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COLEGIO MIXTO PARTICULAR “JUAN FRANKLIN”

Carrera: Bachillerato en Ciencias y Letras


Grado: Plan Fin de Semana
Asignatura: Ciencias Sociales.

Alumna: Juana María Ajucum Gutiérrez. CLAVE: “6”

Totonicapán, 6 de mayo de 2023.


Introducción

La sociología tiene a grandes rasgos el estudio del comportamiento humano tanto en su entorno
natural como al afrontar problemas ya que, desde sus inicios, la sociología se enfoca en el
estudio de áreas específicas como lo es la educación, hasta que se convierte en una ciencia que
profundiza en el estudio científico y especializado del tema. El presente trabajo presenta un
repaso de los aportes de diversas tradiciones teóricas europeas acerca de la sociología desde los
puntos de vista de Augusto Comte y de Karl Marx con la teoría marxista. De estos temas se
puede notar que desprende la reflexión y la propuesta teórica acerca del objeto de estudio de la
sociología, debido a que algunas veces parece no haber claridad ni consenso entre los autores
porque cada persona tiene una forma de pensar, con el fin de analizar aquellos aspectos
principales acerca de la comprensión de las múltiples interacciones entre sociedad y demás temas
que intervienen. Estos estudios constituyen líneas de investigación de un mismo tema, pero se
desglosan en otros para facilitar la comprensión de diversos aspectos relacionados.
Biografía Augusto Comte
Rompiendo con la tradición católica y monárquica de su familia, Augusto Comte se orientó
durante la época de la Restauración hacia el agnosticismo y las ideas revolucionarias. Después de
una primera juventud cerrada y rebelde, ingresó en 1814 en la Escuela Politécnica de París,
donde, en contacto con las ciencias exactas y la ingeniería, se sintió atraído fuertemente, junto
con muchos compañeros de escuela, hacia aquella especie de "revolución de los técnicos" que
iba predicando el Conde de Saint-Simon.

Disuelta la Escuela Politécnica por el gobierno reaccionario de 1816, Comte, contra la opinión de
sus padres, permaneció en París para completar sus estudios de forma autodidacta, ganándose el
sustento con clases particulares de matemáticas, que durante casi todo el resto de su vida fueron
su fuente principal de ingresos. Desde 1817 se vinculó a Saint-Simon, para el cual trabajó de
secretario hasta su ruptura en 1824. Ese año un trabajo de Comte (Plan de los trabajos científicos
necesarios para reorganizar la sociedad) fue reprobado por su maestro.

El motivo de la discordia era mucho más profundo: Saint-Simon y Comte habían compartido
durante largo tiempo el concepto de una reorganización de la sociedad humana a través de la
dirección de las ciencias positivas, y formaron conjuntamente el plan de renovar por completo la
cultura para elevarla al nivel de tales ciencias; pero Saint-Simon quería pasar de los planes
científicos a la organización práctica de aquel "sacerdocio" que habría de dirigir la nueva
sociedad, en tanto que Comte no consideraba todavía completos los desarrollos teóricos.

La publicación por su cuenta de aquella obra le granjeó la amistad y aprecio de numerosos


historiadores, políticos y científicos (François Guizot, Alexander von Humboldt, el duque Albert
de Broglie), sintiéndose Comte estimulado para emprender su gran obra, aquella enciclopedia de
las ciencias positivas que sería luego el Curso de filosofía positiva (1830-1842). Mientras tanto,
sin la aprobación de sus padres, se había unido en matrimonio civil con una joven y cultísima
dama de París, mujer de eminentes cualidades intelectuales, enérgica y devota de su marido, pero
quizá no tan tierna y sumisa como él hubiera deseado. Precisamente por aquel tiempo (1826-
1827) sufrió Comte su primer acceso de locura; los padres hubiesen querido recluirlo, pero su
esposa supo retenerlo junto a sí con gran energía y curarlo.
Ya repuesto, Comte concentró sus energías en el Curso de filosofía positiva (1830-1842).
Habiendo apreciado, bajo la influencia de Saint-Simon, la urgencia del problema social, Comte
consagró su esfuerzo a concebir un modo de resolverlo, cerrando la crisis abierta por la
Revolución Francesa y sus consecuencias. Halló la respuesta en la ciencia, hacia la que
estableció un verdadero culto: el conocimiento objetivo que proporciona la ciencia debía
aplicarse a la ordenación de los asuntos políticos, económicos y sociales, superando las
ideologías apoyadas en la imaginación, los intereses o los sentimientos.

