió con su intelecto hasta la claridad del aire y la solidez de la tierra, y, formando al hombre, descubrió con la vaga invención de las cosas la primera forma de la escultura y de la pintura; De la cual el hombre entonces, poco a poco (pues no se puede decir lo contrario), como de un verdadero ejemplar, se tallaron las estatuas y las esculturas, y la dificultad de las actitudes y de los contornos, y para las primeras pinturas (cualesquiera que fuesen) la suavidad, la unión y la armonía discordante que hacen la luz y la sombra. El divino arquitecto del tiempo y de la naturaleza, siendo perfectísimo, quiso mostrar en la imperfección de la materia el modo de añadir y quitar del mismo modo que acostumbran a hacerlo los buenos escultores y pintores, que en sus modelos, añadiendo y quitando, reducen los bocetos imperfectos al fin y perfección que desean. Les dio colores vivos de carne, en los que sacó los mismos colores de las minas de la tierra, para falsificar todas las cosas que aceptan en las pinturas. Es verdad que no se puede afirmar con certeza que a imitación de tan bella obra de arte se hicieran los hombres antes del diluvio en estas artes, aunque parecería cierto creer que todavía esculpían y pintaban de todas maneras, puesto que Belus, el hijo del orgulloso Nebrot, unos CC años después del diluvio general mandó hacer la estatua de la que nació la idolatría; Y su famosa nuera Semiramis, reina de Babilonia, en la construcción de aquella ciudad, colocó entre los ornamentos de la misma, no sólo varias y diversas especies de animales retratados y coloreados al natural, sino también la imagen de sí misma y de Nino su marido, y las estatuas de bronce de su suegro y su suegra y de la suegra de su suegra, como nos dice Diodoro, llamándoles por los nombres de los griegos, que aún no eran Júpiter, Juno y Ope. De estas estatuas aprendieron los caldeos a hacer imágenes de sus dioses; luego, 150 años más tarde, cuando Raquel huyó de Mesopotamia junto con Jacob, su marido, se convirtieron en los ídolos de Labán, su padre, como relata claramente el Génesis.
Sin embargo, los caldeos no fueron los únicos en hacer
esculturas y pinturas, sino que los egipcios también lo hicieron, practicando estas artes con tanto estudio como lo demuestra el maravilloso sepulcro del antiquísimo rey Simandio, ampliamente descrito por Diodoro, y como lo demuestra el estricto mandamiento hecho por Moisés al salir de Egipto, de que bajo pena de muerte no se hicieran imágenes a Dios. Cuando bajó de la montaña, habiendo encontrado el becerro de oro hecho y solemnemente adorado por su pueblo, se sintió gravemente perturbado al ver los honores divinos concedidos a la imagen de una bestia, y no sólo la rompió y la redujo a polvo, sino que como castigo por tal error, hizo que los levitas mataran a muchos miles de los hijos elegidos de Israel que habían cometido esa idolatría. Pero como no era labrar estatuas, sino adorarlas, el pecado más escogido, leemos en el Éxodo que el arte del diseño y la estatuaria, no sólo del mármol, sino de toda clase de metales, fue dado por boca de Dios a Beseleel, de la tribu de Judá, y a Oliab, de la tribu de Dan, quienes hicieron los dos querubines de oro, y el candelabro, y el velo, y las fimbrias de las vestiduras sacerdotales, y muchas otras cosas hermosas echadas en el tabernáculo, sin otro fin que el de inducir a la gente a contemplarlas y adorarlas.
