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LA CULPA ES DE LA OVEJA O “¿QUIÉN SE LLEVÓ MI OASIS?

Había una vez un puñado de ratoncitos viajeros.


Eran ratoncitos “bien”: rozagantes, bien educados, de un tono de pelaje
que iba desde el moreno claro al rubio leche. ¿Negritos, negritos?: solo
uno que otro, feliz de haber sido aceptado por sus compañeros de viaje
y siempre con un cierto dejo de vergüenza cuando se contemplaba a sí
mismo, contrastando entre el resto del grupo.
Cada ratoncito llevaba su celular de última generación, su ropa de
marca, sus documentos apostillados, título de educación superior
incluido (y algunos hasta de posgrado), y una carga gigantesca de rabia
y de frustración. Frustración por no haber logrado derribar la horrorosa
dictadura del Gato Bigotón, quien aún gobernaba en su tierra de origen.
Rabia hacia la tribu de ratones negros, zambos e indios que en su ya
lejana tierra, se negaban a mirar la realidad de la crisis ratonitaria que
vivían allá, y seguían apoyando a tan nefasto personaje; es decir,
ratones no pensantes. Rabia también hacia el gran Pato Ronald,
superpato comandante en jefe del gran imperio, árbitro de lo malo y lo
bueno, de lo humano y de lo divino, destinado por la providencia para
plagar de democracia y de misiles a todo el planeta, en nombre del
sacrosanto mercado creador de todas las maravillas que portaban
nuestros héroes roedores en aquel viaje, así como de todas las cosas
que el rrrégimen les había impedido disfrutar, y de las cuales gozaban
todas las otras agrupaciones ratónicas del continente. El pato Ronald
había jurado acabar con el rrrégimen del Gato Bigotón, de ser necesario
usando su poderosa fuerza militar, pero no les había cumplido hasta
ese momento y ya habían perdido toda esperanza de que lo hiciera.

A pesar de tanta rabia y frustración, este grupo de ratoncitos emigrantes


tenía un sueño en común. A través de las redes sociales, de las cadenas
televisivas no afines al Gato Bigotón, así como de la narrativa de sus
propios compañeros previamente emigrados, conocían la existencia de
un hermoso Oasis situado a miles de Kilómetros hacia el Sur. Un Oasis
del cual manaba leche y miel, donde los ratoncitos del lugar, así como
los inmigrados, podían cambiar de celular cada 6 meses, se podría con
algún sacrificio llegar a comprar un Tesla eléctrico del año, donde un
ratón de allá podía incluso llegar a estar en el Top 50 de los más ricos
del planeta y donde sobre todo, mandaban las grandes corporaciones
de los celulares, de los carros y de las finanzas, y no la partida de
ratones mestizos que pretendían gobernar en su lugar de origen,
cuando es bien conocido que los únicos capaces de gobernar con éxito
un país son los que han sabido hacerse ricos en una empresa privada,
ya que saben administrar la riqueza, a diferencia de los miserables
socialistas, y además ya tienen bastante plata y por eso no necesitan
robar.
Entre esas continuas reflexiones y sueños se aproximaban nuestros
héroes a su destino.

Algunos ratoncitos habían atravesado otras tierras ratoniles, la mayoría


con experiencias frustrantes. Más de uno había tenido que trabajar 17
y 18 horas diarias durante 7 días a la semana y a cambio de eso, no
solo no había logrado cambiar su celular, sino que el que llevaba de su
país había tenido que venderlo, junto a buena parte de su amada ropa
y zapatos de marca, para perseguir el sueño del gran Oasis del Sur.
“pelé bola en aquel intento, marico, por pajúo, pero ahora me voy con
ustedes hacia el Oasis del Sur, aunque llegue con una mano ‘alante’ y
la otra atrás”

