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Jesús Ruiz Nestosa

El contador de cuentos

Índice
El contador de cuentos
Comentario
Palabras del Autor
La trasmigración
La huida
El contador de cuentos
Cuento narrado en forma de crónica periodística causa grave episodio
Recopilación de datos

Comentario
Jesús Ruiz Nestosa nos dice en las «Palabras del Autor» que en este
volumen hay dos tipos de relatos: aquellos en que utiliza el lenguaje
aparentemente periodístico y otros en que elige el camino del discurso
interior.
El primero de los cuentos, «La trasmigración», escrito en 1968, transcurre
en el futuro, en un lugar de Siberia. A David Grisha, joven estudiante de
mecánica naval que ha sufrido un accidente, le transplantan el cerebro de
un desconocido. Obviamente, si el cerebro es el órgano de la conciencia y
el asiento de la personalidad, David Grisha habría dejado de ser David
Grisha para convertirse en el desconocido en el cuerpo de David Grisha. En
otros términos, no habrían transplantado un cerebro a David Grisha, sino a
un cerebro el cuerpo de David Grisha. Si las cosas fueren así de simples
el cuento tendría otras derivaciones. Pero Ruiz Nestosa ha complicado la
cuestión. David Grisha se convierte en un ente que lleva a cuestas un
fantasma y en un fantasma que carga con David Grisha. No se plantea la
dualidad de cuerpo y alma sino la unidad a un tiempo necesaria y en este
caso imposible. El cerebro y el resto del organismo, que normalmente hacen
la totalidad del ser, pertenecen aquí a personas distintas que entran en
conflicto, se anulan recíprocamente y acaban por destruirse.
El problema se nos va revelando de una manera totalmente objetivada,
impersonal, por medio de una sucesión de cables de una agencia de
noticias. Hechos, solamente hechos que acontecen en un lugar remoto en el
espacio y el tiempo. La intuición de la tragedia y el espanto queda a
cargo del lector, quien no recibe la ayuda de esos recursos un tanto
demagógicos que emplean por lo general los escritores para dar vida y
fuerza a lo que narran.
En «El contador de cuentos» el procedimiento es formalmente distinto. El
movimiento es deliberadamente confuso. Emilio, el protagonista, está
dentro y fuera de los relatos de un personaje que cuenta siempre el mismo
cuento en la plaza del pueblo, ilustrándolo con láminas que a la vez están
mostrando lo que acontece a su alrededor, lo cual implica que la vida es
también una reiteración constante de una única historia. Cada lámina tiene
un número, pero en ocasiones el orden se altera; el cuento sufre cambios
de matices que renuevan el interés pero sigue siendo el mismo.
-8-
Emilio es un adolescente. Cuida unos pájaros negros de agresivos espolones
ocultos, nacidos de huevos que le dejara un astrólogo de paso. Las
consecuencias de la afición de Emilio son siniestras, pero él no tiene la
culpa. Ni siquiera es consciente de ellas, y la suposición de que los
pájaros son los causantes de la peste no tiene respuesta explícita en el
relato. Podría ser una simple coincidencia. Lo mismo ocurre en «Cuento
narrado en forma de crónica periodística causa grave episodio» y en
«Recopilación de datos». En este cuento, el último de la serie, el autor
combina los dos procedimientos: la información periodística y el discurso
interior. No sabemos quién es el asesino, aunque la sospecha recaiga en un
ínfimo personaje que pasa casi desapercibido, al que habría motivado una
pasión inconfesable. Pero los hechos se encadenan de una manera tal que
las culpas se diluyen en un orden causal complejo y contradictorio. La
prostituta -tema recurrente en nuestra literatura, dicho sea de paso, que
desborda los contornos del oficio para adquirir un carácter metafórico-,
es víctima de todos y ninguno. Quién haya sido concretamente el victimario
tiene poca importancia para el espíritu del cuento y queda sabiamente
omitido en el desenlace. Aquí también el protagonista es totalmente
inocente e inconsciente de las consecuencias de sus actos.
En cambio en «La huida», que formal y estructuralmente sale de las pautas
seguidas en los otros relatos, Simón, un sefardita prófugo que intenta
salvar a los suyos, ciegos de nacimiento y por herencia, guiándolos hasta
el mar, los va perdiendo uno por uno y él mismo perece en la inútil
tenacidad de su heroísmo.
Si el artista entendiera todo lo que lo rodea y se entendiera a sí mismo
no sería un artista sino un profesor de retórica o cierta especie de
sabiondo crítico de arte. El misterio, la incertidumbre, son su elemento:
el caldo de cultivo donde se crían los dioses y los diablos. Como todo
escritor, Ruiz Nestosa intenta ordenar el caos. Lo hace de una manera a un
tiempo arbitraria y rigurosa. Arbitraria en cuanto a la elección de la
ley; rigurosa en cuanto al sometimiento a las leyes que ha elegido. No
tiene piedad para el lector. Da la impresión de escribir sin saber lo que
hace. Sin embargo, sus cuentos están perfectamente estructurados. Casi
diríamos que admirablemente estructurados.
No se busque en él eso que habitual y superficialmente suele llamarse
«literatura» o «voluntad de estilo», pues lo deja deliberadamente de lado.
El verdadero escritor no es esclavo de la palabra sino señor de la
palabra. Su lenguaje sirve a su objeto, y tal es en definitiva la esencia
del arte literario. No es que sea un escritor difícil. Deja de serlo en
cuanto tomamos las riendas de su método, dejamos de pedirle lo que no
quiere darnos y comprendemos lo que pide de nosotros. Tampoco hay que
exagerar aquello de la participación del lector, concepto sobre el que
tanta alharaca han hecho los escritores de vanguardia. Todo buen libro
exige la participación del lector, desde la Iliada de Homero hasta el
Ulysses de Joyce. Es un lugar común que la obra de arte sugiere más de lo
que dice. -9- La magia está en la capacidad de introducirnos en su
propio mundo y hacernos participar en el juego conforme a algunas reglas
convencionales. Las de Ruiz Nestosa consisten en proponer rompecabezas que
a medida en que se arman nos van insinuando su sentido, para acabar con
que se le han perdido algunas piezas y que no hay modo de encajar algunas
otras, no porque el autor las haya escamoteado o quiera hacernos trampas,
sino porque él mismo no sabe cuáles son.
Si a esto se redujera el talento del escritor se trataría de estructuras
puramente formales y nada originales por añadidura. Pero Ruiz Nestosa va
mucho más allá.
«La trasmigración», por ejemplo, no es un cuento de ciencia-ficción ni la
ilustración de una teoría acerca de las probables consecuencias de los
transplantes de cerebro. Es la tragedia de un espíritu ajeno y en
conflicto con su realidad vital, con el vehículo de la pasión y de la
acción, injertado en un ser sin entidad: en un absurdo que lo constriñe,
condiciona y conduce a la incoherencia. Invertidos los términos, un cuerpo
cuyo espíritu responde a otras premisas y apetitos que poco o nada tienen
que ver con él. David Grisha, antes de pegarse un tiro, deja borroneados
estos extraños versos:
«¿Cuándo cambiaremos las reglas del juego? / La respuesta se oculta como
un / machete en su vaina. / Erizados callan los cactos. / El cielo
candente no responde. / ¡Contestad! / ¿Por qué guardáis silencio? / El
primer peón / Y el segundo peón / Y el tercer peón / Y el cuarto peón /
¡Viva el quinto peón!».
«La trasmigración» no es solamente el primero de los cuentos, el primero
en el tiempo y el primero en la colección, sino un prólogo adecuado que da
las claves del conjunto.
El sentimiento de la soledad, de la inutilidad, del sin sentido de la
acción y su consecuencia imprevisible es la constante de este libro que,
aunque formado por relatos escritos en distintas épocas -el primero en
diciembre de 1968 y el último en agosto de 1980- es una unidad, una misma
historia secreta narrada de distintos modos. El contador de cuentos no
hace más que alterar el orden de las láminas como quien baraja las cartas
del mismo mazo.
Ruiz Nestosa conoce el oficio y tiene una idea clara y personal de lo que
es la literatura. No importa que compartamos o no sus racionalizaciones o
teorías. Nos interesa el resultado. Un libro es un hecho. Como lectores
podemos considerarlo como tal, al margen de las intenciones del autor.
Si el libro no sigue el movimiento de las realidades objetivas no
significa que haya conseguido abolirlas. Solamente las reemplaza por su
proyección transfigurada en el sueño de un angustiado. Es la tragedia de
un espíritu que al no encontrar respuestas en la vida y descreer de los
sueños se retuerce en pesadillas. Tal es el resultado de la búsqueda de
-10- la libertad en la creación de una realidad ilusoria, con renuncia
al obrar sobre la realidad que lo circunda. Pero en esto también hay un
engaño. El artista, a su manera, es un hombre de acción, aunque, como los
protagonistas de estos cuentos, no siempre pueda prever o siquiera
averiguar las consecuencias de sus actos. El libro de Ruiz Nestosa está
comprometido hasta la médula. La densidad de contenido es lo que le da
sustancia y determina su envoltura formal. Dice el autor que sólo admite
compromisos con la literatura. Desde luego, no puede ser de otra manera.
El compromiso con la literatura entraña el compromiso con la verdad que se
encarna, que vive en la literatura. No hay arte sin verdad.
Jesús Ruiz Nestosa es un escritor maduro y profundo. No hay en este libro
falsetes discursivos, lloriqueos, poses teatrales, frases efectistas. Es
poco común su manera de ir al grano directamente y sin concesiones,
sentimentalismo ni alardes de retórica. Fuera de contexto puede dar la
impresión de pobreza de estilo. Sin embargo, incorpora con más acierto,
coherencia y continuidad que otros una nueva manera de expresarse a
nuestra literatura. Un lenguaje adecuado para ciertos estados de espíritu.
Para la introspección desesperada, pero altiva, que busca afanosamente
asideros en el mundo. Es que nadie, y mucho manos un escritor, puede
burlar a sus demonios. Quieras o no, a sabiendas o no. El contador de
cuentos es un testimonio de su época.
Juan Bautista Rivarola Matto

-11-

Palabras del Autor


Me piden que escriba algo a manera de introducción -o mejor, de
justificación- de mi trabajo literario. Y no es por un falso pudor -creo
que nunca lo tuve, ni verdadero ni falso- que se me hace pendiente arriba
el trabajo. Me resulta difícil por la misma razón que en ciertas ocasiones
nos cuesta reconocer algunos rincones de nuestra personalidad,
sicoanálisis de por medio.
Ese primer rincón está formado por los años que vagué a través de hojas y
hojas inútiles de papel, sin poder desentrañar los caminos que conducen a
los verdaderos problemas que conforman el fenómeno literario. Por
diferentes circunstancias me sentí alejado de las promociones literarias,
y nunca supe en cuál de ellas debo insertarme, si bien esto carece de toda
importancia. Si en algo me hubiera podido ayudar, hubiera sido en
mostrarme el paisaje humano a través del cual debía transitar.
Ya bastante tarde, y después de tantas fallidas búsquedas, comencé a
atisbar el rumbo en la significativa amistad con René Dávalos y Adolfo
Ferreiro con quienes pronto pude discutir -atraído por la mágica lucidez
de ambos- muchos problemas relacionados con este oficio. Y fue al lado de
ellos que comencé a vislumbrar el camino verdadero. Debo admitir que a
través de esa amistad -tan dolorosamente interrumpida en el primer caso-
se me abrieron las puertas de los verdaderos problemas que se le plantean
a todo escritor.
Más tarde vinieron los cursos de estructuralismo con Rubén Bareiro Saguier
y Augusto Roa Bastos, los que terminaron por darme una base teórica que la
considero imprescindible para todo lo que hice después. Porque si bien es
cierto que tengo muy poca capacidad para teorizar, en todo mi trabajo -me
sucede lo mismo en la fotografía- necesito de un planteamiento teórico
previo para encarar la acción.
Mi primer paso consistió en dejar de lado aquellas ingenuas ideas sobre el
«compromiso con la realidad», el «carácter denunciante» de la literatura,
el «documento social» de la época, etcétera. Y me tracé mi primer
compromiso: con la literatura misma.
La obra literaria, antes que nada, tiene que explicarse por sí misma; sus
valores deben surgir de ella misma y alcanzar un nivel a través del uso
adecuado de sus elementos naturales. Si más tarde se convierte en -12-
«documento social» o en «testigo insobornable» de una época, es por simple
agregado.
Creo firmemente en la «obra literaria tautológica», tomando aquí el
término no en su acepción de «repetición inútil de un mismo pensamiento en
distintos términos», que no lo es, sino como afirma Todorov: «El texto
literario participa de la tautología: se significa a sí mismo». En muchas
ocasiones, el mal de nuestra literatura posiblemente sea éste: queremos
comprometernos, hasta llegar a niveles poco menos que indefendibles (y con
frecuencia los sobrepasamos) con la «realidad». Olvidamos que muchas veces
los caminos de la no-realidad, de la no-racionalidad, explican mejor y con
mayor profundidad los mecanismos del mundo tangible que nos rodea.
Mi deseo es que el lector de mis cuentos se olvide de ese mundo. Quiero
que se pierda en el laberinto de situaciones que le expongo, porque toda
obra literaria encierra un universo propio, con mecánica propia, y la
posibilidad de visitarlo, vivirlo y habitarlo, es la que ha hecho que no
desapareciera nunca y se remueve a cada paso renovador que da el hombre.
Es fácil notar que en este volumen hay dos tipos de relatos: aquellos en
que utilizo el lenguaje periodístico (aparentemente periodístico) que pido
prestado al oficio que llevo años realizando. Y el otro es aquel que elige
el camino del discurso interior, el del monólogo del personaje principal,
roto de tanto en tanto por la línea de pensamiento de otros personajes.
Pero esto último sólo de manera muy circunstancial. Tanto dentro de un
tipo como de otro, mi preocupación es siempre la misma: crear un universo
donde todo trascurra de acuerdo a sus propias reglas, sus propias leyes,
sin importarme si tienen algo que ver o no con aquellas que nos dicta esa
otra, la que equivocadamente pensamos que es la única y verdadera
realidad.
Incurro en una serie larguísima de trasgresiones y muchas veces lamento
que mis prejuicios estéticos, fruto de una larga y encallecedora
educación, pongan tantos frenos a mis sentimientos más anárquicos.
Incurro, por ejemplo, en una dislocación del tiempo y del espacio. Pero no
es simplemente una trasposición de escenas y lugares, como si estuviera
mezclando las cartas de la baraja para que caigan de acuerdo al azar,
sino, por el contrario, responde a un plan previamente estructurado con
rigurosidad. Muchas veces, ciertas situaciones no se pueden dar sin que
hayan ocurrido antes otras y, sin embargo, si re-estructuramos
cronológicamente el relato (cosa que, por otro lado, no se puede hacer),
se comprobará que tales hechos ocurren en sentido inverso.
En todos mis cuentos faltan datos. Y no porque me los guarde para crear un
sentimiento de suspenso, sino porque yo mismo los ignoro, pues no puedo
saber más de lo que sabe cada uno de mis personajes. Si supiera más, no
sería un «contador de cuentos», sino un Dios Todopoderoso, -13-
omnipresente, infalible. En lugar de ello, prefiero ser un cómplice de
esos personajes y «vivir» con ellos sus mismas vicisitudes.
Y esto es lo que propongo al lector: que olvide sus conceptos lógicos y
razonables, porque debe entrar en un universo donde las reglas son
diferentes y ellas juegan de acuerdo a su propia mecánica. ¿Por qué será
que aceptamos de manera tan fácil y damos por cierta la existencia de
platos voladores y visitas extraterrestres, que escapan a toda explicación
lógica y, sin embargo, nos negamos a aceptar el gran juego que nos propone
el arte de entrar en un universo cuya realidad está dada por su propio
soporte? ¿No hay, acaso, verdad más grande que ésta? Porque, ¿qué otra
realidad tiene la literatura que la que le otorga el soporte de la
palabra?
Ésta es mi propuesta y también ésta es mi meta. Por eso tales
declaraciones, porque aquí expongo lo que deseo conseguir. Y enseguida lo
que he conseguido. Lamento la debilidad y la impotencia de no poder
sacudirme la pesada tradición de prejuicios estéticos. Y es cuando anhelo
poder alcanzar la simbiosis perfecta de aquellos anárquicos literatos de
principio de siglo y el mitológico Pan, para así cometer todos los excesos
imaginables. Ello ofrece un estrecho margen de error: si se acierta el
camino, hemos hecho un aporte. Si lo equivocamos, no habremos dejado nada
que pueda entorpecer lo que deben construir los que necesariamente vengan.
Pues encuentro en esta actitud la última expresión de libertad verdadera y
creativa de que dispone el hombre.
Asunción, agosto, 1980
Jesús Ruiz Nestosa

-[14]- -15-

La trasmigración
-[16]- -17-
IRTYCH, SIBERIA, 9 (ASP), (Urgente).- El primer trasplante de cerebro con
resultados positivos se efectuó hoy a la mañana en esta estación de
veraneo por el doctor Nicolai Kramskoi.
El paciente es un obrero de 25 años de edad que responde al nombre de
David Grisha, quien sufrió un accidente automovilístico esta madrugada,
resultando con fatales heridas en el cerebro.
Trasladado al Centro de Investigación Unido fue sometido a una operación
de trasplante. Ésta es la quinta vez que se efectúa después de largos
estudios de investigación realizados por médicos rusos, noruegos,
dinamarqueses, norteamericanos y uruguayos. Los otros cuatro intentos
fueron negativos.
Los médicos que tomaron parte en este delicado trasplante se negaron a
hacer declaraciones al respecto. El doctor Nicolai Kramskoi, quien
encabezó el equipo, manifestó, sin embargo, que existen serios indicios de
que el paciente sobrevivirá.
Personalidad del Paciente
David Grisha es un joven de 25 años y realiza estudios de mecánica naval
en la Universidad de Jerusalem.
Se encontraba en esta ciudad veraniega de Siberia, realizando trabajos
relacionados con su profesión, en los gigantescos diques secos de Yenisei.
Es el tercer año que ocupa así sus vacaciones con el fin de ahorrar fondos
para pagarse sus estudios.
El accidente se produjo cuando abandonaba los muelles y fue embestido
violentamente por un montacargas que había perdido los frenos.
La fuerza del impacto le causó graves daños en el cerebro, haciéndole
perder el conocimiento en el acto. Trasladado -18- inmediatamente al
Centro de Investigación Unido no quedaba ya ninguna esperanza de
sobrevivencia. Por eso se procedió con celeridad a la operación del
trasplante.
Hasta el momento no se dio a conocer el nombre de la persona de la que se
extrajo el cerebro aún con vida.
IRTYCH, SIBERIA, 10 (ASP).- David Grisha, el primer ser humano que vive
con un cerebro prestado, salió de los efectos de la anestesia, según lo
manifestó hoy aquí un vocero del Centro de Investigación Unido.
Si bien no agregó concretamente nada más, dio a entender en sus
declaraciones a la prensa que el restablecimiento se realiza con toda
normalidad, aunque con lentitud.
El doctor Nicolai Kramskoi, quien dirigió la operación de trasplante de
cerebro -el quinto que se hace, el primero con éxito-, no pudo ser ubicado
en esta ciudad veraniega. Todo hace suponer, sin embargo, que se encuentra
aquí.
En las primeras horas de la mañana corrieron rumores que se instaló en la
habitación contigua. Nada pudo comprobarse al respecto ya que el ala del
hospital en que se realizó la intervención quirúrgica se encuentra
severamente vigilada por fuerzas policiales de la Alianza de las Naciones.
Sus integrantes, solicitados a ese alto organismo internacional, llegaron
a media noche en un avión especial.
IRTYCH, SIBERIA, 31 (ASP).- Una gigantesca huelga general paralizaba hoy
el tráfico marítimo que se realiza entre el norte y el sur por el mar
interior de Davydov y su compleja red de canales. Ello hizo que pasara un
tanto desapercibido el primer paseo que dio David Grisha por la terraza
del hospital.
Lo realizó en una silla de ruedas y la cerrada neblina del día no permitió
la obtención de buenas fotografías. Una nutrida fila de fotógrafos se
retiró desilusionada y silenciosamente, después de esperar cinco horas en
lo alto de un edificio ubicado a mil doscientos metros del Centro de
Investigación Unido.
IRTYCH, SIBERIA, 12 (ASP).- En una entrevista mantenida con la prensa que
no duró más de doce minutos, fue presentado hoy David Grisha, el primer
ser humano que vive con un cerebro prestado.

-19-
Durante todo este tiempo el paciente permaneció al lado del doctor Nicolai
Kramskoi, si bien no pronunció una sola palabra. Contestó las preguntas el
renombrado cirujano quien prepara una gira por los países de América del
Sur para dictar conferencias en los más adelantados centros de
investigación de aquel continente.
David Grisha, alto, delgado, tenía la mirada fija en los reflectores de la
televisión y los ojos le brillaban con intensidad.
La intervención quirúrgica se realizó con instrumentos de ultra sonido y
otros que utilizan los principios del rayo láser. Todo ello hizo que tanto
los cortes como las suturas fuesen sumamente prolijos. Así el joven con
cerebro ajeno, no posee señales exteriores de la operación que duró diez
horas en el Centro de Investigación Unido.
El doctor Nicolai Kramskoi afirmó en repetidas ocasiones que el
restablecimiento es perfectamente normal y no se anotan anormalidades.
David Grisha escribió a sus parientes de Israel con la mano derecha,
aunque él afirmó ser zurdo de nacimiento. Los médicos atribuyen el hecho a
que la mano y el brazo izquierdos poseen algunas fracturas a raíz del
accidente.
En cuanto a la tendencia frecuente del joven de expresarse en otros
idiomas que no son el suyo de origen, aseguran que se trata de un pequeño
mal pasajero que pronto desaparecerá.
Ante la insistencia de los periodistas sobre la identidad del donante, si
cómo determinaron la muerte del mismo y otros detalles, la reunión de
prensa fue suspendida y la sala desalojada.
IRTYCH, SIBERIA, 10 (ASP).- Después de tres meses un día fue dado de alta
el joven David Grisha, de 25 años de edad. Él mismo sufrió una operación
de trasplante de cerebro en el Centro de Investigación Unido siendo el
primero con resultado positivo después de cuatro intentos fracasados.
Una verdadera multitud de periodistas le aguardaba frente a la puerta
principal del hospital en que fue intervenido. Una escolta de policías de
la Alianza de las Naciones le abrió paso. Subió a un coche negro y
desapareció rápidamente.
-20-
Vestía pantalones oscuros con una cerrada chaqueta de plastilex, color
naranja, de cuello alto. Se mostraba pensativo, casi distraído y pareció
no advertir los destellos que de continuo lanzaban las cámaras
fotográficas.
IRTYCH, SIBERIA, 12 (ASP).- Los dos primeros días de su nueva vida, David
Grisha los pasó encerrado en su nueva residencia de un aristocrático
barrio de Irtych, el balneario más elegante de Eurasia.
La residencia, inspirada en una antigua villa del arquitecto español
Antonio Gaudí, le fue regalada por la Educational Research Society de Gran
Bretaña mientras que la Rockefeller-Ford Foundation de Nueva York corre
con todos sus gastos personales.
IRTYCH, SIBERIA, 13 (ASP).- David Grisha, que lleva viviendo ya tres meses
y cuatro días con un cerebro ajeno, realizó hoy su primer paseo casi solo.

Lo hizo esta mañana por la Playa Verde que queda en las afueras de la
ciudad y cuyo nombre viene del tono ligeramente verdoso de la arena.
A cierta distancia y para impedir que se le acercaran extraños, le
acompañaban cuatro policías de la Alianza de las Naciones, vestidos de
particular. El joven permaneció sentado en la arena por espacio de más de
una hora sin dirigir la palabra, ni siquiera la mirada, a sus guardias,
quienes mantenían respetuosa distancia.
David parecía encerrado en sus pensamientos y los médicos no han querido
hablar de las reacciones de su convalecencia. Ella fue calificada
escuetamente como normal. No hubo comentarios.
IRTYCH, SIBERIA, 17 (ASP).- En todos estos días David Grisha fue visto con
frecuencia en la ciudad de Irtych. Visitó, siempre solo y silencioso, el
Museo de Arte Contemporáneo, el Salón del Cine, el Museo del Átomo, el
Palacio del Plástico, la Muestra de Astronáutica y la Biblioteca Municipal
donde pasó la mayor parte del tiempo. Fue visto en este sitio en repetidas
ocasiones.
También visitó varias veces el salón «México 68» que inauguró aquí esa
representación diplomática con fines turísticos. Esta mañana, después de
su tercera visita al pabellón, se dirigió al centro comercial de la ciudad
donde adquirió una máquina de escribir.
-21-
IRTYCH, SIBERIA, 25 (ASP).- Desde hace una semana, más o menos, no ha sido
visto en ningún sitio David Grisha. Aunque los periodistas montan guardia
noche y día en el sitio que se produjo el accidente. David no fue a él ni
transitó por las proximidades.
En esta semana la única salida que se registró fue en la noche del
miércoles cuando se le vio dirigirse al Pabellón México 68. Como estaba
cerrado solicitó que se le dejara entrar. Hecho que fue posible gracias a
la intervención de los guardias de la Alianza de las Naciones que le
acompañan de continuo.
El pabellón exhibe valiosísimas piezas del arte azteca pre-colombino. Sin
embargo, la atención de David Grisha fue acaparada por enormes fotografías
que documentan las Olimpiadas Culturales realizadas en aquella ciudad
durante el año 1968.
El encierro continúa hoy.
IRTYCH, SIBERIA, 1.º (ASP).- El doctor Nicolai Kramskoi interrumpió hoy
bruscamente su gira por el continente sudamericano para regresar a Irtych.