Contra la libertad de pensamiento, origen de la anarquía moral que atribuía a la Revolución, no


oponía el dogma religioso o los principios de la tradición, sino la «ciencia positiva» que, al
atenerse a los hechos tal como son, proporcionaba según Comte el único punto de apoyo sobre el
que se podría edificar un futuro de «orden y progreso». Contrario al individualismo y a la
democracia, confiaba en un mundo regido por el saber, en el que productores y banqueros
ejercerían una especie de dictadura. Tales ideas, fundamento del pensamiento positivista,
tendrían un gran éxito en los países occidentales desde mediados del siglo XIX, proporcionando
un credo laico para el mundo del capitalismo liberal y de la industria triunfante.

Sin embargo, Comte vivió una vida desgraciada: el exceso de trabajo agravó sus trastornos
psicológicos, y acabaría provocando un intento de suicidio y el abandono de su mujer. Su
rebeldía y su intransigencia, por otra parte, le impidieron insertarse en el mundo académico. Al
tiempo que redactaba el Curso de filosofía positiva, Augusto Comte fundó con antiguos
compañeros de la Escuela Politécnica la Asociación Politécnica, destinada a la difusión de las
ideas positivistas, y, a pesar de la enorme fama conseguida, no logró nunca una sólida posición
oficial; llegó a enseñar en la Escuela Politécnica desde 1832, pero no pudo obtener cátedra en
ella, y fue expulsado en 1844.

Esta vida agitada, la constante concentración mental, el empeoramiento de las relaciones con su
esposa, que terminaron con la separación (1842), y finalmente un nuevo amor senil y compartido
sólo a medias por Clotilde Devaux, originaron hacia 1845 una nueva crisis mental, cuyos efectos
se advierten en sus últimas obras, el Sistema de política positiva (1851-1854) y el Catecismo
Positivista (1852). Esta última, en la que expuso el evangelio de la nueva religión positivista de
la humanidad, ofrece matices desconcertantes en muchos aspectos y en su lenguaje.
Para fomentar el nuevo espíritu positivista había fundado también, en 1845, una especie de
cenáculo en el que se reunían amigos y discípulos, pero este heraldo de la filosofía científica
contemporánea había perdido por entonces todo contacto con la ciencia viva de su tiempo,
concentrado sólo en sus meditaciones subjetivas. Sólo la ayuda económica de algunos
admiradores (como Émile Littré o John Stuart Mill) lo salvó de la miseria. Con todo, lo mejor de
su pensamiento, reflejado en el célebre Curso de filosofía positiva (1830-1842), estaba destinado
a ejercer una gran influencia sobre las más diversas ramas del conocimiento (filosofía, medicina,
historia, sociología) y sobre corrientes políticas diversas (incluyendo el pensamiento reaccionario
de Charles Maurras).

El positivismo
Augusto Comte tomó el término positivismo del que había sido su maestro, Saint-Simon,
responsable de su acuñación a partir de la expresión “ciencia positiva”, aparecida en el siglo
XVIII. En la historia de la filosofía, se designa con esta palabra la corriente de pensamiento
iniciada por Comte; surgida en Francia en la primera mitad del siglo XIX, pronto se desarrollaría
en todos los países occidentales durante el resto de la centuria.

