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ACTUALIZACION

* SOBRE
LA TRANSFERENCIA DELIRANTE
(PSICOSIS TRANSFERENCIAL)

Margaret Little

A veces nos encontramos en nuestra práctica con pacientes que no pueden valerse
de las interpretaciones transferenciales; la diferencia con otros pacientes es de índole
cualitativa, no cuantitativa. No constituyen un grupo definido, sino que incluyen indi-
viduos con trastornos caracterológicos, perversiones sexuales, algunos trastornos psico-
somáticos, psicopatías, etcétera. Esto es, personas cuerdas con un grado considerable
de ansiedad tanto persecutoria como depresiva.
Cuando se le hace a un paciente de este tipo una interpretación transferencial,
pueden suceder dos cosas: o el paciente no le encuentra sentido y no puede utili-
zarla, o bien la acepta, con aparente comprensión, pero el analista no tarda en perca-
tarse de que no ha ejercido efecto alguno, que no se produce ningún cambio ni se
alcanza insight.
El análisis de estos pacientes muestra también muchas otras características.

a. El análisis habitual de sus sueños no es eficaz. Estos pacientes traen sueños


de dos tipos: el contenido manifiesto lleva a innumerables asociaciones, pero resulta
imposible encontrar un contenido latente significativo, esto es, en el sueño no hay
más que mecanismos de defensa; en el otro tipo, el contenido manifiesto y el latente
son una misma cosa, y el contenido manifiesto es el pensamiento onírico.
b. Hay deficiencias del pensamiento. La capacidad para simbolizar es deficiente,
hay una "ecuación simbólica" ("simbolización del proceso primario") y pensamiento
concreto, y falta en grado considerable la capacidad para hacer inferencias adecuadas.

•• Publicado en International Journal of Psychoanalisis, V. 39, 1958, p. 134.


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c. El acting out es violento, o bien la violencia aparece en forma negativa como


pasividad. Estos pacientes llaman mucho la atención sobre sí mismos, implican a
otras personas en sus problemas y se entrometen ellos mismos en asuntos ajenos.
d. Tienden a ser muy dependientes, y siempre encuentran a alguien dispuesto
a desempeñar un buen número de sus propias funciones yoicas. No hay separación
real, ni verdadera fusión, ni mutualidad ("golpe por golpe", "ráscame la espalda y yo
te la rascaré a ti"). Sus relaciones resultan ser tolies-é-deux, en las que cada parti-
cipante reclama preferencia y precedencia; pueden ser los dos violentos, o bien uno
el dominante y otro el pasivo, a veces alternando los papeles.
La relación analitica sólo se entiende sobre esta base, y se hacen intentos por
establecer una totie-e-aeux con el analista. Una relación desigual o de "toma y daca"
sometida a los términos del otro parece ser algo que nunca sucedió antes; les resulta
imposible entender siquiera de qué se trata y se enfurecen cuando deben ceder; si el
analista cede, no perciben esa actitud en absoluto o, percibiéndola, sienten muchísima
satisfacción y también culpa.
e. Estos pacientes parecen desarrollar una suerte de adicción al análisis. Expe-·
rimentan una necesidad insaciable de amor y de atención por medio de los cuales
intentan controlar mágicamente su destructividad y su odio ilimitados.
Esta "adicción al análisis" lleva a una búsqueda repetitiva e implacable de algo,
a cualquier costo para el paciente o el analista, pero esa misma característica a
veces hace que un análisis que parece poco promisorio a la larga resulte exitoso,
siempre y cuando resulte posible reconocer ese "algo" y conseguirlo, por lo menos
en términos simbólicos. Es necesario que el analista reconozca plenamente la brecha
que existe entre la necesidad y lo que se obtiene.
f. Estas condiciones parecen haber surgido de una situación en que la madre
misma era infantil y tan incapaz como su bebé de tolerar la separación o la fusión,
una madre cuya ansiedad y falta de adecuación constituyeron persecuciones reales
para el niño. Resultó imposible alcanzar la posición depresiva, pues en estas circuns-
tancias los mecanismos habituales de proyección e introyección se vuelven ineficaces.
(Aunque obviamente esta formulación sea demasiado simple, no es éste el lugar para
desarrollarla.)

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En estos pacientes, el carácter de la transferencia es en esencia delirante.
Como sucede con los neuróticos, la transferencia es ambivalente y, por lo tanto,
doble, aunque a menudo no aparezca más que en su aspecto positivo, como lo que se
ha dado en llamar "transferencia erotizada", cuyo fin es el mantener sólo la ideali-
zación y negar que existe lo opuesto.
Pero un neurótico puede reconocer al analista como una persona real, alguien
que por el momento simboliza, o "representa", a sus padres -sea como aquellos
fueron en la realidad, sea como el paciente los experimentó en su infancia-, y es
accesible a la interpretación verbal de la transferencia.
La transferencia, cuando es delirante, no tiene esa cualidad de "como si". Para
un paciente de este tipo, el analista es, efectivamente, "auténticamente", tanto los
padres idealizados como sus opuestos o, más bien, los padres deificados y diaboli-
zados, y también el paciente deificado y diabalizado, pues se parte del supuesto abso-
luto de que el analista es mágico.
Para resolver la transferencia es necesario lograr que el paciente pueda reunir
amor y odio en una misma persona, encuentre afectos buenos y malos en su analista,
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.en sus padres y en él mismo, y reconozca la diferencia entre la realidad imaginaria


