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¿Cómo alcanzar la Justicia Social?

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Por Reinaldo Escobar

'Las ideas ganarán la batalla...' (Letrero en la imagen)

'Las ideas ganarán la batalla...' (Letrero en la imagen)

A pesar de que la justicia social, junto a la soberanía nacional, es una de las más proclamadas
conquistas de la revolución cubana, es compartida la impresión de que faltan definiciones
comprensibles, programas consensuados y compromisos claros para alcanzarla.

Cualquier discusión sobre lo que es justo o injusto en el plano de las relaciones sociales conduce al
tema de las desigualdades, las que primero tienen que ser identificadas y evaluadas, para luego
reconocer el grado de injusticia que puede haber implícito en ellas, solo entonces aparecen las
consideraciones éticas y la búsqueda de soluciones prácticas.

En un entorno competitivo es fácil apreciar que algunos individuos son más capaces que otros,
bien porque son más talentosos, más fuertes, más voluntariosos o resistentes, o porque han
tenido mejores oportunidades para el aprendizaje de conocimientos o el entrenamiento de
habilidades. También están los incapaces con suerte o con influencias provenientes del seno
familiar o de cualquier otro favoritismo, y los que todo lo consiguen a través del atropello o la
extorsión. La mayor fuente de injusticia, no se aprecia entonces en la diferenciación de los
resultados obtenidos ni en la diversidad de potencialidades personales, sino en estos casos, donde
no existe la adecuada proporción entre lo merecido y lo obtenido, que para colmo
frecuentemente se ostenta.

No hay consideración ética que condene la desigualdad de aptitudes y capacidades entre los
individuos, de ahí que cuando se intenta aplicar alguna solución práctica para limitar o eliminar las
injusticias, generalmente se hace más hincapié en las pautas que determinan el entorno
competitivo. La primera norma suele ser excluir los privilegios y otorgar igualdad de
oportunidades, aunque en ocasiones se considera justo dar oportunidades privilegiadas a quienes
tienen menos facultades, precisamente en aras de que prevalezca la igualdad. Eso se ve
claramente en el ámbito deportivo, donde las reglas son de obligatorio cumplimiento, hay una
línea de arrancada para todos y cuando se hace necesario se hacen divisiones atendiendo al sexo,
la edad o el peso corporal.

La justicia social suele ser promovida de forma minimalista, cuando solo existe el objetivo de
contener las protestas de aquellos muchos que perciben su miseria como consecuencia de la
riqueza de unos pocos. Es propuesta en un sentido moderado, cuando se tiene la intención real de
aliviar el desequilibrio producido por las desigualdades. En su versión radical, se ha intentado
aplicar la justicia social enarbolando como bandera la disminución o eliminación de las
desigualdades mismas. Llegando más lejos, desde un ángulo totalmente extremista, se impone,
haciendo desaparecer toda heterogeneidad social y económica en un entorno exento de
competencia.

Las divergencias entre estas interpretaciones pueden llevar a posiciones políticas, no solo
diferentes, sino antagónicas. Especialmente cuando los defensores de una u otra perspectiva
consideran que hay una sola posible: la que ellos patrocinan y porque en dependencia del modelo
que se ponga en práctica puede estar en juego la existencia de la clase social a que se pertenece o
se aspira a pertenecer.

El minimalismo

Hay quien cree que existe justicia social allí donde se garantiza un salario básico en una jornada
mínima y donde los impuestos recaen preferentemente en el precio de los productos y no en la
ganancia de los grandes empresarios y profesionales independientes. Les parece suficiente la mera
existencia de servicios públicos de salud y educación, aún cuando éstos se diferencien de estas
prestaciones en el sector privado en un grado tal, que solo se consiga reproducir y a veces
aumentar el número de desfavorecidos. La contradicción fundamental de esta caricatura de
justicia social es que eterniza y agudiza las desigualdades y estimula la prédica de radicales y
extremistas.

La moderación

Quienes intentan conquistar una justicia social moderada aceptan la existencia de desigualdades
en un entorno competitivo. Aquí los exitosos estarán obligados por ley a atemperar las
desventajas de los desfavorecidos y a contribuir con un porcentaje de sus ganancias a la
consecución práctica de la igualdad de oportunidades. Los servicios públicos subvencionados
competirán en calidad entre sí y con los del sector privado. La regla de oro consiste en que los
impuestos no asfixien a los emprendedores y las subvenciones no estimulen el parasitismo. Su
fragilidad radica en su dependencia del perfecto funcionamiento de los mecanismos democráticos,
pues siguiendo esta variable, solo se consigue mejorar a los de abajo si los más ricos no
monopolizan el poder político.

El radicalismo

Optan por el clásico procedimiento de expropiar a los ricos en beneficio de los pobres. Defienden
la idea de que cada cual debe recibir en correspondencia con su aporte pero reducen la
participación de los agentes económicos a su papel productivo o de prestación de servicios. La
competencia no opera en el mercado sino en los méritos sociales y laborales, como vehículo para
obtener mejoras en la calidad de la vida. El estado omnipropietario garantiza parcialmente la
igualdad de oportunidades y distribuye de forma equitativa lo tenido por básico, que se presume
será más y mejor según sea más y mejor el aporte colectivo al tesoro común. Lo que los exitosos
pueden recibir por encima de “lo básico” marcará la diferencia en el status, pero nunca será en
una demasía que haga sentirse humillados a los desfavorecidos. El éxito de esta modalidad
depende de la productividad y su mayor riesgo es el inmovilismo por lo poco que estimula el éxito
individual.

El extremismo

Son más impacientes y gustan de quemar etapas. El ejemplo histórico emblemático ocurrió a
finales de los años 70 en Kampuchea, cuando el Khmer rojo condu-cido por Pol Pot eliminó por
decreto las diferencias entre clases sociales, entre la ciudad y el campo y entre el trabajo
intelectual y el trabajo manual. Fue costoso, pero fácil. Confiscaron todas las propiedades,
vaciaron por la fuerza las ciudades, abolieron el dinero y convirtie-ron a los artistas en labriegos.
En su discurso satanizando las diferencias sociales se asemejan a los radicales pero apelan más a la
violencia para acortar los plazos. Termi-nan hundiendo a sus pueblos en la miseria más espantosa
y apelando al genocidio para demostrar sus verdades inapelables.

Aquí, ahora

En la práctica social registrada por la historia las variables antes esquematizadas se presentan con
las peculiaridades propias de cada país y con notable mestizaje entre ellas. En una misma
experiencia local estas modalidades se han presentado ordenadas sucesivamente o han
competido durante un tiempo determinado.

Cuba ha sido durante más de cincuenta años un laboratorio donde han prevalecido los
experimentos de corte radical, aunque por momentos las evidentes circunstancias exteriores o las
invisibles luchas internas, han inclinado la balanza hacia la moderación o hacia el extremismo. Al
terminar la primera década del siglo XXI, los cubanos estamos sedientos de cambios que
conduzcan al bienestar de la Nación y sus ciudadanos sin renunciar al disfrute de la justicia social.

No existe aquí una poderosa clase rica capaz de imponer injusticias extemporáneas y a estas
alturas ya nadie prestará oídos a ningún desafuero extremista. El verdadero dilema, la más rica
discusión que se nos viene encima, ¡que ya está ocurriendo! es entre un fracasado modelo radical,
supuestamente liderado por el proletariado y una siempre sospechosa moderación cuyo único
protagonista posible tendrá que ser la emergente clase media. Si la polémica se restringe al
estrecho campo de variables que cabe dentro de la línea radical, en busca de una idílica perfección
de lo que no funciona, no avanzaremos en ninguna dirección.

Aspiramos a una auténtica justicia social, pero ya nos lastran los frenos impuestos por el excesivo
control burocrático del estado-partido que nos gobierna. Queremos igualdad de oportunidades,
pero no solo para ser atendidos en un hospital o para recibir instrucción en las escuelas, sino
también para ejercer actividades empresariales, para expresarnos, asociarnos y movernos
libremente y para influir en las decisiones políticas.
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Cómo alcanzar la justicia social

Publicado en 22 agosto, 2011 a las 8:00 pm

Pregunta: ¿Cómo podemos conectarnos con el enfoque, para tomar las decisiones en la “mesa
redonda”, como en una familia, con las necesidades básicas del hombre?

Respuesta: En realidad, incluso si algunos manifestantes exigen pañales, otros queso cottage más
barato, otros exigen vivienda a precios razonables, etc., la nación entera está unida por el deseo
de justicia social. Cada persona siente que esta está ausente, que él es defraudado, que no obtiene
lo que se supone que obtenga comparado con otros.

El “pastel” debe ser repartido de tal manera que se logre la justicia social ¿Pero qué es justicia
social? Es cuando cada uno está de acuerdo que bajo las circunstancias, esta es la única solución
óptima.

Todo se decide siempre en “la mesa redonda”. No puedes resolver un solo problema sin tomar en
cuenta a los demás porque todo se refiere al mismo recurso limitado. Si cada uno cuida sólo sus
propias necesidades, no podemos llegar a la decisión correcta, y mañana comenzarán nuevas
protestas. Todos deben entender que es imposible lidiar con el problema de otra manera. La
justicia sólo puede ser alcanzada mediante un consenso mutuo y una garantía mutua.

Somos incapaces de ver y escuchar inmediatamente cuán profundo es este principio, pero cambia
por completo el enfoque. Y esto debe llevarse a cabo en la nación. No es importante cuánto dinero
tomes de aquí o allá, sino que lo importante es la sensación de que realmente estás junto con
todos.

Las personas están actualmente viviendo en un estado de opresión. Tan importante como el
dinero para ellos, es la necesidad que tienen de sentir que no son ignorados, o “acorralados”.

Con este enfoque, las decisiones prácticas también cambian. Toda la sociedad y la nación
comienzan a pensar diferente, tratando la situación en un nivel diferente, y entendiendo que sólo
pueden tener éxito al tomar decisiones en la “mesa redonda”.
Después de todo, la justicia social no se mide por la cantidad de dinero recibida. Se mide por la
convicción de que somos una familia, pero debido a que ahora no tenemos otra opción,
repartimos los recursos de esta manera.

Debemos pensar en todos de la misma manera, como una familia en la que hay viejos y jóvenes,
enfermos y sanos. Así, discutimos cómo apoyar a cada miembro en este momento. Esto es justicia.

