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Por su parte, Harold Laski, advierte que todas las instituciones operan
valiéndose de personas; por tanto, el Estado necesita un conjunto de hombres
que ejerzan en su nombre la autoridad coercitiva y suprema que tiene el Estado
y a ese conjunto de hombres, es lo que llamamos gobierno del Estado.
De esta manera, el gobierno resulta ser un agente, un instrumento, del Estado
para realizar sus fines. El mismo autor define que el gobierno “es
sencillamente un mecanismo de administración que da efectividad a los
propósitos de ese poder..:” No obstante y pese a la claridad de las
diferencias, advierte que la distinción entre Estado y gobierno es más bien una
cuestión teórica más que práctica puesto que no resulta concebible un acto
estatal sin que importe un acto de gobierno.
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Al respecto, Tulio Ortiz en su obra "Política y Estado", nos recuerda que pocos
temas dan lugar a tanta confusión como la distinción entre gobierno y Estado.
La controversias se dan desde la perspectiva teórica y en lo que hace a las
formas de gobierno, además de los aspectos teóricos hay que sumar los
problemas semánticos y éstos, a su turno, con la convicción de no pocos
autores que entienden que el tema no vale la pena. Así, algunos autores
prefieren hablar de regímenes políticos o de sistemas políticos pero otros
autores entienden que son también conceptos distintos.
¿Qué se entiende por forma de gobierno?, ¿cuáles son las formas de gobierno
y cuál es la mejor forma de gobierno?.
El Estado actúa a través del gobierno que está dado por el conjunto de órganos
políticos (encarnados en personas físicas) que expresan las voluntad estatal a
través del ejercicio de sus funciones. El poder, hemos señalado, tiene una
finalidad y para alcanzarla, se requiere de las funciones, es decir los modos, las
vías a través de la cuales se pone de manifiesto el poder, se exterioriza es
energía, esa potencia politizada que es el poder del Estado. Entonces, el
gobierno se erige en un agente del poder del Estado que está formado por las
personas físicas que ejercen las diversas funciones estatales. A partir de esta
estrecha relación, se entiende la confusión que pueda darse entre Estado y
gobierno desde que todo acto estatal se concreta en un acto de gobierno. 1
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Conviene aclarar que la palabra gobierno también ofrece distinto alcance: en los países de gobierno
parlamentario, el término gobierno se aplica a la administración, al gabinete que ejerce las funciones
ejercutiva, la gestión cotidiana. En las repúblicas presidencialistas, el gobierno tiene una significado más
amplio pues comprende a los distintos órganos del quéhacer estatal: al órgano ejecutivo, al legislativo e
incluso al Poder Judicial. En este sentido, el juez Carlos Fayt alguna vez explicó que dentro de sus
competencias todos los poderes gobiernan a la Nación".
El estudio de las distintas formas de gobierno, su clasificación y definir cuál es
la mejor forma, ha sido un tema central de la Ciencia Política: de esta cuestión
se han ocupado doctrinarios y filósofos en todos los tiempos; a partir de allí se
han concitado diversas opiniones, clasificaciones, cosa que según los autores
no es sencillo porque –como señalara Sánchez Agesta- “toda institución es
jurídico-política no es un ente abstracto sino un elemento vivo dentro de
un ordenamiento”.
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En la antigüedad, Heredoto –en “Los nueve libros de la historia”- distinguía ya
las tres formas clásicas de gobierno: monarquía, aristocracia y democracia
(isonomía), y en un debate imaginario entre conspiradores contra quien había
usurpado el trono, desarrolla argumentos a favor y en contra de cada una de
estas formas. Lo importante es que vertebra cada forma siguiendo un criterio
cuantitativo, en el sentido de determinar cada forma según el número de
depositarios del gobierno, de gobernantes; uno en la monarquía, pocos en la
aristocracia y muchos en la democracia. En cambio no hay una clara definición
sobre cuál es la mejor más allá que parece inclinarse por la monarquía
Cuál es la mejor forma de gobierno, según Aristóteles; considera que hay que
tener en cuenta al pueblo y que la mejor forma es una “mixta”…ni oligarquía ni
democracia, en la cual exista una predominio de la clase media.