y la realidad objetiva.
Los principales mecanismos utilizados para producir y mantener una transferencia
delirante son la disociación, la negación, el aislamiento, la proyección y la repetición.
Pero lo que hace que el Yo resulte inaccesible a las interpretaciones transferen-
ciales, de modo que éstas no pueden traer como resultado una conducta o una acti-
vidad corporal modificada o llevar de la realidad interna a la externa, es sobre todo
la falta de integración entre la psiquis y el cuerpo (con la consiguiente falta de inte-
gración entre un Yo mal organizado y el Ello). Su falsa aceptación o su rechazo
depende de la insistencia en la identidad entre analista e imago parental ("Desde luego.
¿Cómo podrla ser de otra manera?", o bien "jCómo se le ocurre eso!").
Esta falta de integración depende de la experiencia corporal muy temprana, cuando
la percepción es en esencia percepción del cuerpo, en una etapa preambivalente, pre-
verbal, de prerrelación objeta!. La tensión se experimenta como algo intolerable, que
amenaza la vida misma. La descarga se experimenta de acuerdo con la situación en
la que tiene lugar y su efecto sobre el medio. La respuesta del medio puede percibirse
como buena o mala; la falta de respuesta positiva o activa puede vivirse también como
buena o mala, según la necesidad del paciente y su experiencia previa en cuanto a
la respuesta.
El delirio transferencia oculta un estado que el paciente necesita y, al mismo
tiempo, teme alcanzar. En dicho estado, sujeto y objeto, todo sentimiento, pensamiento
y movimiento, se experimentan como la misma cosa. Es decir, sólo hay un estado
de ser o de experimentar, y no la sensación de que hay una persona; por ejemplo,
sólo hay una rabia, un temor, un amor, un movimiento, etcétera, en lugar de una
persona que siente rabia, temor o amor, o que se mueve. Y puesto que todas estas
cosas son sólo una, no hay separación o distinción entre ellas. Es un estado de
indiferenciación en lo concerniente a la psiquis y también al cuerpo, experimentado
como un caos.
Llegar a ese estado resulta aterrador, pues implica perder toda sensación de
ser una persona y todo sentido de identidad. El paciente, entonces, se convierte
sólo en un dolor, una rabia, una confusión, un alarido, etcétera, y depende por entero
del analista para que en algún lado haya una persona que sienta o actúe. De hecho,
la identificación con el analista es de tipo primario, pero el paciente no puede tomar
conciencia de ella;
Es necesario alcanzar ese estado para que se pueda reconocer la falta de reali-
dad de esas identidades, pero, por otro lado, alcanzarlo implica una aniquilación total,
y de ahí la necesidad de mantener el delirio en la transferencia. Al mismo tiempo,
es necesario preservar la realidad interna de esas identidades. En un neurótico, para
quien la relación entre la realidad interna y la externa está establecida, la realidad
interna de esas identidades ya es axiomática y la supervivencia puede darse por sentada;
pero, en una persona delirante, cualquier nuevo reconocimiento de la realidad se
experimenta como una amenaza de destrucción de todo, y tanto la realidad interna
como la externa parecen sacudirse en sus mismos cimientos cuando algo perturba el
delirio.
La cualidad de la perturbación es cataclísmica y cabe compararla con el orgasmo.
Puede describírsela como un "orgasmo de dolor", con una tensión que alcanza un
clímax, descargada en un movimiento impulsivo y seguida por una sensación de alivio.
No es un estado agónico, ya que ninguna persona, ningún Yo en funcionamiento, lo
padece. En efecto, es un estado de frenesí, y la descarga, un eccés de rage, puede
adoptar la forma de un ataque contra el Selt, con autodaño o intento de suicidio,
o bien de un ataque maníaco contra el analista. Es un momento de verdadero peligro.
Cuando el movimiento es hacia afuera, hacia el analista, se establece contacto con una
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persona que está separada de los sentimientos y los movimientos y no está implicada
en ellos; el analista los experimenta, pero su experiencia difiere de la del paciente"
y esto da origen a una nueva situación. El delirio ya no puede mantenerse y ya no
es necesario.
El movimiento ha traído consigo la diferenciación. La posibilidad de renunciar
al delirio surge del descubrimiento de un cuerpo que se mueve en respuesta a una
urgencia y que establece contacto. Ese es el comienzo de la recuperación, pues la
identificación primaria desaparece y laidéntificación secundaria se hace posible, lo
cual, a su vez, puede traer como resultado la capacidad para asumir las consecuencias
de algo que sucede.

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Se deduce que 'el análisis depende de la posibilidad de resolver la transferencia


delirante. Para ello es necesario presentar la realidad de manera innegable e inelu-
dible, de modo que el contacto con ella no pueda rechazarse, y en formas tales que
el paciente no tenga que utilizar la inferencia ni el pensamiento deductivo. Se podría
comparar esta situación con la del bebé que despierta de un sueño. Es necesario que
alguien se encuentre a su lado para que lo ayude a despertarse.
La regresión a un nivel dependiente muy temprano resulta ineludible y hay muchos
pacientes que inevitablemente experimentan alguna enfermedad regresiva. En mi expe-
riencia, esto sucede por lo general cuando una folie a deux existente debe destruirse
para llevar adelante el análisis. La dependencia se exige y se rechaza al mismo tiempo,
y no siempre es fácil lograr que un paciente acepte el cuidado que necesita para su
propia seguridad.
Es necesario encontrar recuerdos corporales de experiencias infantiles muy tem-
pranas de cualidad "orgiástica" primitiva, tanto buenas como malas, es decir, tanto
de satisfacción real como de verdadero frenesí. Luego es necesario vincularlos con
experiencias en la situación analítica, también de tipo, corporal, pues de otra manera
la destrucción ilimitada y la avidez de amor no se modifican. Es necesario reconstruir,
de la manera más convincente posible, las experiencias tempranas y relacionarlas con
las experiencias analíticas a través de los recuerdos encubridores que puedan ser
útiles para este fin: es necesario admitir cualquier elemento de conjetura.
El marco analítico participa de estas experiencias corporales, aunque la impor-
tancia de esa participación a menudo se pase por alto: el diván, la sensación de calor,
la penumbra, el silencio, etcétera. ,Cuando hay una enfermedad regresiva o un epi-
sodio psicótico prolongado, es posible que se necesiten otras medidas; en tal sentido,
el cuidado hospitalario o de una enfermera durante la enfermedad intercurrente puede
constituir una gran ayuda. Todo esto debe relacionarse claramente con la transferencia,
y utilizarse como extensiones del análisis mismo, en el nivel delirante; y además el '
analista hacerse plenamente responsable en el campo de la realidad psíquica, cual-
quiera sea la realidad verdadera, y por mucho que el paciente tenga conciencia de ella
en otra área de sí mismo.
La verbalización debe regresar no sólo al balbuceo y las palabras onomatopé-
yicas, sino también a sonidos y movimientos de la boca muy primitivos, a partir de
los cuales es posible alcanzar otros movimientos y hechos corporales, de modo de
establecer .contacto entre la realidad interna y la externa y de promover el pasaje del
pensamiento concreto y mágico a la aceptación de sustitutos y la simbolización.
Puesto que la interpretación transferencial resulta ineficaz, es necesario encon-
trar y utilizar otras formas de poner al paciente en contacto con la realidad, formas
Sobre la transferencia delirante 1561
que estarían fuera de lugar en el análisis de neuróticos. Para alcanzar niveles pre-
verbales y corporales y hacer que el paciente alcance el estado que teme, la función
yoica del analista debe ser máxima, y su función objetal, mínima. En última instancia,
sólo puede utilizarse a sí mismo, ya que la ayuda del mundo externo es. infima y debe
estar relacionada con él; desde el punto de vista psiquico, debe provenir de él.
Los propios impulsos instintivos del analista deben utilizarse de la manera más
plena y directa posible. Emociones muy primitivas surgen de pronto en él y a menudo
no le dan tiempo para pensar .en el nivel consciente antes de actuar o hablar. Siempre
y cuando su propio análisis esté bastante adelantado como para que se hayan esta-
blecido sublimaciones, que sea una persona madura, conozca sus limitaciones y' no
dependa del paciente o lo explote, los peligros, indudables, son aceptables, sobre todo
si se tiene en cuenta la gravedad de la enfermedad.
A veces el analista tiene que utilizar la actividad y el movimiento corporales, por
ejemplo, para contener a un paciente destructivo en un ataque de furia; a veces debe
permitir que sus sentimientos se pongan de manifiesto, como la única manera significa-
tiva de transmitir la verdad sobre una situacón a un paciente para quien las palabras
no la expresan y que no puede hacer deducciones a partir de los "signos" menos
personales y menos directoS del consultorio analftico y la técnica analítica habitual.
Hay momentos en que lo único que puede llegar al paciente es una expresión directa
de lo que el analista siente eh ese instante, y otros momentos en que esa expresión
ejerce un efecto inmediato y profundo, simplemente porque es significativa.
Es a través del sentimiento y el movimiento como el pa~iente se ve a sí mismo
como una persona separada, con' similitudes y diferencias con respecto a otras perso-
nas, tal como su analista se parece a los demás y, al mismo tiempo, es distinto de
ellos. Pero el reconocimiento de que el analista no miente cuando afirma que el senti-
miento y su expresión son adecuados, se vuelve más cabal cuando el paciente lo ve
suceder, experimenta sus sentimientos y los de su analista por separado, descubre
quién siente qué, y también que la relación no está destruida, tal como él suponía.
Me he referido sólo al pasar al problema de la técnica en el análisis de una
transferencia delirante. La técnica interpretativa habitual constituye la parte principal
del análisis; no puede ser reemplazada, pero sí complementada de las maneras seña-
ladas para que el Yo sea accesible a la interpretación. La técnica debe ser flexible,
con libre uso de la imaginación (y flexibilidad no implica Chapucería, así como la
rigidez no indica fortaleza). Los elementos fundamentales del análisis siguen siendo
válidos y es necesario continuar en forma activa, y durante todo el tratamiento, el
análisis del propio analista.