Existen organizaciones que pueden ser comisionadas para provocar disturbios y revoluciones en
diferentes países, ¡mientras que nosotros estamos trabajando para llevar a la sociedad hacia un
acuerdo!

(51823)
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Justicia social

La justicia social solo puede definirse a partir del hecho concreto de la injusticia social.1 Algunos
estudiosos,2 sostienen que el concepto «justicia social» se corresponde con la «justicia
distributiva» de Aristóteles, en tanto que la noción de «justicia conmutativa» del estagirita,
corresponde a la idea clásica de justicia en las sociedades modernas.

La manera más recurrida, para hacer justicia o criticarla es la Protesta. Protestas en Egipto de 2011
contra el presidente Hosni Mubarak.

Los temas que en realidad interesan a la justicia social se encuentran la igualdad social, la igualdad
de oportunidades, el Estado de bienestar, la cuestión de la pobreza, la distribución de la renta, los
derechos laborales y sindicales, etc. En 2007, las Naciones Unidas proclamaron el 20 de febrero de
cada año, como Día Mundial de la Justicia Social.

Índice [ocultar]

1 Origen y evolución del concepto

2 Filosofía del derecho y justicia social


3 Día Mundial de la Justicia Social

4 Véase también

5 Fuentes

5.1 Referencias

5.2 Bibliografía

5.3 Enlaces externos

Origen y evolución del concepto[editar]

Históricamente el concepto de "justicia social" aparece relacionado al conflicto que en el siglo XIX
se llamó la "cuestión social", es decir, el creciente malestar y reclamo de los trabajadores que fue
creciendo en importancia en todo el mundo a partir de la instalación del capitalismo.

La expresión "justicia social" (giustizia sociale) fue acuñada por el sacerdote jesuita italiano Luigi
Taparelli, en el libro Saggio teoretico di dritto naturale, appoggiato sul fatto (Ensayo teórico del
derecho natural apoyado en los hechos), publicado en 1843, en Livorno, Italia.3

...la justicia social debe igualar de hecho a todos los hombres en lo tocante a los derechos de
humanidad,...

Luigi Taparelli, Ensayo teórico del derecho natural apoyado en los hechos (TI:355), 1843.4

Taparelli, considerado uno de los fundadores de la doctrina Social de la Iglesia, creó el término
para aplicarlo a los conflictos obreros que se extendieron a raíz del establecimiento del
maquinismo y la sociedad industrial. Luigi Taparelli fundó sus ideas en una renovación del
pensamiento tomista y consideró que la justicia social era una noción diferente tanto de las
nociones de justicia conmutativa como de la justicia distributiva, que caracterizan al pensamiento
aristotélico-tomista.

Varias décadas después, a finales del siglo XIX, el término "justicia social" (social justice) vuelve a
usarse en Inglaterra, por parte de los socialistas fabianos. La expresión ya aparece en los famosos
Fabian Essays in Socialism (Ensayos fabianos sobre el socialismo), publicados en 1889. En el
socialismo fabiano, la justicia social desempeña el papel de finalidad ética por excelencia, para
guiar la evolución social mediante cambios no revolucionarios hacia un sistema de
socialdemocracia.5
A partir de los fabianos, el concepto de justicia social fue adoptado por la socialdemocracia,
principalmente en Inglaterra, Francia y Argentina. En Inglaterra, el concepto pasó al Partido
Laborista inglés, al que la Sociedad Fabiana se integró, y fue aceptado y retomado por el gobierno
liberal a través de su emergente el Ministro de Comercio David Lloyd George, cuyo objetivo
manifiesto era "lograr la justicia social". En la misma época, en Francia, el Partido Socialista a
través de Jean Jaurés, adopta el concepto de justicia social como parte de su socialismo ético y
pacifista. En Argentina, el Partido Socialista incorpora el concepto a través de Alfredo Palacios,
elegido diputado en 1904, vinculando las ideas de "nuevo derecho" y justicia social. 6 7

Luego de la Primera Guerra Mundial, en 1919, se crea la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) que incorpora la noción de justicia social a su Constitución, en la primera frase, como
fundamento indispensable de la paz universal:

Considerando que la paz universal y permanente solo puede basarse en la justicia social...

Constitución de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) 1919.

En 1931, la noción de justicia social se incorpora plenamente a la Doctrina social de la Iglesia


Católica, al utilizarla el papa Pío XI en la Encíclica Quadragesimo anno. Para Pío XI, la justicia social
es un límite al que debe sujetarse la distribución de la riqueza en una sociedad, de modo tal que se
reduzca la diferencia entre los ricos y los necesitados:

58. A cada cual, por consiguiente, debe dársele lo suyo en la distribución de los bienes, siendo
necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien
común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuán gravísimo trastorno acarrea
consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la
incontable multitud de los necesitados.

Pío XI, Encíclica Quadragesimo anno, 1931.8

La aparición en las primeras décadas del siglo XX, del constitucionalismo social, el Estado de
bienestar y el derecho laboral, son cuestiones que rápidamente se vincularon con las ideas de
justicia social.

Filosofía del derecho y justicia social[editar]


La defensa de los principios de justicia se realiza normalmente por la vía de la argumentación
racional, con base a cuatro tipos de argumento: práctico, por analogía, ético y de identidad.

El tratamiento del término justicia social por las Ciencias Sociales se encuentra en R. L. Cohen,
tomado de justice, social en el 'Dictionary of Sociology' de Oxford. En Internet puede ubicarse
como Social justice. En cuanto a la Filosofía y la Teología el término es relativamente reciente,
pero contiene ya una gran cantidad de trabajos que conforman una idea post-moderna o
contemporánea de la justicia social que merece un estudio completo.

Otra fuente es el pensamiento de Joaquín Ruiz-Giménez en español. Es especial y profusamente


tratado en la Doctrina Social Católica (Encíclicas sociales) con el referente de la Dignidad humana y
en la tradición cristiana por estar vinculado a su concepto del amor al prójimo. Otras fuentes son:
el movimiento sindical, los partidos socialistas democráticos y los movimientos de Derechos
Humanos.

La idea de justicia social late en el 'equilibrio reflexivo' de los principios de justicia de Rawls:
libertades básicas, principio de diferencia y la acción afirmativa como discriminación positiva,
basada en la justicia entendida como equidad, cuestión que ha sido discutida y parcialmente
resuelta por el principio de igualdad de oportunidades, pero no ha sido desarrollada hasta las
acciones y consecuentes legislaciones de los movimientos humanistas en torno a la discriminación,
la libertad y las Encíclicas Sociales: la distribución de los frutos del desarrollo y la dignidad humana.

La lucha contra la distribución desigual de bienes que son de todos, la solicitud o preocupación por
el bien común, la idea de que justicia equivale a paz y la conciencia de ello en los individuos son
todos componentes de un sistema social justo. El balance de las desigualdades sociales en
beneficio de los menos favorecidos, dando a la justicia la categoría de equidad, como
preocupación social para el desarrollo humano y de la sociedad, ya define la nueva situación de
estas cuestiones en la humanidad. Este tipo de problemas favorece la tentación del uso de la
violencia para combatir situaciones consideradas socialmente injustas; los problemas principales
señalados como ejemplos son vivienda y desempleo y cuestiones internacionales de calado, que
posee un carácter progresista (acumulativo) y una fundamentación empírica y racional,
desarrollando una doctrina social basada en estos puntos: desarrollo, solidaridad, dignidad
humana e identidad de cada comunidad.
Como teología moral, su definición llega más allá del contrato social: 'los bienes de este mundo
están originalmente destinados a todos', que forma un conjunto de principios, criterios de juicio y
directrices de acción, 'un compromiso para la justicia según la función, vocación y circunstancias
de cada uno', (Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II PP.). Se ha construido ya un modelo de filosofía
moral para la sociedad civil y se ha incorporado a la estructura social a través de las Ciencias
Sociales, es decir, con aportaciones y puntos de vista de técnicas multidisciplinarias, variadas.

Día Mundial de la Justicia Social[editar]

En 2007 la Asamblea General de las Naciones Unidas, proclamó el 20 de febrero de cada año como
Día Mundial de la Justicia Social. Al fundamentar esa decisión, las Naciones Unidas han sostenido
que "la justicia social es un principio fundamental para la convivencia pacífica y próspera" y que
constituye "el núcleo de nuestra misión global para promover el desarrollo y la dignidad humana.9

En esta materia, la ONU hace referencia a la Organización Internacional del Trabajo (OIT),
organismo especializado que integra el sistema de Naciones Unidas, y en especial al documento
Declaración sobre la Justicia Social para una Globalización Equitativa.9

Las Naciones Unidas explican que, las actividades que se desarrollen con motivo del Día Mundial
de la Justicia Social, deben orientarse a "erradicar la pobreza y promover el empleo pleno y el
trabajo decente, la igualdad entre los sexos y el acceso al bienestar social y la justicia social para
todos".9
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resumen
Igualdad y libertad son principios fundamentales de la justicia. Son valores o componentes
normativos que constituyen la idea de justicia. En relación con el concepto de justicia social hay
que distinguir sus fundamentos (igualdad, libertad), sus dimensiones (distribución,
reconocimiento, representación) y los distintos tipos (solidaridad, derechos básicos, méritos o
incentivos). La realidad social, y los límites de las tradiciones dominantes en la fundamentación de
la justicia, hace más imperiosa la necesidad de profundizar y renovar los fundamentos (igualdad y
libertad) de la justicia social, reevaluar sus dimensiones (distribución, reconocimiento y
representación o participación) y reequilibrar sus distintos tipos (solidaridad, mérito, derechos
básicos o igualdad jurídica). El enfoque aquí planteado es el de fortalecer la igualdad y la libertad,
las capacidades reales de las mayorías sociales para definir un modelo social progresista y una
sociedad más justa, especialmente en el ámbito educativo. Se enmarca en un reformismo ‘fuerte’
en este proceso de gestión y salida de la crisis socioeconómica lleno de incertidumbres, con
efectos particulares en países europeos periféricos, como España, que apuesta por una salida más
equitativa y progresista. Palabras clave: Desigualdad, solidaridad, derechos humanos, méritos,
capacidades, reformismo, redistribución, interpretación social..

