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Seguimos los estudios del mayor especialista en la reconquista y repoblación de
esta zona, González Jiménez (1982, 1983 y 1998-1999) y el clásico de Sancho de So-
pranis (1955).
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Es frecuente encontrar la confusión entre este evento y la propia conquista de la
ciudad; así, en Sancho de Sopranis (1949) y Ballesteros Beretta (1943).
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En esa fecha el rey establece en Cádiz una guarnición de cien hombres al mando de
Guillén de Berja. El documento, del 30 de marzo de 1266, ha sido editado por González
Jiménez (Diplomatario, 1991: 332-333, n. 310).
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Se trata de un manuscrito conservado en el Archivo Municipal de El Puerto de Santa
María (Curiosidades, 1), copia parcial del repartimiento gaditano, editado por P. J. de
Castro (Padron de Heredamientos, 1841). Contamos con la excelente edición de Gonzá-
lez Jiménez (Repartimiento El Puerto, 2002).
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La carta-puebla ha sido editada por González Jiménez (1982: 235-239).
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También llamada «de la Estrella». El 16 de noviembre de 1272 se nombra al infante
don Sancho, en una carta a la catedral de Santiago, «alférez de Santa Maria et almirant
della su cofradía de Espanna». Cf. Torres Fontes (2000-2001: 86).
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Para la descripción de estos, cf. Bertolucci Pizzorusso (1993).
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Se conservan bastante bien, ya que solo la 364 tiene una laguna de seis versos y a la
398 le falta el epígrafe, y todas se presentan con su melodía.
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Probablemente, como afirma J. T. Snow (1998-1999: 32 y [9]), porque el scriptorium
atendía con más detalle la elaboración del códice rico, cuya segunda parte, hoy códice de
Florencia, queda incompleta.
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Sin embargo, en un trabajo anterior había considerado solo las veinticuatro tradicio-
nalmente aceptadas. Cf. Montoya (1981: 141 [1]).
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Montoya (1998-1999a), que citaremos en adelante como «Cancionero»; asimismo
la edición de Montoya (2006).
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Seguimos para todas las referencias a los textos la edición de Mettmann (1986-1989).
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Son imprescindibles, sobre todo, los trabajos de Montoya (1998-1999a, 1998-
1999b, 2001, 2006 y 2008-2009).
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«Aldea de los arcos o de los puentes», según L. Torres Balbás (1942: 151-152 y
[1]), quizá por un antiguo acueducto romano. Sin embargo, Asín Palacios (1944: s. v.
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xiv, como Castillo de San Marcos (Torres Balbás, 1942: 417), edificado
sobre una antigua mezquita del siglo xi y concluido en 1270 (Gómez Ra-
mos, 1979: 159).
Si como supone Beltran (1990: 166 y 169), el cancionero del Puerto
pretende «una acción de tipo publicitario» en el contexto desolador del
fracaso de la repoblación de la comarca del Guadalete en la década de
los setenta, sobre todo a raíz de las incursiones de Abu Yusuf Yaqub, hijo
del sultán meriní, en el Puerto de Santa María en 1278, no es de extrañar
la proliferación de detalles que nos acercan a la realidad cotidiana en su
cancionero, ya desde la cantiga que inaugura el ciclo –auténtico prólogo
de este–, la número 328, donde se deja constancia de la empresa de Salé,
puesto que los milagros son la mejor campaña previsible, además de
los incentivos económicos, para atraer a una población cuyo objetivo
es instalarse en la comarca. De ahí que el rey, como «arquitecto mayor»
(Snow, 1998-1999: 31) del proyecto de un Cancionero de Santa María
del Puerto, no escatime en trazar una selección de hechos recientes y,
sobre todo, verosímiles, que pudieran servir de referente cercano a las
gentes, preocupadas por la inestabilidad de la zona, como se deduce
de las sucesivas fases de repartimientos. De este modo, como señala
Mettmann, las cantigas del ciclo portuense «son de especial interés
al permitirnos seguir en sus detalles el proceso de formación de las
leyendas, que coincidió más o menos con la elaboración de las cantigas
correspondientes» (Alfonso X, 1986: 11). Montoya, por otro lado,
destaca que estos milagros «no son ni tan fantásticos, ni tan fuera de
sentido como los que forman la primera parte del Cancionero Marial»
(Alfonso X, 2006: 19)15 y en ellos podemos encontrar referencias directas
o indirectas al tramo final de la vida del rey, desde, al menos, 1260 a 1281
(ibid., 2006: 119). Alfonso X deja testimonio a través de su cancionero
de cómo la Virgen16 elige para sí este enclave (cantiga 328), suministra
Alcanate) cree que «Alcanate» se refiere al plural de Alcaná, es decir, los canales, por la
abundancia de estos en las salinas de esta comarca.
