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El nacimiento de la guitarra clásica

A finales del siglo XVIII, en definitiva, la guitarra


dispuso de unas condiciones técnicas más propicias
para la ejecución instrumental y de unas facultades
artísticas mucho mayores que finalmente captaron la
atención de los círculos musicales académicos. Aunque
la guitarra seguirá cumpliendo su función de
entretenimiento, acompañando nuevas danzas y
canciones de moda, los músicos empezarán a concebir
para el instrumento un papel más ambicioso,
defendiendo su valor como instrumento clásico de
concierto, equiparándolo a otros como el piano o el
violín. De esta forma, además de abandonar la tablatura
barroca en favor del uso de la notación musical
moderna con pentagrama (el conocido como solfeo
francés), se empezarán a componer obras solistas de
estilo clásico con predominio del punteado, integrando
además la guitarra en la música vocal y de concierto,
junto a otros instrumentos como el violín, el piano, la
viola, el cello o la flauta en dúos, tercetos, cuartetos y
quintetos y todo tipo de formas musicales. Esta nueva
concepción de la guitarra fue especialmente amplia en
Alemania, donde las nuevas corrientes artísticas
favorecieron el que los músicos dejaran de lado su
instrumento de cuerda preferido hasta entonces, el laúd,
que durante el Barroco había alcanzado los trece
órdenes de cuerda, y empezaran a recurrir a la guitarra,
mucho más accesible técnicamente, para algunas de sus
composiciones. De esta época, destacan las obras de
Friedrich Baumbach, Johan Arnold, Johan Amon, Johan
Schlick o Christian Gottlieb Schleider. Además, la
considerable difusión de la guitarra en Alemania
contribuyó a que el instrumento siguiera expandiéndose
en países del este europeo como Polonia y Rusia y en
los países escandinavos. En Francia se produjo también
desde los años 60 un renacimiento de la guitarra y se
pusieron de moda en el país los arreglos de arias
italianas y el uso de los arpegios para el
acompañamiento vocal. El guitarrista galo más famoso
de la segunda mitad del siglo XVIII fue Charles Doisy,
compositor de numerosas obras y de un difundido
tratado para guitarras de 5 y 6 cuerdas, Principes
géneraux de la guitare où lyre (1801), aunque también
destacaron otros artistas como el italiano afincado en
París Giusseppe Merchi, prestigioso teórico que fue uno
de los primeros guitarristas en utilizar la notación
musical moderna en su obra de 1761, La guide des
écoliers de guitarre; Guillaume Pierre Gatayes, gran
compositor de dúos y tríos con guitarra; Marcel
Lemoine, también autor de varios tratados que publicó
en la editorial musical de su propiedad; Trille Labarre,
notable intérprete y compositor parisino; y Pierre Porro,
que editaría entre 1784 y 1810 la primera publicación
periódica que incluía partituras de piezas para guitarra:
Journal de guitare. En Inglaterra, mientras tanto, aunque
la guitarra siguió gozando del favor de la aristocracia
del país, gracias a la presencia de numerosos músicos
italianos y alemanes, el éxito de la nueva guitarra
inglesa (el cittern), una especie de mandolina, restó algo
de protagonismo al instrumento español hasta el siglo
XIX.




















7. LA GUITARRA CLÁSICO-ROMÁNTICA

Tras el discreto siglo XVIII, y aprovechando el


impulso de su creciente incorporación a la música
clásica, la guitarra alcanzará por fin durante la primera
mitad del siglo XIX su apogeo artístico como
instrumento de concierto en los círculos musicales más
selectos de toda Europa. Así, con la confluencia del
periodo musical clásico y el incipiente Romanticismo,
disfrutará de una constante y exitosa presencia en los
salones de la burguesía europea, gracias sobre todo a la
actuación de los extraordinarios intérpretes y
compositores que surgieron en el continente,
especialmente españoles e italianos, si bien la mayoría
de estos artistas tuvieron que desarrollar su carrera fuera
de su país, en las grandes capitales musicales europeas
como Viena, París, Londres o San Petersburgo. Desde
finales del siglo XVIII, los Maestros de la guitarra
habían adoptado las reglas de la música clásica para la
composición e interpretación de obras para guitarra
solista en forma de fantasías, preludios, variaciones y
sonatas, integrando además el instrumento en la música
vocal y de cámara junto a otros instrumentos y dejando
margen para su papel como acompañante de danzas de
salón de moda en la época (minués, rondós, mazurcas,
valses, polkas, contradanzas,..). Y esta labor fructificará
durante la primera mitad del siglo XIX en la obra
compositiva e interpretativa de la gran generación de
guitarristas clásico-románticos (Giuliani, Carulli,
Carcassi, Sor, Aguado, Huerta, Legnani), seguida poco
tiempo después por otra generación de virtuosos ya
claramente románticos (Coste, Regondi, Zani de
Ferranti, Kaspar Mertz, Arcas), en los que
predominarán los arreglos de obras operísticas, los
bailes de salón y algunas obras basadas en danzas y
canciones populares. La fama y prestigio de todos ellos
será enorme en toda Europa, tanto por su virtuosismo
como por la calidad de sus composiciones, y además,
muchos de ellos sentarán las bases de la técnica de
guitarra moderna con la publicación de numerosos
métodos para el aprendizaje del instrumento.

Los Maestros italianos

Italia produjo en la primera mitad del siglo XIX un


plantel extraordinario de virtuosos de la guitarra, que en
su práctica totalidad tuvieron que emigrar al extranjero
para ganarse la vida con su arte y alcanzar un
reconocimiento mayor como músicos, debido al
monopolio musical que detentaba la Ópera entre la
burguesía de su país. El pionero de todos ellos y el
guitarrista más prestigioso de la época clásica fue
MAURO GIULIANI (1781-1829), figura indiscutible
de los auditorios de Viena a principios de siglo y
considerado junto al español Sor como el guitarrista y
compositor más importante del siglo XIX. Giuliani
compuso brillantes conciertos para guitarra con
acompañamiento de orquesta de cuerdas, como su
famoso Concierto nº 1 en La Mayor, además de
innumerables obras para guitarra solista y guitarra con
violín, flauta o acompañamiento vocal, y fue un artista
elogiado y respetado por los músicos y la nobleza de la
ciudad austriaca, por la enorme calidad y virtuosismo
de sus obras. No en vano, se dice que el mismo
Beethoven dijo al escucharle que su guitarra era como
“una orquesta en miniatura”. A su vuelta a Italia en
1819, Giuliani se decantó por una línea más romántica y
arregló Óperas de su compatriota Rossini y variaciones
de canciones napolitanas, tierra en la que pasó sus
últimos años. Sus estudios didácticos fueron igualmente
apreciados y su hija Emilia destacará también como
guitarrista.

Mateo Carcassi

Por su parte, en las primeras décadas del siglo


alcanzó considerable fama en otra de las grandes sedes
guitarrísticas de la época, París, Ferdinando Carulli
(1770-1841), que era el guitarrista más famoso de Italia
antes de su traslado a la capital francesa, donde se
convertiría en la principal estrella de los salones de la
ciudad. Carulli destacó además por su importante labor
didáctica, publicando a principios de siglo el primer
tratado sobre la guitarra de seis cuerdas del periodo
clásico-romántico, Méthode complète pour la guitare
(1ª edición en 1810) y después uno de los tratados más
alabados de la época, L´Harmonie appliqué a la guitare
(1825). Carulli compuso un amplio y variado repertorio
de obras para guitarra y fue el creador junto al
constructor francés Lacote de la guitarra decacorde (de
diez cuerdas),[10] para la que también escribió un
método en 1826 y que popularizará en el siglo XX, en
su versión moderna, el guitarrista Narciso Yepes. Junto
a Carulli llegó a París su amigo y discípulo Filippo
Gragnani (1767-1812), gran compositor para guitarra,
sobre todo de dúos de guitarra y violín, de los que
dedicó tres a Carulli. Poco después también
consiguieron notable prestigio como concertistas en los
salones de la ciudad francesa sus compatriotas Mateo
Carcassi (1792-1853), que triunfó en sus giras por
Europa y publicó otro de los tratados para guitarra más
utilizados en el siglo XIX (Méthode complète pour la
guitare); Francesco Molino (1768-1847), que había sido
violinista del Teatro Real en Turín y que además de
famoso intérprete y compositor de música de cámara,
publicaría en París un excelente método para guitarra
(Grande méthode complète pour la guitare où lyre); y
Luigi Castellaci (1797-1845), concertista y profesor
como los anteriores, que también triunfó en Alemania e
Inglaterra.

Posteriormente, otros virtuosos de la guitarra


italianos alcanzaron un extraordinario éxito en diversas
ciudades europeas. Entre ellos destacan sobre todo:
Luigi Legnani (1790-1877), cantante y guitarrista que
cosechó grandes triunfos como artista primero en Viena
entre 1819 y 1823 y más tarde en todas las grandes
capitales de Europa, además de componer obras para
guitarra de exigente virtuosismo; Giulio Regondi (1822-
1872), niño prodigio de la guitarra que realizó giras por
Europa con sólo ocho años y recibió las enseñanzas del
maestro español Sor antes de instalarse en Inglaterra,
donde siguió actuando como concertista; y Marco
Aurelio Zanni de Ferranti (1800-1878), la última gran
estrella italiana que triunfó en toda Europa, fue uno de
los primeros guitarristas en actuar en Estados Unidos y
vivió en Rusia, Alemania y Bélgica, país este último
donde fue nombrado “Guitarrista de Honor” por el Rey
Leopoldo. Y no debemos olvidarnos, además, de la
enorme afición al instrumento del violinista Niccolo
Paganini (1782-1840), quien compuso más de 100
piezas para guitarra solista, entre las que destacan sus
Sonatas, y que estuvo a punto de ofrecer una gira a dúo
con su amigo Legnani, al que curiosamente se llegó a
denominar como el Paganini de la guitarra, por su
extraordinario virtuosismo. Con toda seguridad,
Paganini se aficionó a la guitarra por influjo de su
maestro, el violinista Alessandro Rolla (1757-1841),
también virtuoso del instrumento. Quizás el único de
los grandes guitarristas italianos que pasó gran parte de
su carrera en Italia, aunque también tocó con éxito en
algunas capitales europeas, fue Antonio Nava (1775-
1826), que compuso cuatro hermosas sonatas dedicadas
a las cuatro estaciones del año. La mayoría de estos
intérpretes italianos utilizaron en los primeros años de
su carrera las guitarras de la familia Fabricatore, saga de
constructores más famosa de la escuela italiana, aunque
en su trayectoria posterior en Europa se decantarían por
las guitarras de los constructores Stauffer de Viena o
Lacote de París. Por último, tenemos que mencionar
que algunos de los más famosos compositores de Ópera
italianos también eran muy aficionados a la guitarra,
instrumento que utilizaron en sus obras, como fue el
caso de Rossini en El Barbero de Sevilla, Donizetti en
Don Pasquale y Verdi en Otello.

