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Sobre la presencia y virtud admirable del Espíritu Santo.

1
Introducción
1. Aquella divina misión que, recibida del Padre en beneficio del género humano,
tan santísimamente desempeñó Jesucristo, tiene como último fin hacer que los
hombres lleguen a participar de una vida bienaventurada en la gloria eterna; y,
como fin inmediato, que durante la vida mortal vivan la vida de la gracia divina,
que al final se abre florida en la vida celestial.
Por ello, el Redentor mismo no cesa de invitar con suma dulzura a todos los
hombres de toda nación y lengua para que vengan al seno de su Iglesia: Venid a
mí todos; Yo soy la vida; Yo soy el buen pastor. Más, según sus altísimos decretos,
no quiso El completar por sí sólo incesantemente en la tierra dicha misión, sino
que, como Él mismo la había recibido del Padre, así la entregó al Espíritu Santo
para que la llevará a perfecto término. Place, en efecto, recordar las consoladoras
frases que Cristo, poco antes de abandonar el mundo, pronunció ante los
apóstoles: «Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá vuestro
abogado; en cambio, si me voy, os lo enviaré» (Jn 16, 7).
Y al decir así, dio como razón principal de su separación y de su vuelta al Padre
el provecho que sus discípulos habían de recibir de la venida del Espíritu Santo;
al mismo tiempo que mostraba cómo éste era igualmente enviado por Él y, por
lo tanto, que de Él procedía como del Padre; y que como abogado, como
consolador y como maestro concluiría la obra por Él comenzada durante su vida
mortal. La perfección de su obra redentora estaba providentísimamente

1
Divinum illud munus (9 de mayo de 1897) | LEÓN XIII
reservada a la múltiple virtud de este Espíritu, que en la creación adornó los cielos
(Job 26, 13) y llenó la tierra (Sab 1, 7).
2. Y Nos, que constantemente hemos procurado, con auxilio de Cristo Salvador,
príncipe de los pastores y obispo de nuestras almas, imitar sus ejemplos, hemos
continuado religiosamente su misma misión, encomendada a los apóstoles,
principalmente a Pedro, cuya dignidad también se transmite a un heredero menos
digno[1]. Guiados por esa intención, en todos los actos de nuestro pontificado a
dos cosas principalmente hemos atendido y sin cesar atendemos. Primero, a
restaurar la vida cristiana así en la sociedad pública como en la familiar, tanto en
los gobernantes como en los pueblos; porque sólo de Cristo puede derivarse la
vida para todos. Segundo, a fomentar la reconciliación con la Iglesia de los que,
o en la fe o por la obediencia, están separados de ella; pues la verdadera voluntad
del mismo Cristo es que haya sólo un rebaño bajo un solo Pastor. Y ahora, cuando
nos sentimos cerca ya del fin de nuestra mortal carrera, place consagrar toda
nuestra obra, cualquiera que ella haya sido, al Espíritu Santo, que es vida y amor,
para que la fecunde y la madure. Para cumplir mejor y más eficazmente nuestro
deseo, en vísperas de la solemnidad de Pentecostés, queremos hablaros de la
admirable presencia y poder del mismo Espíritu; es decir, sobre la acción que Él
ejerce en la Iglesia y en las almas merced al don de sus gracias y celestiales
carismas. Resulte de ello, como es nuestro deseo ardiente, que en las almas se
reavive y se vigorice la fe en el augusto misterio de la Trinidad, y especialmente
crezca la devoción al divino Espíritu, a quien de mucho son deudores todos
cuantos siguen el camino de la verdad y de la justicia; pues, como señaló San
Basilio, toda la economía divina en torno al hombre, si fue realizada por nuestro
Salvador y Dios, Jesucristo, ha sido llevada a cumplimiento por la gracia del Espíritu
Santo[2].

Preparación
Los invitamos a unirse en oración en preparación a la fiesta de Pentecostés,
nueve días de oración que conducen a dicha Solemnidad, modelada sobre los
nueve días que los apóstoles y discípulos pasaron en oración entre la Ascensión
de Jesús y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Se puede realizar de
manera personal o comunitaria invocando la acción del Espíritu Santo en
nuestras vidas, en la Iglesia y el mundo. A fin de abrir nuestros corazones a la
acción del Espíritu.
Nos uniremos en esta novena para pedir la intercesión del Espíritu Santo a fin de
vivir un nuevo Pentecostés y recibir la gracia del Espíritu Santo en nuestras vidas,
familias, comunidades, en nuestro país Paraguay y en el mundo para ser
discípulos-misioneros de Jesucristo y transmisores de la Paz que en estos
momentos especiales necesitamos.
“Si envías tu Espíritu, ellos reviven y renuevas la faz de la tierra” (Sal 103,30)
Iniciamos esta novena de Pentecostés recordando nuevamente que “la Pascua
de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y
comunica como Persona divina" (CEC 731). De allí que la plenitud de la Pascua
se realiza con la venida del Espíritu Santo.
En cada día de oración de la novena reflexionamos sobre los Dones del Espíritu
Santo, que son 7: Ciencia, Sabiduría, Consejo, Inteligencia, Fortaleza, Temor y
Piedad, orando por ellos como el papa Benedicto XVI nos exhorta al decirnos:
"¡Acoged en vuestro corazón y en vuestra mente los siete dones del Espíritu
Santo! Reconoced y creed en la potencia del Espíritu Santo en vuestra vida".
(XXIII JMJ - 21 julio 2008)
¿Qué es el Espíritu Santo? Es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es el
amor que se tienen el Padre y el Verbo Eterno. Por ello, el don del amor que el
Señor derrama en nuestras almas, y que es el más precioso de los dones, se
atribuye especialmente al Espíritu Santo: “El amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). Por ello,
cada Don recibido es un hálito de amor que viene de Dios, y debe ser acogido,
por quienes los reciban, con mucha piedad y oración profunda, preparando el ser
todo para este Pentecostés que se avecina.
Haremos, también, cada día una oración en relación a un don del Espíritu Santo,
fruto que necesita recibirse custodiándolo con la práctica de las virtudes.
Preparar un ambiente propicio para la oración en nuestra casa, poniendo la cruz,
una imagen de la Virgen María, algún santo y la Palabra de Dios. Recomendamos
tener una vela encendida.
Proponemos el orden siguiente para cada día:
● Señal de la Cruz
● Tema del día con su reflexión.
● Acto de Consagración al Espíritu Santo.
● Veni Creator.
● Oración a la Virgen María (cualquiera de ellas)
● Lectura bíblica
● Reflexión de la Lectura del día
● Oraciones de la Novena al Espíritu Santo
● Anexo: Desarrollo de temas para profundizar sobre lo presentado

Referencias: D: Dirigente. L: Lector. T: Todos


Día Primero • Viernes, 19 de mayo

El Don de Ciencia
«Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos, siempre me acompaña. Soy más
docto que todos mis maestros, porque medito tus preceptos. Soy más sagaz que los
ancianos, porque cumplo tus leyes» (Sal 118, 98-100).

… Meditamos hoy el Don de Ciencia, gracias al cual se nos da a conocer el


verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Sabemos que el
hombre contemporáneo, precisamente en virtud del desarrollo de las ciencias,
está expuesto particularmente a la tentación de dar una interpretación
naturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad,
variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta
hacer de ellas el fin supremo de su misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando
se trata de las riquezas, del placer, del poder que precisamente se pueden derivar
de las cosas materiales. Estos son los ídolos principales, ante los que el mundo se
postra demasiado a menudo.
Para resistir esa tentación sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las
que puede llevar he aquí que el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de
ciencia. Es ésta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia
esencial del Creador. Gracias a ella ―como escribe Santo Tomás―, el hombre no
estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin
de su propia vida (cf. S. Th., II-II, q. 9, a. 4).
Así logra descubrir el sentido teológico de lo creado viendo las cosas como
manifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la
belleza, del amor infinito que es Dios, y como consecuencia, se siente impulsado
a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oración, acción de gracias.
Esto es lo que tantas veces y de múltiples modos nos sugiere el Libro de los
Salmos. ¿Quién no se acuerda de alguna de dichas manifestaciones? "El cielo
proclama la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos" (Sal
18/19, 2; cf. Sal 8, 2), "Alabad al Señor en el cielo alabadlo en su fuerte
firmamento... Alabadlo sol y luna, alabadlo estrellas radiantes" (Sal 148 1. 3).2

2
Juan Pablo II - Regina Cæli, 23 de abril de 1989
ORACIONES

D: En el nombre del Padre y, del Hijo y del Espíritu Santo. T: Amén.

L: Acto de Consagración al Espíritu Santo3


¡Oh, Espíritu Santo!, recibe la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser.
Dígnate ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida y en cada una
de mis acciones: mi director, mi luz, mi guía y mi fuerza. Yo me abandono sin
reserva a tus operaciones divinas y quiero ser siempre dócil a tus inspiraciones.
¡Oh, Espíritu Santo!, transfórmame, con María y en María, en Cristo Jesús, para
gloria del Padre y salvación del mundo. ¡Amén!

D: Veni Creator - Himno al Espíritu Santo


Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles
llena con tu divina gracia, los corazones que creaste.
Tú, a quien llamamos Paráclito,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego,
caridad y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros
los siete dones;
Tú, dedo de la diestra del Padre;
Tú, fiel promesa del Padre;
que inspiras nuestras palabras.
Ilumina nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece la debilidad de nuestro cuerpo.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé nuestro director y nuestro guía,
para que evitemos todo mal.
Por ti conozcamos al Padre,
al Hijo revélanos también.