Esta madrugada fue internado en el Instituto Científico Unido, David


Grisha, a causa de «ciertas molestias» según lo manifestó un vocero de ese
hospital.
Se aclaró posteriormente que no se trata de nada relacionado con el
cerebro trasplantado. El paciente se quejó de fuertes dolores en el pecho
«y señaló algunas zonas en que siente intenso calor, como si algo le
quemara la piel y en el interior de los pulmones» tal cual reza el boletín
médico. Se agregó que es un mal pasajero, causado tal vez por los
antibióticos y los tratamientos de cobalto suministrados en los días
posteriores a la operación.
IRTYCH, SIBERIA, 8 (ASP).- Grisha regresó hoy a su residencia después de
estar una semana internado. Aún se desconoce el origen de su dolencia, si
bien los dolores no son muy molestos. Además, varias manchas rojas han
aparecido en la piel, en los sitios que él señala como dolorosos.
Es necesario hacer notar que al regreso cruzó la zona del accidente sin
detenerse ni prestarle la más mínima atención. Posteriormente compró
cigarrillos -aunque él no fumaba antes del trasplante- y conversó con la
vendedora en correcto ruso, sin rastros de acento extranjero.
-22-
IRTYCH, SIBERIA, 20 (ASP).- Los médicos guardan absoluto silencio sobre el
largo encierro que guarda David Grisha desde hace más de una semana. Los
facultativos más locuaces hablan de un período crítico de adaptación del
nuevo órgano y su proceso de integración al nuevo cuerpo. Se puso también
de manifiesto el marcado interés del joven hacia la actividad intelectual.

Compañeros suyos señalaron que David Grisha nunca mostró inclinación


alguna hacia este tipo de actividad. En verdad muy poco pueden hablar de
él en los gigantescos diques de Yenisei por la dificultad de comunicación
que hubo entre ellos por la diferencia de idiomas.
También causa extrañeza que haya suspendido sus paseos por la playa
precisamente en estos días de sol, que hacen uno de los inviernos más
benignos de la zona -10º centígrados como término medio- mientras que en
ciudades del interior, a unos quinientos kilómetros de la costa, se
registran temperaturas de hasta 40º centígrados bajo cero.
IRTYCH, SIBERIA, 25 (ASP).- David Grisha se presentó esta mañana muy
temprano en el Pabellón México 68 y habló con el director de la
institución.
Durante la larga conversación Grisha se refirió a la ciudad de México -que
nunca visitó- con abundancia de detalles. Especialmente de los Juegos
Olímpicos que se realizaron allá hace treinta años.
Luego volvió a su residencia, deteniéndose en el camino en la Biblioteca
Municipal de donde retiró libros de poetas ya desaparecidos.
Los médicos, mientras tanto, manifestaron su preocupación por las manchas
rojas que persisten en la piel -en el pecho y a la altura de los pulmones-
del primer paciente que sobrevivió a un trasplante de cerebro. Los dolores
continúan con insistencia, si bien no adelantan ni retroceden.
Aunque se rumorea una nueva intervención, el doctor Nicolai Kramskoi no se
refirió al respecto y parece preparar una nueva gira.
IRTYCH, SIBERIA, 2 (ASP).- (Urgente).- Faltando siete días para cumplirse
los cinco meses de su nueva vida, -23- David Grisha, el primer hombre
con un cerebro trasplantado, desapareció hoy de su residencia en esta
ciudad.
Se han tomado ya las providencias del caso y están alertas todas las
estaciones de policía. Grisha, quien fue salvado de la muerte gracias a un
trasplante de cerebro, se convirtió en un preciado elemento de la ciencia,
ya que es el primer ser humano en sobrevivir tanto tiempo después de un
trasplante de esta naturaleza.
En la mañana de hoy se hacían muchas suposiciones. La más aceptable es que
haya emprendido viaje hacia su ciudad de origen, Jerusalem, huyendo de la
complicada red de guardias, científicos, exámenes médicos y periodistas
que le rodeaba de continuo sin respetar un segundo de su intimidad. Las
grandes sumas de dinero que se han invertido en su caso y su interés
científico, hacen que la búsqueda sea intensa.
IRTYCH, SIBERIA, 9 (ASP).- (Urgente).- David Grisha, el primer hombre que
vivió cinco meses con un cerebro prestado, fue encontrado muerto hoy a las
23.35 GMT.
Siguiendo un posible rastro, dos agentes del Servicio de Seguridad de los
Estados Unidos, llegaron hasta un hotel de Kurgan -una ciudad casi
abandonada- a mitad de camino entre Irtych y Moscú.
David Grisha fue encontrado en su cuarto tendido sobre una mesa en la que
había gran cantidad de libros y papeles con frases escritas con letra
garrapateada. En una mano sostenía un revólver con el que se disparó en la
sien destrozándose la cabeza. Sus escritos muestran frecuentes tachaduras
y sus frases son más bien inconexas, mezclándose en ellas palabras en
varios idiomas.
Grisha se registró en el hotel con el nombre falso de Evgueni Evtushenko,
un poeta ruso que fue muerto por error hace cuatro meses en Irtych, de
varios disparos que le destrozaron los pulmones.
Los médicos no creen que se deba a un ataque de locura originado en la
operación de trasplante. Atribuyen a una tensión nerviosa excesiva al
convertirse de pronto en el centro de la atención mundial y al llevar un
ritmo de vida al que no estaba acostumbrado por el bajo nivel social al
que pertenecía por origen y su escasa formación intelectual.
-24-
En un bolsillo fueron hallados unos papeles escritos a mano por él y ellos
poseen las únicas frases coherentes que pueden dar la pista, pues se
refieren a jugadas de ajedrez.

«¿Cuándo cambiaremos las reglas del juego?».


«La respuesta se oculta como un»
«machete en su vaina».
«Erizados, callan los cactos».
«El cielo candente no responde».
«¿Cuándo cambiaremos las reglas?».
«¡Contestadme!».
«¿Por qué guardáis silencio?».
«El primer peón».
«Y el segundo peón».
«Y el tercer peón».
«¿Y el cuarto peón?».
«¡Viva el quinto peón!».
IRTYCH, SIBERIA, 10 (ASP).- Esta madrugada, silenciosamente dejó el Centro
de Investigación Unido el doctor Nicolai Kramskoi. Bajo una fina llovizna
se dirigió hacia el aeropuerto donde fue abordado por un cronista de ASP.
Se mostró parco en las respuestas alegando que aún no sabe el tiempo que
permanecerá en el extranjero.
Tampoco quiso declarar su destino y afirmó «que es falso que abandonó la
carrera si bien no puedo asegurar que siga con mis investigaciones de
trasplante».
Finalizó diciendo que no quería agregar nada sobre el caso del desdichado
David Grisha, quien se suicidó después de vivir cinco meses con un cerebro
trasplantado y cuyo origen se mantiene aún en secreto.
Los restos de Grisha serán sepultados tal vez mañana en un cementerio
local y por cuenta del municipio ya que él carece de recursos económicos.
Al tiempo de su muerte tenía 25 años y su suicidio se atribuye a un estado
de alienación producido por el paso brusco de un sistema de vida sencillo,
y sin pretensiones intelectuales, a un nivel muy superior.
Éste es el quinto caso de trasplante de cerebro que fracasa.
Asunción, diciembre 14, 1968

-25-

La huida
-[26]- -27-
Ya están enganchadas las mulas, partamos, jú-jú mula, fuerza, arriba,
vamos. Nataniel, súbase usted al carro con su madre, no sea que también
nos perdamos. Fuerza mula, adelante, por esta calle no, que es muy
estrecha y no pasaremos con nuestros carros. Simón golpea las ancas de los
animales y les obliga a torcer hacia las termas para cruzar luego el río.
Simón camina al lado del carro, vara en mano, azuzando a los animales,
fuerza, adelante, jú-jú, no llores Josabet, tu madre no ha muerto,
simplemente está perdida, irá en el carro de alguien, de alguien que la
recogió, en medio de esta terrible confusión que es la calle.
Simón carga el carro yendo y viniendo del interior de la casa, tirando
adentro de él aquello que más a mano encuentra. Procuro hacer todo de la
mejor manera posible, pero rápido, no queda tiempo que perder. Le pido a
tu madre que se tome del carro. La última vez que la veo se sujeta a uno
de los radios de la rueda y llora. Luego entro, salgo de nuevo y ya no
está allí.
Raquel, Raquel, grita Simón en medio de la multitud que llena la calle con
sus carros, sus sillas, sus bultos, nadie conserva la calma, tranquilidad,
hay tiempo para huir, tranquilidad, grita Simón, pero nadie escucha su
pedido ni Raquel le responde. Ya la encontraremos, en algún lado debe
estar, adelante mula, fuerza, arriba, el carro cruza el río por el largo
puente donde todos se atropellan queriendo abandonar la ciudad.
Simón, su piel tan blanca, más blanca aún resaltando por encima de su
barba negra. Arreando las mulas que arrastran el carro, Josabet su mujer y
su hijo Nataniel se suman a la caravana y ya fuera de la ciudad se vuelve
Simón para verla por última vez, las paredes blancas, ardiendo al sol de
la mañana, y las columnas de humo que indican algún incendio, Josabet, te
haré una casa nueva, de paredes blancas, con su patio en el centro y allí
la fuente donde se pueda -28- oler a piedra y a tierra húmeda, oír el
ruido del agua corriendo en un hilo. Josabet no habla, tendida en el
carro, se venda los ojos, no quiere que nadie la vea, que nadie la sepa
ciega. Simón, no me dejes sola, quédate al lado del carro, estás tan solo
como nosotros, separado de nuestro mundo siempre oscuro y el tuyo que no
sé cómo percibirlo, como el de Nataniel, el de mi madre Raquel. Calla,
apresuremos el paso, que los gentiles quieren para sí esta tierra. Simón,
al lado del carro, una vara en la mano, jú-jú mula, fuerza, adelante,
arriba mula, no me sentiré seguro hasta que hayamos puesto mucha distancia
entre nosotros y los cristianos que ya están en Córdoba, pero nunca será
de ellos, porque en ella hemos puesto algo nuestro que no podrán
cambiarlo, ni tampoco podrán apoderarse de ello sin renunciar a lo que son
y a lo que piensan.
Calma, calma, se dirige Simón a quienes tiene más cerca. Hay tiempo, hay
tiempo. La gente mira hacia atrás y vuelve a atropellarse. ¿Están cerca
los gentiles, padre?, y Nataniel se queda quieto esperando la respuesta
que no llega. Sólo el ruido de las voces confusas y palabras desordenadas
y el sol reflejándose en los ojos grandes, redondos, oscuros de Simón que
vuelve la cabeza. A su lado Nataniel, sentado en el carro, Nataniel que
heredó de su madre y su abuela la ceguera, sus ojos casi en blanco no
verán nunca esta tierra, ni la otra, ni a la que llegaremos.
Simón, quédate al lado del carro, camina cerca, jú-jú mula, fuerza,
fuerza, empuña la vara, golpea las ancas, Josabet, estoy a tu lado, voy a
caminar siempre aquí cerca, de modo que no tengas miedo. No han incendiado
nuestra ciudad ¿verdad? Sólo en algunas partes se levantan columnas de
humo, un humo negro, espeso, Simón quiere detenerse para mirar por última
vez los techos de tejas, muy apretados, como parcelas de sembradío pero a
distintos niveles, con sus lomos rojonegruzcos y sus canales para dejar
correr el agua. Se debe mantener la calma, Josabet, Jehová nos mostrará la
nueva tierra donde asentarnos. Y tirar hacia adelante. Todo nuestro pueblo
va saliendo de la ciudad. No es la primera vez. Ni será la última. Aquí
vamos, con todo nuestro pueblo, que somos nosotros. Hijo, usted lo sabe.
Aquí vamos, cruzando el campo. Y el campo a esta hora se tiñe de una luz
violeta, cayendo está el sol atrás de las montañas y del mismo color se
tiñe la arena y de negro un -29- monte de olivos que comienza allá muy
lejos, cerca del horizonte. Todos estamos juntos, duérmete Josabet, que ya
cae la noche. Todo el valle que corre al pie de las montañas está cubierto
de carros que se detienen y se encienden fogatas, Simón está tan cansado
que se tiende al lado de su carro donde su mujer duerme, al lado de
Nataniel, su hijo al que ya le crece la barba parecida a la suya, en su
cara de piel blanca, muy blanca casi confundida con sus ojos sin color,
cegados por la herencia.

Jú-jú mula, fuerza, adelante, arriba mula, pega con la vara en las ancas,
una mula se agita, la otra está tendida en la arena, ligeramente cubierta
de polvo está muerta, por el hocico cae un hilo de baba con espuma, jú-jú
mula, ¿qué pasa?, la mula no se mueve, rígida, los ojos abiertos, dos
esferas de cristal fijadas en el vacío como los ojos duros, dos bolas
acuosas, de Raquel, Nataniel, Josabet.
Josabet, ¿dónde estás? Josabet. El sol está a más de dos palmos por encima
del horizonte y calienta la arena, deslumbra la vista. Josabet, Josabet.
No está durmiendo en el carro, las mantas revueltas, sólo está marcado en
un hueco el volumen de su cuerpo. No se sabe si el calor que hay allí es
el que ella dejó o es el calor que ahora pone el día en todas partes.
Padre, ¿dónde estamos? ¿Aún no parte la caravana? Arree las mulas. La mula
está muerta, Simón no puede arrearla. La que queda viva olfatea el cuerpo
del animal muerto, resopla levantando pequeñas nubes de polvo, el polvo
que se depositó sobre el cuerpo, levanta el cuello y lanza al aire un
quejido largo, hiriente. Simón levanta la cabeza, casi con el mismo gesto
que hace un momento lo hizo la mula, y a su alrededor está el campo vacío,
silencioso, reverbera el sol al reflejarse en la arena, produciendo
imágenes de lagos que flotan a dos palmos del suelo. Simón se protege los
ojos con una mano en forma de visera, no le sirve para ver mucho más
lejos. Sólo para darse cuenta que no hay nadie alrededor, la caravana ha
desaparecido sin dejar rastros, no quedan desperdicios en el campo, ni
huellas de carros o de animales, Josabet debe haberse ido con la caravana,
no quiero asustar al muchacho, Nataniel, quédese tranquilo, hijo, sólo nos
hemos quedado un poco atrás, pues nos dormimos a causa del cansancio.
-30-
Jú-jú mula, arriba, golpea con la vara, le pide a Nataniel que se baje del
carro, porque ahora sólo tenemos un animal, camine usted tomándose de la
parte de atrás del carro, debemos apresurar el paso para dar con la
caravana, veo su polvareda allá a lo lejos.
Padre, no huelo a polvo, ni a animales de tiro, ni al estiércol que van
sembrando a causa del esfuerzo. En verdad no se ve nada a lo lejos, a no
ser la luz cegadora del sol que se va acercando al mediodía, ni hay
huellas que seguir, ni rumbo marcado, sino la intuición de encontrar en
este sentido el mar, donde debe estar reunida la gente y estarán las
barcas ayudando a cruzar a la costa africana, y donde tienen que estar
Josabet y su madre Raquel, más fácil será dar con ellas allí, que acá con
la amenaza próxima de los ejércitos cristianos.
Nataniel no se suelte usted del carro, jú-jú mula, arriba, fuerza mula, la
mula resopla, por un momento se queda, Simón da golpes con la vara sobre
las ancas y reanuda el paso, Nataniel trastrabilla, está a punto de caer,
hijo, sosténgase fuerte. La arena caliente se mete entre los cueros de las
sandalias, ya quema, los dos hombres se protegen la cabeza del sol del
mediodía, sólo les queda medio pan y un poco de queso que les sirve de
almuerzo, la mula no come, ellos tampoco lo harán ya si no dan con la
caravana, o el mar, o la barca que les lleve a África.
Padre, ¿falta mucho para llegar a África? Pues como de Córdoba a Granada y
de Granada a Sevilla y de Sevilla de nuevo a Córdoba, por un camino
tortuoso de arena y pedrisca. ¿Y si bajáramos por el Guadalquivir? El
Guadalquivir es ahora de los gentiles.
Padre, quisiera poder ayudar guiándole la mula. Arriba mula, arriba,
fuerza mula, no puedo decirle nada aún cuando ahora ya no hay diferencias
entre él y yo, tan ciego estoy, perdido en este inmenso campo, con su
silencio, su soledad, su ausencia de signos. No sé adónde vamos.
Usted está cansado hijo, ¿quiere subir un momento al carro? Arre mula,
adelante, no padre, no voy a subir, ya es mucho peso para un solo animal.
Debemos andar rápido para reunirnos con madre y abuela que deben estar
esperándonos para cruzar a África, dependiendo de usted padre. Qué dura ha
sido la vida, los tres viendo a través de sus ojos, sujetos a usted,
guiándonos por usted.
-31-
¿Dónde estará Josabet? Habrá caminado por la noche y equivocadamente se
subió a otro carro. ¿Y si cayó en alguna fogata, de las que se encendieron
en el campamento? ¿Y si al caminar no tropezó con nada ni la vio nadie y
siguió caminando toda la noche, todo el día?
A las seis de la tarde, cegado por el sol, ve a lo lejos una silueta de
alguien que se mueve, con la cabeza caída sobre el pecho, las espaldas muy
encorvadas, jú-jú mula, fuerza, rápido, más golpes en las ancas, por si es
Josabet, o alguien que pertenece a la caravana, que se retrasó
esperándoles para indicarles cuál es el camino. Creo, sostiene el sonido
final Simón y luego se calla para no alarmar a Nataniel que arrastra los
pies levantando nubes de arena.
Fuerza mula, la figura ya está cerca, aún el sol ciega y es imposible ver
bien hasta llegar al lugar mismo, Josabet no es posible, sólo un arbusto
escuálido, de ramas dobladas por el viento, cuyas hojas calcinadas por el
calor de la tarde contra el cielo encendido por el sol, el calor, la falta
de agua, la desesperanza de mirar de nuevo a un lado y otro,
constantemente, a la espera de una señal que no llega y el horizonte que
se prolonga constantemente, cada vez parece estar más lejos África, más
lejos el mar, más lejos la posibilidad de encontrar a Raquel y Josabet,
que Nataniel no descubra mi desesperanza.
Padre, la noche debe estar cerca porque el sol ya no calienta tanto. Y no
se preocupe si ya no tenemos provisiones, pues estoy tan cansado que me
iré a dormir sin comer, sin quejarme tampoco. De todos modos ya debemos
estar cerca, mañana a más tardar nos habremos reunido todos.
Iremos un poco más adelante, hasta que salga la luna, mientras dure el
aire tibio del día, debemos adelantar camino, un poco más adelante, no
importa padre, no estoy aún cansado, puedo andar un tanto más, Simón ya no
mira a su alrededor, sino al frente, buscando descubrir un punto luminoso,
la señal de una hoguera adelante de él, una claridad que le indique que el
rumbo seguido hasta ahora es el cierto.
Acuéstese hijo, que es tarde, así, sin desvestirse que ya comienza a
soplar la brisa fresca que se levanta por las noches. Debe ser el aire que
llega del mar. Nataniel se tira a un lado del carro del que Simón separó
ya la mula, sin embargo no huelo al aire de mar. ¿Se acuerda padre cuando
-32- usted nos llevó a Málaga aquel verano? Entonces se me quedó
grabado el olor del mar, del viento que sube cargado de sal. Pero ahora el
aire es frío y nada más. Duérmase hijo, que es tarde y el camino largo.
Duérmase usted que mañana debemos alcanzar la playa.
Simón se tiende al lado de la mula que desea cuidar, no ha encendido fuego
por temor a ser descubiertos en medio de la noche. Se queda un largo rato
con los ojos clavados en la mula que está parada. ¿Por qué estos animales
no se acostarán a dormir? Descansa el animal alternando las patas.
Simón sueña con Moisés quien le entrega el bastón con el cual abrió el Mar
Rojo y le da las instrucciones para utilizarlo, y abrir el mar y llegar a
África sin necesidad de barca. Pero sus mulas, tiene de nuevo dos, se
atascan en el fondo de tierra húmeda, las ruedas del carro quedan
empantanadas mientras Raquel, Josabet y Nataniel se quedan inmóviles, sin
poder ayudar porque no ven. Se va a buscar ayuda, y cuando vuelve el mar
se ha cerrado de nuevo, las mulas están ahogadas flotando en el agua sus
cuerpos con los vientres muy hinchados y a lo lejos, en una barca, va su
familia, a la deriva, dejándose llevar por el viento, pues nadie ve ni
puede fijar el rumbo.
Nataniel, Nataniel, despierta sobresaltado llamando a su hijo. Y nadie le
responde porque el sitio en que durmió Nataniel está vacío. Sólo hay una
forma en la arena, una forma que en definitiva puede ser de cualquier
objeto y en la que Simón, con mucho trabajo, ubica la forma del cuerpo de
su hijo. Todo alrededor es silencio. El sol deslumbra una gran zona del
cielo de modo que es imposible determinar en qué parte, exactamente, se
encuentra. Sólo se sabe que ha amanecido, hace más de un par de horas.
En todas partes, por encima de la superficie del campo, casi un mar de
arena, se forman los charcos de luz, deslumbrantes, enceguecedores. Y
atrás, adelante, o a un costado, formas que se mueven, como cuerpos que
corren, alejándose o acercándose. Nataniel, Josabet, Raquel. La caravana
entera. Y así como aparecen, así se diluyen en el aire.
Jú-jú mula, arriba, adelante mula, fuerza. Y la mula no responde. Tirada
sobre la arena, una nube negra de moscas le da vueltas el hocico donde la
sangre ha formado un coágulo -33- también negro, mientras el labio
inferior se ha corrido para abajo dejando ver una hilera de dientes muy
blancos, al igual que las encías, donde ya no hay color. Jú-jú mula,
arriba, no puede ser, muerta al igual que la otra ayer a la mañana, el
hijo desaparecido, Nataniel no pudo haberse ido siguiendo el rumbo de la
madre, porque no ve y sobre todo porque no dejó señales, ni se ven signos
por donde hubo de haberse ido. Tal vez despertó en la noche y quiso
caminar y perdió la noción de donde estaba y anduvo haciendo círculos,
como se camina siempre que uno se pierde, hasta que los círculos fueron
agrandándose, cada vez más lejos, y se perdió en alguna parte del valle.
Las moscas negras, algunas verdosas y brillantes, vuelan obstinadamente
alrededor de la cabeza de la mula muerta, de sus ojos abiertos, secos, tal
vez duros, con un empecinamiento tal que queda flotando en el aire un
zumbido sordo, constante, a veces se posan en una mano de Simón, en la
nariz, en el espacio blanco de rostro que deja libre la barba negra, fuera
moscas pegajosas, cómanse mi mula, bébanse su líquido, su agua, pero a mí
no me toquen, no me metan en su juego, moscas asquerosas. ¿De dónde habrán
salido si no hay nada más que arena y pedrisca a mi alrededor?
Toma el carro por las varas, adonde enganchó las mulas tres días atrás y
empuja un poco hacia atrás, luego hacia adelante, de nuevo hacia atrás,
dobla y hacia adelante, de modo a poder pasar sin tropezar con el cuerpo
del animal al que ahora comienzan a llegar también las hormigas. Después
vendrán las aves de rapiña, las comedoras de carroña, pero yo no estaré
aquí para ver cómo le meten el pico por los ojos, es lo primero que se
comen, detiene el carro, descansa, piensa mientras mira de nuevo a su
alrededor, todo es igual, el panorama, las montañas, el horizonte, como si
no me moviera del mismo lugar después de tres días de camino, busco ver
nada más que la figura de Nataniel, o de Josabet, o de Raquel en algún
punto del paisaje para correr hasta ellos, unirnos a la caravana y seguir
de nuevo, todos juntos, hasta el mar.
Simón estira del carro que se inclina a un lado, se hunde la rueda en la
arena, se detiene, estira, vamos Simón, fuerza, adelante, ya no puedo
gritar a las mulas, tengo que darme ánimo, el carro se inclina hacia el
lado opuesto, se desplaza, se hunde la otra rueda en la arena, fuerza,
arriba, -34- adelante, ya no tiene la vara para azotar las ancas, se
inclina hacia adelante, todo el cuerpo tenso, las sandalias desaparecen
abajo de la arena, el carro se inclina, ahora mucho menos hacia izquierda
y derecha, luego rueda ya con cierta facilidad por el arenal, sin caer en
nuevos pozos.
Tal vez debiera alinear el peso, dejando caer parte del equipaje. ¿Pero
dejar caer qué? ¿Lo que era de Josabet o de Nataniel? No, las cosas que
son de Josabet y Nataniel, las cosas que son de Raquel. Nos hemos
separado, pero en el pensamiento seguimos juntos. Estarán en la playa
esperándome que llegue con el carro, para cruzar a la otra orilla. El
carro no lo podremos llevar. Voy a quemarlo en la playa para no dárselo a
los gentiles, carro pesado, después de todo, ruedas pequeñas que se
atascan en cualquier piedra, fuerza, más fuerza, debo estirar, siguiendo
adelante. Allá voy Nataniel, Josabet, Raquel. Ya llego, ya llego.
Al mediodía el campo de visión de Simón se ha trasformado. Sobre su cabeza
siente que el sol está ahora en lo más alto del cielo y por lo tanto sus
rayos le caen encima con todo el peso de su verticalidad. La luz le
enceguece, de modo que sólo le resulta nítida una franja de campo que hay
a su alrededor, que se va diluyendo a medida que se aleja, que va hacia el
horizonte, para subir en forma de cúpula brillante, de luz intensa, adonde
no puede llegar la vista porque los párpados se cierran, no se ve nada,
como los ojos de mi familia, ya los voy perdiendo, casi estoy ciego como
ellos, deambulando por el campo.
Jú-jú mula, arriba mula, fuerza, escucho mi grito. ¿Están allí los
animales? Oigo su jadeo, primero mi voz, ¡mula!, ése soy yo, y ahora
silencio, callo y escucho. No, ya no están los animales, están nada más
que las moscas, un zumbido similar me llena la cabeza, fuera, fuera,
moscas pegajosas, verdes, brillantes, negras, fuera.
Tal vez debería cantar, para darme ánimos. Pero es mi aliento el que se
va, y me duele la garganta a causa de la sed que siento. Hasta el tragar
mi propia saliva me resulta doloroso. Hijo, tráigame una taza de leche y
pan, que hoy es viernes y ya oscurece, empezaremos a decir las oraciones,
oh Dios, los gentiles han entrado en tu herencia; han profanado tu santo
templo, han convertido a Jerusalem en montones de escombros, han derramado
su sangre como agua, -35- en derredor de Jerusalem y no hay nadie
quien los entierre. La voz de Simón se extiende por el campo como un
lamento que no alcanza a ser oración, ni canto ni quejido, sumándose al
ruido de las ruedas y el carro que se estremece, que choca con las
piedras, Simón estira maquinalmente de un lado, del otro, las ruedas
resbalan sobre la piedra, el carro sigue adelante.
¿Quién quedó en Córdoba para enterrar a los muertos? ¿Quién enterrará a
Nataniel, a Josabet, a Raquel? Pero por qué enterrarlos, quién dijo que
están muertos. Eran tan terribles las armas de los gentiles. Se levantaron
por la noche de la cama y se fueron a campo traviesa, camino del mar,
guiados por su olfato, por su instinto, como sólo los ciegos saben oler y
presentir las cosas. Sin tocar saben dónde está la mesa, dónde la silla,
dónde estoy yo, cómo camino, si me duelen los pies, qué hago con las
manos.
El sol le da ahora de frente, le quema los ojos que ya no ven más que el
espacio donde se pondrá aproximadamente el otro pie y más adelante una
vara. Luego empieza un límite de arena brillante que se levanta como una
cortina ardiente, infranqueable, que va retrocediendo un paso cada vez que
Simón adelanta uno.
¿Nataniel, Josabet, Raquel? ¿Quiénes son? Mi hijo, mi esposa, mi suegra.
¿Habla la Biblia de cómo comportarse con la suegra? Habrá que buscar en
qué libro. ¿Y si nunca tuve esposa, suegra o hijo? Jú-jú mula, quiero
escuchar mi voz, así grité desde que salí de Córdoba, dando golpes en las
ancas de mis dos mulas que de pronto se murieron.
El sol primero se convierte en una esfera roja, de bordes imprecisos y
termina por ocultarse rápidamente atrás de una línea que se vuelve negra y
Simón no puede determinar si son las montañas, la prolongación del valle
arenoso o el mar que desde hace tres días busca.
Arre mula, que ya cae la tarde, se viene la noche y descansaremos. Quiero
escuchar mi voz. Su cuerpo se tensa en un esfuerzo tan grande que el carro
marcha con mayor celeridad por espacio de algunos metros y por fin Simón
cae en tierra y el silencio que le acompañaba crece y se le viene encima.
Se incorpora, mira hacia atrás y ve que el carro está -36- vacío, en
él no hay un solo objeto, absolutamente nada, ni las ropas de Josabet, ni
las mantas que cubrían nuestras camas, ni los baúles, ni la silla de
Raquel. Lo habrá perdido todo en el camino, tantos tumbos dábamos.
Tendré que darles alguna explicación, cuando nos reunamos de nuevo. Pero
con quién. ¿No serán ellos personas conocidas y que en esta soledad les
hice mi esposa, mi hijo, mi suegra? Debo encontrarlos. Yo sé que me
pertenecen y que me esperan. Ellos no han desaparecido, sólo las mulas,
que están muertas.
Acostémonos a dormir. ¿Qué me espera esta noche? Y mañana al despertar,
¿con qué sorpresa me encontraré? ¿Estaré yo muerto y el carro habrá
desaparecido? ¿O desapareceré yo y estará el carro muerto? Como las mulas,
como Nataniel, como Josabet, como Raquel, vieja idiota, gritando en medio
de la calle, sin salirse del paso, en medio de la avalancha de gente que
huía. Simón se tiende lentamente al lado del carro, a pesar del fresco que
comienza a llenar la noche, no quiere cubrirse, por si alguien viene, tomo
el carro, engancho las mulas, sigamos el viaje que ya es tarde y debemos
unirnos a la caravana.
Asunción, setiembre, 1974