Los maestros españoles

En España, por su parte, hubo tres guitarristas del


periodo clásico-romántico que consiguieron un enorme
prestigio en Europa en la primera mitad del siglo XIX:
Fernando Sor, Dionisio Aguado y Trinidad Huerta.
Especialmente trascendente será la carrera artística de
los dos primeros, que comenzaron su carrera bajo la
influencia de los tratados para el instrumento de finales
del siglo XVIII publicados en España, -especialmente el
de Moretti-, y defendieron como sus predecesores las
posibilidades de la guitarra como instrumento armónico
y no meramente melódico, válido para la música
clásica. La labor compositiva, concertista y didáctica de
estos dos músicos será, como veremos enseguida,
fundamental para el progreso de la guitarra como
instrumento de concierto, aunque ambos, como sus
compatriotas Trinidad Huerta y José María Ciebra y sus
colegas italianos, también tuvieron que emigrar al
extranjero para que su arte fuera reconocido y admirado
en los círculos musicales más selectos del continente.

Le jouer de la guitare de E. Manet (1860) (Metropolitan


Museum of Art, New York)

En su práctica totalidad, los guitarristas españoles


elegirán como primer destino profesional la ciudad de
París, por dos razones principales: por un lado por
cuestión de cercanía, pues la capital francesa era el
centro artístico más próximo a España, donde se vivía
además una auténtica furia por la guitarra; y por otro
lado, por cuestión de idioma, pues entre la burguesía
española de la época el francés era lengua de
aprendizaje obligado. De cualquier forma, a pesar del
exilio de estos famosos intérpretes y de que la guitarra
era considerada en España en la época como un
instrumento básicamente popular, es necesario destacar
que en estos primeros años del siglo XIX la guitarra
empezaba a ser considerada por la burguesía del país
como un símbolo nacional, a causa sobre todo de la
eclosión del sentimiento patriótico que provocó la
Guerra de la Independencia contra las tropas
napoleónicas y las luchas liberales contra el
absolutismo monárquico, ejemplo que se extenderá
también en los movimientos libertarios de los países
latinoamericanos, donde incluso famosos
revolucionarios como los argentinos San Martín y
Rosas o el venezolano José Antonio Páez eran
conocidos por su virtuosismo con la guitarra. En
España, la guitarra fue en la época una acompañante
inseparable de los guerrilleros y soldados que luchaban
contra los invasores franceses y su presencia será
habitual en las casas y reuniones sociales de la
burguesía liberal ilustrada, e incluso entre los
sacerdotes, muchos de ellos aficionados al instrumento.
Y la enorme difusión de la guitarra entre el pueblo
español, algo que se mantenía desde su aparición en el
Renacimiento, se puede apreciar en muchas de las
pinturas costumbristas de la época, entre ellas las del
famoso artista Francisco de Goya (1746-1828), del que
se dice tocaba el tiple aragonés, pequeña guitarra de su
región natal. Por todo ello, aunque los guitarristas de
concierto compusieron principalmente obras de corte
clásico (sonatas, fantasías, variaciones, estudios,..) y
piezas de salón (minuetos, valses,..), también dedicaron
algunas de sus obras a danzas y canciones populares de
moda en la época, como eran el fandango, el bolero, la
jota o la seguidilla.

Fernando Sor

De los artistas españoles de la primera mitad del siglo


XIX, FERNANDO SOR (Barcelona 1778- París,1839)
[11] es sin duda el músico que con mayor brillantez
desarrolló las posibilidades de la guitarra como
instrumento clásico, siguiendo el modelo musical de sus
admirados Mozart, Haydn y Beethoven; no en vano,
sería considerado por el famoso musicólogo belga
François-Joseph Fétis como “el Beethoven de la
guitarra”. Fernando Sor nació en Barcelona en 1778 en
una familia de la burguesía catalana, y durante su
juventud compaginaría su pasión por la música con la
carrera militar y administrativa que sus padres querían
para él. Ya de niño cantaba con gran talento y tocaba el
violín y la guitarra, -instrumento éste último que había
aprendido con su padre-, empezando a llamar la
atención de los círculos musicales por sus tempranas
cualidades. A los doce años, tras la muerte de su
progenitor, Sor ingresa en la Escolanía del Monasterio
de Monserrat (Barcelona), donde ampliaría sus estudios
musicales, hasta que a los 17 años se alista como
voluntario en el ejército para combatir a los franceses
en la guerra del Rosellón (o Guerra Gran), aunque ese
mismo año regresa a Barcelona. A partir de entonces, su
presencia será habitual en los salones de la burguesía de
la ciudad, tocando el piano y cantando boleros,
seguidillas y romances acompañado de la guitarra, y
con apenas 18 años asombrará a público y crítica con el
estreno en Barcelona en 1797 de su versión musical de
la Ópera Telémaco en la isla de Calipso. Pero a pesar
del éxito de su obra y de sus precoces y prometedoras
cualidades como músico, su madre seguía empeñada en
que adquiriera una profesión más estable, y así, Sor
estudiará ingeniería en la Real Escuela Militar de
Matemáticas de Barcelona durante cuatro años, hasta
que a principios del siglo XIX se traslada a Madrid,
donde es acogido por la Duquesa de Alba, -también
protectora por entonces del pintor Goya-, como músico
de cámara y capilla y profesor de guitarra de su hija.

Retrato de Fernando Sor (Biblioteca de París)

En la capital española, Sor empieza a destacar por su


virtuosismo con la guitarra y publica sus primeras obras
importantes para el instrumento, en forma de minués,
variaciones, sonatas y numerosas seguidillas y boleros.
Posteriormente, recibe una oferta del Duque de
Medinacelli para administrar sus bienes en Barcelona, y
poco después, tras un breve paso de nuevo por Madrid,
trabaja como administrador en Málaga, ciudad en la que
con frecuencia será invitado a tocar tanto la guitarra
como el cello o el piano en reuniones sociales de alto
nivel. Pero en esta época acontecerá la invasión de
España por parte de las tropas de Napoleón y entonces
Sor ingresa de nuevo como voluntario en el Ejército y
combate junto a las tropas españolas, al tiempo que
compone una serie de canciones patrióticas que se harán
muy populares entre los soldados, sobre todo su tema
Venid, vencedores. Sin embargo, tras la victoria de los
franceses, el artista español se da cuenta de la
corrupción y falsedad de los gobernantes de su país y
acepta la regencia de José Bonaparte, hermano de
Napoleón, con la esperanza de que trajera ideas
ilustradas y modernizadoras a España, lo que le
convirtió de facto en un afrancesado. De esta forma,
entre 1810 y 1812, Sor trabaja para el gobierno francés
en la comisaría de Jerez (Cádiz), para posteriormente
trasladarse a Valencia, donde se había instalado la Corte
Real, aunque apenas tendrá tiempo para asentarse en la
ciudad, pues la derrota definitiva de los franceses le
obliga a dejar España en 1913, por su vinculación al
régimen de Bonaparte. Junto a su mujer, que se
encontraba embarazada, Sor se exilia a París, donde
algunas de sus composiciones eran ya conocidas al
haber sido incluidas en la revista que publicaba el
también guitarrista español Salvador Castro de Gistau,
[12] Journal de Musique Etrangère pour la guitare où
lyre. Pero a pesar de que cierta fama le precedía en la
capital francesa y de que en París nacerá su hija
Carolina, la muerte de su mujer y su decepción con el
ambiente musical francés le deciden por trasladarse a
Londres en 1815.

En la capital inglesa, Sor residirá durante siete años y


alcanzará sus éxitos más aclamados como concertista de
guitarra, pero también como profesor de canto y
compositor de arias italianas y ballets. Según las
crónicas de la época, su concierto en la Philarmonic
Society en 1917 causó sensación, al igual que
composiciones como sus Variaciones sobre un aria de la
Flauta Mágica de Mozart (Op.9), dedicada a su
hermano Carlos, lo que despertó en Inglaterra un nuevo
auge de la guitarra e hizo que Sor fuera considerado el
mejor guitarrista del mundo. Estrenó además en
Londres tres ballets, de los que el tercero, Cendrillon, -
basado en el cuento Cenicienta, de Perrault-, alcanzó un
éxito enorme tras su estreno en el King´s Theatre en
1822. Pero en la cima de su éxito, Sor entabla relación
con una bailarina, Felicité Hullin, y decide viajar con
ella a Rusia, donde había recibido una oferta del ballet
de Moscú. Tras estrenar de camino su obra Cendrillon
en París y detenerse algún tiempo en Berlín y Varsovia,
ciudad esta última en la que ofreció un concierto a dúo
con su hija, que tocaba el arpa, Sor llega a Rusia en
1823. En Moscú, su ballet Cendrillon será elegido para
inaugurar el Teatro Bolshoi en 1825; pero además, la
fama de Sor era tal en Rusia que se interpretaría una
marcha fúnebre compuesta por él en el funeral del zar
Alejandro y su nuevo ballet Hercule et Onphale
formaría parte de los fastos de la coronación del nuevo
zar Nicolás. Sor alcanzaría también gran éxito con sus
conciertos de guitarra en Rusia, actuando en dos
ocasiones frente a la familia Imperial, y entablará
amistad con una de las grandes estrellas de la guitarra
rusa de 7 cuerdas, Michael Vissotsky (1791-1837), que
le impresionó como concertista. Tras dejar Rusia en
1826, Sor se establece de nuevo en París, dedicándose
en cuerpo y alma a la composición para guitarra (4
libros de Estudios, 12 duetos y otras 18 obras,
incluyendo valses, variaciones, minuetos, boleros,..), a
la interpretación de conciertos y a la enseñanza del
instrumento. Además de su discípulo más famoso,
Napoleón Coste, a quien dedicó su obra Souvenir de
Russie y que se convertiría en el guitarrista francés más
importante del siglo XIX, se dice que entre sus alumnos
se contaba también el joven prodigio italiano Giulio
Regondi (también le dedicó una obra, Souvenir d
´amitié) y el mismísimo libertador latinoamericano, el
general San Martín, residente en la ciudad en esa época.
Es destacable que Sor dominaba con soltura, además de
sus lenguas maternas, el castellano y el catalán, los
idiomas inglés, francés e italiano. En París, el artista
español publicará su tratado didáctico Méthode pour la
guitare (París, 1830), uno de los métodos para guitarra
más apreciados por los aficionados al instrumento de
los últimos dos siglos, que fue traducido al inglés y al
alemán en años posteriores y que su alumno Coste
retocaría tiempo después, añadiendo al texto teórico 26
estudios de Sor e introduciendo modificaciones de
forma no muy acertada, según los músicos. Por otra
parte, al igual que había hecho en Londres con el
constructor Joseph Panormo, Sor aconsejó también en
París en la fabricación de sus instrumentos a uno de los
guitarreros más prestigiosos de la época, René Lacote,
cuyas guitarras utilizaría en concierto, poniéndole al día
de los avances en la materia desarrollados sobre todo
por los prestigiosos guitarreros de Málaga y Cádiz
como Pagés, Benedid o Martínez, a los que había
conocido durante su estancia en estas ciudades. La
primera guitarra de Sor fue sin embargo un modelo del
luthier catalán Joan Matabosch. En sus años en París,
Sor actuó a menudo con su compatriota y amigo el
guitarrista Dionisio Aguado y compuso tres obras para
arpolira, una variante de la guitarra con tres mástiles,
inventada por el músico francés J.F.Salomon (1786-
1831), que pronto desapareció.[13]

En 1837, la muerte de su hija Carolina, que vivía con


él, le marca profundamente, y en sus últimos años su
único deseo era regresar a su patria, para lo cual
escribió incluso una carta al rey Fernando VII
solicitándole su ayuda, que nunca recibió, seguramente
por su pasado liberal. Un año después, Sor cae enfermo
de cáncer de garganta, que le deja prácticamente mudo,
y morirá en 1839 en París, siendo enterrado en el
cementerio de Montmartre. Sor poseía un alma de
auténtico artista y un espíritu sensible, creativo y
generoso que se convirtió en modelo para muchos
guitarristas posteriores. En su obra confluían el
clasicismo en las formas y el romanticismo en la
expresión y sus composiciones ha sido alabadas e
interpretadas por guitarristas de todo el mundo en los
últimos dos siglos.

