Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El contador de cuentos
Índice
El contador de cuentos
Comentario
Palabras del Autor
La trasmigración
La huida
El contador de cuentos
Cuento narrado en forma de crónica periodística causa grave episodio
Recopilación de datos
Comentario
Jesús Ruiz Nestosa nos dice en las «Palabras del Autor» que en este
volumen hay dos tipos de relatos: aquellos en que utiliza el lenguaje
aparentemente periodístico y otros en que elige el camino del discurso
interior.
El primero de los cuentos, «La trasmigración», escrito en 1968, transcurre
en el futuro, en un lugar de Siberia. A David Grisha, joven estudiante de
mecánica naval que ha sufrido un accidente, le transplantan el cerebro de
un desconocido. Obviamente, si el cerebro es el órgano de la conciencia y
el asiento de la personalidad, David Grisha habría dejado de ser David
Grisha para convertirse en el desconocido en el cuerpo de David Grisha. En
otros términos, no habrían transplantado un cerebro a David Grisha, sino a
un cerebro el cuerpo de David Grisha. Si las cosas fueren así de simples
el cuento tendría otras derivaciones. Pero Ruiz Nestosa ha complicado la
cuestión. David Grisha se convierte en un ente que lleva a cuestas un
fantasma y en un fantasma que carga con David Grisha. No se plantea la
dualidad de cuerpo y alma sino la unidad a un tiempo necesaria y en este
caso imposible. El cerebro y el resto del organismo, que normalmente hacen
la totalidad del ser, pertenecen aquí a personas distintas que entran en
conflicto, se anulan recíprocamente y acaban por destruirse.
El problema se nos va revelando de una manera totalmente objetivada,
impersonal, por medio de una sucesión de cables de una agencia de
noticias. Hechos, solamente hechos que acontecen en un lugar remoto en el
espacio y el tiempo. La intuición de la tragedia y el espanto queda a
cargo del lector, quien no recibe la ayuda de esos recursos un tanto
demagógicos que emplean por lo general los escritores para dar vida y
fuerza a lo que narran.
En «El contador de cuentos» el procedimiento es formalmente distinto. El
movimiento es deliberadamente confuso. Emilio, el protagonista, está
dentro y fuera de los relatos de un personaje que cuenta siempre el mismo
cuento en la plaza del pueblo, ilustrándolo con láminas que a la vez están
mostrando lo que acontece a su alrededor, lo cual implica que la vida es
también una reiteración constante de una única historia. Cada lámina tiene
un número, pero en ocasiones el orden se altera; el cuento sufre cambios
de matices que renuevan el interés pero sigue siendo el mismo.
-8-
Emilio es un adolescente. Cuida unos pájaros negros de agresivos espolones
ocultos, nacidos de huevos que le dejara un astrólogo de paso. Las
consecuencias de la afición de Emilio son siniestras, pero él no tiene la
culpa. Ni siquiera es consciente de ellas, y la suposición de que los
pájaros son los causantes de la peste no tiene respuesta explícita en el
relato. Podría ser una simple coincidencia. Lo mismo ocurre en «Cuento
narrado en forma de crónica periodística causa grave episodio» y en
«Recopilación de datos». En este cuento, el último de la serie, el autor
combina los dos procedimientos: la información periodística y el discurso
interior. No sabemos quién es el asesino, aunque la sospecha recaiga en un
ínfimo personaje que pasa casi desapercibido, al que habría motivado una
pasión inconfesable. Pero los hechos se encadenan de una manera tal que
las culpas se diluyen en un orden causal complejo y contradictorio. La
prostituta -tema recurrente en nuestra literatura, dicho sea de paso, que
desborda los contornos del oficio para adquirir un carácter metafórico-,
es víctima de todos y ninguno. Quién haya sido concretamente el victimario
tiene poca importancia para el espíritu del cuento y queda sabiamente
omitido en el desenlace. Aquí también el protagonista es totalmente
inocente e inconsciente de las consecuencias de sus actos.
En cambio en «La huida», que formal y estructuralmente sale de las pautas
seguidas en los otros relatos, Simón, un sefardita prófugo que intenta
salvar a los suyos, ciegos de nacimiento y por herencia, guiándolos hasta
el mar, los va perdiendo uno por uno y él mismo perece en la inútil
tenacidad de su heroísmo.
Si el artista entendiera todo lo que lo rodea y se entendiera a sí mismo
no sería un artista sino un profesor de retórica o cierta especie de
sabiondo crítico de arte. El misterio, la incertidumbre, son su elemento:
el caldo de cultivo donde se crían los dioses y los diablos. Como todo
escritor, Ruiz Nestosa intenta ordenar el caos. Lo hace de una manera a un
tiempo arbitraria y rigurosa. Arbitraria en cuanto a la elección de la
ley; rigurosa en cuanto al sometimiento a las leyes que ha elegido. No
tiene piedad para el lector. Da la impresión de escribir sin saber lo que
hace. Sin embargo, sus cuentos están perfectamente estructurados. Casi
diríamos que admirablemente estructurados.
No se busque en él eso que habitual y superficialmente suele llamarse
«literatura» o «voluntad de estilo», pues lo deja deliberadamente de lado.
El verdadero escritor no es esclavo de la palabra sino señor de la
palabra. Su lenguaje sirve a su objeto, y tal es en definitiva la esencia
del arte literario. No es que sea un escritor difícil. Deja de serlo en
cuanto tomamos las riendas de su método, dejamos de pedirle lo que no
quiere darnos y comprendemos lo que pide de nosotros. Tampoco hay que
exagerar aquello de la participación del lector, concepto sobre el que
tanta alharaca han hecho los escritores de vanguardia. Todo buen libro
exige la participación del lector, desde la Iliada de Homero hasta el
Ulysses de Joyce. Es un lugar común que la obra de arte sugiere más de lo
que dice. -9- La magia está en la capacidad de introducirnos en su
propio mundo y hacernos participar en el juego conforme a algunas reglas
convencionales. Las de Ruiz Nestosa consisten en proponer rompecabezas que
a medida en que se arman nos van insinuando su sentido, para acabar con
que se le han perdido algunas piezas y que no hay modo de encajar algunas
otras, no porque el autor las haya escamoteado o quiera hacernos trampas,
sino porque él mismo no sabe cuáles son.
Si a esto se redujera el talento del escritor se trataría de estructuras
puramente formales y nada originales por añadidura. Pero Ruiz Nestosa va
mucho más allá.
«La trasmigración», por ejemplo, no es un cuento de ciencia-ficción ni la
ilustración de una teoría acerca de las probables consecuencias de los
transplantes de cerebro. Es la tragedia de un espíritu ajeno y en
conflicto con su realidad vital, con el vehículo de la pasión y de la
acción, injertado en un ser sin entidad: en un absurdo que lo constriñe,
condiciona y conduce a la incoherencia. Invertidos los términos, un cuerpo
cuyo espíritu responde a otras premisas y apetitos que poco o nada tienen
que ver con él. David Grisha, antes de pegarse un tiro, deja borroneados
estos extraños versos:
«¿Cuándo cambiaremos las reglas del juego? / La respuesta se oculta como
un / machete en su vaina. / Erizados callan los cactos. / El cielo
candente no responde. / ¡Contestad! / ¿Por qué guardáis silencio? / El
primer peón / Y el segundo peón / Y el tercer peón / Y el cuarto peón /
¡Viva el quinto peón!».
«La trasmigración» no es solamente el primero de los cuentos, el primero
en el tiempo y el primero en la colección, sino un prólogo adecuado que da
las claves del conjunto.
El sentimiento de la soledad, de la inutilidad, del sin sentido de la
acción y su consecuencia imprevisible es la constante de este libro que,
aunque formado por relatos escritos en distintas épocas -el primero en
diciembre de 1968 y el último en agosto de 1980- es una unidad, una misma
historia secreta narrada de distintos modos. El contador de cuentos no
hace más que alterar el orden de las láminas como quien baraja las cartas
del mismo mazo.
Ruiz Nestosa conoce el oficio y tiene una idea clara y personal de lo que
es la literatura. No importa que compartamos o no sus racionalizaciones o
teorías. Nos interesa el resultado. Un libro es un hecho. Como lectores
podemos considerarlo como tal, al margen de las intenciones del autor.
Si el libro no sigue el movimiento de las realidades objetivas no
significa que haya conseguido abolirlas. Solamente las reemplaza por su
proyección transfigurada en el sueño de un angustiado. Es la tragedia de
un espíritu que al no encontrar respuestas en la vida y descreer de los
sueños se retuerce en pesadillas. Tal es el resultado de la búsqueda de
-10- la libertad en la creación de una realidad ilusoria, con renuncia
al obrar sobre la realidad que lo circunda. Pero en esto también hay un
engaño. El artista, a su manera, es un hombre de acción, aunque, como los
protagonistas de estos cuentos, no siempre pueda prever o siquiera
averiguar las consecuencias de sus actos. El libro de Ruiz Nestosa está
comprometido hasta la médula. La densidad de contenido es lo que le da
sustancia y determina su envoltura formal. Dice el autor que sólo admite
compromisos con la literatura. Desde luego, no puede ser de otra manera.
El compromiso con la literatura entraña el compromiso con la verdad que se
encarna, que vive en la literatura. No hay arte sin verdad.
Jesús Ruiz Nestosa es un escritor maduro y profundo. No hay en este libro
falsetes discursivos, lloriqueos, poses teatrales, frases efectistas. Es
poco común su manera de ir al grano directamente y sin concesiones,
sentimentalismo ni alardes de retórica. Fuera de contexto puede dar la
impresión de pobreza de estilo. Sin embargo, incorpora con más acierto,
coherencia y continuidad que otros una nueva manera de expresarse a
nuestra literatura. Un lenguaje adecuado para ciertos estados de espíritu.
Para la introspección desesperada, pero altiva, que busca afanosamente
asideros en el mundo. Es que nadie, y mucho manos un escritor, puede
burlar a sus demonios. Quieras o no, a sabiendas o no. El contador de
cuentos es un testimonio de su época.
Juan Bautista Rivarola Matto
-11-
-[14]- -15-
La trasmigración
-[16]- -17-
IRTYCH, SIBERIA, 9 (ASP), (Urgente).- El primer trasplante de cerebro con
resultados positivos se efectuó hoy a la mañana en esta estación de
veraneo por el doctor Nicolai Kramskoi.
El paciente es un obrero de 25 años de edad que responde al nombre de
David Grisha, quien sufrió un accidente automovilístico esta madrugada,
resultando con fatales heridas en el cerebro.
Trasladado al Centro de Investigación Unido fue sometido a una operación
de trasplante. Ésta es la quinta vez que se efectúa después de largos
estudios de investigación realizados por médicos rusos, noruegos,
dinamarqueses, norteamericanos y uruguayos. Los otros cuatro intentos
fueron negativos.
Los médicos que tomaron parte en este delicado trasplante se negaron a
hacer declaraciones al respecto. El doctor Nicolai Kramskoi, quien
encabezó el equipo, manifestó, sin embargo, que existen serios indicios de
que el paciente sobrevivirá.
Personalidad del Paciente
David Grisha es un joven de 25 años y realiza estudios de mecánica naval
en la Universidad de Jerusalem.
Se encontraba en esta ciudad veraniega de Siberia, realizando trabajos
relacionados con su profesión, en los gigantescos diques secos de Yenisei.
Es el tercer año que ocupa así sus vacaciones con el fin de ahorrar fondos
para pagarse sus estudios.
El accidente se produjo cuando abandonaba los muelles y fue embestido
violentamente por un montacargas que había perdido los frenos.
La fuerza del impacto le causó graves daños en el cerebro, haciéndole
perder el conocimiento en el acto. Trasladado -18- inmediatamente al
Centro de Investigación Unido no quedaba ya ninguna esperanza de
sobrevivencia. Por eso se procedió con celeridad a la operación del
trasplante.
Hasta el momento no se dio a conocer el nombre de la persona de la que se
extrajo el cerebro aún con vida.
IRTYCH, SIBERIA, 10 (ASP).- David Grisha, el primer ser humano que vive
con un cerebro prestado, salió de los efectos de la anestesia, según lo
manifestó hoy aquí un vocero del Centro de Investigación Unido.
Si bien no agregó concretamente nada más, dio a entender en sus
declaraciones a la prensa que el restablecimiento se realiza con toda
normalidad, aunque con lentitud.
El doctor Nicolai Kramskoi, quien dirigió la operación de trasplante de
cerebro -el quinto que se hace, el primero con éxito-, no pudo ser ubicado
en esta ciudad veraniega. Todo hace suponer, sin embargo, que se encuentra
aquí.
En las primeras horas de la mañana corrieron rumores que se instaló en la
habitación contigua. Nada pudo comprobarse al respecto ya que el ala del
hospital en que se realizó la intervención quirúrgica se encuentra
severamente vigilada por fuerzas policiales de la Alianza de las Naciones.
Sus integrantes, solicitados a ese alto organismo internacional, llegaron
a media noche en un avión especial.
IRTYCH, SIBERIA, 31 (ASP).- Una gigantesca huelga general paralizaba hoy
el tráfico marítimo que se realiza entre el norte y el sur por el mar
interior de Davydov y su compleja red de canales. Ello hizo que pasara un
tanto desapercibido el primer paseo que dio David Grisha por la terraza
del hospital.
Lo realizó en una silla de ruedas y la cerrada neblina del día no permitió
la obtención de buenas fotografías. Una nutrida fila de fotógrafos se
retiró desilusionada y silenciosamente, después de esperar cinco horas en
lo alto de un edificio ubicado a mil doscientos metros del Centro de
Investigación Unido.
IRTYCH, SIBERIA, 12 (ASP).- En una entrevista mantenida con la prensa que
no duró más de doce minutos, fue presentado hoy David Grisha, el primer
ser humano que vive con un cerebro prestado.
-19-
Durante todo este tiempo el paciente permaneció al lado del doctor Nicolai
Kramskoi, si bien no pronunció una sola palabra. Contestó las preguntas el
renombrado cirujano quien prepara una gira por los países de América del
Sur para dictar conferencias en los más adelantados centros de
investigación de aquel continente.