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El contador de cuentos
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A Rosa Ortiz y Roberto Cuevas
durmiendo al lado del arroyo.
Cierre la puerta, carajo, chiquilín endiablado y le arroja una leña a
medio encender retirada ahora del fuego que se estrella contra la pared y
salto procurando eludir los tirones que se esparcen por todas partes y
algunas chispas alcanzan a quemarme el brazo. Emilio se queda quieto, las
espaldas pegadas a la pared, saque las manos de la puerta, saque le digo
que esta vez no voy a errar y la mano izquierda de Emilio lentamente
comienza a abandonar la puerta que no logró abrir.
Cada vez que se enoja me trata de usted, pero nunca lo hizo con tanta
violencia, con gestos pesados cruza la habitación, sin querer resignarse a
pasar de nuevo la noche aquí encerrado, sabiendo que el pueblo y la gente
están allí afuera y no poder imaginarme qué pasa, sin poder asomar la cara
más allá del patio a través de las tablitas de la celosía o de alguna otra
rendija, así desde hace semanas, vigilado siempre para que no pueda
escaparme, encerrado entre estas paredes, no se pueden abrir las ventanas,
no se pueden abrir las puertas, todo está trancado. Y a pesar del calor
hay un poco de fuego prendido, se ven en la oscuridad pequeños puntos
rojos, intensamente luminosos que aparecen por entre las cenizas, en el
fondo de la chimenea.
Agustina con un hurgón atiza el fuego, coloca dos ladrillos en forma
vertical a los lados y sopla con la boca hasta que surge una llamita y las
leñas se encienden. De nuera va a hervir agua en la olla grande de hierro,
el agua para tomar, estoy cansado del mismo gusto, a hierro, a ceniza, a
leña y humo.
Cállese, cállese chiquilín endiablado y Emilio se queda tenso, esperando
que su madre le arroje algo, cualquiera de los objetos que suele tirarle
cada vez que reacciona con -40- tanto enojo. Pero esta vez no le tira
nada, pone la olla sobre los ladrillos que hay parados de canto entre las
cenizas, un poco por encima del fuego, llena de agua que habrá de hervir,
luego la dejará enfriar antes de poder tomarla. Siempre el agua hervida.
¿Hasta cuándo? Además yo no soy ningún chiquilín endiablado, sino tu hijo.
Y soy también un hombre, tengo ya diecisiete años.
A pesar de la hora, Isidro aún no ha regresado. No sé qué hora es, pero es
tarde, pues ya me desperté dos veces y me dormí otras tantas y él aún no
viene. Debe tener mucho trabajo. ¿Aún de noche? ¿Pero qué clase de trabajo
tiene? Suba a su habitación, duérmase y no vuelva a hacer preguntas
estúpidas.
Emilio cruza la sala, sus gestos son pesados, su andar es lento y antes de
salir ve proyectada su sombra sobre la pared a causa del fuego donde ya
burbujea el agua. Luego sube la escalera, lentamente, porque es el momento
preciso en que puede suceder algo, tal vez se abran puertas y ventanas
dejando entrar gente que viene a buscarme o bien que no haya nadie en la
planta baja dejándome en libertad para salir y entrar cuando pueda y del
modo que quiera.
Su habitación también tiene las ventanas cerradas y hay el olor rancio de
los espacios cerrados y este silencio y esta soledad de hace tantos días,
obligado a enfrentármela en todo momento, sin saber razones, todo queda a
cargo de mi imaginación.
Cierra la puerta y no enciende la luz. Hace mucho calor para ello. Se
sienta en la cama sabiendo que no va a acostumbrarse nunca a la oscuridad,
tantas noches he probado hacer lo mismo y me quedo tendido en la cama con
los ojos abiertos, perdido en la oscuridad, con tal desorientación que
debo encender la luz o cerrar los ojos y procurar dormir. Se descalza
buscando que los zapatos no hagan ruido al caer; se quita la camisa y los
pantalones, se tiende en la cama sin retirar el cobertor. Todo está
caliente y como si este encierro y este aire envejeciera las cosas con
sólo tocarlas, hasta mi cuerpo, perdido en esta oscuridad y en este
silencio. Ningún ruido llega hasta aquí.

Se contiene el aliento en este gesto de atención donde todos callan y


aparentemente no se escucha ningún ruido -41- hasta que las trompetas
inician su parte, todas al mismo tiempo mientras el bombo y los platillos
marcan con rigor y sin matices los golpes del tres por cuatro.
Después de los primeros compases del vals del segundo acto de «El lago de
los cisnes», la gente que había esperado tan ansiosamente el inicio de la
nueva interpretación, ladea un tanto la cabeza siguiendo el hilo de la
melodía y reanuda su paseo por los senderos de la plaza.
La música va subiendo de volumen y las parejas que caminan con pasos
lentos apenas hablan, los ancianos y las personas mayores están parados
cerca de la rotonda en la que toca la banda o bien sentados en bancos. El
contador de cuentos aprovecha este súbito interés por la música para
desenrollar sus láminas, alisarlas con las manos, amarillentas, manchadas
por el moho o la grasa, las hojas han sido ya tan manoseadas que se
adaptan a cualquier posición, tantas veces han sido llevadas y traídas,
envueltas, enrolladas, colgadas de un gancho para que todos quienes
escuchan la historia las vean mejor, tantas veces ha contado este cuento,
desde que tengo cinco años me acuerdo que todos los años es lo mismo,
Emilio se vuelve con un gesto y se aleja de la banda que a sus espaldas
mantiene sin variantes los golpes del bombo y los platillos marcando el
ritmo del vals que suena duro, escuchalo, un, dos, tres, un, dos, tres,
por la trasposición de los instrumentos de cuerdas a instrumentos de
viento, también como el contador de cuentos, desde entonces recuerdo las
dos cosas.
Miguela roza con un ademán imperceptible una mano de Emilio quien con un
gesto de desagrado la evita, se mete las manos en los bolsillos, se alejan
del centro de la plaza, están casi en una esquina a donde nadie llega,
quince días llevás este mismo humor hasta me parece que estás tan
maniático como el astrólogo con sus gatos, hubieras hecho con todos los
pájaros una sombrilla que volara sobre tu cabeza protegiéndote del sol,
aunque ahora la gente busca huir de la sombra para gozar de la mañana pues
resulta agradable pasearse al sol que a esta hora se encuentra tibio, pero
apenas entre volverá el frío intenso, sin embargo hasta donde llegan
Emilio y Miguela no hay casi nadie.
Qué astrólogo ni qué mierda, ni qué manías. Desaparecieron como por un
tubo misterioso pues en quince días no -42- vi ninguno, no apareció
ninguno en ninguna parte. Yo los cuidé, los alimenté, los limpié. De
pronto nada, la puerta abierta, el candado roto, la jaula vacía, pero por
qué, si no hacía mal a nadie, ni molestaba a nadie, ni competía con nadie.
Y me venís a comparar con el astrólogo. Eso es suficiente. Vuelven sobre
sus pasos, hacia la rotonda donde se encuentra la banda. Están ya muy
cerca cuando quien toca la tuba da unos pasos saliéndose de la formación,
su sonido se ha distorsionado tanto que todos los demás callan sin atinar
a socorrer al compañero cuando a éste, sin soltar su instrumento, se le
doblan las rodillas y cae de frente produciendo un ruido metálico cascado.
Está muerto.
El padre de Emilio se acerca corriendo, el médico, que venga el médico, se
abre paso entre la gente que ha formado ya un círculo alrededor, lo
examina, levanta la cabeza hacia el director diciéndole está muerto, pide
que lleven el cuerpo a la comisaría que está aquí cerca, atrás le siguen
sus compañeros formados ya como cuando van en los desfiles tocando una
música de tono lúgubre que Emilio no logra ubicar.
En toda la plaza se forman pequeños corros donde se hacen comentarios en
voz baja, Emilio los va mirando hasta que su vista se encuentra con la del
contador de cuentos, se turba ligeramente por lo imprevisto del hecho,
sorprendidos cada uno de los dos en sus pensamientos, el hombre se
apresura a señalar la primera lámina que está frente a sus ojos y la
describe.
Entrando al dormitorio lo primero que se ve es la gran ventana y al
abrirse da sobre el lado del lago. Desde allí se ve un patio cubierto de
césped con una ligera pendiente que termina en una hilera de eucaliptos
altos, delgados, y en seguida la franja de arena, la playa que se ensancha
o angosta de acuerdo al nivel de las aguas del lago.
A la izquierda de la puerta, la pared está cubierta por un ropero que va
de lado a lado y del suelo hasta el techo, de puertas anchas de madera
negra lustrada. Al fondo, abajo de la ventana está la cama cubierta con
una manta blanca de algodón y en la que un hilo más grueso traza de manera
casi imperceptible tres grandes rombos que la cruzan longitudinalmente.
Encima y contra la pared se han colocado numerosos almohadones de color.
-43-
A la derecha hay una mesa con una silla donde Emilio suele estudiar y
prepara sus lecciones e inmediatamente al lado, entre la mesa y la cama un
mueble bajo con un tocadiscos en cuya parte inferior, colocados
verticalmente en perfecto orden, hay una gran cantidad de discos.
En el centro hay una alfombra azul que ocupa casi todo el espacio libre. Y
en las paredes (lámina tres) distribuidas con visible intencionalidad,
fotos de distintos tamaños, en blanco y negro, de detalles del lago: un
día apacible, el sol llenando el cielo, una rama negra quebrada rompe la
simetría vertical y rítmica del pirisal, una ola en día de tormenta, la
marca que dejó el agua en el viejo atracadero de piedra, la huella de la
ola en la arena. Y en el espacio que hay entre la puerta y el ropero, en
un rincón poco visible, hay una litografía antigua que compró en una casa
de antigüedades de Asunción y a la que le colocó un marco de madera negra.
Representa un pájaro en el centro y en las esquinas, detalles del mismo,
como si fuera un estudio científico, con flechas y anotaciones en un
idioma que nunca pudo determinar su origen (lámina cuatro).
Eso es todo.
En la lámina cinco, sin embargo, se puede ver a nuestro personaje dentro
de la gran jaula en la que cría los pájaros negros cuyos huevos recibió de
regalo de un anciano que visitó el pueblo.
La jaula está construida en el patio de la casa según lo indica el croquis
(lámina seis). Está a unos veinte metros y se llega a ella saliendo por la
cocina, en el lado opuesto a la entrada principal y defendida, por la
construcción de la casa, del viento frío y fuerte que suele venir del sur
durante todo el invierno.
La jaula es alta, mucho más alta que una persona, de modo que Emilio puede
entrar perfectamente parado, y está rodeada de una fina malla de alambre
extendida sobre seis postes de madera que forman un hexágono y la parte
superior culmina en un techo, también hexagonal, de pendiente pronunciada,
de chapas de zinc. La jaula fue construida abajo de los árboles, de modo
que el sol de la siesta en el verano no haga sufrir a los animalitos.
Adentro de la jaula -señala el hombre con una varilla de madera lustrada,
larga y puntiaguda- Emilio es fácilmente -44- visible porque va
vestido de colores claros; pues le gusta vestir de blanco. Personalmente
atiende a sus pájaros, cambiándoles el agua dos veces por día y limpiando
los recipientes en que suele poner el grano, barriendo el piso de la jaula
todas las mañanas para que no queden allí los excrementos ni los restos de
comida que cayeron al suelo.
Para cada pájaro, que son dieciocho en total, hay un nido hecho de paja
colocado adentro de una caja de madera, sostenidas las dieciocho a una
altura prudencial de modo que los pájaros estén fuera del alcance de
cualquier animal nocturno que pueda acercarse al lago a tomar agua y se
sienta atraído por su carne tierna.
Emilio habla con cada uno de los pájaros que en orden y sin mostrar ningún
temor, se posan en su mano, en su brazo y a veces en el hombro, les dice
algunas palabras cariñosas, con un dedo les acaricia la cabeza, les rasca
el cuello, los pájaros sufren un temblor de placer, un espasmo que les
sacude todas las plumas y vuelven al nido o se posan en los pequeños
columpios que fueron construidos allí, colgados del techo y su movimiento
de vaivén les divierte.
Los pájaros (lámina siete) son negros, ligeramente más grandes que un
gorrión, su plumaje es fino y desde la cabeza caen hacia los costados,
como una cresta, delgados hilos rojos que se confunden con las plumas
negras, dándoles efectos de destellos. El pico es afilado y largo, los
ojos redondos y verdes y la cola termina en plumas parecidas a las de la
cabeza, pero son más largas, anchas y rojas.
Las patas son cortas y abajo del plumón, también negro, esconden un
espolón grueso, muy afilado que, al descubierto, les da a estos pájaros un
aspecto amenazante, pero cubiertos, son aves de una candorosa inocencia.
El hombre hace un alto en su relato para tragar saliva. Emilio levanta la
cabeza y mira a su alrededor con un movimiento muy lento, volviéndola
sobre el eje vertical de su cuello; y esto le da una visión aproximada de
cuanto la rodea. Camina con pasos no muy largos, manteniendo un ritmo
acorde con su gesto y ese aire de tranquilidad que le brota desde adentro.
Al menos así lo siente.
Lleva las manos cruzadas atrás, a la altura de las nalgas y a veces juega
con los dedos entrelazándolos. Va vestido con su traje blanco, la camisa
blanca de tela hilada a -45- mano y una corbata ancha, de seda,
dibujada en dos tonos de grises.
En el centro mismo de la plaza, adonde confluyen todos los senderos, hay
un gran círculo de ladrillos rojos, oscurecidos por el moho fino y
negruzco que crece a la sombra de los grandes árboles. Allí, como todos
los domingos, está la banda de música y toca sin descansar.
Emilio siente que la música le causa un especial placer y considera las
entradas a destiempo de algunos instrumentos, la desafinación de cobres y
bronces y la falta de precisión de ritmo en algunos pasajes, como aquellas
cualidades que le dan precisamente encanto a sus ejecuciones.
La misa terminó hace poco más de una hora y la plaza comienza a llenarse
de gente. Emilio camina por los senderos abiertos entre el césped,
cubiertos todos ellos por pequeños cantos rodados rojos que crujen, se
mueven, se hunden cuando son pisados, y saluda con un movimiento de cabeza
al encontrar gente conocida. Se detiene, hace bromas, escucha, hace
comentarios, señala las dos nuevas composiciones que la banda sumó a su
repertorio y ríe con ganas con los amigos.
Con este paso, este mismo ritmo, la alcanza a Miguela que se sobresalta
ante su aparición tan sorpresiva, él le sonríe, se cruza adelante de ella,
le da dos besos en las mejillas, cómo estás, por qué tardaste tanto y
caminan siempre con el mismo aire perdido, tal vez no sea conveniente que
nos vean juntos con tanta frecuencia porque tengo miedo que la gente
comience a murmurar, y Emilio, no seas tonta, todos saben que somos amigos
desde criaturas y nunca dimos oportunidad a nadie para que nos critiquen,
tan correctos nos hemos mostrado siempre. Ni siquiera te tomo de la mano.
Me da miedo lo que estamos haciendo Emilio, me da miedo. La banda comienza
a tocar el «Intermezzo» de «Cavalleria Rusticana» y los más viejos se
acercan para escuchar mejor, porque merece la pena, escucharlo y dejate de
pensar en tonterías, no seas miedosa. Tengo miedo de tener ojeras y que la
gente me vea. Fijate lo que es esto, como si retrocediéramos en el tiempo,
éste es el verdadero momento del pueblo, la plaza llena de gente, paseando
después de la misa del domingo, la banda tocando en la plaza a la sombra
de -46- los árboles, aún faltan dos meses para que vengan los turistas
y veraneantes a destruir la rutina, el paseo de los viejos, el encuentro
de los noviazgos ya oficializados, el astrólogo sentado en un banco con
sus libros y sus ochenta y seis gatos, pero no atiende consultas por ser
domingo, el contador de cuentos con sus antiguas aguafuertes que ilustran
las historias que cuenta a los niños que no las interpretan y a los
mayores que no se entretienen. Éste es el verdadero tiempo, sentilo, pero
sin cerrar los ojos porque hay que percibir la música abajo de los
árboles, los senderos cubiertos de grava roja. La gente que camina con
parsimonia, intercambiando saludos, cruzando sonrisas, acercándose a la
banda cada vez que ésta se enfrenta con una composición musical con
reminiscencias antiguas, sin percibir esos pequeños detalles, esos grandes
errores que para Emilio constituyen su especial atractivo. Miguela se
sienta en la punta del banco, absorta en el contador de cuentos que está
parado al lado de sus láminas colgadas de un clavo que él mismo, hace
tiempo, colocó en un árbol.
Esta lámina es de la primera muerte que data del mes de julio, en pleno
invierno. Es miércoles por la mañana muy temprano y el pueblo está
inmovilizado bajo la niebla que sube del lago y a pesar de ser las siete,
aún no se ha despejado.
La mujer que reparte la leche en un pequeño triciclo a motor, acaba de
dejar la ración acostumbrada frente a la casa de Emilio, que está en las
afueras del pueblo. A ella se llega por el camino principal y luego se
toma un camino de arena, bordeado de árboles, muy tranquilo y silencioso
hasta que al final del mismo, cuando ya se ve el lago, se abre la puerta
que conduce a la casa.
Después de entregar la leche, regresa al pueblo. Va muy despacio a causa
de la niebla y enciende dos o tres veces el faro para iluminar el camino,
pero le resulta inútil. Hasta tiene la sensación de que en ese sector,
alrededor del haz de luz, la niebla se espesa. Sale al camino principal y
ya regresa, cuando siente un repentino malestar. Detiene el vehículo,
desciende y se aleja unos pasos. El césped está mojado, siente que sus
zapatos se humedecen, nada más que por un momento, pues en seguida se le
doblan las rodillas, cae al suelo y muere.
-47-
Gente que pasa por allí circunstancialmente, cuando la neblina se ha
despejado ya y el sol apenas calienta, encuentra el cuerpo tirado y corre
hasta la casa de Emilio, golpea, pregunta por el médico, viene el hombre
con su maletín negro, pero toda velocidad es inútil porque cuando llegan
al lugar la mujer que reparte la leche hace por lo menos una hora que ha
muerto.
El médico carga el cuerpo en su automóvil y lo lleva a la comisaría donde
lo tiende sobre una mesa en una habitación y lo revisa detenidamente
(lámina treinta y cuatro). No comprendo, no comprendo, mientras le mira
los ojos, busca en el cuerpo una señal exterior que explique esta muerte
repentina sin encontrar nada. No comprendo, pueden ser tantas las causas y
no tengo aquí elementos. Por las dudas, será mejor que se tire la leche
que llevaba, que nadie la tome y se ponga en observación a las vacas del
tambo donde ella trabajaba.
Toda la mañana analizando el cuerpo, y hasta la leche y las vacas sin
encontrar nada. Papá tiene un arte especial para meterse en
complicaciones. Y si todo esto no se puede explicar, la segunda muerte, la
tercera muerte, todas las otras muertes, que vengan médicos de otra parte
y nos eviten este problema, nos dejen de lado tantas conjeturas que corren
por el pueblo.
Emilio está tirado en el suelo, sobre la alfombra azul, de cara al piso,
se sostiene la cabeza en alto apoyando la barbilla en una mano y el codo
en el suelo. Con la otra mano recorre los discos, leyendo sus títulos
escritos en el lomo con letra muy pequeña. A veces se detiene en alguno,
hace un gesto de quitarlo, pero luego sigue hasta el final y comienza de
nuevo.
Hace ya un largo rato que busca un disco sin poder acertar cuál es el que
quiere escuchar. Así, después del tercer intento se tira de espaldas sobre
la alfombra y se queda mirando el techo donde las vigas negras, cruzadas
por viguetas también negras y de madera, forman rectángulos blancos que
Emilio se entretiene en contar.
Por las ventanas cerradas penetra la luz de afuera, y en el dormitorio hay
una claridad muy gris, lo que parece aumentar la soledad y el silencio.
Sobre todo el calor y el -48- olor a encierro, como si el aire se
pudriera entre estas paredes, porque no puede salir, encerrados estamos el
aire y yo desde hace tantas semanas.
Emilio entonces se incorpora, va al ropero, abre una de sus puertas y el
espejo colocado por la parte de adentro le devuelve su imagen, allí
parado, está en calzoncillos, su cuerpo largo, delgado, parece no
pertenecerme, como si fuera un extraño, no sólo el aire y las cosas se van
gastando, sino hasta yo mismo, pronto me voy a descascarar como esas casas
abandonadas que hay cerca de la iglesia por la calle que baja al lago y
que siempre me parecieron tan fantasmales.
Busca entre su ropa hasta que encuentra un pantalón corto, color celeste,
se lo pone y abre con cuidado la puerta de su dormitorio, hemos aceptado
todos el silencio, el encierro sin preguntarnos ni decir nada. Y las
escaleras que van al piso inferior las baja con gestos elásticos de modo
que sus pies descalzos no rompen el silencio de la casa en la que sólo se
escucha el leve chisporroteo del fuego que hay encendido siempre en la
chimenea, a pesar del calor, y el agua que hierve en la olla negra de
hierro. De afuera no llega ningún ruido.
En la sala hay la misma luz que en su dormitorio y hasta casi el mismo
olor, si no fuera por el perfume penetrante que tiene la leña que se quema
en la chimenea. Los sillones (lámina cuarenta y cuatro) están tapados por
fundas blancas y la alfombra fue enrollada y colocada contra una pared. Y
sobre una mesa baja, hay un montón de revistas ajadas de tanto haber sido
hojeadas, manoseadas en un montón de horas de aburrimiento que ahora no
quiero calcularlas porque seguro que serán muchas más de las que me
imagino y muchas menos de las que pienso haber pasado aquí.
Al abrir la puerta de la cocina, su madre que está aquí se sobresalta y
emite un pequeño quejido, pero inmediatamente se enfrasca de nuevo en su
trabajo, lo siento, no quise asustarte, sólo vine a tomar agua y saca de
la heladera el agua que sabe fue hervida y se le adelanta su gusto
insípido, le falta algo, algún componente, daría cualquier cosa por tomar
aunque sea agua contaminada que tenga gusto a algo y ya sé que no debo
quejarme, que las cosas -49- deben ser así, que no debo protestar,
pero este encierro, me produce un cansancio desesperante.
Emilio deja el vaso en la pileta de lavar los platos y le mira de reojo a
su madre que sigue ocupada en mezclar huevos, harina, sal y un chorrito de
aceite, de nuevo está llorando, ya no me quejo, ya no digo nada, lo siento
tanto y me vuelvo a mi dormitorio, sale cerrando la puerta a sus espaldas
con mucho cuidado y regresa a su habitación.
El ropero sigue abierto y frente al espejo vuelve a quedarse en
calzoncillos mientras se mira y trata de reconocerse pues el color que le
dio el sol se le está yendo, de nuevo su piel se está poniendo blanca,
sólo falta que también se me caiga la piel, como las casas en ruinas, lo
decía y para qué me sirve si nadie me ve, si no puedo darme a nadie, qué
estará haciendo Miguela, no puedo imaginarme en este sitio su presencia.
Cierra la puerta quitándose de adelante su propia imagen y vuelve a
tirarse en la alfombra, frente a los discos cuyos lomos recorre de nuevo,
buscando algo que me dé la sensación de estar vivo, nada que huela a
muerto, ni que sea viejo ni antiguo.
En este momento se puede gritar, o cantar, o decir cualquier cosa sin que
se pida silencio. Podemos escuchar todos los discos que queremos, sin que
se nos obligue a bajar el volumen. No importa que hagamos ruido o no, si
total no hay una sola persona en la casa, le toma de la mano y la lleva
escaleras arriba, subí, subí sin miedo, que no pueden vernos, ya te dije
que no hay nadie en la casa ni tampoco puede llegar alguien en este
momento. Estamos bien seguros.
Emilio repite estas palabras por decir algo ya que Miguela le sigue sin
poner resistencia, aun cuando al llegar los dos al piso superior se
detienen por un instante, en silencio, y miran hacia el piso inferior con
un gesto de alerta, dispuestos a escuchar el más pequeño ruido que les
haga desistir de sus propósitos. Sin embargo, no hay ningún otro que
aquellos propios del domingo por la mañana.
Nadie, te dije que no hay nadie, mientras entran al dormitorio, porque
todos a esta hora van a misa y están en la iglesia, y una vez adentro,
después de cerrar la puerta, -50- Emilio se inclina sobre ella y la
besa en una mejilla, cerca de la oreja y después en el cuello.
Emilio, su voz, aunque no es fina suena en el límite de la fragilidad,
Emilio, a punto de quebrarse por la emoción, el llanto o la turbación,
estamos haciendo una locura, en tu propio dormitorio, a la mañana,
mientras entra la luz del día, un domingo. Todos se van a dar cuenta, van
a encontrarnos, ¿y qué explicación daremos?
Sin escucharla, Emilio se quita la corbata, se abre el cuello de la camisa
y deja el saco sobre la mesa en donde hay un libro abierto, dos lápices y
una hoja de papel en la que se han garabateado dibujos, muchos de ellos
sin sentido y algunos trazados al azar (lámina dieciocho). Se puede
ensuciar allí tu saco blanco, no te preocupes más, no te preocupes tanto
por todas las cosas, y si se ensucia paciencia, se lava, y si se rompe,
paciencia, se tira, y si se dan cuenta, paciencia, qué le vamos a hacer,
después de todo no van a matarnos.
Miguela se acerca a la ventana y cierra las celosías porque hay mucha
claridad y quiero que la habitación esté a oscuras pero como se filtra una
luz tenue, amarilla por los espacios que dejan entre sí las innumerables
tablillas también quiere cerrar las cortinas. Entonces la habitación
quedará totalmente a oscuras y voy a perderme y quiero verte, no tengas
vergüenza de mí, Miguela, ¿acaso no estoy yo también desnudo? y no me
oculto, mírame porque tiene que gustarte como a mí me gusta verte.
Se acuestan en la alfombra, se besan, se acarician en la luz amarillenta
de la habitación, tenemos que apurarnos, Emilio, tenemos que apurarnos,
¿por qué?, vamos despacio, tenemos tiempo, en este momento recién debe
estar comenzando la misa y el sermón del cura es siempre muy largo. Hasta
vamos a tener tiempo de hacer el amor dos veces. Dos veces, dos veces
Emilio, ahora ya no me importa, y si nos descubren, paciencia.
Emilio le apoya una mano en el hombro a Miguela que se sobresalta, le mira
extrañada, preguntándole qué pasa, vamos a dar otra vuelta, quiero seguir
caminando, nada más que un momento, ¿acaso no estás cansada de escuchar
todos los años la misma historia, cientos de veces?, es nada -51- más
que un momento, el contador de cuentos no aparta los ojos de ellos molesto
por el cuchicheo ya que hasta cambia de tono de voz y se vuelve dramático
para narrar la tercera muerte que no fue sino un mes más tarde, ya en
pleno agosto, una de esas siestas desagradables, de mucha humedad y con
sol. Es un día de invierno caluroso, la ropa se pega al cuerpo y parece
sucia a pesar de que no se suda.
Se dan todas las características de cuando está a punto de llover y
cambiar el tiempo, así como cuando se espera una gran tormenta. Pero ello
no sucede. Hace cuatro días que las condiciones se dan con regularidad y
la gente se pone fácilmente de mal humor.
Un trabajador va de la carpintería a una casa donde debe reparar una
ventana que se ha desvencijado. Es una casa de gente que vive en Asunción
y sólo la utiliza los fines de semana o bien en el verano. Es viernes, en
una mano lleva un valijín de madera barnizada, y atravesándolo
longitudinalmente sobresale la hoja de un serrucho como suele suceder con
las cajas a medio aserrar de los magos.
Al pasar por la panadería compra un bollo y lo va comiendo por el camino
que pasa cerca del lago cuando siente su primer síntoma de malestar. Da
otro bocado de mala gana y pensando que es la comida, arroja muy lejos de
sí el pedazo que le queda en la mano. Busca entonces la sombra de un árbol
por si es el sol, pero antes de llegar cae al suelo y muere (lámina
cuarenta).
A lo lejos lo ve un botero que está limpiando una embarcación y su primer
pensamiento es que el hombre está borracho. Piensa no acudir, pero al ver
que no se mueve, se acerca, y al notar que está muerto no quiere tocarlo y
da gritos a gente que pasa a lo lejos, diciéndole que dé parte a la
comisaría que el carpintero está muerto.
Al llegar a este punto el contador de cuentos hace un alto para medir el
grado de tensión que hay en el silencio guardado por el auditorio. En el
fondo la banda ejecuta una composición con largos silencios y sigue en
cierta manera el interés de su relato. Busca entonces la siguiente lámina
y evidentemente hay una confusión ya que tiene ante sí la que describe a
Emilio abriendo una puerta y le da de lleno el viento frío que viene del
lago. Luego corre por el césped -52- donde brillan las gotas de rocío
que el sol, aún muy débil, no ha logrado hacer desaparecer (lámina
veintiséis).
Lo último que escucha que su madre le grita es que llegará tarde a misa,
como todos los domingos, no te preocupes, yo los alcanzo después en la
iglesia, no voy a llegar tarde, sino justo en punto, tal vez así se
tranquiliza y me deja libre, no te entretengas demasiado con esos pájaros
inmundos, sí, sí, no se preocupen por mí. No se preocupen, claro que voy a
ir a la iglesia pero a buscarla a Miguela y traerla a mi dormitorio, sin
que nadie se dé cuenta, sin que nadie lo sepa, sin que nadie se imagine
que estoy repartiendo mi vida entre ella, mis pájaros, mis discos y mis
fotografías.
Emilio lleva una caja de cartón con las semillas que comen los pájaros y
que le dejó el hombre que le regaló los huevos y al cual conoció en el
hotel del pueblo. Además un plato con pequeños trozos de carne molida y
sosteniéndola bajo el brazo la escoba para hacer la limpieza que lleva a
cabo rigurosamente todos los días.
Da vuelta a la casa por la parte de atrás, llega hasta la jaula y
encuentra la puerta abierta, no puede ser, nadie puede haberla abierto,
sólo yo que tengo la llave del candado, no puede ser, yo tengo la llave,
los pájaros son míos, yo los crié, yo los alimenté, no pueden haberse ido.
Emilio entra a la jaula, deja las cosas en el suelo y mira hacia arriba.
En lo alto hay un solo pájaro que gira la cabeza, nerviosamente, hacia un
lado y otro, uno solo se ha quedado, y el resto tiene que estar por aquí
cerca, porque son míos, nadie puede haber abierto la puerta y el pájaro
que está en lo alto de la jaula agita las alas, pasa por encima de su
cabeza, tan cerca que Emilio cree sentir el batir de las alas, y escapa
por la puerta. Emilio lo sigue, porque debe ir adonde están todos los
otros, adónde vas, imbécil, adónde vas, que nadie te va a cuidar mejor que
yo, pero el pájaro está ya lejos y vuela por encima del lago en dirección
del pueblo.
Emilio se queda mirándolo absorto, tanto que las últimas palabras no las
ha captado, sino como un ruido lejano sin significado y se vuelve a
Miguela peguntándole qué dijo y ella le hace una señal con la mano
pidiéndole que guarde silencio. La toma entonces de un brazo haciéndola
salir del -53- grupo y cruzan la plaza dirigiéndose hacia el hotel,
estaba ya cansado de estar allí, perdiendo el tiempo, no nos hubiéramos
apurado tanto en casa, hubiéramos podido aprovechar mucho mejor la mañana,
cruzan la reja, el patio y van a la heladería, yo quiero de chocolate, no
seas insaciable, estuviste anoche en casa, y esta mañana, fuimos a la
tuya, ¿no te vas a dar por satisfecho nunca?
Así, vuelven caminando lentamente a la plaza, ya sin hablar, Miguela
quiere seguir escuchando la historia, pero si ya la sabemos de memoria,
siempre es la misma cosa, no, no es cierto, pues continuamente está
cambiando los detalles y eso lo hace más interesante.
Llegan cuando el hombre coloca la lámina cuarenta y nueve que describe uno
de los últimos intentos que realiza Emilio para escapar de la casa. En la
anterior se ve cómo baja por las escaleras sin hacer ruido, aprovecha que
la madre está ocupada en avivar el fuego de la chimenea donde habrá de
colocar de nuevo la olla de hierro en la que continuamente hierve el agua.