3
V. P. Félix de Jesús Rougier M.Sp.S Consagración al Espíritu Santo
Creamos en ti, su Espíritu,
por los siglos de los siglos.
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos de los siglos. Amén.

T: Credo (Símbolo de los Apóstoles)


Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador de cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y
gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de
Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al
tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la
derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y
muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el
perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

L: Oración A la Virgen María Inmaculada


¡Oh María Inmaculada!, Virgen y Madre de Dios y esposa dignísima del Espíritu
Santo, a quien fue revelado este nombre antes que a todos al obrarse en tus
purísimas entrañas el misterio de la Encarnación del Verbo, por obra del Espíritu
Santo. Tú eres, oh María, la única criatura llena de gracia y hermoseada con toda
la plenitud de sus dones y frutos en la venida del Espíritu Santo.
Por esto te ruego humildemente que me concedas piadosa la gracia de hacer
esta Novena en tu compañía y de los apóstoles con el mismo espíritu de
recogimiento, oración, amor y deseos con que tú la hiciste, para que quede lleno
del Espíritu Santo, de sus dones, de sus frutos y de sus gracias, y haga santos a
los demás con su ayuda y tu intercesión. Amén.

Oración por el Año del Laicado


Dios nuestro, que has enviado a tu Hijo como Luz del mundo; derrama los dones
de tu Espíritu sobre tu Iglesia peregrina en el Paraguay, para que, en este año del
Laicado, como los discípulos de Emaús, todos los bautizados, después de
escuchar tu Palabra y compartir el Pan, anunciemos a Cristo y seamos activos
cooperadores en la construcción de tu Reino: evangelizando los ambientes
familiares y sociales, políticos y económicos, educativos y culturales.
Que el ejemplo y la intercesión de nuestra Madre María Santísima y de su esposo
San José, nos animen a vivir los valores de la escucha y el perdón, la justicia y la
paz, la verdad y, sobre todo el amor.
Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén

Intenciones del día:


● Por el Papa Francisco, por los obispos, presbíteros y diáconos, para que
iluminados por el Espíritu Santo vivan con fidelidad y alegría el mensaje
de Salvación, presentando al mundo, especialmente a los descartados,
el gran amor que Dios nos tiene más allá de nuestras fragilidades y
debilidades. D: Roguemos al Señor T: Por la fuerza misericordiosa de tu
Espíritu Santo, renuévanos Padre
● Por todos los jóvenes que viven en dificultades, desamparados, en
situación de calle, con adicciones, otras adversidades y situaciones, para
que guiados por el Espíritu Santo sean acogidos y acompañados en una
adecuada sanación integral y conversión, y se decidan a seguir a Cristo.
D: Roguemos al Señor T: Por la fuerza misericordiosa de tu Espíritu
Santo, renuévanos Padre
● Por la Paz en todos los pueblos, para que con la fuerza del Espíritu Santo,
los que los gobiernan dejen sus intereses egoístas a un lado y busquen
el mayor bien para todos, procurando un ambiente de paz y alegría, hacia
un futuro mejor. D: Roguemos al Señor T: Por la fuerza misericordiosa
de tu Espíritu Santo, renuévanos Padre
● Por todas las familias, para que animados por el Espíritu Santo presenten
sus dones a Dios: vidas convertidas para la vida cristiana orientadas
hacia la verdadera felicidad que nos encamina a la vida eterna, siendo
compasivos y misericordiosos. D: Roguemos al Señor T: Por la fuerza
misericordiosa de tu Espíritu Santo, renuévanos Padre
● Por los pueblos originarios de nuestro país y las personas que son
descartadas de la sociedad, y marginadas en sus propios hogares, para
que reciban el Espíritu Santo y sean acompañados por la solidaridad de
los creyentes que salen a misionar con amor desde el encuentro con
Cristo vivo, encendiendo la llama de esperanza y amor en sus vidas a
pesar de los problemas que afrontan frecuentemente. D: Roguemos al
Señor T: Por la fuerza misericordiosa de tu Espíritu Santo, renuévanos
Padre
● Por los movimientos y grupos eclesiales. Oremos para que los
movimientos y grupos eclesiales redescubran cada día su misión
evangelizadora, poniendo sus propios carismas al servicio de las
necesidades del mundo. (Intención del papa Francisco mes de mayo
2023). D: Roguemos al Señor T: Por la fuerza misericordiosa de tu
Espíritu Santo, renuévanos Padre
● Por todos los actores de la comunicación, para que se transmitan
conocimientos y actitudes que fomenten la paz y la concordia entre los
pueblos. (Intención de la CEP para el mes de mayo 2023). D: Roguemos
al Señor T: Por intercesión de Nuestra Señora de Fátima, escúchanos
Padre
● (Agregar, si se desea, otras intenciones)

Salmo 90 La protección divina en medio de los peligros 4


Antífona: Él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos.
Tú que vives al amparo del Altísimo
y resides a la sombra del Todopoderoso,
di al Señor: «Mi refugio y mi baluarte,
mi Dios, en quien confío.»

Él te librará de la red del cazador


y de la peste perniciosa;
te cubrirá con sus plumas,
y hallarás un refugio bajo sus alas.

No temerás los terrores de la noche,


ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que acecha en las tinieblas,
ni la plaga que devasta a pleno sol.

Aunque caigan mil a tu izquierda


y diez mil a tu derecha,
tú no serás alcanzado:
su lealtad te escuda y te protege.

Con sólo dirigir una mirada,

4
En este salmo se describe, la protección que nuestro Padre Celestial nos brinda en medio de los
peligros, para todo aquel que cumple su ley y lleva consigo la vestidura del cristiano.
verás el castigo de los malos,
porque hiciste del Señor tu refugio
y pusiste como defensa al Altísimo

No te alcanzará ningún mal,


ninguna plaga se acercará a tu carpa,
porque él te encomendó a sus ángeles
para que te cuiden en todos tus caminos.

Ellos te llevarán en sus manos


para que no tropieces contra ninguna piedra;
caminarás sobre leones y víboras,
pisotearás cachorros de león y serpientes.

«Él se entregó a mí,


por eso, yo lo libraré;
lo protegeré, porque conoce mi Nombre;
me invocará, y yo le responderé.

Estaré con él en el peligro,


lo defenderé y lo glorificaré,
le haré gozar de una larga vida
y le haré ver mi salvación».

D: Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo


T: Como era en el principio ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona: Él te encomendó a sus ángeles para que te cuiden en todos tus caminos.

Lectura y reflexión bíblica


D: + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Lucas (4,14-22a)
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la
región. Enseñaba en las sinagogas de ellos y todos lo alababan. Jesús fue a
Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la
sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta
Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar
la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a
los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del
Señor”. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la
sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha
cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Todos daban testimonio
a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían
de su boca. D: Palabra del Señor. T: Gloria a Ti, Señor Jesús.