David Grisha, alto, delgado, tenía la mirada fija en los reflectores de la
televisión y los ojos le brillaban con intensidad.
La intervención quirúrgica se realizó con instrumentos de ultra sonido y
otros que utilizan los principios del rayo láser. Todo ello hizo que tanto
los cortes como las suturas fuesen sumamente prolijos. Así el joven con
cerebro ajeno, no posee señales exteriores de la operación que duró diez
horas en el Centro de Investigación Unido.
El doctor Nicolai Kramskoi afirmó en repetidas ocasiones que el
restablecimiento es perfectamente normal y no se anotan anormalidades.
David Grisha escribió a sus parientes de Israel con la mano derecha,
aunque él afirmó ser zurdo de nacimiento. Los médicos atribuyen el hecho a
que la mano y el brazo izquierdos poseen algunas fracturas a raíz del
accidente.
En cuanto a la tendencia frecuente del joven de expresarse en otros
idiomas que no son el suyo de origen, aseguran que se trata de un pequeño
mal pasajero que pronto desaparecerá.
Ante la insistencia de los periodistas sobre la identidad del donante, si
cómo determinaron la muerte del mismo y otros detalles, la reunión de
prensa fue suspendida y la sala desalojada.
IRTYCH, SIBERIA, 10 (ASP).- Después de tres meses un día fue dado de alta
el joven David Grisha, de 25 años de edad. Él mismo sufrió una operación
de trasplante de cerebro en el Centro de Investigación Unido siendo el
primero con resultado positivo después de cuatro intentos fracasados.
Una verdadera multitud de periodistas le aguardaba frente a la puerta
principal del hospital en que fue intervenido. Una escolta de policías de
la Alianza de las Naciones le abrió paso. Subió a un coche negro y
desapareció rápidamente.
-20-
Vestía pantalones oscuros con una cerrada chaqueta de plastilex, color
naranja, de cuello alto. Se mostraba pensativo, casi distraído y pareció
no advertir los destellos que de continuo lanzaban las cámaras
fotográficas.
IRTYCH, SIBERIA, 12 (ASP).- Los dos primeros días de su nueva vida, David
Grisha los pasó encerrado en su nueva residencia de un aristocrático
barrio de Irtych, el balneario más elegante de Eurasia.
La residencia, inspirada en una antigua villa del arquitecto español
Antonio Gaudí, le fue regalada por la Educational Research Society de Gran
Bretaña mientras que la Rockefeller-Ford Foundation de Nueva York corre
con todos sus gastos personales.
IRTYCH, SIBERIA, 13 (ASP).- David Grisha, que lleva viviendo ya tres meses
y cuatro días con un cerebro ajeno, realizó hoy su primer paseo casi solo.
Lo hizo esta mañana por la Playa Verde que queda en las afueras de la
ciudad y cuyo nombre viene del tono ligeramente verdoso de la arena.
A cierta distancia y para impedir que se le acercaran extraños, le
acompañaban cuatro policías de la Alianza de las Naciones, vestidos de
particular. El joven permaneció sentado en la arena por espacio de más de
una hora sin dirigir la palabra, ni siquiera la mirada, a sus guardias,
quienes mantenían respetuosa distancia.
David parecía encerrado en sus pensamientos y los médicos no han querido
hablar de las reacciones de su convalecencia. Ella fue calificada
escuetamente como normal. No hubo comentarios.
IRTYCH, SIBERIA, 17 (ASP).- En todos estos días David Grisha fue visto con
frecuencia en la ciudad de Irtych. Visitó, siempre solo y silencioso, el
Museo de Arte Contemporáneo, el Salón del Cine, el Museo del Átomo, el
Palacio del Plástico, la Muestra de Astronáutica y la Biblioteca Municipal
donde pasó la mayor parte del tiempo. Fue visto en este sitio en repetidas
ocasiones.
También visitó varias veces el salón «México 68» que inauguró aquí esa
representación diplomática con fines turísticos. Esta mañana, después de
su tercera visita al pabellón, se dirigió al centro comercial de la ciudad
donde adquirió una máquina de escribir.
-21-
IRTYCH, SIBERIA, 25 (ASP).- Desde hace una semana, más o menos, no ha sido
visto en ningún sitio David Grisha. Aunque los periodistas montan guardia
noche y día en el sitio que se produjo el accidente. David no fue a él ni
transitó por las proximidades.
En esta semana la única salida que se registró fue en la noche del
miércoles cuando se le vio dirigirse al Pabellón México 68. Como estaba
cerrado solicitó que se le dejara entrar. Hecho que fue posible gracias a
la intervención de los guardias de la Alianza de las Naciones que le
acompañan de continuo.
El pabellón exhibe valiosísimas piezas del arte azteca pre-colombino. Sin
embargo, la atención de David Grisha fue acaparada por enormes fotografías
que documentan las Olimpiadas Culturales realizadas en aquella ciudad
durante el año 1968.
El encierro continúa hoy.
IRTYCH, SIBERIA, 1.º (ASP).- El doctor Nicolai Kramskoi interrumpió hoy
bruscamente su gira por el continente sudamericano para regresar a Irtych.
-25-
La huida
-[26]- -27-
Ya están enganchadas las mulas, partamos, jú-jú mula, fuerza, arriba,
vamos. Nataniel, súbase usted al carro con su madre, no sea que también
nos perdamos. Fuerza mula, adelante, por esta calle no, que es muy
estrecha y no pasaremos con nuestros carros. Simón golpea las ancas de los
animales y les obliga a torcer hacia las termas para cruzar luego el río.
Simón camina al lado del carro, vara en mano, azuzando a los animales,
fuerza, adelante, jú-jú, no llores Josabet, tu madre no ha muerto,
simplemente está perdida, irá en el carro de alguien, de alguien que la
recogió, en medio de esta terrible confusión que es la calle.
Simón carga el carro yendo y viniendo del interior de la casa, tirando
adentro de él aquello que más a mano encuentra. Procuro hacer todo de la
mejor manera posible, pero rápido, no queda tiempo que perder. Le pido a
tu madre que se tome del carro. La última vez que la veo se sujeta a uno
de los radios de la rueda y llora. Luego entro, salgo de nuevo y ya no
está allí.
Raquel, Raquel, grita Simón en medio de la multitud que llena la calle con
sus carros, sus sillas, sus bultos, nadie conserva la calma, tranquilidad,
hay tiempo para huir, tranquilidad, grita Simón, pero nadie escucha su
pedido ni Raquel le responde. Ya la encontraremos, en algún lado debe
estar, adelante mula, fuerza, arriba, el carro cruza el río por el largo
puente donde todos se atropellan queriendo abandonar la ciudad.
Simón, su piel tan blanca, más blanca aún resaltando por encima de su
barba negra. Arreando las mulas que arrastran el carro, Josabet su mujer y
su hijo Nataniel se suman a la caravana y ya fuera de la ciudad se vuelve
Simón para verla por última vez, las paredes blancas, ardiendo al sol de
la mañana, y las columnas de humo que indican algún incendio, Josabet, te
haré una casa nueva, de paredes blancas, con su patio en el centro y allí
la fuente donde se pueda -28- oler a piedra y a tierra húmeda, oír el
ruido del agua corriendo en un hilo. Josabet no habla, tendida en el
carro, se venda los ojos, no quiere que nadie la vea, que nadie la sepa
ciega. Simón, no me dejes sola, quédate al lado del carro, estás tan solo
como nosotros, separado de nuestro mundo siempre oscuro y el tuyo que no
sé cómo percibirlo, como el de Nataniel, el de mi madre Raquel. Calla,
apresuremos el paso, que los gentiles quieren para sí esta tierra. Simón,
al lado del carro, una vara en la mano, jú-jú mula, fuerza, adelante,
arriba mula, no me sentiré seguro hasta que hayamos puesto mucha distancia
entre nosotros y los cristianos que ya están en Córdoba, pero nunca será
de ellos, porque en ella hemos puesto algo nuestro que no podrán
cambiarlo, ni tampoco podrán apoderarse de ello sin renunciar a lo que son
y a lo que piensan.
Calma, calma, se dirige Simón a quienes tiene más cerca. Hay tiempo, hay
tiempo. La gente mira hacia atrás y vuelve a atropellarse. ¿Están cerca
los gentiles, padre?, y Nataniel se queda quieto esperando la respuesta
que no llega. Sólo el ruido de las voces confusas y palabras desordenadas
y el sol reflejándose en los ojos grandes, redondos, oscuros de Simón que
vuelve la cabeza. A su lado Nataniel, sentado en el carro, Nataniel que
heredó de su madre y su abuela la ceguera, sus ojos casi en blanco no
verán nunca esta tierra, ni la otra, ni a la que llegaremos.
Simón, quédate al lado del carro, camina cerca, jú-jú mula, fuerza,
fuerza, empuña la vara, golpea las ancas, Josabet, estoy a tu lado, voy a
caminar siempre aquí cerca, de modo que no tengas miedo. No han incendiado
nuestra ciudad ¿verdad? Sólo en algunas partes se levantan columnas de
humo, un humo negro, espeso, Simón quiere detenerse para mirar por última
vez los techos de tejas, muy apretados, como parcelas de sembradío pero a
distintos niveles, con sus lomos rojonegruzcos y sus canales para dejar
correr el agua. Se debe mantener la calma, Josabet, Jehová nos mostrará la
nueva tierra donde asentarnos. Y tirar hacia adelante. Todo nuestro pueblo
va saliendo de la ciudad. No es la primera vez. Ni será la última. Aquí
vamos, con todo nuestro pueblo, que somos nosotros. Hijo, usted lo sabe.
Aquí vamos, cruzando el campo. Y el campo a esta hora se tiñe de una luz
violeta, cayendo está el sol atrás de las montañas y del mismo color se
tiñe la arena y de negro un -29- monte de olivos que comienza allá muy
lejos, cerca del horizonte. Todos estamos juntos, duérmete Josabet, que ya
cae la noche. Todo el valle que corre al pie de las montañas está cubierto
de carros que se detienen y se encienden fogatas, Simón está tan cansado
que se tiende al lado de su carro donde su mujer duerme, al lado de
Nataniel, su hijo al que ya le crece la barba parecida a la suya, en su
cara de piel blanca, muy blanca casi confundida con sus ojos sin color,
cegados por la herencia.
Jú-jú mula, fuerza, adelante, arriba mula, pega con la vara en las ancas,
una mula se agita, la otra está tendida en la arena, ligeramente cubierta
de polvo está muerta, por el hocico cae un hilo de baba con espuma, jú-jú
mula, ¿qué pasa?, la mula no se mueve, rígida, los ojos abiertos, dos
esferas de cristal fijadas en el vacío como los ojos duros, dos bolas
acuosas, de Raquel, Nataniel, Josabet.
Josabet, ¿dónde estás? Josabet. El sol está a más de dos palmos por encima
del horizonte y calienta la arena, deslumbra la vista. Josabet, Josabet.
No está durmiendo en el carro, las mantas revueltas, sólo está marcado en
un hueco el volumen de su cuerpo. No se sabe si el calor que hay allí es
el que ella dejó o es el calor que ahora pone el día en todas partes.
Padre, ¿dónde estamos? ¿Aún no parte la caravana? Arree las mulas. La mula
está muerta, Simón no puede arrearla. La que queda viva olfatea el cuerpo
del animal muerto, resopla levantando pequeñas nubes de polvo, el polvo
que se depositó sobre el cuerpo, levanta el cuello y lanza al aire un
quejido largo, hiriente. Simón levanta la cabeza, casi con el mismo gesto
que hace un momento lo hizo la mula, y a su alrededor está el campo vacío,
silencioso, reverbera el sol al reflejarse en la arena, produciendo
imágenes de lagos que flotan a dos palmos del suelo. Simón se protege los
ojos con una mano en forma de visera, no le sirve para ver mucho más
lejos. Sólo para darse cuenta que no hay nadie alrededor, la caravana ha
desaparecido sin dejar rastros, no quedan desperdicios en el campo, ni
huellas de carros o de animales, Josabet debe haberse ido con la caravana,
no quiero asustar al muchacho, Nataniel, quédese tranquilo, hijo, sólo nos
hemos quedado un poco atrás, pues nos dormimos a causa del cansancio.
-30-
Jú-jú mula, arriba, golpea con la vara, le pide a Nataniel que se baje del
carro, porque ahora sólo tenemos un animal, camine usted tomándose de la
parte de atrás del carro, debemos apresurar el paso para dar con la
caravana, veo su polvareda allá a lo lejos.
Padre, no huelo a polvo, ni a animales de tiro, ni al estiércol que van
sembrando a causa del esfuerzo. En verdad no se ve nada a lo lejos, a no
ser la luz cegadora del sol que se va acercando al mediodía, ni hay
huellas que seguir, ni rumbo marcado, sino la intuición de encontrar en
este sentido el mar, donde debe estar reunida la gente y estarán las
barcas ayudando a cruzar a la costa africana, y donde tienen que estar
Josabet y su madre Raquel, más fácil será dar con ellas allí, que acá con
la amenaza próxima de los ejércitos cristianos.
Nataniel no se suelte usted del carro, jú-jú mula, arriba, fuerza mula, la
mula resopla, por un momento se queda, Simón da golpes con la vara sobre
las ancas y reanuda el paso, Nataniel trastrabilla, está a punto de caer,
hijo, sosténgase fuerte. La arena caliente se mete entre los cueros de las
sandalias, ya quema, los dos hombres se protegen la cabeza del sol del
mediodía, sólo les queda medio pan y un poco de queso que les sirve de
almuerzo, la mula no come, ellos tampoco lo harán ya si no dan con la
caravana, o el mar, o la barca que les lleve a África.
Padre, ¿falta mucho para llegar a África? Pues como de Córdoba a Granada y
de Granada a Sevilla y de Sevilla de nuevo a Córdoba, por un camino
tortuoso de arena y pedrisca. ¿Y si bajáramos por el Guadalquivir? El
Guadalquivir es ahora de los gentiles.