Postscriptum

En el reciente congreso, una serie de oradores, en particular los que intervi-


nieron en el debate sobre distorsiones yoicas en el neurótico, describieron pacientes
con los que era imposible lograr que el análisis significara algo, pacientes cuya capa-
cidad para utilizarlo parecía estar bloqueada en algún sentido, lo cual hacía necesario
encontrar algún nuevo método de enfoque.
He tratado de sugerir algo así como un nuevo enfoque y quisiera relacionarlo con
la labor de otros analistas. Desde luego, son muchos los que se han referido a estos
problemas, sea directa o indirectamente. Quiero mencionar en forma muy breve a
dos autores: Ernest Jones y Fréud.
En el último número del International Journal of Psychoanalysis, en una breve
comunicación titulada "Dolor", Ernest Jones señala que "cuando se alcanzan los
picos al rojo vivo del dolor intenso, la localización desaparece y todo el Self queda
inundado exclusivamente por el dolor"; describe luego la reacción del Yó frente a esa
562 Margaret Little

situación. Tal el estado de una persona que padece un dolor, pero en ese punto
linda con el estado que describí antes, en el que estímulos intolerables irrumpen a
través de la barrera defensiva (Reischutz) en un nivel muy temprano del desarrollo
yoico y se pierde la sensación de ser una persona. Jones habla en otra parte de
"afánisis", término al que da distintos significados según las distintas etapas en el
desarrollo yoico del individuo. No se refiere a ella en esta comunicación.
Pero el estado que he descrito, en el que hay una pérdida de toda sensación de
ser una persona, implica que el funcionamiento defensivo del Yo 'está temporaria-
mente suspendido en forma deliberada, a través del proceso analítico, y que se liberan
los impulsos del Ello.
En Introducción al psicoanálisis, Freud describió el Ello como "todo lo que el
Yo no es ... un caos, un caldero de excitación febril". "Las catexias instintivas que
buscan descargarse es todo lo que el Ello contiene".
Pero Freud describió también la disolución de un delirio, y en términos muy simi-
lares a los que yo utilicé. No lo he seguido conscientemente. Leí "El delirio y los
sueños en la 'Gradiva' de W. Jensen" durante mi formación pslcoanalltlca. No volví
a leerlo hasta hace algunas semanas y comprobé que lo había olvidado casi' por
completo. La Gradiva de Jensen relata la historia del delirio pasajero de un joven y'
su curación. Sus padecimientos cuando algo perturba el delirio difieren sólo cuanti-
tativamente de los de un paciente cuya transferencia delirante comienza a disolverse.
Resulta obvio que corre peligro en ese momento: percibe una amenaza (real o imagi-
naria) para la joven que al mismo tiempo busca y evita y, al anular el peligro "aplas-
tando" impulsivamente el insecto que podía picarla, le toca el brazo con la mano, y
así descubre su realidad. La disolución final del delirio, y la recuperación del joven,
sobrevienen como resultado de ese movimiento y ese contacto corporales.
Freud rastrea en detalle los procesos implicados, a la luz del psicoanálisis. Su
interpretación es penetrante, coherente y convincente, pero no sugiere la posibilidad
de resolver de la misma manera un estado delirante permanente. Me sorprendió mucho
comprobar que el análisis de mis pacientes con transferencia delirante sigue ese mismo
patrón, aunque, desde luego, como en estos casos el delirio no es temporario ni
reciente (y los pacientes no son personajes de una novela), la recuperación no sobre-
viene después de un único episodio. Tiene que ocurrir en forma repetida, y con cada
repetición se vuelve más significativo y más eficaz.
La palabra "significativo" fue utilizada a menudo por quienes hablaron en el
congreso, y creo que su sentido para nosotros en este contexto es en realidad "amplia-
dor del Yo". Parecería que en estos casos delirantes la ampliación del Yo sólo puede
producirse en forma traumática, lo cual explica en parte las dificultades con que
tropezamos.

Quisiera ahora agregar algo acerca del estado de indiferenciación oculto tras el
delirio. Se trata de un tema harto complejo (espero escribir sobre él en el futuro),
más que por nuevo u original, por el enfoque que posibilita.
Los términos "identificación primaria" y "narcisismo primario" no son adecuados
para describirlo, en mi opinión, y tampoco lo es la expresión "posición esquizo-
paranoide". Prefiero describirlo como un estado de indiferenciación primordial, o de
unidad básica, en el que está incluida una identificación primitiva. Lo que quiero decir
es que la indiferenciación es absoluta, en grado y en extensión. Nada existe separado
de-ñada y el proceso de diferenciación debe comenzar desde cero.
A partir de esta unidad, cristaliza un hecho corporal (un movimiento, la salivación,
etcétera), 'seguido por una emoción, según la respuesta del medio. Estos hechos son,
en gran medida, penosos. El descubrimiento del dolor ayuda a establecer una dife-
SObre la transferencia delirante 563