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1. CONCEPTO DE JUSTICIA: PRINCIPIOS NORMATIVOS

Igualdad y libertad son principios fundamentales de la justicia. Son valores o componentes

normativos que constituyen la idea de justicia. Desde Aristóteles la justicia ya era la virtud

más importante desde el punto de vista relacional. El adjetivo de ‘social’, se incorporó en

el siglo XIX y se consolidó con la constitución del moderno Estado social y de derecho, los

actuales Estados de bienestar. La justicia social define el contenido sustantivo y procedimental

de las normas que deben regular la interacción social: la distribución de los recursos

y bienes económicos, políticos o culturales, así como la posición, el reconocimiento y la

participación de los individuos y grupos en la estructura social.

En relación con el concepto de justicia social hay que distinguir sus fundamentos (igualdad,

libertad), sus dimensiones (distribución, reconocimiento, representación) y los distintos tipos

(solidaridad, derechos básicos, méritos o incentivos).

La definición de los fundamentos de la justicia hace referencia a los principios normativos

que la constituyen e incorpora esos dos valores fundamentales, igualdad y libertad, aun con

distintos énfasis y equilibrios. Así, diferentes autores hablan de “paridad (igualdad) participativa”,

“reconocimiento” (igualitario), “igualdad de trato”, “igualdad de oportunidades” (o

capacidades)... Esa expresión de la igualdad, como principio normativo, aunque se enuncie

en primer plano, normalmente, depende jerárquicamente del objetivo de la libertad. Este

último concepto posee también distintos matices: autorrealización, autonomía personal,

capacidad de elección o desarrollo humano..., o bien, libertad ‘real’ o no-dominación. En

distintas expresiones, junto con la idea de igualdad se enlazan otras como capacidad, oportunidad

o participación, que son componentes sustantivos de la idea de libertad. Dicho de

otro modo: se trata de asegurar una igualdad básica, incluido el derecho y el ejercicio de las

libertades, para garantizar el bien individual y colectivo expresado, mayoritariamente, en


términos de libertad.

Por tanto, aparece ya una cierta jerarquía, con el valor de la libertad como finalidad central

y la igualdad como medio o condición para la realización de esa libertad de las personas.

La concreción de la igualdad se establece a través de dos niveles: en el primero, es mínima

y universal, derivada de la condición social y la dignidad del ser humano; en el segundo, los

bienes y las posiciones sociales se deberían corresponder, de forma ‘equitativa’ o proporcional,

al mérito o la contribución del individuo y el grupo social. El contenido de esa libertad

también está lleno de diversos énfasis. Se puede poner el acento en la eliminación de inIgualdad

y libertad: fundamentos de la justicia social

Antonio Antón Morón

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Igualdad y libertad: fundamentos de la justicia social

Antonio Antón Morón

Revista Internacional de Educación para la Justicia Social (RIEJS). Vol. 2, Núm. 1, 2013, pp. 173-194.

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terferencias externas, o bien en la superación de la necesidad y la subordinación. Puede ser

expresada en términos de capacidad de elección, afirmación de identidad o participación.

Aquí nos centramos en los principios o fundamentos de la justicia social, la igualdad y la

libertad, desde una perspectiva sociológica, atendiendo a su impacto en las relaciones sociales,

entendidas en sentido amplio y multidimensional. La pregunta pertinente es qué

igualdad y qué libertad. Se trata de definir qué grado o intensidad tienen cada uno de esos

fundamentos. O, desde otro punto de vista, qué relación se establece con sus contrarios, qué

equilibrios se producen y pueden ser justificados entre igualdad y desigualdad o bien entre

libertad y dominación o subordinación. E, igualmente, abordaremos las diferencias entre

los distintos igualitarismos y los conflictos entre diferentes derechos o libertades, siguiendo

a Sen (1997) “Si no se puede eludir el asunto de la igualdad, el hecho de que haya muchas
nociones diferentes de igualdad implica que también hay que enfrentarse con los conflictos

entre concepciones igualitaristas diferentes”(p. 73). O bien, Sen (2004) “Sostengo que el

verdadero conflicto es el que existe entre los distintos tipos de libertades y no entre libertad

‘sin más’ y las ventajas en general” (p. 14).

Se explicarán las tensiones existentes en la interrelación entre los dos componentes. Ambos

pueden ser complementarios y también conflictivos y son, al mismo tiempo, imprescindibles

e irreductibles entre sí, dando lugar a una compleja combinación de ambos principios

normativos. No estamos ante un ‘monismo moral’ sino ante la ambivalencia de valores con

una relación compleja.

Ya se ha dicho que la justicia social hace referencia, fundamentalmente, al carácter relacional

del los individuos. Especialmente, el fundamento de la igualdad remite a la comparación

entre los individuos y grupos sociales, a la regulación equitativa de su relación. En

la libertad aparecen más disociados los dos aspectos, el carácter individual y el social de la

persona. Desde el punto de vista estrictamente individual este concepto se centra en el sujeto

autónomo, su autorrealización, su dignidad y sus derechos individuales. Es un tema ya

clásico en el pensamiento liberal e ilustrado, desde el humanismo renacentista y la reforma

protestante hasta Hegel. La variante más reduccionista o economicista de la libertad sería

la prioridad del derecho a la propiedad privada o la libertad de empresa, definido (por Locke

y Smith) como el pivote desde el que se juzgaría la libertad individual o la capacidad de

elección y el reconocimiento social.

Desde el plano de su componente social, la libertad hace referencia a unos vínculos libres

de dominación y de subordinación, a los derechos civiles, políticos y sociales que garanticen

a los individuos la superación de la dependencia en relación con la necesidad o la imposición

del poder u otras estructuras sociales. Hacer hincapié en este enfoque social nos

permitirá superar la primera acepción individualista de la libertad como el valor supremo


y exclusivo del individuo. Para la variante más reduccionista, el componente social (las
interacciones

sociales) se considera ajeno o contraproducente al sujeto, a su individualidad y

su libertad. Y, en esa medida, se infravalora ese segundo aspecto de los vínculos colectivos

en que está metida la libertad. Igualmente, la igualdad se infravalora, como si fuera un


componente

externo al individuo, una constricción que frena su libertad y la libre expansión

de sus intereses y sentimientos. Y se jerarquiza y hace depender de esa primera faceta de

la libertad. La igualdad se acepta, pero en la medida que favorece la libertad como bien

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Igualdad y libertad: fundamentos de la justicia social

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superior y específico del ser humano, es decir, como elemento secundario y variable dependiente.

Cuando entran en conflicto, para esa lógica individualista extrema está clara la

opción: el interés propio es la libertad, que sería la guía para la razón práctica. La igualdad

aparece como medio instrumental y condición mínima para el desarrollo humano basado

en la libertad. O bien se muestra como referencia ética genérica y ‘relacional’ favorable

y complementaria a la libertad, aunque externa al individuo y dependiente de la misma.

La igualdad sería, en todo caso, un criterio normativo para la sociedad, para mantener la

cohesión social y aportar legitimidad a las instituciones sociales. Aunque se ve siempre un

elemento de segundo orden, frente al componente de libertad, considerado el ‘esencial’ del

ser humano. Pero la igualdad, la equidad en las relaciones interpersonales y sociales, es un

principio constitutivo de la sociedad en su conjunto o los grupos sociales, y también de la

propia persona, de su proceso en la construcción del yo.

En definitiva, igualdad y libertad están interrelacionadas, y constituyen dos polos fundamentales


de la justicia social. Ambos componentes pueden ser complementarios pero también

opuestos y entrar en conflicto. No se pueden reducir la una a la otra, ni priorizar o

jerarquizar de forma absoluta la primera a la segunda o la segunda a la primera. Todas las

doctrinas, al menos las modernas y democráticas, incluido las liberales y las de izquierdas,

socialdemócratas o marxistas, tienen una base igualitarista. Es importante la interrogante

planteada por Sen (2004 y 2010): ¿igualdad de qué? Este autor se refiere principalmente

a dos opciones: 1) de recursos o bienes primarios (Rawls, 1971), 2) de capacidades

(Nussbaum, 2012; Sen, 2010). Y, frente al enfoque procedimental e institucional de la primera,

apuesta claramente por la perspectiva sustantiva y ligada directamente a las personas,

de la segunda. La primera posición consiste en opciones distributivas, de una igualdad

específica en un aspecto de las necesidades y de nivel mínimo, como base para la libertad

real de las personas. Por tanto, desde esa idea, con una base igualitaria básica aspiran a

proporcionar a los seres humanos mayor libertad.

Una cuestión importante, como se verá, es la definición de ese umbral mínimo para la distribución

igualitaria. A partir de él, la justicia, particularmente en Rawls, se basa en otro tipo

distributivo relacionado con los incentivos proporcionales al mérito y, por tanto, desiguales.

Al contenido del mérito se incorporan el patrimonio y el poder acumulado y ejercido.

En consecuencia, la combinación de los distintos tipos de justicia y su peso respectivo, tiene

grandes implicaciones para la realidad social, la percepción popular de la justicia y la legitimidad

de las instituciones. En la formulación de los actuales principios normativos de la

justicia nos encontramos con distintos énfasis y conexiones entre ambos valores, igualdad

y libertad. Desde ahí, analizaremos las dimensiones y los tipos de la justicia, después de

clarificar la perspectiva sociológica.


2. UNA INTERPRETACIÓN SOCIAL Y CRÍTICA

Para comprobar la función social de la justicia habrá que establecer su conexión con la

realidad social, es decir, contrastar las ideas de la justicia social con la situación actual de

la sociedad y señalar su potencial transformador. Ello nos llevará a un breve análisis crítico

de la desigualdad y la subordinación, ya aludida en la cita inicial del subtítulo del libro

de Stiglitz (2012). Así, el contexto social está definido por transformaciones profundas en

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diversas esferas: una situación de crisis socioeconómica, fuertes procesos de desigualdad

social, grandes cambios productivos y demográficos, diversidad sociocultural y conflictos

interétnicos; igualmente, existen tendencias sociales ambivalentes, con dinámicas de


privatización,

repliegue individualista y competitividad, por un lado, y procesos de indignación

social, defensa de lo público y reafirmación democrática, por otro. En ese marco se sitúan

los distintos agentes sociales y políticos y la existencia de una ciudadanía activa, con pugnas

sociopolíticas y amplios procesos de activación y participación democrática junto con

significativos déficits de confianza popular en las élites políticas gestoras (Antón, 2011).

