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y la Devoción Barroca en el
Nuevo Reino de Granada*
Ésta es la primera versión escrita que se conoce del milagro, véase: Flórez de Ocáriz, 1990
[1674], p. 192. El dominico Pedro de Tobar y Buendía en su obra dedicada a la Virgen de
Chiquinquirá publicada en 1694, acentúa el mal estado del “roto y maltratado lienço, en que
estava borrada la pintura, y desfigurada la Imagen de Nuestra Señora del Rosario”, así mismo
se refiere al milagro de forma diferente, dándole un mayor protagonismo a la indígena Isabel.
Según el fraile dominico, el 26 de diciembre de 1586, tras haber terminado sus oraciones fren-
te a la Virgen, María Ramos se disponía a salir de la iglesia, cuando pasaba por allí una “India
Cristiana, y ladina, llamada Isabel, natural del Pueblo de Turga”, quien llevaba de la mano a
un niño mestizo, de cuatro a cinco años, llamado Miguel. “Al passar por la puerta de la Capilla
le dixo el niño à la India, madre, mira à la Madre de Dios, que està en el suelo, bolviò la India,
à mirar àzia el Altar, y viò que la Imagen de la Madre de Dios del Rosario, estava en el suelo
parada, despidiendo de si un resplandor celestial, y tan grande de luz, que llenava de claridad
toda la Capilla”. Véase: de Tobar y Buendía, 1990 [1694], pp. 16 y 24s.
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(FIG. 1). Virgen de Chiquinquirá, Alonso de Narváez, ante quem 1586, Basílica
de Chiquinquirá, Chiquinquirá.
Flórez de Ocáriz, 1990 [1674], p.193s.
Ibid, pp.194 y 196.
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Nuevo Reino en 1626, sería el cronista laico del siglo XVII que mayor atención ha-
bría de prestar a estas pinturas y esculturas piadosas de la Virgen y de Cristo que ha-
bían manifestado su poder taumatúrgico y gozaban de la veneración de los neogra-
nadinos. El cronista compiló noticias de una treintena de imágenes en su Libro
Primero de las Genealogías del Nuevo Reino de Granada, impreso en Madrid en
1674. Junto a Flórez de Ocáriz cabe mencionar además la obra del dominico Pedro
de Tobar y Buendía quien en 1694 publicó por primera vez la Verdadera Histórica
Relación de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, donde no sólo narró de-
talladamente el origen de esta Virgen, sino también recopiló una serie de milagros
adjudicados a este lienzo milagroso. Con ello de Tobar y Buendía se sumaba a escri-
tos semejantes, publicados durante el siglo XVII en el Nuevo Mundo, como fueron
las obras en honor a Nuestra Señora de Copacabana publicada en Lima por Francis-
co Bejarano en 1641 y aquella de Miguel Sánchez sobre la Guadalupana de 1648.
¿Milagrosas imágenes?
Estas páginas no buscan indagar por la veracidad de los sucesos considerados
entonces como milagrosos atribuidos a imágenes principalmente marianas, sino
esbozar los lineamientos generales para reconstruir el complejo andamiaje artístico
que se generó y legitimó a partir del siglo XVII alrededor de la creencia en su capa-
cidad de realizar milagros. Ante este propósito, una primera inquietud es pregun-
tarse por la denominación dada entonces a estas Vírgenes en la Nueva Granada.
Tanto Flórez de Ocáriz como los cronistas del siglo XVII pertenecientes al clero se
refieren a estas esculturas y pinturas de Cristo y de la Virgen como «milagrosas
imágenes», término que así mismo sería utilizado durante las dos siguientes centu-
rias no sólo en la Nueva Granada sino también en España. Ejemplos de ello son el
Va a ser principalmente en los albores del siglo XIX que vamos a encontrar en la Nueva
Granada una serie de escritos referentes a imágenes de culto con poderes taumatúrgicos.