Reflexión
L: El Espíritu Santo conduce a Jesús para proclamar al pueblo de Israel la misión
que debe desempeñar porque el Padre le encomienda. El mismo Espíritu
Creador, y que todo lo sabe le lleva para concretar la misión a la que vino al
mundo: traer el Amor de Dios para la salvación de los hombres. Va a su pueblo
donde creció, a Nazareth, y entró a la Sinagoga desenrollando el texto de Isaías,
donde explica que en Él se cumple el designio de Dios, la misión de ser profeta.
Debe llevar a los pobres la buena noticia de que Dios da la libertad y el perdón.
Llama la atención que se omite sobre Is 61,1-2, donde se plantea el tema de la
venganza, pues Él viene como la encarnación de Dios Misericordioso. Y que Dios
dará vista a los ciegos, libertad a los oprimidos, pues actuará siendo el Mesías,
trayendo la salvación a la humanidad.
Pero Jesús tiene el rechazo de los suyos (de los de Nazareth, donde Él creció).
Son dos motivos por los cuales lo rechazan: Uno, a su Persona, indicando que es
el hijo de José (como menospreciándolo por eso). Es como que querían alguien
externo que sea el Mesías de Dios, que se muestre de forma esplendorosa,
desconcertante, impresionando por su espectacularidad. Sin embargo, él creció
como ser humano en medio de ellos, de manera tan sencilla. Dos, porque quieren
milagros, cosas extraordinarias, así como el Diablo quien lo tentó (cf. Lc 4,9);
quieren tener una seguridad absoluta y precisan que Dios les demuestre su
verdad. Sin embargo, Jesús les escandaliza porque es muy humilde, no como ellos
se lo esperaban y no sigue respondiendo a sus expectativas egoístas y muy
limitadas.
Jesús es el Siervo fiel y obediente, ungido como rey anunciando el año de Gracia,
año para perdonar los pecados y liberar a los esclavos y presos. Así como Elías y
Eliseo, profetas más antiguos e importantes de Israel, llevaron la buena noticia a
extranjeros, también Jesús está manifestando que la salvación está destinada a
toda persona que lo acepta y no sólo para los israelitas. La misericordia de Dios
está ofrecida para toda persona que decida tenerle a Jesús en su vida y sea su
Rey. Qué notable, cómo Jesús es rechazado por los suyos, así como sucedió con
todos los profetas. Pero la actitud de Jesús invita a seguir siendo fieles a la misión
que nos da Dios en la vida, aunque existan conflictos, adversidades y ataques de
toda laya. Aunque los ataques provengan de cerca, de personas que comen en
nuestra mesa, o de lejos, de personas desconocidas, o de situaciones que van
más allá de nuestras fuerzas (ejemplo, covid-19, o desequilibrios de la
naturaleza), siempre nuestro sí al Señor debe ser lo primero.
La historia se repite: así como los profetas no fueron escuchados y han sido
rechazados por los suyos, también ahora con Jesús, y Él abre esa hermosa
posibilidad para que los gentiles (los paganos) pudieran recibir la Buena Notica
de su Amor. El único milagro es la presencia de Jesús en y entre nosotros, Él está
vivo y operando en cada corazón que le abre para que su Misericordia sea
protagonista. Nos habla con su Palabra viva y eficaz en cada situación. Qué
maravilloso para nosotros, seres de barro, con tantas limitaciones y debilidades,
con “antecedentes no tan hermosos que digamos” delante de Dios, y saber que
vino y viene por cada uno trayéndonos la alegría de la salvación. Si somos
discípulos del Señor, ¿estamos dispuestos a afrontar también el rechazo y
desprecio por personas cercanas? ¿Cuál es o será nuestra reacción? ¿Venganza,
perdón, amor, odio, misericordia? Nuestra respuesta indicaría si estamos en
condiciones de ser discípulos misioneros de nuestro tiempo. Dejémonos guiar y
seducir por el Espíritu Santo para discernir lo que debemos hacer en cada
oportunidad.
D: Perdón Señor porque muchas veces pudimos haberte rechazado, rechazando
a un hermano necesitado, enfermo o aparentemente más pecador que nosotros
y por no disponernos a recibir en profundidad la Efusión de tu Espíritu. Ayúdanos
a desarrollar los dones que nos regalaste ya desde el Bautismo, a nunca
desalentarnos cuando vienen las adversidades en la vida y a ser misericordiosos
como Tú lo eres con nosotros. Gracias por mostrarnos el camino del amor y de
la misericordia con tu vida al servicio de todos. Amén.
ORACIONES DE LA NOVENA AL ESPÍRITU SANTO5
Acto de fe al Espíritu Santo (Concepción Cabrera de Arminda)
Oh, Espíritu Santo, ¡fuente perenne de todas las gracias! Iluminado por la fe, creo
firmemente que eres la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, verdadero
Dios, que procedes, como de un solo principio, del Padre y del Hijo.
Creo también que, conforme a los ardientes deseos de nuestro Salvador, has
recibido la misión de proteger y santificar la vida del pueblo de Dios.
Atraído por estas verdades y deseando participar de tu infinita vida y fecundidad,
me postro ante Ti, para consagrarme especialmente hoy y siempre a Ti. Quiero
vivir bajo tu sombra y que establezcas en mí tu morada sin separarte jamás de
mí.
¡Oh Espíritu Consolador! Sé desde hoy mi guía y mi luz; mi fortaleza y mi
consuelo para que, vivificado por Ti, rechace todo aquello que atenta contra la
vida y abrace la cruz de Jesús; que ella sea mi gloria y salvación. Regálame un
corazón nuevo. ¡Amén!

Oración del primer día

Jaculatoria: Espíritu Santo, Señor de luz, danos desde tu clara altura celestial,
tu puro radiante esplendor. ¡Amén!
El don de ciencia o conocimiento
El don de ciencia o conocimiento permite al alma dar a las cosas creadas su
verdadero valor en su relación con Dios. Este don desenmascara las creaturas,
revela su trivialidad y hace notar sus verdaderos propósitos como instrumentos
al servicio de Dios. Nos muestra el cuidado amoroso de Dios aún en la
adversidad, y nos lleva a glorificarlo en cada circunstancia de la vida. Guiados por
su luz, damos prioridad a las cosas que deben tenerla y apreciamos la amistad de

5
Novena al Espíritu Santo Día 1 – Cielo Abierto
Dios por encima de todo. “El conocimiento es fuente de vida para aquel que lo
posee” Prov. 16,22
Este don lo regala el Espíritu Santo por medio de la oración y la contemplación.
Toda ciencia que no se funda en Dios es vana y peligrosa; toda ciencia que no
proceda del Espíritu Santo, daña; la ciencia santa se encuentra en el fondo de un
alma pura y sacrificada: ¡en la cruz está la verdadera ciencia de los santos!
Este don no lo da el Espíritu Santo en los libros, sino en el conocimiento claro de
lo sobrenatural y divino por medio del trato íntimo y frecuente con Dios: la
oración.

T: Oración al Espíritu Santo (Cardenal Jean Verdier)


Oh Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo. Inspírame siempre lo que debo
pensar, lo que debo decir y cómo decirlo, lo que debo callar y lo que debo hacer,
para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia santificación. Espíritu Santo,
dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para
aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al
empezar, dirección al progresar y perfección al acabar. Amén.

Oración (cfr. Concepción Cabrera de Arminda)


Omnipotente y eterno Dios, Tú que has querido regenerarnos con el agua y el
Espíritu Santo, y nos has otorgado el perdón de todos nuestros pecados: permite
enviar sobre nosotros desde el cielo los siete dones de tu Espíritu: regálanos el
espíritu de sabiduría y de entendimiento, el espíritu de consejo y de fortaleza, el
espíritu de conocimiento y de piedad, y llénanos con el espíritu del santo temor
de Dios. ¡Amén!

Oración al Espíritu Santo (Secuencia)


Ven, Dios Espíritu Santo,
y envíanos desde el cielo
tu luz, para iluminarnos.
Ven ya, Padre de los pobres,
luz que penetra en las almas,
dador de todos los dones.
Fuente de todo consuelo,
amable huésped del alma,
paz en las horas de duelo.
Eres pausa en el trabajo,
brisa, en un clima de fuego,
consuelo en medio del llanto.
Ven, luz santificadora,
y entra hasta el fondo del alma
de todos los que te adoran.

Oración final
Sin tu inspiración divina los hombres nada podemos y el pecado nos domina.
Lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas.
Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad, endereza nuestras sendas.
Concede a aquellos que ponen en Ti su fe y su confianza tus siete sagrados
dones. Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el gozo
eterno.
Que nos bendiga el poder del Padre celestial, la sabiduría del Hijo divino y el
amor del Espíritu Santo. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
¡Amén!
Anexo
Coronilla al Espíritu Santo6
T: Creo en Dios Padre…
T: Padrenuestro que estás en el cielo…
D: Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.
T: Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Jaculatoria
T: ¡Padre, Padre, envíanos al Paráclito prometido por nuestro Señor Jesucristo!
Amén.
Primer Misterio
D: Honramos al Espíritu Santo y adoremos al amor sustancial que procede del
Padre y del Hijo y los une en una Caridad infinita y eterna.
Rezar 7 veces
D: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
T: Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Segundo Misterio
D: Honramos la operación del Espíritu Santo y adorémosle, porque hizo
inmaculada a María en su Concepción y la santificó con la plenitud de su gracia.
Rezar 7 veces
D: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
T: Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Tercer Misterio
D: Honremos la operación del Espíritu Santo y adorémosle, porque hizo a la
Santísima Virgen Madre del Verbo Divino en el Misterio de la Encarnación.
Rezar 7 veces
D: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
T: Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Cuarto Misterio
D: Honramos la operación del Espíritu Santo y adorémosle, porque dio la vida a
la Iglesia en el día glorioso de Pentecostés.
Rezar 7 veces
D: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
T: Y enciende en ellos el fuego de tu amor.

6
Rosario al Espiritu Santo editable 2016
Quinto Misterio
D: Honremos la operación del Espíritu Santo y adorémosle, porque reside de una
manera permanente en la Iglesia y la asiste, según la promesa divina, hasta la
consumación de los siglos.
Rezar 7 veces
D: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
T: Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Sexto Misterio
D: Honramos la operación del Espíritu Santo y adorémosle, porque creó en la
Iglesia al nuevo Cristo, que es el sacerdote, y confirmó la plenitud del sacerdocio
a sus Obispos.
Rezar 7 veces
D: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
T: Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Séptimo Misterio
D: Honremos la operación del Espíritu Santo y adorémosle en la virtud de los
santos en la Iglesia, Obra secreta y maravillosa del Santificador Omnipotente.
Rezar 7 veces
D: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
T: Y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Jaculatoria final:
T: "Envía tu Espíritu y todo será creado. Y renovarás la faz de la tierra"

Preces al Espíritu Santo en forma de Letanías7


D: Señor, ten piedad de nosotros. T: Señor, ten piedad de nosotros.
D: Cristo, ten piedad de nosotros. T: Cristo, ten piedad de nosotros.
D: Señor ten piedad de nosotros. T: Señor ten piedad de nosotros.
D: Padre Omnipotente. T: Ten piedad de nosotros.
D: Jesús, Hijo eterno del Padre y
Redentor del mundo. T: Sálvanos.
D: Espíritu del Padre y del Hijo y Amor
infinito del Uno y del Otro. T: Santifícanos.
D: Trinidad Santísima. T: Óyenos.
D: Promesa del Padre. T: Ven a nosotros.
D: Don de Dios Altísimo. T: Ven a nosotros.