Dionisio Aguado

El madrileño DIONISIO AGUADO (Madrid 1784-


1849) fraguó su reputación como guitarrista en España
después de formarse bajo la tutela del Padre Basilio, y
siendo apenas un adolescente ya había alcanzado un
prestigio considerable como concertista en los salones
de la burguesía de su ciudad. De personalidad muy
diferente a Sor, Aguado era un hombre introvertido y
humilde que pasó los años de la guerra de la
Independencia refugiado en su Hacienda de la localidad
madrileña de Fuenlabrada, trabajando en el estudio de
la guitarra y en sus obras pedagógicas sobre el
instrumento. En esta primera etapa de su vida publicó
sus obras Colección de estudios para guitarra (1820) y
Escuela de guitarra (1825) y colaboró con los
guitarreros Agustín Campo y los hermanos Muñoa en la
fabricación de guitarras con mejores prestaciones para
la ejecución. Aguado conoció además fugazmente a
Fernando Sor en estos años y trabó amistad con
Federico Moretti, que le dedicó una Fantasía, y con el
militar y prestigioso guitarrista francés François de
Fossa (1775-1849), que le aconsejaría en la elaboración
de sus tratados teóricos y al que dedicaría sus Tres
rondós brillantes. Sin embargo, tras la muerte de su
madre, a la que estaba muy unido, Aguado se trasladó a
París en 1826, permaneciendo en la que era una de las
grandes capitales artísticas y guitarrísticas de la época
hasta 1838. En París pudo publicar algunas de sus
composiciones y tratados teóricos con la ayuda de
Fossa, que traduciría al francés su Escuela de Guitarra,
[14] y estrechó su amistad con su colega Sor, con quien
compartió residencia una larga temporada en el Hotel
Favart y con el que realizó varios conciertos a dúo.
Ambos artistas profesaban una enorme admiración
mutua y prueba de ello es que Sor compuso una fantasía
para dos guitarras, Les deux amis, en la que
homenajeaba su sincero entendimiento, a pesar de que
uno y otro defendían posturas contrarias en la gran
polémica guitarrística del siglo XIX sobre la
conveniencia de pulsar las cuerdas de la guitarra con las
yemas de los dedos o con las uñas. Aguado, un
guitarrista que daba gran importancia a la ejecución
técnica, se decanta en su Método de Guitarra por el
sonido limpio, metálico y dulce del toque con uñas, que
permitía un mayor virtuosismo, mientras Sor, un
guitarrista más sentimental, prefería el sonido lleno,
puro y sensible del toque con las yemas. En lo que sí
coincidiría Aguado con su amigo Sor sería en usar en
concierto, en su época parisina, guitarras de artesanos
franceses como René Lacote y Etienne Laprévotte.

Dionisio Aguado

Aguado regresó a España en 1838 y pasó sus últimos


años en Madrid, dedicándose principalmente a la labor
docente y a profundizar en su estudio teórico de la
guitarra, publicando su famosísimo Nuevo método de
guitarra en 1843, culminación de su trabajo didáctico
sobre el instrumento. De hecho, aunque Aguado fue al
igual que Sor un excelente guitarrista, su trascendencia
musical fue especialmente importante en este campo,
con el conjunto de su obra teórica sobre la guitarra, que
se convertirá junto a los tratados de Carcassi, Carulli y
Sor, en el estudio más completo y utilizado del siglo
XIX y en punto de partida de cualquier aficionado a la
guitarra clásica de nuestro tiempo. Quizás el único
fracaso de Aguado fue la invención de un trípode que
bautizó como tripodison, que servía para sujetar la
guitarra mientras se tocaba de pie, pero que no tuvo
mucho éxito. Aguado compuso numerosas obras para
guitarra aunque, a diferencia de sus compañeros de
generación, todas eran para guitarra solista y ninguna
para acompañamiento vocal o con otros instrumentos.
Principalmente compuso variaciones, valses y
minuetos, y también algunas contradanzas, rondós y
fandangos, piezas estas últimas de enorme calidad.

9. ANTONIO DE TORRES JURADO Y EL


DISEÑO DE LA GUITARRA MODERNA

Aunque la guitarra española vivió en la primera


mitad del siglo XIX un significativo progreso y alcanzó
enorme éxito y reconocimiento en toda Europa, por
desgracia, y a pesar de la carrera artística de los
numerosos guitarristas que hemos mencionado en el
capítulo anterior, el instrumento sufrirá un nuevo bache
artístico desde mediados de siglo, arrollada por la
creciente popularidad de los conciertos de piano y las
representaciones de Ópera, que monopolizarán la
atención de la burguesía europea. De esta forma, la
guitarra de concierto perderá protagonismo en los
círculos musicales de la mayor parte del continente,
quedando de nuevo relegada a su presencia en
reuniones privadas y a su papel como acompañante de
canciones populares, sobre todo en España.

Uno de los contratiempos que perjudicaron la


vigencia de la guitarra como instrumento de concierto
fue que, a pesar de que los avances introducidos en el
siglo XVIII habían generalizado el modelo de seis
cuerdas entre los intérpretes profesionales y mejorado
sus posibilidades musicales, la guitarra no había
alcanzado aún la perfección técnica en su construcción
y sobre todo necesitaba mejorar e incrementar el tono y
el volumen de su sonido, una de las carencias que
todavía se le atribuían para su actuación en grandes
auditorios y que la condenaban al papel de instrumento
de salón. Pero gracias a la fundamental labor del
guitarrero andaluz Antonio de Torres Jurado en la
segunda mitad del siglo XIX, la guitarra española de
seis cuerdas superará gran parte de sus limitaciones
musicales y obtendrá las cualidades necesarias para
iniciar su renacimiento como instrumento de concierto,
que serán llevadas a su máximo apogeo por los
guitarristas y constructores del siglo XX.

El diseño de la guitarra clásica

Antonio de Torres Jurado (Almería,1817-1882) es


considerado el guitarrero más importante de la Historia,
por establecer de manera general los cánones básicos de
la guitarra de concierto actual, en lo que se refiere a la
construcción y diseño, culminando en sus admirados
instrumentos el trabajo que los artesanos andaluces y
españoles en general habían desarrollado desde finales
del siglo XVIII.

Torres Jurado entró como aprendiz de carpintero con


13 años en un taller del pueblo de Vera (Almería),
aunque se iniciaría de forma tardía en la construcción
de guitarras, -se dice que junto al guitarrero José Pernas
en Granada-, cuando ya contaba con más de 30 años. En
Sevilla abriría hacia 1853 su primer taller de
carpintería, donde ocasionalmente fabricaba guitarras, y
es su amigo y paisano el guitarrista Julián Arcas el que
le anima a dedicarse por completo al oficio de
guitarrero. Hasta entonces, Torres había seguido los
patrones de construcción de la escuela andaluza, pero
enseguida, animado por los consejos de Arcas, se
entregó por completo a investigar y mejorar la
capacidad musical de las guitarras de concierto,
comenzando a imprimir en sus instrumentos las
características personales y las cualidades que le harían
famoso en todo el mundo. Así, los instrumentos que
construyó en esta primera etapa de su carrera serán
considerados en años posteriores como auténticas obras
maestras y se convertirán en objetos cotizadísimos entre
los profesionales y aficionados a la guitarra. En 1870,
Torres regresa a Almería, donde, tras unos años
dedicado a la venta de loza y cristalería, reanuda su
trabajo en 1875, construyendo nuevas guitarras hasta su
muerte en 1892, en un periodo que el propio artesano
denominó como su “segunda época”. Quizás la
aportación decisiva del constructor andaluz para la
evolución musical de la guitarra de concierto fue el
perfeccionamiento del sistema de refuerzo con varas de
madera en abanico que se adosaban a la parte interior de
la tapa armónica para conseguir una mejor proyección
del sonido. El avance considerable de este sistema,
introducido a finales del siglo XVIII por los
constructores andaluces, permitirá a Torres Jurado
utilizar en sus guitarras una tapa armónica más ligera y
flexible, la clave según sus investigaciones para
incrementar de forma significativa la calidad, el
volumen y profundidad del sonido de la guitarra. Para
demostrar su teoría, Torres construyó una guitarra con
cuerpo de papel maché, excepto la tapa armónica, que
cuando fue probada en público, mostraba un excelente
sonido. Esta guitarra, que sería conocida como “la
guitarra de cartón”, se la regalaría al guitarrista
Francisco Tárrega. Pero además de este esencial
progreso, Torres Jurado introdujo otros cambios
fundamentales para que la guitarra de concierto
adquiriera las cualidades y el diseño del modelo clásico
actual: aumentó el tamaño de la caja de resonancia y la
anchura del mástil, mejoró las prestaciones del puente,
estableció la longitud adecuada del trastero y el tiro de
las cuerdas, diseñó las líneas sobrias y estilizadas del
instrumento y utilizó en la fabricación de sus modelos
de concierto maderas y barnices de primera calidad. Por
entonces, se utilizaba madera de pino-abeto
centroeuropeo para la tapa armónica, palosanto de
Brasil para los aros y fondo, cedro de Honduras para el
mástil y cabeza, y ébano para el puente y el diapasón.
[25]

Con todo ello, la guitarra obtuvo una imagen


impecable y un sonido potente, profundo y
aterciopelado que hasta entonces no se había alcanzado
y que despertó la admiración de los grandes guitarristas
de la época. La perfección de los instrumentos de
Torres Jurado, al margen de los de otros colegas suyos
de gran prestigio como el malagueño Antonio Lorca
(1798-1870) o el constructor de Ciudad Real, Vicente
Arias (1843-1912), no tardó en influir al resto de
guitarreros españoles y europeos de la época y a
constructores posteriores, que adoptaron de manera
unánime las reglas básicas de su técnica y diseño,
convirtiendo el modelo de Torres Jurado a partir de
entonces en el canon de guitarra clásica de nuestro
tiempo. Así, sus guitarras fueron las favoritas para
utilizar en concierto por los más grandes guitarristas
españoles de la época, como Julián Arcas, Francisco
Tárrega, Jiménez Manjón, Luis Soria, Juan Parga, José
Rojo, Juan Valler o Miguel Llobet.

