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LIBRO II 169

¡He aquí mi corazón, Dios! ¡He aquí mi corazón, del que te


apiadaste en la profundidad del abismo! Que te diga ahora este
corazón mío aquí presente qué buscaba yo allí para ser malo
gratuitamente y sin que hubiese causa alguna de mi maldad sino
la sola maldad. Era repugnante, y la amé. Amé echarme a per­
der. Amé mi falta y no aquello en que faltaba. Más bien amé esa
misma falta mía, yo, de alma vil, que me apartaba de tu apoyo
en pos de mi aniquilación; que no buscaba nada por desver­
güenza, sino la misma desvergüenza.

Por supuesto que tienen atractivo los s, to


objetos bellos; también el oro, y la plata,
¿; D
u uó n ad e h
nenien ei
a lla r el
o rig e n d e l p e c a d o ?
y todo lo demás. Y en el contacto de la
carne prevalece ante todo la congruencia.
Y a cada uno de los demás sentidos les ha
sido acomodada una adaptación a los cuerpos. También la repu­
tación temporal y el poder de mandar y dominar tienen su belle­
za, de donde nace también el ansia de reclamar su posesión. Y
sin embargo, para conseguir todo esto, no hay que marcharse
lejos de ti, Señor, ni apartarse de tu ley. Y la vida que aquí lle­
vamos tiene sus atractivos debido a una cierta proporción de su
belleza y a su armonía con todos los seres inferiores hermosos.
La amistad de las personas, con su vínculo de afecto, es tam ­
bién dulce por traer la unidad de muchos corazones.

desarrolla un sutil juego alusivo con el pecado original com etido por Adán y
Eva (Génesis 3) com o se aprecia a primera vista en la repetición de los m ism os
elementos — el árbol y sus frutos, el atractivo de lo prohibido, el poder de la
tentación y de la persuasión— y se irá viendo a continuación (cf. H. D e r y c k e ,
«Le vol des poires, parabole du péché originel», Bulletin de Littérature E c clé­
siastique 88 [1987], págs. 337-348). A l m ism o tiempo, este análisis tiene tam­
bién en cuenta la concepción maniquea del mal. El sím bolo del peral enlaza así
con el Árbol del mal maniqueo que representaba el Reino de las Tinieblas (cf.
F. B e r m e j o R u b i o , E l m aniqueísmo..., pág. 86).
170 CO NFESIO NES

Debido a todas estas cosas y a otras semejantes se cae en el


pecado cuando, en esta inclinación desproporcionada — por ser
bienes ínfimos— son abandonados otros mejores y más eleva­
dos: Tú, Señor Dios mío, y tu verdad, y tu ley44. Es cierto que
esas cosas inferiores tienen también su deleite, pero no como
mi Dios, que ha hecho todas las cosas, porque en Él se deleita
el justo y Él mismo es la delicia de los rectos de corazón45.
En consecuencia, cuando se pregunta por esa maldad, por qué
causa fue cometida, no se suele dar crédito, a menos que se descu­
bra que ha podido haber el afán de obtener alguno de aquellos
bienes que he calificado de inferiores, o bien el miedo a perderlos.
Y es que son hermosos y agradables, aunque despreciables y ras­
treros frente a los bienes superiores que colman de felicidad.
— Cometió homicidio46.
— ¿Por qué lo hizo?
—Pretendió a su esposa o un campo suyo, o quiso despojar­
le de su fuente de sustento, o temió perder algo semejante a
manos de él u, ofendido, ardió en deseos de vengarse de él.
— ¿Verdad que no cometería homicidio sin una causa, com­
placido en el mero homicidio?
— ¿Quién lo creería? Pues también respecto de aquella per­
sona enloquecida y demasiado cruel, de la que se ha dicho que
ante todo era malvada y cruel gratuitamente, se ha predicho ya
la causa: para que por la inactividad — dijo— no se anquilosa­
se su mano ni su espíritu41.

44 Dentro de una concepción neoplatónica opone m odus, species y conue-


nientia, reflejo de la perfección divina, frente a las tres tentaciones del mundo
ya citadas (I Juan 2, 16).
45 Salmos 63, 11.
44 Este diálogo con su alma parece una m ezcla de diálogo socrático y de sua­
soria, un tipo de ejercicio retórica en el que se argumentaba a favor o en contra de
la decisión de un personaje histórico, aquí Catilina, como se ve a continuación.
47 N ueva alusión a la Conjuración de C atilina 16, 1-3.
LIBRO II 171

— ¿Por qué motivo también esto? ¿Por qué es así?