Véase, por ejemplo: de la Serna, Rafael, 1916 [1825] y1989; del Campo y Rivas, Manuel An-
tonio, Compendio histórico de la fundación, progresos y estado actual de la ciudad de Car-
tago en la provincia de Popayán en el Nuevo Reyno de Granada de la América Meridional
y de la portentosa aparición y renovación de la Santa Imagen de María Santísima, Mariano
Valdés Tellez, Guadalajara 1803; Matallana, Juan Agustín, Historia metódica y compen-
diosa del origen, aparición y obras milagrosas de las imágenes de Jesús, María y José de La
Peña, que se venera en su ermita, extramuros de la ciudad de Santafé de Bogotá, Provincia
de Cundinamarca de la Nueva Granada, reimpresión de la del año 1815 en la Imprenta del
C. B. Espinosa, Santafé de Bogotá, Imprenta de Zalamea Hs., Bogotá 1895.
Aunque las pinturas y esculturas de la Virgen conforman el grupo predominante de las
milagrosas imágenes en la Nueva Granada, Flórez de Ocáriz da cuenta de siete imágenes
milagrosas de Cristo veneradas por los neogranadinos en el siglo XVII, a saber: la pintura del
Santo Ecce Homo en los términos de la ciudad de Vélez, una imagen de bulto y un crucifijo
en la iglesia de San Francisco en Bogotá, los dos crucifijos que aun se veneran en Ubaté y
Buga, una pequeña imagen de bulto en Fuquene y un Niño Jesús en la iglesia de san Laure-
ano en Tunja. Véase: Flórez de Ocáriz, 1990 [1674], pp. 193 y 195s.
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Villafañe, 1740. Presumiblemente, este será un término implementado a partir del siglo
XVII, ya que las pocas obras sobre imágenes semejantes del siglo XVI no utilizan este tér-
mino para referirse ellas. Aquí encontramos designaciones como «Santa Imagen» y «Santa
Reliquia», véase por ejemplo: de Espinosa, Alonso, Del origen y milagros de la Santa Imagen
de Nuestra Señora de Candelaria, que apareció en la Isla de Tenerife, con la descripción
de la Isla, edición a partir de la impresión de la Casa de Juan de León, Sevilla 1594, Goya
Ediciones, La Palma 1980.
De la Serna, 1916 [1825] y 1989.
Covarrubias, 1943 [1611/ 1674].
Vauchez, 1999, p.730.
10
Flórez de Ocáriz, 1990 [1674], p.197. Aquí el cronista enlista una serie de reliquias que
habrían arribado al Nuevo Reino de Granada hasta 1674.
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cia de la Madre de Cristo. Recordemos que debido a que la Virgen habría ascendido al
cielo en cuerpo y alma, no se conservaron sino reliquias secundarias que le fueron
atribuidas y se convirtieron en objetos de veneración en templos de Oriente y Occiden-
te11. Si las Vírgenes neogranadinas no poseían ni los huesos de un santo, ni algún ves-
tigio atribuido a María, ¿qué legitimaba entonces su capacidad de realizar milagros?
11
Ése fue el caso por ejemplo del cinturón y del sudario que habría dejado María a los após-
toles en el momento de su Asunción, así como también algunas gotas de leche con las que
habría alimentado a su Hijo y la piedra sobre la cual descansó durante la Huída a Egipto.
Schiller, 1980, p.18.
12
Bernand, y Gruzinski, 1996, p. 50.
13
Christian, 1976, p. 123. Si bien el estudio de Christian representa un estudio pionero y
valioso sobre la devoción temprana a las imágenes de la Virgen María en España, éste es un
tema al que los investigadores y principalmente los historiadores del arte, sólo le han presta-
do la debida atención recientemente, véase por ejemplo las actas del congreso (por publicar)
Usos y espacios de la imagen religiosa en la Monarquía hispánica del siglo XVII, celebrado
en la Casa de Velásquez en Madrid, 7-9.2.2005.
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14
Villafañe, 1740, p.49.
15
Ibid, pp. 261-264, García, 1996 pp. 18s.
16
Ibid, 1990, p.56.
17
La imagen de la Antigua que hoy se encuentra en el altar mayor de la Iglesia de Nuevo
Colón obedece a una copia moderna, presumiblemente esta obra habría reemplazado a la
original después de su restauración en 1981. Suárez, 1986, pp. 44s, 193 y 313.
18
Pérez Sánchez, 1992, pp. 139-155.
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demostrar que tales ejemplos no eran exclusivos de la pintura española sino tam-
bién del arte americano de los siglos XVI al XVIII19. Fueron precisamente estos
«trampantojos “a lo divino”» los encargados de propagar el culto de diversas imá-
genes españolas en la Nueva Granada en especial durante el siglo XVII. Aun hoy se
conservan en iglesias y museos colombianos numerosas imágenes que reproducen
las milagrosas Vírgenes españolas de Guadalupe, de Atocha, de la Soledad, de
Aranzazu y de los Desamparados, representadas en sus respectivas hornacinas y
camarines, ataviadas con vestiduras y accesorios postizos (FIG.2).