Con la llegada del siglo XX, el modelo de guitarra


clásica diseñado por Torres Jurado irá perfeccionando y
depurando sus últimos detalles en lo que se refiere a la
construcción, hasta alcanzar la perfección de formas
actual y el volumen de sonido óptimo para su actuación
en grandes auditorios, gracias a la labor posterior de
otros grandes constructores españoles y europeos. Entre
ellos destacan en España la saga de constructores
madrileños de la familia Ramírez, iniciada por el mítico
José Ramírez I (1858-1923) y llevada a la cumbre de la
fama por su hermano Manuel Ramírez (1860-1916) y su
nieto José Ramírez III (1922-1995), y otros artesanos de
gran prestigio internacional del siglo XX como Ignacio
Fleta (1897-1977) y Manuel Contreras (1932-1995).
Por otra parte, en Europa será muy relevante el trabajo
del guitarrero alemán Herman Hauser (1882-1952), que
construyó la guitarra que utilizó Andrés Segovia
durante muchos años, el francés Robert Bouchet (1898-
1986), cuyos instrumentos han utilizado prestigiosos
guitarristas como el dúo Presti y Lagoya, Oscar Ghiglia
o Turivio Santos, y el español afincado en Gran Bretaña
durante gran parte de su vida, José Luis Romanillos
(1932), que construyó guitarras para el famoso
guitarrista Julian Bream y fue autor además del estudio
más divulgado sobre la vida y obra de Torres Jurado.
[26]





10. EL ROMANTICISMO Y LA ESCUELA
DE TÁRREGA

El nacionalismo musical y la guitarra

A finales del siglo XIX, la música culta española


consiguió superar su particular “crisis de identidad” y
los largos siglos de influencia extranjera, sobre todo
italiana, y renació con unos rasgos personales marcados
y una creatividad desbordante. El reencuentro con las
raíces musicales del país, alentado por el nacionalismo
romántico liderado por el padre de la Musicología
española, Felipe Pedrell (1841-1922), se convirtió en
fuente de inspiración de los nuevos compositores
sinfónicos españoles como los catalanes Isaac Albéniz
(1860-1909) y Enrique Granados (1867-1916) y
después los andaluces Joaquín Turina (1882-1949) y
Manuel de Falla (1876-1946), los cuales se sumergieron
sin prejuicios en la música de la tierra, sobre todo en la
andaluza, que disfrutaba de un extraordinario auge en la
época y en la que el sonido de la guitarra era elemento
fundamental. No en vano, el famoso músico Joaquín
Rodrigo manifestó en numerosas ocasiones que “El
español, cuando escribe música, piensa en un
instrumento que tuviera cola de piano, alas de arpa y
alma de guitarra” y aunque los compositores
anteriormente citados componían principalmente para
piano y sólo Turina dedicó una parte considerable de su
obra a la guitarra de concierto, muchas de las obras de
estos autores serían arregladas en el siglo XX para
interpretarse con guitarra, convirtiéndose en auténticos
clásicos del repertorio del instrumento, como Asturias,
Sevilla, Torre Bermeja o Rumores de la Caleta de
Albéniz,[28] las Danzas Españolas de Granados o las
piezas del Amor Brujo y El sombrero de tres picos de
Falla.

Pero la música española también influyó desde el


Romanticismo a muchos autores europeos como Weber,
Schuman, Mahler, Wagner, Liszt, Schubert, Berlioz,
Bizet, Debussy, Ravel, Verdi, Rossini, Chopin,
Strawinsky o Rimsky Korsakov, quienes además de
componer obras sinfónicas inspiradas en la música
española, crearon obras para guitarra, instrumento que
algunos de ellos solía tocar con frecuencia. También
muchos pintores impresionistas y modernistas franceses
como Renoir, Degas o Manet reflejarán con gran
belleza y colorido escenas de hombres y mujeres
tocando la guitarra, como importante será la presencia
del instrumento en las primeras obras cubistas
realizadas en París a principios del siglo XX por los
artistas españoles Juan Gris y Pablo Picasso. Y en ese
periodo de florecimiento de la música popular española
y su influencia en los compositores clásicos se
produciría en el cambio de siglo los primeros pasos para
el renacimiento de la guitarra de concierto, que había
vuelto a ser despreciada por los círculos musicales y
desplazada por el empuje del piano y las formaciones
orquestales desde mediados del siglo XIX. La guitarra
vivía en esta época un considerable éxito como
instrumento popular y elemento fundamental del cada
vez más difundido arte flamenco, pero gracias a las
aportaciones técnicas de Torres Jurado y la labor
didáctica y compositiva del guitarrista Francisco
Tárrega y sus discípulos, -amigos muy cercanos de los
compositores anteriormente citados-, la guitarra de
concierto podrá demostrar de nuevo su capacidad y
valor como instrumento clásico y triunfar en los más
importantes círculos musicales de Europa y América en
la primera mitad del siglo XX.

Francisco Tárrega

Francisco Tárrega (Villareal, Castellón, 1852 –


Barcelona, 1909) es con-siderado “el Chopin de la
guitarra” y la figura fundamental para el impulso de la
guitarra clásica moderna, por su absoluta dedicación al
instrumento, sus aportaciones técnicas y artísticas y
sobre todo por su enorme influencia en toda una
generación de grandes guitarristas del siglo XX que,
bajo el influjo y ejemplo de su Maestro, se dedicarán al
estudio profundo de la guitarra, a la ampliación de su
repertorio y a su difusión y aceptación definitiva como
instrumento de concierto.

Tárrega nació en una humilde familia de la localidad


de Villareal (Castellón), sufriendo desde los tres años
una afección en la vista que perdurará el resto de su
vida, tras ser arrojado a una acequia contaminada por
una de sus cuidadoras. De muy niño empezó a tocar la
guitarra con su padre, y cuando se trasladó con su
familia a Castellón, recibió enseñanzas de Manuel
González, un guitarrista muy popular en la ciudad, que
era conocido como “El ciego de la Marina”, aunque
también se inició en el estudio del solfeo y el piano.
Pronto, el joven Tárrega comenzaría a mostrar un
virtuosismo sorprendente para un niño de su edad y con
10 años toca delante del guitarrista Julián Arcas durante
una visita de éste a Castellón y es invitado por el
prestigioso intérprete para trasladarse a Barcelona y
recibir sus clases personales. Aunque su contacto será
escaso y no consta que finalmente tomara lecciones del
maestro andaluz, Arcas será la mayor influencia
musical y artística de Tárrega, circunstancia que será
especialmente patente en sus composiciones, de corte
claramente romántico. Pero mientras vivió en
Barcelona, y en vez de acudir al Conservatorio a
estudiar música, el pequeño prodigio se dedicó a
ganarse la vida asombrando a los clientes de los bares y
cafés de la ciudad con su portentoso dominio de la
guitarra. Por ello, su padre le trajo de vuelta a Castellón,
aunque en años posteriores se fugará de casa en un par
de ocasiones para continuar su vida bohemia, esta vez
en Valencia, ciudad en la que comenzará a ganarse una
considerable fama como guitarrista entre la burguesía y
aristocracia de la ciudad y donde continuará
aprendiendo piano bajo el amparo de su protector en la
ciudad, el Conde Parcent. Finalmente, Tárrega trabajará
algún tiempo como pianista en un casino del pueblo de
Burriana, y por entonces adquirirá su primera guitarra
del constructor Antonio de Torres Jurado, quien le
ofreció su mejor modelo al escucharle tocar en una
visita que realizó con su nuevo mecenas, Antonio
Cánesa, al taller del famoso guitarrero en Sevilla. Tras
cumplir el servicio militar en Valencia como asistente
de un coronel, Tárrega se trasladará a Madrid para
estudiar Piano y Solfeo en el Real Conservatorio de
Música, ya que no existía entonces enseñanza oficial de
guitarra. Sin embargo, el virtuoso de Villareal continúa
actuando como guitarrista en reuniones sociales, y en
1877 ofrece su primer concierto importante en el Teatro
Alhambra, consagrándose ante los grandes músicos de
la ciudad como Arrieta, Chueca, Chapí o Bretón. El
musicólogo Baltasar Saldoni recoge en su Diccionario
de Efemérides de Músicos españoles una crítica musical
de uno de sus conciertos en Madrid, en la que se señala
que “no hemos oído, ni es posible, oir cosa mejor en
semejante instrumento”.[29] En poco tiempo, sus
actuaciones le reportan un gran prestigio, y tras una gira
por Andalucía, Levante y Barcelona, inicia su primera
salida al extranjero. En 1881 actuará en diferentes
ciudades de Francia, tocando en París ante la ex-reina
española Isabel II y los grandes de la nobleza, y
seguidamente pasa a Londres, donde recibe elogios del
público y la crítica inglesa. En esta ciudad será acogido
por la más famosa profesora y concertista del país,
Madame Pratten, con la que tocará varias veces a dúo.
De vuelta en España, Tárrega se casa con María Rizo,
una guitarrista principiante a la que conoció en Novelda
(Alicante), y después de perder a su primera hija con
sólo tres meses y concebir a su hijo Vicente, decide
instalarse con su familia en Barcelona en 1884. En la
capital catalana se reunirá a menudo con futuros
músicos de renombre, entre ellos Isaac Albéniz y un
todavía niño Pau Casals, con el que compartirá
interpretaciones de música de cámara. En 1888 vuelve a
mudarse a Valencia, ciudad en la que residirá tres años,
hasta que mientras realizaba una gira en Mallorca,
recibe la trágica noticia de la muerte por enfermedad de
su segunda hija, Conchita. Este hecho impulsa a
Tárrega a regresar a Barcelona, donde permanecerá el
resto de su vida, alternando con frecuentes estancias en
Valencia, Castellón y Alicante, provincias en las que se
convertirá en una figura de referencia en los círculos
guitarrísticos. A partir de entonces, se dedica por
completo al estudio de la guitarra, a la composición y a
la docencia, tanto en Barcelona como en las ciudades
que visitaba, y realiza nuevas actuaciones en Francia y
Londres, en las que el público se rindió una vez más a
su extraordinario talento. Incluso llegará a ofrecer un
concierto en la ciudad norteafricana de Argel. En 1897,
Tárrega toca a dúo en París con los guitarristas
franceses Alfred y Jules Cottin y dedicará al primero su
famosa obra Recuerdos de la Alhambra, inspirada por la
belleza del palacio de los monarcas árabes en Granada.
Pero no será hasta 1902 cuando consigue publicar sus
primeras obras, entre ellas otra de las piezas que
compuso durante su visita a Granada, Capricho Árabe,
que en este caso brindaría a su íntimo amigo, el músico
Tomás Bretón. Ese mismo año, Tárrega comienza a
tocar la guitarra con las yemas de los dedos, después de
muchos años haciéndolo con uñas, para conseguir un
sonido más puro, y en 1903 realiza su última gira
internacional por Italia, limitando a partir de entonces
sus actuaciones al territorio español, principalmente en
localidades de la costa mediterránea. En el pleno
apogeo de su arte, su excesiva humildad y su creciente
miedo escénico ante los conciertos públicos impidieron
que su extraordinario talento fuera admirado con mayor
asiduidad en todos los rincones de Occidente y que su
fama fuera aún mayor, mientras que su absoluta
despreocupación por la cuestión monetaria le pudo
haber condenado en estos años a una vida indigente, si
no fuera por la ayuda de sus mecenas y amigos, que se
preocuparon por conseguirle alojamiento y conciertos y
sufragarle muchos de sus viajes.