— Al parecer para que, una vez capturada la ciudad con
aquel entrenam iento en los crím enes4*, obtu viese cargos, pode­
res y riquezas, y se librase del miedo a las leyes y de la difícil
situación impuesta por la escasez de patrim on io fa m ilia r y el
rem ordim iento de sus crím enes49.
— Tampoco este mismo Catilina amó sus crímenes, sino
ante todo otra cosa por cuya causa los cometía.

¿Qué es lo que yo, desdichado, amé en ti, robo mío, ay,


gamberrada50 nocturna, aquella del decimosexto año de mi
vida? Pues no eras hermosa por ser robo. ¿O es que acaso eres
algo para que te dirija la palabra?
Hermosas eran aquellas frutas que robamos, porque eran
criaturas tuyas, el más hermoso de todos, creador de todas las
co sa s51, Dios bueno, Dios, bien sumo y verdadero bien mío;
hermosas eran aquellas frutas, pero no fueron ellas lo que deseó
mi desdichada, alma. En verdad me sobraban otras mejores,
pero las arranqúé tan sólo por robar. De hecho, una vez robadas,
las tiré después de atiborrar con ellas solamente mi maldad, de
la que con regocijo disfrutaba. Por cierto que, si entró en mi
boca algo de aquellas frutas, la gamberrada era allí su condi­
mento.
Y ahora, señor Dios mío, pregunto qué fue lo que me deleitó
en el robo, y he aquí que no fue ninguno de sus encantos: no
digo uno como el que existe en la justicia y la sabiduría, ni

48 Cf. C atilinarias Π 5 ,9 .
49 N ueva alusión a la Conjuración de Catilina 5, 6-7.
50 Por coherencia con el contexto traducimos así el término latino facinus,
«maldad gratuita», que presenta connotaciones cercanas a la concepción mani-
quea sobre la forma en que actúa el mal (vid. supra n. 4). Sobre su significado
en el análisis moral de Agustín, vid. infra II I8, 15, n. 71.
51 A m b r o s i o , H im nos 2, 1, pág. 46, W a l p o l e .
172 CO NFESIO NES

como el que existe en la mente humana y en el recuerdo, ni en


los sentidos, ni en la vida animada, ni como deslumbrantes son
las estrellas y hermosos el mar y la tierra en sus lugares, llenos
de criaturas que suceden al nacer a las que mueren52; ni mucho
menos como esa especie de encanto deforme y sombrío de los
vicios al engañamos53.

Claro que también la soberbia imita a


En la soberbia, la excelsitud, siendo Tú el único que está
imitación
sobre todas la cosas como Dios excelso.
descaminada
de la divinidad ¿Y la ambición... qué busca sino honores y
gloria, siendo que Tú mereces ser honrado
ante todas las cosas, único y eternamente glorioso? También la
crueldad de los poderes quiere ser temida: ¿quién entonces ha de
ser temido sino solamente Dios, de cuyo poder qué puede esca­
par y sustraerse, o cuándo, o dónde, o con qué, o gracias a quién?
Y las ternuras de los amantes esperan obtener amor, pero no hay
nada más tierno que tu caridad54, ni nada es amado de un modo
más saludable que aquella verdad tuya, más hermosa y luminosa
que todas las cosas. Y la curiosidad55 parece simular el deseo de

52 Agustín parece repasar, en orden descendente, los cinco primeros de los


siete niveles en que se divide la actividad del alma y que llevan a la contemplación
de la divinidad, según aparecen en su tratado Sobre la magnitud del alma 3 3 ,7 0 -
35, 79, datado en el 388: moral en acto (justicia), moral en intención (sabiduría),
mental (memoria), sensitivo y corporal, que siguen a los dos primeros: contempla­
ción de la Verdad en acto e intención previa de contemplarla. A este respecto, no
es casual que las acciones del alma sean siete, pues de esta forma se acomodan
también a los siete días de la creación y las siete edades del ser humano, que cul­
minan en el descanso eterno (véase lo dicho en la Introducción y en 1 6 ,7 , n. 36).
33 Ultima alusión a la personalidad criminal de Catilina, cuyos vicios apa­
recían ante muchos com o grandes virtudes, tal com o relata C i c e r ó n en En
defensa d e C elio 5, 12-14. A esto se añade la alusión al pecado de Adán.
54 Sobre este concepto vid. supra 1 7 , 11, n. 48.
55 En el mundo helenístico y romano la búsqueda de la verdad se fue des-
LIBRO II 173

conocimiento, siendo que Tú lo sabes todo en altísimo grado.