Cicerón , recoge la tipología aristotélica y admite que cualquiera de estas formas, en tanto
mantuviera en todo su vigor el lazo que habían formado las sociedades humanas, podía ser
tolerable aunque no fuera perfecta y que era preferible una u otra, según las circunstancias; lo
importante era que no se impusieran la iniquidad y las pasiones. Advertía sin embargo que el
más peligroso era el gobierno popular y que el mejor era aquel que resultaba de una
combinación de todos, moderándose y templándose recíprocamente. Quizá ya aquí podemos
rastrear el modelo republicano y de división de poderes adoptado por la Constitución de los
EEUU.
Santo Tomás de Aquino en la “Suma Teológica” defiende la monarquía pero advierte sobre
los peligros de la tiranía. De allí que considera deseable un régimen donde todos tengan alguna
participación en los negocios públicos.
En cuanto a Bodin, Hobbes y Locke, no hicieron una aporte importante en estos asuntos.
Bodin, en “Los seis libros de la república” menciona la clásica división tripartita y considera que
la monarquía hereditaria es la mejor forma de gobierno.
John Locke, en su “Ensayo del gobierno civil”, analiza la cuestión teniendo en cuenta quién es
el encargado, quiénes son los facultados para dictar las leyes. En entendía que república era
cualquier comunidad independiente y distinguía tres formas de la república: la democracia, la
oligarquía y la monarquía, pudiendo ésta ser hereditaria o electiva.
Montesquieu, se ocupa en “El espíritu de las leyes” sobre las formas de gobierno. Para
caracterizarlas y clasificarlas, atiende a su naturaleza (es decir su estructura) y a un principio
que les da vitalidad; así, diferencia entre monarquía cuyo principio es el honor y cuya estructura
supone el gobierno de uno mediante leyes fijas y establecidas y la acción de ciertas fuerzas,
cuerpos o poderes intermedios como la nobleza, el clero, ciudades, parlamentos, que obligan a
su cumplimiento; el despotismo que también sería el gobierno de uno pero sin sujeción a las
leyes, sino según sus caprichos y exclusiva voluntad; la república que supone el gobierno de
todo el pueblo –en cuyo caso es república democrática- asentada en el gobierno de asamblea y
cuyo principio es la virtud, es decir la capacidad de gobernar en función del interés general, o
de una parte del pueblo –en cuyo caso será una república aristocrática- en la que gobierna un
grupo, que obedece a sus propias leyes y cuyo principio es la moderación.
Montesquieu se limita a una descripción pero no se pronuncia sobre cuál es la mejor forma de
gobierno sino que esto surge al analizar la división de poderes.
Por su parte, en “El contrato social”, Jean Jacques Rousseau, dedica los primeros 10
capítulos a esta cuestión pero se limita a las formas que considera legítimas que son aquellas
fundadas en el principio de la soberanía del pueblo: la monarquía, la aristocracia y la
democracia que se diferencian por el órgano que ejerce el poder ejecutivo; para Rousseau la
diferencia está en el número de los que se encargan de poner en ejecución las leyes, es decir
en ejercer el gobierno y así, será uno en la monarquía, un grupo de ciudadanos en la
aristocracia y muchos en la democracia en la que habrá más ciudadanos magistrados que
simples ciudadanos particulares porque en lo que respecta al poder legislativo, en cualquiera
de estas formas, siempre radica directamente en el pueblo. Rousseau, siguiendo la línea
clásica sistematizaba las formas de gobierno en democracia, aristocracia y monarquía. El
gobierno republicano o democrático, es aquel en el que el pueblo o una parte de él tiene el
poder soberano; el gobierno monárquico consiste en que gobierna uno solo pero sujeto a leyes
fijas y preestablecidas. El gobierno es despótico cuando gobierna uno solo sin sujetarse a las
leyes y según sus caprichos.