7
Rosario al Espiritu Santo editable 2016
D: Rayo de luz celeste. T: Ven a nosotros.
D: Fuente de agua viva. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu de amor y de verdad. T: Ven a nosotros.
D: Fuego abrasador. T: Ven a nosotros.
D: Autor de todo bien. T: Ven a nosotros.
D: Unción espiritual. T: Ven a nosotros.
D: Caridad ardiente. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu de sabiduría. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu de entendimiento. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu de consejo y fortaleza. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu de ciencia y de piedad. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu de temor del Señor. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu de gracia y de oración. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu de paz y de dulzura. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu de modestia y de inocencia. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu consolador. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu santificador. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu que gobierna la Iglesia. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu que llenas el universo. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu de adopción de los hijos de Dios. T: Ven a nosotros.
D: Espíritu Santo, imprime en nosotros el
horror al pecado. T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, ven a renovar la faz de la tierra. T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, derrama tus luces en nuestra
inteligencia. T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, graba tu ley en nuestros
corazones. T: Te rogamos óyenos.
D:Espíritu Santo, abrásanos en el fuego de tu amor. T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, ábrenos el tesoro de tus gracias. T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, enséñanos a orar como se debe. T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, ilumínanos con tus inspiraciones
celestiales. T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, concédenos la única
ciencia necesaria,- T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, inspíranos la práctica
de tus virtudes,- T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, haz que perseveremos
en tu justicia,- T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, sé Tú mismo nuestra
recompensa,- T: Te rogamos óyenos.
D: Espíritu Santo, no permitas que nos
separemos de ti por la ilusión material. T: Te rogamos óyenos.

D: Cordero de Dios que borras los pecados del mundo.


T: Envíanos tu Espíritu Santo.
D: Cordero de Dios que borras los pecados del mundo.
T: Envíanos tu Espíritu Santo.
D: Cordero de Dios que borras los pecados del mundo.
T: Derrama en nuestras almas los dones del Espíritu Santo.
D: Cordero de Dios que borras los pecados del mundo.
T: Infúndenos el Espíritu de sabiduría y devoción.
D: Ven ¡Oh Espíritu Santo! llena con tus dones los corazones de tus fieles.
T: Y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Oremos
T: Señor, que la fortaleza del Espíritu Santo venga en nuestra ayuda para que se
digne lavar las manchas de nuestros corazones y protegernos contra nuestros
enemigos. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre Creador.


Gloria al Hijo Redentor.
Gloria al Espíritu Santificador.

T: "AMAR AL ESPÍRITU SANTO Y HACER QUE SEA AMADO"


+ En nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
El don de ciencia8

Hoy quisiera poner de relieve otro don del Espíritu Santo: el don de ciencia.
Cuando se habla de ciencia, el pensamiento se dirige inmediatamente a la
capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y
descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del
Espíritu Santo, sin embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don
especial, que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de
Dios y su relación profunda con cada creatura.
Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu, se abren a la contemplación
de Dios, en la belleza de la naturaleza y la grandiosidad del cosmos, y nos llevan
a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él y de su amor. Todo esto suscita en
nosotros gran estupor y un profundo sentido de gratitud. Es la sensación que
experimentamos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier
maravilla que es fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: ante todo esto
el Espíritu nos conduce a alabar al Señor desde lo profundo de nuestro corazón
y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un
signo de su infinito amor por nosotros.
En el primer capítulo del Génesis, precisamente al inicio de toda la Biblia, se pone
de relieve que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la
belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada jornada, está escrito: «Y vio
Dios que era bueno» (1, 12.18.21.25): si Dios ve que la creación es una cosa
buena, es algo hermoso, también nosotros debemos asumir esta actitud y ver
que la creación es algo bueno y hermoso. He aquí el don de ciencia que nos hace
ver esta belleza; por lo tanto, alabemos a Dios, démosle gracias por habernos
dado tanta belleza. Y cuando Dios terminó de crear al hombre no dijo «vio que
era bueno», sino que dijo que era «muy bueno» (v. 31). A los ojos de Dios nosotros
somos la cosa más hermosa, más grande, más buena de la creación: incluso los

8
Audiencia general del 21 de mayo de 2014 | Francisco
ángeles están por debajo de nosotros, somos más que los ángeles, como hemos
escuchado en el libro de los Salmos. El Señor nos quiere mucho. Debemos darle
gracias por esto. El don de ciencia nos coloca en profunda sintonía con el Creador
y nos hace participar en la limpidez de su mirada y de su juicio. Y en esta
perspectiva logramos ver en el hombre y en la mujer el vértice de la creación,
como realización de un designio de amor que está impreso en cada uno de
nosotros y que hace que nos reconozcamos como hermanos y hermanas.
Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y hace del cristiano un testigo gozoso
de Dios, siguiendo las huellas de san Francisco de Asís y de muchos santos que
supieron alabar y cantar su amor a través de la contemplación de la creación. Al
mismo tiempo, el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes
excesivas o equivocadas. La primera la constituye el riesgo de considerarnos
dueños de la creación. La creación no es una propiedad, de la cual podemos
disponer a nuestro gusto; ni, mucho menos, es una propiedad sólo de algunos,
de pocos: la creación es un don, es un don maravilloso que Dios nos ha dado para
que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y
gratitud. La segunda actitud errónea está representada por la tentación de
detenernos en las creaturas, como si éstas pudiesen dar respuesta a todas
nuestras expectativas. Con el don de ciencia, el Espíritu nos ayuda a no caer en
este error.
Pero quisiera volver a la primera vía equivocada: disponer de la creación en lugar
de custodiarla. Debemos custodiar la creación porque es un don que el Señor
nos ha dado, es el regalo de Dios a nosotros; nosotros somos custodios de la
creación. Cuando explotamos la creación, destruimos el signo del amor de Dios.
Destruir la creación es decir a Dios: «no me gusta». Y esto no es bueno: he aquí
el pecado.
El cuidado de la creación es precisamente la custodia del don de Dios y es decir
a Dios: «Gracias, yo soy el custodio de la creación para hacerla progresar, jamás
para destruir tu don». Esta debe ser nuestra actitud respecto a la creación:
custodiarla, porque si nosotros destruimos la creación, la creación nos destruirá.
No olvidéis esto. Una vez estaba en el campo y escuché un dicho de una persona
sencilla, a la que le gustaban mucho las flores y las cuidaba. Me dijo: «Debemos
cuidar estas cosas hermosas que Dios nos ha dado; la creación es para nosotros
a fin de que la aprovechemos bien; no explotarla, sino custodiarla, porque Dios
perdona siempre, nosotros los hombres perdonamos algunas veces, pero la creación
no perdona nunca, y si tú no la cuidas ella te destruirá».
Esto debe hacernos pensar y debe hacernos pedir al Espíritu Santo el don de
ciencia para comprender bien que la creación es el regalo más hermoso de Dios.
Él hizo muchas cosas buenas para la cosa mejor que es la persona humana.
Orad para recibir el Espíritu, P. Raniero Cantalamessa ofmcap9
(http://www.cantalamessa.org)

… ¿Cómo se prepararon los apóstoles a la venida del Espíritu Santo? ¡Orando!


“Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de
algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch l, 14). La
oración de los apóstoles reunidos en el Cenáculo con María, es la primera gran
epíclesis, es la inauguración de la dimensión epiclética de la Iglesia, de ese «Ven,
Espíritu Santo» que seguirá resonando en la Iglesia por todos los siglos y que la
liturgia antepondrá a todas sus acciones más importantes.
Mientras la Iglesia estaba en oración, “De repente vino del cielo un ruido como
el de una ráfaga de viento impetuoso,… quedaron todos llenos del Espíritu Santo”
(Hch 2, 2-4). Se repite lo que había sucedido en el bautismo de Cristo: “Sucedió
que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y
puesto en oración, se abrió el cielo, y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma
corporal” (Lc 3, 21-22). Se diría que para San Lucas fue la oración de Jesús la que
rasgó el cielo e hizo descender el Espíritu sobre él. Lo mismo sucede en
Pentecostés.
Es impresionante la insistencia con la que, en los Hechos de los Apóstoles, la
venida del Espíritu Santo se pone en relación con la oración. Sin olvidar el papel
determinante del bautismo (cf. Hch 2, 38), pero se insiste más sobre el de la
oración. Saulo «estaba orando » cuando el Señor le envió a Ananías para que
recuperase la vista y se llenase de Espíritu Santo (cf. Hch 9, 9.11). Cuando los