A partir de las cosas así vistas antes del Diluvio, el
orgullo de los hombres encontró la manera de hacer estatuas de aquellos a quienes deseaban que permanecieran inmortales para la fama. Y los griegos, que razonaron de otro modo sobre este origen, dicen que los etíopes encontraron las primeras estatuas, según Diodoro, y que los egipcios las tomaron de ellos, y de ellos los griegos, porque hasta la época de Homero se ve que la escultura y la pintura eran perfectas, como lo atestigua el escudo de Aquiles que ese divino poeta esculpió y pintó con todo arte más rápidamente que lo escrito. Lactancio Firmiano las atribuye a Prometeo, que a semejanza del gran Dios formó la imagen humana de un loto; y de él dice haber procedido el arte de las estatuas. Pero, según el relato de Plinio, este arte llegó a Egipto de Giges Iidius, quien, estando en el fuego y mirando la sombra de sí mismo, se delineó inmediatamente en la pared con un carbón en la mano; y desde aquella época durante mucho tiempo sólo se usaron las líneas sin cuerpos de color, como afirma el mismo Plinio; lo cual fue hallado por el egipcio Filocles con más esfuerzo y de modo semejante por Cleanthes y Ardice Corintio y Telefane Sicionius. Cleofanto el Corintio fue el primero entre los griegos que coloreó, y Apolodoro el primero que encontró el pincel. Le siguieron Polignoto Thasio, Zeusi y Timagora calcidese, Pithio y Aglaufo todos ellos muy famosos, y después de éstos el famosísimo Apeles, por Alejandro Magno tan estimado y honrado por esa virtud, ingeniosísimo investigador de calumnias y favores; como nos muestra Luciano, y como han sido siempre casi todos los pintores y escultores excelentes, dotados por el cielo la mayor parte de las veces, no sólo con el ornamento de la poesía, como leemos de Pacuvio, sino también de la filosofía, como vimos en Metrodoro, experto en filosofía además de en pintura, enviado por los atenienses a Paulo Aemilio para decorar su triunfo, quien se quedó a leer Filosofía a sus hijos.
La escultura, por lo tanto, fue muy practicada en Grecia,
en la que se encontraron muchos artesanos excelentes, y entre otros el ateniense Fidias, Prasiteles y Policleto fueron grandes maestros; asimismo Lisipo y Pyrgotheles en la talla de huecos fueron de gran valía; y Pigmaleón en el relieve de marfil, de quien se dice que impartía aliento y espíritu a la figura de la virgen que hacía. La pintura honró igualmente con premios a los antiguos griegos y romanos; grandes a quienes la hacían aparecer maravillosamente, lo probaron concediéndoles grandes ciudades y dignidades.
Tanto floreció este arte en Roma, que Fabio dio nombre
a su familia suscribiendo las cosas que tan vagamente pintaba en el templo de la Salute, y haciéndose llamar Fabio Pittore. Por decreto público, se prohibió que la gente fuese sirvienta de este arte en las ciudades, y el pueblo hizo tal honor al arte y a los artistas que las obras raras en los despojos de los triunfos, como cosas milagrosas, fueron enviadas a Roma, y los artistas excelentes fueron hechos sirvientes libres y reconocidos con honrosas recompensas por las repúblicas. Los mismos romanos tenían tal reverencia por estas artes, que, además del respeto que Marcelo quiso que se mostrase a un famoso artista al destruir la ciudad de Siracusa, cuando quisieron tomar la citada ciudad, tuvieron cuidado de no prender fuego a la parte donde había un hermoso panel pintado, que luego fue llevado a Roma en triunfo con gran pompa. Donde, en el espacio del tiempo, habiendo casi desnudado al mundo, redujeron a los mismos artesanos y a sus egregias obras, de las cuales Roma se hizo entonces tan hermosa, que en verdad las estatuas peregrinas le dieron gran ornato más que las estatuas domésticas y particulares, que se sabe que en Rodas, ciudad de una isla no muy grande, había más de tres mil estatuas de bronce y mármol. Los atenienses no tenían menos, sino muchas más las de Olimpia y Delfos y, sin número, las de Corinto, y todas eran hermosas y de gran precio. ¿No es sabido que Nicomedes, rey de Licia, por la codicia de una Venus, que estaba en manos de Prasiteles, consumió casi todas las riquezas del pueblo de allí? ¿No fue el mismo Atalo quien, para hacer pintar por Arístides la mesa de Baco, no tuvo cuidado de gastar en ella más de seis mil sestercios? Esta mesa fue colocada por Lucio Mummio en el templo de Ceres con gran pompa para adornar Roma.