rencia entre Self y no Self. El descubrimiento del placer positivo' parece ser útil sólo
en forma secundaria, al hacer tolerable el descubrimiento del dolor; primariamente,
tiende a incrementar la cohesión entre las partículas indiferenciadas y contribuye asi
a la estabilidad. Pero el descubrimiento del dolor ya es una diferenciación en si
mismo, y el proceso, una vez iniciado, tiende a continuar en forma progresiva y acurnu-
lativa y persiste en la medida en que hay suficiente estabilidad dentro y fuera de la
unidad anallsta-paclente,
Así, la tarea del analista consiste en ayudar a que el paciente suspenda el
funcionamiento defensivo de su propio Yo, permita que el analista funcione por él,
dejando que suceda lo que -sucedlere, es decir dejando que todo esté a cargo y al
cuidado del analista, pues de otra manera sobreviene el caos. Este proceso puede
producirse a través de esa misma unidad básica, pues el paciente siente que "lo que
usted quiere es lo que yo quiero, porque usted es yo y yo soy usted". Creo que
ésta es también la explicación de la complacencia que tan a menudo encontramos
en nuestros pacientes y también de su contrapartida, la actitud desafiante.
Una vez que la transferencia delirante ha comenzado a resolverse, la tarea con-
siste en lograr que el paciente se haga cargo de su propia función yoica en lo con-
cerniente a suspender sus defensas, a reconocer por sí mismo cuándo delira y a ma-
nejar lo que se oculta tras el delirio en su propia versión individual de la forma en
que su analista lo ha hecho antes por él.
La posibilidad de hacerlo implica la percepción del analista y su manera de hacer
las cosas, pasar a internalizarlo según el patrón primitivo de la ingestión de alimentos
(que es una experiencia corporal y no una introyección mágica), digerir, absorber,
construir dentro del Self, de modo que el analista ya no sea reconocible alli en su
forma original inalterada. Todo esto depende de la separación con respecto al ana-
lista, esto es, la diferenciación a partir de la unidad básica.
Para tal fin, el analista debe aceptar plenamente la unidad básica, mostrándose
psíquicamente indistinguible del paciente y conservando al mismo tiempo su entidad.
Debe encontrar lo que considera conveniente para sí mismo (es decir, lo que quiere
decir o hacer), y suponer que es igualmente adecuado para el paciente. Es un momento
en el cual debe estar en condiciones de comprometerse, incluso arriesgando cometer
un error, pero recordará siempre en este momento que el peor error puede ser aquí
abstenerse. Debe mostrarse muy claro y definido al decir ciertas cosas, pero también
permitir que el paciente decida si las acepta o no. El rechazo por parte del paciente
a menudo significa una postergación hasta que se puede volver a alcanzar el estado
básico, momento en que el paciente siente "si usted piensa eso, yo también".
A veces resulta difícil evitar la aparición de "aprovecharse" de la complacencia
y dependencia del paciente, pero si se espera con paciencia por lo general se logra
la aceptación, aunque, desde luego, tal aceptación no garantiza por sí misma la eficacia
del analista.
Tal estado de unidad básica es la base inconsciente de todos los fenómenos trans-
ferenciales y también puede explicar fenómenos como la sugestión hipnótica y las
misteriosas "confesiones" de las que a menudo oímos hablar. Cuando el placer, que
promueve el amor, ha contribuido en grado suficiente a su fortalecimiento, aparece
allí, axiomático y como algo natural, y se convierte en la base del matrimonio, la
maternidad y otras sublimaciones como el cuidado de los niños y el psicoanálisis
mismo.
Cuando se ha visto perturbado en forma demasiado temprana o amplia por el
dolor, de cualquier tipo, con una ambivalencia que se inclina hacia el lado del odio,
y surge el caos, se lo puede observar, por ejemplo, como la base de los rasgos menos
atractivos de las ideologías y de las luchas de clase y raciales. Cuando es necesario
afirmarlo (para negar su ausencia o insuficiencia), encontramos bonhomía y herman-
dades. .
564 .Margaret Little

En este trabajo he hablado sobre "qué" y "por qué", más que sobre "cómo".
El "cómo" no se describe fácilmente en formas que transmitan algún significado. Una
vez que se comienzan a describir maneras de hacer cosas que no son familiares para
los interlocutores, es inevitable que surja la ansiedad, con los consiguientes equívocos
V distorsiones. Debemos apoyarnos en gran medida en la empatia, lo cual significa
confiar en este estado básico, pero ampliado por la experiencia. Cada uno de nosotros
debe encontrar su propio "cómo", por ensayo y error, dejando que lo que sucede
suceda en nuestro interior y descubriendo por nosotros mismos las realidades del
análisis.
Traducción de Noemí Rosenblat
COMENTARIO

Jorge García Badaracco

El trabajo de Margaret Little publicado en 1958 presenta diversos aspectos de


interés, no sólo por su contenido, sino porque permite una visión comparativa de las
ideas de la autora en relación a nuestro pensamiento actual. En. primer lugar realiza-
remos un comentario general de sus conceptos fundamentales para pasar luego a ana-
lizar algunos de ellos con más detenimiento. En la primera parte M. Little se refiere
a las dificultades que encuentra el analista en el tratamiento de ciertos pacientes que
no pueden valerse de las interpretaciones transferenciales, describiendo las caracte-
rísticas que presenta el análisis de los mismos. Estos pacientes constituirían un grupo
no bien definido, catalogados "como personas cuerdas con un grado considerable de
ansiedad tanto persecutoria como depresiva". En la segunda parte aborda el aspecto
central de este trabajo, que se refiere al tipo de transferencia que realizan los pacientes
anteriormente descritos, que es de naturaleza delirante (psicosis transferencia!). Final-
mente la autora enfoca la posible resolución de esta transferencia desde una doble
perspectiva: la del paciente y la del terapeuta.
Para abordar el estudio de este artículo, hemos pensado que es pertinente hacerlo
desde el punto de vista de las características generales que presenta el tratamiento
psicoanalítico de pacientes psicóticos -observados a través de nuestra experiencia
clínica-, los que tienen en común con los pacientes descritos por M. Little el tipo de
transferencia delirante.
Para empezar, podemos decir que en los pacientes pslcóticos, a semejanza de lo
que plantea el artículo, tampoco el análisis habitual de los sueños es eficaz, porque
son pacientes que en realidad no sueñan, sino que tienen más bien estados oniroides,
intermedios entre el estar despierto y el estar dormido, donde el contenido manifiesto
no es el enmascaramiento de un contenido latente sino el pensamiento onírico mismo.
Las demás características que consigna Margaret Little. son también características
compartidas por ambos grupos de pacientes: deficiencias en el pensamiento, en el
sentido de dificultades en el proceso de simbolización y persistencia de la ecuación
simbólica, tendencia al acting out, que puede ser violento; tendencia a ser muy depen-
dientes y a encontrar siempre a alguien dispuesto a desempeñar un buen número de
sus propias funciones yoicas, estableciendo un tipo de relación de folie El deux; y,
además, posibilidad de desarrollar una especie de adicción al análisis.
Este conjunto de características puede ser interpretado como una forma de
regresión a una condición infantil patológica, con lo que queremos significar un tipo
'de relación materno-filial enfermante, en la que se puede. detecter una configuración
patrón-esclavo, es decir, en donde uno domina al otro y, a la Inversa, el dominado trata
566 Jorge Gercie Badaracco

