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Souvenir

Anahí Flores

Esquivó a tres Detectores en el camino a lo de su hermana. Habían parecido el invierno


pasado y, desde entonces, ella prefería evitarlos. Sólo con ver de lejos uno de esos
uniformes verde palta, Gretel doblaba en la primera esquina. No le importaba tener que
caminar de más o llegar tarde: la sola posibilidad de que la detuvieran para registrarla la
enervaba. Y aunque ella no llevara cosas de las que se quisiera desprender, nada
garantizaba que le creyeran. Estaban entrenados para sospechar de todos y delatar a
cualquiera que quisiera abandonar objetos en lugares públicos. Podían preguntar qué
llevaba en el paquete y hacer que lo abriera. Sería un trastorno, con lo que le había
costado envolverlo y prolijo.
Por otro lado, un par de veces estuvo a punto de dar media vuelta y volver a su casa.
Intuía que el regalo podía ser mal recibido. Y lo confirmó en los ojos de su sobrina cuando
se lo quiso entregar: la chica se quedó mirándola como a un extraterrestre, sin agarrar el
paquete.
La hermana de Gretel intervino, le sacó el paquete de las manos y lo puso frente a los
ojos de su hija adolescente. A la chica no le quedó otra que agarrarlo, aunque crispó la
nariz como si oliera mal. Era un paquete blando y liviano, adentro había una remera de
las que, suponía Gretel, a las adolescentes les gustaban. La había conseguido en el
mercado negro y tenía poquísimo uso. Casi ni una mancha.
- Hay que romper el paquete para que dé buena suerte – dijo Gretel. Ni bien lo dijo, la
idea de romper algo le pareció ridícula. En qué estaba pensando. Las mangas de su
camisa estaban deshilachadas. El vestido de su sobrina tenía parches en los codos. Los
pocos muebles enteros que quedaban en lo de su hermana sobrevivían enclenques. En
ese momento hubiera preferido evaporarse, haberse quedado en su casa.
La chica revoleó los ojos hacia arriba, resopló y hundió un dedo en el papel, que se rasgó
pero no llegó a verse lo que había adentro. Los amigos de su sobrina se acercaron como
transeúntes que se agrupan alrededor de un accidente de tránsito. Eso cuando había
autos y accidentes de tránsito.
- Gracias, tía – dijo en un tono que a Gretel la incomodó.
Una de las amigas que traía un candelabro en la mano clavó sus ojos en Gretel y ahogó
una risita. Otras chicas la imitaron, se tapaban la boca y cuchicheaban entre sí. Su
hermana la agarró de la muñeca y la arrastró unos pasos hacia atrás. El grupo se cerró
alrededor de su sobrina.
- Es papel plastificado – dijo uno de los pocos varones que había ido a la fiesta. Por la
escasa luz que había y por cómo estaban amontonados era imposible identificar de quién
era la voz.
- No lo vas a poder reciclar.
- Qué desubicada – dijo otra voz desde el centro del grupo - , traer un paquete, ¡un
paquete! Y encima envuelto en papel plastificado.
- Metalizado – dijo alguien más.
- ¿Y qué vas a hacer con esto? Ahora es tu responsabilidad.
- Chicos – escuchó a su sobrina hablando en voz baja, la vio asomar su cabeza por
encima del grupo, mirándola haciéndose la desentendida y luego volver a meter la cabeza
como una tortuga – mi tía todavía está ahí.
Su hermana la tironeó de la muñeca y la llevó por un pasillo. Gretel esquivó la cera que
goteaba de una vela apoyada en una saliente de la pared. La única vela en todo el pasillo.
A los costados, contra las paredes, se amontonaban juguetes viejos, pedazos de
muebles, carpetas y papeles que daban al pasillo un aspecto de túnel. Gretel reconoció,
asomando entre los objetos como una planta, el mango de un paraguas rojo que había
sido de ella.
- ¿En qué estabas pensando? - le dijo su hermana mientras entraban a la cocina. Sobre la
mesa había una lámpara de kerosene encendida.
- ¿No ves que conseguimos que la mayoría de los chicos del barrio vengan? No fue fácil.
Las madres, sobre todo, se resisten -. Las sombras de ambas se alargaron en el suelo y
chocaron con varios tachos apilados bajo la ventana. - Vamos a poder dar por lo menos
veinte souvenirs.
- Tenía el papel guardado desde hace años – dijo Gretel -.Merecía usarlo en algún regalo
especial. Tanto lío por un papel.
La hermana sirvió kéfir y se lo alcanzó. Gretel estaba harta de las bebidas fermentadas y
amargas. Sostuvo el frasco que hacía de vaso y miró la superficie gasificada. Se quedó
escuchando el murmullo de las burbujas.
- No es solo el papel. Seguro que te fuiste otra vez sola hasta el mercado negro. Es un