Otros no solo tuvieron que hacer lo arriba indicado, sino que sufrieron
todo tipo de ataques y humillaciones debido a una campaña
ampliamente difundida en las redes sociales y auspiciada por los
gobiernos de las tierras ratoniles donde estuvieron, en las cuales se
señalaba a los ratoncitos provenientes de la tierra del Gato Bigotón
como “miserables”, “delincuentes”, “prostitutas” y demás calificativos
denigrantes. Se les acusaba de quitarle el trabajo a los locales, y de
llevar todo tipo de prácticas delictivas e inmorales a los castos
habitantes de aquellas tierras. Esas campañas se propagaron rápido
por las redes sociales, canales de comunicación que no solo habían
servido para posicionar al Gato Bigotón como asesino y hambreador de
su pueblo ante la juventud de todo el planeta, sino que también habían
funcionado para que los ratoncitos emigrantes que huían de él fuesen
posicionados como “amenaza inusual y extraordinaria” ante las
poblaciones de las tierras hacia donde emigraban. Así, algunos en viaje
directo, y otros después de muchos maltratos y humillaciones en tierras
intermedias, la caravana de roedores arribaba por fin a las puertas del
Oasis del Sur.

Al llegar a las puertas del Oasis, la primera sorpresa tocó cuando


llegaron ante la guardia fronteriza. Para asombro de los roedores, el
guardia a cargo de la revisión de documentos resultó no ser un ratón,
sino una mal encarada oveja. Y una rápida vista panorámica reveló que
todos los guardias del puesto, así como las empleadas de limpieza,
vendedoras de empanadas y transeúntes eran ovejas también.
La sorpresa inicial dio paso a un relativo entusiasmo ante los líderes del
grupo ratonil: “bueno, es bien sabido que las ovejas son dóciles y
mansas”. Así, entre murmullos muy bien disimulados, expresados con
escasísimo volumen, la mayoría del grupo ratonil logró atravesar la
frontera e ingresar al gran Oasis del Sur. Solo algunos de ellos fueron
rechazados, por supuestos antecedentes penales o por falta de
idoneidad en sus documentos.

Pronto la realidad del Oasis empezó a golpear a los ratoncitos recién


llegados. Para facilitar nuestra narración pasaremos a enfocarnos en el
minigrupo conformado por los personajes denominados Alfa, Beta y
Omega.

Apenas fueron a hacer la primera recarga de saldo del nuevo chip del
celular, para comunicarse con familiares y panas e informarles de haber
“coronado”, cuando el costo del servicio telefónico, así como el de
Internet, fue una pedrada en el rostro de nuestros amiguitos. Días más
tarde, cuando los panas a cuyo apartamento llegaron “arrimados” los
del grupito que nos ocupa, les notificaron que debían empezar a buscar
su propia residencia, se organizaron para arrendar un pequeño
apartamento de 30 metros cuadrados en pleno centro de la ciudad, pero
resultó que el solo costo del alquiler se llevaría casi la mitad de los
ingresos mensuales que habían logrado conseguir entre los tres
ratoncitos. Entonces decidieron buscar residencia hacia la periferia,
donde vivían los de piel más oscura (nada que ver con las
urbanizaciones “al este del este” donde residían en la tierra del bigotón).
El costo de la renta bajó a solo un 25% de sus ingresos, pero tropezaron
de frente contra el costo del transporte diario en el tren subterráneo, el
cual se llevaba la mayor parte del ahorro que habían obtenido gracias
al apartamento más económico. En el Gran Oasis se aproximaba el
verano, y los ratoncitos quisieron usar parte de sus ya menguados
ahorros para adquirir un equipo de Aire Acondicionado, de los cuales
sus familias en su país de origen tenían mínimo 3 en cada casa, pero
los consejos de algunos vecinos, con el argumento de lo horriblemente
costoso del servicio eléctrico, los disuadió y desistieron, pensando en
un mejor destino para el dinero que poco a poco se agotaba.
Lo que realmente les impactó de manera radical fue saber algo que
ningún pana les había asomado jamás, a pesar de larguísimas
conversaciones por spike, llamadas y mensajes de wsp. Resulta que el
agua del chorro era terriblemente costosa, ya que estaba privatizada,
en manos de voraces empresas capitalistas. Era mucho para descubrir
en pocas semanas acerca del Oasis, pero nuestros roedores amigos
pensaban “este es el precio por vivir en el Gran Oasis del Sur, lo
importante es que ya vivimos aquí, y luego todo esto lo superaremos y
viviremos bien, como se ve en los comerciales oasilenos por TV
Satelital”