de dominar, pero donde ambos resultan recíprocamente imprescindibles, porque cons-


tituyen una especie de pareja simbiótico-patológica, en la cual ninguno de los dos
puede tener una verdadera individuación o autonomía. En tal sentido el concepto de
regresión a una condición infantil patológica lo podemos relacionar precisamente con
el punto F, en el cual la autora observa con agudeza que: "estas condiciones parecen
haber surgido de una situación en la que la madre misma era infantil y tan incapaz
como su bebé de tolerar la separación o la fusión, una madre cuya ansiedad y falta
de adecuación constituyeron persecuciones reales para el niño". Margaret Little refiere
que la relación analítica sólo se entiende sobre la base de que el paciente hace
intentos de establecer una folie a deux con el analista. Entendemos que esto es cierto
también en la relación que el paciente psicótico trata de establecer con su terapeuta
y que esta condición tendría que ver con la regresión infantil patológica mencionada
anteriormente y que a nuestro entender va a permitir comprender no solamente el
conjunto de características que Margaret Little describe con respecto al psicoanálisis
de estos pacientes, sino también el aspecto fundamental que luego desarrolla en el
sentido de que la transferencia es esencialmente delirante.
Según Margaret Little, la transferencia, cuando es delirante, no tiene esa cualidad
de "como si" que tiene la del paciente neurótico y que para el tipo de paciente que
ella describe el analista es efectivamente, es decir, auténticamente, tanto los padres
idealizados como sus opuestos, o más bien los padres deificados y diabolizados, pues
se parte del supuesto absoluto de que el analista es mágico. La autora afirma que lo
que hace que el Yo resulte inaccesible a las interpretaciones transferenciales es la
insistencia en mantener la identidad entre el analista y la imago parental, insistencia
que conduce a un rechazo de la realidad que precisamente desmiente esa convicción.
Más adelante, agrega que la transferencia delirante oculta, en realidad, un estado
que el paciente necesita y al mismo tiempo teme alcanzar, refiriéndose a un estado
primitivo, donde habría sólo un estado de ser o de experimentar y no la sensación de
que hay una persona que experimenta determinados sentimientos o emociones. El
llegar a este estado sería aterrador y, por lo tanto, muy resistido, porque implicaría
la pérdida de toda sensación de ser una persona y todo sentido de identidad. Será
necesario alcanzar este estado para que se pueda reconocer la falta de realidad en
esas identidades y resolver la transferencia delirante.
Es en relación con esta parte del trabajo donde nuestra experiencia clínica nos
ha llevado a desarrollar ideas un poco diferentes, que nos permiten conceptual izar
dicha experiencia en una comprensión del proceso terapéutico del paciente psicótico,
desde el punto de vista psicoanalítico, que creemos más abarcativa y elaborada y que
nos hará posible incluir, en un sistema más amplio, los puntos de vista de la autora.
Desde esta perspectiva, el supuesto absoluto de que el analista es mágico parece
surgir en el paciente de una condición estructural de severas carencias yoicas, que lo
obligan a recurrir a la magia como única salida capaz de fabricarle omnipotentemente
un mundo imaginario donde poder vivir. El vivir al analista como los padres deificados
y diabolizados es revivir con él los intensos sentimientos o pulsiones de amor y odio
primitivos que no pudieron integrarse en su momento, a través de un crecimiento
.sano, por el fracaso de una relación verdaderamente estructurante a causa de las
carencias yoicas de sus propios padres, como describe Margaret Little en el punto
F., cuando habla de una madre infantil y tan incapaz como el bebé de tolerar la
separación o la fusión. Esta transferencia delirante es además una forma de traer
a la relación analítica las intensas ansiedades vividas en esa relación primitiva con los
padres, que constituyeron "persecuciones reales para el niño" y que el paciente tiene
incorporadas como identificaciones patológicas. La elaboración de esta transferencia
incluye muchas veces momentos de acting out como una forma de hacerle vivir al
. analista, en carne propia, las persecuciones que el paciente vivió en forma pasiva en
la relación con sus padres. La reparación será posible en la medida en que el tera-
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peuta comprenda y pueda hacerse cargo de esta estructura profundamente carencial y


sepa crear las condiciones necesarias para que pueda expresarse y satisfacerse la
natural necesidad de crecimiento yoico.
Según Margaret Little, la falsa aceptación o rechazo de las interpretaciones trans-
ferenciales depende de la insistencia en la identidad entre analista e imago parental.
Compartimos con la autora la idea de que esta "insistencia" es un carácter defensivo
de la transferencia delirante, pero pensamos que encierra además otras significaciones.
En nuestra experiencia clínica hemos visto que en esa insistencia lo repetitivo puede
aparecer como una forma de poner a prueba al analista, en cuanto a sus propios
recursos yoicos, en el sentido de si será un objeto real verdaderamente capaz de
hacerse cargo de las dificultades del paciente. Es también en muchas ocasiones una
manera de vengarse en el analista de frustraciones vividas con sus padres y de recla-
marle a él la reparación; y finalmente entendemos que más allá de todo esto la "insis-
tencia" es la expresión de una necesidad básica de encontrar en el analista el padre
o la madre que no tuvo, es decir, que insiste para realizar con la persona del mismo
las experiencias reales y concretas que hubiera necesitado vivir para poder crecer
sanamente. En este sentido la transferencia delirante trae necesidades auténticas del
paciente y no solamente una dificultad de reconocer la realidad de que el analista no
es la madre o el padre real. Las consideraciones que preceden responden por anti-
cipado a lo que Margaret Little se plantea en la última parte de su trabajo cuando
se refiere a que "es necesario encontrar otras formas de poner al paciente en contacto
con la realidad"; a que "la función yoica del analista debe ser máxima y su función
objetal mínima", a que "a veces el analista tiene que utilizar la actividad y el movi-
miento corporal, por ejemplo, contener a un paciente destructivo en un ataque de
furia" o a que "los propios impulsos instintivos del analista deben utilizarse de la
manera más plena y directa posible". Para nosotros todas éstas serían formas o ma-
neras que apuntan al establecimiento de un vínculo real.
Siguiendo en la misma dirección, podemos coincidir también con Margaret Little
en que estos pacientes rechazan muchas veces las interpretaciones transferenciales
porque necesitan insistir en la transferencia delirante por no poder vivir otra situación
que está por detrás, es decir la indiferenciación necesitada y temida por el paciente
en la medida en que es sentida con pánico la anlquilaclón total. Con respecto a este
punto, sin embargo, podríamos agregar que el rechazo a la interpretación transferencial
puede tener muchas otras motivaciones. A veces el paciente no le encuentra sentido
o no puede utilizarla porque no se encuentra todavía en condiciones de asumir su
significación. Otras veces la rechaza, aun violentamente, porque aludiendo a un com-
promiso emocional muy directo y muy intenso la interpretación transferencial excede
la capacidad de tolerancia de las emociones que despierta. Es decir que a veces, com-
prendiendo más de lo que parece, se ve obligado a utilizar el rechazo para evitar el
dolor de lo que le resulta demasiado traumático. En otras circunstancias "una aparente
comprensión" o "falsa aceptación" es una forma solapada y secreta de apaciguar
al analista vivido como perseguidor en la medida que no incluye en su actitud y en
sus interpretaciones el reconocimiento de las necesidades básicas que el paciente
tiene. También puede ocurrir que el hecho de que el paciente persista en mantener
la identidad entre analista e imago parental porque "no podría ser de otra manera"
puede deberse a que el paciente, más que no poder, no quiere reconocer la realidad
de la diferencia hasta que el analista no le reconozca autenticidad a su reclamo.
Finalmente queremos señalar que estas vicisitudes no son patrimonio exclusivo
de los pacientes considerados por la autora y por nosotros, sino que se dan también
en muchos tratamientos analíticos de pacientes neuróticos. Estos, muchas veces, tam-
bién hacen como que entienden, saben que no entienden pero muestran una falsa acep-
tación porque no se animan a plantearlo para mantener un vínculo necesario ahora
568 Jorge García Badaracco