Para el gran ginebrino, la aristocracia además puede ser natural, electiva y hereditaria,
asemejándose la aristocracia electiva a lo que hoy concebimos como democracia
representativa.
Respecto de cuál considera la mejor forma de gobierno, no hay una definición tajante; entiende
que es una cuestión insoluble por indeterminada; reconoce que hay tantas buenas soluciones
como combinaciones posibles.
Tomas Paine, claramente se pronuncia a favor del sistema representativo contra la monarquía, 16
en “Los derechos del hombre”. La importancia de su obra radica en que si bien vuelve sobre la
clásica división: democracia, monarquía y aristocracia, por primera vez aparece la mención del
gobierno representativo al que diferencia de la democracia porque ésta, la democracia, supone
el gobierno del pueblo por si mismo, sin medios accesorios (diría yo, sin intermediarios) pero el
gobierno representativo es aquel que permite abarcar, tomar en cuenta y reunir todos los
intereses y cualquier extensión de terrtiroio y población. Paine, partidario acérrimo del sistema
representativo, descarta lo que llama la simple democracia (que podríamos entender como
democracia directa) no por principio sino por la imposibilidad de su forma, es decir de su
instrumentación. Pero también rechaza a la monarquía y a la aristocracia por su incapacidad.
Así, descartadas las otras tres, solo queda en pie, el sistema representativo que subsana los
defectos de la simple democracia y la incapacidad de la aristocracia y de la monarquía.
Entre los autores que cultivan la teoría general del Estado, podemos mencionar a Jellinek,
Kelsen y Heller; ellos se apartan de las clasificaciones tradicionales procurando formular
distinciones en base a criterios más sólidos. También cabe señalar que emplean la expresión
“forma de Estado” en lugar de “forma de gobierno”.
Veamos:
Jellinek, dejando de lado el criterio clásico que divide las formas de gobierno en función del
número de magistrados y de los fines perseguidos, considera que hay que hacer la clasificación
de las distintas formas de Estado (entiéndase, forma de gobierno) tomando en cuenta el modo
de formación de la voluntad del Estado y entiende que serían dos esos modos: un proceso
natural o psicológico que supone una voluntad física radicada en la monarquía y un proceso
artificial o jurídico, que supone la voluntad de un collegium, encarnado en la república.
Entonces para Jellinek hay dos formas de gobierno (Estado en su lenguaje): monarquía y
república. Estos principios que hacen a la formación de la voluntad del Estado, puede ubicarse
hasta en las formas más primitivas de organización social, incluyendo la horda.
Kelsen: democracias y autocracia. El gran jurista austríaco se aparta del criterio clásico de
clasificación y de la clasificación tripartita e interpreta que el criterio de distinción está en la
forma en que de acuerdo a la Constitución es creado el orden jurídico. Para este gran maestro
austríaco, las formas de gobierno (de Estado), se vinculan con el método de formación del
ordenamiento estatal. Entonces no hay 3 sino 2 tipos de constituciones: la democracia y la
autocracia y la base de la distinción radica en la libertad política. Políticamente libre es el
individuo que está sujeto a un ordenamiento jurídico en cuyo establecimiento ha participado.
Entonces, diferencia entre democracia – que supone que la voluntad estatal representada en el
orden jurídico, es creada por los mismos destinatarios de ese orden jurídico, siendo libres esos
ciudadanos porque participan de la creación del orden jurídico al que se someten. Lo contrario
a la libertad es la servidumbre que está en la base de la autocracia. En la autocracia los
súbditos no participan, están excluidos de la creación del ordenamiento jurídico por lo cual no
hay armonía entre ese orden jurídico y la voluntad de los ciudadanos. De todas formas, Kelsen
admite que los modelos ideales no se dan en ningún Estado sino que en general, en cada uno
encontramos elementos de ambos tipos pero que entre ambos extremos hay diversidad de
grados intermedios que no tienen una designación, un nombre en particular; siguiendo la
terminología usual, un gobierno será democrático o autocrático según el principio que tenga
prevalencia.