Padre, quisiera poder ayudar guiándole la mula. Arriba mula, arriba,
fuerza mula, no puedo decirle nada aún cuando ahora ya no hay diferencias
entre él y yo, tan ciego estoy, perdido en este inmenso campo, con su
silencio, su soledad, su ausencia de signos. No sé adónde vamos.
Usted está cansado hijo, ¿quiere subir un momento al carro? Arre mula,
adelante, no padre, no voy a subir, ya es mucho peso para un solo animal.
Debemos andar rápido para reunirnos con madre y abuela que deben estar
esperándonos para cruzar a África, dependiendo de usted padre. Qué dura ha
sido la vida, los tres viendo a través de sus ojos, sujetos a usted,
guiándonos por usted.
-31-
¿Dónde estará Josabet? Habrá caminado por la noche y equivocadamente se
subió a otro carro. ¿Y si cayó en alguna fogata, de las que se encendieron
en el campamento? ¿Y si al caminar no tropezó con nada ni la vio nadie y
siguió caminando toda la noche, todo el día?
A las seis de la tarde, cegado por el sol, ve a lo lejos una silueta de
alguien que se mueve, con la cabeza caída sobre el pecho, las espaldas muy
encorvadas, jú-jú mula, fuerza, rápido, más golpes en las ancas, por si es
Josabet, o alguien que pertenece a la caravana, que se retrasó
esperándoles para indicarles cuál es el camino. Creo, sostiene el sonido
final Simón y luego se calla para no alarmar a Nataniel que arrastra los
pies levantando nubes de arena.
Fuerza mula, la figura ya está cerca, aún el sol ciega y es imposible ver
bien hasta llegar al lugar mismo, Josabet no es posible, sólo un arbusto
escuálido, de ramas dobladas por el viento, cuyas hojas calcinadas por el
calor de la tarde contra el cielo encendido por el sol, el calor, la falta
de agua, la desesperanza de mirar de nuevo a un lado y otro,
constantemente, a la espera de una señal que no llega y el horizonte que
se prolonga constantemente, cada vez parece estar más lejos África, más
lejos el mar, más lejos la posibilidad de encontrar a Raquel y Josabet,
que Nataniel no descubra mi desesperanza.
Padre, la noche debe estar cerca porque el sol ya no calienta tanto. Y no
se preocupe si ya no tenemos provisiones, pues estoy tan cansado que me
iré a dormir sin comer, sin quejarme tampoco. De todos modos ya debemos
estar cerca, mañana a más tardar nos habremos reunido todos.
Iremos un poco más adelante, hasta que salga la luna, mientras dure el
aire tibio del día, debemos adelantar camino, un poco más adelante, no
importa padre, no estoy aún cansado, puedo andar un tanto más, Simón ya no
mira a su alrededor, sino al frente, buscando descubrir un punto luminoso,
la señal de una hoguera adelante de él, una claridad que le indique que el
rumbo seguido hasta ahora es el cierto.
Acuéstese hijo, que es tarde, así, sin desvestirse que ya comienza a
soplar la brisa fresca que se levanta por las noches. Debe ser el aire que
llega del mar. Nataniel se tira a un lado del carro del que Simón separó
ya la mula, sin embargo no huelo al aire de mar. ¿Se acuerda padre cuando
-32- usted nos llevó a Málaga aquel verano? Entonces se me quedó
grabado el olor del mar, del viento que sube cargado de sal. Pero ahora el
aire es frío y nada más. Duérmase hijo, que es tarde y el camino largo.
Duérmase usted que mañana debemos alcanzar la playa.
Simón se tiende al lado de la mula que desea cuidar, no ha encendido fuego
por temor a ser descubiertos en medio de la noche. Se queda un largo rato
con los ojos clavados en la mula que está parada. ¿Por qué estos animales
no se acostarán a dormir? Descansa el animal alternando las patas.
Simón sueña con Moisés quien le entrega el bastón con el cual abrió el Mar
Rojo y le da las instrucciones para utilizarlo, y abrir el mar y llegar a
África sin necesidad de barca. Pero sus mulas, tiene de nuevo dos, se
atascan en el fondo de tierra húmeda, las ruedas del carro quedan
empantanadas mientras Raquel, Josabet y Nataniel se quedan inmóviles, sin
poder ayudar porque no ven. Se va a buscar ayuda, y cuando vuelve el mar
se ha cerrado de nuevo, las mulas están ahogadas flotando en el agua sus
cuerpos con los vientres muy hinchados y a lo lejos, en una barca, va su
familia, a la deriva, dejándose llevar por el viento, pues nadie ve ni
puede fijar el rumbo.
Nataniel, Nataniel, despierta sobresaltado llamando a su hijo. Y nadie le
responde porque el sitio en que durmió Nataniel está vacío. Sólo hay una
forma en la arena, una forma que en definitiva puede ser de cualquier
objeto y en la que Simón, con mucho trabajo, ubica la forma del cuerpo de
su hijo. Todo alrededor es silencio. El sol deslumbra una gran zona del
cielo de modo que es imposible determinar en qué parte, exactamente, se
encuentra. Sólo se sabe que ha amanecido, hace más de un par de horas.
En todas partes, por encima de la superficie del campo, casi un mar de
arena, se forman los charcos de luz, deslumbrantes, enceguecedores. Y
atrás, adelante, o a un costado, formas que se mueven, como cuerpos que
corren, alejándose o acercándose. Nataniel, Josabet, Raquel. La caravana
entera. Y así como aparecen, así se diluyen en el aire.
Jú-jú mula, arriba, adelante mula, fuerza. Y la mula no responde. Tirada
sobre la arena, una nube negra de moscas le da vueltas el hocico donde la
sangre ha formado un coágulo -33- también negro, mientras el labio
inferior se ha corrido para abajo dejando ver una hilera de dientes muy
blancos, al igual que las encías, donde ya no hay color. Jú-jú mula,
arriba, no puede ser, muerta al igual que la otra ayer a la mañana, el
hijo desaparecido, Nataniel no pudo haberse ido siguiendo el rumbo de la
madre, porque no ve y sobre todo porque no dejó señales, ni se ven signos
por donde hubo de haberse ido. Tal vez despertó en la noche y quiso
caminar y perdió la noción de donde estaba y anduvo haciendo círculos,
como se camina siempre que uno se pierde, hasta que los círculos fueron
agrandándose, cada vez más lejos, y se perdió en alguna parte del valle.
Las moscas negras, algunas verdosas y brillantes, vuelan obstinadamente
alrededor de la cabeza de la mula muerta, de sus ojos abiertos, secos, tal
vez duros, con un empecinamiento tal que queda flotando en el aire un
zumbido sordo, constante, a veces se posan en una mano de Simón, en la
nariz, en el espacio blanco de rostro que deja libre la barba negra, fuera
moscas pegajosas, cómanse mi mula, bébanse su líquido, su agua, pero a mí
no me toquen, no me metan en su juego, moscas asquerosas. ¿De dónde habrán
salido si no hay nada más que arena y pedrisca a mi alrededor?
Toma el carro por las varas, adonde enganchó las mulas tres días atrás y
empuja un poco hacia atrás, luego hacia adelante, de nuevo hacia atrás,
dobla y hacia adelante, de modo a poder pasar sin tropezar con el cuerpo
del animal al que ahora comienzan a llegar también las hormigas. Después
vendrán las aves de rapiña, las comedoras de carroña, pero yo no estaré
aquí para ver cómo le meten el pico por los ojos, es lo primero que se
comen, detiene el carro, descansa, piensa mientras mira de nuevo a su
alrededor, todo es igual, el panorama, las montañas, el horizonte, como si
no me moviera del mismo lugar después de tres días de camino, busco ver
nada más que la figura de Nataniel, o de Josabet, o de Raquel en algún
punto del paisaje para correr hasta ellos, unirnos a la caravana y seguir
de nuevo, todos juntos, hasta el mar.
Simón estira del carro que se inclina a un lado, se hunde la rueda en la
arena, se detiene, estira, vamos Simón, fuerza, adelante, ya no puedo
gritar a las mulas, tengo que darme ánimo, el carro se inclina hacia el
lado opuesto, se desplaza, se hunde la otra rueda en la arena, fuerza,
arriba, -34- adelante, ya no tiene la vara para azotar las ancas, se
inclina hacia adelante, todo el cuerpo tenso, las sandalias desaparecen
abajo de la arena, el carro se inclina, ahora mucho menos hacia izquierda
y derecha, luego rueda ya con cierta facilidad por el arenal, sin caer en
nuevos pozos.
Tal vez debiera alinear el peso, dejando caer parte del equipaje. ¿Pero
dejar caer qué? ¿Lo que era de Josabet o de Nataniel? No, las cosas que
son de Josabet y Nataniel, las cosas que son de Raquel. Nos hemos
separado, pero en el pensamiento seguimos juntos. Estarán en la playa
esperándome que llegue con el carro, para cruzar a la otra orilla. El
carro no lo podremos llevar. Voy a quemarlo en la playa para no dárselo a
los gentiles, carro pesado, después de todo, ruedas pequeñas que se
atascan en cualquier piedra, fuerza, más fuerza, debo estirar, siguiendo
adelante. Allá voy Nataniel, Josabet, Raquel. Ya llego, ya llego.
Al mediodía el campo de visión de Simón se ha trasformado. Sobre su cabeza
siente que el sol está ahora en lo más alto del cielo y por lo tanto sus
rayos le caen encima con todo el peso de su verticalidad. La luz le
enceguece, de modo que sólo le resulta nítida una franja de campo que hay
a su alrededor, que se va diluyendo a medida que se aleja, que va hacia el
horizonte, para subir en forma de cúpula brillante, de luz intensa, adonde
no puede llegar la vista porque los párpados se cierran, no se ve nada,
como los ojos de mi familia, ya los voy perdiendo, casi estoy ciego como
ellos, deambulando por el campo.
Jú-jú mula, arriba mula, fuerza, escucho mi grito. ¿Están allí los
animales? Oigo su jadeo, primero mi voz, ¡mula!, ése soy yo, y ahora
silencio, callo y escucho. No, ya no están los animales, están nada más
que las moscas, un zumbido similar me llena la cabeza, fuera, fuera,
moscas pegajosas, verdes, brillantes, negras, fuera.
Tal vez debería cantar, para darme ánimos. Pero es mi aliento el que se
va, y me duele la garganta a causa de la sed que siento. Hasta el tragar
mi propia saliva me resulta doloroso. Hijo, tráigame una taza de leche y
pan, que hoy es viernes y ya oscurece, empezaremos a decir las oraciones,
oh Dios, los gentiles han entrado en tu herencia; han profanado tu santo
templo, han convertido a Jerusalem en montones de escombros, han derramado
su sangre como agua, -35- en derredor de Jerusalem y no hay nadie
quien los entierre. La voz de Simón se extiende por el campo como un
lamento que no alcanza a ser oración, ni canto ni quejido, sumándose al
ruido de las ruedas y el carro que se estremece, que choca con las
piedras, Simón estira maquinalmente de un lado, del otro, las ruedas
resbalan sobre la piedra, el carro sigue adelante.
¿Quién quedó en Córdoba para enterrar a los muertos? ¿Quién enterrará a
Nataniel, a Josabet, a Raquel? Pero por qué enterrarlos, quién dijo que
están muertos. Eran tan terribles las armas de los gentiles. Se levantaron
por la noche de la cama y se fueron a campo traviesa, camino del mar,
guiados por su olfato, por su instinto, como sólo los ciegos saben oler y
presentir las cosas. Sin tocar saben dónde está la mesa, dónde la silla,
dónde estoy yo, cómo camino, si me duelen los pies, qué hago con las
manos.
El sol le da ahora de frente, le quema los ojos que ya no ven más que el
espacio donde se pondrá aproximadamente el otro pie y más adelante una
vara. Luego empieza un límite de arena brillante que se levanta como una
cortina ardiente, infranqueable, que va retrocediendo un paso cada vez que
Simón adelanta uno.
¿Nataniel, Josabet, Raquel? ¿Quiénes son? Mi hijo, mi esposa, mi suegra.
¿Habla la Biblia de cómo comportarse con la suegra? Habrá que buscar en
qué libro. ¿Y si nunca tuve esposa, suegra o hijo? Jú-jú mula, quiero
escuchar mi voz, así grité desde que salí de Córdoba, dando golpes en las
ancas de mis dos mulas que de pronto se murieron.
El sol primero se convierte en una esfera roja, de bordes imprecisos y
termina por ocultarse rápidamente atrás de una línea que se vuelve negra y
Simón no puede determinar si son las montañas, la prolongación del valle
arenoso o el mar que desde hace tres días busca.
Arre mula, que ya cae la tarde, se viene la noche y descansaremos. Quiero
escuchar mi voz. Su cuerpo se tensa en un esfuerzo tan grande que el carro
marcha con mayor celeridad por espacio de algunos metros y por fin Simón
cae en tierra y el silencio que le acompañaba crece y se le viene encima.
Se incorpora, mira hacia atrás y ve que el carro está -36- vacío, en
él no hay un solo objeto, absolutamente nada, ni las ropas de Josabet, ni
las mantas que cubrían nuestras camas, ni los baúles, ni la silla de
Raquel. Lo habrá perdido todo en el camino, tantos tumbos dábamos.
Tendré que darles alguna explicación, cuando nos reunamos de nuevo. Pero
con quién. ¿No serán ellos personas conocidas y que en esta soledad les
hice mi esposa, mi hijo, mi suegra? Debo encontrarlos. Yo sé que me
pertenecen y que me esperan. Ellos no han desaparecido, sólo las mulas,
que están muertas.
Acostémonos a dormir. ¿Qué me espera esta noche? Y mañana al despertar,
¿con qué sorpresa me encontraré? ¿Estaré yo muerto y el carro habrá
desaparecido? ¿O desapareceré yo y estará el carro muerto? Como las mulas,
como Nataniel, como Josabet, como Raquel, vieja idiota, gritando en medio
de la calle, sin salirse del paso, en medio de la avalancha de gente que
huía. Simón se tiende lentamente al lado del carro, a pesar del fresco que
comienza a llenar la noche, no quiere cubrirse, por si alguien viene, tomo
el carro, engancho las mulas, sigamos el viaje que ya es tarde y debemos
unirnos a la caravana.