Lo que es evidente es que la vida de Francisco


Tárrega estuvo plagada de sinsabores y sufrimientos, y
para colmo, en 1907 el guitarrista sufre un ataque de
hemiplejia, fruto de su constitución nerviosa, que le
provocó la pérdida de la movilidad de un brazo y parte
de su cuerpo. No obstante, gracias a su enorme
constancia y pasión por la guitarra, consigue en pocos
meses recuperar su habilidad con el instrumento y aún
cosecha diversos triunfos en varios conciertos en
España en sus últimos dos años de vida.
Desgraciadamente, su decadencia física era irreversible
y sus problemas de salud le llevarán a la muerte en
1909, a los 57 años de edad, falleciendo en su casa de
Barcelona. Su desaparición causará una enorme
consternación a su legión de discípulos y seguidores,
que le recordarán siempre con enorme cariño y
admiración, y serán ellos quienes se encargarán a partir
de entonces de difundir su figura y su obra por todo el
mundo y de continuar su trabajo en pro del
reconocimiento y prestigio de la guitarra. Francisco
Tárrega fue enterrado en el cementerio de Barcelona,
pero su cuerpo sería exhumado y trasladado al de la
ciudad de Castellón a finales de 1915, enmedio de
grandes honores oficiales y una multitudinaria
asistencia de vecinos, discípulos y admiradores.[30]

Dibujo que Enrique Segura hizo de Tárrega en 1901 (Museo


de Bellas Artes de Castellón)

La obra de Tárrega
Desde que comenzó a ofrecer sus primeros recitales
en los salones de la burguesía española de la época,
Tárrega se dio cuenta de que para demostrar las
posibilidades artísticas de la guitarra en el ámbito de la
música clásica era necesario, antes de nada, enriquecer
y ampliar el limitado repertorio del instrumento. Y para
subsanar esa carencia, Tárrega se entregó a la
composición de obras para guitarra, creando piezas de
gran belleza, como sus famosísimos Capricho árabe,
Lágrima o Recuerdos de la Alhambra, y numerosos
preludios, estudios y piezas para bailes de salón típicos
de la época romántica (minuetos, mazurcas, polkas,
tangos, valses), la mayoría piezas breves, pero algunas
de muy exigente ejecución. Por otro lado, también
arreglaría para el instrumento composiciones, -sobre
todo obras para piano-, de autores clásicos como
Schubert, Schuman, Bach, Grieg, Chopin,
Mendelssohn, Bizet, Mozart, Beethoven, Albéniz o
Malats, así como piezas de Óperas italianas y obras de
los representantes del género musical nacional, la
zarzuela, como Arrieta, Chueca o Chapí. También
realizó versiones de obras de su admirado Julián Arcas,
que por error se le han atribuido como suyas, como la
Fantasía sobre motivos de la Traviata de Verdi o la Jota
Aragonesa. Con todo ello, Tárrega reunió un brillante
repertorio con el que ofreció aclamados conciertos en
España y algunos países europeos, consiguiendo
despertar de nuevo el interés de muchos músicos y
compositores por la guitarra, despreciada tras la muerte
de las grandes figuras del periodo clásico-romántico.
Pero además de la composición para guitarra, su
obsesiva dedicación al estudio del instrumento le llevó a
perfeccionar hasta en sus más mínimos detalles la
técnica de la guitarra de concierto desarrollada por los
grandes artistas clásico-románticos de la primera mitad
del siglo XIX y a descubrir nuevos sonidos, efectos y
posibilidades tímbricas hasta entonces desconocidas en
la interpretación. De esta forma, Tárrega estableció la
postura ideal del guitarrista y la forma de sujetar el
instrumento, señalando cómo se debían colocar las
manos para una correcta ejecución y cómo se debían
pulsar las cuerdas para conseguir un sonido más puro,
limpio y emotivo, recomendaciones que fueron
adoptadas por muchos de los grandes intérpretes de
principios del siglo XX.













Agustín Barrios

Por último, antes de entrar con la monumental figura


y labor artística y pedagógica del más universal de los
guitarristas del siglo XX, Andrés Segovia, resulta
imprescindible referirnos al que es considerado por
muchos músicos como el más grande virtuoso de la
guitarra latinoamericano y el mejor compositor para
guitarra solista de la primera mitad del siglo pasado,
razón por la que a menudo hemos mencionado su
nombre en capítulos anteriores. Hablamos por supuesto
de Agustín Barrios (San Juan de las
Misiones,Paraguay,1885 - San Salvador,El
Salvador,1944), quizás el único gran guitarrista de la
época que mantuvo su estilo y personalidad frente a la
enorme influencia de la Escuela de Tárrega en
Latinoamérica en la primera mitad del siglo XX y un
personaje fundamental para la popularización de la
guitarra de concierto en el continente.

Después de aprender en su pueblo natal a tocar la


guitarra con su familia, muy aficionada a la cultura, las
artes y la música, Agustín Barrios se traslada a
Asunción para completar su formación en el Instituto
Paraguayo con Gustavo Sosa Escalada (1877-1943),
considerado el introductor de la guitarra clásica en
Paraguay y maestro también de otros destacados
intérpretes del país como Quirino Báez Allende,
Dionisio Basualdo, Enriqueta González y Carlos
Talavera. En 1908, Barrios debuta como solista en el
Teatro Municipal de la capital paraguaya y comienza a
componer sus primeras obras y a dar conciertos por
todo el país, cobrando fama en poco tiempo. En 1910
abandona Paraguay y se establece en Argentina,
continuando su actividad concertística en este país y en
Chile. En 1912 se traslada a Montevideo (Uruguay),
ciudad en la que publicará sus primeras obras de interés,
y dos años después será uno de los pioneros en grabar
sus interpretaciones en el recién inventado gramófono,
registro que llevó a cabo en la vecina ciudad de Buenos
Aires.[40] De Uruguay, Barrios pasará a Brasil, donde
vivirá desde 1916 hasta 1932, con un pequeño intervalo
de regreso en Paraguay hacia 1922-23, en el que
aprovechará para tocar a dúo con su maestro Sosa
Escalada y con su discípulo Dionisio Basualdo, -al que
dedicaría un Vals-, y también para acompañar con su
guitarra los poemas de su hermano Francisco Martín
Barrios. En estos años, también serán frecuentes sus
visitas a Buenos Aires y Montevideo para continuar sus
grabaciones y en 1921 Barrios visitará a Andrés
Segovia durante su actuación en la capital argentina. El
cordial encuentro entre los dos grandes virtuosos de la
guitarra sirvió a ambos para aprender de la técnica del
otro, aunque el artista español, -como otros intérpretes
clásicos-, no veía con buenos ojos que el paraguayo
utilizara cuerdas de metal en su instrumento, y su
enorme ego artístico, por otra parte, le impidió
reconocer en años siguientes el indudable valor de las
composiciones de su colega paraguayo.[41]
Mientras tanto, durante sus años en Brasil, Barrios
recorrerá en concierto cada uno de los Estados del país,
incluso los amazónicos, y compondrá algunas de sus
mejores obras. Pero a partir de 1932, inicia una larga
gira por Latinoamérica, en la que, a sugerencia de sus
promotores, aparecerá en la segunda parte de sus
conciertos ataviado con vestimenta indígena paraguaya,
presentándose con el nombre de Cacique Nitsuga
Mangoré (Nitsuga-Agustín al revés, y Mangoré-nombre
de un famoso jefe indígena de la tribu timbú) y el
seudónimo de “El mensajero de la raza guaraní y el
Paganini de la selva paraguaya”, para interpretar sus
composiciones basadas en el folclore latinoamericano,
mientras en la 1ª parte de los conciertos vestía de frac
para el repertorio clásico, lo que producía un contraste
aún mayor. Sus mayores éxitos en esta gira los
alcanzará en Venezuela, donde pasará largas
temporadas en la residencia del guitarrista Raúl Borges,
creador de la primera cátedra de guitarra de
Latinoamérica, pero al final de la misma abandona la
costumbre de disfrazarse de indígena, y desde Méjico,
Barrios pasa a Cuba, antes de embarcarse hacia Europa,
donde actuó con gran éxito en Bélgica, Alemania y
España entre 1934 y 1936. Ese año vuelve a América y
permanece un par de años ofreciendo conciertos en
distintos países caribeños (Martinica, Haití, República
Dominicana, Cuba, Venezuela…), y después viaja a
Méjico, donde sufrirá un ataque al corazón que le
postrará en cama. Pero tras pasar una temporada de
reposo en Costa Rica, decide aceptar la invitación del
gobierno de El Salvador para dirigir la cátedra de
guitarra en el Conservatorio de Música de San
Salvador, ciudad en la que fallecería de una
insuficiencia cardiaca en 1949.

En vida, Barrios fue todo un personaje: hombre de


vasta cultura, fruto de su insaciable ansia de
conocimiento, dominaba las letras y la filosofía, fue
místico, poeta y divulgador de la cultura indígena
guaraní de su país, e incluso un practicante diario de la
gimnasia sueca… Pero al margen de sus extravagancias
personales y de la curiosidad de que tocara guitarras
con cuerdas de metal, Barrios es considerado por
muchos como el mejor compositor de la primera mitad
del siglo XX y un gran virtuoso que combinaba con
deliciosa creatividad la finura de las composiciones
barrocas, románticas y clásicas con la música popular
paraguaya y latinoamericana. Además, fue uno de los
primeros guitarristas en tocar una suite completa de
Bach (Lute suite nº1) y el primer guitarrista
latinoamericano del siglo XX en realizar una gira de
gran éxito por Europa. Compuso más de 200 obras para
guitarra, de las que el prestigioso compositor cubano
Leo Brower escogió en una ocasión como las mejores
para el repertorio del instrumento La Catedral y Las
Abejas, a las que diferentes músicos añaden otras como
Estudio de concierto, Un sueño en la floresta, Choro de
saudade o El gran trémolo, su última gran obra. Muchas
de estas composiciones fueron rescatadas por el gran
guitarrista paraguayo Cayo Sila Godoy, quien siguió el
rastro de Barrios por toda Latinoamérica y Europa,
becado por el gobierno de su país. También el
recientemente fallecido escritor Augusto Roa Bastos
homenajearía a su compatriota en un artículo titulado
“Agustín Barrios, el precursor”, publicado en la revista
Exégesis.