19
Rodríguez G. De Ceballos, 2001, Tomo I, pp. 35-45.
20
Flórez de Ocáriz, 1674, pp.192-197.
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21
De Tobar y Buendía, p.13. Flórez de Ocáriz se refiere al pintor como Antonio de Narváez,
p.192.
22
Alrededor de la definición de la imagen de devoción se han dado diversas discusiones
dentro de la Historia del Arte, véase: Schade, Kart, Andachtsbild. Die Geschichte eines kuns-
thistorischen Begriffs, VDG Verlag und Datenbank für Geisteswissenschaften, Weimar 1996;
Panofsky, Erwin, „Imago Pietatis“. Ein Beitrag zur Typengeschichte des „Schmerzensmanns“
und der „Maria Mediatrix“, en: Erwin Panofsky Deutschsprachige Aufsätze, Editado por Karen
Michels y Martin Warnke, Akademie Verlag (Studien aus dem Warburg Haus, Bd. 1), Berlin
1998, pp.186-233, publicado originalmente en: Festschrift Max J. Friedländer, Leipzig 1927,
pp.261-308; Belting, Hans, Das Bild und sein Publikum im Mittelalter. Form und Funktion
früher Bildtafeln der Passion, Gebr. Mann Verlag, Berlin 1995. Aquí asumimos como imagen
de devoción un tipo particular de imagen diferente a las imágenes historia y a las de culto,
que a su vez era generalmente usado para la veneración privada. Para este tipo de imagen
algunos especialistas han identificado una serie de motivos iconográficos característicos tanto
de la Virgen como de Cristo. Para el caso de las imágenes mariana se han reconocido tipos
iconográficos como la Inmaculada Concepción, la Virgen del Rosario, la Piedad y la Sagrada
Familia entre otros, que a su vez son los motivos representados por las milagrosas Vírgenes
neogranadinas. Véase: Rodríguez G. De Ceballos, Alfonso, “Usos y funciones de la imagen
religiosa en los virreinatos americanos”, en: Los Siglos de Oro en los Virreinatos de América
1550-1700, Cat. Expo. Museo de América (23.11. 1999 – 12.02.2000), Sociedad estatal para
la conmemoración de los centenarios de Felipe II y Carlos V, Madrid 1999, pp. 89-105.
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pasaba a ser la presencia del prototipo como realizadora de milagros, así como lo
habían sido otrora las reliquias de los santos23.
Al milagro inaugural seguía generalmente una serie de actos de consagración
tendientes a reafirmar e individualizar a la imagen como un objeto sagrado y mila-
groso24. Hoy sabemos que en algunos casos, tras haber sucedido el milagro inicial
se procedía a su comprobación, como ocurrió con la Virgen de Chiquinquirá. Se-
gún de Tobar y Buendía, al ser informado del acontecimiento el clérigo más cerca-
no, Juan de Figueredo del pueblo de Suta, éste se desplazó a Chiquinquirá junto
con un escribano para consignar los testimonios que permitirían la comprobación
del milagro, “y viendo la milagrosa Imagen tan sumamente hermosa, con tan vivos
colores renovada en el roto lienço, se quedò asombrado: y aviendola adorado con
mucha devocion, y contemplado, en el milagro; hizo de èl información en Chi-
quinquirá25. Después del informe del Padre Figueredo, emitido el 10 de Enero de
1587, la comprobación del milagro debió tardar varios meses, ya que sólo hasta
1588 habría culminado el proceso, siendo “suficientemente calificado el milagro
de renovación por si misma desta bendita Imagen”26.
Tanto el orden como el tipo de actos de consagración alrededor de la imagen
difieren en gran parte de acuerdo a los encargados de efectuarlos. En la mayoría de
los casos la manifestación milagrosa inicial de una imagen se habría dado ante un
grupo conformado por laicos que algunas veces incluía a algún religioso, este mis-
mo grupo comandaría o instaría a su vez la consagración de la imagen. Es el caso
de la Virgen del Campo en Santafé de Bogotá. Según Flórez de Ocáriz y el francis-
cano Rafael de la Serna, la imagen mariana habría sido originalmente una escultu-
ra en piedra destinada a adornar la fachada de la Catedral de Santafé de Bogotá. Sin
embargo su artífice, Juan de Cabrera, la habría abandonado a medio hacer en uno
de los caminos de la ciudad, con lo cual la escultura terminó sirviendo como puen-
te en un arroyo a las afueras de la ciudad27. Según de la Serna, una noche, unos
resplandores extraordinarios provenientes del puente habrían llamado la atención
de “algunos religiosos y otras personas devotas”, quienes tras descubrir la presencia
de la escultura mariana, la habrían recogido y llevado a un oratorio privado instau-
rado en su honor28. Al mismo tiempo, en la segunda década del siglo XVII, se cons-
truía muy cerca del lugar del milagro el Convento de los recoletos franciscanos de
23
Belting, 2000, p.60.