En esta ilustración se ve ya la fuga frustrada. Emilio parado al lado de


la puerta está recostado contra la pared, una mano apoyada en ella, la
izquierda aún sobre la tranca, no tuvo tiempo de retirarla.
Su madre, parada en medio de la habitación, el pie izquierdo al frente, el
otro atrás, le arroja con fuerzas una leña encendida que se estrella un
poco por encima y a la izquierda de Emilio, entre él y la puerta, mientras
saltan a los lados tizones encendidos.
El cuerpo de la mujer que está alrededor de los cuarenta años, y aún
mantiene su flexibilidad lo tiene pronunciadamente echado hacia adelante,
la pierna izquierda flexionada por la rodilla, conserva todavía el brazo
derecho rígido lanzado hacia Emilio a pesar de haber arrojado ya la leña.
Lleva el pelo muy corto peinado sobre la nuca y, aunque siempre mostró un
aire severo, adusto, ahora se la nota envejecida y doblegada por el largo
encierro en el que ella debe afrontar todas las tareas de la casa y se
siente mortificada al presentir que está envuelta en la historia.
La cara de Emilio trasluce el susto que le causa el verse sorprendido en
su intento de fuga y sobre todo al comprender -54- que su madre le
arroja la leña encendida que comienza a desintegrarse encima de su cabeza.

Entre los detalles de la lámina saltan a la vista el grueso pasador de


hierro que tranca la puerta por el lado de adentro, el polvo fino y oscuro
que se ha depositado sobre todas las cosas y que el abatimiento de los
habitantes de la casa no permite limpiar, además del envejecimiento que
hay en la forma de vestir de los personajes (lámina cincuenta).
El contador de cuentos comprime cada vez más sus silencios a medida que
crece la tensión de la historia y en él corro que le rodea ya no se
escuchan cuchicheos y la gente no cambia de posición con tanta frecuencia.
Los niños están sentados en el suelo, los mayores en los bancos cercanos y
otros permanecen de pie los ojos fijos en las láminas, sin tener en cuenta
a quienes pasean por los senderos de la playa y los integrantes de la
banda, que siguen llevando crespón negro en sus instrumentos en recuerdo
del compañero muerto, aun cuando ya tienen un integrante nuevo que toca la
tuba, están pendientes del director, batuta en alto, a punto de darles la
orden para comenzar una nueva ejecución.
El segundo movimiento del Concierto para Orquesta de Bela Bartok se inicia
con unos pocos compases a cargo de un instrumento de percusión. Luego van
apareciendo en pares y en forma consecutiva los fagotes, los oboes, los
clarinetes, las flautas y por fin las trompetas con sordinas. Al fondo se
escucha primero el golpe del bombo y luego, siempre en segundo plano, los
instrumentos de cuerdas, pero sin restar nunca primacía a los de viento,
cuando de pronto, como si el director dejara caer flácidamente los brazos
a los costados, el sonido languidece gradualmente, decae y el tocadiscos
se detiene.
Emilio mira a su alrededor, el aparato está apagado, prueba el interruptor
una, dos veces, se ha cortado la corriente eléctrica. En la oscuridad va a
tientas hasta la puerta, la abre y se dirige hacia la escalera, ¿qué pasó,
quién apagó la luz? Abajo está su madre que ha encendido ya una vela,
pienso que fue ella, tan cansada está de mis discos, hoy me gritó tres
veces que pusiera más despacio la música, y si no escucho música voy a
terminar volviéndome sordo en este encierro, en este silencio.
-55-
Se cortó la luz, no sé si debe ser nada más que en casa o en todo el
pueblo, aunque acabo de revisar los fusibles y todos están bien, tenemos
que esperar Agustina y mientras tanto arreglarnos como podamos, Isidro se
dirige a Emilio que sigue parado en lo alto de la escalera, con su
pantalón celeste corto, sería bueno que te vistieras para bajar a cenar,
no quiere decir que por observar estas medidas de seguridad, por si es una
epidemia, te vuelvas un salvaje.
Sí, papá, voy a vestirme, en la voz de Emilio hay una aceptación
fatalista, sin embargo no lo hace, baja las escaleras, pues vestirse
significa buscar una ropa adecuada y todo está oscuro, como la ropa que se
lava y se seca en la sala, en la cocina, se la tiende en cualquier lado y
esta reclusión, la falta de sol y aire, le han dado un color triste, a
veces gris, a veces amarillento, al tiempo que todo se ha impregnado de
este olor a encierro que hay por todas partes, no quiero vestirme así, no
vale la pena.
Cierro los ojos y se forman ante mí dos bóvedas negras, de oscuridad,
donde viajan enormes manchas rojas, se alejan, se acercan, a veces
estallan y se derraman sobre mis ojos, no quiero abrirlos, me duelen,
tengo miedo que se hayan quemado bajo este sol del mediodía. Miguela,
estoy ardiendo, dejame entrar bajo la sábana de tu cama.
Miguela no está, estoy solo, inmovilizado en medio del lago, sin fuerzas
para bajar de nuevo del bote, zambullirme en el agua, colgarme de la borda
y aprovechar esa pequeña, diminuta sombra que se forma entre la canoa y el
agua.
Con una mano entonces, se moja la cabeza, la cara, mantiene un rato largo
la palma cargada de agua adelante de los ojos, hasta sentir que el calor
de los párpados y la presión alivian, luego se moja el cuerpo, pero sin
tocárselo directamente pues el sol le ha quemado y toda la piel le duele.
Emilio está semidesnudo tirado en el fondo de la embarcación, dormido por
el cansancio o en estado de semi inconciencia por la insolación, el bote
permanece inmóvil en la quietud total de la superficie del lago.
Después de escapar de su casa, Emilio tomó un bote y, desafiando el viento
y la tormenta de la noche, procuró cruzar el lago, la única vía segura de
escape que tenía (lámina sesenta y dos).
-56-
Durante muchas horas luchó por ganar la otra orilla teniendo en su contra
no sólo el viento, sino también el oleaje, haciéndosele pesado ir en
contra de estos dos elementos, además de soportar la persistente lluvia
(lámina sesenta y tres).
En esta lucha pierde los remos (lámina sesenta y cuatro) y se queda a
merced del oleaje sin poder dirigir la embarcación que es arrastrada hasta
el centro del lago. Allí le sorprende el día (lámina sesenta y cinco)
cuando la tormenta cesa, sale el sol y sobreviene una calma absoluta.
Toda la mañana permanece aquí, zambulléndose de tanto en tanto, hasta que
la fatiga es más fuerte que él y se abandona a su suerte. Además, ningún
pescador ha salido al lago, nadie lo navega, en el pueblo todos están muy
ocupados enterrando a sus muertos (lámina sesenta y seis) o sumidos en el
dolor (lámina sesenta y siete).
El sol comienza a secar sobre su cuerpo el agua con que buscó refrescarse
hace un momento, fue peor, no debo repetirlo, escapé de aquello y tendré
que morir aquí achicharrado. Sé que el lago tiene una pequeña corriente
que se dirige hacia el oeste, por lo tanto navego, muy lentamente, es
cierto, pero tengo que moverme, espero poder llegar a algún lado seguro
antes que termine conmigo el sol, antes que me quede ciego
definitivamente.
Se incorpora y mira por encima de la borda, nada más que un círculo
brillante, como un pequeño horizonte a su alrededor, una línea de luz más
allá de la cual no se sabe si se prolonga el lago, si está la playa o el
pueblo, nada más, me arden los ojos, tan secos los tengo que ojalá pudiera
tener algunas lágrimas.
Se deja caer de nuevo, de cara al fondo del bote, siento que me adormezco,
no, no es sueño, me alejo, simplemente me alejo, qué hermoso es ir
perdiendo el sentido de las cosas, las sensaciones de mi cuerpo, hasta de
lo que me sostiene. Ahora me voy, que nadie me detenga, estoy tan lejos.
Un suave golpe le despierta pero no desea abrir los ojos, ahora hinchados
bajo los párpados, siente su redondez, el dolor que le causa lo secos que
están. Pero un aire fresco le llama la atención, quiere decir que ya no
estoy al sol y abre los ojos lentamente.
-57-
Encima de su cabeza ve la copa de un sauce llorón y el cielo está tan azul
como se pone después de un rato que entró el sol. Recorre con la vista,
lentamente, las ramas del árbol, entonces quiere decir que la corriente me
llevó hasta la otra orilla. Es cuando ve que en una rama hay dos pájaros
negros observándole, volvieron, no podían dejarme, piensa, no puede hablar
tan dolorido se siente.
Los pájaros permanecen inmóviles (lámina sesenta y ocho) Emilio se duerme,
mientras tanto cuídenme, hasta que me ponga bien, pues todo está destruido
y debemos comenzar de nuevo en cualquier otro lugar.
Miguela está con los ojos muy abiertos fijos en la lámina que ejerce sobre
ella un fuerte poder de atracción, tanto que no percibe que el hombre se
ha callado y le pide que se retire un poco más atrás ya que está tapando a
los chicos sentados en el suelo. Entonces Emilio se inclina sobre su
hombro y le habla al oído.
Abrime, abrime por favor un minuto nada más, la boca pegada a la ranura
central, habla en voz baja esperando que Miguela pueda oírle desde
adentro, después que la despertó golpeando el cristal con una piedrita que
recogió en la calle mientras venía.
Miguela, del otro lado, le mira haciéndole señas de que está loco y le
pregunta qué quiere o eso es lo que le da a entender moviendo los labios
de manera muy pronunciada y por fin abre la ventana sintiendo que entra
una ráfaga de aire frío.
Dejame entrar nada más que un rato que quiero hablar contigo, justo a esta
hora, no sé para qué viniste ni qué pretendés, estás loco, me da miedo lo
que estás haciendo, sin embargo me deja entrar o por lo menos no se opone
cuando me trepo a la ventana, paso primero la pierna derecha, luego la
izquierda y entro.
Afuera hace mucho frío, Emilio cierra la ventana, por eso te pido que me
dejes entrar aquí un rato, no voy a hacerte nada, no tengas miedo, no voy
a hablar fuerte de modo que nadie se despierte, nadie sabe que estoy aquí,
nadie va a saberlo nunca, te pido que me perdones todo lo que estoy
haciendo.
-58-
Emilio se sienta a los pies de la cama, Miguela hace lo mismo, pero en el
sitio en que estaba acostada, recoge las piernas sobre el pecho y se cubre
con la manta mientras le mira a Emilio que ahora se encuentra indeciso,
perdió todo el ánimo de hace un momento cuando golpeó la ventana y por fin
la empujó y entró sin que ella le dijera nada.
Son más de las doce y hace rato que nadie transita por las calles, no sólo
por la hora sino también a causa del frío y la llovizna que comenzó a caer
al mediodía, sin embargo vos viniste, hasta aquí, desde tu casa,
caminando, no, en bicicleta, está allí afuera, nadie se dio cuenta, estuve
hasta ahora sin poder dormir, dando vueltas en la cama, estás loco, estás
loco. ¿Y si papá se despierta?
Emilio se reanima entonces, se vuelve hacia ella poniendo una pierna
doblada por la rodilla sobre la cama y están cerca, su mano sobre el pie
de Miguela que lo siente abajo de la manta, donde debe estar tibio,
abrigado, como todo el resto de tu cuerpo, dejame entrar abajo de la manta
y estar contigo en la cama porque tengo frío.
Miguela no contesta y le mira fijamente a Emilio que está frente a ella,
muy cerca, tiene el gesto suavizado a causa de la luz que se filtra a
través de los visillos de encaje filet donde han bordado ramos de flores
en un florero. El pelo largo, lacio, con iridiscencias rojizas le cae
sobre los hombros, los ojos claros tienen un aire de tristeza. La mano de
Miguela sale de entre las sábanas y busca la mano de Emilio, está muy
fría, tiembla ligeramente, no digas nada, no me preguntes tampoco porque
no sé cómo me siento en este momento, estás confundida, porque ¿qué te
decidió venir así esta noche, si sólo somos amigos?, amigos de toda la
vida, nos llevamos siempre muy bien, ¿no te parece razón suficiente para
venir y pedirte que me dejes estar contigo abajo de la manta? Miguela, yo
también estoy temblando.
Entonces Miguela le pasa la mano sobre el pelo, ordenándoselo a los lados
y luego se inclina hacia adelante y roza con sus labios la boca de Emilio.
Él, como si esperara esta señal, se desnuda sin dejar traslucir su
nerviosismo y se queda parado al lado de la cama, un instante, hasta que
Miguela le abre la manta y le indica que entre. Le ayuda entonces a
deshacerse del camisón y siente bajo sus manos su cuerpo tibio y lo
aproxima al suyo, mientras la besa, la -59- acaricia, lentamente, no
tengas miedo, no te preocupes Miguela, no ahora que tenés que ayudarme,
por favor, es la primera vez, vos siempre supiste más cosas que yo, pero
ahora vamos a tener que descubrir juntos todos los secretos.
Aparece entonces una lámina que, equivocadamente fue traspuesta, está
dividida en cuatro cuadros y describe la huida de Emilio de su casa,
pasada ya la medianoche. La anterior a ésta describía cómo después de
acostarse no logró conciliar el sueño, y las horas que pasó en su cama
dando vueltas sin poder dormir.
Hacia la media noche, abre la ventana cuidadosamente, como se ve en el
primer cuadro. Toda la tarde hubo tormenta y ahora queda soplando un
viento sur muy frío mientras cae la llovizna en forma continuada. En la
ilustración se ve que Emilio ha abierto la ventana y con trozos de madera
crea pequeñas trancas para mantener las distintas hojas abiertas de modo
que el viento no las golpee y despierte a sus padres que no sospechan su
actitud.
En la segunda lámina, Emilio sale por la ventana. Está colgado del
alféizar, las piernas ligeramente abiertas por causa del esfuerzo y mira
hacia abajo midiendo la distancia que debe saltar. Contrariamente a su
costumbre, ahora viste de oscuro para no ser visto en la noche y pasar
mejor desapercibido aun cuando no piensa ser descubierto a causa del mal
tiempo que hay esta noche.
En la tercera lámina Emilio acaba de saltar, está aún en la posición que
cayó, el cuerpo encogido sobre las rodillas y con cuyo movimiento
amortiguó el golpe y el ruido. Con un pie ha roto uno de los malvones que
su madre colecciona en el jardín pero Emilio aún no lo advierte, los
brazos ligeramente separados del cuerpo, como las alas de un ave a punto
de volar, acompaña así todo su gesto.
En la cuarta y última lámina aparece Emilio alejándose de la casa, corre
ligeramente agazapado buscando así empequeñecer su volumen de modo que su
cuerpo, aún vestido de oscuro y muy difícil de distinguir en la noche sin
claridad alguna, pase desapercibido, por si alguien, algún curioso, alguna
persona inoportuna, pudiera verle. Al fondo aparece la casa, una de las
pocas ilustraciones que la muestran por el lado de afuera y donde se ven
las dos plantas, el muro alto que termina en una imitación de almenas y
las dos -60- torres en que culmina por un lado la casa y que contiene
en su centro la puerta principal de entrada. Emilio es esa mancha negra,
acurrucada, que aparece entre los dos eucaliptos y al fondo, el lago con
olas muy encrespadas a causa del viento y la tormenta.
El primer ruido es como un trueno prolongado, que se extiende por un
momento en la noche, pero que en vez de producirse en el cielo, se
estrella a lo largo de la casa. Emilio se levanta de la cama de un salto
ante la sorpresa del ruido, abre la puerta de su dormitorio y baja las
escaleras dando saltos.
¿Qué pasa? ¿qué es ese ruido?, sus padres están parados mirando hacia el
lado de donde vino el ruido, los cuerpos tensos en su gesto de atención y
de espera cuando se produce el segundo, aunque ya no tan firme y homogéneo
como el primero, sino en forma más desordenada. Emilio, quedate tranquilo,
parece que están apedreando la casa, Emilio también se detiene y oye las
piedras estrellarse contra las paredes, las puertas cerradas que crujen,
las celosías que protegen los vidrios, ninguno se rompe.
Voy a traer la escopeta, Emilio sube de nuevo dos escalones cuando su
padre le detiene, no traigas nada, y menos armas de fuego, no sabemos
quiénes están allí afuera, ni qué quieren ni por qué lo hacen. Van a
matarnos, Isidro, quedate tranquila mamá, ya se van a ir, total no pueden
entrar, antes tendrían que romper todos los pasadores de hierro que
trancan puertas y ventanas.
Agustina, quedate tranquila, y la mujer se sienta en un sillón, oculta la
cara entre una mano y el respaldo para llorar primero en silencio y luego
se vuelve más nervioso su llanto hasta que siente la mano de su marido
apoyándose en su cabeza, pidiéndole calma, tranquilidad Agustina, no
corremos ningún peligro, y para demostrártelo voy a salir a hablar con
ellos. Isidro, no salgas, le detiene tomándole de un brazo, el hombre se
vuelve hacia ella, la calma, la tranquilidad debemos mantenerla, otra cosa
no podemos hacer.
¿Qué busca esa gente?, ¿por qué nos acosa?, ¿qué culpa tenemos de todo lo
que sucedió?, Emilio lentamente comienza a regresar a su dormitorio una
vez que los ruidos de las piedras empiezan a disminuir y luego cesan por
completo. -61- Afuera se ha hecho de nuevo el silencio. Nada, nada
tenemos que ver, el único error debe ser que yo como médico, no puedo
explicar las causas de sus muertes y por lo tanto no puedo curarles, cómo
explicarles que nosotros no tenemos la culpa ni de que se mueran ni de que
sea imposible salvarles.
Es cuando el pueblo llega a la casa, decidido a matar los pájaros negros
de Emilio después de atribuirle a estos animalitos una relación con la
muerte de los pobladores que nadie puede explicar (lámina sesenta y uno).
En láminas anteriores se ven las tres noches consecutivas que el pueblo se
acercó a la casa para apedrearla, después de haberla dejado sin luz ni
agua.
Al cuarto día, ya no se detienen los pobladores frente al edificio y
llevando faroles buscan forzar puertas y ventanas, pero ante su sorpresa
descubren que la casa está abierta (lámina cincuenta y nueve) y su
interior está totalmente abandonado (lámina sesenta).
Se dirigen entonces a la jaula y éste es el momento que describe la lámina
sesenta y uno. Es un grupo grande, difícil de contar las cabezas porque el
dibujo se vuelve difuso a los costados ya que el ilustrador quiso además
describir el efecto causado por la luz de los faroles, el deslumbramiento
que hay en el centro y la oscuridad que va aumentando hacia los bordes.
Hay hombres y algunas mujeres, no todos llevan faroles, pero sí los
necesarios para iluminar la escena. Algunos van armados de palos y dos o
tres llevan escopetas. Están en este momento parados todos frente a la
gran jaula hexagonal, la puerta abierta y adentro no hay ningún pájaro,
algunos de los columpios están rotos y en los nidos construidos con paja
adentro de cajitas de madera hay desorden y se nota que el lugar hace
tiempo fue abandonado.
El piso de la jaula está sucio, hay hojas secas, tierra y papeles
manchados de barro que arrastró el viento. Y un detalle curioso, entre la
basura se ven dos sapos sorprendidos por la llegada de tanta gente y la
repentina claridad. La puerta está totalmente abierta y abajo se ve que a
su alrededor ha crecido el césped y alguno que otro arbusto se ha enredado
en la malla del alambre, señal de que la jaula está abierta desde hace ya
algún tiempo.
-62-
Los ojos grandes, brillantes, desorbitados de los sapos le atraen
poderosamente la atención y Emilio se queda mirándolos fijamente, mientras
a su alrededor la gente ha comenzado a dejar billetes en una caja de
madera, sucia, con la pintura descascarada, pero él no cae en la cuenta,
hasta que el contador de cuentos comienza a liar sus láminas. Primero las
plancha con las manos, busca que todos los bordes estén iguales, pero no
se preocupa en ponerlas en el orden correcto, por eso cada vez que escucho
sus cuentos me parecen diferentes porque algunas escenas cambian de sitio
y entonces creo que tienen significados distintos. Emilio no le responde,
son ya los últimos, saca un billete y lo pone en la caja de madera
mientras el contador de cuentos hace un rollo con sus láminas y las ata
con una cinta de seda cuyo color va del negro al azul sin olvidar el verde
oscuro.
La toma entonces a Miguela por un hombro y caminan hacia el hotel, es
mucho dinero el que le das a ese hombre, Emilio está muy distraído,
después de todo vive de esto, caminan lentamente, apenas saludan y aunque
es cerca del mediodía sopla una brisa moderada y fresca, la gente hace ya
planes para el almuerzo, podrías venir a comer en casa, tengo miedo que
hayamos dejado algo en desorden en tu dormitorio y se den cuenta que
estuvimos allí esta mañana.
Entran al hotel donde los mozos están poniendo ya las mesas, hay ruido de
platos y cubiertos, mejor te venís vos a la mía, porque después de la
comida se van todos a jugar a las cartas y nosotros vamos a poder dormir
la siesta. Piden dos helados, se sientan en una mesa, estás extraño,
Emilio no le dice nada y mira el lago que se ve a través de los árboles y
las hojas de las agaves que rompen la monotonía del césped del jardín. ¿Me
escuchaste? Emilio vuelve sorpresivamente la cabeza, arrancado de sus
pensamientos para ver que en la mesa de al lado, un hombre anciano acaba,
de abrir una caja. Es de metal niquelado y tiene un dibujo encima, en
relieve de las ramas y hojas de una enredadera, trazando complicados
diseños. Adentro está forrada de terciopelo azul y posee numerosas
divisiones. En cada una de ellas hay un objeto, Emilio se incorpora para
verlos más de cerca. El anciano le mira y desliza la caja sobre la mesa
para que vea mejor su interior, fantástico, son perlas con dibujos encima,
nunca las había visto. El anciano retira uno -63- de esos objetos, lo
pone en la palma de la mano, son huevos blancos con manchas negras,
grises, marrones y violáceas, son huevos de un pájaro hermoso y tengo que
regalarlos ya porque se cumple el tiempo y pronto comenzarán a romperse.
Emilio no puede ocultar la fascinación que le causa todo aquello, no puedo
aceptarlo como regalo, por más que lo quiera, es muy valioso. Hasta que el
anciano cierra la tapa, la asegura con una pequeña llave que se la entrega
a Emilio, luego la caja, acéptela por favor, pues esta misma tarde debo
tomar mi avión, ya he viajado mucho con esta caja y es hora que cambie de
dueño. Emilio toma la caja con una mano, la otra la pasa por encima del
hombro de Miguela y el anciano se queda mirándoles mientras salen del
hotel, van hablando, esta siesta me voy a quedar en casa, si querés podés
venir a almorzar conmigo, todavía no sé lo que se puede hacer, eso lo
decidiremos un poco más tarde, etcétera.
Asunción, octubre, 1974