Paralelamente, según encuestas de opinión2

, en España y en el ámbito europeo, se expresa

una amplia conciencia popular de justicia social que define el posicionamiento crítico de

amplias franjas de la población frente a la existencia de injusticia social y el apoyo a los derechos

sociales y los valores democráticos. Existe una significativa disociación entre una cultura
de justicia social, presente en mayorías sociales, y las políticas liberal-conservadoras,

dominantes hoy en la Unión Europea, que cuestionan la ciudadanía social y laboral. Frente

a la prioridad por reducir el déficit público y aplicar medidas de austeridad, se levanta una

significativa opinión ciudadana de defensa del empleo, unas condiciones socioeconómicas

decentes y unos servicios públicos de calidad.

Todo ello supone una base y un estímulo para avanzar en una teoría social crítica, una posición

normativa y ética que defina, renueve y adapte los fundamentos de la justicia social,

necesarios para desarrollar una actitud transformadora.

El enfoque sociológico aquí utilizado parte del doble carácter del ser humano: individual

y social. Reconocer esa ambivalencia es fundamental para evitar los dos extremos de distintas

corrientes de pensamiento: el individuo aislado de lo social, cuyo desarrollo se contrapone

a la sociedad vista como constricción de su libertad; o bien, la visión totalizadora

o colectivista extrema, con la ausencia de la autonomía individual y la imposición de la

realidad del grupo social o el poder. La sociedad no es solo la suma o agregación de individuos,

ni un agente totalizador en el que se subsumen las personas. Y el sujeto no es solo su

estricta individualidad, cuyo mayor reflejo es su componente biológico; su conciencia, su

comportamiento y sus vínculos sociales conforman también su identidad individual y colectiva.

Así, “el individuo real siempre actúa en grupos humanos concretos, y estos grupos son

fundamentos reflexivos de las sociedades complejas (los grupos forman la sociedad, pero los

grupos portan y reproducen los elementos instituyentes de lo social)” (Alonso, 2009, p. 61).

No se trata ahora de detallar las características de las distintas corrientes teóricas para definir

al ser humano o la sociedad. Solamente se destaca ese amplio campo de pensamiento,

presente en los fundadores de la sociología (Marx, Durkeim y Weber), de integrar lo individual

y lo social, frente a la unilateralidad de las corrientes extremas que apuestan por la

exclusividad de un aspecto (individuo aislado o abstracto) o su contrario (sociedad como

totalidad indiferenciada).
2 Ver Eurobarómetro nº 74, realizado en noviembre de 2010 y publicado por Eurostat en enero de
2011. En España, desde

los Barómetros del CIS de julio y octubre de 2010, confirmado por encuestas de Metroscopia, en
dos tercios de la población

persiste el desacuerdo con la gestión gubernamental de recortes sociales y laborales (62% se


oponen a las dos reformas

laborales -2010 y 2012-, hasta el 80% rechaza la prolongación de la edad de jubilación -2011- o el
70% está en contra de

los recortes en sanidad o educación pública -2012-); además, en torno al 80% considera el paro el
principal problema a

resolver. Un análisis empírico detallado sobre los cambios socioeconómicos y la actitud de la


sociedad respecto del Estado

de bienestar y las políticas sociales la expongo en Antón (2009, 2011, 2012).

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Revista Internacional de Educación para la Justicia Social (RIEJS). Vol. 2, Núm. 1, 2013, pp. 173-194.

Igualdad y libertad: fundamentos de la justicia social

Antonio Antón Morón

En estos mismos autores clásicos, así como en las diferentes escuelas, más o menos afines

y heterogéneas que han tenido lugar en el siglo XX, ha sido difícil la interrelación de esos

dos componentes del ser humano, el individual y el social, inclinándose más hacia un lado

u otro, sin el equilibrio específico adecuado según los momentos y temas. En un extremo,

desde ciertas tradiciones marxistas o colectivistas se ha llegado a despreciar al sujeto individual,

a su libertad y autonomía, llegando a posiciones anti-pluralistas y totalitarias (Del

Río, 2007; Judt, 2010). En sentido contrario, en las últimas décadas también se ha exacerbado

el individualismo antisocial o asocial, típico de algunas tendencias liberales y postmodernas,

con la prioridad del interés propio ‘egoísta’ a costa o en conflicto con el bien de la

sociedad. Como dice Sen (2011) “El enfoque egoísta de la racionalidad supone, entre otras

cosas, un firme rechazo de la visión de la motivación ‘relacionada con la ética’” (p. 33). En
particular, la justificación liberal de que el interés privado, el beneficio propio, iba a llevar

a la prosperidad pública (Antón, 1997), ha sido contradicha por la actual experiencia de

empobrecimiento masivo con fuertes desigualdades y brechas sociales, derivada de la crisis

socioeconómica y las políticas de ajuste y austeridad (Milanovic, 2012; Stiglitz, 2012). En la

perspectiva de combinar los dos componentes del sujeto, se pueden apuntar otros autores

actuales significativos, como Giddens (1993) y Victoria Camps (1999).

Por tanto, siguiendo con Alonso (2009, p. 67), es imposible la construcción aislada de una

identidad individual, pues el individuo solo logra tomar conciencia de su individualidad

por medio de la mirada del otro. Así, el vínculo social no es externo a la persona sino que

es una de sus dimensiones constitutivas y la subjetivación solo puede formarse en procesos

intersubjetivos, por lo que el individuo únicamente es capaz de individualizarse, en el

sentido más literal de término, en la sociedad. Por ello, en la sociedad actual, los marcos de

subjetivación y elección siguen estando fuertemente condicionados por la posición ocupada

en la estructura social, que determina el acceso, la cantidad y calidad de los recursos no

solo materiales sino también culturales y expresivos. Y continúa señalando este autor, todo

ello nos lleva a considerar muy seriamente la necesidad de soportes colectivos (materiales,

sociales, culturales, simbólicos), para el desarrollo de la individualidad. Estos soportes pasan

por el grupo, la acción colectiva y las instituciones, instancias todas ellas íntimamente

vinculadas e interpenetradas. Porque las instituciones no solo obligan, constriñen o limitan,

sino también suministran recursos insustituibles para la construcción de la identidad. Los

marcos de referencia colectivos no solo sujetan o encarcelan el yo, también le dan los modelos

para pensar, ser y actuar.

Hay que ser conscientes del conflicto entre el ideal ético (bien común) y el pragmatismo

(beneficio propio, bien parcial), ya planteado por Kant. El ‘bien’ debe ser del conjunto, de

todos y de cada uno, cuestión compleja. Existe un conflicto de valores, particularmente entre

los dos principales tratados aquí, la igualdad y la libertad. Pero también, entre ellos y
otros como entre la libertad y la responsabilidad, o entre la igualdad y la mejora del bienestar,

el crecimiento económico y el desarrollo humano. Resolver esas polarizaciones es fácil

cuando existe homogeneidad sobre lo ‘bueno’ y lo ‘malo’, con una gran legitimidad social

sobre las normas adoptadas. No obstante, es difícil la armonía social y el consenso ético en

torno a unos valores universales aceptados de forma generalizada.

El riesgo es doble. Por un lado, el relativismo extremo, la ausencia de normas colectivas

legítimas y una fragmentación y desagregación social. Por otro lado, el incremento de la

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Igualdad y libertad: fundamentos de la justicia social

Antonio Antón Morón

Revista Internacional de Educación para la Justicia Social (RIEJS). Vol. 2, Núm. 1, 2013, pp. 173-194.

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competitividad individual y grupal por imponer la propia verdad o la capacidad de poder y

apropiación de bienes, llegando hasta nuevas formas autoritarias y fundamentalistas. Cada

vez existe mayor diversidad cultural y ética, así como intereses contradictorios por las graves

brechas y desigualdades sociales. O, simplemente, queda patente la dificultad para definir

lo moral y lo amoral de un hecho ya que también está sujeto a otras consideraciones

no estrictamente éticas. Todo ello hace más problemática la elección y su carácter justo.

A veces se produce la situación ‘trágica’, y solo cabe la elección entre dos males, debiendo

escoger el mal ‘menor’, aunque como ‘mal’ también produce sufrimiento, desigualdad o deterioro

de la libertad.

Para completar esta perspectiva sociológica, hay que citar la idea antropológica o filosófica

con la que se enfoca este trabajo: la ambivalencia del ser humano, frente a una mirada

unilateral y la visión esencialista o determinista. El sujeto no es, por naturaleza, ni absolutamente

bueno ni absolutamente malo. No es adecuada una visión antropológica optimista

(presente en Rousseau) que lleva al libre desarrollo ‘natural’ del niño, como perfeccionamiento
de la ‘naturaleza’ humana. Tampoco es correcta la visión pesimista de la maldad (inadaptación

o indisciplina) intrínseca del ser humano (y la idea de la bondad de la sociedad

o el Estado, implícita en Comte), con la conclusión normativa del refuerzo institucional del

control y el orden social y la imposición del Estado o la autoridad.

Por otro lado, hay que distinguir la polarización entre lo social y lo individual de los diferentes

planos de la sociedad -y la naturaleza-. Y diferenciar el tipo de relaciones sociales

(económicas, culturales y jurídico-políticas o institucionales), sus ámbitos (local-global,

individuo-instituciones/orden social) y sus esferas (clase, sexo, etnia, nación, cultura…).

En conclusión, lo individual y lo social del ser humano incluye su autonomía moral y su vínculo

social, su identidad individual y su identidad colectiva. Su componente social abarca

las relaciones socioeconómicas, la dominación o la subordinación, la participación política

y las relaciones interpersonales y culturales. Esta ambivalencia del ser humano y este rechazo

a la visión esencialista o determinista, se completa con una visión social, histórica

y contextual: los individuos y grupos sociales se construyen histórica y culturalmente en

determinados contextos y condiciones sociales, y su desarrollo moral y humano está imbricado

con la evolución de la sociedad.