Aunque se entiende el positivismo como filosofía contrapuesta al idealismo y, en particular, a la


figura de Hegel (1770-1831), positivismo e idealismo hegeliano tienen puntos en común. Ambas
corrientes parten de Kant (1724-1804), aunque desarrollan aspectos distintos: el idealismo, la
idea kantiana de la actividad creadora de la conciencia; el positivismo, la necesidad de partir de
datos y la negación de que el conocimiento metafísico pueda superar al científico. Como Kant,
Comte cree inalcanzable el objeto de la metafísica porque el saber humano no puede ir más allá
de la experiencia, y, al igual que Hegel, aborda la concepción de la historia universal como un
proceso unitario, evolutivo y enriquecedor. A pesar de la constatación de tales puntos de acuerdo,
en la configuración de la filosofía del positivismo influyeron también otras corrientes varias,
alejadas del idealismo: el empirismo inglés representado por John Locke (1632-1704) y David
Hume (1711-1776), el materialismo (como negación de las substancias espirituales y
reconocimiento únicamente de la existencia de substancias corpóreas) y el escepticismo del siglo
XVIII francés.
La filosofía positivista
Inducido por el propósito de mostrar que la tendencia que sigue la filosofía es la de acabar siendo
absorbida por la ciencia, Augusto Comte enfocó su estudio hacia el conocimiento de los hechos y
de la sociedad, prescindiendo de cualquier tipo de anteposición de doctrina filosófica alguna. Así
pues, convencido de que el objeto de la ciencia eran indudablemente el progreso y la paz, la
metafísica tradicional (a la que tildó de especulativa por recrearse en polémicas insolubles) fue el
blanco de sus críticas, si bien no como defensa de una postura filosófica o tesis elaborada, sino
como una conclusión ineludible: el final de la metafísica era el resultado natural de la madurez
que iba alcanzando la humanidad en su proceso evolutivo.

El positivismo de Comte es un discurso complejo que comprende al menos una teoría sobre el
conocimiento, una interpretación sobre el sentido de la historia y una posición política ante la
sociedad. En cuanto a lo primero, el positivismo afirma que, en sentido estricto, el conocimiento
lo es sólo de datos verificables o “hechos” (esto es, de fenómenos cuya regularidad puede ser
contrastada al modo de, por ejemplo, una ley física o química) y que todo conocimiento, además
de cierto (indudable, exacto) y sistemático, ha de ser útil, es decir, ha de traducirse no en teorías,
sino en un aumento de la capacidad de control e intervención tecnológica sobre los fenómenos.

Lo que caracteriza el advenimiento de una ciencia es el paso de una explicación teológica (las
causas de los fenómenos son atribuidas a divinidades), o bien metafísica (las causas de los
fenómenos son abstracciones personificadas), a una explicación positiva. Un saber positivo es un
saber que instituye unas relaciones entre los hechos y renuncia a la explicación absoluta; no
busca las esencias ni las causas de las cosas sino las leyes que las gobiernan. La ciencia positiva
aspira a saber únicamente aquello que es posible saber; es una actitud de pensamiento que
sustituye la pregunta "¿por qué?" por la pregunta "¿cómo?".

Augusto Comte
En cuanto a la historia, Augusto Comte considera que la humanidad progresa hacia el bienestar y
la felicidad generales, poniendo el desarrollo científico y tecnológico como motor y meta de ese
proceso. Es la llamada ley de los tres estados, según la cual la humanidad había ya pasado por
dos etapas, denominadas por el propio Comte “teológica” y “metafísica”.
En la etapa teológica, los fenómenos naturales se explicaban por causas extrínsecas a la
naturaleza e intervenciones sobrenaturales (por ejemplo, dioses o seres mitológicos); en la etapa
metafísica, las fuerzas sobrenaturales fueron sustituidas en la explicación por esencias, causas o
fuerzas inmanentes a la naturaleza pero ocultas, que sólo podían ser confiadas al pensamiento
abstracto (por ejemplo, el concepto de gravedad en física). La época contemporánea
corresponde, a su entender, a una tercera etapa: la “científica” o “positiva”. En el estado
“positivo” acabarán por borrarse los vestigios de las etapas anteriores, y el pensamiento abstracto
y deductivista será sustituido por la comprobación experimental.

Por esa misma razón, la filosofía se convertirá en “positiva”, y su característica será que
reconocerá que el verdadero saber humano se halla en las ciencias (una matemática, física,
química o biología desarrolladas ya de manera autónoma); tal filosofía, ajena a cualquier intento
de definir esencias, se dirigirá, en cambio, al establecimiento de los hechos y de las leyes que los
regulan. En sus últimos años, sin embargo, Comte estableció una síntesis subjetiva de sus
planteamientos anteriores resumida en el concepto de “religión de la humanidad”, duramente
criticada por su discípulo Émile Littré por considerarla una vuelta al espíritu teológico.