Cuento narrado en forma de crónica periodística causa grave episodio

Cinco muertos y casi una decena de heridos, además de daños materiales


irreparables fueron los resultados arrojados por los trágicos
acontecimientos registrados en el día de ayer en la localidad de Ka'ané.
Los hechos se iniciaron cuando cerca de mil quinientas familias afincadas
en los alrededores de esta ciudad, acudieron formando un grupo compacto
que fue imposible detener y todos los esfuerzos de las autoridades
religiosas, policiales y civiles por llegar a un entendimiento, fracasaron
ante el empecinamiento de los campesinos.
El porqué de esta actitud tiene su origen en la publicación de un cuento
narrado en forma de crónica periodística. El relato, que apareció en un
diario matutino de esta capital, a mediados del pasado mes de febrero,
narraba el abandono de la construcción de la basílica de Ka'ané dedicada a
Santa Librada. Las autoridades eclesiásticas del lugar -a estar siempre
por el mismo relato- donaban los ladrillos a las quinientas familias más
pobres del lugar.
La mencionada publicación encaraba el hecho ficticio con tantos rasgos de
veracidad, que habría causado una explicable confusión entre los lectores,
especialmente la gente de la zona de Ka'ané, sitio afectado gravemente por
este hecho.
El autor del relato, el escritor Jesús Ruiz Nestosa, utilizó para ello su
experiencia periodística, acumulando además datos falsos e ilustraciones
apócrifas para elaborar su relato literario que él encasilla dentro de la
línea «de la nueva mirada» o bien «objetivista»; conceptos que amplió
describiéndolos como pertenecientes a la vanguardia literaria.
La población de Ka'ané, ficticiamente reflejada en el relato, tomó como
ciertas tales informaciones y procedió, siempre engañada por el cuento, a
demoler la monumental basílica que, desde hace treinta años y gracias a la
limosna del pueblo, se venía allí levantando.
-68-
Se debe agregar que el autor del cuento, deseando llevar hasta sus últimas
consecuencias su experiencia literaria, recurrió a amigos que, en forma
consciente o involuntaria, elaboraron los diagramas falsos y los dibujos
apócrifos a que se hace referencia más arriba, al mismo tiempo que incluyó
la reproducción facsímile de un comunicado del obispo, evidentemente
fraguado por el escritor.
DATOS FALSOS
Con el deseo de ofrecer al lector un panorama amplio no sólo de los
sucesos registrados ayer en Ka'ané, sino también incluir antecedentes y
consecuencias, se ha buscado reunir la mayor cantidad posible de material.

Se reproducen en esta misma página, las ilustraciones, el cuadro


estadístico y además una esquela en la que el autor del cuento le pide a
un amigo la realización de un dibujo que describa la demolición de la
basílica.
También se incluye una reproducción del comunicado falso según el cual el
obispo de Ka'ané llama a las quinientas familias más pobres a retirar
cierta cantidad de ladrillos con los cuales construirían sus viviendas de
manera sólida, amplia y segura.
La coincidencia de muchos apellidos con personas reales del lugar no es
casual ya que el escritor afirma que tomó los mismos de las lápidas del
cementerio de Ka'ané. Esto contribuyó en gran medida a que se produjera la
referida confusión que desembocó en los hechos que son ya de dominio
público.
COMUNICADO N.º 1
El Obispo de Ka'ané, Monseñor Merardo Salsa Rojas, llama a quinientas
familias del lugar a presentarse el último viernes de este mes de enero en
la plazoleta donde se está construyendo la Basílica de Santa Librada,
patrona del lugar.
Estas familias procederán a retirar veinte mil ladrillos de la obra que ha
sido suspendida y la idea abandonada por considerar que su elevado costo y
sus dimensiones no -69- se ajustan a las necesidades de la época ni
responden al espíritu actual de Nuestra Santa Madre Iglesia.