3. TIPOS DE JUSTICIA: SOLIDARIDAD, IGUALDAD JURÍDICA O DERECHOS

HUMANOS Y MÉRITOS

Históricamente, aparecen dos tipos o ámbitos distintos de la justicia como igualdad, anticipados

en la cita inicial de Aristóteles: 1) la solidaridad respecto a las ‘necesidades’ individuales

o grupales; 2) la proporcionalidad de las recompensas (incentivos y reconocimientos)

en relación con las ‘contribuciones’ o los ‘méritos’. Le añadiremos un tercero, central en

la modernidad: 3) los derechos básicos como ser humano o la igualdad jurídica fundamental

de todos los individuos (o ciudadanos). Fraser y Honneth (2006) habla también de tres

tipos de justicia similares a los aquí planteados (aunque tienen un contenido parcialmente

diferente, en el que no vamos a entrar). Son dependientes de su núcleo normativo basado


en el reconocimiento: amor y afecto en el núcleo familiar, méritos e igualdad jurídica.

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Revista Internacional de Educación para la Justicia Social (RIEJS). Vol. 2, Núm. 1, 2013, pp. 173-194.

Igualdad y libertad: fundamentos de la justicia social

Antonio Antón Morón

El primer tipo de justicia, la correspondencia de los bienes con la necesidad, se puede contemplar

como fundamento de las relaciones familiares o de amistad, del pacto intergeneracional

de los adultos respecto de los niños y ancianos, así como de la reciprocidad en las

relaciones de pareja; de manera más institucional, es la base normativa de una parte de la

acción protectora de los modernos Estados de bienestar. Está amparado en el reconocimiento

de la ciudadanía social (Alonso, 2007; Marshall y Bottomore, 1998) en el contexto

del pacto keynesiano o el contrato social de reciprocidad intergeneracional y de grupos

sociales para hacer frente de forma mancomunada a los riesgos sociales (enfermedad, paro

y vejez). Y se da por supuesto la contribución masiva en el empleo y los impuestos y las

obligaciones cívicas. En particular, se aplica, sobre todo, para el sistema de salud y muchos

servicios sociales: la pertenencia a determinada sociedad permite el derecho a recibir la

atención y las prestaciones imprescindibles que se ‘necesitan’, independientemente del nivel

contributivo o meritocrático concreto, para asegurar la salud. En un sentido más general,

se fundamenta en el valor de la solidaridad (la ‘fraternidad’ de la ilustración francesa),

también interrelacionado con la igualdad y la libertad. Más allá de las grandes transformaciones

en el ámbito familiar y en las bases de la solidaridad ‘orgánica’, y lejos del optimismo

del predominio de los lazos de cooperación entre los individuos y grupos sociales, este criterio

de justicia como respuesta a la necesidad individual o social todavía existe en muchas

relaciones interpersonales. Igualmente, fundamenta una parte de las responsabilidades y

garantías institucionales de protección social de los Estados de bienestar, particularmente

centroeuropeos y del norte socialdemócrata (Antón, 2009).


El segundo tipo, basado en la distribución proporcional al mérito, representa el sistema habitual

de remuneración en el empleo: salario igual ante trabajo igual, pero proporcional a la

cantidad o calidad -productividad- del trabajo, aspecto central en la remuneración empresarial

y en la justificación liberal y marxista. Así, el derecho obrero a disfrutar del producto

de su trabajo, era valorado por Marx como ‘derecho burgués’ y conllevaba una pugna por la

distribución más equitativa respecto de las ganancias del capital. Pero, también, esta forma

distributiva es la base del sistema (contributivo) de pensiones, con una prestación mensual

proporcional al nivel contributivo previo (aunque indefinida en cuanto cubre todo el tiempo

del riesgo de la vejez hasta la muerte). Igualmente, son contributivas otras prestaciones,

como las de protección al desempleo. Este sistema está completado, ante la ausencia de ese

derecho y la existencia de necesidad, con otra parte de subsidios o rentas básicas no contributivos,

cuya justificación se basa en el tercer tipo de justicia. Por otro lado, la meritocracia,

la recompensa proporcional a la aportación realizada o méritos demostrados, es también

fundamental en el sistema educativo, como reconocimiento equitativo de las credenciales

que corresponden a un nivel de esfuerzos, habilidades, competencias o capacidades alcanzado.

Aunque la educación es un derecho universal (y un deber, en la etapa obligatoria), su

acceso se basa en la igualdad de oportunidades y se asocia al siguiente tipo de justicia.

Existe un tercer tipo de justicia, la igualdad distributiva asociada a los derechos humanos:

la igualdad de trato, sin discriminación, y la existencia de unos derechos básicos (individuales

y colectivos). Ambos aspectos son dependientes de la dignidad del ser humano y

como reconocimiento del vínculo social. Superados los criterios pre-modernos de linaje o

de casta, se ha ido implantando progresivamente -con el precedente del derecho romano- la

igualdad jurídica o ante la ley, los derechos civiles y políticos. Se empezó por los ‘propietarios’

y los varones o cabezas de familia, originarios de un país determinado, y se amplió a

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Igualdad y libertad: fundamentos de la justicia social


Antonio Antón Morón

Revista Internacional de Educación para la Justicia Social (RIEJS). Vol. 2, Núm. 1, 2013, pp. 173-194.

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los llamados derechos humanos universales y a la moderna ciudadanía social. No deriva del

nivel de aportación del individuo a la sociedad. Consiste en asegurar unas condiciones mí-

nimas de supervivencia, participación cívica y productiva e integración social y cultural. No

hay exigencia de contraprestación proporcional. No obstante, se dan por supuesto las relaciones

de reciprocidad general dentro de un contrato social (o nacional) y los equilibrios

globales entre derechos y deberes u obligaciones. Tiene sus fundamentos en la igualdad

ante la ley de todos los individuos (igualdad jurídica) y en el derecho a unos bienes básicos,

como ser humano y/o partícipe de una sociedad. Son fuente de la libertad y la autonomía

individual, en el contexto de los vínculos cooperativos en la sociedad.

4. DIMENSIONES DE LA JUSTICIA: REDISTRIBUCIÓN, RECONOCIMIENTO Y

REPRESENTACIÓN

La justicia social tiene tres dimensiones (Fraser, 2008; Fraser y Honneth, 2006): redistribución,

reconocimiento y participación (o representación), cuya síntesis y desarrollo histórico

se expone en Murillo y Hernández (2011). La distribución básica puede ser de bienes

primarios (Rawls, 1971), recursos (Dworkin, 1981) o capacidades (Nussbaum, 2012;

Sen, 2001, 2004, 2010). Se trata de conseguir una igualdad mínima de medios que permita

garantizar la libertad real de los individuos, sus capacidades reales y su ejercicio. El reconocimiento

hace referencia a la necesidad de superar la insuficiencia de respeto o estima

social, de discriminación o subordinación de un individuo o un grupo social respecto de

otros, para garantizar una posición igualitaria en la interacción social. La representación,

como cauce y expresión de la participación cívica en la esfera pública, es incorporada más

tarde por Fraser (2008) y desarrollada por Nussbaum (2012) desde el enfoque de las capacidades.

Vamos a comentarlo, dejando para más adelante las posiciones más específicas de
Rawls y Sen.

Las dimensiones del reconocimiento y la participación se sostienen en principios igualitarios

y están íntimamente relacionadas con la distribución y la ciudadanía (Alonso, 2003;

Fraser, 2008; Fraser y Honneth, 2006). Es el derecho a ser tratado igual y sin discriminación,

derivado de la propia dignidad humana, con derecho a la estima, el respeto y el reconocimiento

sociales, así como a la participación cívica y política. También convendrá distinguir

los niveles de capacidad participativa igualitaria, desde unos derechos y cauces básicos

(Nussbaum, 2012) hasta llegar a la ciudadanía plena o la participación democrática en la

regulación institucional de la economía y el control del poder político. Estas dimensiones

de distribución, reconocimiento y representación, dada la grave y persistente crisis social

y económica actual y su gestión regresiva y con déficit de legitimidad democrática, están

cobrando una nueva magnitud que desborda el marco en que se situaban anteriormente.

Respecto de la distribución, Fraser y Honneth (2006) ya apuntaba, en un plano más profundo

que el enfoque de mínimos de Rawls, que era necesaria una amplia reestructuración

económica progresista. El problema, ahora más evidente, ya no solo es ‘distributivo’, sino

que afecta al conjunto de las relaciones económicas, en particular a la capacidad de ‘regulación’

institucional de los mercados. Con la actual crisis económica y financiera, han pasado

a primer plano la realidad de la desigualdad socioeconómica, el retroceso de condiciones

y derechos sociolaborales y el desastre producido por la ausencia de controles (políticos,

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Revista Internacional de Educación para la Justicia Social (RIEJS). Vol. 2, Núm. 1, 2013, pp. 173-194.

Igualdad y libertad: fundamentos de la justicia social

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normativos y éticos) a la libertad de empresa o del mercado de capitales y los límites de una

fiscalidad regresiva.

Por tanto, el problema se plantea en unos términos más amplios: redistribución profunda
y progresiva (freno a la distribución regresiva), regulación política e institucional de la economía,

defensa de la ciudadanía social, servicios públicos de calidad, equidad en la gestión

y la salida de la crisis. Se ha demostrado el fracaso del modelo igualitarista de tipo soviético,

que llevó al estancamiento económico, además de los componentes autoritarios y elitistas

de la burocracia de su poder político. El sistema capitalista, estas décadas pasadas, ha sido

más eficiente y capaz de asegurar el crecimiento económico y la mejora de las condiciones

laborales y sociales de la población (Milanovic, 2012). Pero, también se han evidenciado,

masivamente, sus límites y lacras. Y una vez demostrado también el fracaso de las políticas

neoliberales, dominantes estos últimos años, causantes de la actual crisis económica, se

abre el espacio para el debate y la renovación de la tradición keynesiana y la izquierda


democrática,

del reequilibrio entre la política, la participación ciudadana y las instituciones

democráticas respecto de los poderes económicos. Se vuelve a poner de actualidad la necesidad

de un nuevo equilibrio entre el papel del Estado y las instituciones internacionales

(desde los grandes Estados hasta el G-20, la ONU, la OMC o la OCDE) en relación con los

mercados, particularmente, los financieros (Nussbaum, 2012). O bien, entre lo público y las

garantías de igualdad y no subordinación, y lo privado y su amparo en la ley del más fuerte

o la libertad del poderoso.