También la propia ignorancia y la estupidez se cubren con el
nombre de sencillez e inocencia, porque no se encuentra nada
más sencillo que Tú. En cambio ¿qué inocencia hay mayor que
la tuya, ya que su propio obrar se vuelve en contra de los malva­
dos? Y la pereza parece buscar la quietud, pero ¿qué quietud hay
asegurada fuera del Señor? El lujo pretende que le llamen sacie­
dad y abundancia; en cambio Tú eres plenitud y abundancia in­
agotable de incorruptible bienestar. El derroche muestra reflejos
de liberalidad; Tú eres, en cambio, dador acaudaladísimo de to­
dos los bienes. La avaricia quiere poseer muchas cosas, y Tú las
posees todas. La envidia lucha por destacar, y ¿qué destaca más
que Tú? La ira busca castigo: ¿quién castiga con más justicia que
Tú? El temor se alarma con acontecimientos insólitos y repenti­
nos que se oponen a las cosas que amamos, preocupándose por
su seguridad; pero ¿qué te resulta insólito?, ¿qué repentino?, ¿o
quién aparta de ti lo que aprecias?, ¿o dónde, sino en ti, existe
una imperturbable seguridad? La tristeza se concome por las co­
sas perdidas con las que se deleitaba el deseo, porque, de igual
modo que no se te puede arrebatar nada, tampoco ella querría
que eso le sucediese.

plazando del campo de las ciencias empíricas al de la experiencia religiosa y


mística. D e la mano de ese proceso, la curiosidad adquiere una connotación
negativa, com o puede verse en el argumento del A sno de oro de Apuleyo, en el
que la curiosidad del protagonista es castigada con su degradación en asno. A
este respecto, en Sobre la religión verdadera, obra escrita por Agustín en el
390, poco antes de su ordenación sacerdotal, se aborda el tema de la curiosidad,
que aparece com o búsqueda de lo sorprendente y sensacional en los espectácu­
los y com o mero placer de descubrir, no de conocer la auténtica verdad (52):
¿Qué es en verdad la curiosidad sino un conocim iento que no pu ede ser segu ­
ro a m enos que sea sobre cosas eternas y que se mantienen siem pre igual?
Sobre el concepto paulino de concupiscencia de lo s ojos, vid. infra X 35, 54.
174 CO NFESIO NES

Así fornica el alma cuando se aparta de ti56 y busca fuera de


ti las cosas que no encuentra puras y diáfanas si no es cuando
vuelve a ti. De una forma descaminada te imitan todos los que
se apartan lejos de ti y se alzan contra ti. Pero incluso así, imi­
tándote, dan a entender que eres el creador de toda la naturaleza
y que, por tanto, no existe lugar adonde, de alguna manera, pue­
dan alejarse de ti.
En consecuencia, ¿qué es lo que aprecié yo en aquel robo y
en aquello en que imité a mi Señor, aunque de una forma desca­
minada y perversa? ¿Me apeteció acaso obrar contra tu ley
— cuando menos, por una falsa creencia, pues no alcanzaba en
capacidad— para imitar, estando cautivo, una libertad merma­
da, haciendo impunemente lo que no estaba permitido, en una
oscura imitación57 de tu omnipotencia? Aquí está aquel siervo
que huía de su señor y que fu e a bu scar una som bra 58. ¡Oh,
podredumbre! ¡Oh, engendro de vida, y de la muerte una sima!
¿Pudo apetecerme lo que no estaba permitido, por ningún otro
motivo que porque no estaba permitido?