9
orad para recibir el espíritu
apóstoles supieron que la Samaria había escuchado la Palabra, mandaron a Pedro
y a Juan; « estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo
» (At 8, 15).
Cuando, en la misma ocasión, Simón el Mago intentó obtener el Espíritu Santo
pagando, los apóstoles reaccionaron indignados (cf. Hch 8, 18 ss). El Espíritu
Santo no se puede comprar, sólo se puede implorar con la oración. Jesús mismo
de hecho había ligado el don del Espíritu Santo a la oración, diciendo: “Si, pues,
vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el
Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!”
(Lc 11, 13). Lo había ligado no sólo a nuestra oración sino también, y sobre todo,
a la suya diciendo: “y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté
con vosotros para siempre”
(Jn 14, 16). Entre la oración y el don del Espíritu existe la misma circularidad y
compenetración que entre la gracia y la libertad. Nosotros tenemos necesidad
de recibir el Espíritu Santo para poder orar, y tenemos necesidad de orar para
poder recibir el Espíritu Santo. Al principio está el don de la gracia, pero después
es necesario orar para que este don se conserve y se acreciente.
Pero todo esto no debe quedarse en una enseñanza abstracta y genérica. Me
debe decir algo a mí individualmente. ¿Quieres recibir el Espíritu Santo? ¿Te
sientes débil y deseas ser revestido con la fuerza de lo alto? ¿Te sientes tibio y
quieres ser recalentado? ¿Seco y quieres ser regado? ¿Rígido y quieres ser
doblado? ¿Descontento de la vida pasada y quieres ser renovado? ¡Ora, ora, ora!
Que en tu boca no se apague el grito sumiso: Veni Sancte Spiritus, ¡Ven Espíritu
Santo! Si una persona o un grupo de personas, con fe, se pone en oración y en
retiro, decididos a no levantarse sin haber recibido lo que pedían y de hecho
mucho más. Así sucedió en aquel primer retiro de Duquesne en el que se inició
la Renovación Carismática Católica.
Como fue la oración de María y los apóstoles, también la nuestra deber ser una
oración «concorde y perseverante». Concorde o unánime (homothymadon)
significa, al pie de la letra, hecha con un solo corazón (con-corde) y con una sola
alma («un-ánima»). Jesús dijo: “Os aseguro también que si dos de vosotros se
ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán
de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,19).
La otra característica de la oración de María y de los apóstoles es que era una
oración «perseverante». El término original griego que expresa esta cualidad de
la oración cristiana (proskarteroúntes) indica una acción tenaz, insistente, el estar
ocupado con asiduidad y constancia en alguna cosa. Se traduce con
perseverantes, o asiduos, en la oración. Se podría también traducir «aferrados
tenazmente» a la oración.
Esta palabra es importante porque es la que se repite con más frecuencia cada
vez que se habla de oración en el Nuevo Testamento. En los Hechos vuelve poco
después, cuando se habla de los primeros creyentes que llegaban a la fe, que
«acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan y a las oraciones» (Hch 2, 42). También San Pablo recomienda
ser «perseverantes en la oración» (Rm 12, 12; Col 4, 2). En un fragmento de la
carta a los Efesios se lee: “siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión
en el Espíritu, velando juntos con perseverancia” (Ef 6, 18).
La esencia de esta enseñanza deriva de Jesús, el cual contó la parábola de la
viuda importuna, precisamente para decir que es necesario « orar siempre, sin
cansarse » (cf.Lc 18, 1). La mujer cananea es un ejemplo viviente de esta oración
insistente que no se deja desalentar por nada y que al final, precisamente por
esto, obtiene lo que desea. Ella le pide la sanación de la hija, y Jesús – está escrito
– « no le respondió palabra ». Insiste, y Jesús responde que ha sido enviado sólo
para las ovejas de Israel. Ella se echa a sus pies, y Jesús se resiste diciendo que
no es bueno tomar el alimento de la mesa de los hijos para dárselo a los perritos.
Era suficiente para desanimarse. Pero la mujer cananea no se rinde; dice: « Sí…
pero también los perritos… », y Jesús feliz exclama: “Mujer, grande es tu fe; que
te suceda como deseas” (Mt 15, 21 ss).
Orar largo tiempo, con perseverancia, no significa con muchas palabras,
abandonándose a un parloteo vano como los paganos (cf. Mt 6, 7). Ser
perseverante en la oración significa pedir a menudo, no dejar de pedir, no dejar
de esperar, no rendirse nunca. Significa no darse reposo y no dárselo tampoco a
Dios: “Los que hacéis que Yahveh recuerde, no guardéis silencio. No le dejéis
descansar, hasta que restablezca, hasta que trueque a Jerusalén en alabanza en
la tierra” (Is 62, 6-7).
Pero ¿por qué la oración debe ser perseverante y por qué Dios no escucha
inmediatamente? ¿No es él mismo el que, en la Biblia, promete escuchar
inmediatamente, en cuanto se ora, es más antes de haber terminado de orar?
“Antes que me llamen, yo responderé; aún estarán hablando, y yo les escucharé”
(Is 65, 24). Jesús corrobora: “y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están
clamando a él día y noche, y les hace esperar? “Os digo que les hará justicia
pronto”
(Lc 18, 7). ¿No desmiente clamorosamente la experiencia estas palabras? No,
Dios ha prometido escuchar siempre y escuchar inmediatamente nuestra
oración, y así lo hace. Somos nosotros los que debemos abrir los ojos.
Es muy cierto, él cumple su palabra: en el retrasar el auxilio, él ya auxilia; más
bien este diferir es ello mismo un auxilio. Esto para que no ocurra que
escuchando demasiado deprisa la voluntad del que pide, él no pueda
proporcionarle una salud perfecta. Es necesario distinguir la escucha según la
voluntad del orante y la escucha según la necesidad del orante, que es su
salvación. Jesús dijo: “Buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mt 7,7).
Cuando se leen estas palabras, se piensa inmediatamente que Jesús promete
darnos todas las cosas que le pidamos, y nos quedamos perplejos porque vemos
que esto se consigue raramente. Pero él pretendía decir sobre todo una cosa:
“Buscadme y me encontraréis, llamad y os abriré”. Promete darse a sí mismo, más
allá de las cosas que le pedimos, y esta promesa siempre se mantiene
infaliblemente. Quien le busca, le encuentra; a quien llama, le abre y una vez
encontrado, todo lo demás pasa a segundo plano.
Cuando el objeto de nuestra oración es el don bueno por excelencia, lo que Dios
mismo quiere darnos sobre todas las cosas – el Espíritu Santo -, es necesario
protegerse de un posible engaño. Nosotros estamos llevados a concebir el
Espíritu Santo, más o menos conscientemente, como una ayuda potente de lo
alto, un soplo de vida que viene a reavivar agradablemente nuestra oración y
nuestro fervor, a volver eficaz nuestro ministerio y fácil llevar la cruz. Has orado
de esta manera durante años para tener tu Pentecostés y te parece que no se ha
movido ni un soplo de viento. Nada de todo lo que esperabas ha sucedido.
El Espíritu Santo no se da para potenciar nuestro egoísmo. Mejor mira alrededor.
Quizás todo ese Espíritu Santo que pedías para ti, Dios te lo ha concedido, pero
para los otros. Tal vez la oración de otros en torno a ti, por tu palabra, se ha
renovado y la tuya ha seguido adelante chapurreada como antes; otros han
sentido traspasado el corazón, han sentido la compunción y llorando se han
arrepentido, y tú sigues todavía ahí pidiendo precisamente esa gracia. Deja libre
a Dios; hazte honor de dejar a Dios su libertad. Éste es el modo que él ha
escogido para darte su Santo Espíritu y es el más bello. Tal vez algún apóstol, el
día de Pentecostés, viendo a toda aquella multitud arrepentida dándose golpes
de pecho, traspasada por la Palabra de Dios, tal vez, digo, no había sentido
envidia y confusión, pensando que también él todavía no había llorado por haber
crucificado a Jesús de Nazaret. San Pablo, que en la predicación era acompañado
por la manifestación del Espíritu y de su poder, pide por tres veces ser liberado
de su espina en la carne, pero no fue escuchado y tuvo que resignarse a vivir con
ella para que se manifestase mejor el poder de Dios (cf. 2 Cor 12, 8 s).
En la Renovación Carismática la oración se manifiesta de una forma nueva
respecto al pasado: la de la oración en grupo o el grupo de oración. Participando
en ellos se comprende lo que quería decir el Apóstol cuando escribe a los Efesios:
“llenaos más bien del Espíritu.
Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad
en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios
Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5,18-20). Y de nuevo:
“siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu” (Ef 6,18).
Nosotros conocemos sólo dos tipos fundamentales de oración: la oración
litúrgica y la oración privada. La oración litúrgica es comunitaria, pero no es
espontánea; la oración privada es espontánea pero no es comunitaria. Son
necesarios momentos en los que se pueda orar espontáneamente, como dicte el
Espíritu, pero compartiendo la propia oración con otros, poniendo en común los
diversos dones y carismas y edificándose cada uno con el fervor del otro;
poniendo en común las diversas “lenguas de fuego” de manera que formen una
única llama. Es necesaria, en resumen, una oración que sea espontánea y
comunitaria a la vez.
Tenemos un ejemplo magnífico de esta oración “carismática”, espontánea y
comunitaria a la vez, en el capítulo cuarto de los Hechos. Pedro y Juan, liberados
de la cárcel con la orden de no hablar más en el nombre de Jesús, regresan a la
comunidad y ésta se pone a orar. Uno proclama una palabra de la Escritura (“Los
reyes y magistrados se han aliado contra el Señor y contra su Ungido”), otro tiene
el don de aplicar la palabra a la situación del momento; es como una
“sublevación” de fe que da la osadía de pedir “sanaciones, signos y prodigios”. Al
final se repite lo que había sucedido en el primer Pentecostés “todos quedaron
llenos del Espíritu Santo” y siguieron predicando a Cristo “con valentía”.
Un don especial a pedir al Espíritu Santo, con ocasión de la renovación y de la
unificación de los organismos de servicio, es el que revive la maravilla de aquellos
primeros grupos de oración carismáticos en los que casi se respiraba la presencia
del Espíritu Santo, y el señorío de Cristo no era una verdad solamente
proclamada sino experimentada casi tangiblemente. No olvidemos que el grupo
de oración o la oración en grupo es el elemento básico que une entre sí tanto a
la realidad de los grupos de oración como la de las fraternidades carismáticas.
Con cada una de las formas de oración mencionadas se puede participar en la
cadena de oración en preparación de Pentecostés. A quien ama la oración
litúrgica, le sugiero que repita más veces al día, a elegir, una de las siguientes
invocaciones al Espíritu Santo que está en uso en la liturgia, sabiendo que se une
así a las innumerables filas de creyentes que la han pronunciado antes que
nosotros:
“Ven, Santo Espíritu, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de
tu amor”. (A los que todavía les gusta orar con la fórmula original latina: “Veni,
Sancte Spiritus, repletuorum corda fidelium et tui amoris in eisignemaccende”). O
bien: “Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la tierra”. O bien: “Ven, Espíritu
Creador, visita las almas de tus fieles y llena con tu divina gracia, los corazones que
Tú creaste”.
En mi libro del comentario al Veni Creator he escrito yo también una invocación
al Espíritu Santo. La comparto con mucho gusto en este momento con quien se
sienta inspirado:
¡Espíritu Santo, ven!
¡Ven fuerza y dulzura de Dios!
¡Ven tú que eres movimiento y quietud al mismo tiempo!
¡Renueva nuestro valor,
llena nuestra soledad en este mundo,
infúndenos la intimidad con Dios!
Ya no decimos como el profeta: “Ven de los cuatro vientos”,
como si no supiéramos aún de dónde vienes;
nosotros decimos:
¡Ven Espíritu que sales del costado traspasado de Cristo en la cruz!
¡Ven de la boca del Resucitado!