Por último, el positivismo de Comte entiende los problemas sociales como desórdenes orgánicos
del sistema y propone como solución reformas (ejecutadas por el poder y a la fuerza, si es
necesario) que integren funcionalmente a todos los miembros de la sociedad, a la humanidad
entera. Comte considera que el progreso social es paralelo al desarrollo de las ciencias positivas,
advirtiendo en las ciencias una relación inversamente proporcional entre el grado de complejidad
y el ámbito de aplicación. Así, la primera ciencia serían las matemáticas, aplicables a todos los
campos, pero de complejidad reducida. Después vendrían la física, la química, etc., hasta llegar a
la ciencia más compleja de todas y cuyo único ámbito de aplicación sería la sociedad humana: la
sociología. El objetivo último de la sociología sería controlar el sistema social estableciendo de
manera positiva y útil relaciones entre sus diversos fenómenos.

La sociología
Por las ideas contenidas en el párrafo anterior se considera a Augusto Comte el fundador de la
sociología. Para Comte, la creación de una sociología independiente está dirigida por la ley de la
evolución del espíritu humano. Al emprender la famosa clasificación de las ciencias, Comte
enumera seis de ellas, que clasifica por orden creciente de complejidad, de las más generales a
las más particulares: las matemáticas, la astronomía, la física, la química, la biología y la
sociología.

Pero esta última todavía ha de ser creada. De ahí el tema constante del pensamiento de Augusto
Comte: el progreso científico no es nada si no culmina en una ciencia social, y la ciencia social
no puede establecerse si las ciencias que la preceden en la clasificación no han sido lo
suficientemente desarrolladas. Comte imaginaba esta sociología aún no constituida (por la
enorme dificultad que entraña explicar la complejidad del comportamiento social) como una
"física de las costumbres" o "física social" que descubriría las leyes de las asociaciones humanas
y permitiría formular una reforma práctica de la sociedad, regulando su destino ético y político.

Comte entiende la sociología como ciencia de los hechos humanos, y, a tenor de lo ya expuesto,
es evidente que los hechos humanos se inscriben en la historia. Estudiarlos desde el punto de
vista de su evolución es estudiar la dinámica social. Esta rama de la sociología encierra la ley del
progreso de la humanidad, es decir, la ley de los tres estados que constituye la filosofía de la
historia de Comte, en la cual el estado político está condicionado por el estado intelectual y por
las creencias de una época.

Debe subrayarse sin embargo que, para Comte, la evolución de la humanidad no es discontinua:
el paso de un estado a otro es anunciado por signos precursores, y siempre subsisten, en cada
estado, vestigios del estado precedente. Así, el desorden de las mentes que culminó en la
Revolución Francesa se había venido preparando desde que, en el siglo XIV, se inició la
decadencia del poder espiritual. Una época orgánica se extingue mientras otra se prepara.

Pero el progreso desemboca en el orden: toda evolución termina en un estado de equilibrio cuyo
estudio es objeto de la estática social (a la que está dedicado el Sistema de política positiva,
mientras que el Curso de filosofía positiva tiene por objeto la dinámica social). ¿Cuál es el
fundamento del equilibrio de una sociedad positiva? No la providencia (idea teológica), sino el
descubrimiento positivo de que todo individuo sólo es lo que es por referencia a una vasta
totalidad, la humanidad. A partir de este tema, Augusto Comte construyó una teoría del Estado
fundada en la religión de la humanidad, una religión en la que los sumos sacerdotes tendrían que
ser los sabios y los filósofos; tal religión, en la formulación de Comte, contenía además una serie
de elementos cuanto menos pintorescos, y fue rechazada por muchos positivistas.
Su influencia
El positivismo se extendió por toda Europa en vida de Comte y después de su fallecimiento. Hay
que destacar el desarrollo profuso del positivismo en Inglaterra, donde su máximo representante
fue John Stuart Mill (1806-1873). Al cultivar la “filosofía positiva”, Mill adoptó una orientación
psicológica, tanto en la investigación emprendida como en el método empleado, en directa
conexión con el empirismo inglés clásico. Autor de obras de moral, en las que unió el
positivismo con el utilitarismo inglés, consagró gran parte de su trabajo a la epistemología
científica y otra gran parte a la lógica.

