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JUEVES 14 DE ABRIL DE 2022

JUEVES SANTO / TRIDUO PASCUAL


1RA. LECTURA ÉXODO 12, 1-8. 11-14
La fijación de la fecha de la Pascua tal como quedó establecida en
Israel es proyectada al pasado, a los momentos previos de la liberación
de Egipto, para darle todo el carácter de mandamiento divino.
Detrás del rito que se establece aquí y que obviamente se fue
configurando con el correr del tiempo hay una antigua práctica de los
pastores seminómadas que acostumbraban sacrificar un animal de sus
ganados la víspera de su partida hacia nuevos pastos. Esta partida
coincidía con el inicio de la primavera, momento quizá crítico para las
hembras del ganado próximas a parir. La intención del sacrificio era,
en palabras actuales, «encomendarse» a las divinidades de los lugares
por donde atravesarían para llegar a buen fin. El rito lo formaba
entonces el sacrificio del animal selecto, la acción de asar el animal y la
cena acompañada de hojas amargas y con la vestimenta apropiada de
quien va a iniciar un viaje: manto, sandalias y bastón. Seguramente, la
comida se realizaba con rapidez, con la premura de quien va a partir.
Finalmente, un rito muy importante: rociar con la sangre del
animal sacrificado los palos o mástiles que servían de estructura a las
tiendas. En campos semidesérticos donde la tierra no proporciona
madera alguna era necesario transportar palos o mástiles. Esta
aspersión tenía entonces el carácter de un exorcismo. Con ello se
buscaba la protección divina sobre personas y animales. Los espíritus
malos no podrían entrar en las tiendas previamente rociadas con la
sangre. Aquí se cambia la aspersión de los palos por las jambas de las
puertas, respetando así la ambientación del pueblo que se supone no
vive en tiendas, sino en casas, bien sea en Egipto o ya en tierra cananea.
La sangre juega aquí un papel muy importante, puesto que gracias a
ella el «exterminador» –referencia a los antiguos malos espíritus– no
tocará las familias que tienen sus puertas debidamente rociadas. El
exterminador «saltó» esas casas. Ése podría ser uno de los sentidos
etimológicos de pesaj»: saltar, andar dando saltos.
Entonces el texto del Éxodo pone de manifiesto los siguientes
elementos de la pascua judía:
- Inicio del año: todo se vuelve nuevo.
- El cordero: varón, de un año, sin defecto
- La sangre en los dinteles y jambas de las puertas: liberación de la
muerte.
- Carne asada, panes ácimos, hierbas amargas.
- Preparados para salir.
- El paso del Señor
- Memorial y celebración: institución perpetua.
En esta línea de institución perpetua van la segunda lectura y el
evangelio. Los sacramentos que se instituyen son: EL
SACRAMENTO DEL ORDEN Y LA INSTITUCIÓN DE LA
EUCARISTÍA
2DA. LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL
SAN PABLO A LOS CORINTIOS 11, 23-26
Pablo se enfrenta ahora con un problema mucho más serio, el
escándalo de las celebraciones eucarísticas de los corintios.
La «cena del Señor» o eucaristía solía celebrarse al atardecer en las
casas privadas –no había iglesias aún– de los más ricos de la
comunidad, las únicas que tenían capacidad para acoger a 50 ó 60
personas. Antes de comenzar la «cena del Señor» propiamente dicha,
se tenía una comida de hermandad a la cual los pudientes traían sus
provisiones que supuestamente tenían que ser compartidas entre
todos. Sin esperar a que llegaran los más necesitados y rezagados que
solían ser los trabajadores y esclavos a causa de su larga jornada de
trabajo, los ricos comían y bebían a sus anchas, de modo que cuando
llegaban los pobres, a éstos les tocaba las sobras, si es que algo sobraba.
Inmediatamente después, ricos y pobres, los unos satisfechos y hasta
borrachos y los otros medio hambrientos, procedían a celebrar la
eucaristía. Al saberlo, Pablo estalla lleno de indignación. ¿Hasta ese
extremo llegan las divisiones entre los ricos y pobres de la comunidad?
¿Qué clase de eucaristía celebran ustedes?, viene a decir el
Apóstol a aquellos ricos. Para comer y emborracharse, coman y
emborráchense en sus casas. Hacerlo donde lo hacen menosprecian la
Asamblea de Dios y avergüenzan a los que nada poseen (22) y que son
supuestamente hermanos y hermanas suyos.
Ante esta situación, Pablo expone a los corintios el relato de la
Institución Eucarística, su sentido y consecuencias, en una bella
catequesis que al mismo tiempo que enseña, denuncia y amonesta. Se
trata del documento más antiguo del Nuevo Testamento sobre la
Institución de la Eucaristía, dado que esta carta fue escrita hacia el año
55 ó 56, bastante tiempo antes que los evangelios. El Apóstol dice que
les trasmite una tradición que él mismo ha recibido, probablemente en
Antioquía, y que se remonta hasta el Señor.
En tiempos de Pablo dicha tradición se había ya concretado en
una celebración litúrgica donde se realizaban las dos acciones
eucarísticas (23-25), una a continuación de la otra (exactamente como
en nuestras eucaristías de hoy, donde a la bendición del pan sigue la
bendición del cáliz), y no espaciadas de acuerdo con el ritmo de la cena
judía de la Pascua, tal como ocurrió en la «última cena del Señor». La
comida de hermandad se tenía antes y estaba íntimamente ligada al
sentido mismo de la eucaristía, es decir la unión y solidaridad.
Pablo sitúa la celebración eucarística entre dos horizontes, ambos
referidos a Jesús. Uno histórico: «la noche que era entregado» (23).
Otro, futuro: «hasta que vuelva» (26). Entre ambos horizontes trascurre
el «aquí y ahora» de la vida y misión de la comunidad cristiana que
tiene su corazón y su centro en la Eucaristía. El pan y el vino
consagrados recuerdan, actualizan, hacen presente en el seno de la
comunidad «la memoria de Jesús», es decir, toda su vida entregada a
los pobres, los marginados y pecadores que culmina con la muerte en
la cruz y la resurrección. Ahora bien, esta «memoria de Jesús», a través
de la invocación y presencia del Espíritu Santo, libera, transforma y
salva, pues «siempre que coman este pan y beban esta copa,
proclamarán la muerte del Señor hasta que vuelva» (26). Así, el
«cuerpo eucarístico» de Jesús no es ya solamente su cuerpo muerto y
resucitado, presente en el pan y en el vino, sino que abarca a toda la
comunidad de creyentes que queda transformada en el «cuerpo de
Cristo» según la metáfora favorita de Pablo para referirse a la
comunidad cristiana.
El Apóstol saca las consecuencias. ¿Se puede participar en la
eucaristía, oír la palabra de Dios, comulgar el cuerpo y la sangre del
Señor y después ignorar al pobre y al oprimido? El Apóstol es
durísimo: quien coma el pan y beba la copa del Señor indignamente
comete pecado contra el cuerpo y la sangre del Señor, se come y bebe
su propia condena porque desprecia el «cuerpo» de Cristo en sus
miembros más débiles, oprimidos y marginados.
El compromiso por la justicia y la liberación no es ya mera
exigencia ética para Pablo, sino que surge de la misma entraña del ser
cristiano, es decir, de pertenecer al «cuerpo» de Aquel que dio su vida
por la liberación de todos en una clara opción por los más
desprotegidos y marginados de la sociedad. Ésta es la misión de la
Iglesia, cuerpo de Cristo, «hasta que Él venga» y haga definitiva y
universal la salvación ya comenzada.