Don de Ciencia (I)10

Mons. José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián


…Podemos decir que es el don que produce en nosotros una lucidez sobrenatural
para ver las cosas del mundo según Dios.
Jesucristo es quien posee en plenitud los dones del Espíritu Santo tal y como nos
relata el texto de Lc 4,18 en el que Jesús, entrando en la sinagoga, encontró el
volumen del rollo del profeta Isaías y leyó aquel pasaje donde estaba escrito: “el
Espíritu del Señor está sobre mí porque él me ha ungido para anunciar a los
pobres la buena nueva…’ Es decir, Jesucristo es el ungido por el Espíritu Santo,
Él tiene la plenitud de los dones del Espíritu Santo; nosotros los cristianos, los
que hemos sido por el bautismo injertados en Jesucristo, participamos de esa
unción que El tiene del Espíritu Santo. Si El tiene los dones del Espíritu Santo en
plenitud nosotros participamos de ellos por gracia y recibimos esa unción que el
Espíritu Santo realizó en Jesucristo. En la Sagrada Escritura observamos cómo

10
Don de Ciencia (I) | Revista Agua Viva
Jesús, en distintos momentos de su vida, está perfectamente ungido por el
Espíritu Santo.
Por tanto, el don de ciencia, que tratamos ahora, asistía a Jesucristo. Por ejemplo,
Jesús tiene un conocimiento, una ciencia especial, conoce a los hombres en el
secreto de sus almas, les conoce por dentro. Tiene un don de ciencia –
recordamos que el don de ciencia es un ver las cosas según Dios, ver las cosas
del mundo pero desde los ojos de Dios–. Por ejemplo en Jn 1, 46-48 vio Jesús
que se acercaba Natanael y dijo de él ‘ahí tenéis un israelita de verdad en quien
no hay engaño’. Natanael se sorprende y dice ‘¿de qué me conoces?’ Le
respondió Jesús ‘antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la
higuera, te vi’. Es decir, tiene un conocimiento interno de ese hombre,
humanamente no le conocía de nada sin embargo le conocía desde siempre.
Otro ejemplo, Lc 5, 21-22, los escribas y fariseos empezaron a pensar ‘quien es
este que dice blasfemias, quien puede perdonar pecados sino solo Dios’ y a
continuación dice ‘conociendo Jesús sus pensamientos les dijo ¿qué estáis
pensando en vuestros corazones, que es más fácil decir tus pecados están
perdonados?’ Aquí lo que nos interesa es ¿cómo Jesús conocía sus
pensamientos? Pues porque Jesús estaba plenamente asistido por el don de
ciencia, incluso conocía anteriormente muchos acontecimientos que iban a
suceder, sucesos futuros. Él predijo su muerte, resurrección, ascensión, la
devastación del templo… Jesús, por lo tanto, estaba asistido por el don de ciencia
y hay que decir que también el hombre nuevo, es decir el cristiano, asume una
participación pequeña pero real y verdadera de ese don de ciencia que tuvo
Jesucristo. El cristiano está iluminado con el don de ciencia, conoce
profundamente las realidades temporales y las ve con lucidez sobrenatural pues
la mira con los ojos de Cristo.
Hay un texto que es digno de meditar que es 1Cor 2, 14-16: ‘El hombre
naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios, son necedad para él y no
las puede conocer pues solo espiritualmente pueden ser juzgadas, en cambio el
hombre de espíritu lo juzga todo y de ahí que nadie puede juzgarle porque ¿quién
conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de
Cristo’. San Pablo nos está diciendo que hemos recibido la gracia de tener la
mente de Cristo, el don de conocer las cosas con su mirada, la capacidad de
juzgar las cosas sobrenaturalmente y no meramente con una capacidad natural
de conocer las cosas. ¡Qué maravilla! ¡Nosotros tenemos la mente de Cristo!
El cristiano que esta asistido por el don de ciencia conoce las cosas desde la
perspectiva del Espíritu Santo. Por el don de ciencia descubrimos por una parte
la hermosura del mundo visible, la maravilla y la dignidad tan grande de la
creación que es un reflejo de Dios, un reflejo de la grandeza de Dios y al mismo
tiempo un anticipo de la gloria que vamos a ver en el cielo pues este mundo es
un pequeño espejo de lo que está por llegar; por una parte descubrimos, a la luz
del don de ciencia, la hermosura de este mundo y al mismo tiempo descubrimos
su vanidad, es decir, que este mundo es transitorio, pasajero, efímero, que se lo
lleva el viento. El don de ciencia nos permite tener estas dos caras de la moneda:
por una parte uno valora este mundo a la luz de Dios de una manera muy superior
a la que la pueda valorar alguien que no tiene ese don de ciencia o la virtud de la
fe, pero al mismo tiempo también se da cuenta que este mundo es vano,
transitorio, que comparando con lo que es el encuentro con Dios sería vano y
absurdo apegarnos y poner en él nuestras esperanzas porque todo es transitorio.
Las dos cosas pueden parecer contradictorias pero no lo son, son las dos caras
de la misma moneda. Por ejemplo, hay textos que nos subraya mucho que este
mundo es vano y transitorio 1Cor 7,29 ‘os digo pues hermanos que el tiempo es
corto, la apariencia de este mundo pasa, el que tenga vida como no tuviese, el
que posee como no poseyese…’ 2Cor 4,18 ‘nosotros no ponemos los ojos en las
cosas visibles sino en las invisibles, las visibles son temporales las invisibles son
eternas’. Pensando de esta manera nosotros no estamos despreciando las
criaturas del mundo visible; si se nos permite un matiz se puede decir que
nosotros no las despreciamos, en todo caso las menos preciamos, es decir, que
las apreciamos menos que a Dios pero no las despreciamos.
Despreciar quiere decir que no encuentro en ello nada que agradecer y un
cristiano nunca debe despreciar sino decir que tiene menos precio, es decir, que
lo aprecio menos que a Dios. No voy a atarme, no voy a poner mi corazón en las
cosas de este mundo de una manera absurda y ridícula cuando resulta que luego
estoy amando a las criaturas o apegándome a ellas, pues esto después me quita
de tener el corazón libre y plenamente dispuesto para amar a Dios. Por tanto,
nosotros no despreciamos las criaturas, en todo caso subordinamos el aprecio a
las criaturas al amor a Dios con todo el corazón y con toda el alma.
Por ejemplo dice Fil 3, 7-8 ‘todo lo estimo basura en comparación con el
conocimiento de Cristo, mi Señor’, no es que desprecie las cosas pero si lo
comparo con Dios, todo me parece que no es nada. Es basura porque no puedo
comparar la criatura con el Creador y sería absurdo que yo por estar apegado a
la criatura ignore al Creador. Fijémonos como el mismo san Pablo, que ha dicho
esto de que todo lo estimo basura comparando con el conocimiento de Cristo,
en 1Tm 4,4 dice ‘toda criatura de Dios es buena y nada hay reprobable’, nada
hay malo en todas las criaturas de Dios porque todo lo que Dios ha creado es
bueno, una cosa no quita la otra. El don de ciencia, pues, permite gozar de la
hermosura del mundo viendo en ello el reflejo del creador y al mismo tiempo la
otra cara de la moneda descubre que este mundo es vano, es pasajero y no es
más que un mero reflejo de la belleza de Dios.
Por lo tanto, una conclusión sería que el mundo creado es revelación de la
bondad y la hermosura de Dios; todo lo visible de Dios, su eterno poder y
divinidad, son conocidos mediante las criaturas, las criaturas acaban siendo un
lugar de conocimiento de Dios muy especial. Esta es la luz que nos da, de una
manera muy especial, el don de ciencia.