11. ANDRÉS SEGOVIA Y LA GUITARRA


CLÁSICA DEL SIGLO XX

Andrés Segovia (Linares, Jaén 1893 - Madrid 1987)


es sin duda el guitarrista más famoso del siglo XX y el
personaje fundamental para la aceptación definitiva de
la guitarra como instrumento clásico de concierto en
todo el mundo. Casi desde que nació su única pasión
fue la guitarra y siendo un adolescente decidió
consagrar su vida al que fue el gran objetivo de su
carrera profesional: conseguir que la guitarra fuera
considerada un instrumento clásico de concierto y no
únicamente como un entretenimiento popular, que
contara con un repertorio amplio y de calidad que
pudiera disfrutarse en los grandes auditorios musicales,
y que su aprendizaje estuviera presente en las
academias y conservatorios de música de todo el
mundo. A esta inmensa labor se entregó durante 70
años, y no hace falta decir que su objetivo fue cumplido
con creces.

Andrés Segovia

Andrés Segovia nació de forma casual en 1893 en la


ciudad andaluza de Linares, en la provincia de Jaén,
aunque se criaría con sus tíos en el pueblo cercano de
Villacarrillo. La historia de su infancia y de su familia
permanece en el misterio y sólo se conocen los hechos
un tanto novelados que el propio Segovia ha narrado en
entrevistas y en sus artículos autobiográficos. Se sabe
que en 1902 el guitarrista se traslada con sus tíos a
Granada, donde recibe algunas clases de piano, violín y
cello, aunque pronto las abandonaría, por no
convencerle las enseñanzas de sus maestros, y decide
entonces centrarse en su formación musical autodidacta
y en su aprendizaje de la guitarra, instrumento que le
fascinó desde que oyera tocar a guitarristas populares en
Villacarrillo. De esta forma, en Granada alternará con
frecuencia con guitarristas flamencos, para coger
soltura con el instrumento, y tocará ocasionalmente
temas del género con sus amigos Manuel Jofré, Miguel
Cerón o Gallego Burín, si bien enseguida rechazará la
guitarra popular, -limitada en su opinión a su actuación
en humildes tabernas y festejos bullangueros-, y se
empeñará en aprender la técnica de la guitarra clásica,
estudiando por su cuenta libros de música y partituras
de Sor, Arcas y Tárrega. Según sus conocidos de la
época,[42] en Granada Segovia recibiría algunas clases
de Agustín Aguilar, un guitarrista que se ganaba la vida
tocando en orquestas y rondallas, y con 14 años
participa como guitarrista principal en la Estudiantina
de la Facultad de Medicina de la Universidad de
Granada, con la que actuará en Cádiz. Al año siguiente,
en 1909, debuta como solista en el Centro Artístico de
Granada y ese mismo año realiza, según sus palabras,
[43] su primera transcripción de una obra clásica: el
Segundo Arabesco, de Claude Débussy. En esa época
fallecerían sus tíos y, tras vivir una temporada con su
abuela, decide lanzarse a la carrera artística. Entonces
su intención era recibir clases de su admirado Tárrega,
al que idolatraba por su entrega absoluta al instrumento
–de hecho, le llamaba “San Francisco de Tárrega”-,
pero cuando todo estaba apalabrado por su mentor en
Granada, el Maestro valenciano falleció repentinamente
y Segovia tuvo que proseguir su propio camino. Tras
pasar una temporada en Córdoba y Sevilla, donde
ofreció varios conciertos, se traslada en 1912 a Madrid
en busca de un mayor impulso para su carrera. En la
capital española, después de conseguir una guitarra
profesional del constructor Manuel Ramírez y conocer a
Daniel Fortea, se estrena en el salón de actos del
Ateneo, concierto que no tuvo demasiada repercusión.
A pesar de este contratiempo, Segovia consigue varias
actuaciones más en otras ciudades españolas y en 1915
toca en Valencia, donde conoce a varios de los
discípulos de Tárrega, entre ellos a Miguel Llobet, con
quien entablará una buena relación y que será una
influencia fundamental en su formación. Con el apoyo
de Llobet, Segovia se instala en Barcelona, ciudad en la
que también frecuenta el círculo de discípulos de
Tárrega y ofrece varios conciertos en las salas más
importantes, culminando con un recital en el Palau de la
Música en 1916, en el que demostró por primera vez a
sus escépticos colegas que la guitarra tenía sonoridad
suficiente para actuar en auditorios de gran tamaño. En
esta época, el repertorio de sus conciertos era muy
similar al de Llobet, basado en obras de Tárrega,
arreglos de compositores clásicos y alguna pieza de Sor,
Coste o el propio Llobet. Tras triunfar en Barcelona,
Segovia realiza una gira por España y en 1919 viaja por
primera vez a Sudamérica, actuando en Buenos Aires y
Montevideo, ciudades a las que regresará en 1921. De
vuelta a España se casa con Adelaida Portillo, de origen
cubano, y ambos se establecen en Granada, donde
Segovia colaborará con el músico Manuel de Falla y
otros intelectuales en la Organización del Primer
Concurso de Cante Jondo, celebrado en 1922, en el que
será miembro del Jurado en el apartado de guitarra,
junto al famoso guitarrista flamenco Ramón Montoya.
[44] Según Segovia, para recaudar fondos para la
celebración del concurso tocó temas flamencos en una
velada en la que García Lorca recitó varios de sus
poemas. Posteriormente, tras actuar en Méjico y Cuba,
se iniciará el camino de la consagración internacional
de Segovia cuando, con el apoyo del violoncelista
catalán Pau Casals, ofrece su primer concierto en París
en 1924, frente a los grandes músicos de la ciudad,
interpretando el Homenaje a la tumba de Débussy de
Falla y las primeras obras para guitarra compuestas para
él por autores sinfónicos, como la Sonata de Moreno
Torroba, Sevillana de Turina y Segovia de Albert
Roussel. Tras París, actúa en Suiza, Alemania y Austria,
y en 1926 en Rusia e Inglaterra. Al año siguiente realiza
en Londres para el sello His Master´s voice sus
primeras grabaciones en los antiguos discos de cera,
registrando entre otras piezas las Variaciones sobre la
flauta mágica de Mozart de Sor y Recuerdos de la
Alhambra de Tárrega. En 1928 se produce su definitiva
consagración internacional con su concierto en el Town
Hall de Nueva York, en el que obtuvo un clamoroso
éxito que le obligó a realizar otros 40 recitales más en
Estados Unidos, seguidos de una nueva gira por
Sudamérica. En 1929 se estrenará en Japón y, a partir
de entonces, la vida de Segovia se convertirá en una
constante e interminable gira mundial.

Después de haberse casado en Cuba, tener dos hijos y


divorciarse, Segovia establece su residencia en Suiza
entre 1930 y 1935, país en el que realiza la
transcripción de su obra clásica preferida, la Chacona
de Bach. Pero tras casarse en segundas nupcias con la
pianista Paquita Madriguera, decide trasladarse a
Barcelona, aunque el inicio de la Guerra Civil española
le obliga a dejar la ciudad. Tras un breve paso por la
ciudad italiana de Génova, Segovia emigra finalmente a
Sudamérica, residiendo entre 1936 y 1944 en
Montevideo (Uruguay),[45] época en la que realiza
frecuentes giras por toda Latinoamérica. Desde
Uruguay, Segovia se traslada a vivir a Nueva York,
donde su prestigio crecía día a día, a pesar de que sus
simpatías por los regímenes fascistas europeos le habían
granjeado durante algunos años el veto de un sector de
la sociedad norteamericana. A partir de entonces, y
hasta su muerte, ofrecerá giras anuales por todo Estados
Unidos, país en el que se convertirá en el guitarrista
más respetado y conocido por los músicos y aficionados
al instrumento. Pero en 1950, Segovia inicia sus cursos
anuales de guitarra en la Escuela Chigiana de Siena, en
Italia, invitado por el conde Chigi, y en 1952 regresa
finalmente a España, reapareciendo en el Festival de
Música de Granada. Desde 1958, también impartirá
cursos en la ciudad gallega de Santiago de Compostela,
y ese mismo año, su amigo Robert Vidal funda en París
el Concurso Internacional de Guitarra, retransmitido por
la Radio Televisión Francesa (ORTF), que fue uno de
los primeros de su género y el más importante de la
época. Al año siguiente es nombrado Académico de
Honor de la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando de Madrid. En 1962, Segovia se casa con su
tercera esposa, Emilia del Corral, que había sido alumna
suya durante muchos años y en 1967 se traslada
definitivamente a Madrid, ciudad en la que residirá
hasta su muerte, aunque continúa ofreciendo conciertos
y clases magistrales por todo el mundo. Así por
ejemplo, actuó en Japón en 1982, con 89 años. En 1978,
Segovia leyó su famoso discurso de ingreso como
miembro numerario en la citada Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando, titulado “La guitarra y
yo”, que fue contestado por su amigo el compositor
Federico Moreno Torroba. En sus últimos años de vida,
el prolífico guitarrista recibirá innumerables premios,
títulos, medallas, Doctorados Honoris Causa,... además
de ser elegido Hijo Adoptivo de su tierra, Andalucía y
recibir el título nobiliario de Marqués de Salobreña,
concedido por el rey Juan Carlos I. En su pueblo natal,
Linares, se erigirá una estatua en su honor y el reloj del
Ayuntamiento recreará cada hora un fragmento de una
de sus composiciones, Estudio sin luz. Segovia morirá
en Madrid en 1987, aunque sus restos fueron
trasladados posteriormente a la cripta habilitada en la
Fundación Andrés Segovia de Linares, donde se
encuentra además una reproducción de su estudio
madrileño, con todos sus libros, premios,
condecoraciones, guitarras, fotografías y objetos
personales. El legado artístico de Segovia, que fue
donado a la Fundación por su mujer, es actualmente
dirigido por el prestigioso guitarrista, pedagogo,
musicólogo y compositor italiano Angelo Gilardino,
que recientemente ha hecho públicas numerosas
partituras inéditas de obras para guitarra dedicadas a
Segovia por compositores de todo el mundo.