Se convoca así a Sindulfo Leiva casado con Emeteria Jara y sus hijos
Herminia y su esposo Alfonso Narváez, Victorina y su esposo Tadeo
Sanabria, Braulio y su esposa Brígida Gamarra, Vidal y su esposa Basílica
Ibarra, Juana y su esposo Edilberto Maldonado, Áurea y su esposo Marcial
Duarte y Clímaco y su esposa Aparición Cantero, todos ellos con sus
respectivos hijos. Floriano Araújo casado con Vicenta Aranda y sus hijos
Diosnel y su esposa Martina Céspedes, Eliodoro y su esposa Hermelinda
Pereira y Brígido y su esposa Iluminada Riquelme y teniendo conocimiento
de que estos tres hermanos se encuentran cumpliendo una condena en un
establecimiento penal se convoca a sus esposas y todos sus hijos. Zenón
Vera casado con Marciana Caballero y sus hijos Venancio y su esposa
Eulogia León, Engraciada y su esposo Silvio Paredes, Nimia y su esposo
Inocencio Vázquez, Antoliano y su esposa Salustiana Ojeda y Consorcia y su
esposo Héctor Rodríguez todos ellos con sus respectivos hijos. Elpidio
Zayas casado con Zoila Miranda y sus hijos Dorotea y su esposo Casimiro
Martínez, Alipio y su esposa Emiliana Delgado, Justina y su esposo
Apolonio Recalde, Elitrudis y su esposo Sixto Barúa, Demetria y su esposo
Antolín Caballero, Severiano y su esposa Perpetua Galeano, todos ellos con
sus respectivos hijos aunque exceptuando a Taciana que casó con su primo
hermano Lauro Miranda a pesar de la oposición de esta prelatura. Mericio
Armoa casado con Avelina Duarte y sus hijos Balbina y su esposo Heriberto
Jara, Cástulo y su esposa Emérita Ríos, Aquilino y su esposa Esperanza
Paiva y exceptuando a Valero y su esposa Luciana Estigarribia por ser
considerados personas pudientes dentro del pueblo. Herminio Soria casado
con Primitiva Cabrera y sus hijos Custodio y su esposa Herminia Fernández,
Aparicio y su esposa Eudosia Cardozo, Pablo y su esposa Témpora Mongelós,
Avelino y su esposa Tomasa Chamorro, Óscar y su esposa Cástula Araújo,
Sindulfo y su esposa Eusebia Achucarro todos ellos con sus respectivos
hijos, convocando además a Crescencia Bobadilla madre de dos criaturas de
Victorino aunque no casó con él que fue muerto en circunstancias
inexplicables aún y quizá por ser séptimo hijo varón de la familia.
Eusebio Miranda casado con Ascensión Samudio y sus hijos -70- Cecilia
y su esposo Máximo Cañete, Eusebio y su esposa Leopoldina Lesme, Cirila y
su esposo Porfirio Moreno, Apolonia y su esposo Edwin Brítez, Ascensión y
su esposo Rufino Alvarenga exceptuando a Romualdo casado con Liduvina
Melgarejo cuyo parentesco con el alcalde policial los pone en situación de
privilegio. Salustiano Miranda casado con Otilia Bobadilla y sus hijos
Otilia y su esposo Ausberto Almada, Lirio y su esposa Eliodora Figueredo,
Calimerio y su esposa Flora Sánchez, Escolástica y su esposo Celedonio
Machuca y Salustiano y su esposa Hermenegilda Godoy todos ellos con sus
respectivos hijos o quienes los reemplacen por estar las mujeres
realizando labores domésticas en la capital. Amancio Peralta casado con
Pablina Alvarenga y a quienes la providencia no prodigó fertilidad,
careciendo de hijos pero son ellos modelo de familia cristiana. Artemio
Gamarra casado con Eufrosina Lacasa y sus hijos Valentina y su esposo
Silvano Núñez, Casildo y su esposa Filomena Olmedo, Sindulfo y su esposa
Asela Cáceres, Taciana y su esposo Leoncio Aguilera, Guarino y su esposa
Epifanía Ramos, todos ellos con sus respectivos hijos y quienes reemplacen
a Casildo y Guarino quienes se encuentran trabajando en la capital y
habiendo tomado conocimiento que su situación económica allí también es
estrecha. Crescencio Santos casado con Rosalba Fleitas y sus hijos Felicia
y su esposo Celestino Prieto, Crisnilda y su esposo Pío Melgarejo,
Perseverancia y su esposo Herminio Recalde, Domitila y su esposo Zoilo
Paredes, Circuncisión y su esposo Lucilo Alarcón, Lilia y su esposo
Clorindo Hermosilla todos ellos con sus respectivos hijos, excepción hecha
de Genara quien casó con el no cristiano Rosemberg y sus hijos no fueron
bautizados en este credo. Se exceptúa igualmente a Eleusipo Figueredo
casado con Librada Vera, hija natural de Zenón Leiva y cuyos hijos
Arcángel, Odilón y Emeterio, por servir en el ejército poseen víveres
gratuitamente. Trato especial sin embargo recibirán los esposos Petronilo
Cordero y Crisóstoma Paredes por haber sus hijos Traslación, Eleuterio y
Abundio abrazado los santos hábitos. Todas estas familias y aquellas cuyos
nombres se irán dando a conocer oportunamente según se vayan
confeccionando las listas hasta completar las quinientas, serán
favorecidas con esta medida excepcional de caridad. Dado en Ka'ané a los
siete días del mes de enero en el año del señor de mil novecientos setenta
y siete.
-71-
JUICIO CRÍTICO
Considerando las opiniones tan contradictorias y polémicas surgidas
alrededor del cuento «La demolición» este diario ha querido ilustrar a sus
lectores recurriendo para ello a un crítico literario que le merece
confianza por su capacidad científica, sus profundos conocimientos de la
materia y por permanecer ajeno, tradicionalmente, a cualquier grupo
literario.
El doctor Enrique Balbiani Cano, ha opinado al respecto en los siguientes
términos:
«Salta a la vista la preocupación del autor por dar una descripción
imparcial, fría, pedante, en un estilo que bien pudiera apropiarse un
cronista, con indicaciones tan precisas como superfluas de ese ladrillo
que 'es un paralelepípedo casi perfecto, con un pequeño abultamiento en
una de sus caras y una depresión en la parte opuesta' y que es 'de color
naranja vivo mientras una veta negra lo cruza por el lado de la cara
abultada, longitudinalmente y desde donde él lo ve avanza la línea de
izquierda a derecha, para terminar en una esquina descascarada por el
golpe de martillo que le dio'.
»La sensación que produce la descripción de este trozo de pared es rica,
completa, obsesionante. De esta manera el lector, por fuerza, ha de
sentirse fascinado por estas imágenes cinceladas, esas instantáneas del
mundo tan precisas, en las que ni siquiera haría falta que apareciese un
protagonista. Es la definición de un mundo objetivo en el que el hombre no
es más que un objeto de tantos.
»La elección de un estilo periodístico, que utiliza la estructura de una
crónica, es un hecho nada más, que circunstancialmente ha llevado a
producir efectos paralelos y lamentables que nada tienen que ver con el
fenómeno literario. Esta forma de narración 'objetiva' parecería crear un
mundo neutro, extraño al hombre. Pero si se profundiza en esta 'crónica'
el lector encontrará sólo aparentemente que hay un mundo que se describe
por sí mismo, pero que sin embargo ese universo preciso, obsesionante y
extraño está en definitiva reflejado en una conciencia.
»Los alcances que ha tenido este relato y su repercusión en el pueblo,
además de sus consecuencias, escapan a -72- mis métodos de
investigación literaria, dejando estos niveles a gente competente en la
materia».
CRONOLOGÍA DE LOS HECHOS
KA'ANE (De nuestro enviado especial, por teléfono): Los graves sucesos
registrados en esta localidad, culminaron con un saldo de cinco muertos y
más de diez heridos, algunos de gravedad. La violencia fue desatada cuando
cientos de familias del lugar y sus alrededores se lanzaron a demoler la
basílica en construcción, al interpretar erróneamente un relato literario
cuyo autor, como recurso narrativo, utilizó la técnica de la crónica
periodística.
Al tener noticia de los acontecimientos, este diario destacó al lugar del
hecho a un cronista que llegó a Ka'ané promediando la mañana. Gracias a la
colaboración espontánea de la gente de esa localidad, se pudieron
reconstruir los hechos que se iniciaron en la madrugada, un poco después
de salir el sol.
LA GENTE SE CONCENTRA
HORA 3.30: Aproximadamente a esta hora, se comienzan a formar los primeros
grupos de familias en las afueras del pueblo, al descampado, sin ocupar en
ningún momento los cansinos ni entorpecer la circulación de aquellas
personas que llegan al mercado a vender sus productos, o salen al campo a
realizar sus labores de agricultura.
Se reúnen en grupos de quince a veinte familias, cada una de ellas con su
carro tirado por bueyes y la gente se mueve en silencio en la oscuridad,
pues hay órdenes estrictas de no encender fogatas. A pesar de haber niños,
no se escuchan ni llantos ni gritos, ni voces de conversación. De vez en
cuando sólo un cuchicheo o el resoplido de un buey.
Según testigos presenciales, estos grupos se fueron formando durante toda
la noche con gente que llegó de otros pueblos y zonas habitadas de los
alrededores.
HORA 5.00: Sin que medie ningún grito o voz de orden -hecho que revela una
gran organización- los diferentes grupos van saliendo a los caminos de
tierra, tal como deben haber convenido de antemano y la caravana se pone
en movimiento.
-73-
El cielo ya está claro y todos los caminos que se dirigen al pueblo se
llenan de gente y carretas que avanzan en medio de una gran nube de polvo
rojizo, por momentos rosado, según le dé la luz.
Los niños van en los carros y las personas mayores caminan adelante, atrás
o a los costados. Se habla poco y sólo se oye la voz de los hombres dando
órdenes a los bueyes a los que llaman por sus nombres -cada uno tiene el
suyo- puesto casi siempre, en base a alguna característica física: Negro,
Manchado, Orejudo, Mocho, Guampa, etcétera.
OCUPACIÓN DE LA PLAZOLETA
HORA 5.40: Al llegar los primeros carros a la plazoleta donde se está
construyendo la basílica de Santa Librada, frente a la antigua y pequeña
iglesia, ellos son colocados alrededor de la construcción hasta formar un
inmenso círculo. Y es por esta razón que se puede explicar fácilmente que
no hayan podido entrar hasta el lugar, más tarde, las ambulancias y otros
vehículos que pretendieron hacerlo.
HORA 5.50: Cuando el sacristán acude para abrir la vieja iglesia, se
extraña al ver la cantidad de carros allí presentes. «Me detuve -dice en
una breve entrevista- con la intención de averiguar qué hacía allí toda
esa gente con sus carros. Pero no pude enterarme de nada. Había un gran
grupo de hombres donde se hablaba en voz muy baja, mientras las mujeres
esperaban apartadas con sus hijos de la mano. Había gente de todas las
edades y nadie tenía aspecto de acudir al lugar con intenciones de oración
o para cumplir una promesa».
HORA 6.00: El grupo de hombres, que es muy numeroso, se deshace, hablan
ellos con las mujeres y los niños e inmediatamente se dirigen a la
basílica en construcción, subiendo por las escaleras hasta los andamios.
«Hasta ese momento -dice el sacristán- seguía creyendo en una promesa
religiosa de carácter colectivo. Y eran muchísimas personas, tantas que no
puedo determinar con precisión cuántas personas había».
Cálculos posteriores indicarán que son alrededor de mil quinientas
familias.
-74-
Los hombres se trepan a las paredes a medio construir, a los andamios que
sujetan los arcos donde descansarán las bóvedas del techo. A más de
treinta y dos metros sobre el nivel del suelo, hasta los hombres más altos
parecen pequeños y las mujeres, algunas con mantos negros, otras con
mantos blancos, permanecen en las pasarelas con los niños y los
adolescentes.
Es entonces cuando los hombres, de entre sus ropas sacan martillos y
cortafierros y comienzan a aflojar los ladrillos.
«Me quedé atónito -dice el sacristán- sin poder reaccionar ante esta
escena en la que sólo se escuchan golpes de martillos, gritos de atención
que se dan los unos a los otros, los hombres a sus mujeres, las mujeres a
sus hijos».
Por el gran hueco que hay en el centro, vacío, en penumbras, dejado por la
construcción, cae un grueso polvo blanquecino, cemento deshecho a golpes,
pero nunca cae ningún ladrillo, tal es el cuidado que ponen todos en su
trabajo.
EL OBISPO ES ALERTADO
HORA 6.20: El sacristán se dirige a casa del obispo Monseñor Salsa Rojas
para ponerle al tanto del hecho que, aun a esta altura se niega a creer.
La cocinera, que sale a recibirle, se resiste terminantemente a despertar
a su eminencia, razón por la cual el sacristán comienza a dar tremendos
gritos con el deseo de atraer la atención del obispo y dar una idea de la
magnitud de los acontecimientos.
Monseñor Salsa acude al oír el vocerío y enterado de lo que está
sucediendo se dirige al lugar del hecho. Viste pantalón, camisa y
zapatillas pues no ha tenido tiempo de vestir los signos de su alto rango.
Mientras tanto, envía al sacristán a buscar al párroco y a su secretario.
HORA 6.40: Monseñor Salsa llega al lugar donde el trabajo prosigue a ritmo
acelerado. En muchas paredes, algunas tan anchas que permiten trabajar
parados hasta tres hombres a la vez, uno al lado de otro, se notan ya
largas crestas blancas, de cemento recién removido, en contraposición con
el lado norte, adonde aún no han llegado los trabajadores y los ladrillos
superiores poseen una pátina negruzco-verdosa -75- que le dio el
viento húmedo y las lluvias de los últimos meses.
Nadie reconoce a Monseñor Salsa quien se detiene al pie de la obra y tarda
algunos minutos en reaccionar. Está claramente sorprendido por el
espectáculo que se desarrolla frente a sus ojos y supera, en mucho, a la
descripción dada por el sacristán que, en parte por causa de la emoción,
en parte por ser corto de palabras, nunca fue muy hábil para expresarse.
PRIMERA AMONESTACIÓN
Despeinado, sin afeitarse aún, en ropa de calle y de la que usa para estar
muy en la intimidad, Monseñor Salsa no logra atraer la atención de los
trabajadores. El prelado hace entonces acopio de fuerzas y dice:
«Hermanos...» en el mismo tono que acostumbra a iniciar sus sermones.
Se detienen todos y se hace el silencio para escuchar la voz que les
resulta conocida, a muchos muy familiar. Miran hacia abajo y a medida que
el grueso polvo blanco deja de caer al ser interrumpido el trabajo, va
apareciendo la figura de Monseñor Salsa, más irreconocible aún a causa del
polvo que se le ha depositado encima y que le ha terminado de encanecer
los cabellos.
«Hermanos...» repite otra vez y su voz se pierde en medio del eco, una
palabra repetida entre las paredes de la basílica en construcción, las
bóvedas del techo, las hornacinas, las paredes curvas de los absidiolos,
en los espacios que dejan las columnas que van marcando el deambulatorio,
pues la construcción, a pesar de su tamaño, apenas cubre aún el ábside y
va insinuando ya el crucero.
Monseñor Salsa abre los brazos en cruz, levanta las manos y las junta tal
vez un poco por encima de la cabeza. Desde arriba, y desde tal altura, no
se pueden establecer muy bien las distancias. Repite varias veces, en su
discurso, la palabra «hermano» que es la única fácil de distinguir por la
entonación que le da, igual que en los sermones y el eco, que crea una
enorme confusión de palabras, o más de sílabas, repite sin cesar su voz en
diferentes tonos, en diferentes sectores del enorme hueco preparado
aparentemente para dar lugar algún día al altar principal.
-76-
SE ENVÍA UN PARLAMENTARIO
HORA 6.50: Los hombres reunidos en lo alto de la obra deciden encomendar a
uno de ellos baje a dialogar con el sacerdote que ha renunciado a
comunicarse, debido a que ni los demoledores del templo le entienden ni él
entiende lo que dicen los de arriba.
El enviado no tarda en llegar hasta donde se encuentra el prelado y el
diálogo, en su parte sustancial, se desarrolla aproximadamente de la
siguiente manera:
Monseñor Salsa: ¿Qué sucede? ¿Se volvieron locos o los tentó el demonio?
Salustiano Alarcón: No Monseñor. Sólo acudimos al llamado, los que
creíamos justos.
Monseñor Salsa: No sé qué está hablando, Alarcón. Pero se han vuelto
locos, endiabladamente locos.
Salustiano Alarcón: No Monseñor. Sólo los que creíamos justos. Es cierto
que a muchos no nos llamaron. Pero lo mismo vinimos porque también tenemos
derecho.
A esta altura de la conversación, Salustiano Alarcón (38, casado, seis
hijos, tejedor de canastos), le muestra a Monseñor Salsa un recorte del
periódico que contiene el cuento al cual se hace referencia más arriba y
que se le atribuye el origen de esta terrible confusión. El recorte
contiene, justamente, el trozo con la pretendida convocatoria hecha por el
obispo y que sólo responde a la imaginación del autor.
Monseñor Salsa: Es un error, todo es falso. Es un error.
Salustiano Alarcón: Ningún error. Allí están los apellidos de mucha gente
del pueblo. Y muchos nombres. Algunas familias ya se han muerto. Otras no.
Pero todos tenemos derecho a llevarnos los ladrillos aquí indicados. De
todos modos, hay para todos y aún para más.
Salustiano Alarcón vuelve al andamio y sube rápidamente por una escalera y
se reúne con sus compañeros mientras el obispo, los brazos abiertos en
cruz grita: «Hermanos...» y una vez que se apaga el eco, «Todo es falso»
al -77- tiempo que va desapareciendo bajo la capa de polvo que
comienza a caer, primero en fina, luego más espesa, nube blanca de cemento
y cal deshechos por los martillos, mil quinientos martillos, todos al
mismo tiempo.
HORA 7.10: El obispo huye del lugar, sucio, cubierto de polvo blanco, los
ojos llorosos, y sufre constantes convulsiones de tos, causadas por el
exceso de polvo y tabaco.
HORA 7.25: Llega el cronista de este diario cuando los acontecimientos
están ya muy avanzados, pero pudo reconstruirlos hasta este momento
gracias a datos obtenidos de testigos presenciales que brindaron abundante
información. Los pormenores que se dan a partir de aquí fueron
presenciados por el periodista.
SIGUEN LAS TRATATIVAS
HORA 7.45: Aislado en el despacho de su casa, Monseñor Salsa medita sobre
los acontecimientos registrados en la plazoleta de la iglesia. Dejó
órdenes estrictas de no ser molestado por nadie y sólo podrán llamarle en
caso que se produzca algún hecho que cambie radicalmente el curso de los
sucesos.
HORA 8.10: Imposibilitado de hacer un análisis objetivo y lúcido del
problema, Monseñor Salsa se traslada a la iglesia donde se entrega a la
oración. A través del sacrificio y el rezo, espera ser iluminado por Dios
y llegar a las decisiones más apropiadas al caso.
HORA 8.20: Las carretas, cargadas de ladrillos hasta el límite de su
resistencia, abandonan el lugar y se produce ahora un hecho curiosísimo,
consistente en una maniobra difícil de explicar, pero que, sin embargo,
describe con claridad la precisión con que fue planeado todo. Ningún
vehículo molesta al otro al abandonar el lugar y cada hueco es ocupado, en
el acto, por otra carreta vacía.
HORA 8.50: Después de haberse dedicado a la oración por espacio de casi
una hora, Monseñor Salsa abandona la iglesia y se dirige a la comisaría,
lugar donde denuncia el hecho a las autoridades y le solicita a ellas que
tomen las providencias del caso, evitando así la destrucción total del
templo.
-78-
HORA 9.00: Recibida la denuncia del hecho, las autoridades policiales
ponen inmediatamente en funcionamiento un amplio plan destinado a
desbaratar los trabajos de depredación hechos por gente que, si bien no
puede ser considerada malintencionada, evidentemente ha sido engañada y
sorprendida en su buena fe.
HORA 925: Al frente de su dotación de veintidós hombres que le siguen en
fila de a dos, se presenta en el lugar del hecho el comisario. Los
efectivos policiales permanecen en apretada formación, codo a codo,
mientras se realiza una evaluación del alcance y gravedad de los hechos.
Se establece también, por primera vez, el alcance justo de la fuerza de
los ocupantes y la posibilidad de imponerse a ellos siempre y cuando no
acepten entrar en razón ni se logre éxito en las tratativas pacíficas.
Es cuando se sugiere solicitar la mediación de Pancracio Narváez, tenido
habitualmente como líder civil del lugar, respetado por su sagacidad y
conocimiento de las costumbres y familias de la región, características
que le convierten en un hábil negociador.
SE BUSCAN NUEVOS CAMINOS
HORA 10.00: Excusando su tardanza, llega Pancracio Narváez con casi media
hora de atraso, a pesar de la urgencia del motivo. Aduce que había estado
mediando entre dos familias que disputan los linderos de sus campos. Se
hace conducir al lugar más apropiado y luego inicia una inspección global
del sitio, donde se registran los hechos.
Recorre con pasos largos el contorno de la edificación. Pocas veces mira
hacia arriba. Lleva la cabeza gacha y las manos tomadas atrás, gesto que
debe ser habitual en él, pues el traje blanco, que utiliza evidentemente
con mucha frecuencia, tiene una mancha amarillenta, ya antigua, en ese
lugar.
Se enfrenta más tarde con el edificio en obra, parándose casi en el mismo
sitio donde hace algunas horas se detuvo el obispo y desde allí grita:
«Ciudadanos...». Y el eco prolonga su voz. Espera unos segundos que
termine la repetición y prosigue: «Este triste espectáculo»... Pero el eco
destruye su discurso.
-79-
Si bien no es de presumir la mala fe de quienes ocupan los andamios -no
por eso deja de ser un hecho equívoco- a esta altura del discurso, medio
ladrillo se desprende de pronto de un lugar no precisado y debido a
circunstancias no determinadas, viniendo a dar de lleno en la cabeza de
Pancracio Narváez quien se desploma al suelo sin sentido y su saco se
mancha con algunas gotas de sangre.
Arriba, en los andamios, hay un silencio profundo y sólo se escucha una
voz que debido al eco parece ser muchas voces diciendo: «Fue sin querer».
Abajo se movilizan numerosas personas para retirar a Pancracio Narváez
desmayado. Más tarde declarará que no le ha dolido tanto el cascotazo como
el haber fracasado en esta negociación, considerándola el primer gran
revés de su vida.
INTERVIENE EL COMISARIO
HORA 10.20: Encabezando su dotación de veintidós hombres llega de nuevo al
lugar el comisario y luego de dar órdenes enérgicas, cortantes, los
efectivos van tomando posiciones frente al edificio que se encuentra ya
visiblemente deteriorado por el trabajo ininterrumpido de los ocupantes,
desde que llegaron al lugar alrededor de las 5.40.
Los agentes del orden se colocan máscaras antigases y en lo alto de los
andamios algunas criaturas, evidentemente asustadas, comienzan a llorar,
pero se calman enseguida. Los hombres no abandonan su trabajo, hecho que
aumenta la ira de la autoridad que busca subirse a los andamios y no puede
hacerlo porque las escaleras han sido retiradas.
Bajo la gruesa capa de polvo que sigue cayendo, atravesada ahora por
numerosos rayos de sol, causando el mismo efecto que se utiliza en cine en
las películas de carácter religioso, el comisario grita indignado:
«Terminaremos por la fuerza con esta disputa». Y el eco, a los lejos,
traba sus palabras.
Inmediatamente da la orden de disparar las primeras granadas de gases
lacrimógenos. Alguna que otra cae en un andamio bajo, pero ninguna alcanza
los más altos y mucho menos las bóvedas en donde se encuentran trabajando
los hombres.
-80-
Las mujeres encaran entonces la defensa lanzando una verdadera lluvia de
piedras sobre los representantes del orden quienes arrecian con sus
granadas de gases. Es aquí cuando sucede un hecho curioso. Hace alrededor
de una hora ya que fue desmantelada la bóveda de uno de los absidiolos
creándose una corriente de aire tan pronunciada, que impide que los gases
suban, empujándolos hacia quienes hace nada más unos segundos, los han
disparado.
A raíz de ello se ordena el repliegue de las fuerzas policiales, las que
se retiran del lugar huyendo del efecto de sus propios gases.
PARTIDA DE CARRETAS Y RELEVO
HORA 10.45: La segunda salida de carretas, cargadas hasta el tope de
ladrillos, se realiza esta segunda vez tal como fue en la primera.
Adolescentes, a veces niños y niñas, las manejan gritando a los bueyes tal
como lo hacen los mayores.
Aunque aparentemente hay una gran confusión, las carretas cargadas se
retiran en orden al tiempo que llegan y ocupan sus lugares las vacías. La
falsa apreciación se debe a los gritos que se cruzan por todas partes y al
ruido que hacen los vehículos, pero ninguno molesta al otro.
Además, por casi tres cuartos de hora, los gases permanecen en el callejón
que hay entre la vieja iglesia y la construcción de la nueva basílica.
Ello hace que en todo este tiempo no se acerque nadie, a no ser el
sacristán que cruza dos veces por el lugar, con paso rápido y sin
detenerse en ningún momento.
SE SOLICITA AYUDA
HORA: 11.00: El comisario, ante la imposibilidad de detener la demolición
del templo, decide, previa consulta con el obispo, solicitar ayuda a las
poblaciones vecinas.
HORA 11.30: De manera imperceptible comienza a acudir al sitio gente del
pueblo, llevando de manera disimulada, y ocultos bajo servilletas de
lienzo blanco, platos de comida. A juzgar por las reacciones, pocos son
los que se conocen entre los que trabajan en la demolición del templo
-81- y quienes acuden con el almuerzo. Pronto el lugar se llena de
olores que se repiten con frecuencia: a grasa, a carne cocida, a maíz
preparado de diferentes maneras, a mandioca hervida, a locro caliente.
Por encima de los muros siguen descendiendo los canastos atados a una
soga, cargados de ladrillos. Abajo son recibidos por niños y adolescentes
y luego los cargan en los carros. Pero esta vez los canastos no regresan
vacíos, los suben lentamente con los platos llenos de comida. Y desde
arriba alguien grita: «Gracias señora». Y enseguida la respuesta: «De nada
m'hijo, Dios le bendiga m'hijo, que la Virgen se lo pague».
HORA 11.45: Los refuerzos provenientes de los pueblos vecinos comienzan a
llegar y se van reuniendo en el patio y frente a la comisaría. Consisten
especialmente en hombres de a pie, de a caballo. Otros llegan en camiones
y traen largas escaleras.
HORA 12.10: Los primeros grupos comienzan a dirigirse al lugar de los
hechos, en el orden y la forma que son indicados por el comisario de
Ka'ané. Hay un total de ciento ochenta y dos hombres, divididos en siete
grupos desiguales, cuyo número es el recomendado por las necesidades de
una estrategia.
A última hora se suman además cuatro presos acusados de abigeato, quienes
manifiestan su interés en aunar esfuerzos para rechazar a los depredadores
del templo, a cambio de su libertad, propuesta que es aceptada teniendo en
cuenta la gravedad de los hechos.
PRIMER ASALTO
HORA 12.30: Lo que queda de la basílica en construcción -ahora en avanzado
estado de demolición- es rodeado por los hombres que comanda el comisario.
Van armados y cada uno busca un sitio donde ubicarse, defendiendo el
cuerpo atrás de algún parapeto, sea el tronco de un árbol, una columna de
la vieja iglesia, un muro bajo, un montón de ladrillos, etcétera.
Los que llevan escaleras buscan apoyarlas en los andamios para subirse a
ellos, pero casi ninguna es lo suficientemente -82- larga para llegar
al andamio más bajo. Y las pocas que llegan resultan ineficaces porque son
empujadas con un palo, haciendo caer de espaldas a quienes intentan subir.
Por último esta idea es abandonada.
El comisario recorre el sitio verificando la posición de sus hombres,
dando indicaciones a unos y otros para lograr mayor efectividad. Y
visiblemente irritado regresa al hueco central de la obra y grita:
«Abandonen el sitio». Y el eco se rompe enseguida pues ya fueron deshechas
casi todas las bóvedas y se escapan los sonidos por todos los agujeros al
igual que los gases lacrimógenos hace un momento.
No hay respuesta. El trabajo se detiene y la gente, desde los andamios,
mira a su alrededor. Están ellos rodeados por fusiles que les apuntan y
buscan proteger a sus mujeres y sus hijos en los sitios más seguros. El
resto acumula piedras y espera.
Ordena entonces el comisario que el lugar sea despejado, alejando de la
zona a toda la gente del pueblo que está allí con sus ollas, fuentes,
cacerolas, platos vacíos. Los carros no pueden ser apartados. Las personas
se dispersan dando gritos de protesta y desacuerdo por la medida que
consideran injusta. Así, hasta alcanzar la acera opuesta y que circunda la
plazoleta donde se levantan iglesia y basílica.
Los periodistas ocupamos los balcones de algunas casas vecinas, tocándole
la suerte a quien escribe estas líneas, de contemplar los hechos desde la
propia casa del obispo, si bien éste permanece encerrado en su estudio,
esperando encontrar la mejor salida para la situación planteada.
El comisario busca un nuevo camino de conversación, pidiendo que baje un
emisario con quien dialogar. Pero también esta vez fracasa en su intento
de lograr un acuerdo satisfactorio para las dos partes.
Se ubica enseguida atrás del tronco de una palmera al tiempo que grita:
«Si no es por las buenas, entonces por las malas». Desenfunda el revólver
y hace algunos disparos, muy abajo del nivel en que se encuentra la gente,
según se ve saltar el ladrillo, el polvo fino blanco y naranja, en varias
partes, el ruido en muchas, repetido por el eco que esta vez no tiene
sílabas que deformar.
-83-
En las pasarelas de los andamios la gente corre de un lado a otro, hay
gritos de mujeres y los niños lloran. Algunos hombres dan órdenes y muchas
indicaciones e inmediatamente después miles de manos lanzan piedras,
cascotes contra las cabezas que se atreven a sobresalir por encima de los
improvisados parapetos.
SE ORDENA EL ATAQUE
HORA 12.50: Después de un silencio de diez minutos aproximadamente se
inician los primeros disparos. En ningún momento se abrió fuego graneado
como se pretendió hacer creer después. Los disparos se hacen en forma
aislada, si bien el estruendo parece ser mayor porque el eco repite no
sólo la explosión sino también el silbido de las balas en su recorrido.
HORA 13.00: El tiroteo se cobra su primera víctima, Antolín Caballero,
casado, 27 años, tres hijos, domiciliado en la compañía de Jaguakuá. Es
alcanzado por una bala de fusil en pleno rostro, produciéndose su muerte
inmediata, según lo atestiguará más tarde el médico forense y no por culpa
del golpe sufrido al caer al suelo desde gran altura.
HORA 13.05: Después del estupor sufrido a raíz de esta primera muerte, la
gente reacciona apedreando con violencia a las fuerzas del orden y de
donde resultan heridos dos hombres venidos del vecino pueblo de Palmasola.

HORA 13.15: Cuando se reanuda el tiroteo, éste tiene mayor intensidad que
antes, mientras que la gente apostada en las aceras de la plazoleta y que
hasta ahora había contemplado la escena en forma más o menos pacífica,
rompe en gritos insultando a quienes empuñan sus armas contra los
demoledores del templo.
En la primera carga resultan dos muertos más. El segundo cae sobre una
pasarela de los andamios y el tercero se precipita al vacío, pero por el
lado de afuera de la construcción. También se registran varios heridos en
ambas partes, sin que pueda establecerse una relación precisa de los
hechos, ya que la confusión es inmensa.
El estrépito de los disparos se mezcla con el eco de sus propios ruidos,
además de los gritos y llantos de las -84- mujeres y los insultos de
los hombres que permanecen arriba.
SOLICITAN MEDIACIÓN DEL OBISPO
HORA 13.30: Una delegación de personas del pueblo llega hasta la casa del
obispo y le pide que interceda entre los contendientes, ya que el
enfrentamiento puede terminar en una deplorable catástrofe.
HORA 13.40: El obispo sale a la plazoleta y procura llegar hasta el sitio
en que se ha entablado la lucha que sigue en forma encarnizada. Intenta
hacer escuchar su voz, pero el estruendo de los disparos por un lado y los
gritos por otro, la apagan por completo. Además, el radio de acción de las
piedras que caen por todas partes es tan grande que no puede acercarse
demasiado.
HORA 14.00: Una motobomba del cuerpo de bomberos logra acercarse a duras
penas al lugar y busca desbaratar la resistencia de los demoledores del
templo apuntando un chorro de agua de gran potencia hacia lo alto de la
edificación. Pero sólo logra demoler un arco de mampostería que se
precipita sobre el vehículo, matando al chofer Floriano Centurión, a más
de inutilizar la motobomba a partir de la cual, roto el tanque, surge una
gran ola de agua que inunda las calles adyacentes.
LAS CAMPANAS AL VUELO
HORA 14.15: Al mismo tiempo que las puertas principales del templo se
abren, comienzan a repicar todas las campanas. Del interior de la iglesia
sale una procesión encabezada por seis monaguillos que llevan en sus manos
humeantes incensarios, hamacándolos al final de finas y largas cadenas,
más atrás dos sacristanes llevan una cruz y un estandarte con los colores
de la virgen del lugar. Éstos son escoltados por diez monaguillos vestidos
con sotanas moradas y albas blancas, cada uno de ellos con una vela
encendida, a pesar del sol que cae a plomo sobre el lugar y hace un calor
intenso. Todas las paredes blancas de los alrededores tienen un brillo
enceguecedor.
La procesión sigue saliendo del templo y se hace un gran silencio en toda
la plaza donde sólo se escucha el repicar -85- de las campanas
mientras las palomas que viven en las dos torres y en los aleros de la
iglesia, asustadas por este alboroto a destiempo, tan lejana aún la fiesta
patronal del lugar, vuelan sin posarse un instante en ninguna parte.
Después de los monaguillos con las velas sale el obispo vistiendo los
ornamentos de los oficios solemnes con la gran cruz pectoral de oro y
piedras, colgada de una gruesa cadena, el anillo obispal de piedra negra,
mitra bordada con hilos de oro, en las manos la custodia con su ventanita
redonda de cristal biselado y la mancha blanca de la hostia cuyo borde se
repite varias veces y según le dé la luz tiene una aureola irisada.
Le sigue su secretario, también vestido con los ornamentos de las grandes
ceremonias y le lleva el báculo, con mayor profusión de oro, dibujos
hechos en plata antigua y cristales de colores que imitan piedras
preciosas. Atrás van otros seis monaguillos cada cual con su incensario
humeante, hamacados casi todos al mismo tiempo, tintineando las cadenitas.