como lo fue antes con sus padres a pesar de lo frustrante que pudo haber sido la
relación con ellos.
Las consideraciones precedentes nos permiten ahora abordar mejor el problema
de la folie 11 deux, que en el punto O la autora relaciona con la tendencia a la depen-
dencia que presentan estos pacientes. A nuestro entender, en este punto, algunos aspec-
tos no aparecen suficientemente discriminados. En este sentido, buscar personas que
aporten las funciones yoicas de las que se carece no es necesariamente patológico,
sino que, por el contrario, expresa las necesidades reales inherentes a la inmadurez,
que podrá modificarse a través del proceso terapéutico mismo. La folie 11 deux, por
el contrario, se instala más bien ante el fracaso de la comprensión de la naturaleza de
las vicisitudes a las que nos referimos antes. Cuando la necesidad de una dependencia
infantil sana fue frustrada por las carencias del objeto parental estructurante, el suje-
to infantil se vio obligado, para manejar su situación de abandono, a controlar omnipo-
tentemente la posesión del objeto, configurando con él un vínculo de naturaleza per-
versa. La introyección de ese vínculo se constituirá luego en uno de los componentes
del narcisismo patológico defensivo más difícil de modificar. El establecimiento de una
relación de folie 11 deux en el tratamiento analítico aparece como la repetición con
el analista de este tipo de vínculo, cuyo destino dependerá más del analista que del
paciente mismo. También podemos agregar aquí, como observación clínica, que este
tipo de relación es la que se ha dado habitualmente en la relación de pareja de los
padres de estos pacientes.
Margaret Uttle dice que es necesario alcanzar un estado, que describe como estado
de ser o de experimentar sin la sensación de que hay una persona, para que se pueda
resolver la falta de realidad de las identidades entre analista e imago parental y la
transferencia delirante. Alcanzarlo implica una aniquilación total y "el paciente se
convierte, en ese instante, sólo en un dolor, una rabia, una confusión, un alarido, etc.
[... ] la cualidad de la perturbación es cataclismica [... ] la tensión alcanza un climax,
descargada en Un movimiento impulsivo y seguida por una sensación de alivio [... ]
es un estado de frenesi [... ] un accés de rage". Puede adoptar la forma de un ataque
contra el Self, con autodaño o intento de suicidio, o bien de un ataque maniaco contra
el analista. De ahí la necesidad de mantener el delirio en la transferencia, dado que
en la concepción de la autora, "en una persona delirante cualquier nuevo reconoci-
miento de la realidad se experimenta como una amenaza de destrucción de todo".
Pensamos que esto no es exactamente así, sino que el proceso terapéutico se
daría más bien en un desarrollo paulatino de capacidades yoicas por la incorporación
o identificación introyectiva de aspectos yoicos del analista en el trabajo de la relación
analítica misma, y que en la medida en que se produce el desarrollo de esos recursos
yoicos el paciente se ve cada vez más capacitado para poder hacer una regresión
.operativa al servicio del Yo a niveles profundos que tienen que ver con este estado
de ser al que se refería la autora, sin pasar necesariamente por un estado de pánico
relacionado con una sensación de aniquilación total; es decir, que pensamos que es
necesario llegar a un tipo de regresión profunda, a una especie de fusión como va a
describirla autora en la tercera parte del trabajo, entre el paciente y su analista, pero
creemos que para poder llegar a esta situación van a tener que ir desarrollándose
previamente recursos yoicos a través de un trabajo de preparación sostenido y siste-
mático, que implique, entre otras cosas, como algo fundamental, el reconocimiento por
parte del analista de que la necesidad que el paciente tiene de ver en él una figura
real, es decir, una persona real, como el padre o la madre, es una necesidad auténtica
y que es contemplada como tal y no vista o vivida como formando parte de la trans-
ferencia delirante en cuanto delirante, es decir, fuera de la realidad. Si este proceso
no se ha desarrollado en la forma descrita, entonces sí el contacto con la realidad, a
la salida de la condición delirante, será necesariamente traumático, como lo describe
la .autora. Para nosotros el momento de máxima tensión, el acces de rage,e.1 intento
Actualización 569