Más especulativo, pero entusiasta del progreso como Comte, fue el positivismo de Herbert
Spencer (1820-1903), convencido defensor de la aplicación del evolucionismo de Charles
Darwin a la vida social. Frente al positivismo comtiano, el positivismo inglés se convirtió con
Spencer en la expresión ideológica paradigmática de una clase social, la burguesía, y, como tal,
en una doctrina individualista, liberal y enemiga radical del socialismo.

SOCIOLOGÍA SEGÚN AGUSTO COMTE


La aparición de dicho interés de investigación, que nace con aquella forma de observación
sociológica, ya se encuentra en el clásico que le da su nombre a la sociología. El análisis de
Comte acerca de la llegada de la fase positiva del espíritu o conocimiento humano -como
momento posterior a las fases teológicas y metafísicas- resulta expresivo por sí mismo. Contrario
a sus estadios anteriores, bajo los cuales el ser humano individual juega un rol fundamental, el
espíritu positivo -y con éste el proyecto de Comte- defiende un interés particular por el estudio
de la realidad social, cuyo núcleo se manifiesta tanto al nivel de lo social, como de la sociedad
moderna. Según Comte la sociología tendría que dedicarse por una parte al estudio de los
procesos sociales que se expresan en condiciones atemporales de convivencia -en la forma de
“leyes naturales” (Institut für Sozialforschung 1956:11)- y que, por otra parte, encuentran su
corolario en una figura societaria de humanidad. El estudio de los procesos o fenónemos sociales
es secundada, así, por un análisis cuya esencia se configura en relación a las “condiciones
generales del orden social” (Bock 2002:48) y es comprendida -en la fase positiva del espíritu-
como un sinónimo del concepto de sociedad moderna. Como señala Elias, el término “especie
humana” o “humanidad” (1986:46), a pesar de tener hoy un resabio biologista, ha sido concebido
de forma equivalente al concepto de sociedad.

A partir de lo mismo se entiende la diferenciación fundante que Comte traza respecto del objeto
de estudio de la sociología y su vinculación inherente al estado positivo del espíritu. Para el
francés el espíritu positivo es -en oposición a los estadios teológico y metafísico-
“eminentemente social. Para éste el ser humano verdadero no existe; solo puede existir la
humanidad, dado que todo nuestro desarrollo está en deuda con la sociedad” (Comte 1915:88).
Esta forma bidimensional de observar la realidad social que se expresa en el nivel de lo social y
de la sociedad moderna -a pesar de que en Comte la segunda parece adquirir mayor claridad- se
encuentra también en otros de los clásicos de la sociología de mediados del siglo XIX.

Sociología según Karl Markx

En la comprensión materialista de la realidad social que Marx funda en su análisis económico-


político, destaca igualmente la dualidad social/sociedad moderna como objeto de estudio de sus
observaciones, las que ahora, sin embargo, ganan en nitidez semántica. El objeto principal de
investigación reside en Marx en la esfera de lo social, cuya dinámica central es definida a través
del concepto de trabajo. Lo social se entiende, en abstracto, como una suerte de relación de
diversos individuos, dentro de la cual la forma de producción juega un rol esencial. Lo social,
como nos recuerda Karel Kosik, “no es una substancia petrificada o dinámica, tampoco una
entidad transcendente independiente de la praxis objetiva, sino que un proceso de producción y
reproducción de la realidad social” (1973:193) que emerge entonces en conexión interna con las
relaciones materiales existentes.