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Quizá las más insólitas sean la cantiga 398, en la que un rebaño de treinta corde-
ros tienen como guardianes a unos lobos, y la cantiga 381, donde resucita a un niño,
si bien este hecho debía estar culturalmente extendido por el relato bíblico de Lázaro
(Jn, 11, 43-44).
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La imagen, conocida desde el siglo xv como «Virgen de los milagros», no está
exenta de polémica. Montoya (2008-2009: 356 [1]) recuerda el hallazgo de una imagen
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de María en un lugar llamado Pozo Santo, lugar referido en la octava partición del Re-
partimiento del Puerto (González Jiménez, 2002: CXVI). Hay una segunda imagen en
competencia, la de Santa María de Sidueña, que fue trasladada al Castillo de San Mar-
cos. La primera, también conocida como Virgen negra, patrona de la ciudad, se halla
expuesta en la Iglesia prioral del Puerto de Santa María, donde todavía se conserva el
«pozo santo» en su empedrado exterior. Para el tema, cf. la reseña histórica de Suárez
Ávila (2015) enviada a la Santa Sede, al concederle esta el título de basílica a la iglesia
el 25 de enero de 2015.
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Es destacable que no perdone algunas acciones, como el falso juramento en su
nombre, por lo que el ladrón de la cantiga 392 muere ahorcado. Esta narración, más que
milagro en sí mismo, es la garantía de seguridad ciudadana que representa la Virgen del
Puerto para sus pobladores.
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En la cantiga 381 llega a resucitar a un niño que había muerto, tras enfermar de una
fiebre mortal, por los ruegos de su madre que estaba a punto de enloquecer. La cantiga
informa de que vivían en la colación de San Marcos de Jerez. Cf. [25] de este trabajo.
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Montoya (1998-1999a: 120-121) analiza el historial médico del rey como referencia
a la datación de los textos.
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Es posible que la primera referencia que tengamos sea la de una tablilla de arcilla
babilónica, en Yuhong (2001: 33). Para más referencias históricas, Théorodidès (1986) y
Steele (1975). Entre los griegos, donde la estrella Sirio, el perro de Orión, se creía que fa-
vorecía en verano la locura de los perros, eran la diosa Artemisa y Aristeo, hijo de Apolo,
sus sanadores; la hallamos presente en la Ilíada de Homero, donde se llama a Héctor «pe-
rro rabioso» (Schneider y Santos-Burgoa, 1994). Hipócrates describe su sintomatología
y Demócrito la atribuye al sistema nervioso. Aristóteles, en su Historia de los animales,
considera que la enfermedad afecta a los perros, mientras que el hombre sería inmune a
ella (Aristóteles, en Vara Donado, 1990: 461). Epicarmos y Demócrito la denominaron
«lyssa», por la creencia de que se originaba en un gusano existente bajo la lengua, como
se consideró hasta el siglo xix (Toro y Raad, 1997: 18). Entre los romanos, en cuyo
imperio parece que fue un problema extendido, se sabía que se propagaba a través de la
saliva de los perros. Aulo Cornelio Celso es el primer autor en señalar la hidrofobia como
síntoma de la enfermedad. El tratamiento más extendido era la cauterización de la herida,
como recomendaba, manteniéndose como práctica principal hasta el descubrimiento de
la vacuna por Louis Pasteur en 1885.
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«Del XXIX grado del signo de Capricornio es la piedra aque dizen sayastuz. […] Et
si la muelen et la amanssan con çumo de culantro uerde, suelues, et torna se en sustancia
del; et si con aquel a||gua untaren mordedura de biuora, o de can rauioso, sana luego».