Heller, que también habla de formas de Estado, distingue dos tipos ideales a partir de a quién
se asigna el poder estatal. En la democracia, se atribuye el poder al pueblo y en la autocracia,
a un “dominador”. Siendo tipos ideales, entiende que en la realidad, nunca el poder está
plenamente en el pueblo ni en el dominador. 16
Por otra parte, vimos también que la forma de gobierno está dada por las
modalidades de formación, de establecimiento de los órganos esenciales del
Estado, sus atribuciones, poderes, sus relaciones así como a los modos de
determinación de quiénes habrán de ejercer los cargos en la órbita estatal y
cómo deben ejercerlos. En cambio, la forma de Estado refiere al modo de
relación, de distribución del poder respecto del territorio y la población, y esa
forma puede ser centralizada (unitaria) o descentralizada (federal).
Las clasificaciones que siguen tiene como particularidad que fueron acuñadas
con posterioridad a la segunda guerra mundial, tomando en cuenta los cambios
profundos de orden social y económico que han tenido lugar desde 1945 en
adelante. De todas formas, debemos aclarar que a la luz de los cambios más
recientes, algunas -de alguna forma- han quedado profundamente
desactualizadas.
Jimenez de Parga procura formular una clasificación a partir de distintos elementos: los
supuestos, que serían ciertos elementos de la realidad condicionantes de cada régimen
político concreto (por ej. factores geográficos, económicos, culturales, históricos) y los
principios es decir las ideas políticas- la ideología del régimen- que se pretenden realizar.
Pero también, hace jugar otros criterios, otros elementos tales como: la manera de formalizar
jurídicamente la vida política, según en ese estado haya una constitución escrita o
consuetudinaria, rígida o flexible; la eficacia de la constitución, es decir su influencia respecto
de la realidad, el grado de vigencia efectiva: según la constitución sea normativa, nominativa o
semántica; la estructura o forma de gobierno: presidencialismo, parlamentarismos, etc. y la
articulación e incidencia de los llamados poderes de hecho (grupos de interés, de presión,
factores de poder). Se darán cuenta que esto nos lleva a formular distinciones infinitas pero, a
modo de síntesis, este autor diferencia 4 grandes grupos: democracias –que subdivide en
aquellas que tienen tradición democrática que a su vez pueden ser grandes democracias, como
EEUU, medianas y pequeñas, ej. Suiza; nacidas en la Comunidad Británica, como Canadá y
democracias sin tradición democrática (ej. Japón), Italia, España y habría que agregar las
democracias de América Latina y de Europa del Este (establecidas con la llamada tercera ola
democratizadora de fines de los años 70, 80 y 90). También refería a las monocracias
marxistas (y daba el ej. de la URSS, extinguida en diciembre de 1991 y que dio nacimiento a
varios Estados como la Federación Rusa, Ucrania, etc. que ubicaría yo en las actuales
democracias sin tradición democrática.
Es así, que Aron, más que referirse a formas de gobierno, refiere al régimen
político. El régimen político importa un concepto más incluye a la forma de
gobierno pero no se agota en ella sino que comprende elementos
extrajurídicos. El régimen político alude a los mecanismos reales de la
decisión política.
Aron, basa su clasificación en las que llama "funciones" del orden político moderno; esas
funciones son: la función administrativa y la función política.
Respecto de la función administrativa no hay muchas diferencias cualquiera sea el régimen del
que se trata y del país donde funcione.
Según Aron, el modelo de régimen multipartidista ofrece algunas variantes que reflejan un
menoscabo al modelo puro: esto se da cuando falta cierta regularidad electoral, si por ej. está
proscripto un partido; también cuando la competencia política no siempre es pacífica pues
periódicamente se dan hechos de violencia política y también cuando los partidos políticos
principales no son representativos.
b) Régimen de partido único o monopolista: lo cual supone un sólo partido está habilitado a
actuar y así la competencia política y la determinación de un plan de acción. Este tipo de
régimen se vertebra sobre dos principios centrales: a) Una fe inquebrantable, dogmática en la
doctrina partidaria sin admitir el debate, el diálogo. El que piensa distinto es visto y considerado
como enemigo. b) El miedo de sus enemigos que los paraliza y vuelve impotentes.
