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La Pérdida de (La) Gracia
La Pérdida de (La) Gracia
La primera ciudadana con la que me crucé aquella mañana, me traía todos los papeles a
la orden del día para poder abrir un spa cuyos clientes sufrían de un estrés tremendo,
causado por sus 15 horas de sueño diarias. Destinado a servir a los bebés de clase
media-alta, la mujer me contó que aquel era un negocio bastante común, y al
descubrirme en donde se encontraba ubicado, el asunto dejó de sorprenderme. No podía
estar en otro lugar que no fuera el barrio de Gràcia, la centralita de la gentrificación, en
donde quedan cubiertas las más excéntricas necesidades de una clase acomodada, a
costa de desplazar hacia barrios menos “chic” a los vecinos de toda la vida, los cuales
no pueden lidiar con los elevados costos de sus alquileres, disparados por el renovado
caché del barrio.
Unos meses después, decidí dar un paseo con mi novio por Gràcia. Mientras
recorríamos la calle Asturias, la impersonalidad del barrio se hacía cada vez más
evidente. Negocios coloridos y provocadores decoraban las calles, y aunque a primera
vista destacaban por sus envoltorios relucientes y cuidados, una vez dentro, se veían
todos iguales. En su gran mayoría, estaban regentados por la nueva tribu urbana de los
“Yuccies”, un híbrido entre Hipsters y Yuppies. Estos jóvenes emprendedores de clase
media-alta, ofrecían un modelo de negocio que ellos consideraban único, con propuestas
alternativas que, a la hora de la verdad, se dividían casi siempre en: talleres de cerámica,
tiendas de ropa vintage y los famosos gastrobares. Por último, existía también un
subtipo de comercio, creado a partir de la fusión de un negocio más “humilde” y
cualquiera de los estipulados previamente - sin importar el orden de los conceptos-,
como en el caso la lavandería de mi querido amigo. El barrio, se había convertido en el
decorado perfecto de la ambiciosa superproducción que es Barcelona a día de hoy.
Alentada por esa nueva perspectiva, nos dirigimos al bar Ramón, cuya esencia parecía
encarnar lo que quedaba del viejo barrio. De decoración humilde y representativa de la
antigua clase trabajadora que una vez habitó en esas calles, la economicidad que
prometía a primera vista, se vio tremendamente frustrada cuando nos cobraron 4 euros
por un café y un croissant reseco de mantequilla. Gràcia era un parque de atracciones
destinado a turistas y habitantes de clase media-alta y los negocios más humildes,
también tenían que sobrevivir, aunque eso implicase que ninguno de los vecinos del
barrio tuviera el presupuesto exigido para desayunar fuera de casa.
Alba Zaplana