Y añade: «Del XXIIII grado del signo de Aquario es la piedra aque dizen secutaz. […]
De natura es calient et humida, pero es mas en ella la calentura que la humidat. Et a tal
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Los protagonistas, una mujer (372) y un niño (393), encajan en los pará-
metros de la consolidación de una Virgen protectora de los grupos sociales
más débiles. No parece baladí el hecho de que el rey escoja la rabia entre
las múltiples enfermedades presentes en el cancionero mariano ya que, po-
siblemente, suponía una barrera para sus repobladores, por el crecimiento
demográfico y el consiguiente aumento de la actividad ganadera, también
por la cercanía con el norte de África.22 De hecho, un documento de 1279
hace mención de la donación del rey a la Orden de Santa María de España
de la alcaría llamada Farraya («campo de los pastores»), pasando a deno-
minarse Alcalá-Sidonia, actual Medina Sidonia (Torres Balbás, 1942: 421
[2]). Sabemos que en el Repartimiento del Puerto, a pesar de haber dispo-
uertud, que, el que la trae consigo, encastonada en plata, nol auiene en suennos polucion,
et si la a por alguna enfermedat, trayendo la, sana. Et esso mismo faz, si fazen della em-
plastro, el ponen sobre mordedura de can rabioso o de otra bestia pozona» (Alfonso X,
en Rodríguez M. Montalvo, 1981: 42, 163 y 174). En la misma línea, las referencias y
sanaciones de la enfermedad en el Libro de la Montería de Alfonso XI, cf. Alfonso XI, en
Seniff (1983: caps. XV y XXXVII).
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La enfermedad sigue siendo, aún hoy, endémica en esta zona.
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Hemos de señalar la cantiga 398 del ciclo del Puerto, protagonizada por uno de los
primeros pobladores («un poblador y morava / que vẽera dos primeyros», v. 23), un pastor
llamado Domingo cuyo rebaño de ovejas, perdido, es recuperado tras ser vigilado por
mansos lobos, hecho extraordinario en el que radica el milagro de la Virgen. Esta temática
ganadera podría estar en estrecha relación con el ciclo de las cantigas de la rabia. Un brote
virulento de rabia en 1271 en Francia, por la invasión de lobos que atacaban los rebaños,
produjo la muerte de una treintena de personas a causa de los mordiscos. En España los
primeros registros de brotes de gran alcance no figuran hasta 1500 (cf. Schneider y San-
tos-Burgoa, 1994: 456).
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del dato,24 ya que la propia fisonomía del Cancionero del Puerto refle-
ja la acumulación de referencias pragmáticas cuya intención es dotar de
cotidianidad lo maravilloso. Sin embargo, si la finalidad del cancionero
es incentivar la repoblación y el comercio en la comarca del Guadalete,
como hemos defendido, el mismo esquema de las fases de repoblación de
los Libros de Repartimiento de la comarca podrían argumentar cualquiera
de las otras dos opciones,25 sin olvidarnos de fechas anteriores, también
posibles, como son los años 1254 y, sobre todo, 1265, tras la revuelta mu-
déjar. En esa línea, también las propuestas de Beltran para la datación de
algunas cantigas del ciclo oscilan entre los años de la primera repoblación
del Puerto y los años finales de la vida del rey, aunque defiende más la úl-
tima etapa ya que «la atención real para con El Puerto es particularmente
intensa después de la carta puebla» (1990: 172).
Finalmente, no hemos de olvidar la naturaleza de poesía de san-
tuario que sirve como sustrato estructural al cancionero mariano en
su conjunto. El cancionero del Puerto se vincula estéticamente a otro
de los más importantes, principal santuario portugués de las cantigas
de Santa María, el de Terena, con Nossa Senhora da Boa Nova como
Virgen benefactora. «Los milagros de Santa María de Terena –afirma
S. Parkinson– se sitúan claramente en el contexto de una tierra recon-
quistada» (1998-1999: 44). Su temática dominante es la curación de
enfermos, que aparece en ocho de los doce milagros que componen
el ciclo, sanando la Virgen la rabia en tres de ellos.26 La naturaleza de
poesía de frontera de este conjunto de cantigas puede comprobarse en
la cantiga 275, en la que dos frailes de la Orden del Hospital son cura-
dos de la «ravia mortal», y para ello debían atravesar el río Guadiana
(«passaron con eles un rio muy gran / d’Aguadiana, entrant’a Portogal»
(vv. 27-28), accidente natural que sirvió de argumento en muchas de las
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También, curiosamente, cura en el mes de abril el protagonista de la cantiga 5,
v. 153. Vid. Morente Parra (2007: 36 y [33]), que explica su posible valor simbólico
en este texto.
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Observemos, por ejemplo, que en el cuadro general de pobladores de Jerez en
1264 la segunda collación en importancia es la de San Marcos, justamente mencionada
en la cantiga 381 (cf. Repartimiento Jerez, en González Jiménez y González Gómez
[1980: XLIV]).
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En tres de las cantigas –223, 275 y 319– la enfermedad es la rabia, perfectamente
diferenciada de la locura.
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BIBLIOGRAFÍA