El repertorio para guitarra de concierto

Desde que comenzó su carrera artística, Segovia


estaba convencido de que la guitarra poseía
posibilidades tímbricas y polifónicas que la convertían,
-como él decía-, en “una orquesta en miniatura”. Pero a
diferencia del maestro Tárrega, artista humilde y tímido
que prefería tocar ante un público reducido, Segovia
quiso ampliar el círculo de actuación de la guitarra de
concierto, hasta entonces limitado a los pequeños
auditorios de la elite musical, y que su música fuera
admirada por un público más numeroso y diverso en los
grandes teatros y escenarios del mundo. Para ello,
aparte de sus extraordinarias cualidades como
concertista, necesitaba conseguir dos cosas: por un lado,
un repertorio amplio y de calidad, y por otro, guitarras
que ofrecieran el máximo de sonoridad. Para el primer
objetivo, y consciente de sus limitaciones como
compositor, (a lo largo de su carrera, compuso pocas
obras, principalmente piezas breves: preludios, arreglos
de canciones populares y algún estudio), Segovia
continuó la labor de Tárrega y Llobet, dedicándose a
transcribir obras de grandes compositores sinfónicos
como Mendhelsson, Albéniz, Beethoven, Haendel,
Mozart, Brahms, Schubert, Schuman, Debussy, Grieg,
Chopin, Aguirre,... y de laudistas, vihuelistas y
clavecistas de los siglos XVI y XVII, entre ellos su
músico favorito, Bach, y otros como Mudarra, Narváez,
Weiss, Couperin, Frescobaldi, Purcell, Scarlatti,
Rameau..., mientras por otro lado animaba con
insistencia a numerosos compositores europeos,
españoles y latinoamericanos de la época para que
dedicaran parte de su talento a la creación de obras
orquestales y solistas para guitarra, consiguiendo desde
entonces más de 200 obras para el instrumento. El
madrileño Federico Moreno Torroba (1891-1982),
conocido compositor de zarzuelas, fue el primer músico
no guitarrista en satisfacer el deseo de Segovia,[46]
creando en los años 20 varias piezas para el instrumento
(Sonatina, Nocturno, Suite castellana, Serenata
burlesca, Preludio, Burgalesa), y un poco después sus
espléndidas Piezas características de 1931, que
formarían parte del repertorio del guitarrista durante
muchos años. Y tras un paréntesis de casi 30 años,
Moreno Torroba volvería a componer numerosas obras
para guitarra, que dedicó a otros artistas conocidos. El
famoso músico andaluz Manuel de Falla (1876-1946),
después del éxito de su brillante primera obra para
guitarra clásica, Homenaje. Pour le tombeau de
Débussy, estrenada por Miguel Llobet en 1921 en
Burgos, se comprometió a componer otras para
Segovia, pero finalmente sólo hizo el esbozo de una
pieza titulada Tertulia, que no llegó a concluir. Por el
contrario, el otro gran compositor andaluz de la época,
Joaquín Turina (1882-1949), dedicó a Segovia todas sus
obras para guitarra creadas en los años 20 y 30
(Sevillana, Fandanguillo, Ráfaga, Sonata y Homenaje a
Tárrega – Garrotín y Soleares), y la primera de ellas,
Sevillana, fue estrenada por el guitarrista en Madrid en
1923. Además, en la década de los 70, el guitarrista
José Tomás descubrió una obra inédita para guitarra de
su maestro y uno de los grandes compositores del siglo
XX, el alicantino Oscar Esplá (1886-1976), fechada en
1920, que también había sido creada a petición de
Segovia en sus primeros años de carrera y que llevaba
el título de Tempo di Sonata. Esta obra es la única que
compuso Esplá para guitarra y sería estrenada por el
propio Tomás en 1976. Por otro lado, el francés
Maurice Ravel (1875-1937), amigo de Falla y Turina en
París, quiso escribir un concierto para guitarra tras oír a
Segovia en la capital francesa, pero desgraciadamente,
su muerte impidió que llevara a cabo su propósito,
aunque se han transcrito para guitarra varias de sus
obras.

En los años precedentes a la guerra civil española, los


compositores de la brillante generación de artistas
conocida como “Generación del 27” (Julián Bautista,
Gustavo Pittaluga, Rodolfo y Ernesto Halffter, Salvador
Bacarisse, Rosa García Ascot, Fernando Remacha,
Frederic Mompou, Roberto Gerhard, Ricardo Lamote
de Grignon, Eduardo Toldrá, Agustín Grau..), también
se decidieron entonces a crear obras para guitarra,
aunque la instauración del régimen franquista
condenará a la mayoría de ellos al destierro y a sus
composiciones, muchas de ellas de gran calidad, al
ostracismo. Sólo muchos años después se han
recuperado obras tan importantes de los años 20 y 30
como el Preludio y Danza de Julián Bautista, exiliado
en Argentina con la llegada de la dictadura, y sobre
todo la Sonata para guitarra del músico burgalés
Antonio José (1902-1936), fusilado por los falangistas
durante la Guerra Civil, cuando el propio Ravel, que le
tuvo como discípulo en París, había pronosticado que
sería “el compositor español del siglo”.[47] Las obras
de estos músicos no fueron sin embargo dedicadas a
Segovia, sino a otro gran guitarrista español de la
época, Regino Sáinz de la Maza, muy amigo de los
artistas de la Generación del 27 que vivían en Madrid,
quien también estrenaría la primera composición para
guitarra del famoso músico Joaquín Rodrigo, la pieza
Zarabanda lejana de 1926, obra para cuya creación
había recibido la ayuda del guitarrista Emilio Pujol y
que motivará encendidos elogios del propio Miguel
Llobet, quien animó a Rodrigo a seguir componiendo
para el instrumento. Paradójicamente, a pesar de las
alabanzas a su primera obra, Rodrigo no quiso
componer más para guitarra durante algunos años, pues
ni siquiera le gustaban las obras de Tárrega,[48] pero
afortunadamente la insistencia de guitarristas como
Sáinz de la Maza y Segovia casi le obligaron a
convertirse en el compositor para guitarra más conocido
del mundo.
El compositor valenciano Joaquín Rodrigo

En cualquier caso, en estos primeros años de su


carrera, Andrés Segovia no sólo consiguió despertar el
interés por la guitarra de numerosos compositores
sinfónicos españoles, sino también de virtuosos de otros
instrumentos como el violinista catalán de fama
internacional Joan Manén (1883-1971), que compuso
para él Fantasía-Sonata, otra de las más importantes
obras para guitarra solista del siglo XX, o el
violoncellista Gaspar Cassadó (1897-1966), discípulo
de Casals y autor de Sardana. Manén había conocido en
su infancia y juventud a Tárrega, con el que incluso
llegó a compartir concierto cuando sólo era un niño de 8
años, y como Segovia, sentía una gran admiración por
el Maestro de la guitarra.

Por otro lado, además de los grandes músicos


españoles anteriormente mencionados, numerosos
autores de prestigio a los que Segovia iba conociendo
en sus giras por Francia, Alemania, Suiza o Gran
Bretaña empezaron a componer obras para guitarra
animados por el guitarrista, como fueron los casos del
mejicano Manuel Ponce, el italiano Mario Castelnuovo-
Tedesco, el brasileño Heitor Villalobos, el francés
Albert Roussel, el colombiano Guillermo Uribe, los
británicos Lennox Berkeley y Ciryll Scott, el suizo
Frank Martin, el alemán Paul Hindemith o el ruso Boris
Asafiev, entre otros muchos.
Sin embargo, el momento cumbre para el repertorio
de la guitarra llegaría algunos años después, con la
composición, casi al mismo tiempo, de tres grandes
conciertos para guitarra y orquesta, a cargo del español
Joaquín Rodrigo, el mejicano Manuel Ponce y el
italiano Mario Castelnuovo-Tedesco, que consagrarían
definitivamente la categoría del instrumento y
motivarían a muchos otros autores de la época a
componer nuevas obras orquestales. De los tres, el de
mayor repercusión internacional sería sin duda el
Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo (1901-
1999), que también fue dedicado al guitarrista Regino
Sáinz de la Maza, quien durante una comida en San
Sebastián en septiembre de 1938, cuando el músico
ciego viajaba con su mujer de camino a Francia, le
había sugerido la composición de un concierto para
guitarra y orquesta.[49] Rodrigo compondría el
Concierto de Aranjuez en la primavera de 1939 en París
y su obra sería estrenada en el Palau de la Música de
Barcelona en 1940 con la actuación como guitarra
solista de Sáinz de la Maza, acompañado de la Orquesta
Filarmónica dirigida por César Mendoza Lasalle. Más
tarde, Rodrigo también arreglaría su concierto para ser
interpretado con arpa, a petición del máximo virtuoso
español de este instrumento, Nicanor Zabaleta.

Un año después de la presentación del Concierto de


Aranjuez en Barcelona, Bilbao y Madrid, Segovia
estrenará en Montevideo, donde vivía por entonces, los
dos extraordinarios conciertos compuestos para él:
Concierto del Sur, de Manuel Ponce, y Concierto en Re,
de Mario Castelnuovo-Tedesco, que han sido
interpretados por innumerables guitarristas a lo largo
del siglo XX. Y cuando Segovia regresó por fin a
España en los años 50, tras más de dos décadas en el
extranjero, Rodrigo, al que había conocido en los años
20 en París, también le dedicaría Tres piezas para
guitarra y la segunda de sus grandes composiciones
orquestales para el instrumento: Fantasía para un
Gentilhombre, inspirada en la obra del guitarrista
barroco Gaspar Sanz. Esta obra sería estrenada por
Segovia en la ciudad de San Francisco (California), en
1958. Poco después, en 1961, Rodrigo obtendría un
nuevo éxito con sus composiciones para guitarra, al
ganar el Primer Premio del recién estrenado concurso
de composición de Guitarra de la Radiotelevisión
Francesa, la “Coupe de la guitare”, con su obra
Invocación y Danza (Homenaje a Manuel de Falla),
dedicada al guitarrista venezolano Alirio Díaz, alumno
de Segovia, que la estrenaría ese mismo año. Más tarde,
compondría otros tres conciertos para guitarra y
orquesta, todos ellos estrenados por miembros de la
familia de guitarristas españoles conocida como Los
Romeros, con quienes le unía una estrecha amistad:
Concierto Madrigal (compuesto para el dúo de
guitarristas Presti-Lagoya y estrenado por Ángel y Pepe
Romero), Concierto andaluz (para el cuarteto Los
Romeros) y Concierto para una fiesta (por encargo de
los millonarios tejanos William y Karol McKay para
sus hijas y estrenado por Pepe Romero). Además,
Rodrigo publicaría también en estos años innumerables
piezas para guitarra solista.

El músico mejicano Manuel Ponce (1882-1948),


compañero de Rodrigo en la Escuela de Música de
París, ha sido otro de los grandes compositores para
guitarra del siglo XX y uno de los primeros en crear
obras a petición de Segovia, con el que tuvo una larga y
fructífera amistad, siendo la primera de ellas su
conocida Sonata mejicana de 1923. Segovia le
consideraba el mejor compositor para guitarra, y
además de su concierto y la citada Sonata, Ponce creó
una numerosa obra para el instrumento, incluyendo 36
preludios, dos sonatas de homenaje a Schubert y
Fernando Sor y 20 variaciones del clásico Folías de
España. Su discípulo y gran músico nacionalista, Carlos
Chávez (1899-1978), también compondría Tres piezas
para guitarra en los años 20.

