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1.

El Olivo, película de Icíar Bollaín


El Olivo es una historia conmovedora con mensaje ecologista profundo, sobre un árbol milenario
que se erije en protagonista del largometraje de la cineasta Icíar Bollaín, la cual no dirigía desde
el año 2011 (uno de los últimos filmes, y también de temática ecológica, fue También la lluvia).
El Olivo es un film protagonizada por Anna Castillo, Javier Gutiérrez y el actor novel, Manuel
Cucala, un anciano que aunque sin experiencia borda el personaje, ya que se identifica
totalmente con el mismo. El Olivo, es una película que más allá de la aventura en la que bucean
los protagonistas, habla del vacío físico y espiritual que provoca en una familia la ausencia del
árbol milenario quien sólo él puede salvar a la familia.
El Olivo narra la aventura personal de Alma que tiene 20 años y trabaja en una granja
(allevamento) de pollos en un pueblo del interior de Castellón. En este ambiente hay su abuelo,
un hombre que dejó de hablar hace años y que para ella es la persona que más le importa en
este mundo. Cuando su abuelo toma la decisión de dejar de comer también, Alma se obsesiona
con que lo único que puede hacer "volver" a su abuelo a su estado natural. Después de varios
intentos percibe que el conflicto está en la sustracción que se hizo de un olivo milenario de su
familia y que la familia vendió contra la voluntad del abuelo 12 años antes. Así que un buen día,
sin decir la verdad, sin un plan, y sin apenas dinero, Alma embarca a su tío "Alcachofa",
arruinado por la crisis, y a su compañero de trabajo Rafa y a sus sus amigas Wiki y Adelle y a
todo su pueblo, para emprender una empresa casi imposible: recuperar el monumental olivo que
se arrancó de la finca (tenuta) de su abuelo para traerlo de vuelta a la masía familiar y que fue
replantado en algún lugar de Europa (dicho sea de paso el olivo que se arranca en la película en
realidad es una réplica de uno real que se construyó en seis semanas).
El Olivo desarrolla la trama de un guión (sceneggiatura) firmado por el compañero de Icíar
Bollaín, el laureado guionista Paul Laverty. El Olivo recoge el drama que sufren muchos olivares
abandonados que van siendo invadidos por la vegetación silvestre. Actualmente, en España hay
varios centenares de miles de olivos abandonados y muchos de ellos con árboles centenarios que
suponen un atractivo para ser arrancados y comercializados como objetos ornamentales. En la
Comunidad Valenciana está prohibido desde 2006 la extracción de olivos centenarios, pero no en
Andalucía o Aragón, donde se sigue permitiendo. Algunos olivos centenarios se han subhastado
(messi all’asta) por más de cincuenta mil euros.
El Olivo es el alegato de un viejo agricultor frente a sus hijos, y un acto de lucha para que
reflexionen tras la venta de un olivo milenario de la familia para tapar agujeros de sus
maltrechas economías. Es el contrapunto en el pan para hoy y el hambre para mañana, una
reflexión sobre los constantes servicios de la naturaleza frente a la urgencia inmediata de la
ambición humana. Al escoger el territorio de la franja mediterránea valentina, Icíar Bollaín ha
retratado ese otro paisaje en segunda línea de costa preparado para la burbuja inmobiliaria, las
prisas y la corrupción.
La película no se libra del tinte español exponiendo en parte unos seres quijotescos en inician un
viaje a ninguna parte en medio de un mundo que ni conocen ni entienden bien. El peso de la
aventura recae sobre Alma, que encarna la actriz protagonista, Anna Castillo, prácticamente
nueva en cine, pero que llena su personaje con una increible naturalidad dando vida a una chica
que ha encuentra en la naturaleza y en el amor de su abuelo sus señas de identidad. El abuelo y
la tierra, el olivo y los amigos son los elementos que abrazan y dan calor a la historia.
Como reconoce Bollaín: “Abuelo y olivo son lo mismo. El olivo es su raíz, su infancia, su tierra”.
Y no quiere que se lo arranquen. “Lucha frente a esa pérdida, porque es luchar frente a la falta
de valores. Y la crisis tiene desde luego una dimensión económica dramática, pero también una
parte de que nos arrancan valores y señas de identidad”. El abuelo y el olivo representan lo que
se pierde en un mundo de prisas y especulación que construye piscinas absurdas con estatuas de
la Libertad; y la protagonista no deja de ser una radical (radical de querer tener raíces).
El otro protagonista es el olivo arrancado de su tierra que acaba malviviendo en una jaula
arquitectónica acristalada donde decora un edificio de oficinas en Alemania. La película tiene
estructura de cuento: el abuelo, la nieta y el árbol. El film no hace sino retratar la suerte que
han corrido muchos de los olivos centenarios cuando no milenarios de los paisajes españoles y
que han sido exportados por todo el planeta. Ahora afortunadamente ya se están tomando
medidas de protección.