Asunción, setiembre, 1974
-37-
El contador de cuentos
-[38]- -39-
A Rosa Ortiz y Roberto Cuevas
durmiendo al lado del arroyo.
Cierre la puerta, carajo, chiquilín endiablado y le arroja una leña a
medio encender retirada ahora del fuego que se estrella contra la pared y
salto procurando eludir los tirones que se esparcen por todas partes y
algunas chispas alcanzan a quemarme el brazo. Emilio se queda quieto, las
espaldas pegadas a la pared, saque las manos de la puerta, saque le digo
que esta vez no voy a errar y la mano izquierda de Emilio lentamente
comienza a abandonar la puerta que no logró abrir.
Cada vez que se enoja me trata de usted, pero nunca lo hizo con tanta
violencia, con gestos pesados cruza la habitación, sin querer resignarse a
pasar de nuevo la noche aquí encerrado, sabiendo que el pueblo y la gente
están allí afuera y no poder imaginarme qué pasa, sin poder asomar la cara
más allá del patio a través de las tablitas de la celosía o de alguna otra
rendija, así desde hace semanas, vigilado siempre para que no pueda
escaparme, encerrado entre estas paredes, no se pueden abrir las ventanas,
no se pueden abrir las puertas, todo está trancado. Y a pesar del calor
hay un poco de fuego prendido, se ven en la oscuridad pequeños puntos
rojos, intensamente luminosos que aparecen por entre las cenizas, en el
fondo de la chimenea.
Agustina con un hurgón atiza el fuego, coloca dos ladrillos en forma
vertical a los lados y sopla con la boca hasta que surge una llamita y las
leñas se encienden. De nuera va a hervir agua en la olla grande de hierro,
el agua para tomar, estoy cansado del mismo gusto, a hierro, a ceniza, a
leña y humo.
Cállese, cállese chiquilín endiablado y Emilio se queda tenso, esperando
que su madre le arroje algo, cualquiera de los objetos que suele tirarle
cada vez que reacciona con -40- tanto enojo. Pero esta vez no le tira
nada, pone la olla sobre los ladrillos que hay parados de canto entre las
cenizas, un poco por encima del fuego, llena de agua que habrá de hervir,
luego la dejará enfriar antes de poder tomarla. Siempre el agua hervida.
¿Hasta cuándo? Además yo no soy ningún chiquilín endiablado, sino tu hijo.
Y soy también un hombre, tengo ya diecisiete años.
A pesar de la hora, Isidro aún no ha regresado. No sé qué hora es, pero es
tarde, pues ya me desperté dos veces y me dormí otras tantas y él aún no
viene. Debe tener mucho trabajo. ¿Aún de noche? ¿Pero qué clase de trabajo
tiene? Suba a su habitación, duérmase y no vuelva a hacer preguntas
estúpidas.
Emilio cruza la sala, sus gestos son pesados, su andar es lento y antes de
salir ve proyectada su sombra sobre la pared a causa del fuego donde ya
burbujea el agua. Luego sube la escalera, lentamente, porque es el momento
preciso en que puede suceder algo, tal vez se abran puertas y ventanas
dejando entrar gente que viene a buscarme o bien que no haya nadie en la
planta baja dejándome en libertad para salir y entrar cuando pueda y del
modo que quiera.
Su habitación también tiene las ventanas cerradas y hay el olor rancio de
los espacios cerrados y este silencio y esta soledad de hace tantos días,
obligado a enfrentármela en todo momento, sin saber razones, todo queda a
cargo de mi imaginación.
Cierra la puerta y no enciende la luz. Hace mucho calor para ello. Se
sienta en la cama sabiendo que no va a acostumbrarse nunca a la oscuridad,
tantas noches he probado hacer lo mismo y me quedo tendido en la cama con
los ojos abiertos, perdido en la oscuridad, con tal desorientación que
debo encender la luz o cerrar los ojos y procurar dormir. Se descalza
buscando que los zapatos no hagan ruido al caer; se quita la camisa y los
pantalones, se tiende en la cama sin retirar el cobertor. Todo está
caliente y como si este encierro y este aire envejeciera las cosas con
sólo tocarlas, hasta mi cuerpo, perdido en esta oscuridad y en este
silencio. Ningún ruido llega hasta aquí.
Se convoca así a Sindulfo Leiva casado con Emeteria Jara y sus hijos
Herminia y su esposo Alfonso Narváez, Victorina y su esposo Tadeo
Sanabria, Braulio y su esposa Brígida Gamarra, Vidal y su esposa Basílica
Ibarra, Juana y su esposo Edilberto Maldonado, Áurea y su esposo Marcial
Duarte y Clímaco y su esposa Aparición Cantero, todos ellos con sus
respectivos hijos. Floriano Araújo casado con Vicenta Aranda y sus hijos
Diosnel y su esposa Martina Céspedes, Eliodoro y su esposa Hermelinda
Pereira y Brígido y su esposa Iluminada Riquelme y teniendo conocimiento
de que estos tres hermanos se encuentran cumpliendo una condena en un
establecimiento penal se convoca a sus esposas y todos sus hijos. Zenón
Vera casado con Marciana Caballero y sus hijos Venancio y su esposa
Eulogia León, Engraciada y su esposo Silvio Paredes, Nimia y su esposo
Inocencio Vázquez, Antoliano y su esposa Salustiana Ojeda y Consorcia y su
esposo Héctor Rodríguez todos ellos con sus respectivos hijos. Elpidio
Zayas casado con Zoila Miranda y sus hijos Dorotea y su esposo Casimiro
Martínez, Alipio y su esposa Emiliana Delgado, Justina y su esposo
Apolonio Recalde, Elitrudis y su esposo Sixto Barúa, Demetria y su esposo
Antolín Caballero, Severiano y su esposa Perpetua Galeano, todos ellos con
sus respectivos hijos aunque exceptuando a Taciana que casó con su primo
hermano Lauro Miranda a pesar de la oposición de esta prelatura. Mericio
Armoa casado con Avelina Duarte y sus hijos Balbina y su esposo Heriberto
Jara, Cástulo y su esposa Emérita Ríos, Aquilino y su esposa Esperanza
Paiva y exceptuando a Valero y su esposa Luciana Estigarribia por ser
considerados personas pudientes dentro del pueblo. Herminio Soria casado
con Primitiva Cabrera y sus hijos Custodio y su esposa Herminia Fernández,
Aparicio y su esposa Eudosia Cardozo, Pablo y su esposa Témpora Mongelós,
Avelino y su esposa Tomasa Chamorro, Óscar y su esposa Cástula Araújo,
Sindulfo y su esposa Eusebia Achucarro todos ellos con sus respectivos
hijos, convocando además a Crescencia Bobadilla madre de dos criaturas de
Victorino aunque no casó con él que fue muerto en circunstancias
inexplicables aún y quizá por ser séptimo hijo varón de la familia.
Eusebio Miranda casado con Ascensión Samudio y sus hijos -70- Cecilia
y su esposo Máximo Cañete, Eusebio y su esposa Leopoldina Lesme, Cirila y
su esposo Porfirio Moreno, Apolonia y su esposo Edwin Brítez, Ascensión y
su esposo Rufino Alvarenga exceptuando a Romualdo casado con Liduvina
Melgarejo cuyo parentesco con el alcalde policial los pone en situación de
privilegio. Salustiano Miranda casado con Otilia Bobadilla y sus hijos
Otilia y su esposo Ausberto Almada, Lirio y su esposa Eliodora Figueredo,
Calimerio y su esposa Flora Sánchez, Escolástica y su esposo Celedonio
Machuca y Salustiano y su esposa Hermenegilda Godoy todos ellos con sus
respectivos hijos o quienes los reemplacen por estar las mujeres
realizando labores domésticas en la capital. Amancio Peralta casado con
Pablina Alvarenga y a quienes la providencia no prodigó fertilidad,
careciendo de hijos pero son ellos modelo de familia cristiana. Artemio
Gamarra casado con Eufrosina Lacasa y sus hijos Valentina y su esposo
Silvano Núñez, Casildo y su esposa Filomena Olmedo, Sindulfo y su esposa
Asela Cáceres, Taciana y su esposo Leoncio Aguilera, Guarino y su esposa
Epifanía Ramos, todos ellos con sus respectivos hijos y quienes reemplacen
a Casildo y Guarino quienes se encuentran trabajando en la capital y
habiendo tomado conocimiento que su situación económica allí también es
estrecha. Crescencio Santos casado con Rosalba Fleitas y sus hijos Felicia
y su esposo Celestino Prieto, Crisnilda y su esposo Pío Melgarejo,
Perseverancia y su esposo Herminio Recalde, Domitila y su esposo Zoilo
Paredes, Circuncisión y su esposo Lucilo Alarcón, Lilia y su esposo
Clorindo Hermosilla todos ellos con sus respectivos hijos, excepción hecha
de Genara quien casó con el no cristiano Rosemberg y sus hijos no fueron
bautizados en este credo. Se exceptúa igualmente a Eleusipo Figueredo
casado con Librada Vera, hija natural de Zenón Leiva y cuyos hijos
Arcángel, Odilón y Emeterio, por servir en el ejército poseen víveres
gratuitamente. Trato especial sin embargo recibirán los esposos Petronilo
Cordero y Crisóstoma Paredes por haber sus hijos Traslación, Eleuterio y
Abundio abrazado los santos hábitos. Todas estas familias y aquellas cuyos
nombres se irán dando a conocer oportunamente según se vayan
confeccionando las listas hasta completar las quinientas, serán
favorecidas con esta medida excepcional de caridad. Dado en Ka'ané a los
siete días del mes de enero en el año del señor de mil novecientos setenta
y siete.
-71-
JUICIO CRÍTICO
Considerando las opiniones tan contradictorias y polémicas surgidas
alrededor del cuento «La demolición» este diario ha querido ilustrar a sus
lectores recurriendo para ello a un crítico literario que le merece
confianza por su capacidad científica, sus profundos conocimientos de la
materia y por permanecer ajeno, tradicionalmente, a cualquier grupo
literario.
El doctor Enrique Balbiani Cano, ha opinado al respecto en los siguientes
términos:
«Salta a la vista la preocupación del autor por dar una descripción
imparcial, fría, pedante, en un estilo que bien pudiera apropiarse un
cronista, con indicaciones tan precisas como superfluas de ese ladrillo
que 'es un paralelepípedo casi perfecto, con un pequeño abultamiento en
una de sus caras y una depresión en la parte opuesta' y que es 'de color
naranja vivo mientras una veta negra lo cruza por el lado de la cara
abultada, longitudinalmente y desde donde él lo ve avanza la línea de
izquierda a derecha, para terminar en una esquina descascarada por el
golpe de martillo que le dio'.
»La sensación que produce la descripción de este trozo de pared es rica,
completa, obsesionante. De esta manera el lector, por fuerza, ha de
sentirse fascinado por estas imágenes cinceladas, esas instantáneas del
mundo tan precisas, en las que ni siquiera haría falta que apareciese un
protagonista. Es la definición de un mundo objetivo en el que el hombre no
es más que un objeto de tantos.
»La elección de un estilo periodístico, que utiliza la estructura de una
crónica, es un hecho nada más, que circunstancialmente ha llevado a
producir efectos paralelos y lamentables que nada tienen que ver con el
fenómeno literario. Esta forma de narración 'objetiva' parecería crear un
mundo neutro, extraño al hombre. Pero si se profundiza en esta 'crónica'
el lector encontrará sólo aparentemente que hay un mundo que se describe
por sí mismo, pero que sin embargo ese universo preciso, obsesionante y
extraño está en definitiva reflejado en una conciencia.
»Los alcances que ha tenido este relato y su repercusión en el pueblo,
además de sus consecuencias, escapan a -72- mis métodos de
investigación literaria, dejando estos niveles a gente competente en la
materia».
CRONOLOGÍA DE LOS HECHOS
KA'ANE (De nuestro enviado especial, por teléfono): Los graves sucesos
registrados en esta localidad, culminaron con un saldo de cinco muertos y
más de diez heridos, algunos de gravedad. La violencia fue desatada cuando
cientos de familias del lugar y sus alrededores se lanzaron a demoler la
basílica en construcción, al interpretar erróneamente un relato literario
cuyo autor, como recurso narrativo, utilizó la técnica de la crónica
periodística.
Al tener noticia de los acontecimientos, este diario destacó al lugar del
hecho a un cronista que llegó a Ka'ané promediando la mañana. Gracias a la
colaboración espontánea de la gente de esa localidad, se pudieron
reconstruir los hechos que se iniciaron en la madrugada, un poco después
de salir el sol.
LA GENTE SE CONCENTRA
HORA 3.30: Aproximadamente a esta hora, se comienzan a formar los primeros
grupos de familias en las afueras del pueblo, al descampado, sin ocupar en
ningún momento los cansinos ni entorpecer la circulación de aquellas
personas que llegan al mercado a vender sus productos, o salen al campo a
realizar sus labores de agricultura.
Se reúnen en grupos de quince a veinte familias, cada una de ellas con su
carro tirado por bueyes y la gente se mueve en silencio en la oscuridad,
pues hay órdenes estrictas de no encender fogatas. A pesar de haber niños,
no se escuchan ni llantos ni gritos, ni voces de conversación. De vez en
cuando sólo un cuchicheo o el resoplido de un buey.
Según testigos presenciales, estos grupos se fueron formando durante toda
la noche con gente que llegó de otros pueblos y zonas habitadas de los
alrededores.
HORA 5.00: Sin que medie ningún grito o voz de orden -hecho que revela una
gran organización- los diferentes grupos van saliendo a los caminos de
tierra, tal como deben haber convenido de antemano y la caravana se pone
en movimiento.
-73-
El cielo ya está claro y todos los caminos que se dirigen al pueblo se
llenan de gente y carretas que avanzan en medio de una gran nube de polvo
rojizo, por momentos rosado, según le dé la luz.