El don de Ciencia. Pbro. José María Iraburu11


Teología
El don de ciencia es un hábito sobrenatural, infundido por Dios con la gracia
santificante en el entendimiento del hombre, para que por obra del Espíritu
Santo, juzgue rectamente, con lucidez sobrehumana, acerca de todas las cosas
creadas, refiriéndolas siempre a su fin sobrenatural. Por tanto, en la
consideración del mundo visible, el don de ciencia perfecciona la virtud de la fe,
dando a ésta una luminosidad de conocimiento al modo divino (STh II-II,9).
Según esto, el hábito intelectual del don de ciencia es muy distinto de la ciencia
natural, que a la luz de la razón conoce las cosas por sus causas naturales,
próximas o remotas. Es también diverso de la ciencia teológica, en la que la razón
discurre, iluminada por la fe, acerca de Dios y del mundo.
El don de ciencia conoce profundamente las cosas creadas sin trabajo discursivo
de la razón y de la fe, sino más bien por una cierta connaturalidad con Dios, es
decir, por obra del Espíritu Santo, con rapidez y seguridad, al modo divino. Ve y
entiende con facilidad la vida presente en referencia continua a su fin definitivo,
la vida eterna.
El don de ciencia, pues, trae consigo a un tiempo dos efectos que no son
opuestos, sino complementarios. De un lado, produce una dignificación suprema
de la vida presente, pues las criaturas se hacen ventanas abiertas a la
contemplación de Dios, y todos los acontecimientos y acciones de este mundo,
con frecuencia tan contingentes, tan precarios y triviales, se revelan, por así
decirlo, como causas productoras de efectos eternos. Y de otro lado, al mismo
tiempo, el don de ciencia muestra la vanidad del ser de todas las criaturas y de
todas sus vicisitudes temporales, comparadas con la plenitud del ser de Dios y
de la vida eterna.
No es fácil encarecer suficientemente hasta qué punto es necesario para la
perfección el don de ciencia. Y hoy más que nunca. Todos los cristianos, los niños
y los jóvenes, los novios y los matrimonios, los profesores, los políticos, los
hombres de negocios, los párrocos y los religiosos, los obispos y los teólogos,