de suicidio, etc., corresponden, más bien, a una expresión desesperada ante la impo-
sibilidad de mantener la omnipotencia infantil. Cuanto más carencial sea la condición
básica del paciente, más peligrosa será esa situación.
En el comienzo de la tercera parte, Margaret Little dice textualmente: "Se deduce
que el análisis depende de la posibilidad de resolver la transferencia delirante. Para
ello es necesario presentar la realidad de manera innegable e ineludible, de modo que
el contacto con ella no pueda rechazarse y en formas tales que el paciente no tenga
que utilizar la inferencia ni el pensamiento deductivo. [... ] Se' podría comparar esta
situación con el momento en que un niño pequeño despierta de un sueño, pero es
necesario que alguien se encuentre a su lado para ayudarle a despertar. Este enfoque
tiene a nuestro entender parte de verdad, sobre todo en el sentido de que es necesario
estar aliado del paciente como si fuera un niño pequeño, pero esto no se 'refiere
o no debe referirse, a nuestro entender, solamente a este momento en el cual es ne-
cesario presentar la realidad de una manera innegable e ineludible. La realidad está
siempre presente en alguna medida innegable e ineludible, pero de lo que se trata es
de que el paciente puede ir capacitándose poco a poco para poder enfrentar esa
innegabilidad y esa ineludibilidad de reconocer la realidad. Esa capacitación se estruc-
turará a través de la relación con el analista como persona real y con las capacidades
yoicas del analista que, precisamente como persona real, puede comportarse a la
manera de un objeto estructurante de los recursos yoicos que el paciente necesita
para poder por un lado enfrentar la realidad como tal y por otro lado hacer ese tipo
de regresión operativa' imprescindible para abandonar la necesidad de establecer el
tipo de relación simbiótica patológica que tuvo con sus padres, a la manera de la
folie a deux que refiere Margaret Little, y entonces realizar, pasando más allá en esa
regresión operativa, un tipo de experiencia de entrega más total' a la manera de una
fusión, como el bebé puede tener en su entrega total a una madre sana, que puede
recibirlo cariñosamente y con una capacidad de reverie, como diría Bion, necesaria
en este tipo de relación tan íntima, y entonces sí a partir de allí reconstruir todo un
desarrollo normal que no había podldo tener lugar.
En varias partes del trabajo, Margaret Little se refiere a la necesidad del movi-
miento o a la participación de la actividad y el movimiento en lo que podríamos llamar
el proceso psicoanalítico de estos casos. Cerca del final del artículo dice por ejemplo
textualmente: "A veces el analista tiene que utilizar la actividad y el movimiento corporal,
por ejemplo, contener a un paciente destructivo en un ataque de furia, a veces debe
permitir que sus sentimientos se pongan de manifiesto como la única manera significa-
tiva de transmitir la verdad sobre una situación a un paciente, para quien las palabras
no la expresan y que no puede hacer deducciones a partir de los signos menos
personales y menos directos del consultorio analítico y la técnica analítica habitual.
Hay momentos en que lo único que puede llegar al paciente es una expresión directa
de lo que el analista siente en ese instante, y otros momentos en que esa expresión
ejerce un efecto inmediato y profundo simplemente porque es significativa". Sigue
diciendo: "Es a través del sentimiento y del movimiento como el paciente se ve a si
mismo como una persona separada, con similitudes y diferencias con respecto a otras
personas, tal como su analista se parece a los demás y al mismo tiempo es distinto
de ellos".
En la descripción que hace, Margaret Little en estos párrafos textualmente consig-
nados, nosotros entendemos que se está describiendo la característica de un tipo de
personalidad que tiene la inmadurez propia de lo que es la infancia, en donde el
pensamiento y la acción están mucho más próximos el uno al otro. En la primera parte
del trabajo ya estaba señalada la tendencia al acting out, que podía ser violento, y
también el hecho de que estos pacientes llaman mucho la atención sobre sí mismos
e implican a otras personas en sus problemas y se entrometen ellos mismos en asun-
tos ajenos. Estos elementos, Juntamente con .otros descritos en el trabajo, configuran
570 Jorge García Badara'cco

para nosotros una condición infantil, intrínseca situación de inmadurez y de falta de


desarrollo yoico, idea que nos permite comprender más a fondo y mejor los aspectos
que describe Margaret Little. Se ve claramente que la autora percibió en el trabajo
con este tipo de pacientes que éstos necesitan utilizar el movimiento y la actividad
para ponerse en contacto con el otro, así como también que la actividad y el movi-
miento del otro percibido por el paciente tiene mucha más fuerza de realidad que
las palabras. Se trata de pacientes que no han tenido suficientes experiencias directas
de este tipo con sus propios padres y necesitan vivirlas para poder crecer y por eso
las esperan de sus analistas y por otra parte las provocan, cuando el analista se
muestra incapaz de comprender la situación en su profundidad y pretende mantenerse
en las condiciones de la técnica analítica habitual, la que evidentemente prescinde ·del
movimiento y de la acción, tanto en el paciente como en el analista, considerando
inclusive al movimiento y a la acción, siempre como acting out, es decir, algo que
debe ser eludido en la medida de lo posible. Para nosotros el acting out forma parte
integrante e inherente al proceso analítico mismo en los niveles en los cuales estamos
trabajando, es decir, en los pacientes psicóticos en general y en los descritos en el
artículo que comentamos, que tienen en común con los primeros estas características
precisamente.
En nuestra experiencia el paciente psicótico canaliza las pulsiones más primitivas
disociadas del Yo, que necesitan integrarse a través de la actuación psicótica, y es
en la actuación psicótica donde tiene la oportunidad de poder confrontar fantasía
con realidad y comenzar a diferenciar un mundo interno y un mundo externo a través
de estas confrontaciones, al mismo tiempo que va desarrollando su capacidad de discri-
minar entre un pensamiento concreto y un pensamiento más abstracto, desarrollando
también la capacidad de alcanzar una simbolización verdadera.
Encuadrando el problema como hemos intentado hacerlo, podemos retomar ahora
algunos puntos del artículo que no consideramos antes. En el punto F de las carac-
terísticas que Margaret Little señala con respecto al análisis de estos pacientes, leemos:
"Estas condiciones parecen haber surgido de una situación en que la madre misma
era infantil y tan incapaz como su bebé de tolerar la separación o la fusión, una
madre cuya ansiedad y falta de adecuación constituyeron persecuciones reales para
el niño, resultando entonces imposible alcanzar la posición depresiva".
Eso parece como fundamental, el niño no tuvo en esas condiciones un Objeto
estructurante capaz de permitirle un desarrollo sano de las funciones yoicas y por
otra parte impidió el crecimiento tratando de establecer con el bebé, que luego será
el paciente, un tipo de relación que es la que luego Margaret Little describe como
folie a deux. Se trata de un tipo de relación de igual a igual en las dificultades, es
decir, en la que se establece una relación de interdependencia recíproca sobre la
base de las carencfas de cada uno de los dos miembros de la pareja simbiótica pato-
lógica, 'relación que precisamente no permitirá la separación real ni la verdadera fusión
ni tampoco la mutualidad como describe la autora en el punto D.
Se trata aquí de relaciones narcisistas especulares en las que no hay una discri-
minación entre sujeto-objeto, entre Yo-no Yo, o uno y el otro y en donde en este tipo
de relación, que Margaret Little describe como folie a deux, realmente cada partici-
pante reclama preferencia y precedencia, aun en forma violenta y en donde se trata
de ejercer un dominio omnipotente sobre el otro, en una especie de búsqueda de la
posesión del objeto, sin poder compartir situaciones con el objeto. Por otra parte, esta
situación de patrón-esclavo, de dominante-dominado puede invertirse y alternarse, pero
en formas similares, donde el patrón pasa a ser esclavo y el esclavo pasa a ser patrón,
pero manteniendo prácticamente inalterada la relación de interdependencia recíproca
antes descrita.
Margaret Little describe entonces. que en la relación analítica el paciente intenta
establecer una folie a deux con su analista. Muchos pacientes psicóticos intentan en
Actualización 5:71