Los niños van en los carros y las personas mayores caminan adelante, atrás
o a los costados. Se habla poco y sólo se oye la voz de los hombres dando
órdenes a los bueyes a los que llaman por sus nombres -cada uno tiene el
suyo- puesto casi siempre, en base a alguna característica física: Negro,
Manchado, Orejudo, Mocho, Guampa, etcétera.
OCUPACIÓN DE LA PLAZOLETA
HORA 5.40: Al llegar los primeros carros a la plazoleta donde se está
construyendo la basílica de Santa Librada, frente a la antigua y pequeña
iglesia, ellos son colocados alrededor de la construcción hasta formar un
inmenso círculo. Y es por esta razón que se puede explicar fácilmente que
no hayan podido entrar hasta el lugar, más tarde, las ambulancias y otros
vehículos que pretendieron hacerlo.
HORA 5.50: Cuando el sacristán acude para abrir la vieja iglesia, se
extraña al ver la cantidad de carros allí presentes. «Me detuve -dice en
una breve entrevista- con la intención de averiguar qué hacía allí toda
esa gente con sus carros. Pero no pude enterarme de nada. Había un gran
grupo de hombres donde se hablaba en voz muy baja, mientras las mujeres
esperaban apartadas con sus hijos de la mano. Había gente de todas las
edades y nadie tenía aspecto de acudir al lugar con intenciones de oración
o para cumplir una promesa».
HORA 6.00: El grupo de hombres, que es muy numeroso, se deshace, hablan
ellos con las mujeres y los niños e inmediatamente se dirigen a la
basílica en construcción, subiendo por las escaleras hasta los andamios.
«Hasta ese momento -dice el sacristán- seguía creyendo en una promesa
religiosa de carácter colectivo. Y eran muchísimas personas, tantas que no
puedo determinar con precisión cuántas personas había».
Cálculos posteriores indicarán que son alrededor de mil quinientas
familias.
-74-
Los hombres se trepan a las paredes a medio construir, a los andamios que
sujetan los arcos donde descansarán las bóvedas del techo. A más de
treinta y dos metros sobre el nivel del suelo, hasta los hombres más altos
parecen pequeños y las mujeres, algunas con mantos negros, otras con
mantos blancos, permanecen en las pasarelas con los niños y los
adolescentes.
Es entonces cuando los hombres, de entre sus ropas sacan martillos y
cortafierros y comienzan a aflojar los ladrillos.
«Me quedé atónito -dice el sacristán- sin poder reaccionar ante esta
escena en la que sólo se escuchan golpes de martillos, gritos de atención
que se dan los unos a los otros, los hombres a sus mujeres, las mujeres a
sus hijos».
Por el gran hueco que hay en el centro, vacío, en penumbras, dejado por la
construcción, cae un grueso polvo blanquecino, cemento deshecho a golpes,
pero nunca cae ningún ladrillo, tal es el cuidado que ponen todos en su
trabajo.
EL OBISPO ES ALERTADO
HORA 6.20: El sacristán se dirige a casa del obispo Monseñor Salsa Rojas
para ponerle al tanto del hecho que, aun a esta altura se niega a creer.
La cocinera, que sale a recibirle, se resiste terminantemente a despertar
a su eminencia, razón por la cual el sacristán comienza a dar tremendos
gritos con el deseo de atraer la atención del obispo y dar una idea de la
magnitud de los acontecimientos.
Monseñor Salsa acude al oír el vocerío y enterado de lo que está
sucediendo se dirige al lugar del hecho. Viste pantalón, camisa y
zapatillas pues no ha tenido tiempo de vestir los signos de su alto rango.
Mientras tanto, envía al sacristán a buscar al párroco y a su secretario.
HORA 6.40: Monseñor Salsa llega al lugar donde el trabajo prosigue a ritmo
acelerado. En muchas paredes, algunas tan anchas que permiten trabajar
parados hasta tres hombres a la vez, uno al lado de otro, se notan ya
largas crestas blancas, de cemento recién removido, en contraposición con
el lado norte, adonde aún no han llegado los trabajadores y los ladrillos
superiores poseen una pátina negruzco-verdosa -75- que le dio el
viento húmedo y las lluvias de los últimos meses.
Nadie reconoce a Monseñor Salsa quien se detiene al pie de la obra y tarda
algunos minutos en reaccionar. Está claramente sorprendido por el
espectáculo que se desarrolla frente a sus ojos y supera, en mucho, a la
descripción dada por el sacristán que, en parte por causa de la emoción,
en parte por ser corto de palabras, nunca fue muy hábil para expresarse.
PRIMERA AMONESTACIÓN
Despeinado, sin afeitarse aún, en ropa de calle y de la que usa para estar
muy en la intimidad, Monseñor Salsa no logra atraer la atención de los
trabajadores. El prelado hace entonces acopio de fuerzas y dice:
«Hermanos...» en el mismo tono que acostumbra a iniciar sus sermones.
Se detienen todos y se hace el silencio para escuchar la voz que les
resulta conocida, a muchos muy familiar. Miran hacia abajo y a medida que
el grueso polvo blanco deja de caer al ser interrumpido el trabajo, va
apareciendo la figura de Monseñor Salsa, más irreconocible aún a causa del
polvo que se le ha depositado encima y que le ha terminado de encanecer
los cabellos.
«Hermanos...» repite otra vez y su voz se pierde en medio del eco, una
palabra repetida entre las paredes de la basílica en construcción, las
bóvedas del techo, las hornacinas, las paredes curvas de los absidiolos,
en los espacios que dejan las columnas que van marcando el deambulatorio,
pues la construcción, a pesar de su tamaño, apenas cubre aún el ábside y
va insinuando ya el crucero.
Monseñor Salsa abre los brazos en cruz, levanta las manos y las junta tal
vez un poco por encima de la cabeza. Desde arriba, y desde tal altura, no
se pueden establecer muy bien las distancias. Repite varias veces, en su
discurso, la palabra «hermano» que es la única fácil de distinguir por la
entonación que le da, igual que en los sermones y el eco, que crea una
enorme confusión de palabras, o más de sílabas, repite sin cesar su voz en
diferentes tonos, en diferentes sectores del enorme hueco preparado
aparentemente para dar lugar algún día al altar principal.
-76-
SE ENVÍA UN PARLAMENTARIO
HORA 6.50: Los hombres reunidos en lo alto de la obra deciden encomendar a
uno de ellos baje a dialogar con el sacerdote que ha renunciado a
comunicarse, debido a que ni los demoledores del templo le entienden ni él
entiende lo que dicen los de arriba.
El enviado no tarda en llegar hasta donde se encuentra el prelado y el
diálogo, en su parte sustancial, se desarrolla aproximadamente de la
siguiente manera:
Monseñor Salsa: ¿Qué sucede? ¿Se volvieron locos o los tentó el demonio?
Salustiano Alarcón: No Monseñor. Sólo acudimos al llamado, los que
creíamos justos.
Monseñor Salsa: No sé qué está hablando, Alarcón. Pero se han vuelto
locos, endiabladamente locos.
Salustiano Alarcón: No Monseñor. Sólo los que creíamos justos. Es cierto
que a muchos no nos llamaron. Pero lo mismo vinimos porque también tenemos
derecho.
A esta altura de la conversación, Salustiano Alarcón (38, casado, seis
hijos, tejedor de canastos), le muestra a Monseñor Salsa un recorte del
periódico que contiene el cuento al cual se hace referencia más arriba y
que se le atribuye el origen de esta terrible confusión. El recorte
contiene, justamente, el trozo con la pretendida convocatoria hecha por el
obispo y que sólo responde a la imaginación del autor.
Monseñor Salsa: Es un error, todo es falso. Es un error.
Salustiano Alarcón: Ningún error. Allí están los apellidos de mucha gente
del pueblo. Y muchos nombres. Algunas familias ya se han muerto. Otras no.
Pero todos tenemos derecho a llevarnos los ladrillos aquí indicados. De
todos modos, hay para todos y aún para más.
Salustiano Alarcón vuelve al andamio y sube rápidamente por una escalera y
se reúne con sus compañeros mientras el obispo, los brazos abiertos en
cruz grita: «Hermanos...» y una vez que se apaga el eco, «Todo es falso»
al -77- tiempo que va desapareciendo bajo la capa de polvo que
comienza a caer, primero en fina, luego más espesa, nube blanca de cemento
y cal deshechos por los martillos, mil quinientos martillos, todos al
mismo tiempo.
HORA 7.10: El obispo huye del lugar, sucio, cubierto de polvo blanco, los
ojos llorosos, y sufre constantes convulsiones de tos, causadas por el
exceso de polvo y tabaco.
HORA 7.25: Llega el cronista de este diario cuando los acontecimientos
están ya muy avanzados, pero pudo reconstruirlos hasta este momento
gracias a datos obtenidos de testigos presenciales que brindaron abundante
información. Los pormenores que se dan a partir de aquí fueron
presenciados por el periodista.
SIGUEN LAS TRATATIVAS
HORA 7.45: Aislado en el despacho de su casa, Monseñor Salsa medita sobre
los acontecimientos registrados en la plazoleta de la iglesia. Dejó
órdenes estrictas de no ser molestado por nadie y sólo podrán llamarle en
caso que se produzca algún hecho que cambie radicalmente el curso de los
sucesos.
HORA 8.10: Imposibilitado de hacer un análisis objetivo y lúcido del
problema, Monseñor Salsa se traslada a la iglesia donde se entrega a la
oración. A través del sacrificio y el rezo, espera ser iluminado por Dios
y llegar a las decisiones más apropiadas al caso.
HORA 8.20: Las carretas, cargadas de ladrillos hasta el límite de su
resistencia, abandonan el lugar y se produce ahora un hecho curiosísimo,
consistente en una maniobra difícil de explicar, pero que, sin embargo,
describe con claridad la precisión con que fue planeado todo. Ningún
vehículo molesta al otro al abandonar el lugar y cada hueco es ocupado, en
el acto, por otra carreta vacía.
HORA 8.50: Después de haberse dedicado a la oración por espacio de casi
una hora, Monseñor Salsa abandona la iglesia y se dirige a la comisaría,
lugar donde denuncia el hecho a las autoridades y le solicita a ellas que
tomen las providencias del caso, evitando así la destrucción total del
templo.
-78-
HORA 9.00: Recibida la denuncia del hecho, las autoridades policiales
ponen inmediatamente en funcionamiento un amplio plan destinado a
desbaratar los trabajos de depredación hechos por gente que, si bien no
puede ser considerada malintencionada, evidentemente ha sido engañada y
sorprendida en su buena fe.
HORA 925: Al frente de su dotación de veintidós hombres que le siguen en
fila de a dos, se presenta en el lugar del hecho el comisario. Los
efectivos policiales permanecen en apretada formación, codo a codo,
mientras se realiza una evaluación del alcance y gravedad de los hechos.
Se establece también, por primera vez, el alcance justo de la fuerza de
los ocupantes y la posibilidad de imponerse a ellos siempre y cuando no
acepten entrar en razón ni se logre éxito en las tratativas pacíficas.
Es cuando se sugiere solicitar la mediación de Pancracio Narváez, tenido
habitualmente como líder civil del lugar, respetado por su sagacidad y
conocimiento de las costumbres y familias de la región, características
que le convierten en un hábil negociador.
SE BUSCAN NUEVOS CAMINOS
HORA 10.00: Excusando su tardanza, llega Pancracio Narváez con casi media
hora de atraso, a pesar de la urgencia del motivo. Aduce que había estado
mediando entre dos familias que disputan los linderos de sus campos. Se
hace conducir al lugar más apropiado y luego inicia una inspección global
del sitio, donde se registran los hechos.
Recorre con pasos largos el contorno de la edificación. Pocas veces mira
hacia arriba. Lleva la cabeza gacha y las manos tomadas atrás, gesto que
debe ser habitual en él, pues el traje blanco, que utiliza evidentemente
con mucha frecuencia, tiene una mancha amarillenta, ya antigua, en ese
lugar.
Se enfrenta más tarde con el edificio en obra, parándose casi en el mismo
sitio donde hace algunas horas se detuvo el obispo y desde allí grita:
«Ciudadanos...». Y el eco prolonga su voz. Espera unos segundos que
termine la repetición y prosigue: «Este triste espectáculo»... Pero el eco
destruye su discurso.
-79-
Si bien no es de presumir la mala fe de quienes ocupan los andamios -no
por eso deja de ser un hecho equívoco- a esta altura del discurso, medio
ladrillo se desprende de pronto de un lugar no precisado y debido a
circunstancias no determinadas, viniendo a dar de lleno en la cabeza de
Pancracio Narváez quien se desploma al suelo sin sentido y su saco se
mancha con algunas gotas de sangre.
Arriba, en los andamios, hay un silencio profundo y sólo se escucha una
voz que debido al eco parece ser muchas voces diciendo: «Fue sin querer».
Abajo se movilizan numerosas personas para retirar a Pancracio Narváez
desmayado. Más tarde declarará que no le ha dolido tanto el cascotazo como
el haber fracasado en esta negociación, considerándola el primer gran
revés de su vida.
INTERVIENE EL COMISARIO
HORA 10.20: Encabezando su dotación de veintidós hombres llega de nuevo al
lugar el comisario y luego de dar órdenes enérgicas, cortantes, los
efectivos van tomando posiciones frente al edificio que se encuentra ya
visiblemente deteriorado por el trabajo ininterrumpido de los ocupantes,
desde que llegaron al lugar alrededor de las 5.40.
Los agentes del orden se colocan máscaras antigases y en lo alto de los
andamios algunas criaturas, evidentemente asustadas, comienzan a llorar,
pero se calman enseguida. Los hombres no abandonan su trabajo, hecho que
aumenta la ira de la autoridad que busca subirse a los andamios y no puede
hacerlo porque las escaleras han sido retiradas.
Bajo la gruesa capa de polvo que sigue cayendo, atravesada ahora por
numerosos rayos de sol, causando el mismo efecto que se utiliza en cine en
las películas de carácter religioso, el comisario grita indignado:
«Terminaremos por la fuerza con esta disputa». Y el eco, a los lejos,
traba sus palabras.