24
Asumo aquí el término «acto de consagración» como ha sido explicado por David Fre-
edberg. Este historiador considera que el paso de una imagen inanimada a una con vida
conlleva ante todo un rito de consagración que activa la imagen o cuando menos efectúa un
cambio en su modo de funcionamiento. De tal forma que una ceremonia de consagración
nunca representa una ceremonia vacía, involucra actos como coronar, lavar o bendecir la
imagen. Tales ritos implican la apropiación de la imagen por parte de un grupo particular de
personas. Véase Freedberg, 1992, pp.107-125.
25
Tobar y Buendía, 1990 [1694], pp.29s.
26
Ibid, p.31.
27
Flórez de Ocáriz, 1990 [1674], pp195s y de la Serna, 1916 [1825], pp.10s.
28
Ibid, pp.10ss.
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San Diego, los mismos frailes que hacia 1627 trasladarían la escultura de la Virgen
del Campo del oratorio privado a la iglesia del convento para ser venerada allí29.
Así como Nuestra Señora del Campo, otras imágenes como la Virgen del Topo, de
Chiquinquirá, de la Candelaria y de Monguí que originalmente se encontraban en ora-
torios privados, en propiedad de “personas devotas” o en pequeñas capillas habrían
pasado a manos de las ordenes religiosas. El cambio de morada de un espacio profano
a uno sagrado traía como resultado la consagración de la imagen, a su vez que la ins-
titucionalización de su culto y la conversión de la iglesia en un santuario mariano y
con ello en un lugar común de la población neogranadina aunado a la devoción a la
imagen milagrosa.
La atribución de un nombre particular a una imagen se presenta como uno de
los primeros actos de consagración tras el milagro inicial. Para el caso neogranadi-
no las Vírgenes recibieron generalmente apelativos toponímicos como Nuestra
Señora del Campo, del Topo, de Chiquinquirá o de Monguí, relacionados bien con
los sitios donde eran veneradas o donde habían manifestado su poder taumatúrgico.
Otras ostentaban el título de una imagen prototípica a la cual copiaban, como la
Virgen de Roque Amador, que evocaba bien a la Madona de Rocamadour en Francia
o a una pintura en la Iglesia de San Lorenzo en Sevilla30. Así mismo, Nuestra Señora
de las Nieves en la iglesia bogotana de su mismo nombre recordaba la legendaria
imagen hodegetria de Santa María La Mayor en Roma. Heredando presumiblemente
lógicas similares de una tradición milenaria de Oriente con relación al nombra-
miento de los íconos31, las imágenes milagrosas marianas recibieron un título pro-
pio que las identificaba y las individualizaba relacionándolas bien con un lugar
geográfico y una comunidad específica.
29
Ibid, pp. 11ss.
30
Flórez de Ocáriz relaciona el rótulo ubicado en la peana de esta imagen que reza “Roque
Amador” con el supuesto artífice de la escultura, sin embargo considero que se trata de un
error que ha sido repetido desde entonces por todos quienes se han ocupado de esta ima-
gen. El rótulo Roque Amador se debía referir a la imagen prototípica que copiaba la Virgen
llegada a Tunja, Nôtre Dame de Rocamadour, imagen románica venerada en Lot Francia y
cuya devoción fue popular en la Edad Media en diversas poblaciones españolas, propagada
a través del Camino de Santiago.
31
ICK, 4,2, p.20 y
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32
De la Serna, 1916 [1825], pp.20 – 24. La familia Cervantes fundó el patronato de la Virgen
del Campo, asumiendo con ello la responsabilidad de financiar y promover perennemente
la devoción a esta imagen. A cambio, los recoletos franciscanos se comprometieron a inter-
ceder por la salvación de sus almas y por la consecución de la Gloria eterna.
33
Ibid, p. 46, AGN. Colonia, Miscelánea, 3, ff. 343-347. El Virrey habría encargado a Quito
la realización de algunas piezas para adornar el camarín.
34
Sobre la Virgen del Campo, véase: Acosta Luna, Olga Isabel, “Nuestra Señora del Campo.
