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Cuentos Viejos Delbidón
Cuentos Viejos Delbidón
Nunca nos imaginamos, que digo un año antes, meses antes que nos íbamos a
encontrar de forma tan abrupta con esta instancia trascendental de nuestras
vidas. Ni Omar, ni yo ni como ninguno de nuestros amigos. Ni en la intensidad
de las más tórridas pajas habíamos pensado en debutar tan pronto.
Es más, no hacía mucho, reunidos en la Plaza de la estación Hernán había
abierto una especie de vaticinio que se mezclaba un poco con algo de
verdadera planificación, como si un oráculo de moral superior le hubiese
revelado cual era la edad perfecta para como decían convertirse en hombres.
-Yo a los veinte- dijo con una firmeza tal que nos obligó a todos, a
proponernos también una meta.
Ninguno como Hernán tenía esa certeza. Lo único que teníamos claro era que
con catorce que teníamos todavía nos quedaba un trecho de varios años para
debutar en las ligas mayores del sexo. Alguno dijo a los 17, y la mayoría a los
18.
Por eso digo que esa tarde, como cuadra a toda tarde inolvidable, nos tomó
por sorpresa.
Habíamos viajado a Buenos Aires en plan de erráticos paseantes, sin otro
objetivo claro que el de aprovechar un día de vacaciones, recorriendo el
centro, comer en un Pumper e ir un rato al Ital Park. El tour normal de
cualquier pibe de provincia en esa época mientras visitaba la Capital.
Ahora estamos con mi amigo Omar a punto de ingresar a una vieja casa de la
calle Sarmiento. Un ascensor muy antiguo nos eleva entre las entrañas del
edificio. A los dos nos recorre un cosquilleo incomunicable en el centro de la
pelvis. Un vértigo que nos enmudece.
Si me preguntan como empezó la cosa debo decirles con sinceridad que no lo
sé. Solo acude a mi mente la imagen de nuestras cuatro cabezas leyendo los
avisos clasificados del diario Crónica recién comprado en un puesto de
revistas de la calle Corrientes.
Con Gustavo, Alejandro y Omar realizábamos conjeturas acerca de cual de las
direcciones que daba el diario quedaría más cerca de donde estabamos
parados. Pero el verdadero problema era que ni siquiera sabíamos donde
estabamos parados.
Gustavo reparó en que sobre la calle Sarmiento había por lo menos seis. Nos
detuvimos en una esquina y preguntamos a un florista por donde debíamos
tomar. Allá nos dirigimos. Alejandro preguntó si antes íbamos a comer algo.
Pero nadie le contestó. Comenzó una búsqueda que se hizo a cada minuto
transcurrido, más y más frenética. La historia se repetía de modo similar en
cada uno de los porteros eléctricos donde comenzábamos a entablar un
diálogo.
-Venimos por las chicas.
-Cuantos años tienen?
-14 y algunos 15.
- Son menores no pueden entrar.
Y cortaban sin darnos más explicaciones. Y el sol de las tres de la tarde
reverberando en el cemento de la gran ciudad, más que agobiarnos nos volvió
embravecidos y obsecados.
Un tipo detrás de un mostrador nos dio dos fichas azules, una para Omar y
otra para mí, nos dijo que siguiéramos caminando por el pasillo. Un amplio
pasillo con olor a humedad y varias puertas a los costados. Omar comenzó a
silbar, no se si nervioso o canchero. Creo que las dos cosas juntas. A mi el
cosquilleo en la pelvis se me transformó en acelerado bombeo del corazón.
Gustavo era el más enojado por el hecho de que no nos dejaran entrar a
ningún lado, puteaba en todos los idiomas, más por su condición de
adolescente termocefálico que por verdaderas ganas de ver y sentir el cuerpo
de una mujer desnuda. No podía admitir que nos cerraran todas las puertas en
la cara. Acaso mi plata no vale, bravuconeaba contra las paredes. Omar y
Alejandro iban más tranquilos creo que tenían una enorme fe en que de un
momento a otro la voz desfigurada del portero nos diga, pasen.
Yo, si bien, era el más desahuciado; ya tenía la triste experiencia de haberme
quedado varias veces afuera del cine cuando daban alguna condicionada, -
todo por portar un rostro demasiado infantil sin la más mínima sombra de
bigote, mientras angustiado veía como casi todos mis amigos pasaban- en el
fondo de mi alma sabía que aquella tarde tenía el porte, la contextura de una
tarde inolvidable.
-Para cogerse esa concha hay que tener una pija de acero. Fueron las
primeras palabras que escuche no bien terminamos el recorrido del pasillo e
ingresamos al salón principal allí donde efectivamente se encontrarían las
chicas. Había salido de la boca fruncida de un viejo desdentado que con la
cabeza casi metida dentro de la pantalla miraba un televisor donde se
proyectaba una película porno. Era el único habitante del lugar.