3RA. LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN


JUAN 13, 1-15
El cuarto evangelio ha elaborado el material tradicional previo a la
pasión-resurrección con tanta novedad que se puede hablar de una
«revolución narrativa de Juan». El preludio a la pasión es
completamente original respecto a los sinópticos. Omite la eucaristía –
quizás porque de alguna manera ésta ya fue tratada en el capítulo 6– y
en su lugar presenta el gesto de Jesús de lavar los pies a los discípulos.
Con esto Juan quiere hacer ver que la pasión de Jesús no es sino un
servicio de amor hasta el extremo: hasta dar la vida por los suyos (1).
La importancia de entender bien este gesto nos anima a
profundizar en él, destacando lo siguiente:
1. Singularidad del gesto. El lavatorio de los pies sólo aparece en
este evangelio, y era una tarea propia de esclavos y no de personas
libres. Este tipo de gesto algunas veces lo hacían los discípulos a sus
maestros en señal de reverencia, pero nunca a la inversa.
2. Narración. El evangelista describe el lavatorio de los pies de
manera solemne, a cámara lenta: Jesús se levanta de la mesa, se quita
el manto, toma la toalla, echa agua en un recipiente, se pone a lavar los
pies... El lavatorio es una acción simbólica o gesto profético; es algo
que Jesús hace con consistencia y profundidad –como un signo–
porque es el preludio de su pasión y la clave para su interpretación:
«un servicio de amor hasta el extremo».
3. Diálogo con Pedro. Sirve para aclarar el sentido revelador del
signo. Pedro con su reacción no comprende el gesto de Jesús; no ve
más que la obra indigna de un esclavo. Jesús justifica la incomprensión
de Pedro y remite a un entendimiento posterior (7). Lavar los pies no
significa sólo un acto de humildad, sino el acto salvífico que Jesús
realiza para dar vida al mundo.
4. La comunidad cristiana. Ella es la destinataria del mensaje. Si el
lavatorio remite a la cruz, lo que pide el Señor es que el discípulo mire
también a la cruz, e imite su gesto de amor entregándose en un servicio
de amor hasta el extremo, hasta dar la vida por los demás. El lavatorio
de los pies es una revelación, una revolución y un reto. Revelación: no
se trata de una extraña ocurrencia, sino la suprema enseñanza: es el
amor que se hace servidor y esclavo, se arrodilla ante la humanidad,
dispuesto a morir en la cruz de cada día, desviviéndose, dando la vida.
Revolución: no puede permitir que ninguna persona se ponga por
encima, violente, oprima a otra con la injusticia. Si Dios se pone de
rodillas ante el ser humano y le lava los pies, ningún ser humano –por
muy señor que sea– tiene derecho a dominar a otro y despojarlo de su
dignidad humana.
Reto: este ejemplo debe ser seguido por la Iglesia que por amor a
Jesús debe buscar solícitamente a los más pobres y hacerse pobre con
ellos.

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