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RESUMEN
La entrevista sigue un recorrido por la obra de Walter Kohan, filósofo
argentino que ha dedicado su trayectoria a explorar las relaciones posibles
entre filosofía y educación. Para ese propósito, los trabajos de Lipman,
Rancière y Foucault, además de las figuras de Sócrates y Jacotot, sirven
de motivos para interrogar la filosofía como práctica educativa y a la
educación como experiencia filosófica. De este modo, las nociones de
infancia, saber, igualdad y otras, son puestas en cuestión por los análisis
de Kohan, como nudos teóricos en los que convergen la filosofía y la
educación. Finalmente, el filósofo argentino entrega algunas reflexiones
en torno a las movilizaciones y el conflicto educacional chileno.
Descriptores: infancia– educación– filosofía– institución
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Profesora y Licenciada en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo, Argentina. Becaria
CONICYT 2008 de Doctorado para Extranjeros Latinoamericanos. Doctoranda en Filosofía por la PUCV,
Chile, en Cotutela con l’Université París 8 Saint-Denis, Francia. E-mail: marielnauta@yahoo.com.ar
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Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. E-mail: tuillang@yahoo.com
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Presentación:
Walter Kohan es un filósofo argentino cuya trayectoria ha estado de manera notoria
ligada a la educación. Es profesor titular de Filosofía de la Educación en la Universidad de
Estado de Río de Janeiro (UERJ), donde trabaja en el programa de Postgrado en Educación.
Es coordinador del Núcleo de Estudios Filosóficos de la Infancia, además de autor de
decenas de libros que exploran las relaciones posibles entre filosofía y educación.
En esta ocasión queremos presentar una conversación que se ha llevado a cabo en dos
tiempos y escenas radicalmente disímiles. La primera parte se desarrolló el año 2009
durante una visita que Walter Kohan hizo al Instituto de Filosofía de la PUCV, en un
contexto en que no se avizoraba al menos en Chile, con rigor, la potencia que la educación
ofrecía pensar: en ese momento parecía que la educación era algo que podía esperar o que
incluso no era tan importante como objeto de reflexión filosófica. El segundo momento de
esta conversación responde a un escenario completamente diferente, pues tiene como punto
de partida el seminario “Infancia y filosofía: volver a aprender y enseñar”, además de las
conferencias y las charlas que Walter Kohan realizó en el mes de julio de 2011 en la
Universidad de Chile, actividades originalmente destinadas para estudiantes de Doctorado y
Magíster en Filosofía de la Universidad de Chile, pero que sin embargo, y dadas las
circunstancias, fueron abiertas a todos quienes se interesaran en la temática. En efecto, en
ese momento, las movilizaciones estudiantiles estaban en pleno desarrollo y vigencia: la
educación había emergido como un asunto que capturaba todas las miradas y opiniones, y
que incluso para muchos filósofos chilenos –cuyo oficio los coloca mayoritariamente en
instituciones educativas– se transformaba en un problema del que era imposible evadirse y
frente al que incluso a veces no se sabía muy bien qué decir. Así, entre paros, tomas,
marchas, represión y violencia, y con una institucionalidad puesta en cuestión, Walter llevó
a cabo una experiencia con profesores y estudiantes, tanto de filosofía como de otras
disciplinas.
Durante estos días, muchas de las dependencias estaban tomadas y con sus actividades
suspendidas. Sin embargo, este seminario que se inscribía dentro de la programación
académica, se llevó a cabo al interior mismo de esta suspensión. Ello fue posible por una
voluntad colectiva que agrupó a académicos, alumnos, funcionarios y otros, quienes desde
una fraternidad cotidiana parecieron reconocer en el trabajo que Walter ofrecía, una apuesta
diferente que se orientaba precisamente a pensar aquella palabra que había cobrado valor de
acontecimiento –la educación– y que en ese mismo momento tenía cautivados a muchos
chilenos.
De este modo, las dos últimas preguntas de esta conversación traen sobre sus espaldas
la experiencia de esas jornadas y la seguidilla de sucesos que vinieron los meses
posteriores. Con todo, nos parece que esta demora, que este desfase enriquece el sentido y
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el valor de lo que Walter Kohan nos dice: es el valor de lo oportuno, del Kairos, de aquello
que sin urgencia parece llegar en un buen momento.