Creo que las palabras del viejo, la gracia que me causaron me distendieron un
poco. Omar estaba parado atrás mio y no veía que hacía pero intuí que
seguramente se estaba preguntando donde estaban las minas. En pocos
segundos una mujer, muy linda, calzada en unos diminutos short rojos hizo su
aparición por una de las puertas nos dijo que nos pongamos cómodos y que
nos sentemos, que enseguida venían las chicas. La misma mujer, yendo y
viniendo de un pequeño barcito de cañas nos trajo dos vasos de güisqui, pero
llenos hasta la mitad de gaseosa de naranja. Omar me miró preguntándome si
debíamos tomar. Yo a modo de respuesta me acerque a la mesita ratona
donde se depositaban los graciosos vasos y sorbí un trago mínimo que ni llego
al estómago intentando estudiar con las papilas el contenido del mismo. Era
solo gaseosa tibia. Nos quedamos callados, creo que los dos pensando en lo
mismo, como sería la chica que nos tocaría en cuestión. Omar seguro la
imaginaría con unas tetas enormes, como las de Yuyito. Fue el él, que se
quedó con la Playboy que entre todos habíamos comprado y que tenia a la
fabulosa hembra rubia en la tapa, por lo que creí estaría obsesionado con
ella. Yo en cambio diseñaba en la mente un puzzle femenino, tetas italianas,
culo brasileño y concha sueca, así de complicado.
Cuando Omar poniendo la voz más ronca que nunca para aparentar más edad
de la que tenía, con la oreja pegada al audífono del portero recibió la
enésima negativa por parte de los que regenteaban estos lugares. Casi que
nos dimos por vencidos. Gustavo y Alejandro nos conminaban encaminarnos a
una sala de videojuegos que vimos en Corrientes. Omar y yo los seguimos unos
pasos hasta que, figura inconfundiblemente arltiana, apareció Porro, así se
presentó el tipo, nos dio la mano a cada uno y con el automatismo clásico que
tienen los hombres de su profesión, pasó a enumerarnos los servicios con los
que contaba la casa para la cual trabajaba y seguidamente las tarifas.
El nombre del tipo ya me había intimidado un poco. Porro, droga me dije.
Este tipo nos quiere vender falopa. Mejor que nos vayamos a la mierda. Pero
en pocos segundos descubrí la voz cordial y cansada de Porro. Lo miré a los
ojos y me di cuenta de que el pobre hombre solo estaba haciendo su laburo.
Nada más que eso.
Escuchamos con atención:
-Con participación bucal 15, con participación anal 25, con franeleo 20. Y sino
10, a lo gaucho –acotó.
Omar ,tartamudeando un poco, le preguntó como era a lo gaucho. En
realidad, dada nuestra total inexperiencia en estos lances le tendría que
haber preguntado por todo, que significaba participación bucal (¿no parecía
un término referente a la imposiblemente erótica odontología?) participación
anal (cierto terror, puesto que no estaba muy en claro el culo de quién
participaba) y el sugestivo franeleo (¿sería como ponerse de novio con la chica
y hacerse mimos?), en que consistían todos esos conceptos nuevos aplicados al
comercio sexual?
A lo gaucho, dijo con naturalidad Porro como si no necesitara más
explicación: te subis, la ponés y te bajas.
Si bien en nuestra cabeza ya se iban prefigurando con mucha rapidez los
nuevos concepto aprendidos con el maestro Porro que no eran, en definitiva
tan difíciles de interpretar, optamos por una cuestión meramente económica
por el mentado “a lo gaucho” y Porro recogió, en plena calle, el billete de
diez de mis manos y de la de Omar. Con sorpresa me di cuenta que Gustavo y
Alejandro se encaminaban hacía la esquina donde se emplazaba un local
gigantesco de Frávega. Los esperamos acá gritaron desde lejos.
Me sorprendió Alejandro, el precoz Alejandro que siendo mi compañero en el
jardín de infantes un día me preguntó:
Sabes por qué tienen tetas las mujeres.
-No, le respondí con la transparente inocencia de un querube de 5 años.
Para que se las llenen de dulce de leche y los hombres se las chupen.
El alto juerguista infantil, el enfant terrible de sala verde me estaba
aflojando justo ahora a la hora de los bifes. Después cuando volviamos, a
modo de excusa, creíble por cierto, me dijo que en ningún momento le gustó
la cara de Porro.
Al fin aparecieron las chicas. Una sola. Morocha, pelo largo enrulado, caderas
amplias. ¿Debo decir joven? No, para nosotros en ese momento, alguien de
veintitrés era una mujer, no digo grande, pero si que un abismo nos separaba.
Se sentó al lado mío. Dejando una silla libre en el medio. Me saludó muy
tímidamente, no digo con vergüenza, sino con real timidez. Tenía una malla
enteriza blanca y sus piernas color mate se cruzaron, esperando.
Miré de reojo a Omar. Vi que liquidaba lo que quedaba del vaso. Mi cuerpo
estaba en llamas. Contuve la respiración e inconscientemente convoqué a
todos los dioses de la serenidad.
Uno puede intentar ser canchero o piola muchas veces en la vida pero creo
que tres veces como máximo salen bien. Una de esas veces la gasté en ese
momento, acercándome a la chica y apoyándole mi mano en uno de sus
muslos le dije: vamos.
Extraordinario capo! Escuché que exclamaba alguien dentro mio.
Por un instante me sentí un avezado frecuentador de ámbitos prostibularios,
alguien con una cancha suprema para tratar a las minas. Envalentonado con
esta salida, la lleve por el pasillo que conducía a las habitaciones con mi
mano derecha apoyada sobre su nalgas mientras le preguntaba de donde era.
-De Paraguay- me respondió con una voz muy suave.
Fueron las únicas expresiones de su garganta que le escuche en toda la tarde,
además de los consabidos gemidos de rigor que iba a proferir unos minutos
después.
No bien salimos entramos a un cine a ver “Héroes”. Saben los que fue ver el
gol de Diego a los ingleses en una pantalla de 12 metros por 5 como si se te
volcara todo el estadio Azteca sobre los ojos.