Historia de un Objeto en Santafé de Bogotá Siglos XVI al XX”. en: Anuario Colombiano de
Historia Social y de la Cultura, No. 29, 2002, p. 73-108.
35
Báez, A., Enrique, La Orden Dominicana en Colombia, Archivo Provincial Dominicano
Bogotá, inédito, Tomo IV (Libro Convento de Tunja), ff. 266s.
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trucción de la capilla habría comenzado sólo hasta 1590 y la cofradía del Rosario habría
sido fundada hacia 159936. Hasta 1680 y bajo la supervisión del capellán fray Agustín
Gutiérrez se habría emprendido la ornamentación de la capilla. Gutiérrez integraría obras
de artistas como José de Sandoval, autor del retablo principal y presumiblemente también
del camarín en 1689, del dorador Diego de Rojas y de Lorenzo de Lugo37.
La Capilla del Rosario fue construida como un añadido a la Iglesia de Santo Do-
mingo constituyendo un «espacio compartimentado» que a través de arcos se comuni-
ca con las naves de la Iglesia38. Esta capilla lateral, decorada vistosamente ostenta un
amplio programa iconográfico dedicado a los quince misterios del Rosario, donde los
gloriosos y los dolorosos se representan en los relieves laterales y los gozosos en los dos
primeros cuerpos del retablo, estos últimos realizados por de Lugo. Por su parte, el
camarín, así como en el caso de la Virgen del Campo, se abre detrás de la calle central
del primer cuerpo del retablo, al cual se accede desde el exterior de la iglesia a través
de una escalera (FIG. 3). Esta pequeña cámara no continua el ciclo iconográfico del
Rosario representado en el retablo y la capilla, mas está profusamente decorada con
figuras de ángeles, losas, espejos con cornucopias y enconchados, unión de elementos
que sumados a la imagen mariana engalanada con indumentaria postiza, constituían la
escenografía suntuosa y vistosa de la imagen milagrosa barroca39.
36
Ibid, f.270 y Ariza, 1992, p.607. Según el cronista dominico Fray Enrique Báez, la capilla
se habría construido según las disposiciones de Arias Maldonado, mas habría sido derriba-
da por el artista quiteño Fray Pedro Bedón quien habría dado comienzo a la construcción
de la capilla del Rosario hacia 1595 en el sitio donde hoy la conocemos. Sin embargo esta
hipótesis ha sido descartada al comprobarse que Bedón habría estado a lo sumo dos meses
en 1594 y otros dos en 1595 en Tunja y que la capilla se habría empezado a construir en
1590. Véase: Báez, 1939, p.3.y Ariza, 1992, p.601.
37
Ibid, p.608
38
Sebastián, 1963, Lám. 24.
39
La imagen que hoy alberga el camarín del Rosario ha sido reconocida como la escultura
sevillana de la Virgen de Roque Amador, la cual según Flórez de Ocáriz se encontraría en
1674 en el altar mayor de la Iglesia de Santo Domingo en Tunja, a donde habría sido llevada
por Félix del Castillo, alcalde de Tunja en 1600, 1611 y 1620. Sin embargo, se ha logrado
establecer que aunque la Virgen de Roque Amador no es la misma imagen del Rosario,
patrona de la cofradía y a la cual se habría dedicado la esplendida capilla barroca. Desco-
nocemos la suerte de aquella imagen titular. Flórez de Ocáriz, [1674], p.196 y Ariza, 1993,
p.618, cita 3.
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Por otro lado, la indumentaria postiza no era exclusiva de las esculturas marianas,
también a algunas pinturas milagrosas les fueron adheridos atuendos falsos. Las figuras
de la Virgen y del Niño en el lienzo de Nuestra Señora de Monguí, por ejemplo, esta-
ban especialmente engalanadas con coronas de oro y piedras preciosas, gargantillas,
pulseras, bocamangas, anillos y zarcillos, como lo describe detalladamente un inven-
tario de sus alhajas de 175540 y lo testimonian sus retratos, como el del Museo de
América de Madrid y aquellos del Museo de Arte Colonial en Bogotá.
Los «trampantojos “a lo divino”» no sólo constituyen valiosos testimonios vi-
suales de la puesta en escena de las imágenes milagrosas durante el barroco, sino
que al representar fielmente la particularidad e individualidad de las vírgenes mila-
40
AGN (Bogotá), Colonia, Fábrica de Iglesias, ff. 656-666.
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41
López de Ayala, 1798 [1564], pp. 357s.