Tres hombres de pueblo, vestidos con camisa y pantalones blancos


descalzos, preceden la imagen de Santa Librada. En una mano llevan una
vela encendida, en la otra un extremo de las cintas que se desprenden de
la santa.
Ocupa casi toda la ancha puerta de la iglesia la enorme cruz de madera
negra. Cada uno de sus tres extremos superiores termina en un dibujo que
se asemeja a una concha vista por el lado de adentro, pintadas las estrías
en dorado y los canales en rosa pálido. Clavada en la cruz va la imagen de
la santa, tallada en madera, su rostro hierático no trasunta ninguna
emoción, las manos están abiertas, los dedos juntos, el clavo negro
atravesándole las palmas, la mirada fija a lo lejos. Los ojos muy
abiertos, muy redondos, tienen pestañas rígidas, pintadas con un solo
trazo negro, recto, largo y los pómulos resaltan con un rubor muy marcado,
en un círculo rosado que apenas se esfuma en los bordes. La imagen está
vestida con telas reales, una blusa de raso violeta que se ajusta a la
cintura de donde parte una falda larga, de terciopelo negro que termina en
un fleco de hilos dorados y no llegan a cubrir los pies, uno al lado del
otro, cada uno de ellos atravesado por un clavo de cabeza grande, negra,
piramidal.
-86-
EL HIMNO DE SANTA LIBRADA
Le sigue gente del pueblo, mujeres con mantos, hombres vestidos de blanco,
muchas velas encendidas por todas partes, cantando todos juntos el himno
reservado para la fiesta patronal: «Santa Librada, líbrame del mal / que
seamos libres en nuestra libertad / Santa Librada, si somos hermanos / haz
que nosotros vivamos en paz».
Del grupo sube una nube de humo, que de ningún modo es densa y según le dé
el sol se vuelve blanca, algodonosa o trasparente. Un fuerte olor a
incienso llena todos los lugares al mismo momento que cesan los gritos,
los disparos de armas de fuego y las pedradas.
De un lado y de otro van saliendo los hombres de sus escondites, van
dejando sus parapetos, las mujeres se arrodillan y los hombres si pueden
lo hacen o bien permanecen de pie en una actitud altiva y respetuosa.
Monseñor Salsa levanta la custodia que brilla al sol y destellan los
cristales de colores cuando traza con ella cruces en el aire y va dando la
bendición con tono grave y solemne: «Yo te bendigo en el nombre del Padre,
y del Hijo y del Espíritu Santo...». Y atrás los sacristanes, los
monaguillos, los sacerdotes acompañantes, los portaestandartes a coro,
como una sola voz de tono nasal y carente de individualidad, responden
«amén».
La procesión circunvala el templo viejo, la construcción de la nueva
basílica y se detiene luego en el espacio que hay entre ambas. Las
campanas se detienen y hay un gran silencio en los alrededores.
ORACIÓN COLECTIVA
HORA 14.50: Monseñor Salsa coloca la custodia en una pequeña mesa que le
han traído dos monaguillos y con un gesto característico en él, abre los
brazos y junta luego las manos, las palmas abiertas, los dedos juntos y
extendidos, sobre el pecho, un poco por abajo de la barbilla al tiempo que
dice: «Oremos porque el amor una a los hermanos (aún queda un poco de eco
que llega a repetir hasta dos veces y tres, las frases, para apagarse
luego) y roguemos a Dios que no permita que el odio nos separe. Oremos
todos juntos, y al final, que cada cual vuelva a su hogar con la
conciencia limpia, tranquila, sin rencores de ninguna clase, -87- pero
sin olvidar los hechos que han tenido consecuencias tan graves y
crueles...».
Monseñor Salsa murmura una oración entre labios, difícil de ser entendida
en toda su extensión, sólo de vez en cuando alguna que otra palabra
suelta. Y al terminar se escucha de nuevo el impersonal: «Amén». El
comisario da órdenes a sus hombres que vuelvan a formar en fila doble y
comienzan a salir todos por la izquierda de la escena.
Mientras tanto han acudido dos ambulancias y los camilleros recogen a los
heridos y cubren a los muertos con una sábana blanca. Los demoledores del
templo, que siguen ocupando el alto de los andamios, ya no tan altos
ahora, descienden a sus muertos y heridos pasándoles una piola por abajo
de los brazos. Nadie llora, sólo de tanto en tanto algún quejido, alguien
que se sostiene la herida con la mano para ayudar a coagular la sangre.
SE RETIRAN LOS MUERTOS Y HERIDOS
HORA 15.10: Las ambulancias se retiran llevándose a los últimos heridos.
Las fuerzas del orden han tenido una sola baja: el chofer del camión
bombero que sigue aplastado bajo el peso de la mampostería. Los otros
cuatro cadáveres están alineados en el corredor de la vieja iglesia y han
sido cubiertos con sábanas blancas. Nadie los vela.
HORA 15.20: Después de un largo silencio roto sólo de tanto en tanto por
un quejido, se reanudan los trabajos en lo alto del edificio y Monseñor
Salsa desaparece por segunda vez bajo la gruesa capa de polvo blanco que
cae por el hueco central.
El humo de los incensarios se mezcla con esa nube y adquiere su densidad
propia, acentuando la niebla que separa a la procesión, ahora inmóvil y
silenciosa, y a los trabajadores más activos y ruidosos que nunca. Se dan
instrucciones en voz alta. Otros testigos señalan que no es otra cosa que
un grito necesario para dar ritmo al trabajo y no molestarse así los unos
a los otros.
HORA 15.25: Monseñor Salsa ordena a la procesión retirarse del lugar, en
el mismo orden y manteniendo la serenidad. Se dirigen entonces todos a la
tarima de cemento que se ha construido en la plaza, en la parte posterior
de la vieja -88- iglesia y donde se instala el altar el día de la
fiesta patronal.
Se ubica allí la imagen de Santa Librada como un hecho excepcional que no
se repite desde el año 38 cuando la gran sequía. Alrededor de su cintura
se ha puesto ahora una estola negra como las que usan los sacerdotes para
celebrar el oficio de difuntos. O como las que se ponen en las cruces de
los cementerios.
Monseñor Salsa ordena que se ubiquen los cadáveres en la parte
inmediatamente anterior a este altar, cubiertos con sábanas blancas que
fueron traídas por gente de los alrededores.
Se coloca la custodia en un sitio privilegiado, se encienden velas en
todas partes y hasta hay quien ha traído floreros con flores para adornar
el altar cubierto por un mantel blanco. Monseñor Salsa se vuelve entonces
hacia los presentes y con voz dramática pide que todos juntos recen por
los muertos, por los vivos, por los heridos, por los pecadores, por los
culpables, por los inocentes, por la paz, para que se olviden los rencores
y para que en definitiva se pueda ver con claridad los deseos de Dios y
dejar que ellos se cumplan. Así sea.
EL OBISPO DIRIGE LAS ORACIONES
HORA 20.00: Durante toda la tarde siguen los trabajos de demolición a
ritmo acelerado. Un trabajo de coordinación perfecta. Las carretas entran
con exactitud cada hora y media, a ocupar el lugar de las que salen
cargadas de ladrillos, sin molestarse las unas a las otras. Las carretas
vacías son llenadas a su vez y reemplazadas al cabo del tiempo ya
mencionado más arriba.
En forma simultánea se ha establecido un sistema de colaboración entre
gente del pueblo y los trabajadores haciéndoles llegar a estos agua fresca
y alimentos a través de los canastos que bajan llenos de ladrillos y en
lugar de subir vacíos van con cántaros, cacerolas con mandiocas, maíz,
locro, carne asada, etcétera.
En el altar al aire libre siguen encendidas las velas, y Monseñor Salsa
dirige los rezos. Cuando se siente vencido por la fatiga es sustituido por
su secretario o por otros sacerdotes. A veces se canta para que no
decaigan los ánimos -89- y para mantener despiertos a los fieles,
muchos de los cuales se han tendido sobre el césped, usando el antebrazo
como almohada y duermen.
Como ya ha oscurecido, en la demolición se encendieron faroles a gas. La
intensa luz blanca provoca contrastes muy marcados dejando ver
principalmente perfiles, los perfiles de quienes trabajan y de la línea
del templo, de lo que queda del templo y que va bajando rápidamente. Sólo
de tanto en tanto se nota alguna expresión, se ve una cara, un gesto.
El calor de la tarde cede al comenzar a soplar un aire fresco y hacia la
medianoche cae un ligero rocío como suele suceder en esta región, aun en
los días de mayor rigor del verano.
SE ABREN LAS PUERTAS DEL TEMPLO
HORA 5.25: Al clarear el día no queda ya nada del templo. La plaza que
rodea la vieja iglesia parece haberse ensanchado y hay mayor espacio. Tal
vez esto colabore a que todos sientan un ligero alivio y las tensiones
comienzan a ceder ante el cansancio y el sueño.
Las puertas y ventanas de la iglesia son abiertas y la gente que está en
ella siente entrar una corriente de aire fresco que por poco no apaga las
velas escalonadas en el sitio donde se hacen las ofrendas. La gente más
vieja señala que desde hace unos veinte años no sopla un aire tan fresco y
suave adentro del templo que se caracterizó en los últimos tiempos por ser
muy caluroso. Y se toma este dato como un signo de aprobación de Dios.
Las carretas comienzan a ponerse en movimiento. Ya no hay relevo porque
todos los ladrillos y hasta las piedras de los cimientos han sido llevados
en tantas idas y venidas.
Los cadáveres son colocados en otras carretas y a su lado suben sus
parientes más cercanos. Se escuchan entonces los primeros gritos
desgarradores. Las viudas se cubren con mantos negros, los hijos golpean
las maderas con los puños cerrados y las hijas se desmayan en medio de
lastimeros llantos.
Tal como llegaron, las carretas salen del pueblo, levantando una enorme
nube de polvo, mientras los ejes y las -90- ruedas con llantas de
hierro crujen y rechinan bajo el enorme peso que cada una de ellas lleva.
Los nombres de los toros se gritan con voz ronca y se entremezclan con los
gritos de quienes tienen un muerto en la familia. Alguna que otra vez se
registra un desmayo, real o fingido, tal es la forma de exteriorizar el
dolor y son las costumbres que se observan en el lugar.
HORA 6.05: Al desaparecer la última carreta, la plazoleta queda vacía, en
un silencio que ahora parece extraño. En todas las caras hay un cansancio
muy marcado, de manera especial en la gente de prensa, fotógrafos y
periodistas que debimos mantenernos al tanto de los hechos y comunicar
constantemente a nuestros periódicos por teléfono, cada uno de los
detalles de este acontecimiento.
REGRESA LA PROCESIÓN
HORA 6.15: Es en medio de este gran silencio que Monseñor Salsa dispone
que se regrese a la iglesia. El orden es aproximadamente el mismo con que
se inició la procesión: los monaguillos con los incensarios, los
sacristanes, el obispo con la custodia, la imagen de Santa Librada y el
pueblo que acudió a las oraciones. Pero se ha perdido toda solemnidad.
Los monaguillos sostienen los incensarios a un lado, el fuego apagado, no
esparcen ya el humo perfumado, las cintas no son sostenidas por los
acompañantes y las banderas y estandartes se han arrollado al mástil y
cargado sobre un hombro. En todos los rostros se nota la larga noche
pasada en vigilia, hay grandes ojeras violáceas y los más pequeños no se
preocupan por ocultar o contener sus grandes bostezos.
La única cara que no ha sufrido trasformación es la de Santa Librada, en
lo alto de la cruz sigue con los ojos fijos a lo lejos. Nada la inmuta, ni
siquiera la tierra removida donde hasta ayer se levantaba la cabecera del
futuro nuevo templo hoy inexistente.
FINAL DEL OFICIO RELIGIOSO
Monseñor Salsa mantiene erguida con mucho esfuerzo la custodia, y sus
ornamentos bordados en hilos de oro no -91- son suficientes ya para
darle su aire de solemnidad, su gesto ampuloso, su pose enfática. Sobre
todo ese oro ha caído el polvo restándole brillo, restándole destellos a
los cristales de colores, opacando los dibujos, los bordados que crean al
bajorrelieve hojas de parra, racimos de uvas y en el centro de la casulla
un cordero a medio tenderse -o a punto de levantarse- llevando atrás un
estandarte con la inscripción latina «Agnus Dei».
Los zapatos negros de charol han caminado tanto por la tierra, que ahora
están blanquecinos y los calcetines violeta sucios, manchados en partes
por haber su dueño matado los mosquitos toda la noche, dejando con cada
golpe de mano una gota de sangre.
HORA 6.25: Luego de haber rezado apresuradamente algunas oraciones,
Monseñor Salsa da su bendición: «Benedicat Vos omnipotens Deus, Pater et
Filius et Spiritus Sanctus». Y el pueblo: «Amén». «Dominus vobiscum...» y
sólo algunas voces: «Et cum spiritu tuo». Monseñor Salsa declaró luego a
este cronista que a pesar de las disposiciones vigentes, mantiene el latín
para ciertas ocasiones muy solemnes. Y respecto al templo demolido dijo
que él no puede tomar las decisiones por sí solo. El tema será discutido
en la comisión formada para recaudar los fondos necesarios para su
construcción. Pero de acuerdo a comentarios hechos por la noche, piensa
que el mismo no volverá a levantarse.
LISTA DE LAS VÍCTIMAS
Los muertos en el choque armado que se produjo entre las fuerzas del orden
y los demoledores del templo son los siguientes, de acuerdo a una lista
dada a conocer oficialmente en la comisaría del lugar:
Floriano Centurión (28, soltero, chofer), Otilio Rolón (35, casado, cinco
hijos, agricultor), Amadeo Ortiz (18, soltero, jornalero), Lorenza
Chamorro (21, casada, cuatro hijos, quehaceres domésticos) y Antolín
Caballero (27, casado, tres hijos, olero).
La lista oficial de heridos da a conocer los siguientes nombres: Eliodoro
Hermosilla (48, casado, siete hijos, agricultor), Fermina Estigarribia
(19, casada, dos hijos, quehaceres domésticos), Perseverancia Ramos (16,
casada, un hijo, -92- quehaceres domésticos), Ascario Melgarejo (29,
soltero, tres hijos, albañil), Terencio Alvarenga (38, casado, cinco
hijos, alfarero), Simplicio Ortigoza (41, casado, cinco hijos, jornalero),
Secundino Maldonado (25, casado, tres hijos, hojalatero), Eleuterio
Recalde (19, casado, un hijo, sin profesión), Circuncisión Narváez (32,
soltera, cuatro hijos, lavandera), Paciano Hermosilla (27, casado, cinco
hijos, tropero) y Victorio Escalante (45, soltero, siete hijos,
agricultor).
SE ABANDONA LA IDEA
La Comisión Pro-Basílica de Santa Librada de la ciudad de Ka'ané dio a
conocer un comunicado en el que se ofrece una información global de los
trágicos acontecimientos ya reseñados.
El documento afirma que se abandona la idea de seguir adelante con la
construcción de dicha basílica y al perder su finalidad principal esta
comisión será disuelta, pues ya no existe el objeto de su interés. Ella
sólo quedará constituida a los efectos de llevar adelante una demanda
contra el autor del cuento y sus cómplices, acusados de engañar a la
población con malas artes y por ser los autores morales de los
acontecimientos aquí narrados.
Trascendió también que todos los trámites de la demanda y el proceso
permanecerán en riguroso secreto por temor a que la publicación de cada
uno de estos detalles ocasione un lamentable equívoco, produciendo la
demolición de cualquier otra basílica similar ya iniciada.
Asunción, noviembre de 1977

-93-

Recopilación de datos
-[94]- -95-
No hay nadie, como todos los domingos, en las calles estrechas que rodean
a la iglesia, aun cuando son exactamente las nueve y diez de la mañana. Y
el tiempo es primaveral a pesar de ser invierno, como sucede habitualmente
al comenzar el mes de julio. El cielo está despejado y sopla un viento
fresco moderado que se vuelve casi imperceptible caminando por el lado
soleado de la calle. Aquí la temperatura es agradable gracias a un cielo
límpido, intensamente azul.
El aire es tan diáfano que por ello mismo se lo siente con mayor
intensidad, si bien la vista, por momentos, cuando las perspectivas lo
permiten, puede extenderse casi de manera indefinida, sin que nada
enturbie la visión. Sólo tres personas rompen este equilibrio de los
elementos, y que parecen respetarlo, porque guardan una curiosa simetría.
Son tres, desde la calle hacia el interior de la acera: un muchacho joven,
una mujer ya madura y un hombre cuyas características coinciden con las
del joven, pero con mucha más edad.
El primero de ellos no es muy alto, con el pelo enrulado, color bronce
oscuro, de hombros anchos, contextura delgada, flexible y armónico en
todos sus movimientos, como si el aire no se moviera a su alrededor al
caminar. Viste camisa celeste, de cuello desabrochado, saco azul abierto a
causa de las manos metidas en los bolsillos de su pantalón gris.
La mujer, ya madura, es su madre, es sumamente delgada, fibrosa, pelo
corto y claro, viste un vestido azul oscuro y no lleva joyas, excepto una
delgada cadena de oro al cuello y unos brillantes muy pequeños
perforándole los lóbulos de las orejas. Todo en ella indica una extrema
austeridad y sus gestos parecen estar severamente controlados.
El hombre de edad, padre del muchacho, en cierta manera posee las mismas
características de su hijo. Sólo que tiene ya el pelo entrecano y su
contextura atlética se rompe -96- en esa cintura que comienza a
desbordar y en sus ademanes que no poseen ya la flexibilidad ni la
libertad de aquel.
-Independientemente de las intenciones que haya tenido -dice la mujer-
sigo pensando que ése no era tema para el sermón de la misa de las ocho y
media. A esa hora van muchos niños y no tienen edad para estar escuchando
hablar de ciertos temas. No hay por qué abrirles los ojos antes de tiempo.
Ya tendrán momento de sobra para enfrentarse con hechos así de
desagradables.
-Sin embargo -dice el marido- el mismo caso estuvo saliendo en los
diarios, se hicieron comentarios en las radios y hasta hubo una nota de
exteriores en la televisión.
Este domingo, dijo en verdad el cura, no tomaremos ninguna parábola del
Evangelio ni de la Biblia, porque la parábola, durante toda esta semana,
nos ha sido dada por la prensa. O mejor aún, por la vida misma. Hay fieles
que están descontentos porque algunos periódicos han traído fotografías
que resultaron demasiado impresionantes para algunos espíritus en extremo
sensibles. Pero no miremos los hechos con los ojos sensacionalistas de la
prensa amarilla, cuyo recorte he traído precisamente aquí, sino juzguemos
el verdadero significado, en profundidad, de los sucesos. Y contemplemos,
sin puritanismo, estas fotografías que serían capaces de aterrorizar a
cualquiera al igual que nos aterrorizaría una visión del infierno.
¿Estaba esta mujer en gracia de Dios cuando la sorprendió tan horrible
muerte? ¿Estaba preparada para enfrentarse a la justicia divina? ¿Y
estamos todos preparados para enfrentar la misma situación? ¿Acaso sabemos
cuándo puede surgir la mano asesina que abata nuestra vida?
-De todas maneras -insiste la mujer- haya salido donde sea, sigo pensando
que es impropio tratar esos temas en un sermón de la iglesia.
Ella no sabe nada. Yo tampoco sé nada porque no quise mirar las
fotografías. Pero dicen que estaba irreconocible, tal fue el ensañamiento
con que la mataron. Y más aún después de los días de descomposición que
tuvo el cadáver, porque nadie se dio cuenta. ¿Cómo no se preocuparon sus
amigas? Hizo falta que el vecindario, molesto por el olor, alertara a un
patrullero policial que pasaba por el lugar, -97- después de tres
días, y tuvieron que romper la puerta para encontrarla allí, horriblemente
descuartizada.