Mariela Avila y Tuillang Yuing.
MA y TY: Si bien sabemos que la filosofía con niños no es tu único campo de trabajo,
esta entrevista se basará principalmente sobre esta área. Cuéntanos por favor cuál ha
sido tu recorrido filosófico hasta llegar a interesarte por este tema.
Walter Kohan: Yo me formé en filosofía en la Universidad de Buenos Aires, al comienzo
estudié principalmente filosofía griega antigua. Luego me fui aproximando a la filosofía
con niños, primero a partir del programa de Matthew Lipman, quien incluso dirigió mi
doctorado. Durante un buen tiempo tradujimos su programa y trabajamos en su línea.
Después, poco a poco, fui percibiendo y desarrollando aún más una problematización de
esa propuesta a partir de lecturas de filosofía contemporánea. Esta problematización se
realizó básicamente en tres campos: primero en el campo teórico, revisando la manera en
que Lipman piensa teóricamente la filosofía, la infancia y la relación entre ellas; en
segundo lugar, en un sentido metodológico-didáctico, es decir, viendo cómo él piensa la
enseñanza de la filosofía, y en un sentido particular qué dice en relación con la formación
de docentes, con el modo de preparar el campo de aquellos que se interesan por hacer
filosofía con niños; finalmente, el campo de la práctica filosófica en la infancia, entendida
ya no sólo en sentido cronológico.
A y Y: ¿Cuáles son los puntos del programa de Lipman en los que te interesaste para
trabajar y elaborar cambios?
WK: Uno es la propia idea de programa. La filosofía no es programable, entonces los
materiales con los que se trabaja no sólo no conviene anticiparlos, sino que es bueno
generar un espacio para que las personas que se interesan en trabajar con niños intervengan
más activamente en la propia perspectiva de cómo hacerlo y a través de qué materiales
trabajar. Me parece que, en la propia manera en que la filosofía es trabajada y presentada, el
programa de Lipman supone limitaciones importantes. Por otro lado, cuando uno trabaja
pensando en cómo practicar la filosofía, necesitas definir de alguna cierta manera qué es la
filosofía y establecer una relación con la historia de la filosofía, con las perspectivas que
han producido los filósofos. En ese punto, Lipman tiene la idea de que es necesario
reconstruir la historia de la filosofía para que los niños puedan leerla en un código más
accesible. Es difícil decirlo en pocas palabras, pero me parece que si bien la historia de la
filosofía es una dimensión insustituible de la práctica –estoy de acuerdo en que no hay
filosofía si no hay alguna forma de diálogo con su historia–, también creo que la presencia
de los filósofos puede darse de alguna forma más directa. No me parece muy interesante la
idea de traducir, presentar o reescribir a los filósofos. Es un detalle, pero a partir de estos
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problemas lo que en realidad va apareciendo –y esto es algo que dicen muchos filósofos– es
que hacer filosofía con niños o con quien sea, incluso con uno mismo, supone una pregunta
más radical, que nadie puede eximirse de plantear, y que es ¿para qué hacer filosofía, ¿cuál
es su sentido?
Entonces, me parece que para eso, para hacer filosofía, o para pretender hacer filosofía, se
necesita en cierto modo empezar de nuevo, empezar de cero. No se puede tomar el camino
que otro ha hecho y continuarlo o simplemente seguirlo. Esta es una dimensión interesante
de encuentro de la filosofía con la infancia: la filosofía llama a la infancia, en el sentido de
que hacer filosofía supone encontrar una infancia en el pensamiento, un punto inicial, un
camino para poder pensar.
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como hay muchos adultos que pueden asomarse a la infancia con más fuerza que cuando
eran niños. Entonces, es cierto que la infancia, como etapa de la vida, es una visión muy
consolidada y dominante: pensamos la vida en etapas, pensamos que hay que educar a la
infancia para que la adultez se pueda vivir de determinada manera, pero la infancia también
es una condición que puede acompañar muchas etapas.
A y Y: Tú has realizado varias experiencias con niños, ¿en qué medida uno tiene que
estar posicionado como el Maestro ignorante –aquel Jacotot del que nos habla
Rancière– al momento de realizar estas experiencias?