Luego, en el andar cotidiano, los ratoncitos empezaron a notar entre sus


vecinos una especie de tensión, de rabia contenida. Las ovejas
oasilenas parecían no sentirse tan felices de vivir en ese paraíso donde
se conseguía todos los productos en 3, 4 y más marcas distintas y
donde no había que soportar a negros y zambos en el gobierno. Uno de
ellos oyó una conversación entre ovejas, donde una de ellas se quejaba
amargamente del esquilado anual que tenían que hacerse
obligatoriamente (por razones de salubridad pública, según información
oficial), acudiendo religiosamente cada año, en un día de finales de
primavera previamente asignado a cada oveja, ante las empresas
privadas encargadas de hacerlo. Era una de las únicas cosas gratuitas
que había en el Gran Oasis. Una de las ovejas le decía a la otra que lo
del esquilado era un gigantesco negocio para las empresas, ya que
recibían gratis la lana de millones de ovejas y luego hacían redondos
negocios con esa lana en los mercados internacionales.

Ante la tensión creciente que se percibía en el ambiente, uno de los


ratoncitos, a quien llamamos Alfa, explicó a sus compañeros de
residencia:

- Maricos, el Gran Oasis no siempre lo fue. Yo he estado hablando


con unos amigos que llegaron antes que nosotros. Según el diario
El Perjurio, esto antes fue una ratonera horrible donde los
ratoncitos locales llegaron a ser gobernados por un gato bigotón
muy malo, como nos ocurrió a nosotros. Ese bigotón intentó quitar
a las empresas sus negocios para entregárselas a los negros e
indios de por acá, que son igualitos a los que tenemos allá, pero
más organizados. Ese fue un gran peo, dicen en El Perjurio que
si los hubieran dejado seguir no se habrían detenido hasta
convertir todo el continente en un infierno de ratones negros e
indios alzados y hubieran acabado con la Democracia y con la
propiedad privada y con la libertad de prensa. Entonces desde el
norte llego la ayuda, y pusieron a un gran perro Mastín en el
gobierno, el cual se comió al gato Bigotón de acá e invocó al Gran
Mago de Chicago. Ese gran mago ayudo al Mastín a transformar
aquella loca ratonera en el Gran Oasis del Sur que tenemos hoy,
y transformó a todos esos rebeldes ratones igualados en las
mansas ovejas que hoy en día lo habitan. No fue fácil, hubo que
matar y desaparecer muchos ratones que se negaban a
transformarse, pero después de varios años lo lograron, y gracias
al perro Mastín y al gran Mago de Chicago, hoy disfrutan de este
paraíso.
Allí intervino otro de nuestros tres amiguitos, digamos que fue Beta:
- Marico, pero yo he notado que esas ovejas están algunas como
llenas de rabia por dentro, las oigo murmurar y quejarse de lo que
pagan por el agua, la electricidad y el Metro. Los corderos que
estudian en los liceos se quejan de que se tendrán que endeudar
hasta las metras para poder estudiar en la universidad. Y los viejos
ovejos de que los Fondos de pensiones privados les han robado
su plata y les pagan una miseria cuando empiezan a cobrar, que
es cuando ya están tan viejos que casi están muertos, y eso no
les alcanza ni para la mitad de sus medicinas. También oí a unas
ovejas hembras diciendo que con lo que ganan no pueden pagar
una clínica ni siquiera para operarse la vesícula por laparoscopia,
ya que son todas privadas y excesivamente caras. Y sé que es
verdad, ya que mi prima Astrid tenía 2 años aquí y cuando se
enfermó de úlceras tuvo que viajar a Tierra Bigotón para poderse
operar.
- Pero tu prima Astrid no se operó en un hospital arruinado de los
que hay allá. Fue a una buena clínica privada. Déjate de chinazos-
respondió Alfa.
- No estoy defendiendo a Bigotón (Dios me libre) digo que la clínica
de allá pudo pagarla, pero la de acá “nanai nanai”
Y entró Omega en la conversación:
- Mira chamo. Algunas de esas ovejas hasta se han metido
conmigo. Será que las ovejas le tienen rabia a los ratones por
naturaleza o será que eso forma parte del hechizo del Gran Mago
de Chicago?
- Es que son ovejos negros e indios. Tú sabes. Son tan miserables
que andan diciendo que nosotros venimos a quitarles el trabajo.
Por eso quería quedarme por allá por el centro; el apartamento
era caro, pero no teníamos que verle la cara a tanto infeliz. Hasta
dicen que las carajitas nuestras les quitan los maridos a las de
acá. Claro, como todas estas tienen ese culo planchao. Estos
ovejos jamás habían visto un culo de verdad- respondía Alfa,
quien parecía tener respuesta para todo.
- Bueno, -insistió Omega- tal vez será porque son negros e indios,
pero en El Perjurio bastantes noticias y reportajes he leído
echándonos plomo y acusándonos de cuanto mínimo problema
ocurre. Hasta nos acusan de la rabia de algunas ovejas contra el
gobierno del presidente Puñetera. Ese periódico nos hecha las
ovejas encima. Yo creo que esta vaina se está poniendo un poco
fea y deberíamos pensar en buscar otro destino.
- ¿Te pusiste loca fue, piazo e marico? ¿Después de lo que nos