Inmediatamente da la orden de disparar las primeras granadas de gases
lacrimógenos. Alguna que otra cae en un andamio bajo, pero ninguna alcanza
los más altos y mucho menos las bóvedas en donde se encuentran trabajando
los hombres.
-80-
Las mujeres encaran entonces la defensa lanzando una verdadera lluvia de
piedras sobre los representantes del orden quienes arrecian con sus
granadas de gases. Es aquí cuando sucede un hecho curioso. Hace alrededor
de una hora ya que fue desmantelada la bóveda de uno de los absidiolos
creándose una corriente de aire tan pronunciada, que impide que los gases
suban, empujándolos hacia quienes hace nada más unos segundos, los han
disparado.
A raíz de ello se ordena el repliegue de las fuerzas policiales, las que
se retiran del lugar huyendo del efecto de sus propios gases.
PARTIDA DE CARRETAS Y RELEVO
HORA 10.45: La segunda salida de carretas, cargadas hasta el tope de
ladrillos, se realiza esta segunda vez tal como fue en la primera.
Adolescentes, a veces niños y niñas, las manejan gritando a los bueyes tal
como lo hacen los mayores.
Aunque aparentemente hay una gran confusión, las carretas cargadas se
retiran en orden al tiempo que llegan y ocupan sus lugares las vacías. La
falsa apreciación se debe a los gritos que se cruzan por todas partes y al
ruido que hacen los vehículos, pero ninguno molesta al otro.
Además, por casi tres cuartos de hora, los gases permanecen en el callejón
que hay entre la vieja iglesia y la construcción de la nueva basílica.
Ello hace que en todo este tiempo no se acerque nadie, a no ser el
sacristán que cruza dos veces por el lugar, con paso rápido y sin
detenerse en ningún momento.
SE SOLICITA AYUDA
HORA: 11.00: El comisario, ante la imposibilidad de detener la demolición
del templo, decide, previa consulta con el obispo, solicitar ayuda a las
poblaciones vecinas.
HORA 11.30: De manera imperceptible comienza a acudir al sitio gente del
pueblo, llevando de manera disimulada, y ocultos bajo servilletas de
lienzo blanco, platos de comida. A juzgar por las reacciones, pocos son
los que se conocen entre los que trabajan en la demolición del templo
-81- y quienes acuden con el almuerzo. Pronto el lugar se llena de
olores que se repiten con frecuencia: a grasa, a carne cocida, a maíz
preparado de diferentes maneras, a mandioca hervida, a locro caliente.
Por encima de los muros siguen descendiendo los canastos atados a una
soga, cargados de ladrillos. Abajo son recibidos por niños y adolescentes
y luego los cargan en los carros. Pero esta vez los canastos no regresan
vacíos, los suben lentamente con los platos llenos de comida. Y desde
arriba alguien grita: «Gracias señora». Y enseguida la respuesta: «De nada
m'hijo, Dios le bendiga m'hijo, que la Virgen se lo pague».
HORA 11.45: Los refuerzos provenientes de los pueblos vecinos comienzan a
llegar y se van reuniendo en el patio y frente a la comisaría. Consisten
especialmente en hombres de a pie, de a caballo. Otros llegan en camiones
y traen largas escaleras.
HORA 12.10: Los primeros grupos comienzan a dirigirse al lugar de los
hechos, en el orden y la forma que son indicados por el comisario de
Ka'ané. Hay un total de ciento ochenta y dos hombres, divididos en siete
grupos desiguales, cuyo número es el recomendado por las necesidades de
una estrategia.
A última hora se suman además cuatro presos acusados de abigeato, quienes
manifiestan su interés en aunar esfuerzos para rechazar a los depredadores
del templo, a cambio de su libertad, propuesta que es aceptada teniendo en
cuenta la gravedad de los hechos.
PRIMER ASALTO
HORA 12.30: Lo que queda de la basílica en construcción -ahora en avanzado
estado de demolición- es rodeado por los hombres que comanda el comisario.
Van armados y cada uno busca un sitio donde ubicarse, defendiendo el
cuerpo atrás de algún parapeto, sea el tronco de un árbol, una columna de
la vieja iglesia, un muro bajo, un montón de ladrillos, etcétera.
Los que llevan escaleras buscan apoyarlas en los andamios para subirse a
ellos, pero casi ninguna es lo suficientemente -82- larga para llegar
al andamio más bajo. Y las pocas que llegan resultan ineficaces porque son
empujadas con un palo, haciendo caer de espaldas a quienes intentan subir.
Por último esta idea es abandonada.
El comisario recorre el sitio verificando la posición de sus hombres,
dando indicaciones a unos y otros para lograr mayor efectividad. Y
visiblemente irritado regresa al hueco central de la obra y grita:
«Abandonen el sitio». Y el eco se rompe enseguida pues ya fueron deshechas
casi todas las bóvedas y se escapan los sonidos por todos los agujeros al
igual que los gases lacrimógenos hace un momento.
No hay respuesta. El trabajo se detiene y la gente, desde los andamios,
mira a su alrededor. Están ellos rodeados por fusiles que les apuntan y
buscan proteger a sus mujeres y sus hijos en los sitios más seguros. El
resto acumula piedras y espera.
Ordena entonces el comisario que el lugar sea despejado, alejando de la
zona a toda la gente del pueblo que está allí con sus ollas, fuentes,
cacerolas, platos vacíos. Los carros no pueden ser apartados. Las personas
se dispersan dando gritos de protesta y desacuerdo por la medida que
consideran injusta. Así, hasta alcanzar la acera opuesta y que circunda la
plazoleta donde se levantan iglesia y basílica.
Los periodistas ocupamos los balcones de algunas casas vecinas, tocándole
la suerte a quien escribe estas líneas, de contemplar los hechos desde la
propia casa del obispo, si bien éste permanece encerrado en su estudio,
esperando encontrar la mejor salida para la situación planteada.
El comisario busca un nuevo camino de conversación, pidiendo que baje un
emisario con quien dialogar. Pero también esta vez fracasa en su intento
de lograr un acuerdo satisfactorio para las dos partes.
Se ubica enseguida atrás del tronco de una palmera al tiempo que grita:
«Si no es por las buenas, entonces por las malas». Desenfunda el revólver
y hace algunos disparos, muy abajo del nivel en que se encuentra la gente,
según se ve saltar el ladrillo, el polvo fino blanco y naranja, en varias
partes, el ruido en muchas, repetido por el eco que esta vez no tiene
sílabas que deformar.
-83-
En las pasarelas de los andamios la gente corre de un lado a otro, hay
gritos de mujeres y los niños lloran. Algunos hombres dan órdenes y muchas
indicaciones e inmediatamente después miles de manos lanzan piedras,
cascotes contra las cabezas que se atreven a sobresalir por encima de los
improvisados parapetos.
SE ORDENA EL ATAQUE
HORA 12.50: Después de un silencio de diez minutos aproximadamente se
inician los primeros disparos. En ningún momento se abrió fuego graneado
como se pretendió hacer creer después. Los disparos se hacen en forma
aislada, si bien el estruendo parece ser mayor porque el eco repite no
sólo la explosión sino también el silbido de las balas en su recorrido.
HORA 13.00: El tiroteo se cobra su primera víctima, Antolín Caballero,
casado, 27 años, tres hijos, domiciliado en la compañía de Jaguakuá. Es
alcanzado por una bala de fusil en pleno rostro, produciéndose su muerte
inmediata, según lo atestiguará más tarde el médico forense y no por culpa
del golpe sufrido al caer al suelo desde gran altura.
HORA 13.05: Después del estupor sufrido a raíz de esta primera muerte, la
gente reacciona apedreando con violencia a las fuerzas del orden y de
donde resultan heridos dos hombres venidos del vecino pueblo de Palmasola.
HORA 13.15: Cuando se reanuda el tiroteo, éste tiene mayor intensidad que
antes, mientras que la gente apostada en las aceras de la plazoleta y que
hasta ahora había contemplado la escena en forma más o menos pacífica,
rompe en gritos insultando a quienes empuñan sus armas contra los
demoledores del templo.
En la primera carga resultan dos muertos más. El segundo cae sobre una
pasarela de los andamios y el tercero se precipita al vacío, pero por el
lado de afuera de la construcción. También se registran varios heridos en
ambas partes, sin que pueda establecerse una relación precisa de los
hechos, ya que la confusión es inmensa.
El estrépito de los disparos se mezcla con el eco de sus propios ruidos,
además de los gritos y llantos de las -84- mujeres y los insultos de
los hombres que permanecen arriba.
SOLICITAN MEDIACIÓN DEL OBISPO
HORA 13.30: Una delegación de personas del pueblo llega hasta la casa del
obispo y le pide que interceda entre los contendientes, ya que el
enfrentamiento puede terminar en una deplorable catástrofe.
HORA 13.40: El obispo sale a la plazoleta y procura llegar hasta el sitio
en que se ha entablado la lucha que sigue en forma encarnizada. Intenta
hacer escuchar su voz, pero el estruendo de los disparos por un lado y los
gritos por otro, la apagan por completo. Además, el radio de acción de las
piedras que caen por todas partes es tan grande que no puede acercarse
demasiado.
HORA 14.00: Una motobomba del cuerpo de bomberos logra acercarse a duras
penas al lugar y busca desbaratar la resistencia de los demoledores del
templo apuntando un chorro de agua de gran potencia hacia lo alto de la
edificación. Pero sólo logra demoler un arco de mampostería que se
precipita sobre el vehículo, matando al chofer Floriano Centurión, a más
de inutilizar la motobomba a partir de la cual, roto el tanque, surge una
gran ola de agua que inunda las calles adyacentes.
LAS CAMPANAS AL VUELO
HORA 14.15: Al mismo tiempo que las puertas principales del templo se
abren, comienzan a repicar todas las campanas. Del interior de la iglesia
sale una procesión encabezada por seis monaguillos que llevan en sus manos
humeantes incensarios, hamacándolos al final de finas y largas cadenas,
más atrás dos sacristanes llevan una cruz y un estandarte con los colores
de la virgen del lugar. Éstos son escoltados por diez monaguillos vestidos
con sotanas moradas y albas blancas, cada uno de ellos con una vela
encendida, a pesar del sol que cae a plomo sobre el lugar y hace un calor
intenso. Todas las paredes blancas de los alrededores tienen un brillo
enceguecedor.
La procesión sigue saliendo del templo y se hace un gran silencio en toda
la plaza donde sólo se escucha el repicar -85- de las campanas
mientras las palomas que viven en las dos torres y en los aleros de la
iglesia, asustadas por este alboroto a destiempo, tan lejana aún la fiesta
patronal del lugar, vuelan sin posarse un instante en ninguna parte.
Después de los monaguillos con las velas sale el obispo vistiendo los
ornamentos de los oficios solemnes con la gran cruz pectoral de oro y
piedras, colgada de una gruesa cadena, el anillo obispal de piedra negra,
mitra bordada con hilos de oro, en las manos la custodia con su ventanita
redonda de cristal biselado y la mancha blanca de la hostia cuyo borde se
repite varias veces y según le dé la luz tiene una aureola irisada.
Le sigue su secretario, también vestido con los ornamentos de las grandes
ceremonias y le lleva el báculo, con mayor profusión de oro, dibujos
hechos en plata antigua y cristales de colores que imitan piedras
preciosas. Atrás van otros seis monaguillos cada cual con su incensario
humeante, hamacados casi todos al mismo tiempo, tintineando las cadenitas.
-93-
Recopilación de datos
-[94]- -95-
No hay nadie, como todos los domingos, en las calles estrechas que rodean
a la iglesia, aun cuando son exactamente las nueve y diez de la mañana. Y
el tiempo es primaveral a pesar de ser invierno, como sucede habitualmente
al comenzar el mes de julio. El cielo está despejado y sopla un viento
fresco moderado que se vuelve casi imperceptible caminando por el lado
soleado de la calle. Aquí la temperatura es agradable gracias a un cielo
límpido, intensamente azul.
El aire es tan diáfano que por ello mismo se lo siente con mayor
intensidad, si bien la vista, por momentos, cuando las perspectivas lo
permiten, puede extenderse casi de manera indefinida, sin que nada
enturbie la visión. Sólo tres personas rompen este equilibrio de los
elementos, y que parecen respetarlo, porque guardan una curiosa simetría.
Son tres, desde la calle hacia el interior de la acera: un muchacho joven,
una mujer ya madura y un hombre cuyas características coinciden con las
del joven, pero con mucha más edad.
El primero de ellos no es muy alto, con el pelo enrulado, color bronce
oscuro, de hombros anchos, contextura delgada, flexible y armónico en
todos sus movimientos, como si el aire no se moviera a su alrededor al
caminar. Viste camisa celeste, de cuello desabrochado, saco azul abierto a
causa de las manos metidas en los bolsillos de su pantalón gris.
La mujer, ya madura, es su madre, es sumamente delgada, fibrosa, pelo
corto y claro, viste un vestido azul oscuro y no lleva joyas, excepto una
delgada cadena de oro al cuello y unos brillantes muy pequeños
perforándole los lóbulos de las orejas. Todo en ella indica una extrema
austeridad y sus gestos parecen estar severamente controlados.
El hombre de edad, padre del muchacho, en cierta manera posee las mismas
características de su hijo. Sólo que tiene ya el pelo entrecano y su
contextura atlética se rompe -96- en esa cintura que comienza a
desbordar y en sus ademanes que no poseen ya la flexibilidad ni la
libertad de aquel.
-Independientemente de las intenciones que haya tenido -dice la mujer-
sigo pensando que ése no era tema para el sermón de la misa de las ocho y
media. A esa hora van muchos niños y no tienen edad para estar escuchando
hablar de ciertos temas. No hay por qué abrirles los ojos antes de tiempo.
Ya tendrán momento de sobra para enfrentarse con hechos así de
desagradables.
-Sin embargo -dice el marido- el mismo caso estuvo saliendo en los
diarios, se hicieron comentarios en las radios y hasta hubo una nota de
exteriores en la televisión.