Pero aunque la nobleza de este arte era tan apreciada,
aún no se sabe con certeza quién le dio su primer comienzo. Porque, como ya hemos dicho más arriba, es muy antiguo en los caldeos, algunos lo atribuyen a los etíopes y los griegos se lo atribuyen a sí mismos, y no sin razón podemos pensar que es tal vez más antiguo entre los toscanos, como lo atestigua nuestro León Batista Alberti, y lo aclara muy bien la maravillosa tumba de Porsena en Chiusi, donde no hace mucho se encontraron bajo tierra, entre las paredes del Laberinto, unas baldosas de terracota con figuras en relieve, tan excelentes y de tan bella factura que es fácil ver que el arte no se inició en aquella época, sino que, por la perfección de estas obras, estaba mucho más cerca de la cima que de los comienzos. Como se ve también en las numerosas piezas de esos jarrones rojos y negros de Arezzo, hechos hacia esa época, como puede juzgarse por la manera, con graciosas tallas y figurillas y escenas en bajo relieve, y muchas máscaras redondas sutilmente trabajadas por maestros de esa época, como muestra el efecto, muy practicantes y hábiles en ese arte. Las estatuas encontradas en Viterbo al principio del pontificado de Alejandro VI, demuestran que la escultura era de gran valor y no poca perfección en Toscana; y aunque no sabemos la época en que fueron hechas, podemos conjeturar con verdad, por la manera de las figuras y la de las tumbas y los edificios, así como por las inscripciones en las letras toscanas, que son muy antiguas y fueron hechas en una época en que las cosas aquí estaban en un buen y gran estado. Pero como la antigüedad de nuestras cosas, así como la de las griegas, etíopes y caldeas, es igualmente dudosa, y, además, es necesario basar el juicio de tales cosas en conjeturas, que no son tan débiles como para apartarse del blanco en todo, que no son ciertas, creo que no me he apartado de la verdad, y creo que todo el que considere discretamente esta parte juzgará, como yo lo hice al decir más arriba, que el principio de estas artes fue la misma naturaleza y el principio, o modelo, de la hermosa construcción del mundo y el maestro esa luz divina, infundida por una gracia singular en nosotros, que nos ha hecho no sólo superiores a los demás animales, sino semejantes (si es lícito decirlo) a Dios. Y si hemos visto en nuestro tiempo (como creo poder demostrarlo con muchos ejemplos dados hace poco) que simples niños, crudamente criados en los bosques, por el ejemplo de estas hermosas pinturas y esculturas de la naturaleza, con la vivacidad de su ingenio han comenzado a dibujar por sí mismos, cuánto más podemos y debemos pensar verdaderamente que los primeros hombres, ¿cuánto más se puede y se debe pensar de verdad, que los primeros hombres, que tan lejos estaban del principio y de la generación divina, eran mucho más perfectos y más ingeniosos, teniendo por guía la naturaleza, por maestro el más puro intelecto, y tan vago modelo del mundo, dieron origen a estas nobilísimas artes, y desde un pequeño principio, mejorándolas poco a poco, las llevaron finalmente a la perfección? No quiero negar que él no fue el primero que empezó, pues sé muy bien que el principio tuvo que venir de alguien en algún tiempo; ni negaré que fue posible que uno ayudara al otro y enseñara y abriera el camino al dibujo, al color y al relieve, pues sé que nuestro arte es enteramente una imitación de la naturaleza, y luego, para los que no pueden subir tan alto por sí mismos, de aquellas cosas que juzgan ser los mejores maestros de sí mismos. Pero digo bien que querer decir quiénes fueron éstos o éstos es cosa muy peligrosa de juzgar, y quizá no tan necesaria de saber, puesto que vemos la verdadera raíz y origen de donde brota. Porque, desde que las obras que son vida y fama de los autores, las primeras y las segundas y las terceras de mano en mano, por el tiempo que todo lo consume llegaron a su fin, y no siendo entonces los que las escribieron, no pudieron ser al menos conocidos por esa vía para la posteridad, los autores de aquellas obras llegaron a ser desconocidos; Pero desde que los escritores empezaron a recordar las cosas que habían sido antes que ellos, no pudieron hablar de aquellas de las que no habían podido tener conocimiento, de modo que los primeros entre ellos vinieron a ser aquellos cuya memoria se había perdido en último lugar. Así como el primero de los poetas, por común acuerdo, se dice que es Homero, no porque no hubiera ninguno antes que él, que lo fuera, si no tan excelente, y en sus propias obras está claro, sino porque todo conocimiento de aquellos primeros poetas, tales como fueron, se perdió hace dos mil años. Sin embargo, dejando atrás esta parte, demasiado incierta por su antigüedad, llegamos a las cosas más claras de su perfección y ruina y restauración y, para ser más precisos, renacimiento, que podemos discutir con mucho mejor fundamento.
