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El concepto de género

En las sociedades occidentales hablamos de género aludimos a un sistema particular de


clasificación sociocultural que divide a los integrantes de la población humana en sujetos masculinos
o femeninos, según sus características sexuales del cuerpo.

El concepto de género alude a un sistema simbólico que establece las diferencias de


comportamiento y actuación de hombres o mujeres, asumiendo un modelo de clasificación binario
excluyente (Collignon & Lazo, 2017).

De este modo, se establece lo que denominamos “sistema sexo/género” que refiere a un


conjunto de acuerdos por el cual la sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la
actividad humana y en las cuales estas necesidades sexuales transformadas, son satisfechas (Rubin,
1996: 44).

El sexo se relaciona con la biología (hormonas, genes, sistema nervioso, morfología) y el


género con la cultura (normas, roles, significados, valores, etc.). Así pues, se entiende que el género
es socialmente construido y el sexo biológicamente determinado.

Cobran relevancia lo que podemos definir como roles de género, que hacen referencia a lo
que se espera de los individuos según su clasificación en el sistema binario masculino/femenino. Esta
asignación de roles, muchas veces rígida, configura lo que denominamos estereotipos de género.

Los feminismos y la medicina

Las distintas olas del feminismo o ha buscado alejarse de la perspectiva biologicista y


esencialista de las diferencias entre los géneros, para aportar explicaciones desde diversas
perspectivas filosóficas, epistemológicas y teóricas.

Deborah Lupton (2003) plantea que desde estas miradas se han realizado múltiples lecturas
desde la óptica de la medicina como institución de control social y desde el concepto de
medicalización, así como también desde el enfoque de riesgos. Si bien ésta ha sido una de las tónicas
principales del debate y reflexión feminista sobre la salud y la enfermedad, sacando a luz las
justificaciones médico-científicas que han contribuido a legitimar historicamente lugares de
opresión, también se ha reconocido el lugar de la medicina científica en la liberación femenina.
Como ejemplo de ello, podemos pensar el la píldora anticonceptiva y su papel central en la
redefinición de la sexualidad femenina hacia la década del sesenta del siglo XX.

La salud sexual y reproductiva de las mujeres pueden colocarlas como “vulnerable” o como
sujeto “peligroso”, siendo la medicina importante a la hora de construir estas definiciones.

La maternidad como destino de las mujeres por excelencia, o por insinuar el vínculo entre el
desarrollo intelectual y la atrofia de sus capacidades reproductivas.

Masculinidades, salud y enfermedad

Cuando hablamos de masculinidad, no solamente hacemos referencia a los significados


asociados al ser hombre, sino también a las maneras en cómo la dominación masculina permea toda
la 5 estructura social.

(Careaga, Cruz Sierra, 2006) Estos autores señalan que la forma en que se configura el poder y las
diferentes maneras en que los varones lo ejercen, no son de carácter universal, es decir, se expresan
en un tiempo y espacio determinado, se manifiesta en un contexto local e histórico.
Esta constante si bien no es universal, sí ampliamente mayoritaria, y la llamamos
“masculinidad hegemónica” o “dominación masculina”.

La violencia doméstica como un problema de salud colectiva

La violencia alude a una asimetría en el ejercicio del poder, que implica una persona (que en
términos generales solemos llamar víctima) a la que se le impide expresarse, no existe un respeto
por el otro, no hay diálogo, lo que está en juego es la dominación del otro, por lo tanto lo que existe
es un vínculo abusivo que genera un daño (físico, moral, social, mental, económico o de otra índole).

La violencia doméstica y de género implica la vulneración de la integridad, de la libertad y de


la autonomía de las víctimas, por eso constituye una violación a los derechos humanos.

Desde la salud pública existe amplio consenso de que la violencia doméstica constituye un
problema de salud.

En los años 90 la Organización Mundial para la Salud (OMS) y la Organización Panamericana


de la Salud (OPS) introducen la problemática de la violencia en el campo de la salud pública. Sin
embargo, la violencia ya había sido concebida como un problema médico entre los años 60 y 70 por
parte de la pediatría, asociándose al maltrato infantil (Minayo, 2006).

La violencia doméstica se ubica en la dimensión de la salud colectiva. Es entendida como un


problema de salud pública, ya que por su frecuencia y/o “peligrosidad”, afecta a grupos
poblacionales con mayor vulnerabilidad.

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