¿Con qué com pen saré a l Señor 59 por­


que mi memoria esté recuperando tales
Las vii tudes son hechos y porque mi alma no tema por
concesion divina j r -l r
ello? Así te apreciaré yo, Señor, y te daré
las gracias, y con fesaré a tu nom bre 60 que
me has perdonado tales obras malas y abominables. Atribuyo a
tu benevolencia y a tu misericordia que desh icieras m is p e c a ­

56 Cf. Salmos 72, 27.


57 Vid. supra 1 17, 27, n.127.
58 Job 7, 2 (VL). En Anotaciones a I libro d e Job, a d loe., Agustín interpre­
ta este pasaje en conexión con el pecado de Adán, com o deja entrever la pre­
sente narración (vid. supra n. 43).
59 Salmos 115, 12.
60 Salmos 53, 8.
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dos como si se tratase de hielo61. Atribuyo a tu benevolencia


también todas cuantas malas obras no hice, pues ¿qué es lo que
no pude hacer yo, que amé incluso la gamberrada gratuita? Y
que todo eso me ha sido perdonado lo confieso, tanto los males
que cometí por voluntad propia como los que, por intercesión
tuya, no llegué a cometer.
¿Qué persona hay que, considerando su debilidad, se atreva
a atribuir su castidad y su inocencia a sus propias fuerzas, para
así amarte menos, como si le resultase menos necesaria esa mi­
sericordia tuya con la que indultas los pecados a quienes se
vuelven hacia ti62? Así pues, aquel que, habiendo sido llamado
por ti, ha seguido tu voz y ha evitado cuanto está leyendo que
yo recuerdo y reconozco acerca de mi persona, que no se ría de
que yo sea sanado de mi enfermedad por el mismo médico que
le ha proporcionado los medios para que no cayese enfermo o,
mejor dicho, para que enfermase menos; y por ello, que te apre­
cie lo mismo — ¡nada de eso: mucho más!— porque ese por el
que ve que yo soy librado de las dolencias tan grandes de mis
pecados es el mismo por el que no se ve encadenado con las
dolencias tan grandes de los pecados63.

61 Eclesiástico 3, 17.
62 Cf. Salmos 50, 15. En toda esta obra Agustín insiste en la idea de que sin
la gracia divina resulta im posible escapar del pecado.
63 Referido al mediador entre la humanidad y D ios, Cristo. Todo este pasa­
je está destinado a los maniqueos, cuyos electos hacían gala de la santidad de
sus costumbres, que atribuían a sus propios méritos. Adem ás, gracias a la ex­
trema pureza de su dieta — sin vino ni carne, y exclusivam ente vegetariana, sin
poder siquiera arrancar por su mano los frutos de la tierra— se presentaban
com o redentores de la luz del reino del Gran Padre, la cual fue apresada por el
reino de las tinieblas y se halla presente en las plantas, luz denominada «Jesús
sufriente» (Iesus patibilis).
176 CO NFESIONES

8,16 — ¿Qué fru to obtuve, deplorable de


mí, alguna vez en esos actos cuyo recuer-
ElP°del 7 o dW m e Pr° d uce ah ° ra son rojo64, especial­
mente en aquel robo en el que amé el ro­
bar en sí, nada más, siendo eso nada en sí
mismo y yo más deplorable precisamente por eso? Y sin embar­
go, no lo hubiese hecho solo — así recuerdo mi propósito enton­
ces— ; solo jamás lo hubiese hecho. En consecuencia ¿amé
también allí la complicidad de aquellos con los que lo hice? En
consecuencia, ¿no amé otra cosa que el robo?
— En absoluto: ninguna otra cosa, porque eso tampoco es
nada.
— ¿Qué es en realidad? ¿Quién hay que me lo enseñe sino
quien ilumina mi corazón65 y discierne sus sombras? ¿Qué es lo
que me viene a la mente preguntar, y debatir, y considerar? Pues
si hubiese amado entonces aquellas frutas que robé y deseado
disfrutar de ellas, habría podido cometer aquella maldad ■—si
así hubiese bastado— también solo, y así alcanzar mi satisfac­
ción sin encender las ansias de mi deseo con las mutuas palma-
ditas66 de espíritus cómplices. Pero como no encontraba satis­
facción en aquellas frutas, la encontraba en la propia maldad
que cometía la complicidad de quienes pecaban conmigo.

9, π ¿Qué era aquel estado de ánimo67? Sin lugar a dudas era a

64 Romanos 6, 21.
65 Eclesiástico 2, 10.
66 La expresión metafórica confricatione («frotamiento mutuo») parece re­
ferirse a la frase hecha latina asinus asinum fr ic a t («un asno frota a otro asno»)
entendido com o elogio de las malas acciones (c f.V . H e r r e r o L l ó r e n t e , D ic­
cionario de fra se s y expresiones latinas, Madrid, 1992, 786).
67 Traduzco así el término affectus animi (literalmente «afección del espíri­
tu»), entendido como «pasión» o más comúnmente «emoción», por la conexión
LIBRO II 177