costó llegar hasta acá?. Yo hasta vendí mi celular para completar
los reales y venirme, cuando en la tierra de FMIn Marrano
empezaron a perseguirnos hasta para matarnos, y atravesé bien
chorreao por la tierra del Chicharra, ya que allí también andaban
diciendo que éramos puros malandros y putas. Y menos mal que
salí de esa ratonera; el Marrano ese está casi que lo tumban de
un momento a otro los indios ignorantes de por allá- otra vez Alfa.
- Además ¿pa donde nos iríamos? Fíjate que el gobierno Oasista
del vecino de acá mismo de al lado se dice que está a punto de
ser derrotado en las elecciones, y los ratones rebeldes van a
volver a tomar el gobierno allá. Además, si nos vamos
quedaremos bien en ridículo. ¿Cómo le vamos a dar la cara a los
panas diciendo que nos arrepentimos de habernos venido al Gran
Oasis del Sur?- Este fue Beta,
- No marico. Eso está totalmente descartado. Que caiga ese
gobierno pajúo de al lado. Eso no es asunto nuestro. Nosotros
llegamos al Gran Oasis y debemos estar felices de haberlo
logrado. Ya yo hasta me estoy acostumbrando. Fíjate que me han
estado saliendo más pelos en la espalda. Hasta en oveja creo que
me estoy transformando ya. Bueno señores, dejemos el Berrinche
que mañana todos tenemos que trabajar 14 horas. ¿O no quieren
comprar el nuevo Samsung con cámara de 18 mega pixeles?- Con
esto Alfa puso fin al debate.
Una mañana iban nuestros amigos juntos hacia el centro de la ciudad
cuando observaron una inusual situación en la estación del subterráneo.
Cientos de corderitos muy jóvenes estaban esperando en una sola
masa compacta del lado externo de los andenes, y cuando se abrieron
las puertas del tren recién arribado tomaron carrera y empezaron a
ingresar en grandes oleadas saltando por encima o reptando por debajo
de los torniquetes de control de acceso. En seguida eso se convirtió en
un pandemónium, los corderos y ovejas que estaban dentro de los
vagones no lograban salir, arrastrados por la multitud que pugnaba por
entrar, mientras en el exterior de la estación, es decir, en la calle, otros
cientos, tal vez miles de ovejas, algunas incluso de mayor edad, seguían
precipitándose hacia los trenes de manera desenfrenada. Al rato llegó
la policía con sus perros ovejeros y empezaron a golpear, apresar,
morder y disparar, pero mientras más encarnizada se ponía la policía
contra la multitud de ovejas, más incontenible se hacía la oleada ovina
que iba hacia los trenes. Luego algunos miles de ovejas empezaron a
destruir las estaciones del metro, agencias bancarias, restaurantes de
comida rápida y tiendas de electrodomésticos. Empezó a llegar el
ejército ya con tanques y cañones y la situación de violencia creció de
tal forma que se hace imposible de narrar.
A todas estas, Beta y Omega habían visto como Alfa era arrastrado por
la multitud al principio del asunto del metro, hasta desaparecer en medio
del tsunami humano, y ellos lograron salir de la estación con esfuerzos
gigantescos, digamos que sobrerratonianos.
- Marico, esta vaina está demasiado fea, vámonos al apartamento
a esperar que se calme este peo y luego volvemos y le explicamos
al jefe que se presentó esta verga y que por eso no pudimos
trabajar esta mañana. Quien quita y no nos bote del trabajo.- dijo
Beta.
- ¿Al apartamento? ¿A volver al trabajo más tarde?. ¡Usted si fue
verdad que “se lumpió” amigo Beta!: ¿Sabe pa donde voy yo? Me
voy al consulado de Tierra Bigotón a esperar uno de esos aviones
que mandan a recoger la gente a la que están jodiendo mucho en
otras ratoneras. Y si no me mandan rápido, me quedo durmiendo
ahí hasta que me puedan llevar o hasta que se calme el peo, como
dices tú, pero esperaré entre ratones de mi tierra, y no en medio
de este infierno de ovejas enloquecidas.
En ese momento un gigantesco perro ovejero paso cerca de ellos y de
un solo mordisco malogró al pobre Beta, ante la mirada llena de pánico
de su amigo Omega.
Entonces Omega, con los nervios totalmente destrozados por la
contemplación del mal final de su amigo, corrió y caminó lo más rápido
que pudo hacia el consulado de Tierra Bigotón, pero horas después,
casi llegando, unos 200 metros antes del edificio, se percató de que el
acceso estaba totalmente bloqueado por tanquetas del ejército y
policías con sus terroríficos perros ovejeros. Allí estuvo horas,
esperando a ver si se desbloqueba el acceso, lo cual jamás ocurrió.
Entonces decidió caminar hacia la frontera del Gran Oasis para buscar
la manera de irse hacia el desierto exterior. Ya estaba anocheciendo
cuando llegó a las inmediaciones de la frontera, y con la botella de agua
que tenía casi llena gracias a la generosidad de una ovejita india, y en
medio del frescor de la noche, pensó que podría llegar al primer pueblo
de la Tierra de Chicharra. Una vez allí vería como arreglárselas para
tomar un avión hacia Tierra Bigotón y dejar atrás toda su desdichada
aventura.