Este domingo, dijo en verdad el cura, no tomaremos ninguna parábola del
Evangelio ni de la Biblia, porque la parábola, durante toda esta semana,
nos ha sido dada por la prensa. O mejor aún, por la vida misma. Hay fieles
que están descontentos porque algunos periódicos han traído fotografías
que resultaron demasiado impresionantes para algunos espíritus en extremo
sensibles. Pero no miremos los hechos con los ojos sensacionalistas de la
prensa amarilla, cuyo recorte he traído precisamente aquí, sino juzguemos
el verdadero significado, en profundidad, de los sucesos. Y contemplemos,
sin puritanismo, estas fotografías que serían capaces de aterrorizar a
cualquiera al igual que nos aterrorizaría una visión del infierno.
¿Estaba esta mujer en gracia de Dios cuando la sorprendió tan horrible
muerte? ¿Estaba preparada para enfrentarse a la justicia divina? ¿Y
estamos todos preparados para enfrentar la misma situación? ¿Acaso sabemos
cuándo puede surgir la mano asesina que abata nuestra vida?
-De todas maneras -insiste la mujer- haya salido donde sea, sigo pensando
que es impropio tratar esos temas en un sermón de la iglesia.
Ella no sabe nada. Yo tampoco sé nada porque no quise mirar las
fotografías. Pero dicen que estaba irreconocible, tal fue el ensañamiento
con que la mataron. Y más aún después de los días de descomposición que
tuvo el cadáver, porque nadie se dio cuenta. ¿Cómo no se preocuparon sus
amigas? Hizo falta que el vecindario, molesto por el olor, alertara a un
patrullero policial que pasaba por el lugar, -97- después de tres
días, y tuvieron que romper la puerta para encontrarla allí, horriblemente
descuartizada.
-Sucede -dice el hombre que parece más bien parco en el hablar- que este
cura es un tanto impresionable, y como le gusta leer novelas policiales,
noticias así le conmueven. Y no pasa de ser un hecho común, totalmente
cotidiano, en los bajos fondos.
Él no sabe nada. Yo tampoco. A pesar de que he vuelto ya tantas veces
sobre el tema, procurando convencerme en todos estos días que las cosas
son ciertas, aun sin poder explicarlas, porque estuve con ella hasta un
momento antes y hablamos en voz baja aunque no está la criatura, quizá por
costumbre, quizá por la hora. Me voy, es tarde, y ella me mira con los
ojos entreabiertos, chau, tené cuidado, mirá que es tarde, me voy, y se
vuelve y me parece que sigue durmiendo mientras me visto. Salgo
silenciosamente para no despertarla y cierro la puerta igual que siempre,
buscando no hacer ruido aunque compruebo que ha caído la tranca al otro
lado.
En la calle sopla un viento norte fuerte, últimos vestigios del veranillo
de San Juan. Y a esa hora el aire es ligeramente frío, pero ni siquiera
llega a ser molesto, como resulta en verano, o al comienzo de aquel
verano, por la noche, que nos entregaron nuestros diplomas de bachilleres
en el colegio y salimos a festejarlo todos juntos. Porque la tensión de
los exámenes y la fiesta de la noche montada con tanta solemnidad me había
dejado deshecho, casi sin fuerzas para pensar en nada, para hacer planes,
sino simplemente para comenzar mis vacaciones.
La tuve que haber visto por primera vez en esa misma calle, donde estaba
con sus amigas. Y toma maquinalmente el tranvía, siempre vacío a estas
horas, sus luces son muy fuertes y me lastiman la vista después de haber
estado durmiendo en la penumbra de su dormitorio, es cuando no quiero
dejarla. Y la dejé sola esa noche, porque ni siquiera estaba la criatura,
por eso fui a buscarla a esa misma calle, hace tan pocas noches, la noche
en que sucedió todo, según dijo la policía que fue avisada por el
vecindario molesto por el olor. Tiene que haber sido mientras yo me dormía
en el tranvía, y el tranvía se desplaza dando barquinazos y golpes bruscos
en todos los puntos donde se unen los rieles. La -98- policía se
presentó en el lugar y tuvo que romper la puerta lo que no le habrá
costado mucho trabajo porque estaba muy vieja la madera y la encontraron
así como lo describe el informe que publicaron los diarios.
-Los diarios de hoy -dice la mujer- avisan que van a cambiar los
reglamentos para estacionar los coches en las calles del centro. Parece
que por fin van a comenzar a hacer algo para ordenar el tráfico. Pero
también tendrían que hacer algo para evitar que se roben los vehículos, o
que te rompan la antena o se roben los accesorios. Algo muy fácil de
prevenir, nada más que con poner un sistema de vigilancia adecuada.
Toma de exteriores. Imagen de un cuidador de automóviles. (Comentario en
off): Antolín Giménez, sesenta y tres años de edad, aproximadamente, de
estado civil viudo, domicilio incierto, ex-combatiente y de profesión
cuidador de automóviles. Sirve en la zona desde hace cinco años y afirma
haber conocido a la víctima desde tiempo atrás, sin que pueda precisar
exactamente desde cuándo.
Plano del animador: Dígame don Antolín, ¿desde hace cuánto tiempo sirve en
esta zona?
Plano del cuidador: Bueno... yo en verdad, estoy aquí en esta zona...
digo, trabajo en este lugar que es mi zona porque en nuestra agremiación
tenemos zonas para cada uno y según me dijeron yo debía estar aquí o sea
que le calculo que estoy desde hace unos cinco años más o menos que
trabajo en este lugar aunque siempre se discutió ese problema de la
rotación pues hay sitios, o calles, donde se gana mejor y en otros peor
por lo que muchos propusimos el tema de la rotación para que todos
tengamos la oportunidad de poder ganar mejor o por lo menos ganar igual al
tener iguales oportunidades lo que no se debe tomar como una crítica
destructiva sino simplemente como un comentario constructivo al mismo
tiempo que agradecemos a las autoridades que nos permiten trabajar
honradamente ya que nunca nos molestan y nos permiten movernos con entera
libertad de modo que podamos ganarnos nuestro sustento porque aunque somos
viejos no tenemos por qué ser carga para nadie y así lo comprenden las
autoridades policiales que nunca nos molestaron hasta el día de hoy que me
llevaron para preguntarme sobre una de las -99- chicas que venía aquí
por las noches y parece que la mataron esta mañana o no sé bien cuándo
pero debe hacer ya algunos días porque me parece que no la estuve viendo
en las últimas noches desde que vino ese su amigo a buscarla y se fueron
juntos.
Casi un año duraron tales relaciones y no puedo hacerme a la idea que ya
no seguirán más. Su madre acaba de decirle algo porque le mira y conserva
aún el gesto de haber terminado la frase y espera un comentario de algo
que no ha escuchado y se encoge de hombros diciendo no, me parece que no.
Porque en verdad no la quise, es decir, quererla en el sentido normal que
suele darle la gente al término. No, definitivamente no la quise en todo
ese año que mantuvimos una relación fuera de lo normal, ajena a todo
aquello que pudiera ser considerado natural, más bien cerca de la locura
que vivía esperando la hora en que podía llegar a su casa y acostarme a su
lado y estar con ella conociendo entonces otro tipo de locura. Y no, de
nuevo no he escuchado qué me ha dicho mamá, que se queda mirándole como la
vez anterior. Esta vez también le mira su padre aguardando, evidentemente,
una respuesta y extrañados los dos ante su silencio. Se encoge otra vez de
hombros y hace un gesto negativo con la cabeza queriendo aparentar
naturalidad. Aunque nunca fue natural nada, pues nadie debe haberse
entregado nunca a nadie con tanta energía y vitalidad. Así eran nuestros
encuentros en que rompíamos con el mundo exterior, hasta que muy tarde en
la noche, o temprano en la madrugada -muchas veces tomaba el último
tranvía, otras el primero del alba- volvía a casa, arriesgándome por haber
salido sin permiso y entraba a escondidas porque los viejos, tal como
piensan y actúan, con todas sus ideas religiosas, nunca habrían aprobado
mi conducta.
-Es evidente -dice el hombre- que no podemos permitirlo y deberíamos
protestar a la televisión por la entrevista que le hicieron al cuidador de
automóviles. Parece mentira que para un hecho como éste, y que debería
pasar desapercibido, hayan movilizado todo el equipo de exteriores. Y para
otras cosas, realmente importantes, ni siquiera se mueven. A lo mejor, ni
las mencionan.
-Entre esa entrevista en la televisión -dice la mujer- y las fotos que
vienen en el diario, donde se habla con -100- tanta desvergüenza sobre
la vida de esa mujerzuela, no sé cuál es más reprochable. Porque lo
impreso y las fotografías quedan. Lo otro pasa.
-Sí, pero las imágenes de la televisión siempre son más convincentes, aun
cuando duren menos.
Ellos no saben nada. Ni yo tampoco. Porque no me imagino quién pudo querer
matarla, pues en un año no vi a nadie extraño más que a un hermano suyo
que trabaja de chofer en un ómnibus y que la visitaba de vez en cuando. No
tenés por qué ponerte celoso, me dijo una vez, porque nadie me visita,
fuera de mis clientes. Y todo es a nivel profesional. El que quiera venir
y quedarse, tiene que pagar. Sólo vos venís gratis. ¿Y ese tipo no muy
alto y medio rubio, de hombros anchos que suele venir a buscarte? De él no
vamos a hablar. De él es precisamente de quien quiero hablar. No, de él
nada. Y de él nunca hablamos. Más tarde supe que fue ese hombre el que la
decidió a trabajar por su cuenta y salir a la calle, sin depender de
nadie. Pero viene muy poco, rarísimas veces, y si me busca, no puedo
negarme porque le debo mucho, es para ir a su casa, donde tiene piscina, y
agua fría y caliente en el baño. Pero el tipo, como yo, tampoco la quería.
Y en definitiva, no teníamos razones para matarla. Sin embargo, creo que
voy a extrañarla. Sobre todo en estas primeras noches.
Toma de exteriores. Imagen de animador y Antolín Giménez en la pantalla.
Animador: ¿Tiene usted alguna idea de quién podría haber tenido algún
motivo para matarla?
Antolín Giménez: No, y cómo voy a tener yo idea de quién puede tener
motivo para querer matarla. Si apenas la conocía. Y si lo hubiera sabido,
ya lo habría dicho a la policía. Además ella era muy buena con todos y
parecía que sus amigos también eran muy buenos con ella como un tipo no
muy alto, medio rubio y de hombros anchos que solía venir a buscarla.
Plano del animador que pregunta con tono inquisidor. Animador: Es sobre
esa chica que queremos que nos hable y nos cuente todo lo que sepa.
Plano de Antolín Giménez: Y bueno... y no sé qué les puedo contar.
-101-
Plano de animador: Bueno, díganos por ejemplo si era bonita, si era joven
y qué hacía.
Plano de Antolín Giménez: Ah... eso sí. Claro que puedo decirles que era
muy linda. Bueno... y lo que hacía, hacía. Me parece que usted pregunta
eso para hacerse el zonzo, nada más. Todo el mundo sabe lo que hacen las
chicas que vienen a pararse en esta esquina.
Plano de animador: Perfectamente comprendido don Antolín. Ahora siga
diciéndonos más, sobre todo si era atractiva.
Plano de Antolín Giménez: Y bueno... a mí me gustaba porque siempre estaba
bien vestida y era muy linda o sea igual a todas sus amigas que venían
siempre a pararse juntas en esta cuadra porque a lo mejor el gremio de
ellas también les marca una zona o una calle, o un lugar donde deben estar
trabajando y no sé si ellas habrán pedido también eso de la rotación que
depende si hay partes donde se gana más o menos ya que hay zonas que son
más concurridas que las otras porque hay que luchar más o menos, como
aprendí en mi compañía de zapadores, cabo Giménez Antolín, a sus órdenes.
-¿Y si no crees en nada de esto ni te arrepientes, por qué has venido a
confesarte?
-Porque tengo necesidad de contárselo a alguien. De desahogarme. Y no
puedo.
-Prosigue.
El sacerdote, al levantar los ojos y mirar a través de las rejillas del
confesionario ve que el sitio está vacío y la figura se recorta contra la
luz mortecina que entra por la puerta hasta que desaparece como quemado
por la claridad que entra desde la calle, que está llena de chicos que
salen del colegio haciendo un ruido que me resulta ensordecedor e
insoportable, hasta que me pierdo en mis pensamientos y me resultan
incomprensiblemente lejanos. Prefiero alejarme, no sé adonde ir, adonde no
tenga que estar entre la gente ni me recuerden las calles aquella en donde
las encontramos porque estaban todas juntas hablando, como si nos hubieran
esperado, aunque nosotros éramos más que ellas. A esa altura de la noche,
sin embargo, no éramos en verdad muchos, pues salimos del colegio todos
juntos y -102- al rato éramos considerablemente menos ya que nos
fuimos separando en pequeños grupos que fueron los mismos grupos que
tuvimos en el colegio a lo largo de los últimos años. Pero al parecer, la
diferencia entre ellas y nosotros no era problema muy grande. Se les
preguntó si tenían adónde ir y nos fuimos todos a la casa de ella diciendo
que era la que más se prestaba.
-No creo -dice el hombre- que la casa de campo de tu abuela la herede tu
sobrino, por más que así lo haya dispuesto la difunta en su testamento.
Tal como está redactado no tiene ninguna validez legal y puede ser
impugnado. Pienso, y te lo digo una vez más, que no me parece apropiado
que un muchacho, como es tu sobrino, disponga de una casa en el campo a su
libre antojo, porque está en una edad más que delicada. Y aunque no estés
de acuerdo, no te olvides de lo que dijo hoy el cura en su sermón, pues
habló en forma muy clara y directa como para que todos lo entendiéramos
sin peligro a interpretaciones erróneas.