Digo, pues, que es muy cierto que empezaron en Roma
tardíamente, si las primeras figuras fueron, sin embargo, como se dice, el simulacro de Ceres hecho de metal, de la propiedad de Spurius Cassius, quien, porque trataba de convertirse en rey, fue asesinado por su propio padre sin ningún respeto, y continuó las artes de la escultura y la pintura hasta la consumación de los XII Césares. Pero la Fortuna, cuando ha llevado a otros a la cima de la rueda, ya sea por burla o por arrepentimiento la mayoría de las veces lo devuelve al fondo. Por esta razón, como casi todas las naciones bárbaras se levantaron contra los romanos en diversas partes del mundo, no sólo cayó tan admirable imperio, sino también la ruina de todo, y especialmente de la misma Roma, con la que cayeron también los más excelentes artistas, escultores, pintores y arquitectos, quedando su arte y ellos mismos sepultados y sumergidos entre las miserables masacres y ruinas de aquella famosa ciudad. Pero primero cayeron en descrédito la pintura y la escultura como artes que eran más para el placer que para otra cosa, aunque la otra, es decir, la arquitectura, como necesaria y útil para la salud del cuerpo, se ejercía de continuo aunque no demasiado bien. Y si no hubiera sido porque la escultura y la pintura representaban ante los ojos de los que nacían de mano en mano a los que tenían el honor de darse vida perpetua, el recuerdo de una y otra se habría desvanecido pronto. Donde la conservaron a través de las imágenes e inscripciones colocadas en la arquitectura privada y pública, fue en los anfiteatros, teatros, termas, acueductos, templos, obeliscos, colosos, pirámides, arcos, cotos y monumentos funerarios, y finalmente en las tumbas mismas; la mayoría de las cuales fueron destruidas por pueblos bárbaros y atroces, que nada tenían que ver con el hombre más que la efigie y el nombre. Estos entre otros fueron los visigodos, que habiendo creado a Alarico su rey, atacaron Italia y Roma, y la saquearon dos veces sin respeto. Lo mismo hicieron los vándalos que vinieron de África con Genserico, su rey; el cual, no contento con los bienes y las destrucciones y crueldades que allí hizo, condujo al pueblo a la servidumbre con gran miseria, y con ellos a Eudoxia, la esposa del emperador Valentiniano, que poco antes había sido amada por sus propios soldados. Los cuales, habiendo degenerado en gran manera el antiguo valor romano, porque todos los mejores se habían ido hacía tiempo a Bizancio con el emperador Gostantino, ya no tenían costumbres ni buenas maneras de vivir. En efecto, habiendo perdido al mismo tiempo los verdaderos hombres y toda clase de virtudes, y habiendo cambiado las leyes, los vestidos, los nombres y las lenguas, todas estas cosas juntas, y cada una por sí misma, habían hecho que toda alma bella y de alto intelecto se volviera fea y muy baja. Pero lo que sobre todas las cosas dichas fue de infinita pérdida y daño para las susodichas profesiones, fue el fervoroso celo de la nueva religión cristiana; la cual, después de una larga y sangrienta lucha, habiendo al fin, por la copia de los milagros y la sinceridad de sus operaciones, derrocado y aniquilado la antigua fe de los gentiles, mientras se esforzaba ardientemente con toda diligencia por eliminar y erradicar toda mínima ocasión de la que pudiera surgir el error, no sólo echó a perder o tiró por tierra todas las maravillosas estatuas y esculturas, pinturas, mosaicos y ornamentos de los engañosos dioses de los gentiles, sino también los recuerdos y honores de innumerables personas ilustres. A quienes, en virtud de sus excelentes méritos, la virtuosa antigüedad colocó estatuas y otros recuerdos en público. Además, para construir iglesias según la costumbre cristiana, no sólo destruyó los más honrados templos de los ídolos, sino que para hacerlos más nobles y adornar San Piero, despojó de sus columnas de piedra a la Mole d'Adriano, hoy conocida como Castello S. Agnolo. Agnolo, así como despojó a la Antoniana de columnas y piedras e incrustaciones para hacer la de S. Paulo, y a las Termas de