WK: Es difícil, porque Jacotot tiene muchas cosas seductoras, es –como el propio Rancière
señala–, una voz disonante que pone en alerta a las formas afirmativas de hacer la
pedagogía, que advierte sobre las ingenuidades, arrogancias y totalitarismos de los
profesores cuando pensamos que es posible tranquilamente “construir edificios
educacionales”. Es también una alerta sobre los peligros de la institucionalización de la
pedagogía. Por lo tanto es muy potente la fuerza crítica que tiene Jacotot, pero al mismo
tiempo es paradójico que nos propongamos construir otros edificios pedagógicos a partir de
Jacotot. Sin embargo, yo creo que es necesario afirmar prácticas pedagógicas dentro de la
escuela donde se busca intervenir. Me parece que vale la pena apostar y jugársela a hacer
determinadas cosas. Entonces, ahí hay una primera paradoja que no quiero olvidar: que con
todo lo inspirador que pueda ser Jacotot, no dejaremos, en cierta medida, de “traicionarlo”
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toda vez que queramos construir algún tipo de práctica pedagógica, sobre todo en las
instituciones, sobre las que Jacotot ha sido tan claro en referencia a la oposición
irreconciliable que hay entre institución y emancipación.
Pero haciendo ese paréntesis –que es enorme– yo creo que Jacotot es inspirador, ya
que por un lado establece una condición política para poder pensar prácticas con sentido en
un contexto como el nuestro, en América Latina, donde me parece que es cierto que uno de
los problemas principales de la las instituciones es político. Donde se verifica lo que él
dice: la educación formal, las instituciones pedagógicas parten y viven de la desigualdad de
las inteligencias, del saber, reproducen la desigualdad y viven de una distancia a partir de la
cual condenan –sobre todo a los sectores más excluidos–, a una exclusión perenne, a una
situación en la que cada vez están más excluidos. En un contexto donde la “crisis de la
escuela” es tan radical, Jacotot puede ayudar a pensar en que tal vez hay que “barajar y dar
de nuevo”, vale decir, que no se trata de reformar parcialidades: que esa lógica de parchar y
colocar siempre el problema ya sea en la formación de los docentes, o en las estrategias de
formación, o en la transformación del currículum, o incluso en hacer reformas de las leyes
o de las propias reformas, es un criterio que está un poco agotado. En realidad Jacotot
ayuda a pensar que la cosa es más de fondo, y sobre todo ayuda a situar al docente
radicalmente frente a aquello que ninguna ley le puede dar, y que es la pregunta por el
sentido de lo que hace, es decir: ¿para qué hace lo que hace? ¿Para qué enseña de la manera
que enseña? ¿Para qué entra todos los días a esta institución a poner su fuerza, su saber y su
poder? ¿Y al servicio de qué lo hace? Con todo, algunos podrían pensar que esto no tiene
nada que ver con la filosofía, porque Jacotot no era un maestro de filosofía. Pero si bien no
ejercía la filosofía como disciplina, sí lo hacía como actividad. Así, Jacotot está ligado a la
filosofía porque su figura ayuda a pensar las condiciones de cualquier persona que se
atribuye a sí mismo el lugar de trabajar sobre el pensamiento de los otros, sobre lo que los
otros aprenden, sobre la manera en que aprenden, sobre lo que algunos sujetos piensan y
sobre cómo lo piensan. Y creo que esto ayuda, porque los profesores de filosofía muchas
veces tenemos la sensación de que sabemos algo que los estudiantes no saben y que
deberían aprender, y que se trata entonces de enseñar un saber específico, diferente:
creemos que la filosofía es algo muy distinto de todas las otras cosas. En el fondo somos
medio ingenuos pedagógicamente. Pensamos que basta saber filosofía para enseñarla, y que
además, ella sería mágica, que el hecho de dar a conocer la filosofía de los filósofos ya
sería algo transformador. En este sentido, Jacotot ayuda a pensar que no es así, que hay
también un mundo educacional y político que si lo desconocemos, reproducimos esa lógica
de dominación aun bajo el nombre de “filosofía”.
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Viví esas dos semanas con intensidad, alegría y compartí espacios de pensamiento muy
significativos con estudiantes y profesores.
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