Dicha comprensión está a la base de su forma más general de entender a la sociedad moderna -la
segunda dimensión de análisis. La “sociedad humana” o, lo que nos conecta con Comte, la
“humanidad socializada”, como Marx escribe en Las tesis sobre Feuerbach, constituye, en el
marco del sistema de producción capitalista, el objetivo de conocimiento general del nuevo
materialismo. En éste, la sociedad moderna es entendida como “el producto del actuar mutuo de
los seres humanos” (Marx 1971:548) y se conforma a partir del esquema base-superestructura
[Basis-Überbau] en dos niveles. La base de la sociedad se remite, por una parte, a la totalidad de
las relaciones de producción que, independientes de las voluntades de los seres humanos
participantes, se corresponden con una etapa particular del desarrollo de las fuerzas productivas y
forman entonces, de manera más o menos emergente, la estructura económica de la sociedad. No
es sino esta condición espontánea la que será vivenciada por los seres humanos como alienación
[Entfremdung] y descrita luego por el mismo Marx a partir de su imagen de la fetichización de la
mercancía [Warenfetichismus]. Por otra parte, Marx caracteriza la superestructura como aquel
reflejo de la vida material, que se encarna en diferentes formas de conciencia social
[gesellschaftliche Bewusstseinsformen], a saber: la política, la moral, la religión, la metafísica,
etc.

Como se ha descrito, lo social y la sociedad moderna se erigen, por tanto, como en Comte -
aunque con diferencias-, en el objetivo cognoscitivo de la sociología de Marx, dentro de la cual
el ser humano parece no tener lugar de relevancia. En contraste, por ejemplo, a los que Marx
define como profetas del siglo XVIII (Smith y Ricardo), para los cuales el hombre era
considerado como el punto de partida de la historia, éste queda desplazado del centro de la teoría
marxista. Aun cuando la dimensión de lo social ostenta a través de la categoría de trabajo una
suerte de primacía, ésta constituye junto a la dimensión societal -a través del mencionado modelo
base-superestructura y el análisis de la forma de producción capitalista contenido en éste- el
objetivo de conocimiento de la observación sociológica de Marx. Por cierto que en su teoría
pueden encontrarse elementos o problemáticas disonantes con lo anterior. El Manifiesto del
Partido Comunista es un ejemplo de aquello. Sin embargo, éstos no alcanzan a dañar la unidad o
cohesión de una perspectiva sociológica que, si bien no del todo, comienza a ganar paso a paso
en autoconsciencia.
Conclusiones
1. El principal objetivo de la sociología se deduce como el afán de comprender, explicar y
diagnosticar el entorno de la vida social en los distintos entornos donde se lleven a cabo,
esto permite crear un formato para ver el resultado de las tomas de decisiones finales.
2. Al analizar el desarrollo de la sociología como ciencia social, desde los tiempos antiguos
que se remontan a los autores clásicos hasta hoy en dia, se puede observar que la comunidad
científica sociológica ha mostrado un especial interés en la aplicación del conocimiento
sociológico al estudio de la educación desde diversas perspectivas.
3. Las teorías de Karl Marx fueron llamadas Marxista, que se establece como la forma de la
supuesta teoría del conflicto asociado, con el objetivo de marxismo es desarrollar una
ciencia positiva experimental de la sociedad capitalista como parte de la movilización de una
clase obrera.
Referencias bibliográficas
Oeuvres d’Auguste Comte, 12 vol, Anthropos, Paris 1968-1970. Es la única edición de las obras
completas.

Corréspondance générale et confessions (1814-1857), 8 vol. (P.E. Berrêido Carneiro et autres:


ed.), Archives Positivistes, Paris 1973-1990.

Plan de los trabajos científicos necesarios para reorganizar la sociedad, Tecnos, Madrid 2000.

Amin, Samir. Crítica de nuestro tiempo: a los cincuenta años del manifiesto comunista. México:
Siglo XXI Editores, 2001 (LIBRUNAM: HX39.5 A57318).

Anderson, Perry. Consideraciones sobre el marxismo occidental. México: Siglo XXI Editores,
1979. (LIBRUNAM: HX237 A53)

Löwy, Michael. El cristianismo de los pobres: marxismo y teología de la liberación. México:


Colegio de Ciencias Políticas y Administración Pública, [1988?] (LIBRUNAM: HX536 L69)

Mandel, Ernest. El capital: Cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx. México:
Siglo XXI Editores, 1985. (LIBRUNAM: HB97.5 M3218)

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