Todo ello supone avanzar en el reconocimiento y la participación de una ciudadanía plena

y en la profundización democrática de los sistemas políticos ‘representativos’. El reconocimiento

y la representación ya no se quedan en los importantes temas del papel de los

nuevos movimientos sociales y los viejos movimientos sindicales, en la relación entre polí-

ticas de identidad y políticas de clase o en la regulación de la representación de los diversos

agentes sociales (Alonso, 2007). Ya antes, tanto el movimiento sindical como los llamados

nuevos movimientos sociales tenían una composición interclasista. No se podía afirmar que

el primero era reflejo solo de los intereses económicos o distributivos de la clase trabajadora,
y los segundos, respondían frente a opresiones sociales diversas (de sexo, etnia,

origen nacional…), exclusivamente, con aspiraciones culturales de las clases medias. Esos

contenidos y conflictos también eran transversales a las distintas clases sociales: las clases

medias tienen problemas distributivos y las clases trabajadoras sufren ese tipo de discriminaciones

y subordinaciones. En las características y la identidad de las clases trabajadoras

es fundamental también su componente de ‘subordinación’ y las deficiencias de su libertad,

es decir, su necesidad de mejorar su reconocimiento y su estatus. Y una de las particularidades

de esta situación económica es el bloqueo o el descenso de la capacidad adquisitiva y el

estatus socioeconómico de sectores de capas medias. La igualdad económica y la igualdad

de estatus se entrelazan, las identidades son más débiles, pero más variadas e interrelacionadas

(Antón, 2007). Y el propio concepto de estatus se amplía, al ponerse en riesgo

el llamado modelo social europeo, la integración social y cívica y la calidad democrática o

la impotencia de las instituciones políticas. Así, se plantean nuevas propuestas de mejora

democrática y de equidad socioeconómica.

En la actualidad, estas dimensiones se han transformado e integrado en una nueva dinámica

más general, derivada de la crisis: la inestabilidad y el retroceso en el acceso a los bienes

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Igualdad y libertad: fundamentos de la justicia social

Antonio Antón Morón

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y recursos y las garantías de los derechos. En esta situación de ‘incertidumbre’ se ha puesto

de manifiesto la fragilidad del estatus de ciudadanía y el déficit democrático de las grandes

instituciones. Esto es debido a la disociación entre sus medidas políticas y la opinión ciudadana,

no suficientemente reconocida cuando no despreciada por muchos poderes públicos

y económicos.
En definitiva, reconocimiento y representación, cobran gran importancia y nueva dimensión:

por un lado, la exigencia de reconocimiento público e institucional de una ciudadanía

activa, como conjunto de movimientos sociales y expresiones colectivas en que se manifiesta

una corriente social indignada y crítica; por otro lado, la demanda de regeneración

democrática de las instituciones políticas, con un mayor impulso participativo, la revitalización

del tejido asociativo y la integración social y cultural. El actual contexto de crisis

socioeconómica se caracteriza por una gestión institucional predominantemente regresiva,

con fuertes presiones y pugnas en torno al reparto más o menos desigual de sus costes

o la exigencia de un tipo de salida justa o equitativa. Y aparece un profundo conflicto sociopolítico

entre dos dinámicas: por una parte, la afirmación de la soberanía popular y el

principio democrático de la participación cívica y política, como derechos fundamentales e

igualitarios del conjunto de la ciudadanía; por otra parte la libertad de los grandes poderes

financieros que deciden unilateralmente sobre el movimiento de capitales y condicionan la

política fiscal y presupuestaria. Es un conflicto ético entre la defensa de la legitimidad de la

capacidad de decisión de las sociedades articuladas en sus instituciones representativas y

la de las minorías poderosas. Estas élites se defienden desde ‘su’ libertad al beneficio privado,

pretenden evitar interferencias públicas o utilizan instituciones públicas y sus gestores

para reforzar su autonomía respecto de la opinión democrática de la mayoría ciudadana

(Antón, 2011).

Tradicionalmente, la legitimación del actual orden socioeconómico se ha amparado en los

beneficios de crecimiento económico que esa dinámica reportaba a la sociedad, consistente

en un reparto del conjunto de los bienes con una parte para los desfavorecidos (siguiendo

el segundo principio de Rawls). Pero, dados los límites derivados de la actual crisis económica

y siendo evidentes los desastres producidos por la explosión de la burbuja financiera

y las dinámicas especulativas, ahora ha perdido legitimidad. Así, resulta insuficiente

la justificación basada en la libertad económica, aunque mantengan su poder los grandes


grupos financieros, con cierto amparo legal o en situación alegal, por ausencia de regulación

precisa y suficientes instituciones internacionales (Milanovic, 2012). Esa justificación

desde la libertad de empresa y su supuesta eficiencia general, entra en conflicto no solo con

la igualdad, sino, específicamente, con la dimensión participativa y de reconocimiento de la

ciudadanía. Esta faceta de la justicia adquiere una mayor importancia práctica y requiere

una profundización de su valor y su legitimidad frente a la relativa impotencia de la acción

democrática, particularmente en el plano internacional.

ibertad es lo mas importante... La igualdad no existe.... todos somods INDIVIDUOS, únicos,


irrepetibles. Institucionalmente debemos tener igualdad de opoortunidades, que cada quien
capitalizará de manera diferente, generando las diferencias que nos hacen INDIVIDUOS... Cada
quien decide qué hacer de su vida... si vive parasitando a los demás, si aporta a la sociedad, si pasa
su vida sin pena ni gloria, si trasciende, o si no.... Cada quien es libre de tomar sus decisiones, con
sus derechos y sus obligaciones.
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IGUALDAD Y LIBERTAD

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MARIA FernándezMARIA Fernández

08/03/2006

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Dos conceptos, dos principios, dos derechos, dos ideas. Pero tan importantes... sobre todo en un
día como el de hoy, el Día Internacional de la Mujer. Igualdad y libertad son dos derechos
fundamentales, básicos. Y qué necesitados estamos de ellos en todos los órdenes de la vida, sobre
todo las mujeres.

Se ha planteado continuamente una pugna entre libertad e igualdad, buscando la primacía de una
sobre otra. Generando la competencia entre ambas y consiguiendo frenar los avances para los
colectivos más afectados por la desigualdad como las mujeres. Quizás perdiendo la perspectiva de
que los derechos no pueden competir sino colaborar, complementarse, creando una simbiosis
entre ambos que será la base para la evolución, para el cambio.
Desde tiempos inmemoriales, la libertad no ha sido un adjetivo asociado a las mujeres, mientras
que la igualdad se concretaba en la idea de que todas las mujeres somos idénticas unas a otras, sin
plantearse ni tan siquiera la posibilidad de nuestras diferencias individuales. Pero los tiempos
cambian, la humanidad avanza, y las mujeres de hoy, aunque a duras penas, conciben la igualdad
como el derecho a ser libres para tomar nuestras decisiones. Y la diferencia como la posibilidad de
que hombres y mujeres alcancemos objetivos distintos por caminos también distintos.

Pero qué difícil sigue siendo en nuestra querida sociedad que se acepten cosas que parecen tan
fundamentales, tan de base. Y sobre todo cuando esos nuevos caminos los plantean las mujeres. A
muchas mentes les resulta imposible aceptar que otras, desde recorridos diferentes, propongan
soluciones diferentes. Soluciones con una mirada de mujer. Y sobre todo en mundos tan
masculinizados como el económico, el mundo de la empresa, el mundo de lo que muchos
consideran el verdadero poder, un mundo donde prevalece y campa por sus respetos el modelo
social androcéntrico, un mundo donde las mujeres aún no hemos tenido la oportunidad de decir
todo lo que tenemos que decir... Las mujeres empresarias hemos escogido un difícil camino en el
que todos los días debemos levantarnos preparadas para la lucha, una lucha en un mundo
masculino, competitivo, desigual, donde no se acepta que tenemos otra forma de trabajar.

Libertad e Igualdad. No se entienden la una sin la otra. El derecho a la libertad debe presuponer el
derecho fundamental a la igualdad, igualdad de género, de oportunidades y de trato. No podemos
hablar de igualdad en otro contexto que no sea el de la libertad. Y para las mujeres es más que
evidente la relación entre libertad e igualdad y la necesidad de igualdad para poder ejercer
plenamente la libertad de ser diferentes.
* Presidenta Mujeres Empresarias de Córdoba

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¿IGUALDAD O LIBERTAD? EL
FALSO DILEMA
EN NOVIEMBRE 2, 2015 POR FERNANDO LIZAMA-MURPHY EN FUENTE EXTERNA

Por Antonio Sánchez García

¿Será imposible imaginar, como lo quisiera alguna vez Karl Popper, un socialismo
liberal o aspirar a construir un liberalismo socialista?

Como los libros, según los antiguos, tienen su destino ―habent sua fata libelli,
afirmaba Terentianus Maurus, el gramático latino―, así, y con muchísima más razón,
los conceptos. En ambos casos, el de los libros y los conceptos, no es que el destino esté
inscrito necesaria e inevitablemente en ellos: está en los ojos y mentes de quienes los
leen y proclaman. Los que hacen y construyen sus destinos somos nosotros, los
hombres.

¿Por qué razón del destino la lucha por la igualdad, que pasaba necesariamente por
obtener la libertad de los oprimidos para que pudieran disfrutar de iguales derechos,
iguales obligaciones e iguales privilegios, terminó por aplastar la libertad? ¿Por qué
razón la lucha por obtener la libertad de los esclavos y oprimidos para que
alcanzaran ante la ley la misma igualdad que ante Dios poseían los hombres libres,
terminó esclavizando a los hombres libres?

¿Por qué la lucha por la igualdad obstaculizó, frenó y aplastó la lucha por la libertad?
¿Por qué razón la libertad y la igualdad terminaron siendo conceptos antinómicos,
excluyentes y contrarios? ¿Por qué razón del destino el hombre en sociedad no se ha
podido ser, simultánea y complementariamente, igualitario y libertario? ¿Y sus
miembros, libres e iguales? Cómo lo planteara con dramáticas palabras de advertencia
el gran pensador vienés Karl Popper:

“Aún después de haber rechazado el marxismo, seguí siendo un socialista durante


varios años. Y si hubiera existido la posibilidad de combinar socialismo con libertad
individual, seguiría siendo un socialista. Pues nada sería mejor que vivir una vida
modesta, sencilla y libre en una sociedad igualitaria. Me tomó algún tiempo comprender
que ese no era más que un hermoso sueño; que la libertad es más importante que la
igualdad; que el empeño por alcanzar la igualdad pone en peligro la libertad; y que, una
vez perdida la libertad, nada se encontrará de parecido a la libertad en un mundo sin
libertad.”