Deocliziane y de Tito para hacer S. Maria Maggiore, con extrema ruina y daño de aquellos divinos edificios, que hoy vemos arruinados y destruidos. Dígase que la religión cristiana no hizo esto por odio a la virtud, sino sólo por contumacia y abatimiento de los dioses de los gentiles; pero este ardiente celo no arruinó de tal modo estas ornamentadas profesiones que se perdiese su forma. Y si nada faltaba a este grave accidente, la ira de Totila contra Roma, que no sólo derribó sus murallas, y arruinó con hierro y fuego todos los edificios más admirables y dignos de aquella ciudad, sino que universalmente la quemó toda; y despojándola de todos los cuerpos vivientes, la dejó presa de las llamas del fuego, y en dieciocho días no se encontró en ella persona viviente alguna; demolió y destruyó de tal modo las estatuas, pinturas, mosaicos y maravillosos estucos, que no sólo se perdió su majestad, sino también su forma y su mismo ser. Por eso, desde que las estancias de la tierra se decoraron primero con estucos, pinturas y estatuas, las ruinas de arriba ahogaron todo lo bueno que se ha encontrado hasta hoy. Y los que triunfaron después, juzgándolo todo ruinoso, plantaron enredaderas sobre él. De modo que los modernos han llamado cuevas a las estancias bajo la tierra, y las pinturas que hoy pueden verse en ellas son grotescas. Después de extinguidos los ostrogodos por Narcís, viviendo en las ruinas de Roma de alguna pobre manera, vino al cabo de cien años Constantino el segundo emperador de Constantinopla, y recibido amorosamente por los romanos, echó a perder, despojó y se llevó todo lo que había quedado en la desdichada ciudad de Roma más por casualidad que por libre voluntad de los que la habían arruinado. Bien es verdad que no pudo disfrutar de esta presa, porque, transportado por la tempestad del mar a Sicilia, fue justamente atacado por los suyos, y dejó su botín, su reino y su vida, todo en manos de la Fortuna. No contento con el daño hecho a Roma, de modo que las cosas que había tomado no pudieran volver jamás, condujo a la isla un ejército de sarracenos, que se llevaron los bienes de los sicilianos y los restos de Roma a Alejandría, para gran vergüenza y daño de Italia y de la cristiandad. Y así, todo lo que no había sido destruido por los papas, y San Gregorio en particular, de quien se dice que desterró todo el resto de las estatuas y los restos de los edificios, cayó finalmente en manos de este griego tan escogido. De modo que, no pudiendo hallar vestigio ni prueba alguna de nada bueno, los hombres que vinieron después, encontrándose toscos y materiales, y especialmente en pintura y escultura, incitados por la naturaleza y adelgazados por el aire, se dieron a hacer, no según las reglas de las mencionadas artes, que no tenían, sino según la calidad de su genio. Y así nacieron de sus manos esas marionetas y torpezas, que todavía hoy aparecen en las casas antiguas. Lo mismo sucedió con la arquitectura; pues, siendo todavía necesario construir, y habiéndose perdido la buena forma y maneras por culpa de los artesanos muertos, y por haber sido destruidas y arruinadas las obras, los que se entregaron a esta tarea no construyeron nada que tuviese gracia, diseño o razón en cuanto a orden o tamaño. De ahí que surgieran nuevos arquitectos que, desde sus naciones bárbaras, hicieron esa manera de construir que hoy llamamos alemana, que hicieron algunas cosas más ridículas para nosotros los modernos que loables para ellos; Hasta que la mejor forma fue encontrada por los mejores arquitectos, como se puede ver de esa manera en toda Italia en las iglesias más antiguas, y no antiguas, que fueron construidas por ellos, como en Pisa el plano de la catedral de Buschetto Greco da Dulichio arquitecto, construida en el siglo XVI; en cuyo honor se hicieron, en conmemoración de ser demasiado talentoso en esa época cruda, estos versos hoy en la catedral de Pisa en su entierro: QVOD VIX MILLE BOVM POSSENT IVGA IVNCTA MOVERE ET QVOD VIX POTVIT PER MARE FERRE RATIS BVSCHETI NISV QVOD ERAT MIRABILE VISV DENA PVELLARVM TVRBA LEVAVIT ONVS.