cierto modo enloquecer al analista, o dicho de otra manera, esto es lo que experi-
menta éste en la contratransferencia con respecto a lo que el paciente parecería exigir
de él. Pensamos que esta situación debe entenderse más como una necesidad de
poder curarse de esta locura, entendida como identificación primaria con un objeto
externo enloquecedor en el momento de la relación infantil, para transformarlo y poder
así liberarse de él.
Dentro de las características que describe, la autora se refiere a que los pacientes
parecen desarrollar una suerte de adicción al análisis y dice que "experimentan una
necesidad insaciable de amor y de atención por medio de los cuales intentan controlar
mágicamente su destructividad y su odio ilimitados". "Esta 'adicción al análisis', sigue
diciendo, lleva a una búsqueda repetitiva e implacable de algo, a cualquier costo, para
el paciente y para el analista, pero esta misma característica a veces hace que un
análisis que parece poco promisorio a la larga resulte exitoso, siempre y cuando sea
posíble reconocer ese 'algo' y conseguírlo, por lo menos en términos simbólicos".
Nosotros pensamos que esta característica se encuentra realmente en los pacientes
y es algo así como una enorme necesidad de amor y de atención, pero no creemos
que sea solamente por el hecho de que el paciente intente controlar mágicamente
su destructividad y su odio ilimitados. Pensamos más bien que esta adicción al análisis
constituiría una patología de la relación analítica misma en el sentido del aspecto
perverso de la foliea deux. Esa búsqueda repetitiva e implacable de algo se estructura
en una especie de círculo vicioso en la medida en que ese algo no es conseguido.
Marqaret Little dice que ese algo puede ser finalmente conseguido, aunque sea en
términos simbólicos, pero nosotros consideramos que lo que el paciente realmente
está necesitando y que está buscando en forma implacable, por decir así, es la posi-
bilidad de realizar experiencias enriquecedoras para su crecimiento yoico del tipo
de la que describimos antes cuando hablamos de la relación con un analista como
objeto real. Cuando se dan estas condiciones, entonces, esta búsqueda no es tan repe-
titiva y tan implacable, es decir, es íntensa, es perseverante, pero poco a poco va
cediendo en la medida en que el paciente va encontrando satisfecha esta necesidad
básica; creemos que el hecho de que el analista no perciba esta situación en la forma
en que la estamos describiendo nosotros, puede condicionar precisamente el estable-
cimiento o la estructuración de una relación patológica del tipo de la adicción al
análisis.
La destructividad y el odio ilimitados se producen precisamente cuando el ana-
lista no presta su función yoica al servicio de la necesidad del paciente de compartir
el dolor que implica la aceptación de la realidad y él se va cargando entonces de un
odio y de una destructividad que, al canalizarse en formas disociadas, establecen círcu-
los viciosos que generan sentimientos de culpa. Esa necesidad insaciable de amor y
de atención será más bien entonces necesidad de calmar el sentimiento de culpa que
se ha configurado como un círculo vicioso y que se realimenta por sí mismo en rela-
ción con una imagen interna del analista que es vivido como un objeto malo y perse-
cutorio, destruido y destructivo a la vez. El paciente ha quedado atrapado en un
vínculo de tipo narcisista dejando, en cierto modo, al analista real externo fuera
de esta relación y por lo tanto inoperante con respecto a ella. El analista entra
así sin darse cuenta en una relación simbiótica patológica, folie a deux, etc., con su
paciente, en la medida en que no percibe precisamente la necesidad de funcionar en
términos de un objeto real externo estructurante de los recursos yoicos y capaz de
acompañar al paciente en su necesidad de crecímiento, de desarrollar una capacidad
de tolerar la frustración y en Sil posibilidad real de alcanzar algún tipo de satisfacción
verdadera de esa necesidad básica de poder entregarse a un objeto externo real en
una dependencia sana a través de una regresión operativa, que es lo que nunca pudo
hacer de pequeño con sus propios padres.
572 Jorge García Beaerecco

Más adelante se va a referir a que la reqresion a un nivel dependiente muy


temprano resulta ineludible, y hay muchos pacientes que inevitablemente experimentan
alguna enfermedad regresiva. Dice que la dependencia se exige y se rechaza al mismo
tiempo y no siempre es fácil lograr que un paciente acepte el cuidado que necesita
para su propia seguridad. Agrega que cuando hay una enfermedad regresiva o un
episodio psicótico prolongado es posible que se necesiten otras medidas; en tal sen-
tido, el cuidado hospitalario o de una enfermera, en la enfermedad intercurrente, puede
constituir una gran ayuda.
Aquí las formulaciones de la autora nos parecen confusas porque parece entender
que la regresión a nivel de dependencia sería algo así como una enfermedad y que la
necesidad de un cuidado hospitalario o de una enfermera, .por ejemplo, debe conside-
rarse como el cuidado necesario durante una enfermedad intercurrente. Nosotros
pensamos que esa enfermedad regresiva o ese episodio psicótico prolongado no es
una enfermedad intercurrente. Muchas veces será la consecuencia de la patología
misma de la relación pslcoanalítlca o el hecho de que la relación psicoanalítica fracasa
en algún aspecto fundamental de las necesidades del paciente. Otras, que el paciente
necesita, de alguna manera, hacer una regresión mucho más profunda que la que
puede darse en un paciente simplemente en análisis, que es la que vemos justamente
en muchos pacientes psicóticos graves y procesos psicóticos francos. La experiencia
oe la regresión psicótica debe ser integrada como una experiencia inherente al proceso
terapéutico mismo y no como una enfermedad regresiva o un episodio pslcótlco como
una enfermedad intercurrente. Se trata aquí fundamentalmente de que estos pacientes
temen hacer una regresión profunda porque, en ella, la búsqueda de una entrega a un
objeto externo capaz de dar esa seguridad ha sido, en su momento, una situación
sumamente traumática que determinó precisamente episodios de mucho dolor psico-
lógico, que se traducen en las expresiones que Margaret Little refiere cuando dice
que el paciente se convierte entonces en ese instante sólo en una rabia, en un dolor,
, en una confusión, en un alarido, etcétera.
Que al paciente le ocurra esto significa que está repitiendo una situación traumá-
tica y muy dolorosa que le ocurrió en su infancia por la falta de ese objeto real externo
capaz de contener su situación emocional. En nuestra experiencia esta situación se
modifica a través de ese trabajo previo, al que hemos hecho referencia más arriba,
de conocimiento y de prueba, generalmente repetido e incansable, del analista por
parte del paciente, capaz de darle a éste la seguridad y la confianza básica que nunca
tuvo en un vínculo humano real. En esta parte del proceso se van estructurando los
recursos yoicos que capacitarán al paciente para vivir entonces esa entrega que nece-
sita y reclama y que teme si se siente expuesto al círculo de la repetición.
Habría mucho más por decir porque el tema lo sugiere y por los méritos del
trabajo de Margaret Little que incitan a la reflexión. Creemos que la autora, en muchos
puntos, puso en evidencia una intuición y una riqueza elaborativa muy significativas;
las diferencias o las respuestas que hoy podemos dar a las cuestiones planteadas
dan cuenta de veinte años de experiencia clínica y de los desarrollos efectuados en
el campo de la teoría y de la técnica psicoanalíticas de los que somos todos reco-
nocidos deudores.

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