¿Qué fuerza implícita, inherente al igualitarismo pugna y colide contra la libertad y el


liberalismo? ¿Qué poseen ambos conceptos en común, qué poseen ambos conceptos en
contrario? ¿Será imposible imaginar, como lo quisiera Popper, un socialismo liberal o
aspirar a construir un liberalismo socialista? ¿Será posible cumplir con la aspiración de
ser un socialdemócrata liberal?

No es una pregunta ingenua ni se la formula por primera vez en circunstancias


dramáticas para la libertad, acorralada por quienes esgrimen la guadaña de la igualdad
como medio de imponer la más brutal de las diferencias: la que va de los dominadores a
los dominados, de los autócratas a los demócratas, de los caudillos a los acaudillados.
Pues esa es la primera de las graves, aterradoras contradicciones experimentadas a lo
largo del último, del pasado siglo: la guadaña de la igualdad no sólo ha segado,
suprimido y escarnecido la libertad, sino que ha impuesto la más aterradora y
brutal de las desigualdades: la de las inmensas mayorías, reducidas a ser mera y
simple expresión de la vida física, biológica ―la nuda vita, la llamaban los
latinos― frente a una minoría omnipotente y todo poderosa, dueña de todos los
medios de producción, de todas las instituciones, de la armas y la justicia,
detentora del Estado: la Nomenklatura de funcionarios, altos oficiales, ministros,
administradores de la cosa pública.

¿O alguien cree en la igualdad de un campesino o un obrero cubano ante un general de


sus ejércitos, un diplomático de su Estado, un capitoste del partido comunista que
controla al Estado cubano? De allí el desiderátum del comunismo, a veces llamado
socialismo, para no espantar a los incautos: en nombre de lograr e imponer la igualdad
de todos los hombres, termina por imponer la más cruenta y espantosa de las
desigualdades, la del sometimiento y dominio del hombre por el hombre, y la pérdida
absoluta de la libertad del individuo. Pues en el comunismo se verifica, en nombre de
la igualdad, la pérdida de la igualdad, y en nombre de la libertad, la pérdida de la
libertad. Sólo los hermanos Castros son absolutamente libres y absolutamente iguales.
Todos los demás, la sociedad entera, son iguales en su servidumbre. Y absolutamente
iguales, en la pérdida y ausencia de su libertad.

El caso de la tiranía cubana pone al desnudo, además, el absurdo en que naufragan el


igualitarismo y el liberalismo en América Latina. Pues la tiranía castrocomunista resulta
ser el producto de la lucha democrática de la sociedad cubana contra una dictadura, la
batistiana. A resultas de lo cual y en nombre de la igualdad y la libertad se instaura el
régimen menos igualitario y menos libre que haya existido en la historia de América
Latina.

El quid pro quo que se cocinaba en los albores de la instauración de la tiranía


castrocomunista no pasó inadvertido para los mejores y más perspicaces espíritus
liberales cubanos. Que tuvieron perfecta y lúcida conciencia de que la dictadura que se
impondría en Cuba de amnistiarse y tolerarse los criminales desafueros de Fidel Castro
rompería todos los moldes imaginables. Así, en un discurso pronunciado en la Cámara
de Representantes de la República de Cuba en mayo del año 1955 por el Dr. Rafael L.
Díaz-Balart, hermano de la esposa de Fidel Castro, a quien conocía en su más cercana
intimidad, y en ese momento líder de la mayoría y presidente del comité parlamentario
de la mayoría en la Cámara, contra la ley que amnistió a Fidel Castro y demás
asaltantes al cuartel Moncada, cuando habían cumplido solamente dos años de cárcel y
después de haber sido condenados por un tribunal civil a 15 años de prisión, expresó las
siguientes palabras premonitorias:

“Ellos no quieren paz. No quieren solución nacional de tipo alguno, no quieren


democracia ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro y su grupo solamente quieren
una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo
vestigio de Constitución y de ley en Cuba para instaurar la más cruel, la más bárbara
tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es tiranía,
un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar
por lo menos en veinte años. Porque Fidel Castro no es más que un psicópata fascista,
que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del Comunismo
Internacional, porque ya el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y
solamente el comunismo le daría a Fidel el ropaje pseudo-ideológico para asesinar,
robar, violar impunemente todos los derechos y para destruir en forma definitiva todo el
acervo espiritual, histórico, moral y jurídico de nuestra República.”

Lo trágico y contradictorio del uso y abuso de las utopías igualitaristas, base y sustancia
del comunismo implícito o explícito que hegemoniza el pensamiento y la acción de las
izquierdas en América Latina, hoy por hoy dominantes desde Chile y Argentina a Brasil
y Venezuela, Ecuador y Bolivia, Perú y Paraguay, Nicaragua y Centroamérica, es la
absoluta inconsciencia con la que desde los partidos y las instituciones, y siempre bajo
el amparo de la pretendida igualdad se horadan el valor y la trascendencia de la libertad,
se diluyen sus principios éticos y morales, se alcahuetean los regímenes más totalitarios
del continente ―como Cuba y Venezuela― y se inculca en la población la fantasía
igualitaria y la relatividad de la importancia de la libertad, la laboriosidad, la educación,
la cultura y el trabajo para el desarrollo y el progreso de la humanidad. Induciendo a los
sectores más desamparados a depender de la limosna y la dádiva del Estado, convertido
en el gran gestor de la beneficencia pública y arma arrojadiza para agudizar las
contradicciones y sembrar el odio de clases. Provocando, con ello, la crisis de las
instituciones y el riesgo de perder, como al parecer lo pretende el gobierno chileno en
manos de la izquierda forista, los extraordinarios logros obtenidos gracias a un cambio
en 180 grados en los paradigmas estatólatras y socializantes que fueran causa y motivo
de sus peores y más graves crisis históricas. Como sucede desde hace largos veinte años
en Venezuela.

3
Puede que sin siquiera haber llegado a ser formulada, esa interrogante haya constituido
en tanto motivo y propósito históricos, la íntima aspiración de los mejores espíritus de
la generación del 28. La más democrática y la más liberal que haya conocido la historia
venezolana. Socialdemocrática en la trascendencia y máxima importancia otorgada a la
necesidad de instaurar un régimen democrático con hondo contenido social, que
atendiera a la necesidad de solventar las graves diferencias sociales que la afectaban,
como motivo fundante; y liberal en cuanto a la necesidad de construir un Estado de
Derecho por la extraordinaria importancia otorgada a la libertad plena de los ciudadanos
en el ejercicio de sus derechos y obligaciones.

Si bien libertad e igualdad han sido los motivos y propósitos de la acción política de las
élites surgidas de la generación del 28, ambos conceptos no articularon movimientos
y/o partidos alternativos específicamente orientados a la lucha por su desarrollo y
cumplimiento. Tanto Acción Democrática como COPEI, ubicados en el centro del
espectro político, apostaron todos sus esfuerzos hacia la institucionalización de un
Estado Social de Derecho que velara tanto por la resolución de los problema
propiamente sociales ―a partir del igualitarismo― como de la defensa y garantía de la
libertad ciudadana ―el liberalismo―. Con mayor o menor atención en los términos en
función de las coordenadas históricas y sociopolíticas y el mayor o menor acento puesto
por sus líderes fuera en el igualitarismo de corte socialista, en AD, o en el desarrollo y
defensa del individuo de acuerdo a la doctrina social de la iglesia, en COPEI.

Ciertamente: el desmesurado peso adquirido por el Estado, asentado sobre la riqueza


petrolera, tiñó de estatismo, de estatolatría y de socialismo intervencionista, la acción de
ambos partidos del sistema. En desmedro del desarrollo del liberalismo asentado en un
empresariado capaz de convertirse en el principal generador de riqueza y de una
sociedad civil liberada del peso del igualitarismo, propensa a fortalecer los propósitos
liberales del conjunto social. Alimentando, en cambio y posiblemente a su pesar la
tentación igualitarista, estatólatra y totalitaria de las izquierdas marginadas del acuerdo
político dominante. Un fenómeno dramáticamente acelerado a partir de la revolución
cubana en toda América Latina. Un fenómeno que incidiría en la dramática
postergación de los propósitos liberales de la sociedad latinoamericana y el
exacerbamiento de las contradicciones y luchas de clases en la región.

Es el impasse que hace crisis a comienzos de los 90, dando cauce a la crisis orgánica
que ha terminado por devastar la Venezuela de los entendimientos. Casi un siglo de
afanes históricos transcurridos, volvemos a la encrucijada de 1928: aspirar a construir
una sociedad democrática y liberal. Es nuestro desafío.

Por Antonio Sánchez García

Publicado en Opinión y Noticias, medio online venezolano, 2 de Noviembre 2015.

Antonio Sánchez García es profesor de Filosofía Contemporánea en la Maestría de


Filosofía de la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela.

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Definición de Libertad

General L - Definista

El vocablo Libertad proviene del latín libertas, liberatis (franqueza, permiso); es la facultad natural
del hombre para actuar a voluntad sin restricciones, respetando su propia conciencia y el deber
ser, para alcanzar su plena realización.La libertad es la posibilidad que tenemos para decidir por
nosotros mismo como actuar en las diferentes situaciones que se nos presentan en la vida. El que
es libre elige entre determinadas opciones las que le parecen mejores o más convenientes, tanto
para su bienestar como para el de los demás o el de la sociedad en general.
Hay que tener en cuenta que la libertad no es hacer lo que se quiere, sino hacer lo que se debe
hacer en sociedad; una persona libre piensa muy bien lo que va hacer antes de decidirse a actuar
de una manera. La dimensión o medida de la libertad está condicionada por las delimitaciones que
derivan del derecho de los demás, del orden público y social y de la responsabilidad de cada quien.
a lo largo de la historia, en especial a partir de las Revoluciones burguesas del siglo XVIII y XIX, la
libertad suele estar muy unida a los conceptos de justicia e igualdad.