todas luces demasiado vergonzante, ¡y ay cómo sufría yo68, que


lo tenía! Pero después de todo ¿qué era? ¿Las malas acciones
quién las conocem? Nos hacía reír casi con cosquilleo de cora­
zón el hecho de engañar a los que no pensaban que nosotros
haríamos eso y que tajantemente lo rechazaban. ¿Por qué me
deleitaba, por tanto, el hecho de que no lo hiciera solo? ¿Acaso
porque tampoco nadie ríe solo con facilidad?
— Nadie, es verdad, lo hace fácilmente, pero también la risa
se apodera alguna vez de personas solas y aisladas cuando nin­
gún otro está presente, si algo muy gracioso se les presenta a
sus sentidos o a su mente.
— Pero yo, solo, no hubiese hecho eso; no lo hubiese hecho
jamás solo70...

que en castellano tiene la palabra ánimo con la vida em ocional, pues el término
latino animus designa la mayoría de los procesos de la mente y el espíritu (vid.
infra X 6, 10, n. 58). A este respecto, el dominio de las em ociones es funda­
mental en la culture de soi helenística, en especial para los estoicos, que busca­
ban eliminar cualquier interferencia de los acontecimientos exteriores, dirigi­
dos por el azar o el destino, en la vida anímica individual hasta lograr la total
imperturbabilidad de ánimo o ataraxia, cielo claro en el que hallar la verdad y
la felicidad.
68 Job 1 0 ,1 5 .
69 Salmos 18, 13.
70 Todo e l relato que aquí concluye sirve de alegoría de la iniciación de
Agustín com o auditor maniqueo durante su juventud, tal com o se va a narrar
en e l libro siguiente de estas Confesiones. A sí lo deja suponer el papel del
grupo y de la clandestinidad en la persuasión hacia lo prohibido, pues la per­
seguida iglesia maniquea se organizaba en células secretas en torno a sus e le c ­
tos. Éstos, que se entregaban a una vida itinerante en total renuncia a lo m ate­
rial, necesitaban del apoyo de los auditores incluso para no contaminarse
arrancando frutos, lo que proporcionaba gran cohesión al grupo. Agustín ofre­
ce un ejem plo de ese celo sectario al persuadir a no pocos de sus am igos
(Nebridio, Honorato, Cornelio y su patrono Romaniano) para que abrazasen la
fe maniquea.
178 CO NFESIONES

Aquí tienes ante ti, Dios mío, el vivo recuerdo de mi alma71.


Solo no hubiese cometido aquel robo en el que no me apetecía
lo que robaba, sino el hecho de robar, lo cual tampoco me hu­
biera apetecido hacer solo, ni lo hubiera hecho. ¡Ay, amistad tan
enemiga! ¡Incomprensible arrebato de la mente! ¡Ansia de per­
judicar por pasatiempo y diversión! ¡Y apetito de daño ajeno
sin apetencia alguna de provecho personal, sin apetencia de
venganza, sino que cuando se dice «vamos, hagámoslo...» tam­
bién uno se avergüenza de no ser desvergonzado!

10, is ¿Quién deshace este complicadísimo e intricadísimo eme-


do? Desagradable es y no quiero meterme de lleno en él, no
quiero verlo. Te quiero a ti, Justicia e Inocencia, bella y hermo­
sa por tus ojos honestos y tu insaciable saciedad. Quietud hay
en ti en abundancia, y vida imperturbable. Quien entra en ti
entra en el gozo de su Señor12, y no temerá, y se encontrará
inmejorablemente en lo mejor.
Me llevé corriente abajo lejos de ti y me extravié1*, Dios
mío, durante mi juventud74, demasiado descarriado de tu estabi­
lidad, y me convertí en región de pobreza75 para mí mismo.

11 Eco de la invocación de protección a D ios frente a los enem igos en N ú­


meros 10, 9.
72 Mateo 25, 21.
73 Salmos 118, 176.
74 Recuérdese que el periodo que abarca la adulescentia es un tanto dife­
rente en la cultura romana (vid. supra. 1 6 , 7, n. 36).
75 La expresión une la alusión a la escasez que acosa al hijo pródigo (Lucas
15, 14) y a la región de desem ejanza platónica ya vista (vid. supra I 18, 29,
n. 139). Sobre los antecedentes de esta noción y la repercusión en la literatura
posterior, véanse las páginas que dedica P. C o u r c e l l e , R écherches..., en su
A ppendice VII, págs. 405-440.

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