2.
A Icíar Bollaín, y por supuesto a su guionista y compañero, Paul Laverty, lo que les interesaba con
este largometraje era continuar denunciando los desmanes que se produjeron hace unos años en
la costa mediterránea española, y compartimos la idea de que nunca está de más que se sigan
recordando, ahora que parece que el boom inmobiliario se desinfló, aunque todavía no se haya
salido de la miseria, del paro y de la bancarrota, porque la memoria es corta y la ambición muy
larga. Procurando no olvidar dicho objetivo, y aprovechando cualquier momento que diera pie a
ello en el filme, aunque en algunos instantes parezca embutido con calzador, la obra recuerda la
construcción incontrolada de aquellos años en la costa, la corrupción política asociada, el
interés de los bancos por prestar dinero, incluso a quien no lo necesitaba (luego vendrían las
sorpresas, los lloros y los desahucios); el ansia general por conseguir el pelotazo de nuestras
vidas, incluso vendiendo, arrancando y desubicando olivos milenarios, para satisfacer el ego de
grandes compañías, que mientras que van aprovechándose de un árbol en su logotipo, para la
exposición y publicidad de la empresa, se dedican a la continua destrucción de los bosques, para
seguir alimentando el negocio, y que continúe girando la rueda de ese capitalismo feroz e
insaciable, que desprecia esencias, naturalezas y viabilidad del ecosistema.

Con una fotografía acorde con la intensidad del paisaje rural, en donde mayormente se
desarrolla, una luminosidad característica de la zona castellonense en donde ha sido rodada, una
frecuente utilización de primeros planos que aprovecha y destaca la alta calidad de las
interpretaciones, y una narración lineal, excepto los insertos referentes al conocimiento del
olivo protagonista y su descarnado arrancamiento, la primera parte del filme va desarrollándose
en el campo, entre árboles, gallinas y en un pequeño pueblo del interior, en donde la vida social
es mostrada en el bar o en la discoteca; la segunda parte se convierte en una especie delirante
de road-movie por las carreteras de media Europa, transportando, curiosamente, una horrenda
reproducción de la Estatua de la Libertad, cuyo simbolismo dejamos abierto para los que vean la
película y reflexionen sobre su destino (al de la estatua, nos referimos).

Para rodearse del sórdido panorama de negocios destruidos, ilusiones perdidas y vidas
fracasadas, Icíar Bollaín nos ofrece una sencilla pero honda historia de un abuelo, que ha
perdido el habla, e incluso el apetito, porque sus hijos han vendido en una “gran operación”, en
una “oportunidad única”, un olivo milenario que tranquilamente respiraba y crecía, hacía ya
muchísimo tiempo, en tierras de su propiedad. Sí que parece que existe en la Comunidad
Autónoma Valenciana, en donde se desarrolla la película, una legislación del año 2006, con el
ostentoso nombre de “Patrimonio Arbóreo Monumental”, que pretende proteger cualquier
especie arbórea de, entre otros parámetros, más de 350 años de antigüedad, e incluso crea un
catálogo de árboles monumentales y singulares, pero o bien a nuestro olivo se le arrancó con
anterioridad, o la norma reluce de bonita y progresista, pero no se cumple.
Los personajes del filme se encuentran caracterizados con mucho acierto (riuscita).
1) La nieta, Alma, está representada por Anna Castillo, una joven con demasiado morro
(faccia tosta), impetuosa e intrépida, que siempre intenta salirse con la suya, y a la que
un día le van a partir los dientes. La actriz nos ofrece una actuación muy intensa, aunque
para ello no era necesario que se arrancara mechones (ciuffi) de pelo, y experimentara
sobre la sensación y el dolor que puede acarrear el alejamiento de tus orígenes.
2) Javier Gutiérrez hace de tío Alcachofa, iracundo y tierno, una víctima ilusa de la crisis,
engañado, estafado y arruinado, con esa dosis de comedia que adorna el drama, y
exagerado en reacciones y exhibición de sentimientos. Es el autor de ciertos chascarrillos
nacionales, que si bien en otro entorno nos hubieran espantado, aquí hasta te hacen
sonreír, como el comentario a los enanos que exhiben los extranjeros en sus jardines por
la costa mediterránea, o lo altos que son y lo bien que hablan el idioma inglés los
alemanes.
3) El amigo de Alma, profundamente enamorado en silencio, es Pep Ambrós, paciente,
obnubilado por la mujer, ciego a sus exageraciones e incondicional en seguirla y apoyarla
con sucesivas ocurrencias.
4) El abuelo, único actor no profesional del filme, es Manuel Cucala, ese agricultor mayor,
que hace de agricultor mayor, al que le han arrancado el alma, so pretexto del rápido
enriquecimiento inesperado.
Hay un momento en el largometraje que dudamos en si la obra va a terminar navegando a la
deriva, pero afortunadamente eso no ocurre, y lo que hace es crecer con situaciones
inverosímiles pero que la realizadora hace muy creíbles, actuales, con actuaciones que, no es
que podrían pasar, sino que están sucediendo en la actualidad, aquí y ahora, donde cualquier
anécdota local, de aparente irrisoria o mínima importancia, puede convertirse en pocas horas en
“trending topic” o tema del momento, y ocupar primerísimas páginas de prensas nacionales o
espacios televisivos de máxima audiencia. Todo es válido en búsqueda de emociones diferentes
que hagan aumentar el interés público y, de paso, los ingresos de las empresas de comunicación.
Avances tecnológicos, redes sociales, movilizaciones espontáneas: todo ello está sucediendo, lo
vivimos continuamente y, lógica e inteligentemente, es utilizado para redondear y terminar de
darle sentido a la historia. Vivimos en un mundo en donde hasta parece que es más fácil que lo
virtual se haga real, en vez de seguir el camino contrario.
Aparte de alguna escena, ya casi al final de la película, que entendemos innecesaria, y ciertas
alusiones a abusos sexuales sin reacción, que también consideramos que sobran, para enfatizar
una relación que ya se observa fría como el hielo, y el asunto es lo suficientemente importante
como para, si se recurre a él, haberle dado mayor relevancia, en general la película consigue
atrapar, conmover y hacerte copartícipe de vivencias y preocupaciones por la naturaleza, por su
conservación, con respeto y amor.