De la misma manera se hizo la Catedral de Milán,
construida en el año 1388, y la de Siena e innumerables edificios alemanes del mismo tipo y muchos palacios y construcciones diversas, que se pueden ver por toda Italia y fuera de ella; como San Marco di Vinegia, la Certosa di Pavia, il Santo di Padova, San Petronio di Bologna, San Martino di Lucca, il Duomo di Arezzo, la Pieve, il Vescovado fatto finire da Papa Gregorio X piacentino della famiglia de' Visconti, e così il tempio di Santa Maria del Fiore in Fiorenza, fabbricato da Arnolfo Tedesco architettore.
Luego, tras las ruinas de Roma, las esculturas y
pinturas fueron enterradas en las ruinas de Totila hasta los años de Cristo MCCL, época en la que quedó en Grecia un resto de los antiguos artesanos que hacían imágenes de tierra y piedra, y pintaban otras figuras monstruosas con la primera línea y campo de color. Y los que, estando solos en esta profesión, llevaron a Italia el arte de la pintura juntamente con el mosaico y la escultura, y que, como ellos sabían, enseñaron crudamente a los hombres italianos.
Por eso los hombres de aquellos tiempos, no estando
acostumbrados a ver en las cosas otra bondad ni mayor perfección que las que veían, sólo se maravillaban, y aquéllas, aunque fueran baronesas, aprendían sin embargo lo mejor. Sin embargo, los espíritus de los que nacían, excitados en algunos lugares por la sutileza del aire, se purificaban tanto que en el MCCL, el cielo, movido a compasión de los bellos espíritus que el suelo toscano producía cada día, los reducía a su forma original. Y si las gentes que antes habían visto los restos de arcos o colosos o estatuas, o pili o columnas historiadas, en la época que siguió a los sacos y ruinas e incendios de Roma, nunca pudieron aprovecharlos ni sacar de ellos provecho alguno, hasta el tiempo arriba mencionado; en el cual, como he dicho, surgieron mentes más bellas, conociendo muy bien lo bueno de lo malo, abandonando las viejas maneras, volvieron a imitar las antiguas, con toda su industria e ingenio. Pero para que se entienda mejor lo que llamo antiguas y viejas, antiguas fueron las obras de Constantino, Corinto, Atenas y Roma, y otras ciudades famosas, hechas hasta el tiempo de Nerón, el de Vespasiano, Trajano, Adriano y Antonino; porque se llaman viejas las otras, que desde San Silvestre en adelante fueron hechas por cierto resto de los griegos, que sabían más de pintura que de pintar. Porque, como los excelentes primeros artífices murieron en aquellas guerras, al resto de aquellos griegos, viejos y no antiguos, no les quedó más que los primeros trazos en un campo de color; como lo atestigua hoy la infinidad de mosaicos, que se ven por toda Italia pintados por los griegos, como en la catedral de Pisa, en San Marcos de Vinegia, y en otros lugares; y tantas pinturas, continuando, hechas de esa manera con ojos animosos y manos abiertas, de puntillas, como todavía se pueden ver en San Miniato fuera de Fiorenza, entre la puerta que va a la sacristía y la que va al convento, y en Santo Spirito de esa ciudad, todo el lado del claustro hacia la iglesia, y de igual modo en Arezzo, en San Giuliano y en San Bartolomeo y en otras iglesias, y en Roma en San Pedro, en la vieja, historias alrededor entre las ventanas, cosas que tienen más del monstruo en el lineamento, que efigie de lo que es.