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don de Ciencia.
necesitan absolutamente del don de ciencia para que sus mentes, dóciles a Dios,
queden absolutamente libres de los condicionamientos envolventes del mundo
en que viven.
Si pensamos que un cirujano que padece ofuscaciones frecuentes en la vista o
que un conductor de autobús que sufre de vez en cuando mareos y
desvanecimientos, no están en condiciones de ejercer su oficio, de modo
semejante habremos de estimar que aquéllos que reciben importantes
responsabilidades de gobierno, si no poseen suficientemente el don de ciencia,
causarán sin duda grandes males en la sociedad y en la Iglesia.
Santos
Al don de ciencia se le suele decir la ciencia de los santos. Así la llamó Juan de
Santo Tomás, en alusión a aquel texto de la Escritura: el Señor «les dio la ciencia
de los santos» (Sab 10,10; In I-II, d.18, 43,10).
En todos los santos, es cierto, tanto en los cultos como en los incultos, ha brillado
siempre el don de ciencia, por el cual el mundo visible viene a ser revelación de Dios.
Ya no es el mundo para ellos un lastre, una distracción o una tentación, sino que
se torna para ellos en escala maravillosa hacia la perfecta unión con Dios.
San Francisco de Asís, por ejemplo, «abrazaba todas las cosas con indecible
devoción afectuosa, les hablaba del Señor y les exhortaba a alabarlo. Dejaba sin
apagar las luces, lámparas, velas, no queriendo extinguir con su mano la claridad
que le era símbolo de la luz eterna. Caminaba con reverencia sobre las piedras,
en atención a Aquel que a sí mismo se llamó Roca... Pero ¿cómo decirlo todo?
Aquel que es la Fuente de toda bondad, el que será todo en todas las cosas, se
comunicaba a nuestro Santo también en todas las cosas» (Tomás de Celano, II
Vida cp.124).
Por el precioso don de ciencia todos los santos, como el Poverello, han
encontrado a Dios en las criaturas, y se han conmovido profundamente ante la
belleza del mundo visible.
San Juan de la Cruz, por ejemplo, a un tiempo místico y poeta, halla palabras para
expresar estas maravillas que da a conocer el don de ciencia:
El alma «comienza a caminar [espiritualmente] por la consideración y
conocimiento de las criaturas al conocimiento de su Amado, Creador de ellas;
porque, después del ejercicio del conocimiento propio, esta consideración de las
criaturas es la primera en este camino espiritual» (Cántico 5,1).
Y es que, «aunque muchas cosas hace Dios por mano ajena, como de los ángeles
o de los hombres, ésta que es crear nunca la hizo ni hace por otra que por la suya
propia. Y así el alma mucho se mueve al amor de su Amado Dios por la
consideración de las criaturas, viendo que son cosas que por su propia mano
fueron hechas» (Cántico 5,3). Ve el alma que es Él quien las mantiene en su
perenne belleza: «siempre están con verdura inmarcesible, que ni fenece ni se
marchitan con el tiempo» (5,4).
Por eso, en la contemplación del mundo, el alma creyente, iluminada por el don
de ciencia, «halla verdadero sosiego y luz divina y gusta altamente de la sabiduría
de Dios, que en la armonía de las criaturas y hechos de Dios reluce; y siéntese
llena de bienes y ajena y vacía de males, y, sobre todo, entiende y goza de
inestimable refección de amor, que la confirma en amor» (14,4).
El don de ciencia da a conocer muy especialmente la belleza fascinante del alma
humana que está en la gracia divina:
Sobre esto, santa Catalina de Siena le decía al Beato Raimundo, su director:
«Padre mío, si viera usted el encanto de un alma racional, no dudo en absoluto
que daría cien veces la vida por la salud de esa alma, pues en este mundo no hay
nada que pueda igualar tanta belleza» (Leyenda 151). Y lo mismo decía Santa
Teresa: «el alma del justo es un paraíso donde dice Él que tiene sus deleites... No
hallo yo cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma» (I Moradas 1,1).
Y San Juan de la Cruz: «¡oh alma, hermosísima entre todas las criaturas!» (Cántico
1,7).
Pero, al mismo tiempo que esta grandeza y belleza de las criaturas, el don de
ciencia muestra la vanidad profunda del mundo presente. Los santos, por eso,
siempre han entendido con evidencia que «todas las cosas de la tierra y del cielo,
comparadas con Dios, nada son, como dice Jeremías [4,3]» (1 Subida 4,3).
En efecto, «todo el ser de las criaturas, comparado con el infinito ser de Dios,
nada es; y, por tanto, el alma que en ellas pone su afición [desordenada], delante
de Dios también es nada y menos que nada» (ib.4,4).
El don de ciencia, de este modo, perfeccionando la fe, desengaña al hombre
espiritual de todas las fascinaciones y mentiras con que el mundo engaña a los
hombres mundanos. Son indecibles las fascinaciones que el mundo ejerce sobre
los hombres, también sobre tantos cristianos: «toda la tierra seguía maravillada a
la Bestia» (Ap 13,3). El resultado es un espanto: «mi pueblo está loco, me ha
desconocido; son necios, no ven: sabios para el mal, ignorantes para el bien» (Jer
4,22).
Santa Teresa de Jesús, por el don de ciencia, captó con especial lucidez este
engaño general en que viven los hombres.
Ella lo ve todo «al revés» de como lo ven los mundanos o de cómo lo veía ella
antes. Y por eso se duele al pensar en su vida antigua, «ve que es grandísima
mentira, y que todos andamos en ella» (Vida 20,26); «riese de sí, del tiempo en
que tenía en algo los dineros y la codicia de ellos» (20,27), y «no hay ya quien
viva, viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos y la ceguedad que
traemos» (21,4). «¡Oh, qué es un alma que se ve aquí haber de tornar a tratar con
todos, a mirar y ver esta farsa de esta vida tan mal concertada!» (21,6).
Asistido por el don de ciencia, el cristiano perfecto -santa Teresa,
concretamente- ve la mentira de las cosas más estimadas por el mundo, y también
muchas veces por los mismos cristianos piadosos.
En cierta ocasión, doña Luisa de la Cerca enseña en su casa una colección de
joyas a su amiga Teresa de Jesús: «Ella pensó que me alegraran. Yo estaba
riéndome entre mí y habiendo lástima de ver lo que estiman los hombres,
acordándome de lo que nos tiene guardado el Señor, y pensaba cuán imposible
me sería, aunque yo conmigo misma lo quisiese procurar, tener en algo aquellas
cosas, si el Señor no me quitaba la memoria de otras.
«Esto es un gran señorío para el alma, tan grande que no sé si lo entenderá sino
quien lo posee; porque es el propio y natural desasimiento, porque es sin trabajo
nuestro: todo lo hace Dios [es, pues, don de ciencia], que muestra Su Majestad
estas verdades de manera que quedan tan imprimidas, que se ve claro que no lo
pudiéramos por nosotros de aquella manera en tan breve tiempo adquirir» (Vida
38,4).
El don de ciencia muestra también el pecado, por muy escondido que esté en la
práctica común y general. El santo distingue con toda seguridad y facilidad lo que
ofende a Dios y le desagrada, lo que es contrario al Evangelio, por muy aceptado
que esté en el mundo y entre los mismos cristianos: costumbres, modas, criterios,
espectáculos, etc. Y alcanza a ver, ve con una ciencia espiritual luminosa, la
absoluta vanidad de todo aquello que en el mundo no está ordenado a Dios. Ve cómo
las criaturas no finalizadas en su Creador, por mucho que se hinchen y aparenten
-en la televisión y en la prensa, sea en la sociedad, sea en el mismo mundo de la
Iglesia-, son nada, menos que nada, por grande que sea su brillo y esplendor. Lo
ve, lo ve con toda claridad, porque el Señor mismo se lo muestra, como se lo hizo
ver a Teresa:
«¿Sabes qué es amarme con verdad? Entender que todos es mentira lo que no es
agradable a mí. Con claridad verás esto que ahora no entiendes en lo que
aprovecha a tu alma.
«Y así lo he visto, sea el Señor alabado, que después acá tanta vanidad y mentira
me parece lo que yo no veo va guiado al servicio de Dios, que no lo sabría yo decir
como lo entiendo, y lástima me hacen los que veo con la oscuridad que están en
esta verdad» (Vida 40,1-2).
El santo, por el don de ciencia viene a ser desengañado del engaño colectivo; es
decir, despierta del sueño que le mantenía espiritualmente dormido, como a tantos
otros.
El Señor, sigue Teresa de Jesús, «me ha dado una manera de sueño en la vida,
que casi siempre me parece estoy soñando lo que veo: ni contento ni pena que sea
mucha no la veo en mí... Y esto es entera verdad, que aunque después yo quiera
holgarme de aquel contento o pesarme de aquella pena, no es en mi mano, sino
como lo sería a una persona discreta tener pena o gloria de un sueño que soñó.
Porque ya mi alma la despertó el Señor de aquello que, por no estar yo mortificada
ni muerta a las cosas del mundo, me había hecho sentimiento, y no quiere Su
Majestad que se torne a cegar» (Vida 40,22).
Experiencias espirituales semejantes del don de ciencia, igualmente
impresionantes, las hallamos en Santa Catalina de Siena. Cuenta el Beato
Raimundo de Capua, dominico, director suyo:
Una vez el Señor Jesucristo se aparece a Santa Catalina y le dice: «¿Sabes, hija,
quién eres tú y quién soy yo? Si llegas a saber estas dos cosas, serás
bienaventurada. Tú eres la que no es; yo, en cambio, soy el que soy» (Leyenda 92).
De esta premisa parte toda la doctrina espiritual de esta Doctora. «Si el alma -
decía- conoce que por sí misma no es nada y que todo se lo debe al Señor, resulta
que no confía ya en sus operaciones, sino sólo en las de Dios. Por esto el alma
dirige toda su solicitud a Él. Sin embargo, el alma no deja para más tarde hacer lo
que puede, pues al derivarse tal confianza del amor y al causar necesariamente
el amor al amante el deseo de la cosa amada -deseo que no puede existir si el
alma no hace las obras que le son posibles- resulta que ella actúa por razón del
amor. Pero no por ello confía en su operación como cosa suya, sino como
operación del Creador. Todo esto se lo enseña perfectamente [por el don de
ciencia] el conocimiento de la nada que es y la perfección del mismo Creador»
(99).
Hasta tal punto llega la lucidez espiritual sobrehumana de Catalina, y la
referencia continua que ella hacía de la criatura a su Creador, que veía ella en los
hombres con más claridad sus almas que sus cuerpos. Así se lo había pedido ella al
Señor, y el Señor se lo concedió. «Y la gracia de este don, atestigua el Beato
Raimundo, fue tan eficaz y perseverante que, a partir de entonces, Catalina
conoció mejor que los cuerpos, las operaciones y la índole de todas las almas a
las que se acercaba».
Una vez, «cuando le dije a solas que algunos murmuraban porque habían visto a
hombres y a mujeres arrodillados ante ella, sin que ella lo impidiera, me
respondió: "Sabe el Señor que yo poco o nada veo de los movimientos de quien
tengo cerca. Estoy tan ocupada leyendo sus almas, que no me fijo para nada en
sus cuerpos". Entonces le pregunté: "¿Ves, acaso, sus almas?". Y ella me
respondió: "Padre, le revelo ahora en confesión que desde que mi Salvador me
concedió la gracia de liberar a una cierta alma... no aparece casi nunca ante mí
nadie de quien no intuya el estado de su alma"» (151).
«Daré una confirmación de esto que he dicho. Recuerdo que hice de intérprete
entre el Sumo Pontífice Gregorio XI, de feliz memoria, y nuestra santa virgen,
porque ella no conocía el latín y el Pontífice no sabía italiano. Mientras
hablábamos, la santa virgen se lamentó de que en la Curia Romana, donde
debería haber un paraíso de celestiales virtudes, se olía el hedor de los vicios del
infierno. El Pontífice, al oírlo, me preguntó cuánto tiempo hacía que había llegado
ella a la Curia. Cuando supo que lo había hecho pocos días antes, respondió:
"¿Cómo en tan poco tiempo has podido conocer las costumbres de la Curia
Romana?". Entonces ella, cambiando súbitamente su disposición sumisa por una
actitud mayestática, tal como lo vi con mis propios ojos, erguida, prorrumpió en
estas palabras: "Por el honor de Dios Omnipotente, me atrevo a decir que he
sentido yo más el gran mal olor de los pecados que se cometen en la Curia
Romana sin moverme de Siena, mi ciudad natal, del que sienten quienes los
cometieron y los cometen todos los días". El Papa permaneció callado, y yo,
consternado, razonaba en mi interior y me preguntaba con qué autoridad habían
sido dichas unas palabras como aquéllas a la cara de un Pontífice» (152).
Ésta es la lucidez espiritual propia del don de ciencia. Esta santa sin estudios, más
aún, analfabeta, viviendo siempre en Siena, sirviendo en la casa de su padre, el
tintorero Benincasa, penúltima de veinticinco hermanos, siendo joven -muere a
los treinta y tres años-, por el don espiritual de ciencia, por obra del Espíritu
Santo, conoce mil veces mejor el mundo -el mundo de su época, el corazón de los
hombres, el mundillo romano eclesiástico-, que tantos otros que, a pesar de sus
muchos estudios y experiencias, no entienden nada, y ni sospechan siquiera
cuáles son los problemas reales del siglo y de la Iglesia en que viven.
El don de ciencia da al pensamiento y a la acción del santo una suprema libertad
respecto del mundo de su tiempo. Esa independencia total del mundo, se dice
fácilmente, pero si no es por obra del Espíritu Santo, concretamente por el don
de ciencia y por otros dones suyos, es imposible de vivir, al menos en forma
plena. Conviene saberlo.
«Esta tan perfecta osadía y determinación en las obras -advierte San Juan de la
Cruz- pocos espirituales la alcanzan, porque, aunque algunos tratan y usan este
trato, nunca se acaban de perder en algunos puntos o de mundo o de naturaleza,
para hacer las obras perfectas y desnudas por Cristo, no mirando a lo que dirán
o qué parecerá... No están perdidos [del todo] a sí mismos en el obrar; todavía
tienen vergüenza de confesar a Cristo por la obra delante de los hombres,
teniendo respeto a cosas. No viven en Cristo de veras» (Cántico 30,8).
Alude aquí a su verso «diréis que me he perdido», y aún más a la enseñanza de
Jesús: «el que quiera salvar su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la
encontrará» (Mt 16,25).
Aún hay, sin embargo, quien estima que los santos, especialmente los de vida
mística más alta, apenas entienden nada de la vida presente, alienados como
están de ella por su misma vida contemplativa. Pero no, ellos son los únicos que
de verdad entienden lo que sucede en el mundo y en la Iglesia de su tiempo. Eso
está claro.
Disposición receptiva
Con la gracia de Dios, dispongámonos a recibir el precioso don de ciencia con
estas prácticas y virtudes:
1. La oración, la meditación, la súplica. Siempre la oración es premisa
primera para la recepción de todos los dones del Espíritu Santo, pero en
éstos, como el don de ciencia, que son intelectuales, parece que es aún
más imprescindible.
2. Procurar siempre ver a Dios en la criatura. Ignorar u olvidar que el Creador
«no sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en
el ser, le da el obrar y la lleva a su término» (Catecismo 300), es dejar el
alma engañada, necesariamente envuelta en tinieblas y mentiras, en
medio de la realidad presente.
3. Pensar, hablar y obrar con perfecta libertad respecto del mundo. Es decir,
no tener ningún miedo a estimar que la mayoría -también la mayoría del
pueblo cristiano-, en sus criterios y costumbres, está en la oscuridad y
en la tristeza del error, al menos en buena parte. Aquí se nos muestra
otra vez la mutua conexión necesaria de los dones del Espíritu Santo: el
don de ciencia, concretamente, no puede darse sin el don de fortaleza.
4. Ver en todo la mano de Dios providente. Aprender a leer en el libro de la
vida -en los periódicos, en lo que sucede, en lo que le ocurre a uno
mismo-, pero aprender a leer ese libro con los ojos de Cristo. Él es
nuestro único Maestro, el único que conoce el mundo celestial, y el único
que entiende el mundo temporal, el único que comprende lo que sucede,
lo que pasa, es decir, lo que es pasando.
5. Guardarse en fidelidad y humildad. El don de ciencia, efectivamente, es
don de Dios, pero es un don que Dios concede a los humildes, a los que,
recibiendo la gracia de la humildad, le buscan, le aman y guardan
fielmente sus mandatos.
Cantamos al Espíritu Santo
Espíritu Santo, Athenas (Álbum de Athenas Me Basta Tu Gracia)
★ Athenas - Espíritu Santo - MÚSICA CATÓLICA

Espíritu de Dios, Espíritu Santo.


Espíritu de Dios, Espíritu Santo.
Mi alma tiene sed de ti, mi alma tiene sed.
Espíritu Santo ven a arder
Derrama tu fuego y tu poder
Actúa en mí (3 veces)
Estas derramando la unción aquí… aquí….
Estas derramando la unción aquí… aquí….
Estas derramando la unción aquí… derrámate Señor
Estas derramando la unción aquí………
Espíritu Santo ven a ver
Derrama tu fuego y tu poder
Actúa en mí (3 veces)
Espíritu de Dios……. De Dios.
Oh…. Espíritu Santo.
Oh…. Espíritu Santo….

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