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EL AMOR PENDEJO. Al principio, sin conciencia, es todo bonito. Te encanta.

Le
encantás. Empezás a amarlo, supuestamente, porque te gusta cómo te hace
sentir. Te empieza a amar, supuestamente, porque le gusta cómo lo hacés sentir.
Y así, de a poquito, en el mejor de los casos, día a día, aparecen los primeros
indicios de atracción inevitable. O de dependencia engendrada y camuflada.
Porque te encanta y le encantás. Así que no querés dejar de sentirte de esa
manera tan especial. Y no quiere dejar de sentirse de esa manera tan especial. Si
todo sale bien y los dos andan con la misma necesidad de llenar agujeritos
existenciales, construyen una pareja. Qué amores. Y esa confianza, esa
complicidad, esa atracción arranca a convertirse en un contrato de propiedad
privada. Más o menos explícito, claro. Un contrato que tiene el nombre que quieran
ponerle. Incluso ante la relación más libre, las dos personas contratan amar lo que
los hace sentir felices del otro. Y, a su vez, contratan también reclamar todo eso
que empieza a no hacerlos sentir felices. Y lo bonito se desvanece. Obvio. Y lo
bonito se tiñe de ilusión. Obvio. Y lo bonito resulta que era sólo una forma egoísta
pero hermosísima y narcótica de vivir el amor. Algo que parece amor. Algo que
todo el mundo dice que es amor. Algo que, como mínimo, pega personas con
Plasticola romántica entre sí para cumplir con proyectos sociales recontra
establecidos. Porque el amor de los que todavía no se aman a sí mismos y buscan
sentirse bien con otro que está ahí para sostener un trauma se llama amor
pendejo. Sí. El amor pendejo que todos quieren y piden y buscan. El amor en el
que se basó el amor de pareja de las sociedades modernas. Amor desde el miedo
a la pérdida. Amor desde la dependencia. Amor desde la carencia afectiva de la
infancia. El amor pendejo. ¿Por qué ya no podemos juntarnos? ¿Por qué parece
que nada funciona? ¿Por qué cuesta tanto estar en pareja o conseguirla? ¿Por
qué tanta soledad? Por esto. Por esto. Por esto. Por el amor pendejo. El que
todavía no maduró. Porque los que todavía no maduramos somos nosotros.
Nosotros. Crezcamos.

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