Del mismo modo, hicieron infinidad de esculturas,
como puede verse sobre la puerta de San Michele en la Plaza Padella de Florencia, en bajo relieve, y en todos los santos y en muchos lugares, sepulcros y ornamentos de puertas para iglesias, donde tienen algunas figuras sobre ménsulas para sostener el techo, cosas tan torpes y desafortunadas, y tan mal hechas en tamaño y forma, que parece imposible imaginar algo peor. En Roma, debajo de los tondos del Arco de Constantino, hay algunas de esta manera, con las historias susodichas, que fueron puestas allí en honor de la destrucción de Majencio por Trajano y Constantino; para que los maestros que entonces tenían el principado no tuviesen maestros a quienes les faltase el relleno, labraron aquellos berlingozzi que se ven en el mármol. También tallaron las nuevas iglesias de Roma al estilo griego, como en Santa Prassedia la tribuna, y en Santa Potenziana, lo mismo en Santa Maria Nuova, de la misma manera, así como en Santa Agnesa fuera de Roma y en todas las basílicas honorables dedicadas a los santos, hasta que mejoraron, de modo que hicieron la tribuna de San Ianni y la de Santa Maria Maggiore, y en particular la tribuna de la capilla mayor de San Pedro en Roma y otras innumerables iglesias y capillas de esa ciudad. E, nell'antichissimo tempio di San Giovanni in Fiorenza la tribuna delle otto facce, da la cornice fino alla lanterna, lavorata di mano d'Andrea Taffi con la stessa maniera greca, ma in veramente molto più bella.
Hasta aquí me ha parecido hablar de escultura y
pintura desde el principio, y hacerlo más extensamente de lo que era necesario en este lugar. Lo cual he hecho, sin embargo, no tanto transportado por el afecto al arte como movido por el bien común y la utilidad de mis artesanos. Habiendo visto cómo se elevó de un pequeño principio a una gran altura, y cómo cayó de tan noble grado en extrema ruina, y, por consiguiente, la naturaleza de este arte, semejante a la de otros, que, como los cuerpos humanos, nacen, crecen, envejecen y mueren, podrán ahora conocer más fácilmente el progreso de su renacimiento; y de esa misma perfección en que ha resucitado en nuestro tiempo. Y por la ulterior razón de que si alguna vez (cosa que Dios no consiente) sucediese por algún tiempo, por el descuido de los hombres o la malignidad de las edades o aun por el orden de los cielos, que no parecen querer que las cosas de aquí abajo permanezcan mucho en un solo ser Si volviera a caer en el mismo desorden de ruina, que estos trabajos míos, cualesquiera que sean (si, no obstante, son dignos de más benigna fortuna), por las cosas arriba dichas y las que han de decirse, la mantengan con vida; o al menos den ánimo a los más altos ingenios para que la provean de mejores auxilios: para que, con mi buena voluntad y las obras de los tales, pueda abundar en aquellos auxilios y ornamentos de los que (puedo decir libremente la verdad) ha carecido hasta esta hora. Pero ahora ha llegado el momento de que pase a la vida de Giovanni Cimabue; quien, así como comenzó la nueva manera de pintar, así es justo y apropiado que lo haga de nuevo en sus Vidas, en las que procuraré observar en lo posible el orden de su manera, más que el de la época. Sin embargo, sin describir de ninguna otra manera las formas y rasgos de los artesanos, considero una pérdida de tiempo describir con palabras lo que puede verse claramente en sus propios retratos, citados y asignados por mí, dondequiera que se encuentren.
La fee triunfante en quatro autos: Celebrados en Mallorca por el Santo Oficio de la Inquisición: Ochenta y ocho reos han salido, y de treinta y siete relajados sólo hubo tres pertinaces