El comienzo del filme, con ese gallinero repleto de gallinas, claro, nos lleva inmediatamente al
recuerdo de otra película también española y de reciente estreno, Quatretondeta (2016), de Pol
Rodríguez, pero esta vez, por el gallinero se pasean, además de las gallinas, nada menos que
José Sacristán y Sergi López y, casualidades, ambos filmes se desarrollan por la misma
comunidad y ahondan en la búsqueda de las raíces y la lucha para que no se abandonen.

La crisis económica no solo ha dejado por el camino vidas sin recursos mínimos para subsistir,
sino también a muchos seres frustrados en sus perspectivas, con el futuro por el que habían
luchado quebrado, y que deben sobrevivir cargando con su deriva mental y sentimiento de
fracaso e inutilidad. Esa mirada la aborda el largometraje en los dos hermanos, el padre y el tío
de Alma, con caracteres bien distintos, el primero sumido en la dureza, en la oscuridad y en el
hermetismo, y el segundo exteriorizando su desagrado física y verbalmente. Junto con todo ello
y sobre todo, Icíar Bollaín nos ofrece un duelo, un particular duelo por la violación de la
naturaleza, por el turbio poderío del ser humano en la búsqueda de sus egoístas conveniencias,
en esa desbocada carrera de enriquecimiento, a costa de la viabilidad del planeta. Y nos
quedamos pensando en ese olivo protagonista, sin brisa alguna que acaricie sus milenarias
ramas.