Aron, a su vez, encuentra tres variantes del régimen monopolista desde el punto de vista
partidista: un régimen totalitario: es el modelo puro. Funciona un solo partido que está por
encima del Estado (el PC de la URSS), sometido al Estado (el Partido Fascista en Italia) o al 16
lado del Estado (el nacionalsocialismo en Alemania). Es el régimen propio de todo Estado
totalitario que niega las libertades individuales y toda forma real o potencial de oposición. En el
Estado totalitario, están regulados -en los términos de la doctrina del partido único- todos y los
más diversos aspectos de la vida de las personas y del funcionamiento de la sociedad. En este
esquema, la fe y el miedo son esenciales y para ello se acude al terror.
Una situación de monopolio que es de transición que apunta a transformar la sociedad para
luego volver a a la legalidad.
También Aron, refiere al régimen apartidista (sin partido), lo cual supone que no existe ningún
partido (ni único, ni varios). Se asienta en la idea de despolitizar totalmente a la sociedad. Ej.
régimen de Vichy (1940-1944, en el sur de Francia), el régimen de Oliveira Salazar (Portugal) y
el régimen franquista (España, 1939 hasta 1977). En nuestro país, ubicamos un intento de su
establecimiento durante el gobierno del Gral. José F. de Uriburu (1930-1932) y lo mismo, tras
el golpe de Estado del 28 de junio de 1966 y la instauración de la dictadura del Gral. Onganía
(1966-1973).
a) Tipología jurídica: desde un punto de vista jurídico, según haya confusión de poderes o
separación de poderes, Duverger diferencia entre:
2) La división o separación de poderes: implica una forma de gobierno en la cual que las
funciones estatales - legislativa, ejecutiva y judicial- están radicadas en distintos órganos
formados a su vez por distintas personas; esto es característico de los sistemas republicanos
presidencialistas (ej. EEUU, Brasil, Argentina). Cabe aclarar que el grado de separación se
acentuará o se debilitará según que el presidente de la república cuente o no con mayoría en el
órgano legislativo.
Por eso, Burdeau, para formular su clasificación atiende al criterio del profano,
es decir, en lo que los hombres piensan que un régimen político es. A partir de
aquí, esta autor, distingue dos grandes bloques: regímenes democráticos y
regímenes autoritarios; entre los regímenes autoritarios (en los cuales es
central el papel, el rol que cumple el jefe, el líder en la toma de decisiones en
combinación con una restricción a las libertades públicas). Los regímenes
autoritarios se explican -no se justifican- a partir de la decepción y la frustración
de democracias o los abusos y vicios de las democracias que precedieron a la
instauración de regímenes autoritarios (ej. la situación de la república española
que abrió camino al régimen franquista; el fracaso de la república de Weimar
que antecedió a la instauración del nazismo o la inestabilidad de el
parlamentarismo italiano antes de la instauración del fascismo) Podríamos
agregar -en nuestro ámbito- los golpes de Estado que se produjeron en
América Latina bajo el pretexto de los fracasos de gobiernos democráticos.
Los regímenes autoritarios (en esto muy parecido con los regímenes
autocráticos o los apartidistas que ya hemos mencionado) ofrecen el encanto -
encanto en el sentido de engaño- de que de esta manera se suprime la lucha
por el poder y dan la idea de eficiencia, de capacidad de decisión en oposición
a las democracias a las que descalifican por lentas e inoperantes. Dan la idea
de que pueden dar soluciones rápidas sin pérdidas de tiempo, sin debates ni
deliberación. Una verdadera falsedad como ha demostrado la historia humana.
Burdeau destaca que eso es también posible por el uso de la propaganda
manejada por el régimen de manera abrumadora y omnipresente. Estos
gobiernos exaltan para justificarse en la exaltación de la raza, de la nación y se
atribuyen una misión histórica.