Por su parte, el italiano Mario Castelnuovo-Tedesco


(1895-1968) compuso numerosas obras para guitarra
tras conocer a Segovia en 1932, comenzando por su
Variazioni attraverso i secoli de 1934, a la que siguieron
otras importantes como un homenaje a Niccolo
Paganini (Cappriccio diabolico), otro a Boccherini
(Sonata) y el citado Concierto en Re. Tras su salida de
la Italia fascista de Mussolini, Castelnuovo-Tedesco se
instaló en Estados Unidos, donde siguió componiendo
innumerables obras para guitarra, algunas de ellas
inspiradas en el arte español de Francisco de Goya (24
Caprichos), Juan Ramón Jiménez (Platero y yo) y
Federico García Lorca (Romancero gitano). Por su
parte, el polaco asentado en Francia, Alexander
Tansman (1897-1986), fue otro de los grandes autores
para guitarra del siglo XX. Compuso su obra Mazurka
en 1926 tras escuchar a Segovia en París, y más tarde le
dedicó otras, entre las que destacan Cavatina, una pieza
habitual en el repertorio guitarrístico internacional, y
Suite en modo Polonico.

El compositor brasileño más importante del siglo


XX, Heitor Villalobos (1887-1959), había creado obras
para guitarra desde su juventud, como su famosa Suite
populaire bresilienne, pero cuando se trasladó a París y
conoció a Segovia, dedicó al maestro español sus
importantísimos 12 études (1929). Posteriormente,
compondría también Cinco preludios y su famoso
Concierto para guitarra y pequeña orquesta, publicado
en 1951 e igualmente dedicado a Segovia. También fue
un músico cercano al guitarrista español otro
prestigioso compositor latinoamericano, Guido
Santórsola (1904-1994), nacido en Italia, formado
musicalmente en Brasil, pero que desarrolló su carrera
en Uruguay. De joven ya compuso algunos chôros
brasileños (música para conjuntos instrumentales), pero
su contacto con Segovia le impulsó a producir una gran
cantidad de obras para guitarra, con 6 conciertos
incluidos, de los que destacan su Concertino para
guitarra y orquesta, estrenado por el guitarrista
uruguayo Abel Carlevaro, y su Concierto para dos
guitarras y orquesta, estrenado por los hermanos
brasileños Sergio y Eduardo Abreu, uno de los dúos de
guitarras más importantes del siglo XX. En Uruguay,
también compondrán para Segovia Carlos Pedrell,
sobrino del musicólogo Felipe Pedrell, y Alfonso
Broqua (1876-1947), dos músicos cuyas obras fueron
muy alabadas por el propio Segovia y por Llobet y
Pujol. Y en Argentina tendrán mucha repercusión en
esa época las composiciones para guitarra de Carlos
Guastavino, Gilardo Gilardi y sobre todo Alberto
Ginastera, cuya Sonata es una de las obras más
apreciadas del siglo XX. Caso curioso es el del
guitarrista argentino Jorge Gómez Crespo (1900-1971),
que aunque siempre se había negado a publicar sus
creaciones artísticas, sí permitió que Segovia arreglara e
interpretara su pieza Norteña, incluida en su Serie
argentina, que se convertiría en un clásico del repertorio
del instrumento.

Ya en la segunda mitad del siglo XX, el catalán


Frederic Mompou (1893-1987) sería uno de los últimos
músicos españoles en componer para Segovia,
dedicándole su brillante Sonata Compostelana de 1962;
y un año antes, el más importante discípulo de Manuel
de Falla, Ernesto Halffter (1905-1989), publicaba
también su excelente Concierto para guitarra y orquesta
(1961). En cualquier caso, a lo largo del siglo XX la
gran mayoría de los compositores más importantes del
país crearán obras para guitarra, y entre ellas, los
músicos destacan algunas como las del valenciano
Vicente Asencio (1908-1979), que fueron interpretadas
y grabadas por Andrés Segovia y Narciso Yepes, el
Concertino de Salvador Bacarisse, el Concierto para
guitarra y orquesta de Fernando Remacha y el Códex I
de Cristóbal Halffter. También otros autores españoles
que, como Bacarisse, Bautista o Pittaluga, sufrieron el
exilio, compondrán interesantes obras para guitarra,
como fueron Rodolfo Halffter, Roberto Gerhard y
Joaquín Homs.

En definitiva, desde las primeras obras de artistas


sinfónicos dedicadas a la guitarra que fueron
compuestas gracias al requerimiento de Segovia, la lista
de autores que han creado para el instrumento durante
el siglo XX es interminable en todo el mundo, por lo
que nos resulta imposible reseñar a todos. Pero el caso
es que con este magnífico repertorio de nuevas
composiciones, sus propias transcripciones y arreglos
de autores barrocos, renacentistas y clásicos, y las obras
de Sor, Tárrega o Giuliani, el genio andaluz alcanzará
una reputación extraordinaria en todo el mundo, fruto
de su extraordinario virtuosismo y de la interminable
gira que realizó durante más de setenta años por los
cinco continentes y que llegó en su periodo de máxima
actividad a una media de casi cien conciertos anuales.
De esta forma, Segovia consagró de manera definitiva a
la guitarra como instrumento clásico, labor que se verá
favorecida y amplificada internacionalmente gracias a
la difusión en la época de medios de comunicación de
masas como la radio y la televisión y al progreso de las

GUITARRAS NORTEAMERICANAS

La guitarra española no se difundió en el norte de


América con la misma amplitud que en Latinoamérica
con la llegada de los conquistadores españoles, aunque
las raíces hispanas de la zona suroeste de los Estados
Unidos y la llegada posterior de muchos emigrantes
europeos en el siglo XIX favorecerán su presencia en la
música popular del país y la introducción del negocio
de los luthiers y del uso de la la guitarra como
instrumento clásico. Sin embargo, la evolución de la
guitarra en los Estados Unidos estará marcada por su
transformación en la guitarra acústica y después la
eléctrica, instrumentos que han revolucionado y
adquirido un enorme protagonismo en la música
popular de nuestros días.

Ch.F.Martin

El padre de las guitarras norteamericanas fue


Christian Friedrich Martin (1796-1867), emigrante
alemán que llegó a los Estados Unidos en los años 30
del siglo XIX tras haber trabajado en Viena con el
prestigioso luthier Johan Stauffer. Martin estableció su
propio negocio primero en Nueva York y después en el
estado de Pensylvania, y a mediados de siglo ideó el
sistema de refuerzo por debajo de la tapa armónica con
dos barras de madera cruzadas (el llamado X-bracing),
progreso paralelo al perfeccionado por Torres Jurado
para las guitarras españolas, que permitiría al artesano
alemán construir guitarras más resistentes y con un
sonido más agudo, elementos necesarios para su
utilización en los estilos populares norteamericanos
como el country-wenstern, el bluegrass o el blues. Estos
instrumentos se convertirán en precedentes de las
primeras guitarras acústicas de la Historia, que nacieron
a finales del siglo XIX cuando se introdujeron las
cuerdas de acero en los instrumentos. Desde 1919, los
descendientes de Martin consiguieron aumentar el
tamaño de las guitarras acústicas, creando las famosas
guitarras dreadnaughts, que proporcionaban un volumen
de sonido superior. Además, en los estilos americanos
del country y bluegrass surgieron más adelante otros
modelos de guitarra como el dobro, que incorporaba
una estructura metálica en la caja, y el lap steel guitar,
que se tocaba apoyando el instrumento sobre el regazo.

Orville Gibson

Aparte de la familia Martin, el primer gran


constructor de guitarras acústicas nacido en Estados
Unidos fue Orville Gibson (1856-1918), que fundó su
propia empresa en 1902 en el estado de Michigan,
fabricando guitarras de gran éxito, en las que empezaría
a investigar la implantación de pastillas eléctricas y que
empezaron a desplazar al banjo como instrumento
básico del country. Sus herederos en la empresa
crearían las famosas guitarras con silueta similar al
violín y las hendiduras en forma de f en la caja,
utilizadas por los músicos de jazz en los años 20. La
incorporación definitiva de las pastillas y la
amplificación daría paso a las guitarras electroacústicas,
siendo la primera que tuvo una gran difusión la Gibson
ES-150, presentada en 1935. Hay que mencionar que en
los años 30, el constructor y guitarrista italiano afincado
en París, Mario Maccaferri (1900-1993) introdujo en las
guitarras clásicas y acústicas que construyó para la casa
Selmer el corte que permitía tocar los trastes más
cercanos a la caja, aumentando además el número de
trastes del mástil de 12 a 14. Las guitarras de
Maccaferri fueron utilizadas y popularizadas por el
guitarrista de jazz Django Reinhardt cuando vivía en
París, y a partir de entonces las ventajas de este útil
avance serán aplicadas por los constructores de
guitarras eléctricas.

Las guitarras eléctricas

Tras el experimento fallido de la guitarra Electro


Spanish de Adolf Rickenbacker, más conocida como
the frying-pan (la sartén), los constructores empezaron a
buscar la fabricación de guitarras electrificadas de
cuerpo macizo, más adecuado para el sonido
amplificado. La primera que saldría al mercado sería la
Broadcaster del constructor Leo Fender, más tarde
rebautizada como Telecaster, que apareció en 1950, a la
que siguió en 1952 la famosa guitarra que Les Paul
diseñó para la factoría Gibson. En 1954 se crearía la
mítica Fender Stratocaster, la respuesta de Fender a la
Gibson Les Paul. Estos instrumentos, -junto a otros de
otras marcas como Grestch o Epiphone- serán
fundamentales en el nacimiento y desarrollo de estilos
norteamericanos como el rock and roll, el blues y el
jazz, donde la guitarra alcanzaría límites técnicos y
musicales insospechados y superaría sus carencias
sonoras para llenar auditorios de gran tamaño. Desde
entonces, entre los centenares de extraordinarios
guitarristas que han surgido en el último medio siglo en
Estados Unidos y otros países, podemos destacar
algunos fundamentales como:

Guitarra country: Chet Atkins, Merle Travis, Joe


Maphis

Guitarra Jazz: Django Reinhardt (nacido en Bélgica),


Charlie Christian, Wes Montgomery, Pat Metheny,
Scott Joplin, Jimmy Raney, John McLaughlin, John
Scofield, Al di Meola, Charlie Byrd, Gabor Szabo
(Hungría)

Guitarra Blues: T-Bone Walker, Big Bill Broonzy,


BBKing, Albert King, Freddy King, Robert Cray,
Buddy Guy, Stevie R.Vaughan, Peter Green (Gran
Bretaña)

Guitarra Rock: Jimi Hendrix, Jimmy Page (GB),


Santana, Chuck Berry, Link Wray, Gary Moore (GB),
Eddie Van Halen, Joe Satriani, Steve Vai, Yngwie
Malmsteen (Suecia), Jeff Beck (GB), Brian May (GB),
Mark Knopfler (GB), Eric Clapton (GB).

Por último, mencionar que en las últimas décadas el


mundo de las guitarras acústicas se ha visto
revolucionada con la aparición de las guitarras Ovation,
creadas en los años 60 del siglo pasado por el ingeniero
aeroespacial Charles Kaman, que sustituyeron aros y
fondo por una pieza única ovalada hecha de fibra y
presentaba varios agujeros pequeños en la tapa
armónica en vez de la tradicional boca.

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