-Sucede -dice el hombre que parece más bien parco en el hablar- que este
cura es un tanto impresionable, y como le gusta leer novelas policiales,
noticias así le conmueven. Y no pasa de ser un hecho común, totalmente
cotidiano, en los bajos fondos.
Él no sabe nada. Yo tampoco. A pesar de que he vuelto ya tantas veces
sobre el tema, procurando convencerme en todos estos días que las cosas
son ciertas, aun sin poder explicarlas, porque estuve con ella hasta un
momento antes y hablamos en voz baja aunque no está la criatura, quizá por
costumbre, quizá por la hora. Me voy, es tarde, y ella me mira con los
ojos entreabiertos, chau, tené cuidado, mirá que es tarde, me voy, y se
vuelve y me parece que sigue durmiendo mientras me visto. Salgo
silenciosamente para no despertarla y cierro la puerta igual que siempre,
buscando no hacer ruido aunque compruebo que ha caído la tranca al otro
lado.
En la calle sopla un viento norte fuerte, últimos vestigios del veranillo
de San Juan. Y a esa hora el aire es ligeramente frío, pero ni siquiera
llega a ser molesto, como resulta en verano, o al comienzo de aquel
verano, por la noche, que nos entregaron nuestros diplomas de bachilleres
en el colegio y salimos a festejarlo todos juntos. Porque la tensión de
los exámenes y la fiesta de la noche montada con tanta solemnidad me había
dejado deshecho, casi sin fuerzas para pensar en nada, para hacer planes,
sino simplemente para comenzar mis vacaciones.
La tuve que haber visto por primera vez en esa misma calle, donde estaba
con sus amigas. Y toma maquinalmente el tranvía, siempre vacío a estas
horas, sus luces son muy fuertes y me lastiman la vista después de haber
estado durmiendo en la penumbra de su dormitorio, es cuando no quiero
dejarla. Y la dejé sola esa noche, porque ni siquiera estaba la criatura,
por eso fui a buscarla a esa misma calle, hace tan pocas noches, la noche
en que sucedió todo, según dijo la policía que fue avisada por el
vecindario molesto por el olor. Tiene que haber sido mientras yo me dormía
en el tranvía, y el tranvía se desplaza dando barquinazos y golpes bruscos
en todos los puntos donde se unen los rieles. La -98- policía se
presentó en el lugar y tuvo que romper la puerta lo que no le habrá
costado mucho trabajo porque estaba muy vieja la madera y la encontraron
así como lo describe el informe que publicaron los diarios.
-Los diarios de hoy -dice la mujer- avisan que van a cambiar los
reglamentos para estacionar los coches en las calles del centro. Parece
que por fin van a comenzar a hacer algo para ordenar el tráfico. Pero
también tendrían que hacer algo para evitar que se roben los vehículos, o
que te rompan la antena o se roben los accesorios. Algo muy fácil de
prevenir, nada más que con poner un sistema de vigilancia adecuada.
Toma de exteriores. Imagen de un cuidador de automóviles. (Comentario en
off): Antolín Giménez, sesenta y tres años de edad, aproximadamente, de
estado civil viudo, domicilio incierto, ex-combatiente y de profesión
cuidador de automóviles. Sirve en la zona desde hace cinco años y afirma
haber conocido a la víctima desde tiempo atrás, sin que pueda precisar
exactamente desde cuándo.
Plano del animador: Dígame don Antolín, ¿desde hace cuánto tiempo sirve en
esta zona?
Plano del cuidador: Bueno... yo en verdad, estoy aquí en esta zona...
digo, trabajo en este lugar que es mi zona porque en nuestra agremiación
tenemos zonas para cada uno y según me dijeron yo debía estar aquí o sea
que le calculo que estoy desde hace unos cinco años más o menos que
trabajo en este lugar aunque siempre se discutió ese problema de la
rotación pues hay sitios, o calles, donde se gana mejor y en otros peor
por lo que muchos propusimos el tema de la rotación para que todos
tengamos la oportunidad de poder ganar mejor o por lo menos ganar igual al
tener iguales oportunidades lo que no se debe tomar como una crítica
destructiva sino simplemente como un comentario constructivo al mismo
tiempo que agradecemos a las autoridades que nos permiten trabajar
honradamente ya que nunca nos molestan y nos permiten movernos con entera
libertad de modo que podamos ganarnos nuestro sustento porque aunque somos
viejos no tenemos por qué ser carga para nadie y así lo comprenden las
autoridades policiales que nunca nos molestaron hasta el día de hoy que me
llevaron para preguntarme sobre una de las -99- chicas que venía aquí
por las noches y parece que la mataron esta mañana o no sé bien cuándo
pero debe hacer ya algunos días porque me parece que no la estuve viendo
en las últimas noches desde que vino ese su amigo a buscarla y se fueron
juntos.
Casi un año duraron tales relaciones y no puedo hacerme a la idea que ya
no seguirán más. Su madre acaba de decirle algo porque le mira y conserva
aún el gesto de haber terminado la frase y espera un comentario de algo
que no ha escuchado y se encoge de hombros diciendo no, me parece que no.
Porque en verdad no la quise, es decir, quererla en el sentido normal que
suele darle la gente al término. No, definitivamente no la quise en todo
ese año que mantuvimos una relación fuera de lo normal, ajena a todo
aquello que pudiera ser considerado natural, más bien cerca de la locura
que vivía esperando la hora en que podía llegar a su casa y acostarme a su
lado y estar con ella conociendo entonces otro tipo de locura. Y no, de
nuevo no he escuchado qué me ha dicho mamá, que se queda mirándole como la
vez anterior. Esta vez también le mira su padre aguardando, evidentemente,
una respuesta y extrañados los dos ante su silencio. Se encoge otra vez de
hombros y hace un gesto negativo con la cabeza queriendo aparentar
naturalidad. Aunque nunca fue natural nada, pues nadie debe haberse
entregado nunca a nadie con tanta energía y vitalidad. Así eran nuestros
encuentros en que rompíamos con el mundo exterior, hasta que muy tarde en
la noche, o temprano en la madrugada -muchas veces tomaba el último
tranvía, otras el primero del alba- volvía a casa, arriesgándome por haber
salido sin permiso y entraba a escondidas porque los viejos, tal como
piensan y actúan, con todas sus ideas religiosas, nunca habrían aprobado
mi conducta.
-Es evidente -dice el hombre- que no podemos permitirlo y deberíamos
protestar a la televisión por la entrevista que le hicieron al cuidador de
automóviles. Parece mentira que para un hecho como éste, y que debería
pasar desapercibido, hayan movilizado todo el equipo de exteriores. Y para
otras cosas, realmente importantes, ni siquiera se mueven. A lo mejor, ni
las mencionan.
-Entre esa entrevista en la televisión -dice la mujer- y las fotos que
vienen en el diario, donde se habla con -100- tanta desvergüenza sobre
la vida de esa mujerzuela, no sé cuál es más reprochable. Porque lo
impreso y las fotografías quedan. Lo otro pasa.
-Sí, pero las imágenes de la televisión siempre son más convincentes, aun
cuando duren menos.
Ellos no saben nada. Ni yo tampoco. Porque no me imagino quién pudo querer
matarla, pues en un año no vi a nadie extraño más que a un hermano suyo
que trabaja de chofer en un ómnibus y que la visitaba de vez en cuando. No
tenés por qué ponerte celoso, me dijo una vez, porque nadie me visita,
fuera de mis clientes. Y todo es a nivel profesional. El que quiera venir
y quedarse, tiene que pagar. Sólo vos venís gratis. ¿Y ese tipo no muy
alto y medio rubio, de hombros anchos que suele venir a buscarte? De él no
vamos a hablar. De él es precisamente de quien quiero hablar. No, de él
nada. Y de él nunca hablamos. Más tarde supe que fue ese hombre el que la
decidió a trabajar por su cuenta y salir a la calle, sin depender de
nadie. Pero viene muy poco, rarísimas veces, y si me busca, no puedo
negarme porque le debo mucho, es para ir a su casa, donde tiene piscina, y
agua fría y caliente en el baño. Pero el tipo, como yo, tampoco la quería.
Y en definitiva, no teníamos razones para matarla. Sin embargo, creo que
voy a extrañarla. Sobre todo en estas primeras noches.
Toma de exteriores. Imagen de animador y Antolín Giménez en la pantalla.
Animador: ¿Tiene usted alguna idea de quién podría haber tenido algún
motivo para matarla?
Antolín Giménez: No, y cómo voy a tener yo idea de quién puede tener
motivo para querer matarla. Si apenas la conocía. Y si lo hubiera sabido,
ya lo habría dicho a la policía. Además ella era muy buena con todos y
parecía que sus amigos también eran muy buenos con ella como un tipo no
muy alto, medio rubio y de hombros anchos que solía venir a buscarla.
Plano del animador que pregunta con tono inquisidor. Animador: Es sobre
esa chica que queremos que nos hable y nos cuente todo lo que sepa.
Plano de Antolín Giménez: Y bueno... y no sé qué les puedo contar.
-101-
Plano de animador: Bueno, díganos por ejemplo si era bonita, si era joven
y qué hacía.
Plano de Antolín Giménez: Ah... eso sí. Claro que puedo decirles que era
muy linda. Bueno... y lo que hacía, hacía. Me parece que usted pregunta
eso para hacerse el zonzo, nada más. Todo el mundo sabe lo que hacen las
chicas que vienen a pararse en esta esquina.
Plano de animador: Perfectamente comprendido don Antolín. Ahora siga
diciéndonos más, sobre todo si era atractiva.
Plano de Antolín Giménez: Y bueno... a mí me gustaba porque siempre estaba
bien vestida y era muy linda o sea igual a todas sus amigas que venían
siempre a pararse juntas en esta cuadra porque a lo mejor el gremio de
ellas también les marca una zona o una calle, o un lugar donde deben estar
trabajando y no sé si ellas habrán pedido también eso de la rotación que
depende si hay partes donde se gana más o menos ya que hay zonas que son
más concurridas que las otras porque hay que luchar más o menos, como
aprendí en mi compañía de zapadores, cabo Giménez Antolín, a sus órdenes.
-¿Y si no crees en nada de esto ni te arrepientes, por qué has venido a
confesarte?
-Porque tengo necesidad de contárselo a alguien. De desahogarme. Y no
puedo.
-Prosigue.
El sacerdote, al levantar los ojos y mirar a través de las rejillas del
confesionario ve que el sitio está vacío y la figura se recorta contra la
luz mortecina que entra por la puerta hasta que desaparece como quemado
por la claridad que entra desde la calle, que está llena de chicos que
salen del colegio haciendo un ruido que me resulta ensordecedor e
insoportable, hasta que me pierdo en mis pensamientos y me resultan
incomprensiblemente lejanos. Prefiero alejarme, no sé adonde ir, adonde no
tenga que estar entre la gente ni me recuerden las calles aquella en donde
las encontramos porque estaban todas juntas hablando, como si nos hubieran
esperado, aunque nosotros éramos más que ellas. A esa altura de la noche,
sin embargo, no éramos en verdad muchos, pues salimos del colegio todos
juntos y -102- al rato éramos considerablemente menos ya que nos
fuimos separando en pequeños grupos que fueron los mismos grupos que
tuvimos en el colegio a lo largo de los últimos años. Pero al parecer, la
diferencia entre ellas y nosotros no era problema muy grande. Se les
preguntó si tenían adónde ir y nos fuimos todos a la casa de ella diciendo
que era la que más se prestaba.
-No creo -dice el hombre- que la casa de campo de tu abuela la herede tu
sobrino, por más que así lo haya dispuesto la difunta en su testamento.
Tal como está redactado no tiene ninguna validez legal y puede ser
impugnado. Pienso, y te lo digo una vez más, que no me parece apropiado
que un muchacho, como es tu sobrino, disponga de una casa en el campo a su
libre antojo, porque está en una edad más que delicada. Y aunque no estés
de acuerdo, no te olvides de lo que dijo hoy el cura en su sermón, pues
habló en forma muy clara y directa como para que todos lo entendiéramos
sin peligro a interpretaciones erróneas.
El cura habló de las mujeres que se venden por dinero. Pero a mí nunca me
cobra nada ni jamás me pide nada ni quiere aceptar mi dinero a pesar que
vive mal. Eso es en realidad vivir mal. Pero a pesar de todo no vas a
convencerme a que acepte tu dinero. Ni ahora ni nunca. Porque alguna vez
tengo que hacerlo gratis por el simple motivo de que me gusta. Entonces le
traigo un regalo o bien cosas de comer y todo esto le gusta mucho como
cuando salimos los sábados por la noche. Por eso pienso que la voy a
extrañar aun cuando sería tonto pensar que la quise o que aún la quiero,
sino que simplemente nos divertimos mucho cuando venimos a comer algo en
el bar de la esquina, que no tiene nombre, frente al cine, donde hay
música y ella se encuentra con gente conocida y la saluda y yo también
saludo aunque no conozco a nadie hasta que termino creyendo que sí conozco
a todos y tomamos cerveza para alegrarnos de modo que podemos volver a su
casa cantando por las calles y aún hay tiempo como otras veces de quedarme
un rato en tu casa para estar a tu lado y me tengas apretado entre tus
brazos y entre tus piernas y sé que para vos soy muy joven, casi un
chiquilín, pero es todo lo que en verdad puedo darte en este momento, mi
sexo que es parte de mi cuerpo, que aún me queda tiempo para volver a casa
y bañarme y vestirme bien de modo a aparecer limpio y sin -103- el
menor vestigio de la noche anterior para ir con los viejos a misa y volver
caminando siempre por estas mismas calles al mismo paso y en el mismo
orden a contar desde la calle hacia el lado de adentro: yo, la vieja y el
viejo, hablando en tono impersonal, ella tomada del brazo de él, yo con
las manos cruzadas sobre las nalgas, no sé por qué dicen los escritores en
las espaldas, si son las nalgas a la misma altura que se posaban sus manos
cuando estábamos desnudos, abrazándonos debajo de la ducha sin pensar en
nadie más que en nosotros dos, como si el mundo de ella no existiera, como
si nunca tuviera yo que participar en este mi mundo lleno de ceremonias y
de ritos, como este lento caminar mientras pienso en la noche del sábado
que anoche no existió y hoy no tengo señales que ocultar, ni músculos que
desentumecer, entumecidos después de la noche que hoy me parece que nunca
ninguno de los dos vivió.
Pero volvamos a aquella noche. ¿Quién incitó al pecado a quién? Me lo
preguntó el cura del confesionario a quien intenté convertir en mi anónimo
confidente. ¿Qué diferencia puede haber entre la primera noche que hicimos
el amor y todas las otras? Si hacer el amor es pecado, mucho más pecamos
entonces en los meses que siguieron a ese encuentro, cuando lo hacíamos
con un ardor delirante, con un enardecimiento próximo a la locura y
nuestros orgasmos se producían en medio de un paroxismo imposible de
medir. Aquella primera vez, hasta creo que lo hicimos tímidamente.
Hablamos luego de mucho de esa primera vez que hasta hoy forma parte de
mis recuerdos confusos, porque fuimos a su casa y comenzamos una fiesta en
la que todos estábamos muy contentos y nos desvestíamos de manera muy
natural. No logro acordarme si formaba pareja contigo. Y sí, es seguro que
estábamos juntos. No logro acordarme de tu cara en medio de todos. Y yo me
fijé en vos desde el primer momento y tal vez me haya elegido sin que yo
me diera cuenta. ¿Por qué tendrías que haberme elegido? ¿Qué fueron las
cosas que le atrajeron? Y por más que lo hablamos y yo le preguntaba las
mismas cosas, siempre respondía, no sé... no sé. Hay algo en vos que
corresponde a algo que hay en mí. Quizá el trato. Qué sé yo, pero hubo
algo que se produjo mientras la llevaba hacia su dormitorio donde las
cosas aún se volvieron más confusas porque entraron todos y nos dijeron
que debíamos hacer el amor en público, -104- delante de ellos, no
podemos hacerlo. ¿Por qué no, tenés vergüenza? Y me sorprendo de la
naturalidad de su pregunta, porque le resulta indiferente que así lo
hagamos.
Me resisto porque no sé muy bien cómo es la cosa. No, no digo que ésta sea
la primera vez que estoy con una mujer. Sólo que no sé muy bien cómo es la
cosa. En el fondo tenía mucha vergüenza. Pero insistieron mucho. Me
estaban obligando y yo me resistía aunque inútilmente porque ellos eran
muchos más y las otras chicas estaban con ellos y pienso que todos estaban
con ellos menos yo y otro más, Javier, mi compañero de estudios, al que le
obligaron a callar y no me quedó otro camino que hacerlo.
¿Me podés creer que fue la primera vez que hice el amor? No... no en
público, sino la primera vez en mi vida, nunca antes ni en público ni en
privado. Pero lo hiciste muy bien porque todos aplaudieron y rieron hasta
el final. Yo no me acuerdo de nada ni escuchaba los ruidos. Sin embargo,
estaban allí a nuestro alrededor, yo tampoco los veía, sólo tu cabeza
perdida sobre mi hombro y tus espaldas anchas como si fuera la línea de un
horizonte más allá del cual estaba el cielo con sus manchas de humedad y
la luz amarillenta colgando en el medio. Y sentía los latidos de tu
corazón como si fuera a romper el pecho. En el orgasmo me abrazaste con
una fuerza que no me imaginaba en tus brazos delgados y todo tu cuerpo
tembló de tal manera que me es difícil olvidar porque pienso que nunca
nadie se me entregó de manera tan completa. ¿Y por eso fue que nunca
quisiste cobrarme nada? Ni en ese entonces ni nunca. Si querés podemos
repetirlo, pero no me gusta hablar de dinero ni de pagos. Nada.
Absolutamente nada. Nunca me cobró nada ni tampoco quiso hacerlo a pesar
de que vivía mal. Eso es en realidad vivir mal.
-Tan mal no debe vivir con lo que se le paga -dice la mujer-. Pero si es
necesario, pienso que deberíamos pagar un sacristán, mediante una colecta
hecha entre todos los fieles de la parroquia, para que por lo menos le
pase un plumero a los bancos de la iglesia. Hoy estaban llenos de polvo. Y
abajo había tanta tierra que era poco menos que imposible arrodillarse.
Durante la semana, los diarios se ocuparon más bien de detallar la forma
en que fue encontrado el cadáver, señalando -105- que la policía
realizó un encuentro macabro en una vivienda de los suburbios, cuando un
coche patrullero fue alertado por el vecindario sobre el fétido olor que
se desprendía de la vivienda en cuestión.
Según versiones recogidas en el lugar del hecho y que coinciden con los
términos del parte policial entregado a cronistas de este diario, las
autoridades policiales, después de llamar insistentemente a la puerta, y
teniendo conocimiento que allí vivía una mujer de mala vida, decidieron
derribar la puerta.
Fue cuando ante los ojos atónitos de los presentes apareció la macabra
escena recogida tan acertadamente por nuestro reportero gráfico.
El cadáver había sido atrozmente desfigurado con un instrumento cortante,
al punto que se hacía imposible reconocer a la mujer, hecho que se
agravaba por el estado de descomposición del mismo, ya al tercer día de su
deceso.
Las cosas estaban en su lugar, lo que indica que no hubo ningún tipo de
lucha y se sospecha que la víctima pudo haber sido sorprendida por uno de
sus clientes que tomó tal determinación de manera inexplicable. Si bien no
se descarta la posibilidad que se trate de una venganza entre gente de los
bajos fondos.
Dado que el hecho sucedió casi al cierre de nuestra edición, momento en el
cual aún se carecía de mucha información, ofrecemos a nuestros lectores,
en esta misma página, fotografías que describen fielmente algunos detalles
del hecho.
La encontraron al amanecer, dicen las noticias. Aun antes de salir el sol
y cuando el aire, ligeramente teñido de gris, está fresco y las calles
casi desiertas. Es exactamente la misma hora en que yo salgo de tu casa
medio dormido, medio despierto y alcanzo a tomar el primer tranvía, cuyo
ruido es siempre demasiado estrepitoso y sus luces demasiado blancas,
hasta que el cobrador las apaga y quedamos todos sumidos en esa tenue luz,
adormilados en nuestros distantes asientos y espero llegar a casa antes de
que se despierten los viejos para vestirnos y salir los tres juntos a
misa, caminando siempre en el mismo orden y yo en el mismo silencio.
-106-
El cura con quien quise desahogarme sólo atinó a enfurecerse por mis
pecados. Más de un año sin confesarme y viviendo en pecado mortal grave al
tener relaciones ilícitas con esa mujer. Dímelo todo y arrepiéntete de tus
pecados. No. Todo no, sino simplemente aquello que no me pertenece y puedo
contarlo. No esa primera vez que me cuesta aún observar con cierta
objetividad. Porque en verdad, al comienzo me cuesta un poco adaptarme a
la situación. Me siento totalmente ofuscado. Pero después se me van
borrando las imágenes y creo que hasta los pensamientos. A lo lejos
escucho algunas voces que no logro entender sino simplemente voy tomando
conocimiento y plena conciencia de cada trozo de mi cuerpo, como un
volumen que se expande en el espacio para ocuparlo. Y tus manos eran algo
que me daban esa sensación, como si me estuvieras modelando en el aire,
limitándome en ese espacio, pero no en el sentido de constreñirme, sino
diciéndome hasta dónde me podía desplegar. Por eso el espacio es ahora
inmenso, ocupado nada más que por mí y por vos, en este ritmo nuevo, lento
y desesperado, que no lo he conseguido nunca, ni siquiera cuando bailo. La
luz se apaga cuando cierro los ojos y si los abro no quiero ver tanta
claridad porque me lastima y mis pensamientos se distraen, por eso los
cierro de nuevo y sigo como un loco.
-Muy bien pudo haber sido un loco -dice el hombre-, un maniático sexual de
los que abundan por ahí.
-Me parece una pérdida de tiempo -dice la mujer- volver sobre un tema que
no nos compete.
-Nos compete porque debemos procurar que se ponga freno a la manera
desfachatada en que esas pobres infelices se muestran en todas partes.
Y al final me obligaron a mostrarme parado en la cama. Y no me quedó otro
camino que reírme mucho con ellos y todos nos reímos un buen rato hasta
que se fueron y nos quedamos solos.
Toma de exteriores. Imagen del animador: ¿Sabe usted cuántos amigos tenía?
¿Eran varios, uno solo, viejos, jóvenes? A ver, díganos cómo eran.
Imagen de Antolín Giménez: Silencio. Mira hacia el entrevistador, fuera
del cuadro. Mira la cámara y se queda con los ojos clavados en ella.
-107-
Imagen del entrevistador. Silencio. Mira hacia Antolín Giménez fuera de
cuadro. Mira hacia la cámara.
Imagen de Antolín Giménez. Silencio. Mira fijamente la cámara.
Imagen de ambos en cuadro. Animador: No piense tanto don Antolín y
cuéntenos lo que más le haya impresionado.
Antolín Giménez (a medida que va hablando se va quedando solo y en primer
plano): Bueno, la verdad es que yo no le podría dar muchos detalles porque
a mi edad no se ve bien y además me cuesta un poco reconocer a las
personas porque veo a mucha gente que viene por acá o que deja su coche y
no puedo estar mirándoles a todos y no va a quedar bien que yo me meta con
sus clientes porque ellas casi nunca se meten con mis clientes y así
andamos sin molestarnos aunque me parece que ellas me quieren porque a
veces me dan alguna propina cuando tuvieron suerte por la noche y me
llaman abuelo no sé por qué pues a lo mejor tengo nietos porque me parece
que una vez tuve un hijo durante la guerra cuando me dieron permiso
después de abrir con mi regimiento más de cuarenta leguas de picada para
el paso de la infantería y yo era del cuerpo de zapadores, cabo Giménez
Antolín, presente.
Imagen del animador: ¿Pero nos podría decir, aunque sea aproximadamente,
cómo era ella?
Imagen de Antolín Giménez: Ella era así como me dijo la policía esta
mañana cuando me llevó para averiguaciones y me preguntaron con quién la
había visto esa noche que dice que estuvo aquí por última vez hace ya
varias noches. Y les dije que se fue con ese tipo medio alto, medio rubio,
de hombros anchos, pues ahora los jóvenes son todos medio altos, medio
rubios, porque no salen a trabajar al sol y no como nosotros que
trabajábamos de sol a sol y también por la noche para abrir la picada en
medio de la selva.
-Vivir en la soledad de aquella selva -dice la mujer- no creo que sea muy
estimulante. Además, un hombre como él, aún joven, con esposa y tantos
hijos, no debería ausentarse tanto tiempo. Por más que deba cuidar de sus
animales y sus intereses, sus hijos están en la edad que necesitan de la
presencia del padre.
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-Pero no siempre -dice el hombre- uno puede hacer lo que debe y procurar
ayudar a su familia en todo lo que pueda. Pienso que en todo caso la mujer
tendría que acompañarle porque un hombre siempre necesita de alguien que
cuide de sus cosas, de su ropa, de sus comidas y aun de su persona.
Siempre es así hablando de los mismos temas, haciendo consideraciones
sobre los aspectos más íntimos de los seres más alejados, sin tener el más
mínimo pudor al intervenir así en vidas que no nos pertenecen. El único
cuidado que me interesa es el tuyo, el que ponés en mí, el que ponés en
vos, en tu manera de vestir, en esta preocupación de aparecer siempre
diferente y limpia, como si te acabaras de bañar en cada momento porque
esto te da una sensación de frescura que me traspasás también a mí y a
toda tu casa, una casa de dos habitaciones más bien pequeñas, una era el
dormitorio que lo consideraba como parte importante del oficio y la otra
habitación la dedicaba a todos los otros menesteres, sin contar el baño y
la cocina de la casa que la mantenía como podía porque en ciertas épocas
del año traía a su hijita que estaba no sé adónde.
Dejame a mí, no te levantes, me voy hasta la cuna y la hamaco un poquito
hasta que se duerma si total no llora mucho y a lo mejor ni siquiera está
del todo despierta. Pero ella me detuvo en mi gesto de levantarme. Tapate,
tapate todo, que no te vea y quedate callado hasta que yo vuelva y se fue
a hamacarla en persona porque nunca dejó a nadie que se acerque a la cuna.

Cuando vino un rato después, se acostó y se acurrucó a mi lado como si


tuviera frío, aunque en realidad el aire estaba ligeramente fresco. Ahora
podés salir y yo salgo de la casa vieja, llena de rendijas, por donde se
filtra el viento en invierno cerca de la cervecería donde vivió hasta que
la encontraron deshecha después de romper la puerta y no sé quién pudo
haber tenido interés en matarla. Alguien que no la quiere. Aunque yo
tampoco la quiero, o por lo menos no la quise, pero no para matarla.
-Le obligó a decirle -dice el hombre- que ya no necesitaban de sus
servicios. Es decir, le obligó a despedirla, pero vaya uno a saber en qué
términos. Según cuentan ellos, fue de una manera muy cortés y educada.
Pero por otro lado me dijeron que fue un griterío infernal.
-109-
-Yo creo que habrá sido así -dice la mujer- porque los conozco muy bien
desde hace mucho tiempo. Siempre fueron famosos por las escenas de celos
que se hacían mutuamente y el dramatismo con que lo enfocan todo. En
ningún momento se me ocurrió pensar desde un mismo comienzo, que la hayan
despedido en forma correcta. La habrán echado y de la peor forma.
Ahora no, tenés que irte, me dice por una rendija entreabierta en la
puerta, porque tengo un cliente y no quiere que se le moleste y antes de
irme le pido que no se duerma temprano que doy una vuelta y vuelvo sólo un
momento, no me digas que vas a estar cansada. Porque me da rabia cada vez
que ella está con otros. No sé con quién ahora, si con aquel hombre que la
mantuvo al comienzo, un tipo no muy alto, medio rubio o con cualquier
otro, que al fin y al cabo tiene que vivir de algo ya que no le doy nada
porque no me acepta. A lo mejor así tienen que ser las cosas, aunque me
produce una sensación de desasosiego pues quiero saber si se porta con los
demás como lo hace conmigo en la cama, aunque conmigo es diferente y es
una lástima que su ventana tenga todas las rendijas tapadas que o si no me
quedaba a espiarlos.
-Tendríamos que llevar un carpintero -dice el hombre- para que revise
todas las puertas y ventanas y al mismo tiempo aprovechamos para ventilar
la casa pues dos veranos que está cerrada, sin que nadie la use.
-Debemos hacerlo ya -dice la mujer- si queremos pasar allí el verano
porque las vacaciones se aproximan y no me gusta hacer las cosas a última
hora. Prefiero prepararlo todo con tiempo. Hasta sería bueno que lo
lleváramos a Javier con nosotros, pues lo encuentro últimamente que tiene
de continuo una expresión de tristeza. Y no hay nada mejor que el campo
para que los jóvenes recuperen en pocos días su aspecto saludable.
Javier era el único que estaba a mi lado aquella noche. Pero con su
aspecto delgado y pálido, dudaba que pudiese resultarme de mucha ayuda
frente a todo el resto del grupo que no hacía otra cosa que insistir en
que la cosa fuera en público y con la luz encendida. No sabía cómo hacerlo
ni sabía si me iba a resultar posible hacerlo con todos ellos mirándome,
aun cuando en el colegio había escuchado varias -110- veces
comentarios de cosas parecidas, pero aun así, no me animaba. Por eso
resistí todo lo que pude hasta que le hicieron callar a Javier y tuve que
hacerlo en público.
Pienso con mucha frecuencia en todo ello y me acuerdo de cada uno de los
detalles porque me resulta divertido. Al pararme desnudo en la cama, casi
si subiera desnudo a un escenario, siento que mi vergüenza y mis
inhibiciones me comienzan a abandonar hasta sentirme enormemente limpio y
con una gran tranquilidad, tan grande, que en este momento les quiero a
todos, incluso a ellos a pesar de las cosas que acaban de suceder pues me
resulta increíble la forma en que disponen de sus actos, la facilidad con
que se entusiasman y la rapidez con que los olvidan o la serenidad con que
encaran las cosas pues ya se han olvidado de todo lo que acaba de suceder
y se van y nos dejan a los dos solos, más solos que antes, como
respetándonos y hasta se ofrecen a cerrar la puerta y apagarnos la luz.
Javier está dolorido por la forma en que le hicieron callar y es nada más
que la forma violenta en que suelen comportarse los compañeros. Es
humillante la situación que se acaba de dar porque no nos respetan, porque
no respetan a nadie y nos juzgan de manera despreciativa a todos los
demás. Por eso te obligaron a mostrarte de tal manera. Y yo pienso que no
es así, por lo menos esto es lo que creo y hay que ver los hechos desde
otro punto de vista. Pero es difícil hacerle entrar en razón. Le conozco
suficientemente bien, aun en sus contradicciones, después de haber sido
amigos y compañeros de estudio durante muchos años y es ahora casi como mi
hermano y en casa los viejos le quieren como si fuera de la familia.
Si esto te tranquiliza podés quedarte en la habitación y no volver con el
resto del grupo porque a nosotros no nos molestás. Aunque no molestase, no
haría otra cosa que repetir el mismo gesto de los demás, minutos atrás, el
mismo que no comparto y me desagrada. No. Mejor me voy. Quedate con
nosotros si tu amigo te lo pide, no vamos a molestarte. No. No me quiero
ir, es cierto, pero es mejor que me vaya. Mañana me voy a comer a tu casa.
Pero no me despiertes temprano que hoy ya tengo sueño. Y antes de apagar
la luz veo que tiene las mejillas llenas de lágrimas y está llorando en
silencio. Quiero hacer algo por él, porque en realidad le -111-
quiero, y le insisto que se quede en la habitación, pero dice que es muy
tarde, mejor me voy, si total no tiene importancia ni es necesario que
esté aquí y se manda mudar sin que nadie se dé cuenta.
Toma de exteriores. Imagen del animador: ¿Pero qué es la cosa que más le
impresionaba de ella?
Imagen de Antolín Giménez: La verdad es que me gustaría ver una fotografía
de la difunta para acordarme bien cómo era porque como son varias las que
vienen a esta esquina no me acuerdo muy bien cuál es la que falta porque
se me mezclan todas y sólo cuando las veo a todas juntas me acuerdo de
cómo son y a quién se parecen.
Imagen del animador: Díganos, don Antolín, ¿usted sabe que en este momento
miles y miles de personas le están viendo desde sus casas a través de la
televisión?
Imagen de Antolín Giménez en primer plano: Silencio. Mira fijamente hacia
la cámara.
Imagen del animador: Silencio. Mirando hacia el sitio donde se encuentra
Antolín Giménez.
Imagen de Antolín Giménez: Silencio. Sigue mirando fijamente la cámara.
Animador (voz en off): Bueno don Antolín, me imagino que tendrá algo que
decir a esa gente que le está viendo gracias a la televisión. Por lo menos
un saludo.
Antolín Giménez (reaccionando): Y por qué no iba a saber que me están
viendo tantas personas. ¿O acaso cree que yo no sé lo que es la
televisión? Mucho antes que hubiera televisión en el país yo ya había
visto cómo era la televisión en otros países cuando me... cuando tuve...
cuando salí a viajar. Y por eso mismo es que quiero aprovechar esta
oportunidad que me brinda la televisión de mi país donde puedo vivir desde
hace tantos años, para agradecer a las autoridades que nos dejan trabajar
en este sitio y en esta profesión de una manera tan tranquila y no nos
molestan nunca, al menos a mí, a no ser en casos como estos que suelen
suceder en cualquier parte del mundo y me llamaron para preguntarme sobre
esta chica y quiero decirles por eso que estamos dispuestos a colaborar a
mantener el orden y también pedirle a la gente que colabore con nosotros
-112- para darnos una propina cuando cuidamos su coche ya que somos sus
humildes servidores y evitamos que muchas veces a sus automóviles les
falten algunas cosas de modo que puedan encontrarlos enteros cuando salen
de sus trabajos o vienen al cine.
-Esta mañana -dice la mujer- deberíamos visitar a tu hermano porque los
mellizos harán la primera comunión el próximo domingo y nos tendríamos que
ofrecer para ayudarles en algo pues de seguro harán fiesta. Y yo estoy de
acuerdo porque es una fecha inolvidable para los niños que se sienten muy
felices.
Y ahora de seguro van a pedirme que les acompañe a hacer las obligatorias
visitas familiares. Pero no, no puedo ir. Javier dijo que vendría a comer
a casa y voy a esperarle. Ya sé que aún es muy temprano. Pero él es tan
imprevisible que nunca se sabe cuándo va a llegar. Ojalá que venga
temprano, tengo ganas de verle y hablar. No, no puedo decirle
absolutamente una sola palabra de todo esto, a pesar de que es el único
que ha tenido algo que ver, la conocía, nos vio aquella primera noche.
-¿Vendrás con nosotros a visitar a tus tíos?
-No, no puedo. Javier dijo que vendría a almorzar y voy a esperarle en
casa.
Estando él cerca, será como compartir todavía un momento más de aquellos.
Aunque no diga ninguna palabra. Porque no sé cómo tengo que reaccionar
ante los recuerdos ni cómo puedo detenerlos para impedir que me invadan
todas estas sensaciones. Después de todo no fue más que una aventura, que
terminó mal para ella, y yo no tengo ninguna culpa. Por lo menos, si la
tuviera, podría haberme refugiado en ella.
-Pienso -dice la mujer- que tendrías que ser más afectuoso con tus tíos y
tus primos.
-No voy porque no los quiera. Sino pienso que debo hacerle compañía a
Javier. En las últimas semanas me parece que estuvo muy deprimido.
No sé si necesitará mi compañía ahora, tanto como yo deseo la suya. Tal
vez haya sido este mismo sentimiento el que la empujaba a ella a buscarme
muchas veces y hablaba -113- de sus cosas como si no existiera ninguna
valla entre sus pensamientos y sus palabras. Como el día que hablamos
tanto sobre su embarazo. Le dije que no conocía muchas técnicas, pero
hubiera interrumpido el embarazo. Sin embargo, ella no lo quiso, porque
Dios castiga a quienes evitan el embarazo y yo soy muy católica y creo en
Dios. Tengo miedo del castigo, porque si me quedé así, fue porque Dios
quiso que me quedara embarazada y tuve mi hija. Claro que parece que no
estaba muy de acuerdo con los deseos de Dios la señora, dueña de casa,
donde estaba trabajando de mucama. No quería ni escuchar hablar que el
hijo que iba a tener era de su hijo, que tenía apenas diecisiete años.
Menos mal que fue nena y no varón, porque la señora decía que se iba a
morir si llegaba a tener un varón y se le parecía a su hijo. Una lástima,
porque era tan lindo. Me despidieron apenas se me comenzó a notar la
barriga y ya no se pudo ocultar la cosa y se enteraron de todo.
Me callo y no quiero juzgar lo que ha sucedido, porque estoy seguro que en
casa pasaría lo mismo. Incluso me echarían también a mí, que no podría
dormir tranquilo si sé que hay una mujer que está embarazada y va a tener
un hijo mío. Y, sin embargo, tuvo que haber pasado momentos muy difíciles
aunque se ría al contarme todas estas cosas cuando yo me quedo quieto a su
lado, tan quieto que ella pone su mano sobre mi vientre y se fija si estoy
respirando o me quedé dormido.
Y qué importa. Claro que fueron momentos difíciles porque no había
trabajo. O por lo menos ninguno me duraba mucho tiempo hasta que apareció
él, un tipo que siempre me resultó raro, no muy alto y medio rubio de
hombros anchos que me llevó a vivir a su casa durante casi tres años. Y
con él aprendí muchas cosas y sobre todo conseguí que mi hija no terminara
en el asilo o la adopte una familia desconocida. Mientras que ahora estoy
esperando que cumpla diez o doce años para ponerla de niñera en la casa de
alguna familia buena que la mande a la escuela. O por lo menos lo
esperaba, porque ésos eran sus planes y no sé quién va a terminar de
cumplirlos ahora.
A las nueve y treinta y cinco de la mañana no hay casi nadie en la calle,
como todos los domingos. A esta hora, con toda puntualidad, al igual que
todos los otros domingos, a -114- la salida de misa de ocho y treinta,
los tres, padre, madre e hijo, llegan a una avenida. Miran a izquierda y
derecha y como hay muy pocos vehículos, la cruzan manteniendo el mismo
ritmo de paso.
Siguen caminando por las calles que van atrás de la iglesia, por el lado
soleado, de regreso a la casa, hablando de los primeros problemas que el
día les ha planteado.
Asunción, agosto, 1980
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