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1.

¡Ojalá, Romaniano, la virtud pudiese arrebatarle a la Fortuna,

su contraria, al hombre hecho para sí, como ella, a su vez, no está

dispuesta a ser arrebatada por nadie!

Pues estoy plenamente convencido de que la virtud te hubiera

echado una mano declarando que le pertenecías, y, al conducirte a

la posesión de bienes más seguros, no permitiría verte, incluso en

momentos de prosperidad, esclavo del azar.

Pero ya sea a causa de nuestros méritos, o por simple necesidad

de nuestra naturaleza, es claro que el alma divina, unida a las cosas

mortales, no logra arribar al puerto de la sabiduría, donde se halle

al abrigo de los vientos propicios o adversos de la Fortuna, a no ser

que ésta, favorable o adversa, la guíe allí.

Por esto, no me queda más que hacer votos para alcanzar, si es

posible, de Dios, que rige el destino de todo, te conceda encontrarte contigo mismo —pues
será la manera más fácil de que esté con nosotros— y permita que tu espíritu, que hace
tiempo suspira

por esto, ascienda finalmente hasta el hálito de la verdadera libertad.

Pues tal vez lo que vulgarmente se llama Fortuna esté sometido

a ciertas leyes secretas e, igualmente, lo que denominamos en las

cosas casualidad no sea más que efecto del desconocimiento de sus

razones y sus causas. Y en cada acontecimiento nada sucede próspero o adverso que no se
halle en concordancia y en armonía con

todo el universo. Esta doctrina, divulgada por los oráculos de las

más ricas doctrinas y sumamente extraña a las inteligencias profanas, la Filosofía, a la que te
invito, promete demostrar esta verdad

a los que la aman. Por ello, aunque te acontezcan sucesos impropios de ti, no te desanimes.
Pues si es verdad que la divina

Providencia actúa en cada uno de nosotros, y no lo dudamos, créeme

que las cosas te acontecen como deben acontecer.

En efecto, entraste en la vida humana, llena de tantos errores,

con unas cualidades humanas tan grandes que no ceso de admirar,

y también desde el comienzo mismo de la adolescencia, edad en la


que la razón aún es débil y camina con pasos vacilantes, te encontraste igualmente con
abundantísimas riquezas. Éstas comenzaron

a arrastrar hacia el abismo de los placeres tu ánimo juvenil, que parecía buscar con avidez lo
hermoso y lo bello, de no haberte rescatado de ese abismo los vientos tenidos como
desfavorables de la

Fortuna, cuando te hallabas a punto de ser anegado por ellos.

2. Pero, si al ofrecer a nuestros conciudadanos luchas de osos y

espectáculos nunca vistos hasta ahora por ellos, hubieras sido tú

ovacionado con largos aplausos de los espectadores entusiasmados;

si te encumbrasen sobre las nubes las voces de los insensatos, cuyo

número es infinito; si nadie se atreviera a tenerte como enemigo; si

las inscripciones municipales realizadas en bronce te proclamaran

patrono no sólo de tus conciudadanos sino también de las ciudades

cercanas; si te erigieran estatuas y te colmasen de honores; si te

otorgaran poderes aún mayores que los que conllevan las funciones municipales; si te
preparasen espléndidas mesas para tus festines de cada día en que cada cual pudiera pedir y
obtener con toda

seguridad lo que necesita e, incluso, poder dar satisfacción a sus

deseos o gustos y, además, recibiesen otras muchas cosas sin haberlas pedido; y si tu misma
hacienda familiar, fiel y diligentemente

administrada por los tuyos, resultara suficiente para cubrir tus

gastos; si además estuvieras viviendo en lujosas mansiones dotadas de magníficos baños, con
toda clase de juegos honestamente permitidos, con cacerías y festines; y si fueras celebrado
por tus clientes, tus conciudadanos y, en fin, proclamado por todo el mundo

como el más humano, el más generoso, el más distinguido y el más

afortunado de los hombres, dime, por favor, Romaniano, ¿quién se

atrevería a mencionarte una vida feliz distinta que fuese la única y

verdadera? ¿Quién pretendería convencerte no sólo de que no eras

feliz, sino de que eras tanto más desgraciado cuanto más inconsciente lo eras de tu desgracia?
¡Y qué fácil es hablarte ahora de lo

que te han advertido en tan poco tiempo tantos y tan grandes reveses como has sufrido! En
realidad no precisas del ejemplo de los

demás para convencerte de que, en todo aquello que los mortales

consideran como bienes, no hay más que inconstancia, fragilidad y

abundancia de miserias. Ahora esta buena experiencia tuya nos va


a permitir, en alguna medida, poder convencer a los demás.

3. Aquella disposición personal que te ha inclinado siempre a

desear lo bello y lo bueno, a ser más liberal que rico, por la que

nunca preferiste ser más poderoso que justo, a no claudicar jamás

frente a la adversidad y la injusticia, te diré que es un no sé qué


divino que hay en ti y que está como aletargado bajo el sueño de

esta vida; pero hete aquí que una oculta Providencia se ha propuesto despertarlo con diversas
y violentas sacudidas.

Despiértate, despiértate, te lo ruego; te sentirás, créeme,

sumamente feliz por no haberte dejado arrastrar por los bienes

de este mundo que con sus halagos cautivan sólo a los incautos.

Intentaban también seducirme a mí, ocupado en exaltar cada día

estos bienes, a no haberme obligado un dolor de pecho a abandonar mi vana profesión y a


refugiarme en el seno de la Filosofía. Ella

es ahora la que me alimenta y me cuida en este lugar de sosiego tan

deseado por mí. Ella es la que me ha liberado totalmente de aquella superstición, a la que yo
te arrastré fatalmente conmigo. Pues

ella enseña, y enseña con verdad, que no es digno de estima alguna

y sólo merece nuestro desprecio aquello que vemos con nuestros

ojos mortales y afecta a la percepción de nuestros sentidos. Ella nos

promete conocer claramente al Dios sumamente verdadero e inefable, y ya casi me lo deja


entrever a través de luminosas nubes.

4. Nuestro Licencio vive aquí, conmigo, entregado de lleno al

estudio. Se ha dado a la Filosofía de tal modo que, renunciando a

las seducciones y placeres propios de la juventud, me atrevería, sin temor alguno, a


proponérselo como modelo a su padre. Tal es la

Filosofía de la que nadie se siente excluido debido a su edad. Para

estimularte a retenerla y aliviar tu insaciable sed de ella, pues la

conozco bien, he querido enviarte un pequeño ensayo. Confío que

mi deseo no te sea inútil, sino que te resulte agradable y, por decirlo de alguna manera, te
animes a entregarte a ella. Te he enviado

trascrito el debate que entre sí tuvieron Trigecio y Licencio.

Habiéndonos retenido el servicio militar durante algún tiempo al

joven Trigecio, lo suficiente como para olvidar el sacrificio que


conllevan los estudios, nos lo devolvió lleno de un inmenso deseo

y ardiente pasión por las grandes y nobles artes liberales.

Pocos días después de habernos establecido en la campiña, y

tras haberles exhortado y animado al estudio, al verlos mucho más

dispuestos y ansiosos de lo que yo me había imaginado, intenté

entonces probar de qué eran capaces a su edad; porque me parecía

que un libro de Cicerón, el Hortensio, les había ganado en gran

medida para la Filosofía.

Ayudándome, pues, de un amanuense, para que nuestro trabajo

no se lo llevara el viento, no permití que nada se perdiese. En este

libro podrás leer precisamente los temas por ellos tratados y sus

opiniones e, incluso, mis palabras y las de Alipio.

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