Las autocracias electivas: En los últimos años -desde inicios del siglo XXI- se
observa un nuevo fenómeno que son las autocracias electivas y el retroceso
de las democracias que parecían indetenibles desde su triunfo en la segunda
guerra mundial y reforzado con la caída del régimen de la URSS y de los
países del este europeo. Según un estudio, hay 25 países "en vías de
retroceso democrático"; entre ellos: Rusia, Hungría, Polonia, Turquía,
Guatemala, Venezuela, Tailandia, Filipinas, Sri Lanka, Serbia, Zambia,
Uganda, India, Togo, Malí entre muchos otros; en EEUU se observó de manera
incipiente esta tendencia durante la presidencia de Donald Trump que puede
calificarse como un aspirante a autócrata. Comparten algunas características
tales como: ataques a la prensa, a los partidos de oposición, a los órganos
judiciales y de control, el socavamiento de las instituciones, la permanente
polarización de la sociedad y la idea de que por haber sido elegidos
popularmente, legitimados electoralmente- incluso mediando el fraude
electoral- están facultados a asumir la totalidad del poder, de un poder sin
control. Este fenómeno se ha incrementado en los años de pandemia pues la
emergencia sanitaria ha servido de pretexto para la restricción -más allá de lo
razonable - de los derechos y libertades (ej. la libertad de expresión, la
postergación o lisa y llanamente la suspensión de elecciones, el
cuestionamiento a la disidencia, trabas al funcionamiento de los órganos
legislativos y de control, etc.
En verdad, cualquiera sea la razón algo es seguro: hoy como ayer, los
autócratas son maestros, son muy hábiles para aprovechar la ignorancia y la
fragilidad de los pueblos y ahora, con la ayuda de internet, las técnicas de
manipulación de la opinión pública se desarrollan con mayor velocidad.
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Hemos dicho que en el gobierno parlamentario, el gobierno surge del seno del
parlamento en función de una mayoría parlamentaria que le da su confianza (o
al menos que no se opone), es decir que el gobierno es responsable ante el
parlamento que puede proceder a su remoción, a su destitución, o disolución
que implica la caída del gobierno. Esto puede darse de dos formas: mediando
el rechazo a la confianza solicitada por el gobierno, por ej. si una determinada
política propuesta por el gobierno (ej. enviar tropas al exterior, o una serie de
medidas de ajuste) son rechazadas por el parlamento o bien, con la aprobación
de un voto de censura o de desconfianza impulsado por miembros del
parlamento. Sin contar con el apoyo parlamentario, ese gobierno en principio,
cae. Es claro que la formación pero también la permanencia y estabilidad del
gobierno está sujeta, depende del apoyo parlamentario. Esto pone de
manifiesto que en el parlamentarismo no hay una clara división, una tajante
división de poderes como sucede en el gobierno presidencialista, desde que el
gobierno, nace del seno del mismo parlamento, sino que hay interdependencia
por integración.
Tipos de parlamentarismo.
Hasta aquí hemos dado un vistazo a las características típicas del gobierno
parlamentario pero téngase en cuenta que cada Constitución regula el tipo de
gobierno (parlamentario) que adopte imprimiéndole sus particularidades.
No obstante, para ser más exactos, debemos señalar que los electores no
tienen obligación legal de votar en la reunión de su colegio electoral a los
postulantes partidarios, gozando de una amplia libertad; pueden votar por
cualquier otro candidato partidista o incluso por un ciudadano que no ha sido
propuesto para el cargo. Ej. en elección presidencial en los EEUU, varios
electores republicanos decidieron no votar por Donald Trump. En nuestro país,
en diciembre de 1983, en ocasión de reunirse los colegios electorales que
debían nombrar al presidente y el vice, se dio el caso de un elector
perteneciente al PJ- Córdoba que decidió votar por la Sra. María Estela
Martínez de Perón (que en ese momento se hallaba en España y no había
sido candidata), de tal manera que no votó por Ítalo Luder y se abstuvo
respecto de la elección del vicepresidente.