Muchos filósofos confirman que la libertad parece ser el bien más preciado que posee el ser
humano. La libertad es un valor transcendental; por su conquista y conservación muchos hombres
murieron, pero en la actualidad la libertad hay que ganarla día a día cumpliendo con nuestras
obligaciones.

El estado de libertad define la situación, circunstancias o condiciones de quien no es esclavo, ni


sujeto, ni impedido al deseo de otros de forma restrictiva. En otras palabras, aquello que permite
al hombre decidir si quiere hacer algo o no, lo hace libre, pero también responsable de sus actos.
En caso de que no se cumpla esto último se estaría hablando de libertinaje. Pues la libertad implica
una clara opción por el bien.

Existen diferentes tipos de libertad, algunos por ejemplo son la libertad de conciencia, para
alcanzar una vida coherente y equilibrada desde el interior; libertad de expresión, para poder
difundir las ideas y promover el debate y la discusión abierta; libertad de reunión como garantía
para asociarse con aquellos que comparten ideales y trabajar por los mismos; libertad para elegir
responsable y pacíficamente a los gobernantes, entre otros.

Se habla también de libertad al estado o condición del que no está prisionero o sujeto a otro, se
tiene a la libertad condicional, beneficio de abandonar la prisión que puede concederse a los
penados en el último periodo de su condena, y que está sometido a la posterior observancia de
buena conducta; y libertad provisional, beneficio del que gozan los procesados, tras fianza o no,
que no son sometidos a prisión preventiva en tanto dura la causa o juicio.
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marihuana
Qué es la marihuana medicinal?

El término marihuana medicinal se utiliza generalmente para referirse al uso de toda la


planta de marihuana o extractos crudos de esta para tratar una enfermedad o
síntoma. La Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos
(Food and Drug Administration—FDA) no ha reconocido o aprobado la planta de la
marihuana como medicina.
Sin embargo, estudios científicos de algunos de los químicos de la marihuana,
llamados cannabinoides, han llevado a la creación de dos medicamentos en forma de
pastilla aprobados por el FDA, los cuales contienen cannabinoides. La continuación
de estas investigaciones puede llevar al descubrimiento de nuevos medicamentos.
Como la planta de la marihuana contiene químicos que podrían ayudar con el
tratamiento de varias enfermedades y síntomas, muchas personas argumentan
que la marihuana debe ser legalizada para uso medicinal.

De hecho, un gran número de estados han legalizado la marihuana para uso


medicinal. En esta página puede encontrar más información sobre la legalización
de la marihuana a nivel
estatal en los Estados Unidos www.whitehouse.gov/ondcp/state-laws-related-to-marijuana.
¿Porque no es la planta de la marihuana un
medicamento aprobado por el FDA?
Antes de aprobar cualquier medicamento el FDA exige que se hagan estudios
minuciosos (ensayos clínicos) en cientos de miles de personas por medio de
ensayos clínicos para determinar cuáles son los beneficios y los riesgos del
medicamento. Hasta el momento los investigadores no han hecho suficientes
ensayos clínicos (en gran escala) que muestren que los beneficios de la planta de
la marihuana (contrario a los cannabinoides) pesen más que los riesgos que esta
puede tener en aquellos pacientes para los cuales se usaría como un tratamiento.

Para más información sobre los efectos de la marihuana en la salud física, mental
y en el comportamiento, puede ver el artículo DrugFacts: La
marihuanawww.drugabuse.gov/es/publicaciones/drugfacts/la-marihuana .
¿Qué es cannabidiol (CBD)?
Ha crecido el interés en el químico de la planta de marihuana, cannabidiol (CBD), para el tratamiento de
ciertas condiciones como epilepsia infantil—una enfermedad que ocasiona convulsiones violentas en los
niños. Por esta razón, los científicos han cultivado plantas de marihuana y creado aceite de CBD
exclusivamente para uso terapéutico. Estas drogas no tienen propiedades embriagadoras, por lo tanto
podrían resultar menos deseables para aquellos que usan marihuana recreacionalmente.

¿Que son los cannabinoides?


Los cannabinoides son químicos relacionados al componente delta‐9‐
tetrahydrocannabinol (THC), la sustancia sicoactiva principal (que altera la mente) de
la marihuana. Aparte del THC, la planta de la marihuana contiene más de 100
cannabinoides. Los científicos, al igual que los fabricantes de drogas ilegales, han
producido varios cannabinoides en el laboratorio. Algunos de estos cannabinoides
son extremadamente potentes y han causado consecuencias graves en la salud de
las personas que han abusado de estas sustancias.
El cuerpo también produce sus propios cannabinoides. Estos tienen un rol muy
importante en las regulaciones del placer, la memoria, el pensamiento, la
concentración, la motricidad, la percepción del tiempo, el apetito, el dolor y los
sentidos (tacto, olfato, audición y la vista).
¿De qué forma podría ser útil el uso de los
cannabinoides como medicina?
En el momento, los dos cannabinoides principales de interés terapéutico, tomados
de la planta de la marihuana, son el THC y el CBD.

El THC estimula el apetito y reduce las náuseas. Los medicamentos a base de THC
aprobados por el FDA se usan con este propósito. El THC también puede ayudar a
disminuir el dolor, la inflamación (hinchazón y enrojecimiento) y los problemas
relacionados con el control muscular.

El CBD es un cannabinoide que no produce ningún efecto en la mente o el


comportamiento. Este puede ser útil para reducir el dolor y la inflamación,
controlar las convulsiones epilépticas e incluso posiblemente para el tratamiento
de enfermedades mentales y de las adicciones.

Los investigadores, algunos de ellos financiados por los Institutos Nacionales de la


Salud (National Institutes of Health—NIH), siguen explorando de qué forma se
pueden usar el THC, el CBD y otros cannabinoides para uso medicinal.
Por ejemplo, en estudios recientes hechos en animales, se ha demostrado que los
extractos de marihuana pueden ayudar a destruir algunas células cancerígenas y a
reducir el tamaño de otras células. Los resultados de otro estudio, este hecho en
cultivos de células, indican que los extractos purificados hechos con la planta de
marihuana entera, pueden retrasar el crecimiento de las células cancerígenas
relacionadas con uno de los tipos más graves de tumores cerebrales. En
investigaciones en ratas también se demostró que los tratamientos con extractos
de THC y CBD purificados, en combinación con la radiación, aumentan el efecto de
la radiación para deshacerse del cáncer (Scott, 2014).

También se están haciendo estudios preclínicos y ensayos clínicos para investigar


el uso de la marihuana y de sus extractos para el tratamiento de varias
enfermedades y condiciones tales como:

 las enfermedades autoinmunes (enfermedades que debilitan el sistema inmunológico):


 VIH/SIDA
 esclerosis múltiple—pérdida del control muscular paulatinamente
 enfermedad de Alzheimer—perdida de facultades mentales, afectando la memoria, el
pensamiento, el comportamiento
 inflamación
 dolor
 convulsiones
 desordenes de uso de sustancias
 desórdenes mentales
Para aprender más acerca de las investigaciones sobre la marihuana realizadas por
el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas (National Institute on Drug Abuse—
NIDA) puede visitar las siguientes
páginas: www.drugabuse.gov/drugs-abuse/marijuana/marijuana-research-nida y www.drugabuse.gov
/drugs-abuse/marijuana/nida-research-therapeutic-benefits-cannabis-cannabinoids.
¿Es posible que las personas de edad avanzada o
con problemas de salud sean más vulnerables a los
riesgos relacionados con el uso de la marihuana?
El uso regular de la marihuana como medicina es un fenómeno relativamente nuevo. Por esta razón en
realidad no se sabe bien cuales podrían ser los efectos que ésta pueda tener en aquellas personas débiles
de salud, ya sea por su edad o por enfermedad. Las personas de edad avanzada y aquellos que sufren
enfermedades como el cáncer o el SIDA podrían ser más vulnerables a los efectos dañinos de la
marihuana. Es necesario que los científicos sigan investigando para determinar si este es el caso.

¿Cuáles medicamentos contienen


cannabinoides?
Hay dos medicamentos aprobados por el FDA que contienen THC, dronabinol y
nabilone. Estos se utilizan para las náuseas causadas por la quimioterapia y para
estimular el apetito en pacientes con una pérdida de peso extrema causada por el
SIDA.

El Reino Unido, Canadá, y varios países Europeos han aprobado el uso de


nabiximols (Sativex®), un spray bucal que contiene THC y CBD. Se usa como un
tratamiento para los problemas de control muscular relacionados con la esclerosis
múltiple. Los Estados Unidos están realizando ensayos clínicos para el uso
de nabiximols como tratamiento para el dolor causado por el cáncer.
Aunque todavía no ha sido objeto de ensayos clínicos, hace poco se creó otro
medicamento llamado Epidiolex. Este es un medicamento a base de CBD en forma
líquida para el tratamiento de convulsiones en los niños.
Puntos para recordar
 El término marihuana medicinal se refiere al uso de la planta entera de la marihuana o extractos
crudos de esta para el tratamiento de una enfermedad o un síntoma.
 El FDA no ha reconocido ni aprobado el uso de la planta de la marihuana como un medicamento.
 De todas formas, estudios científicos de los cannabinoides, unos químicos obtenidos de la
marihuana, han resultado en la creación de dos medicamentos en forma de pastilla aprobados por el
FDA.
 Los cannabinoides son químicos relacionados con el delta‐9‐tetrahydrocannabinol (THC), el
compuesto principal en la marihuana con efectos que alteran la mente.
 El cuerpo humano produce sus propios químicos cannabinoides naturalmente.
 En el momento, los dos cannabinoides de la planta de la marihuana de interés para uso medicinal
son el THC y el cannabidiol (CBD).
 Se están realizando estudios preclínicos y ensayos clínicos sobre el uso de la marihuana y sus
extractos para el tratamiento de varias enfermedades y condiciones.
 Las dos drogas a base de compuestos de la marihuana aprobadas por el FDA son dronabinol y
nabilone. Las dos se usan para el tratamiento de las náuseas y para estimular el apetito.

Información adicional
MORISAKI MEGO FRANCISCO PEDRO investigación

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