peligro, vas a terminar quedando registrada. Y ya sabés que los chicos de hoy no aceptan
nada que venga de ahí. Nada – la voz de la hermana contrastó con lo sutil de las burbujas
-. Nunca te vas a acostumbrar, ¿no?
Gretel separó una silla de la mesa y se sentó. Sus pies chocaron contra un amasijo de
latas que asomaba debajo de la mesa.
- Cuidado, no te cortes – dijo la hermana -. Las estuvimos abollando estos días para que
ocupen menos espacio.
Gretel corrió la silla hacia atrás, tomó un trago de kéfir y lo dejó. Un gusto agrio se le
instaló en la garganta. La hermana siguió hablando, en voz más baja, y señaló las latas.
- Tengo un contacto que tal vez se las lleve. No es gratis, claro.
Unos tambores empezaron a sonar en el living. Gretel miró a su hermana.
- ¿Qué querés que hagan? No me mires así. Vos porque no tenés hijos. A la edad de
ellos, las fiestas son con música. ¿O no te acordás?
A Gretel le pareció que los tambores se acercaban a la cocina. Miró de reojo la puerta
abierta. Lo más probable era que los chicos estuvieran tocando cada vez con más fuerza.
- Precisan descargarse, Gretel. No es fácil. Todos precisamos descargarnos.
Su hermana estaba de perfil a ella, le hablaba mirando hacia la ventana. Gretel siguió su
mirada: por la ventana no se veía más que la noche. Ni una luz. Ni siquiera las antorchas
que los Detectores cargaban después del atardecer.
Ellas eran la única familia que le quedaba, sí, pero cada vez que se encontraban las
sentía más ajenas. Los tambores se detuvieron y dieron paso a una invasión de
panderetas. El sonido metálico y agudo, le pareció todavía más invasivo que la batucada.
Sonaban como las amigas de su sobrina riéndose de ella. O como el zumbido de muchos
insectos juntos.
- Si hubieras prestado atención al papel… Es de los de Navidad ¿Te acordás? Precioso.
Verde, rojo, plateado.
La hermana siguió con la vista en la ventana oscura. No hizo ni un gesto.
- De los de Navidad – repitió Gretel como un gesto de sí misma.
- Lo vi – dijo la hermana – Lo hubieras vendido.
Las palabras quedaron rebotando en la cocina. Gretel se dio cuenta de que no había más
tambores ni panderetas y se levantó.
- ¿Te vas?
- No quiero volver tarde a casa.
- Claro. Esperá que voy a ver en qué andan. No vaya a ser que se me escape alguno sin
el souvenir.
- Te acompaño y después me voy.
La vela del pasillo se había consumido, pero del fondo llegaba claridad por los
candelabros de la fiesta. Gretel pensó en los tres kilómetros que la esperaban de vuelta a
su casa. Extrañaba los colectivos. Recordó los fileteados de colores que solían tener
afuera. Estuvo a punto de sonreír. Pero en seguida vio la fila de adolescentes en la puerta
de la casa. Y a su sobrina entregando una bolsa a cada invitado antes de salir. Bolsas de
diferentes tamaños y colores.
- Te guardé la más grande, tía – le dijo mientras le alcanzaba una bolsa verde que, en otra
época, podría haber cargado una licuadora. Gretel no la agarró y su sobrina la dejó en el
piso, a sus pies. Conocía las nuevas costumbres, pero pensó que su hermana le evitaría
el trastorno. No era algo que estuviera esperando.
- Gracias por ayudarnos – dijo su sobrina, igual que había dicho a cada invitado antes de
salir.
Gretel se resistía a agarrar la bolsa. Si lo hacía ya no podría abandonarla. Sería su
responsabilidad. Pero no estaría bien visto que la rechazara. Podrían acusarla con algún
Detector que estuviera por la zona. Los Detectores tenían olfato para estas cosas. Y no le
sorprendía que su hermana los hubiera alertado de la fiesta, no fuera que algún invitado
intentara deshacerse del souvenir al salir de la casa y quedara en su vereda. Su vereda,
su responsabilidad. Gretel levantó la bolsa y la entreabrió. Con la escasa iluminación , no
llegó a leer las marcas de las altas abolladas. Pensó en dónde metería tantas latas si su
casa estaba atestada de cosas. Pensó otra vez en los Detectores. En sus uniformes verde
palta. Hacía años que no comía palta. Giró hacia la puerta y dio un paso hacia la calle
oscura.
- Esperá, tía.
Gretel se dio vuelta. Vio la sonrisa de su sobrina. Vio a su hermana, más atrás, que la
saludaba. Y vio el brazo de su sobrina adelantándose hacia ella con algo en la mano.
Pensó en un juego de bolos. En ese caso ¿ella era la pieza que había que derribar? Miró
la mano de su sobrina. En la semipenumbra llegó a ver el brillo del papel verde, rojo y
plateado, hecho un bollo.

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