En eso pensaba cuando empezó a ver ovejas arremetiendo a pedradas


contra el vidrio que servía de lindero al perímetro del Oasis. Al llegar a
las puertas del Gran Oasis, semanas atrás, con la emoción del momento
y debido a la delicada transparencia de los cristales, nuestros roedores
amigos no se habían percatado de que el Gran Oasis del Sur en verdad
estaba encerrado en vidrios por todo su perímetro, como una gigantesca
vitrina. Una bellísima vitrina llena de felicidad y oportunidades para
todos. Una vitrina que en este momento era atacada a pedradas por
todo el rebaño ovino del Gran Oasis del Sur.

Luego vio como las malvadas ovejas asaltaban el manantial del Oasis
con grandes palanganas, tobos y pipotes de todos los tamaños para
apropiarse del agua que pertenecía a las empresas privadas, agua
adquirida con tanto esfuerzo por los pobres empresarios extranjeros que
habían obtenido la concesión por parte del gobierno de Puñetera. Luego
Omega oyó el estruendoso ruido de la ruptura de los cristales ante el
impacto de millares de piedras. La ovejas, casi todas ellas, tiraban
piedras y piedras de todos tamaños, formas y colores hacia el
cerramiento de vidrio que marcaba el perímetro; con rabia, con alegría,
con miedo, con placer algunas, pero no dejaban de apedrear la vidriera,
mientras se empezaba a notar como sus rostros se transfiguraban y
empezaban a transformarse gradualmente: pelo amarillo más corto con
manchas negras, garras con uñas retráctiles, ojos con pupila redonda,
no horizontal, grandes colmillos, poderosa musculatura. Si,
comenzaban a convertirse en jaguares; grandes jaguares amarillos con
hermosas manchas, cual mariposas negras en su pelaje.
En el clímax de su desesperación, nuestro atribulado héroe soltó un
grito agónico: ¡¿Coñoo: quien se ha llevado mi Oasis?! Exclamó a
toda voz, y el eco de su grito no pudo apagarlo ni siquiera el sonido de
los cristales rotos ni el rugido de las exovejas, transformadas ahora en
feroces jaguares dispuestos a todo.
En eso se oyó por los altavoces de un centro comercial cercano la
alocución del presidente:
“Estamos en guerra contra un enemigo muy poderoso. Entrego el
control del país a las fuerzas militares porque es lo que
corresponde, ya que estamos en una guerra:
- Y la culpa es de las Ovejas”, agregó.

Rodolfo Gómez.
Octubre de 2019

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