El cura habló de las mujeres que se venden por dinero. Pero a mí nunca me
cobra nada ni jamás me pide nada ni quiere aceptar mi dinero a pesar que
vive mal. Eso es en realidad vivir mal. Pero a pesar de todo no vas a
convencerme a que acepte tu dinero. Ni ahora ni nunca. Porque alguna vez
tengo que hacerlo gratis por el simple motivo de que me gusta. Entonces le
traigo un regalo o bien cosas de comer y todo esto le gusta mucho como
cuando salimos los sábados por la noche. Por eso pienso que la voy a
extrañar aun cuando sería tonto pensar que la quise o que aún la quiero,
sino que simplemente nos divertimos mucho cuando venimos a comer algo en
el bar de la esquina, que no tiene nombre, frente al cine, donde hay
música y ella se encuentra con gente conocida y la saluda y yo también
saludo aunque no conozco a nadie hasta que termino creyendo que sí conozco
a todos y tomamos cerveza para alegrarnos de modo que podemos volver a su
casa cantando por las calles y aún hay tiempo como otras veces de quedarme
un rato en tu casa para estar a tu lado y me tengas apretado entre tus
brazos y entre tus piernas y sé que para vos soy muy joven, casi un
chiquilín, pero es todo lo que en verdad puedo darte en este momento, mi
sexo que es parte de mi cuerpo, que aún me queda tiempo para volver a casa
y bañarme y vestirme bien de modo a aparecer limpio y sin -103- el
menor vestigio de la noche anterior para ir con los viejos a misa y volver
caminando siempre por estas mismas calles al mismo paso y en el mismo
orden a contar desde la calle hacia el lado de adentro: yo, la vieja y el
viejo, hablando en tono impersonal, ella tomada del brazo de él, yo con
las manos cruzadas sobre las nalgas, no sé por qué dicen los escritores en
las espaldas, si son las nalgas a la misma altura que se posaban sus manos
cuando estábamos desnudos, abrazándonos debajo de la ducha sin pensar en
nadie más que en nosotros dos, como si el mundo de ella no existiera, como
si nunca tuviera yo que participar en este mi mundo lleno de ceremonias y
de ritos, como este lento caminar mientras pienso en la noche del sábado
que anoche no existió y hoy no tengo señales que ocultar, ni músculos que
desentumecer, entumecidos después de la noche que hoy me parece que nunca
ninguno de los dos vivió.
Pero volvamos a aquella noche. ¿Quién incitó al pecado a quién? Me lo
preguntó el cura del confesionario a quien intenté convertir en mi anónimo
confidente. ¿Qué diferencia puede haber entre la primera noche que hicimos
el amor y todas las otras? Si hacer el amor es pecado, mucho más pecamos
entonces en los meses que siguieron a ese encuentro, cuando lo hacíamos
con un ardor delirante, con un enardecimiento próximo a la locura y
nuestros orgasmos se producían en medio de un paroxismo imposible de
medir. Aquella primera vez, hasta creo que lo hicimos tímidamente.
Hablamos luego de mucho de esa primera vez que hasta hoy forma parte de
mis recuerdos confusos, porque fuimos a su casa y comenzamos una fiesta en
la que todos estábamos muy contentos y nos desvestíamos de manera muy
natural. No logro acordarme si formaba pareja contigo. Y sí, es seguro que
estábamos juntos. No logro acordarme de tu cara en medio de todos. Y yo me
fijé en vos desde el primer momento y tal vez me haya elegido sin que yo
me diera cuenta. ¿Por qué tendrías que haberme elegido? ¿Qué fueron las
cosas que le atrajeron? Y por más que lo hablamos y yo le preguntaba las
mismas cosas, siempre respondía, no sé... no sé. Hay algo en vos que
corresponde a algo que hay en mí. Quizá el trato. Qué sé yo, pero hubo
algo que se produjo mientras la llevaba hacia su dormitorio donde las
cosas aún se volvieron más confusas porque entraron todos y nos dijeron
que debíamos hacer el amor en público, -104- delante de ellos, no
podemos hacerlo. ¿Por qué no, tenés vergüenza? Y me sorprendo de la
naturalidad de su pregunta, porque le resulta indiferente que así lo
hagamos.
Me resisto porque no sé muy bien cómo es la cosa. No, no digo que ésta sea
la primera vez que estoy con una mujer. Sólo que no sé muy bien cómo es la
cosa. En el fondo tenía mucha vergüenza. Pero insistieron mucho. Me
estaban obligando y yo me resistía aunque inútilmente porque ellos eran
muchos más y las otras chicas estaban con ellos y pienso que todos estaban
con ellos menos yo y otro más, Javier, mi compañero de estudios, al que le
obligaron a callar y no me quedó otro camino que hacerlo.
¿Me podés creer que fue la primera vez que hice el amor? No... no en
público, sino la primera vez en mi vida, nunca antes ni en público ni en
privado. Pero lo hiciste muy bien porque todos aplaudieron y rieron hasta
el final. Yo no me acuerdo de nada ni escuchaba los ruidos. Sin embargo,
estaban allí a nuestro alrededor, yo tampoco los veía, sólo tu cabeza
perdida sobre mi hombro y tus espaldas anchas como si fuera la línea de un
horizonte más allá del cual estaba el cielo con sus manchas de humedad y
la luz amarillenta colgando en el medio. Y sentía los latidos de tu
corazón como si fuera a romper el pecho. En el orgasmo me abrazaste con
una fuerza que no me imaginaba en tus brazos delgados y todo tu cuerpo
tembló de tal manera que me es difícil olvidar porque pienso que nunca
nadie se me entregó de manera tan completa. ¿Y por eso fue que nunca
quisiste cobrarme nada? Ni en ese entonces ni nunca. Si querés podemos
repetirlo, pero no me gusta hablar de dinero ni de pagos. Nada.
Absolutamente nada. Nunca me cobró nada ni tampoco quiso hacerlo a pesar
de que vivía mal. Eso es en realidad vivir mal.
-Tan mal no debe vivir con lo que se le paga -dice la mujer-. Pero si es
necesario, pienso que deberíamos pagar un sacristán, mediante una colecta
hecha entre todos los fieles de la parroquia, para que por lo menos le
pase un plumero a los bancos de la iglesia. Hoy estaban llenos de polvo. Y
abajo había tanta tierra que era poco menos que imposible arrodillarse.
Durante la semana, los diarios se ocuparon más bien de detallar la forma
en que fue encontrado el cadáver, señalando -105- que la policía
realizó un encuentro macabro en una vivienda de los suburbios, cuando un
coche patrullero fue alertado por el vecindario sobre el fétido olor que
se desprendía de la vivienda en cuestión.
Según versiones recogidas en el lugar del hecho y que coinciden con los
términos del parte policial entregado a cronistas de este diario, las
autoridades policiales, después de llamar insistentemente a la puerta, y
teniendo conocimiento que allí vivía una mujer de mala vida, decidieron
derribar la puerta.
Fue cuando ante los ojos atónitos de los presentes apareció la macabra
escena recogida tan acertadamente por nuestro reportero gráfico.
El cadáver había sido atrozmente desfigurado con un instrumento cortante,
al punto que se hacía imposible reconocer a la mujer, hecho que se
agravaba por el estado de descomposición del mismo, ya al tercer día de su
deceso.
Las cosas estaban en su lugar, lo que indica que no hubo ningún tipo de
lucha y se sospecha que la víctima pudo haber sido sorprendida por uno de
sus clientes que tomó tal determinación de manera inexplicable. Si bien no
se descarta la posibilidad que se trate de una venganza entre gente de los
bajos fondos.
Dado que el hecho sucedió casi al cierre de nuestra edición, momento en el
cual aún se carecía de mucha información, ofrecemos a nuestros lectores,
en esta misma página, fotografías que describen fielmente algunos detalles
del hecho.
La encontraron al amanecer, dicen las noticias. Aun antes de salir el sol
y cuando el aire, ligeramente teñido de gris, está fresco y las calles
casi desiertas. Es exactamente la misma hora en que yo salgo de tu casa
medio dormido, medio despierto y alcanzo a tomar el primer tranvía, cuyo
ruido es siempre demasiado estrepitoso y sus luces demasiado blancas,
hasta que el cobrador las apaga y quedamos todos sumidos en esa tenue luz,
adormilados en nuestros distantes asientos y espero llegar a casa antes de
que se despierten los viejos para vestirnos y salir los tres juntos a
misa, caminando siempre en el mismo orden y yo en el mismo silencio.
-106-
El cura con quien quise desahogarme sólo atinó a enfurecerse por mis
pecados. Más de un año sin confesarme y viviendo en pecado mortal grave al
tener relaciones ilícitas con esa mujer. Dímelo todo y arrepiéntete de tus
pecados. No. Todo no, sino simplemente aquello que no me pertenece y puedo
contarlo. No esa primera vez que me cuesta aún observar con cierta
objetividad. Porque en verdad, al comienzo me cuesta un poco adaptarme a
la situación. Me siento totalmente ofuscado. Pero después se me van
borrando las imágenes y creo que hasta los pensamientos. A lo lejos
escucho algunas voces que no logro entender sino simplemente voy tomando
conocimiento y plena conciencia de cada trozo de mi cuerpo, como un
volumen que se expande en el espacio para ocuparlo. Y tus manos eran algo
que me daban esa sensación, como si me estuvieras modelando en el aire,
limitándome en ese espacio, pero no en el sentido de constreñirme, sino
diciéndome hasta dónde me podía desplegar. Por eso el espacio es ahora
inmenso, ocupado nada más que por mí y por vos, en este ritmo nuevo, lento
y desesperado, que no lo he conseguido nunca, ni siquiera cuando bailo. La
luz se apaga cuando cierro los ojos y si los abro no quiero ver tanta
claridad porque me lastima y mis pensamientos se distraen, por eso los
cierro de nuevo y sigo como un loco.
-Muy bien pudo haber sido un loco -dice el hombre-, un maniático sexual de
los que abundan por ahí.
-Me parece una pérdida de tiempo -dice la mujer- volver sobre un tema que
no nos compete.
-Nos compete porque debemos procurar que se ponga freno a la manera
desfachatada en que esas pobres infelices se muestran en todas partes.
Y al final me obligaron a mostrarme parado en la cama. Y no me quedó otro
camino que reírme mucho con ellos y todos nos reímos un buen rato hasta
que se fueron y nos quedamos solos.
Toma de exteriores. Imagen del animador: ¿Sabe usted cuántos amigos tenía?
¿Eran varios, uno solo, viejos, jóvenes? A ver, díganos cómo eran.
Imagen de Antolín Giménez: Silencio. Mira hacia el entrevistador, fuera
del cuadro. Mira la cámara y se queda con los ojos clavados en ella.
-107-
Imagen del entrevistador. Silencio. Mira hacia Antolín Giménez fuera de
cuadro. Mira hacia la cámara.
Imagen de Antolín Giménez. Silencio. Mira fijamente la cámara.
Imagen de ambos en cuadro. Animador: No piense tanto don Antolín y
cuéntenos lo que más le haya impresionado.
Antolín Giménez (a medida que va hablando se va quedando solo y en primer
plano): Bueno, la verdad es que yo no le podría dar muchos detalles porque
a mi edad no se ve bien y además me cuesta un poco reconocer a las
personas porque veo a mucha gente que viene por acá o que deja su coche y
no puedo estar mirándoles a todos y no va a quedar bien que yo me meta con
sus clientes porque ellas casi nunca se meten con mis clientes y así
andamos sin molestarnos aunque me parece que ellas me quieren porque a
veces me dan alguna propina cuando tuvieron suerte por la noche y me
llaman abuelo no sé por qué pues a lo mejor tengo nietos porque me parece
que una vez tuve un hijo durante la guerra cuando me dieron permiso
después de abrir con mi regimiento más de cuarenta leguas de picada para
el paso de la infantería y yo era del cuerpo de zapadores, cabo Giménez
Antolín, presente.
Imagen del animador: ¿Pero nos podría decir, aunque sea aproximadamente,
cómo era ella?
Imagen de Antolín Giménez: Ella era así como me dijo la policía esta
mañana cuando me llevó para averiguaciones y me preguntaron con quién la
había visto esa noche que dice que estuvo aquí por última vez hace ya
varias noches. Y les dije que se fue con ese tipo medio alto, medio rubio,
de hombros anchos, pues ahora los jóvenes son todos medio altos, medio
rubios, porque no salen a trabajar al sol y no como nosotros que
trabajábamos de sol a sol y también por la noche para abrir la picada en
medio de la selva.
-Vivir en la soledad de aquella selva -dice la mujer- no creo que sea muy
estimulante. Además, un hombre como él, aún joven, con esposa y tantos
hijos, no debería ausentarse tanto tiempo. Por más que deba cuidar de sus
animales y sus intereses, sus hijos están en la edad que necesitan de la
presencia del padre.
-108-
-Pero no siempre -dice el hombre- uno puede hacer lo que debe y procurar
ayudar a su familia en todo lo que pueda. Pienso que en todo caso la mujer
tendría que acompañarle porque un hombre siempre necesita de alguien que
cuide de sus cosas, de su ropa, de sus comidas y aun de su persona.
Siempre es así hablando de los mismos temas, haciendo consideraciones
sobre los aspectos más íntimos de los seres más alejados, sin tener el más
mínimo pudor al intervenir así en vidas que no nos pertenecen. El único
cuidado que me interesa es el tuyo, el que ponés en mí, el que ponés en
vos, en tu manera de vestir, en esta preocupación de aparecer siempre
diferente y limpia, como si te acabaras de bañar en cada momento porque
esto te da una sensación de frescura que me traspasás también a mí y a
toda tu casa, una casa de dos habitaciones más bien pequeñas, una era el
dormitorio que lo consideraba como parte importante del oficio y la otra
habitación la dedicaba a todos los otros menesteres, sin contar el baño y
la cocina de la casa que la mantenía como podía porque en ciertas épocas
del año traía a su hijita que estaba no sé adónde.
Dejame a mí, no te levantes, me voy hasta la cuna y la hamaco un poquito
hasta que se duerma si total no llora mucho y a lo mejor ni siquiera está
del todo despierta. Pero ella me detuvo en mi gesto de levantarme. Tapate,
tapate todo, que no te vea y quedate callado hasta que yo vuelva y se fue
a hamacarla en persona porque nunca dejó a nadie que se acerque a la cuna.
Si se advierte algún tipo de error, o desea realizar alguna sugerencia le solicitamos visite
el siguiente enlace. www.biblioteca.org.ar/comentario