CRITICA
Comentario
La película El olivo arranca con muy pocas palabras. Estamos en una finca rural, en medio de un
campo lleno de olivos y almendros, una zona geográfica conocida como El Maestrazgo (entre
Castellón y Teruel). Un abuelete sale de la vivienda, con la mirada perdida, viendo como su hijo
corta leña. Buenos días, él no responde, sigue su caminar errático. Vemos que algo no va bien,
que la relación paterno filial está rota, deteriorada ¿Por qué? El conflicto estalló hace años
cuando el hijo tuvo que vender un olivo milenario para conseguir unos ingresos extra de dinero.
Un olivo que ha pasado de generación en generación hasta llegar a Ramón, el abuelete, que se lo
quiere dejar en herencia a sus hijos, Rafa y «el Alcachofa» quienes a su vez se lo debieran dejar
a Alma. Eso ha sido así siempre y así debería seguir siendo por los siglos de los siglos. Además de
la importancia del legado de nuestro patrimonio medio ambiental, El olivo nos habla de esa
generación de padres que han sufrido en sus carnes los rigores de la crisis y de la relación de un
abuelo con su nieta y como éste le inculca el amor a su entorno.
El abuelo ya está ausente. Su nieta, Alma, se encarga darle todos los cuidados posibles. Pero el
abuelo está muerto por dentro. Tiene un vacío que en pantalla se plasma, metafóricamente, en
que el hueco dejado por el olea europea lo van rellenado con los guijarros que encuentran en la
tierra. El abuelo está mudo desde que sus hijos vendieron el milenario olivo a una institución
alemana para lucirlo en su sede de Dusseldorf. Paradojas del destino: una entidad en expansión,
hidroeléctrica para más señas, que presume de preocuparse por el medio ambiente y, sobre
todo, respetarlo. Por medio de flashback vemos como el abuelo inculcó el amor por los árboles y
un respeto por el entorno a su nieta Alma. También vemos como la relación con sus hijos se
deterioró porque ellos vieron la posibilidad de hacer dinero de la madera.
En definitiva, El olivo es una parábola de la que extraemos la enseñanza moral de que no todo
tiene que valer cuando se trata del legado de nuestros antepasados de un bien inmaterial como
es un árbol milenario. La verdad es que dicho así queda muy bien. Pero el campo es duro y
quienes lo trabajan bien lo saben. Bollaín ha tomado partido. Ha dejado a un lado las
motivaciones por las que un padre de familia ha tenido que tomar la decisión, me imagino que
difícil decisión, de tener que vender uno de los mayores activos de su finca: un olivo milenario,
heredado de sus antepasados y que, en definitiva, es una herramienta para su sustento (uno más
entre centenares). Eché en falta esa justificación. No es una decisión veleidosa. Es como
consecuencia de una maldita crisis que se ha llevado por delante el futuro de toda una
generación, arruinando buena parte del fruto de sus antepasados que con tanto trabajo y
esfuerzo habían conseguido. Es una pobre justificación la de que el banco daba créditos a
tutiplén, sin ton ni son, y que la familia podía haber recurrido a ellos para aliviar su economía o
emprender esa nueva aventura. Pero la verdad es que el olivo estaba ahí y era un dinero fácil,
cómodo de obtener. ¿Quién puede resistir la tentación? Me viene a la mente la venta el
patrimonio histórico cultural (retablos, verjas, cuadros, artesonados, y hasta frescos) que, a
comienzos del siglo XX, se vendieron en nuestros pueblos. No era con el afán de enriquecimiento
sino, por ejemplo, para reparar el tejado roto que era un autentico colador y que impedía a los
feligreses concentrarse en las iglesias. Ahora muchas de estas obras se encuentran en los grandes
templos de la cultura, los museos (los afortunados) y otras en manos privadas. Nuestra familia
protagonista parece ser que lo hizo con la idea de apuntarse al carro de la modernidad. A ganar
dinero fácil poniendo copas y paellas en el chiringuito de la playa. Este duró, lo que dura un
castillo de arena ante el envite de las olas.

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El olivo tiene alma. Tiene a una Alma (Anna Castillo) excelsa que encarga a una adolescente en
estado puro: a veces histriónica, chillona y otras, enternecedora con su amor hacia el abuelo. Un
gran acierto que merece algún reconocimiento. A su lado, un camaleónico Javier Gutiérrez que
borda su papel. Ambos contribuyen hacer creíble la historia. También mención especial merecen
por un lado el abuelo Ramón (Manuel Cucala) y por otro el hijo, Rafa (Pep Ambrós) el que
encabezaba la posición de vender el árbol. Hacen un trabajo muy meritorio. Sobre todo el
primero, un vecino de Sant Mateu (donde se rodaron gran parte de los exteriores) sin
experiencia en la interpretación, hace de ello una virtud.

El guion es de Paul Laverty, habitual de Ken Loach y que ahora lo hace de la mano de Icíar
Bollaín. Se nota su impronta en la preocupación de temas sociales. Tomó la idea de la lectura de
una noticia en la prensa que versaba sobre la venta de árboles centenarios y hasta milenarios
que viajaban lejos de nuestras fronteras. La directora madrileña ha dado forma a ese hecho. Su
carrera viene marcada desde que en 1983 fuera elegida por Víctor Erice para protagonizar El sur.
Años después, en 1995 trabajó a las órdenes del director británico Ken Loach y es allí donde
conoció a Paul Laverty. Más tarde, 2003, llegaría una de sus mejores realizaciones con Te doy mis
ojos anterior a las ya reseñas al comienzo de este articulo.

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Todo ello hace El olivo una película muy recomendable. Se ajusta a los cánones de ese cine de
autor, comprometido, que ofrece algo más que entretenimiento. Hay una crítica social, hay muy
buenas interpretaciones, hay una buena dirección construida sobre un sólido guion que nos
plantea el amor que profesa una nieta hacia su entrañable abuelo y el errático y sinsentido viaje
que emprende para tratar de recuperarle. Un viaje iniciático, una búsqueda personal. Todo esto
es El olivo. Echo en falta esa voz de aquellos que viven del campo y que son los que sufren sus
rigores. «Los pijos» de la ciudad nos echamos las manos a la cabeza y decimos: ¡qué barbaridad!
¿cómo se puede vender un árbol milenario? ¿Y tú, qué harías? ¡Maldita especulación!

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